Homilía Beatificacion Juan Pablo II

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  • 8/7/2019 Homila Beatificacion Juan Pablo II

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    HOMILA DE BENEDICTO

    EN LA BEATIFICACIN DE JUAN PABLO II

    San Pedro del Vaticano, 1 de mayo de 2011

    Queridos hermanos y hermanas.

    Hace seis aos nos encontrbamos en esta Plaza para celebrar los funerales delPapa Juan Pablo II. El dolor por su prdida era profundo, pero ms grandetodava era el sentido de una inmensa gracia que envolva a Roma y al mundoentero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y,

    especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel da percibamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifest demuchas maneras su veneracin hacia l. Por eso, he querido que, respetandodebidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificacin procedieracon razonable rapidez. Y he aqu que el da esperado ha llegado; ha llegadopronto, porque as lo ha querido el Seor: Juan Pablo II es beato.

    Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en nmero tan grande, desdetodo el mundo, habis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a losseores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias catlicas orientales,

    hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales,embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendoa todos los que se unen a nosotros a travs de la radio y la televisin.

    ste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedic a laDivina Misericordia. Por eso se eligi este da para la celebracin de hoy,porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entreg el espritu aDios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Adems, hoy es elprimer da del mes de mayo, el mes de Mara; y es tambin la memoria de san

    Jos obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oracin, nosayudan a nosotros que todava peregrinamos en el tiempo y el espacio. Encambio, qu diferente es la fiesta en el Cielo entre los ngeles y santos. Y, sinembargo, hay un solo Dios, y un Cristo Seor que, como un puente une latierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento ms cerca quenunca, como participando de la Liturgia celestial.

    Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy,Jess pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nosconcierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para

    celebrar una beatificacin, y ms an porque hoy un Papa ha sido proclamadoBeato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan

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    Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostlica. E inmediatamenterecordamos otra bienaventuranza: Dichoso t, Simn, hijo de Jons!, porqueeso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que est en elcielo (Mt16, 17). Qu es lo que el Padre celestial revel a Simn? QueJess es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simn se convierte enPedro, la roca sobre la que Jess edifica su Iglesia. La bienaventuranzaeterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, estincluida en estas palabras de Cristo: Dichoso, t, Simn y Dichosos losque crean sin haber visto. sta es la bienaventuranza de la fe, que tambinJuan Pablo II recibi de Dios Padre, como un don para la edificacin de laIglesia de Cristo.

    Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en elevangelio precede a todas las dems. Es la de la Virgen Mara, la Madre del

    Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jess en su seno, santa Isabel ledice: Dichosa t, que has credo, porque lo que te ha dicho el Seor secumplir (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en Mara, ytodos nos alegramos de que la beatificacin de Juan Pablo II tenga lugar en elprimer da del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con sufe, sostuvo la fe de los Apstoles, y sostiene continuamente la fe de sussucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la ctedra dePedro. Mara no aparece en las narraciones de la resurreccin de Cristo, perosu presencia est como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jessconfi cada uno de los discpulos y toda la comunidad. De modo particular,

    notamos que la presencia efectiva y materna de Mara ha sido registrada porsan Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoyy de la primera lectura: en la narracin de la muerte de Jess, donde Maraaparece al pie de la cruz (cf.Jn 19, 25); y al comienzo de losHechos de los

    Apstoles, que la presentan en medio de los discpulos reunidos en oracin enel cenculo (cf.Hch. 1, 14).

    Tambin la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente sanPedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos

    bautizados las razones de su esperanza y su alegra. Me complace observarque en este pasaje, al comienzo de suPrimera carta, Pedro no se expresa enun modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: Por elloos alegris, y aade: No habis visto a Jesucristo, y lo amis; no lo veis,y creis en l; y os alegris con un gozo inefable y transfigurado, alcanzandoas la meta de vuestra fe: vuestra propia salvacin (1 P1, 6.8-9). Todo esten indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurreccin deCristo, una realidad accesible a la fe. Es el Seor quien lo ha hecho diceel Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente, patente a los ojos de la fe.

    Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo laplena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan

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    Pablo II. Hoy, su nombre se aade a la multitud de santos y beatos que l proclam durante sus casi 27 aos de pontificado, recordando con fuerza lavocacin universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, comoafirma la Constitucin conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos losmiembros del Pueblo de Dios Obispos, sacerdotes, diconos, fieles laicos,religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nosha precedido la Virgen Mara, asociada de modo singular y perfecto almisterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtya, primero como Obispo

    Auxiliar y despus como Arzobispo de Cracovia, particip en el ConcilioVaticano II y saba que dedicar a Mara el ltimo captulo del Documentosobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen ymodelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Estavisin teolgica es la que el beato Juan Pablo II descubri de joven y quedespus conserv y profundiz durante toda su vida. Una visin que se

    resume en el icono bblico de Cristo en la cruz, y a sus pies Mara, su madre.Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedsintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtya:

    una cruz de oro, una eme abajo, a la derecha, y el lema: Totus tuus, quecorresponde a la clebre expresin de san Luis Mara Grignion de Monfort, enla que Karol Wojtya encontr un principio fundamental para su vida: Totustuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi

    cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. T eres mi todo,oh Mara; prstame tu corazn. (Tratado de la verdadera devocin a laSantsima Virgen, n. 266).

    El nuevo Beato escribi en su testamento: Cuando, en el da 16 de octubre de1978, el cnclave de los cardenales escogi a Juan Pablo II, el primado dePolonia, cardenal Stefan Wyszyski, me dijo: "La tarea del nuevo Papaconsistir en introducir a la Iglesia en el tercer milenio". Y aada: Deseoexpresar una vez ms gratitud al Espritu Santo por el gran don del ConcilioVaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial contodo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durantemucho tiempo an las nuevas generaciones podrn recurrir a las riquezas que

    este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que particip en elacontecimiento conciliar desde el primer da hasta el ltimo, deseo confiareste gran patrimonio a todos los que estn y estarn llamados a aplicarlo. Pormi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al serviciode esta grandsima causa a lo largo de todos los aos de mi pontificado. Ycul es esta causa? Es la misma que Juan Pablo II anunci en su primeraMisa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: Notemis! !Abrid, ms todava, abrid de par en par las puertas a Cristo!.Aquello que el Papa recin elegido peda a todos, l mismo lo llev a cabo enprimera persona: abri a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas polticos y

    econmicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le vena deDios, una tendencia que poda parecer irreversible. Con su testimonio de fe,

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    de amor y de valor apostlico, acompaado de una gran humanidad, este hijoejemplar de la Nacin polaca ayud a los cristianos de todo el mundo a notener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar delEvangelio. En una palabra: ayud a no tener miedo de la verdad, porque laverdad es garanta de la libertad. Ms en sntesis todava: nos devolvi lafuerza de creer en Cristo, porque Cristo esRedemptor hominis, Redentor delhombre: el tema de su primera Encclica e hilo conductor de todas las dems.

    Karol Wojtya subi al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexin

    sobre la confrontacin entre el marxismo y el cristianismo, centrada en elhombre. Su mensaje fue ste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo esel camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del ConcilioVaticano II y de su timonel, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan PabloII condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que

    gracias precisamente a Cristo l pudo llamar umbral de la esperanza. S, l,a travs del largo camino de preparacin para el Gran Jubileo, dio alCristianismo una renovada orientacin hacia el futuro, el futuro de Dios,trascendente respecto a la historia, pero que incide tambin en la historia.Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a laideologa del progreso, l la reivindic legtimamente para el Cristianismo,restituyndole la fisonoma autntica de la esperanza, de vivir en la historiacon un espritu de adviento, con una existencia personal y comunitariaorientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo dejusticia y de paz.

    Quisiera finalmente dar gracias tambin a Dios por la experiencia personalque me concedi, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa JuanPablo II. Ya antes haba tenido ocasin de conocerlo y de estimarlo, perodesde 1982, cuando me llam a Roma como Prefecto de la Congregacin parala Doctrina de la Fe, durante 23 aos pude estar cerca de l y venerar cada vezms su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuicionessostenan mi servicio. El ejemplo de su oracin siempre me ha impresionado yedificado: l se sumerga en el encuentro con Dios, aun en medio de las

    mltiples ocupaciones de su ministerio. Y despus, su testimonio en elsufrimiento: el Seor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo l permaneca siempre como una roca, como Cristo quera. Su profundahumildad, arraigada en la ntima unin con Cristo, le permiti seguir guiandoa la Iglesia y dar al mundo un mensaje an ms elocuente, precisamentecuando sus fuerzas fsicas iban disminuyendo. As, l realiz de modoextraordinario la vocacin de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jessal que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.

    Dichoso t, amado Papa Juan Pablo, porque has credo! Te rogamos que

    contines sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el

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    Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: SantoPadre: bendcenos. Amn.