H.P. Lovecraft - En Busca de La Ciudad Del Sol Poniente - V1.0

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En busca de la ciudad del sol poniente H. P. Lovecraft

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Novela de ficción, de características de terror surrealista

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  • En busca de la ciudad

    del sol poniente

    H. P. Lovecraft

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  • Por tres veces so Randolph Carter la ma-

    ravillosa ciudad, y por tres veces fue sbita-mente arrebatado cuando se hallaba en una elevada terraza que la dominaba. Brillaba toda con los dorados fulgores del sol ponien-te: las murallas, los templos, las columnatas y los puentes de veteado mrmol, las fuentes de tazas plateadas y prismticos surtidores que adornaban las grandes plazas y los per-fumados jardines, las amplias avenidas bor-deadas de rboles delicados, de jarrones atestados de flores, y de estatuas de marfil dispuestas en filas resplandecientes. Por las laderas del norte ascendan filas y filas de rojos tejados y viejas buhardillas picudas, entre las que quedaban protegidos los peque-os callejones empedrados, invadidos por la yerba. Haba una agitacin divina, un clamor de trompetas celestiales y un fragor de in-mortales cmbalos. El misterio envolva la ciudad como envuelven las nubes una fabulo-sa montaa inexplorada; y mientras Carter, con la respiracin contenida, se hallaba re-

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  • costado en la balaustrada de la terraza, se sinti invadido por la angustia y la nostalgia de unos recuerdos casi olvidados, por el dolor de las cosas perdidas y por la apremiante necesidad de localizar de nuevo el que algn da fuera trascendental y pavoroso lugar.

    Saba que, para l, aquel lugar debi de tener alguna vez un significado supremo; pero no poda recordar en qu poca ni en qu encarnacin lo haba visitado, ni si haba sido en sueos o en vigilia. Vislumbraba va-gamente alguna fugaz reminiscencia de una primera juventud lejana y olvidada, en la que el gozo y la maravilla henchan el misterio de los das, y el anochecer y el amanecer se su-cedan bajo un ritmo igualmente impaciente y proftico de lades y canciones, abriendo las puertas ardientes de nuevas y sorprendentes maravillas. Pero cada noche en que se encon-traba en esa elevada terraza de mrmol, or-nada de extraos jarrones y balaustres escul-pidos, y contemplaba, bajo una apacible puesta de sol, la belleza sobrenatural de la ciudad, senta el cautiverio en el que le tenan

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  • los dioses tiranos del sueo; de ningn modo poda dejar aquel elevadsimo lugar para ba-jar por la interminable escalinata de mrmol hasta aquellas calles impregnadas de anti-guos sortilegios que le fascinaban...

    Cuando despert por tercera vez sin haber descendido por aquellos peldaos, sin haber recorrido aquellas apacibles calles en el atar-decer, suplic larga y fervientemente a los ocultos dioses del sueo que meditan ceu-dos sobre las nubes que envuelven la desco-nocida Kadath, ciudad de la inmensidad fra jams hollada por el hombre. Pero los dioses no contestaron, ni se conmovieron, ni dieron ningn signo favorable cuando les implor en sueos o cuando les ofreci sacrificios por medio de los sacerdotes Nasht y Kaman-Thah, de luenga barba, cuyo templo subte-rrneo, en el cual se venera una columna de fuego, se encuentra no lejos de las puertas del mundo vigil. Pareca, al contrario, que sus splicas haban sido escuchadas con hostili-dad, ya que desde la primera invocacin dej radicalmente de contemplar la maravillosa

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  • ciudad, como si sus tres lejanas visiones le hubieran sido permitidas por casualidad o por inadvertencia, en contra de algn plan o de-seo oculto de los dioses.

    Finalmente, enfermo de tanto suspirar por las avenidas esplendorosas y por los callejo-nes de la colina, ocultos entre aquellos teja-dos antiguos que ni en sueos ni despierto poda apartar de su espritu, Carter decidi llegar hasta donde ningn otro ser humano haba osado antes, y cruzar los tenebrosos desiertos helados donde la desconocida Ka-dath, cubierta de nubes y coronada de estre-llas ignotas, guarda el nocturno y secreto castillo de nice donde habitan los Grandes Dioses.

    En uno de sus sueos ligeros, descendi los setenta peldaos que conducen a la ca-verna de fuego y habl de su proyecto a los sacerdotes Nasht y Kaman-Thah de luenga barba. Y los sacerdotes, cubiertos con sus tiaras, movieron negativamente la cabeza, augurando que sera la muerte de su alma. Le dijeron que los Grandes Dioses haban mani-

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  • festado ya sus deseos y que no les agradara sentirse agobiados por splicas insistentes. Le recordaron tambin que no slo no haba lle-gado jams hombre alguno a Kadath, sino que nadie poda sospechar dnde se halla, si en los pases del sueo que rodean nuestro mundo o en aquellas regiones que circundan alguna insospechada estrella prxima a Fo-malhaut o a Aldebarn. Si estuviera en la regin de nuestros sueos, no sera imposible llegar a ella. Pero desde el principio de los tiempos, slo tres seres completamente humanos han cruzado los abismos impos y tenebrosos del sueo; y de los tres, dos re-gresaron totalmente locos. En tales viajes haba incalculables peligros imprevisibles, as como una tremenda amenaza final: el ser que alla abominablemente ms all de los lmi-tes del cosmos ordenado, all donde ningn sueo puede llegar. Esta ltima entidad ma-ligna y amorfa del caos inferior, que blasfema y babea en el centro de toda infinidad, no es sino el ilimitado Azathoth, el sultn de los demonios, cuyo nombre jams se atrevieron

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  • labios humanos a pronunciar en voz alta, el que roe hambriento en inconcebibles cmaras oscuras, ms all de los tiempos, entre los fnebres redobles de unos tambores de locura y el agudo, montono gemido de unas flautas execrables, a cuyas percusiones y silbos dan-zan lentos y pesados los gigantescos Dioses Finales, ciegos, mudos, tenebrosos, estpi-dos; y los Dioses Otros, cuyo espritu y emi-sario es Nyarlathotep, el caos reptante.

    De todas estas cosas advirtieron a Carter los sacerdotes Nasht y Kaman-Thah en la caverna de fuego, pero l sigui decidido a partir en busca de la desconocida Kadath, que se alza perdida en la inmensidad fra y de sus dioses tenebrosos, para poder gozar de la visin, del recuerdo y del amparo de la mara-villosa ciudad del sol poniente. Saba que su viaje iba a ser extrao y largo, y que los Grandes Dioses se opondran a ello; pero es-tando habituado a los sueos, contaba Carter con la ayuda de muchos recuerdos provecho-sos y estratagemas tiles. As que, tras pedir a los sacerdotes su bendicin solemne y ma-

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  • quinar con astucia su expedicin, descendi audazmente los trescientos peldaos que conducen al Prtico del Sueo Profundo y emprendi el camino a travs del bosque en-cantado.

    En las oquedades de ese bosque enmara-ado, cuyos prodigiosos robles tantean y en-trelazan sus ramas al aire, y cuyas umbras relucen con la apagada fosforescencia de unos hongos extraos, habitan los furtivos y silenciosos zoogs. Estos seres conocen una infinidad de secretos de la regin de los sue-os, y algo tambin del mundo vigil, ya que el bosque linda con las tierras de los hombres por dos lugares, aunque sera desastroso de-cir cules. Ciertos rumores inexplicables, cier-tos accidentes y desapariciones ocurren entre los hombres all donde los zoogs tienen acce-so, y por ello es una gran suerte que stos no puedan alejarse demasiado de la regin de los sueos. Sin embargo, los zoogs cruzan libremente la frontera ms prxima de esta regin y se deslizan, negros, menudos, invisi-bles, para poder contar relatos divertidos a su

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  • regreso y entretener con ellos las largas horas que pasan al amor del fuego, en el co-razn de su adorado bosque. La mayora vive en madrigueras, aunque algunos habitan en los troncos de los grandes rboles; y a pesar de que se alimentan principalmente de hon-gos, se dice que tambin les atrae la carne, tanto la fsica como la espiritual. Y, efectiva-mente, en el bosque han entrado muchos soadores que luego no han vuelto a salir. Pero Carter no tena miedo; era un soador veterano que conoca el lenguaje chirriante de estos seres y haba tratado muchas veces con ellos. Con la ayuda de los zoogs haba descubierto la esplndida ciudad de Celep-hais, situada en Ooth-Nargai, ms all de los Montes Tanarios, donde reina durante la mi-tad del ao el gran rey Kuranes, ser humano a quien l haba conocido en la vida vigil bajo otro nombre. Kuranes era el nico ser huma-no que haba alcanzado los abismos estelares y regresado en su sano juicio.

    Mientras recorra, pues, los angostos co-rredores fosforescentes que quedan entre los

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  • troncos gigantescos de ese bosque iba Carter emitiendo ciertos sonidos chirriantes, a la manera de los zoogs, y callando de cuando en cuando en espera de respuesta. Recordaba que haba un poblado de zoogs en el centro del bosque, en una zona en que abundaban grandes rocas musgosas y donde, segn se contaba, haban vivido anteriormente seres an ms terribles, ya olvidados afortunada-mente, despus de tanto tiempo. As que se dirigi hacia ese lugar. Reconoca el camino por los hongos grotescos; que cada vez pare-can ms voluminosos y mejor alimentados, a medida que se iba aproximando al terrible crculo de piedras en cuyo centro haban dan-zado y haban celebrado sus sacrificios los innominados seres anteriores. Finalmente, el enorme resplandor de aquellos hongos hin-chados revel una siniestra inmensidad ver-dosa y gris que ascenda hasta la bveda es-pesa de la selva. Estaba muy cerca del anillo de piedras, y por ello supo Carter que el po-blado de los zoogs deba hallarse a poca dis-tancia. Renov sus llamadas en el lenguaje

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  • chirriante y esper pacientemente; por fin vio recompensados sus esfuerzos al darse cuenta de que le vigilaba una multitud de ojos. Eran los zoogs, cuyos ojos espectrales destacan en la oscuridad mucho antes de que puedan dis-tinguirse sus siluetas oscuras, desmedradas y escurridizas.

    Salieron en enjambre de sus madrigueras y de los rboles huecos, y eran tan numero-sos que invadieron todo el espacio iluminado. Los ms fieros le rozaron desagradablemente, y uno de ellos lleg a darle un repulsivo mor-disco en una oreja; pero estos seres desorde-nados e irrespetuosos fueron contenidos muy pronto por los ms viejos y sensatos. El Con-sejo de los Sabios, al reconocer al visitante, le ofreci una calabaza llena de savia fermen-tada de cierto rbol encantado que era distin-to a todos los dems, y que haba nacido de una semilla procedente de la luna. Y despus de beber Carter ceremoniosamente, se inici un extrao coloquio. Por desgracia, los zoogs no saban dnde se encontraba el pico de Kadath, ni podan decirle si la inmensidad fra

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  • se hallaba en nuestro pas de los sueos o en otro. Se deca que los Grandes Dioses apare-cen indistintamente en cualquier parte, y slo uno de los zoogs pudo informarle de que era ms frecuente verlos en los picos de las altas montaas que en los valles, ya que en tales picos ejecutan sus danzas conmemorativas cuando la luna brillaba sobre ellos y las nubes los aslan de las tierras bajas.

    Entonces un zoog que era muy viejo recor-d algo que los dems ignoraban y dijo que en Ulthar, al otro lado del ro Skai, todava exista un ltimo ejemplar de los Manuscritos Pnakticos, copiado por hombres del mundo vigil en algn reino boreal ya olvidado, y tras-ladado a la regin de los sueos cuando los canbales velludos llamados gnophkehs con-quistaron Olathoe, la tierra de los infinitos templos, y mataron a todos los hroes del pas de Lomar, Esos manuscritos -dijo- eran inconcebiblemente antiguos y hablaban mu-cho de los dioses; y, adems, en Ulthar haba quienes haban visto las huellas de los dioses; incluso viva un sacerdote que haba escalado

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  • una gran montaa para verlos danzar bajo la luz de la luna. Afortunadamente haba fraca-sado en su intento, pero un acompaante suyo que los consigui ver haba perecido horriblemente.

    Randolph Carter agradeci esta informa-cin a los zoogs, que emitieron amistosos chirridos y le dieron otra calabaza de vino lunar para que se la llevara consigo, y em-prendi el camino a travs del bosque fosfo-rescente, en direccin a la linde opuesta, donde las tumultuosas aguas del Skai se pre-cipitan por las pendientes de Lerion, de Hat-heg, de Nir y de Ulthar, y se sosiegan des-pus en la llanura. Tras l, fugitivos y disimu-lados, reptaban varios zoogs curiosos que deseaban saber lo que le sucedera para po-der contarlo ms tarde a los suyos. Los robles inmensos se fueron haciendo ms corpulentos y espesos a medida que se alejaba del pobla-do, por lo que le llam la atencin un lugar donde se vean mucho ms ralos, desmedra-dos y moribundos, como ahogados entre una profusa cantidad de hongos deformes, hoja-

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  • rasca podrida y troncos de sus hermanos muertos. Aqu se tuvo que desviar bastante, porque en ese lugar haba incrustada en el suelo una enorme losa de piedra. Y dicen quienes se haban atrevido a acercarse a ella, que tiene una argolla de hierro de un metro de dimetro. Recordando el arcaico crculo de rocas musgosas, y la razn por la cual fue erigido posiblemente, los zoogs no se detu-vieron junto a la losa de gigantesca argolla. Saban que no todo lo olvidado ha desapare-cido necesariamente y no sera agradable ver levantarse aquella losa lentamente.

    Carter se volvi al or tras de s los asusta-dos chirridos de algunos zoogs atemorizados. Saba ya que le seguan, y por ello no se alarm; uno se acostumbra pronto a las rare-zas de esas criaturas fisgonas. Al salir del bosque se vio inmerso en una luz crepuscular cuyo creciente resplandor anunciaba que es-taba amaneciendo. Por encima de las frtiles llanuras que descendan hasta el Skai, y por todas partes, se extendan las cercas y los campos arados y las techumbres de paja de

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  • aquel pas apacible. Se detuvo una vez en una granja a pedir un trago de agua, y los perros ladraron espantados por los invisibles zoogs que reptaban tras l por la yerba. En otra casa, donde las gentes andaban atarea-das, pregunt si saban algo de los dioses y si danzaban con frecuencia en la cima de Le-rin; pero el granjero y su mujer se limitaron a hacer el Signo Arquetpico y a indicar sin palabras el camino que conduca a Nir y a Ulthar.

    A medioda caminaba ya por una calle principal de Nir, donde haba estado ante-riormente. Era esta ciudad el lugar ms ale-jado que l haba visitado tiempo atrs en aquella direccin. Poco despus llegaba al gran puente de piedra que cruza el Skai, en cuyo tramo central los constructores haban sellado su obra con el sacrificio de un ser humano haca mil trescientos aos. Una vez al otro lado, la frecuente presencia de gatos (que erizaban sus lomos al paso de los zoogs) anunci la proximidad de Ulthar; pues en Ulthar, segn una antigua y muy importante

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  • ley, nadie puede matar un solo gato. Muy agradables eran los alrededores del Ulthar, con sus casitas de techumbre de paja y sus granjas de limpios cercados; y an ms agra-dable era el propio pueblecito, con sus viejos tejados puntiagudos y sus pintorescas facha-das, con sus innumerables chimeneas y sus estrechos callejones empinados, cuyo viejo empedrado de guijarros poda admirarse all donde los gatos dejaban espacio suficiente. Una vez que notaron los gatos la presencia de los zoogs y se apartaron, Carter se dirigi directamente al modesto Templo de los Gran-des Dioses, donde, segn se deca, estaban los sacerdotes y los viejos archivos; y ya en el interior de la venerable torre circular cu-bierta de hiedra -que corona la colina ms alta de Ulthar- busc al patriarca Atal, el que haba subido al prohibido pico de Hathea-Kla, en el desierto de piedra, y haba regresado vivo.

    Atal, sentado en su trono de marfil cubier-to de dosel, en el santuario ornado de guir-naldas que ocupa la parte ms elevada del

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  • templo, contaba ms de trescientos aos de edad, aunque conservaba todava su agudeza de espritu y toda su memoria. Por l supo Carter muchas cosas acerca de los dioses; sobre todo, que no son stos sino dioses de la Tierra, los cuales ejercen un dbil poder sobre el mundo de nuestros sueos, y no tienen ningn otro seoro ni habitan en ningn otro lugar. Podan atender la splica de un hombre si estaban de buen humor, pero no se deba intentar subir hasta su fortaleza, que se alza-ba en lo ms alto de Kadath, ciudad de la inmensidad fra. Era una suerte que ningn hombre conociera la localizacin exacta de las torres de Kadath, porque cualquier expedicin a ellas podra haber trado consecuencias muy graves. Barzai el Sabio, compaero de Atal, haba sido arrebatado aullando de terror por las fuerzas del cielo, slo por haber osado escalar el conocido pico de Hatheg-Kla. En lo que respecta a la desconocida Kadath, si al-guien llegara a encontrarla, la cosa sera mu-cho peor; pues aunque a veces los dioses de la Tierra puedan ser dominados por algn

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  • sabio mortal, estn protegidos por los Dioses Otros del Exterior, de los que es ms pruden-te no hablar. Dos veces por lo menos, en la historia del mundo, los Dioses Otros haban dejado su huella impresa en el primordial granito de la Tierra: la primera, en tiempos antediluvianos, segn poda deducirse de ciertos grabados de aquellos fragmentarios Manuscritos Pnakticos, cuyo texto es dema-siado antiguo para poderse interpretar; y otra en Hatheg-Kla, cuando Barzai el Sabio quiso presenciar la danza de los dioses de la tierra a la luz de la luna. As pues -dijo Atal-, era mucho mejor dejar tranquilos a todos los dio-ses y limitarse a dirigirles plegarias discretas.

    Carter aunque decepcionado por los des-alentadores consejos de Atal y la escasa ayu-da que le proporcionaron los Manuscritos Pnakticos y los Siete Libros Crpticos de Hsan, no perdi toda la esperanza. Primero pregunt al anciano sacerdote sobre aquella maravillosa ciudad del sol poniente que vea desde una terraza bordeada de balaustradas, pensando que quiz pudiera encontrarla sin la

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  • ayuda de los dioses; pero Atal no pudo decirle nada. Probablemente -dijo Atal- ese lugar perteneca al mundo de sus sueos persona-les y no al mundo onrico comn, y lo ms seguro es que se hallara en otro planeta. En ese caso, los dioses de la tierra no podran guiarle ni aunque quisieran. Pero esto tampo-co era seguro, ya que la interrupcin de sus sueos por tres veces indicaba que haba algo en l que los Grandes Dioses queran ocultar-le.

    Entonces Carter hizo algo reprobable: ofre-ci a su bondadoso anfitrin tantos tragos del vino lunar que le regalaron los zoogs, que el anciano se volvi irresponsablemente comu-nicativo. Liberado de su natural reserva, el pobre Atal se puso a charlar con entera liber-tad de cosas prohibidas, y le habl de una gran imagen que, segn contaban los viaje-ros, est esculpida en la slida roca del mon-te Ngranek, situado en la isla de Oriab, all en el Mar Meridional; y le dio a entender que, posiblemente, fuera un retrato que los dioses de la tierra haban dejado de su propio sem-

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  • blante en los das que danzaban a la luz de la luna sobre la cima de aquella montaa. Y aadi hipando que los rasgos de aquella imagen son muy extraos, de manera que podan reconocerse perfectamente y consti-tuan los signos inequvocos de la autntica raza de los dioses.

    La utilidad de toda esta informacin se le hizo inmediatamente patente a Carter. Se sabe que, disfrazados, los ms jvenes de los Grandes Dioses se casan a menudo con las hijas de los hombres, de modo que junto a los confines de la inmensidad fra, donde se yergue Kadath, los campesinos llevaban to-dos sangre divina. En consecuencia, la mane-ra de descubrir el lugar donde se encuentra Kadath sera ir a ver el rostro de piedra de Ngranek y fijarse bien en sus rasgos. Luego de haberlos grabado cuidadosamente en la memoria, tendra que buscar esos rasgos en-tre los hombres vivos. Y all donde se encon-trasen los ms evidentes y notorios, sera el lugar ms prximo de la morada de los dio-ses. Y as, el fro desierto de piedra que se

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  • extienda ms all de estos poblados ser sin duda aquel donde se halla Kadath.

    En tales regiones puede uno enterarse de muchas cosas acerca de los Grandes Dioses, puesto que quienes lleven sangre suya bien pueden haber heredado igualmente pequeas reminiscencias muy valiosas para un investi-gador. Es posible que los moradores de estas regiones ignoren su parentesco con los dio-ses, porque a los dioses les repugna tanto ser reconocidos por los hombres, que entre stos no hay uno solo que haya visto los rostros de aqullos, cosa que Carter comprob ms ade-lante, cuando intent escalar el monte Ka-dath. Sin embargo, estos hombres de sangre divina tendran sin duda pensamientos singu-larmente elevados que sus compaeros no llegaran a comprender, y sus canciones hablaran de parajes lejanos y de jardines tan distintos de cuantos son conocidos, incluso en el pas de los sueos, que las gentes vulgares les tomaran por locos. Acaso sirviera esto a Carter para desvelar alguno de los viejos se-cretos de Kadath, o para obtener alguna alu-

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  • sin a la maravillosa ciudad del sol poniente que los dioses guardan en secreto. Ms an, si la ocasin se presentaba, podra utilizar como rehn a algn hijo amado de los dioses, o incluso capturar a un joven dios de los que viven disfrazados entre los hombres, casados con hermosas campesinas.

    Pero Atal no saba cmo poda llegar Carter al monte Ngranek, en la isla de Oriab, y le aconsej que siguiera el curso del Skai, can-tarino bajo los puentes, hasta su desemboca-dura en el Mar Meridional, donde jams ha llegado ningn habitante de Ulthar, pero de donde vienen mercaderes en embarcaciones o en largas caravanas de mulas y carromatos de pesadas ruedas. All se alza una gran ciu-dad llamada Dylath-Leen, pero tiene mala reputacin en Ulthar a causa de los negros trirremes que entran en su puerto cargados de rubes, venidos de no se sabe qu litora-les. Los comerciantes que vienen en esas ga-leras a tratar con los joyeros son humanos o casi humanos, pero jams han sido vistos los galeotes. Y en Ulthar no se considera pruden-

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  • te traficar con estos mercaderes de negros barcos que vienen de costas remotas y cuyos remeros jams salen a la luz.

    Despus de contar todo esto, Atal se que-d amodorrado. Carter lo deposit suavemen-te en su lecho de bano y le recogi decoro-samente su larga barba sobre el pecho. Al emprender el camino, observ que no le se-gua ningn ruido solapado, y se pregunt por qu razn los zoogs habran abandonado su curioso seguimiento. Entonces se dio cuenta de la complacencia con que los lustrosos ga-tos de Ulthar se laman las fauces, y record los gruidos, maullidos y gemidos lejanos que se haban odo en la parte baja del templo, mientras l escuchaba absorto la conversa-cin del viejo sacerdote. Y record tambin con qu hambrienta codicia haba mirado un joven zoog particularmente descarado a un gatito negro que haba en la calle. Y como a l nada le gustaba tanto como los gatitos ne-gros, se detuvo a acariciar a los enormes ga-tazos de Ulthar que se relaman, y no se la-

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  • ment de que los zoogs hubiera dejado de escoltarle.

    Caa la tarde, as que Carter par en una antigua posada que daba a un empinado ca-llejn, desde donde se dominaba la parte ba-ja del pueblo. Se asom al balcn de su dor-mitorio y, al contemplar la marca de rojos tejados, los caminos empedrados y los encan-tadores prados que se extendan a lo lejos, pens que todo formaba un conjunto dulce y fascinante a la luz sesgada del ocaso, y que Ulthar sera sin duda alguna el lugar ms ma-ravilloso para vivir, si no fuera por el recuer-do de aquella gran ciudad del sol poniente que le empujaba de manera incesante hacia unos peligros ignorados. Empezaba ya a ano-checer; las rosadas paredes y las cpulas se volvieron violceas y msticas, y tras las celo-sas de las viejas ventanas comenzaron a en-cenderse lucecitas amarillas. Las campanas de la torre del templo repicaron armoniosas all arriba, y la primera estrella surgi tem-blorosa por encima de la vega del Skai. Con la noche vinieron las canciones, y Carter asin-

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  • ti en silencio cuando los vihuelistas cantaron los tiempos antiguos desde los balcones pri-morosos y los patios taraceados de Ulthar. Y sin duda se habra podido apreciar la misma dulzura en los maullidos de los gatos, de no haber estado casi todos ellos pesados y silen-ciosos a causa de su extrao festn. Algunos de ellos se escabulleron sigilosamente hacia esos reinos ocultos que slo conocen los ga-tos y que, segn los lugareos, se hallan en la cara oculta de la luna, adonde trepan des-de los tejados de las casas ms altas. Pero un gatito negro subi a la habitacin de Carter y salt a su regazo para jugar y ronronear, y se ovill a sus pies cuando l se tendi en el pequeo lecho cuyas almohadas estaban re-llenas de yerbas fragantes y adormecedoras.

    Por la maana, Carter se uni a una cara-vana de mercaderes que sala hacia Dylath-Leen con lana hilada de Ulthar y coles de sus frtiles huertas. Y durante seis das cabalg al son de los cascabeles por un camino llano que bordeaba el Skai, parando unas noches en las posadas de los pintorescos pueblecitos

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  • pesqueros, y acampando otras bajo las estre-llas, al arrullo de las canciones de los barque-ros que llegaban desde el apacible ro. El campo era muy hermoso, con setos verdes y arboledas, y graciosas cabaas puntiagudas y molinos octogonales.

    Al sptimo da vio alzarse una mancha bo-rrosa de humo en el horizonte, y luego las altas torres negras de Dylath-Leen, construi-da casi en su totalidad de basalto Dylath-Leen, con sus finas torres angulares, parece desde lejos un fragmento de la Calzada de los Gigantes, y sus calles son tenebrosas e in-hospitalarias. Tiene muchas tabernas marine-ras de lgubre aspecto junto a sus innumera-bles muelles, y todas estn atestadas de ex-traas gentes de mar venidas de todas las partes de la tierra, y aun de fuera de ella tambin, segn dicen. Carter pregunt a aquellos hombres de exticos atuendos si saban dnde se encuentra el pico Ngranek de la isla Oriab, y se encontr con que s lo sab-an. Varios barcos hacan la ruta de Baharna, que es el puerto de esa isla, y uno de ellos

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  • ira para all al cabo de un mes. Desde Ba-harna, el Ngranek queda a dos das escasos de viaje a caballo. Pero son pocos los que han visto el rostro de piedra del dios, porque est situado en la vertiente de ms difcil acceso al pico del Ngranek, en lo alto de unos precipi-cios inmensos, desde donde se domina un siniestro valle volcnico. Una vez, los dioses se irritaron con los hombres en aquel paraje, y hablaron del asunto a los Dioses Otros.

    Le fue difcil recoger esta informacin de los mercaderes y de los marineros de las ta-bernas de Dylath-Leen, porque casi todos preferan hablar de las negras galeras. Una de ellas llegara dentro de una semana carga-da de rubes desde su ignorado puerto de origen, y las gentes de la ciudad se sentan invadidas por el pnico slo de pensar en ver-las aparecer por la bocana del puerto. Los mercaderes que venan en esa galera tenan la boca desmesurada, y sus turbantes forma-ban dos bultos hacia arriba desde la frente que resultaban particularmente desagrada-bles. Su calzado era el ms pequeo y raro

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  • que se hubiera visto jams en los Seis Rein-os. Pero lo peor de todo era el asunto de los nunca vistos galeotes. Aquellas tres filas de remos se movan con demasiada agilidad, con demasiada precisin y vigor para que fuese cosa normal; como tampoco era normal que un barco permaneciera en puerto durante semanas, mientras los mercaderes trataban sus negocios, y que en ese tiempo no viera nadie a su tripulacin. A los taberneros de Dylath-Leen no les gustaba esto, y tampoco a los tenderos y carniceros, ya que jams hab-an subido a bordo la ms mnima cantidad de provisiones. Los mercaderes no compraban ms que oro y robustos esclavos negros, tra-dos de Parg por el ro. Eso era lo nico que cargaban esos mercaderes de desagradables facciones y de dudosos remeros. Jams em-barcaron producto alguno de las carniceras y las tiendas, sino slo oro y corpulentos ne-gros de Parg, a quienes compraban al peso. Y el olor que emanaba de aquellas galeras, olor que el viento traa hasta los muelles, era in-descriptible. Unicamente podan soportarlo

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  • los parroquianos ms duros de las tabernas, a base de fumar constantemente tabaco fuerte. Jams habra tolerado Dylath-Leen la presen-cia de las negras galeras, de haber podido obtener tales rubes por otro conducto; pero ninguna mina de todo el pas terrestre de los sueos los produca como aqullos.

    Los cosmopolitas de Dylath-Leen hablaban ante todo de estas cosas, mientras Carter aguardaba pacientemente el barco de Bahar-na que le llevara a la isla donde se alzan los picos del Ngranek, elevados y estriles. Du-rante ese tiempo no dej de indagar por los lugares que frecuentaban los lejanos viajeros, en busca de cualquier relato que hiciese refe-rencia a Kadath, la ciudad de la inmensidad fra, o la maravillosa ciudad de muros de mrmol y fuentes de plata que haba contem-plado desde lo alto de una terraza a la hora del crepsculo. Pero nadie pudo darle noticias al respecto, aunque en una de las ocasiones tuvo la sensacin de que cierto viejo merca-der de ojos oblicuos le dirigi una mirada ex-traamente brillante al orle mencionar la

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  • inmensidad fra. Tena fama este hombre de comerciar con los habitantes de los horribles poblados de piedra que se levantan en la helada y desierta meseta de Leng, jams visi-tada por gentes sensatas, y cuyas hogueras malignas se haban visto brillar por la noche en la lejana. Incluso corra el rumor de que tena contacto con ese gran sacerdote enig-mtico que cubre su rostro con una mscara de seda amarilla y vive solitario en un prehis-trico monasterio de piedra. Era indudable que aquel individuo haba tenido algn co-mercio con los seres que habitan en la in-mensidad fra; pero Carter no tard en com-probar que era intil preguntarle.

    Por aquellos das entr en puerto la galera negra; pas el dique de basalto y el gran fa-ro, silenciosa y extraa, envuelta en una rara pestilencia que el viento del sur arrojaba a la ciudad. El malestar invadi las tabernas que se extendan a lo largo de los muelles, y al poco tiempo, los sombros mercaderes de boca inmensa, turbantes gibosos y pies mi-nsculos bajaron a tierra furtivamente en

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  • busca de las tiendas de los joyeros. Carter los observ de cerca; y cuanto ms los miraba, ms desagradables le parecan. Despus vio cmo embarcaban por la pasarela a los forni-dos negros de Parg, que suban gruendo y sudando, y los metan en el interior de aque-lla galera singular; y no pudo por menos de preguntarse en qu tierra -si es que llegaban a desembarcar- estaran destinadas a servir aquellas obesas y conmovedoras criaturas.

    Al tercer da de haber llegado la galera, uno de aquellos desagradables mercaderes se encar con l y, con una sonrisa obsequiosa y artera, le dijo que haba odo en la taberna que estaba haciendo ciertas indagaciones. El mercader pareca estar enterado de cosas demasiado secretas para hablarlas en pblico, y, aunque tena una voz insoportablemente odiosa, Carter comprendi que no deba des-estimar los conocimientos de un viajero que vena de tan lejos. Por eso, le invit a subir a una de sus habitaciones privadas, y le ofreci la ltima porcin que le quedaba del vino lunar de los zoogs para soltarle la lengua. El

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  • extrao mercader bebi copiosamente, pero no por ello dejaba de sonrer cnicamente. Luego sac a su vez una rara botella que traa consigo, y Carter tuvo ocasin de comprobar que se trataba de un rub ahuecado. Ofrecile el mercader vino de esta botella a su anfi-trin, y aunque Carter bebi tan slo un bre-ve sorbo, al momento sinti el vrtigo del vaco y la fiebre de insospechadas junglas. El invitado no dejaba de sonrer ni un momento, pero cada vez lo fue haciendo con ms desca-ro. Cuando Carter se sumi al fin en la negru-ra, lo ltimo que vio fue aquella cara siniestra contorsionada por una risa perversa, y una cosa totalmente inconcebible que surgi de uno de los bultos frontales del turbante ana-ranjado al desenrollrsele por las sacudidas de aquella risa convulsiva.

    Carter recobr el conocimiento en una at-msfera espantosamente maloliente. Se hallaba bajo una especie de tienda plantada en la cubierta de un barco, y vio cmo las maravillosas costas del Mar Meridional se deslizaban con anormal rapidez. No estaba

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  • encadenado, pero a su lado haba de pie tres de aquellos mercaderes de tez oscura son-rindole, y la visin de los bultos de sus tur-bantes le marc casi tanto como la fetidez que emanaba de las siniestras escotillas. Frente a l vio pasar tierras gloriosas y ciuda-des que un compaero de ensueos terrestres -torrero de faro de un antiguo puerto- le haba descrito a menudo tiempo atrs; y re-conoci los templos escalonados de Zak, mo-radas de sueos olvidados, las agujas de la infame Thalarin, ciudad diablica de mil ma-ravillas donde reina el dolo Lathi, los jardi-nes-osarios de Zura, tierra de placeres insa-tisfechos, y los promontorios gemelos de cris-tal, que se unen por arriba formando el arco resplandeciente que custodia el puerto de Sona-Nyl, la bienaventurada tierra de la ima-ginacin.

    Pasadas todas estas tierras fastuosas, la pestilente embarcacin naveg con inquietan-te premura, impulsada por la boga anormal-mente veloz de sus invisibles remeros. Y an-tes de terminar el da, Carter vio que el timo-

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  • nel no llevaba otro rumbo que los Pilares Ba-slticos del Oeste, ms all d~ los cuales di-cen los crdulos que se halla la ilustre Cat-huria, aunque los soadores expertos saben muy bien que estos pilares son las puertas de una monstruosa catarata por la que todos los ocanos de la tierra de los sueos se precipi-tan en el abismo de la nada y atraviesan los espacios hacia otros mundos y otras estrellas, y hacia los espantosos vacos exteriores al universo donde Azathoth, sultn de los de-monios, roe hambriento en el caos, entre f-nebres redobles y melodas de flauta, mien-tras presencia la danza infernal de los Dioses Otros, ciegos, mudos, tenebrosos y torpes, junto con Nyarlathotep, espritu y mensajero de stos.

    Entre tanto, los sardnicos mercaderes no decan una palabra de sus intenciones, pero Carter saba muy bien que deban estar en complicidad con quienes queran impedir su empresa. Se sabe en la tierra de los sueos que los Dioses Otros tienen muchos agentes mezclados entre los hombres; y todos estos

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  • enviados, casi o enteramente humanos, estn dispuestos a cumplir la voluntad de esas en-tidades ciegas y estpidas, a cambio de obte-ner los favores de su horrible espritu y men-sajero el caos reptante Nyarlathotep. De ello dedujo Carter que los mercaderes de abulta-dos turbantes, al enterarse de su temeraria bsqueda del castillo de Kadath donde moran los Grandes Dioses, haban decidido raptarlo para entregarse a Nyarlathotep a cambio de quin sabe qu merced. Carter no poda adi-vinar cul sera la tierra de aquellos mercade-res, ni si estaba en nuestro universo conocido o en los horribles espacios exteriores. Tampo-co sospechaba en qu punto infernal se reuni-ran con el caos reptante para entregarle y exigir su recompensa. Saba, sin embargo, que ningn ser casi humano como aqullos se atrevera a acercarse al trono de la tiniebla final, a Azathoth, all en el centro del vaco sin forma.

    Al ponerse el sol, los mercaderes empeza-ron a lamerse sus enormes labios, con la mi-rada hambrienta. Uno de ellos baj a algn

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  • compartimiento oculto y nauseabundo, y re-gres con una olla y un cesto de platos. Se sentaron juntos bajo la tienda y comieron carne ahumada, que se pasaban unos a otros. Pero cuando le dieron un trozo a Carter, des-cubri ste, por su tamao y forma, algo te-rrible. Se puso ms plido que antes y arroj al mar aquel trozo de carne, cuando nadie se fijaba en l. Y nuevamente pens en aquellos remeros invisibles de abajo y en el sospecho-so alimento del cual sacaban su tremenda fuerza muscular.

    Era de noche cuando la galera pas entre los pilares baslticos del Oeste, y el ruido de la catarata final se hizo ensordecedor. Y la nube de agua pulverizada se elevaba hasta oscurecer el fulgor de las estrellas, y la cu-bierta se puso ms hmeda, y el barco se estremeci zarandeado por la corriente em-bravecida del borde del abismo. Luego, con un extrao silbido y de un solo impulso, la nave salt al vaco, y Carter sinti un acceso de terror indescriptible al notar que la tierra hua bajo la quilla, y que el navo surcaba

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  • silencioso como un cometa los espacios pla-netarios. Jams haba tenido noticia hasta entonces de los seres informes y negros que se ocultan y se retuercen por el ter, gesticu-lando y hostigando a cualquier viajero que pueda pasar, y palpando con sus zarpas vis-cosas todo objeto mvil que excite su curiosi-dad. Son las larvas de los Dioses Otros, que como ellos, son ciegas y carecen de espritu, y estn posedas por un hambre y una sed sin lmites.

    Pero el destino de aquella horrenda galera no era tan lejano como Carter haba supues-to, pues no tard en comprobar que el timo-nel pona rumbo a la luna. La luna apareca en un brillante cuarto creciente que aumen-taba ms y ms a medida que se iban acer-cando, y mostraba sus crteres singulares y sus picos inhspitos. El barco sigui rumbo a sus riberas, y pronto se puso de manifiesto que su destino era aquella cara misteriosa y secreta que siempre ha permanecido de es-paldas a la tierra, y que ningn ser entera-mente humano, salvo el soador Snireth-Ko

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  • quiz, ha contemplado jams. Al acercarse la galera, el aspecto de la luna le pareci so-bremanera inquietante a Carter: no le gusta-ban ni la forma ni las dimensiones de las rui-nas diseminadas por todas partes. Los tem-plos muertos de las montaas estaban cons-truidos y orientados de tal manera que, evi-dentemente, no podan haber servido para rendir culto a ningn dios normal y corriente; y en la simetra de las rotas columnas pareca traslucirse un significado oscuro y secreto que no invitaba a ser desentraado. Carter prefi-ri no hacer conjeturas sobre la naturaleza y proporciones de los antiguos adoradores de esos templos.

    Cuando el barco dobl el borde del satlite, y naveg sobre aquellas tierras invisibles a los ojos de los hombres, aparecieron en el misterioso paisaje ciertos signos de vida, y Carter vio una infinidad de casitas de campo, bajas, amplias, circulares, que se alzaban en unos campos cubiertos de hinchados hongos blancuzcos. Observ que las casas carecan de ventanas, y pens que sus formas recor-

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  • daban a las de las chozas de los esquimales. Luego vio las olas oleaginosas de un mar pe-rezoso, y pudo comprobar que el viaje iba a proseguir de nuevo sobre las aguas; al me-nos, sobre elemento lquido. La galera toc la superficie con un ruido peculiar, y la extraa elasticidad con que las olas la acogieron dej perplejo a Carter. La nave se deslizaba ahora a gran velocidad. En una ocasin adelant a otra galera igual, y ambas tripulaciones se saludaron a voces; pero en general, slo se distingua aquel mar extrao, y un cielo negro y sembrado de estrellas aun cuando el sol brillaba de forma abrasadora.

    Luego se alzaron frente al navo los hen-chidos acantilados de una costa de aspecto leproso. Y Carter vislumbr las slidas y des-agradables torres grises de una ciudad. Su extraa inclinacin y su inslita curvatura, el modo con que se apiaban y el hecho de ca-recer de ventanas, resultaron considerable-mente turbadores para el prisionero, que la-mentaba amargamente la tontera de haber probado el raro vino de aquel mercader de

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  • turbante giboso. Cuando ya se aproximaban a la costa, y la horrenda fetidez de la ciudad se hizo an ms irresistible, vio sobre las que-bradas colinas una infinidad de selvas, algu-nos de cuyos rboles reconoci como de la misma especie de aquel solitario rbol lunar que viera en el bosque encantado de la tierra, y cuya savia fermentada constitua el singular vino de los pequeos y pardos zoogs.

    Carter poda distinguir ahora unas figuras que se movan por los muelles pestilentes, y segn las iba viendo con mayor claridad, sen-ta crecer su miedo y su aversin. Porque no eran hombres, ni aun parecidos a hombres, sino criaturas descomunales, grisceas, vis-cosas y blanduzcas que podan estirarse y contraerse a voluntad, pero cuya forma ms comn -aunque la modificaran a menudo- era la de una especie de sapo sin ojos, con una extraa masa de tentculos sonrosados que vibraban en la punta de sus chatos hocicos. Estas bestias se afanaban torpemente por los muelles, manejando fardos y cuvanos y ca-jas con fuerza prodigiosa, y saltando a cada

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  • momento del muelle a los barcos amarrados o de los barcos al muelle, con largos remos entre sus patas delanteras. De cuando en cuando, pasaban conduciendo un tropel de esclavos de caracteres muy semejantes a los humanos, pero cuyas bocas inmensas recor-daban a las de los mercaderes que traficaban en Dylath-Leen; sin embargo, estos indivi-duos, sin turbante ni calzado ni ropa alguna, no parecan tan humanos como aqullos. Al-gunos de los esclavos, los ms obesos -cuyas carnes tentaba una especie de vigilante para calcular su calidad- eran desembarcados de las galeras y enjaulados en grandes canastos asegurados con clavos, que los cargadores metan a empujones en los almacenes o em-barcaban en grandes furgones chirriantes.

    Cargaron uno de los furgones y parti in-mediatamente; la fabulosa criatura que lo conduca era tal que Carter se qued estupe-facto, aun despus de haber visto las dems monstruosidades de aquel abominable lugar. De cuando en cuando, pasaban pequeos grupos de esclavos vestidos y con turbantes,

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  • igual que los atezados mercaderes, y eran conducidos a bordo de una galera, seguidos de un grupo numeroso de viscosos seres con cuerpo de sapo que componan la tripulacin: oficiales, marineros y remeros. Carter vea que las criaturas casi humanas eran destina-das a las ms ignominiosas tareas serviles, para las que no se requera una fuerza excep-cional, como gobernar el timn y cocinar, hacer recados y negociar con los hombres de la tierra o de los dems planetas con los que ellos mantenan comercio. Estas criaturas deban de ser las ms adecuadas para estas comisiones terrestres, ya que no se diferen-ciaban grandemente de los hombres una vez vestidas, calzadas y tocadas con sus oportu-nos turbantes; y podan regatear en las tien-das de stos sin tener que dar explicaciones embarazosas e inoportunas. Pero casi todas ellas, mientras no fueran exageradamente flacas o feas, iban desnudas y metidas en jaulas que los seres fabulosos transportaban en pesados carricoches. A veces desembarca-ban y enjaulaban tambin otras clases de

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  • seres, algunos muy parecidos a las criaturas semihumanas, otros no tan parecidos y otros totalmente distintos. Y Carter se preguntaba si aquellos desdichados negros de Parg no seran desembarcados, enjaulados y transpor-tados en el interior de aquellos ominosos ca-rricoches.

    Cuando la galera atrac a un muelle gra-siento, de roca esponjosa, una horda pesadi-llesca de seres con forma de sapo surgi por las escotillas. Dos de ellos agarraron a Carter y lo desembarcaron. El olor y el aspecto de aquella ciudad eran indescriptibles, y Carter slo pudo captar imgenes dispersas de las calles enlosadas, de las negras puertas y de las elevadsimas fachadas verticales y grises, carentes de ventanas. Por fin, le metieron en un portal de bajo dintel y le hicieron subir una infinidad de peldaos por un pozo de ti-nieblas. Al parecer, a los seres con cuerpo de sapo les daba lo mismo la luz que la oscuri-dad. El olor que reinaba en aquel lugar era insoportable, y cuando Carter fue encerrado en una cmara y le dejaron solo all, apenas

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  • le quedaron fuerzas para arrastrarse a lo lar-go de los muros y cerciorarse de su forma y dimensiones. Se trataba de un recinto circular de unos veinte pies de dimetro.

    A partir de ese momento, el tiempo dej de existir. A intervalos le echaban de comer, pero Carter no quiso tocar aquella comida. No tena idea de lo que iba a ser de l, pero pre-senta que le mantendran all hasta la llega-da de Nyarlathotep, el caos reptante, espritu y mensajero de los Dioses Otros. Finalmente, despus de una interminable sucesin de horas o de das, la gran puerta de piedra se abri de par en par y Carter fue conducido a empellones escaleras abajo, hasta las calles, iluminadas con luces rojas, de aquella aterra-dora ciudad. Era de noche en la luna, y por toda la ciudad se vean esclavos estaciona-dos, sosteniendo antorchas encendidas.

    En una detestable plaza se haba formado una especie de procesin compuesta por diez seres de cuerpo de sapo y veinticuatro porta-dores de antorchas casi humanos, once a ca-da lado y uno en cada extremo. Carter fue

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  • colocado en medio de la formacin, con cinco seres de cuerpo de sapo delante y otros cinco detrs, y un casi humano a cada lado. Otros seres de cuerpo de sapo sacaron flautas de bano y ejecutaron tonadas repugnantes. Al son de aquellas infernales melodas, la co-lumna comenz a desfilar por las calles pavi-mentadas, dej atrs la ciudad y se intern por las oscuras llanuras pobladas de hongos obscenos. No tardaron en ascender por la ladera de una de las ms bajas colinas que se elevaban a espaldas de la ciudad. Carter es-taba convencido de que el caos reptante aguardaba en alguno de aquellos declives escarpados o en alguna abominable llanura, y deseaba que su tortura terminase pronto. El canto plaidero de las flautas impas era en-loquecedor, y l habra dado el mundo entero por que el sonido hubiese sido slo un poco menos anormal; pero aquellos seres carecan de voz y los esclavos no hablaban.

    Entonces, a travs de aquellas tinieblas es-trelladas le lleg un sonido familiar que re-tumb por los montes y reson en todos los

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  • picos desgarrados, y sus ecos se propagaron dilatndose en una especie de coro demona-co. Era el maullido del gato a media noche, y Carter comprendi por fin que las gentes del pueblo tenan razn cuando decan en voz baja que los gatos son los nicos que conocen las regiones misteriosas, y que los ms viejos las visitan a escondidas, por la noche, saltan-do a ellas desde los ms elevados tejados. En verdad, es a la cara oscura de la luna adonde van a saltar y retozar por las colinas, y a con-versar con sombras antiguas. Y aqu, en me-dio de la columna de ftidas criaturas, oy Carter su maullido familiar, amistoso, y pens en los tejados puntiagudos y en los clidos hogares y en las ventanas dbilmente ilumi-nadas de las casas de Ulthar.

    A la sazn, Randolph Carter conoca bas-tante bien el lenguaje de los gatos, y emiti el grito que le convena en aquel paraje leja-no y terrible. Pero no habra sido necesario que lo hiciera, ya que en el momento de abrir la boca oy que el coro aumentaba y se iba acercando, y vio recortarse unas sombras

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  • veloces contra las estrellas, unas sombras pequeas y graciosas que saltaban de colina en colina, en legiones apretadas. La llamada del clan haba sido dada, y antes de que la abyecta procesin tuviese tiempo ni aun de asustarse, una nube de sedosas pieles, una falange de garras homicidas, cay sobre ella como una riada tempestuosa. Callaron las flautas y los alaridos desgarraron la noche. Gritaban los moribundos casi humanos, y los gatos gruan y aullaban y rugan. Pero de los seres con cuerpo de sapo no brot ni un soni-do, mientras derramaban fatalmente sus l-quidos verdosos y repugnantes sobre aquella tierra porosa de hongos obscenos.

    En tanto duraron las antorchas, el espect-culo fue prodigioso. Jams haba visto Carter tantos gatos. Negros, grises y blancos, amari-llos, atigrados y mezclados, callejeros, per-sas, maneses, tibetanos, de Angora y egip-cios; de todas clases los haba en la furia de la batalla; y sobre todos ellos se cerna el aura de esa profunda e inviolada santidad que les otorgara su deidad tutelar en los

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  • enormes templos de Bubastis. Saltaban de siete en siete a las gargantas de los casi humanos o al hocico tentaculado de los seres con forma de sapo, y los derribaban salvaje-mente a la fungosa tierra donde miles y miles de compaeros se abalanzaban frenticamen-te sobre ellos con uas y dientes, presos de un furor sagrado. Carter haba cogido la an-torcha de un esclavo cado, pero no tard en verse desbordado por las crecientes oleadas de sus fieles defensores. Cay entonces en la ms completa negrura, en cuyo seno escuch el fragor de la batalla y los gritos de los ven-cedores. y sinti las suaves patas de sus ami-gos que de un lado a otro le saltaban por en-cima, en medio de la refriega.

    Finalmente, el horror y la fatiga le ce-rraron los ojos, y cuando los abri nuevamen-te, se vio inmerso en una escena extraa. El gran disco resplandeciente de la Tierra, trece veces mayor que el de la luna tal como noso-tros la vemos, derramaba torrentes de inquie-tante luz sobre el paisaje lunar. Y a travs de leguas y leguas de meseta salvaje y de cres-

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  • tas desgarradas, se extenda un mar intermi-nable de gatos alineados en crculos concn-tricos. Dos o tres de los jefes de este ejrcito se hallaban fuera de las filas, y le laman la cara y ronroneaban para consolarle. No que-daba ni rastro de los esclavos y de los seres con forma de sapo, aunque Carter crey ver un hueso no lejos de donde se encontraba, en el espacio que quedaba despejado entre l y los guerreros.

    Carter habl entonces con los jefes en el suave lenguaje de los gatos, y se enter de que su antigua amistad con la especie gatuna era muy conocida y comentada en todo lugar donde los gatos se reunan. No haba pasado inadvertido por Ulthar, y los viejos gatazos lustrosos recordaban cmo los haba acaricia-do despus que ellos se hubieran ocupado de los hambrientos zoogs, que tan perversamen-te miraban al gatito negro. Y recordaban tambin lo cariosamente que haba acogido al gatito que subi a verle en la posada, y el platito de riqusima leche con que le haba obsequiado la maana antes de marcharse. El

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  • abuelo de aquel cachorrillo era precisamente el jefe del ejrcito all reunido, ya que haba visto la maligna procesin desde una lejana colina, reconociendo en el prisionero a un amigo fiel de su especie, tanto en la Tierra como en el pas de los sueos.

    Son un aullido desde un pico lejano, y el viejo jefe interrumpi su charla. Era uno de los vigas del ejrcito, apostado en la ms elevada de las montaas para vigilar al nico enemigo que temen los gatos de la Tierra: a los mismsimos gatos enormes de Saturno, que por alguna razn no han olvidado el en-canto de la cara oscura de nuestra luna. Estos gatos estn ligados por un pacto a los malva-dos seres de cuerpo de sapo, y son enemigos declarados de nuestros pequeos felinos te-rrestres. De modo que, en estas circunstan-cias, un encuentro con ellos habra sido bas-tante grave.

    Tras una breve deliberacin entre los ge-nerales, los gatos se levantaron y cerraron filas en torno a Carter para protegerle. Se prepararon para dar el gran salto a travs del

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  • espacio y regresar a los tejados de nuestra Tierra y de la regin terrestre de los sueos. El viejo mariscal de campo aconsej a Carter que se dejara llevar tranquila y pasivamente por la masa compacta de saltadores de sedo-so pelaje, y le explic cmo deba saltar cuando saltaran los dems, y cmo aterrizar suavemente cuando el resto lo hiciera. Asi-mismo se ofreci a depositarle en el lugar que l deseara, y Carter escogi la ciudad de Dy-lath-Leen, de donde haba zarpado la negra galera, pues l deseaba partir por mar desde all con rumbo a Oriab y la cresta esculpida del Ngranek, y tambin quera prevenir a sus habitantes para que no mantuvieran por ms tiempo ningn trfico con las galeras negras, si es que podan interrumpirlo con tacto y diplomacia. Entonces, a una seal, los gatos saltaron gilmente, protegiendo entre todos a su amigo. Entretanto, en una caverna tene-brosa que se abra en la sagrada cumbre de las montaas lunares, Nyarlathotep, el caos reptante, aguardaba en vano.

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  • El salto de los gatos a travs del espacio fue realmente vertiginoso. Rodeado esta vez por sus compaeros, Carter no vio las gran-des sombras confusas que acechan y se en-roscan y palpitan en el abismo. Antes de aca-bar de comprender lo que estaba sucediendo, se encontr de nuevo en su familiar habita-cin de la posada de Dylath-Leen, por cuya ventana salan a raudales los silenciosos y amigables gatos. El anciano jefe de Ulthar fue el ltimo en marcharse, y cuando Carter le estrech la zarpa, le dijo que llegara a su casa hacia el alba. Cuando empezaba a ama-necer, Carter baj y se enter de que haba transcurrido una semana desde que le rapta-ran. Deba aguardar todava un par de sema-nas ms para tomar el barco con destino a Oriab, y durante este tiempo habl cuanto pudo en contra de las galeras negras y sus infames costumbres. La mayor parte de la gente le crey; pero tanto interesaban los grandes rubes a los joyeros, que nadie le dio promesa formal de terminar sus tratos con los mercaderes de boca inmensa. Si un da so-

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  • breviene alguna calamidad a Dylath-Leen como consecuencia de esos negocios, no ser por culpa de Carter

    Al cabo de una semana, el deseado barco atrac junto al muelle negro y la torre del faro, y Carter se alegr al ver que se trataba de una embarcacin tripulada por hombres normales. Tena los costados pintados, amari-llentas las velas latinas, y un capitn de pelo gris y ropas de seda. Su carga consista en toneles de fragante resina procedente de los pinares del interior de Oriab, delicada cermi-ca cocida por los artesanos de Baharna, y pequeas tallas esculpidas en la antigua lava del Ngranek. Esta mercanca se les paga con lana de Ulthar, tejidos iridiscentes de Hatheg y marfiles labrados por los negros que habi-tan en Parg, al otro lado del ro. Carter lleg a un arreglo con el capitn para que le llevase a Baharna, y supo que el viaje durara diez d-as. Durante la semana de espera, charl mu-chas veces sobre el Ngranek con el capitn, el cual le dijo que eran muy pocos los que hab-an visto el rostro esculpido en la roca, pero

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  • que muchsimos viajeros se contentaban con recoger las leyendas que de l conocan los viejos, los recolectores de lava y los esculto-res de Baharna, y que despus regresaban a sus lejanos hogares contando que, efectiva-mente, lo haban contemplado. El capitn ni siquiera estaba seguro de si viva alguien en la actualidad que hubiese visto aquel rostro esculpido, ya que el otro lado del Ngranek es de muy difcil acceso, rido y siniestro; y se-gn ciertos rumores, se abren unas cavernas junto a su cima en donde habitan las descar-nadas alimaas de la noche. Pero el capitn no quiso decir qu eran exactamente tales alimaas descarnadas, porque sabido es que semejantes criaturas suelen presentarse des-pus con gran persistencia en los sueos de quienes piensan demasiado en ellas. Luego interrog al capitn acerca de la ignorada Kadath de la inmensidad fra y sobre la mara-villosa ciudad del sol poniente; pero el buen hombre le confes con toda sinceridad que no saba una palabra de todo aquello.

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  • Zarparon de Dylath-Leen una maana temprano al cambiar la marca, y Carter vio incidir los primeros rayos del sol naciente en las finas torres de aquella lgubre ciudad de basalto. Y navegaron durante dos das hacia el este, costeando los verdes litorales y avis-tando a menudo los pacficos pueblecitos pesqueros que trepaban por las laderas, con sus tejados de ladrillo y sus chimeneas, a partir de los viejos y soolientos embarcade-ros, y de las playas con las redes extendidas para que secaran al sol. Pero al tercer da viraron bruscamente hacia el sur, y el oleaje se hizo ms fuerte, y no tardaron en perder de vista la tierra. Al quinto da, los marineros dieron muestras de nerviosismo, pero el capi-tn disculp sus temores diciendo que el bar-co iba a pasar por encima de los muros cu-biertos de algas y de las columnas truncadas de una ciudad sumergida, tan antigua que no quedaba de ella recuerdo alguno. Cuando el agua estaba clara, poda verse una infinidad de sombras inquietas movindose por los fondos de aquel lugar, lo que repugnaba so-

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  • bremanera a la gente simple y supersticiosa. Admita adems el capitn que se haban perdido muchos barcos por aquella zona del mar; se les haba saludado al cruzarse con ellos, pero no se les haba vuelto a ver.

    Aquella noche tuvieron una luna muy bri-llante, y se poda ver a una considerable pro-fundidad bajo el agua. Soplaba una brisa tan tenue que el barco apenas se mova y el ocano permaneca en calma. Carter se aso-m por encima de la borda y vio muchos es-pectros bajo la cpula de un gran templo su-mergido, frente al cual se extenda una ave-nida de esfinges monstruosas que desembo-caba en lo que un da fuera plaza pblica. Los delfines salan y entraban alegremente por las ruinas y las marsopas aparecan torpe-mente por todas partes, subiendo a veces hasta la superficie e incluso saltando fuera del agua. Al avanzar un poco ms el barco, el piso del ocano se elev formando cerros, hacindose ms visible los contornos de anti-guas calles empinadas y las paredes derrui-das de muchas casas.

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  • Luego lleg el navo a las afueras del po-blado sumergido, y all apareci, en la cima de una colina, un gran edificio solitario, de lneas ms simples que el resto de las cons-trucciones y mucho mejor conservado. Era oscuro y bajo, y cerraba cuatro lados de una plaza. Tena una torre en cada esquina, un patio pavimentado en el centro, y extraas ventanitas redondas en los muros. Probable-mente era de basalto, aunque las algas lo recubran casi por completo; y se vea tan solitario e impresionante sobre aquella lejana colina, bajo el mar, que daba la sensacin de haber sido un templo o un antiguo monaste-rio. Algunos peces fosforescentes se haban introducido en su interior, y daban a las ven-tanitas redondas cierta apariencia de ilumina-cin; y Carter no censur a los marineros por sus temores. Despus, a la luz de la luna, filtrada por las aguas, descubri un extrao monolito, muy alto, en medio de aquel patio central, y vio que haba una cosa atada a l. Y despus de ver con el catalejo del capitn, que la cosa atada era un marinero vestido

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  • con ropas de seda de Oriab, cabeza abajo y sin ojos, se sinti aliviado de que la brisa, que ahora comenzaba a soplar, impulsara el barco hacia otras regiones ms naturales del mar.

    Al da siguiente, cruzaron saludos con un barco de velas color violeta que iba rumbo a Zar, la tierra de los sueos olvidados, con un flete de bulbos de lirios de extraos colores. Y en la noche del undcimo da, avistaron la isla de Oriab, con el Ngranek desgarrado y coronado de nieve irguindose a lo lejos. Oriab es una isla muy grande; y su puerto de Baharna, una poderosa ciudad. Los muelles de Baharna son de prfido y la ciudad se ele-va tras ellos formando grandes terrazas de piedra y calles de tramos escalonados unos y abovedados otros, pues hay edificios y puen-tes que se comunican entre s por encima de las calles. Hay tambin un gran canal que atraviesa la ciudad entera por un tnel de puertas de granito, y fluye hasta el lago de Yath, en cuyas costas se hallan las inmensas ruinas de ladrillo de una ciudad primordial

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  • cuyo nombre no se recuerda. Cuando el barco entr en puerto, ya al anochecer, los dos fa-ros gemelos Thon y Thal parpadearon una seal del bienvenida, mientras las innumera-bles ventanas de las terrazas de Baharna co-menzaron a atisbar con sus lucecitas modes-tas, y por encima de stas, las estrellas se asomaban desde la oscuridad. El puerto, es-carpado y trepador, se fue convirtiendo as en una constelacin resplandeciente, suspendida entre las estrellas del cielo y los reflejos de esas mismas estrellas en las sosegadas aguas de la drsena.

    El capitn, despus de atracar, invit a Carter a su propia casa, situada en las orillas del lago de Yath, en la cima donde terminan todas las cuestas del pueblo; y su mujer y la servidumbre sacaron sabrosos y extraos manjares para delectacin del viajero. Y en los das que siguieron estuvo Carter indagan-do en todas las tabernas y lugares pblicos donde se reunan los recolectores de lava y los escultores, por si alguno de ellos haba odo algn rumor o conoca algn relato sobre

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  • el Ngranek; pero no encontr a nadie que hubiera subido a las ms elevadas alturas ni que hubiera contemplado el rostro esculpido. El Ngranek era un monte muy difcil, pues no tiene ms que un valle maldito a su espalda; por otra parte, no haba ninguna certeza de que las descarnadas alimaas de la noche fueran exclusivamente imaginarias.

    Cuando el capitn zarp de nuevo para Dy-lath-Leen, Carter se aloj en una antigua ta-berna abierta en un callejn escalonado de la parte primitiva del pueblo. Esta taberna, construida de ladrillo, se pareca a las ruinas que haba en la orilla ms alejada del lago de Yath. En ella traz sus planes para escalar el Ngranek y revis todos los datos que le hab-an proporcionado los recolectores de lava sobre los caminos que mejor conducan all. El tabernero era un hombre muy viejo y haba odo muchas historias, por lo que le fue de gran ayuda. Incluso condujo a Carter a una de las habitaciones superiores de aquella an-tigua casa, y le mostr un tosco dibujo que un viajero haba trazado sobre el yeso de la

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  • pared, en los viejos tiempos en que los hom-bres eran ms audaces y no tenan tanto miedo a escalar las cumbres del Ngranek. El bisabuelo del viejo tabernero le haba odo contar a su bisabuelo que el viajero que gra-b aquel dibujo en la pared haba subido al Ngranek y haba visto el rostro de piedra, dibujndolo all para que otros lo pudieran contemplar; pero Carter no se qued conven-cido, puesto que aquellos toscos trazos esta-ban hechos con negligencia y rapidez, y que-daban casi ocultos bajo una multitud de silue-tas diminutas del peor gusto, llenas de cuer-nos, y alas, y garras, y colas enroscadas.

    Finalmente, habiendo conseguido toda cuanta informacin poda recogerse de las tabernas y lugares pblicos de Baharna, Car-ter alquil una cebra, y una maana tempra-no tom el camino que bordea la orilla del lago Yath, internndose despus hacia la zo-na donde se eleva el rocoso Ngranek. A su derecha se elevaban onduladas colinas, se vean apacibles huertas y limpias casitas de piedra que le recordaban muchsimo los frti-

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  • les campos que flanquean el Skai. Al atarde-cer se hallaba ya cerca de las arcaicas ruinas desconocidas que se alzan en la ribera ms alejada del Yath, y aunque los recolectores de lava le haban aconsejado que no acampara all por la noche, at la cebra a una rara co-lumna que haba ante un muro derruido y ech su manta en un rincn resguardado, al pie de unas esculturas cuyo significado nadie haba podido descifrar. Se envolvi con otra manta, porque en Oriab las noches son fras, y, en una ocasin en que le despert la sen-sacin de que le rozaban la cara las alas de algn insecto, se cubri la cabeza completa-mente y durmi en paz, hasta que le desper-taron los pjaros magah de los lejanos bos-quecillos resinosos.

    El sol acababa de aparecer por encima de la gran ladera donde se extendan leguas en-teras de primordiales basamentos de ladrillo, paredes desmoronadas y ocasionales colum-nas rotas y pedestales fragmentados hasta la desolada ribera del Yath; y Carter busc con la mirada su cebra. Grande fue su consterna-

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  • cin al ver al animal tendido junto a la extra-a columna en que la haba atado, y ms grande an fue su inquietud al descubrir que estaba muerta y que le haban chupado toda la sangre por medio de una herida singular que mostraba en el cuello. Le haban revuelto su equipaje y le haban desaparecido algunas baratijas brillantes; y por todo el polvo del suelo se vean las huellas enormes de unos pies palmeados, a las que de ningn modo pudo encontrar explicacin. Los consejos de los recolectores de lava le vinieron a la cabe-za, y se pregunt entonces qu clase de cosa sera la que le haba rozado la cara durante la noche. Luego se ech al hombro el equipaje y emprendi la marcha hacia el Ngranek, aun-que no sin sentir un escalofro al ver de cerca, cuando cruzaba las ruinas, el chato portal de una entrada que se abra en la fachada de un viejo templo, y cuyos peldaos descendan hasta unas tinieblas imposibles de escudriar.

    El camino suba ahora cuesta arriba por una comarca ms agreste y boscosa en la que slo se vean cabaas, carboneras y campa-

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  • mentos de recolectores de resina. Todo el aire pareca embalsamado por la fragante resina y los pjaros magah cantaban alegremente, haciendo centellear sus siete colores al sol. Hacia el atardecer, lleg a otro campamento de recolectores de lava, que ya llegaban de regreso, con sus pesados sacos al hombro, desde la falda del Ngranek. Aqu acamp l tambin, y escuch las canciones y los relatos de los hombres, y les oy hablar atemoriza-dos de un compaero que haban perdido. Haba trepado este hombre demasiado arriba, con el fin de alcanzar una mole de finsima lava que haba divisado, y al caer la noche no haba regresado con sus compaeros. Cuando fueron a buscarle, al da siguiente, slo en-contraron su turbante; pero no hallaron seal alguna entre los riscos de que se hubiera despeado. No lo buscaron ms, porque el ms viejo de todos ellos dijo que era intil. Aunque se duda mucho de la existencia de las descarnadas alimaas de la noche, y algunos las tienen por puramente fabulosas, se dice tambin que jams se recupera cosa alguna

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  • que caiga en su poder. Carter entonces les pregunt si las descarnadas alimaas de la noche chupaban la sangre, si les gustaban los objetos brillantes y si dejaban huellas de pies palmeados, pero ellos movieron negativa-mente la cabeza y parecieron alarmarse por aquellas preguntas. Cuando vio lo taciturnos que se haban vuelto, no les pregunt ms y se fue a dormir a su manta.

    Al da siguiente se levant a la vez que los recolectores de lava y se despidi, ya que ellos se marchaban hacia el oeste y l tomaba la direccin opuesta a lomos de una cebra que les haba comprado. Los ms viejos dije-ron que sera mejor que no trepara demasia-do arriba del monte Ngranek, pero aunque l les agradeci el consejo sinceramente, no se dej disuadir lo ms mnimo. Crea que iba a encontrar all a los dioses de la desconocida Kadath y que obtendra de ellos indicaciones para llegar a la encantada y maravillosa ciu-dad del sol poniente. Hacia medioda, des-pus de un largo ascenso, lleg a las aldeas abandonadas de los montaeses que un da

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  • habitaron junto al Ngranek y esculpieron imgenes en su fina lava. Aqu haban vivido hasta los tiempos del abuelo del tabernero, poca en que empezaron a notar que su pre-sencia no era grata. Sus nuevas casas haban sido construidas en zonas cada vez ms ele-vadas de la montaa, y cuanto ms arriba edificaban, ms gente desapareca al amane-cer. Por ltimo, decidieron que era mejor marcharse todos, ya que a veces se vean en la oscuridad cosas nada tranquilizadoras; as que, finalmente, bajaron todos hacia el mar y se instalaron en Baharna, donde ocuparon un barrio muy viejo y ensearon a sus hijos el antiguo arte de esculpir figuras, lo que siguen haciendo hasta hoy. Fue de estos descendien-tes de los desterrados del Ngranek de quienes Carter haba recogido las ms interesantes historias sobre este monte, cuando anduvo indagando por las antiguas tabernas de Ba-harna.

    A medida que Carter, pensando en estas cosas, se aproximaba al Ngranek, la agreste mole desnuda pareca hacerse ms elevada y

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  • brumosa. En lo ms bajo de su ladera crecan los rboles diseminados; algo ms arriba era arbustos raquticos lo que haba; y en las al-turas, slo la roca tremenda y desnuda se alzaba espectral en el cielo para mezclarse con el hielo y las nieves eternas. Carter con-templ las grietas y escarpas de aquellas ro-cas sombras, y no le pareci muy grata la empresa de escalarlas. En algunos lugares se vean corrientes de lava petrificada y monto-nes de escoria apilados en pendientes y cor-nisas. Hace noventa evos, antes de que los dioses vinieran a danzar sobre el agudo pico, aquella montaa haba hablado el lenguaje del fuego y haba rugido con la voz de los truenos interiores. Ahora se ergua silenciosa y siniestra, conservando en su cara oculta aquel gigantesco semblante secreto del que se hablaba con temeroso respeto. Y haba cuevas en aquel monte cuyas tinieblas, jams disipadas desde los tiempos ms remotos, acaso estuvieran vacas y solitarias, o tal vez -si la leyenda deca verdad- albergaran horro-res de formas insospechadas.

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  • Hasta el pie del Ngranek, el suelo ascenda cubierto de escasos robles y de fresnos des-medrados, sembrado de fragmentos rocosos, de lava y de antiguas cenizas. Encontr all Carter los restos carbonizados de muchos fuegos de campamento, pues los recolectores de lava acostumbraban sin duda a detenerse all, y varios altares rudimentarios, construi-dos ya para propiciarse a los Grandes Dioses, ya para conjurar a los seres -quiz slo soa-dos- que habitan en los elevados desfiladeros y en el ddalo de grutas del Ngranek. Al atar-decer, Carter alcanz el montn de cenizas ms lejano de todos y acamp all para pasar la noche. At la cebra a una rama y se envol-vi bien en las mantas antes de quedarse dormido. Y durante toda la noche estuvo ulu-lando un voonith lejano al borde de alguna charca oculta, pero Carter no sinti miedo alguno ante aquel espantoso ser anfibio, pues le haban asegurado que ninguno de los seres de esta especie se atreve a acercarse siquiera a la falda del Ngranek.

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  • A la clara luz de la maana siguiente, co-menz Carter el largo ascenso. Llev su cebra hasta donde el til animal pudo llegar, y la at a un fresno raqutico, cuando la pendiente se hizo demasiado pronunciada. A partir de aqu subi l solo. Primero atraves el bos-que, en cuyos calveros cubiertos de maleza abundaban las ruinas de antiguos poblados. Despus recorri los duros campos donde crecan diseminados unos arbustos anmicos. Lament que los rboles se fueran distan-ciando, ya que la pendiente era muy pronun-ciada y en general le produca vrtigo. Por fin empez a distinguir toda la comarca que se extenda a sus pies por dondequiera que mi-rara. Vio las cabaas deshabitadas de los es-cultores, los bosquecillos de rboles resinosos y los campamentos de los que recogan la resina, los grandes bosques donde anidaban y cantaban los prismticos magahs, e incluso la lejansima lnea de la ribera del Yath, junto a la cual se alzan las antiguas ruinas prohibidas cuyo nombre no se recuerda. Prefiri no mirar a su alrededor, y sigui trepando, hasta que

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  • los matorrales se hicieron cada ves ms ralos, y no encontr otra cosa donde agarrarse que una yerba de tallos robustos.

    Despus, el suelo se hizo an ms pobre. De vez en cuando aparecan grandes trechos donde afloraba la roca desnuda y algn nido de cndor oculto entre las grietas. Finalmente ya no hubo sino roca pura, y de no haber es-tado tan spera y erosionada, difcilmente habra podido seguir adelante. Sus prominen-cias, rebordes y remates le ayudaron mucho, y le result alentador descubrir de cuando en cuando alguna seal dejada por los recolecto-res de lava al araar toscamente la roca, sa-biendo por ellas que seres humanos normales y corrientes haban estado all antes que l. Un poco ms arriba, la presencia del hombre se evidenciaba en unos asideros para pies y manos que haban sido practicados a golpe de piqueta all donde se hacan necesarios, y en las pequeas canteras y excavaciones efec-tuadas donde se haba descubierto una rica veta de mineral o una corriente de lava. En un lugar se haba tallado artificialmente una

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  • estrecha cornisa que se apartaba bastante de la lnea principal de ascenso para dar acceso a un filn especialmente rico. Una o dos ve-ces se atrevi Carter a mirar alrededor, y se qued pasmado ante el inmenso paisaje que se dominaba desde aquella altura. Toda la isla, desde donde se encontraba l hasta la costa, se extenda a sus pies. Al fondo distin-gua las terrazas de piedra de Baharna y el humo de sus chimeneas, misterioso y distan-te; y an ms all, el ilimitado Mar Meridional henchido de secretos.

    Hasta entonces haba ido subiendo en zig-zag, de modo que la vertiente esculpida de la montaa permaneca oculta a sus ojos. Carter vio entonces una cornisa que ascenda a la izquierda, y le pareci que sa era la direc-cin que l deba tomar. Ech hacia all con la esperanza de que el camino continuase sin interrupcin, y diez minutos ms tarde com-prob que, efectivamente, no se trataba de un callejn sin salida, sin de una empinada senda que conduca a un arco, el cual, si no estaba bruscamente cortado y no se desvia-

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  • ba, le llevara en unas pocas horas de ascen-sin a aquella desconocida vertiente sur que domina los desolados precipicios y el maldito valle de lava. La comarca que apareci ante l por esta direccin era ms desolada y sal-vaje que las tierras que hasta entonces haba atravesado. La ladera de la montaa era tambin algo diferente, pues se vea perfora-da de extraas hendiduras y cuevas como no haba visto hasta ahora en la ruta que acaba-ba de dejar. Unos por debajo de l y otros por encima, todos estos enormes agujeros se abran en las paredes verticales, de forma que eran absolutamente inalcanzables al hombre. El aire era fro ahora, pero tan difcil resultaba la escalada que no hizo caso. Slo le preocupaba su creciente enrarecimiento, y pens que quiz fuera la dificultad de respirar lo que trastornaba la cabeza de otros viajeros suscitando aquellas absurdas historias de alimaas descarnadas y nocturnas, con las que pretendan explicar la desaparicin de los que trepaban por aquellos senderos peligro-sos. No le haban impresionado mucho los

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  • relatos de los viajeros, pero traa consigo una buena cimitarra por si acaso. Todos los de-ms pensamientos perdan importancia ante su deseo de ver aquel rostro esculpido que poda proporcionarle por fin la pista de los dioses que reinan sobre la desconocida Ka-dath.

    Por ltimo, en medio del fro glacial de las regiones superiores, desemboc de lleno en la cara oculta del Ngranek y, en las simas infini-tas que se abran a sus pies, vio los desolados precipicios y abismos de lava que sealaban el lugar donde en tiempos remotos se haba desencadenado la clera de los Grandes Dio-ses. Desde all se divisaba tambin en direc-cin sur una vasta extensin de terreno; pero ahora era una tierra desierta, sin campos de labranza ni chimeneas de cabaas, y pareca no tener fin. En esta direccin no se vea el mar ni aun en la lejana, pues Oriab es una isla grande. Las negras cavernas y las extra-as grietas seguan siendo numerosas en aquellos cortes verticales, pero ninguna era accesible al escalador. Por encima de estas

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  • aberturas descollaba una gran masa promi-nente que impeda ver la parte superior de la montaa, y Carter temi por un momento que resultase infranqueable. Encaramado en una roca insegura batida por el viento, en difcil equilibrio a varias millas por encima del suelo, entre el vaco y una desnuda pared de piedra, conoci Carter el medio que hace es-quivar a los hombres el flanco oculto del Ngranek. Si el camino quedaba interceptado, la noche le sorprendera all acurrucado toda-va, y el amanecer no le encontrara ya. .

    Pero haba un acceso y Carter lo vio justo a tiempo. Slo un soador autnticamente ex-perto poda haberse valido de aquellos aside-ros imperceptibles, pero a Carter le fueron suficientes. Remont la roca inmensa por su pared exterior y se encontr con una pen-diente mucho ms accesible que la de abajo, ya que el deshielo de un glaciar haba dejado en ella un trecho holgado con salientes y sur-cos. A la izquierda se abra un precipicio que descenda vertical desde ignoradas alturas hasta remotas profundidades. Por encima,

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  • fuera de su alcance, poda distinguir la oscura boca de una gruta. A la derecha, sin embar-go, el monte se inclinaba bastante, permi-tindole recostarse y descansar.

    Por el fro reinante se dio cuenta de que deba encontrarse cerca de las nieves de la cumbre, y alz los ojos para ver si distingua el resplandor de los picos nevados, a la luz rojiza del atardecer. Ciertamente haba nieve a varios miles de pies ms arriba, pero antes de llegar a ella se vea un enorme faralln, suspendido por siempre en atrevido perfil, que sobresala lo mismo que el que acababa de sortear. Y al verlo dej escapar un grito, y lleno de pavor, se agarr a las hendiduras de la roca; porque aquella titnica prominencia no conservaba la forma con que las primeras edades de la Tierra la haban modelado, sino que brillaba al sol de la tarde, roja y mayes-ttica, con los tallados y bruidos rasgos de un dios.

    Aquel rostro resplandeca severo y terrible bajo la gnea luz del sol poniente. Era tan inmenso que resultaba imposible calcular sus

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  • dimensiones; pero claramente se vea que aquella obra no haba sido esculpida por ma-nos humanas. Era un dios cincelado por dio-ses, y su mirada altiva y majestuosa descen-da desde su altura hasta el lugar donde se encontraba el explorador. Los rumores afir-maban que el rostro era muy singular e in-comprensible, y Carter comprob que, efecti-vamente, era as; pues aquellos ojos alarga-dos y estrechos, y aquellas orejas de grandes lbulos, y aquella nariz fina, y la puntiaguda barbilla, y todo en fin, revelaba una raza que no es de hombres sino de dioses.

    Aun cuando esta imagen grandiosa era lo que iba buscando y lo que haba esperado encontrar, se sinti sobrecogido por un horror sagrado, y tuvo que aferrarse a las paredes del elevado y peligroso nido de guilas en que se hallaba. Pues el rostro de un dios es mu-cho ms prodigioso que todo lo imaginable, y cuando ese rostro es ms grande que un templo, y se le ve contemplando el universo desde las alturas, bajo los rayos del sol po-niente y en el silencio eterno de las cumbres

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  • en cuya oscura lava ha sido esculpido en tiempo inmemorial por divinidades ignotas y terribles, resulta tan impresionante que nadie se puede sustraer a su pavoroso hechizo.

    Pero adems, vino a aadirse la sorpresa de que los rasgos del dios le eran familiares; pues aunque haba proyectado buscar por todo el pas de los sueos a quienes por su parecido con este rostro se sealasen como hijos de los dioses, comprenda ahora que tal bsqueda no era necesaria. Ciertamente, el gran rostro esculpido en aquel monte inacce-sible no le era extrao, sino que tena los rasgos que haba visto a menudo en las gen-tes que frecuentaban las tabernas portuarias de Celephais, ciudad del pas de Ooth-Nargai que se extiende ms all de los Montes Tana-rios y est gobernado por el Rey Kuranes, a quien Carter conoci una vez en su vida vigil. Todos los aos llegaban marineros con ese mismo semblante desde el norte, en sus ne-gras embarcaciones, a cambiar nice por jade esculpido, y por hilo de oro, y por rojos paja-rillos cantores de Celephais; y era evidente

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  • que tales marineros no eran sino los semidi-oses que l buscaba. Y el lugar donde habita-ban no deba de estar lejos de la inmensidad fra, en donde se alzaba la ignorada Kadath, cuyo castillo de nice era la morada de los Grandes Dioses. De modo que deba dirigirse a Celephais. Y como se hallaba muy lejos de Oriab, decidi regresar a Dylath-Leen y re-montar el Skai hasta el puente de Nyr, para atravesar nuevamente el bosque encantado de los zoogs. Desde all tomara un camino que va hacia el norte y cruzara los innume-rables jardines que bordean las riberas del Oukranos, hasta llegar a las doradas flechas de campanario de Thran, ciudad donde podra encontrar algn galen que zarpara rumbo al mar Cerenario.

    Pero la oscuridad era ahora ms densa, y el gran rostro esculpido resultaba an ms severo en la sombra. La noche cogi al explo-rador encaramado en aquel saliente; y en la negrura no pudo ni bajar ni subir, sino slo permanecer all, y agarrarse, y temblar en aquel angosto lugar hasta que viniese el nue-

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  • vo da. Dese fervientemente mantenerse despierto, no fuese que con el sueo perdiera apoyo y cayese por el insondable vaco a los despeaderos y agudos riscos de aquel valle maldito. Aparecieron las estrellas; pero salvo ellas, sus ojos slo perciban un negro vaco, un vaco ligado a la muerte, contra la cual no poda sino agarrarse a las rocas y pegarse al muro de piedra, apartndose lo ms posible del borde del abismo invisible en las tinieblas. Lo ltimo que vio, antes de que la noche ce-rrara, fue un cndor que planeaba muy cerca del precipicio donde l se encontraba, y que se alej chillando al pasar por delante de la gruta cuya boca se abra un poco por encima de su alance.

    De pronto, sin un ruido que le previniera en la oscuridad, sinti que una mano invisible le sustraa furtivamente la cimitarra de su cinto. Luego oy caer el arma por las rocas de abajo; y, recortada contra el vago resplandor de la Va Lctea, le pareci ver la silueta te-rrible de una criatura flaca y monstruosa, provista de cuernos, de cola, y alas de mur-

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  • cilago. Otros seres haban comenzado tam-bin a recortar sus sombras contra las estre-llas de poniente, como si una bandada de pjaros inconcebibles saliera aleteando con torpes y silenciosos movimientos de aquella caverna inaccesible de la pared del precipicio. Luego, una especie de tentculo fro y gomo-so le agarr por el cuello, y otra cosa le apri-sion los pies, sintindose elevado y suspen-dido en el espacio. Un minuto despus, las estrellas haban desaparecido, y Carter com-prendi que haba cado en poder de las des-carnadas alimaas de la noche.

    Sin aliento estaba Carter, cuando le arras-traron al interior de la caverna del precipicio y le condujeron a travs de intrincados laberin-tos. Al principio trat de zafarse instintiva-mente, pero sus captores le pellizcaron fe-rozmente para impedrselo. No cambiaron entre s un solo sonido; y aun sus alas mem-branosas se movan en silencio. Eran espan-tosamente fros, hmedos y resbaladizos, y sus zarpas le manoseaban de manera repug-nante. Poco despus se dejaron caer a travs

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  • de abismos inconcebibles en un torbellino vertiginoso de aire hmedo y sepulcral; y Carter sinti que se precipitaba en un vrtice final de locura ululante y demonaca. Gritaba y gritaba desesperadamente, y cada vez que lo haca, las pinzas de aquellas bestias le pe-llizcaban con ms sutileza. Despus vio a su alrededor una especie de fosforescencia gris, y supuso que estara llegando a aquel mundo subterrneo de horrores profundos del cual hablaban las oscuras leyendas, y dicen que est iluminado tan slo por un plido fuego letal que nace del mismo aire emponzoado y de las brumas primordiales de los abismos del centro de la tierra.

    Por ltimo, all abajo, en las profundida-des aquellas, divis unas alineaciones casi imperceptibles de montaas, y supuso que seran los fabulosos Picos de Throk. Se elevan stos, pavorosos y siniestros, en la mgica oscuridad de las profundidades eternas. Son ms altos de lo que el hombre es capaz de calcular, y defienden los valles donde moran los dholes en sucias madrigueras. Pero Carter

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  • prefera mirar los picos aquellos que a sus apresores, que eran unas criaturas negras, toscas y espantosas, de piel suave y grasien-ta como la de las ballenas, con unos cuernos desagradables, curvados hacia adentro, y sigilosas alas de murcilago. Posean horri-bles patas prensiles y estaban armados de una cola que hacan restallar de manera tan inquietante como innecesaria. Y lo peor de todo era que no hablaban ni rean jams. ni tampoco podan esbozar una sonrisa siquiera, ya que carecan totalmente de rostro, por lo que all donde deban tener la cara slo haba una superficie lisa y vaca. Todo cuanto pod-an hacer era agarrar, volar y pellizcar, pues tal es la naturaleza de esas bestias nocturnas.

    Al descender la bandada, los Picos de Throk comenzaron a descollar contra el cielo, grises y lgubres, y Carter observ claramen-te que en aquel granito austero e imponente, sumido en eterno crepsculo, no poda existir forma alguna de vida. Cuando descendieron an ms, se apagaron los fuegos letales del aire, y el mundo se sumergi en la negrura

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  • primordial del vaco, salvo por arriba, donde los agudos picos se alzaban como espectros. Pronto se perdieron las cimas en las brumas de las alturas; y en las tinieblas Carter slo percibi tremendas corrientes de vientos hmedos y helados, procedentes de las gru-tas inferiores. Luego, por fin, las descarnadas alimaas se posaron en un suelo sembrado de cosas invisibles que parecan montones de huesos, y dejaron solo a Carter en aquel valle tenebroso. Traerle aqu haba sido la misin de las descarnadas alimaas de la noche que guardan el Ngranek; una vez cumplida, alza-ron el vuelo silenciosamente. Cuando Carter trat de seguir su vuelo con la mirada, se dio cuenta de que no le era posible, ya que tar-daron muy poco en desaparecer tras los Picos de Throk. Nada haba en torno suyo, sino ti-nieblas, y horror, y huesos, y silencio.

    Ahora saba Carter con toda certeza que se encontraba en el valle de Pnoth, donde se arrastran y excavan madrigueras los enormes dholes; pero no saba qu podra pasarle all, porque nadie ha visto jams un dhole ni aun

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  • imaginado su apariencia. A los dholes se les reconoce nicamente por un rumor confuso, por los crujidos que producen al arrastrarse entre montaas de huesos, y por el tacto vis-coso de su piel cuando le rozan a uno al pa-sar. No pueden ser vistos porque salen ni-camente en la oscuridad. Como Carter no tena ganas de encontrarse con ningn dhole, estaba muy atento a cualquier ruido que so-nara por la enorme masa de huesos que haba a su alrededor. Aun en este espantoso lugar tena u