Hitler, Adolfo - Mi Lucha

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Adolfo Hitler

"MI LUCHA"

("Mein Kampl")

PROLOGO DEL AUTOR

En cumplimiento del fallo dictado por el Tribunal Popular de Munich el 1 de abril de 1924, deba comenzar aquel da mi reclusin en el presidio de Landsberg, sobre el Lech.

As se me presentaba por primera vez, despus de muchos aos de ininterrumpida labor la oportunidad de iniciar una obra reclamada por muchos y que yo mismo consideraba til a la causa nacionalsocialista. En consecuencia, me haba decidido a exponer, no slo los fines de nuestro movimiento, sino a delinear tambin un cuadro de su desarrollo, del cual ser posible aprender ms que de cualquier otro estudio puramente doctrinario.

He querido asimismo dar a estas pginas un relato de mi propia evolucin en la medida necesaria a la mejor comprensin del libro y tambin destruir al mismo tiempo las tendenciosas leyendas sobre mi persona propagadas por la prensa juda.

Al escribir esta obra no me dirijo a los extraos, sino a aquellos que adheridos de corazn al movimiento, ansan penetrar ms hondamente la ideologa nacionalsocialista.

Bien s que la viva voz gana ms fcilmente las voluntades que la palabra escrita y que asimismo el progreso de todo movimiento trascendental debise generalmente en el mundo ms a grandes oradores que a grandes escritores.,

Sin embargo, es indispensable que de una vez para siempre quede expuesta, en su parte esencial, una doctrina, para poder despus sostenerla y propagarla uniforme y homogneamente. Partiendo de esta consideracin, el presente libro constituye la piedra fundamental que aporto a la obra comn.

EL AUTOR

Escrito en el presidio de Landsberg

Am Lech, el 16 de octubre de 1924

DEDICATORIA

El 9 de noviembre de 1923, a las 12'30 del da, posedos de inquebrantable f en la resurreccin de su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle y en el patio del antiguo Ministerio de Guerra, los siguientes:

ALFARTH, Felix

Comerciante

5 de julio 1901

BAURIEDL, Andreas

Sombrerero

8 de agosto 1900

CASELLA, Theodor

Empleado Bancario

4 de mayo 1879

EHRLICH, Wilhelm

Empleado Bancario

19 de agosto 1894

FAUST, Martn

Empleado Bancario

27 de enero 1901

HECHENBERGER, Ant.Cerrajero

28 de septiembre 1902

KOERNER, Oskar

Comerciante

4 de enero 1875

KHN, Karl

Empleado de hotel

26 de julio 1897

LAFORGE, Karl

Estudiante de ingeniera28 de octubre 1904

NEUBAUER, Kurt

Empleado domstico

27 de marzo 1899

PAPE, Klaus von

Comerciante

16 de agosto 1904

PFORDTEN, Theodor von der Consejero enel Tribunal 14 de mayo 1873

Regional Superior

RICKMERS, Joh.

Ex capitn de caballera

7 de mayo 1881 SCHEUBNER-RICHTER,Max. Doctor en ingeniera

9 de enero 1884

Erwin von

STRANSKY, Lorenz Ritter vonIngeniero

14 de marzo 1899

WOLF, Wilhelm

Comerciante

19 de octubre 1898

Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura comn a estos hroes.

Dedico esta obra a la memoria de todos ellos para que el ejemplo de su sacrificio alumbre incesantemente a los proslitos de nuestro movimiento.

Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924

ADOLF HITLER

PRIMERA PARTE

CAPTULO PRIMERO

En el hogar paterno

Considero una predestinacin feliz haber nacido en la pequea ciudad de Braunau sobre el Inn; Braunau, situada precisamente en la frontera de esos dos Estados alemanes, cuya fusin se nos presenta - por lo menos a nosotros los jvenes - como un cometido vital que bin merece realizarse a todo trance.

La Austria germana debe volver al acervo comn de la patria alemana, y no por razn alguna de ndole econmica. No, de ningn modo, pues, aun en el caso de que esa unin considerada econmicamente fuese indiferente o resultase incluso perjudicial, debera llevarse a cabo, a pesar de todo. Pueblos de la misma sangre corresponden a una patria comn. Mientras el pueblo alemn no pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecer de un derecho, moralmente justificado, para aspirar a una accin de poltica colonial. Slo cuando el Reich abarcando la vida del ltimo alemn no tenga ya la posibilidad de asegurar a ste la subsistencia, surgir de la necesidad del propio pueblo, la justificacin moral de adquirir posesin sobre tierras en el extranjero. El arado se convertir entonces en espada y de las lgrimas de la guerra brotar para la posteridad el pan cotidiano.

La pequea poblacin fronteriza de Braunau me parece constituir el smbolo de una gran obra. Aun en otro sentido se yergue tambin hoy ese lugar como una advertencia al porvenir. Cuando esta insignificante poblacin fue -hace ms de cien aos- escenario de un trgico suceso que conmovi a toda la nacin alemana, su nombre qued inmortalizado por los menos en los anales de la historia de Alemania. En la poca de la ms terrible humillacin impuesta a nuestra patria rindi all su vida por su adorada Alemania el librero de Nremberg, Johannes Philipp Palm, obstinado "nacionalista" y enemigo de los franceses1. Se haba negado rotundamente a delatar a sus cmplices, mejor dicho a los verdaderos culpables. Muri, igual que Leo Schlagetter, y como ste, Johannes Philip Palm fue tambin denunciado a Francia por un funcionario. Un director de la polica de Augsburgo cobr la triste fama de la denuncia y cre con ello el tipo que las nuevas autoridades alemanas adoptaron bajo la gida del seor Severing2.

En esa pequea ciudad sobre el Inn, bvara de origen, austraca polticamente y ennoblecida por el martirologio alemn vivieron mis padres all por el ao 1890. Mi padre era un leal y honrado funcionario, mi madre, ocupada en los quehaceres del hogar, tuvo siempre para sus hijos invariable y cariosa solicitud. Poco retiene mi memoria de aquel tiempo, pues, pronto mi padre tuvo que abandonar ese pueblo que haba ganado su afecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es decir, en Alemania.

En aquellos tiempos la suerte del aduanero austraco era "peregrinar" a menudo; de ah que mi padre tuviera que pasar a Linz, donde acab por jubilarse. Ciertamente que esto no debi significar un descanso para el anciano. Mi padre, hijo de un simple y pobre campesino, no haba podido resignarse en su juventud a quedar en la casa paterna. No tena todava trece aos, cuando li su morral y se march del terruo. Iba a Viena, desoyendo el consejo de aldeanos de experiencia, para aprender all un oficio. Ocurra esto el ao 5D del pasado siglo. Grave resolucin la de lanzarse en busca de lo desconocido slo provisto de tres florines! Pero cuando el adolescente curnplia los diez y siete aos y haba realizado ya su examen de oficial de taller para llegar a ser "algo mejor". Si cuando nio, en la aldea, le pareca el seor cura la expresin de lo ms alto que humanamente poda alcanzarse, ahora -dentro de su esfera enormemente ampliada por la gran urbelo era el funcionario pblico. Con la tenacidad propia de un hombre, ya casi envejecido en la adolescencia por las penalidades de la vida, se aferr el muchacho a su resolucin de llegar a ser funcionario y lo fue. Creo que poco despus de cumplir los 23 aos, consigui su propsito.

Cuando finalmente a la edad de 56 aos se jubil, no habra podido conformarse a vivir como un desocupado. Y he ah que en los alrededores de la poblacin austraca de Lambach, adquiri una pequea propiedad agrcola; la administr personalmente y as volvi despus de una larga y trabajosa vida a la actividad originaria de sus mayores.

Fue sin duda en aquella poca cuando forj mis primeros ideales. Mis ajetreos infantiles al aire libre, el largo camino a la escuela y la camaradera que mantena con muchachos robustos, que era frecuentemente motivo de hondos cuidados para mi madre, pudieron haber hecho de m cualquier cosa menos un poltrn.

Si bien por entonces no me preocupaba seriamente la idea de mi profesin futura, saba en cambio que mis simpatas no se inclinaban en modo alguno a la carrera de mi padre. Creo que ya entonces mis dotes oratorias se ejercitaban en altercados ms o menos violentes con mis condiscpulos. Me haba hecho un pequeo caudillo que aprenda bien y con facilidad en la escuela, pero que se dejaba tratar difcilmente.

En el estante de libros de mi padre encontr diversas obras militares, entre ellas una edicin popular de la guerra franco-prusiana de 1870-71. Se trataba de dos tomos de una revista ilustrada de aquella poca e hice de ellos mi lectura predilecta. Desde entonces me entusiasm cada vez ms todo aquello que tena alguna relacin con la guerra o con la vida militar.

Pero tambin en otro sentido debi esto tener significacin para m. Por primera vez -aunque en forma poco precisa- surgi en mi mente el interrogante de si realmente exista y, caso de existir, cul podra ser, la diferencia entre los alemanes que combatieron en la guerra del 70 y los otros alemanes -los austracos-. Me preguntaba por qu Austria no tom tambin parte en esa guerra al lado de Alemania? Acaso no somos todos lo mismo?, me deca yo. Este problema comenz a preocupar mi mente juvenil. A mis cautelosas preguntas deb or con ntima emulacin la respuesta de que no todo alemn tena la suerte de pertenecer al Reich de Bismark.

Esto era para mi inexplicable

*

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Se haba decidido que estudiase.

Por primera vez en mi vida, cuando apenas contaba once aos, deb oponerme a mi padre. Si l en su propsito de realizar los planes que haba previsto, era inflexible, no menos implacable y porfiado era su hijo para rechazar una idea que nada o poco le agradaba.

Yo no quera llegar a ser funcionario!.

Aun hoy mismo no me explico como un buen da me di cuenta de que tena vocacin para la pintura. Mi talento para el dibujo se hallaba tan fuera de duda, que fue uno de los motivos que indujeron a mi padre a inscribirme en un colegio de enseanza secundaria; pero jams con el propsito de permitirme una preparacin profesional en ese sentido.

Mis certificados escolares de aquella poca registraban calificaciones extremas, segn la materia de mi aficin. Mis mejores notas correspondan al ramo de geografa y an ms todava al de historia universal; en estos ramos predilectos era yo el sobresaliente en mi clase.

Cuando ahora, despus de transcurridos tantos aos, hago un balance retrospectivo de aquella poca, dos hechos resaltan como los ms importantes:

1 ME HICE NACIONALISTA.

2 APREND A COMPRENDER Y A APRECIAR LA HISTORIA EN SU VERDADERO SENTIDO.

La antigua Austria era un Estado de nacionalidades diversas.

En realidad -por lo menos en aquel tiempo- un sbdito alemn del Reich no penetraba la significacin que este hecho tena para la vida cotidiana del individuo bajo la gida de un Estado semejante. Al tratarse del elemento austroalemn, soliase confundir con suma facilidad la dinasta degenerada de los Habsburgo con el ncleo sano del pueblo mismo.

La generalidad no se daba cuenta de que si en Austria no hubiese existido un ncleo alemn de sangre pura, jams habra tenido el germanismo la energa suficiente para imprimirle su sello a un Estado de 52 millones de habitantes de diverso origen, y esto en un grado de influencia tan grande, que en Alemania mismo lleg a formarse el errado concepto de que Austria era un Estado Alemn. Un absurdo de graves consecuencias, pero al mismo tiempo un brillante testimonio para los 10 millones de alemanes que habitaban en la Marca del Este. En Alemania, slo muy pocos saban de la eterna lucha por el idioma, por la escuela alemana y por el carcter alemn. Como en toda lucha (en todas partes y en todos los tiempos), tambin en la pugna por la lengua que exista en la antigua Austria, haban tres sectores; los beligerantes, los indiferentes y los traidores. Claro est que yo entonces no me contaba entre los indiferentes y pronto deb convertirme en un fantico nacionalista alemn.

Esta evolucin en mi modo de sentir hizo muy rpidos progresos, de tal manera que ya a la edad de quince aos puede comprender la diferencia entre el "patriotismo" dinstico y el "nacionalismo" popular y desde aquel momento slo el segundo existi para m.

Acaso no sabamos ya desde la adolescencia que el Estado austraco no tena ni poda tener afeccin haca nosotros, los alemanes? La experiencia diaria confirmaba la realidad histrica de la accin de los Habsburgo. En el Norte y en el Sur, el veneno de las razas extraas carcoma el organismo de nuestra nacionalidad y hasta la misma Viena fue visiblemente convirtindose, cada vez ms, en un centro anti alemn. La casa de los Habsburgo tenda por todos los medios a una chequizacin y fue la mano de la diosa de la Justicia eterna y de la ley de compensacin inexorable la que hizo que el enemigo ms encarnizado del germanismo en Austria, el Archiduque Francisco Fernando, cayera precisamente bajo el plomo que l mismo ayud a fundir. Francisco Fernando era nada menos que el smbolo de la tendencia ejercitada desde el mando para lograr la eslavizacin de Austria.

En la desgraciada alianza del joven Imperio alemn con el ilusorio Estado austraco, radic el germen de la guerra mundial y tambin de la ruina.

A lo largo de este libro, habr de ocuparme con detenimiento del problema, Por ahora, bastar establecer que ya en mi primera juventud haba llegado a una conviccin que despus jams desech y que ms bien se ahond con el tiempo: era la conviccin de que la seguridad inherente a la vida del germanismo supona la destruccin de Austria y que, adems, el sentir nacional no coincida en nada con el patriotismo dinstico, finalmente, que la Casa de los Habsburgo estaba predestinada a hacer la desgracia de la nacin alemana.

Ya entonces deduje las consecuencias de aquella experiencia: amor ardiente para mi patria austro-alemana y odio profundo contra el Estado austraco.

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La cuestin de mi futura profesin debi resolverse ms pronto de lo que yo esperaba.

A la edad de 13 aos perd repentinamente a mi padre. Un ataque de apopleja tronch la existencia del hombre, todava vigoroso, dejndonos sumidos en el ms hondo dolor.

Al principio nada cambi exteriormente.

Mi madre, siguiendo el deseo de mi difunto padre, se senta obligada a fomentar mi instruccin, es decir, mi preparacin para la carrera de funcionario. Yo personalmente me hallaba decidido, entonces ms que nunca, a no seguir de ningn modo esa carrera.

Y he aqu que una enfermedad vino en mi ayuda. Mi madre, bajo la impresin de la dolencia que me aquejaba, acab por resolver mi salida del colegio para hacer que ingresara en una academia.

Felices das aqullos, que me parecieron un bello sueo. En efecto, no debieron ser ms que un sueo, pues dos aos despus, la muerte de mi madre vino a poner un brusco fin a mis acariciados planes.

Este amargo desenlace cerr un largo y doloroso perodo de enfermedad que desde el comienzo haba ofrecido pocas esperanzas de curacin; con todo, el golpe me afect profundamente. A mi padre le vener, pero por mi madre haba sentido adoracin.

La miseria y la dura realidad me obligaron a adoptar una pronta resolucin. Los escasos recursos que dejara mi padre fueron agotados en su mayor parte durante la grave enfermedad de mi madre y la pensin de hurfano que me corresponda no alcanzaba ni para subvenir a mi sustento; me hallaba, por tanto, sometido a la necesidad de ganarme de cualquier modo el pan cotidiano.

Con una maleta con ropa en la mano y con una voluntad inquebrantable en el corazn, sal rumbo a Viena. Tena la esperanza de obtener del Destino lo que haca 50 aos le haba sido posible a mi padre; tambin yo quera llegar a ser "algo", pero en ningn caso funcionario.

CAPTULO SEGUNDO

Las experiencias de mi vida en Viena

Al morir mi madre fui a Viena por tercera vez y permanec all algunos aos.

Quera ser arquitecto, y como las dificultades no se dan para capitular ante ellas, sino para ser vencidas, mi propsito fue vencerlas, teniendo presente el ejemplo de mi padre que, de humilde muchacho aldeano, lograra hacerse un da funcionario del Estado. Las circunstancias me eran desde luego ms propicias y lo que entonces me pareciera una rudeza del destino, lo considero hoy una sabidura de la Providencia. En brazos de la "diosa miseria" y amenazado ms de una vez de verme obligado a claudicar, creci mi voluntad para resistir hasta que triunf esa voluntad. Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia y tambin toda mi fortaleza. Pero ms que a todos eso, doy todava ms valor al hecho de que aquellos aos me sacaran de la vacuidad de una vida cmoda para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde deb conocer a aqullos por los cuales luchara despus.

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En aquella poca abr los ojos ante dos peligros que antes apenas si conoca de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la `ida del pueblo alemn: el marxismo y el judasmo.

Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegra y el medio-ambiente de gentes satisfechas, tienen sensiblemente para m solo, el sello del recuerdo vivo de la poca ms amarga de mi vida. Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco aos de miseria y de calamidad encierra esa ciudad para m, cinco largos aos en cuyo transcurso trabaj primero como pen y luego como pequeo pintor para ganarme el miserable sustento diario, tan verdaderamente niserable que nunca alcanzaba a mitigar el hambre; el hambre, mi ms fiel camarada que casi nunca me abandonaba, compartiendo conmigo inexorable, todas las circunstancias de la vida. Si compraba un libro, exiga ella su tributo; adquirir un billete para la Opera, significaba tambin das de privacin. Que constante era la lucha con tan despiadada compaera! Y sin embargo en esa poca aprend ms que en todos los tiempos pasados. Mis libros me deleitaban. Lea mucho y concienzudamente en todas mis horas de descanso. As pude en pocos aos cimentar los fundamentos de una preparacin intelectual de la cual hoy mismo me sirvo.

Pero hay algo ms que todo esto: En aquellos tiempos me form un concepto del mundo, concepto que constituy la base grantica de mi proceder de aquella poca. A mis experiencias y conocimientos adquiridos entonces, poco tuve que aadir despus; nada fue necesario modificar. Por el contrario, hoy estoy firmemente convencido de que en general todas las ideas constructivas se manifiestan, en principio, ya en la juventud, si es que existen realmente.

Yo establezco diferencia entre la sabidura de la vejez y la genialidad de la juventud; la primera solo puede apreciarse por su carcter ms minuciosa y previsor, como resultado de las experiencias de una larga vida, en tanto que la segunda se caracteriza por una inagotable fecundidad en pensamientos e ideas, las cuales por su cmulo tumultuoso, no son susceptibles de elaboracin inmediata. Esas ideas y esos pensamientos permiten la concepcin de futuros proyectos y dan los materiales de construccin, de entre los cuales la sesuda vejez toma los elementos y los forja para llevar a cabo la obra, siempre que la llamada sabidura de la vejez no haya ahogado la genialidad de la juventud.

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Mi vida en el hogar paterno se diferenci poco o nada de la de los dems. Sin preocupaciones poda esperar todo nuevo amanecer y no existan para m los problemas sociales. El ambiente que rode mi juventud era el de los crculos de la pequea burguesa, es decir, un mundo que muy poca conexin tena con la clase netamente obrera, pues, aunque a primera vista resulte paradjico, el abismo que separaba a estas dos categoras sociales, que de ningn modo gozan de una situacin econmica desahogada, es a menudo ms profundo de lo que uno pueda imaginarse. El origen de esta -llammosle belicosidad- radica en que el grupo social que no hace mucho saliera del seno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel de gente poco apreciada, o que se le considere como perteneciente todava a l. A esto hay que aadir que para muchos es agrio el recuerdo de la miseria cultural de la clase proletaria y del trato grosero de esas gentes entre s, lo cual, por insignificante que sea su nueva posicin social, llega a hacerles insoportable todo contacto con gente de un nivel cultural ya superado por ellos.

As ocurre que, apenas considera posible el "parvenu" aquello que es frecuente entre personas de elevada situacin que, descendiendo de su rango, se acercan hasta el ltimo prjimo. No se olvide que "parvenu" es todo aquel que por propio esfuerzo sale de la clase social en que vive para situarse en un nivel superior. Ese batallar, con frecuencia muy rudo, acaba por destruir el sentimiento de conmiseracin. La propia dolorosa lucha por la existencia anula toda comprensin para la miseria de los relegados.

En este orden quiso el destino ser magnnimo conmigo, constrindome a volver a ese mundo de pobreza y de incertidumbre que mi padre abandonara en el curso de su vida. El destino apart de mis ojos el fantasma de una educacin limitada propia de la pequea burguesa. Empezaba a conocer a los hombres y aprenda a distinguir los valores aparentes o los caracteres exteriores brutales, de lo que constitua su verdadera mentalidad.

Al finalizar el siglo XIX, Viena se contaba ya entre las ciudades de condiciones sociales ms desfavorables. Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el cuadro de la vida en Viena. En los barrios centrales se senta manifiestamente el pulsar de un pueblo de 52 millones de habitantes con toda la dudosa fascinacin de un Estado de nacionalidades diversas. La vida de la Corte, con su boato deslumbrante, obraba como un imn sobre la riqueza y la clase del resto del Imperio. A tal estado de cosas se sumaba la fuerte centralizacin de la monarqua de los Habsburgo y en ello radicaba la nica posibilidad de mantener compacta esa promiscuidad de pueblos, resultando, por consiguiente, una concentracin extraordinaria de autoridades y oficinas pblicas en la capital y sede del Gobierno. Sin embargo, Viena no era slo el centro poltico e intelectual de la vieja monarqua del Danubio, sino que constitua tambin su centro econmico. Frente al enorme conjunto de oficiales de alta graduacin, funcionarios, artistas y cientficos, haba un ejrcito mucho ms numeroso de proletarios y frente a la riqueza de la aristocracia y del comercio reinaba una sangrante miseria. Delante de los palacios de la Ringstrasse, pululaban miles de desocupados y en los trasfondos de esa va triunphalis de la antigua Austria, vegetaban vagabundos en la penumbra y entre el barro de los canales. En ninguna ciudad alemana poda estudiarse mejor que en Viena el problema social. Pero no hay que confundir. Ese "estudio" no se deja hacer "desde arriba", porque aquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jams llegar a conocer sus fauces ponzoosas. Cualquier otro camino lleva tan slo a una charlatanera banal o a una menfida sentimentalidad. Ambas igualmente perjudiciales, una porque nunca logra penetrar el problema en su esencia y la otra porque no llega ni a rozarlo. No s qu sea ms funesto: si la actitud de no querer ver la miseria, como lo hace la mayora de los favorecidos por la suerte o encumbrados por propio esfuerzo, o la de aqullos no menos arrogantes y a menudo faltos de tacto, pero dispuestos siempre a dignarse a aparentar que comprenden la miseria del pueblo. Esas gentes hacen siempre ms dao del que puede concebir su comprensin desarraigada de instinto humano; de ah que ellas mismas se sorprendan ante el resultado nulo de su accin de "sentido social" y hasta sufran la decepcin de un airado rechazo, que acaban por considerar como una prueba de la ingratitud del pueblo.

NO CABE EN EL CRITERIO DE TALES GENTES COMPRENDER QUE UNA ACCIN SOCIAL NO PUEDE EXIGIR EL TRIBUTO DE LA GRATITUD PORQUE ELLA NO PRODIGA MERCEDES, SINO QUE EST DESTINADA A RESTITUIR DERECHOS.

Impelido por la s circunstancias al escenario real de la vida, no deb conocer el problema social en aquella forma. Lejos de prestarse ste a que yo lo "conociese" pareci querer ms bien experimentar su prueba en m mismo, y si de ella sal airoso, no fue por cierto, mrito de la prueba.

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El propsito de reproducir aqu el cmulo de mis impresiones de entonces nunca podr dar, ni aproximadamente, un cuadro completo; junto a las experiencias adquiridas en aquella poca, he de concretarme a exponer en este libro solamente mis impresiones ms culminantes, es decir, aqullas que ms de una vez conmovieron mi espritu.

En Viena me di cuenta de que siempre exista la posibilidad de encontrar alguna ocupacin, pero que esta se perda con la misma facilidad con que era conseguida. La inseguridad de ganarse el pan cotidiano me pareci una de las ms graves dificultades de mi nueva vida. Bien es cierto que el obrero perito no es despedido de su trabajo tan llanamente como uno que no lo es, ms, tampoco est libre de correr igual suerte.

Tambin yo deb en la gran urbe experimentar en carne propia los defectos de ese destino y saborearlos moralmente. Algo ms me fue dado observar todava: la brusca alternativa entre la ocupacin y la falta de trabajo y la consiguiente eterna fluctuacin entre las entradas y los gastos, que en muchos destruye, a la larga, el sentimiento de economa, as como la nocin para un sistema razonable de vida. Parece como si el organismo humano se acostumbrara paulatinamente a vivir en la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir hambre en los malos. As se explica que aqul que apenas ha logrado conseguir trabajo, olvide toda previsin y viva tan desordenadamente que hasta el pequeo presupuesto semanal de gastos domsticos resulta alterado; al principio el salario alcanza en lugar de para siete, slo para cinco das, despus nicamente para tres y por ltimo escasamente para un da, despilfarrndolo todo en la primera noche.

A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si el padre de familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resulta entonces que en dos o tres das se consume en casa, en comn, el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el dinero alcanza, para despus soportar hambre tambin conjuntamente durante los ltimos das. La mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeas deudas para pasar los malos das del resto de la semana. A la hora de la cena se renen todos en torno a una pauprrima mesa, esperan impacientes el pago del nuevo salario y suean ya con la felicidad futura, mientras el hambre arrecia.... As se habitan los hijos desde su niez a este cuadro de miseria.

Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familia desde un comienzo sigue su camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente por amor a sus hijos, se ponga en contra. Surgen disputas y escndalos en una medida tal, que cuando ms se aparta el marido del hogar, ms se acerca al vicio del alcohol. Se embriaga casi todos los sbados y entonces la mujer, por espritu de propia conservacin y por la de sus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos cntimos, y esto muchas veces en el trayecto de la fbrica a la taberna; y s por fin el domingo o el lunes llega el marido a casa, ebrio y brutal, despus de haber gastado el ltimo cntimo, se suscitan con frecuencia escenas..... de las que Dios nos libre!

En cientos de casos observ de cerca esa vida, vindola al principio con repugnancia y protesta, para despus comprender en toda su magnitud la tragedia de semejante miseria y sus causas fundamentales. Vctimas infelices de las malas condiciones de vida!

Cunto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa escuela; en ella ya no me fue posible prescindir de aquello que no era de mi complacencia. Esa escuela me educ pronto y con rigor.

Para no desesperar de la clase de gentes que por entonces me rodeaban fue necesario que aprendiese a diferenciar entre su manera de ser y su vida y las causas del proceso de su desarrollo. Slo as se poda soportar ese estado de cosas y comprender que el resultado de tanta miseria, inmundicia y degeneracin no eran ya seres humanos, sino el triste producto de unas leyes ms tristes todava. En medio de ese ambiente mi propia y dura suerte me libr de capitular en quejumbroso sentimentalismo ante los resultados de un proceso social semejante.

Ya en aquellos tiempos llegu a la conclusin de que slo un doble procedimiento poda conducir a modificar la situacin existente:

ESTABLECER MEJORES CONDICIONES PARA NUESTRO DESARROLLO A BASE DE UN PROFUNDO SENTIMIENTO DE RESPONSABILIDAD SOCIAL APAREJADO CON LA FERREA DECISIN DE ANULAR A LOS DEPRAVADOS INCORREGIBLES.

Del mismo modo que la Naturaleza no concentra su mayor energa en el mantenimiento de lo existente, sino ms bien en la seleccin de la descendencia como conservadora de la especie, as tambin en la vida humana no puede tratarse de mejorar artificialmente lo malo subsistente -cosa de suyo imposible en un 99% de casos, dada la ndole del hombre- sino por el contrario debe procurarse asegurar bases ms sanas para un ciclo de desarrollo venidero.

Durante mi lucha por la existencia, en Viena, me di cuenta de que la obra de accin social jams puede consistir en un ridculo e intil lirismo de beneficencia, sino en la eliminacin de aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura econmico-cultural de nuestra vida y que constituyen el origen de la degeneracin del individuo o por lo menos de su mala inclinacin.

El Estado austraco desconoca prcticamente una legislacin social humna y de ah su ineptitud patente para reprimir ni las ms crasas transgresiones.

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No sabra decir lo que ms me horroriz en aquel tiempo: si la miseria econmica de mis compaeros de entonces, su rudeza moral o su nfimo nivel cultural.

Con qu frecuencia se exalta la indignacin de nuestra burguesa cuando se oye decir a un vagabundo cualquiera que le es lo mismo ser alemn a no serlo y que el hombre se siente igualmente bien en todas partes con tal de tener para su sustento! Esta falta de "orgullo nacional" es lamentada entonces hondamente y se vitupera con acritud semejante modo de pensar.

Reflexionan acaso nuestros estratos burgueses en que mnima escala se le dan al "pueblo" los elementos inherentes al sentimientos de orgullo nacional? Ven tranquilamente cmo en el teatro y en el film y mediante literatura obscena y prensa inmunda se vaca en el pueblo da por da veneno a borbotones. Y sin embargo se sorprenden esos ambientes burgueses de la "falta de moral" y de la "indiferencia nacional" de la gran masa del pueblo, como si de esa prensa inmunda, de esos films disparatados y de otros factores semejantes, surgiese para el ciudadano el concepto de la grandeza patria. Todo esto sin considerar la educacin ya recibida por el individuo en su primera juventud.

EL PROBLEMA DE LA "NACIONALIZACIN" DE UN PUEBLO CONSISTE, EN PRIMER TRMINO, EN CREAR SANAS CONDICIONES SOCIALES COMO BASE DE LA EDUCACIN INDIVIDUAL. PORQUE SOLO AQUEL QUE HAYA APRENDIDO EN EL HOGAR Y EN LA ESCUELA A APRECIAR LA GRANDEZA CULTURAL Y ECONMICA Y ANTE TODO LA GRANDEZA POLTICA DE SU PROPIA PATRIA, PODR SENTIR Y SENTIR EL INTIMO ORGULLO DE SER SBDITO DE ESA NACIN, SOLO SE PUEDE LUCHAR POR AQUELLO QUE SE QUIERE - SE QUIERE LO QUE SE RESPETA Y SE PUEDE RESPETAR NICAMENTE LO QUE POR LO MENOS, SE CONOCE.

Apenas se despert mi inters por la cuestin social me dediqu a estudiar a fondo el problema. Se me descubri un mundo nuevo!

En los aos de 1909 y 1910 se haba producido tambin un pequeo cambio en mi vida: ya no necesitaba ganarme el pan diario actuando como pen. Por entonces trabajaba ya independientemente como modesto dibujante y acuarelista. Pintaba para ganarme la vida y al mismo tiempo aprenda con satisfaccin. De este modo me fue tambin posible lograr el complemento terico necesario para mi apreciacin ntima del problema social. Estudiaba con ahnco casi todo lo que poda encontrar en libros sobre esta compleja materia, para despus engolfarme en mis propias meditaciones.

Era poco y muy errneo lo que yo saba en mi juventud acerca de la socialdemocracia. Me entusiasmaba que proclamase el derecho de sufragio universal secreto; adems, mi ingenua concepcin de entonces, me haca creer tambin que era mrito suyo empearse en mejorar las condiciones de vida del obrero. Pero lo que me repugnaba era su actitud hostil en la lucha por la conservacin del germanismo.

Hasta la edad de los 17 aos la palabra "marxismo" no me era familiar, y los trminos "socialdemocracia" y "socialismo" parecanme ser idnticos. Fue necesario que el destino obrase tambin sobre este concepto aqu abrindome los ojos ante un engao tan inaudito para la humanidad.

Si antes haba yo conocido el partido socialdemcrata slo como espectador en algunos de sus mtines, sin penetrar no obstante en la mentalidad de sus adeptos o en la esencia de sus doctrinas, bruscamente deba entonces ponerme en contacto con los productos de aquella "ideologa". Y lo que quizs despus de decenios hubiese ocurrido, se realiz en el curso de pocos meses, permitindome comprender que bajo la apariencia de virtud social y amor al prjimo se esconda una pobredumbre de la cual ojal la humanidad libre a la tierra cuanto antes, porque de lo contrario posiblemente sera la propia humanidad la que de la tierra desapareciese.

Fue durante mi trabajo cotidiano en el solar donde tuve el primer roce con elementos socialdemcratas. Ya desde un comienzo me fue poco agradable aquello. Mi vestido era an decente, mi lenguaje no vulgar y mi actitud reservada. Mucho tena que hacer con mi propia suerte para que hubiese concentrado mi atencin en lo que me rodeaba. Buscaba nicamente trabajo a fin de no perecer de hambre y poder as, a la vez, procurarme los medios necesarios a la lenta prosecucin de mi instruccin personal. Probablemente no me habra preocupado de mi nuevo ambiente a no ser porque al tercero o cuarto da de iniciarme en el trabajo, se produjo un incidente que me indujo a asumir una determinada actitud. Se me haba propuesto que ingresase en la organizacin sindicalista. Por entonces nada conoca an acerca de las organizaciones obreras y me habra sido imposible comprobar la utilidad o inconveniencia de su razn de ser. Cuando se me dijo que deba hacerme socio, rechac de plano la proposicin, expresando que no tena idea de lo que se trataba y que por principio no me dejaba imponer nada.

En el curso de las dos semanas siguientes alcanc a empaparme mejor del ambiente, de tal suerte que poder alguno en el mundo me hubiese compelido a ingresar en una agrupacin sindicalista, sobre cuyos dirigentes haba llegado a formarme entre tanto el ms desfavorable concepto.

A medioda, una parte de los trabajadores acuda a las fondas de la vecindad y el resto quedaba en el solar mismo consumiendo su exigua merienda. Yo, ubicado en un aislado rincn, beba de mi frasco de leche y coma mi racin de pan, pero sin dejar de observar cuidadosamente el ambiente o reflexionando sobre la miseria de mi suerte. Mientras tanto, mis odos escuchaban ms de o necesario y a veces me pareca que intencionadamente aquellas gentes se aproximaban hacia m como para inducirme a adoptar una actitud precisa. De todos modos, aquello que alcanzaba a or bastaba para irritarme en sumo grado. All se negaba todo: la nacin no era otra cosa que una invencin de los "capitalistas"; la patria, un instrumento de la burguesa destinado a explotar a la clase obrera; la autoridad de la ley, un medio de subyugar el proletariado; la escuela, una institucin para educar esclavos y tambin amos; la religin, un recurso para idiotizar a la masa predestinada a la explotacin; la moral, signo de estpida resignacin, etc. Nada haba pues, que no fuese arrojado en el lodo ms inmundo.

Al principio trat de callar, pero a la postre me fue imposible. Comenc a manifestar mi opinin, comenc por objetar; ms, tuve que reconocer que todo sera intil mientras yo no poseyese por lo menos un relativo conocimiento acerca de los puntos en cuestin. Y fue as como empec a investigar en las mismas fuentes de las cuales proceda la pretendida sabidura de los adversarios. Lea con atencin libro por libro, folleto por folleto, y da tras da pude replicar a mis contradictores, informado como estaba mejor que ellos de su propia doctrina, hasta que un momento dado debi ponerse en prctica aquel recurso que ciertamente se impone con ms facilidad a la razn: el terror, la violencia. Algunos de mis impugnadores me conminaron a abandonar inmediatamente el trabajo amenazndome con tirarme desde el andamio. Como me hallaba solo, consider intil toda resistencia y opt por retirarme.

Que penosa impresin domin mi espritu al contemplar cierto da las inacabables columnas de una manifestacin proletaria en Viena! Me detuve casi dos horas observando pasmado aquel enorme dragn humano que se arrastraba pesadamente. Lleno de desaliento regres a casa. En el trayecto vi en una cigarrera el diario "Arbeiterzeitung" rgano central de la antigua democracia austraca. En un caf popular, barato, que sola frecuentar con el fin de leer peridicos, encontraba tambin esa miserable hoja, pero sin que jams hubiera podido resolverme a dedicarle ms de dos minutos, pues, su contenido obraba en mi nimo como si fuese vitriolo. Aquel da, bajo la depresin que me haba causado la estacin que acababa de ver, un impulso interior me indujo a comprar el peridico, para leerlo esta vez minuciosamente. Por la noche me apliqu a ello, sobreponindome a los mpetus de clera que me provocaba aquella solucin concentrada de mentiras.

A travs de la prensa socialdemcrata diaria, pude, pues, estudiar mejor que en la literatura terica el verdadero carcter de esas ideas. Que contraste!Por una parte las rimbombantes frases de libertad, belleza y dignidad, expuestas en esa literatura locuaz, de moral humana hipcrita, reflejando trabajosamente una honda sabidura -todo esto escrito con proftica seguridad- y por el otro lado, la prensa diaria, brutal, capaz de toda villana y de una virtuosidad nica en el arte de mentir en pro de la doctrina salvadora de la nueva humanidad! Lo primero destinado a los necios de las "esferas intelectuales" medias y superiores y lo segundo -la prensa- para la masa.

Penetrar el sentido de esa literatura y de esa prensa tuvo para m la trascendencia de inclinarme ms fervorosamente a mi pueblo. Conociendo el efecto de semejante obra de envilecimiento, slo un loco sera capaz de condenar a la vctima. Por fin comprend la importancia de la brutal imposicin de subscribirse nicamente a la prensa roja, concurrir con exclusividad a mtines de filiacin roja y tambin de leer libros rojos solamente. La Psiquis de las multitudes no es sensible a lo dbil ni a lo mediocre; guarda semejanza con la mujer, cuya emotividad obedece menos a razones de orden abstracto que al ansia instintiva e indefinible hacia una fuerza que la integre, y de ah que prefiera someterse al fuerte a dominar al dbil. Del mismo modo, la masa se inclina ms fcilmente hacia el que domina que hacia el que implora, y se siente ms ntimamente satisfecha de una doctrina intransigente que no admita paralelo, que del roce de una libertad que generalmente de poco le sirve.

SI FRENTE A LA SOCIALDEMOCRACIA SURGIESE UNA DOCTRINA SUPERIOR EN VERACIDAD, PERO BRUTAL COMO AQUELLA EN SUS MTODOS, SE IMPONDRA LA SEGUNDA, SI BIEN CIERTAMENTE, DESPUS DE UNA LUCHA TENAZ.

Como la socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia de la fuerza, cae con furor sobre aquellos en los cuales supone la existencia de ese casi raro elemento, e inversamente, halaga a los espritus dbiles del bando opuesto, cautelosa o abiertamente, segn la calidad moral que tengan o que se les atribuya. La socialdemocracia teme menos a un hombre de genio, impotente y falto de carcter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque hurfano de vuelo intelectual. Esta es una tctica que responde al preciso clculo de todas las debilidades humanas y que tiene que conducir casi matemticamente al xito, si es que el partido opuesto no sabe que el gas asfixiante se contrarresta slo con el gas asfixiante. A los espritus pusilnimes hay que recalcarles que en esto se trata del ser o del no ser.

EL METODO DEL TERROR EN LOS TALLERES, EN LAS FABRICAS, EN LOS LOCALES DE ASAMBLEAS Y EN LAS MANIFESTACIONES EN MASA, SER SIEMPRE CORONADO POR EL XITO MIENTRAS NO SE LE ENFRENTE OTRO TERROR DE EFECTOS ANLOGOS.

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COMO CONSECUENCIA DEL HECHO DE QUE LA BURGUESIA EN INFINIDAD DE CASOS, PROCEDIENDO DEL MODO MAS DESATINADO E INMORAL, OPONIA RESISTENCIA HASTA A LAS EXIGENCIAS MAS HUMANAMELVTE JUSTIFICADAS, AUN SIN ALCANZAR O SIN ESPERAR SIQUIERA PROVECHO ALGUNO DE SU ACTITUD, EL MAS HONESTO OBRERO RESULTABA IMPELIDO DE LA ORGANIZACIN SINDICALISTA A LA LUCHA POLTICA.

El rechazo rotundo de toda tentativa hacia el mejoramiento de las condiciones de trabajo para el obrero, tales como la instalacin de dispositivos de seguridad en las mquinas, la prohibicin del trabajo para menores, as como tambin la proteccin para la mujer -por lo menos en aquellos meses en los cuales lleva en sus entraas al futuro ciudadano- contribuy a que la socialdemocracia, que reciba complacida todos esos casos de despiadado proceder, cogiese a las masas en su red. Nunca podr reparar nuestra "burguesa poltica" esos errores, pues negndose a dar paso a todo propsito tendente a eliminar anomalas sociales, sembraba odios y justificaba aparentemente las aseveraciones de los enemigos mortales de toda la nacionalidad en el sentido de ser el partido socialdemcrata el nico defensor de los intereses del pueblo trabajador.

En mis aos de experiencia en Viena me v obligado, queriendo o sin quererlo, a definir mi posicin en lo relativo a los sindicatos obreros.

El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme importancia del movimiento sindicalista le asegur el instrumento de su accin y con ello el xito. No haber comprendido aquello le cost a la burguesa su posicin poltica. Haba credo que con una "negativa" impertinente podra anular un desarrollo lgico inevitable.

Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en s contrario al inters patrio. Si la accin sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella clase social que constituye una de las columnas fundamentales de la nacin, obra no slo como no-enemiga de la patria o del Estado, sino "nacionalistamente" en el ms puro sentido de la palabra.

Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensin social o que incluso carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber el que sus dependientes, representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses del conjunto frente a la codicia o el capricho de uno solo

MIENTRAS EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO DADO AL HOMBRE PROVOQUE RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN INSTITUIDO AUTORIDADES JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAOS, SIEMPRE EL MAS FUERTE VENCER EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE LA PERSONA QUE CONCENTRA EN S TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA AL FRENTE A UN SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIN DEL CONJUNTO DE TRABAJADORES.

De ese modo la organizacin sindicalista podr lograr un afianzamiento de la idea social en su aplicacin prctica de la vida diaria, eliminando con ello motivos que son causa permanente de descontento y quejas.

La socialdemocracia jazz pens mantener el programa inicial del movimiento corporativo que haba abarcado. Y en efecto fue as. Bajo su experta mano, en pocos decenios supo hacer de un medio auxiliar creado para defensa de derechos sociales, un instrumento destructor de la economa nacional. Los intereses del obrero no deban obstaculizar los propsitos de la socialdemocracia en lo ms mnimo.Ya a principios del presente siglo, el movimiento sindicalista haba dejado de servir a su idea inicial; ao tras ao fue cayendo cada vez ms en el radio de accin de la poltica socialdemcrata para ser a la postre slo un ariete de la lucha de clases. Deba a fuerza de constantes arremetidas demoler los fundamentos de la economa nacional laboriosamente cimentada y con ello prepararle la misma suerte al edificio del Estado. La defensa de los verdaderos intereses del se haca cada vez ms secundaria, hasta que por ltimo la habilidad poltica acab por establecer la inconveniencia de mejorar las condiciones sociales y el nivel cultural de las masas, so pena de correr el peligro de que una vez satisfechos sus deseos, esas muchedumbres no pudieran ser ya utilizadas indefinidamente como una fuerza autmata de lucha.

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A medida que fui formando criterio sobre el carcter exterior de la socialdemocracia, aument en m el ansia de penetrar la esencia de su doctrina. De poco poda servirme en este orden la literatura propia del partido porque cuando trata de cuestiones econmicas es errnea en asertos y demostraciones, y es falaz en lo que a sus fines polticos se refiere.

SOLO EL CONOCIMIENTO DEL JUDASMO DA LA CLAVE PARA LA COMPRENSIN DE LOS VERDADEROS PROPSITOS DE LA SOCIALDEMOCRACIA.

Me sera difcil, sino imposible, precisar en qu poca de mi vida la palabra judo fue para m por primera vez motivo de reflexiones. En el hogar paterno, cuando an viva mi padre, no recuerdo siguiera haberla odo. Creo que el anciano habra visto un signo de retroceso cultural en la sola acentuada pronunciacin de aquel vocablo. Durante el curso de su vida, mi padre haba llegado a concepciones ms o menos universalistas, conservndolas an en medio de un convencido nacionalismo, de modo que hasta en m debieron tener su influencia.

Tampoco en la escuela se present motivo alguno que hubiese podido determinar un cambio del criterio que form en el seno de mi familia.

Fue a la edad de catorce o quince aos cuando deb or a menudo la palabra "judo", especialmente en conversaciones de tema poltico, y senta cierta repulsin cuando me tocaba presenciar pendencias de ndole confesional. La cuestin por entonces no tena pues para m otras caractersticas.

En la ciudad de Linz vivan muy pocos judos que en el curso de los siglos se haban europeizado exteriormente y yo hasta los tomaba por alemanes. Lo absurdo de esta suposicin me era poco claro, ya que por entonces vea en el aspecto religioso la nica diferencia peculiar. El que por eso se persiguiese a los judos, como crea yo, haca que muchas veces mi desagrado frente a exclamaciones deprimentes para ellos subiese de punto. De la existencia de un odio sistemtico contra el judo no tena todava idea en absoluto.

Despus estuve en Viena.

Sobrecogido por el cmulo de mis impresiones de las obras arquitectnicas de aquella capital y por las penalidades de mi propia suerte no pude en el primer tiempo de mi permanencia all darme cuenta de la conformacin interior del pueblo en la gran urbe; y fue as que no obstante existir en Viena alrededor de 200.000 judos, entre sus dos millones de habitantes, yo no me haba dado cuenta de ellos.

Mal podra afamar que me hubiera parecido particularmente grata la forma en que deb llegar a conocerlos. Yo segua viendo en el judo slo la cuestin confesional y por eso, fundndome en razones de tolerancia humana mantuve an entonces mi antipata por la lucha religiosa. De ah que considerase indigno de la tradicin cultural de un gran pueblo el tono de la prensa antisemita de Viena. Me impresionaba el recuerdo de ciertos hechos de la Edad Media, que no me habra agradado ver repetirse.

Como esos peridicos carecan de prestigio -el motivo no saba yo explicrmelo entonces- vea la campaa que hacan ms como un producto de exacerbada envidia que como resultado de un criterio de principio, aunque ste fuese errado. Corroboraba tal modo de pensar el hecho de que los grandes rganos de prensa respondan a esos ataques en forma infinitamente ms digna o bien optaban por no mencionarlos siquiera, lo cual me pareca an ms laudable.

Lea asiduamente la llamada prensa mundial ("Neue freie Presse", Wiener Tageblatt, cte.) y me asombraba siempre su enorme material de informacin, as como su objetividad en el modo de tratar las cuestiones; pero lo que frecuentemente me chocaba era la forma servil en que adulaban a la Corte. Casi no haba suceso de la vida cortesana que no fuese presentado la pblico con frases de desbordante entusiasmo o de plaidera afliccin, segn el caso. Otra cosa que me llegaba a los nervios era el repugnante culto que esa prensa renda a Francia.

De vez en cuando lea tambin el Volksblatt, por cierto peridico mucho ms pequeo, pero que en estas cosas me pareca ms sincero. No estaba de acuerdo con su recalcitrante antisemitismo, bien que algunas veces encontraba razonamientos que me movan a reflexionar. En todo caso a travs de esas incidencias fue como llegu a conocer paulatinamente al hombre y al movimiento poltico que por entonces influan en los destinos de Viena: El Dr. Karl Lueger y el partido cristiano-social.

Cuando llegu a Viena era contrario a ambos porque los consideraba "reaccionarios". Empero, una elemental nocin de equidad hizo variar mi opinin a medida que tuve oportunidad de conocer al hombre y su obra. Poco a poco se impuso en m la apreciacin justa para luego convertirse en un sentimiento de franca admiracin. Hoy, ms que entonces, veo en el Dr. Lueger al ms grande de los burgomaestres alemanes de todos los tiempos.

Cuntas ideas preconcebidas tuvieron tambin que modificarse en m al cambiar mi modo de pensar respecto al movimiento cristianosocial! Y si con ello cambi igualmente mi criterio acerca del antisemitismo, sta fue sin duda la ms trascendental de las transformaciones que experiment entonces; ella me cost una intensa lucha interior entre la razn y el sentimiento, y slo despus de largos meses, la victoria empez a ponerse del lado de la razn. Dos aos ms tarde, el sentimiento haba acabado por someterse a sta, para, en adelante, ser su ms leal guardin y consejero.

Debi, pues, llegar el da en que ya no peregrinara por la gran urbe hecho un ciego, como en los primeros tiempos, sino con los ojos abiertos, contemplando las obras arquitectnicas y las gentes. Cierta vez, al caminar por los barrios del antro, me vi de sbito frente a un hombre de largo caftn y de rizos negros. Ser un judo?, fue mi primer pensamiento. Los judios en Linz no tenan ciertamente esa apariencia. Observ al hombre sigilosamente y a medida que me fijaba en su extraa fisonoma, estudindola rasgo por rasgo, fue transformndose en mi menta la primera pregunta en otra inmediata. Ser tambin un alemn?.

Como siempre en casos anlogos, trat de desvanecer mis dudas, consultando libros. Con pocos cntimos adquir por primera vez en mi vida algunos folletos antisemitas. Todos, lamentablemente, partan de la hiptesis de que el lector tena ya un cierto conocimiento de causa o que por lo menos comprenda la cuestin; adems, su tono era tal, debido a razonamientos superficiales y extraordinariamente faltos de base cientfica, que me hizo volver a caer en nuevas dudas. La cuestin me pareca tan trascendental y las acusaciones de tal magnitud que yo -torturado por el temor de ser injusto- me senta vacilante e inseguro.

Naturalmente que ya no era dable dudar de que o se trataba de elementos alemanes de una creencia religiosa especial, sino de un pueblo diferente en s; pues desde que me empez a preocupar la cuestin juda, cambi mi primera impresin sobre Viena. Por doquier vea judos y cuanto ms los observaba, ms se diferenciaban a mis ojos de las dems gentes. Y si an hubiese dudado, mi vacilacin hubiera tenido que tocar definitivamente a su fin, debido a la actitud de una parte de los judos mismos.

Se trataba de un gran movimiento que tenda a establecer claramente el carcter racial del judasmo; el sionismo.

Aparentemente apoyaba esa actitud slo un grupo de los judos, en tanto que la mayora la condenaba; sin embargo, al analizar las cosas de cerca, esa apariencia se desvaneca, descubrindose un mundo de subterfugios de pura conveniencia, por no decir mentiras. Porque los llamados judos liberales rechazaban a los sionistas, no porque ellos no fuesen judos, sino nicamente porque stos hacan una pblica confesin de su judasmo que aquellos consideraban improcedente y hasta peligrosa. En el fondo se mantena inalterable la solidaridad de todos.

Aquella lucha ficticia entre sionistas y judos liberales, debi pronto causarme repugnancia porque era falsa en absoluto y porque no responda al decantado nivel cultural del pueblo judo.

Y qu captulo especial era aquel de la pureza material y moral de ese pueblo! Nada me haba hecho reflexionar tanto en tan poco tiempo como el criterio que paulatinamente fue incrementndose en m acerca de la forma cmo actuaban los judos en determinado gnero de actividades. Haba por virtud un solo caso de escndalo o de infamia, especialmente en lo relacionado con la vida cultura, donde no estuviese complicado por lo menos un judo?

Un grave cargo ms pes sobre el judasmo ante mis ojos cuando me di cuenta de sus manejos en la prensa, en el arte, la literatura y el teatro. Comenc por estudiar detenidamente los nombres de todos los autores de inmundas producciones en el campo de la actividad artstica en general. El resultado de ello fue una creciente animadversin de mi parte hacia los judos. Era innegable el hecho de que las nueve dcimas partes de la literatura srdida, de la trivialidad en el arte y el disparate en el teatro gravitaban en el debe de una raza que apenas si constitua una centsima parte de la poblacin total del pas.

Con el mismo criterio comenc tambin a apreciar lo que en realidad era aquella mi preferida "prensa mundial", y cuanto ms sondeaba en este terreno, ms disminua el motivo de mi admiracin de antes. El estilo se me hizo insoportable, el contenido cada vez ms vulgar y por ltimo la objetividad de sus exposiciones me pareca ms mentira que verdad. Eran, pues, judos los autores!

Ahora va bajo otro aspecto la tendencia liberal de esa prensa. El tono moderado de sus rplicas o su silencio de tumba ante los ataques que se le diriga, debieron reflejrseme como un juego a la par hbil y villano. Sus crticas glorificantes de teatro estaban siempre destinadas al autor judo y jams una apreciacin negativa recaa sobre otro que no fuese un alemn. Precisamente por la perseverancia con que se zahera a Guillermo 11 y por otra parte se recomendaba la cultura y la civilizacin francesas, poda deducirse lo sistemtico de su accin. El sentido de todo era tan visiblemente lesivo al germanismo, que su propsito no poda ser sino deliberado.

Quin tena inters en ello? Era acaso todo obra de la casualidad?

En Viena, como seguramente en ninguna otra ciudad de la Europa occidental, con excepcin quiz de algn puerto del sur de Francia, poda estudiarse mejor las relaciones del judasmo con la prostitucin y ms an, con la trata de blancas. Caminando de noche por el barrio de Leopoldo, a cada paso era uno - queriendo o sin quererlo - testigo de hechos que quedaron ocultos para la gran mayora del pueblo alemn hasta que la guerra de 1914 dio a los combatientes alemanes en el frente oriental oportunidad de poder ver, mejor dicho, de tener que ver, semejante estado de cosas.

Sent escalofros cuando por primera vez descubra as en el judo al negociante, desalmado calculador, venal y desvergonzado de ese trfico irritante de vicios de la escoria de la gran urbe.

Desde entonces no pude ms y nunca volv a tratar de eludir la cuestin juda; por el contrario, me impuse ocuparme en delante de ella. De este modo, siguiendo las huellas del elemento judo a travs de todas las manifestaciones de la vida cultural y artstica, tropec con l inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer:

Judos eran los dirigentes del partido socialdemcrata!

Con esta revelacin debi terminar en mi un proceso de larga lucha interior.

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Gradualmente me fui dando cuenta que en la prensa socialdemcrata preponderaba el elemento judo; sin embargo, no di mayor importancia a este hecho puesto que la situacin de los dems peridicos era la misma. Otra circunstancia sin embargo debi llamarme ms la atencin: no exista diario, donde interviniesen judos, que hubiera podido calificarse, segn mi educacin y criterio, como un rgano verdaderamente nacional.

En cuanto folleto socialdemcrata llegaba a mis manos examinaba el nombre de su autor: siempre era un judo. Examin casi todos los nombres de los dirigentes del partido socialdemcrata; en su gran mayora pertenecan igualmente al "pueblo elegido", lo mismo si se trataba de representantes en el Reichsrat que de los secretarios de las asociaciones sindicalistas, de los presidentes de las organizaciones del partido que de los agitadores populares. Era siempre el mismo siniestro cuadro y jams olvidar los nombres: Austerlitz, David, Adler, Ellenbogen, etc.

Claramente vea ahora que el directorio de aquel partido, a cuyos pequeos representantes combata yo tenazmente desde meses atrs, se hallaba casi exclusivamente en manos de un elemento extranjero y al fin supe definitivamente que el judo no era alemn. Ahora s que conoca ntimamente a los pervertidores de nuestro pueblo.

Un ao de permanencia en Viena me haba bastado para llevarme al convencimiento de que ningn obrero, por empecinado que fuera, no dejara de acabar por rendirse ante conocimientos mejores y ante una explicacin ms clara. En el transcurso del tiempo me haba convertido en un conocedor de su propia doctrina y yo mismo poda utilizarla ahora como un arma a favor de mis convicciones.

Casi siempre el xito se inclinaba hacia el lado mo.

Se poda salvar a la gran masa aunque solamente a costa de enormes sacrificios de tiempo y de perseverancia.

Pero a un judo, en cambio, jams se le podra liberar de su criterio. Cuando alguna vez se lograba reducir a uno de ellos, porque observado por los presentes no le haba ya quedado otro recurso que asentir, y hasta se crea haber adelantado con ello por lo menos algo, grande deba ser la sorpresa que al da siguiente se experimentaba al constatar que el judo no recordaba ni lo ms mnimo de lo acontecido la vspera y segua repitiendo los dislates de siempre. Muchas veces qued atnito sin saber qu es lo que deba sorprenderme ms: la locuacidad del judo o su arte de mistificar.

Me hallaba en la poca de las ms honda transformacin ideolgica operada en mi vida: De dbil cosmopolita deb convertirme en antisemita fantico.

Una vez ms - esta fue la ltima- vinieron a embargarme reflexiones abrumadoras. Estudiando la influencia del pueblo judo a travs de largos perodos de la historia humana, surgi en mi mente la inquietante duda de que quizs el destino por causas insondables, le reservaba a este pequeo pueblo el triunfo final. Se le adjudicar acaso la tierra como premio, a ese pueblo, que vive eternamente slo para esta tierra? Es que nosotros poseemos realmente el derecho de luchar por nuestra propia conservacin o es que tambin esto tiene en nosotros slo un fundamento subjetivo?

El destino mismo se encarg de darme la respuesta al engolfarme en la penetracin de la doctrina marxista para de este modo estudiar minuciosamente la actuacin del pueblo judo.

La doctrina juda del marxismo rechaza el principio aristocrtico de la Naturaleza y coloca en lugar del privilegio eterno de la fuerza y del vigor, la masa numrica y su peso muerto. Niega as en el hombre el mrito individual e impugna la importancia del nacionalismo y de la raza abrogndose con esto a la humanidad la base de su existencia y de su cultura. Esa doctrina, como fundamento del universo, conducira fatalmente al fin de todo orden natural concebible por la mente humana. Y del mismo modo que la aplicacin de una ley semejante en la mecnica del organismo ms grande que conocemos, provocara el caos, sobre la tierra no significara otra cosa que la desaparicin de sus habitantes.

Si el judo con la ayuda de su credo marxista llegase a conquistar las naciones del mundo, su diadema sera entonces la corona fnebre de la humanidad y nuestro planeta volvera a rotar desierto en el eter como hace millones de siglos.

La Naturaleza eterna venga inexorablemente la transgresin de sus preceptos.

ASI CREO AHORA ACTUAR CONFORME A LA VOLUNTAD DEL SUPREMO CREADOR: AL DEFENDERME DEL JUDO LUCHO POR LA OBRA DEL SEOR.

CAPTULO TERCERO

Reflexiones polticas de la poca de mi permanencia en Viena

Tengo la evidencia de que en general el hombre, excepcin hecha de casos singulares de talento, no debe actuar en poltica antes de los 30 aos, porque hasta esa edad se est formando en su mentalidad una plataforma desde la cual podr l analizar los diversos problemas polticos y definir su posicin frente a ellos. Slo entonces, despus de haber adquirido una concepcin ideolgica fundamental y con ella logrado afianzar su propio modo de pensar acerca de los diferentes problemas de la vida diaria, debe o puede el hombre, conformado por lo menos as espiritualmente, participar en la direccin poltica de la colectividad en que vive.

De otro modo corre el peligro de tener que cambiar un da de opinin en cuestiones fundamentales o de quedar - en contra de su propia conviccin- estratificado en un criterio ya relegado por la razn y el entendimiento. El primer caso resulta muy penoso para l personalmente, pues, si l mismo vacila no puede ya esperar le pertenezca en igual medida que antes la fe de sus adeptos, para quienes la claudicacin del Fhrr3, significa desconcierto y no pocas veces les provoca el sentimiento de una cierta vergenza frente a sus adversarios polticos. En el segundo caso ocurre aquello que hoy se observa con mucha frecuencia: En la misma escala en que el Fhrer perdi la conviccin sobre lo que sostena, su dialctica se hace hueca y superficial, en tanto que se deprava en la eleccin de sus mtodos. Mientras l personalmente no piensa ya arriesgarse en serio en defensa de sus revelaciones polticas (no se inmola la vida por una causa que uno mismo no profesa) las exigencias que les impone a sus correligionarios se hacen sin embargo cada vez mayores y ms desvergonzadas, hasta el punto de acabar por sacrificar el ltimo resto del carcter que inviste al Fhrer y descender as a la condicin del "poltico", es decir, a aquella categora de hombres cuya nica conviccin es su falta de conviccin, aparejada a una arrogante insolencia y un arte refinadsimo para el mentir. Si para desgracia de la humanidad honrada tal sujeto llega a ingresar en el Parlamento, entonces hay que tener por descontado el hecho de que la poltica para l se reduce ya slo a una "heroica lucha" por la posesin perptua de este "bibern" de su propia vida y de la de su familia. Y cuanto ms pendientes estn de ese bibern la mujer y los hijos, ms tenazmente luchar el marido por sostener su mandato parlamentario. Toda persona de instinto poltico es para l, por ese solo hecho, un enemigo personal; en cada nuevo movimiento cree ver el comienzo posible de su ruina; en todo hombre de prestigio otro amenazante peligro.

He de ocuparme detenidamente de esta clase de sabandijas parlamentarias.

Tambin el hombre que haya llegado a los 30 aos tendr an mucho que aprender en el curso de su vida, pero esto nicamente a manera de una complementacin dentro del marco ya determinado por la concepcin ideolgica adoptada en principio. Los nuevos conocimientos que adquiera no significarn una innovacin de lo ya aprendido, sino ms bien un proceso de acrecentamiento de su saber, de tal modo que sus adeptos jams tendrn la decepcionante impresin de haber sido mal orientados; por el contrario, el visible desarrollo de la personalidad del Fhrer provocar en ellos complacencia, en la conviccin de que el perfeccionamiento de ste refluye a favor de la propia doctrina. Ante sus ojos esto constituye una prueba de la certeza del criterio hasta aquel momento sostenido.

Un Fhrer que se vea obligado a abandonar la plataforma de su ideologa general por haberse dado cuenta de que esta era falsa, obrar honradamente slo, cuando reconociendo lo errneo de su criterio, se halle dispuesto a asumir todas las consecuencias. En tal caso deber por lo menos renunciar a toda actuacin poltica ulterior, pues, habiendo errado ya una vez en puntos de vista fundamentales, est expuesto por una segunda vez al mismo peligro. De todos modos ha perdido ya el derecho de requerir y menos an el de exigir la confianza de sus conciudadanos.

El grado de corrupcin de la plebe, que por ahora se siente habilitada para "actuar" en politica, evidencia cun rara vez se sabe responder en los tiempos actuales a una prueba tal de decoro personal.

Apenas si entre tantos puede uno tan slo ser el predestinado.

Seguramente en aquellos tiempos, me haba ocupado de poltica ms qie muchos otros, sin embargo, tuve el buen cuidado de no actuar en ella; me concretaba a hablar en crculos pequeos abordando temas que me subyugaban y que eran motivo de mi constante preocupacin. Este modo de actuar en ambiente reducido tena en s mucho de provechoso, porque si bien es cierto que as aprenda menos a "discursear" en cambio, llegaba a conocer a las gentes en su moralidad y en sus concepciones, a menudo infinitamente primitivas. En aquella poca continu ampliando mis observaciones sin perder tiempo ni oportunidad y es probable que, en este orden, en ninguna parte de Alemania se ofreca entonces un ambiente de estudio ms propicio que el de Viena.

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Las preocupaciones de la vida poltica en la antigua monarqua del Danbio abarcaban, en general, contornos ms vastos de mayor espectativa que en la Alemania de esa misma poca, excepcin hecha de algunos distritos de Prusia, Hamburgo y la costa del Mar del Norte. Bajo la denominacin "Austria" me refiero en este caso a aquel territorio del gran Imperio de los Habsburgo que, debido a sus habitantes de origen alemn, signific en todo orden no solamente la base histrica para la formacin de tal Estado, sino que en el conjunto de su poblacin representaba tambin aquella fuerza que a travs de los siglos gener la vida cultural en ese organismo poltico de estructura tan artificial como era el Imperio Austro-Hngaro. Y a medida que el tiempo avanzaba, ms dependa precisamente de la conservacin de ese ncleo, la estabilidad de todo el Estado.

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No quiero engolfarme aqu en detalles porque no es este el propsito de mi libro; quiero solamente consignar en el marco de una minuciosa apreciacin aquellos sucesos que, siendo la eterna causa de la decadencia de pueblos y Estados, tienen tambin en nuestro tiempo su trascendencia, aparte de que contribuyeron a cimentar los fundamentos de mi ideologa poltica.

Entre las instituciones que ms claramente revelaban - an ante los ojos no siempre abiertos del provinciano - la corrosin de la monarqua austraca, encontrbase en primer trmino aqulla que ms llamada estaba a mantener su estabilidad: el Parlamento o sea el Reichsrat, como en Austria se le denominaba.

Manifiestamente, al norma institucional de esta corporacin radicaba en Inglaterra, el pas de la "clsica democracia". De all se copi toda esa dichosa institucin y se la traslad a Viena, procurando en lo posible no alterarla.

En la Cmara de diputados y en la Cmara alta celebraba su renacimiento el sistema ingls de la doble cmara; slo los "edificios" diferan entre s. Barry, al hacer surgir de las aguas del Tmesis el palacio del Parlamento ingls, haba recurrido a la historia del Imperio Britnico con el fin de inspirarse para la ornamentacin de los 1200 nichos, consolas y columnas de su monumental creacin arquitectnica. Por sus esculturas y arte pictrico, el Parlamento ingls result as erigido en el templo de gloria de la nacin.

Aqu se present la primera dificultad en el caso del Parlamento de Viena. Cuando el dans Hansen haba concluido el ltimo pinculo del palacio de mrmol destinado a los representantes del pueblo, no le qued otro recurso que el de apelar al arte clsico para adaptar motivos ornamentales. Figuras de estadistas y de filsofos griegos y romanos hermosean esta teatral residencia de la "democracia occidental" y a manera de simblica irona estn representados sobre la cspide del edificio cuadrigas que se separan partiendo hacia los cuatro puntos cardinales, como cabal expresin de lo que en el interior del Parlamento ocurra entonces.

Las "nacionalidades" habran tomado como un insulto y como una provocacin el que en esa obra se glorificase la historia austraca. En Alemania mismo, reciente todava el fragor de las batallas de la guerra mundial, se resolvi consagrar con la inscripcin : "Al Pueblo Alemn", el edificio del Reichstag en Berln, construido por Paul Ballot.

Sentimientos de profunda repulsin me dominaron aquel da en que, por primera vez, cuando an no haba cumplido los veinte aos, visitaba el Parlamento austraco para escuchar una sesin de la Cmara de diputados. Siempre haba detestado el Parlamento, pero de ningn modo la institucin en s. Por el contrario, como hombre amante de las libertades, no poda imaginarme otra forma posible de gobierno. Y justamente por eso era ya un enemigo del Parlamento austraco. Su forma de actuar la consideraba indigna del gran prototipo ingls. Adems, a esto haba que aadir el hecho de que el porvenir de la raza germana en el Estado austriaco dependa de su representacin en el Reichsrat. Hasta el da en que se adopto el sufragio universal de voto secreto, exista en el Parlamento austraco una mayora alemana, aunque poco notable. Ya entonces la situacin se haba hecho difcil, porque el partido social demcrata, con su dudosa conducta nacional al tratarse de cuestiones vitales del germanismo, asuma siempre una actitud contraria a los intereses alemanes a fin de no despertar recelos entre sus adeptos de las otras "nacionalidades" representadas en el Parlamento. Tampoco ya en aquella poca se poda considerar a la socialdemocracia como un partido alemn. Con la adopcin del sufragio universal toc a su fin la preponderancia alemana, inclusive desde el punto de vista puramente numrico. En adelante, no quedaba pues obstculo alguno que detuviese la creciente desgermanizacin del Estado austriaco.

El instinto de conservacin nacional me haba hecho repugnar, ya entonces, por esa razn, aquel sistema de representacin popular en la cual el germanismo, lejos de hallarse representado era ms bien traicionado. Sin embargo, esta deficiencia, como muchas otras, no era atribuible al sistema mismo, sino al Estado austriaco.

Un ao de paciente observacin bast para que yo cambiase radicalmente mi modo de pensar en cuanto al carcter del parlamentarismo. Una vez ms el estudio experimental de la realidad me preserv de anegarme en una teora que a primera vista, les parece seductora a muchos y que a pesar de ello no deja de contarse entre las manifestaciones de decadencia de la humanidad.

La democracia del mundo occidental de hoy es la precursora del marxismo, el cual sera inconcebible sin ella. Es la democracia la que en primer trmino proporciona a esta peste mundial el campo de nutricin de donde la epidemia se propaga despus.

Cunta gratitud le debo al destino por haber permitido que me adentrase tambin en esta cuestin cuando todava me hallaba en Viena, pues, es probable que si yo hubiera estado en aquella poca en Alemania, me la habra explicado de una manera demasiado sencilla. Si desde Berln hubiese podido percatarme de lo grotesco de esa institucin llamada "Parlamento", quizs habra cado en la concepcin opuesta, colocndome - no sin una buena razn aparente- al lado de aquellos que vean el bienestar del pueblo y del Imperio, en el fomento exclusivista de la idea de la autoridad imperial, permaneciendo ciegos y ajenos a la vez a la poca en que vivan y al sentir de sus contemporneos.

Esto era imposible en Austria. All no se poda caer tan fcilmente de un error en otro, porque si el Parlamento era intil, aun menos capacitados eran los Habsburgo.

Lo que ms me preocup en la cuestin del parlamentarismo fue la notoria falta de un elemento responsable. Por funestas que pidieran ser las consecuencias de una ley sancionada por el Parlamento, nadie lleva la responsabilidad, ni a nadie es posible exigirle cuentas. O es que puede llamarse asumir responsabilidades al hecho de que despus de un fiasco sin precedentes, dimita el gobierno culpable o cambie la coalicin existente o, por ltimo, se disuelva el Parlamento? Puede acaso hacerse responsable a una vacilante mayora? No es cierto que la idea de responsabilidad presupone la idea de la personalidad?

Puede prcticamente hacerse responsable al dirigente de un gobierno por hechos cuya gestin y ejecucin obedecen exclusivamente a la voluntad y al arbitrio de una pluralidad de individuos?

O es que la misin del gobernante - en lugar de radicar en la concepcin de ideas constructivas y planes - consiste ms bien en la habilidad con que ste se empee en hacer comprensible a un hato de borregos lo genial de sus proyectos, para despus tener que mendigar de ellos una bondadosa aprobacin?

Cabe en el criterio del hombre de Estado poseer en el mismo grado el arte de la persuasin, por un lado, y por otro la perspicacia poltica necesaria para adoptar directivas o tomar grandes decisiones?

Prueba acaso la incapacidad de un Fhrer el solo hecho de no haber podido ganar a favor de una determinada idea el voto de mayora de un conglomerado resultante de manejos ms o menos honestos?

Fue acaso alguna vez capaz ese conglomerado de comprender una idea, antes de que el xito obtenido por la misma, revelara la grandiosidad que ella encarnaba?

No es en este mundo toda accin genial una palpable protesta del genio contra la indolencia de la masa?

Qu debe hacer el gobernante que no logra granjearse la gracia de aqul conglomerado, para la consecucin de sus planes?

Deber sobornar?O bien, tomando en cuenta la estulticia de sus conciudadanos, tendr que renunciar a la realizacin de propsitos reconocidos como vitales, dimitir el gobierno o quedarse en l, a pesar de todo?

No es cierto que en un caso tal, el hombre de verdadero carcter se coloca frente a un conflicto insoluble entre su persuacin de la necesidad y su rectitud de criterio, o mejor dicho su honradez?

Dnde acaba aqu el lmite entre la nocin del deber para con la colectividad y la nocin del deber para con la propia dignidad personal?

No debe todo Fhrer de verdad rehusar a que de ese modo se le degrade a la categora de traficante poltico?

O es que, inversamente, todo traficante deber sentirse predestinado a "especular" en poltica, puesto que la suprema responsabilidad jams pesar sobre l, sino sobre un annimo e inaprensible conglomerado de gentes?

Sobre todo, no conducir el principio de la mayora parlamentaria a la demolicin de la idea-Fhrer?

Pero es que an cabe admitir que el progreso del mundo se debe a la mentalidad de las mayoras y no al cerebro de unos cuantos?

O es que se cree que tal vez en lo futuro se podra prescindir de esta condicin previa inherente a la cultura humana?

No parece, por en contrario, que ella es hoy ms necesaria que nunca?

Difcilmente podr imaginarse el lector de la prensa juda, salvo que hubiese aprendido a discernir y examinar las cosas independientemente, qu estragos ocasiona la moderna institucin del gobierno democrtico-parlamentario; ella es ante todo la causa de la increble proporcin en que ha sido inundado el conjunto de la vida poltica por lo ms descalificado de nuestros das. As como un Fhrer de verdad renunciar a una actividad poltica, que en gran parte no consiste en obra constructiva, sino ms bien en el regateo por la merced de una mayora parlamentaria, el poltico de espritu pequeo, en cambio, se sentir atrado precisamente por esa actividad.

Pero pronto se dejarn sentir las consecuencias si tales mediocres componen el gobierno de una nacin. Faltar entereza para obrar y se preferir aceptar la ms vergonzosa de las humillaciones antes que erguirse para adoptar una actitud resuelta, pues, nadie habr all que por s solo est personalmente dispuesto a arriesgarlo todo en pro de la ejecucin de una medida radical. Existe una verdad que no debe ni puede olvidarse: es la de que tampoco en este caso una mayora estar capacitada para sustituir a la personalidad en el gobierno. La mayora no slo representa siempre la ignorancia, sino tambin la cobarda. Y del mismo modo que de 100 cabezas huecas no se hace un sabio, de 100 cobardes no surge nunca una heroica decisin.

Cuanto menos grave sea la responsabilidad que pese sobre el Fhrer, mayor ser el nmero de aqullos que, dotados de nfima capacidad, se creen igualmente llamados a poner al servicio de la nacin sus imponderables fuerzas. De ah que sea para ellos motivo de regocijo el cambio frecuente de funcionarios en los cargos que ellos apetecen y que celebren todo escndalo que reduzca la hilera de los que por delante esperan.... La consecuencia de todo esto es la espeluznante rapidez con que se producen modificaciones en las ms importantes jefaturas y repartos pblicos de un organismo estatal semejante, con un resultado que siempre tiene influencia negativa y que muchas veces llega a ser hasta catastrfico.

La antigua Austria posea el rgimen parlamentario en grado superlativo. Bien es cierto que los respectivos "premiers" eran nombrados por el monarca, sin embargo, eso no significaba otra cosa que la ejecucin de la voluntad parlamentaria. El regateo por las diferentes carteras ministeriales poda ya calificarse como propio de la ms alta democracia occidental. Los resultados correspondan a los principios aplicados; especialmente la substitucin de personajes representativos se operaba con intervalos cada vez ms cortos, para al final convertirse en una verdadera cacera. En la misma proporcin descenda el nivel de los "hombres de Estado" actuantes hasta no quedar de ellos, ms que aquel bajo tipo del traficante parlamentario, cuyo mrito poltico se aquilataba tan slo por su habilidad en urdir coaliciones, es decir, prestndose a realizar aquellos infames manejos polticos que son la nica prueba de lo que en el trabajo prctico pueden realizar esos llamados representantes del pueblo.

Viena ofreca un magnfico campo de observacin en este orden.

Aquello que de ordinario denominamos "opinin pblica" se basa slo mnimamente en la experiencia personal cl individuo y en sus conocimientos; depende ms bien casi en su totalidad de la idea que el individuo se hace de las cosas a travs de la llamada "informacin pblica", persistente y tenaz. La prensa es el factor responsable de mayor volumen en el proceso de la "instruccin poltica", a la cual, en este caso se le asigna con propiedad el nombre de propaganda; la prensa se encarga ante todo de esta labor de "informacin pblica" y representa as una especie de escuela para adultos, slo que esa "instruccin" no est en manos del Estado, sino bajo las garras de elementos que en parte son de muy baja ley. Precisamente en Viena tuve en mi juventud la mejor oportunidad de conocer a fondo a los propietarios y fabricantes espirituales de esa mquina de instruccin colectiva. En un principio deb sorprenderme al darme cuenta del tiempo relativamente corto en que este pernicioso poder era capaz de crear cierto ambiente de opinin, y esto incluso tratndose de casos de una mixtificacin completa de las aspiraciones y tendencias que, a no dudar, existan en el sentir de la comunidad. En el transcurso de pocos das, esa prensa saba hacer de un motivo insignificante una cuestin de Estado notable e inversamente, en igual tiempo, relegar al olvido general problemas vitales o, ms simplemente, sustraerlos a la memoria de la masa.

De este modo era posible en el curso de pocas semanas henchir nombres de la nada y relacionar con ellos increbles expectativas pblicas, adjudicndoles una popularidad que muchas veces un hombre verdaderamente meritorio no alcanza en toda su vida; y mientras se encumbran estos nombres que un mes antes apenas si se haban odo pronunciar, calificados estadistas o personalidades de otras actividades de la vida pblica dejaban llanamente de existir para sus contemporneos o se les ultrajaba de tal modo con denuestos, que sus apellidos corran el peligro de convertirse en un smbolo de villana o de infamia.

Esta es la chusma que en ms de las dos terceras partes fabrica la llamada "opinin pblica", de donde surge el parlamentarismo cual una Afrodita de la espuma.

Para pintar con detalle en toda su falacia el mecanismo parlamentario sera menester escribir volmenes. Podr comprenderse ms pronto y ms fcilmente semejante extravo humano, tan absurdo como peligroso, comparando el parlamentarismo democrtico con una democracia germnica realmente tal.

La caracterstica ms remarcable del parlamentarismo democrtico consiste en que se elige un cierto nmero, supongamos 500 hombres o tambin mujeres en los ltimos tiempos, y se les concede a stos la atribucin de adoptar en cada caso una decisin definitiva. Prcticamente, ellos representan por s solos el gobierno, pues, si bien designan a los miembros de un gabinete encargado de los negocios del Estado, ese pretendido gobierno no cubre sino una apariencia; en efecto, es incapaz de dar ningn paso sin antes haber obtenido la aquiescencia de la asamblea parlamentaria. Por esto es por lo que tampoco puede ser responsable, ya que la decisin final jams depende de l mismo, sino del Parlamento. En todo caso un gabinete semejante no es otra cosa que el ejecutor de la voluntad de la mayora parlamentaria del momento. Su capacidad poltica se podra apreciar en realidad nicamente a travs de la habilidad que pone en juego para adaptarse a la voluntad de la mayora o para ganarla en su favor.

Una consecuencia lgica de este estado de cosas fluye de la siguiente elemental consideracin: la estructura de ese conjunto formado por los 500 representantes parlamentarios, agrupados segn sus profesiones o hasta teniendo en cuenta sus aptitudes, ofrece un cuadro a la par incongruente y lastimoso. O es que cabe admitir la hiptesis de que estos elegidos de la nacin pueden ser al mismo tiempo brotes privilegiados de genialidad o siquiera de sentido comn? Ojal no se suponga que de las papeletas de sufragio, emitidas por electores que todo pueden ser menos inteligentes, surjan simultneamente centenares de hombres de Estado. Nunca ser suficientemente rebatida la absurda creencia de que del sufragio universal pueden salir genios; primeramente hay que considerar que no en todos los tiempos nace para una nacin un verdadero estadista y menos aun de golpe, un centenar; por otra parte, es instintiva la antipata que siente la masa por el genio eminente. Ms probable es que un camello se deslice por el ojo de una aguja que no que un gran hombre resulte "descubierto" por virtud de una eleccin popular. Todo lo que de veras sobresale de lo comn en la historia de los pueblos suele generalmente revelarse por s mismo.

Dejando a un lado la cuestin de la genialidad de los representantes del pueblo, considrese simplemente el carcter complejo de los problemas pendientes de solucin, aparte de los ramos diferentes de actividad en que deben adoptarse decisiones, y se comprender entonces la incapacidad de un sistema de gobierno que pone la facultad de la decisin final en manos de una asamblea, de entre cuyos componentes slo muy pocos poseen los conocimientos y la experiencia requeridas en los asuntos que han de tratarse. Y es as cmo las ms importantes medidas en materia econmica resultan sometidas a un forum cuyos miembros en sus nueve dcimas partes carecen de la preparacin necesaria. Lo mismo ocurre con otros problemas, dejando siempre la decisin en manos de una mayora compuesta de ignorantes e incapaces. De ah proviene tambin la ligereza con que frecuentemente estos seores deliberan y resuelven cuestiones que seran motivo de honda reflexin aun para los ms esclarecidos talentos. All se adoptan medidas de enorme trascendencia para el futuro de un Estado como si no se tratase de los destinos de toda una nacionalidad sino solamente de una partida de naipes, que es lo que resultara ms propio entre tales polticos. Sera naturalmente injusto creer que todo diputado de un parlamento semejante se halla dotado de tan escasa nocin de responsabilidad. No. De ningn modo. Pero es el caso que aquel sistema, forzando al individuo a ocuparse de cuestiones que no conoce, lo corrompe paulatinamente. Nadie tiene all el coraje de decir: "Seores, creo que no entendemos nada de este asunto; yo a lo menos no tengo idea en absoluto". Esta actitud tampoco modificara nada porque, aparte de que una prueba tal de sinceridad quedara totalmente incomprendida, no por un tonto honrado se resignaran los dems a sacrificar su juego.

El parlamentarismo democrtico de hoy no tiende a constituir una asamblea de sabios, sino a reclutar ms bien una multitud de nulidades intelectuales, tanto ms fciles de manejar cuanto mayor sea la limitacin mental de cada uno de ellos. Slo as puede hacerse poltica partidista en el sentido malo de la expresin y slo as tambin consiguen los verdaderos agitadores permanecer cautelosamente en la retaguardia, sin que jams pueda exigirse de ellos una responsabilidad personal. Ninguna medida, por perniciosa que fuese para el pas, pesar entonces sobre la conducta de un bribn conocido por todos, sino sobre la de toda una fraccin parlamentaria. He aqu porque esta forma de la Democracia lleg a convertirse tambin en el instrumento de aquella raza, cuyos ntimos propsitos, ahora y por siempre, temern mostrarse a la luz del da. Slo el judio puede ensalzar una institucin que es sucia y falaz como l mismo.

En oposicin a ese parlamentarismo democrtico est la genuina democracia germnica de la libre eleccin del Fhrer, que se obliga a asumir toda la responsabilidad de sus actos. Una democracia tal no supone el voto de la mayora para resolver cada cuestin en particular, sino llanamente la voluntad de uno solo, dispuesto a responder de sus decisiones con su propia vida y hacienda.

Si se hiciese la objecin de que bajo tales condiciones difcilmente podr hallarse al hombre resuelto a sacrificarlo personalmente todo en pro de una tan arriesgada empresa, habra que responder: "Dios sea loado, que el verdadero sentido de una democracia germnica radica justamente en el hecho de que no pueda llegar al gobierno de sus conciudadanos, por medios vedados, cualquier indigno arrivista o emboscado moral, sino que la magnitud misma de la responsabilidad a asumir, amedrenta a ineptos y pusilnimes".

Y si no obstante todo esto, un individuo de tales caractersticas intentase deslizarse, podr fcilmente ser identificado y apostrofado sin consideracin: "Aprtate, cobarde, que tus pies no profanen las gradas del frontispicio del Panten de la Historia, destinado a hroes y no a mojigatos".

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Haba llegado a estas conclusiones despus de dos aos de concurrir al Parlament austraco. En adelante no volv a frecuentarlo.

El rgimen parlamentario fue una de las principales causas de la progresiva decadencia del antiguo Estado de los Habsburgo. A medida que por obra de ese rgimen se destrua la hegemona del germanismo en Austria, intensificbase el sistema de explotar el antagonismo de las nacionalidades entre s.

Despus de la guerra franco-prusiana de 1870 la casa de los Habsburgo se lanz con mpetu mximo a exterminar lenta pero implacablemente el "peligroso2 germanismo de la doble monarqua austro-hngara. Este deba ser, pues, el resultado final de la poltica de eslavizacin. Empero, estall la resistencia de la nacionalidad que estaba destinada al exterminio y esto en una forma sin precedentes en la historia alemana contempornea. Hombres de sentir nacionalista y patritico se hicieron rebeldes, pero no rebeldes contra el Estado mismo, sino rebeldes contra un sistema de gobierno del cual tenan el convencimiento de que conducira a la ruina a su propia raza.

Por primera vez en la historia contempornea alemana se haca una diferenciacin entre el patriotismo dinstico general y el amor por la patria y el pueblo.

Fue mrito del movimiento pangermanista operado en la parte alemana de Austria, all por el ao 1890, haber establecido en forma clara y terminante que la autoridad del Estado tiene el derecho de exigir respeto y cooperacin slo cuando responde a las necesidades de una nacionalidad o cuando por lo menos no es perniciosa para sta.

La autoridad del Estado no puede ser un fin en s misma, porque ello significara consagrar la inviolabilidad de toda tirana en el mundo.

Si por los medios que estn al alcance de un gobierno se precipita una nacionalidad en la ruina, entonces la rebelin no slo es un derecho, sino un deber para cada uno de los hijos de ese pueblo.

La pregunta: Cundo se presenta un tal caso? No se resuelve mediante disertaciones tericas, sino por la accin y por el xito.

Como todo gobierno, por malo que fuese y aun cuando hubiese traicionado una y mil veces los intereses de una nacionalidad, reclama para s el deber que tiene de mantener la autoridad del Estado, el instinto de conservacin nacional en lucha contra un gobierno semejante tendr que servirse, para lograr su libertad o su independencia, de las mismas armas que aquel emplea para mantenerse en el mando. Segn esto, la lucha ser sostenida por medios "legales" mientras el poder que se combate no utilice otros; pero no habr que vacilar ante el recurso de los medios ilegales si es que el opresor mismo se sirve de ellos.

En general, no debe olvidarse que la finalid