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HOJA DE RUTA UNIDAD 3 En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 3 como la página en la que empieza el texto. Bibliografía obligatoria: UNIDAD 3 PÁGINA Weber, Max. "División del poder en la comunidad, clases, estamentos y partidos", en Weber, M, Economía y Sociedad, Cap. VIII, Punto 6, F:C:E, 2 tomos, México, 1977. 2 Marx, KArl y ENgels, Federico. " Burgueses y proletariados" en Marx, K y Engels, F , Manifiesto del partido comunista, Capitulo I, Editorial Anteo,Buenos Aires, 1986. 15 Giddens, Anthony. "Las relaciones de producción y la estructura clasista", en Giddens, A, El Capitalismo y la moderna teoría social, Capítulo III, Editorial Labor, Barcelona, 1985. 39 Bauman, Zygmunt: "Una sociedad de consumidores". en Vida de consumo, Capítulo II, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007. 50 Svampa. Maristella. "La sociedad excluyente: la fragmentación de las clases medias" en Svampa, M. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo. Tsutus, Buenos Aires 72

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HOJA DE RUTA UNIDAD 3

En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 3 como la

página en la que empieza el texto.

Bibliografía obligatoria:

UNIDAD 3 PÁGINA

Weber, Max. "División del poder en la comunidad, clases,

estamentos y partidos", en Weber, M, Economía y

Sociedad, Cap. VIII, Punto 6, F:C:E, 2 tomos, México,

1977. 2

Marx, KArl y ENgels, Federico. " Burgueses y

proletariados" en Marx, K y Engels, F , Manifiesto del

partido comunista, Capitulo I, Editorial Anteo,Buenos

Aires, 1986. 15

Giddens, Anthony. "Las relaciones de producción y la

estructura clasista", en Giddens, A, El Capitalismo y la

moderna teoría social, Capítulo III, Editorial Labor,

Barcelona, 1985. 39

Bauman, Zygmunt: "Una sociedad de consumidores". en

Vida de consumo, Capítulo II, Fondo de Cultura

Económica, Buenos Aires, 2007. 50

Svampa. Maristella. "La sociedad excluyente: la

fragmentación de las clases medias" en Svampa, M. La

Argentina bajo el signo del neoliberalismo. Tsutus, Buenos

Aires 72

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I

BURGUESES Y PROLETARIOS

La historia de toda sociedad hasta nuestros díasno ha sido sino la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos,nobles y siervos, maestros jurados y compañeros; enuna palabra, opresores y oprimidos, en luchaconstante, mantuvieron una guerra ininterrumpida,ya abierta, ya disimulada; una guerra que terminasiempre, bien por una transformaciónrevolucionaria de la sociedad, bien por ladestrucción de las dos clases antagónicas.

En las primitivas épocas históricascomprobamos por todas partes una divisiónjerárquica de la sociedad, una escala gradual de

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condiciones sociales. En la antigua Roma hallamospatricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la EdadMedia, señores, vasallos, maestros, compañeros ysiervos, y en cada una de estas clases gradacionesparticulares.

La sociedad burguesa moderna, levantada sobrelas ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido losantagonismos de clases. No ha hecho sino sustituircon nuevas clases a las antiguas, con nuevascondiciones de opresión, con nuevas formas delucha.

Sin embargo, el carácter distintivo de nuestraépoca, de la época de la burguesía, es habersimplificado los antagonismos de clases. Lasociedad se divide cada vez más en dos grandescampos opuestos, en dos clases enemigas: laburguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media nacieron loscomponentes de los primeros Municipios; de estapoblación municipal salieron los elementosconstitutivos de la burguesía.

El descubrimiento de América y lacircunnavegación del Africa ofrecieron a laburguesía naciente un nuevo campo de actividad.Los mercados de la India y de la China, la

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colonización de América, el comercio colonial, lamultiplicación de los medios de cambio y demercancías, imprimieron un impulso hasta entoncesdesconocido al comercio, a la navegación, a laindustria, y aseguraron, en consecuencia, undesarrollo rápido al elemento revolucionario de lasociedad feudal en decadencia.

La antigua manera de producir no podíasatisfacer las necesidades, crecientes con la aperturade nuevos mercados. El oficio, rodeado deprivilegios feudales, fue reemplazado por lamanufactura. La pequeña burguesía industrialsuplantó a los gremios; la división del trabajo entrelas diferentes corporaciones desapareció ante ladivisión del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados se engrandecían sin cesar; 1ademanda crecía siempre. También la manufacturaresultó insuficiente; la máquina y el vaporrevolucionaron entonces la producción industrial.La gran industria moderna suplantó a lamanufactura; la pequeña burguesía manufactureracedió su puesto a los industriales millonarios – jefesde ejércitos completos de trabajadores– a losburgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado

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universal, preparado por el descubrimiento deAmérica. El mercado mundial aceleróprodigiosamente el desarrollo del comercio, de lanavegación, de todos los medios de comunicación.Este desarrollo reaccionó a su vez sobre la marchade la industria, y a medida que la industria, elcomercio, la navegación, los ferrocarriles sedesarrollaban, la burguesía se engrandecía,decuplicando sus capitales y relegando a segundotérmino las clases transmitidas por la Edad Media.

La burguesía, como vemos, es también productode un largo desenvolvimiento, de una serie derevoluciones en los medios de producción y decomunicación.

Cada etapa de la evolución recorrida por laburguesía ha estado acompañada de un progresopolítico correspondiente. Clase oprimida por eldespotismo feudal; Asociación armadagobernándose a sí misma en el Municipio; en unossitios, República municipal; en otros, tercer estadocontributivo de la Monarquía; después, durante elperíodo manufacturero, contrapeso de la nobleza enlas Monarquías limitadas o absolutas, piedra angularde las grandes Monarquías, la burguesía, después delestablecimiento de la gran industria y del mercado

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universal, se apodera finalmente del Poder político– con exclusión de las otras clases – en el Estadorepresentativa moderno. El Gobierno moderno noes sino un Comité administrativo de los negocios dela clase burguesa.

La burguesía ha ejercido en la Historia unaacción esencialmente revolucionaria. Allí donde haconquistado el Poder ha pisoteado las relacionesfeudales, patriarcales e idílicas. Todas las ligadurasmulticolores que unían el hombre feudal a sussuperiores naturales las ha quebrantado sin piedadpara no dejar subsistir otro vínculo entre hombre yhombre que el frío interés, el duro pago al contado.Ha ahogado el éxtasis religioso, el entusiasmocaballeresco, el sentimentalismo del pequeñoburgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Hahecho de la dignidad personal un simple valor decambio. Ha sustituido las numerosas libertades, tandolorosamente conquistadas, con la única eimplacable libertad de comercio. En una palabra, enlugar de la explotación velada por ilusionesreligiosas y políticas, ha establecido una explotaciónabierta, directa, brutal y descarada.

La burguesía ha despojado de su aureola a todaslas profesiones hasta entonces reputadas de

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venerables y veneradas. Del médico, deljurisconsulto, del sacerdote, del poeta, del sabio, hahecho trabajadores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo desentimentalidad que encubría las relaciones defamilia y las ha reducido a simples relaciones dedinero.

La burguesía ha demostrado cómo la brutalmanifestación de la fuerza en la Edad Media, tanadmirada por la reacción, encuentra sucomplemento natural en la más lamentable pereza;pero es también la que primero ha probado lo quepuede realizar la actividad humana: ha creadomaravillas muy superiores a 1as pirámides egipcias,a los acueductos romanos y a las catedrales góticas,y ha dirigido expediciones superiores a lasinvasiones y a las Cruzadas.

La burguesía no existe sino a condición derevolucionar incesantemente los instrumentos detrabajo, es decir, todas las relaciones sociales. Lapersistencia del antiguo modo de producción era,por el contrario, la primera condición de existenciade todas las clases industriales precedentes. Estecambio continuo de los modos de producción, esteincesante derrumbamiento de todo el sistema social,

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esta agitación y esta inseguridad perpetuasdistinguen a la época burguesa de todas lasanteriores. Todas las relaciones socialestradicionales y consolidadas, con su cortejo decreencias y de ideas admitidas y veneradas, quedanrotas: las que las reemplazan caducan antes de haberpodido cristalizar. Todo lo que era sólido y establees destruido; todo lo que era sagrado es profanado,y los hombres se ven forzados a considerar suscondiciones de existencia y sus relaciones recíprocascon desilusión.

Impulsada por la necesidad de mercadossiempre nuevos, la burguesía invade el mundoentero. Necesita penetrar por todas partes,establecerse en todos los sitios, crear por doquiermedios de comunicación.

Por la explotación del mercado universal, laburguesía da un carácter cosmopolita a laproducción de todos los países. Con gransentimiento de los reaccionarios, ha quitado a laindustria su carácter nacional. Las antiguasindustrias nacionales son destruidas o están a puntode serlo. Han sido suplantadas por nuevasindustrias, cuya introducción entraña una cuestiónvital para todas 1as naciones civilizadas: industrias

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que no emplean materias primas indígenas, sinomaterias primas venidas de las regiones másalejadas, y cuyos productos se consumen, no sóloen el propio país sino en todas las partes del globo.En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas conproductos nacionales, nacen necesidades nuevas,reclamando para su satisfacción productos de loslugares más apartados y de los climas más diversos.En lugar del antiguo aislamiento de las naciones quese bastaban a sí mismas, se desenvuelve un traficouniversa1, una interdependencia de las naciones. Yesto, que es verdad para la producción material, seaplica a la producción intelectua1. Las produccionesintelectuales de una nación advienen propiedadcomún en todas. La estrechez y el exclusivismonacionales resultan de día en día más imposibles; detodas las literaturas nacionales y locales se formauna literatura universal.

Por el rápido desenvolvimiento de losinstrumentos de producción y de los medios decomunicación, la burguesía arrastra la corriente de lacivilización hasta las más bárbaras naciones. Labaratura de sus productos es la gruesa artillería quebate en brecha todas las murallas de la China y hacecapitular a los salvajes más fanáticamente hostiles a

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los extranjeros. Bajo pena de muerte, obliga a todaslas naciones a adoptar el modo burgués deproducción, las constriñe a introducir la tituladacivilización; es decir, a hacerse burguesas. En unapalabra: se forja un mundo a su imagen.

La burguesía ha sometido el campo a la ciudad.Ha creado urbes inmensas; ha aumentadoprodigiosamente la población de las ciudades aexpensas de la de 1os campos, y así ha sustraído unagran parte de la población al idiotismo de la vidarural. De1 mismo modo que ha subordinado elcampo a la ciudad, las naciones bárbaras osemibárbaras a las naciones civi1izadas, hasubordinado los países de agricultores a los paísesde industriales. el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más eldesparramo de los medios de producción, de lapropiedad y de la población. Ha aglomerado lapoblación, centralizado los medios de producción yconcentrado la propiedad en un pequeño númerode manos. La consecuencia fatal de estos cambiosha sido la centralización política. Las provinciasindependientes, ligadas entre sí por lazos feudales,pero teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifasaduaneras diferentes, han sido reunidas en una sola

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nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solointerés nacional de clase, una sola tarifa aduanera.

La burguesía, desde su advenimiento, apenashace un siglo, ha creado fuerzas productivas másvariadas y colosales que todas las generacionespasadas tomadas en conjunto. La subyugación delas fuerzas naturales, las máquinas, la aplicación dela química a la industria y a la agricultura, lanavegación a vapor, los ferrocarriles, los telégrafoseléctricos, la roturación de continentes enteros, lacanalización de los ríos, las poblaciones surgiendode la tierra como por encanto, ¿qué siglo anteriorhabía sospechado que semejantes fuerzasproductivas durmieran en el seno del trabajo socia1?

He aquí, pues, lo que nosotros hemos visto: losmedios de producción y de cambio, sobre cuya basese ha formado la burguesía, fueron creados en lasentrañas de la sociedad feudal. A un cierto grado dedesenvolvimiento de los medios de producción y decambio, las condiciones en que la sociedad feudalproducía y cambiaba, toda la organización feudal dela industria y de la manufactura, en una pa1abra, 1asrelaciones feudales de propiedad, cesaron decorresponder a las nuevas fuerzas productivas.Dificultaban la producción en lugar de acelerarla. Se

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transformaron en otras tantas cadenas. Era precisoromper esas cadenas, y se rompieron. En su lugar seestableció la libre concurrencia, con unaconstitución social y política correspondiente, con ladominación económica y política de la claseburguesa.

A nuestra vista se produce un movimientoanálogo. Las condiciones burguesas de produccióny de cambio, el régimen burgués de la propiedad,toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hechosurgir tan potentes medios de producción y decambio, semeja al mago que no sabe dominar laspotencias infernales que ha evocado. Después dealgunas décadas, la historia de la industria y delcomercio no es sino la historia de la rebelión de lasfuerzas productivas contra las relaciones depropiedad que condicionan la existencia de laburguesía y su dominación. Basta mencionar lascrisis comerciales, que por su retorno periódicoponen cada vez más en entredicho la existencia dela sociedad burguesa. Cada crisis destruyeregularmente, no sólo una masa de productos yacreados, sino, todavía más, una gran parte de lasmismas fuerzas productivas. Una epidemia que encualquier otra época hubiera parecido una paradoja,

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se extiende sobre la sociedad: la epidemia de lasuperproducción. La sociedad se encuentrasúbitamente rechazada a un estado de barbariemomentáneo; diríase que un hambre, una guerra deexterminio, la priva de todos sus medios desubsistencia; la industria y el comercio parecenaniquilados. ¿Y porqué? Porque la sociedad tienedemasiada civilización, demasiados medios desubsistencia, demasiada industria, demasiadocomercio. Las fuerzas productivas de que disponeno favorecen ya el desarrollo de la propiedadburguesa; al contrario, han resultado tan poderosas,que constituyen de hecho un obstáculo, y cada vezque 1as fuerzas productivas sociales salvan esteobstáculo precipitar en el desorden a la sociedadentera y amenazan la existencia de la propiedadburguesa. El sistema burgués resulta demasiadoestrecho para contener las riquezas creadas en suseno. ¿Cómo supera estas crisis la burguesía? Deuna parte, por la destrucción violenta de una masade fuerzas productivas; de otra, por la conquista denuevos mercados y la explotación más intensa delos antiguos. ¿A qué conduce esto? A preparar crisismás generales y más formidables y a disminuir losmedios de prevenirlas.

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Las armas de que se sirvió la burguesía paraderribar al feudalismo se vuelven ahora contra ella.Pero la burguesía no ha forjado solamente las armasque deben darle muerte; ha producido también loshombres que manejan esas armas: los obrerosmodernos, los proletarios.

Con el desenvolvimiento de la burguesía, esdecir, del capital, se desarrolla el proletariado, laclase de los obreros modernos, que no viven sino acondición de encontrar trabajo y que no loencuentran si su trabajo no acrecienta el capita1.Estos obreros, obligados a venderse diariamente,son una mercancía como cualquier artículo decomercio; sufren, por consecuencia, todas lasvicisitudes de la competencia, todas lasfluctuaciones del mercado.

La introducción de las máquinas y la división deltrabajo, despojando a la labor del obrero de todocarácter individual, le ha hecho perder todoatractivo. El productor resulta un simple apéndicede la máquina; no se exige de él sino la operaciónmás simple, más monótona, más rápida. Porconsecuencia, 1o que cuesta hoy día el obrero sereduce poco más o menos a los medios desostenimiento de que tiene necesidad para vivir y

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perpetuar su raza. Según eso, el precio del trabajo,como el de toda mercancía, es igual a su coste deproducción. Por consiguiente, cuanto más sencilloresulta e1 trabajo más bajan los salarios. Además, lasuma de trabajo se acrecienta con eldesenvolvimiento del maquinismo y de la divisióndel trabajo, sea por la prolongación de la jornada,sea por la aceleración del movimiento de lasmáquinas y, por tanto, del rendimiento exigido enun tiempo dado.

La industria moderna ha transformado elpequeño taller patriarcal en la gran fábrica delburgués capitalista. Masas de obreros, amontonadosen la fábrica, están organizados militarmente. Soncomo simples soldados de la industria, colocadosbajo la vigilancia de una jerarquía completa deoficiales y suboficiales. No son solamente esclavosde la clase burguesa, del Estado burgués, sinodiariamente, a todas horas, esclavos de la máquina,del contramaestre y, sobre todo del mismo dueñode la fábrica. Cuanto más claramente proclama estedespotismo la ganancia como fin único, másmezquino, odioso y exasperante resulta.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere eltrabajo, es decir, cuanto más progresa la industria

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moderna, con mayor facilidad es suplantado eltrabajo de los hombres por el de las mujeres y losniños. Las distinciones de edad y sexo no tienenimportancia social para la clase obrera. No hay másque instrumentos de trabajo, cuyo precio varíasegún la edad y el sexo.

Una vez que e1 obrero ha sufrido la explotacióndel fabricante y ha recibido su salario en metálico, seconvierte en víctima de otros elementos de laburguesía: casero, tendero, prestamista, etc.

Pequeños industriales, comerciantes y renteros,artesanos y labradores, toda la escala inferior de lasclases medias de otro tiempo, caen en elpro1etariado: de una parte, porque sus pequeñoscapitales no les permiten emplear losprocedimientos de la gran industria y sucumben enla concurrencia con los grandes capitalistas; de otraparte, porque su habilidad técnica es anulada por losnuevos modos de producción. De suerte que elproletariado se recluta en todas las clases de lapoblación.

El proletariado pasa por diferentes fases deevolución. Su lucha contra la burguesía comienzadesde su nacimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros

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aislados; enseguida, por los obreros de una mismafábrica, y a1 fin, por los obreros del mismo oficiode una localidad contra la burguesía que los explotadirectamente. No se contentan con dirigir susataques contra el modo burgués de producción, ylos dirigen contra los instrumentos de producción:destruyen las mercancías extranjeras que les hacencompetencia, rompen las máquinas, queman lasfábricas y se esfuerzan en reconquistar la posiciónperdida del artesano de la Edad Media.

En este momento del desarrollo, el proletariadoforma una masa diseminada por todo el país ydividida por la competencia. Si alguna vez losobreros se unen para obrar, esta acción no estodavía la consecuencia de su propia unidad, sino lade la burguesía, que para lograr sus fines políticosdebe poner en movimiento al proletariado, sobre elque tiene todavía el poder de hacerlo, Durante estafase los proletarios no combaten aún a sus propiosenemigos, sino a los adversarios de sus enemigos; esdecir, los residuos de la monarquía absoluta,propietarios territoriales, burgueses no industriales,pequeños burgueses. Todo el movimiento históricoestá de esta suerte concentrado en las manos de laburguesía; toda victoria alcanzada en estas

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condiciones es una victoria burguesa.Luego, la industria, en su desarrollo, no sólo

acrecienta el número de proletarios, sino que losconcentra en masas más considerables; losproletarios aumentan en fuerza y adquierenconciencia de su fuerza. Los intereses y lascondiciones de existencia de los proletarios seigualan cada vez más a medida que la máquina borratoda diferencia en el trabajo y reduce casi por todaspartes el salario a un nivel igualmente inferior. Porconsecuencia de la creciente competencia de losburgueses entre sí y de las crisis comerciales queocasionan, los salarios resultan cada vez máseventuales; el constante perfeccionamiento de lamáquina coloca al obrero en más precaria situación;los choques individuales entre el obrero y el burguésadquieren cada vez más el carácter de colisionesentre dos clases. Los obreros empiezan porcoligarse contra los burgueses para elmantenimiento de sus salarios. Llegan hasta formarasociaciones permanentes, en previsión de estasluchas circunstanciales. Aquí y allá la resistenciaestalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfoefímero. El verdadero resultado de sus luchas es

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menos el éxito inmediato que la solidaridadaumentada de los trabajadores. Esta solidaridad esfavorecida por el acrecentamiento de los medios decomunicación, que permiten a los obreros delocalidades diferentes ponerse en relaciones.Después, basta este contacto, que por todas partesreviste el mismo carácter, para transformar lasnumerosas luchas locales en lucha nacionalcentralizada, en lucha de clase. Mas toda lucha declase es una lucha política, y la unión que losburgueses de la Edad Media, con sus caminosvecinales, tardaron siglos en establecer, losproletarios modernos la conciertan en algunos añospor los ferrocarriles.

La organización del proletariado en clase y, porlo tanto, en partido político, es sin cesar destruidapor la competencia que se hacen los obreros entresí. Pero renace siempre, y siempre más fuerte, másfirme, más formidable. Aprovecha las disensionesintestinas de 1os burgueses para obligarles a dargarantía legal a ciertos intereses de la clase obrera;por ejemplo, la ley de las diez horas en Inglaterra.

Generalmente, las colisiones en la vieja sociedadfavorecen de diversas maneras el desenvolvimientodel proletariado, La burguesía vive en un estado de

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lucha permanente; al principio, contra laaristocracia; después, contra aquellas fracciones dela misma burguesía cuyos intereses están endesacuerdo con los progresos de la industria, ysiempre, en fin, contra la burguesía de los demáspaíses. En todas estas luchas se ve forzada a apelaral proletariado, a reclamar su ayuda y también aarrastrarle al movimiento político. De tal manera laburguesía proporciona a los proletarios losrudimentos de su propia educación política; esdecir, armas contra ella misma.

Además, como acabamos de verlo, fraccionesenteras de la clase dominante son, por la marcha dela industria, precipitadas en el proletariado o almenos están amenazadas en sus condiciones deexistencia. También aportan al proletariadonumerosos elementos de progreso.

Finalmente, cuando la lucha de las clases seacerca a la hora decisiva, el proceso de disolución dela clase reinante, de la vieja sociedad, adquiere uncarácter tan violento y tan áspero, que una pequeñafracción de esa clase se separa y se adhiere a la claserevolucionaria, a 1a clase que lleva en sí el porvenir.Lo mismo que en otro tiempo una parte de lanobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días una

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parte de la burguesía se pasa al proletariado,principalmente aquella parte de los ideólogosburgueses que han llegado a la comprensión teóricadel conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que actualmente seencuentran enfrentadas con la burguesía, sólo elproletariado es una clase verdaderamenterevolucionaria. Las otras clases peligran y perecencon la gran industria; el proletariado, al contrario, essu producto más especial.

Las clases medias, pequeños fabricantes,tenderos, artesanos, campesinos, combaten a laburguesía porque es una amenaza para su existenciacomo clases medias. No son, pues, revolucionarias,sino conservadoras; en todo caso son reaccionarias:piden que la Historia retroceda. Si se agitanrevolucionariamente es por temor a caer en elproletariado; defienden entonces sus interesesfuturos y no sus intereses actuales; abandonan supropio punto de vista para colocarse en el delproletariado.

La canalla de las grandes ciudades, esapodredumbre pasiva, esa hez de los más bajosfondos de la vieja sociedad, puede ser arrastrada almovimiento por una revolución proletaria; sin

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embargo, sus condiciones de vida la predispondránmás bien a venderse a la reacción.

Las condiciones de existencia de la viejasociedad están ya destruidas en las condiciones deexistencia del proletariado. El proletariado está sinpropiedad; sus relaciones de familia no tienen nadade común con las de la familia burguesa; el trabajoindustrial moderno, que implica 1a servidumbre delobrero al capital, lo mismo en Inglaterra que enFrancia, en América como en Alemania, despoja alproletariado de todo carácter nacional. Las leyes, lamoral, la religión, son para él meros prejuiciosburgueses, tras de los cuales se ocultan otros tantosintereses burgueses.

Todas las clases que en el pasado se apoderarondel Poder ensayaron consolidar su adquiridasituación sometiendo la sociedad a su propio mediode apropiación. Los proletarios no puedenapoderarse de las fuerzas productivas sociales sinoaboliendo el modo de apropiación que les atañeparticularmente y, por consecuencia, todo modo deapropiación en vigor hasta nuestros días. Losproletarios no tienen nada que salvaguardar que lespertenezca, tienen que destruir toda garantíaprivada, toda seguridad privada existente.

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Todos los movimientos históricos han sidohasta ahora realizados por minorías en provecho deminorías. El movimiento proletario es elmovimiento espontáneo de la inmensa mayoría enprovecho de la inmensa mayoría. El proletariado,capa inferior de la sociedad actual, no puedesublevarse, enderezarse, sin hacer saltar todas lascapas superpuestas que constituyen la sociedadoficial.

La lucha del proletariado contra la burguesía,aunque en el fondo no sea una lucha nacional,reviste, sin embargo, al principio, tal forma. Huelgadecir que el proletariado de cada país debe acabarantes de nada con su propia burguesía. Al enumerara grandes rasgos las fases del desenvolvimientoproletario, hemos trazado la historia de la guerracivil más o menos latente que mina la sociedadhasta el momento en que esta guerra estalla en unarevolución declarada y en la que el proletariadofundará su dominación por el derrumbamientoviolento de la burguesía.

Todas las sociedades anteriores, como hemosvisto, han descansado sobre el antagonismo entreclases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir auna clase hace falta al menos poderle garantir

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condiciones de existencia que le permitan vivir en laservidumbre. El siervo, en peno régimen feudal,llegaba a miembro del Municipio, lo mismo que elpechero llegaba a la categoría de burgués bajo elyugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, alcontrario, lejos de elevarse con el progreso de laindustria, desciende siempre más; por debajo mismode las condiciones de vida de su propia clase. Eltrabajador cae en la miseria, y el pauperismo crecemás rápidamente todavía que la población y lariqueza. Es, pues, evidente que la burguesía esincapaz de desempeñar el papel de clase dirigente yde imponer a la sociedad como ley suprema lascondiciones de existencia de su clase. No puedemandar porque no puede asegurar a su esclavo unaexistencia compatible con la esclavitud, porque estácondenada a dejarle decaer hasta el punto de quedeba mantenerle en lugar de hacerse alimentar porél. La sociedad no puede vivir bajo su dominación;la que equivale a decir que la existencia de laburguesía es en lo sucesivo incompatible con la dela sociedad.

La condición esencial de existencia y desupremacía para la clase burguesa es la acumulaciónde riqueza en manos de particulares, la formación y

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el acrecentamiento del capital; la condición deexistencia del capital es el salariado, que reposaexclusivamente sobre la competencia de los obrerosentre sí. El progreso de la industria, del que laburguesía es agente involuntario y pasivo, sustituyeel aislamiento de los obreros, resultante de lacompetencia, con su unión revolucionaria pormedio de la asociación. Así, el desenvolvimiento dela gran industria socava bajo los pies de la burguesíael terreno sobre el cual ha establecido su sistema deproducción y de apropiación. Ante todo producesus propios sepultureros. Su caída y la victoria delproletariado son igualmente inevitables.

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El Capitalismo y la moderna Teoría Social

Anthony Giddens

Editorial Labor

Colección Labor: Nueva Serie 22

Barcelona, 19945ª edición

Traducción: Aurelio Boix Duch

Título original: Capitalism and modern social theory

Cambridge University Press, 1971

ISBN 84-335-3522-6

Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS. ........................................................................................................................... 7 PRÓLOGO ................................................................................................................................................ 9 INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................... 15 ABREVIATURAS ................................................................................................................................... 25

Primera parte. MARX CAPÍTULO PRIMERO. LOS ESCRITOS DEL JOVEN MARX ........................................................... 31

El Estado y la «auténtica democracia» ............................................................................................... 36 Praxis revolucionaria. ......................................................................................................................... 39 La alienación y la teoría de la economía política. ............................................................................... 44 Concepción temprana del comunismo. ............................................................................................... 53

CAPÍTULO II. EL MATERIALISMO HISTÓRICO............................................................................... 57

La tesis materialista............................................................................................................................. 62 Los sistemas preclasistas..................................................................................................................... 65 El mundo antiguo ............................................................................................................................... 70 El feudalismo y los orígenes de la formación capitalista ................................................................... 73

CAPÍTULO III. LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN Y LA ESTRUCTURA CLASISTA. ........... 81

El dominio clasista. ............................................................................................................................. 83 Estructura clasista y relaciones de mercado........................................................................................ 86 Ideología y conciencia ........................................................................................................................ 89

CAPITULO IV. TEORÍA DEL DESARROLLO CAPITALISTA........................................................... 97

La teoría de la plusvalía ...................................................................................................................... 97 Las «contradicciones» económicas de la producción capitalista ........................................................ 106 La tesis de la «pauperización» ............................................................................................................ 111 Concentración y centralización........................................................................................................... 114 La trascendencia del capitalismo ........................................................................................................ 118

Segunda parte. DURKHEIM CAPÍTULO V. PRIMERAS OBRAS DE DURKHEIM .......................................................................... 127

La sociología y la «ciencia de la vida moral» ..................................................................................... 129 Los objetivos de Durkheim en y «la división del trabajo».................................................................. 135 El crecimiento de la solidaridad orgánica ........................................................................................... 143 Individualismo y anomia..................................................................................................................... .147

CAPÍTULO VI. SU CONCEPCIÓN DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO ................................................. 151

El problema del suicidio. .................................................................................................................... 152 «Exterioridad» y «coerción»............................................................................................................... 156 La lógica de la generalización explicativa .......................................................................................... 161 Normalidad y patología ...................................................................................................................... 165

CAPÍTULO VII. INDIVIDUALISMO, SOCIALISMO Y «GRUPOS PROFESIONALES».................. 169

La confrontación con el socialismo. ................................................................................................... 169 La función del Estado ........................................................................................................................ 175 La democracia y los grupos profesionales .......................................................................................... 178

CAPITULO VIII. LA RELIGIÓN Y LA DISCIPLINA MORAL............................................................ 183

El carácter de lo sagrado. .................................................................................................................... 186

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El ceremonial y el ritual ...................................................................................................................... 191 Las categorías del conocimiento ......................................................................................................... 194 Racionalismo, ética y «culto al individuo». ........................................................................................ 197

Tercera parte. MAX WEBER

CAPÍTULO IX. MEX WEBER: PROTESTANTISMO Y CAPITALISMO ........................................... 205 Primeras obras..................................................................................................................................... 207 Los orígenes del «espíritu» capitalista. ............................................................................................... 212 La influencia del protestantismo ascético ........................................................................................... 217

CAPÍTULO X. LOS ENSAYOS METODOLÓGICOS DE WEBER...................................................... 225

Subjetividad y objetividad .................................................................................................................. 226 Juicios de hecho y juicios de valor...................................................................................................... 232 La formulación de tipos ideales .......................................................................................................... 237

CAPÍTULO XI. CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE SOCIOLOGÍA ............................................. 243

Las relaciones sociales y la orientación del proceder social ............................................................... 252 Legitimidad, dominación y autoridad. ................................................................................................ 256 El influjo de las relaciones de mercado: clases y estamentos ............................................................. 269

CAPÍTULO XII. RACIONALIZACIÓN, GRANDES RELIGIONES Y CAPITALISMO OCCIDENTAL.......................................................................................................................................... 277

Religión y magia ................................................................................................................................. 279 La teodicea india y china. ................................................................................................................... 282 La difusión del racionalismo secular. ................................................................................................. 291

Cuarta parte. CAPITALISMO, SOCIALISMO Y TEORÍA SOCIAL CAPÍTULO XIII. EL INFLUJO DE MARX ............................................................................................ 303

Sociedad y política en Alemania: el punto de vista de Marx.............................................................. 304 La relación de Weber con el marxismo y con Marx ........................................................................... 310 Francia en el siglo XIX: Marx y el crecimiento del marxismo........................................................... 318 Marx evaluado por Durkheim. ............................................................................................................ 323

CAPÍTULO XIV. RELIGIÓN, IDEOLOGÍA Y SOCIEDAD ................................................................ 333 Marx y Weber: el problema de la religión como «ideología» ................................................................... 334 La secularización y el carácter capitalista moderno .................................................................................. 346 Marx y Durkheim: religión e individualismo moderno............................................................................. 350 CAPÍTULO XV. DIFERENCIACIÓN SOCIAL Y DIVISIÓN DEL TRABAJO ................................... 361 Alineación, anomia y «estado de naturaleza» ........................................................................................... 362 El futuro de la división del trabajo ............................................................................................................ 368 El problema de la burocracia. .................................................................................................................... 373 Conclusión................................................................................................................................................. 382 APÉNDICE. MARX Y LA SOCIOLOGÍA MODERNA......................................................................... 387 OBRAS CITADAS EN EL TEXTO ......................................................................................................... 395

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CAPÍTULO III. LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN Y LA ESTRUCTURA CLASISTA

Según Marx, el desarrollo de la sociedad es consecuencia de la continua interacción productiva entre

los hombres y la naturaleza. El hombre «se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de subsistencia [...]»1 La «producción y reproducción de la vida» es una exigencia dictada por las necesidades biológicas del organismo humano y a la vez, lo que es más importante, la fuente creadora de nuevas necesidades y capacidades. De este modo la actividad productiva está en la raíz de la sociedad, tanto en sentido histórico como analítico. La producción «es el primer hecho histórico»; y «la producción de la vida material [...] es [...] una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres».2 Todo individuo, con sus acciones cotidianas, vuelve a crear y reproduce la sociedad en cada momento: de aquí proviene lo que es estable en la organización social y éste es, a la vez, el origen de una modificación interminable.

Cualquier tipo de sistema productivo trae consigo un determinado conjunto de relaciones entre los individuos que participan en el proceso de producción. De aquí parte una de las críticas más notables que hace Marx a la economía política y utilitarismo en general. El concepto de «individuo aislado» es una construcción de la filosofía individualista burguesa, y sirve para encubrir el carácter social que la producción siempre manifiesta. Marx alude a Adam Smith calificándolo de «Lutero de la economía política», porque él, y después de él los demás economistas, han situado correctamente en el trabajo la fuente de la autocreación del hombre.3 Pero los economistas no han hecho resaltar precisamente que la autocreación del hombre por medio de la producción entraña un proceso de desarrollo social. Los seres humanos nunca producen simplemente como individuos, sino que siempre lo hacen como miembros de una determinada forma de sociedad. Por tanto, no hay ningún tipo de sociedad que no se funde en un determinado conjunto de relaciones de producción.4

En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre

los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efectúa la producción5

En toda forma de sociedad hay «una suma de fuerzas de producción, una relación históricamente

creada con la naturaleza y entre unos y otros individuos, que cada generación transfiere a la que sigue [...]».6 Marx no pretende construir ningún tipo de teoría general sobre lo que provoca la expansión de las fuerzas productivas (Produktionskräfte). Esto sólo puede explicarse por medio del análisis social e histórico concreto. De este modo, las modificaciones de fuerzas productivas que se dan en la transición del feudalismo al capitalismo pueden encontrar su explicación en los términos de una serie convergente de hechos históricos. Más aún, se dan casos de sociedades en que las fuerzas de producción llegan a desarrollarse en un grado bastante elevado, pero en que los demás elementos de la organización social retardan cualquier paso más adelante. Marx cita el ejemplo del Perú, que tuvo una economía desarrollada en ciertos aspectos, pero quedó entorpecida por la ausencia de un sistema monetario. La incapacidad de desarrollar un sistema monetario dependió en gran parte de la situación geográfica aislada del país, que contuvo la expansión del comercio.7

1 IA, p. 19 2 IA, p. 28 3 MEF, p. 137. 4 El término que generalmente emplea Marx (Produktionsverhältnisse) tiene, en realidad, un doble significado en inglés, y puede referirse tanto a las «condiciones» como a las «relaciones» de producción. Sobre el uso del término «relaciones de producción» en los escritos de Marx, véase Louis ALTHUSSER et al.: Lire le Capital (París, 1967), vol 2. pp. 149-59. 5 «Trabajo asalariado y capital», en OE, vol. 1, p. 82 6 IA, p. 40. 7 Grub p. 22

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EL DOMINIO CLASISTA Las clases surgen, según Marx, allí donde las relaciones de producción entrañan una división

diferenciada del trabajo que permite una acumulación de producción excedente; ésta puede pasar a manos de un grupo minoritario, que de este modo se coloca en una relación explotadora respecto a la masa de productores. Al tratar de las relaciones entre clases en la sociedad, Marx usa generalmente los términos Herrschaft y Klassenherrschaft. En las versiones inglesas de los escritos de Marx, se acostumbra traducirlos por «autoridad» y «régimen de clase» (rule, class rule). Pero estos términos sugieren bastante más imposición deliberada de poder de lo que implica necesariamente la terminología alemana. En consecuencia, conviene más emplear el término «dominio» que «autoridad».8

Todos los análisis que hace Marx del dominio o régimen clasista tienen como finalidad primaria la explicación de la estructura y la dinámica características de la sociedad burguesa; de modo que la precisión de conceptos tiene una importancia secundaria respecto a este centro supremo de atención. De ahí que Marx a menudo usa el término Klasse de un modo algo desenvuelto, y no se sintió obligado a afrontar el problema de descifrar de una manera precisa el concepto de clase hasta bastante cerca del fin de su carrera intelectual9 Lo mismo que el concepto de «racionalización» en el pensamiento de Max Weber, la noción de clase es tan fundamental en los escritos de Marx que, en sus obras más importantes, da por supuesto su significado. Se ha observado como una ironía el que los manuscritos dejados por Marx al morir quedaran interrumpidos precisamente en el punto en que iba a proceder a un análisis sistemático del concepto de clase.10 Por primera vez en sus escritos, aquí propone explícitamente la pregunta «¿qué es una clase?» Pero lo que dice Marx, antes de terminar el escrito, es principalmente negativo. La clase no debe identificarse ni con la fuente de ingresos ni con la posición funcional en la división del trabajo. Estos criterios nos darían una gran pluralidad de clases: los médicos, cuyos ingresos provienen del tratamiento de enfermos, serían una clase distinta de los agricultores, que deducen los suyos del cultivo de la tierra, etc. Más aún, tales criterios partirían por medio la situación de los grupos de individuos en el proceso productivo: dos hombres, por ejemplo, pueden dedicarse ambos a la construcción, pero uno puede ser empleado de una gran empresa y carecer de propiedad, y el otro puede ser propietario de una pequeña empresa.

La insistencia de Marx en que las clases no son grupos según los ingresos es un aspecto concreto de su premisa general, formulada en El Capital, de que la distribución de bienes económicos no es un ámbito separado de la producción o independiente de ella, sino que está determinado por el modo de producción. Marx rechaza por «absurda» la afirmación de John Stuart Mill, y de muchos economistas políticos, de que las instituciones humanas controlan (y pueden modificar) la distribución, mientras que la producción viene regida por leyes precisas.11 Tal punto de vista serviría de base para suponer que las clases no son más que desigualdades en la distribución de ingresos y, por tanto, que el conflicto de clases puede mitigarse o incluso eliminarse del todo introduciendo medidas que minimicen las diferencias entre los ingresos. Luego, para Marx, las clases son un aspecto de las relaciones de producción. A pesar de la variabilidad de su terminología, es relativamente fácil deducir lo que es substancial en la concepción de clase que tiene Marx, a partir de las abundantes alusiones esparcidas a lo largo de sus muchos escritos. Las clases se constituyen por la relación de grupos de individuos respecto a la posesión de propiedad privada sobre los medios de producción. Esto nos da un modelo de relaciones de clase básicamente dicotómico: todas las sociedades clasistas se constituyen alrededor de una línea divisoria entre dos clases antagónicas, la dominante y la sometida.12 Clase, tal como la entiende Marx, implica necesariamente una relación conflictiva. Repetidas veces lo indica Marx con énfasis lingüístico. Por ejemplo, al tratar de la situación del campesinado en Francia en el siglo XIX, hace el siguiente comentario:

Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer

8 Cf. W. Wesolowski: «Marx's theory of class domination: an attempt at systematisation», en NICHOLAS LOBKOWICZ: Marx and the Western World (Notre Dame, 1967), pp. 54-5. Sobre el problema de la Herrschaft en los escritos de Weber, véase más adelante, p. 259. 9 «[...] no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas» Carta a Weydemeyer, marzo 1852, en OE, vol. 2, p. 481. Cf. STANISLAW OSSOWSK: Class and Class Structure in the Social Consciousness. Londres, 1963, pp. 69-88 y passim 10 El capítulo «Las clases», puesto al final del tercer volumen de El Capital (edición preparada por Engels) (Cap, vol. 3, pp. 816-8), no es más que un fragmento. 11 Gru, p. 717 12 Cf. RALF DAHRENDORF: Class and Class Conflict in an Industrial Society, Stanford, 1965, pp. 18-27

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relaciones mutuas entre ellos [...]. En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase13

En otro contexto, Marx hace una observación semejante refiriéndose a la burguesía: los capitalistas

forman una clase sólo en la medida en que se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase. Pues, por lo demás, ellos mismos se enfrentan unos con otros, en el plano de la competencia, en pos de ganancias en el mercado.14

ESTRUCTURA CLASISTA Y RELACIONES DE MERCADO

Es importante recalcar que el concepto dicotómico de clase aparece como una construcción teórica

en los escritos de Marx. Sólo la sociedad burguesa –tal como Marx traza su futuro desarrollo– encaja bastante con esta descripción. Todas las sociedades clasistas de la historia muestran un sistema de relaciones más complicado que interfiere con el eje dicotómico de la estructura de clases. En la sociedad burguesa se dan tres tipos de estas agrupaciones que complican el asunto:

1. Clases que, aunque desempeñan un importante papel económico y político en la forma existente de

sociedad, son marginales en el sentido de que provienen de un conjunto de relaciones de producción que, o bien están caducando o bien, a la inversa, están surgiendo.15 Un ejemplo de las primeras lo tenemos en el caso de los campesinos libres que, si bien todavía fuertes en Francia y Alemania, van pasando a depender de los capitalistas agrícolas, o se ven obligados a unirse al proletariado urbano.16

2. Las capas sociales que están en relación de dependencia funcional respecto a una de las clases y que, por tanto, tienden a identificarse políticamente con ella. Corresponden a esta categoría los que Marx denomina «directores» , que trabajan en la administración de la industria: el alto personal ejecutivo.17

3. Finalmente, en el Lumpenproletariat se encuentran grupos heterogéneos de individuos que quedan al margen del sistema de clases porque no están plenamente integrados en la división del trabajo. Los componen «rateros y delincuentes de todas clases, que viven de los despojos de la sociedad, gentes sin profesión fija, vagabundos, gente sin patria ni hogar».18

Varía históricamente el grado de homogeneidad de una clase: dentro de todas ellas hay «gradaciones especiales»19 En Las luchas de clases en Francia, Marx analiza el conflicto entre los capitalistas financieros y los industriales de 1848 a 1850. Se trata de un ejemplo empírico de la persistente subdivisión dentro del conjunto de la burguesía; como otras subdivisiones por el estilo, se funda en la divergencia respecto a un tipo concreto de intereses: «[...] ya que el beneficio puede dividirse en dos tipos de réditos. Las dos especies de capitalistas no expresan más que ese hecho».20 Según Marx, la distribución de las clases y la naturaleza del conflicto entre ellas cambian considerablemente con la aparición de sucesivas formas de sociedad. Las sociedades precapitalistas estaban organizadas preponderantemente por el lugar. Generalizando una metáfora que Marx aplica al campesinado francés, puede decirse que toda sociedad precapitalista «se forma [...] por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas».21

En estas formas de sociedad las relaciones económicas no se manifiestan como simples relaciones de mercado; el domino o subordinación económicos vienen mezclados con vínculos personales entre los individuos. Así, por ejemplo, el dominio del terrateniente feudal funciona a través del vínculo personal de servidumbre y el pago directo de diezmos. Más aún, el siervo conserva en gran medida el control de sus

13 OE, vol. I, p. 341. 14 IA, p. 61 15 Cf. DONALD HODGE: «The “intermediate classes” in Marxian theory», Social Research, vol. 28, 1961, pp. 241-52 16 OE, vol. I, p. 217 17 Cf. Cap, vol. III, pp. 368 ss. Marx alude también a «sus sabios, sus abogados, sus médicos, etc.», como «representantes y portavoces ideológicos» de las citadas clases. OE, vol. I, p. 136. 18 OE, vol. I, p. 152. 19 «Manifiesto Comunista», en OE, vol. I, p. 22 20 Gru, p. 735. 21 OE, vol. I, p. 341

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medios de producción, a pesar de que tiene que ceder como tributo a un dueño una parte de su producto. Las puras relaciones de mercado no aparecerán como el determinante de la actividad productiva humana hasta el advenimiento del capitalismo, el cual depende de la expropiación de una masa de trabajadores que, aparte de su fuerza de trabajo, no tienen nada que ofrecer a cambio de los medios de subsistencia. La sociedad burguesa ha desgarrado sin piedad «las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales”, para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado” [...]. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y política, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.»22 En la sociedad burguesa, por tanto, las relaciones de clase se han simplificado y universalizado. Una vez establecido el capitalismo, su progresivo desarrollo tiende más y más a la creación de dos grandes clases que en el mercado se oponen directamente: la burguesía y el proletariado. Las demás clases –terratenientes, pequeña burguesía y campesinado– son clases de transición, que van siendo absorbidas por una u otra de estas dos colectividades de clase más importantes.

En la concepción de Marx, las clases forman el principal eslabón entre las relaciones de producción y el resto de la sociedad o «superestructura» (Überbau) social. Las relaciones de clase son el principal eje alrededor del cual se distribuye el poder político, y del cual depende la organización política. Para Marx, el poder político y el económico están vinculados estrecha, pero no inseparablemente. Este teorema también debe situarse dentro de una dimensión histórica. La forma de gestión política se relaciona estrechamente con el modo de producción y, por ahí, con el grado de preponderancia que tengan en la economía las relaciones de mercado. La propiedad privada aparece primeramente como tal en el mundo antiguo, pero queda restringida a sectores limitados de la vida económica. En la Edad Media, la propiedad pasa por varias etapas, desde la propiedad feudal de la tierra hasta la propiedad corporativa convertible, que dará origen en las ciudades al capital invertido en manufactura. Tanto en la sociedad antigua como en la Edad Media, la propiedad continúa vinculada a la comunidad, y por ello también lo están las relaciones de dominio clasista. Esto significa que el funcionamiento del poder político todavía se gestiona, de un modo poco preciso, primariamente en la communitas. El capitalismo moderno, en cambio, está «condicionado por la gran industria y la competencia universal, que se ha despojado ya de toda apariencia de institución comunitaria».23

El Estado moderno aparece en conexión con la lucha de la burguesía contra los restos del feudalismo, pero viene estimulado también por las exigencias de la economía capitalista.

A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno, el cual, adquirido gradualmente por los dueños de la propiedad por medio de las contribuciones, ha caído enteramente bajo su dominio a través de la deuda nacional, y su existencia ha llegado a ser totalmente dependiente del crédito comercial que le ofrecen los dueños de la propiedad, los burgueses, tal como queda reflejado en el ascenso o descenso en la bolsa de los bonos del Estado24

La forma concreta del Estado en la sociedad burguesa varía según las circunstancias que han

acompañado a la burguesía en la conquista del poder. En “Francia, por ejemplo, la alianza de la burguesía con la monarquía absoluta ha estimulado el crecimiento de un poderoso cuerpo de funcionarios fuertemente arraigado. En Inglaterra, en cambio, el Estado representa «un compromiso arcaico, decrépito y trasnochado entre la aristocracia terrateniente, que gobierna oficialmente, y la burguesía, que de hecho domina en todos los ámbitos de la sociedad civil, pero no oficialmente».25 El proceso concreto que ha dado origen a este orden político en Inglaterra ha restado importancia a los elementos burocráticos del Estado. IDEOLOGÍA Y CONCIENCIA

El origen del derecho civil tiene sus cimientos en la difusión de la propiedad privada y en la

desintegración de la comunidad que esto ocasiona. En Roma aparece por primera vez la codificación de un cuerpo jurídico, pero sin consecuencias duraderas debido a la descomposición interna de la manufactura y el comercio en la sociedad romana. Con la aparición del capitalismo moderno, la formación del derecho entra en una nueva fase. Los primeros centros del capitalismo en Italia y fuera de Italia asumieron el derecho romano, y lo convirtieron en fuente del derecho civil. En éste, la autoridad se fundamenta más en normas

22 «Manifiesto Comunista», en OE, vol. I, p. 24 23 IA, p. 71. 24 IA, p. 71 25 We, vol. 11, p. 95.

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racionalizadas que en las prescripciones religiosas predominantes en comunidades tradicionales.26 El sistema moderno de leyes y administración de justicia es un apoyo ideológico muy importante para el Estado burgués. Pero no es más que la expresión, propia de su tiempo, del hecho de que la clase dominante, en todas las sociedades clasistas, produce o asume formas ideológicas que legitiman su dominio. «La clase que dispone de los medios para la producción material, dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción intelectual (geistig), lo que hace que se le sometan, generalmente hablando, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente.»27

Según Marx, la conciencia esta enraizada en la praxis humana, que a su vez es social. Éste es el sentido de la frase: «No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia».28 Por causa de esta frase, Marx ha sido objeto de muchas acusaciones malévolas. Hay que tener presente que en ella el término operativo es ser social, y que pocas objeciones pueden aducirse contra la afirmación general de que la actividad humana dentro de la sociedad ejerce una influencia directiva sobre la conciencia. En el hecho del lenguaje, indica Marx, encontramos un ejemplo concreto de esto. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo [...]».29 La expresión de ideas, e incluso la misma existencia de algo que rebase la mera sensación, requieren como condición la existencia del lenguaje. Ahora bien, el lenguaje es un producto social, y sólo en virtud de su condición de miembro de la sociedad adquiere el individuo las categorías lingüísticas que constituyen los parámetros de su conciencia.

El concepto que tiene Marx del papel que desempeñan las formas concretas de ideología en las sociedades clasistas se sigue directamente de estas consideraciones más generales. El principal defecto del idealismo filosófico e histórico está en su pretensión de analizar las propiedades de una sociedad deduciéndolas del contenido de los sistemas de ideas que predominan en ella. Al hacerlo así, no se tiene en cuenta para nada que la relación entre valores y poder no es unilateral: la clase dominante dispone de medios para difundir las ideas que legitiman su posición de predominio. Así, las ideas de libertad e igualdad que aparecen en la fachada de la sociedad burguesa no pueden tomarse en su «valor aparente» como recapitulación directa de la realidad social; al contrario, las libertades jurídicas que existen en la sociedad burguesa sirven en realidad para legitimar el hecho de las obligaciones de los contratos en que los trabajadores asalariados y carentes de propiedad se encuentran, en tremenda desventaja en comparación con los dueños del capital. Esto significa que la ideología debe estudiarse en conexión con las relaciones sociales en que viene incluida: tenemos que estudiar los procesos concretos que dan origen a los varios tipos de ideas, juntamente con los factores que determinan que ideas se colocan en lugar destacado dentro de una sociedad dada. Por evidente que sea la continuidad entre las ideologías a través del tiempo, ni esta continuidad ni cualquier cambio que ocurra pueden explicarse con las meras categorías internas de su contenido. Las ideas no evolucionan por su propia cuenta; lo hacen como elementos de la conciencia de unos hombres que viven en sociedad, siguiendo una praxis determinada: «Mientras que en la vida vulgar y corriente todo tendero sabe perfectamente distinguir entre lo que alguien dice ser y lo que realmente es, nuestra historiografía no ha logrado todavía penetrar en un conocimiento tan trivial como éste. Cree a cada época por su palabra, por lo que ella dice acerca de sí misma y lo que se figura ser».30

Es importante distinguir dos puntos relacionados entre sí, y que Marx pone de relieve al tratar de la ideología; a ambos nos hemos referido ya más arriba. Primero, las circunstancias sociales en que acontece la actividad de los individuos condicionan la percepción que éstos tienen del mundo en que viven. Precisamente en este sentido el lenguaje constituye la «conciencia practica» de los hombres. Y segundo –generaliza Marx refiriéndose tanto a la creación como a la difusión de ideas–, en las sociedades clasistas las ideas de la clase dominante son las que predominan en cualquier época. De esta última proposición se sigue que la difusión de ideas depende en gran manera de la distribución del poder económico en la sociedad. Precisamente en este último sentido la ideología constituye una parte de la «superestructura» social: prevalece en cualquier época un ethos que legitima los intereses de la clase dominante. De este modo, las relaciones de producción, a través de la mediación del sistema de clases, componen «la base real sobre la que se levanta una superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia

26 Para el estudio hecho por WEBER sobre este punto, véase ES, vol. 2; cf. también DURKHEIM: DL, pp. 142 ss. 27 IA, p. 50; We, vol. 3, p. 46. 28 OE, vol. I, p. 373. Para un estudio más elaborado sobre este tema, en relación con Weber y Durkheim, véase más adelante, pp. 337-359 29 IA, p. 31. 30 IA, p. 55; We, vol. 3, p. 49

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social».31 Marx no postula una conexión invariable entre estos dos modos en que la praxis social da forma a la conciencia. Un individuo o un grupo pueden desarrollar ideas en desacuerdo en parte con los puntos de vista que prevalecen en su época; pero estas ideas no llegarán a destacar si no se articulan con los intereses de la clase dominante, o con los de una clase que empieza a estar en condiciones de desafiar a la estructura de autoridad existente.32 Éste es el caso de muchas de las ideas que se emplearon para construir máquinas a fines del siglo XVIII y a principios del XIX: hacía muchos años que se conocían, pero su rápida aplicación y difusión sólo tuvo efecto cuando el desarrollo del capitalismo obligó a los capitalistas a aumentar la producción mucho más de lo que era posible con la manufactura artesana.

Al tener en cuenta el papel del dominio de clase sin olvidar el trasfondo de una concepción dialéctica de las relaciones entre conciencia y actividad social, quedan resueltos algunos de los aparentes dilemas que afectan a la correspondencia entre relaciones de producción y «superestructura» ideológica en toda sociedad dada.33 La actividad productiva de los individuos, en relación entre sí y con la naturaleza, implica una continua interacción mutua entre comportamiento social y conciencia: la estructura de dominio clasista condiciona la difusión y la aceptación de las ideas originadas de este modo. De ahí que la ideología dominante siempre incluya «en parte [...] un embellecimiento o conciencia de la dominación, en parte [...] los medios morales para esa dominación».34 El «fundamento real» de la sociedad, sobre el que se levanta la «superestructura», consiste siempre en relaciones de individuos prácticos y activos, de modo que siempre entraña tanto la creación como la aplicación de ideas. Lo más significativo de la «superestructura» no es que contenga ideas, como si las relaciones de producción no las implicaran, sino que viene incluida en un sistema de relaciones sociales (especialmente en forma de política, derecho y religión) que preceptúan y sancionan un sistema de dominio clasista.

Marx despacha sin grandes dificultades el problema de la relatividad del conocimiento histórico. Ciertamente todas las formas de conciencia humana, incluyendo las ideologías más elaboradas y complejas, están enraizadas en determinados conjuntos de condiciones sociales. Pero esto no descarta la interpretación retrospectiva de la historia en términos de principios racionales. Así, todas las sociedades clasistas participan de ciertas características; pero éstas no pudieron darse hasta el advenimiento de las condiciones que originó el capitalismo para el conocimiento científico de la sociedad. Esto lo ilustra Marx por medio de una analogía. La anatomía del hombre, el ser viviente más evolucionado, nos da la clave para comprender la anatomía del mono; de manera semejante, la comprensión de la estructura y proceso de desarrollo de la sociedad burguesa nos permite usar las mismas categorías para explicar el desarrollo social del mundo antiguo. Usando los conceptos que han formulado los economistas políticos, es posible aplicar nociones como «trabajo» y «producción», de una manera muy general, a características de sociedades que se encuentran en cualquier nivel de complejidad. Pero hay que tener presente que estos conceptos sólo han aparecido al surgir la producción capitalista. «La producción en general es una abstracción, pero una abstracción justificada [...]».35

Las teorías que han elaborado los economistas políticos contienen elementos de verdad muy importantes que pueden aplicarse a todas las sociedades; pero, por el hecho de que sus escritos están vinculados tan fuertemente a la estructura de dominio de la clase burguesa son incapaces de discernir el carácter limitado y unilateral de sus formulaciones. Igual que los historiadores y filósofos alemanes, comparten las «ilusiones de la época»;36 pero esto no significa de ningún modo que todas sus ideas sean «ilusorias» en sentido epistemológico. Los modos de pensar predominantes no arrojaran del todo su carácter ideológico hasta que la «dominación de clases en general deja de ser la forma de organización de la sociedad; tan pronto como, por consiguiente, ya no es necesario presentar un interés particular como general o hacer ver que es “lo general” lo dominante».37

Toda clase dominante pretende la universalidad de la ideología que legitima su posición de dominio. Pero, según Marx, esto no supone que los cambios sociales que acontecen al ascender al punto dominante una nueva clase revolucionaria sean equivalentes en distintos tipos de sociedad. Si bien Marx propone un

31 «Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política», en OE, vol. I, p. 373 32 Cf. IA, pp. 500-501 33 Cf., por ejemplo, JOHN PLAMENATZ: Man and Society, Londres, 1968, vol. 2, pp. 279-93. 34 IA, p. 502; We, vol. 3, p. 405. Véase KARL KORSCH: Marxismus and Philosophie, Leipzig, 1930, pp. 55-67. 35 Gru, p. 7. Sin duda, este punto de vista es básicamente hegeliano transformado. Como observa LUKÁCS, según Marx «hay que conocer correctamente el presente para poder comprender adecuadamente la historia del pasado…», El joven Hegel, p. 112. 36 IA, p. 42. 37 IA, p. 53; We, vol. 3, p. 48.

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esquema global cuyas características se encuentran en todo proceso de cambios revolucionarios, también sostiene que las formas de transformación revolucionaria que se dan en la historia difieren en ciertos aspectos de crucial importancia. El proceso en conjunto del cambio social revolucionario, según el esquema que emplea Marx en su análisis, es el siguiente: En toda sociedad relativamente estable hay un equilibrio entre el modo de producción, las relaciones sociales que integran este modo de producción, y la «superestructura» a él vinculada por medio, del dominio clasista. Cuando ocurren cambios progresivos en el ámbito de la actividad productiva –tal como sucedió en Roma con la aparición de la manufactura y el comercio dentro de una economía predominantemente agraria–, surge una tirantez entre estas nuevas fuerzas productivas y las relaciones de producción que subsisten. Entonces estas últimas obstaculizan cada vez más a las nuevas fuerzas de producción que sobresalen. Estas «contradicciones» llegan a expresarse abiertamente como conflictos de clase, terminan en luchas revolucionarias reñidas en el ámbito político, y aparecen a nivel ideológico como choques entre «principios» opuestos. Estas luchas dan como resultado, o bien «el hundimiento de las clases beligerantes», como sucedió en Roma, o bien «la profunda reorganización revolucionaria de la sociedad», como ocurrió con la retirada del feudalismo ante el capitalismo.38 La clase que se empeña en una lucha revolucionaria por el poder, combate en nombre de derechos humanos absolutos y presenta sus ideas como «las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta».39 Si bien con el derrocamiento revolucionario de la clase dominante solamente una clase sometida tiene posibilidad de ganar, ésta puede pedir la ayuda de otras en su camino hacia el poder: la burguesía francesa, por ejemplo, realizó su revolución en 1789 con la ayuda del campesinado. Cuando la clase revolucionaria ha llegando al poder, su carácter en otro tiempo revolucionario se convierte en una defensa del nuevo orden, es decir, de su propia hegemonía:

La parte dominante de la sociedad se halla interesada en santificar lo existente como ley y en dar una sanción legal a sus límites, establecidos por el uso y la tradición. Prescindiendo de todas las otras cosas, esto se hace valer, por lo demás, tan pronto como la reproducción constante de la base sobre que descansa el estado de cosas existente, la relación que le sirve de fundamento, adquiere con el transcurso del tiempo una forma reglamentada y ordenada; y esta regla y este orden son, a su vez, un factor indispensable de todo régimen de producción que haya de adquirir una firmeza social y sobreponerse a todo lo que sea simple arbitrariedad y mero azar40

De este modo la accesión al poder de la nueva clase inaugura otro período de relativa estabilidad,

que un día dará origen a una repetición del mismo esquema de cambio. Esta Concepción general sería totalmente positivista si Marx no relacionara el acontecimiento del

cambio revolucionario con el conjunto del proceso histórico. «Cada nueva clase –afirma Marx– instaura su dominación siempre sobre una base más extensa que la dominante con anterioridad a ella; lo que, a su vez, hace que, más tarde, se ahonde y agudice todavía más la contradicción de la clase no poseedora contra la ahora dotada de riqueza.»41 El ascenso al poder de la burguesía introduce, como consecuencia, profundos cambios en el carácter de las relaciones de clase en comparación a como eran en el feudalismo. La sociedad burguesa tiende a una realización de las capacidades productivas humanas mucho más amplia de lo que era factible en anteriores períodos históricos. Pero esto solamente llega a ser posible mediante la formación de una clase cada vez más numerosa de trabajadores asalariados desprovistos de propiedad: la sociedad burguesa universaliza las relaciones de clase en torno a una única división, la que hay entre la burguesía y el proletariado. Ésta es la que, de hecho, nos da la diferencia fundamental entre la sociedad burguesa y las demás formas de sociedad clasista que la precedieron. Mientras que las clases revolucionarias del pasado, una vez conquistado el poder, «trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación», el proletariado no puede llegar a una posición de dominio «sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días».42

Según Marx, la subida al poder de la clase trabajadora significa la culminación de los cambios forjados por la sociedad burguesa. El desarrollo de esta última fomenta hasta el extremo el desajuste entre las realizaciones de las fuerzas productivas humanas y la alienación de la masa popular respecto al control de la riqueza así creada. La superación del capitalismo, por otra parte, proporciona al hombre las circunstancias en

38 «Manifiesto Comunista», en OE, vol. I, p. 22 39 IA, p. 52. 40 Cap, vol. III, p. 735; We, vol. 25, p. 801 41 IA, p. 53; We, vol. 3, p. 48 42 «Manifiesto Comunista», en OE, vol. I, p. 33.

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que le será posible recuperar su yo alienado, dentro de un orden racional que se ha liberado del dominio clasista. Los presupuestos económicos de este proceso se explican con detalle en El Capital.

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II. UNA SOCIEDAD DE CONSUMIDORES

Si la cultura consumista es la forma en que los miembros de una sociedad de consumidores actúan“irreflexivamente” —o en otras palabras, sin pensar en aquello que consideran el propósito de susvidas y en los medios más adecuados para alcanzarlo, sin pensar en cómo distinguen todo aquelloque es relevante para ese propósito de aquello que descartan por irrelevante, sin pensar en lo quelos entusiasma y en lo que les resulta indiferente o desabrido, en lo que los atrae y en lo que losrepele, en lo que los empuja a actuar y en lo que los llama a la fuga, en lo que desean y en lo quetemen, sin pensar hasta qué punto temores y deseos se compensan unos a otros—, entonces lasociedad de consumidores (o de consumo) refiere a un conjunto específico de condiciones deexistencia bajo las cuales son muy altas las probabilidades de que la mayoría de los hombres ymujeres adopten el consumismo antes que cualquier otra cultura, así como las de que casi siemprehagan todo lo posible por obedecer sus preceptos.

La “sociedad de consumidores” es un tipo de sociedad que (recordando el término acuñado porLouis Althusser y que alguna vez fuera tan popular) “interpela” a sus miembros (vale decir, sedirige a ellos, los llama, los convoca, apela a ellos, los cuestiona, pero también los interrumpe e“irrumpe” en ellos) fundamentalmente en cuanto a su capacidad como consumidores. Al hacerlo deeste modo, la “sociedad” (o cualesquiera sean los mecanismos humanos muñidos de las armas decoerción y los medios de persuasión que se oculten detrás de ese concepto o imagen) espera serescuchada, atendida y obedecida. Evalúa —recompensa y penaliza— a sus miembros según larapidez y calidad de su respuesta a dicha interpelación. Como resultado, los lugares ganados oasignados sobre el eje de excelencia/ineptitud de rendimiento consumista se convierten en elprincipal factor de estratificación y en el criterio fundamental de inclusión y exclusión, a la vez quemarcan la distribución de la estima o el estigma social, así como la cuota de atención pública.

En otras palabras, la “sociedad de consumidores” implica un tipo de sociedad que promueve,alienta o refuerza la elección de un estilo y una estrategia de vida consumista, y que desapruebatoda opción cultural alternativa; una sociedad en la cual amoldarse a los preceptos de la cultura delconsumo y ceñirse estrictamente a ellos es, a todos los efectos prácticos, la única elecciónunánimemente aprobada: una opción viable y por lo tanto plausible, y un requisito de pertenencia.

Se trata de un hito trascendental en la historia moderna; de hecho, constituye una divisoria deaguas. Como lo descubriera Frank Trentmann en el transcurso de su exhaustivo y esclarecedorintento por rastrear el lugar que ocupa el concepto de consumo y de consumidor en el vocabulario

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utilizado por sucesivos pensadores de la modernidad para describir la realidad social emergente,

el consumidor estaba prácticamente ausente del discurso del siglo XVIII. Es significativo que sólo aparezca en siete de los 150 000trabajos del siglo XVIII disponibles on line: dos veces para referirse a un comprador privado […] una vez a un comprador quepaga un gravamen de importación sobre productos de las colonias, otra vez a un comprador que sufre los altos precios de loscomerciantes, y […] dos veces para referirse al tiempo (“el veloz consumidor de horas”).[1]

Como podemos observar, en todos los casos el término aparece para nombrar a un personajeparticular o por algún motivo excéntrico, y ciertamente poco relevante o sólo de forma tangencialpara la economía en general, mucho menos aún relevante para la vida cotidiana. En el transcursodel siglo siguiente no se produjeron cambios significativos a este respecto, a pesar del espectacularincremento, profusamente documentado, de las prácticas comerciales, publicitarias, técnicas deexhibición y, finalmente, de los arcades o galerías comerciales, arquetipos de los centros comercialescontemporáneos (esos “templos del consumo”, como tan acertadamente los bautizaría GeorgeRitzer). E incluso hasta 1910, “la décimoprimera edición de la Enciclopedia Británica sóloconsideraba necesario incluir una breve entrada sobre ‘consumo’, definido como gastarse en unsentido físico o como ‘vocablo técnico’ en economía, referido a la destrucción de bienes”.

Durante la mayor parte de la historia moderna (vale decir, la era de las gigantes plantas industrialesy los multitudinarios ejércitos de conscriptos), la sociedad “interpelaba” a casi la mitad masculina desus integrantes en tanto productores y soldados, y a casi toda la otra mitad (femenina)primordialmente como sus proveedora de servicios por encargo.

Así, la obediencia a las órdenes y el apego a las normas, el acatamiento de la función asignada ysu indiscutida aceptación, el sometimiento a la rutina y la sumisión a la monotonía, la tendencia aposponer la gratificación y una resignada aceptación de la ética del trabajo (lo que significababásicamente aceptar trabajar por el trabajo mismo, por inútil o sin sentido que fuese),[2] son lospatrones de comportamiento que fueron inculcados en sus miembros, en los que se los entrenaba, yque, se esperaba, aprendieran e interiorizaran. Era el cuerpo del futuro obrero o soldado lo quecontaba, mientras que sus espíritus debían ser silenciados y por lo tanto “desactivados”, dejados delado, soslayados y obviados a la hora de evaluar políticas y tácticas. La sociedad de productores ysoldados se dedicaba al manejo del cuerpo de sus integrantes para adaptarlos a las condicionesimperantes en el entorno en que tendrían que vivir y actuar: la fábrica y el campo de batalla.

En franco contraste con la sociedad de productores/soldados, la sociedad de consumidoresconcentra sus fuerzas de coerción y entrenamiento, ejercidas sobre sus integrantes desde la mástierna infancia y a lo largo de todas sus vidas, en el manejo del espíritu, y deja el manejo del cuerpoen manos de los individuos y sus tareas de bricolaje, supervisados y coordinados personalmente porindividuos entrenados y coercionados espiritualmente. Ese cambio de enfoque resulta indispensablesi los individuos deben hacerse aptos para vivir y actuar en su nuevo hábitat natural: los centroscomerciales donde se buscan, encuentran y adquieren los productos y luego en las calles, donde la

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exhibición de los artículos adquiridos transfiere a sus portadores el valor del producto. DanielThomas Cook, de la Universidad de Illinois, ha sabido resumir bien esta nueva tendencia:

las batallas libradas sobre y alrededor de la cultura de consumo de los niños no son ni más ni menos que batallas acerca de lanaturaleza y el alcance de lo humano en un contexto de incesante expansión del comercio. Uno de los puntos centrales de laformación de las personas y de los valores morales en la vida contemporánea consiste en la familiarización de los niños con losmateriales, medios de comunicación, imágenes y significados propios, referidos o relacionados con el mundo del comercio.[3]

Ni bien aprenden a leer, o quizás incluso desde antes, se pone en marcha la “adicción a lascompras”. No hay estrategias de entrenamiento diferenciadas para niños y niñas: el rol deconsumidor, a diferencia del rol de productor, no tiene un género específico. En una sociedad deconsumidores todos tienen que ser, deben ser y necesitan ser “consumidores de vocación”, valedecir, considerar y tratar al consumo como una vocación. En esa sociedad, el consumo comovocación es un derecho humano universal y una obligación humana universal que no admiteexcepciones. En este sentido, la sociedad de consumidores no reconoce diferencias de edad ogénero ni las tolera (por contrario a los hechos que parezca) ni reconoce distinciones de clase (pordescabellado que parezca). Desde los centros geográficos de la red de la autopista informática hastalas periferias sumidas en la pobreza,

los pobres son forzados a una situación en la que tienen que gastar más del poco dinero que tienen en objetos de consumo inútilesque en necesidades básicas para no caer en la humillación social más absoluta y convertirse en el hazmerreír de los otros.[4]

La vocación consumista depende finalmente de un desempeño personal. La selección de losservicios ofrecidos por el mercado y necesarios para un desempeño eficiente recae inexorablementesobre la responsabilidad de cada consumidor, una tarea que debe realizarse individualmente y conla ayuda de habilidades de consumo y patrones de decisión adquiridos también individualmente. Sebombardea a consumidores de ambos sexos, de todas las edades y extracciones, conrecomendaciones acerca de la importancia de equiparse con este o aquel producto comercial si esque pretenden obtener y conservar la posición social que desean, cumplir con sus obligacionessociales y proteger su autoestima, y que a la vez se los reconozca por hacerlo. Esos mismosconsumidores se sentirán incompetentes, deficientes e inferiores a menos que puedan responderprontamente a ese llamado.

Por la misma razón (o sea, por haber transferido la responsabilidad y preocupación de la“aptitud social” a los individuos), los mecanismos de exclusión de la sociedad de consumidores sonmucho más duros, inflexibles e inquebrantables que en la sociedad de productores. En unasociedad de productores, a quienes se catalogaba como “anormales” y etiquetaba de “inválidos” eraa los varones incapaces de aprobar el examen de la productividad/militarización. Su destino, enconsecuencia, era la terapia, con la esperanza de volverlos “aptos” y reintegrarlos a las “filas”, o lapenalización, para combatir su reticencia a volver al redil. En la sociedad de consumidores, los“inválidos” marcados para su exclusión (irrevocable y definitiva, sin apelación posible) son los

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“consumidores fallados”. A diferencia de los “inadaptados” de la sociedad de productores (losdesempleados y rechazados del servicio militar), no pueden ser considerados personas quenecesitan asistencia o cuidados, ya que se presume (por contrario a los hechos que resulte) que laobservancia y el cumplimiento de los preceptos de la cultura consumista son asequibles para todo elmundo. Como son fáciles de adoptar y aplicar por todos aquellos que así lo deseen (se le puedenegar un empleo a alguien capacitado pero, a menos que hablemos de una “dictadura comunistarespecto de las necesidades”, no se le puede negar un bien de consumo a quien tiene el dinero parapagarlo), se cree que la obediencia a estos preceptos (una vez más, por descabellado que parezca)depende pura y exclusivamente de la voluntad y el desempeño individuales. A causa de esapresunción, en la sociedad de consumidores toda “invalidez social” seguida de exclusión sólo puedeser el resultado de falencias personales. Todo indicio de una falla debida a “causas externas” alfracaso, causas que exceden lo individual o son de raíz social, es descartado de antemano, o resultadudoso e inaceptable como defensa.

Por lo tanto, “consumir” significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad, lo que en unasociedad de consumidores se traduce como “ser vendible”, adquirir las cualidades que el mercadodemanda o reconvertir las que ya se tienen en productos de demanda futura. La mayor parte de losproductos de consumo en oferta en el mercado deben su atractivo, su poder de reclutarcompradores, a su valor como inversión, ya sea cierto o adjudicado, explícito o solapado. El materialinformativo de todos los productos promete —en letra grande, chica, o entre líneas— aumentar elatractivo y valor de mercado de sus compradores, incluso aquellos productos que son adquiridoscasi exclusivamente por el disfrute de consumirlos. Consumir es invertir en todo aquello que haceal “valor social” y la autoestima individuales.

El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad de consumidores (aunque pocasveces se diga con todas las letras y casi nunca se debata públicamente) no es satisfacer necesidades,deseos o apetitos, sino convertir y reconvertir al consumidor en producto, elevar el estatus de losconsumidores al de bienes de cambio vendibles. En definitiva, ésa es la razón por la cual laaprobación del examen de consumo no es una condición negociable a la hora de ser admitido en elseno de una sociedad que ha sido remodelada a imagen y semejanza de los mercados. Aprobar eseexamen es un prerrequisito no contractual que condiciona cualquiera de las relaciones contractualesque tejen y entretejen esa red de vínculos llamada “sociedad de consumidores”. Es ese requisitoprevio innegociable e inapelable el que consigue amalgamar ese conjunto de transacciones decompraventa en una totalidad imaginaria. O, para ser más exactos, es el requisito que permite queesa amalgama sea experimentada como una totalidad llamada “sociedad” —entidad a la que puedeadjudicarse la capacidad de “plantear exigencias” y coercionar a sus integrantes— y que acceda alestatus de “hecho social” en el sentido que le da Durkheim al término.

Los miembros de una sociedad de consumidores son ellos mismos bienes de consumo, y esa condiciónlos convierte en miembros de buena fe de la sociedad. Aunque por lo general permanezca latente

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como una preocupación inconsciente e implícita, el principal motivo de desvelo de losconsumidores es convertirse en productos vendibles y lograr mantenerse así. El atractivo de losproductos de consumo —esos objetos de deseo consumista reales o futuros capaces dedesencadenar la acción de consumir— suele evaluarse según su capacidad de aumentar el valor demercado de quien los consume. Hacer de uno mismo un producto vendible es responsabilidad decada uno, una tarea del tipo “hágalo usted mismo”. E insisto, hacer de uno mismo, y no sólo llegara ser: ése es el objetivo. La noción de que no nacemos como seres humanos completos, de quetodavía nos queda mucho por hacer para llegar a ser verdaderamente humanos, no es un inventode la sociedad de consumidores, ni siquiera de la era moderna. Pero sí lo es la vergüenza defracasar en la tarea personal de hacerse diferente (supuestamente mejor) de lo que uno “ha llegadoa ser”, lo que Günther Anders describiera en 1956 como “vergüenza prometeica”.[5]

En palabras de Anders, el “desafío prometeico” consiste en “negarse a deberle nada a nadie (ni anada), incluido uno mismo”, mientras que el “orgullo prometeico” consiste en “deberse todo a unomismo, incluido uno mismo”. Obviamente, uno mismo es a la vez la manzana de la discordia, laapuesta y el premio mayor de esta versión prometeica actual de “estar en el mundo” (o más bien deesta perversión contemporánea y perifrástica de la ambición prometeica). “Llegar a ser”, meramentey como consecuencia accidental de haber sido concebido y haber nacido de nuestras madres, no essuficiente.

El “mero ser” carece de ese potencial de perfección que sí tiene el artificio y que ha sido elaxioma de la visión del mundo dominante para todos (aunque no aceptada por todos) desde losalbores de nuestra era moderna e ilustrada. Los seres humanos armados de la Razón podían,debían y lograrían mejorar la Naturaleza, y por lo tanto también su propia naturaleza, esanaturaleza con minúscula que fuera la causa de su llegada al mundo y que determinaría incluso loque “llegarían a ser”. La hazaña prometeica, por lo tanto, ya no era el acto único y legendario de unsemidiós, sino la forma de “estar en el mundo” propia de los humanos, o su destino como tales. Elestado del mundo —su grado de “perfección”— era objeto de la preocupación humana y decididoobjeto de sus acciones. Y también lo era, si bien oblicuamente, el estado de cada individuohumano, así como su grado de perfección.

Había que dar un paso más, por lo tanto, para que el desafío y orgullo prometeicos dieran a luza la vergüenza prometeica. Ese paso fatídico, me atrevo a sugerir, fue el de la sociedad deproductores —con su estilo gerencial de regulación normativa, su división y coordinación deltrabajo, su vigilancia y su aceptación de la vigilancia— a la sociedad de consumidores, cuyaspreocupaciones, tareas, el manejo de esas tareas y las responsabilidades consecuentes secaracterizan por la intermitencia compulsiva, la autorreferencialidad y el ferviente deseo deindividualización. Ese paso auguraba un hincapié exagerado en el “uno mismo”, que se convirtiósimultáneamente en el principal objeto y el principal sujeto de la tarea de remodelar el mundo, asícomo en el responsable del éxito o el fracaso de esa empresa; un hincapié en el yo individual que lotransforma al mismo tiempo en guardián y pupilo del modo de vida prometeico.

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La sociedad de productores luchaba abiertamente por la prioridad de lo “societal” por encimade los intereses y ambiciones individuales o “grupales”, y al mismo tiempo se adjudicaba la autoríadel mundo visto como fruto del quehacer humano guiado por la razón. De ese modo, asumía poracción u omisión el papel de un “Prometeo colectivo”, atribuyendo a la conformidad a las normastoda responsabilidad individual por la calidad del producto. La sociedad de consumidores“terceriza”, “concesiona”, “subsidiariza” el papel de Prometeo en los individuos, junto con laresponsabilidad de una buena actuación. La vergüenza prometeica, a diferencia del desafío y elorgullo, es un sentimiento absolutamente individual. Las “sociedades” nunca se avergüenzan nipueden hacerlo: la vergüenza sólo es imaginable como un estado individual.

Habiendo resignado y descartado explícitamente o en los hechos el estatus prometeico queantes reclamaba, la sociedad se esconde hoy detrás de sus propios artificios. La autoridad y losprivilegios debidos a un ser superior, otrora la única y más celosamente guardada posesión de la“sociedad humana”, se otorgan ahora a los productos humanos, esos rastros materiales de la razóndel hombre, de su ingenio y habilidad. Estos productos son capaces de realizar, a la perfección ocasi, las tareas que “un hombre nacido de una mujer”, un mero efecto secundario y contingente dela naturaleza, sólo lograría hacer a medias, malamente y con resultados vergonzosamente inferiores.Ahora es el artificio, presente a diario bajo la forma de productos de la industria del consumo, elque sobrevuela y se cierne sobre la cabeza de cada individuo humano como parangón de laperfección y como patrón de acción de todo esfuerzo (condenado al fracaso) por emularla.

Anders sugiere que una vez que aceptaron la superioridad de la res (“cosa”), “para los humanosuna reificación incompleta es la peor de las derrotas”. Haber nacido y haber “llegado a ser”, enlugar de haber sido fabricado de principio a fin, es ahora motivo de vergüenza. La vergüenzaprometeica es el sentimiento “de humillación que embarga a hombres y mujeres al comprobar laaltísima calidad de los productos que ellos mismos fabricaron”. Citando a Nietzsche, Anders señalaque hoy en día el cuerpo humano (o sea, el cuerpo tal y como lo recibimos accidentalmente de lanaturaleza) es algo que “debe ser superado” y dejado atrás. Los cuerpos “en crudo” y sin adornos,no reformados ni intervenidos, son vergonzantes, ofensivos para la vista, y siempre dejan muchoque desear, pero por sobre todas las cosas son la prueba viviente del fracaso, la ineptitud, laignorancia y la impotencia, y la falta de recursos del “yo”. El “cuerpo desnudo”, ese objeto queacordamos no exhibir en público por el decoro y la dignidad de sus “propietarios”, en la actualidadno refiere, dice Anders, “al cuerpo sin ropa, sino al cuerpo que no ha sido trabajado”, o sea, uncuerpo no suficientemente “reificado”.

Pertenecer a una sociedad de consumidores es una tarea titánica, una lucha sin cuartel y cuestaarriba. El miedo a no adaptarse ha sido desplazado por el miedo a ser inadecuado, pero no por esoes menos abrumador. El mercado de consumo está deseoso de capitalizar ese miedo, y lascompañías que fabrican productos de consumo rivalizan entre sí por convertirse en guías de susclientes que se esfuerzan por enfrentar el desafío. Suministran las “herramientas”, los instrumentosnecesarios para el bricolaje privado de la “autofabricación”. Sin embargo, según la Trade

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Descriptions Act, podrían ser demandadas, ya que los productos que se señalan como“herramientas” de uso individual para ayudar a decidir, insiste Anders, “son decisiones tomadas deantemano”.[6] Ya habían sido tomadas mucho antes de que el individuo se enfrentara con laobligación (presentada como oportunidad) de decidir. Y agrega que es absurdo pensar que esasherramientas posibiliten una opción realmente individual. Estos instrumentos son la cristalizaciónde la “necesidad” irrefrenable que, hoy como ayer, los humanos deben aprender, obedecer, yaprender a obedecer, para poder ser libres…

Una joven adolescente entrevistada por Decca Aitkenhead, aguda corresponsal del Guardian,entre un grupo de adolescentes de entre dieciséis y diecisiete años de los Cotswolds, confesaba:

Bueno, si saliera así a la calle (en jeans y camiseta) la gente se me quedaría mirando y me diría: ¿Por qué no usas algo especial,prendas más provocativas y sensuales? Así nos vestíamos a los 13. Ahora estar a la moda es vestirse así.[7]

Otra del mismo grupo, mayor de veinte años, agrega: “se nos recuerda de todas las manerasposibles cómo debe ser un cuerpo sensual, y a medida que envejezco me preocupa más y más estara la altura”. El significado de “prendas provocativas y sensuales” y “un cuerpo sensual” es en amboscasos determinado por la moda del momento (la moda cambia, y rápido: los jóvenes de dieciséis ydiecisiete años “no tienen ni idea de que los shorts para púberes con leyendas como ‘ChicaEntrenada’ recién se pusieron de moda en la década de 1990 y se asombran al enterarse de que lasjovencitas alguna vez se vistieron de otra manera”. Una de ellas se mostró “incrédula”, notóAitkenhead, cuando le dijeron que “en la década de 1970 las chicas no se afeitaban las axilas”).Obtener nuevas versiones de esas prendas y cultivar ese aspecto, así como reemplazar o adaptarversiones anticuadas es una de las condiciones para estar y permanecer en el mercado: seguirsiendo deseable al menos para satisfacer las ganas de algún consumidor, haya o no intercambio dedinero. Como señala Digby Jones, ex director de la Confederación de la Industria Británica, alreferirse al mercado laboral: la única condición que tienen que cumplir quienes quieren ser“productos muy demandados” es “estar tan entrenados, ser tan adaptables y valiosos para queningún empleador se atreva a echarlos o a tratarlos mal”.[8]

En su versión dominante “Whig” (vale decir, en su “transcripción oficial”, multiplicada tanto por lasdescripciones académicas como por el imaginario popular), la historia de la humanidad esrepresentada como una larga marcha hacia la libertad personal y la racionalidad.

Su último estadio, el pasaje de una sociedad de productores y soldados a una de consumidores,se describe como el proceso de emancipación gradual de los individuos de sus condicionesoriginales de “no opción” y luego de “opción limitada”, de los escenarios guionados y las rutinasobligatorias, de todos los vínculos preordenados, prescritos y no negociables, y de los patrones decomportamiento compulsivo o resistentes. En resumen, ese pasaje es presentado como un salto más,quizás el definitivo, de un mundo de restricciones y falta de libertad a uno de autonomía individualy dominio de sí mismo. La mayoría de las veces, se afirma que ese pasaje representa el triunfo final

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del derecho del individuo a la autoafirmación, entendida en tanto soberanía indivisible del sujetoliberado, una soberanía que a su vez tiende a ser interpretada como el derecho del individuo aelegir libremente. Cada miembro de una sociedad de consumidores se define, primero y ante todo,como homo eligens.

La otra transcripción latente, que pocas veces o nunca se ventila en público pero que funcionacomo disparador invisible e indispensable de la primera, nos mostraría esa misma transformaciónsocial bajo una luz muy diferente. En vez de ser un paso hacia la emancipación definitiva de unamultiplicidad de restricciones externas, ese pasaje nos mostraría la conquista, anexión ycolonización de la vida por parte de los mercados. El significado profundo (por reprimido y oculto)de esa conquista y colonización es la elevación a la categoría de preceptos de vida de las leyesescritas y no escritas de los mercados, esa clase de preceptos que sólo pueden ignorarse a riesgopersonal y que suele castigarse con la exclusión.

Las leyes del mercado se aplican equitativamente sobre las cosas elegidas y sobre quienes laseligen. Sólo los bienes de cambio pueden entrar por derecho propio en los templos del consumo, yasea por la puerta de los “productos” o por la de “clientes”. En el interior de esos templos, tanto losobjetos de adoración como los devotos son bienes de cambio. La vida política ha sido desregulada,privatizada y confinada así también al ámbito de los mercados, característica que distingue a lasociedad de consumidores de toda otra forma de comunidad humana. Como en una parodiagrotesca del imperativo categórico kantiano, los miembros de una sociedad de consumidores estánobligados a seguir los mismísimos patrones de comportamiento que los objetos de su consumo.

Para ingresar en la sociedad de consumidores y obtener un permiso de residencia permanente,hombres y mujeres deben alcanzar los estándares de elegibilidad que define el mercado. Debenestar disponibles para la venta y conseguir, en competencia con el resto de sus integrantes, el “valorde mercado” más favorable posible. Al explorar el mercado en busca de artículos de consumo, sonatraídos a los comercios con la promesa de que allí encontrarán las herramientas y materias primasque pueden (y deben) usar para volverse “aptos para el consumo”, y por lo tanto cotizar en elmercado.

El consumo es el mecanismo fundamental de transformación del consumidor en producto, unatarea que, como tantas otras que antes eran manejadas por el Estado y llevadas a cabo por lasociedad, ha sido desregulada, privatizada, “tercerizada”, “subsidiarizada”, dejada al cuidado yresponsabilidad de los individuos, hombres y mujeres. El impulso del consumo se alimenta de labúsqueda individual de un óptimo valor de venta de sí mismo, el ascenso a una categoría diferente,escalar posiciones en algún ranking o avanzar casilleros en esta o aquella tabla (que por suerteabundan).

Todos los miembros de la sociedad de consumidores son, de la cuna hasta la tumba, consumidoresde jure, aunque el jus que los define como consumidores jamás ha sido votado por ningúnparlamento ni ha sido consignado en los compendios de leyes.

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A todos los efectos prácticos, el “consumidor de jure” es el “fundamento no legal de la ley”, yaque es anterior a cualquier pronunciamiento legal que defina y detalle los derechos y lasobligaciones de los ciudadanos. Gracias al trabajo de campo realizado por los mercados, loslegisladores pueden dar por sentado que los sujetos de su legislación ya son consumidoresplenamente desarrollados. De ser necesario, se puede alegar que somos consumidores pornaturaleza, y no por constructo legal, que consumir forma parte de la “naturaleza humana” y deuna inclinación innata de los hombres a la que debe estar subordinada toda ley positiva y a la queésta debe respetar, atender, obedecer, proteger y servir. Puede alegarse incluso que consumir es esederecho humano primordial que subyace a todos los derechos ciudadanos, que no serían más quederechos secundarios cuya principal función sería reconfirmar ese derecho primario, básico ysacrosanto, y volverlo inexpugnable.

Daniel Thomas Cook, que ha estudiado y reconstruido la secuencia del desarrollo posterior a laPrimera Guerra Mundial y que eventualmente condujo al afianzamiento (y atrincheramiento) de lasociedad de consumidores, concluyó que

el derecho de los niños de consumir antecede y prefigura en diversos aspectos a todos los otros derechos legalmente constituidos.A los niños ya se les había dado voz en el centro comercial, en concursos de diseño y de “póngale usted el nombre”, en la elecciónde ropa, en los sondeos de mercado y estrategias de marketing, varias décadas antes de que sus derechos fueran sancionados en1989 por la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. La participación de los niños en el mundo delconsumo en tanto actores, en tanto personas con deseos, refuerza su reciente estatus de individuos con derechos.[9]

Cook se concentró en el estudio de la historia del consumismo infantil y de la transformación de lainfancia en producto de consumo, o por usar el término que él mismo acuñó, la “revolucióncopernicana” lograda por el marketing para niños y que consiste en cambiar la “perspectiva de lospadres” por una “paidocularidad”, vale decir, el ajuste de las estrategias de diseño y marketing alpunto de vista de los niños, a quienes hoy se reconoce como sujetos soberanos de sus deseos yelecciones. En el curso de sus investigaciones, Cook se topó con un patrón universal de la sociedadde consumidores presente ya en sus orígenes y aún activo en su autorreproducción y expansión. Enel análisis de la producción de consumidores y de la reproducción de la sociedad de consumidores,uno está tentado de resignificar la memorable afirmación de Ernst Haeckel, famoso naturalista delsiglo XIX, de que “la ontogénesis es una recapitulación de la filogénesis”, o sea que las sucesivas fasesdel desarrollo embrionario de un individuo constituyen la recapitulación abreviada y comprimidade las diferentes fases que atravesaron las especies a lo largo de su historia evolutiva. Pero seimpone una salvedad: en vez de considerar una causalidad unidireccional, parece razonable yapropiado pensar (para evitar de antemano el inconducente e irresoluble debate de “qué vinoprimero, el huevo o la gallina”) que esa secuencia es impuesta en la vida de los consumidoresindividuales y que tiende a repetirse infinitamente en la reproducción en curso de la sociedad deconsumidores.

En las operaciones cotidianas de la sociedad de consumidores madura actual —al igual quedurante su aparición y proceso de maduración—, los “derechos del niño” y los “derechos del

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ciudadano” se basan en la genuina o supuesta competencia del consumidor. Las dos secuencias serefuerzan y reafirman mutuamente, “naturalizándose” y ayudándose entre sí para alcanzar elestatus de “idea dominante”, y lo que es más relevante aún, para acceder al tesoro de la doxa(presupuestos que utiliza la gente a la hora de pensar, pero que rara vez son cuestionados) o lisa yllanamente para formar parte del sentido común.

A diferencia de un derecho formal, para cuyo otorgamiento se desestima formalmente cualquier“prueba de aptitud”, la condición silenciada pero decisiva para ganarse o rechazar los beneficiosprácticos y sustanciales de ser un ciudadano completo es la competencia consumista de cadapersona y su habilidad para ejercerla. Un número considerable de consumidores de jure noaprueban un examen que ha sido pensado, informal pero tangiblemente, para consumidores defacto. Quienes no aprueban el examen son “consumidores fallidos”, a los que a veces sesubcategoriza como “refugiados fallidos” o “inmigrantes ilegales”, y otras veces como “infraclase”(vale decir, una heterogénea variedad de individuos a quienes se niega el acceso a cualquier clasesocial reconocida y que no cumplen los requisitos para acceder a alguna), pero que la mayor partedel tiempo se pierden anónimamente en las estadísticas como “pobres” o gente “por debajo de lalínea de pobreza”; aquellos que no son sujetos que eligen y deciden como el resto de los miembrosde la sociedad de consumidores, según la clásica definición de Simmel, sino que son objetos de lacaridad. Si uno concuerda con la proposición de Carl Schmitt de que la prerrogativa soberanadefinitiva y definitoria es el poder de excluir, entonces deberá aceptar también que el verdaderoposeedor de poder soberano en la sociedad de consumidores es el mercado de bienes y servicios. Es allí,en la plaza de compraventa del mercado, donde se realiza la tarea cotidiana de seleccionar y separara los condenados de los salvados, a los de adentro de los de afuera, a los propios de los ajenos, a losincluidos de los excluidos o, para ser más precisos, a los consumidores hechos y derechos de losfallados.

El mercado de bienes de consumo, hay que admitirlo, es un soberano bastante peculiar, raro,por completo diferente del que estamos acostumbrados a leer en los tratados de ciencias políticas.Este extraño soberano no tiene oficinas legislativas ni ejecutivas, y menos aún tribunales judiciales,los tres elementos que los libros de ciencias sociales consideran esenciales en la parafernaliaindispensable de todo soberano de buena fe. En consecuencia, el mercado es mucho más soberanoque los mucho más publicitados y autopublicitados soberanos políticos, ya que además de dictar losveredictos de exclusión, no admite instancias de apelación. Sus sentencias son tan firmes eirrevocables como informales y tácitas, y raramente se plasman en papel. La exclusión por parte delos órganos de un Estado soberano puede ser objetada y desafiada, y en eso se basa la posibilidadde una anulación. No sucede lo mismo con el desalojo que decretan los mercados, ya que ningúnjuez ha sido nombrado para presidirlo, no hay recepcionistas a la vista que puedan recibir nuestrotrámite, ni tiene un domicilio al que hacerle llegar nuestra demanda.

Para desestimar las quejas que puedan resultar de los veredictos de los mercados, los políticoscuentan con la ya probada fórmula del NHA (“No hay alternativa”), un diagnóstico que no colma las

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expectativas de nadie, una hipótesis para nada alentadora de ellos mismos. Cuanto más repiten lafórmula, más absoluta es la rendición de la soberanía del Estado a los mercados de bienes deconsumo, y más sobrecogedora e inabordable se vuelve la soberanía del mercado.

En realidad, no es el Estado, ni siquiera su brazo ejecutivo, el que está siendo socavado, erosionado,desangrado hasta su “desaparición”, sino la soberanía del Estado, su prerrogativa de trazar la líneaentre incluidos y excluidos y de otorgar el derecho a la rehabilitación y futura readmisión.

Esa soberanía ya se ha visto parcialmente limitada, y podemos suponer que bajo la presión deuna emergente legislación internacional vinculante que cuenta con el apoyo de organismosjurídicos (por rudimentarios y parciales que todavía sean), con altibajos o a los tropezones, seseguirá reduciendo. Sin embargo, ese proceso es apenas secundario y subsidiario de la cuestión dela nueva soberanía de los mercados, y no modifica la forma en que se toman y legitiman lasdecisiones soberanas. Por más que se la “promueva” a instancias superiores, a institucionessupraestatales, la soberanía (o al menos el principio al que se supone que sirve o debe servir) siguemezclando poder con política, y subordina el primero a la supervisión de la segunda, y lo que esmás importante aún, puede ser confrontada y reformada porque tiene domicilio fijo.

Mucho más revolucionaria (y potencialmente fatal para esa forma que el Estado adoptó en laera moderna) es otra tendencia que mina los cimientos más profundos de la soberanía del Estado:la inclinación de ese Estado debilitado a ceder muchas de sus funciones y prerrogativas a lospoderes impersonales del mercado. O la rendición incondicional del Estado al chantaje con el quelas fuerzas del mercado contrarrestan las políticas que favorecen y votan los electores, fuerzas quearrebatan a la ciudadanía su carácter de punto de referencia y árbitro definitivo de las normaspolíticas.

Como resultado de esta tendencia se ha ensanchado la brecha entre el poder de actuar, queahora se ha deslizado hacia los mercados, y la política, que si bien sigue siendo del dominio delEstado, es despojada progresivamente de su libertad de maniobra y su poder para fijar las reglas yarbitrar el juego. Ésta es en realidad la principal causa de la erosión de la soberanía del Estado. Sibien continúan articulando, dictando y ejecutando los veredictos de exclusión y desalojo, losorganismos del Estado ya no son dueños de decidir los criterios de esa “política de exclusión” o losprincipios de su aplicación. El Estado en su conjunto, incluidos sus brazos legislativo y judicial, seconvierte en el ejecutor de la soberanía de los mercados.

Cuando un ministro del gobierno británico declara, por ejemplo, que la nueva políticainmigratoria tendrá como objetivo atraer a personas “que el país necesita” y dejar afuera a aquellas“que no son necesarias para el país”, está concediéndole implícitamente a los mercados el derechode definir “las necesidades del país” y de decidir qué (o a quién) necesita el país y qué (o a quién)no necesita. Lo que ese ministro tiene en mente, por lo tanto, es ofrecer hospitalidad a quienesprometen ser consumidores ejemplares, mientras se la niega a aquellos que por sus patrones deconsumo —las personas que se encuentran en la base de la pirámide de ingresos, gente que busca

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entre los productos menos rentables— no impulsarán las ruedas de la economía consumista, nipermitirán que giren a más velocidad, ni dispararán las ganancias de las empresas por encima de losniveles ya alcanzados. Como para enfatizar aún más los principios rectores de los criterios deselección o aprobación de los extranjeros, el ministro señaló que los pocos que fuesen admitidostemporalmente para cubrir las necesidades estacionales de la producción necesariamente local(personal de hoteles y restaurantes, o recolectores de fruta) volverían a sus países de origen con lasganancias obtenidas (ya que no se permite a sus familias acompañarlos a Gran Bretaña),vigorizando así la circulación de bienes y servicios de esos lugares. Los consumidores fallados, esaspersonas que no disponen de recursos suficientes para responder adecuadamente al “saludo” o,para ser más exactos, a los guiños seductores de los mercados, es la gente que la sociedad deconsumidores “no necesita”. La sociedad de consumidores estaría mejor si no existiesen. En unasociedad que mide su éxito o su fracaso de acuerdo con el índice del producto bruto interno (o sea,la suma total de dinero que cambia de mano en transacciones de compraventa), esos consumidoresinválidos y defectuosos siempre son anotados en la lista de los pasivos.

La presunción tácita que subyace a todo este razonamiento es nuevamente la fórmula “para serconsumidor, primero hay que ser producto”. Antes de consumir, hay que convertirse en producto,y es esa transformación la que regula la entrada al mundo del consumo. En primer término unodebe convertirse en producto para tener por lo menos una oportunidad razonable de ejercer losderechos y cumplir las obligaciones de un consumidor. “El país”, al igual que los mercados, necesitaproductos. Un país que cede a los mercados desde la primera hasta la última palabra necesitahabitantes que ya sean productos o que puedan serlo sin demasiado esfuerzo ni gasto de inversiónen ellos. Y la decisión de quiénes ingresan a la categoría de “producto de buena fe”, por supuesto,es una prerrogativa exclusiva del mercado. “¿Hay compradores para este tipo particular demercancía?” Esa es la pregunta inicial y final que debe contestarse un funcionario estatal en elmomento de considerar la postulación de cada inmigrante.

El gobierno tomó y reformuló como un principio de las políticas de Estado el patrón y la normaya establecidos e inculcados en la vida diaria de la sociedad de consumo por las tan difundidasprácticas de la moderna empresa líquida. Como descubrió Nicole Aubert en el curso de susexhaustivas investigaciones de esas prácticas, las políticas del personal de las grandes empresascapitalistas se aplican “como si los empleados fueran productos, y como tales deben ser concebidos,utilizados y recambiados en el menor tiempo posible”.[10] De los recientemente incorporados seespera un desempeño ágil y vigoroso desde su primer día de trabajo: no hay tiempo para“asentarse”, para “arraigarse”, integrarse y desarrollar lealtad con la compañía y solidaridad con losotros empleados, ya que el perfil de los servicios a cumplir cambia con tal velocidad que no datiempo para realizar ajustes. Los lentos y extensos procesos de reclutamiento de personal, los ajustesy la capacitación en el interior de la empresa son considerados una pérdida de tiempo y de recursos,como conservar demasiados productos almacenados en los depósitos de la compañía, que olvidadosen los estantes no dan ganancia ni sirven para nada. Los procesos de incorporación, integración y

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capacitación deben quedar reducidos a su mínima expresión.

El secreto de todo sistema social duradero (vale decir, capaz de reproducirse a sí mismoexitosamente) consiste en saber dar a sus “prerrequisitos funcionales” la forma de móviles delcomportamiento de sus actores.

Por decirlo de otra manera, el secreto de toda “socialización” exitosa reside en hacer que losindividuos deseen hacer lo que es necesario para que el sistema logre autorreproducirse. Esto puederealizarse abierta y explícitamente, reuniendo apoyo en pos del interés “de todos”, como un Estadoo un país, a través de un proceso al que se ha llamado de muy diversas maneras —“movilizaciónespiritual”, “educación republicana” o “adoctrinamiento ideológico”—, tal y como se efectuabadurante la fase “sólida” de la modernidad, en la “sociedad de productores”. O puede producirsesubrepticia y oblicuamente, inculcando o imponiendo, más o menos por la fuerza, ciertos patronesde comportamiento para la solución de problemas que, una vez adoptados y acatados (y deben seracatados, ya que las opciones alternativas escasean y se desvanecen), hacen posible la monótonareproducción del sistema, como sucede en la fase “líquida” de la modernidad, que casualmente estambién la era de la sociedad de consumidores.

Esa forma que tenía la sociedad de productores de anudar los “prerrequisitos sistémicos” a losmotivos individuales exigía una devaluación del “ahora”, de la gratificación inmediata en particulary del goce en general (ese concepto prácticamente intraducible del francés que es la jouissance). El“presente” debe ser degradado al rol de segundo violín en beneficio del “futuro”, y su significado esun rehén a merced de los giros aún no revelados de una historia que se supone que ha sidodomesticada, conquistada y controlada precisamente debido al conocimiento de sus leyes y laaceptación de sus exigencias. El “presente” era sólo el medio para un fin, esa felicidad siemprefutura, siempre “todavía no”.

De igual modo, esa manera de coordinar los prerrequisitos sistémicos con los móvilesindividuales necesariamente había de alentar la procrastinación, y en particular la entronización delprecepto de “demora” o renuncia de la “gratificación”, es decir, el precepto de sacrificar lasrecompensas concretas y disponibles en lo inmediato en nombre de imprecisos beneficios futuros,así como de sacrificar las recompensas individuales en beneficio del “todo” (ya sea la sociedad, lanación, el Estado, las clases, los géneros o apenas el deliberadamente inespecífico “nosotros”),confiando en que a su debido tiempo aseguraría una vida mejor para todos. En una sociedad deproductores, se daba preferencia al “largo plazo” por sobre el “corto plazo”, y las necesidades de“todos” tenían prioridad frente a la necesidad de las “partes”. El gozo y la satisfacción que brindanlos valores “eternos” y “supraindividuales” tenían mejor prensa que el éxtasis individual y pasajero,mientras que el éxtasis de muchos era considerado como la única satisfacción válida y genuinaentre una multitud de atractivos pero falsos, artificiales, engañosos y en última instanciadenigrantes “placeres del momento”.

Aprendida la lección, nosotros (hombres y mujeres que viven sus vidas en un entorno moderno

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líquido) solemos evitar ese modo de hacer encajar la reproducción del sistema con nuestrasmotivaciones personales por considerarlo un despilfarro, algo sumamente oneroso y, por sobretodas las cosas, abominablemente opresivo, pues va en contra de las “naturales” inclinacioneshumanas. Sigmund Freud fue uno de los primeros pensadores en advertirlo. Pero esa imaginaciónexquisita existió en la época en que la sociedad industrial de masas y de ejércitos de conscriptosestaba en ascenso, y de esa sociedad recolectó su información. Por lo tanto, no fue capaz deconcebir una alternativa a la supresión coercitiva de los instintos, y en consecuencia adjudicó a susobservaciones el estatus genérico de características imprescindibles de todas y cada una de lascivilizaciones: la civilización “en sí”.[11]

En ninguna parte y bajo ninguna circunstancia, concluye Freud, los hombres aceptarán debuena gana renunciar al llamado de sus impulsos. Una sustancial mayoría de los seres humanosobedece a los preceptos y necesarias prohibiciones culturales “sólo bajo coerción externa”. “Esalarmante pensar en la enorme fuerza de coerción que habrá que aplicar” para promover, inculcar yasegurar las opciones de civilidad básicas, como por ejemplo la ética del trabajo (vale decir, lacondena del ocio en general a la que se adosó el mandamiento que conmina a trabajar por eltrabajo mismo, sin pensar en las recompensas materiales), o la ética de la cohabitación pacíficapropuesta por el mandamiento que reza “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (“¿Qué sentidotiene un precepto enunciado con tanta solemnidad si no puede asegurarse que su cumplimiento seaaconsejable?”, se pregunta retóricamente Freud).

El resto de la argumentación de Freud acerca del andamiaje coercitivo que toda civilizaciónnecesita para mantenerse en pie es harto conocido para ser detallado aquí nuevamente. Suconclusión general, como sabemos, es que toda civilización se sostiene con represión, ya que esinevitable que ciertos volúmenes de disenso y rebelión estén cociéndose a fuego lento todo eltiempo y se manifiesten esporádicamente, como son también inevitables los esfuerzos continuos pordesactivarlos y controlarlos. El disgusto y los motines no pueden evitarse, ya que toda civilizaciónimplica la contención represiva de los impulsos humanos, y toda represión es repulsiva.

El reemplazo del poder del individuo por el poder de la comunidad constituye el paso decisivo de la civilización. Su esencia radicaen el hecho de que los miembros de la comunidad restringen sus propias posibilidades de satisfacción, mientras que el individuodesconocía esas restricciones.

Hagamos la salvedad de que “el individuo” que todavía no es “miembro de una comunidad” puedeser una figura más mítica aún que el salvaje presocial de Hobbes de bellum omnium contra omnes(guerra de todos contra todos), o ser simplemente un dispositivo retórico útil a la argumentación,como el “parricidio original” que Freud inventara en trabajos posteriores. Sin embargo, más allá delas razones que tuvo para elegir esas palabras en especial para articular el mensaje, en esencia diceque como es improbable que el vulgo reconozca, adopte y obedezca de buena gana el mandamientode poner los intereses supraindividuales por encima de las inclinaciones y los impulsos individuales,y los efectos a largo plazo por encima de las satisfacciones inmediatas (como en el caso de la ética

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del trabajo), toda civilización (o por decirlo de manera más sencilla, toda convivencia humanapacífica y cooperativa, con todos sus beneficios) debe descansar en la coerción, o al menos en laamenaza de que se utilizará la coerción si no se acatan escrupulosamente las restricciones impuestasa los impulsos instintivos. Para que la convivencia humana persista, se debe asegurar, por las buenaso por las malas, que el “principio de realidad” se imponga al “principio del placer”. Freudreproyecta esta conclusión sobre todas las formas de comunidad humana (a las que se hanombrado retrospectivamente como “civilizaciones”), presentándola como una precondiciónuniversal para la convivencia de los hombres y para toda vida en sociedad, algo que linda con lavida humana como tal.

Pero sea cual sea la respuesta que se ofrezca a la pregunta de si la represión de los impulsos fuey seguirá siendo algo colindante con la historia humana, es plausible sugerir que este principio enapariencia atemporal no habría sido descubierto, nombrado, registrado y teorizado en otromomento que no fuese en los albores de la era moderna. O para ser más precisos, en ningún otromomento que después de la desintegración del ancien régime inmediato anterior. Fue esadesintegración, el desmoronamiento de las instituciones que tradicionalmente habían sostenido lamonótona reproducción de facto de Rechts- y Pflichs-Gewohnenheiten (derechos y obligacionesusuales), la que dejó al descubierto el artificio humano oculto detrás de la idea del orden “divino” o“natural”, forzando entonces la reclasificación del fenómeno del orden, que pasó de la categoría de“lo dado” a la de “tareas”, con la consecuente re-representación de la “lógica de la creación divina”como logro del poderío humano.

Y aun cuando el espacio para la coerción antes del advenimiento de la era moderna no fueramenos amplio de lo que habría de serlo durante la construcción del orden moderno (y no lo fue),casi no existía espacio para esa seguridad y naturalidad con la que Jeremy Bentham pudo poner unsigno de ecuación entre la obediencia a la ley por una parte, y por otra asegurarse de que noaparezcan opciones, cerrando las salidas del confinamiento panóptico y llevando a los reclusos auna situación donde la opción es “trabajar o morir”. Richard Rorty resumió esta tendencia en unafrase breve y concisa: “Con Hegel, los intelectuales comenzaron a cambiar sus fantasías deconectarse con la eternidad por fantasías de construir un mejor futuro”.[12]

El “poder de la comunidad”, y en especial de una comunidad construida artificialmente, unacomunidad que nació durante el proceso de formación de una civilización o una nación, no tuvoque reemplazar al “poder del individuo” para hacer que la convivencia fuera factible y viable. Elpoder de la comunidad ya estaba en su lugar mucho antes de que apareciera la necesidad, o laurgencia, de contar con él. De hecho, la idea de que ese reemplazo era una tarea pendiente quedebía realizar un agente poderoso, individual o colectivo, difícilmente se le pudiese ocurrir al“individuo” o a la “comunidad” mientras la presencia de la comunidad y su muy tangible poderestuviesen “ocultos a plena luz”, es decir, demasiado evidentes como para ser advertidos. Lacomunidad conservaba su poder sobre el individuo (y un poder total, del tipo “todo incluido”)siempre y cuando no fuese problemático y no fuese una tarea que, como todas, puede resultar

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exitosa o fallida. Resumiendo, la comunidad tenía control sobre los individuos en tanto y en cuantoellos ignorasen “ser una comunidad”.

Transformar la subordinación a las fuerzas individuales en la subordinación a los poderes deuna “comunidad”, convirtiendo esa transformación en una “necesidad” que espera “ser cubierta”, ypedir que se tomen medidas al respecto, revirtió la lógica de las formas sociales premodernas. Almismo tiempo, sin embargo, al “naturalizar” lo que de hecho era un proceso histórico, se legitimó ygeneró el mito etiológico de su “origen”, “nacimiento” o “creación”: el acto o proceso de reformular,integrar y condensar un conglomerado de individuos solitarios, flotantes, mutuamente hostiles ydesconfiados, en una “comunidad” capaz de disputarse la autoridad de recortar o reprimir esasinclinaciones individuales que se afirmaba que eran contrarias a las exigencias de la cohabitaciónpacífica.

En pocas palabras, la comunidad puede ser más vieja que la humanidad, pero la idea de“comunidad” como condición sine qua non de lo humano sólo pudo nacer junto con la experienciade su crisis. Esa idea fue construida con los miedos que emanaban de esa desintegración de losparámetros de reproducción de la sociedad anterior, llamada a partir de entonces yretrospectivamente el ancien régime y registrada en el vocabulario científico social bajo el nombrede “sociedad tradicional”. El moderno “proceso de civilización” (el único proceso que se llama a símismo de esa manera) se desencadenó a raíz del estado de incertidumbre causado, según sesupuso, por la desintegración y la impotencia de la “comunidad”.

La “nación”, esa innovación eminentemente moderna, fue considerada a la luz de la“comunidad”: debía ser una comunidad nueva y más grande, una comunidad consumada, unacomunidad proyectada sobre la pantalla grande de un nuevo concepto de “totalidad”, y unacomunidad hecha a medida de la nueva y extensa red de interdependencias e intercambioshumanos. Lo que más tarde, cuando el desarrollo al que se refería ya se había detenido o seencontraba en franco retroceso, fue llamado “proceso de civilización” era un intento sostenido dere-regularizar y rediseñar la conducta humana cuando ya no estuvo sujeta a las presiones dehomogeneización de la autorreproducción premoderna.

En apariencia, el proceso retrospectivamente llamado “civilización” se concentraba en losindividuos: la nueva capacidad de autocontrol de los individuos autónomos debía ocuparse de latarea que antes realizaban los controles comunales ya no disponibles. Pero la apuestaverdaderamente riesgosa era el despliegue de la capacidad de autocontrol de los individuos alservicio de la recreación y reconstitución de la “comunidad” en un nivel superior. Al igual que elfantasma del perdido Imperio Romano sobrevoló durante todo el proceso de autoconstrucción de laEuropa feudal, el fantasma de la comunidad perdida asoló la constitución de las nacionesmodernas. Para la construcción de las naciones fue necesario el patriotismo —una voluntadinducida (enseñada y aprendida) que tendía a sacrificar los intereses individuales en favor de losintereses compartidos por otros individuos dispuestos a hacer lo mismo—, su materia prima

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fundamental. Una estrategia que Ernest Renan resumió exitosamente: la nación era (o más biensólo podía existir y sobrevivir gracias a) el plebiscito diario de sus miembros.

Abocado a devolver su historicidad al modelo atemporal de civilización de Freud, Norbert Eliasexplicaba el nacimiento del yo moderno (esa conciencia de la “verdad interior” de cada uno,sumada a la responsabilidad de hacerla valer) como una internalización de las restricciones ypresiones externas. El proceso de construcción nacional se inscribía en el espacio que se extiendeentre los poderes panópticos supraindividuales y la capacidad del individuo de adaptarse a lasnecesidades que esos poderes plantean. La recientemente adquirida libertad de opción individual(incluida la elección de la propia identidad), resultante de la indefinición e indeterminación sinprecedentes de la posición social de cada uno, causada a su vez por el deceso o el debilitamientoradical de los lazos tradicionales, sería desplegada, paradójicamente, al servicio de la supresión deopciones consideradas perjudiciales para esa “nueva totalidad”: el Estado nación de aspectocomunitario.

Mas allá de sus méritos pragmáticos, ese estilo panóptico de “disciplinar, castigar y gobernar”para lograr la necesaria y pretendida manipulación y la subsiguiente rutinización de las opciones decomportamiento era sumamente engorroso, costoso y conflictivo. También resultaba inconvenienteporque no representaba la mejor opción para quienes ostentaban el poder, ya que imponíarestricciones muy severas y no negociables a sus propios márgenes de maniobra. No era, sinembargo, la única estrategia por la cual podía alcanzarse la estabilidad sistémica mejor conocida porel nombre de “orden social”.

Al haber identificado “civilización” con un sistema centralizado de coerción y adoctrinamiento(reducido más tarde, por influencia de Michel Foucault, a su aspecto coercitivo), los científicossociales no tenían demasiadas opciones fuera de describir, erróneamente, el advenimiento de la“condición posmoderna” (un desarrollo coincidente con el afianzamiento de la sociedad deconsumidores) como resultado de un “proceso de descivilización”. Lo que de hecho sucedió, sinembargo, fue el descubrimiento, invención o surgimiento de un método alternativo (menosengorroso, menos costoso y relativamente menos conflictivo, pero por sobre todo que diera máslibertad de acción a los poderosos) de manipulación de las opciones de comportamiento paramantener el sistema de dominación conocido como orden social. Se descubrió e instrumentóentonces otra variante del “proceso de civilización”, un camino alternativo y en apariencia másconveniente de llevarlo a cabo.

Esa variante, practicada por la moderna sociedad líquida de consumidores, no generaprácticamente disenso, resistencia o rebelión debido al recurso que consiste en presentar una nuevaobligación (la obligación de elegir) como libertad de opción. Se podría decir que la tan estudiada,criticada y vilipendiada profecía de Jean-Jacques Rousseau —“se debe obligar a las personas a serlibres”— se hizo realidad, siglos después, aunque no en la forma en que tanto los fervientesseguidores como los severos detractores de Rousseau supusieron que se implementaría…

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De una manera o de otra, la oposición entre el “placer” y el principio de “realidad”, hasta hacepoco considerada insalvable, ha sido superada: rendirse a las rigurosas exigencias del “principio derealidad” se traduce como cumplir con la obligación de buscar el placer y la felicidad, y por lo tantoes vivido como un ejercicio de libertad y un acto de autoafirmación. Uno está tentado de afirmarque la francamente controvertida definición hegeliana de que la libertad es “comprensión de lanecesidad” se ha cumplido. Irónicamente, se ha cumplido sólo gracias a un mecanismo capaz dedejar la “comprensión” fuera del proceso de reciclado que transforma los apremios de la necesidaden una experiencia de libertad. La fuerza de castigo, de ser aplicada, casi nunca llega desnuda. Traeel disfraz de los “pasos en falso”, de las oportunidades perdidas, desperdiciadas, o lo que es aúnpeor, soslayadas. Lejos de señalar los límites ocultos de la libertad individual y sacarlos a la luz, losentierra más profundamente todavía, reduciendo oblicuamente las opciones individuales (hechas opor hacer) al rol de principal y hasta única “diferencia que hace la diferencia” entre un paso firme oun paso en falso, entre la victoria y la derrota en la búsqueda de la felicidad personal.

La mayoría de las veces, la “totalidad” a la que los individuos deben lealtad y obediencia ya nose involucra en sus vidas para confrontarlos y negarles libertad de autonomía o exigirles sacrificiosobligados, como el servicio militar o el deber de dar la vida por la causa nacional y por la patria. Encambio, se presenta bajo la forma de festejos colectivos de pertenencia y amena convivencia,siempre muy entretenidos e invariablemente placenteros, ocasiones como el mundial de fútbol ouna crucial partida de cricket. Entregarse a la “totalidad” ya no es una obligación engorrosa,onerosa o que se realice a regañadientes, sino un “entretenimiento patriótico”, un jolgorio de lomás festivo y esperado con avidez.

Los carnavales, como lo sugirió el memorable Mijaíl Bajtín, suelen ser una interrupción de lacotidianeidad, breves intervalos hilarantes intercalados entre los sucesivos episodios de la vidadiaria, pausas durante las cuales la jerarquía mundana de los valores se subviertemomentáneamente, los más angustiantes aspectos de la realidad quedan suspendidos y lasconductas que en la vida “normal” son vergonzantes o están prohibidas pueden exhibirse abierta yostensiblemente.

Las carnavales a la manera antigua brindaban la oportunidad de paladear en profundidad laslibertades individuales que la vida diaria negaba. Hoy, la tan anhelada ocasión es la de aliviar lacarga y enterrar la angustia de la individualidad disolviéndola en un “todo mayor” y abandonarsealegremente a sus leyes en breves pero intensos festejos colectivos. La función (y el poder deseducción) de los carnavales de la modernidad líquida está en la momentánea resucitación de esacolectividad en coma. Esos carnavales son sèances para que la gente se reúna a tomarse de lasmanos para conjurar de las regiones inferiores el espectro de la extinta comunidad sólo durante eltiempo que dure dicha sèance, con la seguridad de que el huésped no se quedará ni un minuto másde lo previsto, que será fugaz como un rayo y que volverá a desvanecerse prontamente ni bien lasèance llegue a su fin.

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Nada de eso implica que la conducta “normal” de día hábil de los individuos se haya vueltoerrática, aleatoria o carente de coordinación. Sólo indica que es posible lograr que las accionesindividuales sean previsibles, coordinadas y reguladas por mecanismos diferentes a los de lamodernidad sólida, que usaba dispositivos de coerción y vigilancia, y una cadena de mandoaplicada por una totalidad abocada a ser “mayor que la suma de sus partes” y a inculcar en sus“unidades humanas” la disciplina.

En una moderna sociedad líquida de consumidores, la multitud reemplaza al grupo, así como asus líderes, jerarquía y escalafón de autoridades. La multitud no necesita ni la parafernalia ni lasestratagemas sin las cuales un grupo no podría formarse ni sobrevivir. No es necesario cargarlas conlas herramientas de la supervivencia. Se arman, dispersan y vuelven a reunir, en cada ocasión,guiadas por prioridades diferentes e inevitablemente cambiantes, atraídas por blancos móviles yvolátiles. El poder de seducción de los blancos móviles es por lo general suficiente para coordinarsus movimientos, y hacen que toda orden o exigencia que viene “desde arriba” resulte redundante.De hecho, en las multitudes no hay un “arriba”. Es la misma corriente o dirección de sumovimiento la que eleva a algunas unidades de esa multitud a la posición de “líderes” que debenser “seguidos”, sólo mientras dure un movimiento o una secuencia de ellos, pero rara vez más allá.

La multitud no es un equipo, las multitudes nada saben de la división del trabajo. A diferenciade los grupos de buena fe, no son más que “la suma de las partes”, o conglomerados de unidadesautopropulsadas, unidas exclusivamente (para seguir visitando y revisando a Durkheim) por la“solidaridad mecánica”, que se manifiestan reproduciendo patrones de conducta similares ymoviéndose en la misma dirección. Son como las infinitas imágenes copiadas de Andy Warhol, queno tienen un original, o cuyo original usado ya fue descartado y no puede rastrearse ni recuperarse.Cada unidad de la multitud recrea los movimientos hechos por alguna otra, a la vez que realizatodo el trabajo sola, de principio a fin y en todas sus partes (en el caso de unidades de consumo, eltrabajo a realizar es el de consumir).

En una multitud no hay especialistas, ni poseedores de habilidades individuales (y raras) orecursos cuyo destino sea ayudar a otras unidades a hacer su tarea y completarla, o compensar susfalencias o incapacidades. Cada unidad es “todo terreno”, y debe contar con el set completo deherramientas necesarias para llevar a cabo el trabajo de punta a punta. En la multitud no hayintercambios, ni cooperación, ni complementariedad, tan sólo la proximidad física y la coordinaciónde la dirección del movimiento en curso. En el caso de unidades humanas, que piensan y sientenigual, la comodidad de moverse en la multitud es consecuencia de la tranquilidad que otorga elnúmero: la convicción de que la dirección del vuelo debe ser la correcta si es que ha sido elegida poruna multitud tan numerosa, la suposición de que tantos seres humanos con sentimientos, ideas ylibertad de acción no pueden estar simultáneamente equivocados. Como la autoafirmación y lasensación de seguridad fluyen, los movimientos milagrosamente coordinados de la multitud son elmejor sustituto de la autoridad de los líderes de grupo, y no menos efectivo.

Las multitudes, a diferencia de los grupos, no saben nada de disensos y rebeliones. Sólo saben,

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por así decirlo, de “desertores”, “perdidos” o “cimarrones”. Las unidades que se despegan delcuerpo central en movimiento sólo se han “descarriado” o se han “quedado a mitad de camino”.Los solitarios descarriados están obligados a arreglárselas solos y por su cuenta, pero de todosmodos nunca subsisten mucho tiempo, pues las posibilidades de encontrar un objetivo realista sonmucho mejores si se unen a la multitud y, además, si eligen por sí mismos objetivos extravagantes,inútiles o peligrosos, los riesgos de perecer se multiplican.

La sociedad de consumidores tiende a romper los grupos, a hacerlos frágiles y divisibles, yfavorece en cambio la rápida formación de multitudes, como también su rápida desagregación. Elconsumo es una acción solitaria por antonomasia (quizás incluso el arquetipo de la soledad), auncuando se haga en compañía.

Ningún vínculo duradero nace de la actividad de consumir. Los lazos que logran establecersedurante las actividades del consumo pueden o no sobrevivir. Son capaces de reunir a la multitudmientras perdure determinado impulso o movimiento (es decir, hasta el próximo cambio deobjetivo), pero resulta evidente que dependen de la ocasión y más allá de ella son delgados,endebles, tienen poca o ninguna relación con los futuros movimientos de las unidades y no revelannada de su historia pasada.

A posteriori, podemos conjeturar que lo que mantenía a los miembros de una casa alrededor dela mesa familiar y hacía de la mesa familiar un instrumento de integración y afirmación de lafamilia como grupo vincular duradero era, en gran medida, el elemento productivo del consumo.Sólo en la mesa familiar uno podía encontrar comida lista para consumir: la reunión alrededor de lamesa común para cenar era el último estadio (distributivo) de un extenso proceso de producciónque empezaba en la cocina familiar o incluso más allá, en la huerta o el taller de la familia. Lo quereunía a los comensales en grupo era la cooperación, efectiva o potencial, en la tarea de producciónprecedente, y compartir el consumo de lo producido era parte de lo mismo. Podemos suponer quela “consecuencia inintencional” de la comida “rápida”, “para llevar”, y las bandejas de cenascongeladas (o más bien quizá su “función latente” y causa verdadera de su imparable éxito ypopularidad) es o bien hacer que la reunión alrededor de la mesa familiar sea redundante,poniendo fin de esa manera al consumo compartido, o bien refrendar simbólicamente con un actode consumo la pérdida de ciertos rasgos onerosos que alguna vez tuvieron sentido, como elestablecimiento y afianzamiento de los vínculos, pero que resultan irrelevantes o inclusoindeseables en la moderna sociedad líquida de consumo. Allí está la “comida rápida” para protegerla soledad de los consumidores solitarios.

La virtud fundamental de un miembro de la sociedad de consumo es su activa intervención en losmercados. Después de todo, cuando el “crecimiento” del producto bruto amenaza condesacelerarse, o lo que es peor, cuando se acerca a cero, es de los consumidores, con sus chequeraso, mejor aún, sus tarjetas de crédito, de quienes se espera que “hagan funcionar la economía”, es aellos a quienes se empuja y engatusa para “sacar al país de la recesión”.

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Esas esperanzas y esos embustes sólo tienen sentido, claro, si son dirigidos a personas concuentas bancarias abultadas y un buen mazo de tarjetas de crédito, personas “dignas de crédito” aquienes los “bancos atentos” escuchan y los “bancos sonrientes” sonríen, esas personas a quienes“los bancos a los que les gusta decir que sí” les dicen que sí. No es de extrañar entonces que la tareade hacer que los miembros de la sociedad sean dignos de crédito y se muestren deseosos de haceruso de él hasta el límite que les han ofrecido se haya convertido en una empresa nacional queencabeza la lista de obligaciones patrióticas y esfuerzos de socialización. En el Reino Unido, vivir delcrédito y endeudado se ha convertido en parte del currículum nacional, diseñado, refrendado ysubsidiado por el gobierno. Los estudiantes de educación superior, la futura “élite del consumo” ypor lo tanto la parte de la nación que promete más beneficios para la economía consumista en lospróximos años, pasan entre tres y cinco años de capacitación —obligatoria en todo sentido menosformalmente— en los usos y las costumbres de vivir de prestado y pedir dinero. Se espera que lavida a crédito obligada dure lo suficiente como para convertirse en hábito, borrando de la idea decrédito de consumo todo vestigio remanente de oprobio (noción que venía de las libretas de ahorrode la sociedad de productores). Lo suficiente para que la idea de la deuda impaga sea una buenaestrategia de vida, que merece ser elevada al rango de “opción razonable”, ser parte del “sentidocomún” y convertirse en un sabio axioma de vida incuestionable. Lo suficiente, por cierto, paratransformar ese “vivir a crédito” y darle una segunda naturaleza.

Esa “segunda naturaleza” puede llegar velozmente de la mano del entrenamiento patrocinadopor el gobierno. La inmunidad contra los “desastres naturales” y otros “reveses del destino”, sinembargo, no está incluida en el paquete. Para el beneplácito de los mercados y los políticos porigual, los jóvenes, hombres y mujeres habrán alcanzado la categoría de “consumidores serios”mucho antes de empezar a ganarse la vida, pues alguien de veinte años hoy puede obtener unmanojo de tarjetas de crédito sin la menor dificultad. Y no es extraño, si consideramos que eldesafío de convertirse en un producto bien cotizado, una tarea que demanda dinero y más dinero,es precondición para ser admitido en el “mercado laboral”. Pero la reciente investigación llevada acabo bajo el auspicio conjunto de la Financial Services Authority y la Universidad de Bristoldescubrió que la generación de entre 18 y 40 años (vale decir, la primera generación adulta que seha criado y madurado por completo en la sociedad de consumo) es incapaz de enfrentar sus deudaso acumular algo por encima del “alarmantemente bajo” nivel de sus ahorros: sólo el 30% de losindividuos de esa generación habían apartado algo de dinero para futuras compras, mientras que el42% no había hecho planes para su retiro, y el 24% de los jóvenes (si bien sólo el 11% de losmayores de 50 años y el 6% de los mayores de 60) tenían actualmente sus cuentas bancarias enrojo.[13]

Esa vida a crédito, en deuda y sin ahorros, es un modo correcto y apropiado de conducir losasuntos humanos en todos los estratos, tanto en las políticas de vida individuales como en laspolíticas de Estado, y ha sido, por así decirlo, “oficializado” por la autoridad que tienen las másexitosas y maduras de las actuales sociedades de consumo. Los Estados Unidos de Norteamérica,

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ostensiblemente la economía más poderosa del mundo, modelo a seguir por todos los habitantesdel globo que busquen la versión consumada de una vida gratificante y placentera, está másendeudado que ningún otro país de la historia. Paul Krugman señala que “el año pasado losEstados Unidos gastaron un 57% más de lo que ganaron en los mercados mundiales”, y se pregunta“¿cómo hacen los estadunidenses para vivir más allá de sus recursos?”, a lo que responde:“acumulando deudas con Japón, China y los países petroleros de Medio Oriente”.[14] Losgobernantes y ciudadanos de los Estados Unidos son adictos al (y dependientes del) dineroimportado y al petróleo importado. El déficit del presupuesto federal de 300 mil millones de dólaresfue recientemente celebrado por la Casa Blanca como un motivo de orgullo sólo porquerepresentaba una reducción de unos cientos de millones respecto de la millonada del año anterior(un cálculo, además, que seguramente demostraría ser falso antes de terminar el año fiscal). Lospréstamos tomados por el Estado, al igual que los de los consumidores, son para financiar elconsumo, no la inversión. El dinero importado que tarde o temprano habrá que devolver (aunquela administración actual logre posponer el pago ad calendas graecas) no se gasta en financiarinversiones potencialmente rentables, sino en sostener el boom del consumo y por lo tanto el “buenhumor” del electorado, y en financiar el creciente déficit federal, exacerbado como está (a pesar delos recortes cada vez más severos en las áreas sociales) por las continuas reducciones de impuestospara los ricos.

Las “reducciones de impuestos para los ricos” no son —o al menos no son las únicas— recetas parahacer felices a los ricos y poderosos, o para pagar las deudas asumidas por los políticos en el calor delas costosísimas batallas electorales. No alcanzan para explicar la tendencia congénita de los políticosa aplicar reducciones de impuestos, políticos que provienen en su mayoría de las filas de los propiosricos (cuyo exponente más notorio y publicitado, aunque en vano, es el patrocinio de la compañíaHaliburton que realiza el vicepresidente Cheney, empresa que presidió antes de llegar al gobierno ycuya dirección espera reasumir cuando lleguen a término sus funciones), ni tampoco alcanzan paraexplicar la corruptibilidad de los políticos surgidos de estratos sociales más bajos que no pudieronresistir la tentación de transformar su éxito político, transitorio por naturaleza, en un bieneconómico más duradero y confiable.

Además de todos estos factores, que por cierto han desempeñado su rol en el surgimiento ymantenimiento de la actual tendencia, el hecho de reducir los impuestos a la riqueza es parteintegral de una tendencia a dejar de aplicar los impuestos sobre los ingresos, base “natural” de losgravámenes en la sociedad de productores, para volcarlos sobre los gastos, una base igualmente“natural” en una sociedad de consumidores. Es ahora la actividad del consumidor, no la delproductor, la que supuestamente proporciona la interfase necesaria entre los individuos y lasociedad en su conjunto. Hoy, la capacidad como consumidor, no como productor, esprincipalmente la que define el estatus de un ciudadano. Es por lo tanto apropiado y pertinente,tanto en lo material como en lo simbólico, reenfocar la interacción entre derechos y obligaciones,

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