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    Capítulo 2. ¿La República de las peq ueñas d ifer enci as ? Cultura(s) de

    izquierda y antifascismo(s) en España, 1931-193912 

    Hugo García

    Universidad Autónoma de Madrid  

    «Una plaga de siglas». La metáfora con la que George Orwell evocó la

    atmósfera revolucionaria de Barcelona en la Navidad de 1936 resume una

    imagen muy extendida de la izquierda española de los años 303. Los

    historiadores de la política suelen describirla como un conjunto abigarrado de

    fuerzas rivales, reunidas por necesidad en el Frente Popular y durante la

    Guerra Civil4. Los autores que en las últimas décadas se han acercado a ella

    desde una perspectiva cultural han llegado a una conclusión similar: una

    síntesis reciente ha subrayado «la pluralidad de culturas políticas republicanas»

    existentes en la España del periodo5. De manera explícita o implícita, esta

    historiografía sugiere que la incompatibilidad entre las culturas republicana,

    socialista, comunista y anarquista  –divididas, a su vez, en varias subculturas – 

    está detrás de las luchas faccionales que proliferaron durante la II República y

    explica, en última instancia, la temprana caída del régimen6.

    Paradójicamente, el giro cultural  ha revelado también las coincidencias

    entre los discursos, símbolos y prácticas de los leales de 1936. Varios autores

    han señalado que la «esperanza» republicana fue un punto de referencia para

    el conjunto de la izquierda española entre la Revolución de 1868 y la Guerra

    Civil7. José Luis Gutiérrez Molina ha detectado en la España de 1936 una

    «cultura radical», formada desde 1812 y compartida por sectores sociales

    1 Publicado en Manuel Pérez Ledesma e Ismael Saz (coords.), Historia de las Culturas políticas

    en España y América Latina, vol. IV: Del franquismo a la democracia 1936-2013 , Madrid-Zaragoza, Marcial Pons-Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015, pp. 207-238. 2 Este trabajo se ha elaborado en el marco del proyecto HAR2012-32713 del Plan Nacional deI+D+i y se ha beneficiado de las observaciones realizadas por los integrantes del mismo, asícomo por los asistentes al Seminario de Historia celebrado en el Instituto Universitario Ortega yGasset de Madrid el 12 de diciembre de 2013.3 ORWELL (2001), pág. 169. 4 J ACKSON (1976), 145-146; BOLLOTEN (1973), pág. 163; JULIÁ (2006), págs. 137-38; ARÓSTEGUI (2003); C ARR (2006), pág. 143; GRAHAM (2006), págs. 117-18. 5 CRUZ (2009), pág. 129. 6 R ADCLIFF (1997), pág. 312. 

    7 DUARTE (1997), pág. 198; G ABRIEL  (1999), pág. 221; PIQUERAS (2003), págs. 69-71; SUÁREZCORTINA (2009), págs. 23-25.

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    heterogéneos8. Jorge Uría ha mostrado que los primeros comunistas

    asturianos no tenían una cultura propia, sino que se limitaron a incorporarse al

    «espacio cultural de la izquierda» existente en la región9. Y José Álvarez Junco

    ha llegado a poner en duda que «lo que se llamaba clásicamente un anarquista

    se distinguiera con nitidez de un republicano o un progresista.»10 

    Estas aportaciones nos invitan a preguntarnos si la fragmentación de la

    izquierda española podría explicarse como un caso del «narcisismo de las

    pequeñas diferencias» descrito por Freud. La España de los años 30 se

    caracteriza, como otros países de la época, por la unión de fuerzas con

    valores, tradiciones y programas diversos en coaliciones de signo antifascista11.

    Este movimiento, interpretado hasta fechas recientes como un mero lavado de

    cara de la Unión Soviética estalinista, se ve hoy como una «cultura» o

    «sensibilidad» transversal a las izquierdas europeas entre 1933 y 1945 y que

    se integró, en mayor o menor medida, en las democracias surgidas tras la

    Segunda Guerra Mundial12. En esta línea, Ferrán Gallego ha reinterpretado los

    conflictos internos de la izquierda catalana bajo la República como disensiones

    dentro de una cultura antifascista «en construcción», una propuesta coherente

    con las de quienes ven en la negociación y las disputas los mecanismos que

    permiten a las culturas evolucionar y adaptarse al cambio histórico13.

    Partiendo de estas premisas, este capítulo revisa las posiciones políticas de

    las izquierdas españolas entre la proclamación de la República en abril de 1931

    y su colapso en abril de 1939. En concreto, examina el discurso y la simbología

    de los distintos grupos en busca de los rasgos que, según Serge Berstein,

    caracterizan a las culturas políticas: una visión global del hombre, la sociedad y

    los problemas de poder; una interpretación peculiar de la historia; un proyecto

    de sociedad ideal y de los medios para alcanzarla14. Una mirada transversalpuede explicar mejor que los tradicionales análisis de organizaciones o familias

    8 GUTIÉRREZ MOLINA (2012), págs. 209-10.9 URÍA (1996), págs. 249-55. 10 ÁLVAREZ JUNCO (2010), pág. 16. 11  Véanse, por ejemplo, los trabajos reunidos en GRAHAM Y PRESTON  (eds., 1987); y VIGNA, VIGREUX Y WOLIKOW (dirs., 2006), págs. 227-312.12  La vision tradicional, en FURET  (1995), págs. 242-304; cf . COPSEY  (2000); BERNARDI YFERRARI  (eds., 2004); WOLIKOW  (2005); GROPPO  (2007); VERGNON  (2009), COPSEY YOLECHNOWITZ (eds., 2010). 13

     G ALLEGO M ARGALEF (2007), 143. Cf . SEWELL (1999), 53-55; y ELEY (1992), 306. 14 BERSTEIN (2003), págs.13-22.

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    políticas los motivos que llevaron a muchos actores del periodo a comportarse

    como lo hicieron, además de aportar más novedades a la ingente literatura

    sobre el tema. Como señaló Lynn Hunt hace décadas a propósito de la

    Revolución francesa, sabemos mucho sobre las distintas cosas que significó la

    II República para quienes la vivieron: ahora se trata de averiguar «cómo llegó a

    mantenerse unida aun dentro de su diversidad.»15 

    1. Discursos de izquierda, 1931-1933: ¿una cultura radical?

    La actuación y el lenguaje de los militantes de izquierda durante el primer

    bienio del nuevo régimen sugieren que la pluralidad de valores y opciones

    políticas era compatible con un sustrato cultural compartido. Todos celebraron

    la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, aunque enseguida se

    dividiesen en torno a las reformas de la coalición republicano-socialista que

    gobernó España hasta el otoño de 1933. Incluso los anarquistas y comunistas

    subrayaron  –con las reservas que se indicarán –  el avance que suponía el

    cambio para las clases populares16. La fiesta popular   de abril refleja las

    grandes esperanzas que grupos muy distintos  –trabajadores de las ciudades y

    el campo, mujeres modernas  como Clara Campoamor y María Lejárraga,

    nacionalistas catalanes, vascos o gallegos – depositaron en el nuevo régimen,

    que acababa con más de medio siglo de monarquía restaurada17.

    Esta unanimidad inicial sugiere que las distintas familias compartían ideas y

    valores aun antes de unirse políticamente, algo que resulta lógico por distintas

    razones. De entrada, las izquierdas tenían en común un imaginario procedente

    de la literatura social, romántica y científica del XIX y el primer tercio del XX:

    Vicente Farnals, el socialista valenciano que retrató Max Aub en su novela

    Campo abierto, situada en 1936, había leído entre otros a Élisée Reclus, JulesVallès, Henri Barbusse, Blasco Ibáñez, Baroja y Galdós18. El anarquista francés

    Reclus y el autor de los Episodios nacionales  son dos de los escritores que

    había recomendado el institucionista Rafael de Altamira en sus Lecturas para

    15 HUNT (1984), pág. 14. Traducción mía. 16 ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs. 45-58; G ARCÍA (2011), págs. 120-26. 17  JULIÁ  (1984), págs. 7-20; CRUZ  (2014), págs. 74-92. Agradezco a Rafael Cruz habermedejado consultar este valioso trabajo antes de su publicación. 18

     Max Aub, Campo abierto, Madrid, Alfaguara, 1998, pág. 78, citado en PIQUERAS (2003), pág.69. 

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    obreros de 1904, junto con Tolstoi, Renan, Kropotkin, Hugo, Darwin, Cervantes,

    Poe y Dickens19. El mismo cóctel de novela social, teoría científica y clásicos

    del Siglo de Oro se encuentra en los resultados de una encuesta realizada por

    el Patronato de Misiones Pedagógicas entre los adultos españoles a finales de

    1933, así como en las nutridas bibliotecas de los anarquistas de la época20.

     Además de lecturas, muchos militantes compartían recuerdos de viejos

    combates. El anarquista Federico Urales  (pseudónimo de Joan Montseny), el

    radical Alejandro Lerroux y el socialista Francisco Largo Caballero habían

    participado en la campaña en defensa del pedagogo anarquista Francisco

    Ferrer en 1909, un affaire Dreyfus  donde se gestó la primera «Conjunción

    republicano-socialista» de la historia española, precedente de la «Alianza de

    izquierdas» de 191721. La crisis de la Restauración y la creciente importancia

    de la cuestión social  habían añadido un matiz de clase al concepto de izquierda

    política, hasta entonces asociado a la lucha por la democracia y la república 22. 

    La oposición a la Dictadura de Primo de Rivera había reunido a liberales como

    Miguel de Unamuno, republicanos catalanistas como Francesc Macià,

    anarquistas como Valeriano Orobón y comunistas como Joaquín Maurín,

    exiliados en Francia y otros países europeos durante los años 2023. Francia

    seguía siendo el destino de los disidentes que, como Manuel Azaña, veían en

    la III República un modelo y habían defendido activamente la causa aliada

    durante la Gran Guerra24. El «París de las libertades», la «Babel moderna» que

    evoca el comunista Julián Gorkin en sus memorias, fue sin duda el principal

    canal de transmisión de la cultura europea de entreguerras hacia España25.

    Otros militantes habían ido aun más lejos en busca de las nuevas ideas y

    experiencias que estaban transformando el siglo. Muchos visitaron la Unión

    Soviética, escenario del experimento político, económico y social en el que sefijaba  –para bien o para mal –  la atención del mundo26. Algunos, como el

    19 R. Altamira, Lecturas para Obreros, Madrid, 1904, citado en HOLGUÍN (2003), págs. 175-76.20 HOLGUÍN (2003), págs. 179-80; N AVARRO N AVARRO (2004a), pág. 157-79. 21 ÁLVAREZ JUNCO (1990), págs. 162-76 y 382-86; ROBLES EGEA (2004), pág. 111. 22 CRUZ ARTACHO (2008), págs. 708-09. 23 Exilio, en GONZÁLEZ C ALLEJA (1999), págs. 306-504 y (2010a), págs. 211-27; Orobón, enGUTIÉRREZ MOLINA (2002), págs. 29-39. 24 JULIÁ (2008), págs. 72-87 y 125-63; P ÁEZ-C AMINO ARIAS (1994), pág. 105. 25

     SCHOR (1989); GORKÍN (1975), pág. 107. 26 AVILÉS F ARRÉ (1999), págs. 153-79 y 283-300; ELORZA Y BIZCARRONDO (2006), págs. 79-99. 

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    socialista Fernando de los Ríos y el anarquista Ángel Pestaña, volvieron

    decepcionados; otros, como el socialista Julio Álvarez del Vayo y el republicano

    Manuel Chaves Nogales, se llevaron una impresión más favorable; y unos

    pocos, como Maurín y Andrés Nin, se convirtieron en fervientes comunistas.

    Tras la llegada al poder de Stalin, el mito del paraíso proletario atraería a las

    filas del PCE a republicanos como José Antonio Balbontín y Rafael Alberti y

    anarquistas como Ramón J. Sender, mientras decenas de compañeros de viaje

    ingresaban en los Amigos de la Unión Soviética en febrero de 193327. El

    régimen nacionalista y populista surgido de la Constitución mexicana de 1917

    sedujo, por su parte, a republicanos como Marcelino Domingo y socialistas

    como De los Ríos y Luis Araquistáin, que regresó de México en 1927

    convencido de que allí se jugaba no sólo «el crédito histórico de un pueblo,

    sino… el de toda una raza…»28 

    En España, un número creciente de jóvenes republicanos y socialistas

    encontraron en la masonería un refugio contra la Dictadura y un instrumento

    para hacer realidad los principios de la Revolución francesa29. Desde 1924, el

    sevillano Diego Martínez Barrio  –antiguo anarquista reconvertido al

    lerrouxismo – trató de transformar el Gran Oriente Español en casa común de la

    izquierda y arma para fomentar «la emoción liberal» en el país30. Masones

    radicales como Álvarez del Vayo, Eduardo Ortega y Gasset, José Giral, Carlos

    Esplá y Luis Jiménez de Asúa participaron en las conspiraciones y campañas

    de propaganda orquestadas desde París por Unamuno y Blasco Ibáñez31.

    Muchos de los intelectuales que encabezaron la oposición a Primo de Rivera

    militaron en las logias, y en ellas se gestaron las propuestas de «socialismo

    liberal» que prefiguraron la II República32.

    La colaboración de las izquierdas españolas continuaría tras el 14 de abril.El cambio de régimen suscitó una movilización sin precedentes en un país

    carente de partidos consolidados  –salvo el PSOE –, aunque con dos fuertes

    confederaciones sindicales (UGT y CNT-FAI) que encuadraban a la mayor

    27 KOWALSKY (2004), págs. 138-46; G ARRIDO C ABALLERO (2009), págs. 131-68. 28  ARAQUISTÁIN  (1929), pp. 352-53; DELGADO L ARIOS  (1993), págs. 112-14 y 200-02; M ATEOSLÓPEZ (2005), págs. 29-44.29 GÓMEZ MOLLEDA (1986), págs. 23-24 y 39-51.30 Idem, págs. 72-84. 31

     Ídem, págs. 105-31; ANGOSTO VÉLEZ (2001), págs. 112-62. 32 G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1987), págs. 484-511. 

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    parte de la militancia obrera33. Las organizaciones tradicionales y los nuevos

    partidos republicanos  compitieron duramente, a través de la agitación y la

    propaganda, por conquistar a las nuevas masas de electores34. Pero, lejos de

    encerrarse en sus identidades organizativas o de clase, hombres y mujeres de

    perfiles distintos escribieron para los mismos periódicos (La Tierra, La Libertad ,

    Orto, Octubre, Leviatán), militaron en las mismas asociaciones (Amigos de la

    Unión Soviética, Comité Nacional de Ayuda a las Víctimas de Octubre),

    firmaron manifiestos conjuntos (por ejemplo, contra la invasión italiana de

     Abisinia en 1935) o fundaron nuevas organizaciones (el Partido Sindicalista de

    Pestaña, la Unión Republicana de Martínez Barrio, el POUM de Maurín y Nin,

    el PSUC de Joan Comorera o las Juventudes Socialistas Unificadas de

    Santiago Carrillo)35.

    Las izquierdas podían entenderse, entre otras razones, porque tenían un

    lenguaje político similar: las distintas tendencias se expresaban a través de

    conceptos idénticos, aunque les diesen significados diferentes36. Un buen

    ejemplo son sus discrepancias respecto al término izquierda, tan ambiguo

    como determinante de las identidades y análisis políticos durante el periodo37.

    En febrero de 1930, Azaña se mostró dispuesto a colaborar «con las izquierdas

    españolas todas», es decir, con aquellas fuerzas que, «sin ambages, remilgos

    ni distingos, ponen por base de la organización del Estado la forma

    republicana.»38 En agosto de 1931, el socialista Jiménez de Asúa describió su

    proyecto de Constitución republicana como «de izquierda», precisando que era

    «democrática, liberal, de gran contenido social»39. Los comunistas y algunos

    socialistas distinguían entre la «izquierda burguesa» y las fuerzas obreras, que

    representaban la verdadera izquierda: Leviatán aludió en marzo de 1936 a «las

    izquierdas, es decir el proletariado», que aspiraban a continuar la revolución de

    33 M ACARRO VERA (1999-2000), págs. 316-17. 34 JULIÁ (1995), págs. 117-20. 35 Revistas, en M ADRIGAL P ASCUAL (2002), págs. 214-28; asociaciones, en BRANCIFORTE (2009),págs. 137-71; manifiesto, en La Libertad , 26 de diciembre de 1935. 36 Este análisis se inspira en el propuesto por FREEDEN (1996), págs. 77-84.37 CRUZ ARTACHO (2008), 711-12; G ARCÍA S ANTOS (1980), 641-54; P ALACIO (2012). 38 “Llamada al combate. Alocución en el banquete republicano de 11 de febrero de 1930”, en AZAÑA (2008a), págs. 937-40. 39

     Diario de Sesiones de las Cortes, 27 de agosto de 1931, citado en JULIÁ (2009a), págs. 45-46. 

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    octubre de 193440. Los anarcosindicalistas, en cambio, solían referirse a sus

    rivales republicanos y socialistas como «izquierda política», la peor de las

    descalificaciones para un movimiento declaradamente apolítico, y a sí mismos

    como anarquistas, libertarios o fuerzas obreras41.

     Al mismo tiempo, los grupos citados compartían muchos conceptos

    asociados al de izquierda, como los de República, pueblo, revolución, progreso 

    y libertad . Para ellos la República  nacía del  pueblo, que era republicano  por

    definición42. Este populismo, que adquirió rango legal con la definición de

    España como «República democrática de trabajadores de toda clase» en la

    Constitución de 1931, derivaba de una visión dicotómica de la sociedad

    heredada del siglo anterior: la de un cuerpo dividido entre pueblo y privilegiados (según los republicanos) o explotadores  y explotados  (según los grupos

    obreros)43. Su corolario era una concepción de la democracia con elementos

    liberales  –la aceptación del pluralismo político, las elecciones competitivas

    como instrumento de alcanzar el poder y la protección de los derechos y

    libertades individuales –, pero en la que estas garantías formales estaban

    subordinadas a los contenidos44. La coalición que llegó al poder tras el 14 de

    abril creía en una «República republicana» como la que había defendido Azañaen febrero de 1930, que excluía, en principio, tanto a las fuerzas monárquicas

    como a la extrema izquierda45. El ardiente sectarismo de Azaña y muchos de

    sus aliados, su «concepción patrimonial» del nuevo régimen, explica, en parte,

    su distanciamiento de Lerroux, que en 1931 defendía una República «para

    todos los españoles», y de los republicanos intransigentes que, como

    Balbontín, se declararon «con la República, pero contra esta República.»46 

    40 “Glosas del mes”, Leviatán, 22, marzo de 1936, citado en CRUZ ARTACHO (2008), pág. 711. 41  “El momento político. Las organizaciones obreras, la política y los anarquistas ”, RevistaBlanca, suplemento, 15 de marzo de 1930; Federica Montseny, “Glosas: pena de muerte”,Revista Blanca, 12 de abril de 1934, pág. 16. 42 JULIÁ (1984), págs. 7-8; CRUZ (2006), págs. 29-30. 43 PÉREZ LEDESMA (1991); M AYAYO I ARTAL (1994), págs. 42-51; CRUZ (2006), págs. 29-30. 44 M ACARRO VERA (1999-2000), págs. 314-16; CRUZ (2006), págs. 15-30.45   Azaña, “Llamada al combate”, op. cit . Declaraciones similares de otros dirigentesrepublicanos, en  ÁLVAREZ T ARDÍO Y VILLA (2011), págs. 31-50 y ÁLVAREZ T ARDÍO (2012), págs.674-79.46  Concepto «patrimonial» de la República, en P AYNE  (2005), págs. 517-21; Lerroux en

    TOWNSON (2002), págs. 74-78; Balbontín en La Tierra, 16 de junio de 1931, citado en LOSADAURIGÜEN (2008), pág. 11. 

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    Del mismo modo, los distintos sectores de la izquierda entendían la

    República como una revolución  –una expectativa que desde 1789 comprendía

    a la vez libertad política e igualdad social –, pero defendían revoluciones

    diferentes47. Azaña y sus correligionarios presentaban el nuevo régimen y sus

    ambiciosas reformas legislativas –separación de la Iglesia y el Estado, Estatuto

    de autonomía catalán, reforma laboral, reforma agraria – como una «revolución

    republicana» hecha desde el Parlamento, sede de la soberanía popular 48. Sus

    aliados socialistas eran más ambivalentes: en su mayoría se veían, más que

    como republicanos, como «obreros conscientes», y consideraban la República

    como una cómoda estación de paso en el largo camino hacia el socialismo49.

    Para los comunistas, anarquistas y republicanos intransigentes, imbuidos de la

    cultura conspirativa e insurreccional de los años 20, la «República burguesa»

    no bastaba para transformar el país: había que hacer «la revolución dentro de

    la revolución», una transformación social realizada por la clase trabajadora, en

    la calle y sin contemplaciones50. Los comunistas –tanto los ortodoxos del PCE

    como los disidentes del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista – 

    abogaban por una revolución inspirada en el modelo bolchevique y destinada a

    acabar con el poder político y económico de la burguesía51. Los militantes de la

    CNT-FAI  –escindidos en anarquistas  puros  y sindicalistas de oposición – 

    defendían el comunismo libertario, la colectivización de la propiedad y la

    reorganización de la sociedad en asociaciones voluntarias de trabajadores52.

    Para ellos  –como para sus rivales de la UGT –, hacer la revolución significaba

    ante todo destruir el Estado y los partidos, encarnación de la República soñada

    por Azaña y los socialistas moderados53.

    Pese a estas profundas discrepancias, las izquierdas coincidían en la

    necesidad de una transformación social profunda, y en que para alcanzar estefin era preciso sacar al  pueblo de su letargo secular y ponerlo en el camino del

    47  P ANIAGUA  (1999); M ACARRO VERA  (1999-2000), pág. 315; FUENTES  (2008), págs. 1073-75;CRUZ (2014), págs. 94-95 y 123-40. Cf. KOSELLECK (1993), págs. 75-86; ELEY (2003), págs. 21-24.48 Azaña, discurso de 24 de diciembre de 1932, citado en G ARCÍA S ANTOS (1980), pág. 599.49 PÉREZ LEDESMA (1993), págs. 152-54; LUIS M ARTÍN (2004), págs. 200-02; REY (2011), págs.164-175; Iglesias, en JULIÁ (2000), pág. 160. 50 UCELAY Y T AVERA (1994), págs. 133-35. 51 CRUZ (2001); G ARCÍA (2011), págs. 133-36. 52

     ELORZA (1973), pág. 357; P ANIAGUA (1982), págs. 83-106.53 JULIÁ (1990). 

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     progreso54. Este «mitologema redentorista» había inspirado los esfuerzos

    realizados por los grupos obreros desde finales del XIX para instruir a los

    trabajadores a través de Casas del Pueblo, Ateneos Libertarios, escuelas

    racionalistas, revistas y bibliotecas populares55. La política educativa de los

    gobiernos republicano-socialistas del primer bienio refleja la misma «mística de

    la educación», la voluntad de utilizar la cultura para forjar lo que Marcelino

    Domingo describió como una nación «libre, progresista, abierta a todas las

    audacias de la civilización.»56  El reverso de este racionalismo era un

    anticlericalismo militante: la convicción de que la Iglesia católica era la principal

    culpable del atraso histórico de España se refleja tanto en la prensa satírica

    republicana de 1931 (La Traca, Fray Lazo) como en los periódicos comunistas

    y anarquistas, cuyo ateísmo se combinaba con intentos de sustituir los rituales

    católicos tradicionales por contra-rituales laicos57. Paradójicamente, la cultura

    de la izquierda estaba plagada de elementos religiosos: «santos laicos» como  

    Pi y Margall, Anselmo Lorenzo, Francisco Giner y Pablo Iglesias; «templos

    nuevos» como las Casas del Pueblo o los Ateneos Libertarios58.  A la inversa,

    durante los años republicanos no faltaron católicos heterodoxos que, como

     Ángel Ossorio y Gallardo, José Bergamín y Maximiliano Arboleya, culpaban a

    los errores de la Iglesia del fuerte anticlericalismo popular 59.

    Las izquierdas compartían también una visión de la historia como una larga

    batalla entre el  progreso  y la reacción60. Sus militantes se consideraban

    herederos de una variopinta tradición de luchadores y mártires de la libertad: el

    «calendario revolucionario» que abrió la revista Octubre, fundada por Alberti a

    mediados de 1933, conmemoraba a los rebeldes ingleses de 1381, a Galileo, a

    Dickens, a Bakunin, al socialista italiano Giacomo Matteotti, a los soviets y a los

    anarquistas Sacco y Vanzetti61. De ahí que muchos dirigentes de izquierdavivieran la proclamación de la República como el desenlace de la revolución

    54 ÁLVAREZ JUNCO (1991), págs. 65-85 y 93-111; HOLGUÍN (2003), págs. 21-50. 55 N AVARRO N AVARRO (2003); LITVAK (2001), 275-302. 56 HOLGUÍN (2003), págs. 57 y ss.; Domingo, citado en BOYD (2000), pág. 178. 57  CUEVA  (1998), pág. 222; ÁLVAREZ CHILLIDA  (2012); N AVARRO N AVARRO  (2004b), págs. 2-4;THOMAS (2013), págs. 84-86. 58 JULIÁ (1983); ÁLVAREZ JUNCO (1985), pág. 298; CRUZ (2007), pág. 193; YUSTA (2011b).59 VICENTE ALGUERÓ (2012), págs. 271-314; BENAVIDES (1985), págs. 146-49.60

     BOYD (2000), pág.197.61 Octubre, 1, junio-julio de 1933. 

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    liberal contra el absolutismo, como una oportunidad para realizar la obra que

    los liberales españoles habían dejado inacabada62. Azaña celebró el 14 de abril

    como una «rectificación» de la historia de España, marcada por una

    «verdadera» tradición de descentralización y democracia interrumpida por el

    «cesarismo» de los Habsburgo63. Araquistáin lo describió como un regreso a

    «la suprema soberanía popular» representada por el movimiento comunero de

    152164. En vísperas de las elecciones de febrero de 1936, el comunista José

    Díaz se declaró heredero de los comuneros, los federales de 1873 y el resto de

    quienes habían luchado «para destruir la España feudal, clerical y monárquica,

    y abrir cauce a la democracia, basada en el bienestar de las masas»65. El

    historicismo de las izquierdas, su identificación con esa «España que no ha

    sido, que pudo ser, que debió ser» invocada por Domingo en 1930, prefigura el

    relato de las dos Españas que cristalizaría en la Guerra Civil66.

    Dentro de este gran relato histórico cabían identidades diversas, que

    generaron no pocos conflictos desde el 14 de abril67. La definición

    constitucional del nuevo Estado como un «Estado integral compatible con la

    autonomía de sus nacionalidades y regiones», propuesta por De los Ríos y

    Jiménez de Asúa, se ha interpretado como un compromiso entre el

    nacionalismo español dominante entre los republicanos y el federalismo

    defendido por Macià, que el 14 de abril proclamó en Barcelona un «Estat

    català» dentro de una futura «Federació de Repúbliques Ibèriques.»68  Los

    comunistas y los anarquistas mantuvieron su internacionalismo militante, pero

    se esforzaron por integrar el derecho de autodeterminación en su discurso e

    incluso en su programa69. La fuerza de la cultura patriótica en la España

    republicana se refleja en las frecuentes alusiones a «la raza» de los

    colaboradores de La Tierra, cuyo director, Salvador Cánovas Cervantes,

    62 OROBON (2010), págs. 113-14; ÁLVAREZ T ARDÍO (2008), págs. 183-90. 63  Discurso ante militantes de Acción Republicana, 28 de marzo de 1932, citado en BOYD (2000), pág. 188. 64 El Sol , 15 de abril de 1931, citado en OROBON (2010), págs.113-14. 65 Discurso en el Salón Guerrero de Madrid, 9 de febrero de 1936, en DÍAZ (1974), pág. 68.66  UCELAY  (1982), pág. 233; G ARCÍA S ANTOS  (1980), págs. 526-29; Domingo, ¿ A dónde vaEspaña?, Madrid, 1930, citado en TUSELL y G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1990), pág. 118. 67 Una visión de conjunto, en GONZÁLEZ BERAMENDI y M ÁIZ (1991). 68

     SMITH (2011), págs. 136-37 y 144-48; JULIÁ (2009a), págs. 31-33. 69 ELORZA (1998); SMITH (2011), págs.150-55.

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    apelaba en marzo de 1932 a «la España intensamente racial y revolucionaria»

    representada por la CNT70.

    Observamos así que, pese a sus muy reales diferencias, las izquierdas

    compartían una mitología que se remontaba, al menos, al Sexenio

    revolucionario iniciado en 1868. Esta cultura radical  bebía de fuentes locales,

    pero también extranjeras: en palabras de François Furet, la retórica de los

    republicanos  de 1936 contiene «todo el repertorio del romanticismo

    revolucionario europeo», elaborado entre 1789 y 191771. El populismo de la

    izquierda española, su visión binaria de la sociedad, su ambivalencia hacia el

    parlamentarismo, su mística revolucionaria, su moralismo racionalista y

    anticlerical, su historicismo progresista y su misma fragmentación se han

    detectado en la Rusia de febrero de 1917 y en la Francia de la III República,

    aunque sin duda en proporciones distintas que es imposible precisar aquí72.

    2. La revolución  española en sus símbolos

    Esta cultura común, atravesada por profundas líneas de fractura, se refleja

    también en el lenguaje simbólico de las izquierdas tras el 14 de abril. Pamela

    Radcliff ha señalado que en la España republicana no surgió una identidad

    nacional coherente capaz de unir a los defensores del régimen, como había

    sucedido en la Francia de 1789, sino símbolos y rituales muy variados según

    las situaciones políticas y las regiones y que se vieron eclipsados por el

    resurgimiento de la opinión católica a partir de 193273. Pero lo que esta autora

    describe como «confusión simbólica» no se explica tanto por la «fragilidad» de

    la «cultura política nacional» como por la naturaleza del poder que promovió los

    nuevos valores. La heterogeneidad del Gobierno de la República, reflejo de lapluralidad del  pueblo del que extraía su legitimidad, se refleja en su política

    simbólica durante el primer bienio, el Frente Popular y la Guerra Civil 74. En

    ningún momento hubo un grupo capaz de imponer a la República un único

    70 La Tierra, 21 y 24 de marzo de 1932, citada en S ALOMÓN (2012), pág. 47.71 FURET (1995), pág. 300. 72 Rusia, en FIGES Y KOLONIITSKI (2001), págs. 144 y 160-63; Francia, en BUTON (2004), págs.564-65; PROCHASSON  (2004), 667-70; BECKER  (2004), pág. 735; W ARDHAUGH  (2007) yROSANVALLON (2008), pág. 482. Cf. BUCHANAN (2002), págs. 51-52, sobre el caso británico. 73

     R ADCLIFF (1997), págs. 312-19. La misma tesis, en CRUZ (2006), págs. 43-49.74 CRUZ (2014), págs. 107-10.

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    significado: como había sucedido en la Rusia de 1917, todos compitieron por

    apropiarse de los símbolos que dominaban la cultura nacional del momento75.

    El cambio de régimen se festejó en España, como había sucedido en Rusia,

    con símbolos vinculados a la rica tradición republicana francesa y al más

    limitado repertorio del republicanismo autóctono, elaborado durante la

    Restauración y recuperado bajo la Dictadura76. El pueblo celebró el 14 de abril

    exhibiendo la bandera tricolor, un recuerdo de la República federal que la

    presión de la calle obligó a declarar oficial77.  También proliferaron las

    Mariannes, símbolos de la libertad y de la República francesa, inspiradas en

    algún caso en modelos de la República de 187378. La figura había aparecido ya

    en los carteles publicados en El Socialista  durante la campaña electoral,

    combinada con un león y un joven obrero situado tras un yunque y unas

    cadenas rotas79. La República seguía asociada a la matrona y el león, símbolos

    de la alianza entre monarquía y pueblo en la iconografía liberal, aunque se

    revistiese de emblemas de la modernidad, el progreso científico y el trabajo80.

    La banda sonora de la fiesta popular tuvo el mismo tono añejo. Según

    Josep Pla, el 14 de abril se festejó en Madrid con cánticos de La Marsellesa y 

    el  Himno de Riego  –cuya letra casi nadie conocía –  y de La Internacional ,

    conocida por los asiduos a la Casa del Pueblo81. La segunda canción,

    compuesta en 1820,  fue elegida como nuevo himno nacional el 5 de mayo y,

    sin despertar entusiasmo, simbolizó la identidad de muchos españoles durante

    los años 3082. Los universitarios participantes en el crucero por el Mediterráneo

    realizado por el Ciudad de Cádiz   en el verano de 1933 respondieron a los

    cánticos fascistas con que fueron despedidos en el puerto de Nápoles

    cantando el himno de Riego83. Balbontín le dedicó una comedia, estrenada en

    75 FIGES Y KOLONIITSKI (2001), págs. 17-25.76 G ABRIEL (2003); BEN-AMI (1990), págs. 146-49. 77 CRUZ (2014), pág. 129. 78 OROBON (2005), págs. 81-88. 79 FERNÁNDEZ (2005), págs. 203-04. 80 FUENTES (2002), págs. 12-13. 81 Pla, Madrid. L’adveniment de la República (1933), citado en JULIÁ (1984), pág. 12. 82

     S ÁNCHEZ M ARTÍN (2010), págs. 1-4.83 GRACIA Y FULLOLA (2006), págs. 290-309.

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    la primavera de 1936, y las clases populares lo reinterpretaron dándole una

    nueva letra virulentamente anticlerical84.

    Tras el 14 de abril se instauró también un nuevo calendario festivo, que

    mezclaba viejos símbolos con otros nuevos. Días después de la revolución, el

    Gobierno hizo suya la fecha emblemática del socialismo al declarar festivo el

    Primero de Mayo85. La celebración de 1931, primera «fiesta de soberanía» del

    periodo, hizo historia porque entre los manifestantes que formularon peticiones

    al Gobierno se encontraban tres ministros86. En la capital el paro se celebró en

    medio de símbolos republicanos, empezando por la bandera tricolor que

    ondeaba en los edificios oficiales y en muchos balcones87. La presidencia,

    encabezada por Unamuno y los ministros Largo Caballero e Indalecio Prieto,

    estaba rodeada por un cordón de la milicia socialista con dos niñas al frente,

    envueltas en símbolos de la República y el socialismo. Seguían unos 300.000

    manifestantes, cantando La Marsellesa  y La Internacional . Muchos de los

    trabajadores que acudieron a la Casa de Campo  –entregada días antes por la

    República al pueblo de Madrid –  lucían el gorro frigio o se lo habían puesto a

    sus hijos. Las escenas de armonía entre el pueblo trabajador y el régimen se

    repetirían en 1932 y 1933.

     Algo similar sucedió con el 14 de abril, que sustituyó al 11 de febrero como

    símbolo de la República: a imitación del 14 de julio, fiesta nacional francesa

    desde 1880 y fecha elegida para la apertura de las Cortes Constituyentes en

    1931, los dos primeros aniversarios de la revolución española se celebraron en

    todo el país con desfiles militares, mítines, conciertos, competiciones

    deportivas, banquetes y repartos de comida a pobres y niños, y los socialistas

    se unieron a los festejos abriendo las Casas del Pueblo en varias localidades88.

    El esfuerzo de las nuevas autoridades por inventar una tradiciónrepublicana  plural se refleja también en los cambios que sufrió el espacio

    urbano durante el primer bienio. Los nuevos ayuntamientos se preocuparon de

    sustituir los topónimos tradicionales por otros identificados con la cultura

    84 Balbontín, La canción de Riego: biografía dramática con un prólogo y tres actos, Barcelona,Boreal, 1936. Las distintas versiones se citan en S ÁNCHEZ M ARTÍN (2010), pág. 15. 85 C ALLE VELASCO (2003), pág. 95. 86 JULIÁ (1984), págs. 17-19. 87 B ABIANO MORA (2006), págs. 61-63; Heraldo de Madrid , 2 de mayo de 1931. 88

     14 de julio, en AMALVI (1997); 14 de abril, en El Socialista, 15 de abril de 1932 y 15 de abrilde 1933 y R ADCLIFF (1997), págs. 316-17. 

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    republicana y obrera89. El callejero consagrado a santos, monarcas y militares

    se transformó gradualmente en un nuevo santoral laico, donde prohombres y

    mártires de la izquierda (Emilio Castelar, Pablo Iglesias, Concepción Arenal,

    Blasco Ibáñez, Matteotti, Fermín Galán y Ángel García Hernández) convivían

    con figuras del momento como Niceto Alcalá Zamora, Marcelino Domingo,

    Julián Besteiro o Margarita Nelken90. El Ayuntamiento de Madrid intentó

    transformar la Villa y Corte en un nuevo París, y el 7 de agosto rebautizó nada

    menos que treinta calles con el nombre de mitos del liberalismo (los comuneros

    Padilla, Bravo y Maldonado, Agustina de Aragón), figuras de la cultura nacional

    (Goya, El Greco, Albéniz, Murillo, Don Quijote, Tomás Bretón, Arenal, Galdós)

    y símbolos más abstractos como Ilustración, Cuatro Vientos, Amnistía,

    Conjunción, Igualdad, Progreso, Artes, Proletario y Mártires de Chicago. En

    marzo de 1933 intentó incluso convertir la avenida de San Isidro en la de

    Francisco Ferrer, aunque la propuesta no prosperó.

    La alianza republicano-socialista emprendió, en suma, una revolución

    simbólica ambiciosa y deliberadamente ecléctica. Es cierto que algunos

    sectores de la izquierda expresaron su identidad con símbolos peculiares,

    como la bandera roja comunista o la rojinegra de la CNT-FAI, nacida en

    vísperas del Primero de Mayo de 1931 como síntesis entre las corrientes

    sindicalista y anarquista de la Confederación91. Pero esta autoafirmación del

    obrerismo radical no estuvo exenta de ambivalencia. La prensa libertaria atacó

    al Gobierno con sus mismas imágenes, representando la República como una

    mujer con túnica y gorro frigio, peineta y mantilla; al socialismo como un

    hombre con el torso desnudo y al pueblo como un león empequeñecido y

    desencantado, un Juan español   o el Cristo proletario tradicional en la

    iconografía anarquista92. Algunos himnos anarquistas eran variaciones dehimnos liberales y socialistas, como La Marsellesa  en la versión catalana de

     Anselmo Clavé o el Himno al Primero de Mayo  del  italiano Pietro Gori93. La

    atracción de los libertarios por la cultura del nuevo régimen explica quizá su

    actitud esquizofrénica ante las celebraciones oficiales del periodo, que osciló

    89 El párrafo entero se basa en MORAL RONCAL (2012).90 Sobre la mitificación de Galán y García Hernández véase CRUZ (2014), págs. 61-68 y 129-33. 

    91 JULIÁ (1984), pág. 12; G ARCÍA OLIVER (1978), págs. 115-18. 92

     FERNÁNDEZ (2005), págs. 207-10; LITVAK (1988), págs. 73-74 y 103-28.93 M ARÍN (2010), págs. 137-85 y 162-63. Basado en el cancionero de Emilio Gante (1931). 

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    entre la ruptura promovida por la dirección confederal y la participación de

    federaciones y militantes en las fiestas del 14 de abril y el Primero de Mayo94.

    El catalanismo de izquierda, el más fuerte de los regionalismos que agitaron

    la política republicana y el eje de la coalición populista que gobernó la región

    hasta la Guerra Civil, se sumó con menos reservas al consenso republicano95.

    La opinión catalanista estaba ansiosa por recuperar los símbolos nacionalistas

    que había intentado borrar la Dictadura, piedras angulares de una «cultura

    conmemorativa de resistencia» en la que participaba incluso la CNT96. Pero no

    había olvidado la solidaridad de los republicanos españoles con «la libertad

    catalana», proclamada por José Ortega y Gasset, Azaña, Domingo,

     Araquistáin, Ossorio y Gallardo y otros intelectuales «castellanos» durante su

    visita a Barcelona en marzo de 193097. La senyera  cuatribarrada y la tricolor

    compartieron aplausos en abril de 1931: según un testigo, en toda Barcelona

    no se veía «ni una sola bandera separatista» (la estelada de Estat Català,

    inspirada en la cubana)98. Los barceloneses celebraron el cambio de régimen

    cantando La Marsellesa, Els Segadors  (relato de la rebelión armada de

    campesinos catalanes contra el Gobierno de Olivares en 1640) y sardanas

    como La Santa Espina, que exaltaba a la «gente catalana»99. El 14 de abril se

    siguió festejando con entusiasmo en la región pese a la competencia del Onze

    de setembre, recuerdo de la supresión de los fueros catalanes por Felipe V en

    1714100. La Diada de 1932 reunió 200.000 personas en Barcelona, pero las

    muestras de júbilo por la reciente aprobación del Estatuto de autonomía en las

    Cortes eclipsaron a los gestos anti-españoles de grupos como Nosaltres sols!  

    3. La construcción cultural del antifascismo (1933-1936)

    Pese a sus afinidades personales, ideológicas y simbólicas, las izquierdasno recuperaron la unidad de 1931 hasta 1936, y sólo después de un tortuoso

    proceso de acercamiento en el que se gestaron un nuevo movimiento social y

    94 ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs. 50-57; N AVARRO N AVARRO (2004b), págs. 5-9. 95 Populismo catalán, en UCELAY DA C AL (1982) y (2003). 96 ANGUERA (2010a); MICHONNEAU (2004), págs. 120-21. 97 TUSELL y G ARCÍA QUEIPO DE LLANO (1990), págs. 93-101. 98 R. Campalans, Hacia la España de todos  (1932), 36-37, citado en ANGUERA  (2010a), pág.200. C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 114-25. 99

     ANGUERA (2010b), págs. 139-42; La Libertad , 16 de abril de 1931.100 ANGUERA (2008), págs. 269-312.

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    un nuevo lenguaje político. El antifascismo no era una idea nueva para la

    izquierda española, que desde 1925 había atacado la Dictadura de Primo de

    Rivera subrayando su «mimetismo» con la de Mussolini101. Como señaló

    Unamuno en su jerga peculiar apenas un mes después de la marcha sobre

    Roma, «Carlismo, fajismo, Tercio, colonización imperialista de Marruecos,

    poder personal… todo se enlaza»102. La República tuvo, desde su nacimiento,

    un carácter antifascista: Largo Caballero había anunciado, durante la campaña

    electoral que precedió al 14 de abril, «Si derrocamos a la monarquía, morirá

    también el fascismo en Europa.»103 Pero la mayor parte de la izquierda estaba

    convencida de que un movimiento moderno como el fascismo, nacido de la

    guerra europea, no podía arraigar en un país tan atrasado como España, y

    recibió con desdén los primeros brotes de un fascismo español: en marzo de

    1933 Luis de Tapia celebró con versos jocosos el lanzamiento del periódico El

    Fascio por los promotores de Falange: «¡Y los fascistas barbianes que se ven

    en mi nación / nos huelen a sacristanes del Sagrado Corazón!»104  Desde

    entonces, sin embargo, un número creciente de militantes de izquierda  –e

    incluso algunos radicales y nacionalistas vascos – empezaron a denunciar un

    «peligro fascista» en España, y a declararse «antifascistas»105.

    La gradual extensión del antifascismo en España fue el resultado de

    cambios políticos, pero también de la intensa circulación de ideas que

    caracteriza a la época. Las publicaciones de la izquierda española durante el

    periodo republicano reflejan una fuerte «conciencia transnacional» y una

    preocupación creciente con el avance gradual de la extrema derecha en todo el

    mundo106. Desde finales de los años 20 se habían publicado traducciones de

    101 PELOILLE (2005), págs. 121-123; GUIXÉ (1931), pág. 6.102 Unamuno, «El fajismo en el reino de España», El Socialista, 28 de noviembre de 1922. 103 El Socialista, 5.4.1931, cit. en BEN- AMI (1990), pág. 326. 104 Luis de Tapia, «¿Fascistas?», La Libertad , 18 de marzo de 1933. Cf. Unamuno, «¿Fajismoincipiente?», El Sol , 5 de mayo de 1932, en UNAMUNO (1979), págs. 172-76; y F. Perdiguero,«Oposiciones a fascistas con boina», Gutiérrez , 11 de marzo de 1933. 105 Republicanos, en AVILÉS F ARRÉ (2006), págs. 263 y 313-14; socialistas, en PRESTON (2001),págs. 161-99; anarquistas, en ELORZA (1988), págs. 162-66 y ÁLVAREZ CHILLIDA (2011), págs.93-101; comunistas, en G ARCÍA  (2011), págs. 134-42; republicanos catalanes, en GONZÁLEZC ALLEJA  (2011b), págs. 311-17; radicales, en TOWNSON  (2002), págs. 195-97; nacionalistasvascos, en El Sol , 7 de octubre de 1933. 106

     HORN (1996). El fascismo es uno de los temas recurrentes en revistas como Orto (1932-33)y Leviatán  (1934-36), que publicaban colaboraciones de autores extranjeros como Henri

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    obras extranjeras sobre el fascismo, e intelectuales y políticos tan distintos

    como Ossorio y Gallardo, Domingo, Nin, y Mariano Ruiz Funes habían

    señalado sus peligros107. La prensa reproducía advertencias parecidas de

    exiliados italianos como Luigi Sturzo, Aurelio Natoli y Camillo Berneri,

    representantes de esa «bohemia antifascista» que había frecuentado Julián

    Gorkin durante su exilio europeo108. A ellos se sumaron desde 1933 refugiados

    alemanes como el anarquista Ludwig Stautz, que en junio de ese año lanzó en

    Barcelona un periódico bilingüe titulado El antifascista109. Estas ideas y esta

    sensibilidad se difundieron por vías institucionales (las internacionales obreras,

    la Liga de Derechos del Hombre, las logias masónicas), pero también gracias a

    los contactos que los disidentes españoles habían traído del exilio: las

    relaciones entre Orobón y Rudolf Rocker, Unamuno y Barbusse, Álvarez del

    Vayo y Willi Münzenberg, Ossorio y Sturzo, son sólo los nudos más visibles de

    una red que sigue por estudiar 110.

    Todo esto explica la preocupación con que la izquierda española siguió el

    ascenso del fascismo en Europa a partir de 1933. La llegada de Hitler a la

    cancillería alemana en enero fue en España, como en Francia, un

    «acontecimiento transformador», que llevó a las izquierdas a contemplar el

    fascismo como una amenaza global, y a un sector creciente de las derechas a

    adoptar sus ideas, tácticas y símbolos111. Observadores como Chaves

    Nogales, Antonio Ramos Oliveira y Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña,

    describieron el terror reinante en la nueva Alemania112. La conexión automática

    que las izquierdas establecieron entre el triunfo nazi y la situación política

    española se advierte en la reacción de Araquistáin, que tras dimitir en mayo

    Barbusse, Max Nettlau, Leon Trotski, John Strachey, Harold Laski, Angelica Balabanoff, Otto

    Bauer, Julius Deutsch y Louis Fischer.107  Libros extranjeros, STURZO  (1930); S ALVEMINI  (1931), NITTI  (1931), KURELLA  (1931), NENNI (1931), HELLER  (1931), R ADEK  (1933), STRACHEY  (1934); españoles, OSSORIO Y G ALLARDO (1928), DOMINGO (1929), NIN (1929), RUIZ FUNES (1930).108 Gorkin, «Bohemia antifascista», Luz , 2 de agosto de 1933. Sturzo, en STURZO (1992); Natoli,en C ASTRO (2011), págs. 129-33; Berneri, en VENZA (1995), págs. 267-68. 109 G ARCÍA y PIOTROWSKI (2010), págs. 51-55. 110 Masonería, en AYALA PÉREZ  (1989) y MOLA  (1996); Orobón, en GUTIÉRREZ MOLINA  (2002),capítulo 3; Unamuno, en URRUTIA LEÓN  (2007), págs. 212-13; Álvarez del Vayo, en GROSS (1974), pág. 272; Ossorio, en BOTTI (ed., 2012), págs. 23-69.111  Francia, en  VERGNON  (1997), págs. 7-8; «acontecimiento transformador», en MC ADAM YSEWELL  (2001); fascistización de las derechas españolas, en J IMÉNEZ C AMPO  (1979) yGONZÁLEZ C ALLEJA (2011a), esp. 127-72. 112

     SEMOLINOS (1985), págs. 167-274; cf . las crónicas de Chaves en Ahora, en S ANTOS (2012),págs. 219-52.

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    como embajador en Berlín defendió la necesidad de que el PSOE tomase el

    poder para evitar la suerte del SPD113. Su alarma aumentó cuando el canciller

    austriaco Engelbert Dollfuss, considerado como el modelo de José María Gil

    Robles  –líder de la CEDA y candidato más votado en las elecciones de

    noviembre –, ilegalizó a los socialdemócratas e instauró una dictadura

    corporativa entre febrero y mayo de 1934114. La alarma que suscitaron estos

    acontecimientos en España se refleja en la reacción de buena parte de la

    izquierda cuando, a principios de octubre, se anunció la entrada de la CEDA en

    el Gobierno radical de Lerroux: el PSOE  –secundado por los demás grupos

    obreros y la Esquerra de Companys –  lanzó una insurrección bajo la

    significativa consigna Antes Viena que Berlín115.

    No cabe duda de que el peligro  tenía algo de  imaginario: como advirtió

    Unamuno a mediados de 1933, el término se empleó como un «coco» y un

    «comodín» antes de que el fenómeno alcanzase una mínima relevancia116.

    Pero, como ha señalado Gallego, el antifascismo era también una respuesta

    racional a la aparición de un «espacio fascista» trasnacional de contornos

    difusos y cambiantes117. Quizá por eso, las izquierdas españolas hablaban de

    fascismo indistintamente en sentido estricto, para referirse a los regímenes de

    Mussolini y Hitler y sus seguidores en otros países, y en relación con los

    sospechosos de conspirar contra la República  o el  pueblo.  Esta segunda

    categoría incluía a toda la derecha política (desde la Falange y los monárquicos

    hasta la CEDA y la Lliga catalana), así como a la aristocracia, la patronal, el

    Ejército y el clero. La extensión del discurso antifascista se vio acompañada de

    un cambio conceptual: fascismo empezó siendo uno de los coloridos insultos

    con que la izquierda atacaba a sus enemigos (reacción, caverna, trogloditas,

    señoritos,  parásitos, caciques…) y acabó convirtiéndose en la descalificación

    por antonomasia118. Un llamamiento publicado en Orto en septiembre de 1933

    defendía la necesidad de que la izquierda se uniese en «un frente único de

    113 Araquistáin, en BIZCARRONDO (1975), págs. 121-32.114 M ARTÍNEZ DE ESPRONCEDA (1988), págs. 127-37. 115 HORN (1996), pág. 128. 116  JULIÁ  (1977), págs. 265-75; REY (2011), págs. 199-200; Unamuno, «La revolución dedentro», Ahora, 1 de agosto de 1933, en UNAMUNO (1979), págs. 246-50.117 G ALLEGO M ARGALEF (2007), págs. 139-43. 118

      «Trogloditas», en Unamuno, «Guerra civil cavernícola», El Sol , 29 de enero de 1932, enUNAMUNO (1979), págs. 139-41. 

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    combate» ante un enemigo que también era único, «porque resume en sí a

    todos los enemigos del pasado...»119 La izquierda española, como la francesa,

    interpretó el fascismo como una actualización del «blanco eterno», y tardó en

    percibir la novedad de sus planteamientos y métodos120.

    Por lo demás, las grandes familias de la izquierda y los sectores centristas

    que se les sumaron desde 1933 entendían el concepto de modo distinto121. Los

    liberales Unamuno y Chaves Nogales y el radical socialista Domingo lo

    consideraban una forma brutal de infantilismo, un «hecho de fuerza sin

    contenido moral» comparable al comunismo soviético122. También Besteiro,

    líder de la derecha socialista, comparó ambos movimientos en un discurso

    pronunciado en abril de 1935, donde subrayó las concomitancias entre el

    antimarxismo fascista y el marxismo revolucionario123. Para los democristianos

    Ossorio y Gallardo, Bergamín y Alfredo Mendizábal, como para su maestro

    Sturzo, ambas doctrinas compartían el mismo espíritu anticristiano, panteísta y

    totalitario124. Para los anarquistas Federica Montseny y Camillo Berneri, en

    cambio, fascista  era cualquier movimiento que pretendiese limitar la libertad

    humana, desde el comunismo hasta el republicanismo español, el laborismo

    británico o el New Deal 125. Los comunistas Santiago Montero Díaz y Nin y el

    socialista de izquierda Araquistáin interpretaban el fascismo, de acuerdo con

    los esquemas marxistas, como el último avatar de un capitalismo moribundo y

    veían a Hitler como su «nuevo mesías», como lo retrató Josep Renau en un

    fotomontaje publicado en Orto en agosto de 1932126. Sin embargo, las fronteras

    119  «Por un frente único contra el fascismo internacional», Orto, 16, septiembre de 1933, enP ANIAGUA (ed., 2001), vol. II, págs. 1017-20.120 VERGNON (2009), pág. 88. 121 Cf . JIMÉNEZ C AMPO (1979), págs. 53-57.122

     Unamuno, «La I.O.N.S.»,  Ahora, 1 de noviembre de 1933; Chaves Nogales, en Heraldo deMadrid , 8 de junio de 1933; Domingo, discurso en Teatro Metropolitano de Madrid, HM ,18 denoviembre de 1933; la cita, en Mariano Benlliure, «El estilo fascista», La Libertad , 9 de junio de1934. 123 BESTEIRO (1983), págs. 300-333. 124  OSSORIO  Y G ALLARDO  (1928), págs. 120-27; Bergamín, «¡Adelante con los faroles! o losaficionados al fascismo», Luz, 31 de octubre de 1933; Mendizábal, «Una mitología política (Losprincipios anticristianos del racismo)», Cruz y Raya, 5, agosto de 1933, 77-112; cf . Sturzo, «ElEstado totalitario», CyR 28, julio de 1935, 9-41. 125  Montseny, «La situación de España», Revista Blanca, 1 de junio de 1931, págs. 9-11;Berneri, «Moscú y Berlín», Orto, 15, agosto de 1933, en P ANIAGUA (ed., 2001), II, págs. 989-93.126  MONTERO DÍAZ  (1932); Araquistáin, «Condotieros y fascistas», Leviatán, 2,  junio de 1934,págs. 42-51. Andreu Nin, «Las posibilidades de un fascismo español», Comunismo, abril de

    1933, en NIN (1978), págs. 143-48. Renau, en Orto, 6, agosto de 1932, en P ANIAGUA (2001), I,págs.

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    entre estas interpretaciones solían ser borrosas. Para el sindicalista Pestaña,

    como para los marxistas, el fascismo era «el producto natural de la crisis

    capitalista», el resultado de «los hechos económicos»127. El faísta Juan García

    Oliver, en cambio, lo describía en abril de 1932 en términos propios de un

    republicano, como «el concepto de gobierno que anula la personalidad del

    individuo y destruye todas las conquistas de la Revolución francesa»128.

    Estas distintas ideas del fascismo se traducían en maneras diferentes de

    concebir y practicar el antifascismo. Los intelectuales republicanos, fieles a la

    tradición dreyfusista del Ateneo y la Liga de Derechos del Hombre, lo hacían

    firmando declaraciones, como el manifiesto «contra el hitlerismo» difundido por

    Unamuno, Jiménez de Asúa, Gregorio Marañón y Luis Recasens a mediados

    de junio de 1933, que desembocó en la formación de un Comité de ayuda a las

    víctimas del fascismo alemán, sección española del Comité internacional

    presidido por Einstein y Paul Langevin129. En cambio, los militantes sindicales

    entendían el antifascismo como acción directa: huelgas contra «la patronal

    fascista», como la iniciada por los camareros madrileños en diciembre de 1933,

    o paros políticos como los declarados en Madrid, Orense y San Sebastián en

    protesta contra la concentración de las Juventudes de Acción Popular en El

    Escorial en abril de 1934130. Por estas fechas, las juventudes obreras y radical

    socialistas independientes demostraban su antifascismo incendiando iglesias y

    combatiendo a puñetazos, pedradas o tiros contra afiliados a Falange,

    Comunión Tradicionalista, la Lliga Catalana o la Federación de Jóvenes

    Cristianos de Cataluña, en el contexto de una espiral de conflictos que dio al

    antifascismo sus primeros mártires y preparó la rebelión de octubre131.

    Estas diferencias ralentizaron, pero no impidieron, la convergencia de la

    mayor parte de la izquierda en el Frente Popular entre octubre de 1934 yfebrero de 1936. Fue un acercamiento difícil, que tuvo que vencer fuertes

    127 Pestaña, «¿Puede venir el fascismo a España?», Sindicalismo, 15 de septiembre de 1933;«¿Fascismo?», La Libertad , 21 de abril de 1933, en PESTAÑA (1974), págs. 644-47 y 709-12. 128 «El fascismo y las dictaduras», Tierra y Libertad , 1 de abril de 1932, reproducido en G ARCÍAOLIVER (1978), pág. 140. 129 “Los intelectuales, contra el hitlerismo”, El Sol y La Voz , 10 de junio de 1933; El Socialista,11 de junio de 1933. Creación del Comité, en La Libertad , El Sol  y La Voz , 11 de julio de 1933. 130 JULIÁ (1984), págs. 327-38; HM , 20 y 23 de abril de 1934. 131

      HM , 23 de abril de 1934; Luz , 26 de abril de 1934; El Sol , 15 de mayo de 1934; SOUTO (2004), págs. 86-164. 

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    resistencias y se plasmó en una alianza incompleta  –no incluía a la CNT-FAI,

    aunque ésta contribuyó de manera decisiva a la victoria de las izquierdas –  y

    llena de contradicciones132. Pero fue también un proyecto unitario sin

    precedentes, que desbordaba el ámbito estrictamente político: como ha

    señalado Ricard Vinyes, el frentepopulismo era sólo la punta del iceberg de un

    movimiento social amplio y diverso133. Su extensión se vio facilitada por

    revistas antifascistas  como Octubre, Leviatán  y Nueva Cultura, por

    asociaciones suprapartidistas como el Frente Antifascista, el citado Comité de

     Ayuda a las Víctimas del Fascismo Hitleriano, las Alianzas Obreras o el

    Socorro Rojo e, indirectamente, por la represión indiscriminada que promovió el

    Gobierno radical-cedista contra las izquierdas y los nacionalistas catalanes y

    vascos tras los hechos de octubre134. De una u otra forma, el antifascismo fue

    capaz de construir un «campo magnético» que atrajo a grupos inicialmente

    reacios a sus propuestas135. Su éxito se explica por su ambigüedad, que le

    permitió explicar su época en términos accesibles para amplias capas sociales,

    y también por su rentabilidad: en los años 30, antifascismo significaba ante

    todo unidad de la izquierda, una causa que nadie, en un momento de auge de

    la extrema derecha, podía ignorar sin pagar un alto coste político.

     Ángel Duarte ha descrito este movimiento como «una tenue película que se

    sobrepone… a la esperanza democrático-popular», y es cierto que el primer

    antifascismo español presentaba muchas continuidades con la cultura

    tradicional de la izquierda136. En la manifestación «antifascista» que celebraron

    en Barcelona el 29 de abril de 1934 el Govern catalán de Companys y sus

    aliados en respuesta a la citada concentración de las JAP en El Escorial se

    cantaron Els Segadors, La Marsellesa y La Santa Espina y se exhibieron gorros

    frigios y pancartas con la efigie de Galán y García Hernández137. En cambio, laconvergencia entre grupos marxistas que comenzó por las mismas fechas se

    132  JULIÁ  (1979) y (2006), págs. 137-38; posición de la CNT, en C ARO C ANCELA  (2013). Cf. GETMAN-ERASO (2008) subraya la influencia del miedo al fascismo en la moderación de la CNT. 133 VINYES (1983), pág. 336. 134 Revistas, en GÓMEZ (2005), págs. 164-93; asociaciones, en BRANCIFORTE (2011), págs. 137-85; represión, en VINYES  (1983), págs. 153-54; AZNAR SOLER  (1987), págs. 61-62; y BUNK (2007), págs. 61-87.135 BURRIN (1984). 136

     DUARTE (1997), pág. 199.137 Luz , 30.4.1934; Heraldo de Madrid , 30 de abril de 1934. 

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    vio acompañada de transformaciones discursivas y simbólicas, en su mayor

    parte de origen extranjero. El apelativo camaradas, de origen soviético y hasta

    entonces patrimonio de los comunistas, fue adoptado gradualmente por otras

    formaciones, desplazando a otros con más arraigo como ciudadanos,

    hermanos  y compañeros138. ¡Salud y República! , saludo tradicional en el

    republicanismo español desde 1868, se transformó en ¡Salud! , ¡Salud,

    camaradas!   y, ya durante la Guerra Civil, ¡Salud y antifascismo! 139  El puño

    cerrado en alto, saludo de combate importado en España  –como en Francia – 

    de la milicia del KPD alemán, se convirtió en la principal seña de identidad de

    los obreros antifascistas140. Prohibido tras la insurrección de Asturias  –donde

    nació un nuevo símbolo destinado a perdurar, la consigna Unión de Hermanos

    Proletarios  o U.H.P –, reapareció en la campaña electoral de enero de 1936,

    vinculado al relato de duelo que acompañó al triunfo del Frente Popular 141.

    La aportación más visible del antifascismo a la cultura de la izquierda

    consistió, así, en popularizar señas de identidad comunistas, con su carga de

    intransigencia. Pero esta combatividad se encuentra también en  A las

    barricadas, adaptación de la canción revolucionaria polaca La Varsoviana  –

    introducida en España por anarquistas alemanes a mediados de 1933 –, que se

    convertiría en el himno más popular de la CNT-FAI durante la Guerra142. O en

    el lema ¡No pasarán!, extendido por las mismas fechas y que se popularizaría

    también a partir del 18 de julio de 1936143. La expresión, recuerdo de la

    propaganda francesa durante la Guerra Mundial, fue empleada por el periodista

    Luis de Sirval   –asesinado por un oficial de la Legión después del octubre

    asturiano –  para denunciar las primeras manifestaciones falangistas en la

    Universidad de Madrid en marzo de 1933144. El republicano gallego Santiago

    Casares Quiroga la retomó, a comienzos de 1934, en un mitin celebrado en la

    138 SERRANO (1999). 139 NÚÑEZ SEIXAS (2006), pág. 159; El Sol , 30 de enero de 1937; La Vanguardia, 12 de junio de1938. 140 VERGNON (2005). Su difusión en España, en El Socialista, 8 de marzo y 21 de abril de 1934. 141 U.H.P., en G ARCÍA OLIVER (1978), págs. 158-59. La vinculación a Asturias, en  El Socialista,26 de enero de 1936 y  ABC   de 7 de febrero de 1936. Relato de duelo, en TUÑÓN DE L ARA (1985), pág. 327; CRUZ (2006), págs. 70-79 y BUNK (2007), págs. 69-79.142  GUTIÉRREZ MOLINA  (2002), pág. 63. La partitura se publicó en el suplemento de Tierra yLibertad , noviembre de 1933. 143

     C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 310-13. 144 La Libertad , 18 de marzo de 1933. 

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    Plaza Monumental de Barcelona, donde exhortó a los principales grupos

    republicanos y socialistas del país a alzarse «contra esas gentes que quieren

    implantar el fascismo en España y decirles: No pasaréis.»145 

    El propósito de plantar cara a lo que las izquierdas consideraban fascismo 

    explica su unión en el Frente Popular, que ganó los comicios de febrero de

    1936 con llamamientos a la amnistía de los revolucionarios presos y consignas

    como ¡No pasarán!   o Contra la reacción y el fascismo146. La negociación

    simbólica que desencadenó el resultado electoral se refleja en la siguiente

    crónica sobre la manifestación celebrada por el Front d’Esquerres  –versión

    catalana del Frente Popular  – el 21 de febrero en Barcelona. Los manifestantes,

    que portaban «gran número de banderas rojas, otras catalanas y una federal»,

    presididas por «una bandera separatista…, descendieron por las Ramblas

    cantando Els Segadors  y La Internacional   y dando vivas al comunismo y a

    Cataluña libre y mueras.» Cuando un guardia de Asalto intentó obligarles a

    plegar la estelada, el diputado de Esquerra José Antonio Trabal telefoneó al

    delegado general de Orden Público y consiguió que éste autorizase su paso. Al

    llegar a la plaza de la República  –prosigue la crónica –, los manifestantes

    levantaron el puño y reanudaron sus cánticos mientras una banda interpretaba

    los himnos citados y el de Riego, sancionando la fusión simbólica de los

    componentes del antifascismo catalán147.

    La «cacofonía» simbólica que dominó las manifestaciones de júbilo por el

    éxito electoral puede interpretarse como un signo de las contradicciones de la

    coalición, de un conflicto latente sobre su sentido y propósito. Es innegable que

    sus integrantes seguían sin compartir algunos símbolos: Martínez Barrio, líder

    de Unión Republicana, se negó a devolver el saludo antifascista  de su

    audiencia durante un mitin celebrado en Sevilla días después de la victoria,señalando que «hay algo más vil que adular a los poderosos, y es entregarse

    inerme al pueblo.»148 El nuevo Gobierno, presidido por Azaña hasta mayo y

    formado exclusivamente por republicanos, no pudo –o no quiso – resolver estas

    diferencias, aunque el Frente Popular siguiese activo en provincias como

    145 La Voz , 7 de enero de 1934. 146 CRUZ (2006), pág. 93; C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 148-55. 147

      ABC , 21 de febrero de 1936. 148  ABC , 15 de febrero de 1936. 

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     Asturias149. Las celebraciones de la primavera dejaron patente la desunión de

    la izquierda: en el quinto aniversario del 14 de abril el Gobierno trató de evocar

    a la nación republicana  de 1931 con desfiles militares, galas musicales y

    homenajes a los héroes de Jaca, pero renunció a promover movilizaciones

    para evitar desórdenes150. Días después, las milicias socialistas y comunistas

    celebraron el Primero de Mayo en las principales ciudades del país desfilando

    con sus camisas rojas y azules, vitoreando a Iglesias, Marx, Largo Caballero,

    Lenin, Besteiro y Ernst Thälmann y cantando La Internacional   y la Joven

    Guardia151. Junto al Frente Popular parlamentario existía otro en la calle,

    dispuesto a todo para excluir al fascismo de la política española152. Pero la

    sublevación militar del 18 de julio derribó las barreras que aún separaban el

    antifascismo obrero del republicano.

    4. La izquierda en guerra, 1936-1939: ¿una identidad antifascista?

    La Guerra Civil dejó una profunda huella en la cultura de la izquierda, por

    varios motivos. La rebelión militar hizo realidad el enfrentamiento apocalíptico

    que algunos habían anticipado desde 1933: visibilizó un campo fascista y otro

    antifascista  enfrentados en una lucha a muerte ante la atenta mirada del

    mundo. Conforme avanzaba el conflicto, la imagen del fascismo quedó

    asociada a la formación del Eje Roma-Berlín-Burgos, a la Carta Colectiva de

    los obispos españoles y a experiencias tan novedosas y aterradoras como los

    bombardeos aéreos rebeldes sobre Madrid, Guernica o Barcelona153. El

    entusiasta apoyo exterior a la República, simbolizado por las Brigadas

    Internacionales y otros cuerpos de soldados y cooperantes voluntarios,

    convirtió a Madrid en «capital del antifascismo del mundo», contribuyendo amantener la moral de los leales en medio de constantes reveses militares y

    149 SHUBERT (1989). 150 CRUZ (2006), págs. 132-35; R ADCLIFF (1997), pág. 318; El Sol , 14 y 15 de abril de 1936.151 CRUZ (2006), págs. 144-58; B ABIANO MORA (2006), 64-65; El Socialista, 2 de mayo de 1936;cartel de Bardasano en C ARULLA Y C ARULLA (1999), pág. 155. 152 «Frente extraparlamentario», en Díaz, discurso en Cinema Europa de Madrid, 26 de junio de

    1936, en DÍAZ (1974), pág. 212. 153 C ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 234-41 y 396-97. 

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    diplomáticos154. En este contexto, la izquierda vivió la guerra como una

    epopeya histórica. Como señaló Largo Caballero al presentar su Gobierno de

    Unión Nacional , el 1 de octubre de 1936, «al luchar España por su libertad…,

    lucha por la libertad de España y por la libertad de Europa.»155 

     Al mismo tiempo, la sublevación militar y los cambios revolucionarios que

    desencadenó en el territorio republicano convirtieron el antifascismo en doctrina

    de Estado. Ante el terrible dilema planteado por la rebelión y la movilización

    masiva del  pueblo, todos los grupos leales  –salvo el POUM –  optaron por

    incorporarse al Gobierno de la República, creando, por primera vez en la

    historia, una gran coalición de izquierda que se extendía desde los anarquistas

     puros de la FAI hasta los católicos del PNV156. Presentar la guerra como una

    lucha antifascista  era la mejor manera de justificar una coalición tan

    heterogénea en el interior y denunciar la ayuda italiana a los sublevados ante la

    opinión internacional157. Como subrayó Montseny a finales de agosto, poco

    antes de convertirse en la primera ministra anarquista de la historia, «Ahora no

    somos ni socialistas, ni anarquistas, ni comunistas ni republicanos, somos

    todos antifascistas...»158 El antifascismo se transformó en la principal fuente de

    legitimidad de la República en guerra, de la que todos trataban de erigirse en

    padres e intérpretes autorizados159. Las ideas o la condición de antifascista se

    convirtieron en la principal carta de ciudadanía en la España leal  y la única vía

    de acceso a instituciones como el Ejército Popular o los jurados populares160.

    Tras el 18 de julio, en suma, el antifascismo dejó de ser un discurso de

    protesta para convertirse en un espacio «de gobierno y de lucha al mismo

    tiempo.»161 La experiencia del poder exacerbó la rivalidad entre las izquierdas –

    la «plaga de siglas» que advirtió Orwell al llegar a Barcelona a finales de 1936 – 

    y los conflictos internos, especialmente letales en una sociedad militarizada,

    154  Expresión de Rafael Alberti en La Defensa de Madrid (1937), documental producido porSocorro Rojo Internacional y la Alianza de Intelectuales Antifascistas, 155 DSC , 1 de octubre de 1936, pág. 15. 156 Véase la bibliografía citada en la nota 2. 157 JULIÁ (2009b), págs. 20-29.158 Montseny, discurso de 31 de agosto de 1936, en Solidaridad Obrera, 2 de septiembre de1936, citado en E ALHAM (2011), pág. 121. 159 GODICHEAU (2011), pág. 25.160  Ejército Popular, en circular del Ministro de Defensa Indalecio Prieto publicada en  ABC  

    (Madrid), 29 de junio de 1937; jurados populares, en S ÁNCHEZ RECIO (1991), pág. 111. 161 G ALLEGO M ARGALEFF (2007), pág. 16. 

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    pero al mismo tiempo multiplicó los llamamientos a la «unidad antifascista»162.

    La CNT-FAI aceptó la necesidad de entrar en el Gobierno, renunciando a su

    principal seña de identidad, y cuando salió del mismo tras los hechos de mayo 

    de 1937 permaneció muda ante el encarcelamiento de miles de militantes

    confederales por el nuevo gabinete del socialista Juan Negrín163. El POUM, que

    nunca renunció a su proyecto de hacer la guerra al mismo tiempo que la

    revolución, sufrió el golpe más duro tras ser procesado por «rebelión» y perder

    a Andrés Nin, asesinado en junio por agentes del NKVD soviético164. La

    oposición no desapareció, pero dejó de cuestionar el relato antifascista de la

    guerra165. La alternativa de la CNT al Gobierno de Negrín consistía en convertir

    el Frente Popular en un Frente Popular Antifascista166. Los Amigos de Durruti ,

    convencidos de la necesidad de una «segunda revolución», difundieron libelos

    clandestinos que acusaban a Negrín y a Comorera de connivencia con…

    Franco, Mussolini y Hitler 167. El manifiesto del golpe antinegrinista promovido

    en marzo de 1939 por disidentes del PSOE y la CNT bajo la dirección del

    coronel Casado se dirigía al «pueblo antifascista»168.

    La de la izquierda española entre 1936 y 1939 fue, así, una cultura de

    guerra, lo que explica el amplio consenso que suscitó entre los actores políticos

    y sociales169. En este clima de union sacrée, la guerra se planteó como una

    «lucha de exterminio» que debía librarse con la misma sangre fría que habían

    demostrado los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos170. Para el

    anarquista Eduardo de Guzmán, como para muchos militantes de otras

    organizaciones, la revolución  consistía ante todo en «la ejecución de los

    fascistas», una categoría que incluía al clero, víctima de más de 6.800 de los

    cerca de 50.000 asesinatos que provocó la «santa ira popular» de 1936 171. Las

    llamadas a la cordura y comportamientos decentes que surgieron en casi todos

    162 Conflictos, en AGUILERA (2012); llamamientos a la unidad, en DSC , 2 de octubre de 1937 yC ARULLA Y C ARULLA (1999), págs. 199, 237 y 292-97. 163 C ASANOVA (2006), 155-85; GODICHEAU (2004a), págs. 171 y ss.; G ALLEGO M ARGALEF (2007),pág. 583. 164 GODICHEAU (2004b); VIÑAS (2007), págs. 605 y ss. 165 DROZ (1985), págs. 251-52. 166 GODICHEAU (2011), págs. 27-28. 167 GODICHEAU (2004c), págs. 199-200. 168 El Socialista, 7 de marzo de 1939. 169 GONZÁLEZ C ALLEJA (2008). 170

     LEDESMA VERA (2009), págs. 159-92. 171 Guzmán, Madrid rojo y negro (1938), cit. en LEDESMA VERA (2009), págs. 185-86. 

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    los sectores  –el «No los imitéis» de Prieto, el «Paz, piedad y perdón» de

     Azaña, los esfuerzos de Ventura Gassol y Companys en Barcelona y Melchor

    Rodríguez o Manuel de Irujo en Madrid para salvar presos – no bastaron para

    silenciar el clamor en favor de la «justicia revolucionaria»172. Como advirtió el

    trentista Joan Peiró antes de ser nombrado ministro de Industria en noviembre

    de 1936, «El fascismo está al acecho, y si nosotros no lo destruimos será él

    quien nos destruirá sin compasión…»173 Su Gobierno acabó con los asesinatos

    incontrolados, encauzando la represión a través de Tribunales Populares que

    resolvían el problema de la «delincuencia político-fascista» mediante campos

    de trabajo174.

    El antifascismo fue, en suma, el cemento que mantuvo unida a la gran

    coalición republicana, dando sentido a la guerra y justificando los sacrificios

    impuestos por la situación175. Si la alianza logró mantenerse unida, en medio

    del desgaste generado por las sucesivas derrotas, fue porque tras el 18 de

     julio, como hasta entonces, la fórmula significaba cosas distintas para sus

    distintos miembros. Según la mayoría republicana, socialista y comunista,

    quería decir ante todo unidad de la izquierda frente a la rebelión: como

    señalaba La Libertad a finales de agosto de 1936, «antifascismo» era el

    «nexo» que unía a «los núcleos obreristas y republicanos de nuestra política

    democrática… hasta hacer de ellos un todo compacto»176. En este sentido,

    suponía anteponer la victoria sobre la rebelión y el consenso sobre cualquier

    proyecto divisivo, en particular la revolución social. Según los anarquistas,

    socialistas de izquierda y militantes del POUM, en cambio, el antifascismo tenía

    un «fondo proletario», y la guerra era un episodio más de la lucha de clases.

    Para José García Pradas, director de CNT , «ser antifascista equivale a ser

    revolucionario» y, nada tenía que ver con «la República democrática» o «losintereses de la pequeña burguesía»177.

    172 LEDESMA VERA (2009), págs. 202-09; RUIZ (2012), págs. 173-82. 173 «L’hora del fets», Combat , 18 de julio de 1936, en PEIRÓ  (1987), págs. 14-15. Traducciónmía. 174  Discurso de Juan García Oliver (CNT-FAI), ministro de Justicia y creador del sistema decampos de trabajo, 1 de enero de 1937, citado en RUIZ (2009), pág. 424. 175 S ÁNCHEZ RECIO (2004), págs. 123-24.176 La Libertad , 27 de agosto de 1936. 177

     «Fondo proletario del antifascismo», CNT , 4 de mayo de 1937, en G ARCÍA PRADAS  [1938],27. 

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    El relato antifascista de la guerra fue, por tanto, compatible con otras

    lecturas, tanto de signo revolucionario como de corte nacionalista178. El

    presidente Azaña la presentó como una nueva «guerra de invasión», como la

    librada por los españoles contra Napoleón entre 1808 y 1814, comparando el

    lenguaje antifascista dominante con «la legendaria guerra a los reyes  de

    1792»179. Este fue también el discurso de viejos intelectuales republicanos

    como Antonio Machado, que en 1938 evocó «nuestra primera guerra de la

    Independencia» como la lucha de «la España de entonces contra los ejércitos

    de Bonaparte y contra el fascio de comienzos de aquella centuria…»; y el de

    los comunistas del PCE, que, tras un mes de combates, proclamaron que la

    lucha inicial «entre la democracia y el fascismo, entre la reacción y el progreso»

    se había transformado «en una guerra santa, en una guerra nacional...»180 Este

    nacionalismo étnico, evidente en las alusiones de Montseny, Negrín y otros

    dirigentes a la «raza» española, se impuso en la propaganda gubernamental

    porque apelaba a símbolos reconocibles para la mayoría de la población

    (Sagunto, Numancia, El Cid, los Comuneros, Don Quijote o 1808)181. Pero,

    como ha advertido Xosé-Manoel Núñez-Seixas, se distingue del patriotismo

    tradicional por su énfasis en una supuesta tradición de resistencia del pueblo

    español y su interés por «mitos de resistencia y felonía» como los de

    Numancia, Don Julián y Agustina de Aragón182 

    También en la periferia del campo leal hubo quienes vivieron la guerra como

    lucha nacional y antifascista a la vez183. La Generalitat promovió una doble

    identificación, con la nación catalana y con la República: en marzo de 1937,

    Companys reiteró con emoción el compromiso de Cataluña con la defensa de

    178 ÁLVAREZ JUNCO (2004), págs. 643-46; NÚÑEZ SEIXAS (2006), págs. 31-96. 179  «Palabras de aliento y gratitud a los defensores de la República», 23 de julio de 1936;«Discurso en el Ayuntamiento de Valencia», 21 de enero de 1937, La velada en Benicarló (abrilde 1937), en AZAÑA (2008b), págs. 3-5, 19-31 y 59.180  «Los héroes de la primera guerra de la Independencia. Juan Martín El empecinado», enM ACHADO (1983), págs. 197-200; Mundo Obrero, 18 de agosto de 1936, citado en HERNÁNDEZS ÁNCHEZ (2010), pág. 92; cf. ELORZA Y BIZCARRONDO (1999), pág. 305. 181  MONTSENY  (1937), pág. 9; Negrín, «Intervención ante el pleno de las Cortes reunido enValencia», 1 de octubre de 1937, en NEGRÍN  (2010), pág. 113; V ALERA  [1936], pág. 14; ALBORNOZ (1938), pág. 22. 182

     NÚÑEZ SEIXAS (2006), págs. 77-87. 183 NÚÑEZ SEIXAS (2008), págs. 29-47. 

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    Madrid y su «amor» a los madrileños184. Su correligionario Antonio Rovira y

    Virgili integró la guerra en la mitología del catalanismo al defender, en

    septiembre, que ésta compartía con contiendas anteriores la reacción de los

    catalanes contra «los poderes absolutos, opresores, reaccionarios o

    totalitarios.» Cataluña había sido siempre «democrática, igualitaria,

    progresista y liberal», y rechazado el fascismo «bajo las formas que éste había

    adoptado históricamente»: Juan II, Felipe IV, Felipe V o Franco185. Los

    seguidores del PNV, en cambio, dieron prioridad a la libertad de Euzkadi:

    llegados por accidente al campo antifascista, la suya fue sin duda una cultura

    de guerra peculiar, marcada por el nacionalismo étnico, el tradicionalismo, el

    catolicismo social y símbolos propios como la ikurriña, el Euzko Gudariak , el

     Aberri Eguna y el gudari186. Aunque esto no impidió a sectores minoritarios de

    la familia nacionalista, como los vinculados a Acción Nacionalista Vasca y

    Solidaridad de Trabajadores Vascos, exaltar a la vez a Euzkadi y a la

    República, como hacían sus camaradas de la izquierda187. Severiano Rojo ha

    detectado en la prensa antifascista vasca «una mitología propia… de liberación

    y salvación» inspirada en mitos vascos, españoles y extranjeros y capaz de

    mezclar La Libertad guiando al pueblo con una ikurriña o de comparar la guerra

    con la lucha entre Sigfrido y el dragón188.

    La prioridad que daban los republicanos a la victoria y el consenso dejó en

    un segundo plano el contenido positivo de su nueva identidad, similar  –pero no

    idéntico – al de las existentes hasta 1936. La España antifascista seguía siendo

    el pueblo, que luchaba en el frente y en la retaguardia contra la España negra 

    de siempre: una amalgama de militares, capitalistas, aristócratas y curas189. Su

    lucha era el último de los combates entre progreso y reacción: el  Almanaque 

    antifascista editado por   la CNT-FAI en 1937 celebraba efemérides españolasrecientes (fusilamiento de Ferrer, proclamación de la República, victoria del

    184  Discurso de Companys durante el Día de Madrid, celebrado en la Plaza Monumental deBarcelona el 8 de marzo de 1937, La Vanguardia, 9 de marzo de 1937. 185  Rovira i Virgili, «La significació del 1714», La Publicitat , 11 de septiembre de 1937,citado en M ARTÍNEZ FIOL (1997), págs. 235-36. Traducción mía. 186 NÚÑEZ SEIXAS (2007). 187 ROJO HERNÁNDEZ (2011), págs. 20-21. 188  Tierra vasca, 11 de abril de 1937, y CNT del Norte, 24 de febrero de 1937, en ROJO

    HERNÁNDEZ (2011), págs. 212-13. 189 CRUZ (2006), págs. 318-19. 

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    Frente Popular) junto a otras de la historia contemporánea mundial (toma de la

    Bastilla, nacimiento de Élisée Reclus, Comuna de París, huelga general de

    Chicago, asesinato de Jean Jaurès, revolución rusa de febrero; asesinato de

    Matteotti…)190. Pero los antifascistas no luchaban por restaurar la República del

    14 de abril, sino por crear algo nuevo. La vena utópica de la izquierda

    española, evidente entre los anarquistas, se encuentra también entre liberales

    como Ossorio y Gallardo, que interpretó la revolución social del verano de 1936

    como el comienzo de «una nueva civilización»191. Los comunistas del PCE,

    convertidos en «el mejor partido republicano que España había tenido nunca»,

    defendieron planteamientos más cautos, en sintonía con la «República

    democrática y parlamentaria de nuevo tipo» descrita por su correligionario

    Palmiro Togliatti en octubre de 1936192. Más que de avanzar hacia una

    República popular   como las que surgirían en el bloque soviético tras la II

    Guerra Mundial, se trataba de hacer realidad las promesas incumplidas de abril

    de 1931: como resumió Largo Caballero al presentar su Gobierno de Unión

    Nacional , «Cuando triunfemos, podremos asegurar que es una realidad el

    artículo primero de la Constitución, que dice que España es una República de

    trabajadores de todas clases.»193 Los Trece Puntos de Negrín, publicados el 1

    de mayo de 1938, propugnaban una igualmente vaga «República popular…

    que se asiente sobre principios de pura democracia»194.

    La identidad de esta izquierda en guerra se refleja en sus brillantes carteles,

    que marcaron «un giro copernicano en la imaginería republicana»195.

    Elaborados conjuntamente por organismos estatales y u