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    Filosofa analtica y democraciaen Amrica Latina. (Dilogo con el texto

    Qu es y qu puede ser la filosofa analticade Guillermo Hurtado)

    HORACIO LUJN MART NEZ

    Escola de Educao e HumanidadesPontifcia Universidade Catlica do Paran (Curitiba, Brasil)

    [email protected]

    Resumen: En este breve comentario se pretende dialogar con el estimulantetexto de Guillermo Hurtado y profundizar en lo que parece su mayor preo-cupacin: el papel poltico que la filosofa analtica debe desempear en unarelacin crtica y constructiva con las democracias latinoamericanas.Palabras clave: filosofa analtica, democracia, lenguaje y poltica

    Abstract: In this brief paper we intend to engage in a dialogue with the stim-ulating text of Guillermo Hurtado, deepening in what we think is its mainconcern: the political role that analytical philosophy should take in a criticaland constructive relationship with Latin American democracies.

    Key words: analytical philosophy, democracy, language and politics

    Al filosofar hay que bajar al viejo caosy sentirse a gusto en l.

    L. WITTGENSTEIN (1948)

    La filosofa analtica tom parte de su fuerza y tambin cre parte de sumala o buena fama e incomprensin al arrogarse a s misma una suerte

    de labor de gendarme del mundo filosfico. Detrs de esta afirmacindeliberadamente provocadora queremos felicitar a Guillermo Hurtadoe incluso agradecerle por su discusin.1 Escribo esta respuesta-dilogoalternando la primera persona del singular con la primera del plural amedida que el texto va pasando de la opinin personal a la descripcinargumentativa.

    Becario en investigacin por la Fundao Araucria (Paran, Brasil).Wittgenstein 1989, p. 116.1

    G. Hurtado, Qu es y qu puede ser la filosofa analtica, Dinoia, vol. 57,no. 68, mayo de 2012, pp. 165173.

    Dinoia, volumen LVIII, nmero 70 (mayo de 2013): pp. 159167.

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    Pienso que esta discusin encontr un eco productivo en la respuestade Manuel Garca-Carpintero,2 aunque el texto de este ltimo, claro einteligente, prefiri demorarse en las crticas a la corriente analtica delartculo de Hurtado. Desde luego que esas objeciones existen pero, al

    priorizarlas, Garca-Carpintero desatiende lo que me parece que es elverdadero fin del escrito en cuestin: es un texto de carcter exhorta-tivo, poltico, y que, como todo texto poltico, utiliza a veces lugarescomunes que, ms que errores de argumentacin o presuposicionesde lo discutible, creemos que deben considerarse una base un tantoretrica que sirve a esos fines exhortativos. En todo caso, el mrito deHurtado radica en que, a la manera de Wittgenstein, prefiere decir cla-ramente sus errores, antes que enunciar verdades de modo ambiguo.3

    Desarrollemos entonces nuestra afirmacin provocadora del co-mienzo. Desde las primeras lecturas del Tractatus logico-philosophicusque ignoraban los pargrafos finales tico-msticos y privilegiaban elsilencio al que entendan como un silencio antimetafsico, casi unacensura a la filosofa tradicional, la filosofa analtica se asign elpapel de definir lo que era verdadera filosofa y lo que no lo era. Hubopolticas de lectura de este libro genial y fundacional. Se postergaronlas publicaciones de los llamados Notebooks (19141916), traducidoscomo Diario filosfico, as como la Conferencia sobre tica que slo ve-ra la luz en un nmero de 1965 de la revista Philosophical Review.Lo mismo aconteci con la famosa carta al editor Ludwig von Fickeren la cual Wittgenstein declaraba el carcter tico del Tractatus.4 Estosdescuidos o exclusiones conscientes reforzaron por mucho tiempo laidea de que la filosofa analtica culminaba el trabajo kantiano de ladistincin entre conocer y pensar, pero dejando al pensar en unasituacin poco cmoda, ya que quedaba reducido a un malentendido dela estructura lgica del lenguaje o de su uso corriente. El ser humanoque usaba la razn no encontraba ninguna dignidad en sobrepasar el

    fenmeno.En ese contexto de la reivindicacin de lo emprico reinaban lo co-tidiano y palpable, y hablar de fuerzas que no fueran mensurables era

    2 M. Garca-Carpintero, La filosofa analtica y nuestra contribucin a ella. Res-puesta a Guillermo Hurtado,Dinoia, vol. 57, no. 69, noviembre de 2012, pp. 151158.

    3 En realidad parafraseamos aqu una observacin de 1948: Si un pensamientoequivocado se expresa de un modo audaz y claro, ya se ha ganado mucho (Witt-genstein 1989, p. 133).

    4

    Abordamos estas postergaciones en nuestro artculo Alcance y pertinencia delas lecturas ticas del Tractatus de Wittgenstein (Martnez 2010a).

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).

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    cuestin de metafsicos que tomaban prestados esos trminos de lasciencias exactas.

    Existe una posicin poltica al hacer anlisis del lenguaje que pre-tende apartarse de conceptos como ideologa, alienacin, etctera. Este

    ejercicio muestra (en el sentido que tiene el trmino zeigt en el Tracta-tus de Wittgenstein) lo contrario: la filosofa analtica se revela polticaporque intenta pensar los problemas del lenguaje y de la filosofa engeneral como ahistricos o con una historicidad casi solipsista. La his-toricidad faltante que reclamamos no es la de desconocer la tradicinfilosfica. Los trabajos de Gilbert Ryle, John Austin y Bertrand Russell,por ejemplo, no nacen de la ignorancia de la historia de la filosofa,muy por el contrario. Esa historicidad tampoco se obtiene por el hechode entender la filosofa como una empresa colectiva, como afirma

    Garca-Carpintero (p. 154). A lo que apunto es que, ms all de quetodo verdadero filsofo lee la tradicin con la urgencia del pensador yraras veces es un historiador neutro, la filosofa analtica parece huirde los acontecimientos polticos presentes o los del pasado reciente. Esun gesto no unnime pero clsico de la filosofa, sobre todo cuando seest en los comienzos de algo que puede originar una nueva corrientede pensamiento. Al final, como deca Borges, nadie quiere deber nadaa la contemporaneidad.

    Esta tendencia podra justificarse en sus inicios como una tentativade escapar de lo contingente cuando, apoyados en los trabajos deFrege, Russell y el llamado primer Wittgenstein, la crtica del lengua-

    je filosfico se asentaba en una denuncia de la psicologizacin o malacomprensin de la lgica de nuestras expresiones filosficas. Al tornarsela filosofa analtica de carcter logicista en anlisis del lenguaje ordi-nario, observamos que nuestros usos estn atravesados y constituidospor prcticas cotidianas, y que esa pureza del trabajo crtico se ve, porlo menos, comprometida.

    Manuel Garca-Carpintero prefiri dejar de lado el principal objetivodel texto de Hurtado. Objetivo amplio, lo sabemos, pero del cual debe-mos recoger el guante aunque el desafo parezca superarnos. El objetivode ese texto no es desechar la filosofa analtica como un todo, como siella no tuviese contenidos que fueron y son tiles y no hubiera realiza-do avances a partir de su propia crtica interna. Hurtado apunta a algomayor, consciente de que ese algo mayor no puede ser resuelto en unartculo ni en dos: cul es el papel de la filosofa analtica en tiemposde democracia en Amrica Latina? La pregunta est lejos de ser obvia

    o banal. No es un golpe bajo, ni una afirmacin indemostrable, quela filosofa analtica, escrita predominantemente en ingls, cumpli su

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).

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    papel en la llamada Guerra Fra, al dejar de lado discusiones polticasde fondo. Hurtado es consciente de ello al recordarnos las tareas na-da filosficas de Quine durante ese periodo (p. 167). Tampoco pareceimpertinente hacer un anlisis del lenguaje utilizado en la expresin

    Guerra Fra: ella no fue nada fra en Latinoamrica, ya que fomentgolpes de Estado y dictaduras en Argentina, Brasil, Chile y Paraguay,entre otros pases. En este punto me resulta muy difcil aorar el pa-sado de la filosofa analtica y reivindicar que se retome, como intentaHurtado. La filosofa analtica, y hablo desde mi experiencia en Argen-tina, tuvo poco y nada de combatiente contra la dictadura.

    No deja de ser llamativo que Hans-Johann Glock, al tratar en sulibro O que filosofia analtica? [Qu es filosofa analtica?] (2011)la cuestin del compromiso poltico de esta filosofa, recurra a las sin

    duda encomiables posiciones de Bertrand Russell o a la dispora queel nazismo produjo en el Crculo de Viena. Qu tenemos hoy apartedel activismo emotivista de Noam Chomsky? No se trata de acusar auna corriente filosfica cuya importancia en la historia de la filosofa esindiscutible. De lo que se trata es de reclamarle un silencio demasiadosignificativo.

    Creo reconocer en el texto de Hurtado dos temas paralelos que tra-tar de conjugar. Uno es el de la apoliticidad de la filosofa analtica.El otro es el del papel del intelectual latinoamericano e ibrico (bien-

    venida sea la participacin de Garca-Carpintero) en estos tiempos dedemocracia, que no por suerte ni por algn acaso cualquiera, afortuna-damente, vivimos hoy.

    Entendemos el texto de Hurtado como una botella lanzada al mary hasta como una consigna que espera espritus compatibles con supreocupacin, y no como una crtica o un llamado a desestimar estacorriente filosfica que nos ocupa. Slo se preocupa por algo a quien leimporta ese algo.

    Ya hubo autores, como Herbert Marcuse y Perry Anderson, entreotros, que acusaron a la filosofa de Wittgenstein de ser conservadoraapoyndose en la delicada afirmacin de las Investigaciones filosficasde que La filosofa deja todo como est ( 124). Dicho esto, no po-demos dejar de recordar la oportuna parfrasis de esta afirmacin quehace Alasdair MacIntyre en su introduccin a la Historia de la tica: Lafilosofa deja todo como est, a excepcin de los conceptos (MacIntyre,1994, p. 12).

    El trabajo crtico sobre los conceptos no es monopolio de la filosofa

    analtica. Podemos decir que comenz con Scrates en las calles deAtenas. Si alguien duda del carcter poltico de tal trabajo crtico, slo

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).

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    crtica al corpus de la filosofa analtica. Su breve texto tiene hambrede futuro y, as, pensamos que debe privilegiarse no tanto su crtica ala filosofa acadmica, que puede caer indistintamente sobre cualquiercorriente de pensamiento, sino su pregunta por las relaciones entre la

    filosofa del lenguaje y la democracia en Amrica Latina.Hurtado cita un brillante texto de Alejandro Tomasini Bassols, el cual

    me tom el agradable trabajo de releer. Tomasini (1998) reivindica unanlisis del lenguaje que tenga en cuenta la historia, sobre todo la im-portancia de la Revolucin Francesa y la invencin de la mquina a va-por, piedra fundacional de la llamada Revolucin Industrial a finales delsiglo XVIII. Esta convivencia y confrontacin entre ambas revolucionesdestaca Tomasini llev a cierta identificacin en el siglo XI X entrefilosofa e ideologa que puede atravesar y fundar toda y cualquier pro-

    posicin utilizada corrientemente. Lo que logra Tomasini es importantey ms que fructfero: abre nuevas puertas para aquello que llamamosfilosofa analtica. Mientras que el anlisis del discurso analiza el len-guaje desde lo social y la prctica discursiva, la llamada desconstruccinlo hace a partir del carcter gentico del significante entendido comopermanente diferencia, del papel constructivo y de hecho construidoque posee todo concepto. Por su parte, la llamada filosofa posmetafsi-ca avanza sobre la carga metafsica, entendida como imperativo de uni-dad, que pueden ir arrastrando muchos de los conceptos que usamos.

    Mi impresin es que la filosofa analtica puede realizar esos trabajosa la vez o con la alternancia que pida el caso y, lo que es ms importante,es casi perentorio hacerlo tomando como objeto de anlisis nuestrassiempre frgiles por su juventud y por otros motivos que tienen que

    ver con la historia de cada pas democracias latinoamericanas.Se puede argir que algo de ese tenor ya lo realiza la llamada tica

    del discurso, practicada sobre todo por Jrgen Habermas. Lo que pien-so es que la nocin de consenso racional y la de democracia delibe-

    rativa, anclada en mecanismos procedimentales, nunca pasaron de seruna utopa aun en Europa. No tengo nada en contra de las utopas,pero la actual crisis econmica no slo exhibe el desastre que conllevabasar la economa de un pas en la especulacin financiera, sino que,a la hora de gobernar, nadie que no est polticamente debilitado yque por eso no tenga otro remedio, consulta a su adversario. Dicho

    grosso modo: nadie conversa con el opositor, sobre todo si el poder dela decisin est con l. Imagino que a eso se refiere Hurtado cuandoafirma que es evidente que el modelo de la democracia representativa

    liberal est agotado (p. 171). Lo que est evidentemente agotado esla equivalencia entre democracia y deliberacin procedimental. El pro-

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).

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    cedimentalismo no garantiza el consenso, y la obtencin de ste puedeser tan espuria como cualquier forma de populismo tan fcilmente criti-cada y nunca definida. La bsqueda de consenso racional puede ser unmovimiento necesario del juego poltico, pero no el nico y ni siquiera

    el ms importante, sobre todo porque lo que est en juego en la polticason tanto las voluntades como las razones. Las explicaciones tienen unfinal, dice Wittgenstein en el primer pargrafo de sus Investigaciones

    filosficas. En otro libro que ya citamos, Sobre la certeza, afirma que alfinal de las razones encontramos la persuasin ( 612).

    Lo contrario del consenso poltico no es el caos ni el personalismodecisionista: es aceptar que el otro puede disentir y confrontar misconvicciones y propuestas polticas. El problema en las democraciaslatinoamericanas es que el disenso se vive como lucha entre enemigos.

    Se hace poltica al modo schmittiano donde el otro es una especie deenemigo que cuestiona mi forma de vida, mi vida misma y, por eso,debe ser excluido del juego poltico. Soy consciente del peso de estaltima afirmacin y de que no podr desarrollarla en este espacio.

    Lo que acabo de decir no es ninguna digresin. Actualmente hay pen-sadores de la llamada democracia radical y/o pensadores del disensocomo Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, entre otros, que utilizan el pen-samiento de Wittgenstein para oponer al consenso racional la nocinde concordancia de formas de vida. La pluralidad de las formas de

    vida (otra afirmacin delicada en la que no podremos extendernos)puede encontrar semejanzas de familia entre s y superar cualquieridea de inconmensurabilidad entre ellas. En tiempos en que los mediosmasivos de comunicacin flirtean constantemente con apocalipsis ychoque de civilizaciones, analizar los discursos en que las partes enfren-tadas se identifican y comunican, lejos de ser una tarea menor o instru-mental, parece urgente y fundamental. Yo mismo hago crticas, desdela nocin de juegos de lenguaje al llamado lenguaje polticamente

    correcto, y denuncio los diferentes comportamientos semnticos depalabras como convivencia y tolerancia, utilizadas indiscriminada-mente como sinnimos (Martnez, 2012).

    El texto de Hurtado es ambicioso, pero de una ambicin saludabley hasta necesaria: la de querer conjugar democracia, filosofa analticay pedagoga. Pero cmo hacerlo? La propuesta en que trabajo desdehace algunos aos consiste, con base en el llamado segundo Wittgen-stein y a partir de la ya aceptada transformacin del giro copernicanoen giro lingstico, es la de que: 1) el lenguaje organiza el mundo y

    constituye al sujeto que lo describe e intenta conocerlo, 2) ese lenguajese aprende usndolo en la prctica cotidiana y 3) esas prcticas mudan

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    con el paso del tiempo y esas mudanzas pueden buscarse e incenti-varse.

    Analizar la dieta unilateral de los conceptos que recibimos y con losque vivimos diariamente a travs de los medios de comunicacin y la

    propia vida familiar e institucional; exhibir la metodologa que carganlos discursos cotidianos (partir de una verdad unnimemente aceptadapara decir algo que se quiere proponer como nuevo, entre otros ejerci-cios), sean de polticos, periodistas o formadores de opinin en general,es una de las tareas que puede caber a la filosofa analtica. sta tieneuna tradicin, un estilo y una impronta que otras corrientes filosficasno tienen. Presenta cierta irreverencia hacia la tradicin pero, a dife-rencia de otras irreverencias, se preocupa por y se fundamenta en labsqueda de claridad a travs de la argumentacin. No se conformacon el lugar fcil de afirmar que los discursos son resultado directoy unvoco de la clase dominante, ni de grupos de inters corpora-tivo, ni puramente metafsicos, sino que busca exhibir, en su faltade claridad y en las peticiones de principio embutidas, la articulacindeliberadamente anacrnica y con objetivos demaggicos de algunosde esos elementos.

    Pienso que al ocuparse del presente y futuro poltico de la democra-cia del propio pas se conjugan las dos consignas de Hurtado: 1) romper

    relaciones de dependencia intelectual con la metrpoli, y 2) procuraruna mayor incidencia en la orientacin de la educacin pblica. Noobstante, disentimos con la idea de que para independizarse del pensa-miento central de la metrpoli debamos publicar solamente en espa-ol. Si de lo que se trata es de echar los cimientos de una transforma-cin profunda, debemos procurar la mayor cantidad de interlocutoresposibles. Muchos ms de los nada despreciables quinientos millones dehablantes de espaol. No dar a conocer nuestras ideas en otras lenguaspuede condenarnos al localismo y a terminar hablando con los que ya

    saben lo que vamos a decir y coinciden a priori con nuestras ideas. Algofatal para cualquier filosofa.No se puede descender al viejo caos y volver con las manos limpias.

    Lo que parece alentar el texto de Guillermo Hurtado es algo as comoun ensuciarse con el aqu y ahora.

    BIBLIOGRAFA

    Garca-Carpintero, M., 2012, La filosofa analtica y nuestra contribucin a

    ella. Respuesta a Guillermo Hurtado., Dinoia, vol. 57, no. 69, pp. 151158.

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).

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    Recibido el 1 de febrero de 2013; aceptado el 14 de febrero de 2013.

    Dinoia, vol. LVIII, no. 70 (mayo de 2013).