Ideologías, intereses y afinidades1 · aparatos ideológicos de estado (Althusser) y El fin de las...

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Ideologías, intereses y afinidades 1 Paul Bromberg Z Instituto de Estudios Urbanos y Facultad de Artes Universidad Nacional de Colombia 1. El origen del término ideología El término ideología ha ocupado lugares centrales en el debate político. Ideología y aparatos ideológicos de estado (Althusser) y El fin de las ideologías (Daniel Bell) no son textos por fuera de esta notable polémica. Aunque se ha llevado a trazarla hasta Destutt de Tracy, en la época de la revolución francesa, adquirió un significado dominante desde La ideología Alemana de Carlos Marx, en particular desde la revolución Rusa, precisamente porque un proceso político exitoso la tornó relevante. Como buen hijo de la promesa decimonónica de progreso, Marx estableció que el sentido de la historia es coherente con la imagen de una descripción, que llamó científica, de la realidad social a la cual se adscribe un proyecto político específico, el del socialismo científico. La verdad revelada por su análisis no es visible para los integrantes de una sociedad subyugados por la ideología de la clase dominante. Ideología sería entonces la imagen distorsionada de la realidad social (y de otras realidades) que favorece la noción de orden social de una clase dominante, la cual, por comportamiento natural o con un ánimo francamente conspirativo, desde todas las formas de ejercicio del poder promulga que el orden existente es el orden natural de las cosas. Desde Lenin, el proyecto político del socialismo científico también debe promover una ideología, la ideología del proletariado, que se opone a la ideología de la burguesía, defensora, por ejemplo, de una idea abstracta de libertad que es la libertad de los propietarios de los medios de producción. El éxito de este proyecto político polarizó durante décadas el ambiente político mundial y cada uno de los locales, con adaptaciones (por ejemplo, las guerras de liberación frente a las potencias coloniales, que difícilmente se acomodaban a la teoría inicial). El concepto de ideología nació de este conflicto, para interpretar el cual numerosos autores lo incorporaron a su marco teórico. Algunos autores aún lo sostienen para interpretar el sistema político desde una perspectiva de inevitable polarización. Puede afirmarse que en general los autores actuales que consideran útil el concepto de ideología han ampliado su uso para interpretar escenarios más restringidos de la competencia política, 1 Este texto es el capítulo IV de una investigación realizada por un equipo de la Red Bogotá de la Universidad Nacional sobre la expedición del Código de Policía de la ciudad.

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Ideologías, intereses y afinidades1 Paul Bromberg Z Instituto de Estudios Urbanos y Facultad de Artes Universidad Nacional de Colombia 1. El origen del término ideología El término ideología ha ocupado lugares centrales en el debate político. Ideología y aparatos ideológicos de estado (Althusser) y El fin de las ideologías (Daniel Bell) no son textos por fuera de esta notable polémica. Aunque se ha llevado a trazarla hasta Destutt de Tracy, en la época de la revolución francesa, adquirió un significado dominante desde La ideología Alemana de Carlos Marx, en particular desde la revolución Rusa, precisamente porque un proceso político exitoso la tornó relevante. Como buen hijo de la promesa decimonónica de progreso, Marx estableció que el sentido de la historia es coherente con la imagen de una descripción, que llamó científica, de la realidad social a la cual se adscribe un proyecto político específico, el del socialismo científico. La verdad revelada por su análisis no es visible para los integrantes de una sociedad subyugados por la ideología de la clase dominante. Ideología sería entonces la imagen distorsionada de la realidad social (y de otras realidades) que favorece la noción de orden social de una clase dominante, la cual, por comportamiento natural o con un ánimo francamente conspirativo, desde todas las formas de ejercicio del poder promulga que el orden existente es el orden natural de las cosas. Desde Lenin, el proyecto político del socialismo científico también debe promover una ideología, la ideología del proletariado, que se opone a la ideología de la burguesía, defensora, por ejemplo, de una idea abstracta de libertad que es la libertad de los propietarios de los medios de producción. El éxito de este proyecto político polarizó durante décadas el ambiente político mundial y cada uno de los locales, con adaptaciones (por ejemplo, las guerras de liberación frente a las potencias coloniales, que difícilmente se acomodaban a la teoría inicial). El concepto de ideología nació de este conflicto, para interpretar el cual numerosos autores lo incorporaron a su marco teórico. Algunos autores aún lo sostienen para interpretar el sistema político desde una perspectiva de inevitable polarización. Puede afirmarse que en general los autores actuales que consideran útil el concepto de ideología han ampliado su uso para interpretar escenarios más restringidos de la competencia política,

1 Este texto es el capítulo IV de una investigación realizada por un equipo de la Red Bogotá de la Universidad Nacional sobre la expedición del Código de Policía de la ciudad.

en lugar de ese escenario que proponía una dirección de las sociedades humanas hacia la realización de “una idea”,o de un orden social que sería justo y perfecto.

Ideología He aquí una definición actual de ideología que cuenta con muchos adeptos:

“sistemas de creencias explícitas, integradas y coherentes, que justifican el ejercicio del poder, explican y juzgan los acontecimientos históricos, identifican lo que está bien y lo que está mal en política, definen las relaciones entre la política y otros campos de actividad y suministran una guía para la acción”

Esta definición (citada por Bobbio2) fue propuesta por Herbert McClosky en Consensus and Ideology in American Politics (American Political Science Review, 58, 1964), ahora un clásico en el estudio del comportamiento electoral norteamericano. “Ideología”, en el marco de este escrito, será una categoría que emplearemos para describir el comportamiento de las élites políticas. Quedaría más claro si dijésemos “actores políticos activos”, pero la cacofonía tiene olor a pleonasmo. Por élite política identificaremos a personas, o grupos de personas (partidos, proyectos políticos) que compiten en el interior de una comunidad política, de manera más o menos continua, a través de mecanismos formales, informales o ilegales (las armas, por ejemplo), para llegar a los cargos en los cuales se toman decisiones estatales. Como nuestro aparato estatal tiene instancias en donde se toman decisiones, diseñadas según afirman con un criterio únicamente técnico, como las Comisiones de Regulación y las Cortes, delimitaremos como actores políticos a quienes compiten o se preparan a competir para presidir los ejecutivos de los diferentes niveles territoriales y para ocupar una curul en las corporaciones públicas de elección popular. A pesar de separarnos ligeramente de una tradición de uso del término, advertimos que los fenómenos de la vida política que nos llevan a hacerlo son destacados por muchos autores. Convertidas en “palancas sociales”3, las ideologías elaboradas por las élites producen en cada circunstancia temporal y espacial diferentes niveles de adhesión: militantes, electores fieles, electores ocasionales. Las frases cortas que impone la propaganda masiva resumen la ideología elaborada por la élite, y de paso, al entrar en las formas de razonamiento propias de la cotidianidad, pierden su rigor. “Las características de sistematización y coherencia distinguen netamente las creencias de las élites políticas de las fragmentarias e incoherentes del hombre de la calle” (Bobbio, 2000). Puestas a actuar, “las ideas no son tratadas lógicamente, ... [sino] persuasivamente” (Sartori, 1992)4. Entonces, de acuerdo con la definición que hemos adoptado, la palabra “ideología” no la referiremos a “las masas” (empleando el lenguaje propio del período de polarización). Por lo menos no directamente. Antes de continuar precisando el alcance de esta definición de ideología referida exclusivamente a la forma como piensan y actúan las élites políticas, y su valor 2 Bobbio, Norberto, et al; Diccionario de política, Siglo XXI Editores, México, 2000. 3 Bell, Daniel; El fin de la ideología, Madrid, Ed. Tecnos, 1964. 4 Sartori, Giovanni; Elementos de teoría política, Alianza Singular, 1992.

heurístico para interpretar la realidad política, es necesario completar el mapa conceptual. Si reservamos la palabra ideología a unos conjuntos de ideas “explícitas, integradas y coherentes” de las élites políticas, ¿qué “cabezas de concepto” se emplearían para describir las preferencias de los ciudadanos (manifestadas en su apoyo electoral ocasional o prolongado, o su decisión de incorporarse a movilizaciones políticas, a grupos armados, etc)? El abanico es amplio. Acabamos de advertir que no emplearemos “ideología”. Podemos utilizar “creencias”, o “sistemas de creencias”, o “cultura”, o “cultura política”, o “creencias políticas”, “valores”, “sentimientos”, “prácticas”, “percepciones”... “Creencia” es una categoría filosófica, que se vuelve necesaria para diferenciar entre “conocimiento cierto”, o simplemente “conocimiento”. La cultura lo abarca todo: los comportamientos pautados, los artefactos y las formas pautadas de justificación, entre las cuales, por cierto, está la ciencia. Los fundamentos para creer son siempre distintos de los fundamentos para conocer, que son el campo específico de las afirmaciones científicas. Las creencias hacen parte de esas formas pautadas. No todas las creencias están relacionadas con hechos; por ejemplo, hay creencias morales a lo largo del eje bien-mal; hay creencias estéticas, a lo largo del eje “me gusta” –“no me gusta”, cada una de las cuales tiene diferente flexibilidad frente a los acontecimientos que nos rodean. Los sociólogos y los psicólogos sociales se preguntan cómo se forman, cuán resistentes son, la coherencia que sostienen entre sí, cómo determinan las actuaciones de los individuos, la relación con la estructura social. En todo caso, siempre las distingue (1) el hecho de que se asumen sin sostenerse en juicios rigurosos y (2) su relativa permanencia. Un subconjunto de esas creencias tienen que ver con el subuniverso de lo político. “[E]l sistema de creencias políticas será el conjunto de las creencias que orientan la navegación de los particulares en el mar de la política” (Sartori, 1992). En todo el período de polarización, la característica notable de las ideologías era su resistencia a la crítica. Eran sistemas cerrados, relativamente insensibles. Tanto ejemplos como contraejemplos demostraban la validez de una ideología. El comportamiento de quienes sostenían una u otra ideología era el que se esperaba de una creencia. Sugerimos que la noción de sistema de creencias políticas es lo que correspondería a lo que algunos autores llaman ideología, pero ahora referido a la manera como las asumen las “masas”, o sea, empleando la metáfora de mercado para el sistema político, los consumidores políticos. No todos los sistemas de creencias políticas responden de manera mayoritaria, abrumadora, a las insistencias ideológicas de los actores políticos. A aquéllos que sí responden, siguiendo a Sartori (Sartori, 1992) los llamaremos sistemas ideológicos. A los que no responden, los llamaremos sistemas pragmáticos (omitimos, por brevedad, la frase complementaria, “de creencias políticas”). Sartori llega a conclusiones muy sugestivas sobre la “cultura política” empirista del medio anglosajón y los grandes ismos (marxismo, socialismo, comunismo), que vienen de la tradición racionalista del continente europeo. El primero es un sistema organizado para tomar decisiones, atendiendo o no a intereses, negociando intereses. El segundo concibe la política desde la doctrina, y por tanto, está asociado a una mentalidad cerrada.

Felizmente, podemos obtener información sobre lo que nos interesa en este estudio sin meternos en los vericuetos de la manera como los consumidores políticos responden a los estímulos de la oferta política. De acuerdo con nuestra propuesta, vamos a restringir ideología a una herramienta para describir el comportamiento de los actores políticos, no su eficacia, ni la explicación de su eficacia, sobre grupos humanos específicos. 2. Lo que las élites políticas dicen de sí mismas Antes de comenzar este tema, una advertencia: hemos empleado de la definición de ideología las determinaciones “explícitas, integradas y coherentes”. No podemos pasar por alto que son determinaciones sobre creencias. A pesar de que hemos empleado la noción de creencias para referirnos a la manera como el objeto del proselitismo, o sea, el consumidor político, adopta las formulaciones “explícitas, integradas y coherentes” elaboradas por las élites, estas formulaciones están impregnadas de suficiente incertidumbre como para considerarlas también creencias. En un escenario de proselitismo de opinión, circunstancial y altamente personalizado como el colombiano (y el bogotano), la felicidad de poder restringir nuestro análisis a algo menos complejo, dejando de lado consideraciones estadísticas sobre cultura política, o sistema de creencias políticas y consideraciones sobre eficacia/ineficacia, queda bastante reducida cuando entramos al campo minado de lo que las élites políticas dicen sobre sí mismas. Si meditamos un poco sobre la herramienta ideología para escudriñar el sistema político desde la oferta, resulta evidente que es aplicable si:

• se aplica a actores políticos estables

No es un requisito que sean exitosos en llegar a controlar porciones del Estado para tomar decisiones afines a su proyecto político, ni en influir de manera notable sobre decisiones estatales. Por ejemplo, varios partidos políticos de izquierda en Colombia, a pesar de haber sido minoritarios y de haber influido relativamente poco en decisiones de gobierno, promovieron y sostuvieron propuestas políticas “explícitas, integradas y coherentes”. La convicción ideológica de sus cuadros y algunas consideraciones logísticas les permitieron a algunos, en mayor o menor grado, mantener su ideología durante períodos suficientemente prolongados como para justificar un análisis de ella.

• la relevancia política lo obliga a mantener una línea ideológica “explícita,

integrada y coherente”

En Colombia tenemos actores políticos – partidos y personalidades – que tienen una relevancia política prolongada, ganando elecciones regionales repetidamente, pero no tienen una relevancia electoral suficientemente amplia que los conmine a sostener un proyecto ideológico de fondo, o a sentirse obligado frente a un electorado amplio que comienza a serle fiel aunque no pertenezca al partido, como para mantener esa línea ideológica estable. Esto puede estar pasando desde que se estableció la elección popular de los ejecutivos territoriales. Los proyectos personalizados que respaldan a los candidatos les han permitido a sus élites (en la mayoría de los casos una sola persona) bien repetir en los ejecutivos locales, bien cautivar exitosamente el voto regional para lanzarse al escenario nacional en el Congreso, cuya dinámica lo lleva a sostener alianzas coyunturales casi con cualquier

otro actor desideologizado. Los proyectos locales pueden ser exitosos en un marco fuertemente pragmático. La relevancia nacional requiere proyectos más de fondo. Sin embargo, puede ocurrir, como es el caso de varios partidos tradicionales en el mundo, que un partido haya podido mantener su relevancia electoral nacional como fruto de una tradición de alianzas tácticas de proyectos personales locales. El desdibujamiento ideológico lo volverá frágil en el escenario actual de la democracia de audiencia.

3. Sistemática de las ideologías políticas Un esfuerzo de clasificación de ideologías – una tarea fundamentalmente empírica y solamente después de índole teórica – solo es posible para proyectos políticos que cumplan los dos requisitos anteriormente citados. Analizar las autodeclaraciones proferidas por muchos actores políticos: “soy de izquierda”, de “centro izquierda”, “nos preocupa lo social”, “yo pienso en los pobres, en el pueblo”; incluso las que se emiten desde lo que parece su orilla contraria: “productividad”, “competitividad”, nociones éstas manejadas en la arena político-electoral sin referencia a las teorías en las cuales son categorías de análisis, repetimos, analizar estas declaraciones en búsqueda de ideologías, sería un despropósito. Actores políticos sin ninguna estructura orgánica, sin tradición suficientemente prolongada de lucha política y/o de gobierno que los haga responsables de sus afirmaciones, en el marco de un sistema pragmático de creencias políticas5, “ideologizan” al vaivén de la intuición con frases sin contenido a las cuales pueden ser sensibles los electores en una coyuntura. En otras palabras: no es adecuado buscar ideologías, en el sentido que le hemos dado aquí, a los actores políticos pragmáticos. Sería darle un valor, que no tienen, a sus declaraciones políticas.

Izquierda – derecha Sin duda, una taxonomía de las ideologías políticas tiene que pasar por el eje izquierda-derecha. Éste, ahora referenciado como izquierda, centro izquierda, centro, centro derecha y derecha, es el más universal en el debate político actual, incluso por la atención que a él deben prestarle quienes alegan que no existe. Es “un debate vivo, a pesar de las recurrentes campanadas de duelo” (Bobbio, 2001)6. Atrás vimos cómo la noción de ideología se impuso precisamente por los extremos de esta dimensión. Hay una polémica sobre si el eje mismo tiene sentido, especialmente luego de las transformaciones 89-93; también hay una polémica sobre qué se juega a lo largo de este eje. Unos párrafos de intelectuales relevantes dan fe de la supervivencia de esta diferenciación:

“Si no creemos que la búsqueda incontrolada de las ventajas privadas a través del mercado produce resultados antisociales y catastróficos; si no creemos7 que

5 Esta afirmación, al margen en todo caso de la línea argumentativa que aquí venimos desarrollando, está sin demostrar. Habíamos prometido no meternos a mirar el escenario social de lo político. 6 Bobbio, Norberto; Derecha e Izquierda, Punto de Lectura, 2001, pg 174. 7 Hemos subrayado la palabra por la relevancia que tiene para reconocer aquí la presencia de una ideología... La ideología también tiene que ver con gustos; “... es difícil a alguien de abandonar su

el mundo actual exige un control público y una administración, gestión y planificación también públicas de los asuntos económicos, no podemos llamarnos socialistas”. (Hobsbawn, 2000)8.

Más precisa la definición de Bobbio (Bobbio, 2001):

“De las reflexiones realizadas hasta aquí... y del minucioso examen de periódicos y revistas que he llevado a cabo en estos años, resultaría que el criterio más frecuentemente9 adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es el de la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad, que es, junto al de la libertad y al de la paz, uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por los cuales están dispuestos a luchar”. (133) “el elemento que mejor caracteriza las doctrinas y los movimientos que se han llamado izquierda y como tales además han sido reconocidos, es el igualitarismo, cuando esto sea entendido ... no como la utopía de una sociedad donde todos son iguales en todo sino como tendencia, por una parte, a exaltar más lo que convierte a los hombres en iguales respecto a lo que los convierte en desiguales, por otra, en la práctica, a favorecer las políticas que tienden a convertir en más iguales a los desiguales”. (149)

Una conclusión que no es compartida universalmente. La acepta Inglehart10, para quien el eje “consiste en si uno apoya o se opone al cambio social en una dirección igualitaria”. Mas no la aceptan otros, que proponen otros criterios de demarcación. En Colombia hemos tenido, de larga data, proyectos políticos estables a los que sin lugar a dudas les cabe ser analizados dentro de este eje. Algunos, como las FARC hoy en día, y por razones que no es el caso discutir aquí, ya no se les puede tildar de anécdotas de nuestra historia. Si a los partidos tradicionales, y en cuáles de sus épocas, se les puede aplicar una demarcación de este tipo, es asunto menos evidente. D. Roll y su equipo en el año 200011 pidieron a miembros clave del partido liberal, de la burocracia y del Congreso, responder a la siguiente cuestión: “utilizando una escala ideológica donde 1 es izquierda y 10 es derecha, ¿dónde se ubicaría usted?”. El promedio de “autoubicación ideológica”, como lo llama Roll, le dio 4.64. A una pregunta similar, hecha a los mismos miembros de la élite del partido, de ubicación no de ellos mismos sino de su partido, el resultado fue 5.76, es decir, más a la derecha. Esta y otras consideraciones llevan a Roll a afirmar que “a pesar de que el Partido Liberal Colombiano pudiera ubicarse como de centroizquierda en comparación con el Partido Conservador, es definitivamente un partido de centro, desde todo punto de vista: por sus actuaciones, por su autoubicación, por sus electores y por su imagen”. En efecto, formulada la misma pregunta a los miembros del Partido Conservador Colombiano, el promedio de “autoubicación ideológica” resultó 6.00 y el de ubicación del Partido fue preferencia por el chocolate y cambiarlo por las frambuesas...” Susan Stokes, “Patologías de la deliberación”, en Elster, Jon: La democracia deliberativa, Gedisa Editorial, 1998. 8 Hobsbawn, Eric; Política para una izquierda racional. Crítica, Barcelona, 2000 9 ¡Una afirmación empírica, pero sin tablas de frencuencia! 10 Inglehart, R. El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas (1990), Centro de Investigaciones Sociológicas/Siglo XXI, No. 121, Madrid. 11 Roll, David; Rojo difuso y azul pálido. Los partidos tradicionales en Colombia entre el debilitamiento y la persistencia, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, 2003.

de 6.15. Roll también preguntó a los encuestados si “le parece apropiado situar la ideología de su partido en una escala de izquierda-derecha”. Con 1 = nada apropiado y 5 = muy apropiado, el resultado fue 4.11 para el Partido Liberal y 3.61 para el Partido Conservador. La diferencia puede reflejar cierto riesgo político de declararse públicamente de derecha. Cuando Roll baja la pregunta a nivel local, la respuesta que obtuvo es muy interesante: en ninguno de los dos partidos, los concejales preguntados respondieron. Sobre esta pérdida aparente de ubicación ideológica del nivel local de la competencia política y el ejercicio de gobierno, Bobbio (Bobbio, 2001: 69) trae a cuento la película del director francés Eric Rohmer El árbol, el alcalde y la mediateca (1993). El alcalde defiende la construcción de una mediateca (progreso), el maestro el árbol (naturaleza) que debe ser derribado para construir la primera. ¿Quién es de izquierda y quién es de derecha? El ejemplo ilustra lo difícil que puede llegar a ser la clasificación cuando se juegan temas locales, y esta dificultad podría emplearse para interpretar el hecho de que los concejales liberales y conservadores no aceptaran la clasificación. Sin embargo, hay una respuesta posible, que Bobbio no considera. Recordemos que no estamos analizando ideologías en abstracto, sino como expresión de propósitos políticos de actores en competencia. Puede no tener sentido resolver el dilema “mediateca-árbol” en el marco doctrinario izquierda-derecha. La respuesta es práctica: ¿pertenece el alcalde a un partido de izquierda, con propósitos de fondo? Si esta solución tiene sentido, aparece otra interpretación al mutismo de los actores políticos locales respecto de cuestiones ideológicas: el excesivo localismo de las innovaciones políticas en nuestro medio, por una parte, y el abandono ideológico en que las élites nacionales de los partidos tienen a sus militancias locales, convertidas tan solo en apéndices de aparatos electorales transitorios. Si un proyecto político se restringe a lo local, la jurisdicción residual de su actuación lo hace perderse en el bosque, como Caperucita o como lobo12. Si un alcalde inscrito en un proyecto nacional de izquierda construye una mediateca, será una mediateca construida por un alcalde de izquierda. Si protege el árbol, será un conservacionista de izquierda. El hecho de que investigadores como Inglehart hayan notado que debates públicos a lo largo de otros ejes temáticos tiendan a asimilarse por la lógica izquierda-derecha es más consecuencia de la dinámica propia de un juego político de partidos existentes en competencia, que resultado de la coherencia teórica. La cuestión de izquierda-derecha en asuntos locales salta a primer plano por los acontecimientos recientes en Bogotá: por primera vez, un actor con adscripción y autoadscripción clara de izquierda gana una elección relevante en Colombia, pero hace parte de un proyecto nacional frágil desde el punto de vista ideológico y especialmente desde el punto de vista de propuestas de políticas públicas. El reto de servir como semilla de superación del predominio del sistema pragmático de creencias en lo local, es monumental. Autoritario-libertario

12 No sobra decir que los lobos no se pierden en el bosque.

La oposición entre socialismo y liberalismo (intervención estatal vs. mercado) se fundamenta precisamente en la visión según la cual la libertad termina produciendo desigualdades, y por tanto, quien sostiene una ideología que busca “eliminar las diferencias eliminables” debe al mismo tiempo optar por una reducción de las libertades, que puede ser sensible, como ocurrió en los países del socialismo real. Mientras el liberalismo propone una igualdad mínima (igualdad ante la ley), y deja el resto a la dinámica de la libre concurrencia, que por extensión se denomina “a las fuerzas del mercado”, por su lado el socialismo limita las libertades en la actividad económica para atenuar o detener las desigualdades. Para algunos, esta oposición es ineludible, de manera que la dicotomía señalada atrás quedaría más precisamente establecida entre izquierda igualitaria y derecha libertaria. Esta mirada, relevante en la historia política y en la historia de las ideas por los resultados de la ideología igualitaria cuando se convirtió en ejercicio del poder, está cuestionada. Con ella no se identificaría, por ejemplo, un izquierdista que con toda seguridad (incluso en nuestro medio) aceptaría que su auto-definición en el eje del lado de la izquierda está motivada por una o varias de las siguientes razones:

<<una mayor predisposición para políticas económicas redistributivas y de nivelación proporcional, basadas más en el trabajo que en el capital; un mayor aprecio en la organización social hacia lo público y común que hacia lo privado e individual; prevalencia de los valores de cooperación y colaboración sobre los de confrontación y competición; más atención hacia los nuevos movimientos sociales y sus demandas pacifistas, ecologistas, feministas, etcétera; preocupación por la efectiva realización de los derechos humanos, muy en especial de los grupos marginados, la tercera edad, infancia, etcétera; insistencia en la prioridad para todos de necesidades básicas como las buena sanidad, escuela, vivienda, etcétera; mayor sensibilidad y amistad internacional hacia los pueblos de las áreas pobres, dependientes y deprimidas; autonomía de la libre voluntad y del debate nacional tanto para tomar decisiones políticas mayoritarias y democráticas como para construir éticas crítiticas y en transformación, no impuestas por argumentos de autoridad o por dogmas de organizaciones dotadas de un carácter carismático y/o tradicional.>>” (Elías Díaz , “Derechas e Izquierdas”, El Sol, Madrid 16 de abril de 1991) citado por (Bobbio, 2001: 162)

En esta versión no hay una negación de la democracia desde la izquierda. La existencia en la vida política real13 de proyectos políticos autodeclarados como “izquierda democrática” lleva a Bobbio a cruzar, en lugar de asimilar, el eje izquierda-derecha con el de autoridad-libertad. El resultado es el siguiente:

La extrema izquierda: el jacobinismo. Movimientos y doctrinas a la vez igualitarios y autoritarios

El centro izquierda: el socialismo liberal yla socialdemocracia. Movimientos y doctrinas liberales y a la vez igualitarios

La extrema derecha: el fascismo, el nazismo. Movimientos y

El centro derecha: partidos conservadores que son fieles al método democrático, pero que se detienen

13 Reforzamos lo dicho arriba sobre el carácter empírico de esta aproximación: más en la vida política, que es resultado de la voluntad manifestada en acciones e intervenciones públicas, la categoría existe en la realidad por voluntad de quienes la toman como suya y la convierten en acción política.

doctrinas antiliberales y a la vez anti-igualitarios

en la igualdad ante la ley, que implica únicamente el deber por parte del juez de aplicar las leyes de una manera imparcial (igualitarismo mínimo). Movimiento y doctrinas liberales y a la vez desigualitarios.

Solo en su versión extrema, añade Bobbio, las propuestas igualitarias o las contrarias (extrema izquierda, extrema derecha) declaran su predilección por soluciones autoritarias. Reducir esta matriz, que produce cuatro alternativas, a las dos ya mencionadas (izquierda igualitaria y derecha libertaria), es una interpretación que puede sustentarse en la historia política reciente. Pero también es resultado del análisis teórico. Buscar la igualdad a partir de una realidad que ha emergido de la libre concurrencia, al amparo de la cual los fuertes someten a los débiles, puede disminuir la libertad de otros. Así, por ejemplo, prohibir el empleo del automóvil iguala en la necesidad de compartir el mismo transporte público, pero restringe la libertad de usar automóvil a quien lo posee. Por otro lado, hay que destacar que no todas las reglas que imponen igualdad entrañan la disminución de la libertad de otros. El derecho femenino al sufragio no limita el derecho de los hombres a sufragar (aunque sí disminuya su poder de decidir). Los proyectos extremos de izquierda, además, se autojustifican en el reconocimiento de una asimetría: una mayoría de “desposeídos” puede adquirir el poder político que significa alzarse con los cargos del ejecutivo o de una mayoría en un parlamento, pero enfrenta una tarea de orientar la sociedad contra el poder económico y el poder de los medios simbólicos, que permanecen en manos de quienes más se sentirán afectados con las decisiones estatales que los primeros privilegian. El margen de gobierno desde las herramientas de gobierno se torna muy estrecho. Nuestro escudo contiene el dilema libertad-autoridad en una frase que expresa una antinomia: libertad y orden. Se vería extraño, por las palabras pero no por su significado, un escudo en el que se leyera “derecha e izquierda”, pero esta antinomia estaría presente en la frase que identifica a la revolución francesa, “libertad, igualdad, fraternidad”, si se aceptara la fusión de los dos ejes que estamos discutiendo en uno solo. Aceptar los dos polos de una antinomia en un símbolo patrio no es entonces un pecado de los diseñadores. Puede ser el reconocimiento de una negociación. La fusión de los dos ejes, y de estos con otros, que se observa en la realidad política, tiene relación con el hecho de que en los países capitalistas los igualitarios han jugado más en la oposición que en el gobierno. La dinámica de la oposición los obliga a exigir democracia, y a aliarse con otros proyectos que tienen demarcaciones que no se confunden con el eje izquierda-derecha. Los derechos humanos14, la conservación del medio ambiente, el respeto a la tradición de los grupos mayoritarios y/o minoritarios, los reclamos de autonomía de regiones o grupos étnicos, no son patrimonio de la izquierda o la derecha, como las hemos definido arriba; su aparición a uno u otro lado depende de coyunturas políticas. Materialismo/postmaterialismo 14 Piénsese por ejemplo en la defensa de los derechos humanos en Cuba.

Mediante el estudio comparado de valores en varios países, Inglehart (Inglehart, 1990) advierte sobre una transformación paulatina en los valores que influye en el sistema político. A medida que se tornan mayoritarias las generaciones que han crecido en ambientes de abundancia y paz, los promedios sociales en los países postindustriales apuntan a darle mayor relevancia en la política a temas que no están asociados directamente a las condiciones económicas de las mayorías. El reconocimiento de la diversidad y los derechos de las minorías (étnicas, sociales, de género), la igualdad entre los sexos, la sostenibilidad ambiental, los derechos de los animales, la solidaridad internacional, la protección de la niñez y de la cuarta edad, son ejemplos de temas que rompen un cierto monopolio que tenía la pertenencia de clase sobre la adscripción política. Estos temas nuevos conmueven a nuestras élites políticas, y por su intermedio comienzan a volverse políticamente relevantes. El problema de los medios y los fines Antes de las elecciones de octubre de 2003 algunos pronunciamientos políticos en Bogotá habían adoptado el eje izquierda-derecha, reclamando estar del lado izquierdo del centro por el valor (en términos absolutos, no en términos relativos) de la “inversión social” durante su gestión. Nuestro debate político público ha estado centrado en invocar a los pobres: por ellos se aumentan los impuestos y se combaten los impuestos; se hacen obras suntuarias o se justifica la pobretería; se apoya/acepta la invasión del espacio público o se persigue, se reduce el salario mínimo o se aumenta. La confusión es total. Una cosa y la contraria se hacen con el mismo fin. Quizás el desorden ideológico que produce la atención a los pobres puede resolverse un tanto si se consideran los medios para atender a los desheredados, en lugar del fin mismo de atenderlos. Por ejemplo, preguntándose no dónde se pone el dinero público, sino dónde se capta. Przeworski15 transcribe un deslumbrante texto, que la empresa Mobil Oil pagó en 1976 en el New York Times, en el transcurso de una campaña presidencial:

Las ganancias empresariales tienen que incrementarse hasta niveles situados sustancialmente por encima de los de los últimos años si es que nuestro país no quiere crearse problemas aún mayores. [Si esto no sucede] todos los grupos empezarán a luchar por una porción más grande de ese pastel estático. Las mujeres, los negros y otros movimientos raciales, lo mismo que la gente joven de los más variados orígenes, serán los más duramente golpeados. Para los graduados universitarios la búsqueda de empleo será todavía más difícil: un número cada vez mayor de ellos tendrá que aceptar empleos inferiores en la escala económica. Esto oprimirá aún más a las minorías y a todo el mundo. El crecimiento económico es la última y mejor esperanza para los pobres y para todo el resto de nosotros. La mera redistribución del ingreso no erá suficiente. Debemos crear un pastel de ingresos en crecimiento constante. Esto sólo puede hacerse mediante el desarrollo económico. Y sólo las actividades privadas lucrativas pueden efectuar las inversiones de capital que producen crecimiento económico, empleos e ingresos fiscales.

Nuevamente, se invoca (¿o amenaza?) a los de abajo, a los más vulnerables. La publicidad los agrupa de manera que se vea que son las mayorías, pues son las mayorías 15 Prseworski, Adam; “Deliberación y dominación ideológica”, en (Elster, 2001).

las que deben ser sensibilizadas si se trata de ganar elecciones. Przeworski trae esta cita para sustentar su afirmación de que “la mayor parte de las discusiones públicas no tienen que ver con los fines sino con los medios”. Una afirmación empíricamente verificable, aunque con dificultades en las que el autor no se mete. Los medios son disponibles, es decir se cambian fácilmente por otros medios porque el aspecto clave sería el fin. Sin embargo, cuándo algo es un fin o un medio no es distinguible de manera unívoca y evidente. ¿Comer para vivir o vivir para comer? Si la libertad es un medio o un fin es un asunto de valores, que tiene un espectro amplio de opciones. Un libertario fundamentalista puede ser un anarquista (izquierda romántica) o un neoliberal (derecha). Dos extremos, entre los cuales quedan quienes reconocen que la democracia, si bien es un método, también es un fin, por el valor que otorga a la paz y con ella a la vida humana. 5. Ideología, intereses y afinidades Durante el período de prevalencia del eje izquierda-derecha, los proyectos políticos, radicales o moderados, reclamaban portar una propuesta para toda la sociedad. Claro está, unas clases o sectores sociales eran afines, de manera natural, a su ideología. Así, los propietarios de los medios de producción difícilmente adherirían de manera entusiasta y masiva a los proyectos socialistas. Los obreros podrían ser más afines a un proyecto socialista, pero todo indica que en nuestro medio orientaron su adscripción política a otro tipo de proyectos que apuntaban a resolver los problemas de inserción de su familia a la vida urbana (la construcción de su vivienda, el suministro de servicios públicos domiciliarios, por ejemplo), canalizados a través de formas organizativas como la acción comunal, ligada estrechamente a partidos que reclamaban ser policlasistas, y que se referían a ellos como pueblo, en lugar de obreros. Estatismo/antiestatismo Se plantea entonces la necesidad de distinguir las ideologías “totalizantes”, de la simple representación de intereses, asunto tan notablemente presente en muchos ordenamientos constitucionales. El último artículo votado en la Constitución del 91 en efecto señala: “Art. 133. Los miembros de los cuerpos colegiados de elección directa representan al pueblo, y deberán actuar consultando la justicia y el bien común”. Es decir, queda prohibida la representación explícita de intereses. En todo caso, bien sea por afinidad entre ciertos partidos y un grupo de interés, o por la fragilidad ideológica de nuestros partidos, ni en el parlamento, ni en la protesta callejera, intereses e ideologías están separados. La distinción entre ideología, intereses y afinidades es relevante. Nos permite abordar, por ejemplo, la diferencia entre el eje ideológico público/privado, (mencionado arriba en la cita de Díaz, supra) y una reducción de él a un eje estatismo/antiestatismo, reducción sesgada por intereses, privados y justos en sí mismos, del sindicalismo estatal. El acusatorio estribillo “neoliberal” frente a toda decisión de suprimir funciones de un Estado que llegó hasta tener fábricas de tiza y pupitres a nombre de lo público, ha ocultado el hecho de que, por ejemplo, la eliminación del monopolio estatal sobre la seguridad social en nuestro país, aunque crea un escenario de mercado en la prestación del servicio, es cualquier cosa menos desregulación: no le cabe esta palabra a la maraña

de normas y sistemas de control sobre el mercado aquí creado. La creencia (sostenida sobre hechos tozudos) de los partidarios de lo público como sinónimo de servidor público, según la cual los mecanismos de regulación serán capturados tarde o temprano por grandes monopolios privados, debido a la capacidad de influencia de éstos por la vía del clientelismo de élite, tiene tanta justificación como la creencia (sostenida por hechos tozudos) de los partidarios de sustituir este monopolio de la prestación por el control, de que los intereses personales de reproducción de la clase política siempre capturarán, como ya lo hicieron, las entidades prestadoras a través del clientelismo plebeyo. Técnicos/políticos Otra oposición, pasada de soslayo por el respeto (merecido, a juicio nuestro, pero no hasta la adoración) hacia el saber técnico, es la existente entre el saber técnico y la capacidad política. No es de extrañar que un académico, jefe de un ejecutivo local, privilegie la noción de democracia deliberativa, precisamente porque es natural que los expertos en el arte de la argumentación (en la academia más dirigida a demostrar que a convencer) gusten de una concepción deliberativa de la democracia. En este caso, decimos, están en juego afinidades, no intereses. 6. Los grandes y los pequeños ismos Indiscutiblemente, en la historia política de los últimos dos siglos y medio se pueden localizar unos pocos conjuntos de ideas que se convirtieron en “palancas sociales”. Cuáles, si cabe alguna clasificación y cómo se denominarían, es un asunto discutible. Por ejemplo, para Dino Cofranceso (citado por Bobbio, 2001), seis grandes ideologías surgieron en los siglos XIX y XX, y las clasifica así: tres clásicas (conservadurismo, liberalismo, socialismo científico) y tres románticas (anarco-libertarismo, fascismo y tradicionalismo). No pretendemos interpretar lo que ocurre en Bogotá como una semilla de un séptimo ismo, ni un alumbramiento de nuevos “ismos” que no han cogido vuelo como “palancas sociales” (comunitarismo, republicanismo cívico, la misma “tercera vía”); tampoco buscamos encamisar ninguna formulación ideológica como un punto en un sistema coordenado con los ejes revisados atrás. Simplemente, nos parece evidente que la mención a estos ejes, sin pretensión de hacer sistemática de ideologías, es obligatoria, porque la dinámica política real lo exige.