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documentación

IGLESIA DE LA EXALTACIÓN

JUNIO - AGOSTO 2016 Año XLIII

502504

Entrega de premio Carlomagno al Papa Francisco

Viaje a Lesbos (Grecia)

DE LA SANTA CRUZ

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ÍNDICE

2015-6-7-29 Entrega de los premios Carlo Magno .................................. 1.Discurso del Santo Padre Francisco

VIAJE A LESBOS (GRECIA)

2015-6-7-30 Visita a los refugiados ........................................................... 8.Ieronymos II, Bartolome I,Francisco

2015-6-7-30 Declaración conjunta .......................................................... 1.2.Ieronymos II, Bartolome I,Francisco

2015-6-7-30 Memoria de las víctimas de las migraciones ..................... 1.4.Discurso del Santo Padre Francisco

2015-6-7-30 Vuelo de regreso .................................................................. 1.7.Entrevista al Santo Padre Francisco

AUDIENCIAS GENERALES ACERCA DE LA FAMILIA

2015-10-11-49 Alianza crucial ..................................................................... 2.3.Audiencia general 16 de septiembre de 2015.

2015-10-11-50 Nueva alianza: hombre y mujer para colonizar el mundo 2.5.Audiencia general 23 de septiembre de 2015.

2015-10-11-51 Para reconstruir un puente ................................................. 2.7.Audiencia general 30 de septiembre de 2015.

Publicación de la Iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz

BOLETÍN INFORMATIVO-SERVICIO DE DOCUMENTACIÓNDirector: D. JOSÉ RIPOLL, Espoz y Mina, 1.8.. 5.0003. ZARAGOZATfno.: 97.6 3.93.07.8.Depósito legal Z-7.5.8.-1.97.3.. Nº Registro 2.5.2.8.-2.5.-4.3.-1..CON LICENCIA ECLESIÁSTICAhttp://www.iglesia-santacruz.orgCorreo electrónico: [email protected]: Sistemas de impresión, S.L. Pol. Ind. “El Portazgo” naves 5.1.-5.2.. Zaragoza

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Ilustres señoras y señores:

Les doy mi cordial bienvenida y gra-cias por su presencia. Agradezco espe-cialmente sus amables palabras a los señores Marcel Philipp, Jürgen Lin-den, Martin Schulz, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk. Deseo reiterar mi intención de ofrecer a Europa el prestigioso premio con el cual he sido honrado: no hagamos un gesto cele-brativo, sino que aprovechemos más bien esta ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado Continente.

La creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa. En el siglo pasado, ella ha dado testi-monio a la humanidad de que un nuevo comienzo era posible; después de años de trágicos enfrentamientos, que culminaron en la guerra más terri-

ble que se recuerda, surgió, con la gracia de Dios, una novedad sin prece-dentes en la historia. Las cenizas de los escombros no pudieron extinguir la esperanza y la búsqueda del otro, que ardían en el corazón de los padres fundadores del proyecto europeo. Ellos pusieron los cimientos de un baluarte de la paz, de un edificio cons-truido por Estados que no se unieron por imposición, sino por la libre elec-ción del bien común, renunciando para siempre a enfrentarse. Europa, des-pués de muchas divisiones, se encon-tró finalmente a sí misma y comenzó a construir su casa.

Esta «familia de pueblos»[1], que entretanto se ha hecho de modo meri-torio más amplia, en los últimos tiem-pos parece sentir menos suyos los muros de la casa común, tal vez levan-tados apartándose del clarividente proyecto diseñado por los padres.

1.

Presentación

En este número del Servicio de Documentación recogemos el discuso del Santro Padre en la entrega de los premios Carlomagno, también se incluyen diversas intervenciones durante el viaje del Papa a Lesbos donde coincidió con el Arzobispo de Atenas y de toda Grecia y con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Concluimos la punlicaciónes con una nueva entrega de Audiencias generales acerca de la familia.

ENTREGA DE LOS PREMIOS CARLOMAGNODiscurso Del santo PaDre Francisco

Sala Regia, viernes 6 de masyo de 2016

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2.

Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados; nosotros, los hijos de aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo que nos es útil y pensando en construir recintos parti-culares. Sin embargo, estoy convenci-do de que la resignación y el cansancio no pertenecen al alma de Europa y que también «las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad»[2].

En el Parlamento Europeo me permi-tí hablar de la Europa anciana. Decía a los eurodiputados que en diferentes partes crecía la impresión general de una Europa cansada y envejecida, no fértil ni vital, donde los grandes idea-les que inspiraron a Europa parecen haber perdido fuerza de atracción. Una Europa decaída que parece haber perdido su capacidad generativa y creativa. Una Europa tentada de que-rer asegurar y dominar espacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación; una Europa que se va «atrincherando» en lugar de pri-vilegiar las acciones que promueven nuevos dinamismos en la sociedad; dinamismos capaces de involucrar y poner en marcha todos los actores sociales (grupos y personas) en la bús-queda de nuevas soluciones a los pro-blemas actuales, que fructifiquen en importantes acontecimientos históri-cos; una Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre gene-radora de procesos (cf. Evangelii gau-dium, 223).

¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?

El escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de exterminio nazis, decía que hoy en día es imprescindible realizar una «transfusión de memoria». Es necesario «hacer memoria», tomar un poco de distancia del presente para escuchar la voz de nuestros antepasa-dos. La memoria no sólo nos permiti-rá que no se cometan los mismos errores del pasado (cf. Evangelii gau-dium, 108), sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a nues-tros pueblos a superar positivamente las encrucijadas históricas que fueron encontrando. La transfusión de memoria nos libera de esa tendencia actual, con frecuencia más atractiva, a obtener rápidamente resultados inme-diatos sobre arenas movedizas, que podrían producir «un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana» (ibíd. 224).

A este propósito, nos hará bien evocar a los padres fundadores de Europa. Ellos supieron buscar vías alternativas e innovadoras en un contexto marca-do por las heridas de la guerra. Ellos

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tuvieron la audacia no sólo de soñar la idea de Europa, sino que osaron trans-formar radicalmente los modelos que únicamente provocaban violencia y destrucción. Se atrevieron a buscar soluciones multilaterales a los proble-mas que poco a poco se iban convir-tiendo en comunes.

Robert Schuman, en el acto que muchos reconocen como el nacimien-to de la primera comunidad europea, dijo: «Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto: se hará gra-cias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho»[3]. Precisamente ahora, en este nuestro mundo atormentado y herido, es necesario volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosi-dad concreta que siguió al segundo con-flicto mundial, porque —proseguía Schuman— «la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan»[4]. Los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros. Parecen expresar una ferviente invitación a no contentarse con reto-ques cosméticos o compromisos tor-tuosos para corregir algún que otro tratado, sino a sentar con valor bases nuevas, fuertemente arraigadas. Como afirmaba Alcide De Gasperi, «todos animados igualmente por la preocupa-ción del bien común de nuestras patrias europeas, de nuestra patria Europa», se comience de nuevo, sin

miedo un «trabajo constructivo que exige todos nuestros esfuerzos de paciente y amplia cooperación»[5].

Esta transfusión de memoria nos per-mite inspirarnos en el pasado para afrontar con valentía el complejo cua-dro multipolar de nuestros días, acep-tando con determinación el reto de «actualizar» la idea de Europa. Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacida-des: la capacidad de integrar, capaci-dad de comunicación y la capacidad de generar.

Capacidad de integrar

Erich Przywara, en su magnífica obra La idea de Europa, nos reta a considerar la ciudad como un lugar de conviven-cia entre varias instancias y niveles. Él conocía la tendencia reduccionista que mora en cada intento de pensar y soñar el tejido social. La belleza arrai-gada en muchas de nuestras ciudades se debe a que han conseguido mante-ner en el tiempo las diferencias de épocas, naciones, estilos y visiones. Basta con mirar el inestimable patri-monio cultural de Roma para confir-mar, una vez más, que la riqueza y el valor de un pueblo tiene precisamente sus raíces en el saber articular todos estos niveles en una sana convivencia. Los reduccionismos y todos los inten-tos de uniformar, lejos de generar valor, condenan a nuestra gente a una pobreza cruel: la de la exclusión. Y, más que aportar grandeza, riqueza y belleza, la exclusión provoca bajeza,

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pobreza y fealdad. Más que dar noble-za de espíritu, les aporta mezquindad.

Las raíces de nuestros pueblos, las raíces de Europa se fueron consoli-dando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas las culturas más diver-sas y sin relación aparente entre ellas. La identidad europea es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multi-cultural.

La actividad política es consciente de tener entre las manos este trabajo fun-damental y que no puede ser pospues-to. Sabemos que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas», por lo que se tendrá siempre que trabajar para «ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos» (Evangelii gaudium, 235). Estamos invitados a promover una integración que encuen-tra en la solidaridad el modo de hacer las cosas, el modo de construir la his-toria. Una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna, sino como generación de oportunida-des para que todos los habitantes de nuestras ciudades —y de muchas otras ciudades— puedan desarrollar su vida con dignidad. El tiempo nos enseña que no basta solamente la integración geográfica de las personas, sino que el reto es una fuerte integración cultural.

De esta manera, la comunidad de los pueblos europeos podrá vencer la ten-tación de replegarse sobre paradigmas unilaterales y de aventurarse en «colo-nizaciones ideológicas»; más bien

redescubrirá la amplitud del alma europea, nacida del encuentro de civi-lizaciones y pueblos, más vasta que los actuales confines de la Unión y llama-da a convertirse en modelo de nuevas síntesis y de diálogo. En efecto, el rostro de Europa no se distingue por oponerse a los demás, sino por llevar impresas las características de diversas culturas y la belleza de vencer todo encerramiento. Sin esta capacidad de integración, las palabras pronunciadas por Konrad Adenauer en el pasado resonarán hoy como una profecía del futuro: «El futuro de Occidente no está amenazado tanto por la tensión política, como por el peligro de la masificación, de la uniformidad de pensamiento y del sentimiento; en breve, por todo el sistema de vida, de la fuga de la responsabilidad, con la única preocupación por el propio yo»[6].

Capacidad de diálogo

Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta: diálo-go. Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando por todos los medios de crear instancias para que esto sea posible y nos permita reconstruir el tejido social. La cultura del diálogo implica un auténtico aprendizaje, una ascesis que nos per-mita reconocer al otro como un inter-locutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que per-tenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado. Para nosotros, hoy es

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urgente involucrar a todos los actores sociales en la promoción de «una cul-tura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin sepa-rarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclu-siones» (Evangelii gaudium, 239). La paz será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo, les enseñemos la buena batalla del encuentro y la nego-ciación. De esta manera podremos dejarles en herencia una cultura que sepa delinear estrategias no de muerte, sino de vida, no de exclusión, sino de integración.

Esta cultura de diálogo, que debería ser incluida en todos los programas escolares como un eje transversal de las disciplinas, ayudará a inculcar a las nuevas generaciones un modo dife-rente de resolver los conflictos al que les estamos acostumbrando. Hoy urge crear «coaliciones», no sólo militares o económicas, sino culturales, educati-vas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve cómo, detrás de muchos conflictos, está en juego con frecuencia el poder de grupos econó-micos. Coaliciones capaces de defen-der las personas de ser utilizadas para fines impropios. Armemos a nuestra gente con la cultura del diálogo y del encuentro.

Capacidad de generar

El diálogo, y todo lo que este implica, nos recuerda que nadie puede limitar-

se a ser un espectador ni un mero observador. Todos, desde el más pequeño al más grande, tienen un papel activo en la construcción de una sociedad integrada y reconciliada. Esta cultura es posible si todos participa-mos en su elaboración y construcción. La situación actual no permite meros observadores de las luchas ajenas. Al contrario, es un firme llamamiento a la responsabilidad personal y social.

En este sentido, nuestros jóvenes des-empeñan un papel preponderante. Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu europeo. No podemos pensar en el mañana sin ofrecerles una participación real como autores de cambio y de transforma-ción. No podemos imaginar Europa sin hacerlos partícipes y protagonistas de este sueño.

He reflexionado últimamente sobre este aspecto, y me he preguntado: ¿Cómo podemos hacer partícipes a nuestros jóvenes de esta construcción cuando les privamos del trabajo; de empleo digno que les permita desarro-llarse a través de sus manos, su inteli-gencia y sus energías? ¿Cómo preten-demos reconocerles el valor de prota-gonistas, cuando los índices de desem-pleo y subempleo de millones de jóvenes europeos van en aumento? ¿Cómo evitar la pérdida de nuestros jóvenes, que terminan por irse a otra parte en busca de ideales y sentido de pertenencia porque aquí, en su tierra,

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no sabemos ofrecerles oportunidades y valores?

«La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral»[7]. Si queremos entender nues-tra sociedad de un modo diferente, necesitamos crear puestos de trabajo digno y bien remunerado, especial-mente para nuestros jóvenes.

Esto requiere la búsqueda de nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la economía social de mercado, alentada también por mis predecesores (cf. Juan Pablo II, Discur-so al Embajador de la R. F. de Alemania, 8 noviembre 1990). Pasar de una eco-nomía que apunta al rédito y al bene-ficio, basados en la especulación y el préstamo con interés, a una economía social que invierta en las personas creando puestos de trabajo y cualifica-ción.

Tenemos que pasar de una economía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo como ámbito donde las personas y las comunidades puedan poner en juego «muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valo-res, la comunicación con los demás,

una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racio-nalidad económica, es necesario que “se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo […] para todos”[8]» (Laudato si’,127).

Si queremos mirar hacia un futuro que sea digno, si queremos un futuro de paz para nuestras sociedades, sola-mente podremos lograrlo apostando por la inclusión real: «esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participa-tivo y solidario»[9]. Este cambio (de una economía líquida a una economía social) no sólo dará nuevas perspecti-vas y oportunidades concretas de inte-gración e inclusión, sino que nos abrirá nuevamente la capacidad de soñar aquel humanismo, del que Europa ha sido la cuna y la fuente.

La Iglesia puede y debe ayudar al rena-cer de una Europa cansada, pero toda-vía rica de energías y de potencialida-des. Su tarea coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima. Dios desea habitar entre los hombres, pero puede hacerlo solamente a través de hombres y mujeres que, al igual que los grandes evangelizadores del continente, estén tocados por él y vivan el Evangelio sin buscar otras cosas. Sólo una Iglesia rica en testigos podrá llevar de nuevo

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7.

el agua pura del Evangelio a las raíces de Europa. En esto, el camino de los cristianos hacia la unidad plena es un gran signo de los tiempos, y también la exigencia urgente de responder al Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21).

Con la mente y el corazón, con espe-ranza y sin vana nostalgia, como un hijo que encuentra en la madre Euro-pa sus raíces de vida y fe, sueño un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, valor y una sana y humana utopía»[10]. Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, por-que respeta la vida y ofrece esperanza de vida. Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improducti-vos de descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor com-promiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cul-tura y de una vida sencilla, no conta-minada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo sufi-cientemente estable. Sueño una Euro-

pa de las familias, con políticas real-mente eficaces, centradas en los ros-tros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía. Gracias.

[1] Discurso al Parlamento Europeo, Estras-burgo, 25 de noviembre de 2014.

[2] Ibíd.

[3] Declaración del 9 de mayo de 1950, Salón de l’Horloge, Quai d’Orsay, Paris

[4] Ibíd.

[5] Discurso a la Conferencia Parlamentaria Europea, París, 21 de abril de 1954.

[6] Discurso a la Asamblea de los artesanos alemanes, Düsseldorf, 27 de abril de 1952.

[7] Discurso a los movimientos populares en Bolivia, Santa Cruz de la Sierra, 9 de julio de 2015.

[8] Benedicto XVI, Carta. Enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.

[9] Discurso a los movimientos populares en Bolivia, Santa Cruz de la Sierra, 9 de julio 2015.

[10] Discurso al Consejo de Europa, Estras-burgo, 25 de noviembre de 2014.

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8.

SU BEATITUD IERONYMOS, ARZOBISPO DE ATENAS Y DE

TODA GRECIA

Con gran alegría recibo hoy en Lesbos al responsable de la Iglesia católica romana, el Papa Francisco.

Consideramos fundamental su pre-sencia en el territorio de la Iglesia de Grecia. Fundamental, porque juntos traemos ante el mundo, cristiano y no sólo, la actual tragedia de la crisis de refugiados.

Agradezco de corazón a Su Santidad y a mi amado hermano en Cristo, el patriarca ecuménico Bartolomé, que nos bendice con su presencia como primero de la Ortodoxia, uniéndose con su oración, para que la voz de las Iglesias pueda ser más fuerte y oída en todos los rincones del mundo civiliza-do.

Hoy unimos nuestras voces para con-denar el desarraigo, para denunciar

todas las formas de degradación de la persona humana.

Desde esta isla de Lesbos espero que comience un movimiento mundial de conciencia, para que quienes tienen en su mano el destino de las naciones cambien el rumbo actual y a cada hogar, a cada familia, a cada ciudada-no se les restituya la paz y la seguridad.

Lamentablemente, no es la primera vez que denunciamos las políticas que han conducido a estas personas a la actual situación de estancamiento.

Sin embargo perseveraremos hasta que no terminen la aberración y la degradación de la persona humana. No hace falta decir muchas palabras.

Sólo quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refu-giados es capaz de reconocer de inme-diato, en su totalidad, la «bancarrota» de la humanidad y la solidaridad mos-trada por Europa en los últimos años a estas personas, y no sólo a ellos.

VISITA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LESBOS (GRECIA)

VISITA A LOS REFUGIADOSDiscurso De su BeatituD ieronymos, arzoBisPo De atenas y De toDa Grecia, De su santiDaD Bartolomé, Patriarca ecuménico De cons-

tantinoPla y Del santo PaDre Francisco

Campo de refugiados de Moria, Lesbos, sábado 16 de abril de 2016

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Estoy orgulloso de los griegos que, a pesar de atravesar sus propias dificul-tades, están ayudando a los refugiados a hacer un poco menos pesado su calvario, a hacer un poco menos arduo su camino cuesta arriba.

La Iglesia de Grecia, y yo mismo, llo-ramos por las muchas almas perdidas en el Egeo.

Ya hemos hecho mucho y seguimos haciéndolo, cuanto nos permiten nuestras capacidades, para gestionar esta crisis de los refugiados.

Me gustaría concluir mi discurso con una petición, solamente una invita-ción, una sola provocación: que las agencias de las Naciones Unidas, utili-cen finalmente su gran experiencia y afronten esta trágica situación que estamos viviendo.

Espero que nunca más se vean niños arrastrados por las olas hasta las cos-tas del mar Egeo.

Espero verles pronto, sin preocupa-ciones, disfrutando de la vida.

SU SANTIDAD BARTOLOMÉ, PATRIARCA ECUMÉNICO DE

CONSTANTINOPLA

Queridos hermanos y hermanas, ama-dos jóvenes y niños, hemos venido

aquí para miraros a los ojos, escuchar vuestra voz y tomaros la mano. Hemos venido aquí para deciros que a noso-tros nos importáis. Hemos venido aquí porque el mundo no os ha olvida-do.

Junto con nuestros hermanos, el Papa Francisco y el arzobispo Jerónimo, estamos hoy aquí para expresar nues-tra solidaridad y nuestro apoyo al pueblo griego que os ha acogido y se ha preocupado por vosotros. Y esta-mos aquí para recordaros que —inclu-so cuando la gente os da la espalda— a pesar de todo «Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos» (Salmo 45, 2-3).

Sabemos que venís de zonas de gue-rra, de hambre y sufrimiento. Sabe-mos que vuestro corazón está lleno de preocupación por vuestras familias. Sabemos que buscáis un futuro más seguro y luminoso.

Hemos llorado viendo el mar Medite-rráneo convertirse en un cementerio para vuestros seres queridos. Hemos llorado viendo la compasión y la sen-sibilidad de la gente de Lesbos y de otras islas. No obstante, también hemos llorado viendo la dureza de corazón de nuestros hermanos y her-manas —vuestros hermanos y herma-nas— que han cerrado las fronteras y han mirado para otro lado.

Quien tiene miedo de vosotros no os ha mirado a los ojos. Quien tiene

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1.0

miedo de vosotros no ha visto vues-tros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que la digni-dad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo.

El mundo será juzgado por la forma en la que os haya tratado. Y todos seremos responsables del modo de responder a la crisis y al conflicto en las regiones de las que procedéis. El Mediterráneo no debería ser una tumba. Es un lugar de vida, un cruce de culturas y civilizaciones, un lugar de intercambio y de diálogo. Con el fin de descubrir su vocación original, el mare nostrum, y más particularmente el mar Egeo, donde estamos reunidos hoy, tiene que convertirse en un mar de paz.

Recemos para que los conflictos en Oriente Medio, que son la base de la crisis migratoria, cesen pronto y se restablezca la paz. Recemos por todas las personas de esta región. En parti-cular, nos gustaría evidenciar la dra-mática situación de los cristianos en Oriente Medio, así como la de las demás minorías étnicas y religiosas en la región, que requieren una acción urgente si no queremos verlas desapa-recer.

Prometemos que nunca os olvidare-mos. Nunca vamos a dejar de hablar por vosotros. Y os aseguramos que haremos todo lo posible para abrir los

ojos y los corazones del mundo.

La paz no es el fin de la historia. La paz es el inicio de una historia ligada al futuro. Europa debería saber esto mejor que cualquier otro continente. Esta hermosa isla, donde nos encon-tramos ahora, es sólo un punto en el mapa. Para domar el viento y el mar agitado Jesús, según Lucas, ordenó al viento que cesase justo cuando la barca en el que estaban él y sus discí-pulos estaba en peligro. Luego la calma siguió a la tormenta.

Dios os bendiga. Dios os guarde. Y Dios os fortalezca.

SU SANTIDAD EL PAPA FRAN-CISCO

Queridos hermanos y hermanas

He querido estar hoy con vosotros. Quiero deciros que no estáis solos. En estas semanas y meses, habéis sufrido mucho en vuestra búsqueda de una vida mejor. Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situa-ciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños. Habéis hecho grandes sacrificios por vuestras familias. Conocéis el sufrimiento de dejar todo lo que amáis y, quizás lo más difícil, no saber qué os deparará el futuro. Son muchos los que como

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1.1.

vosotros aguardan en campos o ciuda-des, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.

He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Ieronymos, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras his-torias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma. Como hom-bres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situa-ciones de necesidad trágica y verda-deramente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra huma-nidad común.

Dios creó la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros her-manos y hermanas sufre, todos esta-mos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algu-nos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprove-charse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis com-probado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesida-des a pesar de sus propias dificulta-des. También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros. Sí, todavía queda

mucho por hacer. Pero demos gra-cias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siem-pre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.

Este es el mensaje que os quiero dejar hoy: ¡No perdáis la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y enten-dernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que podáis intercam-biar mutuamente este don. A noso-tros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en nece-sidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es «todo misericordia». Es tam-bién una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudaros con aquel espíritu de fraternidad, soli-daridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.

Queridos hermanos y hermanas, que Dios os bendiga a todos y, de modo especial, a vuestros hijos, a los ancia-nos y aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Os abrazo a todos con afecto. Sobre vosotros y quienes os acompañan, invoco los dones divinos de fortaleza y paz.

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1.2.

Nosotros, el Papa Francisco, el Patriar-ca Ecuménico Bartolomé y el Arzo-bispo de Atenas y de Toda Grecia Ieronymos, nos hemos encontrado en la isla griega de Lesbos para manifes-tar nuestra profunda preocupación por la situación trágica de los numero-sos refugiados, emigrantes y deman-dantes de asilo, que han llegado a Europa huyendo de situaciones de conflicto y, en muchos casos, de ame-nazas diarias a su supervivencia. La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecu-ción y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos funda-mentales.

La tragedia de la emigración y del des-plazamiento forzado afecta a millones de personas, y es fundamentalmente una crisis humanitaria, que requiere una respuesta de solidaridad, compa-sión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos. Desde Lesbos, nosotros hacemos un llamamiento a la comunidad interna-cional para que responda con valentía, afrontando esta crisis humanitaria masiva y sus causas subyacentes, a través de iniciativas diplomáticas, polí-

ticas y de beneficencia, como también a través de esfuerzos coordinados entre Oriente Medio y Europa.

Como responsables de nuestras res-pectivas Iglesias, estamos unidos en el deseo por la paz y en la disposición para promover la resolución de los conflictos a través del dialogo y la reconciliación. Mientras reconocemos los esfuerzos que ya han sido realiza-dos para ayudar y auxiliar a los refugia-dos, los emigrantes y a los que buscan asilo, pedimos a todos los líderes polí-ticos que empleen todos los medios para asegurar que las personas y las comunidades, incluidos los cristianos, permanezcan en su patria y gocen del derecho fundamental de vivir en paz y seguridad. Es necesario urgentemente un consenso internacional más amplio y un programa de asistencia para sos-tener el estado de derecho, para defen-der los derechos humanos fundamen-tales en esta situación que se ha hecho insostenible, para proteger las mino-rías, combatir la trata y el contrabando de personas, eliminar las rutas insegu-ras, como las que van a través del mar Egeo y de todo el Mediterráneo, y para impulsar procesos seguros de reasentamiento. De este modo podre-mos asistir a aquellas naciones que están involucradas directamente en auxiliar las necesidades de tantos her-manos y hermanas que sufren. Mani-

DECLARACIÓN CONJUNTADeclaración conjunta De su BeatituD ieronymos, arzoBisPo De

atenas y De toDa Grecia, De su santiDaD Bartolomé, Patriarca ecuménico De constantinoPla y Del santo PaDre Francisco

Campo de refugiados de Moria, Lesbos, sábado 16 de abril de 2016

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1.3.

festamos particularmente nuestra soli-daridad con el pueblo griego que, a pesar de sus propias dificultades eco-nómicas, ha respondido con generosi-dad a esta crisis.

Juntos imploramos firmemente por fin de la guerra y la violencia en Medio Oriente, una paz justa y duradera, así como el regreso digno de quienes fue-ron forzados a abandonar sus hogares. Pedimos a las comunidades religiosas que incrementen sus esfuerzos para recibir, asistir y proteger a los refugia-dos de todas las confesiones religiosas, y que los servicios de asistencia civil y religiosa trabajen para coordinar sus esfuerzos. Hasta que dure la situación de necesidad, pedimos a todos los países que extiendan el asilo temporal, ofrezcan el estado de refugiados a quienes son idóneos, incrementen las iniciativas de ayuda y trabajen con todos los hombres y mujeres de buena voluntad por un final rápido de los conflictos actuales.

Europa se enfrenta hoy a una de las más graves crisis humanitarias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para afrontar este desafío serio, hace-mos un llamamiento a todos los discí-pulos de Cristo para que recuerden las palabras del Señor, con las que un día seremos juzgados: «Porque tuve ham-bre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… Os ase-guro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,35-36.40).

Por nuestra parte, siguiendo la volun-tad de Nuestro Señor Jesucristo, deci-dimos con firmeza y con todo el corazón de intensificar nuestros esfuerzos para promover la unidad plena de todos los cristianos. Reitera-mos nuestra convicción de que «la reconciliación (entre los cristianos) significa promover la justicia social en todos los pueblos y entre ellos… Jun-tos queremos contribuir a que los emigrantes, los refugiados y los demandantes de asilo se vean acogi-dos con dignidad en Europa» (Charta Oecumenica, 2001). Deseamos cumplir la misión de servicio de las Iglesias en el mundo, defendiendo los derechos fundamentales de los refugiados, de los que buscan asilo político y los emi-grantes, como también de muchos marginados de nuestra sociedad.

Nuestro encuentro de hoy se propone contribuir a infundir ánimo y dar esperanza a quien busca refugio y a todos aquellos que los reciben y asis-ten. Nosotros instamos a la comuni-dad internacional para que la protec-ción de vidas humanas sea una priori-dad y que, a todos los niveles, se apo-yen políticas de inclusión, que se extiendan a todas las comunidades religiosas. La situación terrible de quienes sufren por la crisis humanita-ria actual, incluyendo a muchos de nuestros hermanos y hermanas cris-tianos, nos pide nuestra oración cons-tante.

Lesbos, 16 de abril de 2016

Ieronymos II Francisco Bartolomé I

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1.4.

Señor Jefe de Gobierno, Distinguidas Autoridades Queridos hermanos y hermanas:

Desde que Lesbos se ha convertido en un lugar de llegada para muchos emi-grantes en busca de paz y dignidad, he tenido el deseo de venir aquí. Hoy, agradezco a Dios que me lo haya con-cedido. Y agradezco al Presidente Paulopoulos haberme invitado, junto al Patriarca Bartolomé y al Arzobispo Ieronymos.

Quisiera expresar mi admiración por el pueblo griego que, a pesar de las graves dificultades que tiene que afrontar, ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas. Muchas per-sonas sencillas han ofrecido lo poco que tenían para compartirlo con los que carecían de todo. Dios recompen-sará esta generosidad, así como la de otras naciones vecinas, que desde el primer momento han acogido con gran disponibilidad a muchos emi-grantes forzados.

Es también una bendición la presencia generosa de tantos voluntarios y de numerosas asociaciones, las cuales, junto con las distintas instituciones públicas, han llevado y están llevando su ayuda, manifestando de una mane-ra concreta su fraterna cercanía.

Quisiera renovar hoy el vehemente llamamiento a la responsabilidad y a la solidaridad frente a una situación tan dramática. Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futu-ro.

La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es com-prensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias. Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentar-lo. Así será más consciente de deber-los a su vez respetar y defender. Por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, no han conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdu-gos infames.

Vosotros, habitantes de Lesbos, demostráis que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el

MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE LAS MIGRACIONES

encuentro con la PoBlación y con la comuniDaD católica

Puesto de la Guardia Costera, sábado 16 de abril de 2016

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1.5.

corazón de una humanidad que sabe reconocer por encima de todo al her-mano y a la hermana, una humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o des-pués, provocan enfrentamientos.

Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tie-rra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la pro-liferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conci-ben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los paí-ses, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia. En esta pers-pectiva, renuevo mi esperanza de que tenga éxito la primera Cumbre Huma-nitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes.

Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar

soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados. Y para ello es también indispensable la aportación de las Iglesias y Comunida-des religiosas. Mi presencia aquí, junto con el Patriarca Bartolomé y el Arzo-bispo Hieronymos, es un testimonio de nuestra voluntad de seguir coope-rando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de con-frontación, sino de crecimiento de la civilización del amor.

Queridos hermanos y hermanas, ante las tragedias que golpean a la humani-dad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indi-cado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servi-dor, y con su servicio de amor ha sal-vado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz. El servicio nos hace salir de nosotros mismos para cuidar a los demás, no deja que las personas y las cosas se destruyan, sino que sabe protegerlas, superando la dura costra de la indife-rencia que nubla la mente y el cora-zón.

Gracias a vosotros, porque sois los custodios de la humanidad, porque os hacéis cargo con ternura de la carne de Cristo, que sufre en el más pequeño de los hermanos, hambriento y foras-tero, y que vosotros habéis acogido (cf. Mt 25,35).

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1.6

MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE LAS MIGRACIONES

Oración

SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO

Dios de Misericordia, te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños que han muerto después de haber dejado su tierra, buscando una vida mejor. Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre, para ti cada uno es conocido, amado y predilecto. Que jamás los olvidemos, sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras.

Te confiamos a quienes han realizado este viaje, afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación, para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza. Así como tú no abandonaste a tu Hijo cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro, muéstrate cercano a estos hijos tuyos a través de nuestra ternura y protección. Haz que, con nuestra atención hacia ellos, promovamos un mundo en el que nadie se vea forzado a dejar su propia casa y todos puedan vivir en libertad, dignidad y paz.

Dios de misericordia y Padre de todos, despiértanos del sopor de la indiferencia, abre nuestros ojos a sus sufrimientos y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos. Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas a quienes llegan a nuestras costas. Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.

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1.7.

(Padre Lombardi)

Demos la bienvenida al Santo Padre, que viene para tener con nosotros una conversación después de este viaje, breve pero muy intenso. Vuelvo a leer el comunicado que han recibido, de manera que, si alguien no lo pudo escuchar o recibir en su teléfono, tenga ahora el texto completo. El Papa desea que sea claro todo su contenido.

«El Papa ha querido tener un gesto de acogida hacia los refugiados, trayendo consigo, en su mismo avión, tres familias de refugiados de Siria, 12 personas en total, de las cuales, 6 menores de edad. Se trata de personas que ya estaban presentes en los campos de Lesbos antes del acuerdo entre Europa y Turquía. La iniciativa del Papa se llevó a cabo a través de negociaciones de la Secretaría de Estado con las competentes autoridades griegas e italianas. Los miembros de las familias son todos musulmanes. Dos familias vienen de Damasco, y una de Deir Azzor, que es la zona ocupada por el Daesh. Sus casas fueron bombardeadas. La acogi-da y el mantenimiento de las familias serán asumidos por el Vaticano. La hospitalidad inicial está garantizada por la Comunidad de San Egidio».

Ahora damos inmediatamente la pala-bra a los colegas, pidiéndoles que se

limiten a hacer preguntas pertinentes al viaje, si bien el Papa, como sabe-mos, está siempre disponible con nosotros. La primera es Inés San Mar-tín de “Crux”.

(Papa Francisco)

Antes que nada, quiero darles las gra-cias por el trabajo de este día, que ha sido para mí muy fuerte, muy fuerte. Seguramente, también para ustedes.

Por favor, señora.

(Inés San Martín)

Santo Padre, espero que no le moleste, pero voy a hacerle dos preguntas sobre dos temas distintos. La primera es específicamente sobre el viaje. Este viaje se da luego de un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para tra-tar de solucionar la cuestión de los refugiados en Grecia. ¿A usted le parece que es un plan que puede fun-cionar o es sólo una cuestión política para tratar de ganar tiempo y ver qué se hace? La segunda pregunta, si me permite: Esta mañana usted se encon-tró con el candidato presidencial Ber-nie Sanders de los Estados Unidos, en Santa Marta. Quería preguntarle su sensación sobre el encuentro y si es su manera de intervenir en la política norteamericana.

VUELO DE REGRESOconFerencia De Prensa Del santo PaDre Durante el vuelo De

reGreso a roma

Sábado 16 de abril de 2016

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1.8.

(Santo Padre)

No, ante todo no existe ninguna espe-culación política porque esos acuerdos entre Turquía y Grecia yo no los conocía bien. Lo he visto en los dia-rios, pero es algo puramente humano [se refiere a la iniciativa de acoger un grupo de prófugos]. Es un hecho humanitario. Fue una inspiración que le vino hace una semana a un colabo-rador mío. Yo acepté en seguida, en seguida, porque vi que era el Espíritu quien hablaba. Todo se hizo según las reglas: estas personas vienen con documentos, los tres gobiernos –el Estado de la Ciudad del Vaticano, el Gobierno italiano y el Gobierno grie-go– han verificado todo, todo, y con-cedieron el visado. Los recibe el Vati-cano. Será el Vaticano, con la colabo-ración de la Comunidad de San Egi-dio, quien les busque un empleo, si se encuentra; o, en caso contrario, se encargará de su sustento. Son huéspe-des del Vaticano, y se añaden a las dos familias sirias que ya han sido acogidas por las dos parroquias vaticanas. Segundo. Esta mañana, cuando yo salía, allí estaba el Senador Sanders, que vino al Convenio de la Fundación Centesimus Annus. Sabía que yo me iba a aquella hora y tuvo la amabilidad de saludarme. Lo saludé, le di la mano a él, a su mujer y a otra pareja que estaba con él. Estaban alojados en Santa Marta, porque todos los miembros del convenio, excepto los dos Presidentes participantes, que creo se alojaban en sus embajadas, estaban hospedados en Santa Marta. Y cuando yo bajaba, él se presentó, me saludó, le di la mano y

nada más. Esta es buena educación. Se llama educación y no meterse en polí-tica. Y si alguien piensa que saludar sea meterse en política, le aconsejaría que mejor se buscara un psiquiatra.

(Padre Lombardi)

A continuación, la segunda pregunta la hace Franca Giansoldati, que cono-ce bien al Papa y que el Papa conoce bien.

(Papa Francisco)

Pero debe prepararse para Armenia.

(Franca Giansoldati)

Gracias, Santidad, usted habla mucho de “acogida”, pero tal vez muy poco de “integración”. Viendo lo que está sucediendo en Europa, sobre todo con este consistente flujo de inmi-grantes, nos damos cuenta que hay varias ciudades que tienen barrios-gueto… De todo esto, emerge clara-mente que a los inmigrantes musul-manes les resulta más difícil integrarse a nuestros valores, a los valores occi-dentales. Le quisiera preguntar, ¿no sería tal vez más útil para la integra-ción dar prioridad a la llegada de inmi-grantes no musulmanes? Y luego, ¿por qué usted hoy, con ese gesto tan her-moso y tan noble, ha favorecido a tres familias todas ellas musulmanas?

(Papa Francisco)

No hice ninguna selección entre cris-tianos y musulmanes. Estas tres fami-lias tenían los papeles en regla, los documentos en regla, y era factible. En la primera lista, por ejemplo, había

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1.9

dos familias cristianas, pero no tenían los documentos en regla. No se trata, pues, de un privilegio; estas doce per-sonas son también hijos de Dios. El “privilegio” es ser hijos de Dios, esto es verdad. Sobre la integración, es muy inteligente lo que usted dice y le agradezco que lo haya dicho. Ha men-cionado una palabra que, en nuestra cultura actual, parece haber sido olvi-dada después de la segunda guerra mundial. Hoy siguen existiendo gue-tos. Algunos de los extremistas que han perpetrado atentados terroristas – algunos –, son hijos y nietos de per-sonas nacidas en el país, en Europa. ¿Qué es lo que ha pasado? Que no ha habido ninguna política de integra-ción, y esto para mí es fundamental; hasta el punto que usted ve que en la exhortación postsinodal sobre la fami-lia –aun cuando se trate de otra pro-blemática–, una de las tres dimensio-nes pastorales para las familias en dificultad es su integración en la vida de la Iglesia. Porque a Europa han llegado muchos nómadas, como los Normandos y mucha otra gente, y los ha integrado y ha enriquecido su cul-tura. Creo que tenemos necesidad de una enseñanza y de una educación a la integración. Gracias.

(Elena Pinardi – European Broad-casting Union)

Santo Padre, se oye hablar de reforzar las fronteras de varios países euro-peos, de vigilancia, e incluso de des-pliegue de batallones a lo largo de las fronteras de Europa. ¿Es el final de Schengen y del sueño europeo?

(Papa Francisco)

No lo sé. Entiendo a los gobiernos y también a los pueblos que tienen un cierto temor. Esto lo comprendo y debemos tener una gran responsabili-dad en la acogida. Uno de los aspectos de dicha responsabilidad es este: cómo hacer posible integrarnos nosotros y estas personas. Siempre he dicho que construir muros no es la solución. En el siglo pasado vimos la caída de uno. No se resuelve nada. Debemos cons-truir puentes. Pero los puentes se construyen inteligentemente, se hacen con el diálogo, con la integración. Y por eso comprendo que haya un cier-to temor. Pero cerrar las fronteras no resuelve nada, porque la clausura, a la larga, perjudica al propio pueblo. Europa debe elaborar urgentemente políticas de acogida, de integración, de crecimiento, de trabajo y de reforma de la economía. Todas estas cosas son los puentes que nos llevarán a no construir muros. El miedo tiene toda mi comprensión, pero después de todo lo que he visto –y cambio de tema, pero quiero decirlo ahora–, y que también ustedes mismos han visto en ese campo de refugiados, daban ganas de llorar. Los niños… Traje estos dibujos conmigo para enseñár-selos, los niños me han regalado muchos [el Papa muestra varios dibu-jos, uno después del otro, y los comen-ta] Uno; ¿qué quieren estos niños? Paz, porque sufren. Allí, en el campo, tienen cursos de educación. Pero, ¡qué no han visto esos niños! Miren esto: han visto también ahogarse a un niño. Esto lo llevan en su corazón. Hoy, de

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2.0

verdad, daban ganas de llorar. Daban ganas de llorar. El mismo tema lo dibujó también este niño de Afganis-tán: se ve que la barcaza que viene de Afganistán regresa a Grecia. Los niños tiene esto en la memoria. Se necesitará tiempo para que lo elaboren. Miren este otro dibujo: el sol que observa y llora. Y si el sol es capaz de llorar, también nosotros lo somos. Nos haría bien una lágrima.

(Fanny Carrier, Agence France Presse)

Buenos días. ¿Por qué no hace usted ninguna diferencia entre quienes huyen de la guerra y quienes huyen del hambre? ¿Puede Europa acoger toda la miseria del mundo?

(Papa Francisco)

Es verdad. Hoy dije en mi discurso que “algunos huyen de las guerras y otros, del hambre”. Ambas situacio-nes son efecto de la explotación. Tam-bién de la explotación de la tie-rra. Hace más o menos un mes, un jefe de gobierno de África me decía que la primera decisión de su gobier-no fue la reforestación, porque la tie-rra se había muerto por la explotación de los bosques. Hay que hacer obras buenas con ambas categorías. Porque algunos huyen del hambre y otros de la guerra. Yo invitaría a los traficantes de armas –porque las armas, es verdad que hay acuerdos, hasta cierto punto se fabrican; pero los traficantes, los que trafican para hacer la guerra en diversas partes, como en Siria, por ejemplo, ¿quién arma a los diversos

grupos?– los invitaría a que pasaran un día en ese campo de refugiados. Creo que sería saludable para ellos.

(Néstor Pongutá, Radio Colombia)

Santidad, muy buenas tardes. Esta mañana ha dicho usted algo muy espe-cial, que nos ha llamado mucho la atención: que éste era un viaje triste, y ha demostrado con sus palabras que está muy conmovido. Pero algo debe haber cambiado también en su cora-zón, sabiendo que trae doce personas, y que con este pequeño gesto ha dado una lección a aquellos que a veces vol-tean la mirada frente a tanto dolor, a esta Tercera Guerra Mundial en peda-zos, que usted ha denunciado.

(Papa Francisco)

Voy a hacer un plagio y a responder con una frase que no es mía. La misma cosa le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta. ¿Por qué tanto esfuerzo, tanto trabajo, sólo para acompañar a las personas a morir? ¡Eso que usted hace no sirve para nada! El mar es inmenso. Y ella con-testó: sí, es una gota de agua en el mar, pero después de esa gota, el mar ya no será el mismo. Es un pequeño gesto. Pero son pequeños gestos los que debemos hacer todos nosotros, hom-bres y mujeres, para tender la mano quien lo necesita.

(Joshua Mc Elwee, National Catholic Reporter)

Gracias Santo Padre. Hemos venido a un país de inmigración, pero también de política económica de austeridad.

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2.1.

¿Quisiera preguntarle cuál es su con-cepto de economía de austeridad? También en lo que se refiere a otra isla, Puerto Rico. Si tiene usted un concep-to sobre esta política de austeridad.

(Papa Francisco)

La palabra austeridad tiene diferentes significados, según el punto de vista desde el que se vea: económicamente significa un capítulo de un programa; políticamente es otra cosa; espiritual y cristianamente es otra. Cuando yo hablo de austeridad, lo hago en con-traste con el desperdicio. Escuché en la FAO –creo que fue en una reunión de la FAO– que con la comida desper-diciada se podría resolver el problema del hambre en el mundo. Y nosotros, en nuestra casa, cuánto desperdicia-mos sin quererlo. Esta es la cultura del descarte y del desperdicio. Yo hablo de austeridad en este sentido, en senti-do cristiano. Detengámonos aquí y vivamos más austeramente.

(Francisco Romero, Rome Reports)

Santidad, usted ha dicho que esta cri-sis de refugiados es la peor crisis des-pués de la de la Segunda Guerra Mun-dial. Quisiera preguntarle ¿Qué piensa usted sobre la crisis de los inmigrantes que llegan a los Estados Unidos, de México y de otros países de América Latina?

(Papa Francisco)

Lo mismo. Es lo mismo, porque lle-gan allí huyendo, sobre todo del ham-bre. Se trata del mismo problema. En

Ciudad Juárez celebré la Misa a cien metros, o tal vez menos, de la valla. Del otro lado, había unos cincuenta Obispo de Estados Unidos y un esta-dio con cincuenta mil personas que seguían la Misa en pantallas gigantes. Del lado mexicano, aquel campo lleno de gente. Pero se trata de los mismo. Llegan a México, de Centro América. ¿Se acuerda de hace dos meses? Hubo un conflicto con Nicaragua, porque no quería que los refugiados transita-ran por su territorio. Al final, se resol-vió. Los llevaban en avión al otro país, sin pasar por Nicaragua. Es un proble-ma mundial. Yo se lo dije a los Obis-pos mexicanos. Pedí que se hicieran cargo de los refugiados.

(Francis Rocca, Wall Street Journal)

Gracias, Santo Padre. Veo que ya le hicieron las preguntas sobre la inmi-gración que yo tenía en mente. Y usted ha respondido muy bien. Si me permite, quisiera hacerle una pregunta sobre otro acontecimiento de los días pasados: su exhortación apostólica. Como usted bien sabe, después de su publicación ha habido muchas discu-siones sobre uno de los puntos – y se han concentrado particularmente en este –. Algunos sostienen que no ha cambiado nada sobre la disciplina que regula el acceso a los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar; que la ley y la praxis, y obvia-mente también la doctrina, no han sido tocadas. Otros, en cambio, sostie-nen que ha cambiado mucho y que hay muchas nuevas aperturas y posibi-lidades. Mi pregunta sería: para una

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2.2.

persona, para un católico, ¿hay nuevas posibilidades concretas que no exis-tían antes de la publicación de la exhortación o no?

(Papa Francisco)

Podría decir que sí, y punto. Pero sería una respuesta muy simplificada. Les recomiendo que lean la presentación del documento que hizo el cardenal Schönborn, que es un gran teólogo. Es miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe y conoce bien la doc-trina de la Iglesia. Ahí encontrarça usted la respuesta a su pregunta. Gracias.

(Guénois, Le Figaro)

Tenía la misma pregunta, pero le hago, en cambio, una pregunta complemen-taria: No se ha entendido bien por qué haya puesto usted en esa famosa nota al pie de página, la nota 351, en la Amoris Laetitia, lo que concierne a los problemas de los divorciados vueltos a casar. ¿Por qué una cuestión tan importante se trata en una pequeña nota al pie de página? ¿Es porque ha previsto oposición, o porque ha queri-do que no se le diera mucha importan-cia a ese punto?

(Papa Francisco)

Escuche, uno de los últimos Papas, hablando sobre el Concilio, dijo que había habido dos concilios: el Vaticano II, en la Basílica de San Pedro, y el otro, el “concilio de los medios de comuni-cación”. Cuando convoqué el primer Sínodo, la gran preocupación de la mayor parte de los medios de comuni-cación era: ¿podrían recibir la comu-

nión los divorciados que se han vuelto a casar? Y como yo no soy santo, eso me molestó un poco y también me dio un poco de tristeza. Porque yo pienso: pero esos medios de comunicación, que dicen tantas cosas, ¿no se dan cuenta de que no es ese el problema principal? ¿Acaso no se dan cuenta que la familia, en todo el mundo, está en crisis? Y la familia es la base de la sociedad. ¿No se percatan de que los jóvenes no quieren casarse? ¿No ven que la disminución de la natalidad en Europa es como para ponerse a llorar? ¿No saben que la falta de trabajo y la dificultad para encontrarlo obligan a que el padre y la madre tengan dos empleos, y que los niños crezcan solos, sin aprender a crecer en diálogo con papá y mamá? Estos son los grandes problemas. No me recuerdo de esa nota, pero si una cuestión como la que usted señala está en una nota, es por-que fue dicha en la Evangelii gaudium. Seguro. Debe tratarse de una cita de la Evangelii gaudium. No recuerdo el número, pero seguro que es así.

(Padre Lombardi)

Gracias Santidad. Nos ha concedido una amplia conversación sobre temas de este viaje, extendiéndose, también, a la Exhortación. Le deseamos buen viaje y una fructífera continuación de su obra.

(Papa Francisco)

Les agradezco su compañía. Realmen-te me siento cómodo con ustedes. Muchas gracias. Gracias por acompa-ñarme.

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2.3.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Quiero centrar hoy nuestra atención en el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. Es un vínculo, por decirlo así, «natural», porque la Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia (cf. Lumen gentium, 9).

La comunidad cristiana es la casa de quienes creen en Jesús como fuente de la fraternidad entre todos los hom-bres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de los hom-bres y las mujeres, de los padres y las madres, de los hijos y las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes acontecimientos de las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y ahí quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y es la historia que permanece para la eternidad. Es este el lugar de la vida y de la fe. La familia es el ámbito de nuestra iniciación —insustituible, indeleble— en esta historia. Una his-toria de vida plena, que terminará en la contemplación de Dios por toda la eternidad en el cielo, pero comienza en la familia. Este es el motivo por el cual es tan importante la familia. El Hijo de Dios aprendió la historia

humana por esta vía, y la recorrió hasta el final (cf. Hb 2, 18; 5, 8). Es hermoso volver a contemplar a Jesús y los signos de este vínculo. Él nació en una familia y allí «conoció el mundo»: un taller, cuatro casas, un pueblito de nada. De este modo, viviendo durante treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica. Luego, cuando dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a sí una comunidad, una «asamblea», es decir una con-vocación de personas.

Este es el significado de la palabra «iglesia».

En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: en ella encontra-mos a Pedro y a Juan, pero también a quien tiene hambre y sed, al extranjero y al perseguido, la pecadora y el publi-cano, los fariseos y las multitudes.

Y Jesús no deja de acoger y hablar con todos, también con quien ya no espera encontrar a Dios en su vida. Es una lección fuerte para la Iglesia. Los dis-cípulos mismos fueron elegidos para

AUDIENCIAS GENERALES

ALIANZA CRUCIALAudienciA GenerAl

Miércoles 9 de septiembre de 2015

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2.4.

hacerse cargo de esta asamblea, de esta familia de los huéspedes de Dios.

Para que esta realidad de la asamblea de Jesús esté viva en el hoy, es indis-pensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. Podríamos decir que la familia y la parroquia son los dos lugares en los que se realiza esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad, según el Evangelio, no puede más que tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas, siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones, con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.

Y hoy, esta es una alianza crucial. «Contra los “centros de poder” ideo-lógicos, financieros y políticos, ponga-mos nuestras esperanzas en estos cen-tros del amor evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solida-ridad y la participación» (Consejo pontificio para la familia, Gli insegna-menti di J.M. Bergoglio - Papa Francesco sulla famiglia e sulla vita 1999-2014, LEV 2014, 189), y también en el perdón entre nosotros.

Reforzar el vínculo entre familia y comunidad cristiana es hoy indispen-sable y urgente. Cierto, se necesita una fe generosa para volver a encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta alianza. Las familias a veces dan un paso hacia atrás, diciendo que no están a la altura: «Padre, somos una pobre familia e incluso un poco des-quiciada», «No somos capaces de hacerlo», «Ya tenemos tantos proble-

mas en casa», «No tenemos las fuer-zas». Esto es verdad. Pero nadie es digno, nadie está a la altura, nadie tiene las fuerzas. Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo nos viene dado, gratuitamente dado. Y el Señor nunca llega a una nueva familia sin hacer algún milagro. Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná. Sí, el Señor, si nos ponemos en sus manos, nos hace hacer milagros —¡pero esos milagros de todos los días!— cuando está el Señor, allí, en esa familia.

Naturalmente, también la comunidad cristiana debe hacer su parte. Por ejemplo, tratar de superar actitudes demasiado directivas y demasiado funcionales, favorecer el diálogo inter-personal y el conocimiento y la estima recíprocos. Las familias tomen la ini-ciativa y sientan la responsabilidad de aportar sus dones preciosos para la comunidad.

Todos tenemos que ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia tienen que hacer el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.

En Caná, estaba la Madre de Jesús, la «madre del buen consejo». Escuche-mos sus palabras: «Haced lo que Él os diga» (cf. Jn 2, 5).

Queridas familias, queridas comunida-des parroquiales, dejémonos inspirar por esta Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga y nos encontraremos ante el milagro, el milagro de cada día. Gracias.

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2.5.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta es nuestra reflexión conclusiva sobre el tema del matrimonio y la familia. Estamos en vísperas de acon-tecimientos hermosos y arduos, que están directamente relacionados con este gran tema: el Encuentro mundial de las familias en Filadelfia y el Sínodo de los obispos aquí, en Roma. Ambos tienen resonancia mundial, que corres-ponde a la dimensión universal del cristianismo, pero también al alcance universal de esta comunidad humana funda-mental e insustituible que es precisamente la familia.El paso actual de la civilización parece marcado por los efectos a largo plazo de una sociedad administrada por la tecnocracia económica. La subordina-ción de la ética a la lógica del prove-cho dispone de medios ingentes y de enorme apoyo mediático. En este escenario, una nueva alianza del hombre y de la mujer no solo es necesaria, sino también estratégica para la emancipación de los pueblos de la colonización del dinero. Esta alianza debe volver a orientar la política, la economía y la convivencia civil. Decide la habitabilidad de la tie-rra, la transmisión del sentimiento de la vida, los vínculos de la memoria y de la esperanza. De esta alianza, la comunidad conyugal-familiar del hombre y de la mujer es la gramática

generativa, podríamos decir, el «lazo de oro». Toma la fe de la sabiduría de la creación de Dios, que no ha confiado a la familia el cuidado de una intimidad que es fin en sí misma, sino el emocionante proyecto de hacer «doméstico» el mundo. Precisamente la familia está al inicio, en la base de esta cultura mun-dial que nos salva; nos salva de tantos, tantos ataques, de tantas destruccio-nes, de tantas colonizaciones, como la del dinero o de las ideologías que amenazan tanto al mundo. La familia es la base para defenderse.Precisamente en la Palabra bíblica de la creación hemos tomado nuestra inspiración fundamental para nuestras breves meditaciones del miércoles sobre la familia. A esta Palabra pode-mos y debemos recurrir nuevamente con amplitud y profundidad. Es un gran trabajo el que nos espera, pero también muy estimulante. La creación de Dios no es una simple premisa filosófica: es el horizonte universal de la vida y de la fe. No hay un designio divino diverso de la creación y de su salvación. Por la salvación de la criatu-ra —de toda criatura— Dios se hizo hombre: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación», como dice el Credo. Y Jesús resucitado es «primo-génito de toda criatura» (Col 1, 15). El mundo creado está confiado al hombre y a la mujer: lo que sucede entre ellos deja la impronta en todo.

NUEVA ALIANZA: HOMBRE Y MUJER PARA COLONIZAR EL MUNDO

AudienciA GenerAl

Miércoles 23 de septiembre de 2015

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2.6

Su rechazo de la bendición de Dios desemboca fatalmente en un delirio de omnipotencia que arruina todas las cosas. Es lo que llamamos «pecado original». Y todos venimos al mundo con la herencia de esta enfermedad.No obstante esto, no somos malditos ni estamos abandonados a nosotros mismos. Al respecto, el antiguo relato del primer amor de Dios por el hom-bre y la mujer ya tenía páginas escritas a fuego. «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su des-cendencia» (Gn 3, 15 a). Son las palabras que Dios dirige a la serpiente engañadora, encantadora. Mediante estas palabras Dios marca a la mujer con una barrera protectora del mal, a la que puede recurrir —si quiere— para cada generación. Quiere decir que la mujer lleva una bendición secreta y especial, para la defensa de su criatura del Malig-no. Como la Mujer del Apocalipsis, que corre a esconder al hijo del Dra-gón. Y Dios la protege (cf. Ap 12, 6).Pensad qué profundidad se abre aquí. Existen muchos lugares comunes, a veces incluso ofensivos, sobre la mujer tentadora que inspira el mal. En cam-bio, hay espacio para una teología de la mujer que esté a la altura de esta bendición de Dios para ella y para la generación.En todo caso, la misericordiosa protec-ción de Dios respecto al hombre y a la mujer jamás se pierde para ambos. No olvidemos esto. El lenguaje simbólico de la Biblia nos dice que antes de alejarlos del jardín del Edén, Dios les hizo al hombre y a la mujer túnicas de piel y los vistió (cf. Gn 3, 21). Este

gesto de ternura significa que, incluso en las dolorosas consecuencias de nuestro pecado, Dios no quiere que permanezcamos desnudos y abandonados a nuestro destino de pecadores. Esta ternura divina, esta solicitud por nosotros, la vemos encarnada en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios «nacido de mujer» (Gál 4, 4). Y el mismo san Pablo dice una vez más: «Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5, 8). Cristo, nacido de mujer, de una mujer. Es la caricia de Dios sobre nuestras llagas, sobre nuestros errores, sobre nuestros pecados. Pero Dios nos ama como somos y quiere llevarnos adelante con este proyecto, y la mujer es la más fuerte, la que lleva adelante este proyecto.La promesa que Dios hace al hombre y a la mujer, en el origen de la historia, incluye a todos los seres humanos, hasta el fin de la historia. Si tenemos suficiente fe, las familias de los pueblos de la tierra se reconocerán en esta bendición. De todos modos, quienquiera que se deje conmover por esta visión, indepen-dientemente del pueblo, la nación o la religión a la que pertenezca, ¡póngase en camino con nosotros! Será nuestro hermano y nuestra hermana, sin hacer proselitismo. Caminemos juntos con esta bendición y con este objetivo de Dios de hacernos a todos hermanos en la vida, en un mundo que va ade-lante y nace precisamente de la fami-lia, de la unión del hombre y la mujer.¡Que Dios os bendiga, familias de todos los rincones de la tierra! ¡Que Dios os bendiga a todos!

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2.7.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La audiencia de hoy será en dos sitios: aquí en la plaza y también en el aula Pablo VI, donde se encuentran nume-rosos enfermos que la siguen por una pantalla gigante. Visto que el tiempo está un poco inestable hemos pensado que ellos estén protegidos y más tran-quilos allí. Unámonos los unos a los otros y saludémonos.

Los días pasados realicé el viaje apos-tólico a Cuba y a Estados Unidos de América. El mismo surgió de la inicia-tiva de participar en el Encuentro mundial de las familias, programado desde hacía tiempo en Filadelfia. Este «núcleo originario» se amplió a una visita a Estados Unidos de América y a la sede central de las Naciones Uni-das, y luego también a Cuba, que se convirtió en la primera etapa del itine-rario. Expreso nuevamente mi agrade-cimiento al presidente Castro, al presi-dente Obama y al secretario general Ban Ki-moon por la acogida que me brindaron. Agradezco de corazón a los hermanos obispos y a todos los colaboradores el gran trabajo realiza-

do y el amor a la Iglesia que lo animó.

«Misionero de la Misericordia»: así me presenté en Cuba, una tierra rica de belleza natural, de cultura y de fe. La misericordia de Dios es más grande que toda herida, que todo conflicto, que toda ideología; y con esa mirada de misericordia pude abrazar a todo el pueblo cubano, los que están en la patria y los que están fuera, más allá de toda división. Símbolo de esta unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que precisamente hace cien años fue proclamada Patrona de Cuba. Fui como peregrino al santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.

Pude compartir con el pueblo cubano la esperanza de la realización de la profecía de san Juan Pablo ii: que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba. No más cerra-zones, no más explotación de la pobreza, sino libertad en la dignidad. Este es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no una senda de evasión, de ganancias

PARA RECONSTRUIR UN PUENTEAudienciA GenerAl

Miércoles 30 de septiembre de 2015

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2.8.

fáciles, sino de responsabilidad, servi-cio al prójimo y atención a la fragili-dad. Un camino que encuentra su fuerza en las raíces cristianas de ese pueblo, que tanto ha sufrido. Un cami-no en el que alenté de modo especial a los sacerdotes y a todos los consagra-dos, a los estudiantes y a las familias. Que el Espíritu Santo, con la interce-sión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos esparcido.

De Cuba a Estados Unidos de Améri-ca: fue un paso emblemático, un puen-te que gracias a Dios se está recons-truyendo. Dios siempre quiere cons-truir puentes; somos nosotros quienes construimos muros. Y los muros se derrumban, siempre.

Y en Estados Unidos realicé tres eta-pas: Washington, Nueva York y Fila-delfia. En Washington me reuní con las autoridades políticas, la gente sen-cilla, los obispos, sacerdotes y consa-grados, los más pobres y marginados. He recordado que la riqueza más grande de ese país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así quise animar para que se lleve ade-lante la construcción social en la fide-lidad a su principio fundamental, es decir que todos los hombres son crea-dos por Dios iguales y dotados de inalienables derechos, como la vida, la

libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su realiza-ción plena, como lo puso de relieve la canonización del padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los demás el amor de Cristo. Este es el camino del cristiano, pero tam-bién de cada hombre que ha conocido el amor: no tenerlo para sí sino com-partirlo con los demás. Sobre esta base religiosa y moral surgieron y cre-cieron los Estados Unidos de Améri-ca, y sobre esta base pueden seguir siendo tierra de libertad y de acogida y cooperar con un mundo más justo y fraterno.

En Nueva York pude visitar la sede central de la ONU y saludar al perso-nal que allí trabaja. Mantuve coloquios con el secretario general y los presi-dentes de las últimas Asambleas gene-rales y del Consejo de seguridad. Al hablar a los representantes de las Naciones, siguiendo los pasos de mis predecesores, renové el aliento de la Iglesia católica a esa Institución y a su papel en la promoción del desarrollo y de la paz, recordando en especial la necesidad del compromiso concorde y real para el cuidado de la creación. Recordé también el llamamiento a

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2.9

detener y prevenir las violencias con-tra las minorías étnicas y religiosas y contra las poblaciones civiles.

Por la paz y la fraternidad hemos reza-do en el Memorial de la Zona Cero, juntamente con los representantes de las religiones, los parientes de muchos caídos y el pueblo de Nueva York, tan rico en diversidad cultural. Y por la paz y la justicia celebré la Eucaristía en el «Madison Square Garden».

Tanto en Washington como en Nueva York puede reunirme con algunas rea-lidades caritativas y educativas, emble-máticas en el enorme servicio que las comunidades católicas —sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos— ofrecen en estos ámbitos.

Vértice del viaje fue el Encuentro de las familias en Filadelfia, donde el horizonte se amplió a todo el mundo, a través del «prisma», por así decirlo, de la familia. La familia, es decir la alianza fecunda entre el hombre y la mujer, es la respuesta al gran desafío de nuestro mundo, que es un desafío doble: la fragmentación y la masifica-ción, dos extremos que conviven y se apoyan mutuamente, y juntos sostie-nen el modelo económico consumis-ta. La familia es la respuesta porque es la célula de una sociedad que equilibra la dimensión personal y la dimensión

comunitaria, y que al mismo tiempo puede ser el modelo de una gestión sostenible de los bienes y de los recur-sos de la creación. La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social pri-mario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad. El humanismo bíblico nos presenta este icono: la pareja humana, unida y fecunda, puesta por Dios en el jardín del mundo, para cultivarlo y custodiar-lo.

Deseo dirigir un fraterno y caluroso agradecimiento a monseñor Chaput, arzobispo de Filadelfia, por su com-promiso, piedad, entusiasmo y gran amor a la familia en la organización de este evento. Viéndolo bien, no es una casualidad sino que es providencial que el mensaje, es más, el testimonio del Encuentro mundial de las familias haya surgido en este momento de Estados Unidos de América, es decir del país que en el siglo pasado alcanzó el máximo desarrollo económico y tecnológico sin negar sus raíces reli-giosas. Ahora estas mismas raíces piden que se recomience desde la familia para repensar y cambiar el modelo de desarrollo, para el bien de toda la familia humana.

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