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  • INDUSTRIA, DESARROLLO, HISTORIA

    Ensayos en homenaje a Jorge Schvarzer

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    INDUSTRIA, DESARROLLO,

    HISTORIA

    Ensayos en homenaje a Jorge Schvarzer

    Alberto Mller (compilador) Ricardo Aronskind

    Teresita Gmez Natalia Petelski Marcelo Rougier

    Julio Ruiz Andrs Tavosnanska

    Buenos Aires, Octubre de 2009

    FACULTAD DE CIENCIAS ECONMICAS UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

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    NDICE

    Prlogo: La Industria, la Argentina y la contribucin de Jorge Schvarzer (1938-2008) Alberto Mller _________ 7

    Autobiografia de Jorge Schvarzer _________________ 11

    De nuevo sobre la burguesa nacional. Una nota breve con fines didcticos Jorge Schvarzer. ________________ 23

    La lgica poltica del poder econmico Ricardo Aronskind. ____________________________________ 39

    Conflictos polticos y econmicos en la privatizacin del FF.CC. del Oeste en 1889. Teresita Gmez _________ 77

    La industria petroqumica: concentracin tcnica, centralizacin econmica, extranjerizacin Alberto Mller y Natalia Petelski _______________________ 121

    Elefante o mastodonte? Reflexiones sobre el tamao del Estado empresario en la edad de oro de la industrializacin por sustitucin de importaciones en la Argentina.- Marcelo Rougier ____________________ 221

    La Inversin Directa Extranjera en la trasnacionalizacin del sector espaol de telecomunicaciones hacia Argentina. Estrategias empresarias, crisis del 2001 y Polticas Pblicas. Julio Ruiz ___________________ 259

    La industria argentina a comienzos del siglo XXI. Aportes para una revisin de la experiencia reciente.- Andrs Tavsnanska __________________________________ 319

    La obra de Jorge Schvarzer _____________________ 367

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    Prlogo: La Industria, la Argentina y la

    contribucin de Jorge Schvarzer (1938-2008)

    Si hay un aspecto que la economa ortodoxa omite, acerca de los dos ltimos siglos vividos por la Humanidad, es su singularidad. Un perodo por cierto breve, pero en el que una parte creciente de las personas ha sufrido un cambio en sus condiciones de vida de una amplitud y profundidad inditos, con relacin a las que prevalecan con anterioridad. Esta omisin del actual Main Stream econmico es tanto ms ruidosa, si se considera adems que es este pronunciado cambio el que le da sentido y objeto a la Economa como disciplina. Son los especficos problemas que plantea esta nueva configuracin productiva y social que podemos denominar Capitalismo, ms all de los reparos que puedan existir acerca del significado de este concepto los que nutren la agenda original del economista: la acumulacin (La riqueza de las Naciones, dira Adam Smith); la distribucin del excedente generado (el objetivo de la Economa Poltica, segn David Ricardo) y la comprensin del funcionamiento de sistemas regulados por mercados descentralizados (lo que da lugar a la mano invisible smithiana, y tambin constituye el eje central de la contribucin de John Maynard Keynes, entre otros). En el plano tcnico, la sistemtica industrializacin o fabrilizacin de los procesos productivos juega aqu un papel central y caracterstico. Descuellan aqu, como elementos novedosos, la disponibilidad de

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    diferentes formas de energa en forma casi ubicua; un sistemtico crecimiento de la divisin del trabajo, fruto de un anlisis permanente del proceso productivo; y el aporte de las innovaciones cientficas y tecnolgicas, en la definicin de nuevos productos y procesos. Sin embargo, esta transformacin dista de ser ubicua, y mucho menos ha ocurrido en forma simultnea, all donde ha tomado cuerpo. Cerca del 15% de la poblacin mundial puede considerarse residente en pases industriales desarrollados, abarcando casi el 60% del producto bruto mundial (medido en paridad de poder adquisitivo). Este grupo se fue conformando en un perodo de poco ms de 200 aos; sus primeros integrantes fueron Gran Bretaa, Francia, Alemania y Estados Unidos, y los ltimos llegados son, entre otros, las nuevas sociedades industriales del sudeste asitico. La razn de este comportamiento asimtrico, donde abundan los ejemplos de fracasos o xitos muy parciales (como es el caso de toda Amrica Latina) es la pregunta central de las teoras del desarrollo, y tambin de los ms diversos actores polticos y sociales en general. Debera ser adems una pregunta central del anlisis econmico. Jorge Schvarzer fue sin duda uno de los grandes especialistas en la cuestin de la industrializacin en el caso de la Argentina. Su amplia mirada quiz tan propia del historiador como del economista recorri el comportamiento del sector industrial argentino, desde una perspectiva que parti de lo tcnico (fruto evidente de su originaria formacin de ingeniero), pero que no soslay el estudio del comportamiento de las clases empresarias, estado y trabajadores. Dio cuenta de esta forma de la falta de una clara conviccin de la necesidad del desarrollo industrial, pese a la experiencia internacional que evidencia una clara asociacin entre industrializacin y bienestar. Dueo de una prosa precisa y afilada, Schvarzer fue un trabajador intelectual incansable, como lo atestigua la extensa bibliografa que se incluye en este libro. Su vida lejos de ceirse al marco de la academia incluy un amplio recorrido por diversas actividades, algo que sin duda le provey una experiencia que supo capitalizar en sus agudos anlisis. Fue muy importante su contribucin a las actividades del Plan Fnix, lo que dio adems a este compilador la oportunidad de un conocimiento personal y profesional ms prximo. Su desaparicin ha privado a la Argentina de un analista de gran talla.

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    La Argentina no poda no constituir un caso del mayor inters para Jorge Schvarzer. Como seala lcidamente en el primer captulo de La industria que supimos conseguir, la constatacin de la supuesta paradoja de un pas plenamente dotado que se estanca durante medio siglo (simtrica a la del Japn desahuciado luego de la derrota militar, que emerge como potencia econmica) no indica sino la ineptitud de la teora econmica convencional para comprender el fenmeno de la industrializacin en toda su complejidad. El fracaso de la Argentina cuando emprende la diversificacin productiva, tras el cumplimiento del ciclo agroexportador, debe ser estudiado a partir de la constatacin de los delicados mecanismos e instancias que articulan las fuerzas sociales, empresariales e intelectuales que dan lugar al fenmeno industrial; un fenmeno en el que en ningn caso el Estado puede estar ausente. Muchos de los interesados ms directos en el desarrollo industrial argentino han mostrado desde sus orgenes una llamativa falta de conviccin para movilizar al conjunto de la economa y sociedad argentina en torno de un autntico proyecto industrializador, en un pas con bases suficientes para ello, a partir de una larga trayectoria en trminos de desarrollo educativo y cultural. Hace no muchos das, el lder de la principal central empresaria argentina sostena contra toda evidencia emprica razonable que el agro representa hoy da no menos del 40% del total de la actividad econmica de la Argentina. Schvarzer fue testigo de un medio siglo sombro de la historia de nuestro pas, atravesado por disrupciones institucionales que se tradujeron en dictaduras violentas, y tambin por un estancamiento econmico secular, slo mitigado por algunos perodos de crecimiento; entre stos, el que va desde 1964 a 1974, y tambin el que comienza en 2003; sobre ste ltimo, haba depositado esperanzas, por el desempeo que mostr el sector industrial. Hoy da, el debate sobre la va de desarrollo en la Argentina no acaba de emerger en su debida dimensin; es de estimar que ste debe haber sido un motivo de frustracin para Jorge Schvarzer, como lo es para muchos de nosotros. Pero tambin sabemos que su obra dar una contribucin duradera en este sentido. Este volumen constituye una homenaje a Jorge Schvarzer, a un ao de su fallecimiento. A fin de brindar una semblanza de su perfil y produccin

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    intelectual, se presenta una autobiografa, su bibliografa completa y un artculo de 2004 (De nuevo sobre la burguesa nacional) que puede considerarse emblemtico de su pensamiento. Asimismo, se renen contribuciones de varios colaboradores prximos de Schvarzer, particularmente en el mbito del Centro de Estudios de la Situacin y Perspectivas de la Argentina, en la Facultad de Ciencias Econmicas de la UBA. Ricardo Aronskind aborda la cuestin de del poder econmico, y su incidencia en el devenir de la Argentina. Teresita Gmez trata un tema histrico, referido a la privatizacin del Ferrocarril Oeste. Natalia Petelski y el editor de este libro elaboran un anlisis acerca de la industria petroqumica. Marcelo Rougier analiza el accionar de las empresas estatales, durante el perodo de industrializacin sustitutiva. Julio Ruiz examina el caso de la inversin espaola en telefona. Andrs Tavosnanska (en co-autora con Germn Herrera) examina la evolucin de la industria argentina en el ciclo de crecimiento posterior a la crisis de la Convertibilidad. A ellos, que tuvieron el privilegio de trabajar junto a Jorge Schvarzer, va nuestro agradecimiento. Es de destacar adems la diversidad de temas tratados; ello es un fiel reflejo de la amplitud del espectro intelectual que supo mostrar Jorge Schvarzer a lo largo de su productiva vida. Adems del valor que cada contribucin tiene en s, cumplimos de esta forma con el propsito de brindar un merecido reconocimiento a Jorge Schvarzer, con la esperanza de que las rutas intelectuales que l supo abrir sean ampliadas y profundizadas.

    Alberto Mller Buenos Aires, Septiembre de 2009

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    Autobiografia de Jorge Schvarzer *

    Nac a fines de 1938 en Parque Patricios, en la Capital, en un hogar que los socilogos definiran como de clase media baja. Curs el colegio primario en el Bernasconi, una escuela gigante, que cubre dos manzanas urbanas, con museos, teatro y piscina, que sera un lujo en un pas desarrollado pero que est semi escondida en un barrio perifrico de la ciudad como ensea viva de las paradojas nacionales. Curs luego el secundario en una Escuela Industrial en Barracas, alojada en una estructura de hormign y techo de chapas, donde antes funcionaba una clsica barraca de barriles de aceite; all aprend que no todas las escuelas eran semejantes a las de mi primera experiencia y que algunas eran ya, por su pobreza formal, un paradigma del Tercer Mundo. Ingres a la Escuela Industrial porque mi padre deseaba que fuera ingeniero y yo estaba tan dispuesto a complacerlo en esos aos que acept su idea sin que siquiera se me ocurriera reflexionar sobre ella. Durante esos aos de la adolescencia comenc a descubrir, y entusiasmarme con, los problemas sociales y los debates econmicos. La

    * Texto reproducido de http://homo-economicus.blogspot.com/2008/09/jorge-schvarzer.html.

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    movilizacin social y poltica generada a partir del golpe militar de 1955 contribuy a incentivar en m esos temas cuando hubo una verdadera explosin de peridicos de todo tipo y debates tan candentes como los que generaba la antinomia peronismo antiperonismo y las exploraciones en torno al futuro nacional. En 1956 egres del Industrial decidido a dedicarme a la economa pero descubr enseguida que la Universidad no me aceptaba fcilmente: poda entrar directamente en Ingeniera pero, para ingresar a Economa, me exigan rendir todas las materias del bachillerato que no haba cursado en el Industrial. Despus de seis aos en el secundario (un ao ms que en la secundaria tradicional) deba aprobar algo as como 25 exmenes de la escuela secundaria para entrar en Economa. Una estimacin elemental de costos y beneficios a mediano plazo me llev a ingresar a Ingeniera. Despus de todo, pens, una cosa era obtener un ttulo y otra podra ser mi profesin en el futuro. Curs ingeniera en el mnimo tiempo posible (algo menos de seis aos, desde el ingreso en abril de 1957 hasta el ltimo examen en diciembre de 1962), pese a que tuve que dedicar todo el ao 1961 al servicio militar obligatorio. Me incorporaron como soldado en el Regimiento de Caballera Escuela, ubicado en Campo de Mayo, donde ya se perciba la ignorancia de los oficiales medios sobre cualquier tema que no estuviera escrito en los Reglamentos y la ausencia de objetivos de la vida militar que acompaaron a las trgicas experiencia posteriores. La intensa vida poltica de esos aos en la Universidad me llev a integrar una agrupacin estudiantil de izquierda donde nos juntamos aquellos que creamos que se poda construir el socialismo sin recurrir a una dictadura como la que haba protagonizado Stalin en la Unin Sovitica y consolidado sus continuadores. Por eso nos llamaban trotskos aunque se trataba de una designacin muy genrica en aquella poca con un significado muy distinto (posiblemente) al actual. Hacia 1958, uno de los compaeros del grupo descubri una revista de intenso contenido y escasa circulacin publicada por Milcades Pea, un intelectual marxista cuyas afirmaciones sobre la incapacidad de la burguesa nacional para llevar a cabo la tarea del desarrollo nos llamaron la atencin. Alguien logr entrar en contacto con l y, tras sucesivas charlas, nos propuso dictar un seminario de introduccin al marxismo que organizamos en la propia Facultad. El seminario nos

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    introdujo a una teora abierta sobre el hombre y la sociedad que contrastaba con el marxismo vulgar. En esa exposicin no haba ninguno de los reflejos condicionados de esos lectores dogmticos de El Capital que no pueden salir de esa crcel de ideas que crearon las presuntas leyes inmanentes del movimiento social y econmico que no se pueden contradecir sin convertirse en hereje. As fue como, de la lectura de criterios semejantes a los que exige la lectura de la Biblia o el Corn, que difundan con energa las izquierdas en la Facultad, pasamos a absorber un conjunto de ideas que no daban respuestas enlatadas, ni resolvan en una sola frase toda la historia de la humanidad; en cambio, demandaban pensar los problemas (los que se suponan ya resueltos por Marx y los nuevos que planteaba el intenso proceso de cambio social en el mundo desde que aquel autor haba escrito su obra). No quiero endilgarle a Pea la evolucin de mis ideas pero desde entonces pienso que si por marxismo se entiende una lectura congelada, dogmtica y rutinaria de los textos de aquel pensador, yo no soy marxista. Al fin y al cabo, el propio Marx afirm lo mismo al fin de su vida al ver cmo usaban, y abusaban de, sus teoras. En cambio, creo que hered algo de esa doctrina cuando pienso en trminos de quines se benefician de una poltica y cmo ella afecta al devenir de la sociedad, o cuando pienso en los cambios que provoca el progreso tcnico en el reparto de los beneficios y de cmo afecta a la estructura social. Por eso, para evitar que me confundan con ellos, no utilizo los trminos que fueron expropiados por los marxistas ortodoxos (plusvala, leyes inmanentes, lucha de clases para cada conflicto, etc.) que slo sirven para obtener la patente de pensador revolucionario. Me parece lamentable que el contenido real de esos slogans tiene cada vez menos que ver con la realidad y mucho con el facilismo de no tener que pensar de nuevo la historia. Este no es el lugar para desarrollar una teora social y slo quiero marcar esos antecedentes que nos llevaron a seguir estudiando teora e historia con Pea. Finalmente, en 1964, lo acompaamos a escribir y editar la revista Fichas de Investigacin Econmica y Social. Fue una publicacin llena de ideas originales sobre el pas, escritas sobre todo por Pea, que combinaba argumentos y teoras con una calidad de presentacin que todava hoy la hace atractiva y moderna. Fichas competa en el mercado con otras revistas prestigiosas, como Pasado y Presente o Monthly Review en castellano, pero se diferenciaba de ellas

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    por centrar sus ejes de anlisis en la Argentina y, a mi juicio, escapar a todo argumento dogmtico. No est de ms sealar que del primer nmero de la revista hicimos 5.000 copias que se agotaron en poco tiempo, aunque luego, por razones de prudencia financiera, fuimos bajando la tirada hasta los 3.000 ejemplares de los ltimas ediciones; esos valores parecen enormes para los hbitos polticos del presente pero que resultaban normales para quienes estbamos experimentando ese trabajo editorial. Como parte del juego, firmamos la mayor parte de los artculos con seudnimos colectivos que no definan a nadie en particular. Vctor Testa poda ser el autor formal de un artculo de Pea o del trabajo de varios, y lo mismo ocurra con los otros seudnimos, de modo que probablemente a esta altura de la historia soy uno de los pocos que puede decir quin escribi qu (y difcilmente quede alguien que pueda afirmar otra cosa con alguna documentacin). Pea muri en diciembre de 1965, despus de haber editado ocho nmeros, y los que quedamos seguimos publicando la revista hasta el nmero 10, que sali a la calle justo cuando el golpe de estado de Ongana provoc que la polica secuestrara metdicamente en kioscos y libreras cualquier ejemplar impreso que pareciera marxista, izquierdista, editado por la Unin Sovitica o, simplemente, opositor. Estoy orgulloso de esa tarea y de haber cumplido con otros compromisos surgidos de ella. El mayor, sin duda, consisti en editar los textos inditos de Pea sobre la historia argentina en una poca de silencio poltico y soledad intelectual. Dividimos el libro en tomos menores, para reducir su costo y facilitar su difusin, aunque la venta resultaba muy lenta en los primeros aos. El clima poltico se modific bruscamente a fines de la dcada de 1960 y los libros de historia argentina (y no slo los de Pea) se difundieron masivamente entre un pblico vido por entender al pas. Otro motivo de orgullo es de haber publicado algunos trabajos tericos que firm como Vctor Testa con la sola idea de sealar que el grupo no haba desaparecido y que algunos seguan trabajando en la tarea iniciada por Pea y concretada en Fichas. Una vez recibido comenc a combinar la tarea de ganarme la vida como ingeniero ms o menos independiente y buscando disponer de tiempo para estudiar la economa y los problemas del pas. La crisis de 1962-63 (provocada, entre otros, por Martnez de Hoz en su primera gestin

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    como ministro de Economa) me oblig a buscar una solucin ms estable al tema de mis ingresos y por eso me postul y obtuve una beca de posgrado de especializacin en ingeniera ferroviaria. El curso duraba 18 meses con el compromiso de trabajar al menos un plazo semejante en la empresa nacional de ferrocarriles que pareca preocupada entonces, al menos formalmente, por disponer de gerentes profesionales especializados en su operatoria. Hacia finales de ese curso, consegu, con otros compaeros, una beca de la embajada japonesa para conocer los ferrocarriles de aquella nacin. Fue as que cumpl 27 aos en Tokio, mientras pasaba un par de meses en Japn, recorriendo el pas y sus plantas fabriles, conociendo su cultura y sus esfuerzos industriales y tecnolgicos. Las exigencias formales no eran demasiado grandes, de modo que dediqu parte de mi tiempo a buscar materiales en ingls (resulta casi innecesario aclarar que en castellano era impensable) para conocer mejor ese formidable proceso de desarrollo. Como fruto indirecto de esa experiencia personal en un pas desarrollado, pero no occidental, escrib tiempo ms tarde, en 1973, una serie de artculos periodsticos en el diario El Economista, de la Argentina; un ao ms tarde los recog y ampli para publicar lo que fue mi primer libro sobre el tema del desarrollo, que se llam El modelo japons. Se trata de un libro simple, de tono periodstico, por su propio origen, pero que destaca lo que todava hoy considero componen algunas variables bsicas del desarrollo de esa nacin. Aprovechando el viaje a Japn, organizamos algunas visitas a empresas ferroviarias en Estados Unidos, por donde obligatoriamente deberamos pasar, sumado a algunos paseos tursticos menores. Fue as que paramos en varias ciudades, desde Nueva York a Anchorage, de manera que pudimos palpar el impulso de esa nacin y la diversidad de sus ambientes. Una nacin nacida de inmigrantes, como la Argentina, que se haba puesto a la cabeza del mundo por su desarrollo. La ltima parada obligatoria de ese viaje previo a los actuales vuelos directos fue Lima, donde sent enseguida que en un par de horas de travesa habamos retrocedido ms de un siglo. Era una sensacin que no poda tener en Buenos Aires, donde todava predominaba la herencia de la gran riqueza de origen agrario y una modernidad que generaba ciertas esperanzas sobre el desarrollo posible.

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    Mi estada en el Ferrocarril estuvo acotada por el compromiso previo de 18 meses debido a que ya entonces era evidente que esa empresa estaba bloqueada por la burocracia interna, las presiones de intereses externos y la indiferencia de su propietario, el Estado, que en general slo se preocupaba por el esfuerzo del Tesoro para cubrir su enorme dficit operativo con una mirada acotada en el corto plazo. Si era imposible actuar como profesional en tiempos normales, ms lo fue a partir del golpe de 1966 cuando la miopa de los generales designados a cargo de la empresa los llevaba a concentrarse en controles burocrticos Ellos emitan rdenes tan pueriles e intiles como usar el dorso de cada hoja para reducir el consumo de papel, o la obligacin de firmar un cuaderno cuando alguien iba de su oficina al bao (tanto a la salida como a la vuelta de l) para evitar, supuestamente, que los empleados se fugaran de sus lugares de trabajo. Lo que no saban, ni podan lograr, era determinar cul era el trabajo que se necesitaba realizar. Esa experiencia en la mayor empresa pblica del pas me permiti reflexionar sobre las formas organizativas, los mecanismos de conduccin y los estmulos internos que requiere una organizacin para actuar. Esos argumentos parecen esenciales para pensar porqu esas variables eran tan elementales como impotentes en el caso argentino frente a lo que haba visto en la empresa estatal japonesa, que fue uno de los pilares del desarrollo de esa nacin. Me fui del ferrocarril para trabajar como consultor en temas de logstica de transporte y en estudios de mercado sobre sectores fabriles. En el primer mbito de tareas, trabaj en varias grandes empresas de capital nacional donde cualquier observador poda advertir la ignorancia de sus directivos sobre la importancia del progreso tcnico y la formacin de cuadros profesionales. Esa ausencia era tal que en una de ellas me llamaban el ingeniero; es cierto que esa opcin se deba a que no podan pronunciar mi apellido pero, tambin, les resultaba una solucin sencilla porque no haba otro ingeniero en una fbrica con cinco mil trabajadores. Al igual que la empresa ferroviaria, ellas estaban viviendo en un mundo esttico, donde no haba cambio ni crecimiento. Eran, en cierta forma, la expresin viva de las teoras de Pea sobre la incapacidad de la burguesa local que poda palpar en mi actividad. Esas empresas continuaron su larga agona hasta que fueron vendidas al capital extranjero durante la dcada de 1990 porque ya no tenan ninguna posibilidad de subsistir en competencia.

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    Una de esas experiencias la realic en una gran empresa fabril filial de un holding externo que, a su vez, tena ms carcter financiero que de organizacin productiva. Todos sus directivos locales eran argentinos nativos (simplemente porque el holding no tena profesionales propios para enviar a Buenos Aires) que se comportaban a imagen y semejanza de sus colegas en empresas de capital local; la nica diferencia consista en que aquellos que estaban en los cargos ms elevados hablaban un buen ingls, que era la nica condicin real planteada por los directivos del holding como parte de su necesidad de comunicarse en su idioma con sus subordinados locales. El resultado era que la conducta de la empresa no se diferenciaba de aquellas de capital local. Las relaciones entre propiedad y control eran transparentes aunque slo mucho tiempo despus encontr en las teoras de Chandler, el historiador, y de Galbraith, el economista, los argumentos que explicaban esas conductas y permitan pensar, a partir de ellas, los resultados posibles de distintas combinaciones de propietarios, tcnicos y ejecutivos. Los trabajos de investigacin de mercado me permitieron conocer el estado de varias ramas fabriles en el pas, aunque los informes pedidos por los comitentes eran tan poco estimulantes como acotados a aspectos mnimos de la situacin de los mercados y la competencia. Pero esas tareas fueron de corta duracin debido a que en 1970 me lleg una invitacin para trabajar en una consultora francesa especializada en planes de transporte. La posibilidad de hacer una experiencia en Pars, cobrando un salario profesional, era demasiado estimulante y part antes de pensarlo demasiado (y hasta antes de hablar francs como debera hacerlo para vivir all). Trabaj as durante un par de aos (1971-72) en el BCEOM, una oficina tcnica propiedad del gobierno francs, encargada de vender planes de transporte (y los consiguientes equipos fabricados en Francia) a las ex colonias africanas. La empresa ensayaba hacer lo mismo en Amrica Latina y esa expansin, frustrada, explica que hayan elegido a un latinoamericano para llevarlo a Pars; esa oportunidad me permiti, adems de acercarme a la cultura francesa, asistir a los cursos universitarios de algunos famosos investigadores sociales de aquel pas, cuya obra repercuta en la Argentina. Era una buena manera de compensar las tediosas tareas de tabular los resultados de encuestas de

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    transporte en Chad, u organizar anlisis de los flujos de automviles que entraban y salan por las autopistas que nacen en Pars. El puesto se haba convertido, de hecho, en estable y tena la oportunidad de quedarme sin plazo, pero no poda superar la sensacin de que all era un extranjero y que deba volver a mi patria, de modo que renunci a mi puesto y tom un avin para volver a Buenos Aires a mediados de 1972, cuanto el pas se diriga a una salida democrtica, pero poco antes de la masacre de Trelew. Esa tragedia me hizo dudar de la ventaja de un retorno en esos momentos, an cuando ya era tarde para arrepentirme. En paralelo a mi trabajo profesional dediqu esos aos a escribir algunas ideas que se centraban en las relaciones econmicas internacionales o lo que entonces se llamaba la problemtica del imperialismo. Esos textos fueron saliendo como libros entre 1973 y 1975: una crtica a la teora del intercambio desigual de Emmanuel (hoy relegada al olvido aunque de gran difusin en aquella poca), una exploracin terica sobre el papel de las empresas multinacionales y, finalmente, un estudio de los movimientos del capital y su significado en la poca del imperialismo (que considero bastante logrado y todava til aunque sali a la calle justo en los das aciagos del rodrigazo y se perdi por muchos aos en los stanos de las libreras de la calle Corrientes). En mayo de 1973 me ofrecieron el cargo de Director del Departamento de Economa de la Facultad de Ingeniera y, como parte de esa tarea, comenc a dictar mis primeras clases sobre Economa Argentina. En septiembre de 1974 la intervencin de Ottalagano me ech de la Facultad a la que no pude volver a entrar porque me lo impedan los recelosos guardaespaldas que controlaban las puertas. Cuando ocurri el golpe de 1976 mis tareas profesionales giraban en torno a proyectos de logstica de transporte y de colaborador y columnista en El Economista hasta que contact a un grupo de intelectuales que haba dictado clases en la Facultad y haban formado el CISEA (Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administracin). Su Director era Jorge Roulet, que haba sido Decano en la Facultad y sus miembros incluan a varios estudiosos brillantes como Dante Caputo y Jorge Sbato, entre otros. Entr como miembro del

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    CISEA y comenc a trabajar, por primera vez, casi exclusivamente como un intelectual en el estudio de la economa argentina. Esos aos fueron muy productivos intelectualmente quizs por el entorno de exilio interior provocado por la dictadura: no era fcil dictar clases ni organizar seminarios amplios con temas crticos y la mayor actividad del grupo se basaba en el debate en pequeos crculos de modo que quedaba mucho tiempo para pensar y escribir. En esos aos avanc en el estudio de las grandes empresas industriales del pas, que consideraba relevante para evaluar la evolucin del sector, hasta realizar la confeccin directa del ranking de grandes empresas (incluyendo una metodologa ad hoc para ello) para disponer de una informacin ms o menos correcta. El ranking se public anualmente en Prensa Econmica y fue continuado por sus editores luego que dej la tarea. El cambio de rumbo de la economa nacional exiga analizar y comprender otras variables y fue as que encar el estudio de la estrategia del ministro de Economa; los textos resultantes fueron publicados todava durante la dictadura militar y, debo reconocerlo, bajo el efecto de cierta dosis de autocensura (como no mencionar los temas militares, por ejemplo) para evitar represalias. Los trabajos sobre Martnez de Hoz fueron juntados en una edicin posterior y reeditados en distintas oportunidades. En diciembre de 1983, el influjo del CISEA como think tank, sumado a la labor de algunos de sus miembros en el partido radical, llev a que varios de mis compaeros pasaran a cargos de gobierno. A partir de entonces, qued como director del Centro. Poco antes haba sido elegido como miembro del Consejo Directivo de CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) donde actu durante ocho aos, un cargo que me permiti conocer de cerca los debates econmicos, polticos y sociales en la regin. Como director del CISEA alent (y trabaj directamente) los estudios sobre los grandes sectores productivos del pas, el agro y la industria as como el tema de la deuda (que pona a la Argentina bajo la dependencia de las grandes finanzas internacionales); tambin continu con los trabajos sobre la clase dominante local que se extendieron desde los

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    anlisis de las grandes empresas locales hasta los estudios en profundidad de las caractersticas y comportamiento de las grandes organizaciones de expresin corporativa del empresariado nacional porque el conjunto de esas variables explicaba, a mi entender, los problemas de la Argentina para salir del subdesarrollo. A fines de esa dcada escrib una breve historia del grupo Bunge y Born en la Argentina, uno de los primeros estudios sobre empresas que se llev a cabo en el pas, aunque de carcter exploratorio y preliminar. Ese estudio se public como libro precisamente cuando el presidente electo C. Menem anunciaba que dicho grupo sera el proveedor del ministro de Economa de su gobierno. La historia de Bunge y Born fue presentada en un seminario en Tokio y publicado all en japons aunque nunca pude (ni intent) verificar si la traduccin era correcta. Durante los 9 primeros aos de la democracia el CISEA se mantuvo como un importante espacio de reflexin, que lleg a contar con cerca de 50 personas, entre investigadores y personal de apoyo, con gran independencia intelectual. Una de las fuentes de esa independencia eran los subsidios de organizaciones del exterior, interesadas en sostener un mbito de influencia intelectual en un pas que haba sufrido una dictadura como la que conoci la Argentina. Esas organizaciones no exigan ninguna contrapartida en trminos de orientacin poltica en el ms amplio sentido del trmino y esa actitud fue un aporte esencial para definir la estrategia del centro sin limitaciones. A partir de 1990, esas fuentes de ingreso comenzaron a perderse. Por un lado porque las fundaciones europeas se orientaron al Este de su continente que acababa de abrirse al mundo y estaba demasiado cerca de sus propias naciones; por otro, porque el atraso del tipo de cambio en el pas exiga muchos ms dlares para mantener la organizacin. Esas causas, junto con indudables errores de conduccin, llevaron a la progresiva contraccin del CISEA hasta su desaparicin efectiva como grupo intelectual a comienzos de la dcada de 1990. En esos aos particip en numerosos seminarios en el exterior y dict clases en varias universidades. Destaco, entre ellas, dos invitaciones desde Francia. Una, de la Universidad de Pars III (va el Instituto de Altos Estudios de Amrica Latina) para dictar un curso de un semestre en temas del desarrollo industrial en nuestro continente y, otra, posterior,

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    de la Universidad de Pars VII. Tambin dict cursos de posgrado en diversos lugares de la Amrica Latina, como en la Universidad Federal de Ro Grande do Sul (un curso sobre integracin industrial en el Mercosur), la Universidad Autnoma de Mxico (sobre desarrollo en la regin) y en la Universidad de Montevideo (sobre tecnologa y desarrollo). Luego de un par de aos de actuacin en esas y otras diversas actividades menores, entr en 1994 como docente investigador a tiempo completo en la Facultad de Ciencias Econmicas de la UBA que no dud en incorporarme pese a que mi nico ttulo profesional segua siendo el de ingeniero En una primera etapa prepar una especie de compendio de mis estudios sobre la industria argentina al que agregu nuevos enfoques; el libro termin convertido en una historia del sector que analiza las polticas pblicas y las actitudes de los empresarios frente a la tecnologa hasta ofrecer un panorama matizado de su evolucin desde el siglo XIX hasta hoy. En Ciencias Econmicas organic, primero, el CEEED (Centro de Estudios Econmicos de la Empresa y el Desarrollo) y, luego, el CESPA (Centro de Estudios sobre la Situacin y Perspectivas de la Argentina) donde preparamos y publicamos numerosos estudios sobre el pas. En cierta forma, ambos centros fueron los continuadores del CISEA y su tarea refleja mis inquietudes a lo largo de varias dcadas de trabajo intelectual.

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    De nuevo sobre la burguesa nacional. Una nota

    breve con fines didcticos *.

    Jorge Schvarzer

    La burguesa nacional se ha puesto, nuevamente, de moda en estos das. En rigor, bast que el presidente de la Nacin mencionara su inters por consolidar ese grupo social para que se lanzara un debate amplio sobre un tema que haba quedado debajo de la alfombra en los aciagos aos 90. Ese olvido era explicable cuando la prioridad de la poltica econmica se volcaba a la especulacin financiera y el aliento sin lmites al ingreso y salida de divisas en el pas. Era explicable, tambin, debido a que buena parte de la opinin pblica haba perdido su entusiasmo por esa burguesa local desde fines de la dcada del ochenta; las experiencias concretas y desafortunadas que experiment la sociedad frente a algunos de los mayores empresarios y ejecutivos locales fueron determinantes en ese sentido. Pero ni la desilusin ni la moda son buenos consejeros.

    * Artculo publicado en Realidad Econmica nro. 201 2004. Se agradece la autorizacin para su reproduccin.

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    La burguesa nacional, por otra parte, estaba de moda ya hace medio siglo en la Argentina. En ese entonces, Milcades Pea comenz un estudio sobre ella sealando que era tan famosa como la Dolores de Calatyud (recordando una cancin de moda hoy ms olvidada que la propia burguesa nacional). Su conclusin, luego de un largo recorrido de apuntes biogrficos sobre la conducta y percepciones visibles de los miembros ms encumbrados de la burguesa local, consisti en que no posea ningn fuego revolucionario; por lo tanto, predeca, ella sera incapaz de enfrentar a los terratenientes y al imperialismo, que se oponan a las tareas de la emancipacin nacional. Su tesis fue confirmada por la historia siguiente, que mostr una y otra vez la incapacidad de los sectores dominantes del pas de avanzar siquiera en el sendero del desarrollo econmico; ms all de avances parciales, no siempre despreciables pero nunca consolidados, la Argentina sigui un derrotero con vaivenes lamentables que, a partir de 1976, se convirti en un claro retroceso de sus estructuras productivas y sociales. La moda de la burguesa nacional, en realidad, haba comenzado un siglo antes de Pea, pero ya no como un tema local, sino como una visin sobre un grupo social cuyo destino supuesto consista, entre otras variables, en promover el desarrollo de los pases avanzados. Irnicamente, esa idea aparece en el Manifiesto Comunista, publicado por Marx y Engels en 1848. Ese texto presenta una de las visiones ms elogiosas que se haya escrito del carcter transformador de la burguesa de las primeras naciones industriales, aunque su contenido estuviera destinado a promover su derrocamiento. Si bien es cierto que ese manifiesto inaugura la gran oleada poltica del movimiento comunista, no es menos cierto que all se presentan afirmaciones de orden histrico que tienen un carcter positivo y diferente a la propuesta final. La burguesa, dice, ha desempeado en el transcurso de la historia un papel verdaderamente revolucionario ... ha producido maravillas mucho mayores que las pirmides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales gticas ... En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesa ha creado energas productivas mucho ms grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el control de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicacin de la qumica a la industria y la

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    agricultura, en la navegacin a vapor, en los ferrocarriles, en el telgrafo elctrico, en los ros abiertos a la navegacin, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo.... Basta releer ese texto, del que apenas citamos unas lneas, para confirmar que los autores del Manifiesto hacen afirmaciones que provocaran el enojo de muchos de sus presuntos seguidores, quienes vuelcan, con ms entusiasmo que rigor, su inters exclusivo sobre las pginas profticas que siguen. Por eso, muchos lectores no parecen reconocer que durante el siglo y medio que sigui a ese texto, la burguesa (en rigor, algunos grupos burgueses) sigui recorriendo ese camino de revolucionar constantemente las fuerzas productivas y las relaciones de produccin, tarea que no se ha detenido. En efecto, bastara reemplazar los ejemplos sealados en aquel texto clsico por los aviones a reaccin, el telfono celular, la biotecnologa, la computadora y los casi increbles efectos de las redes de internet, para que parezca un texto actual. En resumen, Marx y Engels le otorgan un carcter revolucionario a la burguesa de los pases desarrollados donde el trmino revolucionario tiene un doble sentido. Por un lado, ellas revolucionan las tcnicas productivas y, al mismo tiempo, provocan un cambio profundo en las relaciones sociales. El pronstico de aquellos tericos termina afirmando que ambas transformaciones estn generando la clase social destinada a derrocarla y superar el proceso histrico, apoyado en la nueva riqueza creada por la revolucin productiva. Pero un diagnstico es muy diferente a un pronstico y resulta tan decisivo comprender porque se lanz aquel como interpretar porqu no se cumpli. La tarea es compleja y escapa a esta nota, pero lo cierto es que durante el largo siglo y medio que sigui a esa propuesta, la burguesa de las naciones desarrolladas continu generando un enorme avance de las fuerzas productivas y las consiguientes transformaciones sociales que han convertido a las sociedades modernas en fenmenos muy distintos a los del pasado. La expansin del nmero y riqueza de las clases medias desminti la hiptesis de la tendencia a la concentracin del sistema en slo dos clases enfrentadas. En el lado negativo del balance figura, sin duda, una explotacin despiadada de los trabajadores (pero no de todos), las groseras disparidades distributivas, el atropello a las sociedades ms

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    pobres y la destruccin de las riquezas naturales del planeta. An as, no parece menos asombroso que cientos de millones de personas viven hoy disponiendo de un acceso a bienes y servicios cuya magnitud y calidad estara ms all de las posibilidades, y hasta de la imaginacin ms portentosa, de los reyes y prncipes del pasado. Esa burguesa pionera fue imitada por otras que tendieron a incorporar a sus naciones, y a si mismas, como clase dirigente, a la fiesta del desarrollo econmico; ellas son las burguesas nacionales del presente que existen en diferentes lugares del planeta. Es un hecho que puede verificarse que no hay nacin desarrollada, ni en proceso firme de desarrollo, que no est dirigida por una burguesa nacional dispuesta a generar el mximo de riqueza en su pas y hacer or su voz en el concierto mundial. Japn fue el primero en imitar la experiencia de las naciones ms desarrolladas de Europa y Estados Unidos a fines del siglo XIX, pero no fue el nico caso; en el ltimo medio siglo lo imitaron, a su vez, las burguesas de Corea del Sur y Taiwan, entre otras, como ejemplo de que el desarrollo nacional es posible, aunque de ninguna manera fcil, en los tiempos modernos. Y hasta la China, controlada polticamente por los herederos del partido comunista, est siguiendo un curso similar a un ritmo que no tiene antecedentes en la historia. La nueva riqueza de Corea del Sur presenta uno de los datos ms sugestivos al respecto. El producto bruto per capita de esa nacin ha crecido cien veces en valores nominales en los ltimos 40 aos y unas veinte veces en valores reales; ms an, ese proceso sigue avanzando ao a ao casi sin respiro. Una nacin que se contaba entre las ms pobres del universo, que haba pasado ms de medio siglo como colonia japonesa y sufrido, durante la dcada del cincuenta, una guerra de dimensiones colosales, pas de un salto a convertirse en un modelo de nacin en desarrollo que va camino de ubicarse entre las potencias del planeta1. No resulta casual que en ese avance surgieran grupos empresarios poderosos que avanzan con su oferta productiva sobre todo

    1 Corea pas de unos 100 dlares corrientes per capita en 1960 a ms de 10.000 dlares en el presente. Pero su crecimiento, del orden de 7% a 8% por ao, implica un avance geomtrico de aquel indicador, de modo que las cifras slo tienen valor como ejemplo significativo.

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    el mercado mundial. Los mayores chaebol, como se conoce a esos grupos, han ganado un espacio entre las mayores empresas del mundo y sus nombres son hoy conocidos urbi et orbi. Adelantmonos a sealar que no es posible comparar a los chaebol con los capitanes de la Argentina; cualquier intento en ese sentido dejara muy mal parados a estos ltimos. Ningn grupo local alcanz las dimensiones de aquellos, ni presenta su dinamismo, aunque hay varios que se forjaron como grandes mucho antes de que los empresarios coreanos pudieran siquiera ser considerados como tales2. Peor an, los capitanes locales, como parte de la sociedad argentina y de sus grupos dirigentes, fueron incapaces de transformar la Argentina y ponerla en el camino del desarrollo; y esto a pesar de que, en trminos objetivos, la tarea era mucho ms fcil aqu. La disponibilidad de recursos naturales, que permiti alcanzar elevados niveles de ingreso en la Argentina a comienzos del siglo XX, sumado a un amplio grado de formacin social y educativa, ofreca una base de sustentacin muy superior a la de aquel remoto y pobre rincn del Asia. Primera aclaracin necesaria sobre el rol de la burguesa Burguesas hay en todos lados, pero no todas son revolucionarias, ni capaces de impulsar las fuerzas productivas en el camino del desarrollo y la transformacin social. Las que no lo son pueden ser definidas como burguesas a secas; el marxismo las defini a veces como compradoras o parasitarias. En cambio, conviene reservar el trmino de burguesa nacional para aquellos grupos sociales identificados con las tareas de promover el desarrollo de un pas. Esos objetivos no son altruistas, sino que coinciden, naturalmente, con sus propios intereses o, mejor dicho, con la percepcin de sus intereses a mediano plazo. La diferencia no es menor porque muchas de ellas mantienen visiones cortoplacistas que bloquean la visin del futuro posible; la visin de ms largo plazo se construye, en general, a partir de la actividad propia de grupos de

    2 Entre las 500 empresas ms grandes del mundo clasificadas por Fortune figuran ya 10 chaebol, que facturan entre 10.000 y 40.000 millones de dlares por ao; en cambio, no hay ninguna de origen argentino.

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    funcionarios pblicos, e intelectuales, que se plantean el futuro y acomodan las polticas prcticas a las convergencias entre las demandas de distinto plazo. Lo esencial es que, a medida que se desarrolla autnticamente una nacin, crece su demanda interna, progresan amplios sectores sociales y, tambin, las empresas que la abastecen y que se consolidan para alcanzar posiciones an mayores en el mbito mundial. El desarrollo real es un proceso que puede beneficiar a amplias capas de la poblacin (aunque no todos reciban una proporcin semejante de esos beneficios) porque, al ampliar la capacidad productiva de una nacin, se amplia la demanda de trabajadores (desde los intelectuales hasta los manuales) que, a su vez, se convierten en demandantes de nuevos bienes y servicios. En el espritu de Marx y Engels est presenta la idea de que el mejor reparto que se pueda hacer de los bienes disponibles en los pases pobres no alcanza para salir de la prehistoria y cambiar la humanidad. Hace falta el incremento sostenido de la riqueza, generado por la revolucin tcnica y organizativa de la produccin, para disponer de una plataforma formidable que permite plantear nuevas posibilidades y tareas. El socialismo que proponan era una utopa para las sociedades ricas y no imaginable para las pobres. No se trata de negar la importancia de la equidad, que es un valor en s misma, sino de sealar sus lmites prcticos frente a los horizontes inimaginables hasta hace poco que abre la aplicacin sin pausa de la ciencia y la tecnologa a la produccin y al cambio social. Esos pensadores imaginaban el socialismo como un sistema basado en el potencial de la riqueza social casi sin lmites que creaba la burguesa revolucionaria. Tanto es as que los primeros partidos herederos de esas ideas estaban convencidos, a fines del siglo XIX y tambin a comienzos del XX, de que lo que ellos llamaban la revolucin democrtico burguesa, encargada de remover las ltimas trabas al desarrollo de una moderna sociedad industrial, precedera inevitablemente a la revolucin socialista. El propio Lenin afirmaba esa tesis sin descanso hasta que cambi, repentinamente, de idea en abril de 1917, en medio de la oleada revolucionaria en Rusia; la historia registra las protestas de muchos de sus compaeros que no podan comprender ese cambio de paradigma de su lder poltico. Recin a partir de entonces se comenz a

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    imaginar, y pocos tiempo despus a ensayar, la posibilidad de encarar el desarrollo sin burguesa en un pas subdesarrollado. Esa tarea se apoy en la tesis conformista del socialismo en un solo pas que dictamin Stalin para cambiar el rumbo de sus polticas cuando se agotaron las esperanzas de los bolcheviques en una revolucin en Alemania (y de all hacia toda Europa occidental) que asegurara el avance de Rusia. De la esperanza en el socialismo a escala planetaria se pas a una tesis localista que se convirti, sin embargo, en dogma de fe, tal como ocurri con la mayora de los balbuceos argumentales de aqul dspota. La Unin Sovitica, primero, y otros pases algunas dcadas ms tarde, entraron a tientas en un camino no conocido, buscando crear desde la nada los instrumentos y estructuras que no haba construido la burguesa, con resultados positivos pero que difcilmente pueden ser evaluados como edificantes. Despus de nada menos que 70 aos de aplicacin del comunismo, un plazo histrico notablemente prolongado para una experiencia de cambio tan profundo, la Unin Sovitica se derrumb exhibiendo una sociedad que no haba llegado ni lejanamente a igualar siquiera las variables positivas que hoy caracterizan a las ms desarrolladas (pero manifestando muchas de las negativas). El gobierno sovitico poda fabricar armas nucleares y satlites pero no poda ofrecer un nivel de vida razonable a sus ciudadanos; menos an, no saba ni poda ponerse a la vanguardia de la revolucin tecnolgica que alimenta la transformacin social. No parece poca cosa que no se conozca ningn producto nuevo, ni medicamento ni equipo para mejorar las condiciones de la vida cotidiana, que se haya forjado durante ese largo perodo en la nacin que era considerada la segunda potencia mundial y rival del capitalismo. Buena parte de la culpa fue atribuida a las barbaridades del stalinismo, que estremecen an hoy a la conciencia humana, pero Stalin muri 40 aos antes del colapso de la Unin Sovitica y sus sucesores no fueron capaces, o no tuvieron intenciones, de encontrar un rumbo diferente por razones que se deben explicar con argumentos sociales y econmicos. El carcter casi espontneo de ese colapso es otra seal de la debilidad profunda de un rgimen que se expona, verbalmente, como destinado a superar y reemplazar al capitalismo.

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    Es cierto que estos ltimos diez aos de transicin han contribuido a destrozar buena parte del tejido social y cultural forjado en la Unin Sovitica durante el perodo comunista, pero an as el balance es lamentable. El producto per capita de la Rusia actual es inferior al que registra Brasil, pas a quien nadie pondra en la categora de desarrollado; peor an, la franja de naciones de la ex Unin que se recuestan sobre el costado sudeste de su geografa, en la zona del Cucaso (como Chechenia, Kurdistn, etc.) no exhiben mejores signos de ingreso y bienestar que las naciones menos favorecidas del mundo. La semejanza de su situacin econmica y social con la de sus vecinos pobres, del otro lado de la frontera asitica, que nunca pasaron por el socialismo, no es menos sorprendente cuando se consideran los discursos elogiosos del pasado a la solidaridad socialista. Y esa semejanza pasa tambin por el hecho de que esas nuevas naciones parecen demasiado dispuestas a embarcarse en las luchas fratricidas que caracterizan a toda esa regin del planeta y que, sin duda, hubieran provocado los comentarios ms despectivos del propio Marx sobre su atraso histrico si las hubiera visto como estn ahora. En resumen, un siglo y medio despus del Manifiesto no han surgido alternativas claras, en la prctica, a las tareas de transformacin que emprendieron algunas burguesas en algunas partes del mundo y que, por eso, fueron llamadas nacionales o industriales. En parte, ese fracaso depende del propio desarrollo de los pases que tomaron la posta en la carrera mundial y cerraron el paso a los otros, pero esas relaciones no alcanzan para explicar las diferencias. Primero, porque hay naciones pobres que crecen y parece difcil asignarle al imperialismo (para utilizar una palabra simplificadora de conceptos mucho ms complejos) la hegemona absoluta sobre el planeta, sumado a una actitud tan esquizofrnica y cnica como la querer el desarrollo de algunos y negarse al de otros. Sin duda, Corea del Sud y Taiwan se vieron favorecidos por su situacin en la frontera con el comunismo, pero eso no ocurri con Afganistn o Turqua que presentan una ubicacin semejante. Ese argumento tampoco permite explicar el increble avance actual de la China a la que ya no puede calificarse de comunista (ms all de que el control poltico del pas siga en manos de un partido de ese nombre). Segundo, porque el desarrollo no es un proceso espontneo, como lo suponen los modelos a la Rostow o los ms formales del mercado, visto

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    como Deus ex machina del progreso, sino el producto de una decisin consciente tomada por actores locales decididos y con fuerza poltica y social para enfrentar a quienes se oponen. Uno de los mayores problemas del subdesarrollo reside, precisamente, en la ausencia de esos actores porque sin ellos no hay solucin. La burguesa nacional fue un actor relevante en ese sentido en muchas naciones y, al menos hasta ahora, no se visualiza otro actor social con un dinamismo semejante, aunque eso no quiera decir que no pueda aparecer en el futuro (de nuevo, conviene recordar que un diagnstico correcto no lleva necesariamente a un pronstico acertado). Segunda aclaracin necesaria sobre el carcter de la burguesa No bien se comienza a hablar de la burguesa, una cantidad de intelectuales piensan, con un clsico reflejo pavloviano, en los empresarios y, sobre todo, en los dueos de fbricas. E inmediatamente comienzan a mirar a la clase empresaria en busca de sus presuntos o potenciales grmenes transformadores (o revolucionarios). Pero el concepto de empresario, o patrn, es diferente del concepto de burguesa. Esta ltima idea clasifica a un conjunto social ms amplio que la del mero empresario; la burguesa, como nocin, abarca a los empresarios pero no se limita a ellos. El concepto de burguesa incluye, al menos, a los intelectuales que promueven su avance, a los funcionarios pblicos que la apoyan, a los polticos y a otras capas sociales dispuestas a acompaarla. Las traducciones de los textos fundadores vuelven a confundir el sentido del trmino, porque Marx hablaba de los intelectuales de la burguesa y eso fue ledo como si los intelectuales fueran dependientes de la burguesa y no parte de ella. Es cierto que algunos son comprados, o seducidos, por los empresarios, pero hay muchos que defienden el desarrollo como proyecto econmico y social y sus acciones convergen con los agentes que pueden promoverlo sin ser empleados de los otros. La diferencia resulta esencial porque en un caso predomina la visin de un solo grupo social lder que dirige a los otros, mientras que, en el otro, puede admitirse la presencia de una alianza de sectores, con fuerza diferente, pero no por eso menor en sus consecuencias, que provoca el desarrollo.

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    De nuevo, la experiencia de Corea del Sur resulta sugestiva. No haba empresas en ese pas a mediados del siglo XX y, naturalmente, tampoco haba empresarios dignos de ese nombre. En ese entonces, las tareas del desarrollo fueron imaginadas inicialmente por un grupo de militares y tecncratas en el poder que lo vean como la nica manera de consolidar su nacin, frente al desafo y la amenaza del comunismo en la porcin Norte del territorio. Toda la literatura disponible sugiere que fue la poltica del gobierno la que cre a los grupos empresarios coreanos y los apoy hasta que se consolidaron productivamente. El apoyo incluy la reserva del mercado local, la restriccin a la entrada del capital externo en diversas actividades, la oferta de crditos fciles a tasas muy bajas de inters, las compras estatales dirigidas a ellos, etc. Uno de los resultados ms espectaculares fue que el dueo de un pequeo taller barrial de reparacin de automotores se convirti, gracias a ese apoyo, en la cabeza de uno de los ms poderosos grupos empresarios en el mbito internacional. El proceso no estuvo exento de corrupcin, tema que hoy preocupa a Corea, pero esa corrupcin no impidi el desarrollo sino que lo acompa en sus primeras etapas mientras funcionarios, intelectuales y empresarios preparaban las condiciones para el gran salto adelante de los empresarios a quienes daban vida. Algo similar puede decirse del Brasil, con todas las restricciones que corresponda. Fueron los gobiernos militares de aquel pas, desde mediados de la dcada del sesenta en adelante, los que impulsaron el desarrollo nacional y la construccin de un clase empresaria con cierta vocacin de burguesa nacional, aunque los resultados no se parezcan tanto a los observados en los casos exitosos en la historia moderna. Ese primer perodo, seal un intelectual brasileo, se caracteriz porque nunca antes tanta gente se hizo tan rica sin merecerlo. An as, muchos de ellos se hicieron ricos en la produccin, en fuerte contraste con la Argentina moderna, donde tambin hubo muchos que se hicieron ricos sin merecerlo pero con el agravante histrico de no haber pasado jams por la propiedad de una empresa productiva. Estas imgenes remiten al argumento de que el estado puede tener relativa autonoma de las clases sociales locales. Una frase altisonante de Marx pareca negarlo, al decir que el estado es el comit ejecutivo

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    de la clase dominante, expresin que fue tomada al pi de la letra por sus seguidores. Pero el propio Marx, que era muy cuidadoso en sus anlisis prcticos, seal, por ejemplo, la autonoma relativa de Luis Bonaparte y su estado en la Francia de mediados del siglo XIX. Irnicamente, un argumento fuerte en un anlisis concreto se convirti en especial; contra el sentido comn, esa frase marcando el fenmeno de la independencia relativa del estado en determinados momentos, llev a la nocin de lo que se denomin bonapartismo, suponiendo que se trataba de un caso particular de lo que se consideraba una rgida ley social. El control absoluto de la burguesa sobre el estado se convirti en dogma de fe, aunque la repeticin del fenmeno de la independencia relativa de ste en distintos mbitos y en diferentes momentos de la historia permite sostener lo contrario: el bonapartismo se parece ms a la forma real de la autonoma del estado, aunque ocurra slo en determinadas oportunidades, y tiene poco de especial. El control hegemnico del estado por la clase dirigente es una de las formas elaboradas por la historia pero no la nica sino el ideal al que tiende esa clase, aunque no siempre lo consiga. De all que parece ms lgico hablar de grados de autonoma que del control absoluto de una clase. En definitiva, hay dos cuestiones que se deben precisar para debatir el tema. Primero, el argumento consistente en que la burguesa es mucho ms que la clase de los empresarios en s permite desmontar la cuestin, tan repetida en el pas, de cmo se hace el desarrollo si no hay burguesa. No hay muchos empresarios locales que tengan como objetivo el incremento de la produccin y de las tcnicas para lograrlo, pero ellos pueden ser incentivados, mientras se crean otros nuevos, hasta que ocupen un espacio ms amplio en el panorama poltico, econmico y social. Como en la vieja pregunta casi filosfica de quin naci primero, el huevo o la gallina, la respuesta prctica es que se puede comenzar con uno de los dos para tener luego a ambos. En este punto entra la cuestin del estado y su grado de autonoma relativa respecto a la clase dominante como un factor que no puede ignorarse en una reflexin de este tipo (no para decir que el estado es autnomo por definicin sino para observar el proceso completo de su organizacin y conducta para evaluar su potencial influencia en el desarrollo).

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    Las iniciativas de dirigentes polticos, intelectuales y funcionarios en pro del desarrollo y, con l, de la burguesa nacional como agente funcional a ese proceso, se repiten en todas las historias exitosas. En rigor, parecen muy escasas las ocasiones en que se puede observar la presencia de un grupo de empresarios que demanda polticas de desarrollo antes que otros grupos sociales. Y esto se explicara hasta por el absurdo: si no hay polticas al efecto, de dnde salen y cmo crecen originalmente esos presuntos empresarios nacionales?. El cada vez ms vasto y complejo debate sobre la transicin del feudalismo al capitalismo exhibe esa problemtica y sus impactos sobre el pensamiento acadmico y poltico. Algunos trazan a una burguesa creciendo en el seno del sistema feudal, hasta que en algn momento, se vuelve contra ste, mientras otros ven fuerzas externas al sistema social que incentivan el cambio. Los argumentos se afilan pero las dudas se mantienen mientras que las soluciones ocurren en la experiencia social, la nica en definitiva, que ofrece la verdad que deben analizar los cientficos. La dura experiencia argentina La experiencia argentina muestra las dificultades de avance de una burguesa productiva en una nacin donde la fertilidad de la pampa ofreca prdiga los frutos de la riqueza sin el recurso a la tecnologa y la produccin moderna. La poderosa imagen de una regin cuyos recursos naturales podan sostener el progreso ilimitado del pas era dominante, con cierta lgica histrica, a comienzos del siglo XX, pero se mantiene, todava, en amplios sectores sociales que siguen mirando con melancola ese pasado que creen exitoso. Tuvo que ocurrir la enorme crisis de 1929 y sus prolongados efectos negativos para que el proceso comenzara a cambiar en la prctica, aunque no en la mentalidad de los grupos dirigentes, que seguan esperanzados en un regreso a la economa agro exportadora que tan buenos resultados pareca haber dado al pas. La lenta puesta en marcha y/o ampliacin de empresas fabriles, junto con el demorado proceso de organizacin de un aparato estatal preparado para sostener su marcha mediante el control aduanero, las medidas de compre nacional, el crdito, etc., fueron creando las condiciones para un avance que a

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    mediados de la dcada del setenta exhiba el potencial para un cambio progresista. Parece evidente que esa nueva burguesa no era tan revolucionaria ni tan independiente- como para enfrentar abiertamente a los terratenientes y al imperialismo, pero s que tena capacidad para preparar una nueva configuracin de fuerzas en el pas que poda haber dado lugar a nuevos cambios. An as, marcaba un camino. Alguna vez los marxistas clsicos recurrieron al argumento original del camino prusiano para dar cuenta de un fenmeno histrico distinto a los postulados clsicos que parecan sealar la destruccin de los terratenientes como condicin inevitable de la revolucin burguesa. El avance fabril, que forjaba una nueva clase obrera, fue destruido a partir del golpe de estado de 1976. Los militares argentinos, a diferencia de sus semejantes en otras naciones, fueron liderados por un grupo que se asoci con el antiguo poder econmico y social local para dar lugar a una experiencia que termin por modificar la Argentina, pero en sentido inverso al deseado para el desarrollo. La poltica monetaria y especulativa que se inici entonces, y que se repiti hasta llegar al paroxismo en la dcada del noventa, destruy la mayor parte de las bases productivas del pas, as como buena parte de la estructura del sector pblico que las haba alimentado, mientras preparaba las condiciones de una sociedad supuestamente renovada. Esta nueva organizacin se basa en la oferta creciente de materias primas, condicin que permite que ella sea acompaada por la desocupacin masiva y el hambre en el granero del mundo. El retroceso argentino ofrece un paradigma en un mundo plagado de fenmenos negativos. En pocas sociedades se asisti a un desmantelamiento tan amplio de los factores posibles del desarrollo con excepcin, quizs, de Rusia (y alguno de sus antiguos satlites), en la dcada del noventa. No cabe duda de que ese retroceso afect no slo a los empresarios (en la medida en que desaparecieron muchos de los ms activos mientras otros cambiaban su actitud para sobrevivir), sino tambin a la mayora de los funcionarios pblicos (debido al desmantelamiento de buena parte del aparato estatal creado durante las dcadas previas) y a una fraccin de los intelectuales (parte de los cuales pasaron a cobijarse bajo la proteccin de los nuevos amos del pas).

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    La fascinacin crtica de algunos observadores actuales frente a los grandes grupos econmicos locales tiende a ignorar que estos tienen una parte apreciable del poder pero no todo el poder. La hegemona real est en manos de los grupos financieros, y algunos sectores asociados, que han logrado transformar a la Argentina a su imagen y semejanza con las consecuencias que estn a la vista de todos. La batalla por el desarrollo exige enfrentar a esos grupos en condiciones sociales difciles, donde la desaparicin de varios de los antiguos actores potencialmente progresistas es uno de los elementos negativos. Pero las alternativas a dar la batalla por el desarrollo parecen ms difciles an: o un estancamiento prolongado que lleva al conflicto creciente, dada la imposibilidad de que se puedan satisfacer las ms mnimas demandas sociales, o un cambio profundo hacia los modelos estatistas autoritarios que fracasaron en otros lados y que se pueden volver a intentar aqu. Ms que explorar esos temas decisivos, vamos a volver sobre la cuestin de la burguesa nacional, explorando un ejemplo especial. La experiencia de SIAM La historia de la mayor empresa metalmecnica de toda la Amrica latina ofrece datos que merecen ser tomados en cuenta en este anlisis3. SIAM fue fundada por un autntico capitn de industria, Torcuato Di Tella, en 1911 y desde entonces emprendi un camino tpico de las grandes empresas industriales dinmicas y exitosas. Di Tella comenz construyendo mquinas para amasar pan, sigui fabricando surtidores de combustible para YPF y se lanz, a fines de la dcada del veinte en una enorme inversin fabril para liderar la produccin del sector en el pas. Algunos funcionarios pblicos, entre los que se incluye el general Mosconi, entonces presidente de YPF, contribuyeron enrgicamente a ese proceso de consolidacin. La crisis de la dcada siguiente oblig a la empresa a reconvertirse, de modo que muy pronto fue productora de heladeras comerciales y otras que le permitieron hacer conocer su marca en todo el pas. La dcada del cincuenta fue de consolidacin, otra vez

    3 Esta parte de la presentacin adelanta un resumen de un estudio sobre la empresa que estamos llevando a cabo con Marcelo Rougier y del cual se presenta un artculo en este mismo nmero.

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    con el apoyo estatal, mientras la empresa se lanzaba a fabricar desde todo tipo de bienes durables para el hogar hasta motonetas y, finalmente, entrar a la industria automotriz. En el nterin, el fundador falleci y comenzaron los tpicos problemas de encontrar a un nuevo lder. Los directores no tenan esa capacidad y los hijos no queran ocupar ese puesto que qued relativamente vacante durante, quizs, demasiados aos. En ese perodo de transicin, la empresa realiz apuestas apreciables hasta encontrarse, de pronto, en una crisis de crecimiento: abultadas deudas y problemas de competencia en el mercado comenzaron a presionar sobre un conglomerado cuya dimensin ya escapaba a los controles fciles de una persona o familia. El tema est en estudio, pero a comienzos de la dcada del setenta se aprecia una empresa con escasa direccin tcnica, agobiada por deudas financieras y acometida por un estado que pareca demasiado interesado en cobrar sus impuestos. Para decirlo de manera muy sinttica, haba funcionarios que vean en SIAM a un contribuyente, cuya cada poda provocar problemas de empleo (dada la cantidad de operarios que tena entonces) pero que no siempre la consideraban como lo que era: un acervo productivo de importancia potencial decisiva para el pas. Las posiciones al respecto no eran unnimes. Algunos funcionarios pensaban de manera positiva y algunos de ellos participaron en la intervencin oficial de la empresa, que qued bajo la gestin pblica debido a sus deudas con el Tesoro. Pero poco despus cambi la orientacin del gobierno argentino, debido al golpe militar de 1976, y SIAM qued como rehn de ministros que despreciaban a la industria y miraban con temor la presencia masiva de trabajadores en las plantas fabriles. La empresa fue agonizando durante aos mientras se la intentaba, sin xito, privatizarla. Cuando se recuper la democracia, SIAM era una sombra y su destino ofreca pocas expectativas. Finalmente, fue privatizada por sectores de actividad aunque las nuevas empresas resultantes fueron cerradas, en su mayora, en el curso de la dcada del noventa.

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    La moraleja es bastante clara. La empresa no pudo reconstituir una direccin adecuada para sus dimensiones luego de la muerte del fundador, pero el estado no supo como ayudarlos en la tarea. Librados a s mismos, los empresarios pueden fallar. Librado a s mismo, el estado puede no saber qu hacer. Pero el problema argentino, visto en este caso especial, fue que ni la direccin de la empresa ni la dirigencia estatal fueron capaces de converger hacia la proteccin de un acervo productivo y su desarrollo posterior. Esta es una de las mayores diferencias que se observan en el caso argentino con el coreano, por ejemplo, que tenda a considerar a sus empresas locales como parte del desarrollo nacional. En otras palabras, el fracaso del proyecto implcito en SIAM se debi a la ausencia de una burguesa real (la que incluye al estrato de empresarios y funcionarios pblicos que la acompaa) capaz de consolidar un proceso donde ni siquiera pareca imprescindible enfrentar a la burguesa o al imperialismo. Para que aquella situacin no vuelva a repetirse harn falta empresarios, pero tambin, y quizs sobretodo, funcionarios e intelectuales que crean en esa evolucin y sean capaces de forjar las herramientas para consolidarla.

  • La lgica poltica del poder econmico.

    Ricardo Aronskind*

    Introduccin: Quin es el sujeto social del desarrollo? En la periferia del sistema econmico mundial sigue siendo una pregunta de difcil respuesta. Las experiencias exitosas no son muchas, y en cada caso ha habido particularidades histricas que vuelven muy incierto el objetivo de buscar rplicas locales de los factores que incidieron decisivamente en el despegue de algunos pases. En el caso argentino, es ms fcil contestar quienes son, en todo caso, los actores del subdesarrollo, es decir, las fuerzas sociales que con sus prcticas han generado retrocesos significativos en trminos econmicos, sociales y culturales en nuestro pas. Nos referimos a quienes han tenido las capacidades necesarias, tanto econmicas como polticas para definir el rumbo de la economa, ya que

    * UBA-UNGS

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    concentran las principales palancas en el proceso de acumulacin de capital y de decisin de los usos del excedente econmico. Son quienes han contado con los recursos materiales y sociales para incidir fuertemente en la orientacin general de las polticas econmicas, o al menos para dificultar o impedir que la sociedad adopte estrategias econmicas alternativas. A ese ncleo no necesariamente homogneo- de capitales concentrados, implantados en diversas reas del tejido econmico, y que tiene capacidad poltica de incidencia sobre el estado y el resto de la sociedad, lo llamaremos en este ensayo el poder econmico. Es claro que la mayora de los empresarios no constituyen el poder econmico. Muchos de ellos tienen un grado de intervencin nulo en las pujas de poder en que se embarca el poder econmico, y eventualmente son perjudicados por su accionar. Otros son polticamente pasivos, tienen dificultad para reconocer sus propios intereses y tienden a seguir el liderazgo de los ms concentrados. La pregunta sobre si el poder econmico es exitoso o fallido en la Argentina depende del criterio que se adopte para efectuar la evaluacin. Si se lo piensa desde la perspectiva del crecimiento econmico logrado por el pas, del reconocimiento obtenido de parte de la sociedad por el bienestar o el progreso que ha aportado al conjunto, o de su propio posicionamiento empresarial en el mercado mundial, la respuesta es negativa. Pero si se lo evala en trminos de acumulacin de riqueza individual, de concrecin de negocios con rentabilidades extraordinarias o del predominio alcanzado sobre los intereses del resto de los actores sociales, podemos afirmar que el poder econmico es un actor exitoso. Es exitoso en cuanto a la maximizacin de ganancias individuales; es fallido como un proyecto capitalista nacional, articulado e inserto en el mundo. En trminos de la propia ideologa liberal, no ha podido cumplir con la expectativa en el sentido de difundir prosperidad a partir de la concrecin de sus propios intereses. No slo no la ha difundido, sino que ha contribuido a generar procesos sociales fuertemente negativos. Por supuesto que un anlisis de todo lo ocurrido en la historia econmica reciente de nuestro pas requiere de una visin compleja de las relaciones estado-mercado, economa local-mercado mundial, capital-trabajo y otras. Pero no cabe duda que desde la regresin provocada por la ltima dictadura militar, el pas ha vivido la presencia permanente de

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    un sector que presenta una serie de peculiaridades que lo convierten en un factor econmico-poltico cuyas intervenciones perjudican los intentos de construir una pas desarrollado y equitativo. Trataremos en este texto de problematizar la forma en la que se han ido determinando las polticas econmicas en contexto democrtico, poniendo especial nfasis en la forma de intervenir del poder econmico en esas definiciones, y de sus repercusiones en cuanto a la calidad de la democracia como rgimen que pretende crear mecanismos y reaseguros para garantizar el autogobierno de la sociedad. Lecciones de La lgica poltica de la poltica econmica En su libro La lgica poltica de la poltica econmica Jorge Schvarzer se ocup de analizar la gestin econmica del ministro de la dictadura cvico-militar Jos A. Martnez de Hoz. El texto, adems de realizar un anlisis minucioso de las medidas y sus efectos tomadas por el equipo econmico de ese momento, trascendi largamente ese cometido convencional. En La lgica Schvarzer avanz hacia una reflexin sobre un conjunto temtico raramente visitado: cmo se hacen las polticas econmicas, qu estrategias de supervivencia tienen los equipos econmicas para garantizar suficiente tiempo su permanencia en el poder, cuales son las meta polticas econmicas, es decir, las transformaciones estructurales que van mucho ms all de medidas aparentemente coyunturales, cual es la relacin entre el discurso de las autoridades econmicas (ms o menos moderno, ms o menos moderado, ms o menos cercano al sentido comn) y las prcticas concretas que realizan desde la gestin pblica, de qu forma las polticas econmicas apuntan a disciplinar a los diversos actores sociales, qu tipo de interacciones se establecen entre las restricciones polticas y econmicas que se van presentando y las reacciones de las autoridades econmicas, cmo son los condicionamientos mutuos entre los niveles polticos de decisin en el gobierno y los niveles de formulacin de las polticas econmicas. Schvarzer conduce al lector hacia la visin de un entramado complejo, en el cual la poltica econmica es mucho ms que un conjunto de medidas opinables desde una perspectiva tcnica: se observa cmo fue transformada y condicionada la economa argentina desde un gobierno

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    de facto, en el cual no rega ninguna garanta constitucional, de acuerdo a los intereses de un reducido grupo de actores econmicamente concentrados, que lograron crear una estructura de poder perdurable. Posteriormente, reinstauradas las instituciones democrticas, los sucesivos gobiernos buscaron ofrecer propuestas econmicas atractivas para la opinin pblica, al mismo tiempo que deban gobernar condicionados desde el punto de vista econmico por el conjunto de fuertes restricciones implantadas desde la dictadura cvico militar, y tambin condicionados por otras limitaciones no menos significativas: la creacin de una opinin pblica con mayor creencia en los clichs neoliberales debido a que las concepciones econmicas dictatoriales eran divulgadas en forma sistemtica por los grandes medios, y un poder del capital concentrado mucho ms fuerte vis a vis los viejos sectores de pequea y mediana empresa industrial-. La lgica permite entender en forma no ingenua el sentido de ciertas polticas, como por ejemplo el fuerte endeudamiento de las empresas pblicas (que desembocara en su privatizacin) o los experimentos de atraso cambiario supuestamente justificados por su objetivo de contener la inflacin- que promovieron grandes negocios especulativos, la fuga de capitales y el endeudamiento permanente del estado argentino. Precisamente sera ese endeudamiento una pieza decisiva para garantizar la continuidad de los lineamientos econmicos y la vigencia de los ejecutores y de los intereses expresados en esas polticas econmicas Tambin Schvarzer llama la atencin sobre el objetivo de irreversibilidad de los cambios econmicos, es decir, cmo producir efectos ms o menos inalterables ms all de quienes ostenten ocasionalmente los cargos pblicos. As como la dictadura cvico militar busc desmontar estructuralmente la Argentina populista (estado extendido, crecimiento industrial, pleno empleo, activismo sindical, alta politizacin), su fracaso poltico prematuro (entre otras cosas debido a la crisis econmica a la que llev el experimento de Martnez de Hoz), mostr que los cambios introducidos no seran fcilmente reversibles por quienes la sucedieran. Implicaban una serie de rupturas en el orden domstico e internacional que la golpeada sociedad argentina no estaba dispuesta o en condiciones de realizar. Ahora seran los organismos

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    financieros internacionales (respaldados a su vez por los pases ms poderosos de occidente) y el poderoso lobby de los intereses rentsticos y financieros locales quienes custodiaran la continuidad del orden econmico y social conformado bajo el mandato militar. Sobre las caractersticas del poder econmico: Qu caractersticas presentaba, a partir del retorno democrtico, ese poder econmico concentrado, econmicamente diversificado, implantado en las reas ms rentables de la Argentina, que no contaba con una representacin poltica clara, en la medida que el gobierno que haban apoyado en 1976 haba terminado en un estrepitoso fracaso econmico y poltico? Ese poder mostraba una enorme versatilidad en cuanto a su capacidad para responder a las cambiantes coyunturas econmicas locales. Sus intereses econmicos no eran inmutables, sino que se redefinan en funcin de las oportunidades que se les presentan podan ser entre diversas actividades- contratistas del estado, luego comprar transitoriamente parte de las empresas pblicas a las que antes provean, y luego vender todos sus activos para posicionarse en dlares suministrados por parte del Banco Central, y depositar luego los fondos en el exterior, a la espera de una nueva oportunidad de negocios cmo clasificar a esos empresarios, como industriales, como prestadores de servicios, como financistas? Por otra parte, al participar en negocios en diversas actividades, tienen muy diversos intereses individuales, lo que implica que no muestran visiones coincidentes sobre qu medidas concretas deberan tomarse a nivel nacional. Esto se acentu an ms desde que la mayora de las empresas que operan en la economa local es directamente extranjera. No debera sorprender que su propia perspectiva de negocios no incluya ninguna consideracin sobre el horizonte nacional, salvo en trminos del necesario marco pacfico y ordenado en el cual desempearse sus actividades sin sobresaltos. Sin embargo, ese espacio social al que llamamos poder econmico comparta y comparte- algunas posiciones generales sumamente

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    definidas: la oposicin terminante a que el estado nacional vuelva a tener poder poltico real, la aversin a todo atisbo de capacidad de presin sindical, el rechazo a procesos de integracin poltica y econmica real en Latinoamrica, la negativa tajante a que el pas adopte decisiones autnomas en relacin a los centros tradicionales de poder (EEUU y Europa), y el repudio a cualquier ruptura real o simblica con el orden poltico y econmico internacional. En estas ltimas dimensiones se perciben a s mismos como agentes locales de la globalizacin, entendida sta desde una ptica subdesarrollada. Dentro de ese ncleo heterogneo ha crecido el predominio del pensamiento y las lgicas de maximizacin vinculadas a lo financiero entendido como un espacio especfico de acumulacin de capital ms veloz y ms lquido que el que ocurre dentro del proceso productivo-. El debilitamiento de la economa argentina, la baja capacidad regulatoria del estado, la desintegracin de las fuerzas polticas predominantes, la historia de imprevisibles sobresaltos macroeconmicos, han creado un escenario especialmente propicio para las ganancias altas y de corto plazo, vinculadas a la especulacin. La preferencia por la liquidez es funcional tanto a estrategias defensivas como a apuestas a la rentabilidad de tipo cortoplacista. El cortoplacismo, tpico del subdesarrollo, ha impregnado al conjunto de la sociedad argentina en la medida que refleja el comportamiento de una sociedad fuertemente dependiente de sucesos imprevisibles, que no controla. La idea de planificacin, -la idea de intervencin conciente en la determinacin y comando del propio destino- no tiene lugar en ese escenario de inestabilidad. Se instala, de alguna forma, la actitud de resignacin frente a la imposibilidad del controlar el propio rumbo; en las ltimas dcadas, el neoliberalismo local ha proporcionado sustento terico a esta situacin bajo la consigna de que los mercados sern las mejores guas de lo que el pas deba hacer. Juan Llach escribi, en la dcada del 80, un trabajo en el que buscaba describir la Argentina previa a las reformas estructurales: llam a ese modelo el mercadointernismo rentstico, y lo defina como un modelo constituido por una economa semi cerrada en la que el sector industrial obtena en el mercado interno rentas por encima de su tasa de ganancia normal, debido a la situacin artificial que creaba el estado con una transferencia de recursos hacia el sector, definida polticamente. Es

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    interesante observar que la denominacin que Llach acu para caracterizar al modelo de industrializacin sustitutiva, es muy pertinente para pensar el modelo econmico construido en la dcada del 90, que puede ser calificado como un mercadointernismo rentstico de base financiera, donde desde el estado se establecieron reglas de juego que castigaban la actividad exportadora y premiaban los negocios de servicios orientados al mercado domstico. Nuevamente las regulaciones pblicas aparecan en el centro del esquema, generando mecanismos que distribuan rentas gigantescas, pero ahora favoreciendo no a un sector productivo, difusor de conocimiento tecnolgico, generador de empleo y potencialmente exportador como es la industria sino a las actividades financieras, a los rentistas de servicios monoplicos y a los capitales especulativos locales e internacionales. Tambin Domingo Cavallo escribi sobre la economa argentina antes de las reformas neoliberales que l protagoniz. Seal que el pas poda ser descripto como un socialismo (el estado) sin plan y como un capitalismo sin mercado (porque faltaba la competencia, por tratarse de una economa cerrada). Y que ambos sectores deban ser reformados para que funcionaran eficientemente. Sin embargo, lo que ocurri en la prctica econmica, una vez vencidas las resistencias sociales al cambio del modelo econmico previo, se desguaz el estado (sin que se pusiera en marcha una estrategia integral alguna) con lo cual no hubo plan y se reforz la concentracin oligoplica en el sector privado (tanto en el sector productivo como en el financiero), con lo cual no hubo mercado para acudir al mismo esquema que us el autor-. Tambin Cavallo haba sostenido con vehemencia que para relanzar la economa deba acudirse a un instrumento fundamental: un tipo de cambio alto, que combinado con bajas barreras arancelarias, proveera de los estmulos a la exportacin y a la modernizacin productiva necesarios. Sin embargo, en su gestin se reedit la experiencia de atraso cambiario de Martnez de Hoz, an ms rgida y prolongada. Desde el llano, Cavallo haba llegado a atacar al poder econmico, al que haba calificado despectivamente como el liberalismo de la city. Sin embargo, en su segunda gestin ministerial lleg a condecorar banqueros y prestamistas internacionales, porque ayudaban a la Argentina.

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    Nuevamente, las ideas seductoramente presentadas ante la sociedad cedan el espacio a las demandas concretas del poder econmico cuando se estaba en el gobierno. Ante la restauracin democrtica debieron modificar sus formas de intervencin en la escena pblica. Esto se debi en parte a la profunda grieta en la estructura de las fuerzas armadas creada por la aparicin del fenmeno carapintada, corriente que deca tener inclinaciones ideolgicas nacionalistas y peronistas. El tradicional instrumento que haban utilizado diversas minoras durante dcadas para imponer a la sociedad sus intereses apareca mellado en su confiabilidad. Sin embargo, desde el comienzo, hostigaron a cualquier intento poltico que mostrara autonoma de criterio en relacin a sus propias prioridades. Si bien su propuesta no poda triunfar electoralmente, lograron incidir sobre los partidos que s llegaban al poder. Adems de realizar lobby sobre los legisladores en el Congreso, operaron por diversas vas sobre el poder ejecutivo, y tambin incidieron sobre la opinin pblica va medios de comunicacin. La democracia mostr en su transcurso dos tipos de relacin entre los gobiernos y el poder econmico. Las gestiones de Alfonsn y Kirchner, si bien no buscaron la confrontacin con el poder econmico no tuvieron representantes en los cargos decisivos, a diferencia de las de Menem y De la Ra que tuvieron representantes de los think tank neoliberales, una forma intermediada de presencia del poder econmico en la gestin pblica. Ya no eran dirigentes de las corporaciones ejerciendo directamente el poder, sino tcnicos que saban lo que haba que hacer. En general, este sector no se mostr dispuesto a ningn compromiso democrtico en el que tuviera que ceder algo importante. En cambio pospuso circunstancialmente demandas en funcin de la existencia de algunas situaciones de emergencia, por lo general consecuencias de sus propias polticas. Si no logr colocar sus cuadros en puestos de decisin, el poder econmico ensay otras aproximaciones para torcer la voluntad de los gobiernos que no le respondan abiertamente: presin por saturacin sicolgica (crear un clima opositor va medios de comunicacin,

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    declaraciones, solicitadas, opiniones de expertos, presiones personales) o, pasando al terreno de las prcticas econmicas, despojando progresivamente a los gobiernos de instrumentos y mrgenes de maniobra y obturando cualquier curso de accin alternativo a sus demandas. Cuanto ms alejado se ubicara la prctica del gobierno de turno de sus preferencias econmico-sociales, el poder econmico actuara ms coactivamente desde afuera del estado, generando un discurso catastrofista, violento, pronosticando el caos y la desgracia colectiva. Capaz de promover estados de nimo fuertemente opresivos, divulgando pronsticos alarmistas realizados por expertos, logra movilizar sentimientos en la sociedad en la direccin al apaciguamiento de la situacin, que se puede lograr en la medida en que se escuchen sus reclamos. Por supuesto que estas demandas nunca se presentan como sectoriales, sino que responden a unos supuestos mercados impersonales que representaran la sensatez econmica. Esta capacidad de amedrentar a la sociedad fue reiteradamente usada durante los 26 aos de democracia, compensando la incapacidad de ofrecer propuestas positivas al conjunto de los habitantes. A estas instancias se lleg cuando no fue suficiente la fuerte hegemona ideolgica ejercida sobre las capas medias, los medios de comunicacin, los principales partidos polticos y el mundo acadmico. Especialmente interesante ha sido el caso de las dirigencias polticas, desgastadas y desprestigiadas luego de aplicar mas o menos entusiastamente las medidas reclamadas por el poder econmico. Muchas explicaciones pueden encontrarse a la subordinacin del sistema poltico al poder econmico, pero seguramente la mayora de ellas encontrar en la dirigencia poltica desde convicciones compartidas con el poder econmico, oportunismo electoralista sumndose a los consensos generados por el poder econmico, o resignacin posibilista frente a la incapacidad de equilibrar la influencia de ese sector. El poder econmico no siempre fue igual a s mismo. Adalbert Krieger Vassena, el ministro ms importante de la dictadura de la revolucin argentina, y hombre estrechamente relacionado con el poder econmico del momento, relat posteriormente a su gestin que su plan de estabilizacin y crecimiento se haba inspirado en el que se haba

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    implementado en Francia pocos aos antes de 1967. El cambio de enfoque de este sector social se observa en el siguiente experimento econmico apoyado por el poder econmico, 10 aos despus. En la gestin de Martnez de Hoz la fuente de inspiracin de la poltica econmica fueron teoras que jams se haban aplicado en pases desarrollados, y que slo tenan antecedentes empricos en el gobierno dictatorial de Pinochet en Chile, pas claramente ms subdesarrollado y menos industrializado que la Argentina en ese momento. La fraccin ms activa del poder econmico y ms influyente desde 1976 en adelante- haba abandonado la idea de observar y aprender de las prcticas econmicas de los pases centrales, para probar con teoras econmicas extremistas dentro del liberalismo, que slo haban comenzado a ejecutarse bajo gobiernos de facto. Esa trayectoria poltico-intelectual muestra un p