huracán katrina5

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EL PAÍS, domingo 18 de septiembre de 2005 OPINIÓN / 17 DEBATE El mundo se ha quedado horroriza- do ante la respuesta de Estados Unidos al huracán Katrina y sus consecuencias en Nueva Orleans. Cuatro años después de los atenta- dos terroristas de septiembre de 2001, y después de que supuesta- mente se gastaran miles de millo- nes de dólares en “preparación” pa- ra otra emergencia, Estados Uni- dos ha demostrado al mundo que no estaba preparado, ni siquiera pa- ra un suceso que se produjo con muchas advertencias. La diferencia entre el tsunami acaecido en Asia el pasado diciembre y el que ya se está denominando tsunami negro en Estados Unidos —por toda la devastación que provocó entre los pobres de Luisiana, negros en su mayoría— es asombrosa. El desas- tre asiático demostró la capacidad de los afectados para superar disen- siones, que arrastraban desde ha- cía mucho tiempo, cuando los re- beldes de Aceh depusieron las ar- mas en causa común con el resto de Indonesia. Por el contrario, el desastre de Nueva Orleans —y de otras partes de la costa del Golfo estadounidense— puso de mani- fiesto y agravó esas disensiones. La respuesta dada por el Go- bierno de Bush confirmó lo que muchos negros sospechaban: que aunque ellos puedan enviar a sus hijos a luchar en las guerras estado- unidenses, no sólo se habían queda- do atrás en la prosperidad estado- unidense, sino que tampoco intere- saba o se sabía qué era lo que más necesitaban. Se ordenó una evacua- ción, pero no se proporcionaron medios para los pobres. Cuando llegó la ayuda, fue, como señaló un columnista de The New York Ti- mes, como en el Titanic: los ricos y los poderosos salieron primero. Es- tuve en Tailandia inmediatamente después del tsunami, y vi la impre- sionante respuesta de ese país. Los tailandeses trasladaron en avión a funcionarios consulares y de emba- jada a las áreas afectadas, conscien- tes de la sensación de impotencia que sentirían los que se encontra- ran desamparados lejos de casa. EE UU impidió que los funciona- rios extranjeros acudieran a Nueva Orleans para ayudar a sus ciudada- nos. Hasta el país más rico del mun- do tiene recursos limitados. Si con- cede recortes fiscales a los ricos, tendrá menos para gastar en la re- paración de diques; si despliega la Guardia Nacional para luchar en una guerra sin esperanza en Irak, tendrá menos recursos para enfren- tarse a una crisis interna. Es necesario elegir, y lo que se elija importa. A menudo, los políti- cos miopes como Bush escatiman en las inversiones a largo plazo en pro de la ventaja a corto plazo. Re- cientemente, el presidente firmó un generoso proyecto de infraestructu- ras que incluía, entre otras compen- saciones a sus partidarios políticos, un infame puente hacia ninguna parte en Alaska. Dinero que po- dría haberse usado para salvar mi- les de vidas se gastó en conseguir votos. Pocas veces se ha visto con tanta claridad eso de que “si escu- pes al cielo, en la cara te caerá” como en estos últimos años: una guerra mal concebida, organizada en plan barato, no ha llevado la paz a Oriente Próximo. Ahora Es- tados Unidos ha tenido que pagar las consecuencias por no hacer ca- so de las advertencias sobre la debi- lidad de los diques de Nueva Or- leans. Está claro que nada podía haber librado por completo a la ciudad del impacto del Katrina, pe- ro seguro que se podría haber ami- norado la devastación. A menudo, los mercados, con todas sus virtudes, no funcionan bien en una crisis. De hecho, con frecuencia el mecanismo del merca- do se comporta repugnantemente en las emergencias. El mercado no respondió a la necesidad de evacua- ción enviando enormes convoyes de autobuses para sacar a la gente; en algunos lugares, respondió tripli- cando el precio de los hoteles en áreas vecinas, lo cual, si bien refleja el marcado cambio en la oferta y la demanda, se califica de extorsión en los precios. Semejante compor- tamiento resulta tan odioso por- que aporta poco beneficio de repar- to y supone un enorme coste distri- butivo, porque quienes disponen de recursos se aprovechan de quie- nes carecen de ellos. Amartya Sen, ganador del pre- mio Nobel de Economía, ha resal- tado que la mayoría de las hambru- nas no van asociadas a una escasez de alimentos, sino a que quienes los necesitan no pueden acceder a ellos por carecer de poder adquisiti- vo. EE UU, el país más rico del mundo, disponía claramente de re- cursos para evacuar Nueva Or- leans. Es sólo que Bush hizo caso omiso de los pobres, las decenas, quizá cientos de miles de personas que no tenían los recursos para pa- garse su propia evacuación. Cuan- do uno es pobre, no tiene tarjeta de crédito, y la mayoría de los que se quedaron atrapados estaban espe- cialmente bajos de fondos porque era fin de mes. Pero si hubieran tenido el dinero, no es tan evidente que los mercados hubieran respon- dido con rapidez para proporcio- nar la oferta necesaria; en tiempos de crisis, a menudo no lo hacen. Ésa es una de las razones por las que el ejército no usa un sistema de precios para asignar recursos. El pasado enero, después del tsunami, en respuesta a los llama- mientos generalizados para que se estableciera un sistema de alerta precoz, señalé que el mundo había sido advertido de antemano del ca- lentamiento del planeta. El resto de los países han empezado a to- mar precauciones, pero Bush, que hizo caso omiso de las adverten- cias sobre los planes de Al Qaeda antes del 11 de septiembre de 2001, y que no sólo hizo caso omiso so- bre los diques de Nueva Orleans sino que de hecho vació los fondos para apuntalarlos, no ha llevado a EE UU a hacer lo mismo. Los científicos están cada vez más convencidos de que el calenta- miento de la Tierra irá acompaña- do de mayores perturbaciones cli- máticas. Las pruebas recientes son como mínimo congruentes con di- cha hipótesis. Tal vez Bush espera- ra que las consecuencias del calen- tamiento del planeta se sintieran mucho después de que él abando- nara el poder; y que se notaran mucho más en países tropicales po- bres como Bangladesh que en un país rico situado en las zonas tem- pladas. Pero quizá haya un rayo de esperanza en las nubes que cubren Nueva Orleans. Tal vez EE UU, y especialmente su presidente, se con- venzan de que deben unirse al res- to del mundo en la lucha contra la pobreza y en la protección del me- dio ambiente. Para enfrentarse a los desastres, sean naturales o pro- vocados por el hombre, y hacer pla- nes para ello, se debe hacer algo más que esperar lo mejor y rezar. Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de Economía y catedrático de esta asigna- tura en la Universidad de Columbia. Autor, entre otros libros, de Los felices noventa. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2005. El huracán Katrina expuso la cul- tura política, las poleas del poder y el carácter de Estados Unidos y en las últimas semanas hemos po- dido observar al desnudo las for- talezas, las fragilidades y las con- tradicciones de la superpotencia. Cuando Ray Nagin, alcalde de Nueva Orleans, despotricó contra la pasividad del Gobierno federal al que exigió “mover el culo y hacer algo” se apoyaba en una de las fibras más profundas del pragmatismo estadouniden- se, de la cultura del can do. Los estadounidenses esperan que sus funcionarios resuelvan con rapi- dez y eficacia los problemas y las catástrofes que, de acuerdo al op- timismo difundido universalmen- te por Hollywood, siempre tie- nen solución que, para ser total- mente americana, se apalanca en las máquinas y la tecnología. Cuando el gobernante falla la irritación social se canaliza hacia la rendición de cuentas porque esa sociedad tiene profundamen- te arraigada la idea de que políti- cos y gobernantes son servidores públicos que deben ser constante- mente escudriñados. Es una so- ciedad que idolatra el individua- lismo y que objetiva los desastres o los éxitos en héroes y villanos públicamente expuestos. En ese marco hay que ubicar los tropie- zos y la redención del presidente republicano. George W. Bush ha sido con- denado porque su liderazgo nau- fragó en el momento de crisis. Se apartó del modelo aprobado por la colectividad y se multiplicaron las críticas. Wesley Pruden salió a la defensa del republicano ase- gurando, en una columna para el conservador Washington Times, que el huracán fue “un regalo de los dioses para [quienes habitan] en el reino de esa izquierda que se levanta cada mañana buscan- do formas de denostar a George W. Bush” (2 de septiembre de 2005). En términos generales fue- ron defensas débiles porque las condenas a Bush salían de la irri- tación que provocó un comporta- miento alejado de los mitos que regulan su vida pública. Para el senador John B. Breaux, de Lui- siana, “a la gente no le importa si eres demócrata o republicano”, lo que cuenta es que “demuestres que estás haciendo algo”. Bush agredió el sentido co- mún de un país en el que el ciuda- dano común sueña con llegar a millonario y/o superhéroe. Para todos se hizo evidente la arrogan- cia de su comportamiento por- que el presidente llevaba seis se- manas veraneando en su rancho de Texas y el huracán lo pilló en ese momento de modorra que pre- cede al retorno a la cotidianidad. Se pasmó y tardó en reaccionar porque pensaba que hasta los ele- mentos respetarían su agenda. Como tantos otros poderosos se equivocó al creer que había doma- do a la veleidosa fortuna. Acorralado por la gravedad de su pecado tomó el único sen- dero concebible para un servidor público en un país de tanta rai- gambre cristiana. Hizo un acto de contrición ante los medios de comunicación porque en la cultu- ra política estadounidense el arre- pentimiento no es una opción, es una exigencia. Se perdonan los errores pero no las excusas. Ante las disculpas, incluso los críticos más severos le extendieron al pre- sidente una rama de olivo. El New York Times calificó, en un editorial del 15 de septiembre, co- mo “palabras esperanzadoras” el que Bush “aceptara responsabili- dades”. Al ritual le faltan etapas. Después de la contrición verbal vendrá el nombramiento de la co- misión que esclarecerá la cadena de errores y fijará responsabilida- des individuales. El huracán puede repercutir de otras formas en el futuro de la potencia. En la dimensión estric- tamente material la reconstruc- ción se hará con bastante rapi- dez. Estados Unidos tiene el ca- rácter y los recursos económicos y tecnológicos para superar este tipo de adversidades. Los efectos más profundos tienen que ver con el debate sobre la misión de un país que se siente predestina- do a guiar a la humanidad y que basa parte de su éxito en la cons- tante revisión y corrección del rumbo. ¿Cuáles serán las conexiones que se harán entre el huracán y el conflicto en Irak? La fractura ideológica de Estados Unidos puede profundizarse en la medi- da en la que se empalmen las facturas por la reconstrucción y la aventura militar. Reaparecen las tesis de Paul Kennedy sobre los resortes que detonan el auge y la decadencia de los imperios y se replantea una de las preguntas claves de este siglo XXI: ¿rebasó Bush los márgenes de acción que tolera la economía y la máquina militar estadounidense? Otra dimensión se conecta con la discusión universal en cur- so sobre el papel del Estado y/o la responsabilidad que tiene el con- sumismo estadounidense en el de- sastre ambiental que azota al pla- neta. El huracán expuso la fragili- dad de esa parte del pensamiento neoconservador porque, como es- cribiera Paul Krugman en el New York Times el 2 de septiembre, la parálisis de Bush “fue consecuen- cia de la hostilidad ideológica a la idea de utilizar el Gobierno para servir el bien público... por 25 años la derecha ha estado deni- grando al sector público y dicién- donos que el Gobierno siempre es el problema, no la solución”. Bastante relacionada está la posi- bilidad de que la catástrofe acele- re la renovación en curso de la dirigencia política de la izquierda social de ese país. De ese recam- bio depende la magnitud del vira- je en la política de Estados Uni- dos. El Katrina también mostró, como tercera variable, la influen- cia potencial del factor externo. Estados Unidos es una nación rabiosamente nacionalista y ex- tremadamente consciente de su poderío y excepcionalidad. El de- sorden y las necesidades exhibi- das por el huracán despertaron tanto azoro y desconcierto que “la nación más rica y poderosa en la historia del planeta” aceptó ayuda del exterior. Nunca antes lo había hecho y cabe preguntar- se si estamos ante un hecho aisla- do y simbólico o una apertura de consecuencias impredecibles que puede modificar el unilateralis- mo que los lleva a dictarle al mundo lo que debe hacer y a irri- tarse cuando desde fuera se les pide que rindan cuentas. La tragedia trasciende a las arrogancias de un presidente y hay que diferenciar al Gobierno de una sociedad contradictoria y vital en la que coexisten el purita- nismo del cinturón bíblico con la cachondería de Nueva Orleans, una ciudad que vive intensamen- te su lema extraoficial: dejad que transcurran los buenos momentos (Laissez le bons temps rouler). Imposible olvidar los bosques de pentagramas que brotan en la pe- numbra de esos bares donde se entiende por qué Nueva Orleans engendró al jazz, ese arte ameri- cano por excelencia que es un homenaje a la diversidad y un regalo al planeta que casi unáni- memente ha reaccionado solidari- zándose con una potencia dolida y lastimada por una catástrofe que le recordó su condición hu- mana. Sergio Aguayo Quezada es profesor del Colegio de México. El ‘tsunami negro’ JOSEPH E. STIGLITZ EE UU al desnudo SERGIO AGUAYO QUEZADA Los efectos profundos tienen que ver con el debate sobre la misión de EE UU en el mundo LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS DEL KATRINA Si conceden recortes fiscales a los ricos, se tendrá menos para gastar en la reparación de diques

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EL PAÍS, domingo 18 de septiembre de 2005 OPINIÓN / 17DEBATE

El mundo se ha quedado horroriza-do ante la respuesta de EstadosUnidos al huracán Katrina y susconsecuencias en Nueva Orleans.Cuatro años después de los atenta-dos terroristas de septiembre de2001, y después de que supuesta-mente se gastaran miles de millo-nes de dólares en “preparación” pa-ra otra emergencia, Estados Uni-dos ha demostrado al mundo queno estaba preparado, ni siquiera pa-ra un suceso que se produjo conmuchas advertencias. La diferenciaentre el tsunami acaecido en Asia elpasado diciembre y el que ya seestá denominando tsunami negroen Estados Unidos —por toda ladevastación que provocó entre lospobres de Luisiana, negros en sumayoría— es asombrosa. El desas-tre asiático demostró la capacidadde los afectados para superar disen-siones, que arrastraban desde ha-cía mucho tiempo, cuando los re-beldes de Aceh depusieron las ar-mas en causa común con el restode Indonesia. Por el contrario, eldesastre de Nueva Orleans —y deotras partes de la costa del Golfoestadounidense— puso de mani-fiesto y agravó esas disensiones.

La respuesta dada por el Go-bierno de Bush confirmó lo quemuchos negros sospechaban: queaunque ellos puedan enviar a sushijos a luchar en las guerras estado-unidenses, no sólo se habían queda-do atrás en la prosperidad estado-unidense, sino que tampoco intere-saba o se sabía qué era lo que másnecesitaban. Se ordenó una evacua-ción, pero no se proporcionaronmedios para los pobres. Cuandollegó la ayuda, fue, como señaló uncolumnista de The New York Ti-mes, como en el Titanic: los ricos y

los poderosos salieron primero. Es-tuve en Tailandia inmediatamentedespués del tsunami, y vi la impre-sionante respuesta de ese país. Lostailandeses trasladaron en avión afuncionarios consulares y de emba-jada a las áreas afectadas, conscien-tes de la sensación de impotenciaque sentirían los que se encontra-ran desamparados lejos de casa.EE UU impidió que los funciona-rios extranjeros acudieran a NuevaOrleans para ayudar a sus ciudada-nos. Hasta el país más rico del mun-do tiene recursos limitados. Si con-cede recortes fiscales a los ricos,tendrá menos para gastar en la re-paración de diques; si despliega laGuardia Nacional para luchar enuna guerra sin esperanza en Irak,tendrá menos recursos para enfren-tarse a una crisis interna.

Es necesario elegir, y lo que seelija importa. A menudo, los políti-cos miopes como Bush escatimanen las inversiones a largo plazo enpro de la ventaja a corto plazo. Re-cientemente, el presidente firmó ungeneroso proyecto de infraestructu-ras que incluía, entre otras compen-saciones a sus partidarios políticos,un infame puente hacia ningunaparte en Alaska. Dinero que po-dría haberse usado para salvar mi-les de vidas se gastó en conseguirvotos. Pocas veces se ha visto contanta claridad eso de que “si escu-pes al cielo, en la cara te caerá”

como en estos últimos años: unaguerra mal concebida, organizadaen plan barato, no ha llevado lapaz a Oriente Próximo. Ahora Es-tados Unidos ha tenido que pagarlas consecuencias por no hacer ca-so de las advertencias sobre la debi-lidad de los diques de Nueva Or-leans. Está claro que nada podíahaber librado por completo a laciudad del impacto del Katrina, pe-ro seguro que se podría haber ami-norado la devastación.

A menudo, los mercados, contodas sus virtudes, no funcionan

bien en una crisis. De hecho, confrecuencia el mecanismo del merca-do se comporta repugnantementeen las emergencias. El mercado norespondió a la necesidad de evacua-ción enviando enormes convoyesde autobuses para sacar a la gente;en algunos lugares, respondió tripli-cando el precio de los hoteles enáreas vecinas, lo cual, si bien reflejael marcado cambio en la oferta y lademanda, se califica de extorsiónen los precios. Semejante compor-

tamiento resulta tan odioso por-que aporta poco beneficio de repar-to y supone un enorme coste distri-butivo, porque quienes disponende recursos se aprovechan de quie-nes carecen de ellos.

Amartya Sen, ganador del pre-mio Nobel de Economía, ha resal-tado que la mayoría de las hambru-nas no van asociadas a una escasezde alimentos, sino a que quieneslos necesitan no pueden acceder aellos por carecer de poder adquisiti-vo. EE UU, el país más rico delmundo, disponía claramente de re-cursos para evacuar Nueva Or-leans. Es sólo que Bush hizo casoomiso de los pobres, las decenas,quizá cientos de miles de personasque no tenían los recursos para pa-garse su propia evacuación. Cuan-do uno es pobre, no tiene tarjeta decrédito, y la mayoría de los que sequedaron atrapados estaban espe-cialmente bajos de fondos porqueera fin de mes. Pero si hubierantenido el dinero, no es tan evidenteque los mercados hubieran respon-dido con rapidez para proporcio-nar la oferta necesaria; en tiemposde crisis, a menudo no lo hacen.Ésa es una de las razones por lasque el ejército no usa un sistema deprecios para asignar recursos.

El pasado enero, después deltsunami, en respuesta a los llama-mientos generalizados para que seestableciera un sistema de alerta

precoz, señalé que el mundo habíasido advertido de antemano del ca-lentamiento del planeta. El restode los países han empezado a to-mar precauciones, pero Bush, quehizo caso omiso de las adverten-cias sobre los planes de Al Qaedaantes del 11 de septiembre de 2001,y que no sólo hizo caso omiso so-bre los diques de Nueva Orleanssino que de hecho vació los fondospara apuntalarlos, no ha llevado aEE UU a hacer lo mismo.

Los científicos están cada vezmás convencidos de que el calenta-miento de la Tierra irá acompaña-do de mayores perturbaciones cli-máticas. Las pruebas recientes soncomo mínimo congruentes con di-cha hipótesis. Tal vez Bush espera-ra que las consecuencias del calen-tamiento del planeta se sintieranmucho después de que él abando-nara el poder; y que se notaranmucho más en países tropicales po-bres como Bangladesh que en unpaís rico situado en las zonas tem-pladas. Pero quizá haya un rayo deesperanza en las nubes que cubrenNueva Orleans. Tal vez EE UU, yespecialmente su presidente, se con-venzan de que deben unirse al res-to del mundo en la lucha contra lapobreza y en la protección del me-dio ambiente. Para enfrentarse alos desastres, sean naturales o pro-vocados por el hombre, y hacer pla-nes para ello, se debe hacer algomás que esperar lo mejor y rezar.

Joseph E. Stiglitz es premio Nobel deEconomía y catedrático de esta asigna-tura en la Universidad de Columbia.Autor, entre otros libros, de Los felicesnoventa.

Traducción de News Clips.

© Project Syndicate, 2005.

El huracán Katrina expuso la cul-tura política, las poleas del podery el carácter de Estados Unidos yen las últimas semanas hemos po-dido observar al desnudo las for-talezas, las fragilidades y las con-tradicciones de la superpotencia.

Cuando Ray Nagin, alcaldede Nueva Orleans, despotricócontra la pasividad del Gobiernofederal al que exigió “mover elculo y hacer algo” se apoyaba enuna de las fibras más profundasdel pragmatismo estadouniden-se, de la cultura del can do. Losestadounidenses esperan que susfuncionarios resuelvan con rapi-dez y eficacia los problemas y lascatástrofes que, de acuerdo al op-timismo difundido universalmen-te por Hollywood, siempre tie-nen solución que, para ser total-mente americana, se apalanca enlas máquinas y la tecnología.

Cuando el gobernante falla lairritación social se canaliza haciala rendición de cuentas porqueesa sociedad tiene profundamen-te arraigada la idea de que políti-cos y gobernantes son servidorespúblicos que deben ser constante-mente escudriñados. Es una so-ciedad que idolatra el individua-lismo y que objetiva los desastreso los éxitos en héroes y villanospúblicamente expuestos. En esemarco hay que ubicar los tropie-zos y la redención del presidenterepublicano.

George W. Bush ha sido con-denado porque su liderazgo nau-fragó en el momento de crisis. Seapartó del modelo aprobado porla colectividad y se multiplicaronlas críticas. Wesley Pruden salióa la defensa del republicano ase-gurando, en una columna para elconservador Washington Times,que el huracán fue “un regalo delos dioses para [quienes habitan]

en el reino de esa izquierda quese levanta cada mañana buscan-do formas de denostar a GeorgeW. Bush” (2 de septiembre de2005). En términos generales fue-ron defensas débiles porque lascondenas a Bush salían de la irri-tación que provocó un comporta-miento alejado de los mitos queregulan su vida pública. Para elsenador John B. Breaux, de Lui-siana, “a la gente no le importa sieres demócrata o republicano”,lo que cuenta es que “demuestresque estás haciendo algo”.

Bush agredió el sentido co-mún de un país en el que el ciuda-dano común sueña con llegar amillonario y/o superhéroe. Paratodos se hizo evidente la arrogan-cia de su comportamiento por-que el presidente llevaba seis se-manas veraneando en su ranchode Texas y el huracán lo pilló enese momento de modorra que pre-cede al retorno a la cotidianidad.Se pasmó y tardó en reaccionarporque pensaba que hasta los ele-mentos respetarían su agenda.Como tantos otros poderosos seequivocó al creer que había doma-do a la veleidosa fortuna.

Acorralado por la gravedadde su pecado tomó el único sen-dero concebible para un servidorpúblico en un país de tanta rai-gambre cristiana. Hizo un actode contrición ante los medios decomunicación porque en la cultu-ra política estadounidense el arre-pentimiento no es una opción, es

una exigencia. Se perdonan loserrores pero no las excusas. Antelas disculpas, incluso los críticosmás severos le extendieron al pre-sidente una rama de olivo. ElNew York Times calificó, en uneditorial del 15 de septiembre, co-mo “palabras esperanzadoras” elque Bush “aceptara responsabili-dades”. Al ritual le faltan etapas.Después de la contrición verbalvendrá el nombramiento de la co-misión que esclarecerá la cadenade errores y fijará responsabilida-des individuales.

El huracán puede repercutirde otras formas en el futuro de lapotencia. En la dimensión estric-tamente material la reconstruc-ción se hará con bastante rapi-dez. Estados Unidos tiene el ca-rácter y los recursos económicosy tecnológicos para superar estetipo de adversidades. Los efectosmás profundos tienen que vercon el debate sobre la misión deun país que se siente predestina-do a guiar a la humanidad y quebasa parte de su éxito en la cons-tante revisión y corrección delrumbo.

¿Cuáles serán las conexionesque se harán entre el huracán y elconflicto en Irak? La fracturaideológica de Estados Unidospuede profundizarse en la medi-da en la que se empalmen lasfacturas por la reconstrucción yla aventura militar. Reaparecenlas tesis de Paul Kennedy sobrelos resortes que detonan el augey la decadencia de los imperios yse replantea una de las preguntasclaves de este siglo XXI: ¿rebasóBush los márgenes de acción quetolera la economía y la máquinamilitar estadounidense?

Otra dimensión se conectacon la discusión universal en cur-so sobre el papel del Estado y/o laresponsabilidad que tiene el con-sumismo estadounidense en el de-sastre ambiental que azota al pla-neta. El huracán expuso la fragili-dad de esa parte del pensamientoneoconservador porque, como es-cribiera Paul Krugman en el NewYork Times el 2 de septiembre, laparálisis de Bush “fue consecuen-cia de la hostilidad ideológica a laidea de utilizar el Gobierno paraservir el bien público... por 25años la derecha ha estado deni-grando al sector público y dicién-donos que el Gobierno siemprees el problema, no la solución”.Bastante relacionada está la posi-bilidad de que la catástrofe acele-re la renovación en curso de ladirigencia política de la izquierdasocial de ese país. De ese recam-bio depende la magnitud del vira-

je en la política de Estados Uni-dos. El Katrina también mostró,como tercera variable, la influen-cia potencial del factor externo.Estados Unidos es una naciónrabiosamente nacionalista y ex-tremadamente consciente de supoderío y excepcionalidad. El de-sorden y las necesidades exhibi-das por el huracán despertarontanto azoro y desconcierto que“la nación más rica y poderosaen la historia del planeta” aceptóayuda del exterior. Nunca anteslo había hecho y cabe preguntar-se si estamos ante un hecho aisla-do y simbólico o una apertura deconsecuencias impredecibles quepuede modificar el unilateralis-mo que los lleva a dictarle almundo lo que debe hacer y a irri-tarse cuando desde fuera se lespide que rindan cuentas.

La tragedia trasciende a lasarrogancias de un presidente yhay que diferenciar al Gobiernode una sociedad contradictoria yvital en la que coexisten el purita-nismo del cinturón bíblico con lacachondería de Nueva Orleans,una ciudad que vive intensamen-te su lema extraoficial: dejad quetranscurran los buenos momentos(Laissez le bons temps rouler).Imposible olvidar los bosques depentagramas que brotan en la pe-numbra de esos bares donde seentiende por qué Nueva Orleansengendró al jazz, ese arte ameri-cano por excelencia que es unhomenaje a la diversidad y unregalo al planeta que casi unáni-memente ha reaccionado solidari-zándose con una potencia doliday lastimada por una catástrofeque le recordó su condición hu-mana.

Sergio Aguayo Quezada es profesor delColegio de México.

El ‘tsunami negro’JOSEPH E. STIGLITZ

EE UU al desnudoSERGIO AGUAYO QUEZADA

Los efectos profundostienen que ver con eldebate sobre la misiónde EE UU en el mundo

LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS DEL KATRINA

Si conceden recortesfiscales a los ricos, setendrá menos para gastaren la reparación de diques