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MUY ILUSTRE, A�TIGUA YREAL HERMA�DAD DE

LOS SA�TOS DE LEBRIJA

JUAN ABELLÁN PÉREZ

CONCEPCIÓN LAZARICH GONZÁLEZ

VICENTE CASTAÑEDA FERNÁNDEZ

(Dirs.)

HOMENAJE AL PROFESORANTONIO CARO BELLIDO

IIESTUDIOS HISTÓRICOS

DE ANDALUCÍA

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© SERVICIO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZDe cada capítulo su autorEdita: Servicio de Publicaciones de la UCA

c/ Doctor Marañón, 3 • 11002 Cádizwww.uca.es/publicaciones

OBRA COMPLETA

ISBN: 978-84-9828-322-8

TOMO IIISBN: 978-84-9828-324-2

Depósito Legal: CA-148/11Imprime: Jiménez-Mena, s.l.- Cádiz

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ÍNDICE

Páginas

Patrimonio arquitectónico y arqueológico islámico:Las ciudades de la cora de Sidonia.Juan Abellán Pérez ..................................................................................... 7-30

Algunas evidencias sobre la fabricación de monedaen Carisa.Alicia Arévalo González ......................................................................... 31-48

Pelayo Quintero Atauri en Andalucía. Algunas notas.José Beltrán Frotes ..................................................................................... 49-62

De la producción anfórica de Carteia en época republicana.Primeras evidencias.D. Bernal, L. Roldán, J. Blánquez y M. Sáez............................... 63-80

Ibn Rifāca al-Šarīšī. Un médico jerezano en época almohade.Miguel Ángel Borrego Soto .................................................................. 81-88

Nuevos datos para el conocimiento de la terra sigillataitálica en Gades a raíz de los hallazgos de la c/ Soledad.Macarena Bustamante Álvarez y Mª Luisa Lavado Florido ..... 89-110

Un fenómeno de negación literaria en la obra deAmaino Marcelino: Constantinopolis.José Luis Cañizar Palacios ..................................................................... 111-124

Introducción al estudio de la cerámica islámica delyacimiento de “Penita Negra” (Trebujena, Cádiz).Francisco Cavilla Sánchez-Molero,Mª Milagrosa Jiménez Melero,Alfonso Pando Molinay Virginia Mª Pinto Toro ......................................................................... 125-142

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Concepción Blanco Mínguez (1907-1982). Una aproximacióna la arqueología gaditana de la segunda mitad del XX.Yolanda Costela Muñoz ........................................................................... 143-160

La alquería de Izbor en el libro de habices de 1502. Noticiassobre la vida religiosa y social del reino de Granada.Manuel Espinar Moreno .......................................................................... 161-178

El reparto del patrimonio de Alfonso Fernández Portocarreroa fines del siglo XV. Un documento inédito.Alfonso Franco Silva................................................................................. 179-192

La ejecutoria de hidalguía de Juan de Godoy. Aportación alestudio de los bandos en el Alto Guadalquivir a finesde la Edad Media.Mª del Mar García Guzmán ................................................................... 193-210

María de los Reyes Fuentes y su “Poética de la Arqueología.María del Carmen García Tejera ......................................................... 211-224

El mundo visto desde las pirámides: Tres visiones literariasdel siglo IV después de Cristo sobre Egipto.Francisco Javier Guzmán Armario..................................................... 225-236

La influencia de sentimentalismo en la enseñanza españoladel siglo XIX.José Antonio Hernández Guerrero ..................................................... 237-256

Dediles de Bronce romanos en el Museo de Cádiz.María Dolores López de la Orden ...................................................... 257-270

Celestino Mutis y el observatorio astronómico de Santa Fe.Cándido Martín ............................................................................................ 271-286

La epístola dedicatoria de los Dioses antiguos de Españade Rodrigo Caro.Joaquín Pascual Barea .............................................................................. 287-304

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Los cirtercienses y el agua. El ejemplo de las abadíasfrancesas y españolas.Javier Pérez-Embid .................................................................................... 305-314

Análisis diplomático de un expediente-testimoniosobre el cobro del “Derecho de la media Anata”en Cádiz.María Belén Piqueras García ................................................................ 315-338

Romanización, producción de cerámicas y ¿transferenciastecnológicas? En el Alto Guadalquivir. A propósito de loshornos romanos de los villares de Andújar.Pablo Ruiz Montes ..................................................................................... 339-362

Antonio Caro Bellido, arqueólogo lebrijano.José María Tomassetti Guerra .............................................................. 363-384

Los prolegómenos de la expulsión de los moriscos segúnAḥmad al-Maqqarī.Fernando N. Velázquez Basanta .......................................................... 385-396

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ANTONIO CARO BELLIDO,ARQUEÓLOGO LEBRIJANO

JOSÉ MARÍA TOMASSETTI GUERRA*

Resumen: Presento aquí mi trayectoria personal y profesional encompañía de Antonio, a partir de anécdotas personales que muestrancómo ambos hemos compartido familia, vocación y proyectos. Indicoalgunas ideas para precisar su enfoque humanista y lebrijano y rescatoalgunos documentos de la historiografía local, de la que ambos dis-frutábamos.

Palabras claves: Antonio Caro Bellido, Lebrija, historiografía.

Abstract: I present here my personal and professional trajectory incompany of Antonio, from personal anecdotes that show how both wehave shared family, vocation and projects. I indicate some ideas tospecify its humanist and “lebrijano” approach and I rescue some doc-uments of the local historiography, which both we enjoyed.

Key words: Antonio Caro Bellido, Lebrija, historiography.

Antonio y yo éramos primos segundos, hijos ambos de primos her-manos: su padre, José María Caro, y mi madre, Flora Guerra. A pesarde este vínculo familiar, conocí a Antonio gracias a mi padre, JoséMaría Tomassetti, profesor de dibujo en el Instituto, más o menos enel invierno de 1980, cuando yo apenas empezaba los estudios de ba-chillerato y él se afanaba en terminar su tesina de licenciatura. Nosunió de alguna manera un fragmento cerámico traído por mi padre deuna de sus salidas al campo. Desechado sobre un estante en la salita

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* Arqueotectura, Estudios de Patrimonio Arqueológico, S. L. C/ Juan Morrison, 1, 2º iz-quierda, 11201-Algeciras (Cádiz). [email protected]

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de mi casa, Antonio la vio en una ocasional visita y la identificó comoel regatón de un ánfora, que aún conservo, verdadero fetiche de mivocación y perenne decoración en la cocina de mi madre hasta queemigré a Algeciras veinte años después.

Por entonces Antonio alternaba su lugar de estudio entre la casa desus padres y la de sus tías-abuelas, ambas en la calle Corredera de Le-brija. Lo que hiciera fuera de esas habitaciones era para mí un misteriosin interés; me parecía que viviera allí permanentemente, tras la puertacerrada, y ni siquiera sabía que ya daba clases en la Facultad deHuelva. Mientras rellenaba fichas y redactaba capítulos –siempre amano, hasta el último día– guiaba mis primeros pasos por las tipologíascerámicas, me enseñaba a dibujar poniendo en práctica lo que mi padreme enseñaba en las aulas... Ante su escritorio me preparó un pupitredonde yo desarrollaba esas primeras habilidades. Muy pocos pero al-gunos de aquellos primeros dibujos míos formaron parte de las nume-rosas láminas de su Contribución a la Carta Arqueológica del Valledel Guadalquivir: el Término Municipal de Lebrija (Sevilla). Para mí,aún imbuido de cierto halo romántico que me inspiraban los vestigiosarqueológicos, era una satisfacción. Estas sensaciones, que ya he per-dido, Antonio las conservó hasta el final, o eso me parece. Tambiénme llevaba a prospectar algunos sábados, aprendiendo con él la geo-grafía de nuestro pueblo, dando pábulo a pensamientos, fantasías y de-seos que me hacían soñar y ocupaban a menudo todo mi tiempo.

Yo no entendía gran cosa de los Schulten, Leroi-Gourhan, García yBellido, Martín Almagro, Blanco Freijeiro, Caro Baroja... que me re-comendaba leer. A vueltas con esos libros gastaba mis tardes sin apren-der casi nada más allá de expresiones cabalísticas (¡el mustero-leva-lloisiense perimediterráneo!) que apenas conseguía enlazar con los frag-mentos líticos y cerámicos que recogíamos a pie de camino o enmediode un campo arado. A decir verdad, años después, cuando florecía enmí la soberbia del estudiante universitario, aún seguía sin comprenderel tremendo salto existente entre el registro de campo y las grandes sín-tesis, de modo que no puedo culparle a él de mis limitaciones.

Poco más tarde, cuando abordó su tesis doctoral, acondicionaríaun amplio estudio en la calle Nueva, el mismo que sería base de ope-raciones durante las campañas de excavación en El Cabezo de calleAlcazaba entre los años 1986 y 1987. Era yo alumno de primer ciclo

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en la Universidad de Sevilla para esas fechas, discípulo atento de En-rique Vallespí, bajo cuya maestría Antonio me recomendó ampararme,consejo que le agradeceré toda mi vida. No es menos de agradecerque, en el equipo de aquellas campañas, me presentara a Manuel Pe-llicer, su maestro, tal cual él lo decía y lo sentía, y a Pilar Acosta, queserían profesores míos en el sevillano Departamento de Prehistoria yArqueología, como Vallespí y como, poco más tarde, José Luis Esca-cena, su amigo y compañero de estudios, codirector de aquellas cam-pañas y otra de mis amistades heredadas gracias a su padrinazgo.

Con estos lazos que él anudó me hizo partícipe, aunque sea comoespectador, de la cadena de transmisión que, en la disciplina arqueo-lógica como en cualquier otra, componen las distintas generacionesde investigadores. Porque Antonio se sabía parte de esa catenaria, apesar de que sus vínculos los sentía mucho más intensos con los in-vestigadores locales, que componemos una verdadera familia: LuisLópez-Quiroga (quien, por ejemplo, a fines del XIX proporcionódatos a Carlos Cañal y Feliciano Candau) era abuelo político de JoséBellido (cronista oficial de Lebrija hasta su muerte en 1981), tío se-gundo a su vez de nuestro Antonio. A la obra del primero dediquéunos párrafos en mi contribución al Homenaje a Don José BellidoAhumada (Tomassetti, 2006), misma publicación donde Antonio ex-plica su relación personal con el segundo (Caro, 2006).

Esa línea familiar de investigadores locales se inició, por tanto,con López-Quiroga, quien sólo publicara en 1901 varios artículos deprensa (en El Látigo, reimpresos años después en el Diario de Le-brija), transmitiendo datos del mayor interés sobre el callejero lebri-jano y sus desaparecidas murallas. Entre estas primeras contribucio-nes se cuela un articulito de A. Fernández (1902) sobre la Parroquiade la Oliva, considerada en este trabajo pre-Reconquista. Más tarde,en 1924, el Cronista Oficial de la Provincia de Sevilla, Santiago Mon-toto, en la parte I de sus �oticias Históricas y Artísticas de la Villade Lebrija, reúne por primera vez en el siglo XX datos básicos de lasfuentes clásicas, medievales y modernas, continuando todo el reper-torio de lugares comunes que en la historiografía lebrijana seguirá re-pitiéndose en adelante (fundación por Baco, significado del nombre�abrissa, referencias a Rodrigo Caro, Juan de Mallara, Elio Antonio,etc.). En su parte II describe la Iglesia de Santa María de la Oliva y

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se suma a la opinión de Fernández, considerándola “una mezquita per-fectamente definida como almohade y [que] según todos los indiciosdebió ser edificada en el siglo XII” (Montoto, 1924: 16).

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Figura 1. Reimpresión de uno de los “Recuerdos históricos” de López-Quiroga en elnúmero 190 del Diario de Lebrija (25 de enero de 1928).

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El hallazgo el 26 de Abril de 1923 del “Tesoro de Lebrija” originópasados unos años dos primeros trabajos sobre los también llamados“candelabros”, de los directores del Museo Arqueológico Nacional,Francisco Álvarez-Ossorio (1931) y José Ramón Mélida (1932), ofre-ciendo ambos las primeras interpretaciones sobre el significado y fun-ción de estos objetos.

Pero la principal aportación a la historia local será la primera edi-ción de La Patria de �ebrija (�oticia Histórica), de José Bellido(1945). Esta obra ofrece ya el esquema que ha de regir hasta su últimapublicación en 1985, ampliada y revisada, con los datos elementalessobre el proceso histórico de la ciudad y las reseñas sobre sus edifi-cios, instituciones, personajes, calles y plazas. Bellido, siguiendo lalínea de López-Quiroga, aumenta el volumen de información proce-dente de archivos locales (parroquial y municipal sobre todo), a cuyoestudio dedicó gran parte de su investigación.

En el repertorio historiográfico de aquellos años hay que citar aúndos magras contribuciones, una de detalle sobre la ubicación de lacasa natal de Elio Antonio, en la Miscelánea �ebrija publicada porel C.S.I.C. (Calderón, 1946), y otra de carácter divulgativo para elPrograma de Feria y Fiestas, de F. Collantes (1959)1. Esta últimapresentaba un avance de los datos que Collantes había recopiladopara el nunca editado Catálogo Arqueológico y Artístico de la Pro-vincia de Sevilla y que, a su vez, había obtenido del académico JoséCortines.

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1 Tradicionalmente, los “programas de Feria” y “libretos de Semana Santa”, editados por elAyuntamiento y el Consejo de Hermandades y Cofradías respectivamente, han acogido pe-queños estudios históricos sobre Lebrija, de muy diverso valor, habitualmente ínfimo, querara vez aportan otra cosa que la difusión de informaciones ya existentes (la obra de J. Be-llido ha sido la mejor cantera para los ocasionales colaboradores, quienes no siempre re-fieren la procedencia de “sus” datos; él mismo participó asiduamente en estas publicacio-nes). Está por hacer una valoración de estos trabajos menores que sepa rescatar las contri-buciones originales y analizar la imagen local, llena de mitos, que en ellas se ofrece de lahistoria de la ciudad.

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Figura 2. “Lebrija en la Antigüedad” de Collantes de Terán, en el Programa de Feriay Fiestas en Honor de su Patrona Ntra. Sra. del Castillo. Lebrija, 1959.

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Entre 1961 y 1971, año éste de la 2ª edición de La Patria de �e-brija, las contribuciones procedentes de investigadores no locales cre-cen en número, continuándose la corta serie de aportaciones apenasiniciada antes (que, en lo puramente arqueológico, se resumían a lasprimeras noticias sobre el “Tesoro de Lebrija”) con artículos referidosa hallazgos casuales, caso de un ídolo cilindro (Esteve, 1961), denuevo los “candelabros” (Almagro, 1964, quien establece su funcióncomo thymateria y su cronología tartesia) y algunos fragmentos desarcófagos paleocristianos (Bendala, 1971). Las noticias de M. Ben-dala son las primeras que atienden a la cultura material de la Antigüe-dad Tardía en el término municipal (aparte la epigrafía recogida en elC.I.L. de Hübner, 1869 y en Vives, 1971). En esta línea, la visita delpadre A. Recio a Lebrija y su toma de contacto con José Bellido yAntonio (que ya había comenzado las prospecciones en el términomunicipal), da lugar al estudio de un nutrido grupo de materiales ar-queológicos, epigráficos y funerarios mayormente, de época tardo-rromana y visigoda, incluyendo un conjunto de ladrillos estampilladosde diversa procedencia, entonces representantes casi únicos del pe-riodo en los yacimientos lebrijanos (Recio, 1979).

Junto a Bellido hay que destacar la importante labor de rescate queen aquellos años desarrollaba José Cortines Pacheco2, tío tercero deAntonio por parte de Castillo Bellido, su madre. José Bellido y JoséCortines colaboraron en la exposición organizada con motivo del VIIICongreso �acional de Arqueología (Sevilla, 1963), aportando mate-riales calcolíticos del Cerro de San Benito (vitrina I), un broche debronce esmaltado (vitrina XIV) y un fragmento de sarcófago paleo-cristiano (fuera de vitrina). Junto a ellos, el ídolo cilindro del Museode Jerez de la Frontera (vitrina VII) completaba la representación demateriales lebrijanos. Todos ellos aparecen reseñados en el catálogode la exposición publicado por C. Fernández-Chicarro (1964: 101,104, 112 y 114), por entonces directora del Arqueológico de Sevilla.Esta misma investigadora, que también trataría el hallazgo de los“candelabros” en Studien aus Alteuropa, II (Fernández-Chicarro,

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2 Académico correspondiente de la de Bellas Artes “Santa Isabel de Hungría”, de Sevilla.Aunque nunca llegó a publicar los resultados de sus investigaciones, permanecen en su ar-chivo particular gran número de datos del máximo interés para la interpretación de yaci-mientos del término, entre ellos el del Cerro de San Benito, actualmente casi destruído.

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1965), dedicará a Lebrija algunas reflexiones en la que fue primera,aunque inoperante, aproximación a la arqueología del Bajo Guadal-quivir desde la fotointerpretación aérea (Fernández-Chicarro, 1969),

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Figura 3. Ficha de José Cortines Pacheco de 29 de septiembre de 1953 sobre recogidade materiales en el yacimiento de San Benito (Lebrija).

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Atraída, por tanto, la atención de parte de la comunidad científica,y habida cuenta del interés que el Bajo Guadalquivir estaba tomandoen torno al denominado “problema de Tartessos” (que, con el reclamode los hallazgos de Mesas de Asta, promueve en la cercana localidadde Jerez el famoso V Simposio Internacional de Prehistoria Peninsu-lar en 1968) se produce la apertura de la investigación local a trabajosde campo programados. En 1977, A. Tejera excava un exiguo sectordel que fue Huerto Pimentel, al Noroeste de la ciudad, en terrenos hoyinvadidos por la desordenada urbanización que se produjo en los añosinmediatamente posteriores en el arenal de las “traseras” del Castillo.Ese mismo año saldrá de imprenta un primer análisis suyo, muy so-mero, sobre el “panorama arqueológico de la Marisma del Guadal-quivir” (Tejera, 1977), prácticamente repetido en Huelva Arqueoló-gica, IV para el Bronce Final (Tejera, 1978). Presentará un avance delos resultados de su campaña de excavación en Lugo con motivo delXV Congreso �acional de Arqueología (Tejera, 1979). Con mayor ex-tensión, pero sin superar la fase de inventario y clasificación de ma-teriales, y sin llegar a valorar espacialmente sus hallazgos en relacióncon los orígenes del urbanismo local, publicó Huerto Pimentel denuevo en el nº 26 del �oticiario Arqueológico Hispánico (Tejera,1985).

Es evidente que la década de los setenta del siglo XX dejó defini-tivamente abiertas dos vías distintas para el estudio sistemático de lasfuentes de la historia local. Una, la archivística, emprendida en soli-tario, y sin formación “profesional” específica (era licenciado en De-recho), por Bellido Ahumada; otra, la arqueológica, que, con los an-tecedentes citados, fructificaron muy pronto en la elaboración de lacarta de yacimientos que sirvió a Antonio para licenciarse.

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Figura 4. Ficha de José Cortines Pacheco de 15 de enero de 1954 sobre varios ha-llazgos en el arenal del Castillo de Lebrija.

Cuando Antonio se casó con Mª Carmen Tascón aconteció unnuevo cambio en nuestro mapa callejero, mudado entonces a su pri-mera residencia matrimonial, en la Plaza de España. No sé hilar bienlos sucesos de su vida: para mí seguía viviendo encerrado en el des-pacho de su casa, aunque es cierto que ahora tenía que pasar el amable

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filtro de Mª Carmen. Tengo la sensación de haber trasladado en prés-tamo casi todos los libros de la biblioteca de Antonio entre su casa yla mía, especialmente desde que ambos se mudaron al Cortinal, a uncaserón exquisitamente rehabilitado donde mis recuerdos se amonto-nan. Ciertamente en esa casa es donde acaba nuestro periplo. Su úl-tima mudanza, pocos metros más acá en la misma calle, está rodeadade disgustos familiares y de la llegada de un cáncer que le arrebató lavida en año y pico de dolor. Para esas fechas mi estancia en Algecirasme había impedido una estrecha colaboración que, a pesar de la dis-tancia, Antonio nunca dio por terminada, convirtiéndose en una de lasescasas raíces que me han permitido seguir ejerciendo de lebrijano.

Bien mirado, Antonio estuvo detrás de toda mi actividad universitariadesde que me matriculé en primer curso el año 1984. Elegí –como él–la facultad de Sevilla por evidentes razones geográficas pero no menosinspirado por sus recomendaciones y fui contratado como “profesor vi-sitante” por la de Cádiz entre 1996 y 1998 a propuesta suya. Las pro-puestas de Diego Ruiz y José Ramos permitieron, respectivamente y almismo tiempo, la contratación de José Antonio Ruiz y Vicente Casta-ñeda, quienes, a diferencia mía, continúan con su labor docente e inves-tigadora en esta institución que nos ha convocado en homenaje a Anto-nio. Nos comunicaron las asignaturas que debíamos impartir la mismamañana en que yo debía iniciar mis clases, sin programa ni orientaciónalguna de cómo desarrollar una labor para la que nunca me sentí capa-citado y en la que invertía por completo un sueldo ridículo, la devoluciónde cuyo último ingreso me estuvo reclamando el rectorado durantemeses, por considerar que se habían excedido en el pago.

Viviendo ambos en Lebrija y trabajando los dos en Cádiz, nuestrosviajes juntos sirvieron para madurar varios proyectos, empezando porsu amable invitación a participar en una de las obras en que más cariñopuso: Antonio de �ebrija y la Bética. Sobre arqueología y paleogeogra-fía del Bajo Guadalquivir. Yo había publicado bien poco hasta entoncesy ciertamente en esta ocasión no hice mucho más que documentar algu-nos aspectos del discurso desde la óptica de la arqueología y la historia,debiéndose el grueso de ella y su organización en capítulos a la manode Antonio. Me sirvió especialmente para enfrentar los problemas his-tóricos desde dos ángulos que en adelante siempre he considerado deprincipal importancia: la perspectiva paleogeográfica y la escala local.

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Otra consideración enriquecedora surgida de nuestro trabajo con-junto es la sensación, mil veces contrastada desde las tertulias con Va-llespí, de que los enfoques teóricos particulares no aportan gran cosaal conocimiento arqueológico en general salvo, a menudo, cierta con-fusión más o menos intencionada. Antonio y yo apenas compartíamoscuestiones ideológicas: pertenecíamos a generaciones distintas, nues-tras experiencias vitales iban por caminos independientes, enfocába-mos nuestra actividad docente desde planteamientos disímiles, inclusola Arqueología con mayúsculas era para cada uno cosa diferente...Pero jamás discutimos. Eso, claro es, nos obligaba a veces a yuxta-poner párrafos quizá mal engarzados, pero coincidíamos tácitamenteen que el respeto mutuo lo merecía, y no le impidió, aún sabiendo demi independencia profesional e investigadora, proponerme una tesisde licenciatura sobre el urbanismo histórico de Lebrija que matriculéenseguida pero nunca terminé. En esa investigación inconclusa gas-tamos ambos muchas horas y de ella surgieron nuevos trabajos indi-viduales y otro en colaboración –y por encargo– en forma de libro:El Cuervo de Sevilla: en el centro de una historia. Si bien éste lo ter-minamos como el soneto para Violante de Lope de Vega, quizá sumontaje contribuyó a mi formación mucho más que el �ebrija y laBética pues Antonio dejó la responsabilidad de finiquitarlo en mismanos, ocupado él con la monografía que fue continuación natural dela primera nuestra: Lebrija y el Bajo Guadalquivir. Paleogeografía yfuentes clásicas grecolatinas. De alguna manera, con ésta culmi-naba –sin agotarlo– un enfoque de su actividad investigadora quehabía desarrollado a lo largo de muchos años.

No era Antonio aficionado al trabajo de campo. Las prospeccionesdel término municipal le enraizaban con su tierra chica y disfrutabaal pisar los terrones tanto como contemplando sus paisajes. Era natu-ral que, teniendo esa posibilidad, se aislara un tiempo mientras pre-paraba la tesis doctoral en el Cortijo de la Guaracha, propiedad en-tonces de su familia, al pie de la Sierra de Gibalbín. Allí le visité enocasiones y le encontré corrigiendo exámenes, meditando sobre lacualificación y calificación de sus alumnos. Pero el campo, la tierra,le inspiraba actividades muy distintas de su disección con fines in-vestigativos, por mucho y bien que comprendiera las vicisitudes quela habían conducido desde un estuario flandriense hasta su parcelaciónagrícola contemporánea. Supongo que los naturales desalientos

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(¿quién no los ha sufrido?) derivados, por un lado, de las prospeccionespara su Carta Arqueológica y, por otro, de la farragosa clasificación ti-pológica de cerámica gris para su doctorado, influyeron en la orienta-ción que terminó dando a sus pesquisas. Antonio aspiraba a un huma-nismo propio que se iniciaba en Columela más que en Estrabón, florecíaen Elio Antonio mucho antes que en Rodrigo Caro y se inspiraba late-ralmente en Gavala y Laborde sin desdeñar a Butzer. Entre los autoresque más gustaba consultar en estos nuevos caminos, Julio Caro Barojale ayudaba a ordenar muchos datos propios más de la etnografía que dela prehistoria, sin duda. En otras palabras, renunció –quizá por cansanciode ellas– a las miserias de las técnicas arqueológicas de intervenciónsobre yacimientos u objetos en búsqueda de una posición teórica que leresultaba más acorde con sus aspiraciones intelectuales. De ahí nacensus últimos libros ya citados pero también sus dos monografías más téc-nicas: el Ensayo sobre cerámica en arqueología, dos veces editado, ysu Diccionario de términos cerámicos y de alfarería, secuela ampliadadel índice de términos con que, “siguiendo la norma de un conocido hu-manista” (Caro, 2002: 11), cerraba el primero.

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Figura 5. Notas de campo de Antonio y dibujo a tinta suyo de una tumba hallada ca-sualmente en C/ Cataño de Lebrija.

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Ya dije que las intervenciones arqueológicas de excavación las ini-ció en Lebrija Antonio Tejera en junio de 1977 con su campaña en elHuerto Pimentel. Una década más tarde, en 1986, comienza el trabajodel equipo dirigido por Antonio, Pilar Acosta y José Luis Escacena,en el solar de la calle Alcazaba, que tendría continuación en la cam-paña de 1987. Este solar llamado El Cabezo se encuentra también enel entorno inmediato del cerro del Castillo, al Sureste. El trabajo de1977 fue, en palabras de su excavador, un “cortesondeo” (Tejera,1985: 89) de escasa dotación económica que pretendió continuarseen 1981 sin suerte (por no obtener el permiso de la propietaria). Lascampañas de 1986 y 1987 tuvieron lugar sobre un solar adquirido porel Ayuntamiento de Lebrija y fueron financiadas por la Dirección Ge-neral de Bienes Culturales: la primera, como actividad de “prospec-ción con sondeo”; la segunda, con la calificación de “sistemática”.Bajo la dirección de Antonio y Pilar Acosta participé en la campañade estudio de materiales de 1994 que publicamos en su correspon-diente Anuario (Caro, Acosta y Tomassetti, 1999).

Tras otros siete años de interrupción de la investigación local sobreel terreno, se tramitaron varias intervenciones por el antiguo proce-dimiento de urgencia. En dos ocasiones con financiación pública, alser el Ayuntamiento el propietario de los terrenos: el Hospital de laMisericordia, bajo la dirección de mi querido compañero de estudiosJuan Manuel Huecas, en octubre-noviembre de 1994; y la plataformasuperior del Castillo, codirigida por la actual arqueóloga municipalCruz Agustina Quirós y José María Rodrigo, en 1998 y 1999. Yo aco-metí mi primera dirección en la excavación, durante el mes de agostode 1998, del nº 14 de la calle Cataño, en esta ocasión con financiaciónprivada de los herederos de Emilio Mendaro. Este último grupo detrabajos supusieron la entrada de Lebrija en el mercado de la arqueo-logía profesional, que actualmente tiene amplio desarrollo al hilo delas obras particulares y civiles que se acometen en su término graciasa la tutela que el Ayuntamiento ejerce valiéndose de una normativamunicipal cuya primera versión se debió otra vez a la colaboraciónentre Antonio y yo (Tomassetti y Caro, 1998). La circunstancia delimpago de este trabajo nos obligó a demandar al equipo de arquitectosy, en consecuencia, fuimos apartados del equipo redactor, aunquenuestro texto sirvió para informar la versión definitiva que, afortuna-damente, fue responsabilidad de Agustina Quirós.

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Nuestra acción conjunta de cara a la investigación y protección delpatrimonio arqueológico lebrijano, sin embargo, dio muchos máspasos que los conocidos. En esa línea, presentamos en 1994 un Pro-yecto General de Investigación Arqueológica “Arqueología Urbanaen Lebrija (Sevilla): 1995-2000” ante la Consejería de Cultura enconvocatoria oficial, cuya estrambótica denegación nos movió a uncontencioso ganado en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucíapero que, recurrido por la DGBC y pasados los años, no sabemos enqué terminaría. Lejos del desánimo, abordamos otra iniciativa a ins-tancias del Ayuntamiento y la Mancomunidad al año siguiente, dise-ñando un Proyecto de Gestión del Patrimonio Histórico de la Man-comunidad de Municipios del Bajo Guadalquivir que la misma insti-tución a que se dirigía nos pidió convertir en un Proyecto Piloto deCooperacion Interregional para el Desarrollo Económico de ÍndoleCultural: Patrimonio Histórico de la Mancomunidad de Municipiosdel Bajo Guadalquivir. Es de suponer que todo ello dormiría pláci-damente en un cajón antes de ser por completo olvidado.

De nuevo una Propuesta Previa para la Creación de un ParqueArqueológico en el Cerro de San Benito de Lebrija (Sevilla) en 1996animó al alcalde del momento a pedirnos colaboración para tramitardesde la Oficina de Fomento Económico un Proyecto de Escuela-Ta-ller, especialidad “Rehabilitación Patrimonial” (Patrimonio Histó-rico Arqueológico), en el Cerro de San Benito (Lebrija). Igualmentefue encargo de la alcaldía nuestro Análisis de Impacto Ambientalsobre el Patrimonio Arqueológico afectado por la Construcción dela “Balsa de Melendo” (Lebrija, Sevilla). Estas iniciativas –y otrasmuchas en forma de informes sobre solares destruidos o con riesgode destrucción– no cuajaron en su día pero demuestran por sí solas elempuje que Antonio demostraba respecto a cualquier aspecto vincu-lado a la arqueología lebrijana, más allá del ámbito académico e in-vestígador. De hecho, la normativa municipal vigente surgió de nues-tra primera Propuesta de �ormativa de Protección del Patrimonio Ar-queológico en el Plan General de Ordenación Urbana de Lebrija, de1996, y también fue una petición personal de la alcaldía el documentoque titulamos �ecesidad de actuaciones y medios iniciales para lapuesta en marcha de un Museo Local en Lebrija (Sevilla). Propuestade ideas y organización, a raíz de una intervención de ambos en la te-levisión local en 1998.

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Los avatares de la política, con sus pasitos adelante y sus zancadasatrás, sus gestos a la galería, sus declaraciones electoralistas y suspromesas para nunca, impidieron la materialización de las iniciativasque con tesón y máximo interés pusimos juntos una y otra vez sobrelas mesas consistoriales. Nadie duda que la vinculación familiar deAntonio con la clase terrateniente local y la mía con uno de los alcal-des que el régimen franquista designó en la figura de mi propio padre,pesaban demasiado en la conciencia de un ayuntamiento socialistaque, aparte la buena voluntad de los interlocutores en cada caso, nosupo vencer ese pudor social de dar cancha a los que suponía, muyequivocadamente, sus contrarios. La pésima gestión cultural a nivellocal tras la salida de la corporación del equipo del PSOE no mejorómucho las cosas, más bien las empeoró ostensiblemente. Por suerte,la tutela del patrimonio desde la Delegación de Urbanismo, en la fi-gura de su arqueóloga municipal, se ha mantenido firme y ajena aestos fracasos.

Desde que se inició el siglo XX ha sido una constante la colabora-ción desinteresada de los “arqueólogos” lebrijanos, como en todaspartes, con la prensa local. Necesitaría más tiempo del que dispongopara relacionar las contribuciones de Antonio en estas distintas aven-turas periodísticas, vertiendo en ellas los datos que iba recabando, porejemplo, cuando preparaba su primer libro, editado en 1991: Lebrija,la ciudad y su entorno, I (Prehistoria y Protohistoria), primera parteque quedó sin continuación de lo que pretendía ser una historia másamplia. Su condición de profesor universitario le hacía recibir, porotra parte, solicitudes de diarios de mayor tirada, que solía atendercon amabilidad.

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No hay espacio para exponer muchas otras actividades que Anto-nio afrontaba y en las que muy a menudo me llamaba a participar.Pero es obligado mencionar su esfuerzo por crear y dar continuidad alas publicaciones de la Muy Ilustre, Antigua y Real Hermandad de losSantos de Lebrija, a cuya Junta Rectora pertenecía y que ha promo-vido buena parte de los libros que han aparecido en estas líneas.

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