III Domingo de Cuaresma ciclo C

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Estamos ya en el

tercer domingo de

Cuaresma. Vamos

subiendo la escalada

cuaresmal en oración

y confianza en Dios

para llegar más

limpios a la cumbre

pascual.

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En el camino hay dificultades, pero tenemos que

seguir avanzando. A veces queremos ir por

caminos que no van rectos hacia la Pascua.

Por eso

debemos

convertirnos,

que significa

cambiar.

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Convertirse es cambiar

de mentalidad y de

vida. Es poner en

práctica lo que Jesús

nos va enseñando. Es

tomar en serio los

mandatos de Jesús,

sus enseñanzas, sobre

todo el mandamiento

del amor.

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Debemos cambiar de mentalidad, porque muchas veces

le hacemos pequeño a Dios, porque le queremos hacer

como somos nosotros. Si nosotros somos vengativos,

queremos que Dios sea también vengativo y por eso le

echamos la culpa de las cosas malas que suceden.

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Hoy el evangelio nos habla de esto y nos enseña

algunas características de cómo debe ser nuestra

relación para con Dios. Dice así en el evangelio de

san Lucas al principio del capítulo 13:

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En una ocasión, se presentaron algunos a

contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre

vertió Pilato con la de los sacrificios que

ofrecían. Jesús contestó: ¿Pensáis que esos

galileos eran más pecadores que los demás

galileos, porque acabaron así? Os digo que

no; y si no os convertís, todos pereceréis lo

mismo. Y aquellos dieciocho que murieron

aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis

que eran más culpables que los demás

habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y

si no os convertís, todos pereceréis de la

misma manera.

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El hecho es que hay

muchas cosas que

nos disgustan en

esta vida. Hay cosas

malas que vemos

claramente que

provienen de la

maldad humana:

Pilato quizá se

excedió; pero la

verdad es que hay

personas malas,

guerrilleros,

terroristas…

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A estas maldades Jesús añade otras maldades de la

naturaleza, terremotos, riadas, huracanes, etc. Algo de

esto sucedió con aquella torre. El hecho es que hay

sufrimientos, donde parece que el hombre no tiene la

culpa.

Y

además

los que

más

sufren

son los

pobres.

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¡Cuánto mejor viviríamos, aun en lo

material, si se practicase de verdad el

mandamiento del amor!

Muchas

catástrofes

provienen de la

mala voluntad

del hombre:

guerras,

drogas,

libertinaje, etc.

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¿Por qué Dios

permite el dolor

de los inocentes

y el aparente

triunfo de los

malvados; y el

hecho de que los

ricos sean cada

vez más ricos y

los pobres cada

vez más pobres?

Y se siguen

preguntando.

Y la gente se pregunta: ¿Por qué Dios permite tanto

sufrimiento?

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La gente se pregunta porqué Dios ha

permitido que existiera el mal.

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Porqué hizo al hombre si sabía

que se le iba a fallar.

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Porqué deja a la guerra que

destruya en un instante la humanidad,

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y no arranca el odio sembrando en

esta tierra una hermosa paz.

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Porqué le

hace al

rico que

tenga

cada día

más,

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y no mira al

pobre que se

muere por falta

de pan.

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Pero ¿Quién soy yo para decirle

“esto es malo” a Dios?

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¿Para decirle que se equivocó?

¡Qué malo soy yo!

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Pero ¿Quién

soy yo para

decirle “esto

es malo” a

Dios?

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¿Para decirle que se equivocó?

¡Qué malo soy yo!

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Lo cierto es que Dios hizo todo bien. No es el creador del

mal y del sufrimiento. Dios en su infinita bondad pensó

hacernos a nosotros para que fuésemos eternamente

felices.

Y esto

sólo

puede ser

teniendo

una

relación

de amor

con Él y

con todas

las demás

criaturas.

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Pero resulta que

para que el amor

sea amor, debe ser

totalmente libre. Y

esa es la mayor

grandeza que tiene

el ser humano por

encima de las

demás criaturas: la

libertad.

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Claro, la libertad es un bien, pero es también un

riesgo. Es como unos padres que quieren tener

un hijo.

Esperan que haya una comunicación feliz de amor; pero

corren el riesgo de que el hijo les salga rebelde y se

levante contra ellos.

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Con la libertad vamos fraguando nuestro porvenir

eterno. Lo terrible es que hay muchas personas a

quienes les parece que esta vida es el final y sólo

hablan en términos de bien o mal para esta vida, que es

tan pasajera y tan pequeña comparada con la eternidad.

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Sabemos, y lo decimos muchas veces, que para que la

vida eterna sea feliz, nos la tenemos que ganar con

méritos propios. De otra manera no sería feliz. Por eso

tenemos que aprovechar el tiempo de esta vida terrena,

que es como una especie de cuaresma preparatoria para

la gran Pascua.

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Existe otro gran

problema con esto de la

libertad. Suele suceder

que, si Dios nos da

alegrías y

satisfacciones terrenas,

no las aprovechamos

para acercarnos a Dios,

sino que muchas veces

suelen ser las

calamidades las que

nos acercan a Dios, que

es lo esencial.

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Por eso nos es muy difícil juzgar cuál es en realidad lo

bueno y lo malo para nosotros, porque tenemos un

campo visual muy pequeño, mirando sólo estos pocos

años de vida, en comparación con el campo eterno de

Dios que mira lo que nos conviene de una manera total.

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Esto no es para que

admitamos el

sufrimiento sin más,

sino para que

aprovechemos lo

que tenemos, pues

para aquel que ama

a Dios todo le sirve

(o le debe servir)

para amar más a

Dios y hacer el bien

entre los hermanos.

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Dios no quiere la muerte del pecador sino que se

convierta y viva. Dios quiere que aprovechemos todas las

circunstancias de la vida para reavivar el espíritu, para

cambiar.

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Si no lo aprovechamos,

hallaremos una muerte

peor que los aplastados

por la torre o muertos por

Pilato. Ese es un pequeño

ejemplo de lo que nos

puede pasar en términos

de visual amplia de Dios.

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También hoy se nos invita a que en medio de la

actividad tengamos paciencia. En el evangelio, en la 2ª

parte, se nos expone un ejemplo del buen uso de la

libertad, que está unida con la paciencia y misericordia

de Dios. Dice así:

Y les dijo esta parábola: "Uno tenía una higuera

plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo

encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años

llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo

encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en

balde? Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía

este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a

ver si da fruto. Si no, la cortas". (Lc 13, 6-9).

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La higuera era como un símbolo del

pueblo de Dios y puede ser también el

símbolo de cada uno de nosotros. Dios

viene a buscar frutos un año y otro y a

veces no encuentra.

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Y tiene paciencia. Si fuese un ser humano, como

nosotros, lo arrancaría enseguida; pero quiere frutos y

espera, tiene paciencia. Espera a ver si vamos

cambiando, si nos convertimos.

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Nosotros debemos imitar la paciencia de Dios,

en nuestra trato de unos con otros, como el

labrador que debe esperar su tiempo a que

llegue el fruto.

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Como el labrador espera llegue el grano,

debes mantener abiertas tu las manos.

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Procura que el tiempo no te

haga olvidar que a cada día

bástale su afán.

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Ten paciencia, hermano.

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Page 43: III Domingo de Cuaresma ciclo C

Qué grande es la paciencia de Dios con su

pueblo, según nos lo describe la Biblia. Y ¡Qué

paciencia la de Dios para con nosotros! Porque

es infinita su misericordia. Alguna vez actúa de

forma extraordinaria y maravillosa.

Como el

suceso que hoy

nos describe la

1ª lectura,

esencial en la

historia de

Israel.

Éxodo 3, 1-8a. 13-15

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En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró,

sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta

llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una

llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.

Moisés se dijo: “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver

cómo es que no se quema la zarza.” Viendo el Señor que Moisés se

acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: "Moisés, Moisés.“ Respondió él:

"Aquí estoy.“ Dijo Dios: "No te acerques; quítate las sandalias de los pies,

pues el sitio que pisas es terreno sagrado.“ Y añadió: "Yo soy el Dios de tus

padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.“ Moisés se

tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: "He visto la opresión

de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he

fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos

de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana

leche y miel.“ Moisés replicó a Dios: "Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El

Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros.“ Si ellos me preguntan

cómo se llama, ¿qué les respondo?“ Dios dijo a Moisés: "Soy el que soy";

esto dirás a los israelitas: "'Yo-soy' me envía a vosotros".“ Dios añadió: "Esto

dirás a los israelitas: "Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de

Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi

nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación".

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Este es un momento importante en la historia de la

salvación de los israelitas, que es al mismo tiempo un

ejemplo o anuncio de la salvación de la humanidad.

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En este año “de la

misericordia” es

poner de relieve que,

aunque Dios desea

que nos salvemos

usando nuestra

libertad, aparece

alguna vez de forma

grandiosa la

misericordia de Dios

en la vida de cada uno

como en la de cada

sociedad.

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Por eso, como salmo

responsorial

respuesta a esa gran

misericordia de Dios,

decimos repetidas

veces: “El Señor es

compasivo y

misericordioso”.

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El Señor

es

compasivo

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y mi-

seri-

cor-

dio-

so.

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y miseri-

cordioso.

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El

Señor

es

compa-

sivo

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y

misericor-

dioso.

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Page 60: III Domingo de Cuaresma ciclo C

Esta página hermosa de la Biblia nos va

describiendo cómo es Dios.

1) Dios es el que VE.

Pero no el que ve

como un policía, que

mira para castigar, si

es necesario. Ni es

como un espectador

divertido. Es el que

mira con interés y

con amor: “He

conocido las

angustias de este

pueblo”.

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Dios es el que

mira con amor y

ha visto las

angustias de su

pueblo. Dios es

el que se deja

interpelar por lo

que sucede; el

que se

apasiona y

busca

soluciones

positivas.

Page 62: III Domingo de Cuaresma ciclo C

2) Dios es el

que OYE. A

veces nos

quejamos de

que Dios no nos

oye. Parece que

nuestras

oraciones no le

llegan, como si

estuviera sordo

o se durmiera

de vez en

cuando.

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Así les decía el profeta Elías a los profetas de

Baal: que gritasen más, pues quizá se había ido

lejos. Claro, Baal era un ídolo fabricado y no

podía oír.

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Dios sí oye el clamor. Dios escucha hasta el

último suspiro, hasta la más íntima y oculta

llamada del corazón. Y cuando escucha, se

conmueve y determina bajar para librarnos.

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Muchas veces

no se percibe

esta bajada

amorosa, porque

quizá estamos

llenos de ideas

materialistas y

buscamos lo que

no nos conviene

para nuestro

bien total.

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Es muy difícil

comprender el

sufrimiento

humano con

relación a Dios.

Pero Dios bajó

para hacerse niño

por nosotros y

murió en la cruz

sufriendo con

nosotros y por

nosotros.

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Y sigue mostrando

su amor con

nosotros. Nos

llama por el

nombre. Para los

israelitas el

nombre era algo

muy personal. Y

decir el nombre

era signo de

amistad. Es como

adentrarse en esa

persona.

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Es muy difícil poner un nombre o una figura a

Dios que le cuadre perfectamente, porque Dios

siempre es más. Hoy aparece como fuego: un

fuego que enciende y purifica, pero no destruye.

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Dios es un fuego que da alegría, un fuego

purificador, Dios es una hoguera infinita de amor

y quiere que todo arda en ese amor. Por eso el

Espíritu Santo en Pentecostés se presentó como

fuego.

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Pero Dios no es un

ser independiente

de nosotros, sino

que vive en nuestra

propia entraña y en

los montes y los

ríos y en todo el

universo.

Hoy, al requerimiento de

Moisés, Dios le dice el

nombre con el que desea

ser nombrado: “Yo soy”.

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Terminamos hoy

acentuando , para

que se meta en

nuestro corazón,

este nombre de

Dios “Yo soy”, que

indica el ser que

está por encima de

todo lo creado.

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Pero también

indica que está tan

dentro de nosotros

que, aunque en

esta vida no lo

podamos llegar a

entender, Dios

quiere que

lleguemos lo más

posiblemente a

participar de su

esencia, que es

misericordia hacia

la humanidad.

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se

llama a

mismo

mi

Señor.

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se llama

a sí

mismo

mi Señor.

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Yo Soy

y quiere

que sea

con él,

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Mi

Dios,

mi

Señor,

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no

entiendo

tus cosas

ni aun

con fe.

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no

entiendo

tus cosas

ni aun

con fe.

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Seré

de ti,

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si asumo en

mi alma tu

mismo ser.

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A

M

É

N