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CARDENAL ARZOBISPO DE VALLADOLID 1 Homilía en la apertura del Año Jubilar Teresiano Agradezco al Sr. Obispo de Ávila, amigo Jesús, la invitación para presidir la celebración del primer Año Jubilar Teresiano, otorgado por el Papa Francisco cuando coincidan la fiesta de Santa Teresa de Jesús y el domingo. Me uno a la gratitud al Papa por la concesión. Esta coincidencia, dignificada con la gracia del Año Jubilar, es una invitación particular a ponernos, como discípulos, junto a la Santa para que con su vida y su excelente doctrina nos enseñe a pertenecer a Jesús, siguiendo sus pasos, y a solicitar a la Virgen que sea nuestra Madre. Leer los escritos de Santa Teresa y visitar Ávila que, en cada rincón, nos habla de ella, es una preciosa oportunidad para profundizar en el Evangelio y para aprender humanidad. Santa Teresa y Ávila se inducen mutuamente, como San Francisco y Asís. Desde este lugar, próximo a la Iglesia de San Juan, donde fue bautizada Santa Teresa, saludo cordialmente a todos. “La memoria del justo será bendita”. La memoria de Santa Teresa es fuente de bendición para nosotros. Podemos aprender, de ella, la sabiduría del Evangelio, la alegría y la paz que acompañan a la fe (Cfr. Rom. 15,13), la conversión a Dios que centra la vida de los hombres y la orienta al servicio de Dios y de los demás. En un mundo necesitado de

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CARDENAL ARZOBISPO DE VALLADOLID

1

Homilía en la apertura del Año Jubilar Teresiano

Agradezco al Sr. Obispo de Ávila, amigo Jesús, la invitación para

presidir la celebración del primer Año Jubilar Teresiano, otorgado por el

Papa Francisco cuando coincidan la fiesta de Santa Teresa de Jesús y el

domingo. Me uno a la gratitud al Papa por la concesión. Esta coincidencia,

dignificada con la gracia del Año Jubilar, es una invitación particular a

ponernos, como discípulos, junto a la Santa para que con su vida y su

excelente doctrina nos enseñe a pertenecer a Jesús, siguiendo sus pasos,

y a solicitar a la Virgen que sea nuestra Madre. Leer los escritos de Santa

Teresa y visitar Ávila que, en cada rincón, nos habla de ella, es una

preciosa oportunidad para profundizar en el Evangelio y para aprender

humanidad. Santa Teresa y Ávila se inducen mutuamente, como San

Francisco y Asís. Desde este lugar, próximo a la Iglesia de San Juan,

donde fue bautizada Santa Teresa, saludo cordialmente a todos.

“La memoria del justo será bendita”. La memoria de Santa Teresa es

fuente de bendición para nosotros. Podemos aprender, de ella, la

sabiduría del Evangelio, la alegría y la paz que acompañan a la fe (Cfr.

Rom. 15,13), la conversión a Dios que centra la vida de los hombres y la

orienta al servicio de Dios y de los demás. En un mundo necesitado de

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maestros de la verdad y del bien, de la sensatez y la prudencia, nos viene

al encuentro Santa Teresa como una madre, que merece ser escuchada.

“Nos alimenta con pan de inteligencia y nos da a beber agua de sabiduría”

(Eclo. 15, 3). “La sabiduría de los santos narran los pueblos” (Fiesta de

San Jerónimo); pues bien, lo mismo podemos cantar a propósito de Santa

Teresa.

“La descendencia del justo será bendita”. Teresa de Jesús ha

ejercido una generosa maternidad espiritual, que se manifiesta en sus

hijas y en sus obras. La serie de santas que adoptaron el nombre de

Teresa es larga y es indicio de su autoridad espiritual y de su capacidad

modeladora: Teresa del Niño Jesús, Teresa de Jesús Jornet, Teresa

Benedicta de la Cruz, Teresa de los Andes, Teresa de San Agustín, priora

de la comunidad de Compiègne, cuyo martirio padecido en la Revolución

Francesa difundió J. Bernanos en Diálogos de carmelitas. Una docena

larga, según el Martirologio Romano, de santas y beatas llevan el nombre

de Teresa, en reconocimiento de la santa abulense. Santa Teresa de

Jesús fue una monja contemplativa del siglo XVI, reformadora del

Carmelo. Es maestra eminente de oración. Aunque su personalidad fuera

radiante en tantas dimensiones: Encanto en la comunicación, belleza

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singular de sus escritos, acierto para conocer a las personas, análisis de

su interioridad y discernimiento espiritual, gestión de sus fundaciones,

consejera atinada, profunda iluminación evangélica…, Teresa es ante todo

maestra de oración. Por esta vía emerge su personalidad en la Iglesia y es

patrimonio de la humanidad. La inscripción que se ha colocado en la

Puerta Santa de este Año Jubilar, para acceder a la iglesia del Convento

de Santa Teresa, une acertadamente, el sentido de la Puerta Santa y la

oración como puerta para entrar en el diálogo y la comunicación con Dios.

“La puerta para entrar en este castillo es la oración” (Moradas I, 1, 7). El

carisma más fecundo de Santa Teresa, su magisterio espiritual en la

Iglesia y su lección permanente se refiere a la oración. A ese foco de

irradiación me refiero a continuación.

1.-Fe y oración.

La fe y la oración son inseparables. La oración cristiana tiene como

fuente y fundamento la fe en Dios Padre, revelado en Jesucristo y

apropiada a cada creyente por el Espíritu Santo. La oración es un trato de

cercanía y confianza entre Dios Padre y sus hijos.

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La oración cristiana no es simplemente la concentración que supera

nuestra dispersión, ni el silencio que acalla los ruidos, ni el sosiego en

nuestras prisas. La oración es conversación filial con el Padre; es escucha

y es respuesta; es comunicación de corazón a corazón, entre el corazón

de Dios y nuestro corazón.

La oración no es una sublime actividad del espíritu reservada a

personas selectas. Es también comunicación de los pobres, de los débiles

y enfermos. “No os pido que hagáis grandes y delicadas consideraciones

en vuestro entendimiento; no quiero más de que le miréis” (Camino 42,3).

El Señor nos invita: “Venid a mí todos los que estáis cansados y

agobiados, y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28). Dios revela la sabiduría del

Evangelio a los pequeños y se la oculta a los autosuficientes. En la oración

escuchamos la voz del Señor que los ruidos a veces interfieren. Por la

oración reconocemos el rostro de Jesús en los pobres, enfermos y

maltratados por la vida. En la oración se nos muestra la otra cara de la

vida y de la historia.

La oración supone la fe en Dios que se nos revela y comunica en

Jesucristo. No rezamos frente a un muro de vacío y silencio que nos

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devuelve el eco de nuestras súplicas. Hablamos con Dios que nos ha

creado e impreso en nosotros su imagen (cf. Gén.1, 27); que nos ha

reconciliado consigo en la cruz de su Hijo (cf. 2 Cor. 5, 1); que nos ha dado

su Espíritu para invocarlo como ¡Abbá”, Padre! (cf. Rom. 8,15). Estamos

interiormente habitados (cf. Jn.14, 23). Sin la fe en Dios nuestra oración

quedaría desfundamentada y reducida a una ensoñación y un desahogo.

Oramos a Dios nuestro Padre animados por el amor de hijos y llevando en

la misma oración el cuidado por los hermanos. El Espíritu Santo, regalado

por Jesús como Don incomparable, suscita en nuestro corazón el amor

filial a Dios y el amor fraternal a los hermanos. El Espíritu Santo “da

testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). La

oración cristiana posee las marcas inconfundibles de la relación con el

Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Es una oración sellada

trinitariamente.

La fe y la oración se refuerzan mutuamente. La oración es

despertador de la fe, que yace a veces como aletargada. Si la respiración

es el acto elemental de la vida, de modo semejante la oración es el aliento

de la fe ofreciéndole oxígeno. Orando soplamos sobre las cenizas que

ocultan la fe para que caliente el fuego escondido y se encienda la llama

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apagada. La oración nos conecta con el poder de Dios, que habita en

nosotros como fuente inagotable de amor y de esperanza.

La oración “no es otra cosa, a mi parecer, sino tratar de amistad,

estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”

(Vida, 8, 5). Para ser verdadero el amor y dure la amistad se encuentran

en la oración el amor de Dios que nunca falta y el nuestro que el Señor va

suscitando. La oración se sitúa en el dinamismo del amor. Este amor no se

cierra entre Dios y el alma; actúa y se abre en el seno de la Iglesia y

desborda en el amor a los demás. La oración humilde conduce a descubrir

el rostro de Jesús pobre, nuestra pobreza interior y a los pobres como

presencia del Señor.

La oración es atenta relación personal. En la oración la persona está

“a solas” en comunicación con Dios. Esta soledad, además de ser

ingrediente de la oración, es también condición de toda genuina

humanización. Actualmente corremos el peligro de agitarnos en prisas, de

derramarnos como el agua, de saturar el espíritu con mil cosas que nos

distraen y nos incapacitan para pensar y para asimilar lo que recibimos,

sucumbimos a las distracciones que nos reclaman incesantemente y nos

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roban la interioridad. El espíritu del hombre tiene su vitalidad y su ritmo de

ejercicio que tantas cosas y tan apresuradas lo desquician.

2.-La oración cristiana.

La oración que Jesús enseñó a sus discípulos, cuando le pidieron:

“Enséñanos a orar”, tiene una originalidad inconfundible. El Padre Nuestro,

que es como la síntesis del Evangelio en forma de plegaria, es la oración

principal de los discípulos de la primera hora y de los que hemos venido

generación tras generación. Se distingue de la oración de los discípulos de

Juan el Bautista, de la oración de los fariseos y de la oración de los

paganos. Su originalidad brilla también hoy. No se confunde con otras

formas orantes.

La oración aparece constantemente en los escritos de Santa Teresa.

Unas veces lamentando haberla abandonado, ya que a su parecer “no es

otra cosa perder el camino sino dejar la oración” (Vida 19, 13). En otros

momentos agradece a Dios que la haya encaminado de nuevo y

determinadamente por la senda de la oración. En ocasiones pondera los

bienes que procura la oración y exhorta a ella. No podría ser de otra

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manera ya que la vocación cristiana específica de Teresa fue ser monja

contemplativa. Recuerda incansablemente que el amor y la humildad son

dos actitudes básicas insustituibles en el orante, de las que deriva el

desasimiento interior. “No puede haber humildad sin amor, ni amor sin

humildad; ni es posible estar estas dos virtudes sin gran desasimiento de

todo lo criado” (Camino 24, 2). Como buena pedagoga enseñó a orar y se

detuvo en describir los grados de oración (cf. Vida, 11-20).

Comentó el Padre Nuestro, situándose de esta manera en la serie de

comentaristas en la historia de la Iglesia, remitiendo a ellos y justificando

de esta manera las dimensiones reducidas de su comentario. Teresa hace

el elogio del Padre Nuestro, sorprendiéndose porque hallaba “en tan pocas

palabras toda la contemplación y perfección metida, que parece no hemos

menester de otro libro, sino estudiar en éste” (Camino 65, 3). Invita al rezo

pausado del Padre Nuestro, que supone el conocimiento recibido en la

iniciación cristiana.

La oración del Padre Nuestro es un pilar de la iniciación cristiana, como

explica ampliamente el Catecismo de la Iglesia Católica. La iniciación

cristiana comprende la transmisión de la fe, de la oración, de la forma

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cristiana de vivir y de la incorporación a la Iglesia con sus sacramentos y

vida en común.

A la catequesis, que debe aunar la transmisión de la fe y la introducción

a la oración, la comunicación de la verdad y el contagio del amor, es

aplicable también lo que San Buenaventura escribió a propósito de la

teología. “No crea nadie que le basta la lectura sin la unción, la

especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la

circunspección sin el regocijo, la pericia sin la piedad, la ciencia sin la

caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina”.

(Itinerario del alma a Dios, Prólogo 4). Santa Teresa, maestra de

espirituales, nos enseña a ser iniciadores en la vida cristiana.

El Año Jubilar Teresiano es una oportunidad para recordar la necesidad

vital de la iniciación cristiana de niños y adolescentes en las familias y en

las comunidades eclesiales. La iniciación cristiana sin continuidad

quedaría como fruto en agraz; y los iniciados sin vida en comunidad

estarían expuestos a la intemperie.

3.- Oración y caridad.

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La oración no es ensimismamiento autocomplaciente; ni el orante se

encierra en sí mismo, desentendiéndose del mundo. La oración cristiana

abre al amor y al servicio de los demás. Así escribió Santa Teresa

directamente a sus monjas: “Para esto es la oración, hijas mías; de esto

sirve el matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras”

(Moradas VII, 4,6). La comunicación orante con Dios en la morada más

íntima, que llama “matrimonio espiritual”, conduce a la configuración con

Cristo paciente, a cargar con los trabajos diarios y al servicio sacrificado a

los demás.

A Jesús se le hospeda debidamente, enseña la Santa, con la escucha

atenta de María y con la actividad hacendosa de Marta. “Creedme que

Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor” (cf. Moradas

VII, 11, 14). A Dios servimos con pensamientos, palabras y obras. La

voluntad de Dios se resume en amar a Dios con todo el corazón y al

prójimo como a nosotros mismos (cf. Mc. 12, 28-31). El realismo cristiano

de Santa Teresa unió siempre las dos caras del amor; y esta percepción

evangélica la iluminó para el discernimiento espiritual.

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EL Papa Francisco nos enseña en el Mensaje para la próxima Jornada

Mundial de los Pobres, que celebraremos el 19 de noviembre: “La oración,

el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se

transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica”. “El

fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo

durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el

Padre nuestro es la oración de los pobres. El Padre nuestro es una oración

plural: el pan que se pide es “nuestro”, y esto implica comunión,

preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos

reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para

entrar en la alegría de la mutua aceptación”.

Para los abulenses “la Santa” significa obviamente la persona de Santa

Teresa; pero también la iglesia levantada en el emplazamiento de su casa

natal. Muchas personas antes de volver a casa después de haber

cumplido las tareas que las llevaron a la ciudad, pasan por la Santa. El

Año Jubilar Teresiano nos convoca a a la iglesia de la Santa para

encontrarnos con Santa Teresa de Jesús. En el calor de su hogar, en el

rincón de su nacimiento, nos acogemos a la sombra bendita de su

intercesión.

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Ávila, 15 de octubre de 2017

Mons. Ricardo Blázquez Pérez

Cardenal Arzobispo Metropolitano de Valladolid

Presidente de la Conferencia Episcopal Española