Imagen de Extremadura: Castillos Extremeños

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espacios En los institutos extremeños, en los años 60-70, se explicaba que Castilla era tierra de castillos y tú soñabas con recorrer esas tierras para revivir batallas y leyendas. Pero al hacerte mayor descubriste que te habían engañado: los castillos estaban aquí, en Extremadura, y para viajar a la Edad Media solo tenías que salir a dar un paseo por los alrededores de tu pueblo. SESENTA Y NUEVE MANERAS DE VIAJAR POR LA EDAD MEDIA Texto: J. R. Alonso de la Torre Fotos: Pedro Uranga Castillo de la Arguijuela, cerca de Cáceres 54 54

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Recorrido por los castillos de Extremadua

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En los institutos extremeños, en los años 60-70, se explicaba que Castilla era tierra de castillos y tú soñabas con recorrer esas tierras para revivir batallas y leyendas. Pero al hacerte mayor descubriste que te habían engañado: los castillos estaban aquí, en Extremadura, y para viajar a la Edad Media solo tenías que salir a dar un paseo por los alrededores de tu pueblo.

SESENTA Y NUEVE MANERAS DE VIAJAR POR LA EDAD MEDIA

Texto: J. R. Alonso de la TorreFotos: Pedro Uranga

Castillo de la Arguijuela, cerca de Cáceres5454

Page 2: Imagen de Extremadura: Castillos Extremeños

Extremadura es el paraíso de

los castillos. No

sabemos de ninguna otra región europea donde se

puedan encontrar en dos provincias sesenta y nueve

castillos con entidad propia, con sus murallas, sus al-

menas, sus torres del homenaje y un horizonte infinito

a sus pies. De ellos, cuarenta y dos se mantienen en

magnífico estado, es decir, además del aspecto exterior

imponente y evocador, conservan estupendamente sus

patios, salones, escalinatas y rondas. Esos cuarenta y

dos castillos conformarán en breve una Red Extremeña

de Castillos Visitables: importantes inversiones de la Jun-

ta de Extremadura los harán accesibles y los restaurarán

con rigor. Algunos de ellos, pocos, son de titularidad

privada (Monroy, Salvatierra) o semipública (paradores

de Zafra y Jarandilla o la futura hospedería de Alburquer-

que), pero la gran mayoría son públicos.

Extremadura es el paraíso de los castillos. No sabemos de ninguna otra región europea donde se puedan encontrar tantos con entidad propia. Con sus murallas,

sus almenas, sus torres del homenaje y un horizonte infinito a sus pies

Torre del castillo de Feria

Interior del castillo de la Arguijuela, habilitado para celebraciones

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En Extremadura hay castillos árabes y cristianos. Para distinguirlos, lo mejor es fijarse en su ubicación: si miran al sur o están en la orilla norte de un río

(Plasencia) se trata de fortalezas levantadas por cristianos para protegerse de las incursiones árabes; si se orientan defensivamente hacia el norte u ocu-

pan la orilla sur de los ríos (Monfragüe) es que fueron los musulmanes quienes los levantaron, cuidándose de los ataques de castellanos y leoneses.

En Extremadura hay castillos humildes y entrañables como los de Medina de las Torres, Arcos, Villagarcia, Villalba, Higuera de Vargas, Capilla, Orellana,

Mirabel o Santa Cruz de la Sierra. Y fortalezas sólidas y orgullosas que realzan las ciudades: Badajoz, Cáceres, Trujillo, Jerez, Fregenal, Llerena, Olivenza

o Valencia de Alcántara. Hay castillos de trazas palaciegas y sosiego de bella durmiente como los de las Herguijuelas en Cáceres, Granadilla, indolente

sobre el agua, o el de Piedrabuena, entre Alburquerque y San Vicente de Alcántara. Algunos se esconden y has de buscarlos cuando vas por la carre-

tera para distinguirlos a lo lejos: el de Azagala, yendo de Aliseda a Alburquerque, que se recorta muy lejos, en medio de la nada, o el de Montemolín,

que se descubre desde los altos de la Autovía de la Plata, entre Calzadilla y Monesterio. Otros, sin embargo, te saludan desde el final del horizonte

y te acompañan durante el viaje sin que tengas que esforzarte por encontrarlos: Alburquerque, omnipresente en gran parte del oeste de la región,

Belvís de Monroy, entreteniendo el viaje entre Navalmoral y Trujillo o Feria, que se ve desde Calamonte, al norte, y también desde Puebla de Sancho

Pérez, al sur, y, dicen, subido a su torre del homenaje de cuarenta metros uno puede distinguir Elvas en los días de nitidez. Porque los castillos son

Los mejores son los que se encuentran fuera de las rutas turísticas: castillos solitarios, silenciosos, fortalezas que te envuelven, te trasladan, te trans-portan en un soplo a ese mundo de ensoñaciones medievales que en tu infancia situabas en tierras lejanas y después descubriste ahí al lado

Castillo de Jerez de los Caballeros

Castillo de ArguijuelaCastillo de Feria

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lugares desde los que se ve mucho y los veci-

nos de los pueblos con castillo presumen de

horizonte inabarcable. Si hubiera que hacer

una antología de castillos con vistas, además

de los reseñados, habría que destacar Alan-

ge, Azuaga, Burguillos, Zalamea o Cabañas

del Castillo.

Los castillos del norte son más grises e in-

quietantes (Eljas, Trevejo, Almenara, Valverde

de la Vera), los del sur parecen más lumino-

sos y dorados (Medellín, Magacela, Segura

de León). Cada castillo extremeño tiene su

aquel. El de Almorchón te noquea: se yer-

gue de improviso circulando hacia Cabeza

del Buey y te parece imposible que en ese

peñasco insolente alguien decidiera vivir en

tiempos idos y en cualquier tiempo. La torre

del de Floripes, emergiendo de las aguas del

pantano de Alcántara, resulta inquietante,

tan envuelta en nieblas y leyendas templa-

rias. Aunque para misterios y estremecimien-

tos, nada mejor que el castillo de Arroyo de

la Luz, lleno de tumbas y con su semana vera-

niega de cine de terror. Hay otro castillo con

tumbas en la vecindad, es el de Nogales: los

treinta y cinco metros de su torre del home-

naje se asoman al cementerio local, donde

están, sin duda, las tumbas con mejores vis-

tas de Extremadura.

Cada uno tiene su florilegio personal de castillos. Los mejo-

res son los que se encuentran fuera de las rutas turísticas:

castillos solitarios, silenciosos, fortalezas que te envuelven,

te trasladan, te transportan en un soplo a ese mundo de en-

soñaciones medievales que en tu infancia situabas en tierras

lejanas y después descubriste ahí al lado. Subir al castillo de

Santibáñez el Alto es perderse definitivamente en un tiempo

sin tiempo. La fortaleza no es ningún primor arquitectónico ni

conserva defensas espectaculares, pero se muestra tan since-

ra, tan cotidiana, tan viva… Aún se celebran en ella corridas

de toros de las que nadie habla y festejos entrañables que casi

nadie conoce. Bajando hacia el sur, te encuentras el castillo de

Portezuelo, en la carretera de toda la vida de Coria al pantano

de Alcántara. Allí arriba te conviertes en señor del desfiladero,

en recuperador de infancias… Aquellas vistas semanales a tus

abuelos en Ceclavín, cuando el paso bajo el castillo de Porte-

zuelo se convertía en el momento más emocionante del viaje y

en un instante semanal para la duda: “¿Por qué mis profesores

hablan tanto de los castillos de Castilla y ninguno se refiere a

los castillos de aquí?”

Castillos, fortalezas, alcazabas, alcázares, ciudades amuralla-

das… Como Galisteo: perímetro completamente rodeado

de muros, geometría perfecta de almenas, puertas, adarves,

paseo de ronda… Galisteo, escenario de lujo para la narra-

tiva épica… Y Puebla de Alcocer, con las mejores vistas a la

inmensidad… Y Casas de Reina, la alcazaba que extasia… Y

Segura de León, la fortaleza apacible… Y Peñafiel, Alcántara,

Brozas y Alconchel, los castillos de la frontera… Y Grimaldo y

Almaraz, los torreones… Extremadura, sesenta y nueve casti-

llos para viajar a la Edad Media o, simplemente, para viajar.