Imanol de Elorza Un Pintor del País Vasco

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1 Imanol de Elorza Un Pintor del País Vasco por, Ricardo Torrijos

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Imanol de Elorza

Un Pintor del País Vasco

por, Ricardo Torrijos

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Quedan rigurosamente prohibido, sin autorización escrita del titular del Copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento C 2006 Ricardo Torrijos Carmona Nº Registro Propiedad Intelectual M-002525/2006 ISBN-10 84 611 0268-1 nº Registro 611 26949

31-03-06

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INDICE

I - Semblanza de un Artista

II- Introducción

III- La Obra de Imanol Elorza

IV - Colección Álvarez-Cabreja

V – Los Oleorelieves de Elorza

VI - Resumen y Comentarios

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I-SEMBLANZA DE UN ARTISTA

Mientras otros se desorbitan en paroxismos y en demencias psicodélicas, el artista eibarrés Manuel Elorza, se afana por pintar, como se debe pintar, con el alma pletórica y con la humildad que preconiza Elliot, para conseguir el milagro del Arte. Nacido y hecho hombre en un ambiente dominado por la técnica, Elorza siente la imperiosa necesidad de entregarse a los demás con la luz de la esperanza, la creatividad del lenguaje plástico. En 1947, adolescente todavía, concurre a la Exposición de Arte de Eibar obteniendo el primer premio, en la modalidad de plumilla. A partir de entonces, con envidiable afán de superación, no solamente crea trazos magistrales, sino que se recrea vistiéndolos de cromatismo. Sus tres años de juvenil estancia en el ubérrimo Brasil, le invitan a conocer técnicas modernas y a iniciarse en el modelado. Imprime luminosidad a sus lienzos y esta singularidad continúa patentizándose en todas sus creaciones. Transido de nostalgia, el autodidacta Manuel Elorza, regresa a su añorado rincón natal y con tesón, pero sobre todo con honestidad, se consagra ante el caballete. En medio del casi de manchas infames y aberraciones e la época que difunden “la muerte del Arte” anticipada por

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Hegel, el impresionista eibarrés –residente en San Sebastián-, perpetúa en sus óleos, los angelus bidet, de la geografía eúskera. Cual laboriosa abeja creadora que intuye la proximidad del túnel invernal, Elorza liba también con premura, de estas blancas florerillas –nuestros caseríos-, salpiconadas sobre verdes de mil matices, o se extasía ante la danza marinera de unas frágiles chalupas… Porque es una verdad inexorable y entristecedora, que el País Vasco está cambiando de talante. Y antes de que sea tarde, Manuel Elorza, pintor itinerante y silencioso, desea embriagar su retina y volcar su corazón en el bien hacer plástico. Euskal-Errian cuenta en este artista, con otro de sus valiosos elementos, que ya ha encontrado el favor y el fervor que indudablemente se merece. Iñaki Linazasoro

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II - INTRODUCCION

1.) Cómo Conocí a Imanol Elorza Antes de entrar en materia, quiero poner las cosas en su sitio. Considero oportuno dar una explicación de cómo entré en contacto, con el pintor eibarrés, cuyas andanzas narro en estas páginas. Mi primera visita a Getaria no la motivó mi interés por las artes plásticas, precisamente, sino por otras inquietudes. En el transcurso de mi vida, varias veces me han confundido con otras personas. Sorpresivamente -casi siempre-, quienes se equivocan me tratan en forma exquisita, con mucha reverencia. Se comportan como si yo fuese un personaje y les dejo actuar, pues me desagrada contradecir a las personas. En otras palabras, me toman por alguien de mayor nivel. Pues bien; eso volvió a ocurrirme una noche en un restaurante de la Calle Fuenterrabia, en San Sebastián. Se acercó a mi mesa un caballero y me explicó que me había estado observando, con atención, mientras cenaba. Tenía la impresión –me dijo-de que yo era un amante de la buena mesa y quería saludarme. Supuse que el buen señor sería miembro de algún grupo de gastrónomos, tan abundantes en el País Vasco y quería mostrarme su solidaridad. Me preguntó si conocía Getaria y le contesté que no. “En ese caso –respondió-, debe Ud. ir a visitarla, porque es el lugar donde mejor se come en la zona”. Le manifesté que, lamentablemente, ya no disponía de tiempo, pues al día siguiente, al final de la tarde, nos

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íbamos a Paris. “Le da a Ud. el tiempo –contestó el servicial caballero-, pues Getaria se halla a sólo 30 kms. de San Sebastián. Le di las gracias por su gesto hospitalario y a la mañana siguiente tomé el autobús para Getaria. Mi claro propósito era comprobar si la calidad de su cocina, se correspondía con cuanto me había dicho y recomendado mi misterioso informante. El viaje no tuvo como objeto admirar pinturas y obras de arte, sino recrearme con las delicias culinarias que allí se ofertaban. Esa es la cruda verdad. La parada del autobús está en la carretera a la entrada del pueblo. De allí surgen dos calles paralelas, en cuesta descendente. Ambas conducen al mismo destino, al puerto. Tomamos la de la derecha y emprendimos la marcha cuesta abajo. La distancia es muy corta y pronto llegamos al muelle donde están amarrados los barcos de pesca. Continuamos nuestro paseo, a lo largo del muelle y en dirección al istmo donde finaliza. El muelle está bordeado de restaurantes y asadores, como era cerca del mediodía todavía no habían comenzado el servicio.

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En la gráfica aparece un trío de expertos asadores en plena faena, durante una fiesta en Getaria. El numeroso público espera degustar su delicioso pescado asado a la parrilla. Era temprano, sobre las doce del medio día y se nos planteaba un dilema. Los restaurantes y asadores del Puerto comenzaban el servicio, un poco más tarde y nos apremiaba el tiempo. Debíamos regresar a San Sebastián para tomar el tren a Paris. Decidimos acercarnos a la carretera, a la parada del autobús y optamos por la calle que no conocíamos. Subiendo y a mitad de camino, encontramos un asador, en la acera de la derecha. Expusimos al dueño nuestra premura y nuestra curiosidad y gentilmente nos ofrecieron servirnos. Se imponía probar la especialidad de la casa: el besugo asado. El propio dueño se ocupó de prepararlo.

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En la calle tenía una parrilla de carbón, para asar sus productos: los besugos y los chuletones. Me acerqué de curioso a ver como actuaba el parrillero. Dispuso el besugo sobre los hierros de la parrilla y de vez en cuando, lo rociaba con un líquido lechoso que tenía en una botella. No pude controlarme y le dije que nunca había visto asar el besugo de esa forma. Ante mi impertinente comentario, el asador, reaccionó como un vasco. No le concedió importancia a mi salida de tono. Se limitó a decirme lo siguiente, en forma muy circunspecta. “El Señor –dijo-, prueba mi besugo y después, el Señor opina cual le gusta más. El que el Señor había comido antes, o este que estoy preparando para el Señor”. Me quedé callado. Él terminó su faena en la parilla. Se llevó el besugo a la cocina, le quitó las espinas, le agregó unos ajos fritos y lo sirvió. En verdad, jamás había probado bocado semejante. ¡Cuán distinto ese besugo a los de antes! Aquel día recibí una lección de humildad y no la he olvidado nunca. Hasta ese memorable momento, mi pobre experiencia en materia de “Besugo Asado”era precaria. Sólo conocía la modalidad de tratarlo, en una cazuela de barro refractario. En Madrid, se encargaban de prepararlo unos expertos en el tema de asados, en las tahonas. Usualmente, asaban besugos, perniles de cerdo, lechones, corderos y piernas de ternera Constituía un plato de rigor ciertos días del año, en particular en las fiestas navideñas. Cuando tenía diez años lo comí, una vez, en un Restaurante muy famoso en Santander, llamado “Casa del Alcalde”. Se