Mi lucha adolf hitler

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¿Qué sabe usted de Adolf Hitler ysus ideas? En realidad, cuando sehabla de Hitler se hace siempre apartir de lo que sobre él se haescrito tras la II Guerra Mundial.Prácticamente nadie sabe lo quepensaba realmente el hombre másdiscutido de nuestra época. Aliniciarse el Siglo XXI ha llegado elmomento de recurrir a losdocumentos originales y juzgar coninformación de primera mano elpensamiento político y social deeste personaje histórico. Susvencedores le siguen profesando un

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odio feroz. Y hoy, más de mediosiglo después de su muerte, siguesiendo difícil encontrarpublicaciones sobre Hitler y suépoca que no partan de lademonización sin matice.

El libro perfila las ideas principalesque el líder nacional-socialistaalemán llevaría a término durantelos seis años anteriores a laSegunda Guerra Mundial. Es dedestacar su clara denuncia dellobby judío internacional. Hitlerdemostraba la tesis de unapresunta conspiración judía para

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conquistar el liderazgo mundial.También explica muchos detallesautobiográficos de la niñez deHitler, especialmente durante susaños en Viena. Otra parteimportante del libro destaca laimportancia de la identidad étnica yde cierta homogeneidad racial paraque una sociedad se mantengaestable y conserve su energíacreativa. El libro supone igualmenteuna crítica demoledora al sistemapartitocrático parlamentario.

Esta obra puede considerarse comouno de los libros más relevantes de

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la historia por haber sidototalmente ignorado.Introduzcámonos en supensamiento mediante su propiaautobiografía, escrita entre 1923 y1924 cuando se encontraba en laprisión de Landsberg, y dondeproponía reformas económicas,políticas y sociales que generaríanel gran éxito del Nacional-Socialismo a partir de su llegada alpoder en 1933.

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Adolf Hitler

Mi LuchaePUB v1.0

Wolfman2408 24.08.12

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Título original: Mein KampfAdolf Hitler, 1925 y 1928.Traducción: Alberto SaldivarDiseño/retoque portada: Wolfman2408

Editor original: Wolfman2408 (v1.0)ePub base v2.0

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Introducción«MI LUCHA» («Mein Kampf»), de

Adolfo Hitler, es un libro de palpitanteactualidad y sin duda una de las obrasde política más sensacionales que seconoce en la postguerra. Circula por elmundo traducido a ocho idiomasdiferentes y hace tiempo que la ediciónalemana ha alcanzado una cifra demillones.

Si hasta antes del 30 de enero de1933, fecha en que Hitler asumió elgobierno del Reich, se consideraba a«Mein Kampf» como el catecismo delmovimiento nacionalsocialista, en la

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larga lucha que éste sostuviera parallegar a imponerse, ahora que Alemaniaestá saturada de la ideología hitleriana,bien se podría afirmar que «MeinKampf» constituye la carta magna porexcelencia de este poderoso Estado que,en el corazón de Europa, rige hoy elconjunto armónico de la vida de un granpueblo de 67 millones de habitantes.

El carácter de autobiografía quetiene la obra, aumenta su interés,perfilando, a través de hechos realmentevividos, la recia personalidad delhombre a quién sus conciudadanos hanconsagrado con el nombre único deFÜHRER.

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En las páginas de «Mi Lucha», ellector encontrará enunciados todos losproblemas fundamentales que afectan ala Nación Alemana y cuya soluciónviene abordando sistemáticamente elgobierno nacionalsocialista. Quienjuzgue sin ofuscamientos doctrinarios laobra renovadora del Tercer Reich,habrá de convenir en que Hitler fuedueño de la verdad de su causa alimpulsar un vigoroso movimiento deexaltación nacional llamado a aniquilarel marxismo que estaba devorando elalma popular de Alemania. Elnacionalsocialismo llegó al gobiernopor medios legales, fiel a la norma que

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Hitler proclamara desde la oposición:«El camino del Poder nos lo señala laley». Bien ganado tiene por eso elgalardón de haber batido en trece añosde lucha a sus adversarios políticos enel campo de las lides democráticas.

El socialismo nacional que practicael actual régimen en Alemania, revela,en hechos tangibles, la acción delEstado a favor de las clases desvalidas;es un socialismo realista y humano,fundado en la moral del trabajo, quenada tiene en común con la voncigleríadel marxismo internacional que explotaen el mundo la miseria de las masas.Hitler, que nación en esfera modesta y

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forjó su personalidad en la experienciade una vida de lucha y de privaciones,sabe que dentro de la estructura de unpueblo y de su economía no cabenpreferencias odiosas, sino un espíritu demutua comprensión y de justa valoracióndel rol de cada uno y de su esfuerzo enel conjunto de la nacionalidad. Laideología hitleriana, en este orden, esuna elevada ética, porque busca en elindividuo la ponderación del mérito porel trabajo. El campesino y el obrero, asícomo el trabajador mental, todos tienensu lugar y ni a uno ni a otro puedemenospreciárseles, como factoreseficientes de la colectividad que

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integran. El Estado nacionalsocialista noes dictadura del proletariado ni puedeserlo, puesto que repudia losprivilegios.

Uno de los órganos representativosde la prensa inglesa —el «DailyMail»— editorializaba hace poco sobrela situación de la nueva Alemania en lossiguientes términos: «El gobierno deHitler promete ser el más duradero decuantos haya visto Alemania y Europamismo. En él nada hay inestable comoocurre en el gobierno de los países derégimen parlamentario, donde un partidointriga contra el otro y donde el Premierno representa sino una parte de la nación

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dividida. Hitler ha probado no ser undemagogo, sino un estadista y unverdadero reformador. Europa nodeberá olvidar que gracias a él fuerechazado de una vez para todas elcomunismo, que con su horda sangrientaamenazaba en 1932 avasallar a todo elContinente. Que los críticos digan lo quequieran, pero no podrán negar que elgobierno nacionalsocialista ha llevado ala práctica muchas de las ideas dePlatón y que lo anima una pasiónaltruista al servicio de miras elevadas:la grandeza de la patria, elestablecimiento de la justicia social yuna lealtad inmutable en el cumplimiento

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del deber, además del enorme progresomaterial que Alemania ha logrado en losdos últimos años. El número dedesocupados que en 1933 llegaba a6.014.000 ha quedado reducido a2.604.000».

La ideología del nacionalsocialismoalemán —opuestamente a lo quepropagan sus detractores— esconstructiva y, por tanto, pacifista, perono pacifista en el sentido de aceptar laimposición de violenciasinternacionales contrarias a la dignidady al honor de un pueblo soberano.¿Habrá nación alguna que, desde supropio punto de vista, sea capaz de

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admitir condiciones de vida diferentes alas que le corresponden en el planogeneral de la igualdad jurídica de losEstados, dentro del conciertointernacional? El pacifismonacionalsocialista se inspira, pues, enprincipios elementales del Derecho ydescansa sobre la unidad moral delpueblo alemán.

En una interview publicada en «LeMatín» decía Hitler en noviembre de1933 a propósito del espíritu bélico quese le atribuía: «Tengo la convicción deque cuando el problema del territoriodel Sarre —que es suelo Alemán— hayasido resuelto, nada habrá ya que pueda

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ser motivo de discordia entre Alemaniay Francia. Alsacia y Lorena noconstituyen una causa de disputa». Yañadía: «En Europa no existe un solocaso de conflicto que justifique unaguerra. Todo es susceptible de arregloentre los gobiernos, si es que éstostienen conciencia de su honor y de suresponsabilidad. Me ofenden los quepropalan que quiero la guerra. ¿Soy locoacaso? ¿Guerra? Una nueva guerra nadasolucionaría y no haría más queempeorar la situación mundial:significaría el fin de las razas europeasy, en el transcurso del tiempo, elpredominio del Asia en nuestro

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Continente y el triunfo del bolchevismo.Por otra parte, ¿cómo podría yo desearla guerra cuando sobre nosotros pesanaún las consecuencias de la última, lascuales se dejarán sentir todavía durante30 ó 40 años más? No pienso sólo en elpresente, ¡pienso en el porvenir! Tengouna inmensa labor de política interior arealizar. Ahora estamos afrontando lamiseria. Ya hemos conseguido detenerel aumento del numero de desocupados;pero aspiro a hacer todavía mucho más.Y para lograr esto, necesito largos añosde trabajo arduo. ¿Cómo ha de creerse,entonces, que yo mismo quiera destruirmi obra mediante una guerra?

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El problema del Sarre acaba de sersolucionado pacíficamente con lareincorporación de este territorio a lasoberanía alemana, y el Führer delReich, volviendo a sus declaraciones de1933, ha expresado, en su discurso del1.º de marzo de 1935 en Sarrebruck,estas memorables palabras: «El día dehoy, en que el Sarre vuelve a Alemania,no es un día de felicidad sólo paranosotros; creo que lo es también paratoda Europa. Confiamos que con estehecho mejorarán definitivamente lasrelaciones entre Alemania y Francia.Tiene que ser posible que dos grandespueblos se den la mano para afrontar en

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común esfuerzo las calamidades queamenazan aplastar a Europa».

Estos antecedentes son de singulartrascendencia en los anales de lahistoria europea de la postguerra,porque provienen de la figuracontemporánea más discutida de Europaen cuanto a los verdaderos fines de supolítica, que significa la creación de unanueva forma de Estado y el triunfo deuna nueva concepción de gobierno;aspectos por cierto, de enorme interéspara la ciencia de la Política y para lasenseñanzas que de ellos deduzcan,adaptándolos a sus propias necesidades,los pueblos amantes de su nacionalidad

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y ávidos de progreso y de renovacionessociales.

El libro «Mi Lucha» comprende dospartes. Para la mejor comprensión de laobra, conviene tener en cuenta que laprimera parte fue escrita en 1924 y lasegunda en 1926.

EL TRADUCTOR

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Prólogo del AutorEn cumplimiento del fallo dictado

por el Tribunal Popular de Munich el 1.ºde abril de 1924, debía comenzar aqueldía mi reclusión en el presidio deLandsberg, sobre el Lech.

Así se me presentaba por primeravez, después de muchos años deininterrumpida labor la oportunidad deiniciar una obra reclamada por muchos yque yo mismo consideraba útil a lacausa nacionalsocialista. Enconsecuencia, me había decidido aexponer, no sólo los fines de nuestromovimiento, sino a delinear también un

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cuadro de su desarrollo, del cual seráposible aprender más que de cualquierotro estudio puramente doctrinario.

He querido asimismo dar a estaspáginas un relato de mi propia evoluciónen la medida necesaria a la mejorcomprensión del libro y también destruiral mismo tiempo las tendenciosasleyendas sobre mi persona propagadaspor la prensa judía.

Al escribir esta obra no me dirijo alos extraños, sino a aquellos queadheridos de corazón al movimiento,ansían penetrar más hondamente laideología nacionalsocialista.

Bien sé que la viva voz gana más

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fácilmente las voluntades que la palabraescrita y que asimismo el progreso detodo movimiento trascendental debiósegeneralmente en el mundo más a grandesoradores que a grandes escritores.

Sin embargo, es indispensable quede una vez para siempre quede expuesta,en su parte esencial, una doctrina, parapoder después sostenerla y propagarlauniforme y homogéneamente. Partiendode esta consideración, el presente libroconstituye la piedra fundamental queaporto a la obra común.

Adolf Hitler

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Escrito en el presidio de LandsbergAm Lech, el 16 de octubre de 1924

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DEDICATORIA

El 9 de noviembre de 1923, a las12:30 del día, poseídos de

inquebrantable fé en laresurrección de su pueblo, cayeronen Munich frente a la Feldhernhalley en el patio del antiguo Ministerio

de Guerra, los siguientes:

Felix Alfarth, comerciante, nacidoel 5 de julio 1901

Andreas Bauriedl, sombrerero,nacido el 8 de agosto 1900

Theodor Casella, empleado

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bancario, nacido el 4 de mayo 1879Wilhelm Ehrlich, empleado

bancario, nacido el 19 de agosto1894

Martín Faust, empleado bancario,nacido el 27 de enero 1901

Anton Hechenberger, cerrajero,nacido el 28 de septiembre 1902

Oskar Koerner, comerciante,nacido el 4 de enero 1875

Karl Kuhn, empleado de hotel,nacido el 26 de julio 1897

Karl Laforce, estudiante deingeniería, nacido el 28 de octubre

1904Kurt Neubauer, empleado

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doméstico, nacido el 27 de marzo1899

Klaus von Pape, comerciante,nacido el 16 de agosto 1904

Theodor von der Pfordten,consejero en el Tribunal Regional

Superior, nacido el 14 de mayo1873

Johannes Rickmers, ex capitán decaballería, nacido el 7 de mayo

1881Max Erwin von Scheubner-Richter,doctor en ingeniería, nacido el 9 de

enero 1884Lorenz Ritter von Stransky,

ingeniero, nacido el 14 de marzo

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1899Wilhelm Wolf, comerciante, nacido

el 19 de octubre 1898

Autoridades llamadas nacionalesse negaron a dar una sepultura

común a estos héroes.

Dedico esta obra a la memoria detodos ellos para que el ejemplo de

su sacrificio alumbreincesantemente a los prosélitos de

nuestro; movimiento.

Landsberg am Lech, 16 de octubrede 1924

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ADOLF HITLER

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PRIMERA PARTE

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En el hogar paterno

Considero una predestinación felizhaber nacido en la pequeña ciudad deBraunau sobre el Inn; Braunau, situadaprecisamente en la frontera de esos dosEstados alemanes, cuya fusión se nospresenta —por lo menos a nosotros losjóvenes— como un cometido vital quebién merece realizarse a todo trance.

La Austria germana debe volver alacervo común de la patria alemana, y nopor razón alguna de índole económica.No, de ningún modo, pues, aun en elcaso de que esa unión considerada

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económicamente fuese indiferente oresultase incluso perjudicial, deberíallevarse a cabo, a pesar de todo.Pueblos de la misma sangrecorresponden a una patria común.Mientras el pueblo alemán no puedareunir a sus hijos bajo un mismo Estado,carecerá de un derecho, moralmentejustificado, para aspirar a una acción depolítica colonial. Sólo cuando el Reichabarcando la vida del último alemán notenga ya la posibilidad de asegurar aéste la subsistencia, surgirá de lanecesidad del propio pueblo, lajustificación moral de adquirir posesiónsobre tierras en el extranjero. El arado

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se convertirá entonces en espada y delas lágrimas de la guerra brotará para laposteridad el pan cotidiano.

La pequeña población fronteriza deBraunau me parece constituir el símbolode una gran obra. Aun en otro sentido seyergue también hoy ese lugar como unaadvertencia al porvenir. Cuando estainsignificante población fue —hace másde cien años— escenario de un trágicosuceso que conmovió a toda la naciónalemana, su nombre quedó inmortalizadopor los menos en los anales de lahistoria de Alemania. En la época de lamás terrible humillación impuesta anuestra patria rindió allá su vida por su

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adorada Alemania el librero deNüremberg, Johannes Philipp Palm,obstinado «nacionalista» y enemigo delos franceses[1]. Se había negadorotundamente a delatar a sus cómplices,jejor dicho a los verdaderos culpables.Murió, igual que Leo Schlagetter, ycomo éste, Johannes Philip Palm fuetambién denunciado a Francia por unfuncionario. Un director de la policía deAugsburgo cobró la triste fama de ladenuncia y creó con ello el tipo que lasnuevas autoridades alemanas adoptaronbajo la égida del señor Severing[2].

En esa pequeña ciudad sobre el Inn,bávara de origen, austríaca

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políticamente y ennoblecida por elmartirologio alemán vivieron mis padresallá por el año 1890. Mi padre era unleal y honrado funcionario, mi madre,ocupada en los quehaceres del hogar,tuvo siempre para sus hijos invariable ycariñosa solicitud. Poco retiene mimemoria de aquel tiempo, pues, prontomi padre tuvo que abandonar ese puebloque había ganado su afecto, para ir aocupar un nuevo puesto en Passau, esdecir, en Alemania.

En aquellos tiempos la suerte deladuanero austríaco era «peregrinar» amenudo; de ahí que mi padre tuviera quepasar a Linz, donde acabó por jubilarse.

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Ciertamente que esto no debió significarun descanso para el anciano. Mi padre,hijo de un simple y pobre campesino, nohabía podido resignarse en su juventud aquedar en la casa paterna. No teníatodavía trece años, cuando lió su morraly se marchó del terruño. Iba a Viena,desoyendo el consejo de aldeanos deexperiencia, para aprender allí unoficio. Ocurría esto el año 50 delpasado siglo. ¡Grave resolución la delanzarse en busca de lo desconocidosólo provisto de tres florines! Perocuando el adolescente cumplía los diez ysiete años y había realizado ya suexamen de oficial de taller para llegar a

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ser «algo mejor». Si cuando niño, en laaldea, le parecía el señor cura laexpresión de lo más alto quehumanamente podía alcanzarse, ahora —dentro de su esfera enormementeampliada por la gran urbelo era elfuncionario público. Con la tenacidadpropia de un hombre, ya casi envejecidoen la adolescencia por las penalidadesde la vida, se aferró el muchacho a suresolución de llegar a ser funcionario ylo fue. Creo que poco después decumplir los 23 años, consiguió supropósito.

Cuando finalmente a la edad de 56años se jubiló, no habría podido

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conformarse a vivir como undesocupado. Y he ahí que en losalrededores de la población austríaca deLambach, adquirió una pequeñapropiedad agrícola; la administrópersonalmente y así volvió después deuna larga y trabajosa vida a la actividadoriginaria de sus mayores.

Fue sin duda en aquella épocacuando forjé mis primeros ideales. Misajetreos infantiles al aire libre, el largocamino a la escuela y la camaraderíaque mantenía con muchachos robustos,que era frecuentemente motivo dehondos cuidados para mi madre,pudieron haber hecho de mí cualquier

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cosa menos un poltrón.Si bien por entonces no me

preocupaba seriamente la idea de miprofesión futura, sabía en cambio quemis simpatías no se inclinaban en modoalguno a la carrera de mi padre. Creoque ya entonces mis dotes oratorias seejercitaban en altercados más o menosviolentes con mis condiscípulos. Mehabía hecho un pequeño caudillo queaprendía bien y con facilidad en laescuela, pero que se dejaba tratardifícilmente.

En el estante de libros de mi padreencontré diversas obras militares, entreellas una edición popular de la guerra

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franco-prusiana de 1870-71. Se tratabade dos tomos de una revista ilustrada deaquella época e hice de ellos mi lecturapredilecta. Desde entonces meentusiasmó cada vez más todo aquelloque tenía alguna relación con la guerra ocon la vida militar.

Pero también en otro sentido debióesto tener significación para mí. Porprimera vez —aunque en forma pocoprecisa— surgió en mi mente elinterrogante de si realmente existía y,caso de existir, cuál podría ser, ladiferencia entre los alemanes quecombatieron en la guerra del 70 y losotros alemanes —los austríacos—. Me

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preguntaba ¿por qué Austria no tomótambién parte en esa guerra al lado deAlemania? ¿Acaso no somos todos lomismo?, me decía yo. Este problemacomenzó a preocupar mi mente juvenil.A mis cautelosas preguntas debí oír coníntima emulación la respuesta de que notodo alemán tenía la suerte de perteneceral Reich de Bismark.

Esto era para mi inexplicable.

***

Se había decidido que estudiase.Por primera vez en mi vida, cuando

apenas contaba once años, debí

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oponerme a mi padre. Si él en supropósito de realizar los planes quehabía previsto, era inflexible, no menosimplacable y porfiado era su hijo pararechazar una idea que nada o poco leagradaba.

¡Yo no quería llegar a serfuncionario!

Aun hoy mismo no me explico comoun buen día me di cuenta de que teníavocación para la pintura. Mi talento parael dibujo se hallaba tan fuera de duda,que fue uno de los motivos queindujeron a mi padre a inscribirme en uncolegio de enseñanza secundaria; perojamás con el propósito de permitirme

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una preparación profesional en esesentido.

Mis certificados escolares deaquella época registraban calificacionesextremas, según la materia de mi afición.Mis mejores notas correspondían alramo de geografía y aún más todavía alde historia universal; en estos ramospredilectos era yo el sobresaliente en miclase. Cuando ahora, después detranscurridos tantos años, hago unbalance retrospectivo de aquella época,dos hechos resaltan como los másimportantes:

1.º ME HICE NACIONALISTA.2.º APRENDÍ A COMPRENDER Y

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A APRECIAR LA HISTORIA EN SUVERDADERO SENTIDO.

La antigua Austria era un Estado denacionalidades diversas.

En realidad —por lo menos en aqueltiempo— un súbdito alemán del Reichno penetraba la significación que estehecho tenía para la vida cotidiana delindividuo bajo la égida de un Estadosemejante. Al tratarse del elementoaustroalemán, solíase confundir consuma facilidad la dinastía degenerada delos Habsburgo con el núcleo sano delpueblo mismo.

La generalidad no se daba cuenta deque si en Austria no hubiese existido un

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núcleo alemán de sangre pura, jamáshabría tenido el germanismo la energíasuficiente para imprimirle su sello a unEstado de 52 millones de habitantes dediverso origen, y esto en un grado deinfluencia tan grande, que en Alemaniamismo llegó a formarse el erradoconcepto de que Austria era un EstadoAlemán. Un absurdo de gravesconsecuencias, pero al mismo tiempo unbrillante testimonio para los 10 millonesde alemanes que habitaban en la Marcadel Este. En Alemania, sólo muy pocossabían de la eterna lucha por el idioma,por la escuela alemana y por el carácteralemán. Como en toda lucha (en todas

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partes y en todos los tiempos), tambiénen la pugna por la lengua que existía enla antigua Austria, habían tres sectores;los beligerantes, los indiferentes y lostraidores. Claro está que yo entonces nome contaba entre los indiferentes ypronto debí convertirme en un fanáticonacionalista alemán.

Esta evolución en mi modo de sentirhizo muy rápidos progresos, de talmanera que ya a la edad de quince añospuede comprender la diferencia entre el«patriotismo» dinástico y el«nacionalismo» popular y desde aquelmomento sólo el segundo existió paramí.

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¿Acaso no sabíamos ya desde laadolescencia que el Estado austríaco notenía ni podía tener afección hacíanosotros, los alemanes? La experienciadiaria confirmaba la realidad históricade la acción de los Habsburgo. En elNorte y en el Sur, el veneno de las razasextrañas carcomía el organismo denuestra nacionalidad y hasta la mismaViena fue visiblemente convirtiéndose,cada vez más, en un centro anti-alemán.La casa de los Habsburgo tendía portodos los medios a una chequización yfue la mano de la diosa de la Justiciaeterna y de la ley de compensacióninexorable la que hizo que el enemigo

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más encarnizado del germanismo enAustria, el Archiduque FranciscoFernando, cayera precisamente bajo elplomo que él mismo ayudó a fundir.Francisco Fernando era nada menos queel símbolo de la tendencia ejercitadadesde el mando para lograr laeslavización de Austria.

En la desgraciada alianza del jovenImperio alemán con el ilusorio Estadoaustríaco, radicó el germen de la guerramundial y también de la ruina.

A lo largo de este libro, habré deocuparme con detenimiento delproblema, Por ahora, bastará establecerque ya en mi primera juventud había

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llegado a una convicción que despuésjamás deseché y que más bien se ahondócon el tiempo: era la convicción de quela seguridad inherente a la vida delgermanismo suponía la destrucción deAustria y que, además, el sentir nacionalno coincidía en nada con el patriotismodinástico, finalmente, que la Casa de losHabsburgo estaba predestinada a hacerla desgracia de la nación alemana.

Ya entonces deduje lasconsecuencias de aquella experiencia:amor ardiente para mi patria austro-alemana y odio profundo contra elEstado austríaco.

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***

La cuestión de mi futura profesióndebió resolverse más pronto de lo queyo esperaba.

A la edad de 13 años perdírepentinamente a mi padre. Un ataque deapoplejía tronchó la existencia delhombre, todavía vigoroso, dejándonossumidos en el más hondo dolor.

Al principio nada cambióexteriormente.

Mi madre, siguiendo el deseo de midifunto padre, se sentía obligada a

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fomentar mi instrucción, es decir, mipreparación para la carrera defuncionario. Yo personalmente mehallaba decidido, entonces más quenunca, a no seguir de ningún modo esacarrera.

Y he aquí que una enfermedad vinoen mi ayuda. Mi madre, bajo laimpresión de la dolencia que meaquejaba, acabó por resolver mi salidadel colegio para hacer que ingresara enuna academia.

Felices días aquéllos, que meparecieron un bello sueño. En efecto, nodebieron ser más que un sueño, pues dosaños después, la muerte de mi madre

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vino a poner un brusco fin a misacariciados planes.

Este amargo desenlace cerró unlargo y doloroso período de enfermedadque desde el comienzo había ofrecidopocas esperanzas de curación; con todo,el golpe me afectó profundamente. A mipadre le veneré, pero por mi madrehabía sentido adoración.

La miseria y la dura realidad meobligaron a adoptar una prontaresolución. Los escasos recursos quedejara mi padre fueron agotados en sumayor parte durante la grave enfermedadde mi madre y la pensión de huérfanoque me correspondía no alcanzaba ni

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para subvenir a mi sustento; me hallaba,por tanto, sometido a la necesidad deganarme de cualquier modo el pancotidiano.

Con una maleta con ropa en la manoy con una voluntad inquebrantable en elcorazón, salí rumbo a Viena. Tenía laesperanza de obtener del Destino lo quehacía 50 años le había sido posible a mipadre; también yo quería llegar a ser«algo», pero en ningún caso funcionario.

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Las experiencias de mivida en Viena

Al morir mi madre fui a Viena portercera vez y permanecí allí algunosaños.

Quería ser arquitecto, y como lasdificultades no se dan para capitularante ellas, sino para ser vencidas, mipropósito fue vencerlas, teniendopresente el ejemplo de mi padre que, dehumilde muchacho aldeano, lograrahacerse un día funcionario del Estado.Las circunstancias me eran desde luegomás propicias y lo que entonces me

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pareciera una rudeza del destino, loconsidero hoy una sabiduría de laProvidencia. En brazos de la «diosamiseria» y amenazado más de una vez deverme obligado a claudicar, creció mivoluntad para resistir hasta que triunfóesa voluntad. Debo a aquellos tiemposmi dura resistencia y también toda mifortaleza. Pero más que a todos eso, doytodavía más valor al hecho de queaquellos años me sacaran de la vacuidadde una vida cómoda para arrojarme almundo de la miseria y de la pobreza,donde debí conocer a aquéllos por loscuales lucharía después.

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***

En aquella época abrí los ojos antedos peligros que antes apenas si conocíade nombre, y que nunca pude pensar quellegasen a tener tan espeluznantetrascendencia para la vida del puebloalemán: el marxismo y el judaísmo.

Viena, la ciudad que para muchossimboliza la alegría y el medio-ambientede gentes satisfechas, tienensensiblemente para mí solo, el sello delrecuerdo vivo de la época más amargade mi vida. Hoy mismo Viena me evoca

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tristes pensamientos. Cinco años demiseria y de calamidad encierra esaciudad para mí, cinco largos años encuyo transcurso trabajé primero comopeón y luego como pequeño pintor paraganarme el miserable sustento diario, tanverdaderamente miserable que nuncaalcanzaba a mitigar el hambre; elhambre, mi más fiel camarada que casinunca me abandonaba, compartiendoconmigo inexorable, todas lascircunstancias de la vida. Si comprabaun libro, exigía ella su tributo; adquirirun billete para la Opera, significabatambién días de privación. ¡Queconstante era la lucha con tan

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despiadada compañera! Y sin embargoen esa época aprendí más que en todoslos tiempos pasados. Mis libros medeleitaban. Leía mucho yconcienzudamente en todas mis horas dedescanso. Así pude en pocos añoscimentar los fundamentos de unapreparación intelectual de la cual hoymismo me sirvo.

Pero hay algo más que todo esto: Enaquellos tiempos me formé un conceptodel mundo, concepto que constituyó labase granítica de mi proceder de aquellaépoca. A mis experiencias yconocimientos adquiridos entonces,poco tuve que añadir después; nada fue

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necesario modificar. Por el contrario,hoy estoy firmemente convencido de queen general todas las ideas constructivasse manifiestan, en principio, ya en lajuventud, si es que existen realmente.

Yo establezco diferencia entre lasabiduría de la vejez y la genialidad dela juventud; la primera solo puedeapreciarse por su carácter másminuciosa y previsor, como resultado delas experiencias de una larga vida, entanto que la segunda se caracteriza poruna inagotable fecundidad enpensamientos e ideas, las cuales por sucúmulo tumultuoso, no son susceptiblesde elaboración inmediata. Esas ideas y

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esos pensamientos permiten laconcepción de futuros proyectos y danlos materiales de construcción, de entrelos cuales la sesuda vejez toma loselementos y los forja para llevar a cabola obra, siempre que la llamadasabiduría de la vejez no haya ahogado lagenialidad de la juventud.

***

Mi vida en el hogar paterno sediferenció poco o nada de la de losdemás. Sin preocupaciones podíaesperar todo nuevo amanecer y noexistían para mí los problemas sociales.

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El ambiente que rodeó mi juventud erael de los círculos de la pequeñaburguesía, es decir, un mundo que muypoca conexión tenía con la clasenetamente obrera, pues, aunque aprimera vista resulte paradójico, elabismo que separaba a estas doscategorías sociales, que de ningún modogozan de una situación económicadesahogada, es a menudo más profundode lo que uno pueda imaginarse. Elorigen de esta —llamémoslebelicosidad-radica en que el gruposocial que no hace mucho saliera delseno de la clase obrera, siente el temorde descender a su antiguo nivel de gente

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poco apreciada, o que se le considerecomo perteneciente todavía a él. A estohay que añadir que para muchos es agrioel recuerdo de la miseria cultural de laclase proletaria y del trato grosero deesas gentes entre sí, lo cual, porinsignificante que sea su nueva posiciónsocial, llega a hacerles insoportabletodo contacto con gente de un nivelcultural ya superado por ellos.

Así ocurre que, apenas consideraposible el «parvenu» aquello que esfrecuente entre personas de elevadasituación que, descendiendo de su rango,se acercan hasta el último prójimo. Nose olvide que «parvenu» es todo aquel

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que por propio esfuerzo sale de la clasesocial en que vive para situarse en unnivel superior. Ese batallar, confrecuencia muy rudo, acaba por destruirel sentimiento de conmiseración. Lapropia dolorosa lucha por la existenciaanula toda comprensión para la miseriade los relegados.

En este orden quiso el destino sermagnánimo conmigo, constriñéndome avolver a ese mundo de pobreza y deincertidumbre que mi padre abandonaraen el curso de su vida. El destino apartóde mis ojos el fantasma de unaeducación limitada propia de la pequeñaburguesía. Empezaba a conocer a los

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hombres y aprendía a distinguir losvalores aparentes o los caracteresexteriores brutales, de lo que constituíasu verdadera mentalidad.

Al finalizar el siglo XIX, Viena secontaba ya entre las ciudades decondiciones sociales más desfavorables.Riqueza fastuosa y repugnante miseriacaracterizaban el cuadro de la vida enViena. En los barrios centrales se sentíamanifiestamente el pulsar de un pueblode 52 millones de habitantes con toda ladudosa fascinación de un Estado denacionalidades diversas. La vida de laCorte, con su boato deslumbrante,obraba como un imán sobre la riqueza y

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la clase del resto del Imperio. A talestado de cosas se sumaba la fuertecentralización de la monarquía de losHabsburgo y en ello radicaba la únicaposibilidad de mantener compacta esapromiscuidad de pueblos, resultando,por consiguiente, una concentraciónextraordinaria de autoridades y oficinaspúblicas en la capital y sede delGobierno. Sin embargo, Viena no erasólo el centro político e intelectual de lavieja monarquía del Danubio, sino queconstituía también su centro económico.Frente al enorme conjunto de oficialesde alta graduación, funcionarios, artistasy científicos, había un ejército mucho

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más numeroso de proletarios y frente ala riqueza de la aristocracia y delcomercio reinaba una sangrante miseria.Delante de los palacios de laRingstrasse, pululaban miles dedesocupados y en los trasfondos de esavía triunphalis de la antigua Austria,vegetaban vagabundos en la penumbra yentre el barro de los canales. En ningunaciudad alemana podía estudiarse mejorque en Viena el problema social. Perono hay que confundir. Ese «estudio» nose deja hacer «desde arriba», porqueaquel que no haya estado al alcance dela terrible serpiente de la miseria jamásllegará a conocer sus fauces

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ponzoñosas. Cualquier otro caminolleva tan sólo a una charlatanería banalo a una mentida sentimentalidad. Ambasigualmente perjudiciales, una porquenunca logra penetrar el problema en suesencia y la otra porque no llega ni arozarlo. No sé qué sea más funesto: si laactitud de no querer ver la miseria,como lo hace la mayoría de losfavorecidos por la suerte o encumbradospor propio esfuerzo, o la de aquéllos nomenos arrogantes y a menudo faltos detacto, pero dispuestos siempre adignarse a aparentar que comprenden lamiseria del pueblo. Esas gentes hacensiempre más daño del que puede

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concebir su comprensión desarraigadade instinto humano; de ahí que ellasmismas se sorprendan ante el resultadonulo de su acción de «sentido social» yhasta sufran la decepción de un airadorechazo, que acaban por considerarcomo una prueba de la ingratitud delpueblo.

NO CABE EN EL CRITERIO DETALES GENTES COMPRENDER QUEUNA ACCIÓN SOCIAL NO PUEDEEXIGIR EL TRIBUTO DE LAGRATITUD PORQUE ELLA NOPRODIGA MERCEDES, SINO QUEESTÁ DESTINADA A RESTITUIR

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DERECHOS.

Impelido por las circunstancias alescenario real de la vida, no debíconocer el problema social en aquellaforma. Lejos de prestarse éste a que yolo «conociese» pareció querer más bienexperimentar su prueba en mí mismo, ysi de ella salí airoso, no fue por cierto,mérito de la prueba.

***

El propósito de reproducir aquí elcúmulo de mis impresiones de entoncesnunca podrá dar, ni aproximadamente,

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un cuadro completo; junto a lasexperiencias adquiridas en aquellaépoca, he de concretarme a exponer eneste libro solamente mis impresionesmás culminantes, es decir, aquéllas quemás de una vez conmovieron mi espíritu.

En Viena me di cuenta de quesiempre existía la posibilidad deencontrar alguna ocupación, pero queesta se perdía con la misma facilidadcon que era conseguida. La inseguridadde ganarse el pan cotidiano me parecióuna de las más graves dificultades de minueva vida. Bien es cierto que el obreroperito no es despedido de su trabajo tanllanamente como uno que no lo es, más,

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tampoco está libre de correr igualsuerte.

También yo debí en la gran urbeexperimentar en carne propia losdefectos de ese destino y saborearlosmoralmente. Algo más me fue dadoobservar todavía: la brusca alternativaentre la ocupación y la falta de trabajo yla consiguiente eterna fluctuación entrelas entradas y los gastos, que en muchosdestruye, a la larga, el sentimiento deeconomía, así como la noción para unsistema razonable de vida. Parece comosi el organismo humano se acostumbrarapaulatinamente a vivir en la abundanciaen los buenos tiempos y a sufrir hambre

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en los malos. Así se explica que aquélque apenas ha logrado conseguir trabajo,olvide toda previsión y viva tandesordenadamente que hasta el pequeñopresupuesto semanal de gastosdomésticos resulta alterado; al principioel salario alcanza en lugar de para siete,sólo para cinco días, despuésúnicamente para tres y por últimoescasamente para un día,despilfarrándolo todo en la primeranoche.

A menudo la mujer y los hijos secontaminan de esa vida, especialmentesi el padre de familia es en el fondobueno con ellos y los quiere a su

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manera. Resulta entonces que en dos otres días se consume en casa, en común,el salario de toda la semana. Se come yse bebe mientras el dinero alcanza, paradespués soportar hambre tambiénconjuntamente durante los últimos días.La mujer recurre entonces a la vecindady contrae pequeñas deudas para pasarlos malos días del resto de la semana. Ala hora de la cena se reúnen todos entorno a una paupérrima mesa, esperanimpacientes el pago del nuevo salario ysueñan ya con la felicidad futura,mientras el hambre arrecia… Así sehabitúan los hijos desde su niñez a estecuadro de miseria.

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Pero el caso acaba siniestramentecuando el padre de familia desde uncomienzo sigue su camino solo, dandolugar a que la madre, precisamente poramor a sus hijos, se ponga en contra.Surgen disputas y escándalos en unamedida tal, que cuando más se aparta elmarido del hogar, más se acerca al viciodel alcohol. Se embriaga casi todos lossábados y entonces la mujer, por espíritude propia conservación y por la de sushijos, tiene que arrebatarle unos pocoscéntimos, y esto muchas veces en eltrayecto de la fábrica a la taberna; y sípor fin el domingo o el lunes llega elmarido a casa, ebrio y brutal, después

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de haber gastado el último céntimo, sesuscitan con frecuencia escenas… ¡delas que Dios nos libre!

En cientos de casos observé decerca esa vida, viéndola al principiocon repugnancia y protesta, para despuéscomprender en toda su magnitud latragedia de semejante miseria y suscausas fundamentales. ¡Víctimasinfelices de las malas condiciones devida!

Cuánto agradezco hoy a laProvidencia haberme hecho vivir esaescuela; en ella ya no me fue posibleprescindir de aquello que no era de micomplacencia. Esa escuela me educó

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pronto y con rigor.Para no desesperar de la clase de

gentes que por entonces me rodeaban fuenecesario que aprendiese a diferenciarentre su manera de ser y su vida y lascausas del proceso de su desarrollo.Sólo así se podía soportar ese estado decosas y comprender que el resultado detanta miseria, inmundicia y degeneraciónno eran ya seres humanos, sino el tristeproducto de unas leyes más tristestodavía. En medio de ese ambiente mipropia y dura suerte me libró decapitular en quejumbrososentimentalismo ante los resultados deun proceso social semejante.

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Ya en aquellos tiempos llegué a laconclusión de que sólo un dobleprocedimiento podía conducir amodificar la situación existente:

ESTABLECER MEJORESCONDICIONES PARA NUESTRODESARROLLO A BASE DE UNPROFUNDO SENTIMIENTO DERESPONSABILIDAD SOCIALAPAREJADO CON LA FERREADECISIÓN DE ANULAR A LOSDEPRAVADOS INCORREGIBLES.

Del mismo modo que la Naturalezano concentra su mayor energía en elmantenimiento de lo existente, sino más

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bien en la selección de la descendenciacomo conservadora de la especie, asítambién en la vida humana no puedetratarse de mejorar artificialmente lomalo subsistente —cosa de suyoimposible en un 99% de casos, dada laíndole del hombre— sino por elcontrario debe procurarse asegurarbases más sanas para un ciclo dedesarrollo venidero.

Durante mi lucha por la existencia,en Viena, me di cuenta de que la obra deacción social jamás puede consistir enun ridículo e inútil lirismo debeneficencia, sino en la eliminación deaquellas deficiencias que son

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fundamentales en la estructuraeconómico-cultural de nuestra vida yque constituyen el origen de ladegeneración del individuo o por lomenos de su mala inclinación.

El Estado austríaco desconocíaprácticamente una legislación socialhumna y de ahí su ineptitud patente parareprimir ni las más crasastransgresiones.

***

No sabría decir lo que más mehorrorizó en aquel tiempo: si la miseriaeconómica de mis compañeros de

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entonces, su rudeza moral o su ínfimonivel cultural.

¡Con qué frecuencia se exalta laindignación de nuestra burguesía cuandose oye decir a un vagabundo cualquieraque le es lo mismo ser alemán a no serloy que el hombre se siente igualmentebien en todas partes con tal de tener parasu sustento! Esta falta de «orgullonacional» es lamentada entonceshondamente y se vitupera con acritudsemejante modo de pensar.

¿Reflexionan acaso nuestros estratosburgueses en que mínima escala se ledan al «pueblo» los elementosinherentes al sentimientos de orgullo

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nacional? Ven tranquilamente cómo enel teatro y en el film y medianteliteratura obscena y prensa inmunda sevacía en el pueblo día por día veneno aborbotones. Y sin embargo sesorprenden esos ambientes burgueses dela «falta de moral» y de la «indiferencianacional» de la gran masa del pueblo,como si de esa prensa inmunda, de esosfilms disparatados y de otros factoressemejantes, surgiese para el ciudadanoel concepto de la grandeza patria. Todoesto sin considerar la educación yarecibida por el individuo en su primerajuventud.

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EL PROBLEMA DE LA«NACIONALIZACIÓN» DE UNPUEBLO CONSISTE, EN PRIMERTÉRMINO, EN CREAR SANASCONDICIONES SOCIALES COMOBASE DE LA EDUCACIÓNINDIVIDUAL. PORQUE SOLO AQUELQUE HAYA APRENDIDO EN ELHOGAR Y EN LA ESCUELA AAPRECIAR LA GRANDEZACULTURAL Y ECONÓMICA Y ANTETODO LA GRANDEZA POLÍTICA DESU PROPIA PATRIA, PODRA SENTIRY SENTIRA EL INTIMO ORGULLODE SER SUBDITO DE ESA NACIÓN,

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SOLO SE PUEDE LUCHAR PORAQUELLO QUE SE QUIERE, SEQUIERE LO QUE SE RESPETA Y SEPUEDE RESPETAR ÚNICAMENTELO QUE POR LO MENOS, SECONOCE.

Apenas se despertó mi interés por lacuestión social me dediqué a estudiar afondo el problema. ¡Se me descubrió unmundo nuevo!

En los años de 1909 y 1910 se habíaproducido también un pequeño cambioen mi vida: ya no necesitaba ganarme elpan diario actuando como peón. Porentonces trabajaba ya

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independientemente como modestodibujante y acuarelista. Pintaba paraganarme la vida y al mismo tiempoaprendía con satisfacción. De este modome fue también posible lograr elcomplemento teórico necesario para miapreciación íntima del problema social.Estudiaba con ahínco casi todo lo quepodía encontrar en libros sobre estacompleja materia, para despuésengolfarme en mis propias meditaciones.

Era poco y muy erróneo lo que yosabía en mi juventud acerca de lasocialdemocracia. Me entusiasmaba queproclamase el derecho de sufragiouniversal secreto; además, mi ingenua

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concepción de entonces, me hacía creertambién que era mérito suyo empeñarseen mejorar las condiciones de vida delobrero. Pero lo que me repugnaba era suactitud hostil en la lucha por laconservación del germanismo.

Hasta la edad de los 17 años lapalabra «marxismo» no me era familiar,y los términos «socialdemocracia» y«socialismo» parecíanme ser idénticos.Fue necesario que el destino obrasetambién sobre este concepto aquíabriéndome los ojos ante un engaño taninaudito para la humanidad.

Si antes había yo conocido elpartido socialdemócrata sólo como

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espectador en algunos de sus mítines, sinpenetrar no obstante en la mentalidad desus adeptos o en la esencia de susdoctrinas, bruscamente debía entoncesponerme en contacto con los productosde aquella «ideología». Y lo que quizásdespués de decenios hubiese ocurrido,se realizó en el curso de pocos meses,permitiéndome comprender que bajo laapariencia de virtud social y amor alprójimo se escondía una pobredumbrede la cual ojalá la humanidad libre a latierra cuanto antes, porque de locontrario posiblemente sería la propiahumanidad la que de la tierradesapareciese.

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Fue durante mi trabajo cotidiano enel solar donde tuve el primer roce conelementos socialdemócratas. Ya desdeun comienzo me fue poco agradableaquello. Mi vestido era aún decente, milenguaje no vulgar y mi actitudreservada. Mucho tenía que hacer conmi propia suerte para que hubieseconcentrado mi atención en lo que merodeaba. Buscaba únicamente trabajo afin de no perecer de hambre y poder así,a la vez, procurarme los mediosnecesarios a la lenta prosecución de miinstrucción personal. Probablemente nome habría preocupado de mi nuevoambiente a no ser porque al tercero o

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cuarto día de iniciarme en el trabajo, seprodujo un incidente que me indujo aasumir una determinada actitud. Se mehabía propuesto que ingresase en laorganización sindicalista. Por entoncesnada conocía aún acerca de lasorganizaciones obreras y me habría sidoimposible comprobar la utilidad oinconveniencia de su razón de ser.Cuando se me dijo que debía hacermesocio, rechacé de plano la proposición,expresando que no tenía idea de lo quese trataba y que por principio no medejaba imponer nada.

En el curso de las dos semanassiguientes alcancé a empaparme mejor

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del ambiente, de tal suerte que poderalguno en el mundo me hubiesecompelido a ingresar en una agrupaciónsindicalista, sobre cuyos dirigenteshabía llegado a formarme entre tanto elmás desfavorable concepto.

A mediodía, una parte de lostrabajadores acudía a las fondas de lavecindad y el resto quedaba en el solarmismo consumiendo su exigua merienda.Yo, ubicado en un aislado rincón, bebíade mi frasco de leche y comía mi raciónde pan, pero sin dejar de observarcuidadosamente el ambiente oreflexionando sobre la miseria de misuerte. Mientras tanto, mis oídos

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escuchaban más de o necesario y aveces me parecía que intencionadamenteaquellas gentes se aproximaban hacia mícomo para inducirme a adoptar unaactitud precisa. De todos modos, aquelloque alcanzaba a oír bastaba parairritarme en sumo grado. Allá se negabatodo: la nación no era otra cosa que unainvención de los «capitalistas»; lapatria, un instrumento de la burguesíadestinado a explotar a la clase obrera; laautoridad de la ley, un medio desubyugar el proletariado; la escuela, unainstitución para educar esclavos ytambién amos; la religión, un recursopara idiotizar a la masa predestinada a

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la explotación; la moral, signo deestúpida resignación, etc. Nada habíapues, que no fuese arrojado en el lodomás inmundo.

Al principio traté de callar, pero a lapostre me fue imposible. Comencé amanifestar mi opinión, comencé porobjetar; más, tuve que reconocer quetodo sería inútil mientras yo no poseyesepor lo menos un relativo conocimientoacerca de los puntos en cuestión. Y fueasí como empecé a investigar en lasmismas fuentes de las cuales procedía lapretendida sabiduría de los adversarios.Leía con atención libro por libro, folletopor folleto, y día tras día pude replicar a

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mis contradictores, informado comoestaba mejor que ellos de su propiadoctrina, hasta que un momento dadodebió ponerse en práctica aquel recursoque ciertamente se impone con másfacilidad a la razón: el terror, laviolencia. Algunos de mis impugnadoresme conminaron a abandonarinmediatamente el trabajoamenazándome con tirarme desde elandamio. Como me hallaba solo,consideré inútil toda resistencia y optépor retirarme.

¡Que penosa impresión dominó miespíritu al contemplar cierto día lasinacabables columnas de una

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manifestación proletaria en Viena! Medetuve casi dos horas observandopasmado aquel enorme dragón humanoque se arrastraba pesadamente. Lleno dedesaliento regresé a casa. En el trayectovi en una cigarrería el diario«Arbeiterzeitung» órgano central de laantigua democracia austríaca. En un cafépopular, barato, que solía frecuentar conel fin de leer periódicos, encontrabatambién esa miserable hoja, pero sin quejamás hubiera podido resolverme adedicarle más de dos minutos, pues, sucontenido obraba en mi ánimo como sifuese vitriolo. Aquel día, bajo ladepresión que me había causado la

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manifestación que acababa de ver, unimpulso interior me indujo a comprar elperiódico, para leerlo esta vezminuciosamente. Por la noche meapliqué a ello, sobreponiéndome a losímpetus de cólera que me provocabaaquella solución concentrada dementiras.

A través de la prensasocialdemócrata diaria, pude, pues,estudiar mejor que en la literaturateórica el verdadero carácter de esasideas. ¡Que contraste! ¡Por una parte lasrimbombantes frases de libertad, bellezay dignidad, expuestas en esa literaturalocuaz, de moral humana hipócrita,

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reflejando trabajosamente una hondasabiduría —todo esto escrito conprofética seguridad— y por el otro lado,la prensa diaria, brutal, capaz de todavillanía y de una virtuosidad única en elarte de mentir en pro de la doctrinasalvadora de la nueva humanidad! Loprimero destinado a los necios de las«esferas intelectuales» medias ysuperiores y lo segundo —la prensa—para la masa.

Penetrar el sentido de esa literaturay de esa prensa tuvo para mí latrascendencia de inclinarme másfervorosamente a mi pueblo.Conociendo el efecto de semejante obra

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de envilecimiento, sólo un loco seríacapaz de condenar a la víctima. Por fincomprendí la importancia de la brutalimposición de subscribirse únicamente ala prensa roja, concurrir conexclusividad a mítines de filiación rojay también de leer libros rojos solamente.La Psiquis de las multitudes no essensible a lo débil ni a lo mediocre;guarda semejanza con la mujer, cuyaemotividad obedece menos a razones deorden abstracto que al ansia instintiva eindefinible hacia una fuerza que laintegre, y de ahí que prefiera someterseal fuerte a dominar al débil. Del mismomodo, la masa se inclina más fácilmente

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hacia el que domina que hacia el queimplora, y se siente más íntimamentesatisfecha de una doctrina intransigenteque no admita paralelo, que del roce deuna libertad que generalmente de pocole sirve.

SI FRENTE A LASOCIALDEMOCRACIA SURGIESEUNA DOCTRINA SUPERIOR ENVERACIDAD, PERO BRUTAL COMOAQUELLA EN SUS MÉTODOS, SEIMPONDRÍA LA SEGUNDA, SI BIENCIERTAMENTE, DESPUÉS DE UNALUCHA TENAZ.

Como la socialdemocracia conoce

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por propia experiencia la importanciade la fuerza, cae con furor sobreaquellos en los cuales supone laexistencia de ese casi raro elemento, einversamente, halaga a los espíritusdébiles del bando opuesto, cautelosa oabiertamente, según la calidad moralque tengan o que se les atribuya. Lasocialdemocracia teme menos a unhombre de genio, impotente y falto decarácter, que a uno dotado de fuerzanatural, aunque huérfano de vuelointelectual. Esta es una táctica queresponde al preciso cálculo de todas lasdebilidades humanas y que tiene queconducir casi matemáticamente al éxito,

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si es que el partido opuesto no sabe queel gas asfixiante se contrarresta sólo conel gas asfixiante. A los espírituspusilánimes hay que recalcarles que enesto se trata del ser o del no ser.

EL METODO DEL TERROR ENLOS TALLERES, EN LAS FABRICAS,EN LOS LOCALES DE ASAMBLEASY EN LAS MANIFESTACIONES ENMASA, SERÁ SIEMPRE CORONADOPOR EL ÉXITO MIENTRAS NO SE LEENFRENTE OTRO TERROR DEEFECTOS ANÁLOGOS.

***

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COMO CONSECUENCIA DELHECHO DE QUE LA BURGUESIA ENINFINIDAD DE CASOS,PROCEDIENDO DEL MODO MASDESATINADO E INMORAL, OPONIARESISTENCIA HASTA A LASEXIGENCIAS MAS HUMANAMENTEJUSTIFICADAS, AUN SINALCANZAR O SIN ESPERARSIQUIERA PROVECHO ALGUNO DESU ACTITUD, EL MAS HONESTOOBRERO RESULTABA IMPELIDODE LA ORGANIZACIÓNSINDICALISTA A LA LUCHAPOLÍTICA.

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El rechazo rotundo de toda tentativahacia el mejoramiento de lascondiciones de trabajo para el obrero,tales como la instalación de dispositivosde seguridad en las máquinas, laprohibición del trabajo para menores,así como también la protección para lamujer —por lo menos en aquellos mesesen los cuales lleva en sus entrañas alfuturo ciudadano— contribuyó a que lasocialdemocracia, que recibíacomplacida todos esos casos dedespiadado proceder, cogiese a lasmasas en su red. Nunca podrá repararnuestra «burguesía política» esoserrores, pues negándose a dar paso a

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todo propósito tendente a eliminaranomalías sociales, sembraba odios yjustificaba aparentemente lasaseveraciones de los enemigos mortalesde toda la nacionalidad en el sentido deser el partido socialdemócrata el únicodefensor de los intereses del pueblotrabajador.

En mis años de experiencia en Viename ví obligado, queriendo o sinquererlo, a definir mi posición en lorelativo a los sindicatos obreros.

El hecho de que la socialdemocraciasupiera apreciar la enorme importanciadel movimiento sindicalista le aseguróel instrumento de su acción y con ello el

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éxito. No haber comprendido aquello lecostó a la burguesía su posición política.

Había creído que con una «negativa»impertinente podría anular un desarrollológico inevitable.

Es absurdo y falso afirmar que elmovimiento sindicalista sea en sícontrario al interés patrio. Si la acciónsindicalista tiende y logra elmejoramiento de las condiciones devida de aquella clase social queconstituye una de las columnasfundamentales de la nación, obra no sólocomo noenemiga de la patria o delEstado, sino «nacionalistamente» en elmás puro sentido de la palabra .

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Mientras existan entre los patronesindividuos de escasa comprensiónsocial o que incluso carezcan desentimiento de justicia y equidad, nosolamente es un derecho, sino un deberel que sus dependientes, representandouna parte de la nacionalidad, velen porlos intereses del conjunto frente a lacodicia o el capricho de uno solo.

MIENTRAS EL TRATO ASOCIALO INDIGNO DADO AL HOMBREPROVOQUE RESISTENCIAS, YMIENTRAS NO SE HAYANINSTITUIDO AUTORIDADESJUDICIALES ENCARGADAS DE

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REPARAR DAÑOS, SIEMPRE ELMAS FUERTE VENCERA EN LALUCHA, POR ELLO ES NATURALQUE LA PERSONA QUECONCENTRA EN SÍ TODA LAFUERZA DE LA EMPRESA, TENGAAL FRENTE A UN SOLO INDIVIDUOEN REPRESENTACIÓN DELCONJUNTO DE TRABAJADORES.

De ese modo la organizaciónsindicalista podrá lograr unafianzamiento de la idea social en suaplicación práctica de la vida diaria,eliminando con ello motivos que soncausa permanente de descontento y

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quejas.La socialdemocracia jazz pensó

mantener el programa inicial delmovimiento corporativo que habíaabarcado. Y en efecto fue así. Bajo suexperta mano, en pocos decenios supohacer de un medio auxiliar creado paradefensa de derechos sociales, uninstrumento destructor de la economíanacional. Los intereses del obrero nodebían obstaculizar los propósitos de lasocialdemocracia en lo más mínimo.

Ya a principios del presente siglo, elmovimiento sindicalista había dejado deservir a su idea inicial; año tras año fuecayendo cada vez más en el radio de

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acción de la política socialdemócratapara ser a la postre sólo un ariete de lalucha de clases. Debía a fuerza deconstantes arremetidas demoler losfundamentos de la economía nacionallaboriosamente cimentada y con elloprepararle la misma suerte al edificiodel Estado. La defensa de losverdaderos intereses del se hacía cadavez más secundaria, hasta que porúltimo la habilidad política acabó porestablecer la inconveniencia de mejorarlas condiciones sociales y el nivelcultural de las masas, so pena de correrel peligro de que una vez satisfechos susdeseos, esas muchedumbres no pudieran

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ser ya utilizadas indefinidamente comouna fuerza autómata de lucha.

***

A medida que fui formando criteriosobre el carácter exterior de lasocialdemocracia, aumentó en mí elansia de penetrar la esencia de sudoctrina. De poco podía servirme eneste orden la literatura propia delpartido porque cuando trata decuestiones económicas es errónea enasertos y demostraciones, y es falaz enlo que a sus fines políticos se refiere.

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SOLO EL CONOCIMIENTO DELJUDAÍSMO DA LA CLAVE PARA LACOMPRENSIÓN DE LOSVERDADEROS PROPÓSITOS DE LASOCIALDEMOCRACIA.

Me sería difícil, sino imposible,precisar en qué época de mi vida lapalabra judío fue para mí por primeravez motivo de reflexiones. En el hogarpaterno, cuando aún vivía mi padre, norecuerdo siguiera haberla oído. Creoque el anciano habría visto un signo deretroceso cultural en la sola acentuadapronunciación de aquel vocablo.Durante el curso de su vida, mi padre

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había llegado a concepciones más omenos universalistas, conservándolasaún en medio de un convencidonacionalismo, de modo que hasta en mídebieron tener su influencia.

Tampoco en la escuela se presentómotivo alguno que hubiese podidodeterminar un cambio del criterio queformé en el seno de mi familia.

Fue a la edad de catorce o quinceaños cuando debí oír a menudo lapalabra «judío», especialmente enconversaciones de tema político, ysentía cierta repulsión cuando me tocabapresenciar pendencias de índoleconfesional. La cuestión por entonces no

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tenía pues para mí otras características.En la ciudad de Linz vivían muy

pocos judíos que en el curso de lossiglos se habían europeizadoexteriormente y yo hasta los tomaba poralemanes. Lo absurdo de esta suposiciónme era poco claro, ya que por entoncesveía en el aspecto religioso la únicadiferencia peculiar. El que por eso sepersiguiese a los judíos, como creía yo,hacía que muchas veces mi desagradofrente a exclamaciones deprimentes paraellos subiese de punto. De la existenciade un odio sistemático contra el judío notenía todavía idea en absoluto.

Después estuve en Viena.

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Sobrecogido por el cúmulo de misimpresiones de las obras arquitectónicasde aquella capital y por las penalidadesde mi propia suerte no pude en el primertiempo de mi permanencia allí darmecuenta de la conformación interior delpueblo en la gran urbe; y fue así que noobstante existir en Viena alrededor de200.000 judíos, entre sus dos millonesde habitantes, yo no me había dadocuenta de ellos.

Mal podría afirmar que me hubieraparecido particularmente grata la formaen que debí llegar a conocerlos. Yoseguía viendo en el judío sólo lacuestión confesional y por eso,

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fundándome en razones de toleranciahumana mantuve aún entonces miantipatía por la lucha religiosa. De ahíque considerase indigno de la tradicióncultural de un gran pueblo el tono de laprensa antisemita de Viena. Meimpresionaba el recuerdo de ciertoshechos de la Edad Media, que no mehabría agradado ver repetirse.

Como esos periódicos carecían deprestigio —el motivo no sabía yoexplicármelo entoncesveía la campañaque hacían más como un producto deexacerbada envidia que como resultadode un criterio de principio, aunque éstefuese errado. Corroboraba tal modo de

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pensar el hecho de que los grandesórganos de prensa respondían a esosataques en forma infinitamente másdigna o bien optaban por nomencionarlos siquiera, lo cual meparecía aún más laudable.

Leía asiduamente la llamada prensamundial («Neue freie Presse», «WienerTageblatt», etc.) y me asombrabasiempre su enorme material deinformación, así como su objetividad enel modo de tratar las cuestiones; pero loque frecuentemente me chocaba era laforma servil en que adulaban a la Corte.Casi no había suceso de la vidacortesana que no fuese presentado la

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público con frases de desbordanteentusiasmo o de plañidera aflicción,según el caso. Otra cosa que me llegabaa los nervios era el repugnante culto queesa prensa rendía a Francia.

De vez en cuando leía también el«Volksblatt», por cierto periódicomucho más pequeño, pero que en estascosas me parecía más sincero. Noestaba de acuerdo con su recalcitranteantisemitismo, bien que algunas vecesencontraba razonamientos que memovían a reflexionar. En todo caso através de esas incidencias fue comollegué a conocer paulatinamente alhombre y al movimiento político que por

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entonces influían en los destinos deViena: El Dr. Karl Lueger y el partidocristiano-social.

Cuando llegué a Viena era contrarioa ambos porque los consideraba«reaccionarios». Empero, una elementalnoción de equidad hizo variar miopinión a medida que tuve oportunidadde conocer al hombre y su obra. Poco apoco se impuso en mí la apreciaciónjusta para luego convertirse en unsentimiento de franca admiración. Hoy,más que entonces, veo en el Dr. Luegeral más grande de los burgomaestresalemanes de todos los tiempos.

¡Cuántas ideas preconcebidas

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tuvieron también que modificarse en míal cambiar mi modo de pensar respectoal movimiento cristianosocial! Y si conello cambió igualmente mi criterioacerca del antisemitismo, ésta fue sinduda la más trascendental de lastransformaciones que experimentéentonces; ella me costó una intensa luchainterior entre la razón y el sentimiento, ysólo después de largos meses, lavictoria empezó a ponerse del lado de larazón. Dos años más tarde, elsentimiento había acabado porsometerse a ésta, para, en adelante, sersu más leal guardián y consejero.

Debió, pues, llegar el día en que ya

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no peregrinaría por la gran urbe hechoun ciego, como en los primeros tiempos,sino con los ojos abiertos, contemplandolas obras arquitectónicas y las gentes.Cierta vez, al caminar por los barriosdel centro, me vi de súbito frente a unhombre de largo caftán y de rizosnegros. ¿Será un judío?, fue mi primerpensamiento. Los judios en Linz notenían ciertamente esa apariencia.Observé al hombre sigilosamente y amedida que me fijaba en su extrañafisonomía, estudiándola rasgo por rasgo,fue transformándose en mi menta laprimera pregunta en otra inmediata.¿Será también un alemán?

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Como siempre en casos análogos,traté de desvanecer mis dudas,consultando libros. Con pocos céntimosadquirí por primera vez en mi vidaalgunos folletos antisemitas. Todos,lamentablemente, partían de la hipótesisde que el lector tenía ya un ciertoconocimiento de causa o que por lomenos comprendía la cuestión; además,su tono era tal, debido a razonamientossuperficiales y extraordinariamentefaltos de base científica, que me hizovolver a caer en nuevas dudas. Lacuestión me parecía tan trascendental ylas acusaciones de tal magnitud que yo—torturado por el temor de ser injusto

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— me sentía vacilante e inseguro.Naturalmente que ya no era dable

dudar de que o se trataba de elementosalemanes de una creencia religiosaespecial, sino de un pueblo diferente ensí; pues desde que me empezó apreocupar la cuestión judía, cambió miprimera impresión sobre Viena. Pordoquier veía judíos y cuanto más losobservaba, más se diferenciaban a misojos de las demás gentes. Y si aúnhubiese dudado, mi vacilación hubieratenido que tocar definitivamente a su fin,debido a la actitud de una parte de losjudíos mismos.

Se trataba de un gran movimiento

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que tendía a establecer claramente elcarácter racial del judaísmo; elsionismo.

Aparentemente apoyaba esa actitudsólo un grupo de los judíos, en tanto quela mayoría la condenaba; sin embargo,al analizar las cosas de cerca, esaapariencia se desvanecía,descubriéndose un mundo desubterfugios de pura conveniencia, porno decir mentiras. Porque los llamadosjudíos liberales rechazaban a lossionistas, no porque ellos no fuesenjudíos, sino únicamente porque éstoshacían una pública confesión de sujudaísmo que aquellos consideraban

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improcedente y hasta peligrosa. En elfondo se mantenía inalterable lasolidaridad de todos.

Aquella lucha ficticia entre sionistasy judíos liberales, debió prontocausarme repugnancia porque era falsaen absoluto y porque no respondía aldecantado nivel cultural del pueblojudío.

¡Y qué capítulo especial era aquelde la pureza material y moral de esepueblo! Nada me había hechoreflexionar tanto en tan poco tiempocomo el criterio que paulatinamente fueincrementándose en mí acerca de laforma cómo actuaban los judíos en

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determinado género de actividades.¿Había por virtud un solo caso deescándalo o de infamia, especialmenteen lo relacionado con la vida cultura,donde no estuviese complicado por lomenos un judío?

Un grave cargo más pesó sobre eljudaísmo ante mis ojos cuando me dicuenta de sus manejos en la prensa, en elarte, la literatura y el teatro. Comencépor estudiar detenidamente los nombresde todos los autores de inmundasproducciones en el campo de laactividad artística en general. Elresultado de ello fue una crecienteanimadversión de mi parte hacia los

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judíos. Era innegable el hecho de quelas nueve décimas partes de la literaturasórdida, de la trivialidad en el arte y eldisparate en el teatro gravitaban en eldebe de una raza que apenas siconstituía una centésima parte de lapoblación total del país.

Con el mismo criterio comencétambién a apreciar lo que en realidadera aquella mi preferida «prensamundial», y cuanto más sondeaba en esteterreno, más disminuía el motivo de miadmiración de antes. El estilo se me hizoinsoportable, el contenido cada vez másvulgar y por último la objetividad de susexposiciones me parecía más mentira

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que verdad. ¡Eran, pues, judíos losautores!

Ahora vía bajo otro aspecto latendencia liberal de esa prensa. El tonomoderado de sus réplicas o su silenciode tumba ante los ataques que se ledirigía, debieron reflejárseme como unjuego a la par hábil y villano. Suscríticas glorificantes de teatro estabansiempre destinadas al autor judío yjamás una apreciación negativa recaíasobre otro que no fuese un alemán.Precisamente por la perseverancia conque se zahería a Guillermo II y por otraparte se recomendaba la cultura y lacivilización francesas, podía deducirse

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lo sistemático de su acción. El sentidode todo era tan visiblemente lesivo algermanismo, que su propósito no podíaser sino deliberado.

¿Quién tenía interés en ello? ¿Eraacaso todo obra de la casualidad?

En Viena, como seguramente enninguna otra ciudad de la Europaoccidental, con excepción quizá dealgún puerto del sur de Francia, podíaestudiarse mejor las relaciones deljudaísmo con la prostitución y más aún,con la trata de blancas. Caminando denoche por el barrio de Leopoldo, a cadapaso era uno —queriendo o sin quererlo— testigo de hechos que quedaron

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ocultos para la gran mayoría del puebloalemán hasta que la guerra de 1914 dio alos combatientes alemanes en el frenteoriental oportunidad de poder ver, mejordicho, de tener que ver, semejanteestado de cosas.

Sentí escalofríos cuando por primeravez descubría así en el judío alnegociante, desalmado calculador, venaly desvergonzado de ese tráfico irritantede vicios de la escoria de la gran urbe.

Desde entonces no pude más y nuncavolví a tratar de eludir la cuestión judía;por el contrario, me impuse ocuparme endelante de ella. De este modo, siguiendolas huellas del elemento judío a través

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de todas las manifestaciones de la vidacultural y artística, tropecé con élinesperadamente donde menos lohubiera podido suponer:

¡Judíos eran los dirigentes delpartido socialdemócrata!

Con esta revelación debió terminaren mi un proceso de larga lucha interior.

***

Gradualmente me fui dando cuentaque en la prensa socialdemócratapreponderaba el elemento judío; sinembargo, no di mayor importancia a estehecho puesto que la situación de los

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demás periódicos era la misma. Otracircunstancia sin embargo debióllamarme más la atención: no existíadiario, donde interviniesen judíos, quehubiera podido calificarse, según mieducación y criterio, como un órganoverdaderamente nacional.

En cuanto folleto socialdemócratallegaba a mis manos examinaba elnombre de su autor: siempre era unjudío.

Examiné casi todos los nombres delos dirigentes del partidosocialdemócrata; en su gran mayoríapertenecían igualmente al «puebloelegido», lo mismo si se trataba de

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representantes en el Reichsrat que de lossecretarios de las asociacionessindicalistas, de los presidentes de lasorganizaciones del partido que de losagitadores populares. Era siempre elmismo siniestro cuadro y jamás olvidarélos nombres: Austerlitz, David, Adler,Ellenbogen, etc.

Claramente veía ahora que eldirectorio de aquel partido, a cuyospequeños representantes combatía yotenazmente desde meses atrás, se hallabacasi exclusivamente en manos de unelemento extranjero y al fin supedefinitivamente que el judío no eraalemán. Ahora sí que conocía

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íntimamente a los pervertidores denuestro pueblo.

Un año de permanencia en Viena mehabía bastado para llevarme alconvencimiento de que ningún obrero,por empecinado que fuera, no dejaría deacabar por rendirse ante conocimientosmejores y ante una explicación másclara. En el transcurso del tiempo mehabía convertido en un conocedor de supropia doctrina y yo mismo podíautilizarla ahora como un arma a favor demis convicciones.

Casi siempre el éxito se inclinabahacia el lado mío.

Se podía salvar a la gran masa

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aunque solamente a costa de enormessacrificios de tiempo y deperseverancia.

Pero a un judío, en cambio, jamás sele podría liberar de su criterio. Cuandoalguna vez se lograba reducir a uno deellos, porque observado por lospresentes no le había ya quedado otrorecurso que asentir, y hasta se creíahaber adelantado con ello por lo menosalgo, grande debía ser la sorpresa que aldía siguiente se experimentaba alconstatar que el judío no recordaba ni lomás mínimo de lo acontecido la vísperay seguía repitiendo los dislates desiempre.

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Muchas veces quedé atónito sinsaber qué es lo que debía sorprendermemás: la locuacidad del judío o su arte demistificar.

Me hallaba en la época de las máshonda transformación ideológicaoperada en mi vida: De débilcosmopolita debí convertirme enantisemita fanático.

Una vez más —esta fue la última—vinieron a embargarme reflexionesabrumadoras. Estudiando la influenciadel pueblo judío a través de largosperíodos de la historia humana, surgióen mi mente la inquietante duda de quequizás el destino por causas

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insondables, le reservaba a estepequeño pueblo el triunfo final. ¿Se leadjudicará acaso la tierra como premio,a ese pueblo, que vive eternamente sólopara esta tierra? ¿Es que nosotrosposeemos realmente el derecho deluchar por nuestra propia conservacióno es que también esto tiene en nosotrossólo un fundamento subjetivo?

El destino mismo se encargó dedarme la respuesta al engolfarme en lapenetración de la doctrina marxista parade este modo estudiar minuciosamente laactuación del pueblo judío.

La doctrina judía del marxismorechaza el principio aristocrático de la

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Naturaleza y coloca en lugar delprivilegio eterno de la fuerza y delvigor, la masa numérica y su pesomuerto. Niega así en el hombre el méritoindividual e impugna la importancia delnacionalismo y de la raza abrogándosecon esto a la humanidad la base de suexistencia y de su cultura. Esa doctrina,como fundamento del universo,conduciría fatalmente al fin de todoorden natural concebible por la mentehumana. Y del mismo modo que laaplicación de una ley semejante en lamecánica del organismo más grande queconocemos, provocaría el caos, sobre latierra no significaría otra cosa que la

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desaparición de sus habitantes.Si el judío con la ayuda de su credo

marxista llegase a conquistar lasnaciones del mundo, su diadema seríaentonces la corona fúnebre de lahumanidad y nuestro planeta volvería arotar desierto en el eter como hacemillones de siglos.

La Naturaleza eterna vengainexorablemente la transgresión de suspreceptos.

ASI CREO AHORA ACTUARCONFORME A LA VOLUNTAD DELSUPREMO CREADOR: ALDEFENDERME DEL JUDÍO LUCHO

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POR LA OBRA DEL SEÑOR.

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Reflexiones políticasde la época de mi

permanencia en Viena

Tengo la evidencia de que engeneral el hombre, excepción hecha decasos singulares de talento, no debeactuar en política antes de los 30 años,porque hasta esa edad se está formandoen su mentalidad una plataforma desdela cual podrá él analizar los diversosproblemas políticos y definir suposición frente a ellos. Sólo entonces,después de haber adquirido una

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concepción ideológica fundamental ycon ella logrado afianzar su propiomodo de pensar acerca de los diferentesproblemas de la vida diaria, debe opuede el hombre, conformado por lomenos así espiritualmente, participar enla dirección política de la colectividaden que vive.

De otro modo corre el peligro detener que cambiar un día de opinión encuestiones fundamentales o de quedar —en contra de su propia convicción—estratificado en un criterio ya relegadopor la razón y el entendimiento. Elprimer caso resulta muy penoso para élpersonalmente, pues, si él mismo vacila

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no puede ya esperar le pertenezca enigual medida que antes la fe de susadeptos, para quienes la claudicacióndel Führer[3], significa desconcierto y nopocas veces les provoca el sentimientode una cierta vergüenza frente a susadversarios políticos. En el segundocaso ocurre aquello que hoy se observacon mucha frecuencia: En la mismaescala en que el Führer perdió laconvicción sobre lo que sostenía, sudialéctica se hace hueca y superficial, entanto que se deprava en la elección desus métodos. Mientras él personalmenteno piensa ya arriesgarse en serio endefensa de sus revelaciones políticas

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(no se inmola la vida por una causa queuno mismo no profesa) las exigenciasque les impone a sus correligionarios sehacen sin embargo cada vez mayores ymás desvergonzadas, hasta el punto deacabar por sacrificar el último resto delcarácter que inviste al Führer ydescender así a la condición del«político», es decir, a aquella categoríade hombres cuya única convicción es sufalta de convicción, aparejada a unaarrogante insolencia y un arterefinadísimo para el mentir. Si paradesgracia de la humanidad honrada talsujeto llega a ingresar en el Parlamento,entonces hay que tener por descontado el

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hecho de que la política para él sereduce ya sólo a una «heroica lucha»por la posesión perpétua de este«biberón» de su propia vida y de la desu familia. Y cuanto más pendientesestén de ese biberón la mujer y los hijos,más tenazmente luchará el marido porsostener su mandato parlamentario.Toda persona de instinto político espara él, por ese solo hecho, un enemigopersonal; en cada nuevo movimientocree ver el comienzo posible de suruina; en todo hombre de prestigio otroamenazante peligro.

He de ocuparme detenidamente deesta clase de sabandijas parlamentarias.

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También el hombre que haya llegadoa los 30 años tendrá aún mucho queaprender en el curso de su vida, peroesto únicamente a manera de unacomplementación dentro del marco yadeterminado por la concepciónideológica adoptada en principio. Losnuevos conocimientos que adquiera nosignificarán una innovación de lo yaaprendido, sino más bien un proceso deacrecentamiento de su saber, de talmodo que sus adeptos jamás tendrán ladecepcionante impresión de haber sidomal orientados; por el contrario, elvisible desarrollo de la personalidaddel Führer provocará en ellos

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complacencia, en la convicción de queel perfeccionamiento de éste refluye afavor de la propia doctrina. Ante susojos esto constituye una prueba de lacerteza del criterio hasta aquel momentosostenido.

Un Führer que se vea obligado aabandonar la plataforma de su ideologíageneral por haberse dado cuenta de queesta era falsa, obrará honradamentesólo, cuando reconociendo lo erróneo desu criterio, se halle dispuesto a asumirtodas las consecuencias. En tal casodeberá por lo menos renunciar a todaactuación política ulterior, pues,habiendo errado ya una vez en puntos de

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vista fundamentales, está expuesto poruna segunda vez al mismo peligro. Detodos modos ha perdido ya el derechode requerir y menos aún el de exigir laconfianza de sus conciudadanos.

El grado de corrupción de la plebe,que por ahora se siente habilitada para«actuar» en política, evidencia cuán raravez se sabe responder en los tiemposactuales a una prueba tal de decoropersonal.

Apenas si entre tantos puede uno tansólo ser el predestinado.

Seguramente en aquellos tiempos,me había ocupado de política más quemuchos otros, sin embargo, tuve el buen

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cuidado de no actuar en ella; meconcretaba a hablar en círculospequeños abordando temas que mesubyugaban y que eran motivo de miconstante preocupación. Este modo deactuar en ambiente reducido tenía en símucho de provechoso, porque si bien escierto que así aprendía menos a«discursear» en cambio, llegaba aconocer a las gentes en su moralidad yen sus concepciones, a menudoinfinitamente primitivas. En aquellaépoca continué ampliando misobservaciones sin perder tiempo nioportunidad y es probable que, en esteorden, en ninguna parte de Alemania se

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ofrecía entonces un ambiente de estudiomás propicio que el de Viena.

***

Las preocupaciones de la vidapolítica en la antigua monarquía delDanúbio abarcaban, en general,contornos más vastos de mayorespectativa que en la Alemania de esamisma época, excepción hecha dealgunos distritos de Prusia, Hamburgo yla costa del Mar del Norte. Bajo ladenominación «Austria» me refiero eneste caso a aquel territorio del granImperio de los Habsburgo que, debido a

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sus habitantes de origen alemán,significó en todo orden no solamente labase histórica para la formación de talEstado, sino que en el conjunto de supoblación representaba también aquellafuerza que a través de los siglos generóla vida cultural en ese organismopolítico de estructura tan artificial comoera el Imperio Austro-Húngaro. Y amedida que el tiempo avanzaba, másdependía precisamente de laconservación de ese núcleo, laestabilidad de todo el Estado.

No quiero engolfarme aquí endetalles porque no es este el propósitode mi libro; quiero solamente consignar

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en el marco de una minuciosaapreciación aquellos sucesos que,siendo la eterna causa de la decadenciade pueblos y Estados, tienen también ennuestro tiempo su trascendencia, apartede que contribuyeron a cimentar losfundamentos de mi ideología política.

***

Entre las instituciones que másclaramente revelaban —aún ante losojos no siempre abiertos delprovinciano— la corrosión de lamonarquía austríaca, encontrábase enprimer término aquélla que más llamada

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estaba a mantener su estabilidad: elParlamento o sea el Reichsrat, como enAustria se le denominaba.

Manifiestamente, al normainstitucional de esta corporaciónradicaba en Inglaterra, el país de la«clásica democracia». De allá se copiótoda esa dichosa institución y se latrasladó a Viena, procurando en loposible no alterarla.

En la Cámara de diputados y en laCámara alta celebraba su renacimientoel sistema inglés de la doble cámara;sólo los «edificios» diferían entre sí.Barry, al hacer surgir de las aguas delTámesis el palacio del Parlamento

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inglés, había recurrido a la historia delImperio Británico con el fin deinspirarse para la ornamentación de los1200 nichos, consolas y columnas de sumonumental creación arquitectónica. Porsus esculturas y arte pictórico, elParlamento inglés resultó así erigido enel templo de gloria de la nación.

Aquí se presentó la primeradificultad en el caso del Parlamento deViena. Cuando el danés Hansen habíaconcluido el último pináculo del palaciode mármol destinado a losrepresentantes del pueblo, no le quedóotro recurso que el de apelar al arteclásico para adaptar motivos

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ornamentales. Figuras de estadistas y defilósofos griegos y romanos hermoseanesta teatral residencia de la«democracia occidental» y a manera desimbólica ironía están representadossobre la cúspide del edificio cuadrigasque se separan partiendo hacia loscuatro puntos cardinales, como cabalexpresión de lo que en el interior delParlamento ocurría entonces.

Las «nacionalidades» habríantomado como un insulto y como unaprovocación el que en esa obra seglorificase la historia austríaca. EnAlemania mismo, reciente todavía elfragor de las batallas de la guerra

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mundial, se resolvió consagrar con lainscripción : «Al Pueblo Alemán», eledificio del Reichstag en Berlín,construido por Paul Ballot.

Sentimientos de profunda repulsiónme dominaron aquel día en que, porprimera vez, cuando aún no habíacumplido los veinte años, visitaba elParlamento austríaco para escuchar unasesión de la Cámara de diputados.Siempre había detestado el Parlamento,pero de ningún modo la institución en sí.Por el contrario, como hombre amantede las libertades, no podía imaginarmeotra forma posible de gobierno. Yjustamente por eso era ya un enemigo

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del Parlamento austríaco. Su forma deactuar la consideraba indigna del granprototipo inglés. Además, a esto habíaque añadir el hecho de que el porvenirde la raza germana en el Estadoaustriaco dependía de su representaciónen el Reichsrat. Hasta el día en que seadopto el sufragio universal de votosecreto, existía en el Parlamentoaustríaco una mayoría alemana, aunquepoco notable. Ya entonces la situaciónse había hecho difícil, porque el partidosocialdemócrata, con su dudosaconducta nacional al tratarse decuestiones vitales del germanismo,asumía siempre una actitud contraria a

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los intereses alemanes a fin de nodespertar recelos entre sus adeptos delas otras «nacionalidades»representadas en el Parlamento.Tampoco ya en aquella época se podíaconsiderar a la socialdemocracia comoun partido alemán. Con la adopción delsufragio universal tocó a su fin lapreponderancia alemana, inclusivedesde el punto de vista puramentenumérico. En adelante, no quedaba puesobstáculo alguno que detuviese lacreciente desgermanización del Estadoaustriaco.

El instinto de conservación nacionalme había hecho repugnar, ya entonces,

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por esa razón, aquel sistema derepresentación popular en la cual elgermanismo, lejos de hallarserepresentado era más bien traicionado.Sin embargo, esta deficiencia, comomuchas otras, no era atribuible alsistema mismo, sino al Estado austriaco.

Un año de paciente observaciónbastó para que yo cambiaseradicalmente mi modo de pensar encuanto al carácter del parlamentarismo.Una vez más el estudio experimental dela realidad me preservó de anegarme enuna teoría que a primera vista, lesparece seductora a muchos y que a pesarde ello no deja de contarse entre las

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manifestaciones de decadencia de lahumanidad.

La democracia del mundo occidentalde hoy es la precursora del marxismo, elcual sería inconcebible sin ella. Es lademocracia la que en primer términoproporciona a esta peste mundial elcampo de nutrición de donde laepidemia se propaga después.

Cuánta gratitud le debo al destinopor haber permitido que me adentrasetambién en esta cuestión cuando todavíame hallaba en Viena, pues, es probableque si yo hubiera estado en aquellaépoca en Alemania, me la habríaexplicado de una manera demasiado

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sencilla. Si desde Berlín hubiese podidopercatarme de lo grotesco de esainstitución llamada «Parlamento»,quizás habría caído en la concepciónopuesta, colocándome —no sin unabuena razón aparente— al lado deaquellos que veían el bienestar delpueblo y del Imperio, en el fomentoexclusivista de la idea de la autoridadimperial, permaneciendo ciegos y ajenosa la vez a la época en que vivían y alsentir de sus contemporáneos.

Esto era imposible en Austria. Alláno se podía caer tan fácilmente de unerror en otro, porque si el Parlamentoera inútil, aun menos capacitados eran

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los Habsburgo. Lo que más me preocupóen la cuestión del parlamentarismo fuela notoria falta de un elementoresponsable. Por funestas que pudieranser las consecuencias de una leysancionada por el Parlamento, nadielleva la responsabilidad, ni a nadie esposible exigirle cuentas. ¿O es quepuede llamarse asumirresponsabilidades al hecho de quedespués de un fiasco sin precedentes,dimita el gobierno culpable o cambie lacoalición existente o, por último, sedisuelva el Parlamento? ¿Puede acasohacerse responsable a una vacilantemayoría? ¿No es cierto que la idea de

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responsabilidad presupone la idea de lapersonalidad? ¿Puede prácticamentehacerse responsable al dirigente de ungobierno por hechos cuya gestión yejecución obedecen exclusivamente a lavoluntad y al arbitrio de una pluralidadde individuos?

¿O es que la misión del gobernante—en lugar de radicar en la concepciónde ideas constructivas y planes—consiste más bien en la habilidad conque éste se empeñe en hacercomprensible a un hato de borregos logenial de sus proyectos, para despuéstener que mendigar de ellos unabondadosa aprobación?

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¿Cabe en el criterio del hombre deEstado poseer en el mismo grado el artede la persuasión, por un lado, y por otrola perspicacia política necesaria paraadoptar directivas o tomar grandesdecisiones?

¿Prueba acaso la incapacidad de unFührer el solo hecho de no haber podidoganar a favor de una determinada idea elvoto de mayoría de un conglomeradoresultante de manejos más o menoshonestos?

¿Fue acaso alguna vez capaz eseconglomerado de comprender una idea,antes de que el éxito obtenido por lamisma, revelara la grandiosidad que ella

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encarnaba?¿No es en este mundo toda acción

genial una palpable protesta del geniocontra la indolencia de la masa?

¿Qué debe hacer el gobernante queno logra granjearse la gracia de aquélconglomerado, para la consecución desus planes?

¿Deberá sobornar? ¿O bien, tomandoen cuenta la estulticia de susconciudadanos, tendrá que renunciar a larealización de propósitos reconocidoscomo vitales, dimitir el gobierno oquedarse en él, a pesar de todo?

¿No es cierto que en un caso tal, elhombre de verdadero carácter se coloca

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frente a un conflicto insoluble entre supersuación de la necesidad y su rectitudde criterio, o mejor dicho su honradez?

¿Dónde acaba aquí el límite entre lanoción del deber para con lacolectividad y la noción del deber paracon la propia dignidad personal?

¿No debe todo Führer de verdadrehusar a que de ese modo se le degradea la categoría de traficante político?

¿O es que, inversamente, todotraficante deberá sentirse predestinado a«especular» en política, puesto que lasuprema responsabilidad jamás pesarásobre él, sino sobre un anónimo einaprensible conglomerado de gentes?

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Sobre todo, ¿no conducirá elprincipio de la mayoría parlamentaria ala demolición de la idea-Führer?

Pero ¿es que aún cabe admitir que elprogreso del mundo se debe a lamentalidad de las mayorías y no alcerebro de unos cuantos?

¿O es que se cree que tal vez en lofuturo se podría prescindir de estacondición previa inherente a la culturahumana?

¿No parece, por en contrario, queella es hoy más necesaria que nunca?

Difícilmente podrá imaginarse ellector de la prensa judía, salvo quehubiese aprendido a discernir y

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examinar las cosas independientemente,qué estragos ocasiona la modernainstitución del gobierno democrático-parlamentario; ella es ante todo la causade la increíble proporción en que hasido inundado el conjunto de la vidapolítica por lo más descalificado denuestros días. Así como un Führer deverdad renunciará a una actividadpolítica, que en gran parte no consiste enobra constructiva, sino más bien en elregateo por la merced de una mayoríaparlamentaria, el político de espíritupequeño, en cambio, se sentirá atraídoprecisamente por esa actividad.

Pero pronto se dejarán sentir las

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consecuencias si tales mediocrescomponen el gobierno de una nación.Faltará entereza para obrar y sepreferirá aceptar la más vergonzosa delas humillaciones antes que erguirsepara adoptar una actitud resuelta, pues,nadie habrá allí que por sí solo estépersonalmente dispuesto a arriesgarlotodo en pro de la ejecución de unamedida radical. Existe una verdad queno debe ni puede olvidarse: es la de quetampoco en este caso una mayoría estarácapacitada para sustituir a lapersonalidad en el gobierno. La mayoríano sólo representa siempre laignorancia, sino también la cobardía. Y

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del mismo modo que de 100 cabezashuecas no se hace un sabio, de 100cobardes no surge nunca una heroicadecisión.

Cuanto menos grave sea laresponsabilidad que pese sobre elFührer, mayor será el número deaquéllos que, dotados de ínfimacapacidad, se creen igualmente llamadosa poner al servicio de la nación susimponderables fuerzas. De ahí que seapara ellos motivo de regocijo el cambiofrecuente de funcionarios en los cargosque ellos apetecen y que celebren todoescándalo que reduzca la hilera de losque por delante esperan… La

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consecuencia de todo esto es laespeluznante rapidez con que seproducen modificaciones en las másimportantes jefaturas y repartos públicosde un organismo estatal semejante, conun resultado que siempre tiene influencianegativa y que muchas veces llega a serhasta catastrófico.

La antigua Austria poseía el régimenparlamentario en grado superlativo.Bien es cierto que los respectivos«premiers» eran nombrados por elmonarca, sin embargo, eso nosignificaba otra cosa que la ejecución dela voluntad parlamentaria. El regateopor las diferentes carteras ministeriales

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podía ya calificarse como propio de lamás alta democracia occidental. Losresultados correspondían a losprincipios aplicados; especialmente lasubstitución de personajesrepresentativos se operaba conintervalos cada vez más cortos, para alfinal convertirse en una verdaderacacería. En la misma proporcióndescendía el nivel de los «hombres deEstado» actuantes hasta no quedar deellos, más que aquel bajo tipo deltraficante parlamentario, cuyo méritopolítico se aquilataba tan sólo por suhabilidad en urdir coaliciones, es decir,prestándose a realizar aquellos infames

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manejos políticos que son la únicaprueba de lo que en el trabajo prácticopueden realizar esos llamadosrepresentantes del pueblo.

Viena ofrecía un magnífico campode observación en este orden.

Aquello que de ordinariodenominamos «opinión pública» se basasólo mínimamente en la experienciapersonal del individuo y en susconocimientos; depende más bien casien su totalidad de la idea que elindividuo se hace de las cosas a travésde la llamada «información pública»,persistente y tenaz. La prensa es elfactor responsable de mayor volumen en

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el proceso de la «instrucción política»,a la cual, en este caso se le asigna conpropiedad el nombre de propaganda; laprensa se encarga ante todo de estalabor de «información pública» yrepresenta así una especie de escuelapara adultos, sólo que esa «instrucción»no está en manos del Estado, sino bajolas garras de elementos que en parte sonde muy baja ley. Precisamente en Vienatuve en mi juventud la mejoroportunidad de conocer a fondo a lospropietarios y fabricantes espiritualesde esa máquina de instrucción colectiva.En un principio debí sorprenderme aldarme cuenta del tiempo relativamente

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corto en que este pernicioso poder eracapaz de crear cierto ambiente deopinión, y esto incluso tratándose decasos de una mixtificación completa delas aspiraciones y tendencias que, a nodudar, existían en el sentir de lacomunidad. En el transcurso de pocosdías, esa prensa sabía hacer de unmotivo insignificante una cuestión deEstado notable e inversamente, en igualtiempo, relegar al olvido generalproblemas vitales o, más simplemente,sustraerlos a la memoria de la masa.

De este modo era posible en el cursode pocas semanas henchir nombres de lanada y relacionar con ellos increíbles

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expectativas públicas, adjudicándolesuna popularidad que muchas veces unhombre verdaderamente meritorio noalcanza en toda su vida; y mientras seencumbran estos nombres que un mesantes apenas si se habían oídopronunciar, calificados estadistas opersonalidades de otras actividades dela vida pública dejaban llanamente deexistir para sus contemporáneos o se lesultrajaba de tal modo con denuestos, quesus apellidos corrían el peligro deconvertirse en un símbolo de villanía ode infamia.

Esta es la chusma que en más de lasdos terceras partes fabrica la llamada

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«opinión pública», de donde surge elparlamentarismo cual una Afrodita de laespuma.

Para pintar con detalle en toda sufalacia el mecanismo parlamentariosería menester escribir volúmenes.Podrá comprenderse más pronto y másfácilmente semejante extravío humano,tan absurdo como peligroso,comparando el parlamentarismodemocrático con una democraciagermánica realmente tal.

La característica más remarcable delparlamentarismo democrático consisteen que se elige un cierto número,supongamos 500 hombres o también

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mujeres en los últimos tiempos, y se lesconcede a éstos la atribución de adoptaren cada caso una decisión definitiva.Prácticamente, ellos representan por sísolos el gobierno, pues, si bien designana los miembros de un gabineteencargado de los negocios del Estado,ese pretendido gobierno no cubre sinouna apariencia; en efecto, es incapaz dedar ningún paso sin antes haber obtenidola aquiescencia de la asambleaparlamentaria. Por esto es por lo quetampoco puede ser responsable, ya quela decisión final jamás depende de élmismo, sino del Parlamento. En todocaso un gabinete semejante no es otra

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cosa que el ejecutor de la voluntad de lamayoría parlamentaria del momento. Sucapacidad política se podría apreciar enrealidad únicamente a través de lahabilidad que pone en juego paraadaptarse a la voluntad de la mayoría opara ganarla en su favor.

Una consecuencia lógica de esteestado de cosas fluye de la siguienteelemental consideración: la estructurade ese conjunto formado por los 500representantes parlamentarios,agrupados según sus profesiones o hastateniendo en cuenta sus aptitudes, ofreceun cuadro a la par incongruente ylastimoso. ¿O es que cabe admitir la

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hipótesis de que estos elegidos de lanación pueden ser al mismo tiempobrotes privilegiados de genialidad osiquiera de sentido común? Ojalá no sesuponga que de las papeletas desufragio, emitidas por electores que todopueden ser menos inteligentes, surjansimultáneamente centenares de hombresde Estado. Nunca será suficientementerebatida la absurda creencia de que delsufragio universal pueden salir genios;primeramente hay que considerar que noen todos los tiempos nace para unanación un verdadero estadista y menosaun de golpe, un centenar; por otra parte,es instintiva la antipatía que siente la

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masa por el genio eminente. Másprobable es que un camello se deslicepor el ojo de una aguja que no que ungran hombre resulte «descubierto» porvirtud de una elección popular. Todo loque de veras sobresale de lo común enla historia de los pueblos suelegeneralmente revelarse por sí mismo.

Dejando a un lado la cuestión de lagenialidad de los representantes delpueblo, considérese simplemente elcarácter complejo de los problemaspendientes de solución, aparte de losramos diferentes de actividad en quedeben adoptarse decisiones, y secomprenderá entonces la incapacidad de

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un sistema de gobierno que pone lafacultad de la decisión final en manos deuna asamblea, de entre cuyoscomponentes sólo muy pocos poseen losconocimientos y la experienciarequeridas en los asuntos que han detratarse. Y es así cómo las másimportantes medidas en materiaeconómica resultan sometidas a unforum cuyos miembros en sus nuevedécimas partes carecen de lapreparación necesaria. Lo mismo ocurrecon otros problemas, dejando siempre ladecisión en manos de una mayoríacompuesta de ignorantes e incapaces. Deahí proviene también la ligereza con que

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frecuentemente estos señores deliberan yresuelven cuestiones que serían motivode honda reflexión aun para los másesclarecidos talentos. Allí se adoptanmedidas de enorme trascendencia parael futuro de un Estado como si no setratase de los destinos de toda unanacionalidad sino solamente de unapartida de naipes, que es lo queresultaría más propio entre talespolíticos. Sería naturalmente injustocreer que todo diputado de unparlamento semejante se halla dotado detan escasa noción de responsabilidad.No. De ningún modo. Pero es el casoque aquel sistema, forzando al individuo

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a ocuparse de cuestiones que no conoce,lo corrompe paulatinamente. Nadie tieneallí el coraje de decir: «Señores, creoque no entendemos nada de este asunto;yo a lo menos no tengo idea enabsoluto». Esta actitud tampocomodificaría nada porque, aparte de queuna prueba tal de sinceridad quedaríatotalmente incomprendida, no por untonto honrado se resignarían los demás asacrificar su juego.

El parlamentarismo democrático dehoy no tiende a constituir una asambleade sabios, sino a reclutar más bien unamultitud de nulidades intelectuales, tantomás fáciles de manejar cuanto mayor sea

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la limitación mental de cada uno deellos. Sólo así puede hacerse políticapartidista en el sentido malo de laexpresión y sólo así también consiguenlos verdaderos agitadores permanecercautelosamente en la retaguardia, sin quejamás pueda exigirse de ellos unaresponsabilidad personal. Ningunamedida, por perniciosa que fuese para elpaís, pesará entonces sobre la conductade un bribón conocido por todos, sinosobre la de toda una fracciónparlamentaria. He aquí porque estaforma de la Democracia llegó aconvertirse también en el instrumento deaquella raza, cuyos íntimos propósitos,

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ahora y por siempre, temerán mostrarsea la luz del día. Sólo el judio puedeensalzar una institución que es sucia yfalaz como él mismo.

En oposición a ese parlamentarismodemocrático está la genuina democraciagermánica de la libre elección delFührer, que se obliga a asumir toda laresponsabilidad de sus actos. Unademocracia tal no supone el voto de lamayoría para resolver cada cuestión enparticular, sino llanamente la voluntadde uno solo, dispuesto a responder desus decisiones con su propia vida yhacienda.

Si se hiciese la objeción de que bajo

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tales condiciones difícilmente podráhallarse al hombre resuelto asacrificarlo personalmente todo en prode una tan arriesgada empresa, habríaque responder: «Dios sea loado, que elverdadero sentido de una democraciagermánica radica justamente en el hechode que no pueda llegar al gobierno desus conciudadanos, por medios vedados,cualquier indigno arrivista o emboscadomoral, sino que la magnitud misma de laresponsabilidad a asumir, amedrenta aineptos y pusilánimes».

Y si no obstante todo esto, unindividuo de tales característicasintentase deslizarse, podrá fácilmente

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ser identificado y apostrofado sinconsideración: «Apártate, cobarde, quetus pies no profanen las gradas delfrontispicio del Panteón de la Historia,destinado a héroes y no a mojigatos».

***

Había llegado a estas conclusionesdespués de dos años de concurrir alParlament austríaco. En adelante novolví a frecuentarlo.

El régimen parlamentario fue una delas principales causas de la progresivadecadencia del antiguo Estado de losHabsburgo. A medida que por obra de

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ese régimen se destruía la hegemonía delgermanismo en Austria, intensificábaseel sistema de explotar el antagonismo delas nacionalidades entre sí.

Después de la guerra franco-prusiana de 1870 la casa de losHabsburgo se lanzó con ímpetu máximoa exterminar lenta pero implacablementeel «peligroso2 germanismo de la doblemonarquía austro-húngara. Este debíaser, pues, el resultado final de lapolítica de eslavización. Empero,estalló la resistencia de la nacionalidadque estaba destinada al exterminio y estoen una forma sin precedentes en lahistoria alemana contemporánea.

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Hombres de sentir nacionalista ypatriótico se hicieron rebeldes, pero norebeldes contra el Estado mismo, sinorebeldes contra un sistema de gobiernodel cual tenían el convencimiento de queconduciría a la ruina a su propia raza.

Por primera vez en la historiacontemporánea alemana se hacía unadiferenciación entre el patriotismodinástico general y el amor por la patriay el pueblo.

Fue mérito del movimientopangermanista operado en la partealemana de Austria, allá por el año1890, haber establecido en forma clara yterminante que la autoridad del Estado

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tiene el derecho de exigir respeto ycooperación sólo cuando responde a lasnecesidades de una nacionalidad ocuando por lo menos no es perniciosapara ésta.

La autoridad del Estado no puedeser un fin en sí misma, porque ellosignificaría consagrar la inviolabilidadde toda tiranía en el mundo.

Si por los medios que están alalcance de un gobierno se precipita unanacionalidad en la ruina, entonces larebelión no sólo es un derecho, sino undeber para cada uno de los hijos de esepueblo.

La pregunta: ¿Cuándo se presenta un

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tal caso? No se resuelve mediantedisertaciones teóricas, sino por laacción y por el éxito.

Como todo gobierno, por malo quefuese y aun cuando hubiese traicionadouna y mil veces los intereses de unanacionalidad, reclama para sí el deberque tiene de mantener la autoridad delEstado, el instinto de conservaciónnacional en lucha contra un gobiernosemejante tendrá que servirse, paralograr su libertad o su independencia, delas mismas armas que aquel emplea paramantenerse en el mando. Según esto, lalucha será sostenida por medios«legales» mientras el poder que se

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combate no utilice otros; pero no habráque vacilar ante el recurso de losmedios ilegales si es que el opresormismo se sirve de ellos.

En general, no debe olvidarse que lafinalidad suprema de la razón de ser delos hombres no reside en elmantenimiento de un Estado o de ungobierno; su misión es conservar la raza.Y si esta misma se hallase en peligro deser oprimida o hasta eliminada, lacuestión de la legalidad pasa a planosecundario. Entonces poco importará yaque el poder imperante aplique en suacción los mil veces llamados medios«legales»; el instinto siempre en grado

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superlativo, el empleo de todo recurso.Solo así se explican en la Historia

ejemplos edificantes de luchaslibertarias contra la esclavitud —internao externa— de los pueblos.

El derecho humano priva sobre elderecho político.

Si un pueblo sucumbe en la luchapor los derechos del hombre, es porqueal haber sido pesado en la balanza deldestino resultó demasiado liviano paratener la suerte de seguir subsistiendo enel mundo terrenal. Porque quién no estádispuesto a luchar por su existencia o nose siente capaz de ello es que ya estápredestinado a desaparecer, y esto por

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la justicia eterna de la providencia.El mundo no se ha hecho para los

pueblos cobardes.

***

Debieron serme un objeto clásico deestudio y de honda trascendencia elproceso de la formación y el ocaso delmovimiento pangermanista, por unaparte, y por la otra el asombrosodesarrollo del partido cristiano-socialen Austria.

Comenzaré por establecer unparalelo entre los dos hombresconsiderados como fundadores y leaders

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de esos dos partidos: Georg vonSchoenerer y el Dr. Karl Lueger.

Como personalidades, ambossobresalían notoriamente entre lasllamadas figuras parlamentarias. Su vidahabía sido limpia e intachable en mediode la corrupción política general. En unprincipio, mis simpatías estaban dellado del pangermanista Schoenerer ypoco después fueron paulatinamenteinclinándose también hacia el leadercristiano-social.

Comparando la capacidad de ambos,Schoenerer me parecía ser, enproblemas fundamentales, un pensadormás certero y profundo. Con mayor

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claridad y exactitud que ningún otro,previó el lógico fin del EstadoAustriaco. Si se hubiese prestado oído asus advertencias respecto de lamonarquía de los Habsburgo,especialmente en Alemania, jamáshubiera sobrevenido la fatalidad de laguerra mundial. Pero, si bien Schoenererpenetraba la esencia de los problemas,erraba en cambio cuando se trataba deaquilatar el valor de los hombres.

Aquí radicaba lo ponderable del Dr.Lueger. Lueger era un extraordinarioconocedor de los caracteres humanos,teniendo muy especial cuidado en noverlos mejor de lo que en realidad eran.

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Por eso él podía contar con lasposibilidades efectivas de la vida mejorque Schoenerer, que para esto tenía pocacomprensión.

En teoría era evidente cuanto sobreel pangermanismo sostenía, pero lefaltaba la energía y la prácticaindispensables para trasmitir susconclusiones teóricas a la masa delpueblo, esto es, simplificándolas deacuerdo con la concepción limitada deesta masa. Sus conclusiones era, pues,meras profecías sin visos de realidad.

La ausencia de la capacidad dedistinguir caracteres humanos debíalógicamente conducir también a errores

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en la apreciación de la fuerza queencierran los movimientos de opiniónasí como las instituciones seculares.Schoenerer había reconocidoindudablemente que en aquel caso setrataba de concepciones fundamentales,pero no supo comprender que, en primertérmino, sólo la gran masa del pueblopodía prestarse a luchar en pro de talesconvicciones de índole casi religiosa.

Infortundadamente, Schoenerer sedio cuenta sólo en muy escasa medida,de que el espíritu combativo de lasllamadas clases «burguesas» eraextraordinariamente limitado pordepender de intereses económicos que

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infundían al individuo el temor de sufrirgraves perjuicios, determinando así suinacción.

La falta de comprensión en lotocante a la importancia de las capasinferiores del pueblo fue también lacausa de una concepción totalmentedeficiente del problema social.

En todo esto el Dr. Lueger era laantítesis de Schoenerer. Sabía hasta lasaciedad que la fuerza políticacombativa de la alta burguesía era ennuestra época tan insignificante que nobastaba para asegurar el triunfo de unnuevo gran movimiento; por esoconsagraba el máximo de su actividad

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política a la labor de ganar la adhesiónde aquellas esferas sociales cuyaexistencia se hallaba amenazada, siendoesto más bien un acicate que unmenoscabo para su espíritu combativo.El Dr. Lueger optó también por servirsede medios de influencia, ya existentes,para granjearse el apoyo de institucionesprestigiosas con el propósito de obtenerde esas viejas fuentes de energía elmayor provecho posible a favor de sucausa.

Fue de este modo que, en primertérmino, cimentó su partido sobre laclase media, amenazada de desaparecer,y con ello logró asegurarse un firme

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grupo de adictos animados de granespíritu de lucha y también de sacrificio.Su actitud extraordinariamente sagaz conrespecto de la iglesia católica, le habíacaptado en corto tiempo las simpatías dela clerecía joven en una medida tal queel viejo partido clerical se vio forzado aceder el campo, o bien, obrando máscuerdamente, a adherirse al nuevomovimiento para, de este modo,recuperar poco a poco sus antiguasposiciones.

Sin embargo, sería injusto enextremo considerar únicamente estocomo lo esencial del carácter de Lueger;puesto que al lado de sus condiciones de

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táctico hábil estaban las de reformadorgrande y genial; por cierto, dentro delmarco de un exacto conocimiento de supropia capacidad.

Era una finalidad de enorme sentidopráctico la que perseguía aquel hombreverdaderamente meritorio. Quisoconquistar Viena. Viena era el corazónde la monarquía y de esta ciudad recibíalos últimos impulsos de vida el cuerpoenfermo y envejecido de yadesfalleciente organismo del Estado.Cuanto más restablecía sus energías esecorazón, tanto más debía revivir el restodel cuerpo. En principio, la idea eranaturalmente justa pero no podía surtir

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efectos sino durante un tiempodeterminado.

Es aquí donde radicaba el puntodébil de este hombre.

La obra que realizó comoburgomaestre de Viena es inmortal en elmejor sentido de la palabra; pero conella no pudo ya salvar la monarquía, erademasiado tarde.

Su adversario Schoenerer habíavisto esto con más claridad.

Todo lo que Lueger emprendió en elterreno práctico, lo logróadmirablemente; en cambio no logróalcanzar lo que ansiaba como resultado.

Schoenerer no consiguió lo que

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deseaba, pero aquello que él temía serealizó en forma terrible.

Así ninguno de los dos llegó acoronar su suprema finalidadperseguida. Lueger no pudo salvar lamonarquía austríaca, ni Schoenererlibrar al germanismo en Austria de laruina que le esperaba.

Hoy nos es infinitamente instructivoestudiar las causas que determinaron elfracaso de aquellos dos partidos. Estoes esencial ante todo para mis amigos,teniendo en cuenta que las circunstanciasactuales se asemejan a las de entonces,para poder evitar el incurrir en erroresque ya una vez condujeron, a uno de los

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movimientos, a la ruina y a lainfructuosidad el otro.

***

La situación de los alemanes enAustria era ya desesperante al iniciarseel movimiento pangermanista. De año enaño había ido convirtiéndose elParlamento en un factor de lentadestrucción del germanismo. Todointento salvador de última hora y aunquesólo de efecto pasajero, podíavislumbrarse únicamente en laeliminación del Parlamento.

¿Y cómo destruir el parlamento?

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¿Entrando en él, para «minarlo pordentro», como corrientemente se decía,o combatirlo por fuera, atacando lainstitución misma del parlamentarismo?

Para empeñar la lucha desde afueracontra un poder semejante, era precisorevestirse de coraje indomable yhallarse dispuesto a cualquier sacrificio.Para esto, empero, era menester elconcurso de los hijos del pueblo.

El movimiento pangermanistacarecía precisamente del apoyo de lasmasas populares y no le quedaba por lotanto otra solución que la de ir alparlamento mismo. Parecía también másfactible dirigir el ataque a la raíz misma

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del mal, que no arremeter desde fuera.Por otra parte, creíase que la inmunidadparlamentaria reforzaría la seguridad decada una de las personalidadespangermanistas, acrecentando la eficaciade su acción combativa.

En la realidad los hechos seprodujeron de manera muy diferente.

El forum ante el cual hablaban losdiputados pangermanistas no habíaaumentado, por el contrario, más bienhabía disminuido; pues el que habla lohace sólo ante un público que quierecomprender al orador, oyéndoledirectamente o a través de la prensa querefleja lo que él haya expuesto.

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El forum más amplio, de auditoriodirecto, no está en el hemiciclo de unparlamento. Hay que buscarlo en laasamblea pública, porque allí hay milesde gentes que se arremolinan con elexclusivo fin de escuchar lo que elorador ha de decirles, en tanto que en elplenario de una Cámara de diputados sereúnen sólo unos pocos centenares depersonas, congregadas allí, en sumayoría, para cobrar dietas y de ningúnmodo para dejarse iluminar por lasabiduría de uno u otro de los señores«representantes del pueblo».

Los diputados pangermanistaspodían quedarse roncos de tanto hablar;

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su esfuerzo resultaba siempre estéril. Yen cuanto a la prensa, guardaba unsilencio de tumba o mutilaba losdiscursos hasta el punto de hacerlosincongruentes y llegando incluso atergiversarlos en su sentido,proporcionando así a la opinión públicauna pésima sinopsis de la esencia delnuevo movimiento.

Más grave que todo esto era elhecho de que el movimientopangermanista había olvidado que paracontar con el éxito, debía recapacitardesde el primer momento que en su casono podía tratarse de un nuevo partido,sino más bien de una nueva concepción

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ideológica. Únicamente algo análogohabría sido capaz de imprimir la energíainterior necesaria para llevar a cabo esalucha gigantesca. Solamente los máscalificados y los de mayor entereza eranlos llamados a ser los leaders de esaideología.

La desfavorable impresión quereflejaba la prensa no era contrarrestadaen modo alguno mediante la acciónpersonal de los diputados en mítines y lapalabra «pangermanismo» acabó poradquirir pésima reputación ante losoídos del pueblo.

Desde tiempos inmemoriales lafuerza que impulsó las grandes

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avalanchas históricas de índole políticay religiosa, no fue jamás otra que lamagia de la palabra hablada.

La gran masa cede ante todo alpoder de la oratoria. Todos los grandesmovimientos son reacciones populares,son erupciones volcánicas de pasioneshumanas y emociones afectivasaleccionadas, ora por la diosa cruel dela miseria, ora por la antorcha de lapalabra lanzada en el seno de las masas,pero jamás por el almíbar de literatosestetas y héroes de salón.

Únicamente un huracán de pasionesardientes puede cambiar el destino delos pueblos; más despertar pasión es

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sólo atributo de quien en sí mismo sienteel fuego pasional.

Que cada escritor quede junto a sutintero ocupado de «teorías» si su sabery su talento le bastan para eso: que paraFührer ni nació, ni fue elegido.

***

La grave controversia que elmovimiento pangermanista tuvo quesostener con la iglesia católica, norespondía a otra causa que a falta decomprensión del carácter anímico delpueblo.

El establecimiento de parroquias

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checas, fue sólo uno de los muchosrecursos puestos en práctica hacia elobjetivo de la eslavización general deAustria. En distritos netamente alemanesse impusieron curas checos quecomenzaron por subordinar los interesesde la iglesia a los de la nacionalidadcheca, convirtiéndose así en célulasgeneradoras del proceso de ladesgermanización austriaca.

Desgraciadamente la reacción de laclerecía alemana ante semejanteproceder resultó casi nula, de suerte queel germanismo fue desalojado lenta peropersistentemente gracias al abuso de lainfluencia religiosa, por una parte, y

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debido a la insuficiente resistencia, porotra.

La impresión general no podía serotra que la de tratarse de una brutalviolación de los derechos alemanes porparte de la clerecía católica como tal.Parecía, pues, que la Iglesia nosolamente era indiferente al sentir de lanacionalidad germana en Austria, sinoque, injustamente, llegaba a colocarse allado de sus adversarios. Como decíaSchoenerer, el mal tenía su raíz en elhecho de que la cabeza de la iglesiacatólica se hallaba fuera de Alemania,lo cual, desde luego, motivaba unamarcada hostilidad contra los intereses

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de la nacionalidad nuestra.Georg Schoenerer no era hombre

que hiciera las cosas a medias. Habíaasumido la lucha contra la Iglesia con elíntimo convencimiento de que sólo asíse podía salvar la suerte del pueboalemán en Austria. El movimientoseparatista contra Roma (Los-von-RomBewegung) tenía la apariencia de ser elmás poderoso, pero a su vez el másdifícil procedimiento de ataquedestinado a vencer la resistencia deladversario.

Si la campaña resultaba victoriosa,entonces habría tocado también a su finla infeliz división religiosa existente en

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Alemania y así habría ganadoenormemente en fuerza interior lanacionalidad alemana.

Pero ni la premisa ni la conclusiónde esa lucha estaban en lo cierto.

Mientras el sacerdote checoadoptaba una posición subjetiva conrespecto a su pueblo y objetiva frente ala Iglesia, el sacerdote alemán sesubordinaba subjetivamente a la Iglesiay permanecía objetivo desde el punto devista de su nacionalidad; un fenómenoque podemos observar por desgracia enmiles de otros casos. No se trata aquí deuna herencia exclusivamente propia delcatolicismo, sino de un mal que entre

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nosotros es capaz de corroer en pocotiempo casi toda institución estatal o delconcepción idealista.

Comparemos, por ejemplo, laconducta observada por nuestrosfuncionarios del Estado frente alpropósito de un resurgimiento nacional,con la actitud que asumirían en un casosemejante iguales elementos de otropaís. ¿Y qué norma nos ofrece el criterioque hoy sustentan católicos yprotestantes frente al semitismo, criterioque no responde ni a los interesesnacionales ni a las necesidadesverdaderas de la religión? No hay puesparalelo posible entre el modo de obrar

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de un rabino en todos los aspectos quetienen una cierta importancia para elsemitismo bajo el aspecto racial y laactitud observada por la mayoría denuestros religiosos, sea cual fuere suconfesión, frente a los intereses de suraza. Este fenómeno se repite siempreque se trate de defender una ideaabstracta.

«Autoridad del Estado»,«democracia», «pacifismo»,«solidaridad internacional», etc., etc.,son todas ideas que entre nosotros seconvierten por lo general en conceptostan netamente doctrinarios y taninflexibles, que cualquier juicio

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respecto de las necesidades vitales de lanación resulta subordinado a ellas.

El protestantismo obrará siempre enpro del fomento de los interesesgermanos toda vez que se trate depuridad moral o del acrecentamiento delsentir nacional, en defensa del carácter,del idioma y de la independenciaalemanes, puesto que todas estasnociones se hallan hondamentearraigadas en el protestantismo mismo;pero al instante reaccionará hostilmentecontra toda tentativa que tienda a salvarla nación de las garras de su más mortalenemigo, y esto porque el punto de vistadel protestantismo con respecto al

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semitismo está más o menosdogmáticamente precisado.

Mientras el pueblo contó durante laguerra de 1914 con dirigentes resueltos,cumplió su deber en forma insuperable.

El pastor protestante como elsacerdote católico, ambos contribuyerondecididamente a mantener el espíritu denuestra resistencia no sólo en el frentede batalla, sino ante todo, en loshogares. En aquellos años,especialmente al iniciarse la guerra, nodominaba en efecto, en ambos sectoresreligiosos otro ideal que el de un únicoy sagrado imperio alemán, por cuyaexistencia y porvenir elevaba cada uno

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sus votos de fervorosa devoción.El movimiento pangermanista debió

haberse planteado en sus comienzos unacuestión previa: ¿Era factible o noconservar el acervo germánico enAustria bajo la égida de la religióncatólica? Si se contestabaafirmativamente, este partido políticojamás debió mezclarse en cuestionesreligiosas o hasta de orden confesional,y sí, por el contrario, era negativa larespuesta, entonces debió haber surgidouna reforma religiosa, pero nunca unpartido político.

Los partidos políticos nada tienenque ver con las cuestiones religiosas

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mientras éstas no socaven la moral de laraza; del mismo modo, es impropioinmiscuir la religión en manejos depolítica partidista.

Cuando dignatarios de la Iglesia sesirven de instituciones y doctrinas paradañar los intereses de su propianacionalidad, jamás debe seguirse elmismo camino ni combatírseles coniguales armas.

Las doctrinas e institucionesreligiosas de un pueblo debe respetarlasel Führer político como inviolables; delo contrario, debe renunciar a serpolítico y convertirse en reformador, sies que para ello tiene capacidad.

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Un modo de pensar diferente, en esteorden conduciría a una catástrofe,particularmente en Alemania.

Estudiando el movimientopangermanista y su lucha contra Roma,llegué en aquellos tiempos, y aún mástodavía en el transcurso de añosposteriores, a la persuasión de que lapoca comprensión revelada por elmovimiento para el problema social, lehizo perder el concurso de la masa delpueblo de espíritu verazmentecombativo. Ingresar en el parlamentosignificóle sacrificar su poderosoimpulso y gravarlo con todas las taraspropias de aquella institución; su acción

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contra la iglesia católica lo habíadesacreditado en numerosos sectores dela clase media y también de la clasebaja, restándole así infinidad de losmejores elementos de la nación.

***

Allí donde el movimientopangermanista cometía errores, laactitud del partido cristianosocial eraprecisa y sistemática.

Este conocía la importancia de lasmasas y logró asegurarse por lo menosel apoyo de una parte de ellas,subrayando públicamente desde un

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comienzo el carácter social de sutendencia. Evitaba toda controversia conlas instituciones religiosas y así le fueposible asegurarse el apoyo de unaorganización tan poderosa como laIglesia. También reconoció laimportancia de una propaganda amplia ehízose especialista en el arte de influiren el ánimo de la gran masa de susadeptos.

El hecho de que a pesar de su fuerza,este partido no fue capaz de alcanzar elanhelado propósito de salvar a Austria,se explica por los errores de método ensu acción, y también por la falta declaridad en los fines que perseguía.

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El anti-semitismo del partidocristiano-social se fundaba enconcepciones religiosas y no enprincipios racistas. La misma causadeterminante de este primer errorconstituía el origen del segundo. Si elpartido cristiano-social quiere salvar aAustria —decían sus fundadores— nopuede invocar el principio racista,porque eso significaría provocar encorto tiempo la disolución general delEstado. Según la opinión de los«leaders» del partido, la situaciónexigía, ante todo en Viena, evitar en loposible incidencias disociadoras y másbien fomentar todos los motivos que

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tendían a la unificación.Ya en aquella época, Viena estaba

tan saturada de elementos extranjeros,especialmente de checos, que tratándosede problemas relacionados con lacuestión racial, sólo una marcadatolerancia podía mantenerlos adictos aun partido que no era antigermanista porprincipio. El propósito de salvar aAustria imponía no renunciar alconcurso de esos elementos; así es cómomediante una lucha de oposición contrael sistema liberalista de Manchester, seintentó ganar ante todo a los pequeñosartesanos checos, representados en grannúmero en Viena; pensábase que de esta

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manera, por encima de todas lasdiferencias raciales de la vieja Austria,habríase encontrado un lema para lalucha contra el judaísmo desde el puntode vista religioso.

Es claro que una acción contra losjudíos sobre una base semejante podíacausarles a éstos sólo una relativainquietud, pues, en el peor de los casos,un chorro de agua bautismal era siemprecapaz de salvar al judío y su comercio.

Abordada la cuestión tansuperficialmente, jamás podía llegarse aun serio y científico análisis delproblema fundamental y sólo seconseguía apartar a muchos de los que

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no concebían un antisemitismo de esascaracterísticas.

Este modo de hacer las cosas amedias anulaba el mérito de laorientación antisemita del partidocristiano-social. Era un pseudo anti-semitismo de efectos máscontraproducentes que provechosos; seadormecía despreocupadamentecreyendo tener al adversario cogido porlas orejas mientras en realidad era éstequien tenía al contrario sujeto por lanariz.

Si el Dr. Carl Lueger hubiese vividoen Alemania, se le habría colocado entrelas primeras cabezas de nuestro pueblo,

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pero el hecho de haber actuado en unEstado imposible como era Austriaconstituyó la ruina de su obra y la suyapropia. Cuando murió, ya empezaron aarreciar llamaradas en los balcanes, demodo que el destino clemente le ahorróver aquello que él había creído poderevitar.

Empeñado en buscar las causas de laincapacidad de uno de los movimientosy las del fracaso del otro, llegué a laíntima persuasión de que a parte de laimposibilidad de poder aun lograr unaconsolidación del Estado austríaco,ambos partidos habían incurrido en lossiguientes errores:

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En principio, el movimientopangermanista tenía, indudablementerazón en su propósito de regeneraciónalemana, pero fue infeliz en la elecciónde sus métidos. Había sido nacionalista,mas, por desgracia, no losuficientemente social para ganar en sufavor el concurso de las masas. Suantisemitismo descansaba sobre unajusta apreciación de la trascendencia delproblema racista y no sobreconcepciones de índole religiosa. Encambio su lucha contra una determinadaconfesión — contra Roma— era erradaen principio y falsa tácticamente.

El movimiento cristiano-social

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poseía una concepción vaga acerca de lafinalidad de un resurgimiento alemán,pero como partido demostró habilidad ytuvo suerte en la selección de susmétodos; conocía la importancia de lacuestión social, pero erró en su luchacontra el judaísmo y no tenía la menornoción del poder que encarnaba la ideanacionalista.

***

Mi antipatía contra el Estado de losHabsburgo creció cada vez más enaquella época. Estaba convencido deque este Estado tenía que oprimir y

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poner obstáculo a todo representanteverdaderamente eminente delgermanismo y sabía también que,inversamente, favorecía todamanifestación anti-alemana.

Repugnante me era el conglomeradode razas reunidas en la capital de lamonarquía austríaca; repugnante esapromiscuidad de checos, polacos,húngaros, rutenos, servios, croatas, etc.y, en medio de todos ellos, a manera deeterno bacilo disociador de lahumanidad, el judío y siempre el judío.

Todas estas razones provocaron enmí el deseo cada vez más ferviente dellegar finalmente allí, adonde desde mi

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juventud me atraían anhelos secretos eíntimas afecciones.

Confiaba en hacerme más tarde unnombre como arquitecto y así ofrecerlea la nación leales servicios dentro delmarco —pequeño o grande— que eldestino me reservase. Finalmente,aspiraba a estar entre aquéllos quetenían la suerte de vivir y actuar allídonde debía cumplirse un día el másfervoroso de los anhelos de mi corazón:la anexión de mi querido terruño a lapatria común: el Reich Alemán.

Pero Viena debió ser y quedar paramí simbolizando la escuela más dura y ala vez la más provechosa de mi vida.

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Había llegado a esta ciudad cuandoera todavía adolescente y me marchabaconvertido en un hombre taciturno yserio.

Allí asimilé, en general, losfundamentos para una concepciónideológica y, en particular, un método deanálisis político; posteriormente, jamásme abandonaron esos conocimientos, nohaciendo después otra cosa más quecompletarlos. Por esto me he ocupadoaquí más detalladamente de aquellaépoca que me proporcionó el primermaterial de estudio, precisamente enaquellos problemas que son básicosdentro de nuestro partido, el cual

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surgiendo de los más modestosprincipios, tiene ya hoy[I] apenastranscurridos cinco años, lascaracterísticas de un gran movimientopopular. No sé cuál sería ahora mi modode pensar respecto al judaísmo, lasocial-democracia —mejor dicho, todoel marxismo— el problema social, etc.,si ya en mi juventud, debido a los golpesdel destino y gracias a mi propioesfuerzo, no hubiese alcanzado acimentar una sólida base ideológicapersonal.

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Munich

En la primavera de 1912 me trasladédefinitivamente a Munich.

¡Una ciudad alemana! ¡Quédiferencia de Viena! Me descomponía lasola idea de pensar lo que era aquellaBabilonia de razas. En Munich el modode hablar era muy parecido al mío y merecordaba la época de mi juventud,especialmente al conversar con gentesde la Baja Baviera. Había, pues, milcosas que me eran o que se me hicieronqueridas y apreciadas. Pero lo que másme subyugó fue el maravilloso enlace de

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fuerza nativa con el fino ambienteartístico de la ciudad, es decir, eso quese puede observar en la perspectivaúnica que se ofrece desde laHofbräuhaus al Odeón y desde lapradera de la Oktoberfest a laPinacoteca, etc. Y si hoy tengopredilección por Munich como enningún otro lugar en el mundo, es sinduda porque esa ciudad estáindisolublemente ligada a la evoluciónde mi propia vida.

Aparte de la práctica de mi trabajocotidiano, en Munich volvió ainteresarme, sobre todo, el estudio delos sucesos políticos de actualidad y,

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particularmente, aquéllos relacionadoscon la política externa. Estos últimosconsiderados a través de la políticaaliancista alemana con Austria e Italia,que ya desde mi permanencia en Vienaera conceptuada por mi como un totalerror.

En Austria, los únicos partidarios dela idea de la alianza eran los Habsburgoy los austroalemanes. Los Habsburgo,por frío cálculo y necesidad, y losalemanes de allá por buena fe y poringenuidad política; por buena fe,porque creían que con la Triple Alianzase le prestaría al Reich Alemán en sí ungran servicio, contribuyendo a garantizar

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su seguridad y su potencia; poringenuidad política, porque nosolamente su esperanza era irrealizable,sino porque, por el contrario, cooperabamás bien con ello a encadenar al Reich aun Estado ya cadavérico, que más tardedebía arrastrar al abismo a ambospaíses. Y era ingenuidad, ante todo,porque los austroalemanes, en virtud deaquella alianza, fueron cayendo cada vezmás en el proceso de ladesgermanización.

Si en Alemania se hubiese estudiadocon mayor claridad la historia y lapsicología de los pueblos, seguramentenunca se hubiera podido creer que un

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día llegasen a formar un frente común elQuirinal y la Corte de los Habsburgo.Italia se hubiese convertido en un volcánantes que un gobierno suyo se atrevieraa movilizar —salvo que fuese comoadversario— ni un solo italiano a favordel tan fanáticamente odiado Estado delos Habsburgo. Más de una vez fui enViena mismo testigo del apasionadodesprecio y del odio profundo con queel italiano se hallaba «ligado» al EstadoAustríaco. Demasiado grande paraolvidarlo —aunque se hubiese querido— era el pecado que la casa de losHabsburgo cometió en el curso de lossiglos, atentando contra la libertad y la

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independencia italianas. La voluntad deolvidar aquello no existía ni en el ánimodel pueblo ni en el del Gobierno. Poreso para Italia existían sólo dosposibilidades de convivencia conAustria; o la alianza o la guerra.Eligiendo lo primero, podía Italiaprepararse tranquilamente para losegundo.

La política aliancista de Alemaniaresaltó como absurda y peligrosa sobretodo desde el momento en que lasrelaciones entre Rusia y Austria seaproximaban más y más a la posibilidadde un conflicto bélico.

¿Cuál fue por último la razón para

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concertar una alianza con Austria?Ciertamente no fue otra que la de velarpor el futuro del Imperio alemán encondiciones distintas a lo que habríasido estando éste solo. Mas, ese futurodel Reich no podría ser otro que elmantenimiento de la posibilidad desubsistencia del pueblo alemán.

El problema, por lo tanto, se reducíaa lo siguiente: ¿Cómo acondicionar lavida de la nación alemana hacia unfuturo factible y cómo darle a eseproceso los fundamentos indispensablesy la necesaria seguridad dentro delmarco de las relaciones generales delpoderío europeo?

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Analizadas con claridad lascondiciones inherentes a la actividad dela política externa alemana, se debíallegar a esta conclusión: Alemaniacuanta anualmente con un aumento depoblación que asciende, más o menos, a900.000 almas, de manera que ladificultad de abastecer la subsistenciade este ejército de nuevos súbditos tieneque ser año tras año mayor, para acabarun día catastróficamente si es que no sesabe encontrar los medios de prevenir atiempo el peligro del hambre.

Cuatro era los caminos a elegir paracontrarrestar un desarrollo de tanfunestas consecuencias:

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1.º Siguiendo el ejemplo de Francia,se podía restringir artificialmente lanatalidad y de este modo evitar unasuperpoblación. La naturaleza mismasuele también oponerse al aumento depoblación en determinados países o enciertas razas, y esto en épocas dehambre o por condiciones climáticasdesfavorables, así como tratándose de laescasa fertilidad del suelo. Por ciertoque la naturaleza obra sabiamente y sincontemplaciones; no anula propiamentela capacidad de procreación, pero sí seopone a la conservación de la prole alsometer a ésta a rigurosas pruebas yprivaciones tan arduas, que todo el que

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no es fuerte y sano, vuelve al seno de lodesconocido. El que sobrevive a pesarde los rigores de la lucha por laexistencia, es entonces mil vecesexperimentado, fuerte y apto para seguirgenerando, de tal suerte que el procesode la selección puede empezar de nuevo.La disminución del número implica asíla vigorización del individuo y con ello,finalmente, la consolidación de la raza.

Otra cosa es que el hombre por símismo se empeñe en restringir sudescendencia y haga que, en lugar de lalucha por la vida —que solo deja en pieal más fuerte y al más sano-surja, enlógica consecuencia, el prurito de

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«salvar» a todo trance también al débil yhasta el enfermo, cimentando el germende una progenie que irá degenerandoprogresivamente, mientras persista eseescarnio de la naturaleza y sus leyes.

Eso quiere decir que quien creeasegurar la existencia al pueblo alemán,por medio de una limitación voluntariade la natalidad, le roba a ésteautomáticamente el porvenir.

2.º Un segundo camino era aquél queaún hoy oímos proponer y ensalzar condemasiada frecuencia: la colonizacióninterior. Se trata aquí de una idea bienintencionada de muchos, pero al propiotiempo mal interpretada por los más y

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capaz de ocasionar el mayor de losdaños imaginables.

Indudablemente, la productividad deun determinado suelo es susceptible deser acrecentada hasta un cierto límite,pero no más que hasta un cierto límite yde ningún modo indefinidamente.Resultaría entonces, que durante untiempo más o menos largo se podríacompensar el aumento de la poblaciónalemana mediante una intensificacióndel cultivo agrícola y de la consiguientemejora del rendimiento de nuestro suelo;mas, frente a esa posibilidad está elhecho de que generalmente lasnecesidades de la vida aumentan con

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más celeridad que la población misma.Las exigencia del hombre en lo querespecta a alimentación e indumentariason mayores de año en año y no esposible establecer ya un paralelo con loque fueron, por ejemplo, las necesidadesde nuestros antepasados hace cien años.Es, pues, erróneo considerar que todoaumento de la producción supone uncrecimiento de población.

La naturaleza no conoce fronteraspolíticas, sitúa nuevos seres sobre elglobo terrestre y contempla el librejuego de las fuerzas que obran sobreellos. Al que entonces se sobrepone porsu empuje y carácter, le concede el

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supremo derecho a la existencia.Un pueblo que se reduce al plan de

colonización «interior», mientras otrasrazas abarcan extensiones territorialescada vez más dilatadas sobre el globo,veráse obligado a recurrir a lavoluntaria restricción de su natalidad,precisamente en una época en que losdemás pueblos sigan multiplicándosepermanentemente. Como sensiblementepor lo general, las naciones máscapacitadas o mejor dicho las únicasque representan razas de valía cultural yque son conductoras de todo el progresohumano, renuncian, en su alucinaciónpacifista, a la adquisición de nuevos

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territorios, bastándoles con su«colonización interna», en tanto queotras naciones de nivel inferior sabenasegurarse potestad sobre enormesdominios coloniales, tendría quellegarse a la lógica conclusión de que elmundo será un día dominado por aquellaparte de la humanidad culturalmenterezagada, pero que es capaz de unamayor fuerza de acción.

Jamás podrá insistirse lo bastante enaquello de que toda colonización internaalemana está en primer términodestinada sólo a corregir anomalíassociales y a evitar que el suelo seaobjeto de la especulación general.

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Con lo anteriormente anotado,quedarían todavía por mencionarse dosmedios conducentes a garantizar pan ytrabajo para la población alemana encontinuo aumento.

3.º Podrían adquirirse nuevosterritorios para ubicar allí anualmente elsuperávit de millones de habitantes y deeste modo mantener la nación sobre labase de la propia subsistencia.

4.º O bien decidirse a hacer quenuestra industria y nuestro comercioproduzcan para el consumo extranjero,dando la posibilidad de vivir a costa delos beneficios resultantes.

No quedaba, pues, por elegir más

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que entre la política territorial o lacolonial y comercial.

Estas dos posibilidades fueronconsideradas, estudiadas, preconizadasy también combatidas desde muydiversos puntos de vista hasta quefinalmente se optó por la última de ellas.

Ciertamente que la más convenientede ambas hubiera sido la primera.

La adquisición de nuevos territorioscolonizables, para el excedente denuestra población, ofrece infinidad deventajas, ante todo sí se tiene en cuentael porvenir y no el presente.

Indudablemente una tal políticaterritorial por parte de Alemania no

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puede llenar su cometido, en elCamerún, por ejemplo, pero si esposible, y hoy día casi exclusivamente,en Europa. Muchos Estados europeossemejan en la actualidad una pirámideinvertida. Su superficie territorial enEuropa es de proporcionessencillamente ridículas en relación a susdominios coloniales, su comercioexterior, etc. Bien se puede decir: elvértice en Europa y la base en el mundoentero, contrariamente a lo que ocurrecon los Estados Unidos de NorteAmérica, cuya base radica en su propiocontinente no tocando el resto delmundo, sino por su vértice. De allí

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emana la enorme potencialidad de estanación y, tratándose de Europa, laescasa vitalidad de muchos paíseseuropeos con inmensos dominioscoloniales.

El caso de Inglaterra mismo noprueba lo contrario, pues al considerarel Imperio Británico, se suele muyfácilmente dejar de asociar la existenciadel mundo anglosajón. Desde luego, lasituación de Inglaterra, por el solo hechode su comunidad de cultura y lengua conlos Estados Unidos de Norte América,no es susceptible de compararse con lade ningún otro país europeo.

En consecuencia, al única

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posibilidad hacia la realización de unasana política territorial reside paraAlemania en la adquisición de nuevastierras en el continente mismo. Lascolonias no responden a ese propósito sies que no se prestan para ser pobladasen gran escala por elementos europeos.En el siglo XIX ya no era posibleadquirir por medios pacíficos zonasapropiadas a la colonización. Unapolítica colonial semejante habría sido,pues, sólo factible si se empeñaba unatenaz lucha, que en realidad habríaresultado más provechosa aplicada aadquirir territorios en el propiocontinente y no en los países de

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ultramar.Y si esa adquisición quería hacerse

en Europa, no podía ser en resumen sinóa costa de Rusia.

Por cierto que para una política deesa tendencia, había en Europa un soloaliado posible: Inglaterra.

Únicamente contando con el apoyode este país, hubiese podido darsecomienzo a la nueva cruzada delgermanismo. El derecho, a invocarse eneste caso, no habría sido menosjustificado que el de nuestrosantepasados.

Para ganar la aquiescencia inglesaningún sacrificio pudo haber sido

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demasiado grande. La cuestión hubierasido renunciar a posesiones coloniales ya la aspiración del poderío marítimo,ahorrándole así la lucha de competenciaa la industria británica.

Solamente una orientación fija yclara era capaz de conducir a eseresultado. Renunciar al comerciomundial y a las colonias; renunciar amantener una marina alemana de guerray concentrar en cambio toda lapotencialidad militar del Estado en elejército. Naturalmente que laconsecuencia inmediata podría habersido una momentánea limitación, pero sehubiera tenido la garantía de un porvenir

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grande y poderoso.Hubo un momento en que Inglaterra

habría estado dispuesta a tratar lacuestión, puesto que comprendíaperfectamente que Alemania, en vistadel creciente aumento de su población,se vería obligada a buscar una soluciónpara su problema y encontrarla, ya seacon Inglaterra en Europa o sin Inglaterraen el mundo.

Fue seguramente bajo esta impresiónque a fines del siglo pasado se intentódesde Londres un acercamiento haciaAlemania. Por primera vez púsoseentonces de manifiesto eso que en losúltimos años hemos podido observar en

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Alemania en forma realmente alarmante:Se sentía desagrado a la sola idea deque tendrían que sacar para Inglaterralas «castañas del fuego», como si algunavez se hubiese dado el caso de unaalianza sobre una base que no fuese lade la recíproca conveniencia. Y conInglaterra no era difícil llegar a unanegociación semejante. La diplomaciainglesa fue siempre lo suficientementeinteligente para no ignorar que todaconcesión supone reciprocidad.

Imagínese por un momento la enormetrascendencia que para Alemania habríatenido el que una hábil política exterioralemana hubiese adoptado el «rol» que

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el Japón se adjudicó en 1904.Jamás se hubiera producido una

«conflagración mundial».Pero sensiblemente no se optó por

seguir ese camino.En pie quedaba ya únicamente la

cuarta posibilidad enunciada: industria ycomercio mundial, poderío marítimo ydominio colonial.

Si una política territorial europeaera sólo factible contra Rusia, teniendoa Inglaterra como aliada, inversamente,una política colonial de expansión y decomercio mundial, era únicamenteconcebible en contra de Inglaterra, conel apoyo de Rusia. Mas, en tal caso

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debíanse asumir las consecuencias sincontemplación alguna y, ante todo,desentenderse cuanto antes de Austria.

Considerada desde todo punto devista, fue para Alemania, ya a fines delsiglo pasado, una incalificable locura laalianza con Austria.

Pero no se había pensado en ningúnmomento aliarse con Rusia en contra deInglaterra, ni mucho menos conInglaterra en contra de Rusia, pues,ambos casos hubieran significado a lapostre, la guerra. Y precisamente paraevitarla, se resolvió optar por la políticadel comercio y de la industria. En elpropósito de la «conquista pacífico-

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económica» del mundo, se creyó tener lareceta para acabar de una vez parasiempre con la política de violenciaempleada hasta entonces. Es probableque algunas veces no se estuviera tanseguro del camino elegido,especialmente cuando de tiempo entiempo llegaban desde Inglaterraamenazas inexplicables. A esto se debióque Alemania se decidiera a construiruna flota de guerra, no destinada aagredir ni destruir el poderío británico,sino simplemente a «defender» lamencionada «paz universal» y laconquista «pacífica» del mundo. De ahíque esa flota fuese creada bajo una

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escala en todo sentido más modesta quela de Inglaterra, no sólo en el número deunidades, sino también en loconcerniente al desplazamiento de éstasy su armamento, dejando entrevertambién aquí la intención realmente«pacífica» que se abrigaba.

El tema de la «conquista pacífico-económica» del mundo fueindudablemente el mayor de losabsurdos entronizados como principiodirectriz de la política del Estado.Semejante contrasentido se hizo aún másnotable por la circunstancia de nohaberse vacilado en tomar a Inglaterracomo referencia para la posibilidad de

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llevar a cabo una tal conquista. El dañocon que, por su parte, contribuyeron aocasionarnos nuestra concepción tanacadémica de la Historia y la rutinariaenseñanza de la misma, jamás podrá serreparado y constituye la pruebaincontestable, de que infinidad de gentes«aprenden» historia sin entenderla nimucho menos poderla interpretar. Debióverse en la política de Inglaterra larefutación evidente de aquella teoría;pues ningún otro país supo prepararmejor ni más brutalmente que Inglaterrasus conquistas económicas valiéndosede la espada, para después defenderlasresueltamente. ¿No es acaso típica

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característica del arte de gobiernobritánico sacar de su poder políticobeneficios económicos y viceversa:transformar sin demora toda nuevaconquista económica en poderíopolítico? Y qué error es el suponer queInglaterra misma fuese quizá demasiadocobarde para arriesgar la propia sangrea favor de su política económica. El quela nación inglesa careciese de unejército constituido por el pueblo, noprobó en modo alguno lo contrario;porque en esto no depende la situaciónde la forma que tenga la instituciónarmada en sí, sino más bien ante todo,de la decisión y voluntad con que es

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puesta en acción en el momento dado.Inglaterra contó en todo tiempo con elabastecimiento bélico indispensable asus necesidades y luchó siempre conaquellas armas que el éxito exigía. Sesirvió de mercenarios, mientras losmercenarios bastaron y apeló tambiénresueltamente al concurso de la sangrede los mejores elementos de la nacióncuando ya no quedaba otro medio queese sacrificio para asegurar la victoria.Pero siempre quedó invariable sudecisión para la lucha, junto a latenacidad y la inflexible conducción dela misma.

Recuerdo claramente el gran

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asombro que se reflejó en las fisonomíasde mis camaradas, cuando en Flandesnos vimos por primera vez, cara a cara,con los «tommíes». Después de losprimeros combates cada uno de nosotrospudo convencerse de que aquellosescoceses nada tenían de común conaquellos otros que se tenía a biencaracterizar en nuestras hojashumorísticas y en las informaciones deprensa.

***

Bastaba considerar la insensatez deesta política de conquista «pacífico-

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económica» del mundo para percatarse,igualmente a todas luces, del absurdoque entrañaba la Triple Alianza.

El valor de la Triple Alianza era yapsicológicamente insignificante, porquela consistencia de una alianza tiende adisminuir en la misma proporción en queella se concreta al sólo mantenimientode un estado de cosas existente; mientrasque en el caso inverso, una alianza serátanto más fuerte cuanto mayor sea laexpectativa de las partes contrayentespor lograr finalidades tangibles y decarácter expansivo, gracias a esaalianza. Aquí, como en todo, la pujanzano radica en la acción defensiva sino en

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el ataque.Para Alemania fue una suerte que la

guerra de 1914 viniera indirectamentepor el lado de Austria, de manera quelos Habsburgo se vieron así compelidosa tomar parte en ella; si hubieseocurrido lo contrario, Alemania sehabría quedado sola.

Muy pocos en aquella épocapudieron darse cuenta de la magnitud delos peligros y las dificultades que trajoconsigo la alianza con la monarquía delDanubio. En primer término, Austriatenía demasiados enemigos, ansiosos deheredar los despojos de aquel decrépitoEstado y no era de extrañar que en el

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transcurso del tiempo hubiera nacido uncierto odio contra Alemania,considerando a ésta como el obstáculopara la tan esperada y anhelada ruina dela monarquía austríaca. Se había llegadoa la conclusión de que sólo se podíallegar a Viena pasando por Berlín.

En segundo término, Alemaniaperdió, gracias a esta política suya, lasmejores y más auspiciosas posibilidadesde pactar otras alianzas. En efecto, enlugar de éstas, se produjo una situaciónde creciente tensión con Rusia y hastacon Italia misma; sin embargo, en Romala opinión general se mostraba favorablea Alemania, en tanto que en el corazón

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del último italiano fermentaba —ymuchas veces llegaba a desbordarse—un sentimiento hostil hacia Austria.

Por último, en tercer lugar, estaalianza debía entrañar en el fondo ungrave peligro para Alemania, si se tieneen cuenta la circunstancia de quecualquier potencia europea realmenteadversa al Reich de Bismark, podía entodo tiempo lograr con facilidad lamovilización de una serie de Estadoscontra Alemania, ofreciéndoles a éstosventajas materiales a costa de losaliados de Austria. Contra la monarquíadel Danubio estaban predispuestos todoslos países de la Europa Oriental, pero

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Italia y Rusia en grado superlativo.Ya en los contados pequeños

círculos que frecuentaba yo en Munich,no oculté jamás mi convicción de queesa infeliz alianza con un Estadodestinado fatalmente a la ruina, iba aconducir también al desastrecatastrófico de Alemania, si es que éstano sabía desligarse a tiempo de aquélla.Tampoco dudé ni un momento de aquellami firme persuasión cuando el estallidode la guerra mundial pareció haberanulado toda reflexión y cuando eldelirio del entusiasmo cívico absorbíahasta a aquellos estratos oficiales paralos cuales no debió existir otra cosa que

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un frío cálculo de la realidad. Aúnhallándome en la línea de fuego, sostuvesiempre mi opinión, siempre que setrataba del problema, de que la alianzaaustro-alemana debía ser disuelta (ycuanto antes lo fuera, tanto mejor paraAlemania) y también que como tributo aello, la monarquía de los Habsburgo nosignificaría ningún sacrificio comparadocon la posibilidad de obtener de esemodo una disminución en el número delos adversarios de la nación alemana;pues no había sido para defender unadinastía corrupta, sino para salvar a lanación alemana, para lo que millones dehombres llevaban el casco de acero.

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En varias ocasiones, antes de laguerra, se tuvo la impresión de que, porlo menos en uno de los sectorespolíticos de Alemania, cundía ciertaduda sobre la conveniencia de lapolítica aliancista seguida por elGobierno. De cuando en cuando loscírculos conservadores alemanesdejaban oír su voz de prevención contrael exceso de confianza existente, peroesto, como todo lo razonable, debió caeren el vacío.

***

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Con la marcha triunfal de la técnicay de la industria alemanas y por otraparte con el creciente desarrollo delcomercio, fue desapareciendo cada vezmás la noción de que todo esto sólo eraposible bajo la égida de un Estadopoderoso. Por el contrario, hasta sehabía llegado en muchos círculos asostener la convicción de que el Estadomismo debía su existencia a esasmanifestaciones y que representaba, enprimer término una institucióneconómica regida de acuerdo aprincipios económicos y, por lo tanto,dependiente también en su conjunto de laeconomía; en total, un estado de cosas

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que se ponderaba como el mejor y elmás natural del mundo.

El Estado nada tiene que ver con uncriterio económico determinado o conun proceso de desarrollo económico.

Tampoco constituye una reunión degestores financieros económicos en uncampo de actividad con límitesdefinidos que tiende a la realización decometidos económicos, sino que es laorganización de una comunidad de seresmoral y físicamente homogéneos, con elobjeto de mejorar las condiciones deconservación de su raza y así cumplir lamisión que a esta le tiene señalada laProvidencia. Esto y no otra cosa

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significan la finalidad y la razón de serde un Estado.

El Estado judío no estuvo jamáscircunscrito a fronteras materiales; suslímites abarcan el universo, peroconciernen a una sola raza. Por eso elpueblo judío formó siempre un Estadodentro de otro Estado. Constituye uno delos artificios más ingeniosos de cuantosse han urdido, hacer aparecer a eseEstado como una «religión» y asegurarlede este modo la tolerancia que elelemento ario está en todo momentodispuesto a conceder a un dogmareligioso. En realidad la religión deMoisés no es más que una doctrina de la

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conservación de la raza judía. De haíque ella englobe casi todas las ramasdel saber humano convenientes a suobjetivo, sean éstas de ordensociológico, político o económico.

***

Toda vez que el poder político deAlemania experimentaba un cambioascendente, la situación económicamejoraba también; pero cuando laactividad económica se convertía en elobjetivo exclusivo de la vida nacional,ahogando virtudes idealistas, el Estadosufría un derrumbamiento, para arrastrar

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luego consigo a la economía.Si uno se preguntase, cuáles son en

realidad las fuerzas que crean o que, porlo menos, sostienen un Estado, podríase,resumiendo, formular el siguienteconcepto: Espíritu y voluntad desacrificio del individuo en pro de lacolectividad. Que estas virtudes nadatienen de común con la economía, fluyede la sencilla consideración de que elhombre jamás va hasta el sacrificio poresta última, es decir, que no se muerepor negocios, pero sí por ideales.

La persuasión dominante en la épocade la anteguerra, de que al puebloalemán podía serle factible acaparar el

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mercado mundial o llegar hastaconquistar el mundo, por mediospacíficos, fue un signo clásico de haberdesaparecido las virtudes realmenteconformadoras y sostenedoras delEstado, así como también los resultantesde esas virtudes: discernimiento, fuerzade voluntad y espíritu de acción. Elcorolario de tal estado de cosas debióser la guerra mundial y susconsecuencias.

***

Meditando infinidad de veces sobretodos estos problemas que se me

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revelaron a través de mi modo de pensarcon respecto a la política aliancistaalemana y a la política económica delReich en los años de 1912 a 1914,puede darme cuenta cada vez másclaramente de que la clave de todoestaba en aquel poder que, ya antes,conociera en Viena, pero desde puntosde partida muy diferentes al actual: ladoctrina y la ideología marxistas, asícomo la influencia de su acciónorganizada.

Por segunda vez en mi vida debíengolfarme en el estudio de esta doctrinademoledora pero con la circunstancia deque esta vez dediqué mi atención al

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propósito de dominar ese flagelomundial. Estudié el sentido, la acción yel éxito de las leyes de emergencia deBismarck, del mismo modo que sometíde nuevo a un riguroso examen larelación existente entre el marxismo y eljudaísmo.

En diversos círculos, que en partesostienen hoy lealmente la causanacionalsocialista, empecé, en los añosde 1913 y 1914, a poner de manifiesto laconvicción que me animaba de que elproblema capital para el porvenir deAlemania, residía en la destrucción delmarxismo-La desgraciada políticaalemana de alianzas se me reveló como

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una de las muchas consecuenciasderivadas de la obra disociadora de estadoctrina. Lo espeluznante eraprecisamente el hecho de que el venenomarxista estaba minando casiinsensiblemente la totalidad de losprincipios básicos propios de una sanaconcepción del Estado y de la economíanacional, sin que los afectados mismosse percatasen en lo más mínimo delgrado extremo en que su proceder era yaun reflejo de esa ideología que solíaimpugnarse enérgicamente. Tambiénalgunas veces se ensayó un tratamientocontra la endemia reinante, pero casisiempre confundiendo los síntomas con

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la causa misma, y como esta última nose conocía o no se quería conocer, lalucha contra el marxismo obraba cual laterapéutica en un charlatan.

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La guerra mundial

Nada me había contristado tanto enlos agitados años de mi juventud comola idea de haber nacido en una épocaque parecía erigir sus templos de gloriaexclusivamente para comerciantes yfuncionarios. Las fluctuaciones de lahistoria universal daban la impresión dehaber llegado a un grado tal deaplacamiento, que bien podía creerseque el futuro pertenecía realmente sólo ala «competencia pacífica de lospueblos» o lo que es lo mismo, a unatranquila y mutua ratería con exclusión

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métodos violentos de defensa. Losdiferentes Estados iban asumiendo cadavez más el papel de empresas que sesocavaban recíprocamente y quetambién recíprocamente se arrebatabanclientes y pedidos, tratando deaventajarse los unos a los otros portodos los medios posibles, y todo estoen medio de grandes e inofensivosaspavientos. Semejante evolución nosolamente parecía persistir, sino que porrecomendación universal debía tambiénen el futuro transformar el mundo en unúnico gigantesco bazar en cuyos halls secolocarían, como signos de lainmortalidad, las efigies de los

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especuladores más refinados y de losfuncionarios de administración másdesidiosos. De vendedores podían hacerlos ingleses, de administradores losalemanes, y de propietarios no otros,por cierto, que los judíos.

¿Por qué no nací unos cien añosantes, V. Gr. En la época de las guerraslibertarias, en que el hombre valíarealmente algo, aún sin tener un«negocio»?

***

Cuando en Munich se difundió lanoticia del asesinato del Archiduque

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Francisco Fernando (estaba en casa y oísólo vagamente lo ocurrido) me invadióen el primer momento el temor de quetal vez el plomo homicida procediese dela pistola de algún estudiante alemánque, irritado por la constante labor deeslavización que fomentaba el herederodel trono austríaco, hubiese intentadosalvar al pueblo alemán de aquelenemigo interior. No era difícilimaginarse cual hubiera podido ser laconsecuencia de esto: una nueva era depersecuciones que para el mundo enterohubieran sido «justificadas» y de«fundado motivo». Pero cuando pocodespués me enteré del nombre de los

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supuestos autores del atentado y supe,además, que se trataba de elementosservios, me sentí sobrecogido de horrorante la realidad de esa venganza deldestino insondable.

El amigo más grande de los eslavoscayó bajo el plomo de un fanáticoeslavo.

El que en los años anteriores alatentado hubiese tenido ocasión deestudiar detenidamente el estado de lasrelaciones entre Austria y Serbia, nopodía dudar ni un instante de que lapiedra había empezado a rodar y que yaera imposible detenerla.

Es injusto hacer pesar hoy críticas

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sobre el gobierno vienés de entoncesacerca de la forma y del contenido de suultimátum a Serbia. Ningún poder en elmundo hubiese podido obrar de otromodo, en igualdad de circunstancias ycondiciones. Austria tenía en su fronteraSudeste un irreconciliable enemigo queprovocaba sistemáticamente a lamonarquía de los Habsburgo y que nohabría cejado jamás hasta encontrar elmomento preciso para la ansiadadestrucción del imperio austro-hungaro.Había sobrada razón para suponer queel caso se produciría a más tardar con lamuerte del viejo emperador FranciscoJosé.

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Evidentemente es injusto atribuirlesa los círculos oficiales de Viena elhaber instado a la guerra, pensando quequizá se hubiera podido evitar todavía.Esto ya no era posible; cuando más sehabría podido aplazar por uno o dosaños.

Pero en esto residía precisamente lamaldición que pesaba sobre ladiplomacia alemana y también sobre laaustríaca, que siempre tendía a dilatarlas soluciones inevitables para luegoverse obligadas a actitudes decisivas enel momento menos oportuno. Puédeseestar seguro de que una nueva tentativapara salvar la paz habría conducido tan

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sólo a precipitar la guerra seguramenteen una época todavía más desfavorable.

La socialdemocracia se habíaempeñado desde decenios atrás enrealizar la más infame agitaciónbelicosa contra Rusia y el partidocatólico, había hecho del Estadoaustríaco, por razones de índolereligiosa, el punto de referencia capitalde la política alemana. Por fín habíallegado el momento de soportar lasconsecuencias de tan absurdaorientación. Lo que vino, debió venirfatalmente. El error del gobiernoalemán, deseando mantener la paz a todacosta, fue el de haber dejado pasar

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siempre el momento propicio para tomarla iniciativa, aferrado como estaba a supolítica aliancista con la que creíaservir a la paz universal y que a lapostre, la condujo únicamente a ser lavíctima de una coalición mundial que, asu ansia de conservar la paz, opuso unainquebrantable decisión de ir a laguerra.

Estalló una gigantesca luchalibertaria, gigantesca como ninguna otraen la Historia. Apenas hubo comenzadola fatalidad, cundió en la gran masa delpueblo la persuasión de que esta vez noiba a tratarse de la suerte aislada deSerbia o de Austria, sino de la

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existencia de la nación alemana.Dos ideas pasaron por mi mente

cuando la noticia del atentado deSarajevo se había difundido en Munich;primero, que la guerra sería al fininevitable y segundo, que al Estado delos Habsburgo no le quedaba otrorecurso que mantener en pie el pacto dealianza con Alemania, pues, lo quesiempre yo más había temido era laposibilidad de que un día la mismaAlemania resultase envuelta en unconflicto, quizá justamente debido a esepacto, pero sin que Austria fuese lacausante directa, de modo que el Estadoaustríaco, por razones de política

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interna, hubiese carecido de la energíasuficiente para adoptar la decisión derespaldar a su aliado. La mayoría eslavadel Imperio austro-hungaro hubieracomenzado inmediatamente a sabotearun propósito tal y hubiese preferido entodo caso precipitar la ruina del Estadoantes que prestarle a su aliado elconcurso a que se hallaba obligado. Enaquella desgraciada ocasión tal peligroestaba eliminado. La vieja austria debíaentrar en acción queriendo o sinquererlo.

Mi criterio personal en cuanto alconflicto era claro y sencillo: Para míAustria no se empeñaba por obtener una

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satisfacción por parte de Servia, sinoque al arrastrar consigo a la naciónalemana la obligaba a luchar por suexistencia, por su autonomía y por suporvenir. La obra de Bismarck debíaponerse a prueba: aquello que nuestrosabuelos había alcanzado en las batallasde Weissenburgo, Sedán, y París a costadel heroico sacrificio de su sangre, teníaque lograrlo ahora de nuevo el jovenReich alemán. Coronadavictoriosamente la lucha, nuestra naciónhabría vuelto a colocarse por virtud desu pujanza exterior en el círculo de lasgrandes potencias. Sólo entonces podríaAlemania constituirse en un poderoso

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baluarte de la paz, sin tener querestringir a sus hijos el pan cotidianopor amor a la paz universal.

***

El 3 de agosto de 1914 presenté unasolicitud directa ante S.M. el Rey LuisIII de Baviera, pidiéndole la gracia deser incorporado a un regimiento bávaro.Seguramente la Cancillería del Gabinetetenía mucho que hacer en aquellos días,por eso fue mayor aun mi alegría cuandoa la mañana siguiente me era dadorecibir la noticia de mi admisión.

Debía, pues, comenzar para mí,

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como por cierto para todo alemán, laépoca más sublime e inolvidable de mivida.

Ahora, ante los sucesos de lagigantesca lucha, todo lo pasado debíahundirse en el seno de la nada.

Y llegó el día en que partimos deMunich rumbo al frente para cumplir connuestro deber. Así vi por primera vez elRhin, cuando a lo largo de su apaciblecorriente nos dirigíamos al Oeste adefender de la ambición del enemigosecular el río de los ríos alemanes.

Después en Flandes, marchandosilenciosamente a través de una nochefría y húmeda y cuando empezaba a

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disiparse las primeras brumas de lamañana, recibimos de súbito el bautismode fuego; los proyectiles —que silbabansobre nuestras cabezas— caían enmedio de nuestras filas azotando elmojado suelo. Pero antes de que laráfaga mortífera hubiera pasado, unhurra de doscientas gargantas salió alencuentro de esos primeros mensajerosde la muerte.

Es muy posible que los voluntariosdel Regimiento List aún no hubiesenaprendido a combatir, pero a morir sihabían aprendido y morían como viejossoldados.

Este fue el comienzo. Y así continuó

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año tras año; más lo romántico de laguerra fue reemplazado por el horror delas batallas. Poco a poco decayó elentusiasmo y el terror a la muerte ahogóel júbilo exaltado de los primerostiempos.

Había llegado la época en que cadauno se debatía entre el instinto de lapropia conservación y el imperativo deldeber. Tampoco yo debí quedar exentode esa lucha interior. Siempre que lamuerte acosaba, un algo indefiniblepugnaba por rebelarse en el individuo,presentándose ante la debilidad humanacomo la voz de la razón y no siendo enverdad más que la tentación de la

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cobardía que, disfrazada así, intentabadoblegar al hombre. Pero cuanto más seempeñaba ese impulso, aconsejandorehuir el peligro y cuanto másinsistentemente trataba de seducir, tantomás vigorosa era la reacción delindividuo, en el que, después de largapugna interior acababa por imponerse laconciencia del deber. Ya en el invierno1915 – 1916 había yo definidoíntimamente el problema: La entereza lohabía dominado todo y así como en losprimeros tiempos fui capaz de lanzarmejubiloso y riendo al asalto, ahora miestado de ánimo era sereno y resuelto.Lo perdurable era precisamente esto. El

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destino podía, pues, ahora someternos alas más severas pruebas sin que nosfallasen los nervios ni perdiéramos larazón. ¡El joven voluntario setransformó en veterano!

La misma evolución se habíaoperado en todo el ejército alemán,experimentado y recio por virtud deleterno batallar.

Ahora, después de dos y tres años delucha constante, saliendo de una batallapara entrar en otra, siemprecombatiendo contra un adversariosuperior en número y armamentos,sufriendo hambre y soportandoprivaciones de todo género, había

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llegado la hora de probar la eficacia deaquel ejército único.

Transcurrirán milenios y jamás sepodrá cantar el heroísmo sin dejar derememorar el ejército alemán de la granguerra. Descorriendo el velo delpasado, emergerá siempre la visión delfrente férreo de los grises cascos deacero frente inquebrantable, firmemonumento de inmortalidad. Y mientrashaya alemanes, nunca olvidarán queaquellos héroes fueron hijos de la patriaalemana.

***

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Entonces era yo soldado y no quisehacer política, pues tampoco el momentoera realmente apropósito para ello. Sinembargo, no pude menos que formarcriterio con respecto de ciertos hechosque afectaban a toda la nación y queparticularmente debían interesarnos anosotros los soldados.

Fue un error incalificable en losprimeros días de agosto de 1914 elhaber tratado de identificar al obreroalemán con el marxismo. En aquelmomento el obrero alemán estaba yadesligado de las garras de esa ponzoña.Se tuvo, sin embargo, la candidez deafirmar que el marxismo se había hecho

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«nacional». El marxismo, cuyo supremoobjetivo es y será siempre ladestrucción de todo Estado nacional nojudío, debió ver con horror que el mesde julio de aquel año el proletariadoalemán al cual tenía cogido en su red,despertó para ponerse hora por hora,con creciente celeridad, al servicio dela patria. En pocos días quedódesvanecida toda la apariencia de eseinfame engaño al pueblo y de unmomento a otro la banda de dirigentesjudíos vióse sola y abandonada, como sino existiera huella del absurdo y deldesvarío que infiltraron en la psicologíade las masas durante 60 años. Fue un

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instante sombrío para los defraudadoresde la clase obrera del pueblo alemán;pero tan pronto como esos dirigentes sepercataron del peligro que corrían,cubriéronse hasta las narices con elmanto de la mentira y fingieronparticipar de la exaltación cívicanacional.

Había llegado el momento dearremeter contra toda la fraudulentacomunidad de estos judíosenvenenadores del pueblo. El deber deun gobierno celoso de su misión, hubierasido —al ver que el obrero alemán sesentía reincorporado a la nacionalidad— acabar despiadadamente con los

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agitadores que minaban la estabilidad dela nación.

Ya que en el frente de batallarendían el tributo de su vida los mejoreselementos de la patria, lo menos que enretaguardia se debía hacer eraexterminar a las sabandijas venenosas.

Pero en lugar de eso fue el mismoEmperador Guillermo II quien tendió lamano a los criminales de siempre e hizoque esos pérfidos de la nación tuviesenla oportunidad de recapacitar y decohesionarse.

Toda concepción ideológica, sea deíndole religiosa o política —es difícil aveces establecer límites en esto— lucha

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menos en sentido negativo por ladestrucción del mundo de ideas deladversario, que en sentido positivo paraimponer el suyo propio. Su lucha enestas condiciones es más un ataque queuna defensa. Desde luego, lleva yaventaja por el simple hecho de precisarsu objetivo que representa el triunfo dela propia idea, en tanto que en el casocontrario, sólo muy difícilmente puededeterminarse a punto fijo cuando esdado considerar como cosa hecha ysegura la finalidad negativa de destruiruna doctrina opuesta.

Todo intento de combatir unatendencia ideológica por medio de la

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violencia está predestinado al fracaso, amenos que la lucha no haya asumido elcarácter de agresión en pro de una nuevaconcepción espiritual. Sólo cuando estánen abierta lucha dos ideologías, puede elrecurso de la fuerza bruta, empleada conpersistencia y sin contemporizaciónalguna, lograr la decisión a favor de laparte a la cual sirve.

He aquí por qué fracasó siempre lalucha contra el marxismo. Esa fuetambién la razón por la que falló y debiófallar a la postre la legislación anti-socialista de Bismarck. Se carecía de laplataforma de una nueva concepciónideológica por cuyo éxito se habría

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podido empeñar la lucha. Pues, aquellode que la farsa de una llamada«autoridad del Estado» o el lema«tranquilidad y orden», constituían labase apropiada para impulsarideológicamente una lucha de vida omuerte, no podía caber en la proverbial«sabiduría» de los altos funcionariosministeriales.

En 1914 hubiera sido realmentefactible una acción eficaz contra lasocialdemocracia, pero la falta absolutade un substituto práctico, hacía dudarsobre el tiempo que habría podidomantenerse la lucha.

En este orden era enorme el vacío

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existente.Mucho antes de la guerra tenía yo

esta opinión y por eso no pudedecidirme a enrolarme en ninguno de lospartidos políticos militantes. En el cursode los sucesos de la guerra se consolidómi criterio gracias a la probadaimposibilidad de empeñar resueltamentela lucha contra la socialdemocracia,lucha para la cual hubiera sido menesterun movimiento de opinión que fuese algomás que un simple partido«parlamentario».

Ante mis camaradas íntimos expuseclaramente mi modo de pensar sobreesta cuestión. Por primera vez surgió

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entonces en mi mente la idea de que undía me ocuparía tal vez de política. Yeste fue justamente el motivo por el cualyo reiteraba en el pequeño círculo demis amigos el propósito de que, pasadala guerra, actuaría como orador político,sin perjuicio de atender a mi trabajoprofesional.

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Propaganda de guerra

Habituado a seguir con marcadaatención el curso de los acontecimientospolíticos, la actividad de la propagandame había interesado siempre en gradoextraordinario. Veía en ella uninstrumento que justamente lasorganizaciones marxistas y socialistasdominaban y empleaban con maestría.Pronto debí darme cuenta de que laconveniente aplicación de recurso de lapropaganda constituía realmente un arte,casi desconocido para los partidosburgueses de entonces. El movimiento

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cristiano-social, especialmente en laépoca de Lueger, fue el único capaz deservirse de ese instrumento con unacierta virtuosidad, lo cual le valiómuchos de sus éxitos.

Durante la gran guerra empezó aobservarse a qué enormes resultadospodía conducir la acción de unapropaganda bien llevada. Aquello quenosotros habíamos descuidado, lo supoexplotar el adversario con increíblehabilidad y con un sentido de cálculoverdaderamente genial. Par mi vidapolítica fue una gran enseñanza lapropaganda de guerra del enemigo.

¿Existió en realidad una propaganda

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alemana de guerra?Sensiblemente debo responder que

no. Todo lo que se había hecho en esteorden fue tan deficiente y erróneo desdeun principio que no reportaba provechoalguno y que a veces llegaba a resultarincluso contraproducente.

Deficiente en la forma,psicológicamente errada en su carácter.Tal es la conclusión a que se llegaexaminando con detenimiento lapropaganda alemana de guerra.

La propaganda es un medio y debeser considerada desde el punto de vistadel objetivo al cual sirve. Su forma, enconsecuencia, tienen que estar

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acondicionada de modo que apoye alobjetivo perseguido. La finalidad por lacual habíamos luchado en la guerra fuela más sublime y magna de cuantas sepuede imaginar para el hombre. Setrataba de la libertad y de laindependencia de nuestro pueblo, setrataba de asegurar nuestra subsistenciaen el porvenir, se trataba del honor de lanación. El pueblo alemán luchó por elderecho a una humana existencia, yapoyar esa lucha debió haber sido elobjetivo de nuestra propaganda deguerra.

En el momento en que los pueblos deeste planeta luchan por su existencia, es

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decir, cuando se les hace inminente elproblema decisivo del ser o no ser,quedan reducidas a la nada lasconsideraciones humanitaristas oestéticas. Por lo que al humanismorespecta, ya Moltke dijo que, en laguerra, radicaba en la celeridad delprocedimiento, es decir, que elhumanitarismo suponía en consecuenciael empleo de los medios de lucha máseficaces, según eso, las armas máscrueles eran humanitarias, si es queaceleraban la consecución de la victoriay sólo eran buenos aquellos métodoscapaces de contribuir a asegurarle a lanación la dignidad de su autonomía.

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En una lucha tal, de vida o muerte,debió haber sido ésta la únicaorientación posible para la propagandade guerra.

Si de eso se hubiesen percatado lasautoridades llamadas responsables,jamás se habría podido caer en lainseguridad de la forma y modo deempleo de aquel recurso, que también esun arma y un arma verdaderamenteterrible, en manos de quien sabeservirse de ella.

Toda acción de propaganda tieneque ser necesariamente popular yadaptar su nivel intelectual a lacapacidad receptiva del más limitado de

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aquellos a los cuales está destinada. Deahí que su grado netamente intelectualdeberá regularse tanto más hacia abajo,cuanto más grande sea el conjunto de lamasa humana que ha de abarcarse. Mascuando se trata de atraer hacia el radiode influencia de la propaganda a todauna nación, como exigen lascircunstancias en el caso delsostenimiento de una guerra, nunca sepodrá ser lo suficientemente prudente enlo que concierte a cuidar que las formasintelectuales de la propaganda sean, enlo posible, simples.

La capacidad de asimilación de lagran masa es sumamente limitada y no

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menos pequeña su facultad decomprensión, en cambio es enorme sufalta de memoria. Teniendo en cuentaestos antecedentes, toda propagandaeficaz debe concretarse sólo a muypocos puntos y saberlos explotar comoapotegmas hasta que el último hijo delpueblo pueda formarse una idea deaquello que se persigue. En el momentoen que la propaganda sacrifique eseprincipio o quiera hacerse múltiple,quedará debilitada su eficacia por lasencilla razón de que la masa no escapaz de retener ni asimilar todo lo quese le ofrece. Y con esto sufre detrimentoel éxito, para acabar a la larga por ser

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completamente nulo.Fue un error fundamental poner en

ridículo al adversario, como lo hacía lapropaganda de las hojas humorísticas deAustria y Alemania; error fundamental,porque el individuo al verse, cuandollegaba el momento, cara a cara con elenemigo, cambiaba por completo deconvicción, lo cual por cierto debiótraer muy graves consecuencias. Bajo laimpresión inmediata de la resistenciaque oponía el adversario, el soldadoalemán se sintió defraudado poraquellos que hasta entonces habíanilustrado su criterio, y en lugar deexperimentar una reacción de mayor

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espíritu combativo o por lo menos unaconsolidación del mismo, se produjo elfenómeno contrario; sobreviniendo unmomentáneo desaliento.

Opuestamente a esto, la propagandade guerra de los ingleses y de losamericanos era psicológicamenteadecuada porque al pintar a losalemanes como a bárbaros, como sifuesen los hunos, predisponían a sussoldados a los horrores de la guerra ycontribuían así a ahorrarlesdecepciones. El arma más temeraria quehubiese podido emplearse contra ellosno les debía entonces parecer más queuna comprobación de lo ya oído,

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acrecentándose de este modo su fe en larectitud de las apreciaciones de sugobierno y ahondando por otra parte sufuror y su odio contra el enemigomaldito.

Así fue como el soldado inglésjamás tuvo la impresión de haber sidofalsamente informado desde su país, muyal contrario de lo que sensiblementeocurría con el soldado alemán, queacabó por rechazar en general como«embustes» las informaciones querecibía desde retaguardia.

La finalidad de la propaganda noconsiste en compulsar los derechos delos demás, sino en subrayar con

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exclusividad el propio, que es el objetode esa propaganda. Error capital fue elde discutir la cuestión de la culpabilidadde la guerra considerando que no sóloAlemania era la responsable delestallido de la catástrofe. Mejor sehabría obrado imputando totalmente laculpa al enemigo, aún en el caso de queAlemania hubiese sido verdaderamenteculpable lo cual, en realidad, no eracierto.

La masa del pueblo es incapaz dedistinguir dónde acaba la injusticia delos demás y dónde comienza la suyapropia.

La gran mayoría del pueblo es, por

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naturaleza y criterio, de índole tanfemenina, que su modo de pensar y obrarse subordina más a la sensibilidadanímica que a la reflexión. Esasensibilidad no es complicada, por elcontrario es muy simple y rotunda. Paraella no existen muchas diferenciaciones,sino un extremo positivo y otro negativo:amor u odio, justicia o injusticia, verdado mentira, pero jamás estadosintermedios.

Todo esto lo supo comprender ytomar en cuenta en forma realmentegenial la propaganda inglesa. Allá nohabía en efecto razones de dos filos quecondujesen a la duda. Una prueba del

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admirable conocimiento de laemotividad primitiva de la gran masaconstituía su propaganda de las«atrocidades alemanas» perfectamenteadaptada a las circunstancias y queaseguró, en forma tan inescrupulosacomo genial, las condiciones necesariaspara el mantenimiento de la moral en elteatro de la guerra, aún en el caso de lasmayores derrotas. Otra prueba de lapropaganda inglesa en este orden era lacontundente sindicación que se hacía delenemigo alemán considerándole como elúnico culpable del estallido de laguerra. Una mentira que, sólo gracias ala parcializada e impúdica persistencia

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con que era difundida, pudo adaptarse alsentir apasionado y siempre extremistade las muchedumbres y por eso mereciósu crédito.

La variación en la propaganda nodebe alterar jamás el sentido de aquelloque es el objeto de esa propaganda, sinoque desde el principio hasta el fin, debesignificar siempre lo mismo. Puede elmotivo en cuestión ser consideradodesde puntos de vista diferentes, mas escondición esencial que toda exposiciónentrañe en resumen, invariablemente, lamisma fórmula. Sólo de esta suerte esposible hacer que la propaganda seaeficaz y uniforme.

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El éxito de toda «réclame», sea en elcampo del comercio o en el de lapolítica, supone una acción perseverantey la constante uniformidad de suaplicación. Al cabo de cuatro años ymedio estalló en Alemania unarevolución cuyo lema provenía de lapropaganda de guerra enemiga.

Inglaterra se había percatado de algomás al considerar que el éxito del armaespiritual de la propaganda, dependía dela magnitud de su empleo y que ese éxitocompensaba plenamente todo esfuerzoeconómico.

La propaganda era considerada allícomo un arma de primer orden, en tanto

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que entre nosotros no significaba otracosa que el último mendrugo parapolíticos sin situación o bien laposibilidad de un puestecillo deretaguardia para héroes modestos.

Por eso, en conjunto, el resultado dela propaganda alemana de guerra fueigual a cero.

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La revolución

En el verano de 1915 cayeron sobrenuestras líneas los primeros manifiestoslanzados por aviadores enemigos.

A parte de algunas variaciones en laforma de su redacción, el contenido erasiempre el mismo: que la miseria enAlemania aumentaba a diario; que laguerra duraría indefinidamente y que lasposibilidades del triunfo para Alemaniaeran cada vez menores; que el puebloalemán anhelaba por eso la paz, siendosólo el «militarismo» y el «Kaiser» losque se oponían a ello; que el mundo

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entero, bien informado de estosantecedentes, no hacía la guerrapropiamente contra el pueblo alemán,sino exclusivamente contra el únicoculpable: el Emperador Guillermo II;que la lucha no terminaría hasta que esteenemigo de la humanidad pacíficahubiera sido eliminado, pero que lasnaciones libres y democráticasacogerían, después de la guerra, alpueblo alemán en el seno de la Liga dela paz mundial, al cual quedaríaasegurada en el momento en que el«militarismo» prusiano fuera destruido,etc, etc.

En general tales experimentos

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provocaban por entonces sólo hilaridadentre nosotros.

Pronto debió llamarnosespecialmente la atención uno de losaspectos de esa propaganda. Era elhecho de que en cada sector del frentedonde actuaban bávaros, los volantesenemigos instigaban sistemáticamentecontra Prusia, afirmando, por una parte,que Prusia era la única culpable yresponsable de la guerra, y por otra, quecontra Baviera precisamente no existíala más mínima animadversión; pero que,claro, era imposible prestarle ayuda,mientras estuviese al servicio delmilitarismo prusiano, sacando para este

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las castañas del fuego.Ya en 1915 comenzó a producir

ciertos resultados esa forma deinfluenciación. La excitación contraPrusia se hizo visible entre la tropa, sinque desde las esferas comandantes sedejase sentir una contracción eficaz.

A partir de 1916 la propagandaenemiga obtuvo éxitos manifiestos;asimismo las cartas quejumbrosas quevenían desde los hogares, hacía tiempoque surtían su efecto.

Sugestivas revelaciones hiciéronsenotorias desde aquel año. Loscombatientes protestaban y«refunfuñaban», mostraban su

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descontento sobre muchos aspectos yhasta se exacerbaban con razón.Mientras ellos en el frente sufríanhambre y privaciones y los suyos en elhogar soportaban todo género demiserias, en otras partes reinaba laabundancia y la disipación.Evidentemente que incluso en el mismoteatro de operaciones no todo andaba enorden.

Pero con todo, estas cosas nodejaban de ser cuestiones de orden«interno». El mismo soldado queminutos antes vituperaba y gruñía,cumplía luego silenciosamente su deber,y la misma compañía que había

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mostrado su descontento, aferrábasedespués a la trinchera que tenía quedefender, como si el futuro de Alemaniahubiese dependido de aquellos cienmetros de barrosas zanjas. ¡Ese eratodavía el frente del viejo y gloriosoejército de héroes!

Los últimos días de septiembre de1916 mi división entró a actuar en labatalla del Somme. Para nosotros fueesta la primera de las monstruosasbatallas de material que debieron seguiry cuya impresión muy difícilmente sepuede describir, aquello era másinfierno que guerra.

El 7 de octubre caí herido.

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Habían transcurrido dos años desdela última vez que estuve en la patria, unlapso infinitamente largo bajo losrigores de la guerra. A medida quenuestro tren se aproximaba a la fronteracada uno de nosotros sentía unaprofunda inquietud interior.

Fui enviado al hospital militar deBeelitz, cerca de Berlín, ¡Qué cambio!Del barro de la batalla del Somme a lasblancas camas de aquel maravillosoedificio.

Desgraciadamente este ambientedebió serme también nuevo en otrosentido. El espíritu inquebrantable delejército en el frente parecía no tener ya

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cabida allí. En este lugar oí por primeravez algo que se desconocía en el frente:la ponderación de la propia cobardía.

Restablecido, en cuanto pudecaminar, se me dio permiso paratrasladarme a Berlín. Pobreza amarga serevelaba en todas partes. La ciudad delos millones padecía hambre. Dominabael descontento. En los sitiosfrecuentados por soldados el estado deánimo era parecido al que reinaba en elhospital. Se recibía la impresión de queaquellos elementos buscabandeliberadamente esos lugares parapropagar su pesimismo.

Aún mucho más decepcionantes eran

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las circunstancias de Munich. Creí novolver a reconocer aquella ciudadcuando después de abandonar el hospitalde Beelitz, fui allí destinado a unbatallón de reserva. Por doquier:malhumor, decaimiento, vituperios.Hasta en el mismo batallón se notabauna depresión profunda. Contribuía aello el trato demasiado torpe que sedaba a los evacuados por parte deviejos oficiales instructores, que jamáshabían estado en el frente y que por lomismo sólo muy relativamente erancapaces de armonizar con loscombatientes veteranos, que poseíanciertas particularidades adquiridas

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durante su permanencia en el teatro de laguerra, que resultaban incompresiblespara los jefes de la tropa de reserva.Contrariamente, era natural que eloficial venido del frente mereciese porparte de esa tropa mayor respeto que uncomandante de etapas. Pero aúnprescindiendo de todo esto, el estadogeneral de ánimo era miserable: elemboscarse se consideraba casi comouna prueba de inteligencia superior, encambio, la firme lealtad como unacaracterística de debilidad moral o deestupidez. Las oficinas estaban ocupadaspor elementos judíos; casi todoamanuense era un judío y todo judío un

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amanuense. Me asombraba ver aquítantos «combatientes» del puebloelegido y no podía menos que compararsu número con los escasosrepresentantes que de ellos había en elfrente.

En el aspecto económico, lasituación era todavía peor, pues ahí esdonde el elemento judío había llegado ahacerse realmente «indispensable».

Mientras el judío esquilmaba a todala nación y la sojuzgaba, agitábase alpueblo bávaro contra los «prusianos».Yo veía en esa agitación la más genialartimaña del judío para desviar laatención general concentrada sobre su

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persona.La maldita discordia existente entre

los Estados federales del Reich se mehabía hecho insoportable y me sentíadichoso ante la idea de volver al frentede batalla, para lo cual ya al llegar aMunich había presentado mi solicitud.

A principios de marzo de 1917 meencontraba nuevamente en miregimiento.

***

La depresión reinante en el ejércitoparecía haber alcanzado su puntoculminante a fines de 1917. Después del

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desastre ruso, todo el ejército cobrónuevos bríos y nuevas esperanzas; peroante todo la derrota italiana ocurrida enel otoño de ese año, provocó unmaravilloso efecto, pues en esa victorianuestra, pudo verse una prueba de laposibilidad de romper también laresistencia enemiga no sólo en el frenteruso. Otra vez una fe grandiosa invadiólos corazones de millones de hombres yasí, llenos de confianza, esperábamos laprimavera de 1918.

Pero mientras en el teatro deoperaciones se hacían los últimospreparativos para poner término a laeterna lucha; mientras inacabables

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convoyes, transportando hombres ymaterial bélico, se dirigían hacia elfrente occidental y cuando, en fin, lastropas recibían instrucciones para lagran ofensiva, debió producirse enAlemania la mayor de las iniquidades detoda la guerra.

¡Se había organizado la huelga demuniciones!

Cierto es que esta huelga no alcanzóel éxito anhelado, al tratarse delencarecimiento de elementos bélicos enel frente, porque estalló prematuramente,de suerte que la falta de municiones nofue tan grande como para poder llevar alejército a la ruina tal como lo previera

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el plan de los organizadores. Mucho másdesastroso, en cambio, fue el efectomoral que causó.

Había que preguntarse, primero:¿Por qué el ejército seguía luchando sies que el pueblo mismo no quería lavictoria?

¿A qué conducían entonces losenormes sacrificios y las privaciones?El soldado peleaba por la victoria, y elpaís le oponía la huelga. Y segundo:¿Cuál fue la impresión producida en elánimo del enemigo?

En el invierto de 1917-1918aparecieron por primera vez nubarronesen el firmamento del mundo aliado. El

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miedo, el horror, se había infiltrado enel ánimo de los combatientesadversarios, fanáticamente convencidoshasta aquel momento. Se temía laprimavera venidera. Porque si hastaaquel momento no se había conseguidoromper la resistencia alemanaconcentrada sólo parcialmente en elfrente occidental, ¿cómo contar con lavictoria ahora que parecía acumularsepara la ofensiva en ese frente, toda laenergía guerrera de la naciónasombrosamente heroica?

En tales circunstancias estalló laguerra en alemanía.

El mundo quedó estupefacto en el

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primer momento, pero en seguida, comolibrándose de una pesadilla, lapropaganda anti-alemana se lanzó aexplotar aquella ventaja en la horasuprema. Súbitamente se habíaencontrado el recurso capaz de levantarel ánimo deprimido de las tropasaliadas. De nada les servirá a losalemanes —se decía— obtener cuantasvictorias quiera, puesto que en su paísno habrá de ser el ejército vencedorquien haga su entrada triunfal, sino larevolución.

Esta es la creencia que comenzó ainculcar en el alma de sus lectores laprensa inglesa, francesa y americana,

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mientras la acción de una habilísimapropaganda levantaba la moral de lastropas en el frente.

Este fue el resultado de la huelga demuniciones que, en los pueblosenemigos, reconfortó la fe en la victoriaeliminando a su vez la desesperaciónenervante que cundía en el frente aliadoy haciendo, en consecuencia, que milesde soldados alemanes tuvieran quepagar aquel error del pueblo con eltributo de su sangre. Los promotores detan infame huelga fueron luego nadamenos que los aspirantes a los más altoscargos públicos en la inmediataAlemania de la revolución.

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***

Había tenido la suerte de podertomar parte en las dos primeras y en laúltima de las ofensivas del ejército en elfrente occidental.

De ellas conservo las más hondasimpresiones de mi vida, hondasprecisamente porque en 1918 por últimavez la lucha perdía su carácter defensivopara trocarse en acción de ataque, comoal comienzo de la guerra en 1914.

***

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En el verano de 1918 notábase unapesada atmósfera en todo el frente. Ladiscordia reinaba en la patria. ¿Y porqué?

Múltiples rumores circulaban en losdiversos sectores de las tropas delejército en campaña. Se decía que ya laguerra no tenía más perspectivas y quesólo los locos podían confiar todavía enla victoria; que el pueblo alemán notenía ya interés en mantener laresistencia y que únicamente loscapitalistas y la monarquía estabaninteresados en ello. Todo esto veníadesde la patria y era comentado en elfrente.

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Al principio los combatientesreaccionaron aunque débilmente anteaquella propaganda. ¿Qué nos importabael sufragio universal? ¿Acaso para esohabíamos luchado durante cuatro largosaños?

Los probados elementos del frentede batalla eran muy poco susceptiblesde adaptarse a la nueva finalidad deguerra que predicaban los señoresEbert, Scheidemann, Barth, Liebknecht yotros. No podía comprenderse cómo deun momento a otro los emboscadosresultaban con derecho a atribuirse, porencima del ejército, la hegemonía delEstado.

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Mi punto de vista personal fue firmedesde el primer momento; odiabaprofundamente a toda esa caterva demiserables y defraudadores políticospartidistas. Hacía mucho tiempo queveía claramente que la obra de esacamada de individuos no buscaba enrealidad el bienestar de la nación, sinosimplemente el propósito de llenar susbolsillos vacíos. Y el hecho de que ellosfuesen capaces de sacrificar a todo elpueblo y si era necesario llevar tambiéna Alemania a la ruina, hizo que losconsiderase ya desde entonces, madurospara la horca. Ceder ante sus deseosimplicaba sacrificar los intereses del

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pueblo trabajador en provecho de ungrupo de timadores, y satisfacerlos, sóloera posible al precio de renunciar aAlemania. Así pensaba —como yo— lagran mayoría del ejército en campaña.

En agosto y septiembre aumentaronrápidamente los síntomas dedisociación, a pesar de que el efecto dela ofensiva enemiga no podíacompararse jamás con el horror de lasbatallas de nuestra acción defensiva deotros tiempos. Las batallas del Somme yde Flandes han quedado en este ordencomo algo sin precedentes para laposteridad.

A fines de septiembre, mi división

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volvió a ocupar por tercera vez lasmismas posiciones que otroraasaltáramos con nuestros jóvenesregimientos de voluntarios.

¡Qué de recuerdos!Ahora, en el otoño de 1918, los

hombres habían cambiado: se hacíapolítica entre la tropa. El veneno quevenía de la retaguardia, comenzó a hacertambién aquí, como en todas partes, suponzoñoso efecto. Las nuevas reservasfracasaron completamente, ¡venían de laretaguardia!

En la noche del 13 al 14 de octubrelos ingleses empezaron a lanzargranadas de gas en el frente sur del

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sector Ypres.Empleaban el gas «cruz amarilla»

cuyos efectos no nos eran todavíaconocidos por propia experiencia. Yodebí, pues, aquella nocheexperimentarlos también. Hacía lamedia noche ya una parte de nuestratropa quedó inutilizada y algunoscamaradas malogrados para siempre. Alamanecer, también yo fui presa deterribles dolores que de cuarto en cuartode hora se hacían más intensos. A las 7de la mañana, tropezando ytambaleándome me dirigía hacia laretaguardia llevando aun mi último partede guerra del campo de batalla.

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Algunas horas más tarde mis ojosestaban convertidos en ascuas y lastinieblas dominaban en torno mío.

En estas condiciones se me trasladóal hospital de Pasewalk, en Pomeramia,donde debía pasar la época de larevolución.

Rumores desfavorables venían amenudo desde los círculos de la marina,donde se decía que fermentaban losánimos.

Pero todo esto me parecía ser más elproducto de la fantasía de unos cuantos,que un asunto de trascendencia. Bien escierto que en el hospital mismo todo elmundo hablaba de una ansiada pronta

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conclusión de la guerra, pero nadieimaginaba que esa conclusión habría deproducirse de improviso. Yo estabaimposibilitado de leer periódicos.

En el mes de noviembre aumentó laefervescencia general.

Y un día la catástrofe irrumpióbruscamente. Los marinos llegaron encamiones, proclamando la revolución.Unos cuantos mozalbetes judíos, eranlos cabecillas de esta lucha por la«libertad, la belleza y la dignidad» de laexistencia de nuestro pueblo. ¡Ni unosolo de ellos había estado en la línea defuego!

Mi salud había experimentado

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mejoría en la última temporada. El dolorpunzante en las cavidades de los ojosfue desapareciendo y poco a poco puedevolver a distinguir vagamente loscontornos de los objetos. Me alentaba laconfianza de recobrar la vista, pensandoque por lo menos quedaría habilitadopara ejercer alguna profesión.

Naturalmente había perdido laesperanza de poder algún día volver adibujar como en los años de mijuventud.

Estaba, pues, en vías derestablecimiento cuando ocurrió aquellotan horrible.

El 10 de noviembre vino el Pastor

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del Hospital para dirigirnos algunaspalabras; fue entonces cuando losupimos todo.

El venerable anciano parecíatemblar intensamente al comunicarnosque la Casa de los Hohenzollern habíadejado de llevar la corona imperialalemana y que el Reich se había erigidoen «república». Pero cuando él siguióinformándonos que nos habíamos vistoobligados a dar término a la largacontienda, que nuestra patria, por haberperdido la guerra y estar ahora a lamerced del vencedor, quedaba expuestaen el futuro a graves humillaciones; queel armisticio debía ser aceptado

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confiando en la generosidad de nuestrosenemigos de antes, entonces no pudemás. Mis ojos se nublaron y a tientasregresé a la sala de enfermos, donde medejé caer sobre mi lecho, ocultando miconfundida cabeza entre las almohadas.

Desde el día en que me vi ante latumba de mi madre, no había lloradojamás. Cuando en mi juventud el destinome golpeaba despiadadamente, miespíritu se reconfortaba; cuando en loslargos años de la guerra, la muertearrebataba de mi lado a compañeros ycamaradas queridos, habría parecidocasi un pecado el sollozar ¡morían porAlemanía! Y cuando finalmente, en los

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últimos días de la terrible contienda, elgas deslizándose imperceptiblemente,comenzara a corroer mis ojos y yo, antela horrible idea de perder para siemprela vista, estuviera a punto de desesperar,la voz de la conciencia clamó en mí:¡Infeliz! ¿llorar mientras miles decamaradas sufren cien veces más que tú?Y mudo soporté mi destino. Pero ahoraera diferente, porque ¡todo sufrimientomaterial desaparecía ante la desgraciade la patria!

Todo había sido, pues, inútil; envano todos los sacrificios y todas lasprivaciones; inútiles los tormentos delhambre y de la sed, durante meses

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interminables; inútiles también todasaquellas horas en que, entre las garrasde la muerte, cumplíamos, a pesar detodo, nuestro deber; infructuoso, en fin,el sacrificio de dos millones de vidas.¿Acaso habían muerto para eso lossoldados de agosto y septiembre de1914 y luego seguido su ejemplo, enaquel mismo otoño, los bravosregimientos de jóvenes voluntarios?¿Acaso para eso cayeron en la tierra deFlandes aquellos muchachos de 17años? ¿Pudo haber sido la razón de serdel sacrificio ofrendado a la patria porlas madres alemanas, cuando con elcorazón sangrante despedían a sus más

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queridos hijos, para jamás volverlos aver? ¿Debió suceder todo esto para queahora un montón de miserables seapoderase de la patria?

Cuanto más me empeñaba, enaquella hora, por encontrar unaexplicación para el fenómeno operado,tanto más me ruborizaban la vergüenza yla indignación. ¿Qué significaba para mítodo el tormento físico en comparaciónde la tragedia nacional?

Los que siguieron fueron días dehorrible incertidumbre y noches peorestodavía —sabía que todo estaba perdido—.

Confiar en la generosidad del

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enemigo podía ser solamente cosa delocos o bien de embusteros o criminales.Durante aquellas vigilias germinó en míel odio contra los promotores deldesastre.

Guillermo II había sido el primeroque, como emperador alemán, tendierala mano conciliadora a los dirigentes delmarxismo, sin darse cuenta de que losvillanos no saben del honor. Mientras ensu diestra tenían la mano del Emperadorcon la izquierda buscaban el puñal.

Con los judíos no cabencompromisos; para tratar con ellos nohay sino un «sí» o un «no» rotundos.

¡Había decidido dedicarme a la

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política!

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La iniciación de miactividad política

A fines de noviembre de 1918 metrasladé a Munich para incorporarme denuevo al batallón de reserva de miregimiento, que ahora estaba sometido al«Consejo de soldados». Allí el ambienteme fue tan repugnante que opté porretirarme cuanto antes. En compañía deun leal camarada de guerra, SchmiedtErnst, fui a Trauenstein y permanecí allíhasta la disolución del campamento.

En marzo de 1919 volvimos aMunich.

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La situación en esta ciudad se habíahecho insostenible y tendíairresistiblemente a la prosecución delmovimiento revolucionario. La muertede Eisner precipitó los acontecimientosy acabó por establecerse una pasajeradictadura soviética, mejor dicho unahegemonía judaica, tal como la habíansoñado, en sus orígenes, los promotoresde la revolución.

Durante esta época infinidad deplanes pasaron por mi mente.

En el curso de la nueva dictaduramuy pronto mi actuación me valió lamala voluntad del Consejo Central. Enefecto, en la mañana del 27 de abril de

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1919 debí ser apresado, pero los tressujetos encargados de cumplir la ordenno tuvieron suficiente valor ante micarabina preparada, y se marcharoncomo habían venido.

Pocos días después de la liberaciónde Munich fui destinado a la comisióninvestigadora de los sucesosrevolucionarios del regimiento 2 deinfantería.

Esta fue mi primera actuación decarácter más o menos político.

Algunas semanas más tarde, recibí laorden de tomar parte en un curso paralos componentes de la instituciónarmada. En este curso el soldado debía

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adquirir ciertos fundamentos inherentesa la concepción ciudadana. Para mí tuvoesta organización la importancia debrindarme la oportunidad de conocer aalgunos camaradas que pensaban comoyo y con los cuales pude cambiardetenidamente ideas sobre la situaciónreinante. Todos sin excepciónparticipábamos del firmeconvencimiento de que no serían lospartidos del crimen novembrino, esdecir, el partido del Centro y elsocialdemócrata los que salvarían aAlemania de la ruina inminente; por otraparte sabíamos también que las llamadasasociaciones «burgo-nacionales» jamás

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serían capaces de reparar, aún animadasde la mejor voluntad, lo ya sucedido.

De ahí que en nuestro pequeñocírculo surgiese la idea de formar unnuevo partido. Los principios queentonces nos inspiraron fueron losmismos que más tarde iban a aplicarseprácticamente en la organización del«Partido Obrero Alemán». El nombredel movimiento que se iba a crear debíaofrecer desde un principio laposibilidad de acercamiento a la granmasa, pues faltando esta condición, todalabor resultaría infructuosa y sin objeto.Así es como nos vino a la mente elnombre de «partido social-

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revolucionario» y esto porque lastendencias de la nueva organizaciónsignificaban realmente una revoluciónsocial.

La causa fundamental radicaba sinembargo en lo siguiente:

Si bien ya en otros tiempos me habíaocupado del estudio de problemaseconómicos, mi interés por estos quedócircunscrito sólo a los límites quecorresponden al análisis de la cuestiónsocial en sí. Poco después se amplióeste marco gracias al examen que hicede la política aliancista del Reich que,en buena parte, era el resultado de unaerrónea apreciación de la económica

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nacional, así como de la falta de uncálculo claro sobre las posiblescondiciones básicas de la subsistenciadel pueblo alemán en el futuro. Todasestas ideas descansaban sobre el criteriode que en todo caso el capital no eramás que el resultado del trabajo y quepor eso éste se hallaba sometido, comoel trabajo mismo, a las fluctuaciones detodos aquellos factores que fomentan odificultan la actividad humana.Pensábase que justamente en estoestribaba la importancia nacional delcapital el cual, a su vez, dependía tanenteramente de la grandeza, de laautonomía y del poder del Estado, es

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decir, de la nación, que esa solasubordinación del capital a un Estadosoberano y libre, obligaría al capital aactuar por su parte a favor de esasoberanía, poder, capacidad, etc., de lanación.

Bajo estas condiciones erarelativamente sencilla y fácil la misióndel Estado con respecto al capital: sedebía cuidar únicamente de que éste semantuviera al servicio del Estado y nopretendiese convertirse en el amo de lanación. Este modo de pensar podíacircunscribirse entre dos límites; poruna parte fomentar una economíanacional, vital y autónoma y por otra

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garantizar los derechos sociales delobrero.

Al principio no había podido yodistinguir con la claridad deseada ladiferencia existente entre el capitalpropiamente dicho, resultado del trabajoproductivo, y aquel capital cuyaexistencia y naturaleza descansanexclusivamente en la especulación. Mehacía falta, pues, una sugestión inicialque aún no había llegado hasta mí.

Esta sugestión la recibí al fin y muyamplia, gracias a uno de los variosconferenciantes que actuaron en el yamencionado curso del regimiento 2 deinfantería: Gottfried Feder.

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Después de escuchar la primeraconferencia de Feder, quedé convencidode haber encontrado la clave de una delas premisas esenciales para lafundación de un nuevo partido.

***

En mi concepto, el mérito de Federconsistía en haber sabido precisarrotundamente el carácter tantoespeculativo como económico delcapital bancario y el de la Bolsa, y dehaber, a su vez puesto en descubierto laeterna condición de su razón de ser: el

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interés porcentual. Las exposiciones deFeder eran tan ajustadas a la verdad enlos problemas fundamentales, que suscríticos impugnaban menos la exactitudteórica de la idea, que la posibilidad desu aplicación teórica.

No es tarea del teorizante establecerel grado posible de realización de unaidea, sino saber exponer esta mismaidea; es decir que el teorizante tiene quepreocuparse menos del camino a seguirque de la finalidad perseguida. Lodecisivo es, pues, la exactitud de unaidea en principio y no la dificultad queofrezca su realización. El teorizante deun movimiento ideológico puntualiza la

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finalidad de éste; el político aspira arealizarla. El primero se subordina en sumodo de pensar a la verdad eterna, entanto que el segundo somete su manerade obrar a la realidad práctica. En laprimera conferencia de Gottfried Federsobre la «abolición de la esclavitud delinterés» me di cuenta inmediatamente deque se trataba de una verdad teórica detrascendental importancia para el futurodel pueblo alemán. La separaciónradical entre el capital bursátil y laeconomía nacional, ofrecía laposibilidad de oponerse a lainternacionalización de la economíaalemana, sin comprometer al mismo

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tiempo, en la lucha contra el capital, labase de una autónoma conservaciónnacional. Yo presentía demasiado claroel desarrollo de Alemania, para nosaber que la lucha más intensa no debíaya dirigirse contra los pueblosenemigos, sino contra el capitalinternacional. En las palabras de Federdescubrí un lema grandioso para esalucha del porvenir. El curso deacontecimientos ulteriores debióencargarse de probarnos cuán cierta fuenuestra previsión de aquel tiempo. Losiluminados entre nuestros políticosburgueses ya han dejado de burlarse denosotros; ellos mismos ven hoy —

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siempre que no se trate de deliberadosfalseadores de la verdad— que elcapitalismo internacional de la Bolsa nosólo fue el mayor instigador de laguerra, sino que también ahora, en lapost-guerra, no cesa en su empeño dehacer de la paz un infierno.

Para mí y para todos los verdaderosnacionalsocialistas no existe más queuna doctrina: la de nacionalidad ypatria.

El objetivo por el cual tenemos queluchar es el de asegurar la existencia yel incremento de nuestra raza y denuestro pueblo; el sustento de sus hijos yla conservación de la pureza de su

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sangre; la libertad y la independencia dela patria, para que nuestro pueblo puedallegar a cumplir la misión que elSupremo Creador le tiene reservada.

Nuevamente comencé a asimilarconocimientos y llegué a penetrar elcontenido de la obra del judío KarlMarx en el curso de su vida. Su libro«El Capital» empezó a hacérsemecomprensible y asimismo, la lucha de lasocialdemocracia contra la economíanacional, lucha que no persigue otroobjetivo que preparar el terreno para lahegemonía del capitalismointernacional.

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***

Aún en otro sentido fueron estoscursos de gran trascendencia para mí.

Cierto día tomé parte en ladiscusión, refutando a uno de losconcurrentes que se creyó obligado aargumentar largamente a favor de losjudíos. La gran mayoría de los miembrospresentes del curso aprobó mi punto devista. El resultado fue que días despuésse me destinó a un regimiento deguarnición de Munich con el carácter de«oficial instructor».

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La La disciplina de la tropa en aqueltiempo dejaba aún mucho que desear. Sedejaban sentir todavía las consecuenciasde la época de desmoralización del«Consejo de soldados». Sólo paulatina ycuidadosamente se podía volver ainculcar disciplina militar ysubordinación, en lugar de «voluntaria»obediencia —como graciosamente sesolía llamar en la época de pocilga deKurt Eisner—, La tropa debía aprendera pensar y sentir nacional ypatrióticamente. Tal era la orientaciónen mi nuevo campo de actividad.Comencé mi labor con entusiasmo ycariño.

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Y tuve éxito: en el curso de misconferencias, pude volver a inducir porel camino de su pueblo y de su patria, amuchos cientos, quizá miles decamaradas. «Nacionalicé» la tropa y asíme fue dado consolidar en general elespíritu de disciplina. También aquítuve un grupo de camaradas adictos amis ideas que más tarde debieronayudarme a cimentar las bases del nuevomovimiento.

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El partido obreroalemán

Cierto día recibí de mi superior laorden de investigar la realidad delfuncionamiento de una organización deapariencia política que, bajo el nombrede «Partido Obrero Alemán», tenía elpropósito de celebrar una asamblea enaquellos días inmediatos y en la cual ibaa hablar Gottfried Feder. Se me dijo queyo debía constituirme allí, para despuésdar un informe acerca de aquellaorganización.

Más que explicable era la

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curiosidad que en el ejército se sentíaentonces por todo lo relacionado con lospartidos políticos. La revolución lehabía concedido al soldado el derecho aactuar en política, derecho del cual seservían en mayor escala precisamentelos menos expertos. Tan pronto como elpartido del Centro y laSocialdemocracia llegaron a darsecuenta, con profundo pesar suyo porcierto, de que las simpatías del soldado,alejándose de los partidosrevolucionarios, comenzaban ainclinarse hacia el movimiento derestauración nacional, surgió para ellosla conveniencia de abrogar ese derecho

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y prohibirle a la tropa toda actividadpolítica.

La burguesía, realmente afectada dedebilidad senil, creía en serio que elejército volvería a ser lo que fue, estoes, un baluarte de la capacidaddefensiva alemana, en tanto que elpartido del Centro y el marxismopensaban que era preciso romper alejército el peligroso diente del «venenonacional». Empero, un ejército falto deespíritu nacional, queda eternamentereducido a la condición de una fuerza depolicía que no representa una tropacapaz de enfrentarse con el enemigo.

Me decidí pues a visitar la ya

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mencionada asamblea del «PartidoObrero Alemán», que hasta entonces meera totalmente desconocido.

Cuando Feder concluyó suconferencia en la asamblea, yo ya habíaobservado bastante y me disponía amarcharme, pero en esto me indujo aquedarme el anuncio de que habríatribuna libre. Al principio la discusiónparecía sin importancia, hasta que depronto un «profesor» tomó la palabrapara criticar los fundamentos de la tesisde Feder, acabando —después de unaenérgica réplica de Feder— por situarseen el «terreno de las realidades» yrecomendar encarecidamente al nuevo

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partido, como punto capital de suprograma, la lucha de Baviera para su«separación» de Prusia. Condesvergonzado aplomo afirmaba aquelhombre que en tales circunstancias laparte germana de Austria se adheriríainmediatamente a Baviera; que lascondiciones de paz impuestas por losAliados serían mejores y otros absurdosmás. No pude por menos de tomartambién la palabra para dejarle oír al«sesudo» profesor mi opinión sobre estepunto, con el resultado de que antes deque yo concluyese de hablar, miinterlocutor abandonó el local comoperro escaldado que huye del agua fría.

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No había aún transcurrido unasemana cuando con gran sorpresa mía,recibí una tarjeta en que se meanunciaba haber sido admitido en elpartido obrero alemán y que para dar mirespuesta se me instaba a concurrir elmiércoles próximo a una reunión delcomité del partido.

Ciertamente me sentí bastanteasombrado de ese procedimiento de«ganar» prosélitos y no supe si tal cosadebía causarme enfado o provocarmehilaridad. Jamás se me había ocurridoincorporarme a un partido ya formado,puesto que yo mismo anhelaba fundaruno propio.

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Estuve a punto de comunicarles porescrito mi negativa, pero triunfó en mí lacuriosidad y así me decidí apresentarme el día indicado paraexponer personalmente mis razones.

Y llegó el miércoles. El local dondedebía realizarse la anunciada reuniónera el paupérrimo restaurante «Das AlteRosenbad», situado en la Herrnstrasse.Bajo la media luz que proyectaba unavieja lámpara de gas se hallabansentados en torno a una mesa cuatrohombres jóvenes. Quedé sorprendidoscuando se me informó de que el«presidente del partido para todo elReich» vendría en seguida y que por

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este motivo se me insinuaba retardar miexposición. Al fin llegó el esperadopresidente; era el mismo que presidió laasamblea en ocasión de la conferenciade Feder.

Entretanto mi curiosidad habíavuelto a subir de punto y esperabaimpaciente el desenvolvimiento de lareunión.

Previamente me fueron dados aconocer los nombres de losconcurrentes; el presidente de la«organización del Reich» era un señorHarrer, el de la organización local deMunich, Antón Drexler. Luego seprocedió a la lectura del protocolo de la

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última sesión y se le ratificó laconfianza al secretario. Después pasósea discutir la aceptación de nuevosmiembros, es decir, que debíadeliberarse sobre el caso de la «pesca»de mi persona. Comencé por orientarmesobre los detalles de la organización delpartido, pero fuera de la enumeración dealgunos postulados no había nada:ningún programa, ni un volante depropaganda, en fin, nada impreso;carecíase de tarjetas de identificaciónpara los miembros del partido y porúltimo hasta de un pobre sello. Enrealidad, sólo se contaba con fe y buenavoluntad.

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Desde aquel momento desapareciópara mí todo motivo de hilaridad y toméla cosa en serio.

Lo que aquellos hombres sentían losentía también yo: era el ansia hacia unnuevo movimiento que fuese algo más delo que era un partido tal como entoncesindicaba, en el sentido corriente estapalabra. Me hallaba seguramente frentea la más grave cuestión de mi vida:decarar mi adhesión o resolverme por lanegativa.

Aquella risible institución, con suscontados socios, me parecía tener porlos menos la ventaja de no estarpetrificada como cualquier otra

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«organización» y de ofrecerle alindividuo la posibilidad de desenvolveruna actividad personal efectiva. Aquí sepodía laborar y comprendí que cuantomás pequeño era el movimiento tantomás fácil resultaba encaminarlo bien.Además, en este círculo se podíaprecisar el carácter, la finalidad y elmétodo, cosa en principio,impracticable tratándose de los partidosgrandes.

Juntamente con mis reflexionescreció en mí la convicción de que podíaprecisamente de un pequeño movimientocomo aquél podía surgir un día la obrade la restauración nacional —pero

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jamás de los partidos parlamentarios—,aferrados a viejas concepciones o de losotros que participaban de las granjeríasdel nuevo régimen de gobierno.

Porque lo que aquí debíaproclamarse era una nueva ideología yno un nuevo lema electoral.

Me hice pues miembro del PartidoObrero Alemán y obtuve un carnetprovisional marcado con el número 7.

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Las causas deldesastre

La fundación del Reich[4] parecióaureolada por la grandiosidad de unacontecimiento que exaltó a la naciónentera.

Después de una seria incomparablede victorias y como premio al heroísmoinmortal surgió al fin —para los hijos ylos nietos— la realidad de un Reich.

¡Que apogeo comenzó entonces!La independencia exterior aseguraba

el pan cotidiano en el interior. La naciónhabía alcanzado ingentes bienes

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materiales y la dignidad del Estado ycon él, la del pueblo todo, se hallabaresguardada y garantizada por unejército.

Tan profunda es ahora la caída queafecta al Reich y al pueblo alemán[5],que todo el mundo —como dominadopor el vértigo—, da en el primermomento la impresión de haber perdidolos sentidos y el entendimiento. Apenassi es posible rememorar lo que fue elalto nivel de antes, tan brumosos deensueño y casi irreales parecen ahora lagrandeza y el esplendor de aquellostiempos, comparados con la miseria dehoy.

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Sólo así se explica también que,cegados por lo que fue aquel apogeo, sehubiesen olvidado de buscar lossíntomas del formidable desastre que yaantes debieron haber existido latentes enalguna forma.

Es indudable que esos síntomasexistieron realmente. Sin embargo, muypocos trataron de deducir una ciertaenseñanza de ese estado de cosas.

Por cierto que suele verse ydescubrirse más fácilmente el síntomaexterno de una enfermedad que la causainterna de la misma. De ahí que aún hoyla mayoría de nosotros veaprincipalmente la causa del desastre

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alemán en la crisis económica general ysus consecuencias que afectanpersonalmente a casi todos; razón éstade peso para que cada uno se haga ideade la magnitud de la catástrofe. La granmasa sabe aquilatar todavía muchomenos la trascendencia político-culturaly moral del desastre. Y aquí es dondepara muchos se anulan por completo lasensibilidad y la razón.

Que esto ocurra en la gran masa esal fin comprensible, pero que tambiénlos círculos intelectuales consideren eldesastre alemán primordialmente comouna «catástrofe económica» y que, enconsecuencia, esperen de la economía el

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saneamiento nacional, es una de lascausas que ha impedido hasta elpresente la realidad de un resurgimiento.Sólo cuando se llegue a comprenderque, también en este caso, a la economíale corresponde únicamente un papelsecundario, en tanto que factorespolíticos y de orden moral y racialtienen que considerarse comoprimordiales, podrá penetrarse el origende la calamidad actual y con elloencontrar los medios y la orientaciónconducentes al saneamiento de lanación.

La explicación más sencilla y por lomismo la mayormente difundida consiste

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en afirmar que la guerra perdidaconstituye la razón de toda la desgraciareinante.

Frente a esta aseveración se debeestablecer lo siguiente:

Si bien es cierto que el haberperdido la guerra fue de terribletrascendencia para el futuro de nuestrapatria, ese hecho por sí solo no es unacausa, sin a su vez la consecuencia deuna serie de causas.

Que el desgraciado fin de esa luchasangrienta debió conducir a resultadosdesastrosos, era cosa perfectamenteclara para todo espíritu perspicaz yexento de malevolencia.

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Lamentablemente hubieron hombres aquienes pareció faltarles esa perspicaciaen el momento dado y otros que,contrariando su propia convicción,pusieron esta verdad en duda y lanegaron. Estos últimos fueron en sumayoría aquellos que al ver cumplido susecreto anhelo debieron darse cuentabruscamente de que ellos mismos habíancontribuido a aquello que en aquelmomento era la catástrofe. Ellos pues yno la perdida guerra son los culpablesdel desastre. En efecto, el haber perdidola guerra no fue más que el resultado delos manejos de aquellas gentes y no,como quieren afirmar ahora, la

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consecuencia de un comando«deficiente».

Tampoco el ejército enemigo estabacompuesto de cobardes; el adversariosabía también morir heroicamente. Ennúmero, fue superior al ejército alemándesde el primer día de la guerra y parasu pertrechamiento técnico, tenía a sudisposición los arsenales del orbeentero. Por consiguiente, es innegable elhecho de que las victorias alemanasobtenidas en el curso de cuatro años delucha contra todo un mundo, se debieron,aparte del espíritu heroico y de laportentosa organización del ejércitoalemán, exclusivamente a la probada

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capacidad de los jefes directores. Loformidable de la organización y delcomando del ejército alemán no tieneprecedentes en la Historia.

El que este ejército sufriera undesastre no fue la causa de nuestraactual desgracia.

¿O es que las guerras perdidasdeben ocasionar fatalmente la ruina delos pueblos que las pierden?

Brevemente se podría responder queesto es posible siempre que la derrotamilitar testifique la corrupción moral deun pueblo, su cobardía, su falta decarácter, en fin, su condición deindignidad. No siendo así, la derrota

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militar impulsará más bien a un futuro demayor resurgimiento, en lugar de ser lalápida de la existencia nacional.

Numerosos son los ejemplos que laHistoria ofrece confirmando la verdadde este aserto.

La derrota militar del pueblo alemánno fue sensiblemente una catástrofeinmerecida, sino la realidad de uncastigo justificado por la ley de la eternacompensación. ¿Acaso no se hicieron enmuchos círculos, en formadesvergonzada, manifestaciones deregocijo por la desgracia de la patria?¿Y no es cierto también que hubo genteque hasta se preció de haber logrado que

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el ejército combatiente se doblegase?Para colmo de todo, hubo quien llegó aatribuirse a sí mismo la culpabilidad dela guerra, contrariando su propiaconvicción y su mejor conocimiento decausa.

¡No, rotundamente no! La maneracómo el pueblo alemán recibió suderrota, permite juzgar muy claramenteque la verdadera causa de nuestrodesastre radicaba en otro estado decosas y no en la pérdida netamentemilitar de algunas posiciones o elfracaso de una ofensiva; porque sirealmente el ejército combatientehubiese cedido y hubiese ocasionado

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con esto la desgracia de la patria, elpueblo alemán habría recibido laderrota de modo muy diferente.

Entonces el infortunio que vino lohabríamos soportado apretando losdientes, o bien quejándonos dominadospor el dolor. El furor y cólera habríanllenado los corazones contra eladversario convertido en vencedor porel azar de la suerte o por la voluntad delDestino. En tales circunstancias no sehabría reído ni bailado; nadie se habríaatrevido a ponderar la cobardía ni aglorificar la derrota; nadie se habríamofado de las tropas combatientes nideshonrado sus banderas y cocardas.

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El desastre militar no fue en realidadotra cosa que el resultado de una seriede síntomas morbosos que ya en lostiempos de la anteguerra afligieron a lanación alemana. Esta fue la primeraconsecuencia catastrófica, visible paratodos, de un envenenamiento moral y deun menoscabo del instinto de la propiaconservación y de las condicionesinherentes a ella. Todo esto habíacomenzado a minar, ya desde años atrás,los fundamentos de la Nación y delReich.

Fue necesaria toda la increíbleficción del judaísmo y de suorganización de lucha marxista, para

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tratar de hacer pesar la culpabilidad dela derrota justamente sobre el hombreque con energía y voluntadsobrehumanas se empeñara en contenerla catástrofe, que ya él viera venir, a finde ahorrarle a la Patria horas dehumillación y de vergüenza. Al señalar aLudendorff como responsable de lapérdida de la guerra, se arrebató el armadel derecho moral de manos del únicoacusador peligroso que hubiera podidoerguirse contra los traidores a la patria.

Casi es posible considerar comodesignio favorable para el puebloalemán el que la época de su estadopatológico latente hubiese sido

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bruscamente sellada con una tan terriblecatástrofe; pues, en el caso contrario, lanación habría sucumbido, sin duda,lenta, pero, por lo mismo, másfatalmente. La dolencia se hubiese hechocrónica, mientras que un estado agudocomo se presentó al producirse eldesastre, hízose por lo menosclaramente visible a los ojos de muchos.No fue por casualidad por lo que elhombre dominó más fácilmente la pesteque la tuberculosis. La una viene en olasviolentas de muerte, arrasando lahumanidad; la otra en cambio se deslizalentamente; una induce al terror, la otra auna creciente indiferencia. Consecuencia

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lógica fue que el hombre afronte laprimera con todo el máximo de susenergías, en tanto que se empeña encombatir la tuberculosis valiéndosesolamente de medios débiles. Así elhombre doblegó a la peste, mientras quela tuberculosis lo domina a él. Elfenómeno es el mismo al tratarse deenfermedades que afectar al organismode un pueblo.

Verdad es que en los largos años depaz anteriores a la guerra se revelaronciertas anomalías. Habían muchossíntomas de decadencia que debieronincitar a serias reflexiones.

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***

A causa del extraordinariocrecimiento de la población alemanaantes de la guerra, el problema de lasubsistencia se hizo cada vez más grave,ocupando el primer plano de todaorientación y de toda actividad políticay económica.

Desgraciadamente no fue posibledecidirse por la única solución eficazque existía sino que creyóse alcanzar lafinalidad anhelada por medios mássencillos. El haber renunciado a la idea

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de adquirir nuevos territorios y optadopor la descabellada idea de conquistareconómicamente el mundo, debióconducir, a la postre, a un grado deindustrialización desmedido yperjudicial.

La primera consecuencia designificación trascendental provocadapor este estado de cosas fue eldebilitamiento de la clase agricultora.En la misma proporción que se reducíaaquella clase del pueblo, aumentaba lamasa del proletariado en las ciudades,hasta quedar roto el equilibrio.

Consiguientemente, púsose tambiénen evidencia el brusco contraste entre el

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pobre y el rico. La ostentación y lamiseria vivían tan cerca una de otra, quelas consecuencias fueron y debieron serlógicamente muy funestas. La pobreza yel paro creciente comenzaron susiniestro juego, sembrando eldescontento y la exacerbación entre lasgentes. El resultado parecía ser ladivisión política de clases y, pese alapogeo económico, de día en día fuemayor y más profundo el decaimientomoral.

Pero más grave que todo esto eranotros efectos que la preponderanciaeconómica de la nación había traídoconsigo.

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En razón directa al hecho de que laeconomía había llegado a convertirse enel árbitro del Estado, el factor dineroera el dios a quien todo el mundo teníaque servir doblegándose. Habíaempezado una terrible desmoralización,terrible porque precisamente se presentóen una época en la cual la naciónnecesitaba más que nunca de un espírituheroico para afrontar la hora crítica queparecía avecinarse. Alemania debíaestar dispuesta a defender un día con laespada, la tentativa que hacía deasegurar a su pueblo el pan cotidianopor medio de una «pacífica actividadeconómica».

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La hegemonía del dinero estabasensiblemente sancionada por aquellaautoridad que era la más llamada aoponerse a ello: S.M. el Kaiser actuóinfortunadamente al inducir en especiala la nobleza a que formase parte delcírculo de los nuevos capitalistas.Ciertamente que en disculpa suya debereconocerse que lamentablementeBismarck mismo no se percató delpeligro que existía en ese sentido. Peroera un hecho que, con esto, el espírituidealista fue prácticamente supeditado alpoder del dinero y era claro también quelas cosas una vez así encaminadasdeberían en poco tiempo anteponer la

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nobleza de la finanza a la nobleza de lasangre.

***

La internacionalización de laeconomía alemana había sido iniciadaya antes de la guerra mediante el sistemade las sociedades por acciones. Menosmal que una parte de la industriaalemana trató a todo trance de librarsede correr igual suerte; pero al fin tuvoque ceder también ante el ataqueconcentrado del capitalismo avarientoque contaba con la ayuda de su más fielasociado: el movimiento marxista.

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La persistente guerra que se hacía ala industria siderúrgica de Alemaniamarcó el comienzo real de lainternacionalización de la economíaalemana tan anhelada por el marxismoque pudo colmarse con el triunfomarxista en la revolución de noviembrede 1918. Justamente ahora que escriboestas páginas, es también cosa logradael ataque general dirigido contra laempresa de los Ferrocarriles del Reichque pasa a manos de la finanzainternacional.

Con esto ha alcanzado lasocialdemocracia «internacional» otrode sus importantes objetivos.

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El extremo a que había llegado esa«economización» de la nación alemana,lo evidencia a todas luces el hecho deque pasada la guerra, uno de losdirigentes más caracterizados de laindustria y del comercio alemanesdeclaró que únicamente la economíacomo tal, sería capaz de restablecer laposición de Alemania. Esta opiniónemitida ante todo el mundo por unStinnes ocasionó la más increíbleconfusión, porque con asombrosarapidez fue tomada como lema por todoslos improvisados y charlatanes«hombres de Estado» que el destinohabía lanzado sobre Alemania desde el

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estallido de la revolución.

***

La educación alemana de la ante-guerra adolecía de muchos defectos.Tenía una orientación particularistaconcretada al aprendizaje puramente«teórico», dándole una importanciamenor a la «práctica». Aún menos valorse le adjudicaba a la formación delcarácter del individuo y mucho menostodavía a la tarea de fomentar elsentimiento de la satisfacción en laresponsabilidad; finalmente, era nula laimportancia dada a la educación de la

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voluntad y del espíritu de decisión. Losfrutos de este sistema educacional norepresentaban realmente mentalidadesfuertes, sino más bien dóciles«eruditos», como por lo general se nosconsideraba a los alemanes antes de laguerra juzgándosenos según ese criterio.Al alemán se le quería porque eraelemento utilizable, en cambio se lerespetaba poco, debido justamente a queno poseía la suficiente entereza decarácter. No sin razón perdió, pues, elalemán, más fácilmente que cualquiersúbdito de otros pueblos sunacionalidad y su patria. ¿No lo dicetodo el gracioso proverbio alemán «En

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la mano el sombrero, se pasa por elmundo entero»?

Precisamente nefasta resultó esadocilidad al determinar también laforma única bajo la cual podía unopresentarse ante el monarca. Esa formaexigía: no contradecir jamás, sinoconvenir con todo lo que S.M. sedignase manifestar.

Aquí es donde justamente debíarevelarse la dignidad del hombre libre,pues de lo contrario la instituciónmonárquica encontraría un día su tumbaen ese servilismo. Todos los hombresrectos —y estos son sin duda los másvaliosos del Estado-debieron sentir

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repulsión frente a un criterio tanabsurdo. Porque para ellos la Historiaes la historia y la Verdad es la verdad,aunque se trate de monarcas.

Es tan rara para los pueblos la suertede reunir en una misma persona a ungran monarca y a un gran hombre, quedeben darse por satisfechos cuando eldestino inexorable les evita por lomenos lo peor. De esto se infiere que elvalor y la significación de la ideamonárquica no radican en la persona delmonarca mismo, salvo en el caso de quela Providencia quiera coronar a un héroegenial como Federico el Grande o a unespíritu sabio como Guillermo I. Esto

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sucede una vez cada siglo y escasamentecon mayor frecuencia. Por lo demás, laidea respalda a la persona, haciendodescansar la razón de ser de esa formade gobierno en la institución misma.Pero con ello, el propio monarca quedaincluido en el círculo de los servidoresdel Estado y no es más que una rueda enese mecanismo al que también él estásubordinado.

Otra de las consecuencias de nuestraerrada educación de la anteguerra fue eltemor a la responsabilidad y laconsiguiente falta de entereza paraabordar problemas vitales. Bien esverdad que el punto de partida de este

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defecto radica entre nosotros, en granparte, en la institución parlamentaria.

En los círculos periodísticos sesuele llamar a la Prensa el «gran poder»en el Estado. Evidentemente susignificación es extraordinaria y jamáspodrá ser bastante apreciada. Es, pues,la prensa, el factor que continúa obrandoen el proceso educativo del adulto. Entérminos generales, tres son los gruposen que se podría dividir el públicolector de periódicos.

1.º Los crédulos que admiten todo loque leen.

2.º Aquéllos que ya no creen ennada.

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3.º Los espíritus críticos, queanalizan lo leído y saben juzgar.

Numéricamente, el primer grupo esel más considerable; abarca la granmasa del pueblo y representa, por lotanto, la clase menos intelectual de lanación. Pertenecen también a este grupoesa especie de haraganes que seríancapaces de pensar pero que por puranegligencia aceptan todo lo que ya hanelaborado los demás.

El segundo es numéricamente muchomás pequeño que el anterior; estácompuesto en parte de elementos que, enun principio, participaban del primergrupo y que después de funestas y

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amargas decepciones, optaron porcambiar diametralmente de criterio,acabando por no creer en nada de lo queleyesen. Estas gentes son muy difícilesde tratar, porque hasta frente a la verdadmisma, se mostrarán siempre escépticas,resultando así elementos anulados paratodo trabajo positivo.

El tercer grupo, finalmente, es elmás pequeño de todos y está constituidopor lectores verdaderamenteinteligentes, acostumbrados a pensar conindependencia por naturaleza yeducación. Leen la prensa trabajandoconstantemente con la imaginación yanimados de espíritu crítico con

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respecto al autor. Estos lectores gozandel aprecio de los periodistas, bien escierto, con explicable reserva.

Naturalmente que para loscomponentes de este último grupo noentraña peligro alguno ni tienentrascendencia los absurdos que puedenconsignarse en las columnas de unperiódico. Hoy, que la cédula electoralde la masa decide situaciones, el centrode gravedad descansa precisamente enel grupo más numeroso, y éste es elprimero: un hato de ingenuos y decrédulos.

Una de las tareas primordiales delEstado y de la nación es evitar que este

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sector del pueblo caiga bajo lainfluencia de pésimos educadores,ignorantes o incluso mal intencionados.El Estado tiene por lo tanto laobligación de controlar su educación yoponerse al abuso. La prensa, ante todo,debe ser objeto de una estrictavigilancia, porque la influencia queejerce sobre esas gentes es la más eficazy penetrante de todas, ya que no obratransitoriamente, sino en formapermanente. En lo sistemático y en laeterna repetición de su prédica estriba elsecreto de la enorme importancia quetiene. Jamás debe el Estado dejarsesugestionar por la cháchara de la

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llamada «libertad de prensa».Rigurosamente y sin contemplaciones elEstado tiene que asegurarse de estepoderoso medio de la educación populary ponerlo al servicio de la nación.

¿Y cuáles eran las primicias queofrecía a sus lectores la prensa alemanade la anteguerra? ¿No era aquel acaso elpeor veneno que uno pueda imaginarse?¿Se recuerda aún, cuan exagerado fue elpacifismo que se inyectó en el corazónde nuestro pueblo, precisamente en unaépoca en que el resto del mundo sepreparaba ya lenta, pero decididamentea estrangular a Alemania? ¿No seridiculizaba la moral y las costumbres,

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tachándolas de anticuadas, hasta lograrque nuestro pueblo se «modernizara»también? ¿No fue la prensa la que enconstante agresión, minaba losfundamentos de la autoridad estatal hastael punto de que bastó un simple golpepara derrumbarlo todo? Finalmente, ¿nofue esa misma prensa la que desacreditóal ejército mediante una críticasistemática, saboteando el serviciomilitar obligatorio e instigando a negarcréditos para el ramo de guerra, etc?

La labor de la llamada prensaliberal fue obra de los sepultureros de lanación alemana y del Reich. Nadadiremos de las gacetas marxistas

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consagradas a la mentira; para ellas lafalsedad es una necesidad vital, comopara el gato los ratones. Su misión seconcreta a dislocar el poder racial ynacional del pueblo, para prepararlo allevar el yugo de la esclavitud delcapitalismo internacional y de susgerentes, los judíos.

Pero, ¿qué hizo el Estado antesemejante envenenamiento colectivo dela nación? Nada, absolutamente nada.Unos ridículos decretos y algunas penasimpuestas por infamias en extremoviolentas. ¡He ahí todo!

La lucha de represión de losgobiernos alemanes de entonces contra

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aquella prensa —en su mayor parte deorigen judío-que corrompíapaulatinamente al pueblo, no respondía auna línea recta de conducta ni estabarespaldada por la entereza necesaria,aparte de que, sobre todo, carecía deuna finalidad precisa. Se obraba sin planninguno, apresando a veces, durantesemanas e incluso meses tan sólo alguna«víbora» periodística que habíamordido ya demasiado; pero el nidomismo de los reptiles permanecíaintacto.

El judío era sin embargo demasiadoperspicaz para permitir que toda suprensa agrediese simultáneamente. Una

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parte de ella debía respaldar a la otra.En efecto, mientras los periódicos judío-marxistas se lanzaban groseramentecontra todo lo que podía ser sagradopara el hombre y combatían del modomás infame al Estado y al Gobierno,instigando, en los grandes sectores delpueblo, a unos contra otros, las gacetasjudías burgo-demócratas sabían cubrirla apariencia de una famosa objetividad.Esa prensa cuidaba de no emplearexpresiones crudas o frasesdestempladas; rechazaba toda acción deviolencia, apelando siempre a la luchacon armas «espirituales», una lucha que,por sarcasmo, eran justamente los menos

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«espirituales» los que la proclamaban.Pero, precisamente para nuestra

medianía intelectual escribe el judío sullamada «prensa de la inteligencia».Periódicos como la «FrankfurterZeitung» y el «Berliner Tageblatt» estándestinados a ese público lector; su tonose halla convenientemente regulado paraese público y sobre él ejercen suinfluencia. Con frases sonoras y girospomposos saben adormecer a suslectores ie imbuirles la creencia de quesu labor de prensa es realmente deíndole científica o hasta si se quiere enservicio de la moral. De este modo pudoel veneno infiltrarse insensiblemente en

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la sangre de nuestro pueblo y obrar sinque el Estado hubiese sido capaz dedominar el mal. Las irrisorias medidasde represión adoptadas, no hicieron otracosa que dejar traslucir la inminentedecadencia del Imperio. No hay queolvidar que una institución que ya notiene la decisión firme de defender portodos los medios su estabilidad, haclaudicado prácticamente.

***

Un ejemplo más, que pone de relievela insuficiencia y la debilidad quecaracterizaron el Gobierno alemán de la

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anteguerra, al tratarse de problemasvitales de la nación, es queparalelamente a la infección que sufríael pueblo, en un sentido político ymoral, lo minaba desde años atrás unano menos siniestra corriente deenvenenamiento orgánico.

La sífilis comenzó a propagarse engran escala, especialmente en lasciudades populosas, mientras que latuberculosis, por su parte, hacia sucosecha mortal en todo el país. A pesarde que en ambos casos lasconsecuencias eran graves para lanación, no se adoptaron medidasradicales. En particular, frente al peligro

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de la sífilis, la actitud del gobierno y delparlamento no puede calificarse sinocomo una completa capitulación.También en este caso sólo podía sereficaz la lucha contra las causasgeneradoras de la enfermedad y lasimple acción contra susmanifestaciones.

La causa principal de la propagaciónde la sífilis hay que buscarla en laprostitución del amor, cuyos resultados,aunque no condujesen a ese terribleflagelo, entrañarán siempre un gravepeligro para la nación, puesto que bastansus estragos morales para encauzarpaulatina, pero irremediablemente a un

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pueblo hacia la ruina. Es innegable elhecho de que la población de nuestrasgrandes ciudades está prostituyendo másy más su vida sexual y entregándose asía la sífilis en proporción cada vezmayor. Los resultados más claramentenotorios de esta infección colectiva,pueden encontrarse, por un lado, en losmanicomios y por el otro,desgraciadamente —en la infancia.

La disculpa, de que tampoco otrospaíses se hallen en mejores condiciones,mal podía modificar el hecho de lapropia decadencia. Y en este casoprecisamente es donde cabe preguntar:¿Qué país será el primero, y tal vez el

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único, que llegue a dominar el peligro, yqué naciones en cambio serán susvictimas fatales? Tampoco esteproblema significa otra cosa que lapiedra de toque del valor de la raza, ycomo el problema atañe en primertérmino a la descendencia, está incluidoentre aquellas verdades según las cualesse dice con terrible razón que lospecados de los padres se vengan hasta ladécima generación. Una verdad que serefiere exclusivamente a los crímenescontra la sangre y contra la raza.

Los pecados contra la sangre y laraza constituyen el pecado original deeste mundo y el ocaso de una humanidad

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vencida.Deplorable en extremo era la

situación de la Alemania de laanteguerra frente a la gravedad de esteproblema. ¿Qué se hizo para contener lainfección de nuestra juventud en lasgrandes ciudades? ¿Qué se hizo paracontrarrestar eficazmente la prostitucióny la corrupción de la vida sexual? ¿ Yqué se hizo, en fin, ante la crecientepropagación sifilítica en el pueblo,resultante de ese estado de cosas?

La respuesta fluye fácil con sólopuntualizar lo que debió haberse hecho.

En todos los casos, donde se trata dellenar necesidades o cometidos

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aparentemente imposibles, se imponeconcentrar la atención completa de unpueblo hacia el problema en cuestión,presentándolo tal como si de su solucióndependiese el ser o el no ser. Sólo asípodrá un pueblo hacerse capaz y aptopara la realización de esfuerzos y dehechos verdaderamente eminentes. Esteprincipio tiene también su validez parael individuo en particular, siempre queaspire a grandes cometidos.

La prostitución es un oprobio para lahumanidad y no se la puede destruirmediante prédicas morales o por la solavirtud de sentimientos piadosos. Sulimitación y finalmente su desaparición

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suponen, como cuestión previa,descartar una serie de condicionespreliminares, siendo la primera de todasla de facilitar la posibilidad delmatrimonio, de acuerdo con lanaturaleza humana, a una edad menostardía que en la actualidad. El grado aque ha llegado el desvarío y laincomprensión en muchas gentes denuestros tiempos, nos prueba el hecho,no raro, de madres de la «buenasociedad» que, según dicen, sentiríansesatisfechas si sus hijas tuviesen poresposos a hombres que ya se«rompieron los cuernos», etc. Ladescendencia será entonces el resultado

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palpable de esas «racionales» unionesconyugales. Si aún se tiene en cuenta queademás la natalidad queda restringida aun mínimun coartando el fenómeno de laselección natural y, como por otra parte,debe cuidarse la vida incluso del másmiserable ser humano, sólo queda porinterrogar, ¿para qué subsiste lainstitución del matrimonio y con quéfinalidad?

Así degeneran los puebloscivilizados precipitándose poco a pocoen la ruina.

Tampoco el matrimonio puede serconsiderado como un fin en sí mismo,sino que debe servir a un objetivo más

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elevado, cual es la multiplicación y laconservación de la especie y de la raza.Esta es su razón de ser y su misiónprimordial.

La importancia enorme que entrañaesta cuestión debería comprendersesobre todo en una época en que lallamada república «socialista», por suincapacidad para solucionar elproblema de la vivienda, impidesencillamente la realización de infinidadde matrimonios y da con ello pábulo a laprostitución. Otra de las causas queobstaculiza el matrimonio en edadoportuna, radica en nuestro absurdosistema de la distribución de sueldos,

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sin considerar el factor familia y lasubsistencia de ésta.

Quiere esto decir, resumiendo loanterior, que sólo será posible abordarcon verdadera eficacia la lucha contra laprostitución, el día en que, mediante unafundamental reforma de las condicionessociales, se haga factible el matrimonioa una edad menor de lo que en laactualidad ocurre. En esto consiste loesencial de la solución del problema.

En segundo término incumbe a laeducación y a la enseñanza la tarea dedesarraigar una serie de defectos quehoy casi no se toman en cuenta.

La educación, por ejemplo, debe

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tender a que el tiempo libre de quedispone el educando sea empleado en unprovechoso entrenamiento físico. A esaedad no tiene él derecho alguno abarloventear por calles ni cinemas, sinoque debe dedicarse, aparte de suscotidianas labores, a fortalecer su jovenorganismo para que, cuando un díaingrese en la lucha por la existencia, larealidad de la vida no lo encuentredesprevenido. Encaminar y realizar,orientar y dirigir: esa es la tarea de laeducación para la juventud y su rol noconsiste exclusivamente en insuflarsabiduría. Es también su cometidoanular la concepción errónea de que el

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ejercicio físico es cuestión personal decada uno. No existe la libertad de pecara costa de la progenie y con ello, de laraza.

Paralelamente al proceso de laeducación del cuerpo, debe iniciarse lalucha contra el emponzoñamiento delalma. El conjunto de nuestra vida derelación semeja en la actualidad unvivero de ideas y de estimulantessexuales. Basta analizar el contenido delos programas de nuestros cinemas,varietés y teatros para llegar a lairrefutable conclusión de que todo estono es precisamente el alimento espiritualque conviene a la juventud. Nuestra vida

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de relación tienen que ser liberada delperfume estupefaciente, así como delpudor fingido, indigno del hombre.

Solo después de la ejecución deestas medidas, puede contarse con laposibilidad de una acción médico-profiláctica de resultado eficaz. Perotampoco aquí puede tratarse deprocedimientos a medias, sino de lasmás radicales decisiones.

Es un contrasentido el dar aenfermos incurables la posibilidadconstante, por decirlo así, de contagiar alos sanos.

¿Qué sentimiento de humanidad esese según el cual por no hacer daño a

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uno solo se deja que otros ciensucumban…? El imperativo de hacerimposible a los seres defectuosos laprocreación de una descendenciatambién defectuosa, es un imperativo dela más clara razón y significa, en suaplicación sistemática, la más humanaacción de la humanidad. Ahorrarásufrimientos a millones de seresinocentes y determinará finalmente parael porvenir un mejoramiento progresivo.Se deberá proceder sin piedad, si elcaso lo requiere, al aislamiento deenfermos incurables, bárbara medidapara el infeliz afectado, pero unabendición para sus contemporáneos y

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para la posteridad.

***

Del mismo modo que hace sesentaaños habría sido inconcebible undescalabro político de la magnitud delactual, no menos inconcebible hubierasido el derrumbamiento cultural queempezó a revelarse a partir de 1900 enconcepciones futuristas y cubistas.Sesenta años atrás hubiese resultadosencillamente imposible una exposiciónde las llamadas «expresiones dadaístas»y sus organizadores habrían ido a parara una casa de orates, en tanto que hoy,

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llegan incluso a presidir institucionesartísticas.

Anomalías semejantes llegaron aobservarse en Alemania casi en todoslos dominios del arte y de la cultura.Daba la triste medida de nuestradecadencia interna el hecho de que noera posible permitir que la juventudvisitase la mayoría de estos pseudo-centros artísticos, lo cual quedabapública y descaradamente establecido alutilizarse la conocida placa deprevención: «Entrada prohibida paramenores».

Considérese que se tienen queobservar medidas de precaución

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precisamente en aquellos lugares quedebían estar destinados sobre todo a lailustración y educación de la juventud yno a la diversión de círculos viejos ypervertidos.

¿Qué hubiera exclamado Schillerante tal estado de cosas y con quéindignación hubiese Goethe vuelto lasespaldas?

¿Pero qué son Schiller, Goethe, oShakespeare en comparación con esosnuevos «genios» del arte alemán actual?

Figuras anticuadas y en desuso,figuras superadas, en suma. Lacaracterística de esta época, es pues, lasiguiente: no se conforma con traer

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impurezas, sino que por añadiduravilipendia también todo lo realmentegrande del pasado. Ya al terminar elsiglo XIX, casi en todos los dominiosdel Arte, principalmente en los ramosdel teatro y de la literatura, seprodujeron ya muy pocas obras deimportancia y se solía más biendegradar lo bueno de tiempos pasados,presentándolo como mediocre ysuperado.

***

Aún debe mencionarse otro aspectocrítico: A fines del siglo pasado

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nuestras ciudades fueron perdiendo cadavez más el carácter de emporios decultura para descender a la categoría desimples conglomerados humanos. Laescasa conexión existente entre elproletariado actual de nuestras grandesurbes y el lugar mismo donde éste vive,evidencia que en tal caso no se trataefectivamente más que de un puntoocasional de residencia del individuo.Proviene esto del frecuente cambio delugar debido a las condiciones sociales,cambio que no le da al obrero el tiemponecesario para crear una relación másestrecha con el medio donde habita; porotro lado, sin embargo hay que buscar

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también la razón de ese estado de cosasen el hecho de que las ciudades actualesson insignificantes y pobres en todo loque a la cultura general se refiere. Esasciudades no son otra cosa que unhacinamiento de enormes bloques deviviendas de alquiler, y nadie podrásentir cariño por una ciudad que noofrece un mayor atractivo que otrasimilar, carente de toda nota propia y enla cual se prescindió de todo cuantorepresenta arte.

***

El análisis de la vida religiosa en

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Alemania antes de la guerra, da lamedida del disgregamiento general quereinaba.

Hacía tiempo que también en esteaspecto grandes sectores de la opiniónnacional carecían de una convicciónunitaria e ideológicamente eficiente. Nojuega un rol tan negativo el que sedesliga oficialmente de su religión,como aquel otro que es totalmenteindiferente. Mientras nuestras dosconfesiones cristianas (la católica y laevangélica) mantienen misiones en Asiay Africa, con el objeto de ganar nuevosprosélitos, esto es, empeñados en unaactividad de modestos resultados frente

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a los progresos que realiza allá elmahometismo, pierden en Europa mismomillones y millones de adeptosconvencidos, los cuales se hacen enabsoluto indiferentes a la vida religiosa,o van por su propio camino.

Sobre todo desde el punto de vistamoral, son muy poco favorables lasconsecuencias.

Merece remarcarse también la luchacada vez más violenta contra losfundamentos dogmáticos de lasrespectivas confesiones, fundamentossin los cuales sería inconcebible laconservación práctica de una fereligiosa en este mundo humano. La gran

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masa de un pueblo no se compone defilósofos y es principalmente para lasmasas para quienes la fe constituye laúnica base de una ideología moral. Losdiversos sustitutos no han probado sueficiencia ni su conveniencia, para quese hubiera podido ver en ellos unaprovechosa compensación de lascreencias religiosas existentes. Para quela doctrina religiosa y la fe puedanrealmente abarcar las grandes capassociales, es necesario que la autoridadabsoluta que fluye del fondo de esa fe,sea el fundamento de su eficiencia. Loque para la vida general significan lascostumbres, sin las cuales sólo cientos

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de miles de hombres de nivel intelectualsuperior vivirían racionalmente,mientras otros millones no lorepresentan les leyes para el Estado ylos dogmas para las religiones.

Sólo mediante los dogmas, laconcepción puramente espiritual,vacilante y de interpretacióninfinitamente variable, llega a precisarsey adquirir una forma concreta, sin lacual jamás podría convertirse en fe. Locontrario significaría que la idea no essusceptible de ser jamás exaltada porencima de una concepción metafísica, omejor, por encima de una opiniónfilosófica. Por eso la acometida dirigida

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contra los dogmas se asemeja mucho ala lucha contra los fundamentos legalesdel Estado; y del mismo modo que estalucha acabaría en una anarquía estatalcompleta, la acción antidogmáticatendría por resultado un nihilismoreligioso, carente de todo valor.

Para el político, la apreciación delvalor de una religión debe regirse menospor las deficiencias quizá innatas enella, que por la bondad cualitativa de unsubstituto doctrinal visiblemente mejor.Pero mientras no se haya encontrado untal substituto, sólo los locos y loscriminales podrían atreverse a demolerlo existente.

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Las peores anomalías, sin embargo,provienen del abuso de la convicciónreligiosa con fines políticos. Si la vidareligiosa en Alemania antes de la guerra,había adquirido para muchos un sabordesagradable, no se debía esto a otracosa más que al abuso cometido con elcristianismo por un partido políticollamado «cristiano» y por el descarocon que se trató de identificar la religióncatólica con un partido también político.

Esta funesta suplantación procurómandatos parlamentarios a una serie deinútiles, en tanto que a la Iglesia no letrajo consigo sino daños.

El resultado de semejantes

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anomalías tenía que soportarlo la naciónentera, pues, las consecuenciasemergentes del debilitamiento de la vidareligiosa vinieron a producirseprecisamente en una época en que yatodo había empezado a ceder y vacilar,amenazando con el derrumbamiento delos tradicionales fundamentos de lamoral y de las buenas costumbres.

***

También en el campo de la actividadpolítica veía el espíritu observadoranomalías que, si no eran eliminadas ocorregidas a tiempo, podían y debían

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considerarse fatalmente como signos deuna inminente decadencia del Imperio.

La falta de orientación de la políticaalemana tanto interna como externa, noescapaba a la penetración de nadie quedeliberadamente hubiese querido darsecuenta de la situación. En los círculosoficiales de gobierno se notaba frente alas revelaciones de un Houston StewardChamberlain la misma indiferencia quehoy se observa.

Ya en tiempos anteriores a la guerramuchos se habían dado cuenta de quejustamente aquella institución que debíaencarnar la vitalidad del Reich —elParlamento, el Reichstag— era la más

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vulnerable de todas.Una de las muchas afirmaciones

faltas de reflexión que hoy se suelen oírcon frecuencia, es aquella de que elparlamentarismo en Alemania habíafracasado « a partir de la revolución de1918». Muy fácilmente se despierta asíla impresión de que antes de esa épocaera otro el rol del parlamento.

Siempre fue mediocre todo losubordinado a la influencia delparlamento de entonces, sea cual fueseel aspecto que se considere. Mediocre ydeficiente era la política aliancista delReich. Y mediocre también la políticaque se hacia frente a Polonia; optóse por

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las provocaciones, sin abordar jamás enserio el problema mismo. El resultadono fue ni favorable al germanismo niconciliatorio con Polonia, pero sísignificó la enemistad con Rusia.Mediocre fue igualmente la solución quese dio a la cuestión de Alsacia y Lorena.En lugar de triturar de una vez paratodas la cabeza de la hidra francesa y deconceder, por otra parte, igualdad dederechos a los alsacianos, no se hizo nilo uno ni lo otro. Aunque tampocohubiera sido posible lograr nada, puestoque en las filas de los grandes partidosmilitaban también los mayores traidoresde la patria; Watterlé, por ejemplo, en el

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partido del Centro.Todo esto había sido todavía

soportable si semejante estado demediocridad general no hubiese acabadotambién por hacer víctima suya a aquellaentidad de la cual dependía en últimotérmino la existencia del Reich: elejército.

El crimen que con esto cometió elllamado «parlamento alemán» basta ysobra para hacer pesar para siempresobre él la maldición del puebloAlemán.

***

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Mientras el judaísmo, mediante suprensa marxista y demócrata, difundíapor el mundo la mentira del«militarismo alemán», tratando deculpar a Alemania por todos los medios,los partidos marxistas y demócratas porsu parte se oponían sistemáticamente alplan de una amplia instrucción militardel pueblo alemán. El monstruosocrimen que con ello se cometió, saltabaa primera vista para todo aquél que sólohubiese pensado que en el caso de unaguerra, la nación entera debía ponersebajo las armas y que por la misma causa—la infamia de esos ilustres personajesde la llamada «representación

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nacional»— millones de alemanesserían lanzados contra el enemigo encondiciones de insuficiente e inclusomala preparación militar.

Si tratándose de las fuerzas de tierrase instruía un número de reclutasdemasiado reducido, igual deficienciase notaba con respecto de las fuerzasnavales, haciendo poco menos que nulala institución destinada a la defensanacional. Ya en la orientación adoptadapara el programa de organización naval,el Almirantazgo renunció a laposibilidad de la acción ofensiva,colocándose así desde un principio en elplano de la defensiva. Quería decir,

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pues, que con esto se renunciabaautomáticamente a la posibilidad deléxito definitivo que radica y queradicará siempre en la acción ofensiva.

Si en la batalla de Skagerrak lasunidades alemanas hubiesen tenido elmismo desplazamiento, igual cantidadde artillería y la misma velocidad quelas naves inglesas, la flota británicahabría hallado su tumba bajo el huracánde las granadas alemanas de calibre 38que eran de mayor precisión y eficaciaque las del adversario. Y lo que, pese aestas deficiencias, alcanzó sin embargocomo gloria inmarcesible la armadaalemana, no hay que atribuirlo sino a la

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buena calidad del marino alemán ytambién a la capacidad y alincomparable heroísmo de los oficialesy de sus subordinados.

Quién medite sobre todo elsacrificio que significó para la nación elpunible descuido de gentes totalmentefaltas de responsabilidad; quiénreflexione sobre las vidas inmoladas envano y la suerte de los mutilados, asícomo también en la vergüenza única y lainfinita miseria de que ahora somosvíctimas; quién sepa, en fin, que todoeso vino sólo para abrir el camino hacialas carteras ministeriales a unosambiciosos sin escrúpulos, cazadores de

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puestos públicos; quién recapacite sobretodo esto comprenderá que a tales sereshumanos no se les puede dar ciertamenteotro calificativo que el de canallas ycriminales.

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Había también muchos aspectosventajosos frente a las deficienciasmencionadas y frente a otras más de lavida alemana de la época anterior a laguerra. Analizando imparcialmente lascircunstancias, se debe llegar a laconclusión de que la mayoría denuestros defectos eran también en gran

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parte propios de otros países y pueblos,los cuales con frecuencia nos superabanenormemente en este respecto, pero sinposeer nuestras cualidades realmentebuenas.

Entre las fuentes incontaminadas dela nación debemos puntualizar tresinstituciones que eran ejemplares y hastase pueden decir únicas en su género.

En primer término, la constituciónmisma del Estado y la caracterizaciónque ella había alcanzado en la Alemaniacontemporánea. Por cierto que en estodebe prescindirse de la personalidad dealgunos monarcas, afectados de todaslas debilidades humanas. Varios de esos

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monarcas preferían rodearse deaduladores más que de espíritus rectos yse dejaban aconsejar por aquellos.

De valor indiscutible era sin duda laestabilidad del Estado en su conjunto,bajo la forma monárquica de gobierno,así como el hecho de que hasta losúltimos cargos públicos quedaban acubierto de la especulación de políticosambiciosos. Luego la dignidad de lainstitución estatal en sí y la autoridadresultante de ella aparte de la relevanteposición del cuerpo administrativo delReich y ante todo la del ejército porestar sobre el plano de los compromisospolíticos de partido. A esto se añadía

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aún la ventaja de que el poder delEstado estaba encarnado en la personadel monarca, constituyendo así elsímbolo de una responsabilidad que ésteasumía en escala superior a la delconglomerado casual de una mayoríaparlamentaria. Sobre todo debióse aesto la idoneidad proverbial de laadministración pública alemana. Porúltimo, lo que en materia de arte y deciencia fomentaron los monarcasalemanes, en particular durante el sigloXIX, ha quedado como digno deejemplo y la época actual no puede enningún caso ser comparada con la deentonces en ese orden.

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***

Sin embargo es al ejército a quiencorresponde el rol de factor cualitativopor excelencia en la época en que ladesmoralización se iniciaba ycomenzaba a cundir en el organismonacional. Lo que el pueblo alemán ledebe al ejército se resume en una solapalabra: todo.

El ejército inculcó el sentimiento dela responsabilidad absoluta y fomentótambién el espíritu de decisión.

Contrariamente a lo que ocurría enla vida corriente, saturada de codicia y

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de materialismo, el ejército educó alpueblo hacia el ideal y hacia ladevoción por la patria y por sugrandeza. El ejército fue una escuela deeducación del pueblo, unido frente a ladivisión de clases y quizá su únicodefecto fue el de haber instituido elsistema del servicio voluntario de unaño; defecto decimos, porque debido aese sistema se dañaba el principio de laigualdad absoluta, colocando alindividuo de mayor preparaciónintelectual fuera del marco común, locontrario de lo cual es lo queprecisamente habría sido lo provechoso.Ante la carencia del sentido real de la

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vida que dominaba en nuestras claseselevadas y su alejamiento de su mismopueblo, habría sido el ejércitoprecisamente el único capaz de influirbenéficamente, evitando, por lo menosdentro de sus filas, todo aislamiento dela clase llamada intelectual.

Al ejército del antiguo Imperio hayque reconocerle como su más altomérito el que en una época en quepredominaba el criterio de la «mayoríageneral de cabezas», supo imponercabezas sobre la mayoría. Frente alprincipio judíodemócrata de la ciegaidolatría por el número, el ejércitomatuvo inconmovible el principio de la

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fe en la personalidad.De este modo formó eso que tanta

falta hace en los tiempos actuales:hombres. Al fango de unapoltronamiento y afeminamientogenerales regresaban anualmente de lasfilas del ejército 350.000 jóvenespletóricos de energías, que en unperíodo de instrucción militar de dosaños habían adquirido una aceradaconstitución física. El joven que duranteese tiempo había practicado laobediencia podía entonces aprender amandar. Ya en el ademán se reconocíaal hombre que había sido soldado.

Esa fue la alta escuela de la nación

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alemana y no en vano se concentrabasobre ella el odio mortal de aquellosque, por envidia y ambición, anhelabany necesitaban para sus fines, laimpotencia del Reich y la ausencia de lacapacidad defensiva de sus ciudadanos.

Junto a la forma constitutiva delEstado y a la ponderada calidad delejército, la incomparable organizaciónadministrativa del antiguo Reichintegraba el conjunto de las tresinstituciones ejemplares del Imperio.

Alemania era el país mejororganizado y mejor administrado delmundo. Al funcionario alemán podíatachársele fácilmente de rutinarismo

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burocrático, más, no por eso en losdemás países las circunstancias erandiferentes; por el contrario, eran quizápeores. Lo que esos Estados no poseíanera la admirable estabilidad delmecanismo administrativo y laincorruptible honradez y lealtad de losfuncionarios con que contaba el Reich.

Sobre su constitución estatal, suejército y su organización administrativadescansaba la fuerza y el poderíoadmirables del antiguo Imperio.

***

Si se considera que frente a las

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deficiencias que existieron en Alemaniaantes de la guerra, habían tambiénpoderosos aspectos favorables,llegaremos a la conclusión de que lacausa inicial del desastre de 1918 debebuscarse en otro terreno diferente, y enefecto este es el caso.

La última y la más profunda razónque determinó la ruina del Imperio,residía en el hecho de no haberreconocido oportunamente latrascendencia que tiene el problemaracial en el porvenir de los pueblos.

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La nacionalidad y laraza

Hay verdades que están tan a la vistade todos que, precisamente por eso, elvulgo no las ve o por lo menos no lasreconoce. Así peregrinan los hombres enel jardín de la Naturaleza y se imaginansaberlo y conocerlo todo pasando, conmuy pocas excepciones, como ciegosjunto a uno de los más salientesprincipios de la vida; el aislamiento delas especies entre sí.

Basta la observación más superficialpara demostrar cómo las innumerables

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formas de la voluntad creadora de laNaturaleza están sometidas a la leyfundamental inmutable de lareproducción y multiplicación de cadaespecie restringida a sí misma. Todoanimal se apareja con un congénere desu misma especie. Sólo circunstanciasextraordinarias pueden alterar esa ley.Todo cruzamiento de dos serescualitativamente desiguales da unproducto de término medio entre elvalor cualitativo de los padres; es decirque la cría estará en nivel superior conrespecto a aquel elemento de los padresque racialmente es inferior, pero no seráde igual valor cualitativo que el

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elemento racialmente superior de ellos.También la historia humana ofrece

innumerables ejemplos en este orden; yaque demuestra con asombrosa claridadque toda mezcla de sangre aria con la depueblos inferiores tuvo por resultado laruina de la raza de cultura superior.

La América del Norte, cuyapoblación se compone en su mayor partede elementos germanos, que semezclaron sólo en mínima escala con lospueblos de color, racialmente inferiores,representa un mundo étnico y unacivilización diferentes de lo que son lospueblos de la América Central y la delSur, países en los cuales los emigrantes,

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principalmente de origen latino, semezclaron en gran escala con loselementos aborígenes. Este solo ejemplopermite claramente darse cuenta delefecto producido por la mezcla de razas.El elemento germano de la América delNorte, que racialmente conservó supureza, se ha convertido en el señor delContinente americano y mantendrá esaposición mientras no caiga en laignominia de mezclar su sangre.

Todo cuanto hoy admiramos —ciencia y arte, técnica e inventos— no esotra cosa que el producto de la actividadcreadora de un número reducido depueblos y quizá, en sus orígenes, de un

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solo pueblo. Todas las grandes culturasdel pasado cayeron en la decadenciadebido sencillamente a que la raza de lacual habían surgido envenenó su sangre.

***

Si se dividiese la Humanidad en trescategorías de hombres: creadores,conservadores y destructores de cultura,tendríamos seguramente comorepresentante del primer grupo sólo alelemento ario. El estableció losfundamentos y las columnas de todas lascreaciones humanas; únicamente laforma exterior y el colorido dependen

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del carácter peculiar de cada pueblo.Casi siempre el proceso de su

desarrollo dio el siguiente cuadro:Grupos arios, por lo general en

proporción numérica verdaderamentepequeña, dominan pueblos extranjeros ydesarrollan, gracias a las especialescondiciones de vida del nuevo ambientegeográfico (fertilidad, clima, etc.) asícomo también favorecidos por el grannúmero de elementos auxiliares de razainferior disponibles para el trabajo, lacapacidad intelectual y organizadoralatente en ellos. En pocos milenios yhasta en siglos logran crearcivilizaciones que llevan

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primordialmente el sello característicode sus inspiradores y que estánadaptadas a las ya mencionadascondiciones del suelo y de la vida de losautóctonos sometidos. A la postreempero, los conquistadores pecan contrael principio de la conservación de lapureza de la sangre que habíanrespetado en un comienzo. Empiezan amezclarse con los autóctonos y cierrancon ello el capítulo de su propiaexistencia.

Una de las condiciones másesenciales para la formación de culturaselevadas fue siempre la existencia deelementos raciales inferiores, porque

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únicamente ellos podían compensar lafalta de medios técnicos, sin los cualesningún desarrollo superior seríaconcebible. Seguramente la primeraetapa de la cultura humana se basómenos en el empleo del animaldoméstico que en los serviciosprestados por hombres de raza inferior.

Fue después de la esclavización depueblos vencidos cuando comenzó aafectar también a los animales el mismodestino y no viceversa, como muchossuponen; pues, primero fue el vencidoquién debió tirar del arado y sólodespués de él vino el caballo.Únicamente los locos pacifistas pueden

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ser capaces de considerar esto como unsigno de iniquidad humana, sin darsecuenta de que ese proceso evolutivodebió realizarse para llegar al final aaquel punto desde el cual los apóstolespacifistas propagan hoy sus disparatadasconcepciones.

El progreso de la Humanidad semejael ascenso por una escalera sin fin,donde no se puede subir sin haberseservido antes de los primeros peldaños.El ario debió seguir el camino que larealidad le señalaba y no aquel otro quecabe en la fantasía de un modernopacifista.

Se hallaba precisado con claridad el

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camino que el ario tenía que seguir.Como conquistador sometió a loshombres de raza inferior y reguló laocupación práctica de estos bajo susórdenes conforme a su voluntad y deacuerdo con sus fines. Mientras el ariomantuvo sin contemplaciones suposición señorial fue, no sólo realmenteel soberano, sino también elconservador y propagador de la cultura.

La mezcla de sangre y, porconsiguiente, la decadencia racial sonlas únicas causas de la desaparición deviejas culturas; pues, los pueblos nomueren por consecuencia de guerrasperdidas sino debido a la anulación de

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aquella fuerza de resistencia que sólo espropia de la sangre incontaminada.

***

Si se inquieren las causas profundasde la importancia predominante delarrianismo, se puede responder que esaimportancia no radica precisamente enun vigoroso instinto de conservación,pero si en la forma peculiar demanifestación de ese instinto.Subjetivamente considerada, el ansia devivir se revela con igual intensidad entodos los seres humanos y difiere sóloen la forma de su efecto real. El instinto

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de conservación en los animales másprimitivos se limita a la lucha por lapropia existencia. Ya en el hecho de laconvivencia entre el macho y la hembra,por sobre el marco del simpleayuntamiento, supone una amplificacióndel instinto de conservación natural.Casi siempre el uno ayuda al otro adefenderse, de modo que aquí aparecen,aunque infinitamente primitivas, lasprimeras formas de espíritu desacrificio. Desde el marco estrecho dela familia, nace la condición inherente ala formación de asociaciones más omenos vastas y por último laconformación de los mismos Estados.

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Sólo en muy mínima escala existeesta facultad entre los seres humanosprimitivos, hasta tal punto, que estos nopasan de la etapa de la formación de lafamilia. Cuanto mayor sea la disposiciónpara supeditar los intereses de índolepuramente personal, tanto mayor serátambién la capacidad que tenga elhombre para establecer vastascomunidades.

Este espíritu de sacrificio, dispuestoa arriesgar el trabajo personal y si esnecesario la propia vida en servicio delos demás, está indudablemente másdesarrollado en el elemento de la razaaria que en el de cualquier otra. No sólo

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sus cualidades enaltecen la personalidaddel ario, sino también la medida en lacual está dispuesto a poner toda sucapacidad al servicio de la comunidad.El instinto de conservación ha alcanzadoen él su forma más noble al subordinarsu propio yo a la comunidad y llegar alsacrificio de la vida misma en la hora dela prueba. El criterio fundamental delcual emana este modo de obrar lodenominan —por oposición al egoísmo—, idealismo. Bajo este conceptoentendemos únicamente el espíritu desacrificio del individuo a favor de lacolectividad, a favor de sus semejantes.

Justamente en épocas en las cuales

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el sentimiento idealista amenazadesaparecer, nos es posible constatar deuna manera inmediata una disminuciónde aquella fuerza que forma lacomunidad y proporciona así lascondiciones inherentes a la cultura. Tanpronto como el egoísmo impera en unpueblo, se deshacen los vínculos delorden y los hombres imbuidos por laambición del bienestar personal seprecipitan del cielo al infierno.

La posteridad olvida a los hombresque laboraron únicamente en provechopropio y glorifica a los héroes querenunciaron a la felicidad personal.

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El antípoda del ario es el judío.Sus cualidades intelectuales han sido

ejercitadas en el curso de los milenios.El nivel cultural corriente leproporciona al individuo —sin quemuchas veces él mismo se dé cuenta deello— un cúmulo tal de conocimientospreliminares que con este bagaje quedahabilitado para poder encaminarse porsí solo. Como el judío jamás poseyó unacultura propia, los fundamentos de suobra intelectual siempre fueron tomados

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de fuentes ajenas a su raza, de modo queel desarrollo de su intelecto, tuvo lugaren todos los tiempos dentro del ambientecultural que le rodeaba.

Nunca se produjo el fenómenoinverso.

Porque si bien el instinto deconservación del pueblo judío no esmenor, sino más bien mayor que el deotros pueblos, y aunque también susaptitudes intelectuales despiertan laimpresión de ser iguales a las de lasdemás razas, en cambio le falta enabsoluto la condición esencial inherenteal pueblo culto; el sentimiento idealista.

El espíritu de sacrificio del pueblo

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judío no va más allá del simple instintode conservación del individuo. Suaparente gran sentido de solidaridad notienen otra base que la de un instintogregario muy primitivo, tal como puedeobservarse en muchos otros seres de lanaturaleza. Notable en este aspecto es elhecho de que ese instinto gregarioconduce al apoyo mutuo únicamentemientras un peligro común lo aconsejeconveniente o indispensable. Es, pues,un error fundamental deducir que por lasola circunstancia de asociarse para lalucha o mejor dicho para la explotaciónde los demás, tengan los judíos un ciertoespíritu idealista de sacrificio. Tampoco

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en esto impulsa al judío otro sentimientoque el del puro egoísmo individual.

Por eso también el Estado judío —debiendo ser el organismo viviente,destinado a la conservación ymultiplicación de una raza— constituye,desde el punto de vista territorial, unEstado sin límite alguno. Porque lacircunscripción territorial determinadade un Estado supone en todo caso unaconcepción idealista de la raza que loconstituye y ante todo supone tener unanoción cabal del concepto trabajo. En lamisma medida que se carece de estecriterio, falla también toda tentativa deformar y hasta de conservar un Estado

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territorialmente limitado. Enconsecuencia, le falta a ese Estado labase primordial sobre la cual puedeerigirse una cultura, porque la aparentecultura que posee el judío no es más queel acervo cultural de otros pueblos, yacorrompido en gran parte en manosjudías.

Al juzgar el judaísmo desde el puntode vista de su relación con el problemade la cultura humana, no se debeolvidar, como una característicaesencial, que jamás existió ni hoy,consiguientemente puede existir, un artejudío.

Como el pueblo judío nunca poseyó

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un Estado con una circunscripciónterritorial determinada y tampoco, enconsecuencia, tuvo una cultura propia,surgió la creencia de que se trataba deun pueblo que cabía clasificarlo entrelos nómadas. Este es un error tanprofundo como peligros. El nómada viveindudablemente en una circunscripciónterritorial definida, sólo que no cultivael suelo como campesino arraigado, sinoque vive del producto de su ganado,peregrinando como pastor en susterritorios. La razón determinante deeste modo de vivir hay que buscarla enla escasa fertilidad del suelo que no lepermite radicarse en un lugar fijo.

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No, el judío no es un nómada; pues,hasta el nómada tuvo ya una nocióndefinida del concepto «trabajo», quehabría podido servirle de base para unaevolución ulterior siempre que hubiesenconcurrido en él las condicionesintelectuales necesarias. El judío fuesiempre un parásito en el organismonacional de otros pueblos, y si algunavez abandonó su campo de actividad nofue por voluntad propia, sino como unresultado de la expulsión que de tiempoen tiempo sufriera de aquellos pueblosde cuya hospitalidad había abusado.«Propagarse» es una característicatípica de todos los parásitos, y es así

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como el judío busca siempre un nuevocampo de nutrición.

En la vida parasitaria que lleva eljudío, incrustada en el cuerpo denaciones y Estados, está la razón de esoque un día indujera a Schopenhauer aexclamar que el judío es el «granmaestro de la mentira». Su vida enmedio de otros pueblos puede, a lalarga, subsistir, solamente si logradespertar en ellos la creencia de que, ensu caso, no se trata de un pueblo, sino deuna «comunidad religiosa», aunque muysingular.

Esta es por cierto su primera granmentira.

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Para poder vivir como parásito depueblos, tiene que recurrir el judío a lamixtificación de su verdadero carácter.Ese juego resultará tanto más cabalcuanto más inteligente sea el judío quelo ponga en práctica; y hasta es posibleque una gran parte del pueblo que leconcede hospitalidad llegue a creerseriamente que el judío es en verdad unfrancés, un inglés, un alemán o unitaliano con la sola diferencia de sureligión.

Los primeros judíos llegaron a lastierras de Germania durante la invasiónde los romanos, y como siempre encalidad de mercaderes. En el vaivén de

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las invasiones de los bárbaros,desaparecieron aparentemente, de suerteque se puede considerar la época de laorganización de los primeros estadosgermánicos como el comienzo de unanueva y definitiva judaización del centroy del norte de Europa. El proceso deldesarrollo que se inicia siempre queelementos judíos se ven frente a pueblosarios, donde quiera que sea, tiene entodos los casos las mismas o muyparecidas características.

Con el establecimiento de lasprimeras colonizaciones hace el judíosúbitamente su aparición.Paulatinamente se introduce en la vida

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económica, no como productor, sinoexclusivamente como intermediario. Suhabilidad mercantil de experienciamilenaria, lo coloca en un plano de granventaja con relación al ario, todavíaingenuo e ilimitadamente franco.Comienza por prestar dinero. Losnegocios bancarios y del comercioacaban por ser de monopolio exclusivo.El tipo del interés usurario que cobraprovoca al fin resistencias, excitaindignación su creciente descaro y suriqueza mueve a envidia. Su tiraníaexpoliadora llega a tal punto, que seproducen reacciones violentas contra él;pero ninguna persecución es capaz de

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apartarlo de sus métodos de explotaciónhumana, ni se puede lograr expulsarlo,porque pronto vuelve a aparecer y es elmismo de antes. Para evitar por lomenos lo peor, se comienza a proteger elsuelo contra la mano avarienta del judío,dificultándosele la adquisición deterrenos.

Cuanto más aumenta el poder de lasdinastías, mayor es su empeño deacercarse a ellas. Por último, nonecesita más que dejarse bautizar paraentrar en posesión de todas las ventajasy derechos de los hijos del país. Eljudío hace este negocio con bastantefrecuencia para beneplácito, por una

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parte, de la Iglesia que celebra laganancia de un nuevo feligrés y, por otrade Israel que se siente satisfecho delfraude consumado. Aun en tiempos deFederico el Grande a nadie se le habríaocurrido ver en los judíos otra cosa queun pueblo «extraño» y el mismo Goethese horrorizaba ante la idea de que en elfuturo la ley no prohibiese el matrimonioentre cristianos y judíos. ¡Por Dios! queGoethe no ha sido ni un reaccionario niun ilota. Lo que expresó no fue más quela voz de la sangre y de la razón. Pese alos vergonzosos manejos de las Cortes,el pueblo se percata intuitivamente deque el judío es un cuerpo extraño en el

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organismo nacional y lo trata como a tal.Pero debió cambiar este estado de

cosas. En el transcurso de más de unmilenio ha llegado el judío a dominar enuna medida tal el idioma del pueblo quele da hospitalidad, que cree poderarriesgarse a acentuar menos que antessu semitismo y en cambio decantar mássu «germanismo». Con esto se produceel caso de una de las mixtificacionesmás infames que se puede imaginar. Laraza no radica en el idioma, sinoexclusivamente en la sangre; una verdadque nadie conoce mejor que el judíomismo, el cual justamente da pocaimportancia a la conservación de su

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idioma, en tanto que le es capital elmantenimiento de la pureza de su sangre.

La razón por la cual el judío sedecide en convertirse de un momento aotro en un «alemán», surge a la vista: suaspiración única tiende a la adquisicióndel goce pleno de los derechos del«ciudadano».

Previamente empieza por repararante los ojos del pueblo el daño quehasta aquí le había inferido. Inicia suevolución como «benefactor» de lahumanidad. Corto tiempo despuéscomienza a tergiversar las cosas,presentándose como si hasta entonceshubiese sido la única víctima de las

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injusticias de los demás y no viceversa.Algunas gentes excesivamente tontascreen en la patraña y no pueden menosque compadecer al «pobre infeliz».

Algo más todavía: el judío se hacetambién intempestivamente liberal y semuestra un entusiasta del progresonecesario a la humanidad. Poco a pocollega a hacerse de ese modo el portavozde una nueva época.

Pero lo cierto es que él continuadestruyendo radicalmente losfundamentos de una economía realmenteútil al pueblo.

Indirectamente, adquiriendoacciones industriales, se introduce en el

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círculo de la producción nacional;convierte esta en un objeto de fácilespeculación mercantilista, despojandoa las industrias y fábricas de su base depropiedad personal. De aquí nace aquelalejamiento subjetivo entre el patrón y eltrabajador que conduce más tarde a ladivisión política de las clases sociales.

A fin de cuentas, gracias a la Bolsa,crece con extraordinaria rapidez lainfluencia del judío en el terrenoeconómico.

Asume el carácter de propietario porlo menos el de controlador de lasfuentes nacionales de producción.

Para reforzar su posición política, el

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judío trata de eliminar las barrerasestablecidas en el orden racial y civilque todavía le molestan a cada paso. Seempeña, con la tenacidad que el especuliar, a favor de la toleranciareligiosa y tiene en la francmasonería,que cayó completamente en sus manos,un magnífico instrumento paracohonestar y lograr la realización de susfines. Los círculos oficiales, del mismomodo que las esferas superiores de laburguesía política y económica, se dejancoger insensiblemente en el garlito judíopor medio de lazos masónicos. Pero elpueblo mismo no cae en la fina red de lafrancmasonería; para reducirlo sería

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menester valerse de recursos mástorpes, pero no por eso menos eficaces.

Junto a la francmasonería está laprensa como una segunda arma alservicio del judaísmo. Con raraperseverancia y suma habilidad sabe eljudío apoderarse de la prensa, mediantecuya ayuda comienza paulatinamente acercar y a sofisticar, a manejar y amover el conjunto de la vida pública,porque él está en condiciones de crear yde dirigir aquel poder que bajo ladenominación de «opinión pública» seconoce hoy mejor que hace algunosdecenios.

Mientras el judío parece

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desbordarse en el ansia de «luces», de«progresos», de «libertades», de«humanidad», etc., practica íntimamenteun estricto exclusivismo de su raza. Sibien es cierto que a menudo fomenta elmatrimonio de judías con cristianosinfluyentes, sabe en cambio mantenerpura su descendencia masculina.Envenena la sangre de otros, en tantoque conserva incontaminada la suyapropia. Rara vez el judío se casa conuna cristiana, pero si el cristiano conuna judía. Los bastardos de tales unionestienen siempre del lado judío. Esta es larazón por la cual, ante todo una parte dela alta nobleza, está degenerando

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completamente. Esto lo sabe el judíomuy bien y practica por esosistemáticamente este modo de«desarmar» a la clase dirigente de susadversarios de raza. Para disimular susmanejos y adormecer a sus víctimas nocesa de hablar de la igualdad de todoslos hombres, sin diferencia de raza nicolor. Los imbéciles se dejan persuadir.

La etapa final de este desarrollosignifica la victoria de la democracia ocomo el judío lo interpreta: lahegemonía del parlamentarismo.

***

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El enorme desarrollo económicoconduce a una modificación de lasclases sociales. Es manifiesta laproletarización del artesano, porquedebido a que las pequeñas industriasmanuales van desapareciendopaulatinamente se le hace cada vez másdifícil la posibilidad de asegurarse unmedio de vida independiente. Surge eltipo del «obrero de fábrica», cuyacaracterística esencial es la de queprácticamente no es capaz de llegar enel ocaso de su vida a contar con unaexistencia propia; es un desheredado enel sentido más lato de la palabra y susúltimos días son un tormento.

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Ya se presentó en otra época unasituación parecida que exigíaimperiosamente solución, y ésta fueencontrada. A la clase de loscampesinos y artesanos había venido asumarse la de los empleados,particularmente los del Estado.

También estos eran unosdesheredados en el verdadero sentido dela palabra. El Estado encontró, a lapostre, un remedio contra tan insanasituación instituyendo el sistema de laspensiones o sea el pago de sueldos en elretiro.

Poco a poco siguieron el ejemplodel Estado las empresas particulares, de

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tal modo que hoy casi todos losempleados regulares de ocupación nomanual, cuentan con una pensión,naturalmente, siempre que la empresarespectiva hubiese adquirido osobrepasado un cierto grado dedesarrollo. Y fue precisamente lagarantía para la vejez que ofrecía elEstado a sus servidores, la que pudofomentar en el funcionario alemánaquella desinteresada lealtadprofesional que, antes de la guerra,constituyera una de las mejorescualidades de la organizaciónadministrativa en Alemania.

Obrando inteligentemente, fue

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posible arrancar de la miseria social atoda una clase desposeída de fortuna,para después engranarla, en el conjuntode la vida nacional.

El mismo problema, pero esta vez enproporciones mucho mayores, se lehabía vuelto a presentar al Estado y a lanación. Millones de gentes emigrabandel campo a las grandes ciudades paraganarse el sustento diario como obrerosde fábrica en las industrias de recientecreación.

Mientras la burguesía no sepreocupa de problema tan trascendentaly ve con indiferencia el curso de lascosas, el judío se percata de las

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ilimitadas perspectivas que allí se lebrindan para el futuro y, organizando porun lado, con absoluta consecuencia, losmétodos capitalistas de la explotaciónhumana, se aproxima, por el otro, a lasvíctimas de sus manejos para luegoconvertirse en el leader de la «luchacontra sí mismo»; es decir, «contra símismo» sólo en un sentido figurado,porque el «gran maestro de la mentira»,sabe presentarse siempre como uninocente atribuyendo la culpa a otros. Ycomo por último tienen el descaro deguiar él mismo a las masas, éstas no sedan cuenta de que podría tratarse delmás infame de los fraudes de todos los

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tiempos.Veamos cómo procede el judío en

este caso: Se acerca al obrero y paragranjearse la confianza de éste, fingeconmiseración hacia él y hasta pareceindignarse por su suerte de miseria ypobreza. Luego se esfuerza por estudiartodas las penurias reales o imaginariasde la vida del obrero y tiende adespertar en él el ansia hacia elmejoramiento de sus condiciones. Elsentimiento de justicia social que enalguna forma existe latente en todo ario,sabe el judío aleccionarlo, de modoinfinitamente hábil, hacia el odio contralos mejor situados, dándole así un sello

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ideológico absolutamente definido haciala lucha contra los males sociales. Asífunda el judío la doctrina marxista.Presentando esta doctrina comoíntimamente ligada a una serie de justasexigencias sociales, favorece lapropagación de éstas y provoca, por elcontrario, la resistencia de los bienintencionados contra la realización deexigencias proclamadas en una forma ycon características tales, que ya desdeun principio aparecen injustas y hastaimposibles de ser cumplidas.

De acuerdo con los fines quepersigue la lucha judía y que no seconcretan solamente a la conquista

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económica del mundo, sino que buscantambién la supeditación política de éste,el judío divide la organización dedoctrina marxista en dos partes, que,separadas aparentemente, son en elfondo un todo indivisible: el movimientopolítico y el movimiento sindicalista.

El movimiento sindicalista es depropaganda y ofrece ayuda y protecciónal obrero —y con esto la posibilidad dealcanzar condiciones mejores de vida—en la dura lucha por la existencia quetiene que sostener debido a la ambicióno a la miopía de muchos patronos. Si elobrero no quiere abandonar larepresentación de sus derechos vitales

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al ciego capricho de individuos en parteirresponsables o hasta faltos desentimiento humano, en una época en quela comunidad organizada del pueblo, esdecir, el Estado, poco o nada sepreocupa de su situación, no le quedaotro recurso que asumir por sí mismo ladefensa de sus intereses. En la mismamedida en que la llamada burguesíanacional, cegada por la pasión deintereses materiales, opone los mayoresobstáculos a esa lucha social —no soloembarazando—, sino saboteandoinclusive todo intento dirigido adisminuir la duración de la jornada detrabajo, inhumanamente larga, la

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protección a la mujer, la abolición deltrabajo para menores, el mejoramientode las condiciones sanitarias en lostalleres y en las viviendas, el judío, másperspicaz que el burgués, aparentapreocuparse de los oprimidos. Poco apoco se convierte en el leader delmovimiento sindicalista y esto con tantamás facilidad, cuanto que él no trataseriamente de la supresión de anomalíassociales, sino que se reduce a laformación de un cuerpo deincondicionales adictos, como fuerzacombativa para destruir laindependencia económica de la naciónEn corto tiempo logra el judío desplazar

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de ese campo de actividad a todocompetidor. La resistencia y lapenetración de los que tienen el buensentido de hacer frente a la seductoraactitud judía, resultan a la larga rotaspor el terror.

Enorme es el éxito de esta táctica.El judío destruye, efectivamente los

fundamentos de la economía nacional,sirviéndose de la organizaciónsindicalista, que podría ser bienhechorapara la nación.

Paralelamente avanza el desarrollode la organización política. Opera encomún con el movimiento sindicalista alhacer que éste se encargue de preparar a

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las masas y de inducirlas, por la fuerza,a ingresar en la actividad política, cuyoenorme aparato de organización esfomentado por la inagotable fuentefinanciera de la organizaciónsindicalista que es el órgano de controlde la actuación política del individuo yjuega el papel de azuzador en losgrandes mítines y manifestaciones.Finalmente la organización sindicalistadeja de lado la cuestión económica ypone al servicio de la idea política suprincipal arma de lucha, que es el paroen la forma de huelga general.

Mediante la organización de unaprensa, cuyo contenido está adaptado al

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nivel espiritual de los menos instruidos,el movimiento político sindicalista tienefinalmente en su mano una institucióninductora que predispone a las esferassociales más bajas de la nación acometer las más temerarias acciones.Esta prensa no tiene por misión elpropósito de sacar a los hombres delfango de una baja pasión para situarlosen un plano superior, sino que por elcontrario, procura fomentar los másviles instintos de la masa.

Sobre todo esta prensa es la que,mediante una campaña de difamaciónrayana en el fanatismo, denigra todoaquello que puede considerarse como el

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sostén de la autonomía nacional, delnivel cultural y de la independenciaeconómica de la nación. Fustiga conparticular saña a todos los espíritusfuertes que no quieren someterse a laarrogante hegemonía del judaísmo o aaquellos que, por sus cualidadesgeniales, creen los judíos ver en ellos unpeligro.

El desconocimiento que reina en elseno de las masas acerca de laverdadera índole del judío y la falta depenetración instintiva de nuestras clasessuperiores, permiten que el pueblo seapresa fácil de esa campaña dedifamación judía.

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Mientras las clases superiores, porcobardía innata, se apartan del hombreque resulta víctima de las calumnias ydifamaciones del judío, suele la granmasa del pueblo, por estulticia osimplicidad mental, creer en estascalumnias.

Políticamente el judío acaba porsustituir la idea de la democracia por lade la dictadura del proletariado. Elejemplo más terrible en ese orden, loofrece Rusia, donde el judío, con unsalvajismo realmente fanático, hizoperecer de hambre o bajo torturasferoces a treinta millones de personas,con el solo fin de asegurar de este modo

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a una caterva de judíos, literatos ybandidos de bolsa, la hegemonía sobretodo un pueblo.

***

Analizando los orígenes del desastrealemán, resalta como causa principal ydefinitiva el desconocimiento que setuvo del problema racial y ante todo delproblema judío.

Las derrotas sufridas en el campo debatalla en agosto de 1918 habrían sidomuy fáciles de sobrellevar, pues noestaban en relación con la magnitud delas victorias que nuestro pueblo había

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alcanzado.Toda derrota puede ser la madre de

una futura victoria. Toda guerra perdidapuede convertirse en la causa de unresurgimiento ulterior; toda miseriapuede ser el semillero de nuevasenergías humanas y toda opresión puedeengendrar también las fuerzasimpulsoras de un renacimiento moral,más esto, sólo mientras la sangre semantenga pura.

La pérdida de la pureza de la sangredestruye para siempre la felicidadinterior; degrada al hombredefinitivamente y son fatales susconsecuencias físicas y morales.

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Todo el aparente florecimiento delantiguo Imperio no podía disimular ladecadencia moral de éste y todo empeñoaplicado a buscar un afianzamientoefectivo del Reich, debió fracasar anteel caso omiso que se hacía del problemamás importante. Por eso en agosto de1914 no se lanzó a la guerra un pueblopreparado para la lucha; la exaltaciónque se produjo fue solamente el últimodestello del instinto de conservaciónnacional frente a la creciente atoníapopular bajo la influencia pacifista-marxista. Como tampoco en aquellosdías trascendentales se supo definir alenemigo interior, toda resistencia

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exterior debió resultar inútil. Laprovidencia no premió a la espadavictoriosa, sino que obró la ley de laeterna compensación.

De esta convicción surgieron paranosotros los principios básicos y latendencia del nuevo movimiento;persuadidos como estábamos, esosfundamentos eran los únicos capaces dedetener la decadencia del pueblo alemány, a la vez, cimentar la base graníticasobre la cual podrá un día subsistiraquel Estado que represente no unmecanismo de intereses económicosextraño a nosotros, sino un organismopropio de nuestro pueblo Un Estado

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germánico en la nación alemana.

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La primera fase deldesarrollo del Partido

Obrero AlemánNacionalsocialista

Si al finalizar la primera parte deeste libro describo la fase inicial deldesarrollo de nuestro movimiento ymenciono brevemente una serie decuestiones relacionadas con esa primeraetapa, no o hago animado del propósitode realizar una disertación sobre susfines ideológicos; pues, ellos son tanmagnos que sólo pueden ser tratados en

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un volumen especial. Por eso en lasegunda parte, habré de ocuparme afondo de sus fundamentosprogramáticos, procurando delinear uncuadro de eso que nosotros entendemosbajo el concepto «Estado». Con eltérmino «nosotros», me refiero a loscentenares de miles de hombres que, enel fondo, ansían lo mismo, pero sinpoder precisar con palabras aquello quehondamente preocupa a su imaginación.En efecto, lo remarcable en todas lasgrandes reformas consiste siempre enque el campeón de la idea es uno solo,en tanto que son millones lossostenedores de la misma. Su aspiración

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es a menudo, ya desde siglos atrás, unferviente deseo de cientos de miles,hasta que llega el día en que aparece elhombre que proclama ese querercolectivo y que, encarnando una nuevavida, conduce a la victoria al viejoanhelo.

El hecho de que en la actualidadmillones de hombres sientaníntimamente el deseo de un cambioradical de las condiciones existentes,prueba la profunda decepción quedomina en ellos. Testigos de ese hondodescontento son sin duda los indiferentesen los torneos electorales y también losmuchos que se inclinan a militar en las

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fanáticas filas de la extrema izquierda.Y es precisamente a éstos a quienestiene, sobre todo, que dirigirse nuestrojoven movimiento.

El problema de la reconstitución delpoderío político de Alemania es, desdeluego, una cuestión primordial queafecta al saneamiento de nuestro instintode conservación nacional y esto porquela experiencia demuestra que todapolítica exterior de acción preparatoria,así como la valorización de un Estado,dependen en menor escala de loselementos bélicos disponibles que de lacapacidad de resistencia moral, yaevidenciada o simplemente supuesta, de

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una nación.La importancia que adquiere un país

como aliado se valora por la notoriapresencia de un vibrante espíritu deconservación nacional y de un heroísmohasta el sacrificio, y no por la simpleposesión material de elementos bélicosinanimados, pues, una alianza no sepacta con armas, sino con hombres. Poreso el pueblo inglés será siempreconsiderado en el mundo como el másvalioso aliado, mientras de su gobiernoy de la voluntad de acción de sus masasse pueda esperar el concurso de aquellaenergía y de aquella tenacidad capacesde llevar la lucha iniciada a término

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victorioso, valiéndose de todos losmedios y sin límites de tiempo ni desacrificios. En este caso es indiferenteel potencial de guerra del momento enrelación con el de otros Estados.

Un joven movimiento que se imponecomo finalidad la reconstrucción delEstado alemán con soberanía propia,debe por entero concentrar su actividaden la tarea de ganar la adhesión de lasmasas. Desde el punto de vistanetamente militar, será de fácilcomprensión, ante todo para un Oficial,el hecho de que una guerra exterior nopuede ser factible con batallones deestudiantes, sino que además de los

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cerebros de un pueblo, es menestertambién de sus puños.

Tampoco se debe perder de vistaque una defensa nacional apoyadaexclusivamente en los círculos llamadospensantes, conduciría a despojar a lanación de un bien irreemplazable. Lajoven generación intelectual alemanaque en otoño de 1914 cayera en lasllanuras de Flandes debió después hacerenorme falta. Había sido pues la élite dela nación y su pérdida no fue posiblecompensarla en el curso de toda laguerra. No solamente la lucha esirrealizable cuando los batallones que selanzan al ataque no cuentan en sus filas

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con la masa obrera, sino que resultatambién utópica la preparación decarácter técnico sin la espontáneacohesión interior del organismonacional.

***

Fue por eso por lo que ya en el año1919 nos hallábamos persuadidos deque el nuevo movimiento debía lograrpreviamente como objetivo capital, lanacionalización de las masas. De ahíresultaron, desde el punto de vistatáctico, una serie de postulados:

1.º Ningún sacrificio social resultará

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demasiado grande, cuando se trate deganar a las masas para la obra delresurgimiento nacional. Quiere estodecir que un movimiento que aspira areincorporar al obrero de Alemania alseno del pueblo alemán, tampoco debedetenerse ante sacrificios económicos,mientras éstos no impliquen unaamenazar para la autonomía y laconservación de la economía nacional.

2.º La educación nacional de la granmasa puede llevarse a cabo únicamenteen forma indirecta, mediante unmejoramiento social, ya que sólo graciasa éste, son susceptibles de crearseaquellas condiciones económicas que

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permitan al individuo participar delacervo cultural de la nación.

3.º Jamás puede lograrse lanacionalización de las masas por laacción de procedimientos a medias opor la simple observancia de un llamadopunto de vista objetivo; esanacionalización sólo es posible por obrade un criterio intolerante y fanáticamenteparcial en cuanto a la finalidadperseguida. La gran masa de un pueblono está constituida por profesores nidiplomáticos. Quién se proponga ganar alas masas, debe conocer la llave que leabra la puerta de su corazón. Esa llaveno se llama objetividad, esto es,

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debilidad, sino voluntad y fuerza.4.º El éxito en la labor de ganar el

alma popular depende de quesimultáneamente con la acción de lalucha positiva por los propios ideales,se logre anular a los enemigos de estosideales. En todos los tiempos el puebloconsidera la acción resuelta contra unadversario político como una prueba desu propio derecho, y contrariamente, veen la abstención de aniquilar al enemigoun signo de inseguridad de ese derecho yhasta la ausencia del mismo.

La gran masa no es más que unaparte de la Naturaleza y no cabe en sumentalidad comprender el mutuo apretón

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de manos entre hombres que afirmanperseguir objetivos contrapuestos. Loque la masa quiere es el triunfo del másfuerte y la destrucción del débil o suincondicional sometimiento.

5.º La incorporación en lacomunidad nacional, o simplemente enel Estado, de un grupo convertido enclase social, no se produce por eldescenso de nivel de las clasessuperiores existentes, sino por laexaltación de las esferas inferiores.

Tampoco pueden ser gestoras deeste proceso las clases superiores; esoestá reservado sólo a las clasesinferiores que luchan por su derecho de

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igualdad. La burguesía actual no llegó aengranarse en el Estado por obra de lanobleza, sino gracias a su propioesfuerzo y a su propia directiva.

El mayor de los obstáculos que seopone al acercamiento del obrero denuestros días a la comunidad nacional,no radica en la representación de susintereses corporativos, sino en la actitudhostil, a la nación y a la patria queasumen sus dirigentes internacionales.Guiadas bajo una orientaciónfanáticamente nacional en cuestionespolíticas y en aquéllas que afectan a losintereses del pueblo, las mismasasociaciones sindicalistas podrían —

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prescindiendo de las controversiaslocales de índole netamente económica— convertir a millones de obreros envaliosísimos elementos de lanacionalidad.

Un movimiento de opinión queaspira honradamente a reincorporar alobrero alemán al seno de su pueblo,arrancándolo de la utopía delinternacionalismo, tienen antes querebelarse vigorosamente contra elcriterio que domina particularmente enlas esferas de los patronos industriales yque consiste en comprender bajo elconcepto de; «comunidad nacional» unincondicional sometimiento, desde el

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punto de vista económico del obrero alpatrón, aparte de que creen ver unaagresión contra la comunidad en todareclamación por justificada que sea, queel obrero haga, velando por sus vitalesintereses económicos.

Indudablemente el obrero atentacontra el espíritu de una verdaderacomunidad nacional en el momento enque, apoyado en su poder, planteaexigencias perturbadoras, contrarias albien público y a la estabilidad de laeconomía nacional; del mismo modo, noatenta menos contra esa comunidad elpatrón que por medios inhumanos y deexplotación egoísta, abusa de las fuerzas

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nacionales de trabajo, llenándose demillones a costa del sudor del obrero.

La fuente en la cual nuestro nacientemovimiento deberá reclutar a susadeptos será, pues, en primer término, lamasa obrera. La misión de nuestromovimiento en este orden consistirá enarrancar al obrero alemán de la utopíadel internacionalismo, libertarle de sumiseria social y redimirle del tristemedio cultural en que vive, paraconvertirle en un valioso factor deunidad, animado de sentimientosnacionales y de una voluntad igualmentenacional en el conjunto de nuestropueblo.

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Además, el objetivo queperseguimos no es invertir la estructuradel campo de opinión, en sí nacional,sino ganar el campo anti-nacional. Talpunto de vista es fundamentalmenteesencial para la acción táctica de todonuestro movimiento.

6.º Este criterio nuestro unilateral,pero justamente por eso, claramentedefinido, tienen que revelarse tambiénen la propaganda del movimiento, apartede que es indispensable por razones dela propaganda misma.

La propaganda tienen que responderen su forma y en su fondo al nivelcultural de la masa, y la eficacia de sus

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métodos deberá apreciarseexclusivamente por el éxito obtenido. Enuna asamblea popular no es el mejoraquel orador que espiritualmente seacerca más a los auditores de la clasepensante, sino aquél que sabe conquistarel alma de la muchedumbre.

7.º Jamás se alcanzará el objetivo deun movimiento político de reforma pormedio de una labor de difusiónmeramente informativa o llegando ainfluenciar a los poderes dominantes,sino únicamente mediante la posesióndel mando político. Pero un golpe deEstado no puede considerarse triunfantepor el solo hecho de que los

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revolucionarios se apoderen delgobierno, sino sólo cuando de larealización de los propósitos yobjetivos, que encarna una tal acciónrevolucionaria, surge para la nación unbienestar mayor que en el régimenanterior; cosa que por supuesto no sepuede afirmar de la «revoluciónalemana», como se vino a llamar elgolpe de bandolerismo efectuado en elotoño de 1918.

Mas, si la conquista del poderpolítico es condición previa para llevara la práctica propósitos de reforma,lógico es que un movimiento animado detales propósitos se considere, desde el

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primer momento de su existencia, comouna corriente de la masa y no como unclub de «tés literarios» o como uncírculo provinciano de palique político.

8.º El nuevo movimiento esantiparlamentario por su carácter y porla índole de su organización; es decirque en general, así como dentro de supropia estructura, rechaza el principiode decisión por mayoría, principio quedegrada al Führer a la condición desimple ejecutor de la voluntad y de laopinión de los demás. En pequeño y engrande, encarna nuestro movimiento elprincipio de la autoridad absoluta delFührer que, a su vez, supone una máxima

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noción de responsabilidad.Constituye una de las más elevadas

tareas del movimiento, hacer de esteprincipio la norma determinante, no sólodentro de sus propias filas, sino tambiénen el mecanismo de todo el Estado.Quien sea Führer, tendrá que llevarjunto a su ilimitada autoridad suprema,la carga de la mayor y de la más pesadade las responsabilidades.

9.º Nuestro movimiento no ve sucometido en la restauración de unaforma determinada de gobierno enoposición a alguna otra. Sino en elestablecimiento de aquellos principiosfundamentales, sin los cuales, ni

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monarquía ni república pueden contarcon una existencia garantizada. No es suintención fundar una monarquía oconsolidar una república, sino crear unEstado germánico.

10.º La cuestión de la organizacióninterna del movimiento es cuestiónconvencional y no de principio. No es lamejor aquella organización queinterpone entre la jefatura delmovimiento y sus prosélitos unaparatoso sistema intermediario, sino laque se sirve del menos complicadomecanismo; pues no debe olvidarse quela tarea de organización consiste entransmitir a un cúmulo de hombres una

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determinada idea —que primero surgióen la mente de uno solo— y velar a suvez por la aplicación práctica de lamisma.

Para la organización interna delmovimiento privaron las siguientesdirectivas:

a) Concentración de toda la laborprimeramente en un solo punto: Munich.Formación de una comunidad de adeptosleales a toda prueba y luego,perfeccionamiento de la escuela de losfuturos propagadores de la idea.Adquisición de la autoridad necesariapor medio de éxitos políticos, grandes ynotables, en la sede central.

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b) Formación de grupos locales enotras ciudades, inmediatamente despuésde haber quedado consagrada laautoridad de la jefatura centran enMunich.

c) Así como un ejército sin jefes, seacual fuese su sistema, carece deeficacia, así también es inútil unaorganización política no dotada de surespectivo Führer.

Para ser el Führer se requierecapacidad, no únicamente entereza, sinolvidar no obstante que debe darsemayor importancia a la fuerza devoluntad y de acción que a la genialidaden sí. Lo ideal pues será la conjunción

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de las condiciones de capacidad,decisión y perseverancia.

11.º El futuro de un movimientodepende del fanatismo, si se quiere, dela intolerancia con que sus adeptossostengan su causa como la única justa yla impongan frente a otros movimientosde índole semejante.

Es un gran error creer que lapotencialidad de un movimiento seacreciente por efecto de la fusión conotro movimiento análogo. Ciertamentetoda expansión en este orden significanuméricamente un aumento, dando alobservador superficial la impresión dehaberse vigorizado también el poder del

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movimiento mismo; pero la verdad, esque éste se adjudica los gérmenes de undebilitamiento que no tardará en hacersemanifiesto.

La magnitud de toda organizaciónpoderosa que encarna una idea, estribaen el religioso fanatismo y en laintolerancia con que esa organización,convencida íntimamente de la justicia desu causa, se impone sobre otrascorrientes de opinión. Si una idea esjusta en el fondo y así armada inicia sulucha, será invencible en el mundo: todapersecución no conducirá sino aaumentar su fuerza interior.

La grandeza del Cristianismo no se

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debió a componendas con corrientesfilosóficas más o menos semejantes dela antigüedad, sino al inquebrantablefanatismo con que proclamó y sostuvo supropia doctrina.

12.º Los secuaces de nuestromovimiento no deben temer el odio nilas vociferaciones de los enemigos denuestra nacionalidad y de nuestraideología; por el contrario, deberán másbien ansiarlas. La mentira y la calumniason manifestaciones propias de eseodio. Aquél que no es calumniado ydenigrado por la prensa judía no esalemán de verdad, ni es verdaderonacionalsocialista.

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La mejor medida para aquilatar elvalor de su criterio, la sinceridad de suconvicción y la entereza de su carácter,es el grado de aversión con que escombatido por el enemigo mortal denuestro pueblo.

13.º Nuestro movimiento estáobligado a fomentar por todos losmedios el respeto a la personalidad. Nodebe olvidarse que el valor de todo lohumano radica en el valor de lapersonalidad; que toda idea y que todaacción son el fruto de la capacidadcreadora de un hombre y que,finalmente, la admiración por lagrandeza de la personalidad, representa

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no sólo un tributo de reconocimientopara ésta, sino también un vínculo queune a los que sienten gratitud hacia ella.

La personalidad es irreemplazable.

***

Nada nos había hecho sufrir más, enla primera época de la formación denuestro movimiento, que el que nuestrosnombres fuesen desconocidos y sinimportancia para la opinión pública,hecho que desde luego ponía en duda laposibilidad de nuestro éxito. En efecto,la opinión pública nada sabía denosotros, ni nadie en Munich, con

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excepción de nuestros pocos adeptos ylos amigos de éstos, sabía de laexistencia de nuestro partido ni siquierasu nombre.

Se imponía, pues, salir al fin delcírculo estrecho y ganar nuevosprosélitos, procurando a todo trance ladifusión del nombre de nuestromovimiento.

Una vez al mes y posteriormentecada quince días, organizábamos«asambleas». Las invitaciones seescribían a máquina y en parte también amano. Recuerdo todavía cómo yo mismoen aquel primer tiempo, distribuí un díapersonalmente en las respectivas casas,

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ochenta de estas invitaciones, y recuerdotambién cómo esperamos aquella nochela presencia de las «masas populares»que debían venir… Con una hora deretraso, el «presidente» se decidió al fina inaugurar la «asamblea». Otra vez, noéramos más que siete, los siete desiempre.

Gracias a pequeñas colectas dedinero en nuestro círculo de pobresdiablos, logramos reunir los mediosnecesarios para poder anunciar unaasamblea mediante un aviso del diarioindependiente de entonces «MünchenerBeobachter».

La asamblea debía realizarse en el

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«Hofbräuhaus Kéller» de Munich. A las7 de la noche, se hallaban presentes 111personas.

La asamblea quedó abierta. Unprofesor de Munich pronunció el primerdiscurso, luego debía yo tomar lapalabra por primera vez en público.Hablé durante treinta minutos y aquellosque antes había sentido instintivamente,quedó comprobado por la realidad; teníacondiciones para hablar.

Al finalizar mi discurso, el públicoen el estrecho recinto, estaba comoelectrizado y el entusiasmo tuvo suprimera manifestación en el hecho deque mi llamada a la generosidad de los

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presentes dio por resultado una colectade 300;marcos.

El presidente del partido deentonces, señor Harrer, era periodistade profesión y como tal,indudablemente, un hombre de ampliailustración. Pero, en su calidad de jefede partido, pesaba sobre él el gravísimodefecto de no saber hablar para lasmasas. Minucioso y exacto, como en sutrabajo profesional, carecía sin embargodel vuelo espiritual necesario, quizásprecisamente debido a esa falta detalento oratorio. El señor Drexler,presidente del grupo regional de Munichen aquel tiempo, era un simple obrero,

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asimismo incapacitado para la oratoria yque tampoco tenía nada de soldado.

No había servido en el ejército, nidurante la guerra fue combatiente, demodo que a él, débil e indeciso pornaturaleza, le faltaba la única escuelacapaz de forjar, de caracterespusilánimes espíritus varoniles. Ambosno eran hombres de la talla de los quellevan en el corazón, no sólo la fefanática en el triunfo de una causa, sinoque, animados de inquebrantable energíay hasta de brutal inexorabilidad, si elloes necesario, son capaces de vencer losobstáculos que pueden embarazar eltriunfo de la nueva idea. A este fin

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podían sólo prestarse hombres que,mental y físicamente, hubiesen adquiridoaquellas virtudes militares que quizáspodríamos condensar en estos términos:la agilidad del galgo, la resistencia delcuero y la dureza del acero de Krupp.Entonces era yo todavía soldado activocon casi seis años de servicio, demanera que aquel círculo debióconsiderarme al principio como algoentraño en su seno.

En mi vocabulario no regían laspalabras: «no es posible» o «seráimposible», «no debe aventurarse», «estodavía muy peligroso», etc.

El caso era naturalmente peligroso.

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Por cierto que los defraudadoresmarxistas del pueblo, debieron odiar engrado superlativo un movimiento cuyadefinida finalidad era ganar aquel sectorsocial que hasta aquel momento sehallaba al exclusivo servicio de lospartidos internacionales de judíosmarxistas y traficantes de la Bolsa.Desde luego, el solo nombre «PartidoObrero Alemán», constituía unaprovocación.

Durante todo el invierto de 1919-1920 fue para mí una lucha continua elempeño de consolidar la confianza en lavoluntad de vencer que debía animar aljoven movimiento y acrecentarlo hasta

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aquel fanatismo que, convertido en fe,sería después capaz de trasladarmontañas.

Entre tanto, el número de los quefrecuentaban nuestras asambleas habíaascendido a más de 200 y el éxito fuebrillante lo mismo en el aspectoexterior, que en el orden económico.Quince días más tarde, la cifra habíasubido a más de 400.

***

Jamás podré prevenirsuficientemente a nuestro jovenmovimiento sobre el peligro de caer en

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la red de los llamados «trabajadoressilenciosos». Estos no sólo soncobardes, sino también incapaces yharaganes. Todo hombre que estáenterado de una cosa, que se da cuentade un peligro latente, y que ve laposibilidad de remediarlo, tienenecesariamente la obligación de asumiren público una actitud franca en contradel mal, buscando su curación, en lugarde concretarse a obrar«silenciosamente».

La mayoría de los «trabajadoressilenciosos» se dan ínfulas de saber,¡Dios sabe qué! Ninguno de ellos sabenada, pero tratan de sofisticar al mundo

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entero con sus artificios; son perezosos,pero despiertan por medio de sudecantado trabajo «silencioso» laimpresión de que tienen una actividadenorme y diligente. En una palabra, sonembusteros y traficantes políticos, quedetestan el trabajo honrado de los otros.

Incluso el más simple agitador quetiene el coraje de defender su causaabierta y varonilmente ante losadversarios en la taberna, labora másque mil de esos hipócritas, mentirosos ypérfidos.

***

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A principios del año 1920 induje aorganizar el primer mitin. El presidentedel partido, señor Harrer, creía nopoder apoyar mi iniciativa en cuanto almomento elegido y se decidió enconsecuencia, como hombre correcto yhonrado, a dejar la presidencia. AntónDrexler fue el sucesor; yo personalmenteme había reservado la organización dela propaganda, poniéndomeresueltamente a la obra.

Para el 4 de febrero de aquel añoquedó fijada la fecha de realización dela primera gran asamblea popular denuestro movimiento, todavía casidesconocido hasta entonces. Los

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preparativos los dirigí yo mismo.El rojo fue el color elegido; era el

más provocador y el que naturalmentemás debía indignar e irritar a nuestrosdetractores, haciéndonos ante ellosinconfundibles por otra razón.

A las 07:30 de la noche debíainaugurarse la asamblea. Quince minutosantes ingresé en la sala de la«Hofbräuhaus», situada en la Plaza deMunich. Mi corazón saltaba de alegría,pues el enorme local se hallabamaterialmente repleto de gente en unnúmero mayor a 2.000 personas. Más dela mitad de la sala parecía hallarseocupada por comunistas y elementos

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independientes.Tomé la palabra a continuación del

primer orador. Pocos minutos más tardemenudeaban las interrupciones; en elfondo de la sala se producían escenasviolentas. Un grupo de mis fielescamaradas de la guerra y otros pocosadeptos más, se enfrentaron con losperturbadores y sólo paulatinamentepudo restablecerse el orden. Seguíhablando. Media hora después, losaplausos comenzaron a imponerse a losgritos y exclamaciones airadas, y,finalmente, cuando exponía los 25puntos de nuestro programa, me hallabafrente a una sala atestada de individuos

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unidos por una nueva convicción, poruna nueva fe y por una nueva voluntad.Quedó encendido el fuego cuyas llamasforjarán un día la espada que ledevuelva la libertad al Sigfridogermánico y restaure la vida de lanación alemana.

Y junto al resurgimiento que veíavenir, se levantaba inexorable, contra elperjurio del 9 de noviembre de 1918, ladiosa de la venganza.

Lentamente fue vaciándose la sala.El movimiento tomaba su curso.

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SEGUNDA PARTE

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Ideología y Partido

Era natural que el nuevo movimientoúnicamente pudiese esperar asumir laimportancia necesaria y obtener lafuerza requerida para su gigantescalucha, en el caso de que desde el primermomento lograra despertar en el alma desus partidarios, la sagrada convicciónde que dicho movimiento no significabaimponer a la vida política un nuevo lemaelectoral, sino hacer que una concepciónideológica nueva, de trascendenciacapital, llegara a preponderar.

Se debe considerar cuán

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paupérrimos son los puntos de vista delos cuales emanan generalmente losllamados «programas políticos» y laforma cómo éstos son ataviados detiempo en tiempo con ropajes nuevos.Siempre es el mismo e invariablemotivo el que induce a formular nuevosprogramas o a modificar los existentes:la preocupación por el resultado de lapróxima elección. Se reúnen comisionesque «revisan» el antiguo programa yredactan uno «nuevo», prometiendo acada uno lo suyo. Al campesino, se leofrece para su agricultura; al industrial,para su manufactura; al consumidor,facilidades de compra; los maestros de

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escuela recibirán aumento de sueldo; losfuncionarios mejoramiento de pensiones;viudas y huérfanos gozarán de la ayudadel Estado en escala superlativa; eltráfico, será fomentado; las tarifas,experimentarán considerable reduccióny hasta los impuestos quedarán pocomenos que abolidos.

Apoyados en estos preparativos ypuesta la confianza en Dios y en laproverbial estulticia del cuerpoelectoral, inician los partidos sucampaña por la llamada «renovación»del Reich.

Pasadas las elecciones, el «señorrepresentante del pueblo», elegido por

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un período de cinco años, se encaminatodas las mañanas al congreso y llega,por lo menos, hasta la antesala dondeencuentra la lista de asistencia.Sacrificándose por el bienestar delpueblo, inscribe allí su ilustre nombre ytoma, a cambio de ello, la muy merecidadieta que le corresponde comoinsignificante compensación por este sucontinuado y agobiante trabajo.

Al finalizar el cuarto año de sumandato, o también en otras horascríticas, pero especialmente cuando seaproxima la fecha de la disolución delas cortes, invade súbitamente a losseñores diputados un inusitado impulso

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y las orugas parlamentarias salen, cualmariposas de su crisálida, para irvolando al seno del «bien querido»pueblo. De nuevo se dirigen a suselectores, les cuentan de sus laboresfatigantes y del malévoloempecinamiento de los adversarios.Dada la granítica estupidez de nuestrahumanidad, el éxito no debesorprendernos. Guiado por su prensa yalucinado por la seducción del nuevoprograma, el rebaño electoral, tanto«burgués» como «proletario», retorna alestablo común para volver a elegir a susantiguos defraudadores.

¡Nada más decepcionante que

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observar todo este proceso en sudesnuda realidad!

La lucha política, en todos lospartidos que se dicen de orientaciónburguesa, se reduce en verdad a la soladisputa de escaños parlamentarios, entanto que las convicciones y losprincipios se echan por la borda cualsacos de lastre; los programas políticosestán adaptados, por cierto, a tal estadode cosas. Esos partidos carecen deaquella atracción magnética que arrastrasiempre a las masas bajo la dominanteimpresión de amplios puntos de vista ybajo la fuerza persuasiva de feincondicional y de coraje fanático para

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luchar por ellos.

***

Antes de entrar a ocuparte de losproblemas y objetivos del PartidoObrero Alemán Nacionalsocialistadeseo precisar el concepto «Völkish»(racista) y su relación con nuestromovimiento.

El concepto «völkish» se presentasusceptible de una elásticainterpretación y es ilimitado, tal comoocurre, por ejemplo, con el término«religiös» (religioso). También elconcepto «völkish» entraña en sí ciertas

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verdades fundamentales, las cuales, aunteniendo la trascendencia más eminente,son sin embargo tan vagas en su forma,que cobran valor superior al de unasimple opinión más o menos autorizadacuando se las engasta como elementosbásicos en el marco de un partidopolítico. La realización de aspiracionesde concepción ideológica y también lade los postulados que de ellas dederivan, no son resultado ni de la purasensibilidad ni del solo anhelo delhombre, como tampoco V. Gr. laconsecución de la libertad, es el frutodel ansia general por ella.

Toda concepción ideológica, por mil

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veces justa y útil que fuese para lahumanidad, quedará prácticamente sinvalor en la vida de un pueblo, mientrassus principios no se hayan convertido enel escudo de un movimiento de acción,el cual a su vez, no pasará de ser unpartido, mientras no haya coronado suobra con la victoria de sus ideas ymientras sus dogmas de partido noconstituyan las leyes básicas del Estadodentro de la comunidad del pueblo.

A la representación abstracta de unaidea justa en principio, que da elteorizante, debe sumarse la experienciapráctica del político. Al investigador dela verdad tiene que complementarle el

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conocedor de la psiquis del pueblo paraextraer y conformar del fondo de laverdad eterna y del ideal, lohumanamente posible para el simplemortal. Del seno de millones dehombres, donde el individuo adivina conmás o menos claridad las verdadesproclamadas y quizás, si hasta en partelas aprende, surgirá el hombre que conapodíctica energía forme de lasvacilantes concepciones de la granmasa, principios graníticos por cuyaverdad exclusiva luchará hasta que delmar ondeante de un mundo libre de ideasemerja la roca de un común sentimientounitario de fe y voluntad.

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El derecho universal de obrar así, sefunda en la necesidad, en tanto quetratándose del derecho individual es eléxito el que en ese caso justifica elproceder.

***

La concepción política corriente ennuestros días, descansa generalmentesobre la errónea creencia de que, sinbien se le pueden atribuir al Estadoenergías creadoras y conformadoras dela cultura, el mismo, en cambio, nadatiene de común con premisas raciales,

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sino que podría ser más bienconsiderado como un producto denecesidades económicas o, en el mejorde los casos, el resultado natural deljuego de fuerzas políticas. Este criterio,desarrollado lógica y consecuentemente,conduce no sólo al desconocimiento deenergías primordiales de la raza, sinotambién a una deficiente valoración dela persona, ya que la negación de ladiversidad de razas, en lo tocante a susaptitudes generadoras de cultura, haceque ese error capital tenganecesariamente que influir también en laapreciación del individuo. Aceptar lahipótesis de la igualdad de razas,

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significaría proclamar la igualdad de lospueblos y consiguientemente la de losindividuos.

Según eso, el marxismointernacional no es más que una nociónhace tiempo existente y a la cual le dioel judío Karl Marx la forma de unadefinida profesión de fe política. Sin laprevia existencia de eseemponzoñamiento de carácter general,jamás habría sido posible el asombrosoéxito político de esa doctrina. KarlMarx fue, entre millones, realmente elúnico que con su visión de profetadescubriera en el fango de unahumanidad paulatinamente envilecida,

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los elementos esenciales del venenosocial, y supo reunirlos, cual un genio dela magia negra, en una soluciónconcentrada para poder destruir así conmayor celeridad, la vida independientede las naciones soberanas del orbe. Ytodo esto, al servicio de su propia raza.

Frente a esa concepción, ve laideología nacionalracista, el valor de lahumanidad en sus elementos raciales deorigen.

En principio considera el Estadosólo como un medio hacia undeterminado fin y cuyo objetivo es laconservación racial del hombre. Deninguna manera, por tanto, en la igualdad

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de las razas, sino que por el contrario, aladmitir su diversidad, reconoce tambiénla diferencia cualitativa existente entreellas. Esta persuasión de la verdad, leobliga a fomentar la preponderancia delmás fuerte y a exigir la supeditación delinferior y del débil, de acuerdo con lavoluntad inexorable que domina eluniverso. En el fondo, rinde asíhomenaje al principio aristocrático de laNaturaleza y cree en la evidencia de esaley, hasta tratándose del último de losseres racionales. La ideología racistadistingue valores, no sólo entre lasrazas, sino también entre los individuos.Es el mérito de la personalidad lo que

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para ella se destaca del conjunto de lamasa obrando, por consiguiente, frente ala labor disociadora del marxismo,como fuerza organizadora.

Cree en la necesidad de unaidealización de la humanidad comocondición previa para la existencia deésta. Pero le niega la razón de ser a unaidea ética, si es que, ella, racialmente,constituye un peligro para la vida de lospueblos de una ética superior, pues enun mundo bastardizado o amestizado,estaría predestinada a desaparecer parasiempre toda noción de lo bello y dignodel hombre, así como la idea de unfuturo mejor para la humanidad.

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La cultura humana y la civilizaciónestán inseparablemente ligadas a la ideade la existencia del hombre ario. Sudesaparición o decadencia sumiría denuevo al globo terráqueo en las tinieblasde una época de barbarie. Elsocavamiento de la cultura humana pormedio del exterminio de susrepresentantes, es para la concepción dela ideología racista el crimen másexecrable.

***

La concreción sistemática de una

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ideología, jamás podrá realizarse sobreotra base que no fuese una definiciónprecisa de la misma y teniendo en cuentaque lo que para la fe religiosarepresentan los dogmas, son losprincipios políticos para un partido enformación.

Por tanto, se impone dotar a laideología racista de un instrumento queposibilite su propagación análogamentea la forma cómo la organización delpartido marxista le abre paso alinternacionalismo.

Esta es la finalidad que persigue elpartido obrero alemánnacionalsocialista.

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Personalmente, ví mi misión en latarea de extraer del amplio e informeconjunto de una concepción ideológicageneral, los elementos que sonsubstanciales y darles formas más omenos dogmáticas, de modo que, por suclara precisión, se presten paracohesionar unitariamente a aquellos quejuren la idea. En otros términos: Elpartido obrero alemánnacionalsocialista toma del fondo de laidea básica de una concepción racistageneral, los elementos esenciales paraformar con ellos —sin perder de vista larealidad práctica, la época que vivimosy el material humano existente, así como

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las flaquezas inherentes a éste— unaprofesión de fe política, la cual, a suvez, pueda hacer de la cohesión de lasgrandes masas, rígidamente organizadas,la condición previa para la victoriosaevidenciación de la ideología racista.

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El Estado

Ya en los años de 1920 y 1921, loscírculos anticuados de la burguesía,acusaron incesantemente a nuestromovimiento de mantener una posiciónnegativa frente al Estado actual, y deesta acusación la politiquería partidistade todos los sectores hizo derivar elderecho de iniciar, por todos losmedios, la lucha opresora contra lajoven e incómoda protagonista de unanueva concepción ideológica. Por ciertoque deliberadamente se había olvidadode que el mismo burgués de nuestros

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días era ya incapaz de imaginar bajo elconcepto «Estado» un organismohomogéneo y tampoco existía, ni podíaexistir, una definición concreta para elmismo. A esto se agrega que en nuestrasuniversidades, suelen haber a menudo«difundidores» en forma de catedráticosde Derecho Público, cuya «suprematarea» consiste en elucubrarexplicaciones e interpretaciones sobrela existencia, más o menos dichosa delEstado al cual deben el pan cotidiano.Cuanto más abtrusa sea la contextura deun Estado, tanto más impenetrable,alambicado e incompresible, resulta elsentido de las definiciones de su razón

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de ser.En términos generales, se puede

distinguir tres criterios diferentes: a) Elgrupo de los que ven en el Estadosimplemente una asociación, más omenos espontánea, de gentes sometidasal poder de un gobierno. En el solohecho de la existencia de un Estado,radica, para ellos, una sagradainviolabilidad.

Apoyar semejante extravío decerebros humanos, supone rendir cultoservil a la llamada autoridad del Estado.En un abrir y cerrar de ojos, setransforma en la mentalidad de esasgentes el medio en un fin.

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b) El segundo grupo, no admite quela autoridad del Estado represente laúnica y exclusiva razón de ser de éste,sino que, al mismo tiempo, lecorresponde la misión de fomentar elbienestar de sus súbditos. La idea de«libertad», es decir, de una libertadgeneralmente mal entendida, se intercalaen la concepción que esos círculostienen del Estado.

La forma de gobierno ya no pareceinviolable por el solo hecho de suexistencia; se la analiza más bien desdeel punto de vista de su conveniencia. Porlo demás, es un criterio que espera delEstado, sobre todo, una favorable

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estructuración de la vida económica delindividuo; un criterio, por tanto, quejuzga desde puntos de vista prácticos yde acuerdo con nociones generales delrendimiento económico. A losrepresentantes principales de estaescuela, los encontramos en los círculosde nuestra burguesía corriente y conpreferencia en los de nuestrademocracia liberal.

c) El tercer grupo es numéricamenteel más débil y cree ver en el Estado unmedio para la realización de tendenciasimperialistas, a menudo vagamenteformuladas dentro de este Estado, de unpueblo homogéneo y del mismo idioma.

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***

Fue muy triste observar en losúltimos cien años cómo infinidad deveces, pero con la mejor buena fe, sejugó con la palabra «germanizar». Yomismo recuerdo cómo en mi juventudprecisamente esta palabra sugería ideasincreíblemente falsas. En los círculospangermanistas mismos, se podíaescuchar, en aquellos tiempos, laabsurda opinión de que en Austria, losalemanes, llegarían buenamente aconseguir la germanización de loseslavos de dicho país.

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Es un error casi inconcebible creerque, por ejemplo, un negro o un chino seconvierten en germanos porque aprendanel idioma alemán y estén dispuestos enlo futuro a hablar la nueva lengua o darsu voto por un partido político alemán.

Desde luego, esto habría significadoel comienzo de una bastardización y conello, en el caso nuestro, no unagermanización, sino más bien ladestrucción del elemento germano.

Como la nacionalidad o mejordicho, la raza, no estriba precisamenteen el idioma, sino en la sangre, sepodría hablar de una germanización sóloen el caso de que, mediante tal proceso,

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se lograse cambiar la sangre de lossometidos, lo cual constituiría noobstante, un descenso del nivel de laraza superior.

Que enorme es ya el daño que,indirectamente, se ha ocasionado anuestra nacionalidad, con el hecho deque debido a la falta de conocimiento demuchos americanos, se toma poralemanes a los judíos, que hablandoalemán, llegan a América.

Lo que a través de la historia pudogermanizarse provechosamente, fue elsuelo que nuestros antepasadosconquistaron con la espada y quecolonizaron después con campesinos

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alemanes. Y si allí se infiltró sangreextraña en el organismo de nuestropueblo, no se hizo más que contribuircon ello a la funesta disociación denuestro carácter nacional, lo cual semanifiesta en el lamentablesuperindividualismo de muchos.

Por eso el primer deber de un nuevomovimiento de opinión, basado sobre laideología racista, es velar porque elconcepto que se tiene del carácter y dela misión del Estado adquiera una formaclara y homogénea.

No es el Estado en sí el que crea uncierto grado cultural; el Estado puedeúnicamente cuidar de la conservación de

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la raza de la cual depende esa cultura.En consecuencia, es la raza y no el

Estado lo que constituye la condiciónprevia de la existencia de una sociedadhumana superior.

Las naciones o mejor dicho las razasque poseen valores culturales y talentocreador, llevan latentes en sí mismas,esas cualidades, aun cuando,temporalmente, circunstanciasdesfavorables no permitan su desarrollo.De eso se infiere también que es unatemeraria injusticia presentar a losgermanos de la época anterior alcristianismo como hombres «sincultura», es decir, bárbaros, cuando

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jamás lo fueron, pues el haberse vistoobligados a vivir bajo condiciones queobstaculizaron el desenvolvimiento desus energías creadoras, debióse a lainclemencia de su suelo nórdico. De nohaber existido el mundo clásico, si losgermanos hubiesen llegado a lasregiones meridionales de Europa, máspropicias a la vida, y si, además,hubiesen contado con los primerosmedios técnicos auxiliares, sirviéndosede pueblos de raza inferior, lacapacidad creadora de cultura, latenteen ellos, hubiera podido alcanzar unbrillante florecimiento, como en el casode los helenos. Pero la innata fuerza

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creadora de cultura que poseía elgermano, puede atribuirse únicamente asu origen nórdico. Llevados a tierras delsur, ni el lapón ni el esquimal podríandesarrollar una elevada cultura. Fue elario, precisamente a quien laProvidencia dotó de la bella facultad decrear y organizar, sea porque él llevelatentes en sí mismo esas cualidades oporque las imprima a la vida que nacesegún las circunstancias propicias odesfavorables del medio geográfico quelo rodea.

Nosotros los nacionalsocialistas,tenemos que establecer una diferenciarigurosa entre el Estado, como

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recipiente y la raza como su contenido.El recipiente tiene su razón de ser sólocuando es capaz de abarcar y proteger elcontenido; de lo contrario, carece devalor.

El fin supremo de un Estado racista,consiste en velar por la conservación deaquellos elementos raciales de origenque, como factores de cultura, fueroncapaces de crear lo bello y lo dignoinherente a una sociedad humanasuperior.

Nosotros, como arios, entendemos elEstado como el organismo viviente deun pueblo que no sólo garantiza laconservación de éste, sino que lo

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conduce al goce de una máxima libertad,impulsando el desarrollo de susfacultades morales e intelectuales.

Aquello que hoy trata deimponérsenos como Estado,generalmente no es más que elmonstruoso producto de un hondodesvarío humano que tiene porconsecuencia una indecible miseria.

Nosotros los nacionalsocialistas,sabemos que, debido a este modo depensar, estamos colocados en el mundoactual en un plano revolucionario yllevamos, por tanto, el sello de estarevolución. Mas, nuestro criterio ynuestra manera de actuar, no deben

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depender, en caso alguno, del aplauso ode la crítica de nuestroscontemporáneos, sino, simplemente, dela firme adhesión a la verdad, de la cualestamos persuadidos. Sólo así podremosmantener el convencimiento de que lavisión más clara de la posteridad nosolamente comprenderá nuestroproceder de hoy, sino que tambiénreconocerá que fue justo, y loennoblecerá.

Si nos preguntásemos cómo deberíaestar constituido el Estado que nosotrosnecesitamos, tendríamos que precisar,ante todo, la clase de hombres que ha deabarcar y cual es el fin al que debe

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servir.Desgraciadamente nuestra

nacionalidad ya no descansa sobre unnúcleo racial homogéneo. El proceso dela fusión de los diferentes componentesétnicos originarios, no está tampoco tanavanzado como para poder hablar deuna nueva raza resultante de él. Por elcontrario, los sucesivosenvenenamientos sanguíneos que sufrióel organismo nacional alemán, enparticular a partir de la guerra de losTreinta años, vinieron a alterar lahomogeneidad de nuestra sangre ytambién de nuestro carácter. Lasfronteras abiertas de nuestra patria al

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contacto de pueblos vecinos nogermanos, a lo largo de las zonasfronterizas, y ante todo el infiltramientodirecto de sangre extraña en el interiordel Reich, no dan margen, debido a sucontinuidad, a la realización de unafusión completa.

Al pueblo alemán le falta aquelfirme instinto gregario que radica en lahomogeneidad de la sangre y que en lostrances de peligro inminente salvaguardaa las naciones de la ruina. El hecho de lainexistencia de una nacionalidad,sanguíneamente homogénea nos haocasionado daños dolorosos. Diociudades residenciales a muchos

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pequeños potentados, pero al pueblomismo le arrebató en su conjunto elderecho señorial.

Significa una bendición el quegracias a esa incompleta promiscuidad,poseamos todavía en nuestro organismonacional grandes reservas del elementonórdico germano de sangreincontaminada, y que podamosconsiderarlo como el tesoro más valiosode nuestro futuro.

El Reich alemán, como Estado, tieneque abarcar a todos los alemanes eimponerse la misión, son sólo decohesionar y de conservar las reservasmás preciadas de los elementos raciales

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originarios de este pueblo, sino también,la de conducirlos, lenta y firmemente, auna posición predominante.

***

Es posible que para muchos denuestros actuales burocratizadosdirigentes del gobierno, sea mástranquilizador laborar por elmantenimiento de un estado de cosasexistente, que luchar por eladvenimiento de uno nuevo. Máscómodo les parecerá siempre ver en elEstado un mecanismo destinadollanamente a conservarse a sí mismo y

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que, por ende, vela también por ellos, yaque su vida «pertenece al Estado», comoacostumbran a decir.

En consecuencia, al luchar nosotrospor una nueva concepción que respondeplenamente al sentido primordial de lascosas, encontraremos muy pocoscamaradas en el seno de una sociedadenvejecida no sólo orgánicamente, sinotambién espiritualmente, por desgracia.Por excepción, quizá algunos ancianoscon el corazón joven y la mente frescatodavía, vendrán de esos círculos hacianosotros, pero jamás aquéllos que ven elobjeto esencial de su vida en laconservación de un estado de cosas ya

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establecido.Es un hecho que, cuando en una

nación, con una finalidad común, undeterminado contingente de máximasenergías se segrega definitivamente delconjunto inerte de la gran masa, esoselementos de selección llegarán aexaltarse a la categoría de dirigentes delresto. Las minorías hacen la historia delmundo, toda vez que ellas encarnan, ensu minoría numérica, una mayoría devoluntad y de entereza.

Por eso lo que hoy a muchos lesparece una dificultad, es, en realidad, lapremisa de nuestro triunfo. Justamenteen la magnitud y en las dificultades de

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nuestro cometido radica la posibilidadde que sólo los más calificadoselementos de lucha han de seguirnos ennuestro camino. Esta selección será laque garantice el éxito.

***

Todo cruzamiento de razas conducefatalmente, tarde o temprano, a laextinción del producto híbrido mientrasen el ambiente coexista, en alguna formade unidad racial, el elementocualitativamente superior representadoen este cruzamiento. El peligro queamenaza al producto híbrido desaparece

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en el preciso momento de labastardización del último elemento purode raza superior.

En esto se dunda el proceso de laregeneración natural que, aunquelentamente, contando con un núcleo deelementos de raza pura y siempre quehaya cesado la bastardización, llega aabsorver, poco a poco, los gérmenes delenvenenamiento racial.

Un estado de concepción racista,tendrá en primer lugar, el deber delibrar al matrimonio del plano de unaperpétua degradación racial yconsagrarlo como la institucióndestinada a crear seres a la imagen del

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Señor y no monstruos, mitad hombre,mitad mono.

Toda protesta contra esta tesis,fundándose en razones llamadashumanitarias, están en una abiertaoposición con una época en la que, porun lado, se da a cualquier degenerado laposibilidad de multiplicarse, lo cualsupone imponer a sus descendientes y alos contemporáneos de éstos indeciblespenalidades, en tanto que, por el otro, seofrece en droguerías y hasta en puestosde venta ambulante, los mediosdestinados a evitar la concepción en lamujer, aún tratándose de padrescompletamente sanos. En el Estado

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actual de «orden y tranquilidad», espues un crimen ante los ojos de lasfamosas personalidades nacional-burguesas el tratar de anular lacapacidad de procreación de lossifilíticos, tuberculosos, taradosatávicos, defectuosos y cretinos;inversamente, nada tiene para ellos demalo ni afecta a las «buenascostumbres» de dicha sociedad,constituida de puras apariencias y miopepor inercia, el hecho de que millones delos más sanos restrinjan prácticamentela natalidad.

¡Qué infinitamente huérfano de ideasy de nobleza es todo este sistema! Nadie

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se inquieta ya por legar a la posteridadlo mejor, sino que llanamente, se dejaque las cosas sigan su curso…

Es deber del Estado racista, repararlos daños ocasionados en este orden.Tiene que comenzar por hacer de lacuestión raza el punto central de la vidageneral. Tiene que velar por laconservación de su pureza y tienetambién que consagrarse al niño como altesoro más preciado de su pueblo. Estáobligado a cuidarse de que solo losindividuos sanos tengan descendencia.Debe inculcar que existe un oprobioúnico: engendrar estando enfermo osiendo defectuoso; pero que frente a

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esto, hay una acción que dignifica:renunciar a la descendencia. Por elcontrario deber á considerar execrableel privar a la nación de niños sanos. ElEstado tendrá que ser el garantizador deun futuro milenario frente al cual nadasignifican, y no harán más quedoblegarse, el deseo y el egoísmoindividuales. El Estado tiene que ponerlos más modernos recursos médicos alservicio de esta necesidad. Todoindividuo notoriamente enfermo yatávicamente tarado, y como tal,susceptible de seguir trasmitiendo porherencia sus defectos, debe serdeclarado inepto para la procreación y

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sometido al tratamiento práctico. Porotro lado, el Estado tiene que velar porque no sufra restricciones la fecundidadde la mujer sana como consecuencia dela pésima administración económica deun régimen de gobierno que haconvertido en una maldición para lospadres la dicha de tener una prolenumerosa.

Aquel que física y mentalmente no essano, no debe, no puede perpetuar susmales en el cuerpo de su hijo. Enorme esel trabajo educativo que pesa sobre elEstado racista en este orden, pero suobra aparecerá un día como un hechomás grandioso que la más gloriosa de

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las guerras de esta nuestra épocaburguesa. El Estado tiene que persuadiral individuo, por medio de la educación,de que estar enfermo y endeble no es unaafrenta, sino simplemente una desgraciadigna de compasión; pero que es uncrimen y por consiguiente, una afrenta,infamar por propio egoísmo esadesgracia, trasmitiéndola a seresinocentes.

El Estado deberá obrarprescindiendo de la comprensión oincompresión, de la popularidad oimpopularidad que provoque su modode proceder en este sentido.

Apoyada en el Estado, la ideología

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racista logrará, a la postre, eladvenimiento de una época mejor, en lacual los hombres, no se preocuparánmás que de la selección de perros,caballos y gatos, sino de levantar elnivel racial del hombre mismo; unaépoca en la cual unos, reconociendo sudesgracia, renuncien silenciosamente, entanto que los otros den gozosos sutributo a la descendencia.

Que esto es factible, no se puedenegar en un mundo donde cientos demiles se imponen voluntariamente elcelibato sin otro compromiso que elprecepto de una religión.

Cuando una generación adolece de

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defectos y los reconoce y hasta losconfiesa, para luego conformarse con lacómoda disculpa de que nada se puederemediar, quiere decir que esa sociedadhace tiempo que inició su decadencia.

Nosotros no debemos hacernosninguna ilusión. ¡No! Bien sabemos quenuestro mundo burgués de hoy es yaincapaz de ponerse al servicio deninguna elevada misión de la humanidadporque, sencillamente, en cuanto acalidad, es pésima su condición. Y espésima debido menos a una maldadintencionada, que a una incalificableindolencia y a todo lo nocivo que deello emana. He aquí también la razón

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porque aquellos clubs que abundan bajola denominación genérica de «partidosburgueses», hace tiempo que no son otracosa que comunidades de interesescreados de determinados gruposprofesionales y clases, de suerte que sumáximo objetivo se concreta ya sólo a ladefensa más apropiada de interesesegoístas. Ocioso es, por cierto, quererexplicar que un gremio tal de «burguesespolíticos» pueda prestarse a todo menosa la lucha, especialmente si el sectoradversario no se compone de timoratossino de masas proletarias fuertementealeccionadas y dispuestas a todo.

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***

Si consideremos como el primerdeber del Estado la conservación, elcuidado y el desarrollo de nuestroselementos sociales, en servicio y por elbien de la nacionalidad, lógico es puesque ese celo protector no debe acabarcon el nacimiento del pequeñocongénere, sino que el Estado tiene quehacer de él un elemento valioso, digo dereproducirse después.

Fundándose en esta convicción, elEstado racista no particulariza su misión

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educadora a la mera tarea de insuflarconocimientos del saber humano. No, suobjetivo consiste, en primer término, enformar hombres físicamente sanos.

Seguidamente, en segundo plano,está el desarrollo de las facultadesmentales y aquí, a su vez, en el fomentode la fuerza de voluntad y de decisión,habituando al educando a asumir gustosola responsabilidad de sus actos. Comocorolario viene la instrucción científica.

El Estado racista debe partir delpunto de vista de que un hombre, si biende instrucción modesta pero de cuerposano y de carácter firme, rebosante devoluntad y de espíritu de acción, vale

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más para la comunidad del pueblo queun superintelectual enclenque.

Por tanto, el entrenamiento físico, enel Estado racista, no constituye unacuestión individual, ni menos algo queincumbe sólo a los padres, interesando ala comunidad sólo en segundo o tercertérmino, sino que es una necesidad de laconservación nacional representada ygarantizada por el Estado. Del mismomodo que en lo tocante a la instrucciónescolar interviene hoy el Estado en elderecho de la autodeterminación delindividuo y le supedita al derecho de lacolectividad, sometiendo al niño a lainstrucción obligatoria, sin previo

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consentimiento de los padres, asítambién, pero en una escala mayor, tieneel Estado racista que imponer un día suautoridad frente al desconocimiento o ala incomprensión del individuo encuestiones que afectan a la conservacióndel acervo nacional. Su labor educativadeberá estar organizada de tal suerte,que el cuerpo del niño sea tratadoconvenientemente desde la primerainfancia, para que así adquiera el templefísico necesario al desarrollo de suvida. Tendrá que velar, ante todo,porque no se forme una generación desedentarios.

La escuela, en el Estado racista,

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deberá dedicar a la educación físicainfinitamente más tiempo delactualmente fijado.

No debería transcurrir un solo díasin que el adolescente deje deconsagrarse por lo menos durante unahora por la mañana y durante otra por latarde al entrenamiento de su cuerpo,mediante deportes y ejerciciosgimnásticos. En particular, no puedeprescindirse de un deporte quejustamente ante los ojos de muchos quese dicen «racistas» es rudo e indigno: elpugilato. Es increíble cuán erróneas sonlas opiniones difundidas en esterespecto en las esferas «cultas», donde

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se considera natural y honorable que eljoven aprenda esgrima y juegue a laespada, en tanto que el boxeo loconceptúan como una torpeza. ¿Y porqué? No existe deporte alguno quefomente como este él espíritu de ataquey la facultad de rápida decisión,haciendo que el cuerpo adquiera laflexibilidad del acero. No es más brutalque dos jóvenes diluciden un altercadocon los puños que con una lámina deaguzado acero. Tampoco es menos nobleque un hombre agredido se defienda desu agresor con los puños, en vez de huirpara apelar a la policía.

El tipo humano ideal que busca el

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Estado racista, no está representado porel pequeño moralista burgués o lasolterona virtuosa, sino por laretemplada encarnación de la energíaviril y por mujeres capaces de dar a luzverdaderos hombres. Es así como eldeporte no sólo está destinado a hacerdel individuo un hombre fuerte, diestro yaudaz, sino también a endurecerle yenseñarle a soportar inclemencias.

Si toda nuestra esfera superior deintelectuales no hubiese sido educadatan exclusivamente en medio de reglasde atildado trato y hubiese aprendidotambién a boxear, jamás habría sidoposible la revolución de 1918,

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revolución hecha por rufianes,desertores y otros maleantes. Porque loque a estos les dio el triunfo no fue elfruto de su osadía, ni de su fuerza deacción, sino más bien el resultado de lacobarde y miserable falta de enterezapor parte de los que entonces dirigían elEstado y eran los responsables.

Nuestro pueblo alemán, queactualmente yace en la ruina expuesto alas patadas del resto del mundo, necesitajustamente aquella fuerza de sugestiónque engendra la confianza en sí mismo.Este sentimiento de confianza en símismo, tiene que ser inculcado desde laniñez. Toda la educación y la

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instrucción del joven deben estribar enla tarea de cimentar la convicción deque en ningún caso él es menos queotros. Mediante su vigor físico y suagilidad, debe recobrar la fe en lainvencibilidad de su raza, pues, aquelloque otrora condujera al ejército alemána la victoria, fue la suma de confianzaque poseía en sí mismo cada uno de suscomponentes y, a su vez, todos en elcomando. Lo que ha de levantar denuevo la pueblo alemán, es sin duda laconvicción de la posibilidad de volveral goce de su libertad.

Pero esta convicción no puede sersino el resultado de un sentimiento

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común arraigado en el alma de millones.Tampoco en esto debemos hacernos

ilusiones, porque si enorme fue enmagnitud el desastre sufrido por nuestropueblo, no menos enorme tienen que serel esfuerzo que hagamos para que un díaquede dominada la calamidad que nosaflige. Sólo gracias a un supremoesfuerzo de la voluntad nacional y sólogracias, también, a un sumum de ansialibertaria y de pasión ardiente, ha depoderse compensar lo que hoy nos falta.

***

El Estado racista tiene que llevar a

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cabo y supervigilar el entrenamientofísico de la juventud, no únicamentedurante los años de la vida escolar; suobligación se extiende también alperiodo postescolar, en que debe velarque mientras el joven se halle en eldesarrollo, ese desarrollo se efectúe enbien suyo. Es un absurdo admitir queterminado el periodo escolar cesesúbitamente el derecho desupervigilancia del Estado sobre la vidade sus jóvenes ciudadanos, para volvera ponerlo en práctica cuando elindividuo entra a prestar su serviciomilitar. Ese derecho es una obligación ycomo tal tiene carácter permanente.

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Es indiferente la forma en que elEstado prosiga esta educación. Loesencial es que lo haga buscando losmedios más convenientes. En líneasgenerales, esa educación podríaconstituir una especie de preparaciónprevia para el servicio militar, demanera que el ejército no tenga yanecesidad, como hasta ahora, de iniciaral joven en las más elementalesnociones de los ejerciciosreglamentarios, y así no incorporaría yareclutas del tipo corriente de hoy, sinoque, simplemente, convertiría ensoldado al conscripto ya de antemanoexcelentemente entrenado.

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El objetivo principal de lainstrucción militar tendrá que ser,empero, el mismo que otroraconstituyera el mayor mérito del antiguoejército: el lograr que esa escuela hagadel joven un hombre; allí no aprenderá aobedecer solamente, sino a adquirirasimismo las condiciones que locapaciten para poder mandar un día.Deberá aprender a callar no sólo cuandose le reprenda con razón, sin también —si es necesario— en el caso inverso.

Cumplido el servicio militar, dosdocumentos deben extendérsele: 1.º) sudiploma de ciudadano, como títulojurídico que lo habilite para ejercer en

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adelante una actividad pública; 2.º) sucertificado de salubridad, comotestimonio de sanidad corporal para elmatrimonio.

Análogamente al procedimiento quese emplea con el muchacho, el Estadoracista puede orientar la educación de lamuchacha, partiendo de puntos de vistaiguales. También en este caso tiene querecaer la atención ante todo sobre elentrenamiento físico; inmediatamentedespués, conviene fomentar lasfacultades morales y por último lasintelectuales.

La finalidad de la educaciónfemenina es inmutablemente, moldear a

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la futura madre.

***

Con qué frecuencia había motivo enla guerra para quejarse de que nuestropueblo fuese tan poco capaz de guardardiscreción. ¿Cuán difícil fue por estosubstraer al conocimiento del enemigosecretos importantes? Pero debemospreguntarnos, ¿qué hizo la educaciónalemana de la anteguerra para inculcaren el individuo la noción de ladiscreción y si se trató siquiera depresentarla como una varonil y valiosavirtud? Para el criterio de nuestros

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educadores actuales todo esto es sólouna bagatela, una bagatela sin embargoque le cuesta al Estado innumerablesmillones en concepto de gastosjudiciales, ya que el 90 por 100 de todoslos procesos por difamación o motivosanálogos, proviene únicamente de lafalta de discreción. Expresionesirresponsablemente lanzadas van deboca en boca con igual desparpajo;nuestra economía nacional sufreconstantemente perjuicios, debido aimprudentes revelaciones sobre métodosespeciales de fabricación, etc., a talpunto que, hasta los mismospreparativos secretos relacionados con

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la defensa del país, resultan ilusorios,porque sencillamente el pueblo noaprendió a guardar reserva, sino, másbien, a divulgarlo todo. Por cierto queen una guerra ese prurito de hablarpuede conducir a la pérdida de batallasy a contribuir así notablemente aldesenlace desfavorable de la contienda.También aquí se debe compartir lapersecución de que aquello que no seejercitó en la juventud mal puedesaberse practicar en la vejez. Hoy endía, en la escuela, es igual a cero eldesarrollo consciente de las buenas ynobles cualidades del carácter. En lofuturo, se impone darle a este aspecto

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toda la significación que merece.Lealtad, espíritu de sacrificio ydiscreción son virtudes indispensables aun gran pueblo; virtudes cuya enseñanzay cultivo, en la escuela, tienen másimportancia que muchas de lasasignaturas que llenan los programasescolares.

El Estado racista, en consecuencia,al lado del trabajo de entrenamientocorporal debe dar, dentro de su laboreducativa, una máxima significación a laformación del carácter. Numerososdefectos morales que en la actualidadpesan sobre nuestro pueblo, podrían ser,si no extirpados completamente, por lo

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menos atenuados en gran parte, gracias alas ventajas de un sistema de educaciónbien orientado.

***

Todos nos hemos lamentado amenudo de que en aquellos funestostiempos de noviembre y diciembre de1918, todas las autoridades hubieranclaudicado y de que, desde el monarcaal último divisionario ya nadie tuviesela entereza de obrar por propiainiciativa. También este terrible hechofue el resultado de nuestra educación,pues, en esta catástrofe, no hizo más que

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revelarse, en una medida desfiguradahasta la enormidad, aquella falla que, enpequeño, era común a todos. Esa faltade voluntad y no precisamente lacarencia de armas, es lo que hoy noshace incapaces de una resistenciaverdadera. Tal defecto está arraigado enel alma de nuestro pueblo, oponiéndosea toda decisión que entrañe un riesgo ycomo si lo magno de una acción no semanifestase justamente en la osadía. Sindarse cuenta, un general alemán encontróla fórmula clásica para definir semejanteausencia de voluntad: «Yo acostumbro aobrar —decía— sólo cuando cuento con51 por 100 de probabilidades de éxito».

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Aquí, en estos «51 por 100» radica lacausa del trágico desastre alemán. Aquélque exige previamente del destino lagarantía del éxito, renuncia desde luegoal mérito de una acción heroica, ya queésta estriba precisamente en lapersuasión de que, ante el peligro fatalde una situación dada, se opta por elpaso que quizás pudiera resultarsalvador.

Bien se puede decir que correspondea la misma línea de conducta el temor ala responsabilidad que flota en elambiente. También en este caso el errorestá en la falsa educación de nuestrajuventud, error que después llega a

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saturar el conjunto de la vida pública yque encuentra, por último, suculminación inmortal en la institucióndel gobierno parlamentario.

Del mismo modo que el Estadoracista tendrá un día que dedicar unamáxima atención a la educación de lavoluntad y del espíritu de decisión,deberá igualmente imbuir, desde uncomienzo, en los corazones de lajuventud la satisfacción de laresponsabilidad y el valor de reconocerla propia culpa.

***

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Con escasas modificaciones, podráel Estado racista incorporar a su sistemaeducacional el plan de la instruccióncientífica vigente que constituye enrealidad el principio y el fin de todalabor educativa del Estado actual.

Ante todo, el cerebro juvenil nodebe, por lo general, ser sobrecargadode conocimientos que, en unaproporción de un 95 por 100, no sonaprovechados por él y son, porconsiguiente, olvidados.

Tómese, por ejemplo, el tipo normaldel empleado público de 35 a 40 añosde edad, que haya cursado en unGymnasium o en otro establecimiento de

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humanidades (Oberrealschule); si seexaminan los conocimientos quepenosamente adquirió en la escuela, severá cuán poco quedó de todo aquello!

En particular, se impone una reformaen el método de enseñar la historia.Probablemente en país alguno seaprende más historia que en Alemania, ytampoco, en el mundo, habrá un puebloque, a semejanza del nuestro, sepaservirse tan pésimamente de laslecciones que ella ofrece. En un 99 por100 de los casos, es ínfimo el resultadode la forma actual de la enseñanza eneste ramo de la ciencia. A menudo lamemoria retiene sólo algunas fechas y

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nombres, en tanto que es notoria la faltaabsoluta de una orientación grande yclara. Todo lo esencial, es decir,aquello que en realidad debeaprenderse, sencillamente, no se enseña;queda librado a la intuición más omenos genial del alumno, deducir de uncúmulo de fechas y de la sucesión de loshechos, las causas determinantes de losprocesos históricos.

Es justamente en la enseñanza de lahistoria en la que se debe proceder a unasimplificación de los programas. Lautilidad de este estudio consiste enprecisar las grandes líneas de laevolución humana, ya que no se aprende

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historia con la sola finalidad deenterarse de lo que fue, sino paraencontrar en ella una fuente deenseñanza necesaria al porvenir y a laconservación de la propia nacionalidad.No se diga que el estudio a fondo de lahistoria supone el conocimientominucioso de fechas, como base para ladeducción de las grandes líneas. Estadeducción incumbe a los investigadorescientíficos.

Por lo demás, es tarea de un Estadoracista, velar porque, al fin, se llegue aescribir una historia universal donde elproblema racial ocupe lugarpredominante.

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En la enseñanza de la historia cabesobre todo no prescindir del estudio dela época clásica. La historia romana,debidamente apreciada en sus grandesaspectos, es y será siempre el mejormaestro de todos los tiempos.

***

La segunda modificaciónindispensable en los programasescolares, bajo el Estado racista, serefiere a lo siguiente: Signocaracterístico de la época materialistaen que vivimos es el hecho de que

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nuestra instrucción se concrete más ymás a las ciencias exactas, es decir, lasmatemáticas, la física, la química, etc.Por necesario que esto fuese en tiemposen que dominan la técnica y la química,no por eso deja de entrañar un inminentepeligro el exclusivismo científicocreciente de la instrucción general, enuna nación. Por el contrario, lainstrucción general debería ser siemprede índole idealista.

Conviene establecer unadiferenciación precisa entre lainstrucción general y lasespecializaciones profesionales; y porlo mismo que estas últimas están

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amenazadas de descender cada vez mása un plano de servicio exclusivo al diosMamon, la instrucción general deorientación idealista debería sermantenida a manera de contrapeso.

También, en este caso, es necesariograbar firmemente el principio de que laindustria y la técnica, el comercio y lasprofesiones, pueden florecer solamentemientras una comunidad nacional,inspirada en fines idealistas, les dé lascondiciones inherentes a su desarrollo.Pero estas condiciones no radican en elegoísmo materialista, sino en un espíritualtruista, dispuesto al sacrificio.

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Como el Estado actual no representaen sí más que una simple forma, es muydifícil educar hombres con esaorientación y menos aun imponerlesdeberes. Una forma es susceptible deromperse fácilmente. De todos modos,el concepto «Estado» carece hoy de unsentido claro y no queda otro caminoque el de la educación «patriótica»corriente. En la Alemania de laanteguerra, descansaba este«patriotismo» en una glorificación poco

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inteligente y a menudo muy sosa deminúsculos potentados, lo cualimplicaba desde luego renunciar al cultoque se debía a las figuras realmenteeminentes de nuestro pueblo.

Es obvio anotar que en estascondiciones no era posible concebir unentusiasmo nacional verdadero. Anuestros hombres-símbolos no se lessupo presentar como a héroes máximosante los ojos de la generación delpresente, haciendo que la atencióngeneral se concretase a ellos, creándoseasí un sentimiento cívico común.

Desde que la revolución derrotistade 1918 hiciera su entrada triunfal en

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Alemania y el patriotismo monárquicotocara, con ello, a su fin, el objeto de laenseñanza de la historia en nuestrasescuelas no es otro realmente que lamera adquisición de conocimientos. ElEstado, tal como ahora existe, norequiere del sentimiento nacional y loque anhela tampoco lo logrará jamás. Sien una época regida por el principio delas nacionalidades, no pudo existir undecidido patriotismo dinástico, muchomenos factible es ahora el entusiasmorepublicano. Y no debe caber dudaalguna de que, bajo el lema «Por larepública» el pueblo alemán nuncahabría permanecido cuatro largos años

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en los campos de batalla.Es evidente que la república

alemana debe su tranquila existencia a ladocilidad con que por doquier aceptavoluntariamente cuanto tributo se leimpone o la facilidad con que suscribetodo pacto que implique unrenunciamiento nacional.

Es lógico que esta república goce desimpatías en el resto del mundo; un débiles siempre más agradable para los quede él se sirven, que un espíritu fuerte. Ala república alemana se la quiere y se ladeja vivir por la sencilla razón de queno se podría encontrar un mejor aliadopara la obra de esclavización de nuestro

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pueblo. El Estado alemán racista tendráque luchar por su existencia. Es evidenteque no podrá mantenerse ni defender suvida por la sola virtud de suscribir unPlan Dawes. El Estado racista requerirápara su existencia y seguridadjustamente de todo eso de lo cual hoy secree que se puede prescindir. Cuantomás incomparable y valioso se haga esteEstado en su forma y en su fondo, mayorserá la emulación y la resistencia que leopongan sus detractores. Sus ciudadanosmismos y no sus armas, serán entoncessus mejores medios de defensa; no loprotegerán barricadas sino la murallaviva de hombres y mujeres plenos de

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amor supremo a la patria y de fanáticoentusiasmo nacional.

El tercer aspecto a considerar en loconcerniente a la instrucción es este:También la ciencia tiene que servir alEstado racista como un medio hacia elfomento del orgullo nacional. Se debeenseñar desde este punto de vista nosólo la historia universal, sino toda lahistoria de la cultura humana. No bastaráque un inventor aparezca grandeúnicamente como inventor, sino quedebe aparecer todavía más grande comohijo de su nación. La admiración queinspira todo hecho magno, debetransformarse en el orgullo de saber que

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el promotor del mismo fue uncompatriota. Del innumerable conjuntode los grandes hombres que llenan lahistoria alemana, se impone seleccionarlos más eminentes para inculcarlos en lamente de la juventud, de tal modo queesos nombres se conviertan en columnasinconmovibles del sentimiento nacional.

Para que este sentimiento nacionalsea legítimo desde un comienzo y noconsiste en una mera apariencia, justo esque en los cerebros plasmables de lajuventud se cimente un férreo principio:Quién ama a su patria prueba ese amorsólo mediante el sacrificio que por ellaestá dispuesto a hacer. Un patriotismo

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que no aspira sino al beneficio personal,no es patriotismo. Tampoco esnacionalismo, el nacionalismo queabarca sólo determinadas clasessociales. Los hurras nada prueban y nole dan derecho a llamarse patriota aquien así exclama, si no está imbuido dela noble solicitud de velar por laconservación de su raza. Solamentepuede uno sentirse orgulloso de supueblo cuando ya no tenga queavergonzarse de ninguna de las clasessociales que forman este pueblo. Perocuando una mitad de él vive encondiciones miserables e incluso se hadepravado, el cuadro es tan triste, que

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no hay razón para sentir orgullo. Sólocuando una nación es, material ymoralmente, sana en todas sus partesconstitutivas, puede la satisfacción depertenecer a ella, que experimenta elindividuo, exaltarse con derecho a lacategoría del elevado sentimiento quedenominamos orgullo nacional. Peroeste noble orgullo puede sentirloúnicamente aquél que es consciente dela grandeza de su pueblo.

El miedo que el «chauvinismo» leinspira a nuestra época constituye elsigno de su impotencia. Es evidente queel mundo de hoy va camino de una granrevolución. Y todo se reduce al

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interrogante de si ella resultará en biende la humanidad aria o en provecho deljudío errante.

Mediante una apropiada educaciónde la juventud, podrá el Estado racistacontar con una generación capaz deresistir la prueba en la hora de lassupremas decisiones.

Será vencedor aquel pueblo queprimero opte por este camino.

***

La culminación de toda laboreducacional del Estado racistaconsistirá en infiltrar instintiva y

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racionalmente en los corazones y loscerebros de la juventud que le estáconfiada, la noción y el sentimiento deraza. Ningún adolescente, sea varón omujer, deberá dejar la escuela antes dehallarse plenamente compenetrado conlo que significa la puridad de la sangre ysu necesidad. Además, esta educación,desde el punto de vista racial, tiene quealcanzar su perfección en el serviciomilitar, es decir, que el tiempo que dureeste servicio hay que considerarlo comola etapa final del proceso normal de laeducación del alemán en general.

Si en el Estado racista ha de tenercapital importancia la forma de la

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educación física e intelectual, no menosesencial será para él la selección de loselementos mejores. Este aspecto se tomahoy en cuenta muy superficialmente. Porlo general, es sólo a los hijos defamilias de alta situación económica ysocial a quienes, desde luego, seconceptúa dignos de recibir unainstrucción superior. El talento juegaaquí un rol secundario. Propiamente sepuede apreciar sólo de modo relativo.Es posible, por ejemplo, que unmuchacho campesino, aunque deinstrucción inferior con respecto al hijode una familia que ocupa desdegeneraciones atrás un rango elevado,

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posea más talento que éste. El hecho deque el niño burgués revele mayoresconocimientos, nada tiene que ver en elfondo con el talento mismo, sino queradica en el cúmulo notoriamente másgrande de impresiones que este niñorecibe ininterrumpidamente comoresultado de su múltiple educación y delcómodo ambiente de vida que le rodea.

En la actualidad existe quizá un solocampo de actividad donde realmenteinfluye menos el origen social que eltalento innato: el Arte. En él seevidencia manifiestamente que el geniono es atributo de las esferas superiores yni de la fortuna. No es raro que los más

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grandes artistas procedan de las máspobres familias.

Se pretende afirmar que lo quetratándose del arte es innegable, no cabeen las llamadas ciencias exactas. Sibien, a base de un cierto entrenamientomental, es posible infiltrar en el cerebrode un hombre de tipo corriente,conocimientos superiores a los de sumedio; pero todo esto no es más queciencia muerta y, por tanto, estéril. Estehombre resultará una enciclopediaviviente, mas, será un perfecto inútil entodas las situaciones difíciles ymomentos decisivos de la vida.

Solo allí donde se aunen la

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capacidad y el saber, pueden surgirobras de impulso creador. Si en losúltimos decenios el número de inventosimportantes aumentóextraordinariamente, sobre todo en losEstados Unidos, no fue sin duda por otrarazón que por la circunstancia de queallí —más que en Europa— unporcentaje considerable de talentosprocedentes de las esferas socialesinferiores, tiene la posibilidad de lograruna instrucción superior. La facultadinventiva no depende, pues, de la simpleacumulación de conocimientos, sino dela inspiración del talento.

También en este orden el Estado

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racista tendrá un día que dejar sentir suacción educativa. El Estado racista notiene por misión el mantenimiento de lainfluencia de una determinada clasesocial; su tarea consiste más bien en laselección de los más capacitados dentrodel conjunto nacional, para luegopromoverlos a la posición de dignidadque merecen.

Además, el rol del Estado racista nose reduce solamente a la obligación dedar al niño en la escuela primaria unadeterminada instrucción, sino que leincumbe también el deber de fomentar eltalento, orientándolo convenientemente.

Ante todo, tiene que considerar

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como su más alto cometido, el abrir laspuertas de los establecimientos fiscalesde instrucción superior a todos losdotados de talento, sea cual fuere suorigen social.

Aun por otra razón tiene que obraren este sentido la previsión del Estado:Los círculos intelectuales en Alemania,se han hecho tan exclusivistas y están tanesclerosados que han perdido todocontacto vivo con las clases inferiores.Este exclusivismo resulta doblementenefasto: primero, porque estos círculoscarecen de comprensión y simpatía parala gran masa, y segundo, porque les faltafuerza de voluntad, la cual es siempre

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menos firme en los círculos intelectualescon espíritu de casta, que en la pueblomismo.

La preparación política, así como elpertrechamiento técnico para la guerramundial, fueron deficientes, no porquenuestros hombres de gobierno hubiesentenido escasa instrucción, sinojustamente por lo contrario, pues,aquellos hombres eran superinstruídos,atestados de saber y de espiritualidad,pero huérfanos de todo instinto sano yprivados de energía y audacia. Fue unafatalidad que nuestro pueblo hubieratenido que luchar por su existencia bajoel gobierno de un canciller que era un

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filósofo sin carácter. Si en lugar de unBethmann-Hollweg hubiésemos tenidopor Führer a un hombre popular de reciacontextura, no se habría vertido en vanola sangre heroica del granadero raso.

Ese mismo exagerado culto de lopuramente intelectual entre nuestroselementos dirigentes, fue el mejor aliadopara la chusma revolucionaria de 1918.

La iglesia católica ofrece un ejemplodel cual se puede aprender mucho. En elcelibato de sus sacerdotes radica laobligada necesidad de reclutar siemprelas generaciones del clero entre lasclases del pueblo y no de entre suspropias filas. Pero precisamente este

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aspecto de la institución del celibato nose sabe apreciar a menudo en suverdadera importancia. Al celibato sedebe la asombrosa lozanía delgigantesco organismo de la iglesiacatólica, con su ductilidad espiritual ysu férrea fuerza de voluntad.

Será misión del Estado racista, velarporque su sistema educacional permitauna constante renovación de las capasintelectuales subsistentes mediante elaflujo de elementos jóvenes procedentesde las clases inferiores.

El Estado tiene la obligación deseleccionar del conjunto del pueblo, conmáximo cuidado y suma minuciosidad,

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aquel material humano notoriamentedotado de capacidad por la naturaleza,para luego utilizarlo en servicio de lacolectividad.

Cuando dos pueblos de índoleidéntica entran en competencia, eltriunfo le corresponderá al que en ladirección del Estado tengarepresentados a sus mejores valores, yel vencido será en cambio aquel cuyogobierno no semeje más que una granpesebrera común para determinar dosgrupos o clases sociales, sin que sehayan tomado en cuenta las aptitudesinnatas que debería reunir cada uno delos elementos dirigentes.

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En cuanto al concepto trabajo, elEstado racista tendrá que formar uncriterio absolutamente diferente del quehoy existe. Valiéndose, si es necesario,de un proceso educativo que dure siglos,dará al traste con la injusticia quesignifica menospreciar el trabajo delobrero. Como cuestión de principio,tendrá que juzgar al individuo noconforme al género de su ocupación,sino de acuerdo con la forma y labondad del trabajo realizado. Estoparecerá monstruoso en una época enque el amanuense más estúpido, por elsolo hecho de que trabaja con la pluma,está por encima del más hábil mecánico-

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técnico. Esta errónea apreciación noestriba, como ya se ha dicho, en lanaturaleza de las cosas, sino que es elproducto de una educación artificial, queno existió antes. La actual situación anti-natural se funda pues en los morbosossíntomas generales que caracterizan elmaterialismo de nuestros tiempos.

En su ausencia, todo trabajo tienenun doble valor: el puramente material yel ideal. El primero no depende de laimportancia del trabajo hecho,materialmente aquilatado, sino de sunecesidad intrínseca. La comunidadtiene que reconocer, idealmentehablando, la igualdad de todos, desde el

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momento en que cada uno, dentro de suradio de acción —sea cual fuere— seesfuerza por cumplir lo mejor quepuede.

La recompensa material le seráacordada a aquél cuyo trabajo esté enrelación con el provecho que redunde afavor de la comunidad; la recompensaideal, en cambio, debe consistir en laapreciación que puede reclamar para sítodo aquel que consagre al servicio desu pueblo las aptitudes que le dio lanaturaleza y que la colectividad seencargó de fome ntar.

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***

Es posible que el oro se hayaconvertido hoy en el soberano exclusivode la vida, pero no cabe duda de que undía el hombre volverá a inclinarse antedioses superiores. Y es posible tambiénque muchas cosas del presente deban suexistencia a la sed de dinero y defortuna; mas, es evidente que muy pocode todo esto representa valores cuya no-existencia podría hacer más pobre a lahumanidad.

También en esto, le corresponde un

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cometido especial al movimientonacionalsocialista, que, en la actualidad,predice el advenimiento de una épocaque daría a cada uno lo que necesitepara su existencia, cuidando, sinembargo, como cuestión de principio,que el hombre no viva pendienteúnicamente del goce de bienesmateriales. Esto encontrará un día suexpresión en forma de una gradaciónsabiamente limitada de los salarios, detal suerte que hasta el último de los quetrabajen honradamente pueda contar entodo caso, como ciudadano y comohombre, con una existencia honesta yordenada.

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Y qué no se diga que éste sería unestado de cosas ideal, impracticable enel mundo en que vivimos, e imposiblede ser jamás logrado.

Tampoco nosotros somos taningenuos como para creer que se podríallegar a crear una época exenta deanomalías.

Pero esta consideración no salva elimperativo que se tiene de combatirerrores reconocidos como tales, corregirdefectos y aspirar a la consecución de loideal. La dura realidad se encargará porsí sola de imponernos múltipleslimitaciones. Y justamente por eso, elhombre debe empeñarse en servir al fin

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supremo sin dejarse arredrar en supropósito, por la misma razón que no sepuede renunciar a los tribunales dejusticia, porque estos incurren enerrores, ni menos detestar losmedicamentos porque, pese a ellos,siguen existiendo enfermedades.

Cuidese mucho de saber apreciardebidamente la fuerza de un ideal.

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Subditos y ciudadanos

En general, la institución que hoyerróneamente se llama «Estado»distingue sólo dos clases de individuos:los ciudadanos y los extranjeros.Ciudadanos son aquellos que, en virtudde su nacimiento o por efecto de sunaturalización, poseen los derechos dela ciudadanía. Extranjeros son todos losque gozan de esos derechos en otroEstado.

El derecho de ciudadanía seadquiere en primer lugar, como ya se hadicho anteriormente, por haber nacido el

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individuo dentro de la circunscripciónterritorial de un Estado. Los aspectos deraza y de nacionalidad de origen, nojuegan aquí rol alguno. Un negro, porejemplo, procedente de un protectoradocolonial alemán, con residencia fija, enAlemania, engendra, según ese criterio,en su hijo, un «ciudadano alemán», y delmismo modo todo niño judío, polaco,africano o asiático, nacido en Alemania,puede ser declarado, sin mayor trámite,ciudadano de este país.

Aparte de la ciudadanización pornacimiento, ese mismo derecho essusceptible de adquirirse más tarde.Todo el proceso de tal sistema de

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ciudadanización, no es muy diferente deltrámite prescrito para el ingreso de unnuevo miembro en un club deautomóviles. Un rasgo de pluma bastapara hacer de cualquier mongol «unalemán» auténtico.

No es que solamente se omitaconsiderar el origen racial de semejantenuevo ciudadano, sino que hasta seprescinde de tomar en cuenta su estadode sanidad corporal. Nada importa queel sujeto esté más o menos carcomidopor la sífilis; para el «Estado» actual, éles un bienvenido como conciudadano,siempre que no sea una carga económicao un peligro político.

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Bien sé que todo esto se oye condesagrado; mas, difícilmente podráimaginarse la existencia de algo que seamás ilógico y más absurdo que nuestroactual derecho de ciudadanía. Existe unanación extranjera en la cual se deja yasentir, por lo menos tímidamente, lainiciación de un mejor criterio: es en losEstados Unidos de Norte América,donde se nota el empeño de buscar eneste orden el consejo de la razón. Alprohibir terminantemente la entrada ensu territorio de inmigrantes afectados deenfermedades infecto-contagiosas yexcluir de la naturalización, sin reparoalguno, a los elementos de determinadas

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razas, los EE.UU. reconocen en parte elprincipio que fundamenta la concepciónracial del Estado nacionalsocialista.

El Estado nacionalsocialistaclasifica a sus habitantes en tres grupos:Los ciudadanos, los súbditos y losextranjeros.

En principio, el hecho de nacer enterritorio alemán no supone más que lacalidad de súbdito, calidad que como talno capacita para investir cargospúblicos, ni menos para actuar enpolítica, sea activa o pasivamente,participando en elecciones. Esfundamental establecer la raza y lanacionalidad de cada súbdito.

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El súbdito joven de nacionalidadalemana, tiene que absorver el ciclo deinstrucción escolar, que es obligatoriopara los alemanes. De este modo sesomete a la educación que conforma elcarácter de todo connacional alemán,conciente de su raza y de su patria.Después deberá cumplir con losrequisitos de entrenamiento físico queprescribe el Estado, para ingresarfinalmente en el servicio del ejército. Lapreparación que se da en este período esde un carácter general.

Concluido el período del serviciomilitar, le será entregada solemnementeal adulto la carta de ciudadanía, que

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vendrá a constituir para él, el título másvalioso de su vida terrenal. Con estoingresa en el goce de todos los derechosciudadanos y de los privilegiosinherentes, pues el Estado debe haceruna cortante diferenciación entre losque, como patriotas, son los sostenes ydefensores de su existencia y de sugrandeza, y aquellos elementos que seestablecen en el territorio de un Estadocon fines únicamente «utilitaristas».

Tendrá que conceptuarse másdignificante ser ciudadano de esteReich, aún como simple barrendero, queel hacerse rey en un Estado extranjero.

No obstante, el rango de dignidad

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impone sagrados deberes. A loshombres deshonestos o faltos decarácter, a los criminales y traidores ala patria, etc., podrá privárseles delhonor de la ciudadanía y hacer quevuelvan a la categoría de simplessúbditos.

La joven alemana tiene la condiciónde súbdito y adquiere el derecho deciudadanía por virtud del matrimonio. ElEstado puede también conceder estederecho a las mujeres alemanas quevivan del ejercicio autorizado de unaprofesión u oficio.

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La personalidad y laconcepción

nacionalista del Estado

Una ideología que, rechazando elprincipio democrático de la masa, seempeñe en consagrar este mundo a favorde los mejores pueblos, es decir a favordel hombre supe rior, está lógicamenteobligada a reconocer también elprecepto aristocrático de la seleccióndentro de cada nación, garantizando asíel gobierno y la máxima influencia delos más capacitados en sus respectivos

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pueblos. Esta concepción se funda en laidea de la personalidad y no en lamayoría.

Ha entendido muy superficialmente ynada sabe de lo que nosotros llamamosuna ideología (Weltanschauung) aquelque cree que un Estadonacionalsocialista se distingue de otrosEstados en el aspecto puramentemecánico, por efecto de una mejorestructuración de su vida económica, esdecir, por virtud de una compensaciónmás equitativa entre riqueza y pobreza opor el rol más influyente de la gran masasocial en el proceso económico de laNación o, por último, mediante salarios

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justos a base de anular un sistema dediferencias demasiado grandes en esteorden.

Todo esto no ofrece la menorseguridad de subsistencia ni menos aunde grandiosidad. Un pueblo que seaferrase a tales reformas,verdaderamente externas, no habrálogrado nada que le garantice unaposición de vanguardia en el conciertode las naciones. Un movimiento deopinión que ve su cometido únicamenteen un proceso de compensación general,aunque seguramente justificado, noalcanzará a efectuar en realidad unareforma magna del estado de cosas

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existente, y ello es debido a la sencillarazón de que toda su labor queda a lapostre limitada a aspectos superficiales,sin poder darle al pueblo aquellacontextura moral que le permita, con unaseguridad que casi pudiéramos llamarmatemática, desarraigar definitivamenteaquellos defectos bajo los cualessufrimos hoy.

Para una mejor comprensión, seráconveniente, tal vez, lanzar una miradaretrospectiva sobre los orígenesverdaderos y las causas determinantesdel desarrollo de la cultura humana.

El primer paso que exteriormentealejó de modo visible al hombre, del

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mundo animal, fue el ingenio.Seguramente, las primeras medidasinteligentes que aplicó el hombre en sulucha contra los animales, se derivaron,en su origen de la acción individual desujetos particularmente capacitados.También en aquellos tiempos constituyóindudablemente la personalidad, elpunto de partida de decisiones y dehechos que después fueron adoptadospor la Humanidad entera como lasrealidades más naturales; justamente lomismo que ocurrió con determinadoprincipio militar convertido hoy —digámoslo— en el fundamente de todaestrategia, y que originariamente debió

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su concepción a la idea de un solocerebro, adquiriendo valor universal através de los años y quizá hasta de losmilenios, como algo perfectamenteinherente al hombre.

Una segunda iniciativa vino acomplementar la primera; el hombrehabía aprendido a poner al servicio desu lucha por la existencia, otroselementos y hasta seres vivos; y he aquícomo nació la verdadera actividadcreadora del hombre, cuyos frutosconstituyen la realidad que ahoraexperimentamos por doquier. Losinventos materiales, comenzando por eluso de la piedra tallada como arma, que

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condujeron a la domesticación deanimales, y le dieron al hombre fuegoartificialmente producido y asísucesivamente, hasta llegar a losmúltiples y asombrosos descubrimientosde nuestros días, permiten reconocer enel individuo al representante de todo esetrabajo creador y esto con tanta másclaridad, cuanto menos distantes sehallen de nuestro tiempo o cuanto másimportantes y transcendentales sean. Enel fondo, todos estos inventoscontribuyen a situar al hombre cada vezmás sobre el nivel del mundo animal,hasta alejarlo radicalmente de éste. Lafinalidad que llenan con ello no es otra,

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en su más hondo sentido, que la deservir a la constante evolución de laespecie humana. Del mismo modo, eltrabajo de elucubración puramenteteórico, que escapa a toda medida, peroque sin embargo es condición inherentea la totalidad de los descubrimientosmateriales, aparece también comoproducto exclusivo de la personalidad.No es la masa quien inventa, ni es lamayoría la que organiza o piensa;siempre es el individuo, es lapersonalidad, la que por doquier serevela.

Una comunidad humana, reune lascaracterísticas de hallarse bien

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organizada, si sabe fomentar del mejormodo posible las fuerzas creadoras delhombre y utilizarlas provechosamente enservicio de la comunidad. Deberáencarnar la aspiración de colocarcabezas por encima de la masa y hacerque, consiguientemente, ésta sesubordine a aquéllas.

Según esto, la comunidad organizadano solamente no está facultada paraimpedir que las cabezas surjan del senode la masa, sino que, por en contrario,debe entrar en la modalidad de sucarácter, el impulsar y facilitar esarevelación.

La selección de aquellas cabezas se

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opera ante todo en virtud de la mismadura lucha por la vida.

La administración del Estado, asícomo el poder que representa laorganización militar de la nación, estánigualmente regidas por la idea del rolque juega la figura de la personalidad.

Dentro del estado de cosas actual,subsiste todavía en el espíritu de lasinstituciones mencionadas, la idea de lapersonalidad con el atributo deautoridad para con los subordinados y laobligación de responsabilidad para conlos superiores. La vida política, encambio, se ha alejado completamente dela observación de este principio

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fundamental.Y así como, mientras toda la cultura

humana no constituye más que elresultado de la actividad creadora de lapersonalidad, el valor del principiomayoritario hace su aparición de efectodecisivo en el seno de la comunidad yante todo en el gobierno, empezando deeste modo a envenenar paulatinamente,desde las altas esferas, el conjunto de lavida nacional, vale decir, destruyéndolaen realidad. También la influenciadisociadora del judío en el organismode pueblos extraños al suyo, esimputable, en el fondo, sólo a su eternoempeño de socavar, en las naciones que

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le dieron acogida, el significado de lapersonalidad y exaltar en su lugar laimportancia de la masa. Así el principiode organización constructiva, peculiar ala raza aria, es reemplazado por elprincipio destructor que vive en eljudío, convertido de este modo en el«fermento de descomposición» depueblos y de razas y, en un sentido másamplio, en el factor de disolución de lacultura humana.

El marxismo representa elespécimen de la aspiración judía con sutendencia de anular la significaciónpreponderante de la personalidad, parasustituirla por el número de la masa.

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Políticamente corresponde a esaorientación y se nos manifiestacomenzando desde las más íntimascélulas de la administración comunal,hasta las más elevadas esferasgubernamentales del Reich;económicamente, encarna el sistema deun movimiento sindicalista que no sirvaa los verdaderos intereses deltrabajador, sino exclusivamente a lospropósitos disociadores del judaísmointernacional.

La ideología nacionalsocialista,tiene que diferenciarsefundamentalmente de la del marxismo enel hecho de reconocer no sólo el valor

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de la raza, sino también la significaciónde la personalidad, constituyendo ambaslas columnas básicas de toda laestructura de su construcción.

El Estado nacionalsocialista tieneque velar por el bienestar de susciudadanos reconociendo, en todos losaspectos, la significación que encarna lapersonalidad y fomentando así en cadadominio de la actividad humana aquelgrado máximo de capacidad productivaque, a su vez, le permite al individuo unmáximo grado de beneficio.

La mejor constitución política de unEstado y su forma de gobierno, esaquella que con la seguridad más natural

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lleva a situaciones de importanciapreponderante en influencia directora, alos más calificados elementos de lacomunidad nacional.

Desaparecen las decisiones pormayoría y sólo existe la personalidadresponsable. Bien es cierto que junto acada hombre dirigente hay consejerosque asesoran, pero la decisión definitivacorresponde adoptarla a uno solo.

Por principio, no admite el Estadonacionalsocialista que en ramosespeciales, por ejemplo en cuestiones deíndole económica, se solicite el consejoo el dictamen de gentes que, debido a supreparación profesional y género de

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actividad, no tienen idea del asunto delcual se trata. Es por esta razón que,desde luego, subdivide suscorporaciones representativas encámaras políticas y cámarasprofesionales. Para garantizar una laborfecunda de cooperación entre esascámaras, existe —como instancia deselección— un senado permanente, alcual están todas ellas subordinadas.

En cámara ni senado alguno, tendrálugar jamás una votación, porque sonorganizaciones de trabajo y no máquinasde sufragio. Cada miembro tiene votoconsultivo, pero no voto de decisión, elcual es sólo atributo nato del respectivo

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presidente responsable.Este principio de conexión

irrestringida entre la noción de laabsoluta responsabilidad, por una parte,y la noción de autoridad absoluta, por laotra, dará lugar a la formación paulatinade una selección del elemento Führer,algo que hoy, en la época delparlamentarismo irresponsable, essencillamente inconcebible.

En lo que respecta a la posibilidadde llevar a la práctica estasconcepciones, pido no olvidar que elprincipio parlamentario de decisión pormayoría, no dominó en la humanidad entodos los tiempos; por el contrario, hizo

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su aparición sólo en períodos muycortos de la Historia que significaronsiempre épocas de decadencia parapueblos y Estados.

Pero no se debiera creer que porvirtud de medidas de gobiernopuramente teóricas, fuese factibleprovocar una tal transformación que,lógicamente, no podría limitarse a lasola Constitución del Estado, sino quetendría que penetrar también en toda lalegislación, es decir, abarcar latotalidad de la vida civil. Unarevolución de características semejantessólo se produce y podrá producirse porobra de un movimiento cimentado en el

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espíritu de esas ideas renovadoras, queencarne ya en sí el alma del futuroEstado.

De ahí que el movimientonacionalsocialista debe identificarse yaen la actualidad, con tales ideas yllevarlas a la práctica dentro de supropia organización a fin de que, en elmomento dado, se encuentre encondiciones, no únicamente de señalarleal gobierno esas mismas directrices,sino también de poner a disposición deéste, el cuerpo ya conformado de su tipoideal de Estado.

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Ideología yorganización

El estado nacionalsocialista, cuyocuadro he tratado de delinear a grandesrasgos, no podrá, en el fondo,considerarse como tal por el solo hechode reconocer todo lo que esindispensable a su existencia. El saberqué apariencia ha de tener el Estadonacionalsocialista no es lo esencial; esmás importante el problema de suformación. De ningún modo se puedeesperar que los partidos militantes dehoy, que son en primer término los

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beneficiarios del Estado actual, seresuelvan por impulso propio a uncambio radical de cosas y decidanmodificar espontáneamente su criteriopolítico. Eso aparece todavía manosfactible, si se tiene en cuenta que loselementos realmente dirigentes de esospartidos son judíos y nada más quejudíos.

Intentando llevar a la práctica lavisión ideal de un Estadonacionalsocialista, se impone buscar,independientemente de los poderes de lavida pública actual, una fuerza nuevaque quiera y que esté capacitada aafrontar la lucha, por este ideal. Y lucha

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es en efecto y así la consideramos aquí,pues, la primera tarea no consiste encrear una concepción nacionalsocialistadel Estado, sino, ante todo, en eliminarla concepción judaica existente. En estecaso, como en muchos otros de laHistoria, el obstáculo capital no estribaen la conformación del nuevo estado decosas, sino en la dificultad de abrir pasoa este estado. Prejuicios e interesescreados, formando una cerrada falange,se oponen por todos los medios altriunfo de una idea que consideranincómoda o que les parece amenazante.

Por ingrata que le fuese al individuouna doctrina naciente, de grande y

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trascendental significación ideológica,tendrá que aplicar sin reparo la sonda dela crítica más severa, como su armaprimordial de lucha.

Da una prueba de escasa penetraciónen el desarrollo de los procesoshistóricos, el manifiesto interés quetienen los pseudo-nacionalistas alafirmar que en ningún caso intentandesplegar actividad de crítica negativa,sino únicamente de trabajo constructivo.También el marxismo persiguió unafinalidad y también él sabe de un trabajoconstructivo (aunque en su caso se tratesólo de instituir el despotismo de lafinanza judía internacional). Pero no por

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eso anteriormente, durante setenta años,dejó el marxismo de ejercitar su críticademoledora y disociante, hasta que elantiguo Estado monárquico, debióderrumbarse, corroído por ese ácido queobraba sin cesar. Entonces fue cuando elmarxismo comenzó su pretendida obra«constructiva».

Una ideología que irrumpe, tiene queser intolerante y no podrá reducirse ajugar el rol de un simple «partido junto aotros», sino que exigirá imperiosamenteque se la reconozca como exclusiva yúnica, aparte de la transformación total—de acuerdo con su criterio— delconjunto de la vida pública. No podrá,

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por tanto, admitir la coexistencia deningún factor representativo del antiguorégimen imperante.

Esta intolerancia es también propiade las religiones. Tampoco elCristianismo se redujo sólo a levantar sualtar, sino que, obligadamente, tuvo queproceder a la destrucción de los altarespaganos. Únicamente, gracias a esafanática intolerancia, pudo surgir la feapodíctica, cuya condición previaconsiste, precisamente en laintolerancia.

Una concepción ideológica saturadade un infernal espíritu intolerante, podráser rota solamente por una idea que,

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siendo pura en principio y verídica enabsoluto, esté impulsada por el mismoespíritu de intolerancia y sostenida poruna voluntad no menos fuerte que la queanima a aquélla.

Los partidos políticos se prestan acompromisos; las concepcionesideológicas jamás. Los partidospolíticos cuentan con competidores; lasconcepciones ideológicas suponen yproclaman su infalibilidad.

Una concepción ideológica llevarásus principios al triunfo, sólo cuando enlas filas de sus adeptos reúna a loselementos de más entereza y de mayorfuerza de acción de su época y de su

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pueblo, haciendo de ellos la falange deuna organización apta para la lucha.Pero para esto es necesario que estaconcepción ideológica —tomando encuenta a estos elementos—, puntualiceen su mundo general de ideas, ciertospostulados que, por su precisión ypresentados en una forma apropiada,puedan servir de credo a la nuevacomunidad humana. Mientras que elprograma de un partido netamentepolítico no es más que una receta para elbuen resultado de las próximaselecciones, el programa de unaconcepción ideológica representa lafórmula de una declaración de guerra

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contra el orden establecido, contra elestado de cosas existente, en fin, contrael criterio dominante de la época.

No se requiere que individualmentecada uno de los que luchan por estaideología esté al corriente y conozcaexactamente el pensar íntimo y lasreflexiones políticas de los dirigentesdel movimiento. Así como en la prácticatendría poca eficacia un ejército dondecada soldado fuese un general, noprecisamente por su rango, sino porposeer la misma instrucción y la mismapenetración que el jefe, así también notriunfará un movimiento político,representante de toda una ideología, si

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es que no aspira a ser otra cosa que unmero receptáculo de «geniales». No.Este movimiento necesita tambiénindispensablemente del concurso delsoldado raso, sin el cual no es posiblemantener la cohesión de la disciplinainterior.

Es peculiar al carácter de unaorganización, que ésta sólo puedasubsistir, cuando una jefatura inteligentetenga a su disposición un vasto sector dela masa, de orientación más sentimentalque racional. Sería más difícil, a lalarga, disciplinar una compañía de 200hombres, todos igualmente capacitados einteligentes, que otra que cuente con 190

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elementos de mentalidad inferior a la delos 10 restantes, mejor instruidos.

La socialdemocracia supo sacar deesa conclusión un máximo provecho.También su organización abarca unejército de oficiales y soldados. Elartesano alemán, licenciado del serviciomilitar, pasó a ser su soldado y elintelectual judío a ser el oficial.

Eso que nuestra burguesía solíaobservar con asombro, es decir, elhecho de que sólo las llamadasmultitudes ignaras eran partidarias delmarxismo, fue en realidad la condiciónbásica que le aseguró a éste el triunfo.En efecto, mientras los partidos

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burgueses con su intelectualismoestratificado, representaban un conjuntoindisciplinado y nulo, el marxismoformó de su material humano pocointeligente, un ejército de soldadospolíticos, que seguían al dirigente judíocon la misma ciega obediencia queotrora a su oficial alemán en el ejércitodel Reich.

Jamás se quiso comprender que lapotencialidad de un partido político noreside en la inteligencia ni en laindependencia espiritual de cada uno desus miembros, sino más bien en laobediencia disciplinada con que ellos sesubordinan a sus dirigentes. Lo decisivo

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es la capacidad personificada en lajefatura misma. Quiere esto decir, porconsiguiente, que para llevar a lavictoria una ideología, se imponepreviamente la transformación de ésta enun movimiento de lucha, cuyo programadeberá lógicamente tener muy en cuentael material humano de que dispone.

Si la idea nacionalsocialista,saliendo de su propósito poco definidode hoy, quiere alcanzar un día un éxitobrillante, tiene que remarcardeterminadas tesis tomadas de su amplioconjunto ideológico. Por eso elprograma de nuestro movimiento estácondensado en veinticinco puntos

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fundamentales, que, en primer término,tienen el objeto de proporcionar alhombre del pueblo un cuadro general delas aspiraciones que encarna nuestralucha. Esos veinticinco puntosconstituyen, por decirlo así, uncatecismo político que, por una parte,tiene a ganar adeptos a favor de lacausa, y por la otra, se presta a reunir aéstos y cohesionarlos, identificarlosbajo la noción de un deber común.

En el caso de una teoría política queevidentemente es justa en sus líneasgenerales, resulta menos peligrosoconservar una fórmula, aunque ya noresponda enteramente a la realidad, que

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modificarla y dejar de este modolibrado a la discusión pública y a sustemerarias consecuencias, el dogma delmovimiento, considerado hasta entoncescomo granítico. Esto es imposiblemientras el movimiento luche paraimponerse. Lo esencial no debebuscarse jamás en la fórmula exterior,sino siempre en el sentido interior, esdecir, en el fondo, que es inmutable. Enpropio interés del movimiento no sepuede sino desear que éste mantenga laenergía necesaria para salvaguardaraquel sentido interior, apartando todoslos factores que podrían ocasionarinseguridad en la convicción de los

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adeptos e incluso deserciones.También en esto la iglesia católica

debe servirnos de ejemplo, ya que apesar de que su cuerpo doctrinal está encolisión en muchos puntos —y en parteinmotivadamente—, con el estudio delas ciencias exactas y la investigación,jamás se resigna a sacrificar ni un ápicedel contenido de su doctrina. Con razónsupo conocer que su fuerza deresistencia no consiste en adaptarse conmás o menos habilidad a los resultadossiempre variables de la investigacióncientífica en el transcurso del tiempo,sino en el hecho de un aferramientoinquebrantable a sus dogmas ya

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expuestos, que son los que le dan alconjunto el carácter de una fe. He ahípor qué la Iglesia católica se mantienehoy más firme que nunca.

El Partido Obrero AlemánNacionalsocialista recibió, con suprograma de las veinticinco tesis, unfundamento que debe serleinconmovible. Ni ahora ni en el futuro,no es ni será tarea de los miembros denuestro movimiento ocuparse de criticaro de alterar los puntos de ese programa;les incumbe más bien la obligación demantener su lealtad hacia ellos. Lamayoría de nuestros correligionariossabe que la esencia del movimiento

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reside menos en la letra muerta denuestros principios, que en lainterpretación, que nosotros, losnacionalsocialistas, le damos.

Nuestro movimiento debió, en suscomienzos el nombre que hoy lleva, alreconocimiento de estas verdades,también de ellas surgió más tarde elprograma del partido y es además eneste reconocimiento unánime, dondeigualmente radica el secreto de sudifusión.

Ya es una consecuencia de la accióndel movimiento nacionalsocialista elhecho de que, en la actualidad, todogénero de asociaciones, sociedades y

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simples grupos, y si se quiere hasta«grandes» partidos reclamen para si elderecho de adjudicarse la palabra«völkisch» (racista). Sin nuestrainfluencia, jamás se le habría ocurrido aninguna de tales organizaciones nisiquiera pronunciar esa palabra;probablemente no habrían tenido ni lamás remota idea de su significación y enparticular sus hombres dirigenteshabrían carecido de toda relación con elsentido profundo que este conceptoentraña. Solo gracias a la labor delPartido Obrero AlemánNacionalsocialista se le dio unasignificación substancial al vocablo

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«völkisch», que se difundió después enlabios de gentes de toda catadura. Sobretodo nuestra brillante acción depropaganda ha demostrado la fuerza queencierra el pensamiento racista, hasta talpunto que los demás partidos, imbuidospor su ansía de ganar adeptos, afirmanque también ellos persiguen finessemejantes.

No menos peligrosos son los quetrafican como pseudoracistas forjandoplanes fantásticos y que no tienen otrofundamento que alguna monomanía. Enel mejor de los casos, estas gentes nopasan de ser estériles teorizantes que, amenudo, creen poder disfrazar su

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vacuidad espiritual con la presencia deuna luenga barba y la aparatosidad de ungermanismo extravagante.

En contraste con todos estosinfructuosos ensayos, vale la pena derememorar aquella época en que eljoven movimiento nacionalsocialistacomenzó su lucha.

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Nuestra lucha en losprimeros tiempos. La

importancia de laoratoria

Perduraba aun la resonancia denuestra primera asamblea realizada el24 de febrero de 1920 en la sala defiestas de la Hofbräuhaus, de Munich,cuando comenzaron los preparativospara una próxima reunión.Contrariamente al criterio hasta entoncessustentado sobre el riesgo que entrañabaefectuar pequeñas asambleas políticas

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una vez al mes y quizás cada quincedías, resolvimos que en adelante debíallevarse a cabo semanalmente un granmitin.

En aquella época la sala de fiestasde la Hofbräuhaus llegó a tener paranosotros, nacionalsocialistas, unasignificación casi sacramental. Cadasemana un mitin y cada vez másconcurrida la sala y cada vez, también,más ferviente el auditorio. En nuestrasconferencias discutíamos sobre la«culpabilidad de la guerra», tema delcual nadie se ocupaba en aquellostiempos; nos interesábamos igualmentepor los tratados de paz y, en fin, por

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todo aquello que, ideológicamente odesde el punto de vista de la agitaciónpolítica, parecía conveniente onecesario.

Un mitin popular de grandesproporciones formado por excitadoselementos proletarios y no porflemáticos burgueses y donde se teníapor tema el «Tratado de Versalles», eraconsiderado entonces como un ataquecontra la república y como el síntoma deuna tendencia reaccionaria si nomonárquica. Ya a las primeras palabrasque implicaban una crítica para el«Tratado de Versalles» se podía oír enel auditorio la exclamación violenta de

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la frase estereotipada: ¿Y qué es elTratado de Brest-Litowsk? «¡Brest-Litowsk!» continuaba gritando lamuchedumbre hasta quedar ronca o bienhasta que el orador renunciaba a supropósito de persuadir. Ante un pueblosemejante, uno habría podido darse conla cabeza contra la pared dedesesperación. Era un pueblo sordo,reacio a querer comprender queVersalles constituía una deshonra y unoprobio, y que hasta se resistía areconocer que ese tratado significabauna inicua expoliación contra la naciónalemana. El trabajo destructor delmarxismo y el veneno de la propaganda

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enemiga habían anulado la razón deaquellas gentes. En realidad no habíaderecho para quejarse puesto que laculpa pesaba gravemente sobre nuestraburguesía. ¿Qué había hecho ella paraatajar tan terrible obra disociadora ycombatirla imponiéndose el deber deabrir paso a la verdad, mediante unalabor de difusión popular bienencaminada y minuciosa?

En aquella época era para mí claroel hecho de que para el insignificantenúcleo de nuestro movimiento, en suscomienzos, debía dilucidarse la cuestiónde la culpabilidad de la guerra,estableciendo la verdad histórica. Ya en

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aquellos días, sin temer a laimpopularidad, al odio ni a la lucha,asumí una actitud abiertamente contrariaal criterio dominante con respecto a lasgrandes cuestiones de un principio, enlas cuales toda la opinión públicasostenía un punto de vista erróneo.

Existe naturalmente, sobre todo paraun movimiento todavía incipiente, lagran tentación de adherirse y vociferarcon los demás cuando un adversariomucho más poderoso ha logrado, graciasa su arte de seducción, inducir al puebloa una resolución absurda o a adoptar unaactitud falsa. Y esto precisamentecuando unas pocas razones, aunque sólo

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de mera apariencia, juzgadas desde elpunto de vista del propio movimiento,podían colaborar en aquel mismosentido.

Más de una vez, experimenté casosen os cuales fue necesario el máximumde energía para impedir que la nave denuestro movimiento se lanzase o mejordicho, resultase arrastrada por lacorriente general artificialmenteprovocada.

Nosotros no hemos «impetrado», porcierto, la gracia de las masas, sino quepor doquier hemos afrontado losdesvaríos de este pueblo.

En corto tiempo había aprendido

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algo muy importante, esto es, aarrebatarle al enemigo de la mano elarma de su réplica. Pronto se hizonotorio que nuestros adversarios,particularmente sus oradorescontroversistas, aparecían en escena conun «repertorio» determinado y en el cualse repetían siempre los mismosargumentos contra nuestros asertos, detal modo que la sistematicidad delprocedimiento permitía deducir que setrataba de un definido y unitarioentrenamiento. Y así era en efecto. Aquínos fue dado conocer la extraordinariadisciplina de la propaganda puesta enacción por nuestros adversarios, y aun

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hoy me siento orgulloso de haberencontrado el medio de neutralizar laeficacia de esta propaganda y de anulartambién a sus mismos autores. Dos añosmás tarde me había hecho maestro eneste arte.

En cada uno de los discursos, eraesencial orientarse previamente acercadel probable contenido y la forma de lasobjeciones que podrían ser formuladasen el curso de la discusión. Conveníadesde un comienzo mencionar lasposibles impugnaciones del adversario ydemostrar su inconsistencia.

Esa fue la razón por la que hoy,después de mi primera conferencia

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sobre el «tratado de paz de Versalles»,que dicté para la tropa de mi regimientoen mi calidad de «educador», optara porcambiar el tema hablando en lo sucesivosimultáneamente acerca de los «tratadosde paz de Brest-Litowsk y deVersalles»; pues, a poco tiempo y, adecir verdad, ya en el curso de laprimera de mis nuevas conferencias,pude constatar que la gente no tenía enrealidad ni la menor idea de lo que erael tratado de Brest-Litowsk, pero quesin embargo, gracias a la hábilpropaganda de sus partidos políticos,había sido posible presentar a éste y noal de Versalles, como uno de los actos

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de violencia más vergonzosos delmundo. La persistencia con quesemejante mentira era difundida entre lagran masa del pueblo, hizo que millonesde alemanes creyesen ver en el tratadode Versalles una justa compensaciónpara el crimen cometido por nosotros enBrest-Litowsk, considerando, enconsecuencia, injusta toda oposición altratado de Versalles. Y ésta fue tambiénuna de las causas que contribuyó a queen Alemania se arraigara aquella tandesvergonzada como monstruosapalabra: «reparación». Simulacióncanallesca que aparecía realmente antelos ojos de millones de nuestros

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azuzados compatriotas como lapatentización de una justicia superior.¡Horrible, pero fue así!

En mis conferencias confrontabaambos tratados, los comparaba, puntopor punto, demostrando cuáninmensamente humano era en verdad eltratado de Brest-Litowsk frente a lainhumana crueldad del de Versalles. Elresultado debió ser sorprendente. Tratéel tema en asambleas de dos milpersonas, donde a menudo seconcentraba sobre mí la mirada hostil demil ochocientos. Pero tres horas mástarde me vía rodeado de unamuchedumbre poseída de indignación

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sagrada y de furia inaudita. Una vez másse desarraigaba de los corazones y delos cerebros de miles una gran mentirapara en su lugar quedar inculcada unaverdad.

Estas asambleas tuvieron para mí,además, la ventaja de haber ido yoadaptándome poco a poco al carácter deun orador de grandes mítines; se mehabía hecho corriente, el tono patético yla mímica que se requiere para hablar enuna gran sala ante un auditorio integradopor miles de seres.

Al servicio de nuestra labor dedifusión pusimos también la propagandaimpresa y por eso las primeras

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asambleas se caracterizaron por lacircunstancia de que las mesas sehallaban cubiertas de volantes,periódicos, revistas, folletos, etc., etc.Sin embargo a la palabra hablada leatribuíamos importancia capital, porqueen realidad sólo ella es capaz de incoargrandes evoluciones, y esto debido asimples razones de orden psicológico.

El orador tiene en el auditorio alcual se dirige un punto permanente dereferencia, siempre que sepa leer en laexpresión de sus oyentes hasta qué puntoestos son capaces de seguirle ycomprender sus ideas y que sepa vertambién si la impresión y el efecto

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producido por sus palabras, conducen alpropósito deseado. El escritor, encambio, nada sabe de sus lectores. Enconsecuencia, no podrá concentrarse aun determinado público situado alalcance de sus ojos, sino que deberá dara sus exposiciones un carácter general.

Un impreso de tendenciadeterminada será leído en la mayoría delos casos únicamente por gentes que yase cuentan entre los adeptos de esacorriente. Un volante o un anuncio puedequizás, debido a su concisión, contarcon la posibilidad de atraerpasajeramente la atención de unapersona que piensa de modo diferente.

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Mejores perspectivas de éxito tiene eneste orden la propaganda gráfica entodas sus formas incluso el film. Ungráfico proporciona en tiempo muchomás corto, quisiera decir casi de golpe,una explicación que por escrito seobtendría sólo después de penosalectura.

El orador se dejará influenciarsiempre por la masa, de modo que,instintivamente, fluyen de sus labiosjustamente aquellas palabras que élnecesita para tocar el alma de susoyentes. Si ve que no le comprenden,formulará sus conceptos en formas tanprimitivas y claras que indudablemente

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el último de todos ha de entenderle; si sepercata de que no son capaces deseguirle, entonces desarrollará sus ideastan cuidadosa y lentamente que el mássupino de entre ellos no quedará enzaga; y si, finalmente, nota que susoyentes no parecen hallarse convencidosde la veracidad de lo expuesto, optarápor repetir lo mismo cuantas veces seanecesario, siempre en forma de nuevosejemplos, refutando el mismo lasobjeciones que, sin serle manifestadas,capta él en el seno del auditorio,replicándolas y desmenuzándolas hastaque en definitiva, el último sector deoposición revele, a través de su actitud y

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de la expresión de los que lo forman,que ha capitulado ante la lógicaargumentación del orador.

Además no es raro que se trate dedestruir en las gentes prejuicios que notienen arraigo en su intelecto, sino queinconscientemente están basadosúnicamente en el instinto. Vencer esabarrera de animadversión instintiva, deodio apasionado y de repulsiónpreconcebida, es mil veces más difícilque rectificar una opinión científicadeficiente o errónea. Las concepcionesfalsas y la deficiente instrucción, sonsusceptibles de corregirse mediante laenseñanza; en cambio jamás se

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rectificarán por el mismo medio, lasresistencias del sentimiento. Sólo unallamada a esas fuerzas misteriosas, escapaz de obrar sobre estas resistencias.Muy difícilmente puede lograrlo elescritor, pues quizás sea este poder,privilegio exclusivo del orador.

Lo que al marxismo le dio elasombroso poder sobre lasmuchedumbres, no fue de ningún modola obra escrita, de carácter judío, sinomás bien la enorme avalancha depropaganda oratoria que, en eltranscurso de los años, se apoderó delas masas. Entre cien mil obrerosalemanes no hay, por término medio,

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cien que conozcan la obra de Marx, obraque desde un principio fue estudiada milveces más por los intelectuales y antetodo por los judíos que por losverdaderos adeptos del marxismosituados en las vastas esferas inferioresdel pueblo; ya que tampoco esta obra fueescrita para la masa, sinoexclusivamente para los dirigentesintelectuales de la máquina judía deconquista mundial, máquina que se cebóluego con un combustible muy diferente:la prensa. Esto es lo que distingue a laprensa marxista de nuestra prensaburguesa. La prensa marxista está escritapor agitadores, en tanto que la

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burguesía, aun queriendo hacer tambiénagitación se sirve sólo de «plumíferos».

Corresponde plenamente a la faltade sentido práctico de la mentalidadalemana, la creencia de que lógicamenteel escritor tiene que ser de inteligenciasuperior al orador.

Tal criterio resulta graciosamenteilustrado por el comentario de unperiódico nacionalista, al decir que amenudo decepciones ver publicado eldiscurso de un orador notable. Esto merecuerda una crítica análoga que conocídurante la guerra. Se analizabaminuciosamente los discursos de LloydGeorge, por entonces ministro de

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municiones, para llegar a la ingeniosaconclusión de que aquellos discursos,moral y científicamente considerados,eran de valor secundario y por lo demásproductos banales y simples. Yo mismorecibí en forma de un pequeño folletoalgunos de los discursos de LloydGeorge y no pude menos de reír acarcajadas pensando que, naturalmente,un vulgar emborronador de cuartillas nopodía tener capacidad para comprenderaquellas piezas maestras de captaciónpsicológica de las masas. El talescritorcillo juzgaba aquellos discursosexclusivamente a través de la impresiónque habían producido en su mente

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presuntuosa, cuando en realidad el grandemagogo inglés concretaba susdiscursos únicamente al propósito deejercer la mayor influencia posiblesobre la masa de sus oyentes y, en unsentido más amplio, sobre la totalidadde las clases bajas del pueblo.Considerados desde este punto de vista,los discursos de Lloyd Georgeconstituían admirables produccionesporque testimoniaban un conocimientoverdaderamente asombroso de lapsicología de las multitudes.

Compárense estos discursos con elimpotente balbuceo de Bethmann-Hollweg[6]. Lo cierto es que

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aparentemente los discursos de éste erande más sentido intelectual, pero enrealidad no demostraban otra cosa quela incapacidad de aquel hombre parahablar a su pueblo. Que Lloyd Georgeera en ingenio no sólo equivalente, sinomil veces superior a un BethmannHollweg, lo comprobó el hecho de queLloyd George encontró para susdiscursos aquella forma y aquellaexpresión que debieron abrirle elcorazón de su pueblo y que a la postreredujeron a ese pueblo a suincondicional voluntad. El sobresalientetalento político de este inglés semanifiesta precisamente en la sencillez

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de su lenguaje, en lo elemental de susformas de expresión y en el empleo deejemplos simples y fácilmentecomprensibles.

***

La asamblea popular es, desdeluego, indispensable porque el individuoque, como futuro prosélito de unnaciente movimiento, se siente huraño alprincipio, entregándose fácilmente altemor del aislamiento encuentra allí elcuadro de una comunidad numerosa, locual tiene, para la mayoría de las gentes,influencia reconfortante y alentadora.

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El mismo individuo formando partede una compañía o de un batallón,rodeado de todos sus camaradas, selanzará más desaprensivamente al asaltoque cuando se halle solo. Agrupado,sentiríase siempre protegido hasta ciertopunto, aunque, prácticamente, milrazones demuestren lo contrario.

El sentimiento de comunidad queinspira la manifestación colectiva nosólo alecciona al individuo, sino quecohesiona y contribuye también a crearel espíritu de cuerpo. La voluntad, elansia y también la energía de miles, seacumula en cada uno. El hombre que,lleno de dudas y vacilaciones, entra en

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una tal asamblea, sale de ellaíntimamente reconfortado: se convirtióen miembro de la comunidad.

¡Jamás debe olvidar esto elmovimiento nacionalsocialista!

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La lucha contra elfrente rojo

En los años 1919 y 1920 y tambiénen 1921, concurrí personalmente a losllamados mítines burgueses. Siempre meprodujeron igual repulsión que en miniñez la cucharada prescrita de aceite debacalao. Se debe tomar y se dice que esmuy bueno, pero su gusto es horrible.

He conocido a los profetas de unaconcepción ideológica burguesa y no mesorprende, sino que más bien comprendoahora, por qué no dan importancia a lapalabra articulada. Por entonces visité

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reuniones de demócratas, denacionalistas alemanes, del partidopopulista alemán y del partido populistabávaro (el partido católico de Baviera).Lo que resalta a primera vista era lahomogeneidad del auditorio que secomponía casi exclusivamente de losmiembros del respectivo partido. Elconjunto, falto de toda disciplina,parecía más un club de aburridosjugadores de cartas que un mitin delpueblo que acababa de sufrir una granrevolución. Los oradores mismo hacíanpor su parte todo lo posible paramantener esa atmósfera pacífica.Discurseaban o, mejor dicho, leían

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discursos del estilo de un ingeniosoartículo de prensa o de una disertacióncientífica, evitando toda expresión detono fuerte y dejando escapar sólo devez en cuando algún pobre chisteacadémico ante el cual los miembros deldirectorio reían consabidamente, no acarcajadas, sino con mesura y con lareserva del caso.

Cierta vez concurrí a una asambleaen la Sala de Wagner de Munich conmotivo de conmemorar la batalla de lasnaciones en Leipzig. En la tribuna sehallaba reunida la mesa directiva: a laizquierda, uno de monóculo, a laderecha otro de monóculo y en medio de

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ambos uno sin monóculo. Los tres delevita, dando la impresión que se tratabao de un tribunal de justicia que tenía quedictar una sentencia de muerte o de unbautizo solemne; en todo caso másparecía una ceremonia religiosa que otracosa. El pretendido discurso, que,impreso, habría producido quizá mejorefecto, lo produjo sencillamentedesastroso, pues, apenas transcurridostres cuartos de hora, toda laconcurrencia estaba como dominada porun sueño hipnótico.

***

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Ciertamente, en comparación contales reuniones, las asambleasnacionalsocialistas no eran asambleas«pacíficas». En ellas se estrellaban lascorrientes de dos concepcionesideológicas diferentes y concluían nocon canciones patrióticasmecánicamente entonadas, sino con laexplosión fanática del sentimiento depatria y de raza.

Ya desde el principio fue unanecesidad establecer rigurosa disciplinaen nuestras reuniones y a asegurarautoridad absoluta al dirigente de laasamblea. Pues lo que nosotrosexponíamos no era la laxa charlatanería

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de un «conferencista» burgués, sino algoque, en el fondo y la forma se prestabasiempre a provocar la réplica deladversario.

Y adversarios habían en nuestrasasambleas. Con que frecuencia veníanen grupos compactos presididos poralgunos agitadores y reflejando en susfisonomías la convicción: «Hoydaremos al traste con ustedes». Ycuantas veces pedía todo de un hijo ysólo la singular energía del dirigente dela asamblea y la brutal decisión denuestros encargados de hacer guardar elorden, podían poner coto a lospropósitos de nuestros adversarios.

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Y tenían motivo suficiente parasentirse provocados.

Bastaba ya el color rojo de nuestrasproclamas para atraerlos al local denuestras asambleas. La burguesíacorriente se mostraba extremadamenteindignada al pensar que tambiénnosotros nos hubiésemos apoderado delrojo de los bolchevistas, y creía ver enesto algo de doble sentido.

Habíamos elegido el color rojo paranuestras proclamas, después deminuciosa y honda reflexión, buscandocon ello provocar a los de izquierda,hacer que montasen en cólera y asíinducirles a que concurrieran a nuestras

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asambleas, aunque sólo fuese con laintención de molestarnos; mas de estemodo nos daban la ocasión de hacerlesescuchar nuestra palabra.

Cuán gracioso nos fue, en aquellosaños, constatar de cerca, en el cambiocontinuo de la táctica de nuestrosadversarios, la desorientación y laimpotencia que les dominaba. Sedirigían llamadas al «proletariadoconsciente de su clase» invitándola aconcurrir en masa a nuestras asambleaspara reducir con el puño proletario a losrepresentantes de la «agitaciónmonárquica y reaccionaria».

Nuestras asamblea estaban repletas

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de obreros ya tres cuartos de hora antesde que comenzasen. Semejaban un barrilde pólvora, capaz de explotar encualquier momento, teniendo ya lamecha encendida. Mas, los hechos seprodujeron siempre de otro modo.Aquellas gentes entraban comoadversarios y salían, si no convencidosde nuestra causa, por lo menos imbuidosde espíritu reflexivo y hasta crítico,respecto de su propia doctrina.

Cuando al fin de dos, tres y muchasveces de ocho y diez asambleas, quedóestablecido que el sabotear nuestrasreuniones era más fácil en la teoría queen la práctica y que el resultado de cada

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una de nuestras asambleas, significabaun nuevo desmembramiento de lasfuerzas rojas, se lanzó el lema contrario:«¡Proletarios, socios y socias.

No concurráis a las asambleas delos agitadores nacionalsocialistas!» Lamisma táctica, eternamente vacilante,podía observarse también en la prensaroja. De pronto, se ensayaba ignorarnospor completo para luego persuadirse dela ineficacia de ese método y volver aechar mano del procedimiento contrario.Se había comenzado por tratarnos comoa verdaderos criminales de lahumanidad. Artículo tras artículo,puntualizando nuestra pretendida

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criminalidad, documentándola siemprede nuevo con historias de escándalos yotras cosas, aunque todas inventadas deA a Z, completaban la obra difamatoria.

Entonces adopté el punto de vistaque fuera como fuese —y se mofasen orenegasen de nosotros, ya nospresentasen como polichinelas o comocriminales— lo importante era que nosmencionaran, que se ocupasenconstantemente de nosotros y que, pocoa poco, resultáramos ante los ojos delobrero, realmente como el único poderal cual se combatía. Lo que en verdadéramos somos y lo que en verdadqueríamos, ya habríamos de mostrárselo

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un buen día a la jauría israelita de laprensa.

Una de las razones por la que enaquellos tiempos no se llegó a saboteardirectamente nuestras asambleas, fuetambién, por cierto, la increíblecobardía de los dirigentes de nuestrosadversarios. En todas las situacionescríticas se concretaban a destacar pordelante a unos cuantos mozalbetesmientras ellos esperaban fuera del localel resultado del proyectado sabotaje.

En aquel tiempo, nos vimos forzadosa velar nosotros mismos por elmantenimiento del orden en nuestrasreuniones, ya que jamás podían contar

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con la protección de las autoridades;contrariamente, sabíamos porexperiencia que esa protecciónfavorecía siempre a los perturbadorespues, el único resultado efectivo de laintervención de la autoridad, esto es, lapolicía, era la disolución de laasamblea, es decir, su clausura. Y nootro era en verdad el intento y lafinalidad que perseguían lossaboteadores enemigos. A decir verdad,la policía ha hecho escuela de unapráctica que, por su ilegalidad,constituye lo más monstruoso que unopueda imaginarse. Cuando, por medio deamenazas, las autoridades se dan cuenta

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de que existe el peligro de que sesabotee una reunión, en lugar de arrestara los provocadores, se prohíbe a losinocentes la realización de la asamblea;procedimiento del cual el tipo corrientede autoridad policíaca se siente muyorgulloso calificándolo como «medidapreventiva para evitar una infracción dela ley».

En relación con todo esto había queconsiderar aún lo siguiente: Todaasamblea protegida únicamente por lapolicía, desacredita a sus organizadoresante los ojos de la gran masa.

Nuestro joven partido debía, pues,velar por sí, defenderse así mismo y

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destruir también por sí sólo alterrorismo del adversario.

Dos condiciones garantizaban laseguridad de nuestras asambleas:

I) Una mano dirigente enérgica ypsicológicamente apropiada.

II) La presencia de un grupoorganizado para hacer guardar el orden.

Cuando, por entonces, losnacionalsocialistas celebrábamos unaasamblea, nosotros mismos y no otroséramos los soberanos. Más de una vezocurrió que un puñado de nuestroscamaradas se impuso heroicamentesobre una masa furiosa y violenta deelementos rojos. Seguramente que a la

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postre habría podido ser dominadoaquel puñado de quince o veintehombres, pero los otros sabían muy bienque antes, se les hundiría el cráneo aldoble o al triple número de ellos. Y aesto no querían arriesgarse.

Como brillaban los ojos de mismuchachos cuando les explicaba lanecesidad de su misión y les recalcabaque la mayor sabiduría del mundo serásiempre inútil mientras no se hallerespaldada por una fuerza que la protejay defienda, y que la dulce diosa de lapaz puede aparecer sólo al lado del diosde la guerra, como que toda obra grandede esa paz, necesita la protección y el

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apoyo de la fuerza. Alcancé ainspirarles una idea mucho más viva dela que tenían sobre el servicio militarobligatorio. No en el sentidoestereotipado del espíritu de viejos yanquilosados funcionarios al servicio dela autoridad muerta de un Estado quehabía dejado de ser, sino con plenaconciencia del deber que le impone alindividuo el sacrificio de su vida por laexistencia del conjunto de su pueblo, entodo tiempo y en todo caso.

¡Y como actuaron esos muchachosdespués!

Como enjambre de avispas caíansobre los perturbadores de nuestras

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asambleas, fuese cual fuere laproporción numérica de éstos, sin temora ser heridos, dispuestos a todosacrificio y plenos siempre de la granidea de abrirle paso a la sagrada misiónde nuestro movimiento.

Ya en el verano de 1920 nuestraorganización destinada al mantenimientodel orden fue adquiriendo poco a pocoformas precisas y en la primavera de1921 se formaron compañías de a cienhombres, subdivididas a su vez engrupos. Y esto resultó indispensable porlo mismo que, entre tanto, la actividadasambleísta del partido había idoaumentando constantemente.

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***

La organización de nuestras tropasde orden, trajo consigo la solución deuna cuestión muy importante: Hastaentonces el movimiento no poseía unainsignia especial ni menos una banderadel partido. La ausencia de talessímbolos suponía inconvenientes no sólomomentáneo, sino que también era, parael porvenir, cosa inadmisible. Losinconvenientes consistían, ante todo, enel hecho de que nuestroscorreligionarios carecían en absoluto deun signo exterior que revelase su

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pertenencia y que, por otra parte,caracterizara el movimiento con unaenseña como símbolo opuesto alemblema de la Internacional.

Más de una vez tuve en mi juventudocasión de darme cuenta y penetrasinstintivamente la enorme significaciónpsicológica que entraña un tal símbolo.Después de la guerra, vi en Berlín unmitin marxista delante del palacio real.

Un mar de banderas rojas, debrazaletes rojos y de flores rojas, dabana esta demostración, aproximadamentede ciento veinte mil personas, unaspecto exterior muy imponente, y yomismo sentía y comprendía la facilidad

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con que el hombre del pueblo se dejadominar por la magia seductora de unespectáculo de tan grandiosa apariencia.

La clase burguesa que, políticamenteno tiene ni representa en verdadconcepción ideológica alguna, carecíapor consiguiente de un símbolo propio;constaba de «patriotas» y llevaba pordoquier los colores del Reich de lapostguerra[7].

La bandera negro-blanco-rojo delantiguo imperio fue nuevamenteadoptada por los llamados partidosnacionalburgueses.

No cabe duda de que el símbolo deuna época que fue dominada por el

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marxismo en condiciones ycircunstancias poco gloriosas, malpuede servir de emblema para destruir,en nombre de éste, ese mismo marxismo.Por sagrados y queridos que fuesen losantiguos colores para todo buen alemánque combatió bajo sus pliegues y vió elsacrificio de tantos, esos colores debelleza única y de factura lozana yfresca, no se prestaban para constituir elsímbolo de una lucha del porvenir.

Contrariamente a los políticosburgueses, siempre sostuve dentro denuestro movimiento el punto de vista deque para la nación alemana significabauna verdadera suerte haber perdido la

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antigua bandera. Desde el fondo denuestros corazones deberíamos dargracias al destino de que haya queridopreservar a nuestra gloriosa bandera deguerra de todos los tiempos, del oprobiode servir de sábana para la prostituciónmás vergonzosa.

Nosotros, los nacionalsocialistas, nopodemos ver en la antigua bandera delReich un símbolo expresivo de nuestrapropia actividad, pues, no aspiramos ahacer resucitar el Imperio que cayóvíctima de sus propios defectos, sinomás bien a erigir un nuevo Estado. Elmovimiento que, en este sentido, luchaahora contra el marxismo, tenía desde

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entonces, que llevar en su bandera elsímbolo del nuevo Estado.

La cuestión de nuestra bandera, esdecir, lo relacionado con su aspecto, nospreocupó por entonces muyintensamente. De todos lados recibíamossugestiones bien intencionadas, perocarentes de valor práctico. Por mi parteme pronuncié por la conservación de losantiguos colores, no sólo porque, comosoldado, son para mí lo más sagrado dela vida, sino también por su efectoestético ya que mejor que cualquier otracombinación armonizan con mi propiomodo de sentir. Yo mismo, después deinnumerables ensayos, logré precisar

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una forma definitiva: sobre un fondorojo, un disco blanco y en el centro deéste, la cruz gamada en negro.Igualmente, después de largasexperiencias, pude encontrar unarelación apropiada entre la dimensiónde la bandera y la del disco y entre laforma y tamaño de la swástica. Y asíquedó.

Inmediatamente se mandaronconfeccionar brazaletes de a mismacombinación para nuestras tropas deorden, esto es, un brazalete rojo sobre elcual aparece el disco blanco y laswástica negra. También la insignia delpartido fue creada siguiendo las mismas

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directrices.En el verano de 1920 lucimos por

primera vez nuestra bandera.Correspondía admirablemente a laíndole de nuestro naciente movimiento:jóvenes y nuevos eran ambos.

¡Y es realmente un símbolo! No sóloporque mediante esos colores,ardientemente amados por nosotros yque tantas glorias conquistaron para elpueblo alemán, testimoniamos nuestrorespeto al pasado, sino porque erantambién la mejor encarnación de lospropósitos del movimiento. Comosocialistas nacionales, vemos en nuestrabandera nuestro programa. En el rojo, la

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idea social del movimiento; en el blancola idea nacionalista y en la svástica lamisión de luchar por la victoria delhombre ario y al mismo tiempo, por eltriunfo de la idea del trabajo productivo,idea que es y será siempre antisemita.

Dos años más tarde, cuando nuestratropa de orden se había convertido enuna «sección de asalto» (SA SturmAbteilung) que abarcaba muchos milesde hombres, se hizo necesario darle aesta organización de lucha de la nuevaconcepción ideológica, un símboloespecial de la victoria: el estandarte.

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***

Por entonces no existía, fuera de lospartidos marxistas, ningún partido,especialmente de carácter nacional, quehubiese podido preciarse de organizarmítines populares tan imponentes comolos nuestros. La sala de Münchener-Kindl-Keller en Munich, que puede darcabida a cinco mil personas, estuvo másde una vez atestada hasta reventar;quedaba un solo local cuya enormecapacidad había hecho que no nosatreviéramos aun a tomarlo como lugar

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de reunión, en el Circo Krone.En los últimos días de enero de

1921, volvieron a presentarse gravesincidencias para Alemania. LaConvención de París, que obligaba alReich a pagar la absurda suma de cienmil millones de marcos oro, debía serpuesta en vigencia en forma delultimátum de Londres.

Con este motivo, una cooperativa delas llamadas asociaciones nacionalistas,existente desde hacía largo tiempo enMunich, había querido organizar unmitin general de protesta. Entretanto,pasaron los días insensiblemente; losgrandes partidos no habían tomado ni la

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menor nota del tremendo suceso y lacooperativa misma no pudo resolverse afijar la fecha de la demostraciónproyectada.

El martes, 10 de febrero de 1921,exigí urgentemente una definitivadecisión. Se me había pedido queesperara hasta el miércoles y ese díainsistí en obtener de todos modos unaclara información sobre si la asambleatendría al fin lugar y cuándo. Larespuesta fue nuevamente evasiva eimprecisa. Se decía que se tenía la«intención» de reunir la cooperativapara el miércoles siguiente.

Ante semejante estado de cosas, se

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me había agotado la paciencia y acabépor organizar yo mismo el mitin deprotesta. El miércoles al medio día,dicté a máquina, en diez minutos, eltexto de la proclama y al mismo tiempoordené alquilar para el día siguiente,jueves 3 de febrero, el local del CircoKrone.

Por entonces, esto significabaexponerse a un enorme riesgo; no sóloporque era dudoso llegar a llenar tanenorme local, sino también porque secorría el peligro del sabotaje. Pero unasola cosa era segura: que el fracasopodía significar un retroceso de variosaños para el desarrollo del movimiento.

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Para pegar las proclamas nodisponíamos más que de un solo día,esto es, el jueves mismo. Por desgracia,llovía ya por la mañana y parecíafundado el temor de que en talescircunstancias, mucha gente preferíaquedarse en casa a concurrir con lluviay nieve a una asamblea dondeposiblemente habría muertos y heridos.

Dos camiones, que hice alquilar,fueron decorados de rojo y provistos dealgunas banderas nuestras; cada uno delos camiones iba ocupado por quince oveinte correligionarios, con la orden derecorrer diligentemente las calles de laciudad, distribuir volantes, en una

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palabra, hacer propaganda para el mitinde la noche. Esta fue la primera vez quese vio circular camiones con banderasrojas conduciendo elementos nomarxistas.

A las siete de la noche, el local delcirco no estaba todavía suficientementeconcurrido. Cada diez minutos se meinformaba por teléfono y me sentía untanto inquieto. No obstante, al pocotiempo vinieron informaciones másfavorables.

Cuando entré en el amplio local,experimenté la misma sensación dealegría que un año antes al realizarsenuestra primera reunión en la sala de

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fiestas de la Hofbräuhaus en Munich.Tuve que abrirme paso entre el apiñadopúblico y cuando llegué a la tribunapude darme cuenta de la magnitud deléxito. Más de 5.600 entradas habíansido vendidas y si a esto se añadía elnúmero de los sin trabajo, estudiantespobres y los elementos de nuestraguardia encargada de mantener el orden,posiblemente la concurrencia pasaba de6.500 personas.

«El porvenir o la ruina». Tal era eltema de mi conferencia. Habléaproximadamente por espacio de doshoras y media, y ya, después de losprimeros treinta minutos, supe que el

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mitin alcanzaría un éxito grandioso,porque sentía el contacto con aquellosmiles de individuos. A partir de laprimera hora, los aplausos conexclamaciones espontáneas cada vezmayores, empezaron a interrumpir midiscurso para luego, después de lasegunda hora, volver a aplacarse yquedar el público sumido en aquelsilencio religioso que, en ocasionesposteriores, tantas y tantas veces debívolver a experimentar en aquel mismolocal. En cuanto hubo pronunciado laúltima palabra, estalló el entusiasmopopular en máximo fervor patriótico,cantando el himno nacional

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«Deutschland ubre alles».Las gacetas burguesas publicaron

fotografías y comentarios mencionandoúnicamente que se había tratado de unademostración «nacional» y omitiendo ensu «modestia característica» citar losnombres de los organizadores.

Después de aquella iniciación en1921, intensifiqué considerablementenuestra actividad asambleísta enMunich, optando por celebrar enadelante no sólo una reunión, sinomuchas veces dos y hasta tres porsemana, en el verano y al finalizar elotoño. Nuestros mítines se realizaronsiempre en el local del Circo Krone y

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con íntima satisfacción pudimosconstatar que cada vez teníamos elmismo éxito.

El resultado fue una crecienteadhesión al movimiento y un aumentonotable del número de miembros delpartido.

***

Es natural que ante semejantes éxitosno quedaran inactivos nuestrosadversarios. Y es así como seresolvieron a llevar a cabo en un últimoesfuerzo un acto de terrorismo quedefinitivamente pusiese fin a nuestra

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actividad asambleísta.Para el encuentro decisivo, habían

elegido una de nuestras reuniones en lasala de fiestas de la Hofbräuhaus, dondeyo debía hablar. En efecto, el 4 denoviembre de 1921, entre las 6 y 7 de latarde, recibí las primeras informacionesconcretas anunciando que nuestraasamblea de aquella noche seríasaboteada a toda costa.

Fue atribuible a una infelizcircunstancia, no haber podido tenerantes tal comunicación. Aquel mismodía habíamos desocupado nuestravenerable oficina en la Sterneckergasseen Munich, para trasladarnos a otra, es

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decir, habíamos dejado el antiguo local,sin poder aun instalarnos en el nuevo,debido a que en éste se hacían todavíatrabajos preparatorios. El teléfonotampoco estaba expedito y he aquíporque resultaron en vano muchastentativas encaminadas a informarnostelefónicamente sobre el proyectadosabotaje.

La consecuencia de esto fue quenuestra asamblea de aquella noche iba aestar protegida solamente por un grupoescaso de nuestra guardia de orden. Sunúmero no pasaba de cuarenta y seis.Como nuestra organización de alarma noestaba todavía suficientemente

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perfeccionada, hubiera sido imposiblepor la noche, en el término de una hora,disponer de un conveniente refuerzo.

Cuando a las ocho menos cuartollegué al vestíbulo de la Hofbräuhaus,no podía ya dudarse de la intención denuestros adversarios. La sala se hallabarepleta y por eso la policía clausuró laentrada. Nuestros enemigos, que habíantenido buen cuidado de venir muytemprano, llenaban la sala, mientras quenuestros adeptos quedaron en su mayorparte fuera. El pequeño grupo de lasS.A. esperaba en el vestíbulo y ordenéformar a los cuarenta y seis hombres quela componían. Les dije a mis muchachos

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que seguramente aquella noche, porprimera vez, tendrían que probar, asangre y fuego, su fidelidad almovimiento y que ninguno de nosotrosdebería salir del local salvo que nossacasen muertos; dije que yopersonalmente quedaría en la sala y quejamás podría imaginar que uno solo deellos fuese capaz de abandonarme;finalmente, subrayé que si viese quealguno se portaba como un cobarde yomismo le arrancaría el brazalete y lainsignia del partido. Luego les insté areaccionar inmediatamente contra lamenor tentativa de sabotaje, sin olvidarni por un momento que la mejor forma

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de defensa es siempre el ataque.La exclamación «¡Heil!»[8]

pronunciada tres veces, másvigorosamente que nunca, fue larespuesta a mis palabras.

Una vez en la sala, puede apreciar lasituación con mis propios ojos. Losconcurrentes estaban apiñadamentesentados y me esperaban ya conpenetrantes miradas. Infinidad defisonomías llenas de odio se tornabanhacia mí, en tanto que otros me dirigíaninsultos seguidos de irónicasgesticulaciones. Estaban convencidos desu superioridad numérica y queríandemostrarlo.

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A pesar de todo, la asamblea fueinaugurada y empecé mi discurso.

Más o menos después de hora ymedia —había podido hablar duranteese tiempo no obstante las constantesinterrupciones— un pequeño errorpsicológico que cometí al contestar unainterrupción, y de lo cual yo mismo medi cuenta apenas hube respondido, dioocasión a la señal de ataque.

Gritos furiosos y de repente unhombre que salta sobre una silla yexclama: «¡Libertad!» A la señal dadalos «campeones» de la libertadcomenzaron su obra.

Pocos instantes después dominaba

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en el local el bramido de una inmensahorda humana sobre la cual volaban cualdescargas de obuses infinidad de vasosde cerveza, y en medio de todo, el crujirde silletazos, vasos que se estrella,chillidos estridentes y silbatina.

El espectáculo era salvaje.Yo quedé de pie en mi puesto y

desde allí pude observar cómo todosmis muchachos cumplieron su deberadmirablemente.

Apenas había principiado la danzaentraron mis «hombres de asalto», comodesde entonces les llamé. Cual lobos, engrupos de ocho o diez, caíansucesivamente sobre sus adversarios y

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poco a poco fueron éstos arrollados yechados del recinto. No habíantranscurrido cinco minutos cuando vique casi todos los míos sangraban yestaban heridos. A cuántos de ellos mefue dado conocerles precisamenteentonces. A la cabeza, mi bravoMaurice, además, mi actual secretarioprivado Hess y muchos otros que, aungravemente heridos, atacaban siemprede nuevo mientras podían mantenerse enpie. En uno de los rincones, al fondo dela sala, quedaba todavía un considerablebloque de adversarios que oponía tenazresistencia. Inesperadamente detonarondos tiros de revólver disparados desde

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la entrada de la sala, y con esto se inicióun tremendo tiroteo. A partir de estemomento era imposible precisar dedonde venían los disparos, pero unacosa pude establecer claramente: desdeaquel instante el ardor combativo de mismuchachos sangrantes había llegado alparoxismo, acabando por arrojar de lasala vencidos a los últimosperturbadores.

Pasaron aproximadamenteveinticinco minutos. En la sala parecíacomo si hubiese estallado una granada.Muchos de mis correligionarios heridos,fueron curados de urgencia, otros fuerontransportados por la ambulancia, pero a

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pesar de todo habíamos quedado dueñosde la situación. Hermann Esser, queaquella noche presidía la reunión,declaró: «La asamblea continúa. Lapalabra la tiene el conferenciante» Ycontinué hablando.

Ya habíamos clausurado la reunióncuando entró de prisa y muy excitado unoficial de policía, moviendonerviosamente los brazos y gritando:«La asamblea queda disuelta».

Sin querer tuve que reírme, antesemejante alarde auténticamentepolicíaco.

Realmente, mucho habíamosaprendido aquella noche y nuestros

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adversarios mismos no olvidaron jamásla lección recibida.

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El fuerte es más fuertecuanto está solo

En el capítulo precedente, hemencionado la existencia de unacooperativa de asociaciones alemanasnacionalracistas.

Ahora deseo ocuparme brevementedel problema.

Por lo general se comprende bajo ladenominación «cooperativa de trabajo»un grupo de asociaciones que, con el finde facilitar su labor, se someten ente sí arecíprocas obligaciones, eligiendo undirectorio común con más o menos

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facultades, para luego poder llevar acabo una acción conjunta. De esto seinfiere que ha de tratarse de sociedades,asociaciones o partidos cuyospropósitos y procedimientos no sediferencien demasiado los unos de losotros. Existe la difundida convicción deque una tal cooperativa alcanza unenorme incremento de fuerza de acción yque, automáticamente, transforma en unapotencia a los grupos que la componen,por sí solos débiles y pequeños.

Esta creencia es errónea en lamayoría de los casos.

A mi modo de ver, es interesante ynecesario para una comprensión mejor

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de la cuestión, dilucidar cómo se formanlas sociedades, asociaciones, etc. Unhombre proclama una verdad, preconizala solución de un determinado problema,expone una finalidad y crea por últimoun movimiento destinado a servir a supropósito. Así es cómo se funda unaasociación o un partido que, de acuerdocon su respectivo programa, debeconducir a la supresión de anomalíasexistentes o a determinar un nuevoestado de cosas.

Tan pronto como ha quedadoiniciado, un movimiento de esta índole,entra prácticamente en posesión de uncierto derecho de prioridad.

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Sería natural y comprensible quetodos aquellos que persiguen una mismafinalidad, se incorporen a un talmovimiento reformándolo para, de estamanera, servir mejor a la idea común. Elque esto no sea así, puede atribuirse ados causas. La primera querría yocalificarla de casi trágica, en tanto quela segunda, tiene un fondo miserable yhay que buscarla en la flaqueza de lanaturaleza humana.

La causa trágica, reside en quecuando se trata del cumplimiento de undeterminado cometido, los hombres nose concretan a reunirse en unaagrupación única, a pesar de que por lo

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general en el mundo toda accióngrandiosa marca la realización de undeseo ha tiempo latente en millones decorazones; un anhelo acariciado pormuchos en silencio.

Corresponde al carácter de losgrandes problemas contemporáneos elque miles de individuos se empeñen ensu solución y que muchos de ellos seconsideren predestinados o bien que eldestino mismo proponga variassoluciones a la prueba de selección,para hacer que a la postre, en el librejuego de fuerzas, se incline la victoriafinal a favor del más fuerte, esto es, delmás apto y capaz de resolver el

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problema. Sin embargo, la persuasión deque justamente ese hombre es elpredestinado exclusivo, suele la más delas veces llegar tarde a la conciencia delos demás.

Es así como en el transcurso de lossiglos y muchas veces dentro de unamisma época, aparecen hombresdiferentes que crean movimientosencaminados a defender finalidadescomunes o por lo menos consideradascomo análogas por la gran masa.

Lo trágico está en que aquelloshombres, sin conocerse entre sí, aspirana llegar al mismo objetivo por caminostotalmente diferentes. Íntimamente

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convencidos de su propia misión, secreen obligados a ir cada unoasiladamente por su ruta.

Pero, ¿cómo podrá apreciarse desdefuera si el rumbo elegido es bueno omalo, si al no darse paso al libre juegode fuerzas, se sustrae al juicio doctrinalde hombres infatuados de su saber, ladecisión definitiva, para dejarla libradaa la irrefutable prueba del éxito visibleque, en último análisis, confirmarásiempre la conveniencia y utilidad deuna acción?

En la Historia vemos que, a juiciode la mayoría, las dos posibilidades quese hubieran podido elegir para

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solucionar el problema alemán y cuyosgestores principales eran Austria yPrusia —los Habsburgo y losHohenzollern— debieron haber sidodesde un comienzo fusionadas en unasola. Siguiendo ese criterio debióse,contando con energías cohesionadas,confiar indiferentemente en laconveniencia de cualquiera de las dosposibilidades. En tal caso se habríaoptado por el camino de la parte másrepresentativa que por entonces eraAustria; pero está fuera de duda que laorientación austríaca nunca hubieraconducido a la creación de un Reichalemán.

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La cuestión de la fundación de eseReich, no fue el fruto de una voluntadcomún puesta al servicio de unprocedimiento también común, sino másbien el resultado de una lucha conscientey a veces inconsciente por la hegemoníapolítica, lucha de la cual surgió a lapostre la Prusia vencedora. Y quien noniegue la verdad, ofuscado por lapolítica partidista, tendrá que reconocerque la pretendida sabiduría humanajamás hubiera llegado a una decisión tansabia como aquella a que llegó lasabiduría de la vida, esto es, que el librejuego de fuerzas, quiso que fuerarealidad. En efecto, ¿quién hubiera

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creído seriamente, hace doscientos años,en los países alemanes, que la Prusia delos Hohenzollern y no el reino de losHabsburgo iba a convertirse un día en elnúcleo creador y directriz del nuevoReich? En cambio, ¿quién podría hoydesconocer que de ese modo obró mejorel destino? ¿Y quién sería capaz defigurarse un Reich alemán basado en losprincipios de una dinastía corrupta ydegenerada, como la de los Habsburgo?

No, el desarrollo natural debiócolocar al mejor en el puesto que lecorrespondía, ciertamente después deuna lucha de siglos.

Así fue y así será eternamente.

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Por eso no es de lamentar que, en uncomienzo, hombres de lucha, diferentes,se encaminen en pos del mismoobjetivo. El más vigoroso y el másdiligente se revelará entonces y será elvencedor.

***

Existe aún a menudo una segundacausa, por la que en la vida de lospueblos, movimientos análogos enapariencia tratan de alcanzar, porcaminos diferentes, un objetivoaparentemente también análogo. Esta

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causa es no sólo trágica, sinoinfinitamente miserable. Radica en lainfeliz mezcla de emulación, envidia,ambición e inclinación a la ratería,características que desgraciadamente seencuentran reunidas en ciertos sujetos dela humanidad.

Bastará que uno vaya por un nuevocamino para que muchos haraganesparen mientes presintiendo algún buenbocado al fin de la jornada. Ahora bien,creado el nuevo movimiento yformulado su programa, afluyen talesgentes aseverando que persiguen elmismo objetivo. Pero de ningún modolos guía un propósito sincero al

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incorporarse a un tal movimiento yreconocer la prioridad de éste, sino quese concretan a robarle su programa paraluego fundar a base de él un partidopropio.

Ciertamente la fundación de todaaquella serie de grupos, partidos, etc.,llamados «nacionalistas» que tuvo lugaren los años de 1918-19, fue el resultadodel natural desenvolvimiento de lascosas y sin mala intención por parte desus impulsores. Ya en 1920, laN.S.D.A.P.[9] y la D.S.P. [10] habíannacido inspirándose ambas en losmismos propósitos, pero no obstanteindependientemente la una de la otra.

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Por cierto que Julius Streicher estuvo alprincipio íntimamente convencido de lamisión y del futuro de su movimiento;empero, tan pronto como llegara areconocer de manera clara e indubitableel vigor y el crecimiento de laN.S.D.A.P., mayores a los de su propiopartido, suspendió sus actividades einstó a sus correligionarios a que seengranasen en el movimiento triunfantede la N.S.D.A.P. y continuaron luchandodesde esas filas por el objetivo común.Decisión sumamente correcta, aunquemuy grave desde el punto de vistapersonal.

De esta suerte no resultó pues

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ninguna división durante aquella primeraépoca de nuestro movimiento. Lo quehoy caracterizamos con la palabra«división nacionalista de partidos» debeexclusivamente su existencia a lasegunda de las causas que hemencionado.

Repentinamente surgieron programaspolíticos plagiados del nuestro; seproclamaron principios tomados delconjunto de nuestras ideas; precisáronseobjetivos por cuya consecución hacíaaños que luchábamos y se eligieron, porúltimo, caminos ya trillados por laN.S.D.A.P.

Todo lo que era incapaz de

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mantenerse en pie sobre sus propiasbases, acabó por fusionarse encooperativas de trabajo, partiendoseguramente de la convicción de queocho cojos, apoyados mutuamente,pueden constituir un gladiador.

Jamás debe olvidarse que todo lorealmente grande en este mundo, no fueobra de coaliciones, sino el resultado dela acción triunfante de uno solo. Lasgrandes revoluciones ideológicas detrascendencia universal son imaginablesy factibles únicamente como luchastitánicas de grupos individuales y nuncacomo empresas fruto de coaliciones.

En consecuencia, el Estado

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nacionalsocialista jamás será creado porla voluntad convencional de una«cooperativa nacionalista», sino sólogracias a la férrea voluntad de unmovimiento único que sepa imponersepor encima de todos los demás.

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Ideas básicas sobre elobjetivo y la

organización de lasS.A.

La revolución de 1918 en Alemania,abolió la forma monárquica de gobierno,disoció el ejército y la administraciónpública y quedó librada a la corrupciónpolítica. Con esto se destruyerontambién los fundamentos de lo que sedenomina la autoridad del Estado, lacual reposa casi siempre, sobre treselementos que, esencialmente, son la

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base de toda autoridad.El primer fundamento inherente a la

noción de autoridad es siempre lapopularidad. Pero una autoridad quesólo descansa sobre este fundamento esen extremo débil, inestable y vacilante.De ahí que todo representante de unaautoridad cimentada exclusivamente enla popularidad; tenga que esforzarse pormejorar y asegurar la base de estaautoridad mediante la formación delpoder.

En el poder, esto es, en la fuerza,vemos representado el segundofundamento de toda autoridad; desdeluego, un fundamento mucho más estable

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y seguro, pero siempre más eficaz, quela popularidad.

Reunidas la popularidad y la fuerza,pueden subsistir un determinado tiempoy con esto, se crea el factor tradiciónque es el tercer fundamento queconsolida la autoridad. Sólo cuando seaunan los tres factores; popularidad,fuerza y tradición, puede una autoridadconsiderarse inconmovible.

***

Si bien es cierto que la revoluciónlogró demoler, con su impetuoso golpe,el edificio del antiguo Estado, no es

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menos cierto que esto se debió, enúltimo análisis, a la circunstancia de queel equilibrio normal, dentro de laestructura de nuestro pueblo, se hallabaya destruido por la guerra.

Cada pueblo, en su conjunto, constade tres grandes categorías: por unaparte, un grupo extremo formado por elmejor elemento humano, en el sentido dela virtud y que se caracteriza por suvalor y su espíritu de sacrificio; en elextremo opuesto, la hez de lahumanidad, mala en el sentido de ser elespécimen del egoísmo y el vicio. Entreambos extremos, se sitúa la terceracategoría, que en la vasta capa media de

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la sociedad, en la cual no se refleja nideslumbrante heroísmo, ni bajo instintocriminal.

Los períodos de florecimiento de unpueblo se conciben únicamente gracias ala hegemonía absoluta del extremopositivo representado por los buenoselementos.

Los períodos de desarrollo normal yregular, o lo que es lo mismo, de unasituación estable, se caracterizan ysubsisten mientras dominan loselementos de la categoría media, entanto que los dos extremos se equilibrano se anulan recíprocamente.

Finalmente, las épocas de

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decadencia de un pueblo, son elresultado de la preponderancia de loselementos malos.

Concluida la guerra, Alemaniaofrecía el siguiente cuadro: La clasemedia, la más numerosa de la nación,había rendido cumplidamente su tributode sangre; el extremo bueno se habíasacrificado casi íntegramente conheroísmo ejemplar; el extremo malo, encambio, acogiéndose a leyes absurdas y,por otra parte, debido a la no aplicaciónde las sanciones del código militar,quedó desgraciadamente intacto.

Esta hez, bien conservada, denuestro pueblo, fue la que después hizo

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la revolución y pudo hacerla sóloporque el extremo bueno de la naciónhabía dejado de ser.

Sin embargo, difícilmente podía unaautoridad apoyarse en forma duraderasobre la «popularidad» de lossaqueadores marxistas. La república«antimilitarista» necesitaba soldados.Mas, como el sostén primordial y únicode su autoridad de Estado, es decir, supopularidad, radicaba sólo en unacomunidad de rufianes, ladrones,salteadores, desertores y emboscados —en una palabra, en aquella categoría quehemos venido en llamar el extremo malode la nación— vano esfuerzo era el

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tratar de reclutar en estos círculoshombres dispuestos a sacrificar lapropia vida en servicio del nuevo ideal,ya que aquellos no aspiraban en modoalguno a consolidar el orden y eldesenvolvimiento de la repúblicaalemana, sino simplemente al pillaje acosta de la misma. Los queverdaderamente personificaban elpueblo, podían gritar hasta desgañitarsesin que nadie les respondiese desdeaquellas filas.

Por aquel entonces se presentaronnumerosos jóvenes alemanes dispuestosa vestir de nuevo el uniforme desoldado, para ponerse —como se les

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había hecho creer— al servicio de la«tranquilidad y el orden». Se agruparoncomo voluntarios en formaciones libresy aunque sentían ensañado odio contra larevolución marxista, inconscientementeempezaron a protegerla consolidándolaprácticamente.

El auténtico organizador de larevolución y su verdadero instigador —el judío internacional— había medidojustamente las circunstancias delmomento. El pueblo alemán no estabatodavía madura para ser arrastrado alsangriento fango bolchevique, comoocurrió con el pueblo ruso. En buenaparte se debía esto a la homogeneidad

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racial existente en Alemania entre laclase intelectual y la clase obrera;además, a la sistemática penetración delas vastas capas del pueblo conelementos de cultura, fenómeno queencuentra paralelo sólo en los otrosEstados Occidentales de Europa y queen Rusia es totalmente desconocido.Allí, la clase intelectual estabaconstituida, en su mayoría, porelementos de nacionalidad extraña alpueblo ruso o por lo menos de raza noeslava.

Tan pronto como en Rusia fueposible movilizar la masa ignara yanalfabeta en contra de la escasa capa

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intelectual que no guardaba contactoalguno con aquélla, estuvo echada lasuerte de este país y ganada larevolución. El analfabeto ruso quedócon ello convertido en el esclavoindefenso de sus dictadores judíos, loscuales eran lo suficientementeperspicaces para hacer que su férulallevase el sello de la «dictadura delpueblo».

***

Si independientemente de losdefectos evidentes del antiguo Estado,tomados como causa, nos preguntamos

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el porqué del éxito de la revolución de1918 como acción en sí, llegaremos aestas conclusiones:

1.º Porque la noción delcumplimiento del deber y la obedienciaestaban estratificadas en nosotros.

2.º A causa de la cobarde pasividadobservada por nuestros llamadospartidos conservadores.

A esto conviene añadir:Que el anquilosamiento de las

nociones del cumplimiento del deber yde la obediencia, tenía su honda raíz enla índole de nuestra educación carentede sentido nacional y orientadanetamente hacia el Estado. De ahí

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resulta el desconcierto entre medios yfines. La conciencia y la noción delcumplimiento del deber, así como laobediencia, no son fines en sí, comotampoco el Estado es un fin en sí mismo;todos juntos deben constituir los mediosconducentes a facilitar y garantizar laexistencia en este mundo a unacomunidad de seres psíquica yfísicamente afines.

En la hora crítica en que un pueblo,debido a los manejos de unos cuantosmalhechores, sucumbe visiblemente paraquedar a merced de la más durahumillación, la obediencia y elcumplimiento del deber para con

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aquellos, es formulismo doctrinario, eslocura. Según el conceptonacionalsocialista, en tales momentos noobra la obediencia para con superiorespusilánimes, sino la lealtad para con lacomunidad del pueblo. Apareceentonces el deber de la responsabilidadpersonal frente al conjunto de la nación.

La revolución triunfó porque nuestropueblo, mejor dicho nuestrosgobernantes, habían perdido el conceptovivo de estas nociones, para dar paso auna concepción puramente doctrinaria yformalista de las mismas.

En lo concerniente al segundo punto,habría que subrayar lo siguiente: La

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causa profunda de la pusilanimidad delos partidos «conservadores», fue, enprimer lugar, la desaparición del sectoractivo y bien intencionado de nuestropueblo, el cual se desangró durante laguerra. Prescindiendo de todo esto,nuestros partidos burgueses, quepodemos clasificar como las únicasinstituciones políticas cimentadas sobrela plataforma del antiguo Estado, sehallaban persuadidos de que debíandefender sus conviccionesexclusivamente en el terreno intelectualy por medios intelectuales, ya que elempleo de la fuerza material era facultadprivativa del Estado.

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Pero en el momento en que en elmundo de la democracia burguesa,surgió el marxismo, constituía unsolemne absurdo apelar a la lucha con«armas espirituales»; absurdo quedespués debió acarrear tremendasconsecuencias.

Las únicas organizaciones que enaquellos tiempos habrían tenido el valory la fuerza necesarias para enfrentarsecon el marxismo y sus masassoliviantadas, era, en un comienzo, loscuerpos de voluntarios, más tarde lasagrupaciones de auto-defensa, lasguardias civiles, etc., y, por último lasligas tradicionalistas.

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Lo que a los marxistas les dio eltriunfo, fue la perfecta cohesiónexistente entre su voluntad política y elcarácter brutal de su acción. En cambio,lo que privó a los sectores nacionalistasde toda influencia en los destinos deAlemania, fue la falta de unacolaboración eficiente entre el poder dela fuerza y la voluntad de una genialaspiración política.

Cualquiera que hubiese sido laaspiración de los partidos«nacionalistas», el valor de éstos debíaser siempre nulo, porque esos partidosno contaban con ningún poder paradefenderla, y mucho menos para

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imponerla en la calle.Las ligas de defensa disponían de

todo poder y dominaban prácticamentela calle, pero carecían de una ideapolítica y también de una finalidadpolítica definida.

Fue el judío el que con asombrosahabilidad, supo lanzar, mediante suprensa, la idea del «carácter apolítico»de las ligas de defensa, ensalzando yproclamando siempre, con no menosrefinamiento, la índole puramenteespiritual de la lucha política. Millonesde alemanes ingenuos repetían semejantefarsa, sin presentir, ni en lo más mínimo,que de ese modo, se desarmaban

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prácticamente ellos mismos y caían,indefensos, en manos del judío.

Pero también esto, es susceptible deuna explicación natural: la falta de unaidea grande e innovadora significasiempre la limitación de la fuerzacombativa. La convicción de tener elderecho de valerse hasta de las armasmás brutales, ha de ir unidapermanentemente a la fe fanática en lanecesidad del triunfo de un nuevo ordende cosas revolucionario en el mundo. Heaquí la razón porqué jamás apelará alúltimo recurso aquel movimiento que nolucha en pro de fines y de idealeselevados.

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La revelación de una nueva granidea, fue el secreto del éxito de laRevolución francesa; asimismo a la ideadebe su triunfo la revolución rusa y sólopor la idea, también, ha podido ganar elfascismo la fuerza necesaria parasometer venturosamente un pueblo a unareforma de vastas proporciones.

Paulatinamente, el marxismo logróobtener, con la consolidación de laReichswehr[11] el apoyo indispensablepara su autoridad y, obrando lógica yconsecuentemente, comenzó a disolverlas ligas nacionales de defensa que ya leparecían peligrosas y superfluas.

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***

Con la fundación de la N.S.D.A.P.apareció por primera vez un movimientocuyo objetivo no radicaba, como en elcaso de los partidos burgueses, en unarestauración mecánica del pasado, sinoen la aspiración de erigir un Estadoorgánicamente nacional, en lugar delabsurdo mecanismo estatal existente.

Desde el primer día, el jovenmovimiento sostuvo el punto de vista deque su idea debía ser propagada pormedios espirituales, pero que esa acciónespiritual tendría que estar garantizadaen caso necesario por la fuerza del

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puño. Fiel a su convicción sobre laenorme importancia encarnada en lanueva doctrina, consideró natural queningún sacrificio sería demasiadogrande al tratarse de la consecución desus fines.

Es lección eterna de la Historia, queuna concepción ideológica apoyada enel terror jamás podrá ser reducida porvirtud de procedimientos legales de laautoridad establecida, sino únicamentepor obra de otra concepción ideológicanueva y de acción no menos audaz yresuelta de aquélla. Oír esta verdad lesserá siempre desagradable a losfuncionarios encargados de velar por la

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seguridad del Estado. El poder públicopodrá garantizar el orden y latranquilidad sólo cuando el Estado sehalle identificado con la ideologíadominante.

Aquel Estado que,incondicionalmente, capituló ante elmarxismo, el 9 de noviembre de 1918,no podrá reaparecer de la noche a lamañana como el vencedor de ese mismomarxismo; por el contrario: burguesessabihondos, ocupando carterasministeriales, chochean ya hoypreconizando la conveniencia de nogobernar contra el proletariado: mas, alidentificar al obrero alemán con el

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marxismo, no solamente incurren en unacobarde mixtificación de la verdad, sinoque, mediante su interpretacióncapciosa, tratan también de disimular supropia incapacidad frente a la idea y laorganización marxista.

***

He explicado cómo en la vidapráctica de nuestro joven movimientofue formándose paulatinamente unaguardia para la protección de nuestrosmítines, y cómo ésta adoptó poco a pocoel carácter de una fuerza de orden,tendiendo, finalmente, a constituir toda

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una organización.El primer cometido de esta fuerza de

orden era, pues, limitado. Al principio:consistía en la tarea de facilitar larealización de los mítines los cuales, nomediando esa fuerza, habrían sidosaboteados sin dificultad por losadversarios. Ya en aquella época,estaba nuestra fuerza de ordenentrenada, para la ciega ejecución delataque, pero no porque se hubiera hechoun culto del «laqui»[12] como se solíadecir en ciertos necios círculosnacionalistas, sino, llanamente, porqueaquella fuerza supo comprender quehasta el hombre más genial puede

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quedar anulado ante los golpes de este«laqui», como en efecto no es raro en lahistoria el caso de eminentes cabezasque sucumbieron bajo el puño de ilotasminúsculos. Nuestra organización notrataba de imponer la violencia comofinalidad sino que quería salvaguardarde la violencia a los predicadores de lafinalidad ideal. Y al mismo tiempo,entendiendo que no estaba obligada aamparar a un Estado que no defendía ala nación; se encargó de proteger a esanación contra los que amenazabandestruir el pueblo y el Estado.

Como su nombre indica, la secciónde asalto (S.A. Sturm-Abteilung) no

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representa más que una sección denuestro movimiento, esto es, un eslabón,del mismo modo que la propaganda, laprensa, los institutos científicos, etc., noconstituyen otra cosa que eslabones delpartido.

El pensamiento capital que privó enla organización de nuestra «sección deasalto» fue siempre, junto al propósitodel entrenamiento físico, el hacer de ellauna fuerza moral inquebrantable,hondamente compenetrada con el idealnacionalsocialista y consolidada engrado máximo por su espíritu dedisciplina. Nada debía tener de comúncon una organización aburguesada y

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menos aun con el carácter de unasociedad secreta.

La causa de mi oposición tenaz, enaquellos tiempos, al intento de hacer quela «sección de asalto» de la NSDAP. sepresentase a manera de una liga dedefensa, tenía su razón de ser en losiguiente: Desde un punto de vistapuramente objetivo, no es posiblerealizar la educación militar de unpueblo mediante instituciones privadas,salvo que se cuente con enormessubvenciones del Estado. Pensar de otromodo supondría atribuirse a sí mismodemasiada capacidad. Desde luego, estáfuera de discusión el hecho de que, a

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base de la llamada «disciplinavoluntaria» se pueda crear, pasando deun cierto límite, organizaciones quetengan importancia militar. Aquí hacefalta el instrumento esencial del mando,es decir, la sanción disciplinaria. Bienes cierto que en otoño de 1918 o, máspropiamente en la primavera de 1919,fue factible formar «cuerpos devoluntarios», que tenían no sólo laventaja de contar entre sus componentesuna mayoría de excombatienteseducados, por tanto, en la escuela delantiguo ejército, sino también lacircunstancia de que las obligacionesimpuestas al individuo, lo sometían

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incondicionalmente a la disciplinamilitar, por lo menos durante un tiempolimitado.

Aun en la hipótesis de que, noobstante las dificultades puntualizadas,lograse una liga de defensa instruirmilitarmente, año por año, un ciertonúmero de alemanes, esto es, en el ordenmoral, físico y técnico; el resultado, apesar de todo, tendría que serinevitablemente nulo en un Estado que,consecuente con su tendencia política,no deseara, e incluso detestase una talmilitarización por estar en contradicciónabsoluta con el objetivo intimo quepersiguen sus dirigentes que son al

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propio tiempo sus corruptores.Esta es la situación en el presente.

¿O es que acaso no pondría en ridículoal régimen de gobierno actual, quererdar sigilosamente instrucción militar aalgunas decenas de miles de hombres,siendo ese mismo régimen el que pocosaños antes abandonaraignominiosamente a ocho millones ymedio de soldados de admirablepreparación y cuyos servicios a la patriafueron rechazados y correspondidos convejámenes? ¿Cómo, entonces formarsoldados para un Estado que otroravilipendiara y escupiera a los soldadosmás gloriosos, permitiendo que se les

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arrancasen del pecho suscondecoraciones y se les arrebatasen lascocardas, pisotearan sus banderas ydenigrasen sus méritos? ¿Acaso diojamás ese Estado paso alguno quetendiera a restaurar el honor mancilladodel antiguo ejército sancionando a susdisociadores y detractores?¡Ciertamente que no! Por el contrario,vemos hoy entronizados a esoselementos en los más altos puestospúblicos.

Analizando el problema de laconveniencia o inconveniencia de crearligas voluntarias de defensa, no podríadejar de preguntarme: ¿Para qué se

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instruye a la juventud? ¿A que finservira y en que momento deberá sermovilizada?

Si el estado actual tuviese algunavez que echar mano de reservaspreparadas de esta manera, jamás loharía en defensa de los interesesnacionales contra el enemigo externo,sino únicamente en servicio de losopresores de la nación en el momento enque estallase el furor del puebloengañado, traicionado y vendido.

Desde luego, ya por esa sola razónla S.A. no debía tener nada de parecidocon una organización militar. Erasimplemente un medio protector y

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educativo del movimientonacionalsocialista y su cometido residíaen un campo totalmente diferente al delas llamadas ligas de defensa. Tampocodebía constituir una organizaciónsecreta, porque el objetivo de lasorganizaciones secretas tiene que serfatalmente contrario a la ley.

Lo que nosotros, losnacionalsocialistas, necesitábamos ynecesitaremos siempre, no son cien odoscientos conspiradores desalmados,sino cientos de miles de fanáticosadeptos, que luchen por nuestraideología. Nuestra obra no ha derealizarse en conciliábulos, sino en

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imponentes demostraciones populares ytampoco valiéndose del puñal, elveneno, la pistola, sino conquistando enabierta lid el dominio de la calle.Tenemos que enseñarle al marxismo queel futuro dueño de la calle ha de ser elnacionalsocialismo, que un día serátambién el dueño del Estado.

El peligro de las organizacionessecretas estriba también actualmente enel hecho de que sus miembrosdesconocen por completo la magnitud desu cometido y se hacen la idea de que lasuerte de un pueblo podría realmente,tornarse favorable de súbito, gracias ala perpetración de un asesinato político.

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Tal criterio puede tener justificaciónhistórica únicamente cuando un pueblogime bajo la tiranía de algún opresorgenial, del cual se sabe que sólo supersonalidad extraordinaria la quegarantiza la consistencia interior y latemeridad del régimen imperante.

En los años de 1919 y 1920 existíael peligro de que miembros deorganizaciones secretas, inspirándose enlos grandes ejemplos de la Historia yhondamente conmovidos por la infinitadesgracia nacional, intentaran vengarsede los corruptores de la patria, en lacreencia de que así se pondría fin a lamiseria del pueblo. Pero era absurdo

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semejante propósito, por la sencillarazón de que el marxismo no habíatriunfado gracias al genio superior y lasignificación personal de un soloindividuo, sino más bien debido a laincalificable flaqueza moral y lacobarde inacción del mundo burgués. Alfin y al cabo, es todavía comprensiblecapitular ante un Robespierre, un Dantóno un Marat, pero siempre serávergonzoso someterse a un famélicoScheidemann, a un obeso Erzberger o unFriedrich Ebert y a otros minúsculospolíticos. Vano hubiera sido eliminar aalguno de ellos, porque el resultado nohabría hecho más que acelerar la

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entronización de otro no menossanguinario y ávido que el antecesor.

***

Si la S.A. no debía ser unaorganización de índole militar, nitampoco una intuición secreta, fuerza eradeducir de esto las conclusionessiguientes:

1.ª) Su instrucción tenía queefectuarse consultando la convenienciadel partido y no desde el punto de vistamilitar.

Tratándose del entrenamiento físico,no debía darse importancia capital a la

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práctica de ejercicios militares, sinomás bien a la actividad deportiva. Heconsiderado siempre más importantes elboxeo y el jiu-jitsu que un curso de tiro,que, siendo deficiente, habrá de resultarforzosamente malo. El entrenamientocorporal tiene que inculcar en elindividuo la convicción de susuperioridad física y darle, con ella,aquella confianza que radicaeternamente en la conciencia de lapropia fuerza; además, debenenseñársele aquellas destrezasdeportivas que sirvan de armas para ladefensa del movimiento nacional-socialista.

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2.ª) Para evitar desde el primermomento que la S.A. tuviera un caráctersecreto, no bastaba que su uniforme larevelase de modo inconfundible, sinoque ya la magnitud de sus efectivos teníaque señalarle el camino que convinieraal partido y que fuese del dominiopúblico. No debería reunirsefurtivamente, sino por el contrario,marchar al aire libre, estableciendo conesto una práctica que destruyeradefinitivamente todas las leyendas quela acusaban de ser una «organizaciónsecreta».

3.º) La forma de la organización dela S.A. así como su uniforme y equipo,

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no debían copiarse de los modelos delantiguo ejército, sino elegirse conformea las necesidades del cometido que elincumbía.

***

Tres sucesos fueron de trascendentalimportancia para el desenvolvimiento dela S.A.:

1.º) La gran demostración deprotesta de todas las asociacionespatrióticas, realizada en el verano de1922 en la Konigsplatz de Munichcontra la Ley de protección de laRepública.

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También el movimientonacionalsocialista había tomado parte enaquella demostración. El desfile generalde la N.S.D.A.P. estuvo precedido porseis grupos de a cien hombres de la S.A.de Munich, seguidos de las seccionespolíticas de los miembros del partido.Teníamos además dos bandas de músicay llevábamos, más o menos, quincebanderas. La llegada de losnacionalsocialistas a la gran plaza dereunión, ya ocupada hasta la mitad,despertó entusiasmo desbordante en lamultitud. Tuve el honor de ser uno de losoradores que dirigieron la palabra aaquel gentío que pasaba de sesenta mil

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personas.El éxito del mitin fue portentoso,

sobre todo porque, pese a las amenazasde los rojos, se demostró por primeravez que también el Munichnacionalsocialista era capaz de salir a lacalle.

2.º) El desfile de octubre de 1922 enCoburgo.

Diferentes asociacionesnacionalsocialistas habían acordadocelebrar en Coburgo una reunión el «DíaAlemán». Yo también recibí unainvitación con la recomendación expresade llevar conmigo algunosacompañantes.

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En efecto, como «acompañantes»seleccioné ochocientos hombres de laS.A., formando catorce secciones, lascuales debían ser trasladadas, en trenespecial, de Munich a la ciudad deCoburgo, que desde hacía poco sehallaba bajo la jurisdicción de Baviera.Era la primera vez que un tren especialde esa índole corría en Alemania. Entodas las estaciones del trayecto, dondese agregaban nuevos elementos de laS.A. nuestro tren era motivo de granexpectación.

Llegados a Coburgo, fuimosrecibidos por una delegación del comitéorganizador de la reunión y se nos

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entregó un pliego que, a manera de«convenio», contenía una orden de lossindicatos obreros de la ciudad, esdecir, del partido independiente y delcomunista, prohibiéndosenos desfilar encolumnas cerradas y con banderasdesplegadas y música (habíamos traídoexpresamente una banda compuesta decuarenta y dos instrumentos).

Rechacé de planos condiciones tandenigrantes y no dejé de expresarles alos señores de la delegación miextrañeza por el hecho de que semantuvieran tratos y celebrasenacuerdos con aquellas gentes. Declaréterminantemente que la S.A. formaría al

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instante en secciones para marchar porlas calles de la ciudad con música yflameantes banderas.

Y así fue.Ya en la plaza de la estación nos

esperaba una exaltada muchedumbre devarios miles que vociferaba,apostrofándonos con los «cariñosos»apelativos de asesinos, bandidos,criminales, etc., etc. La joven S.A.mantuvo su disciplina ejemplar. Habíaformado en secciones delante deledificio de la estación y demostraba unatotal indiferencia ante los denuestos delpopulacho. Debido a la timidez de lasautoridades policíacas, nuestro desfile,

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en una ciudad que desconocíamoscompletamente, no fue dirigido hacia elalojamiento preparado para nosotros enla periferia de la población, sino haciael Hofbräuhauskeller, situado muy cercadel centro de la ciudad. Apenas habíaacabado de entrar en el patio delHofbräuhauskeller nuestra últimasección, una gran multitud trató deseguirnos y en medio de ensordecedoresgritos, quiso penetrar en el local,impidiéndolo la policía que clausuró laentrada. Como la situación se hicierainsoportable, ordené a la S.A. formar denuevo, la arengué brevemente y exigí dela policía la inmediata apertura de las

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puertas. Al fin, después de largo vacilar,se accedió a mi demanda.

Reanduvimos de nuevo el camino,para poder llegar a nuestro alojamientoy fue en este trayecto, donde losrepresentantes del verdaderosocialismo, de la igualdad y de lafraternidad, apelaron al recurso de laspiedras.

Esto debió poner punto final anuestra paciencia. Durante diez minutos,llovieron piedras a derecha e izquierda,y un cuarto de hora más tarde noquedaba en la calle un solo comunista.

Por la noche se produjeron todavíagraves choques. Patrullas de la S.A.,

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encontraron horrendamente maltratadosa elementos nacionalsocialistas quehabían sido asaltados aisladamente. Lareacción de los nuestros no se dejóesperar.

Al día siguiente estaba dominado elterror rojo bajo el cual Coburgo sufríadesde años atrás.

Con la característica hipocresía deljudío marxista, se quiso incitar denuevo, por medio de volantes, ahombres y mujeres, «camaradas delproletariado internacional», para queotra vez se lanzasen a la calle.Tergiversando completamente la verdadde los hechos, se afirmaba que nuestras

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«hordas de asesinos» habían dadocomienzo a una guerra de exterminiocontra los «pacíficos» obreros deCoburgo. A la 1,30 de aquel día, debíarealizarse la gran «demostraciónpopular» integrada por decenas de milesde obreros de todos los alrededores deCoburgo, como decían susorganizadores. Resuelto a eliminardefinitivamente el terror rojo, hiceformar a las 12 a la S.A., que,entretanto, había engrosado sus filashasta alcanzar un efectivo de milquinientos hombres, y con ella, me puseen marcha pasando por la plaza dondeiba a tener lugar la anunciada

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demostración comunista.Pero en vez de decenas de miles no

vimos allá más que unos pocoscentenares, los cuales ante nuestrapresencia se mantuvieron más o menostranquilos y hasta se retiraron en parte.

Entonces pudimos notar cómo laatemorizada población recobraba poco apoco su serenidad, se revestía de valor yhasta osaba saludarnos conaclamaciones. Por la noche, cuando nosdirigíamos a la estación, en muchoslugares del trayecto estalló, a nuestropaso, un júbilo espontáneo.

Una vez en la estación, el personalferroviario nos declaró inesperadamente

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que no conducía el tren. Comencé porhacer saber a algunos de losorganizadores del sabotaje que, en talcaso, apresaría a cuanto pícaro cayeseen mi poder y que el tren partiríamanejado por nosotros mismos, sindescuidarnos, por cierto, de llevar en lalocomotora, en el tender y en cada carrounas docenas de los famosos«camaradas de la solidaridadinternacional». Tampoco omití llamar laatención de esos señores sobre el hechode que el viaje a cargo nuestro,significaría, naturalmente, una muyarriesgada empresa y no sería raro quetodos resultásemos descalabrados,

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aunque nos consolaba pensar que, por lomenos, no nos solos iríamos al otromundo sino, que en igualdad yconfraternidad, nos acompañarían losseñores comunistas.

Ante mi actitud resuelta, el trenpartío puntualmente y a la mañanasiguiente llegamos a Munich sanos ysalvos.

La experiencia hecha en Coburgonos había enseñado, pues, cuán útil eraintroducir el uso de un uniforme regularen la S.A., y esto, no sólo parafortalecer el espíritu de cuerpo, sintambién para evitar confusiones y evitarel no poder reconocerse entre sí. Hasta

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entonces la S.A. había llevadoúnicamente un brazalete como distintivo;después vino el uso de la blusa y laconocida gorra.

Otra experiencia adquirida enCoburgo, fue mostrarnos la necesidadque había de ir anulandosistemáticamente el terror rojo yrestablecer la libertad de reunión enaquellos lugares donde, desde añosatrás, se hacía imposible todademostración de otros partidos.

3.º) La ocupación del ruhr por losfranceses en los primeros meses de1923 tuvo enorme trascendencia para eldesarrollo de la S.A.

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Esta ocupación, que no nos vino desorpresa, engendró la fundada esperanzade que, al fin, terminaría la políticacobarde de las sumisiones y que, conello las ligas de defensa asumirían unrol perfectamente definido. Tampoco laS.A., que ya por entonces abarcaba en suorganización muchos miles de hombresjóvenes y fuertes, debía quedar privadade prestar su concurso a este servicionacional. En la primavera y durante elverano de 1923, se operó latransformación de la S.A., en unaorganización militar de combate.

La conclusión del año 1923 que aprimera vista fue triste para Alemania,

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constituyó, sin embargo, consideradadesde un elevado aspecto, unanecesidad, puesto que en este año seacabó de una vez con aquellatransformación militar de la S.A.perjudicial al movimiento e inutilizadapor la actitud que asumió el Gobiernodel Reich. Así surgió, para nuestro idealnacionalsocialista la posibilidad deretornar un día al punto en que,anteriormente, habíamos tenido quedejar el verdadero camino.

La NSDAP, constituida sobre basesnuevas, en 1925, tiene que reconstruir,educar y organizar su S.A. de acuerdocon los principios ya mencionados en el

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comienzo de este capítulo. La NSDAP,vuelve a sus sanas concepciones deantes y vuelve también a ver como tareasuprema, el propósito de crear con suS.A. un instrumento que refuerce ysostenga la lucha ideológica delmovimiento.

La NSDAP, no ha de tolerar que laS.A. descienda a la categoría de una ligade defensa, ni tampoco al nivel de unaorganización secreta; tiene queesforzarse, más bien, por hacer de ellauna guardia de cien mil hombres delideal nacionalsocialista y por lo tanto,del ideal racial en su sentido más hondo.

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La máscara delfederalismo

En el invierno de 1919 y mástodavía en la primavera y el verano de1920, el joven partidonacionalsocialista se vio obligado adefinir su posición frente a un problemaque, durante la guerra, habría asumidoextraordinaria importancia.

En la breve descripción contenida enla primera parte de este libro, acerca delos síntomas que pude constatarpersonalmente sobre el desastre alemánque se avecina, hice referencia a la

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índole especial de la propagandaejercitada tanto por los franceses comopor parte de los ingleses, para fomentarla antigua querella entre el Norte y elSur de Alemania. En la primavera de1915 aparecieron sistemáticamente en elfrente alemán los primeros volantes deagitación contra Prusia, señalándose aeste país como al único culpable de laguerra.

En 1916 alcanzó esta campaña ungrado de desarrollo consumado a la parhábil y villano. Pronto comenzó a darsus frutos aquella agitación hecha entrelos alemanes del Sur contra los delNorte, y que estaba calculada para

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estimular los más bajos instintos.Es fuerza hacer a las autoridades

responsables de entonces, tanto en elgobierno como en el ejército —peroante todo en el comando bávaro— unreproche que no pueden eludir: y este esque, en criminal olvido delcumplimiento de su deber, no obrasencon la entereza necesaria, frente asemejante campaña. ¡Nada se hizo! Porel contrario, incluso parecía que enalgunos sectores no se veía condesagrado aquella campaña, pensándosecon evidente limitación mental, que,mediante aquella funesta influencia, nosólo se oponía una barrera al

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desenvolvimiento de unidad alemana,sino que con ello, se producía también,automáticamente, una intensificación dela tendencia federalista.

¡Raramente ha de encontrarse en laHistoria un caso de deliberado descuidocon efectos más graves! Eldebilitamiento que se creía infligir aPrusia afectó a toda Alemania y suconsecuencia fue precipitar el desastre,que significó no sólo la ruina delconjunto nacional de Alemania, sinoasimismo la de cada uno de los Estadosalemanes en particular.

Munich, la ciudad donde con másviolencia ardía el odio artificialmente

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concitado hacia Prusia, debió ser laprimera en lanzar el grito revolucionariocontra su tradicional monarquía.

Pero sería un error atribuirexclusivamente a la propaganda deguerra enemiga el origen de ese espírituhostil a Prusia.

La forma increíblemente insensata enque estaba organizada nuestra economíade guerra, que, con una centralizaciónrayana en el absurdo, mantenía bajo sututela todo el territorio del Reich, y loexplotaba, fue una de las causasprincipales que engendraron aquelsentimiento antiprusiano; pues, para laconcepción de la gente del pueblo, los

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comités de aprovisionamiento, quetenían su central en Berlín, estabanidentificados con la capital y, a su vez,Berlín con Prusia.

Demasiado malicioso era el judío,para no haberse dado cuenta, yaentonces, de que la infame campaña deexplotación que él mismo habíaorganizado contra el pueblo alemán,bajo la capa de los comités, deaprovisionamiento, provocaría y debíaprovocar resistencia. Mientras esaresistencia no implicó para él unpeligro, no tenía porqué temerla; pero afin de prevenir una explosión de lasmasas movidas por la desesperanza y la

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indignación, descubrió que no podíahaber receta mejor que la de desviar elfuror popular en otro sentido, comomedio de neutralizarlo.

¡Luego vino la revolución!El judío internacional, Kurt Eisner,

comenzó a intrigar en Baviera contraPrusia. Dando al movimientorevolucionario bávaro un carizdeliberadamente hostil contra el resto deAlemania, no obraba ni en lo másmínimo animado del propósito de servirintereses de Baviera, sino, llanamente,como un ejecutor del judaísmo. Explotólos instintos y antipatías del pueblobávaro para poder, por ese medio,

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desmoronar más fácilmente a Alemania.Pero pronto el Reich en ruina habríacaído en manos del bolchevismo.

Óptimos frutos produjo el arte conque los agitadores bolcheviquessupieron presentar la eliminación de larepública del Consejo de Soldadoscomo una victoria del «militarismoprusiano» sobre el pueblo bávaro «anti-militarista y antiprusiano». Cuando enMunich se realizaron alas eleccionespara la dieta constituyente de Baviera,Kurt Eisner contaba en su favorescasamente con diez mil adeptos y elpartido comunista apenas si llegaba atres mil, en tanto que al producirse el

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fracaso de la república comunista, elnúmero de ambos grupos habíaalcanzado ya un total aproximado decien mil.

Desde aquella época, me empeñépersonalmente en la lucha contra ladescabellada agitación de los Estadosalemanes entre sí. En toda mi vida nocreo haber emprendido jamás obra máspopular que aquella campaña mía deresistencia contra la animadversiónexistente contra Prusia. Durante elgobierno del consejo de soldadostuvieron lugar en Munich los primerosmítines donde se excitaba el odio contrael resto de Alemania, en especial contra

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Prusia, en una forma tal, que no sóloentrañaba peligro de vida para elalemán del Norte que se arriesgase aconcurrir a un mitin de aquellos, sinoque aquellas demostraciones concluíancasi siempre con la estúpida voncigleríade «¡Abajo Prusia!», «¡Separémonos dePrusia!», ¡»Guerra a Prusia»!, etc.,estado de ánimo que hallaba suexpresión cabal en el grito de guerra deun «insuperable» representante de losaltos intereses de Baviera en elReichstag, que decía : Preferimos morircomo bávaros antes que perecer comoprusianos.

La campaña que yo había iniciado,

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apoyado, al principio, únicamente porunos cuantos de mis camaradas de laguerra, debió ser luego fomentada por eljoven movimiento nacionalsocialistacomo un deber sagrado. Aun hoy mellena de orgullo poder decir que, enaquellos tiempos —contando sólo casiexclusivamente con nuestroscorreligionarios bávaros—, dimos altraste, poco a poco, pero de modoseguro, con aquel brote separatista,mezcla de ignorancia y traición.

Obvio sería explicar que laagitación del sentimiento anti-prusiano,nada tenía que ver con el federalismoalemán.

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Desde luego, sorprendía el hecho deuna «actividad federalista» empeñada endisolver o disgregar un Estado federalalemán ya existente. Un federalistasincero, para quien la concepciónbismarckiana del Reich unido, norepresentara una mentida frase, malpodía, desear la disgregación del Estadoprusiano, creado y perfeccionado por elmismo Bismarck, y menos, todavía,alentar abiertamente aspiracionesseparatistas. No era contra los autoresde la constitución de Weimar —quedicho sea de paso fueron en su mayoríaalemanes del Sur y judíos—, contraquienes se dirigían las injurias y ataques

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de esos pseudo-federalistas; su accióniba contra los elementos representativosde la antigua Prusia conservadora, estoes, justamente contra lo antagónico delespíritu de Weimar. La circunstancia deque en aquella campaña se tuviera buencuidado de no aludir a los judíos, nodebe sorprendernos mayormente, peronos dará la clave del enigma.

Así como antes de la revolución de1918, el judío supo desviar de suscomités de aprovisionamiento o mejordicho de sí mismo, la atención pública,aleccionando contra Prusia a lasmuchedumbres y en particular al pueblobávaro, así también, después de la

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revolución, debía él cubrir de nuevo decualquier modo el botín de su pillajeque, ahora, era diez veces mayor. Y otravez ganó su juego, en este caso,sembrando rencillas y odios entre loselementos nacionales de Alemania; asíintrigó a los bávaros de tendenciaconservadora contra los prusianos nomenos conservadores. El bávaro, noveía el Berlín de los cuatro millones deactivos e incansables habitantes, sinoaquel otro flojo y corrompido, de losmás detestables barrios del Oeste. ¡Perosu odio no iba contra aquel mundomalsano; su objetivo era la ciudad«prusiana»! ¡Aquello eral realmente

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desesperante!Lentamente se inició un cambio en

este estado de cosas. Es evidente que yaen el invierno de 1918-19, comenzó adejarse sentir un algo colectivo quepodía interpretarse como antisemitismo.Más tarde, gracias al impulso delmovimiento nacionalsocialista, seabordó el problema judío de maneraactiva, ante todo, porque sacando esteproblema de la esfera limitada decírculos burgueses, se supo hacer de él,el motivo propulsor de un granmovimiento popular. Pero tan prontocomo esto fue posible, el judío empezó aorganizar su defensa. Volvió a recurrir a

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su vieja táctica. Con asombrosaceleridad, lanzó en el seno mismo delmovimiento la chispa de la discordia ysembró así, el germen de la desunión. Laúnica posibilidad de embargar laatención pública con otros problemas ydetener el ataque concentrado contra eljudaísmo, residía —dada la situaciónreinante— en promover la cuestión delultramontanismo y provocar, de estasuerte, la consabida lucha entre elcatolicismo y el protestantismo. Jamáspodrán reparar el daño causado aquelloshombres que agitaron esta cuestión en elseno del pueblo alemán. En todo caso, eljudío alcanzó el objetivo deseado:

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católicos y protestantes habían entradoen reñida controversia y el enemigomortal del mundo ario y de lacristiandad toda, se reía ante sus mismasnarices.

Considérese cuán funestas son lasconsecuencias que a diario trae consigola bastardización judaica de nuestropueblo y reflexiónese también de queeste envenenamiento de nuestra sangre,sólo al cabo de siglos —o tal vez jamás— podrá ser eliminado del organismonacional. Millares de nuestrosconciudadanos pasan como ciegos anteel hecho del emponzoñamiento denuestra raza, practicado

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sistemáticamente por el judío. Y las dosiglesias cristianas, —la católica y laprotestante— se muestran ambasindiferentes frente a esta profanación ydestrucción. Para el futuro de lahumanidad, no radica la importancia delproblema en el triunfo de losprotestantes sobre los católicos, o de loscatólicos sobre los protestantes, sino ensaber si la raza aria subsistirá odesaparecerá.

La situación de la iglesia enAlemania, no permite comparaciónalguna con Francia, España o Italia. Entodos estos países se puede propagar,por ejemplo, la lucha contra el

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clericalismo o contra elultramontanismo, sin correr el riesgo deque tal empeño resulte una disociaciónen el seno del pueblo francés, delespañol o del italiano. Cosa semejante,sería imposible en Alemania, porqueseguramente los protestantes notardarían en inmiscuirse en la lucha. Unacrítica que en otros países seríasustentada exclusivamente por loscatólicos frente a las intromisiones deíndole política cometidas por losdignatarios de su propia iglesia, enAlemania asumiría de hecho el carácterde una agresión del protestantismocontra el catolicismo. Así se explica que

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se pudiese soportar toda crítica, aunquefuese injusta, con tal de que viniera desus propios feligreses, en tanto que serechazara de plano en cuanto procedierade otro sector religioso.

Aquellos que, en el año de 1924,creyeron que la lucha contra el«ultramontanismo» constituía el supremocometido del movimientonacionalracista, no han destruido elultramontanismo, pero sí han roto launidad de la causa nacionalracista.También debo oponerme a admitir queen las filas de nuestro movimiento hayaalgún ingenio que suponga poderrealizar lo que el mismo Bismarck no

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pudo. Será siempre el más alto deber delos dirigentes del nacionalsocialismo,combatir enérgicamente todo intento quetienda a poner el movimientonacionalsocialista al servicio deaquellas luchas y separar ipso facto denuestras filas a los propagandistas depropósitos semejantes. El más fervienteprotestante puede alinearse al lado delmás ferviente católico, sin que jamássurjan para él problemas de concienciapor su convicción religiosa. Por elcontrario, la gigantesca lucha común quesostenían ambos contra el destructor delmundo ario les ha enseñado el respeto yla estimación mutuos. Y fue,

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precisamente en aquellos años, cuandoel movimiento realizó una tenazoposición contra el partido del Centro(partido Católico), no por motivosreligiosos, sino exclusivamente porrazones de índole nacional, racial yeconómica.

***

La lucha entre el federalismo y elunitarismo, que tan astutamente supieronsuscitar los judíos en los años 1919 a1921, obligó al movimientonacionalsocialista, aun siendo contrarioa esta lucha, a definir también su

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posición frente a las cuestionesesenciales resultantes de dichacontroversia. ¿Debía Alemania serEstado federal o unitario? A mi modo dever lo segundo me parece lo másimportante.

¿Qué es un Estado federal?Por un Estado federal, entendemos

una asociación de países soberanos que,en virtud de su propia soberanía, sefusionan voluntariamente, renunciando,cada uno de ellos a favor del conjunto, aaquella parte de sus propiasprerrogativas capaz de posibilitar ygarantizar la existencia de la federaciónconstituida.

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Esta fórmula teórica no tiene en lapráctica aplicación absoluta en ningunode los Estados federales del mundo yaun menos, en los Estados Unidos deNorte América. No fueron los Estadoslos que constituyeron la unión FederalAmericana, sino que fue esta la que,previamente, dio forma a una gran partede esos llamados Estados. Los ampliosderechos privativos conferidos o, mejordicho, reconocidos a los diferentesterritorios americanos, no sólocorrespondían al carácter de estaconfederación de países, sino queestaba, ante todo, en relación con lamagnitud de sus dominios y la extensión

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de la superficie territorial del conjunto,que es casi la de un continente. Por eso,en el caso de la Unión Americana, no sepuede hablar de la soberanía política delos Estados, sino únicamente de susderechos o mejor dicho de susprivilegios determinados y garantizadosconstitucionalmente.

Tratándose de Alemania, tampocotiene aplicación exacta la definicióndada, y esto a pesar del hecho indudablede que los respectivos países, existieronantes aisladamente, constituidos comoEstados soberanos, habiendo nacido dela reunión de ellos el Reich Alemán.Más, la formación del Reich, no se

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debió a la libre voluntad o a lacooperación de esos Estados, sino a lainfluencia de la hegemonía de uno sólode ellos: Prusia. Desde luego, ya la solagran diferencia territorial existente entrelos diversos Estados alemanes, nopermite establecer un paralelo v. gr. conla institución federal americana. Esadiferencia territorial entre los máspequeños Estados de antaño y losgrandes o, mejor dicho, el mayor detodos, evidencia la desigualdad decapacidades y por otra parte, la falta deuniformidad del aporte de cada uno a lafundación del Reich, o sea a laconstitución del Estado federal.

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La cesión que los respectivosEstados hicieron de sus derechos desoberanía a favor de la creación delReich, fue espontánea sólo en unamínima parte; por lo demás,prácticamente no existían tales derechoso si existieron, fueron llanamenteanexionados bajo la presión del poderde Prusia. Bien es verdad que, en esto,Bismarck no partió del principio de daral Reich todo lo que buenamente sehubiese podido tomar de los diversosEstados, sino que exigió de ellosúnicamente aquello que para el Reichera indispensable; con un criterio, porcierto, a la par moderado y sabio:

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contemplaba por un lado con un respetomáximo las costumbres y la tradición, ypor el otro, le granjeaba de este modo alnuevo Reich un mayor contingente deafección y de colaboración entusiastapor parte de cada uno de los estadosconfederados. Pero seríafundamentalmente erróneo quereratribuir este proceder de Bismarck a laconvicción que él podía tener de que,con lo hecho, se hallaría el Reich, paratodos los tiempos, en posesión de unasuma suficiente de derechos soberanos.Bismarck por el contrario no tuvo talconvicción. Su propósito no fue otro quedejar para el futuro aquello que por el

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momento, era difícil de realizar y desobrellevar. En efecto, con el tiempo,vino creciendo la soberanía del Reich acosta de la soberanía de los Estadosconfederados. El tiempo justifico laprevisión de bismarck.

El desastre de Alemania en 1918 yla destrucción del Estado monárquico,precipitó el curso de este desarrollo. Sicon la eliminación del régimenmonárquico y de sus representantes, sehabía asestado un rudo golpe al carácterfederal del Reich, aun más fuerte debióser el efecto, al aceptar Alemania lasobligaciones resultantes del tratado de«paz» de Versalles.

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Era natural y lógico que los Estadosconfederados perdiesen toda soberaníasobre el control de sus finanzas, desdeel momento en que al Reich se leimpuso, como consecuencia de la guerraperdida, una obligación financiera quejamás habría llegado a cumplirsemediante contribuciones parciales de losEstados. Las medidas posterioresconducentes a la centralización de losservicios de correos y ferrocarriles,fueron consecuencias inevitables de laesclavización de nuestro pueblo,paulatinamente iniciada por los tratadosde paz.

El Reich de Bismarck era libre y

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estaba exento de obligacionesexteriores. No pesaban sobre él cargasfinancieras tan graves y al propio tiempotan improductivas, como lo es la delPlan Dawes para la Alemania actual. Suincumbencia, en el interior, se limitaba aaspectos contados y absolutamentenecesarios. Es natural que así se pudierarenunciar a mantener una administraciónfinanciera propia y vivir de lascontribuciones de los Estadosconfederados; y es natural quecorroborase admirablemente elsentimiento de adhesión de los Estadoshacia el Reich, el hecho de que éstoscontinuaran en el ejercicio del derecho

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soberano de administrar sus propiasrentas, aparte de la circunstancia de que,relativamente, era poco elevada la cifrade sus contribuciones al Reich.

El Estado alemán de la posguerra, seve, pues ahora obligado, para podersubsistir, a cercenar cada vez más losprivilegios de los respectivos países delReich, no solamente por razones deíndole material, sino también de ordenideal. Al exigir de sus súbditos hasta elúltimo tributo, como consecuencia de supolítica financiera de exacción, esteEstado tiene necesariamente queprivarles también hasta de los últimosderechos, si es que no quiere que el

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descontento general conduzca un día alestallido de una rebelión.

En contestación al estado de cosasanteriormente reflejado, nosotros, losnacionalsocialistas, tenemos una reglafundamental que observar: Un Reichnacional y vigoroso que en su políticaexterior cuide y proteja en el másamplio sentido, los intereses de sussúbditos, puede ofrecer libertad internasin riesgo para la estabilidad delEstado. Pero bajo otras circunstancias,un gobierno nacional fuerte puedetambién llegar a coartarconsiderablemente las libertadesindividuales lo mismo que las de los

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países confederados, sin detrimento dela idea del Reich y siempre que elciudadano reconozca en estas medidasun medio hacia la grandeza nacional.

Es indiscutible que todos losEstados del mundo tienden en suorganización interna a una ciertacentralización administrativa, yAlemania no será en esto una excepcióna la regla. La importancia particular decada uno de ls países que forman unaconfederación, disminuyecrecientemente tanto en el ramo decomunicaciones, como en el de ordenadministrativo. El tráfico y la técnicamodernos, reducen de día en día,

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distancias y extensiones. Quien se inhibade las consecuencias resultantes dehechos consumados, será, pues, unrezagado.

***

Si bien parece natural un ciertogrado de centralización, sobre todo enlos servicios de comunicaciones, nomenos natural consideramos losnacionalsocialistas el deber de asumiruna firme actitud contra una evoluciónsemejante en el Estado actual, cuandolas medidas pertinentes no buscan otroobjetivo que el de cohonestar y facilitar

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una política exterior desastrosa.Justamente porque el Reich actual haprocedido a la llamada estatización delos ferrocarriles, correos, finanzas, etc.,no obedeciendo a razones de elevadointerés nacional, sino únicamente a lafinalidad de tener en sus manos losrecursos y la garantía necesarias parasatisfacer su política decondescendencia con los Aliados,debemos los nacionalsocialistas hacercuanto esté a nuestro alcance paraobstaculizar y si es posible impedir larealización de una tal política.

Pero obrando así, nuestra norma serásiempre de noble política nacional y

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jamás de tendencia mezquina yparticularista.

Esta consideración, es indispensablepara evitar que, entre nuestroscorreligionarios, surja la creencia deque nosotros los nacionalsocialistastratamos de negarle al Reich el derechode encarnar una soberanía mayor que lade los Estados que lo forman. Sobre estederecho no puede ni debe existir entrenosotros duda alguna, pues, Desde elmomento en que el Estado en sí nosignifica para nosotros más que unaforma, siendo lo esencial su contenido,es decir, la nación, el pueblo, claro estáque todo lo demás, tiene que

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subordinarse obligadamente a lossoberanos intereses de la nación.

Ante todo, dentro del conjuntonacional representado por el Reich nopodemos tolerar la autonomía política oel ejercicio de soberanía de ninguno delos Estados en particular. Un día ha deacabar y acabará el desatino demantener, por parte de los Estadosconfederados, sus llamadasrepresentaciones diplomáticas en elexterior y entre ellos mismos. Mientrassubsistan anomalías semejantes, no hayporqué asombrarse de que el extranjeroponga siempre en duda la estabilidaddel Reich y obre de acuerdo con ello.

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De todos modos, la importancia delos diversos países del Reich, tendrá enel futuro que gravitar, con preferencia,en el campo de la actividad cultural. Elmonarca que más hizo por el prestigiode Baviera no fue ningún testarudoparticularista, contrario al sentimientounitario nacional, sino un hombre que,junto a su afección por el Arte, aspirabaa la gran patria alemana —el Rey Luis I—.

Por encima de todo, se cuidará depreservar al ejército de influenciasregionalistas. El Estadonacionalsocialista venidero, no deberácaer en el pasado error, de atribuir a la

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institución armada un cometido que no lecorresponde ni puede ser propio de ella.

El ejército alemán no está en elReich para servir de escuela a laconservación de peculiarismosregionales, sino más bien para formaruna institución donde todos losalemanes, aprendan a comprenderserecíprocamente y a adaptarse los unos alos otros. Todo aquello que en la vidanacional pudiera significar antagonismo,ha de saberlo allanar el ejército obrandocomo el factor de unificación. Deberá,además, sacar al joven conscripto delhorizonte estrecho de su campanario ysituarlo en el ambiente de la nación. No

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serán las fronteras de su terruño las queél vea; sino las de la patria, pues, sonéstas las que un día tendrá él quedefender. Por eso, es improcedentedejarlo en su propio terruño en lugar dehacer que conozca otras partes deAlemania durante el tiempo de suservicio militar.

La doctrina nacionalsocialista noestá llamada a servir aisladamente losintereses políticos de determinadosEstados en la confederación del Reich,sino que aspira a ser un día la soberanade toda la nación. Ella tendrá quereorganizar y orientar la vida de unpueblo, y, por tanto, atribuirse

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imperativamente el derecho de pasarsobre fronteras establecidas por unaevolución política que nosotroscondenamos.

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Propaganda yorganización

Inmediatamente después de haberingresado en el partido obrero alemán,tomé a mi cargo la dirección de lapropaganda. Consideraba este ramocomo el más importante del momento.La propaganda debía preceder a laorganización y ganar a favor de ésta elmaterial humano necesario a suactividad. Siempre fui enemigo demétodos de organización precipitados ypedantes, porque generalmente elresultado no es otro que un mecanismo

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muerto.Por dicha razón, conviene más

difundir previamente una idea mediantela propaganda dirigida desde una centraldurante un cierto tiempo y luegoexaminar el material humanopaulatinamente reclutado, estudiándolocuidadosamente a fin de seleccionar alos más capacitados para dirigentes. Noserá raro observar de esta manera, quealgunos de los elementos aparentementeinsignificantes, merecen considerarsecomo hombres que reúnen condicionespara Führer.

Sería totalmente erróneo quererencontrar en el acopio de conocimientos

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teóricos, las pruebas características deaptitud y competencia inherentes a lacondición de Führer.

Con frecuencia ocurre lo contrario.Los grandes teorizantes, sólo muy

raramente son también grandesorganizadores, y esto porque el méritodel teorizante y del programático reside,en primer término, en el conocimiento ydefinición de leyes exactas de índoleabstracta, en tanto que el organizadortendrá que ser ante todo un psicólogo.

Más raro todavía es el caso de queun gran teorizante sea al mismo tiempoun gran Führer. Para ello tiene máscapacidad el agitador —y se explica—,

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aunque esta verdad la oigan condesagrado muchos de los que seconsagran con exclusividad aespeculaciones científicas. Un agitador,capaz de difundir una idea en el seno delas masas, será siempre un psicólogo,aun en el caso de que no fuese sino undemagogo. En todo caso, el agitadorpodrá resultar un mejor Führer que unteorizante abstraído del mundo y extrañoa los hombres. Porque conducirsignifica: saber mover muchedumbres.

El don de conformar ideas, nadatiene de común con la capacidad propiadel Führer. Obvio sería discutir qué eslo que tiene mayor importancia: ¿o

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concebir ideales y plantear finalidadesde la humanidad o realizarlas? Comopasa a menudo en la vida, también eneste caso, lo uno y lo otro. La más bellaconcepción teórica quedará sin objetivoni valor práctico alguno si falta elFührer que mueva las masas en aquelsentido. E inversamente ¿de qué serviríala genialidad del Führer y todo suempuje, si el teorizante ingenioso noprecisase de antemano los fines de lalucha humana? Pero lo más raro, en esteplaneta, es hallar encarnados en unamisma persona, al teorizante, alorganizador y al Führer. Estaconjunción, es la que revela al hombre

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grande.

***

Como ya dije, durante la primeraépoca de mi actividad en el movimiento,me dediqué por entero a la propaganda.

Gracias a ella, debió crearse, poco apoco, un pequeño núcleo de hombresimbuidos en la nueva doctrina, formandoasí el material que después iba a dar losprimeros elementos básicos de unaorganización.

El cometido de la propaganda,consiste en reclutar adeptos, en tanto queel de la organización es ganar miembros.

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Adepto a una causa, es aquel que declara hallarse de acuerdo con los fines aque tiende la misma; miembro es el quelucha por ella.

La adhesión radica en el soloconocimiento de la idea, mientras queser miembro supone el coraje derepresentar personalmente la verdadreconocida como tal y propagarla.

El conocimiento en su forma pasivacorresponde a la mentalidad de lamayoría humana que es negligente ycobarde; el ser miembro obliga a laacción y es propio únicamente de laminoría.

Según eso, la propaganda tendrá que

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laborar incesantemente a fin de ganaradeptos. Y la organización concretarserigurosamente a seleccionar del conjuntode los adeptos sólo a los máscalificados para conferirles la calidadde miembros.

***

La propaganda orienta la opiniónpública en el sentido de una determinadaidea y la prepara para la hora deltriunfo, en tanto que la organizaciónpugna por ese triunfo mediante lacohesión activa, constante y sistemáticade aquellos correligionarios que revelan

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disposiciones y aptitudes para impulsarla lucha hasta un final victorioso.

***

El triunfo de una idea, será posibletanto más pronto cuanto más vastamentehaya obrado en la opinión pública laacción de la propaganda y cuanto mayorhaya sido también el exclusivismo, larigidez y la firmeza de la organización,que es la que prácticamente sostiene lalucha.

Se infiere de esto que el número deadeptos jamás podrá ser demasiado

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grande; el número de miembros, encambio, es susceptible de resultar másfácilmente demasiado grande, quedemasiado pequeño.

***

El éxito decisivo de una revoluciónideológica ha de lograrse siempre que lanueva ideología sea inculcada a todos eimpuesta después por la fuerza, si esnecesario. Por otra parte, laorganización de la idea, esto es, elmovimiento mismo, deberá abarcarsolamente el número de hombresindispensable al manejo de los

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organismos centrales en el mecanismodel Estado respectivo.

***

El supremo deber de la organizaciónestriba en velar para que posiblesdivergencias surgidas en el seno de losmiembros del movimiento, no conduzcana una división y con ello, a undebilitamiento de la labor del conjunto.Debe cuidar, además, de que el espíritude acción no desaparezca, sino más biense renueve y se consolideconstantemente.

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Las organizaciones, es decir, losconjuntos de miembros que sobrepasanun cierto límite, pierden paulatinamentesu fuerza combativa y no son capaces deimpulsar con interés y dinamismo lapropaganda de una idea y menos desaber utilizarla convenientemente.

Por eso es esencial que en elmomento en que el éxito se ha puesto dellado del movimiento, éste —obrandopor simple instinto de conservación—suspende automáticamente la admisiónde nuevos miembros y amplifique en elfuturo su organización sólo a base desumo cuidado y minucioso examen delos respectivos elementos. Únicamente

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así podrá el movimiento mantener sunúcleo incólume y sano. Luego, hará quebajo tales circunstancias, seaexclusivamente este núcleo el que guíe yconduzca el movimiento, es decir, el quedetermine la propaganda destinada alograr que se le reconozcauniversalmente y que —como dueño delpoder— adopte procedimientosnecesarios a la realización práctica desus ideas.

***

Todos los grandes movimientos,sean de índole religiosa o política,

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debieron su éxito de imposición alconocimiento y aplicación de estosprincipios; sobre todo, no se concibenéxitos perdurables sin la observancia detales leyes.

***

Como dirigente de la propaganda delpartido, me esforcé no solamente enpreparar el terreno para el grandesarrollo ulterior de nuestromovimiento, sino que gracias a uncriterio radical en esta labor, meempeñé también por que la organización

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recibiera siempre los mejoreselementos; ya que cuanto más extrema yfustigante era mi propaganda, tanto másatemorizados se sentían los débiles ytímidos, impidiéndose de esta suerte suingreso en el núcleo central de nuestraorganización.

¡Y en verdad, fue así!Hasta mediados de 1921, bastó para

la iniciación del movimiento, aquellaactividad puramente propagandística. Enel verano del mismo año, sucesosespeciales aconsejaron la convenienciade adaptar la organización al éxito cadavez más evidente de la propaganda.

En los años de 1919 y 1920, se

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hallaba a cargo de la dirección delmovimiento, un comité elegido por lasasambleas de miembros, las cuales a suvez estaban prescritas por los estatutosdel partido. Ese comité encarnaba,aunque resultase paradójico,precisamente aquello que el movimientose proponía combatir con todo rigor: elparlamentarismo.

Las sesiones del comité, de lascuales se llevaba protocolo y donde lasresoluciones eran adoptadas pormayoría, representaban realmente unparlamento en pequeño.

Semejante absurdo no comulgabaconmigo y muy pronto dejé de asistir a

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las reuniones. Cumplía con mi deber depropaganda y esto era todo, por lodemás, no admitía que ningún ignorantetratase de inmiscuirse en mi ramo, de lamisma manera que yo tampoco intentabaarrogarme ingerencias en lasatribuciones de los demás.

Aquel absurdo debió tocar a su finen el momento en que, aprobados losnuevos estatutos y llamado a ocupar lapresidencia del partido, contaba yo conla autoridad suficiente.

El presidente es responsable de lamarcha de todo el movimiento. Leincumbe la distribución de labores entrelos miembros del comité, dependiente

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de él, y entre los colaboradores quefuesen necesarios. Cada uno, a su vez, esresponsable único del cometido que sele confíe y está directamentesubordinado al presidente, el cual debevelar por la cooperación de todos, yasea seleccionando elementos o dandodirectivas generales.

Esta ley de la responsabilidad, comocuestión de principio, se hizo poco apoco carne dentro del movimiento.

Un movimiento que, en una épocadonde reina la norma mayoritaria entodo, acate el principio de la autoridaddel Führer y la responsabilidadinherente a este principio, superará un

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día con seguridad matemática el estadosubsistente y será el vencedor.

***

En diciembre de 1920 tuvo lugar laadquisición del «VölkischerBeobachter». Este periódico que, comosu nombre indica, defendía en generallos intereses nacionalracistas, debíaahora convertirse en el órgano oficialdel partido.

Durante el primer tiempo aparecíados veces por semana; en 1923, comopublicación diaria y, finalmente enagosto, adoptó el formato conocido que

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hoy tiene.Daba mucho que pensar el hecho de

que, frente al poderío de la prensa judía,no existiese casi ningún periódiconacionalista de importancia efectiva. Engran parte esto era atribuible —comomás tarde tuve ocasión de constatarpersonalmente en infinidad de casosprácticos— a la contextura comercialpoco hábil de las empresas de índolenacionalracista en general. Se dejabanabsorber demasiado por el criterio deque la convicción debía privar sobre elesfuerzo productivo; un punto de vistatotalmente errado, si se tiene en cuentaque precisamente el esfuerzo productivo

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es el que representa la más bellaexpresión del modo de pensar, que nodebe tener nada de externo y superficial.

Si honesto era el contenido del«Völkischer Beobachter», laadministración de la empresa eracomercialmente imposible. Tambiénaquí partíase de la opinión errada deque los periódicos nacionalracistasdebían ser sostenidos mediantecontribuciones voluntarias de loscírculos nacionalracistas, en lugar dereflexionar que, al fin y al cabo, unperiódico tiene que abrirse paso encompetencia con los demás y que esindigno querer cubrir negligencias o

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errores de la gerencia de la empresa,por medio de donativos de patriotasbien intencionados.

Por mi parte, me esforcé por innovaraquel estado de cosas, de cuya gravedadme había dado cuenta, y la casualidadfavoreció mi propósito, permitiéndomeconocer al hombre que, desde entonces,ha prestado meritísimos servicios a lacausa nacionalracista, no sólo comogerente de la empresa, sino tambiéncomo el administrador del partido. En1914, es decir, en el frente, habíaconocido (entonces era yo subordinadosuyo) a este nuestro actual gerente. MaxAmann.

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Durante los cuatro años de la guerra,tuve ocasión de observar casiconstantemente las extraordinariascondiciones de capacidad, diligencia yescrupulosidad que caracterizaban alque después debió ser mi colaborador.

Cuando en el verano de 1921,nuestro movimiento atravesaba unadifícil crisis y me hallaba descontentodel trabajo de algunos empleados,especialmente de uno de ellos, de muypésimo recuerdo, apelé a mi antiguocamarada de regimiento, pidiéndole quetomara a su cargo la administración delpartido. Amann ocupaba por entoncesuna posición respetable y sólo después

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de larga reflexión, se decidió a aceptarmi llamada, aunque bajo la expresacondición de reconocer la autoridad deuno solo y no ponerse jamás a mercedde un comité de sabihondos.

Corresponde al mérito perdurable deeste nuestro primer gerente, hombre deamplia preparación comercial, el haberintroducido corrección y orden en elmecanismo administrativo del partido,quedando desde entonces estascaracterísticas como ejemplares. Setrabajaba cual en una empresa privada:el personal de empleados debíadistinguirse por su propio esfuerzo y denada valía tratar de cobijarse en la

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calidad de correligionario. Es naturalque un movimiento que tan acrementereprueba la corrupción política reinanteen la administración del Estadomarxista, tenga que mantener exento devicios su propio aparato administrativo.

El año 1921 tuvo, además, latrascendencia de que en mi calidad depresidente del partido, conseguí, poco apoco, anular en nuestras diversasreparticiones, la influencia de unsinnúmero de miembros del comité.Había gentes dominadas por el pruritode la crítica y que vivían en una especiede permanente preñez de excelentesplanes, ideas, proyectos, métodos, etc.

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Su mayor y máxima aspiración era,generalmente, constituir un comité decontrol que no tenía otro fin que espiarel trabajo honrado de los demás.

El procedimiento más eficaz paraneutralizar tan inútiles comités que nohacían más que incubar resolucionesprácticamente irrealizables, consistía enencomendarles un trabajo efectivocualquiera. ¡Qué risible era entonces vercomo se esfumaba insensiblemente todoese conjunto de individuos! Esto mehacía pensar en el Reichstag. Con quépresteza desaparecerían también de allítodos los señores diputados, si en lugarde su locuacidad se les impusiese una

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labor positiva, es decir, un trabajo quetuviese que ser realizado bajo laresponsabilidad personal de cada uno deesos ¡ladrones!

En el curso de dos años, conseguídifundir más y más mi modo de pensar yhoy el movimiento nacionalsocialistaestá plenamente compenetrado con él.

El éxito material de aquel métodomío de organización, quedó revelado el9 de noviembre de 1923. Cuando cuatroaños atrás ingresé en el movimiento, nose disponía ni de un simple sello: cuatroaños más tarde —al producirse ladisolución del partido y la confiscaciónde sus bienes y nuestro activo

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económico—, incluyendo los objetos devalor y el periódico, ascendía a la sumade 170.000 marcos oro.

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El problema de lossindicatos obreros

En nuestro propósito de estudiaraquellos métodos que más pronto y másfácilmente podían abrir a nuestromovimiento el camino hacia el corazónde las masas, tropezábamos siempre conla objeción de que el obrero jamásllegaría a pertenecernos enteramente,mientras la representación de susintereses de orden profesional yeconómico continuase en manos deindividuos y de organizaciones políticasde orientación diferente.

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Ya en la primera parte de este libro,he emitido mi opinión acerca delcarácter, objetivo y conveniencia de lossindicatos obreros. Sostuve el punto devista de que mientras no cambie —seapor efecto de medidas proteccionistasdel Estado (generalmente infructuosas) ogracias a la influencia de una nuevaeducación—, la actitud que el patrónmantiene frente al obrero, no le quedaráa éste otro recurso que asumir por sísolo la defensa de sus intereses,fundándose en el derecho que tienecomo factor igualmente necesario en lavida económica de la nación. Subrayéademás, que esto respondía en absoluto

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a la conveniencia de la comunidad toda,si es que por tal procedimiento selograba ahorrar al conjunto nacional losgraves daños resultantes de lasinjusticias sociales. Esta necesidad —dije también— tendrá que considerarsecomo justificada mientras, entre lospatronos, existían hombres no sólo faltosde todo sentimiento para con losdeberes, sino carentes de comprensiónhasta para los más elementales derechoshumanos.

***

Cuatro son las preguntas que nos

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habíamos planteado a este respecto:I) ¿Son necesarios los sindicatos

obreros?A mi modo de ver, dentro del estado

de cosas actual, son indispensables y secuentan entre las más importantesinstituciones económicas de la nación.

II) ¿Deberá la NSDAP organizar porsí misma sindicatos obreros o inducir asus miembros a participar en cualquierforma de la actividad sindicalista?

El movimiento nacionalsocialista,que ve el objetivo de su lucha en laerección del Estado racial-nacionalsocialista, debe estarpersuadido de que todas las

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instituciones de ese futuro Estado, tienenque emerger necesariamente del senodel movimiento mismo. Será el mayorde los errores creer que la sola posesióndel mando y sin contar de antemano conun cierto contingente de hombrespreparados, sobre todo ideológicamente,haga que ipso ipso y de la nada, puedallevarse a cabo un nuevo plan dereorganización. También aquí tienevalor intrínseco el principio de que laforma exterior, de fácil creaciónmecánica, es siempre menos importanteque el espíritu encarnado en esta forma.

Por tanto, no se debe imaginar quesúbitamente han de extraerse de una

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cartera los proyectos destinados a unanueva estructuración del Estado, paraluego desde «arriba» ponerlos enpráctica por virtud de un mero decreto.Se puede, naturalmente, ensayar, pero, elresultado no será viable y a menudoaparecería tan sólo como un «niñomuerto al nacer». Esto me recuerda elorigen de la Constitución de Weimar yla tentativa de obsequiar al puebloalemán, juntamente con aquellaconstitución con una nueva bandera queno tenía la menor relación con lahistoria de nuestro pueblo durante losúltimos cincuenta años.

También el Estado

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nacionalsocialista tiene que ponerse acubierto de experimentos semejantes.Podrá emerger únicamente de unaorganización ya existente desde tiempoatrás y que encarne el espíritu de suesencia misma, para crear un vitalEstado nacionalsocialista.

Desde luego, ya este elevado puntode vista, obliga a nuestro movimiento areconocer la necesidad de desplegar unaactividad propia, cuando se trata de lacuestión sindicalista.

III) ¿Qué carácter deberá revestir unsindicato obrero nacionalsocialista?¿Cuáles son sus fines y cuáles nuestrasobligaciones?

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La institución sindicalista dentro delnacionalismo no es un órgano de luchade clases, sino un portavoz derepresentación profesional. El Estadonacionalsocialista no distingue«colases» y conoce, en el sentidopolítico, únicamente ciudadanos conderechos absolutamente iguales yconsiguientemente con deberesgenerales iguales; y junto al ciudadanoal súbdito que carece por entero dederechos políticos.

El sindicalismo en sí, no essinónimo de «antagonismo social»; es elmarxismo quien ha hecho de él uninstrumento para su lucha de clases.

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El marxismo creó con ello el armaque emplea el judío internacional paradestruir la base económica de losEstados nacionales, libres eindependientes, y lograr, de este modo,la devastación de sus industrias y de sucomercio nacionales, tendiendo a lapostre a esclavizar pueblos autónomospara ponerlos al servicio de la finanzajudía que no conoce fronteras entre losEstados.

El sindicalismo nacionalsocialista,por el contrario, tiene, gracias a laconcentración organizada de ciertosgrupos de elementos que participan en elproceso económico de la nación, el

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deber de acrecentar la seguridad de laeconomía nacional y de reforzarlamediante la extirpación correctiva detodas aquellas anomalías que, a fin decuentas, ejercen una influenciadestructora sobre el organismo nacional,dañando la vitalidad del pueblo y conello, la del Estado mismo, paradeterminar, por lo tanto, la catástrofe detoda la economía.

El obrero nacionalsocialista debesaber que la prosperidad de la economíanacional, significa su propia felicidadmaterial. Por su parte, el patrónnacionalsocialista debe estar persuadidode que la felicidad y el contento de sus

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obreros son condición previa para laexistencia y el incremento de su propiacapacidad económica. Ambos, patronosy obreros nacionalsocialistas, son losrepresentantes y administradores delconjunto de la comunidad nacional.

Para el sindicalismonacionalsocialista, la huelga es unrecurso que puede y que ha deemplearse sólo mientras no exista unEstado racial nacionalsocialista,encargado de velar por la protección yel bienestar de todos, en lugar defomentar la lucha entre los dos grandesgrupos —patronos y obreros— y cuyaconsecuencia, en forma de la

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disminución de la producción, perjudicasiempre los intereses de la comunidad.Incumbe a las cámaras de economía laobligación de garantizar elininterrumpido funcionamiento de laactividad económica nacional,subsanando necesidades y corrigiendoanomalías. Lo que hoy implica una luchade millones mañana encontrará soluciónen las cámaras profesionales y en unparlamento económico central. Dejaránde estrellarse los unos contra los otros—obreros y patronos— en la lucha desalarios y tarifas, que daña a ambos, yde común acuerdo, arreglarán susdivergencias ante una instancia superior

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imbuida en la luminosa divisa del biende la comunidad y del Estado.

El objetivo del sindicalismonacionalsocialista, reside en laeducación y preparación hacia ese fin,que puede definirse así: El trabajocomún de todos en pro de laconservación y seguridad de nuestropueblo y de su Estado, conforme a lasaptitudes y energías de cada uno,desarrolladas en el seno de lacomunidad nacional.

IV) ¿Cómo llegaremos a organizarlos sindicatos obreros?

Generalmente es más fácil edificaren terreno nuevo que en uno antiguo

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donde ya existe una obra similar. Desdeluego, sería absurdo suponer unsindicato obrero nacionalsocialista,junto a otros sindicatos obreros deíndole diferente. Tampoco existe laposibilidad de un entendimiento o de uncompromiso hermanando tendenciasparecidas, sino únicamente el imperiodel derecho absoluto y exclusivo.

Había dos procedimientos paralograr esta afinidad:

a) Se podía fundar una instituciónsindicalista propia para luego hincar lalucha contra el sindicalismointernacional marxista, o…

b) Penetrar en el seno de los

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sindicatos marxistas y tratar desaturarlos del nuevo espíritu ytransformarlos en instrumentos de lanueva ideología.

Aquí imponíase aplicar laexperiencia de que, en la vida, resultapreferible dejar de lado una cosa, antesde hacerla mal o a medias por falta deelementos apropiados.

Rechacé de plano todos aquellosexperimentos que tenían por descontadoel fracaso. Habría considerado uncrimen restarle al obrero, de sumiserable salario, una cierta sumadestinada al fomento de una instituciónde cuya utilidad, en provecho de sus

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miembros, yo no estaba persuadido.En 1922, procedimos de acuerdo

con este criterio. Otros partidoscreyeron solucionar el problemafundando sindicatos obreros. A nosotrosse nos echaba en cara, como el signomás claro de nuestra concepción erróneay limitada, el hecho de que notuviésemos una tal organización. Peroestas agrupaciones sindicalistas notardaron en desaparecer de modo que, elresultado final, fue el mismo que ennuestro caso, sólo, con la diferencia deque nosotros no habíamos defraudado anadie ni nos habíamos engañado anosotros mismos.

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La política aliancistade Alemania después

de la guerra

El desconcierto reinante en elmanejo de los asuntos exteriores delReich, debido a la falta de directivasfundamentales para una políticaaliancista conveniente, no sólo continuódespués de la guerra, sino que llegó aalcanzar caracteres peores. Si antes de1914 podía considerarse en primertérmino como origen de nuestros erroresde política externa, la confusión de

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conceptos políticos, en la posguerra lacausa residía en la ausencia de unsincero propósito. Era natural queaquellos círculos que habían logradocon la revolución su objetivo destructorno tuviesen interés en realizar unapolítica aliancista que tendiera arestablecer la autonomía del Estadoalemán.

Mientras el partido obrero alemánnacionalsocialista no pasó de ser unaagrupación pequeña y poco conocida,los problemas de la política exteriorpodían parecerles de importanciasecundaria a muchos de nuestroscorreligionarios.

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Debíase esto sobre todo al hecho deque justamente nuestro movimientosostuvo y sostiene siempre, en principio,la convicción de que la libertad exteriorno viene del cielo ni menos es elresultado de fenómenos naturales, sinomás bien, eternamente, el fruto deldesarrollo de fuerzas interiores propias.Únicamente la eliminación de las causasdel desastre de 1918 y la anulación delos que con ella se beneficiaron, podráestablecer la base de nuestra luchalibertaria.

Pero tan pronto como el marco deese pequeño e insignificante círculocobró amplitud y la joven institución

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adquirió la importancia de unaasociación, debió surgir lógicamente lanecesidad de definir posiciones frente alos problemas de la política exterior delReich. Había que fijar directivas que nosolamente no resultasen contrarias a lasconcepciones fundamentales de nuestraideología, sino que fuesen la expresiónde ésta.

El principio básico y esencial quesiempre debemos tener presente al trataresta cuestión es el de que también lapolítica exterior no es más que un mediohacia un fin, pero un fin al servicio denuestra propia nacionalidad. Ningunaconsideración de política externa podrá

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hacerse desde otro punto de vista que nosea la reflexión siguiente: ¿La acciónpropuesta beneficiaría a nuestro pueblo,ahora o en el porvenir, o bien le seráperjudicial?

He aquí la única opiniónpreconcebida que debe ponerse en juegocuando d esta cuestión se trata. Puntosde vista de política partidista, de ordenreligioso, humano y, en general, decualquier otra índole, quedan totalmentefuera de lugar.

***

Si antes de la guerra fue objetivo de

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la política exterior de Alemaniaasegurar el sustento de nuestro pueblo yde sus hijos, preparando los caminosque conducían a este fin, así comoganando el concurso de aliadosconvenientes, hoy el problema es elmismo con una sola diferencia: En laanteguerra el lema era la conservacióndel acervo nacional alemán a base delpoderío que encarnaba el estadoexistente. Ahora se trata de restituirlepreviamente a la nación, en forma de unEstado libre, la fuerza que necesitacomo condición esencial hacia larealización posterior de una políticaexterna práctica en el sentido de

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garantizar la conservación, el desarrolloy el sustento de nuestro pueblo en elfuturo.

En otros términos: La finalidad deuna política exterior alemana en elpresente, tiene que tender a recobrar lalibertad para el mañana.

La cuestión de la reintegración delos territorios que perdió un estado serásiempre, en primer término, la cuestióndel restablecimiento del poder político yde la autonomía de la madre patria. Poreso en un caso dado, los intereses detales territorios tienen que ser relegadossin miramiento frente al interés único derecobrar la libertad del territorio

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central.No por virtud de ardorosas

protestas, sino por la acción de unaespada de golpe contundente, vuelven alseno de la patria común los paísesoprimidos.

Forjar esta espada es obra de lapolítica interior del gobierno de unanación: garantizar ese proceso y buscaraliados, es tarea que incumbe a lapolítica exterior.

En la primera parte de este libro heimpugnado la deficiencia de nuestrapolítica aliancista de la anteguerra. Delas cuatro posibilidades de entonces,que tendían a la conservación y el

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sustento del pueblo alemán, se habíaelegido la última que era la peor detodas. En lugar de una sana políticacolonial y comercial, que fue tanto másdescabellada por haberse creído que asíse podía esquivar un conflicto armado.Se quiso simultáneamente tomar asientoen todas las sillas y el resultado no pudoser otro que el de caer al suelo entre dosde ellas. El estallido de la guerra vino aconstituir el último testimonio de laerrada política internacional del Reich.

El buen camino hubiera sido enaquel tiempo, el que ofrecía la terceraposibilidad: Consolidación continentaldel Reich mediante la adquisición de

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nuevos territorios en Europa.

***

Como no se quería saber nada enabsoluto de una preparación sistemáticapara la guerra se renunció a la expansiónterritorial en Europa y se sacrificó —dedicándose a la política colonial ycomercial— la posibilidad de aliarsecon Inglaterra, sin buscar tampoco,como era lógico el apoyo de Rusia, y esasí cómo Alemania acabó por caer en laguerra mundial abandonada de todossalvo de la decadente monarquía de losHabsburgo.

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Un sereno examen de lascondiciones actuales del poderíopolítico europeo, conduce a la siguienteconclusión: Desde hace trescientos añosla historia de nuestro continente ha sidonotablemente influenciada por las miraspolíticas de Inglaterra, dirigidas aasegurarse indirectamente, mediante larelación de fuerzas de compensaciónrecíproca, entre los Estados europeos, elapoyo conveniente para el logro de losgrandes fines de su política mundial.

La tendencia tradicional de ladiplomacia británica, comparable, enAlemania, únicamente con la tradicióndel ejército prusiano, obró

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sistemáticamente desde la época delgobierno de la reina Elisabeth, en elsentido de impedir por todos losmedios, y si era necesario también porlas armas, que una potencia europeasobrepasase del marco general de lasdemás naciones. Los medios de fuerzaque Inglaterra solía emplear en talescasos, variaban según la situación y elcometido propuesto, en tanto que sudecisión y su entereza permanecíansiempre inalterables. Producida laindependencia política de sus dominioscoloniales en Norte América, Inglaterraredobló sus esfuerzos a fin deconsolidar la garantía de su seguridad en

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Europa. Fue así como después delaniquilamiento de España y los PaísesBajos, como potencias marítimas, elEstado inglés concentró todas susenergías contra Francia ávida desupremacía, hasta que con la caída deNapoleón I pudo considerarsedescartado el peligro de la hegemoníade esta potencia militar tan temible paraInglaterra.

El cambio de frente de la políticainglesa en contra de Alemania se operópaulatinamente debido, por una parte, ala circunstancia de que faltando unaunidad nacional alemana, no existíadesde luego un peligro evidente para

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Inglaterra, y por otra, al hecho de que laopinión pública de un país,convenientemente influenciada hacia undeterminante propósito, sólo puedeadaptarse poco a poco a los fines de unanueva política.

Ya el resultado de la guerra franco-prusiana de 1870-1871, había definidola posición de Inglaterra. SencillamenteAlemania no supo aprovecharse de lasfluctuaciones que en variasoportunidades sufriera la orientacióninglesa a causa de la importanciaeconómica que adquirían los EstadosUnidos y el desarrollo del poderío rusoen Europa; y así fue acrecentándose

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cada vez más la tendencia primitiva dela política británica.

Inglaterra veía en Alemania unapotencia cuya significación comercial ycon ella su posición en la políticamundial debido ante todo a su enormeindustrialización-había aumentado enuna medida tal, que ya podía nivelarseel poderío político y comercial deambas naciones. La conquista «pacífico-económica» del mundo, considerada pornuestros gobernantes como la últimapalabra de la suprema sabiduría, fuepara la política inglesa el punto departida de la resistencia organizada encontra. El que esa resistencia se

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manifestara en forma de una acciónamplia y sistemática, respondíaplenamente al carácter de una políticacuya finalidad no consistía en elmantenimiento de una paz mundialdudosa, sino en la consolidación de lahegemonía británica en el orbe.Asimismo respondía a su prudenciatradicional en el modo de apreciar lacapacidad del adversario y el justocálculo de la propia momentáneaimpotencia, el hecho de que Inglaterrabuscara el concurso de todos losEstados que desde el punto de vistamilitar, podían ser convenientes a supolítica. Pero no es posible calificar de

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«inescrupulosa» esta conducta ya que elvasto preparativo que requiere unaguerra no se juzga por aspectoscontemplativos, sino por los de ordenutilitario. Obra de la diplomacia de unpueblo es velar por que éste no sucumbapor mero heroísmo, sino que seaconservado prácticamente. Todo medioque conduzca a esta finalidad ha de serapropiado, y el no emplearlo deberáconsiderarse como una criminal omisiónen el cumplimiento del deber.

La revolución alemana de 1918, fue,para la política inglesa, el desahogo dela preocupación que la amenaza de unahegemonía germánica en el mundo, había

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creado contra la tranquilidad de la GranBretaña.

A partir de ese momento Inglaterratampoco tuvo ya interés en queAlemania desapareciese del mapa deEuropa; por el contrario, el tremendodesastre alemán de aquellos días denoviembre de 1918 colocó a ladiplomacia inglesa frente a una nuevasituación inesperada:

¡Alemania vencida y Franciaelevada a la categoría de la primerapotencia continental de Europa!

El aniquilamiento del poderíoalemán no debía sino refluir enprovecho de los enemigos de Inglaterra.

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Sin embargo, en el trascurso denoviembre de 1918 al verano de 1919ya no era posible un nuevo cambio defrente de la política inglesa que en elcurso de la larga guerra, pusiera tantasveces a prueba el fanatismo y lasenergías de la gran masa de su pueblo.Francia se había atribuido el derecho deobrar y podía imponer su voluntad. Laúnica nación que en aquellos meses denegociaciones y de regateos hubiesepodido determinar un cambio en aquelestado de cosas, era Alemania mismaque sufría las convulsiones de la guerracivil y que por boca de suspseudoestadistas, proclamaba una y mil

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veces hallarse dispuesta a aceptarcualquier dictado.

La única forma posible de actuar quele quedaba a Inglaterra, como medio deimpedir que el poderío francés creciesedemasiado, era participar de larapacidad de Francia.

Realmente, Inglaterra no alcanzó lafinalidad que había perseguido con laguerra; pues, no solamente no logróponer atajo a la preponderancia de unapotencia europea sobre las demás delcontinente, sino que más bien la fomentóen grado superlativo.

La Francia de hoy es, como potenciamilitar, la primera del continente y no

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tiene serio rival alguno. Hacia el Sur,sus fronteras con España e Italia sonpoco menos que infranqueables; haciaAlemania, están garantizadas por laimpotencia de nuestra patria y, porúltimo, sus costas se extiendenampliamente frente a los nervios vitalesdel Imperio británico. Aparte de queesos centros de la vida inglesa sonblancos fáciles para aviones y artilleríade largo alcance, las grandes vías delcomercio inglés estarían a merced de laguerra submarina.

El deseo perpetuo de Inglaterra es elmantenimiento de cierto equilibrio defuerzas entre los Estados europeos,

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como una condición primordial para lahegemonía británica en el mundo.

El deseo perpetuo de Francia, no esotro que el de evitar la formación de unapotencia homogénea alemana; elmantenimiento en Alemania de unsistema de pequeños Estados de fuerzascompensadas, no sometidos a ungobierno central, y, finalmente, llegar aapoderarse de la ribera izquierda delRin, como medio de crear y de asegurarsu supremacía en Europa.

La máxima aspiración de ladiplomacia francesa será eternamentecontraria a la máxima tendencia de lapolítica británica.

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***

No hay estadista que siendo inglés,americano o italiano, hubiese pensadojamás en «pro» de Alemania. Todoingles, como hombre de Estado, seránaturalmente inglés ante todo, elamericano, americano, y tampocoencontraremos a un italiano dispuesto ahacer otra política que no fueseitalianófila. Por eso, quien crea que sepueden cimentar alianzas con nacionesextranjeras a base de la sola simpatíaque los gobernantes de éstas tengan porAlemania o es un asno o un insincero. La

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habilidad de un estadista dirigente serevela justamente en el hecho deencontrar siempre para la realización delas necesidades de su país, en undeterminado momento, aquellos aliadosque, velando también por sus propiosintereses, tienen que seguir el mismocamino.

¿Cuáles son pues los Estados queactualmente carecen de un interés vitalen que el poderío económico militar deFrancia llegue a una situación deabsoluta hegemonía, como consecuenciade la completa anulación de una Europacentral alemana? ¿Y cuáles los que,debido a las condiciones inherentes a su

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propia existencia, y siguiendo laorientación tradicional de su política,vislumbran en el desarrollo de unasituación tal, una amenaza para elporvenir?

Desde luego, conviene deslindarclaramente un hecho: La clave de lapolítica exterior francesa residirásiempre en el propósito de apoderarsede la frontera del Rin y consolidar eldominio de este río a favor de Francia alprecio de una Alemania enescombros[13].

Si Inglaterra no admite a Alemaniacomo potencia mundial, Francia, encambio, no tolera potencia alguna que se

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llame Alemania. ¡Que diferenciaesencial! Nosotros no luchamos hoy poruna posición de poderío mundial;luchamos simplemente por la existenciade nuestra patria, por la unidad denuestra nación y por el pan cotidianopara nuestros hijos. Si partiendo de estepunto de vista, tratamos de buscaraliados en Europa, sólo dos Estadosdeberán tomarse en cuenta: Inglaterra eItalia.

Inglaterra no quiere una Franciacuyo puño militar, libre de todo estorboen Europa, se constituya en árbitro deuna política que por A o por B tendráque chocar con intereses ingleses. Es

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comprensible que Inglaterra jamás deseeque Francia, adueñándose de lasenormes minas de hierro y de carbón dela Europa occidental, adquieraelementos básicos para una situación depredominio económico en el mundo.

Tampoco Italia puede ni podrá vercon simpatía la consolidación de lasupremacía francesa en Europa. Elporvenir de Italia dependerá siempre deun desenvolvimiento político queterritorialmente gire en torno de losintereses del Mediterráneo. Lo que aItalia indujera a entrar en la guerra, nofue de ningún modo el propósito decontribuir al engrandecimiento de

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Francia, sino únicamente la intención deasestarle un golpe mortal a Austria —suodiada rival en el Adriático—. Todonuevo afianzamiento del poderío francésen el continente significa para Italia unobstáculo para el porvenir; y no seolvide que entre las naciones, lasafinidades raciales no son capaces deborrar trivialidades.

***

¿Pero es que podrá convenirles aotros Estados aliarse con la Alemaniaactual? ¡Seguramente que no! Unapotencia que cuida su reputación y que

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de una alianza espera algo más quesimples comisiones de dinero paraávidos parlamentarios, no pactará con laAlemania de hoy ni podría hacerlo. Ennuestra incapacidad aliancista delpresente radica, en último análisis, lacausa profunda de la solidaridad queune a nuestros enemigos rapaces.

Mayor atención merece todavía otrohecho de importancia fundamental parala conformación de las alianzaseuropeas: Si consideramos el problemadesde puntos de vista políticosnetamente británicos, resulta mínimo elinterés de Inglaterra en el aniquilamientocreciente de Alemania, tanto más grande

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es en cambio la expectativa que cifra ental desarrollo el judaísmo internacionalde la Bolsa. La contradicción existenteentre la política oficial o mejor dicho,tradicional, de la Gran Bretaña y latendencia que encarnan las fuerzasjudías preponderantes en la Bolsa, tienesu más clara expresión en la actituddivergente de ambas frente a losproblemas de la política exterior.Contrariamente a los intereses delEstado británico, la finanza judía quiereno sólo la total destrucción económicade Alemania, sino también su completaesclavización política.

Así es como el judío se ha

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constituido actualmente en el más grandeinstigador de la devastación alemana.Todo lo que leemos por doquier en elmundo en contra de Alemania procedede inspiración judía, del mismo modoque antes y durante la guerra, fue laprensa judía de la Bolsa y del marxismola que fomentó sistemáticamente el odiocontra nosotros hasta lograr que Estadotras Estado, abandonasen la neutralidady, sacrificando el interés verdadero delos pueblos, se pusieran al servicio dela coalición bélica mundial fraguadacontra Alemania.

Saltan a la vista los razonamientosdel proceder judío. La bolchevización

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de Alemania, esto es, el exterminio de laclase pensante nacionalracista, lograndocon ello la posibilidad de someter alyugo internacional de la finanza judía lasfuentes de producción alemana, no esmás que el preludio de la propagaciónde la tendencia judía de conquistamundial. Como tantas veces en laHistoria, Alemania constituye tambiénen este caso, el punto central de unalucha gigantesca. Si nuestro pueblo ynuestro Estado sucumben bajo la presiónde esos tiranos, ávidos de sangre y dedinero, el orbe entero será presa de sustentáculos de pulpo; más, si Alemaniaalcanza a liberarse de ese

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atenazamiento, podrá decirse que paratodo el mundo quedó anulado uno de losmayores peligros.

Por lo general, el judaísmoincrustado en el organismo nacional delos diferentes pueblos, sabe emplearsiempre aquellas armas que, teniendo encuenta la mentalidad de las respectivasnaciones, parecen ser las más eficaces ylas que mayor éxito prometen. EnAlemania, son las ideas más o menos«cosmopolitas» o pacifistas, en unapalabra, las tendencias internacionales,las que utiliza el judío en su lucha por elpoder; en Francia, explota el chovinismocon bien medido cálculo; en Inglaterra,

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opera desde puntos de vista económicosy de política mundial.

Sólo en Francia, existe, hoy más quenunca, una íntima convivencia entre lospropósitos de la Bolsa, manejada porjudíos, y las aspiraciones de una políticanacional-chovinista. Y es justamenteesta identidad la que encierra uninmenso peligro para Alemania,haciendo de Francia nuestro más temibleenemigo. El pueblo francés que cada vezva siendo en mayor escala presa de labastardización negroide, entraña, debidoa su conexión con los fines de ladominación judía en el mundo, unaamenaza inminente para la raza blanca

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en Europa. La contaminación de sangrenegra en el Rin[14], en el corazón mismode Europa, responde a la sádica sed devenganza del chovinista francés,enemigo secular de nuestro pueblo, y nomenos, al frío cálculo del judío que, deeste modo, quiso dar comienzo a labastardización del continente europeo ensu núcleo central y al infestar la razablanca con una humanidad inferior,despojarla de los fundamentos de susoberana existencia.

Aquello que Francia comete hoy enEuropa, estimulada por su sed devenganza y sistemáticamente guiada porel judío, constituye un pecado contra la

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existencia de la humanidad blanca, y undía caerá sobre este pueblo la maldiciónde una generación entera que habráreconocido, en la deshonra de la raza, elpecado original de la humanidad.

***

Es natural que también para nosotroslos nacionalsocialistas, resulte difícil ennuestras propias filas, proclamar aInglaterra como un posible aliado deAlemania en el futuro. La prensa judía,en nuestro país, supo concentrar siemprela animadversión sobre Inglaterra y másde un buen ingenuo alemán cayó en el

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ardid judío. La cháchara de esta prensagiraba en torno de un supuestoresurgimiento de nuestro poderíomarítimo, protestaba contra el robo denuestras colonias y no omitíarecomendar la necesidad dereconquistarlas. Con todo esto no hacíaotra cosa que suministrar el material queluego el judío bellaco se encargaba deremitir a sus compinches en Inglaterra,con fines de práctico aprovechamiento,en su propaganda germanófoba. Que hoyno estamos para luchar por poderíosmarítimos ni cosas parecidas, es unapersuasión que ya debe ir infiltrándoseen las huecas cabezas de nuestros

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políticos burgueses.Orientar en este sentido las fuerzas

de la nación sin tener aseguradapreviamente nuestra posición en Europa,constituyó, ya antes de la guerra, unalocura. En la actualidad, una ideasemejante se cuenta entre aquellastorpezas que, políticamenteconsideradas, merecen calificarse con lapalabra crimen.

Cuántas veces podrá llegarse allímite de la desesperación, viendo cómolos instigadores judíos sabían entretenera nuestro pueblo con motivos hoy porhoy completamente secundarios;promoviendo demostraciones y protestas

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mientras, en aquellos mismos días,Francia desgarraba el tronco alemánpedazo a pedazo, despojándonossistemáticamente de los fundamentos denuestra autonomía.

Aquí debo mencionarparticularmente un tema del cual el judíosabía servirse en aquellos años conextraordinaria habilidad: la cuestión delTirol sur.

¡Sí, la cuestión del Tirol!Quisiera subrayar que yo,

personalmente, me cuento entre aquellosque desde agosto de 1914 a noviembrede 1918 cuando se definía la suerte deAlemania y, con ella, la suerte del Tirol

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sur actuaron allí donde, realmente, tuvolugar la defensa de este territorio: en elejército. Yo también había combatido enaquellos años, no para que esteterritorio fuese, como los otros del sueloalemán, nuestro.

No cabe dudar de que lareintegración de territorios perdidos nose realiza por la sola virtud deinvocaciones solemnes al Todopoderosoo por esperanzas piadosas en la justiciade una liga de naciones, sino únicamentecon las armas.

Si Alemania quiere poner fin alpeligro de exterminio que la amenaza enEuropa, deberá tener cuidado de no

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reincidir en los errores de la anteguerra,haciéndose enemiga del mundo entero.

Fue la fantástica concepción de unaalianza nibelunguesca con el cadavéricoEstado de los Habsburgo, la queprecipitó a Alemania a la ruina. Dejarsellevar de sentimentalismos, frente a lasposibilidades de nuestra actual políticaexterior, será el mejor medio de impedirpara siempre el resurgimiento alemán.

***

Nadie pretenderá afirmar que eloprobio de la época que vivimos esexpresión típica del carácter de nuestro

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pueblo.Lo que hoy vemos en torno nuestro y

experimentamos íntimamente, no es másque el resultado horripilante de lainfluencia devastadora del perjuriocometido el 9 de noviembre de 1918.Tampoco en estos tiempos handesaparecido completamente los buenoselementos fundamentales de nuestropueblo: sólo que yacen inertes en elfondo. Más de una vez, aparecieron cualrelámpagos en el oscuro firmamento,virtudes luminosas de las cuales laAlemania del porvenir, se acordará undía como de los primeros signosreveladores de una incipiente

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convalecencia.Al lamentar el estado actual de

nuestra patria debemos preguntarnos: ¿Yqué hicieron nuestros gobernantes paraque renaciese en este pueblo el espíritudel orgullo nacional, de la enterezavaronil y del odio sagrado?

Cuando en 1919 se le impuso a lanación alemana el tratado de Versalles,con justa razón habría podido esperarseque, precisamente ese instrumento deopresión sin límites, estimularíahondamente el grito libertario deAlemania. Los tratados de paz, cuyasimposiciones flagelan a los pueblos,constituyen no raras veces el primer

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redoble de tambor que anuncia ellevantamiento futuro.

¡Que enorme partido se habríapodido sacar del tratado de Versalles!En manos de un gobierno dispuesto a laacción, habría podido convertirse esteinstrumento de exacción inaudita y de lahumillación más vergonzosa, en unmedio de aguijonear hasta el gradomáximo los sentimientos nacionales.Cómo se habría podido imprimir en elcerebro y en el alma de nuestro pueblocada uno de los puntos de aquel tratadohasta que en la conciencia de sesentamillones de hombres y mujeres estallaseel sentimiento del oprobio y del odio

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comunes, en una única inmensallamarada, para que, luego, de susascuas surgiera, dura como el acero, unavoluntad y con ella el clamor:

¡Queremos de nuevo, armas!Todo se omitió y nada se hizo.

¿Quién ha de sorprenderse ahora de quenuestro pueblo no sea lo que debió ni loque pudo ser? ¿Si el resto del mundo nove en nosotros más que al alguacil, alperro sumiso que lame reconocido lasmanos que acabaron de fustigarle?

Seguramente la posibilidad de queen el presente se busque la alianza deAlemania, está gravementecomprometida por los errores de nuestro

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propio pueblo, pero aún mucho más, porla culpa de nuestros gobiernos.

***

La psicosis antialemana general,sembrada y fomentada por lapropaganda de guerra en los demáspaíses, subsistirá lógicamente mientrasel Reich no recobre, mediante unevidente resurgimiento del espíritu de laconservación nacional, lascaracterísticas de un Estado capaz dejugar su rol sobre el tablero de lapolítica europea y ser digno deconsideración.

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Una nación, en situación análoga a lanuestra, será tomada en cuanta comoaliado posible, solo, cuando el gobiernoy la opinión pública de la misma,proclamen y sostengan fanáticamente lavoluntad de iniciar su cruzada libertaria.Tal es pues la condición que,previamente, ha de llenarse paraprovocar un cambio favorable en laopinión pública de los otros Estados.

Pero hay otro aspecto que considerartodavía:

La modificación de un determinadocriterio, arraigado en un pueblo,representa por sí misma, una difícillabor y serán muchos los que, al

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principio, no comprendan el nuevoobjetivo. De ahí que sea un crimen y unabsurdo a la vez, proporcionar, connuestros propios errores, a esoselementos adversos, armas para sucontra-acción. Pues, nadie quereflexione tranquilamente podrá negarque la algazara que tiende a adquirir unanueva flota, la restitución de nuestrascolonias, etc., no es realmente más queuna tonta vonciglería sin valor prácticoalguno, además, la forma en que seexplotan políticamente en Inglaterra,estos desopinados brotes deprotestadores sistemáticos, orainofensivos, ora desorbitados, pero

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siempre, indirectamente, al servicio delos que son nuestros irreductiblesenemigos, no puede calificarse defavorable a Alemania.

También aquí tiene el nacionalismouna misión que cumplir: enseñar anuestro pueblo a saber desecharcuestiones secundarias y concretarsesólo a lo más importante, sin olvidar queel objetivo por el cual debemos lucharhoy, es la existencia de este pueblonuestro y que el único enemigo al quedebemos herir de muerte es y será aquelque nos rapte el derecho a esaexistencia.

Por duros que hubiesen sido los

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golpes recibidos, no pueden constituirmotivo suficiente para sustraerse a larazón y, en insensato resentimiento,querellarse contra el mundo entero, enlugar de hacer frente con fuerzasconcentradas, al enemigo más peligroso.

Fuera de esto, el pueblo alemáncarece de un derecho moral parareprobar la conducta del mundo adversoa Alemania, mientras no haya sentado enel banquillo de los acusados a aquellosalemanes criminales que vendieron ytraicionaron su propia patria.

¿Sería imaginable que losrepresentantes de los verdaderosintereses de aquellas naciones que están

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en situación de pactar una alianza conAlemania, logren imponer su criteriofrente a la voluntad del judío que es elenemigo mortal de los Estadosnacionales y autónomos?

La guerra que la ITALIA FASCISTAsostiene, quizás inconscientemente(aunque yo no lo creo), contra las tresprincipales armas del judaísmo, es lamejor prueba de la forma en que —aunque sólo sea por procedimientosindirectos— se han de romper losdientes ponzoñosos a esa potencia quese extiende por encima de los Estados.La prohibición de las sociedadesmasónicas secretas, la persecución

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puesta en práctica contra la prensainternacionalizada del país, así como laprogresiva destrucción del marxismo,frente a la consolidación creciente de laconcepción fascista del Estado, harán,en el curso de los años, que el gobiernoitaliano pueda consagrarse más y más alos intereses de su propio pueblo, sindejarse influenciar por el silbido de lahidra judaica universal.

Más difícil se presenta el problemaen Inglaterra. En este país de la«democracia liberal» por excelencia,ejerce el judío una dictadura casiabsoluta, valiéndose de la opiniónpública. Pero no por eso es menos

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evidente la lucha constante que allá selibra entre los representantes de losintereses del Estado británico y losdefensores de la dictadura internacionaldel judaísmo. La violencia con que amenudo chocan ambas corrientes, pudoobservarse claramente, por primera vezdespués de la guerra, en la divergenteactitud que, con respecto al problemajaponés, adoptaron en Inglaterra elgobierno y la prensa.

Concluida la guerra mundial,comenzó a recrudecer la recíprocaquisquillosidad existente entre losEstados Unidos y el Japón, y era naturalque las grandes potencias europeas no

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quedasen indiferentes ante el peligroinminente de un nuevo conflicto. Losvínculos de afinidad racial no sonobstáculo para impedir que Inglaterravea siempre con cierto sentimiento —mezcla de temor y envidia— el acrecerdel poderío internacional de la UniónNorteamericana en todos los dominiosde la actividad económica y política.Parece que la colonia de antaño —hijade la gran metrópoli— va camino deconvertirse en una nueva soberana delmundo. Comprensible es, pues, queInglaterra revise hoy, llena de dudas, susantiguos pactos de alianza y comience avislumbrar con inquietud el álgido

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momento en que ya no se dirá: »GranBretaña, la reina de los mares» sino«Los mares de la Unión».

Inglaterra recurre por esto, ansiosa,al concurso del puño amarillo.

Mientras el gobierno inglés —peseal hecho del frente común que la GranBretaña y América formaron en loscampos de guerra europea— no seresolvía a alojar sus vínculos con elaliado de allende el Asia, toda la prensajudía atacaba pérfidamente aquel pacto.

En los Estados europeos de hoy, eljudío no ve más que instrumentos suyosa quienes sojuzgar, sea por el medioindirecto de la llamada democracia

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occidental o, directamente ladominación del bolchevismo ruso. Perono solamente el viejo mundo ha caído enlas garras del judío, sino que también alnuevo le amenaza igual destino: Judíosson los árbitros de la potencialidadeconómica de los Estados Unidos.

Demasiado bien sabe el judío que,gracias a sus milenaria adaptaciónpuede socavar pueblos europeos ybastardizarlos, pero comprende, alpropio tiempo, que nunca llegaría asometer a la misma suerte a un Estadonacional asiático de la índole del Japón.Finge ser alemán, inglés, americano,francés, más para convertirse en

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amarillo asiático tendría que salvar unabismo. Y he aquí porqué, sirviéndosedel concurso de otros Estados deconstitución semejante, intenta romper elbloque del Estado nacional Japonés paralibrarse de tan peligroso adversario.

Como antaño contra Alemania,instiga hoy a los pueblos contra el Japóny no será raro que, llegado el momento,mientras la diplomacia británica creaapoyarse todavía en la alianza japonesa,la prensa judía de Inglaterra exija por suparte, romper lanzas con el aliado ypreparar contra éste la guerra dedevastación bajo el pretexto de lademocracia y con el grito de batalla de:

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¡Abajo el militarismo y el imperialismojaponés!

El judío, en Inglaterra, se ha vueltopues insubordinado. ¡En consecuencia,también allí comenzará la lucha contrael peligro mundial del judaísmo!

El movimiento nacionalsocialista enAlemania, deberá velar para que, por lomenos en nuestra propia patria, se definaal enemigo mortal y para que la luchacontra él, sirva también a los demáspueblos de guía luminosa hacia unporvenir más risueño en pro de lahumanidad aria.

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Orientación políticahacia el este

Dos razones me inducen analizar demodo especial las relaciones entreAlemania y Rusia: primeramente, portratarse quizás de la cuestión másimportante de toda la política exterioralemana, y en segundo lugar, porconstituir la piedra de toque que d lamedida de la capacidad política delpensar clarividente y del justo modo deobrar del joven movimientonacionalsocialista.

En términos generales haré todavía

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la consideración siguiente:La política exterior del Estado

racista, tiene que asegurar a la raza queabarca ese Estado, los medios desubsistencia sobre este planeta,estableciendo una relación natural, vitaly sana, entre la densidad y el aumento dela población, por un lado, y la extensióny la calidad del suelo en que se habita,por otro.

Sólo un territorio suficientementeamplio, puede garantizar a un pueblo lalibertad de su vida. Además, no hay queperder de vista que, a la significaciónque tiene el territorio de un Estado comofuente directa de subsistencia, se añade

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la importancia que debe reunir desde elpunto de vista político-militar. Aúncuando un pueblo tenga asegurada lasubsistencia gracias al suelo que posee,será necesario todavía, pensar en lamane ra de garantizar la seguridad deeste suelo; seguridad, que reside en elpoder político general de un Estado, elcual depende, a su vez, en gran parte, dela posición geográfico militar del país.

Bajo tales circunstancias, sólo comopotencia mundial, podrá el puebloalemán defender su futuro. Casi porespacio de dos mil años, ha sido historiauniversal la defensa de los intereses denuestro pueblo, que es como

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propiamente deberíamos llamar anuestra actividad, más o menos acertada,de política exterior. Nosotros mismoshemos sido testigos de ello: pues lagigantesca conflagración de los pueblos,en los años de 1914 a 1918 —denominada la Guerra Mundial— no fueotra cosa que la lucha del pueblo alemánpor su existencia sobre la tierra.

El pueblo alemán entró en aquellalucha como una pseudo-potenciamundial y digo pseudo, porque, enrealidad, no era una potencia. Si en1914, hubiese sido otra en Alemania, larelación entre la superficie de suterritorio y la densidad de su población,

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la nación alemana hubiese podidoconsiderarse efectivamente como unapotencia mundial y la guerra,prescindiendo de un sinnúmero de otrosfactores, hubiera podido concluirfavorablemente.

Alemania no es, en el presente, unapotencia mundial. Aun cuando nuestraactual importancia militar, fuesesuperada un día, ya no tendríamosderecho a pretender tal título.Considerando la cuestión desde el puntode vista netamente territorial, el área deAlemania aparece insignificante encomparación con la de las llamadaspotencias mundiales. No tomemos el

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caso de Inglaterra como prueba de locontrario, pues el territorio de lametrópoli en Europa no es, a decirverdad, más que la gran capital delimperio británico mundial que abarcacasi una cuarta parte de la superficie delglobo.

Luego debemos considerar pororden de magnitud como nacionesgigantescas: la Unión Norteamericana,Rusia y China; todas ellas,circunscripciones territoriales diezveces mayores al área del Reich actual.Francia mismo, debería contarse entreestos Estados. No sólo engrosa suejército, en proporción cada vez más

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grande con elementos de las reservas decolor que pueblan sus enormes colonias,sino que también la bastardizaciónnegroide de su raza, hace progresos tanrápidos, que ya casi se puede hablar dela génesis de un Estado africano sobresuelo Europeo. La política colonial deFrancia no es susceptible de compararsecon la de la antigua Alemania. Si estarevolución de Francia, continuase porespacio de tres siglos llegaría adesaparecer hasta el último resto de lasangre de los francos, absorbida por unEstado de mulatos europeo-africanos, enformación.

La antigua política colonial alemana,

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ni aumentó la zona de población de razaalemana, ni menos hizo el criminalintento de reforzar el poderío del Reichcon el aporte de sangre negra. Laorganización militar de los ascarios enel África Oriental Alemana, estaba enrealidad destinada solamente a ladefensa de la colonia misma. Jamás —aun prescindiendo de la circunstancia deque, durante la conflagración mundial,era cosa prácticamente imposible—abrigó Alemania la idea de traer tropasde color a un teatro de guerra europeo, ytampoco habría pensado hacerlo, bajocondiciones más favorables, en tantoque los franceses, consideraron siempre

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esta idea como uno de los motivosdeterminantes de su actividad colonial.

En la actualidad, vemos una serie depotencias que superan notablemente elpoderío de Alemania, no sólo en la cifrade su población sino, sobre todohaciendo residir su potencia política enel dominio territorial que poseen.

Nos hallamos fuera de todo concursoen relación a los grandes Estados delmundo y esto es debido a la fatalorientación de la política exterior denuestro pueblo.

El movimiento nacionalsocialistatienen que imponerse la misión desubsanar la desproporción existente

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entre la densidad de nuestra población yla extensión de nuestra superficieterritorial, —superficie territorial quedebe ser considerada desde el doblepunto de vista de fuente de subsistenciay de apoyo del poder político— ytambién, la de hacer que desaparezca ladesproporción que reina entre nuestrogran pasado histórico y la tristeperspectiva de nuestra impotencia, en elpresente.

***

La potencialidad de una nación, nopuede apreciarse en sí misma, sino,

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únicamente, valiéndose de lacomparación con otros Estados. Pero esjustamente esta comparación la quedemuestra que el acrecentamiento delpoderío de otras naciones, no sólo fuemás regular, sino que, en su efecto final,alcanzó, también, resultados mucho másconsiderables que en Alemania.Considerando que, en cuanto a espírituheroico, ningún pueblo ha superado alnuestro, que es, seguramente, el que, enconjunto, hizo mayores sacrificios desangre en la lucha por su existencia,habrá que admitir que el fracaso de susesfuerzos, puede sólo atribuirse a laforma errónea de su aplicación.

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Si en conexión con estosantecedentes, examinamos losacontecimientos políticos de nuestropueblo durante los últimos mil años,rememoramos las numerosas guerras yluchas libertarias y, por último,analizamos el resultado de toda estahistoria, tendremos que confesar que deeste mar de sangre, emergieron,propiamente, sólo tres realidadesculminantes que bien merecenconsiderarse como los frutosperdurables de sucesos perfectamentedefinidos de la política exterior y de lapolítica alemana en general:

I) La colonización de la Marca

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Oriental llevada a cabo principalmente,por los Bayuwares.

II) La conquista y la penetración delterritorio al Este del Elba.

El tercer suceso trascendental denuestra actividad política, fue laformación del Estado de Prusia y, conello, el fomento sistemático de unespecial concepto político y del instintode la propia conservación y defensa delejército alemán, a base de organizacióny de acuerdo con las necesidades de laépoca. Fue, precisamente, gracias alrégimen de disciplina de la instituciónmilitar prusiana por lo que el puebloalemán —disociado y

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superindividualizado por la diversidadde sus componentes—, pudo recobrar,por lo menos, una parte de su casiperdida capacidad de organización.

Merece subrayarse, que laimportancia de los éxitos políticos,realmente tales, que alcanzó nuestropueblo en sus luchas milenarias, lacomprenden y aprecian muchísimomejor nuestros adversarios que nosotrosmismos. Para nuestro modo de obrar delpresente y del futuro, tiene una máximasignificación el saber distinguir entre loséxitos políticos efectivos de nuestropueblo y lo que fue la sangre nacionalsacrificada en vano.

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Nosotros, los nacionalsocialistas,jamás debemos asociarnos alpatrioterismo corriente de nuestro actualmundo burgués. Sobre todo, entraña ungravísimo peligro el que nosconsideremos ligados, ni aun en lo másmínimo, a la última etapa de laevolución de la anteguerra. La únicaconclusión que debemos sacar delpasado, es la de orientar nuestra acciónpolítica en un doble sentido: el suelocomo objetivo de nuestra políticaexterior y un nuevo fundamento unitarioideológicamente consolidado, comofinalidad de política interna.

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***

La pretensión de restablecer lasfronteras de 1914, constituye unainsensatez política de proporciones yconsecuencias tales, que la revelancomo un crimen, y esto, aun sinconsiderar en absoluto el hecho de queentonces las fronteras del Reich, podíanserlo todo menos lógicas. En efecto, noeran ni perfectas en lo tocante a abarcarel conjunto territorial habitado porelementos de nacionalidad alemana, nimenos razonables desde el punto devista de su conveniencia estratégico-militar. No habían sido, pues, el

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resultado de una acción de políticameditada, sino simplemente, fronterasprovisorias fijadas en el curso de unaevolución totalmente inconclusa o, si sequiere, fronteras resultantes en parte dela pura casualidad.

Esta pretensión respondeenteramente al criterio de nuestro mundoburgués, que tampoco, en esto, posee niuna sola idea de orientación políticapara el futuro, sino que vive en elpasado, esto es, en lo más inmediato.Por lo tanto, es comprensible que lavisión política de esta gente, no vayamás allá de 1914. Al proclamar ellos lareivindicación de aquellas fronteras

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como objetivo de su política, no hacenotra cosa que fomentar la solidaridaddecadente de nuestros adversarios, ysólo así se explica que, ocho añosdespués de una guerra en la cualtomaron parte Estados de las miras másheterogéneas pueda mantenerse todavía,más o menos firme, la coalición de losvencedores de entonces[15].

Todos estos Estados, sacaronprovechos del desastre alemán. El temora nuestro poderío, relegó a segundoplano la ambición y la envidia de lasgrandes potencias entre sí.Vislumbraban en una repartición común,en lo posible, de las heredades de

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nuestro Reich, la mejor garantía contraun futuro levantamiento alemán. Elmalestar de conciencia y el miedo quesienten ante la vitalidad de nuestropueblo, constituyen el cemento másduradero para mantener, aun hoy,cohesionados a los miembros de estacoalición. Sólo los espíritus infantilespueden entregarse a pensar que unareconsideración del dictado deVersalles sea factible por obra deimploraciones o de artimañas, aparte deque una tentativa tal, supondría laintervención de un Talleyrand que noposeemos. Además, los tiempos hancambiado desde el Congreso de Viena:

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ya no son los príncipes y sus«maîtresses» los que hoy regateanfronteras: es el inexorable judíocosmopolita el que ahora lucha paraimponer su hegemonía sobre lospueblos.

Las fronteras del año 1914 no tienenvalor alguno para el futuro de la naciónalemana. No fueron una garantía en elpasado, ni tampoco constituirían unafuerza para el porvenir. A base de ellas,el pueblo alemán no podrá recobrar suunidad interior y menos todavía asegurarsus subsistencia; fuera de esto, aquellasfronteras, consideradas desde el puntode vista militar, no aparecen

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convenientes ni siquiera satisfactorias yno lograrían, finalmente, mejorar lasituación en que actualmente nosencontramos frente a las demáspotencias, es decir, las verdaderaspotencias mundiales. La ventaja que noslleva Inglaterra no disminuiría, tampocollegaríamos a la potencialidad de losEstados Unidos, ni sufriría menoscabonotable la importancia política deFrancia en el mundo.

Sólo una cosa sería evidente: Elintento de restaurar las fronteras de1914 conduciría —aun en casofavorable— a un desangramiento tal denuestro pueblo, que en el momento

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preciso de adoptar resoluciones yrealizar hechos que tendiesen a asegurarrealmente la vida y el porvenir de lanación, ya no se dispondría de ningunareserva valiosa. Por el contrario, enmedio de la embriaguez de un éxitosuperficial, se renunciaría a todafinalidad posterior ante la satisfacciónde haber reparado el honor nacional yabierto algunas puertas al desarrollocomercial, por lo menos durante ciertotiempo.

Frente a todo esto, nosotros, losnacionalsocialistas, tenemos quesostener inquebrantablemente nuestroobjetivo de política exterior, que es

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asegurar al pueblo alemán el suelo queen el mundo le corresponde. Y esta es laúnica acción que ante Dios y nuestraposteridad alemana puede justificar unsacrificio de sangre; ante Dios, porquesobre la tierra hemos sido puestos con lamisión de la lucha eterna por el pancotidiano; ante nuestra posteridad,porque no se vertirá la sangre de un solociudadano sin que este sacrificiosignifique la vida de otros milciudadanos de la Alemania futura.

Ningún pueblo sobre la tierra, poseeni un solo metro cuadrado de terreno envirtud de una voluntad o de un derechosuperior. Las fronteras de los Estados

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las crean los hombres y son ellosmismos los que las modifican.

El hecho de que un pueblo llegue aapoderarse de una extensión territorialexcesiva, no supone el reconocimientoperpetuo sobre la misma. Ello pone, a losumo, en evidencia la fuerza de losconquistadores y la impotencia de losconquistados. Y solo en esta fuerzareside el derecho de posesión. Delmismo modo que nuestros antepasadosno recibieron como don del cielo elsuelo sobre el cual vivimos, sino que loganaron con riesgo de su vida, asítambién no será por concesión graciosapor lo que nuestro pueblo obtenga, en el

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futuro, el suelo y con él, la seguridad desu subsistencia; sino únicamente porobra de una espada victoriosa.

A pesar de que también nosotrosreconocemos la necesidad de llegar a unarreglo con Francia, todo sería inútil, enprincipio, si el objetivo de nuestrapolítica exterior debiese quedarcolmado con esa avenencia. Ella tendrásu razón de ser, solamente si ofrece unapoyo para el ensanchamiento territorialde la nación alemana en Europa. Pues noes en la posesión de dominioscoloniales en lo que debemos ver lasolución de este problema, sinoexclusivamente en la adquisición de una

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zona de territorio que aumente laextensión de la madre patria,proporcionando, de este modo, a losnuevos pobladores, no sólo laposibilidad de mantener una comunidadíntima con esta patria de origen, sinotambién de asegurar al conjunto, lasventajas resultantes de la fusiónterritorial.

***

Nosotros, los nacionalsocialistas,hemos puesto deliberadamente puntofinal a la orientación de la políticaexterior alemana de la anteguerra.

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Comenzaremos ahora allí donde haceseis siglos se había quedado estapolítica.

Detendremos el eterno éxodogermánico hacia el Sur y el Oeste deEuropa y dirigiremos la mirada hacia lastierras del Este. Cerraremos al fin la erade la política colonial y comercial de laanteguerra y pasaremos a orientar lapolítica territorial alemana del porvenir.

El destino mismo, parece querermostrarnos el derrotero. El haberabandonado a Rusia en manos delbolchevismo, despojó al pueblo ruso deaquella clase pensante que, hastaentonces, había creado y garantizado su

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existencia como Estado. Más de una vez,pueblos inferiores, guiados porsoberanos y organizadores de origengermánico, llegaron a constituirpoderosas naciones que subsistieronmientras pudo conservarse el núcleoracial dirigente. Hacía siglos que Rusiase había mantenido gracias al núcleogermánico de sus esferas superiores,núcleo del cual se puede decir que hoyestá exterminado completamente. En sulugar, se ha impuesto el judío; pero asícomo es imposible que el pueblo rusosacuda por sí solo el yugo israelita, noes menos imposible que los judíoslogren sostener, a la larga, bajo su poder

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el gigantesco organismo ruso. El judíomismo no es elemento de organización,sino fermento de descomposición. Elcoloso del Este está maduro para elderrumbamiento. Y el fin de ladominación judaica en Rusia, será almismo tiempo, el fin de Rusia comoEstado. Estamos predestinados a sertestigos de una catástrofe que constituirála prueba más formidable para la verdadde nuestra teoría racista.

Nuestro cometido —la misión delmovimiento nacionalsocialista— ha deser llevar nuestro pueblo a lapersecución política de que no debeesperar ver colmado su objetivo futuro

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en el delirio de una nueva campañatriunfal de Alejandro, sino más bien enla faena laboriosa del arado alemán, alcual la espada tiene que proporcionarúnicamente el suelo.

***

Es natural que el judaísmo opongatenaz resistencia a una tal políticaalemana. El judío se da cuenta mejorque nadie de la trascendencia de esteproceder, para su futuro. Y es estehecho, justamente, el que debería inducirhacia la nueva orientación a los hombresde verdadero sentir nacional. Pero por

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desgracia son también círculosnacionalistas y hasta «nacionalracistas»los que se declaran en abierta oposicióna la idea de una tal política orientadahacia el Este, haciendo en su apoyo laconsabida invocación de una consagradafigura de nuestra historia. Se cita aBismarck para cohonestar una políticaabsurda y al propio tiempo perjudicial alos intereses del pueblo alemán.Afirmase que: Bismarck dio siempreimportancia a mantener buenasrelaciones con Rusia. En efecto fue así,pero sólo condicionalmente, pues, abismarck jamás se le habría ocurridoquerer fijar como definitiva, en

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principio, la táctica de un determinadocamino político.

En consecuencia, la pregunta nodebe ser: ¿Qué es lo que Bismarckquiso? Sino más bien: ¿Qué es lo queBismarck haría en las actualescircunstancias? Jus tamente estainterrogación es la más fácil deresponder. Guiado por su habilidadpolítica, jamás habría pactado alianzacon un Estado predestinado a la ruina.

Además, ya Bismarck vio en suépoca con recelos la política colonial ycomercial alemana, debido a que, por elmomento, le preocupaba solamente lamanera más segura de facilitar la

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consolidación del Imperio creado porél. Esta fue también la única razón lacual él celebraba la existencia del apoyoruso que le permitía operar librementehacia el Oeste. Pero aquello queentonces fue provechoso para Alemania,hoy le sería perjudicial.

Ya en los años 1920-1921, cuandoel joven movimiento nacionalsocialistacomenzaba a perfilarse lentamente en elhorizonte político, y cuando acá y aculláse le saludaba ya como el movimientolibertario de la nación alemana, seintentó, desde diferentes sectores,establecer una cierta conexión entre éstey las corrientes libertarias de otros

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países.Esto respondía a la orientación de la

«liga de naciones oprimidas»,propagada por muchos. Se trataba antetodo, de representantes de algunosEstados balcánicos y luego el Egipto yla India, que a mí me dieron siempre laimpresión de charlatanes pretenciosos,huérfanos de toda base real. Y no pocosfueron los alemanes, particularmente enlos círculos nacionalistas, que sedejaron seducir por semejantes fatuosorientales ya que creían ver, sin más nimás, en cualquier simple estudiantehindú o egipcio, un «representante» dela India o de Egipto. Jamás pudieron

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comprender esas gentes que se tratabaen la mayoría de los casos de individuossin solvencia y, sobre todo, noautorizados por nadie para celebrarningún acuerdo con persona alguna, demodo que el resultado práctico demantener relaciones con tales sujetos, nopodía ser más que nulo.

Era ya de suyo grave, que la políticaaliancista del Reich en la época de laanteguerra, hubiese acabado —debido ala falta de un propósito propio de acciónofensiva— por constituir una «sociedaddefensiva» con Estados veteranos hatiempo relegados por la historiamundial. Tanto la alianza con Austria,

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como la pactada con Turquía, tenían muypoco de satisfactorio. Mientras las másgrandes potencias militares eindustriales del orbe se asociaban entorno a un plan activo de agresión,nosotros nos empeñábamos en reunirunos cuantos Estados viejos y yaimpotentes, para tratar de afrontar conaquellas ruinas, la acción de lacoalición mundial. Alemania pagó muycaro el error de su política exterior; sinembargo, esta experiencia no parecehaber sido lo suficientemente amargapara prevenir que nuestros eternosilusionistas caigan en el error desiempre. Ya se trate de una liga de

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pueblos oprimidos, de una sociedad denaciones o de cualquiera otra nuevaquimérica intervención, siempre sehallarán a pesar de todo, miles deespíritus crédulos.

Conservo fresco el recuerdo de lasexpectativas pueriles y no menosincomprensibles que surgieron,bruscamente en los círculosnacionalracistas allá por los años 1920-1921; decíase que Inglaterra hallábaseen la India al borde de la catástrofe.Unos cuantos titiriteros asiáticos o, si sequiere, también, verdaderos «campeonesde la libertad» hindú, que por entoncespululaban en Europa, habían logrado

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convencer incluso a gente sensata de laabsurda idea de que el imperio británicoestaba efectivamente frente a la ruinainminente en la India, que es el gozne —por decirlo así— de su poderíocolonial.

Es realmente infantil suponer que enInglaterra no se hubiese sabido apreciaren su justo valor la significación quetiene la India para la unión británicamundial. Y sólo demuestra no haberaprendido nada de las enseñanzas de laguerra, ni menos llegado a comprender yreconocer la entereza anglosajona, elimaginar que Inglaterra pudieseresignarse a perder la India sin antes

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arriesgarlo todo. Por otra parte,constituye una prueba de la completaignorancia que manifiesta el alemánrespecto a la manera cómo el ingléssabe penetrar y administrar ese enormedominio.

Inglaterra perdería la India, sólocuando en su mecanismo administrativoresultase ella misma víctima de unproceso de descomposición racial(eventualidad que para la India quedapor el momento fuera de toda discusión)o bien si fuese vencida por un enemigopoderoso. Pero los agitadores hindúesno lo conseguirán jamás. ¡Por propiaexperiencia sabemos nosotros hasta la

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saciedad, cuán difícil es llegar a reducira Inglaterra! Aun prescindiendo de esto,yo como germano preferiré siempre, apesar de todo, ver la India bajo ladominación inglesa que bajo otracualquiera.

No menos insignificantes son lasesperanzas cifradas en el mitológicolevantamiento del Egipto contraInglaterra.

Como nacionalista que aprecia elvalor humano conforme a principiosraciales y sabe de la inferioridad deesas llamadas «naciones oprimidas», nopuedo, desde luego, identificar la suertede mi pueblo con la de esos países.

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Exactamente el mismo criteriotenemos que mantener con respecto aRusia. La Rusia actual despojada de suclase dirigente de origen germano, nopuede —aparte de lo que en sí persiguensus nuevos soberanos— servir jamás dealiado en la lucha libertaria del puebloalemán. Desde el punto de vista militarserían realmente catastróficas lascircunstancias, en el caso de una guerrade Alemania y Rusia, coaligadas contrala Europa occidental y, probablemente,contra todo el resto del mundo. La luchase desarrollaría sobre territorio alemánsin que Alemania recibiese de Rusia niel más mínimo concurso eficaz. Además,

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en el caso de una tal guerra, Rusiatendría que arrollar previamente aPolonia para poder llevar el primersoldado ruso a un frente de batallagermánico. Pero, propiamente, no setrataría, en primer término, de recibirsoldados del aliado ruso, sino ante todo,material bélico. El rol de Rusia seríatotalmente nulo como factor técnico yhabría de repetirse lo que pasó en laguerra mundial, en la que la industriaalemana fue esquilmada para atender anuestros gloriosos aliados, de modo quela guerra técnica tuvo que sostenerlaAlemania casi sola. A la motorizacióngeneral del mundo, que caracterizará la

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guerra del futuro en una medidaasombrosa, casi nada podríamos oponernosotros. Es un hecho que en este tanimportante ramo, Alemania manifiestaun vergonzoso atraso y que de lo pocoque posee, tendría que proveer todavía aRusia, país que, hoy mismo, no cuentacon una fábrica propia capaz deproducir un automóvil en forma.

Fuera de todo esto, no debeolvidarse jamás que el judíointernacional, soberano absoluto de laRusia de hoy, no ve en Alemania unaliado posible, sino sólo un Estadopredestinado a la misma suerte política.

Alemania constituye para el

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bolchevismo el gran objetivo inmediatode su lucha. Se requiere todo el vigor deuna idea nueva, encarnando una misión,para arrancar una vez más a nuestropueblo de la estrangulación de estaserpiente internacional y poner atajo a lacontaminación de nuestra sangre, a finde que las energías de la nación, de estemodo libertadas, puedan ser dedicadas agarantizar la seguridad de la patriaalemana, previniendo hasta en el máslejano futuro, catástrofes como lasúltimas. Y si se persigue esta finalidadsería una locura aliarse con un Estadoque tiene por soberano al enemigomortal de nuestro porvenir.

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Confieso francamente, que ya en laépoca de la anteguerra, me habríaparecido más conveniente queAlemania, renunciando a su insensatapolítica colonial y, consiguientemente,al incremento de su flota mercante y deguerra, hubiese pactado con Inglaterraen contra de Rusia y pasado así de sutrivial política cosmopolita, a unapolítica europea resuelta, de tendenciaterritorial en el continente.

No olvido la amenaza constante yprovocativa que la Rusia paneslavistade entonces, osara hacer a Alemania; noolvido los frecuentes ensayos demovilización, cuyo objeto no era otro

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que provocarnos; tampoco puedoolvidar el estado de ánimo de la opiniónpública rusa, que ya antes de la guerra,exageraba sus ataques llenos de odiocontra nuestro pueblo y el Imperio, ymenos aún puedo olvidar la actitud de lagran prensa que en Rusia, deliraba porFrancia.

Pero no obstante todo esto, habríaexistido antes de la guerra todavía unasegunda posibilidad: la de tratar deapoyarse en Rusia para hacer frente aInglaterra. Hoy son otras lascircunstancias. El proceso deconsolidación en el que al presente, seencuentran empeñadas las grandes

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potencias, es para nosotros el últimotoque de alarma instándonos areaccionar, a fin de que nuestro pueblovuelva del sueño a la dura realidad, ynos muestre el único camino delporvenir capaz de conducir el Reich auna época de nueva prosperidad.

Si el movimiento nacionalsocialista,haciendo conciencia de la magnitud y dela importancia de esta misión, sedesembaraza de ilusiones y dejaprevalecer solamente la razón, esposible entonces que un día, lacatástrofe de 1918 se convierta en unainfinita bendición para el futuro denuestro pueblo. Del desastre puede

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llegar la nación alemana a unaorientación totalmente nueva de supolítica exterior y luego, interiormenteconsolidada por una nueva ideología,alcanzar una definitiva estabilización depolítica internacional. Entonces podrápor fin Alemania tener aquello queInglaterra tiene y que la misma Rusiaposeyó y que a Francia le permitióadoptar decisiones siempre análogas ysiempre convenientes en el fondo a ladefensa de sus intereses: un testamentopolítico.

El testamento político de la naciónalemana, para su conducta de políticaexterna, ha de rezar lógicamente como

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sigue:No tolerar jamás la formación de

dos potencias continentales en Europa.Ver siempre el peligro de una agresióncontra Alemania en cualquier tentativade organizar ante las fronteras alemanasuna segunda potencia militar, aunquesólo fuese en forma de un Estado capazde llegar a serlo, y ver también en ello,no sólo el derecho, sino también eldeber de impedir por todos los medios yhasta valiéndose del recurso de lasarmas, la creación de tal Estado, y siéste ya existiese, destruirlosencillamente. Velar por que lapotencialidad de nuestro pueblo no

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resida en dominios coloniales, sino en elsuelo patrio del continente mismo. Noconsiderar jamás asegurado el Reich,mientras éste no sea capaz de darle acada nuevo descendiente de nuestropueblo, a través de los siglos, la parcelaque le corresponde. Finalmente, noolvidar nunca que el más sagrado de losderechos sobre la tierra, es el derecho alsuelo que se quiere labrar con el propioesfuerzo, y el más sagrado de lossacrificios la sangre que por ese suelose vierte.

***

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En el capítulo anterior he señalado aInglaterra e Italia como los dos únicosEstados de Europa hacia los cualespodría ser deseable y promisorio elacercamiento de Alemania. Brevementedelinearé ahora la importancia militarde una alianza tal.

Las consecuencias resultantes deeste pacto, significarían en todo orden,militarmente hablando, lodiametralmente opuesto de lo que seríaen el caso de una alianza con Rusia. Loprimordial es el hecho de que unacercamiento a Inglaterra e Italia, noimplica en sí el peligro de una guerra.Francia que sería la única potencia

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interesada en asumir una actitud opuestaal pacto, prácticamente no estaría encondiciones de hacerlo; pues, ya notendría la iniciativa de obrar porqueestaría en manos de la nueva ligaeuropea anglo-alemán-italiana.

Pero tal vez tendría una significaciónmayor el hecho de que la nuevacoalición, agruparía países dotados deuna capacidad técnica susceptible hastacierto punto de una recíprocacomplementación.

Seguramente, son grandes lasdificultades que se oponen a larealización de una liga semejante; mas,cabría preguntar si la formación de la

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Entente fue obra menos difícil. Aquelloque el fue posible a un Eduardo VII,contrariando en parte interesesnaturales, podremos lograrlo tambiénnosotros si es que, convencidos de lanecesidad de una tal evolución,adaptamos a ella nuestro procederinteligentemente concebido.

Naturalmente que hoy por hoyestamos a merced del ladrido furioso delos enemigos interiores de nuestropueblo.

Nosotros, los nacionalsocialistas,jamás hemos de dejar que se nos impidaproclamar aquello que, de acuerdo connuestra más íntima convicción, sea

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indispensable. Ciertamente, que laactualidad, tenemos que ir contra lacorriente de la opinión públicasugestionada por el ardid judío, que,sabe explotar la ingenuidad alemana, yes cierto también, que, muchas veces, eloleaje se estrella terriblemente contranosotros; mas, es sabido, que quien vacon la corriente pasará menosapercibido que aquel que se lanza contraella. Hoy por hoy, somos un simpleescollo, pero, en contados años, eldestino podrá convertirnos en un diquedonde se rompa la corriente general,para seguir por un nuevo lecho.

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El derecho de lalegítima defensa

Depuestas las armas en noviembrede 1918, inicióse una política que segúntoda previsión humana, debía conducirpaulatinamente a un completosometimiento de Alemania. Ejemplos dela Historia demuestran que los pueblosque depusieron sus armas sin quehubiesen mediado causas máximas paraello, prefieren después aceptar lasmayores violencias y humillacionesantes que intentar un cambio de su suerteapelando de nuevo al recurso de la

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fuerza.La decadencia de Cartago, es el

terrible prototipo de la lenta agonía deun pueblo precipitado por sí mismo a laruina.

El curso de los acontecimientos, apartir de 1918, nos pruebapalmariamente que la esperanza que enAlemania se abrigaba de poder alcanzarla clemencia del vencedor,sometiéndonos voluntariamente a él, hainfluenciado del modo más funesto elcriterio político y la conducta de lasmasas. Esto nos permite explicar que elmismo período de siete años que, de1806 a 1813, bastara para animar con

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nuevas energías y espíritu de lucha a laPrusia totalmente aniquilada deentonces, no sólo ha transcurridoinútilmente, para la Alemania de hoy,sino que, por el contrario, ha traídoconsigo un creciente debilitamientonacional: Siete años después de larevolución de 1918 se firmaba elTratado de Locarno.

El proceso de lo que ocurrió, no fueotro que el ya mencionado: Una vezacordado el oprobioso armisticio, no setuvo ni energía ni coraje para oponer desúbito resistencia a las medidasopresoras que nos impusieronsucesivamente los adversarios. ¡Eran

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demasiado inteligentes para haberloexigido todo de un golpe!

Alternativamente se sucedieron enAlemania edictos de desarme y deesclavización, inhabilitándonospolíticamente y extorsionándonos en loeconómico, para engendrar, al fin decuentas, aquel estado anímico que hacíaver una felicidad en el dictamen deDawes y un triunfo para Alemania, en elTratado de Locarno.

A más tardar en el invierno de 1922-1923, todo el mundo debió haber podidodarse cuenta de que Francia, aundespués del tratado de paz, continuabapersiguiendo, con férrea tenacidad, el

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objetivo de guerra que se habíapropuesto desde un principio. Porquenadie admitirá seguramente que Francia,en la lucha más decisiva de su historia,hubiese sacrificado en cuatro años ymedio de guerra la cara sangre de supueblo con la sola expectativa de recibirdespués el pago de reparaciones por losdaños causados. La reconquista mismade Alsacia-Lorena no hubiera bastadopara justificar la entereza del comandofrancés, si en aquella lucha no sehubiese tratado de realizar ya una partedel verdadero gran programa futuro dela política exterior de Francia,consistente en lograr el

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desmembramiento de Alemania en unbodrio de pequeños Estados. Esta fue lafinalidad por la que luchó la Franciachovinista, si bien es verdad, poniendo asu pueblo en manos del judíointernacional.

Este objetivo de guerra francés,habría sido factible por la guerra misma,si la lucha —como en París se creyó alprincipio— se hubiese desarrolladosobre territorio alemán. Imagínese porun momento que las sangrientas batallasde la gran guerra, no hubiesen tenidolugar en el Somme, en Flandes, enArtois, en las inmediaciones deVarsovia, Nishnij, Nowgorod, Kowno,

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riga y otros lugares más, sino enAlemania, en la cuenca del Ruhr, delMeno, del Elba, en las inmediaciones deHannover, Leipzig, Nüremberg, etc., ytendrá que convenirse que, en talescircunstancias, habría sido posible ladevastación de Alemania. Esta estambién la única razón que permiteafirmar que nuestros camaradas yhermanos no vertieron su sangretotalmente en vano.

Bien es cierto que en Noviembre de1918 se produjo con la rapidez del rayo,el desastre de Alemania; sin embargo,mientras la catástrofe cundía en los laresde la patria, los ejércitos alemanes

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acampaban todavía en pleno territorioenemigo. La primera preocupación deFrancia en aquellos días no fue ladisolución de Alemania, sino la cuestiónde saber cómo se conseguiría desalojarde los territorios ocupados de Francia yde Bélgica a los ejércitos alemanes. Deahí que al concluir la guerra, fuera unatarea primordial para el gobiernofrancés desarmar a estos ejércitos yprocurar se replegasen hacia Alemaniacuanto antes; y luego, en segundotérmino, podía pensarse en el objetivoesencial de la guerra.

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***

Inversamente a lo que ocurría conFrancia, para Inglaterra la guerra habíaterminado en realidad victoriosamente abase de la destrucción del poderíocolonial y comercial de Alemania y suconsiguiente degradación a la categoríade Estado de segunda clase. No sólo notenía interés en el aniquilamiento totalde la nación alemana, sino que, por elcontrario, había razón suficiente paraque deseara en el futuro la existencia deun rival de Francia en Europa. La

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política francesa debió pues proseguirmediante una «decidida labor de paz»,aquello que la guerra había comenzado yla frase de Clemenceau al decir que paraél, «la paz no era más que lacontinuación de la guerra» cobróentonces máxima actualidad.

Ya en el invierno de 1922 — 1923debióse saber cuál era el propósito queFrancia perseguía.

***

En diciembre de 1922, parecióagudizarse en grado amenazante, lasituación entre Francia y Alemania.

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Francia intentaba poner en prácticanuevas temerarias extorsiones y paraello, necesitaba garantías. Con laocupación de la cuenca del Ruhr,creíase en Francia romperdefinitivamente la moral de Alemania ycolocarnos, al mismo tiempo, en unasituación económica tal, que nosviéramos constreñidos a aceptar hastalas más pesadas cargas.

Con la ocupación del Ruhr, eldestino le tendió una vez más la mano alpueblo alemán para que se levantara;pues, aquello que en el primer momento,debió presentársenos como unatremenda calamidad, encerraba, en el

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fondo, una posibilidad infinitamentepromisora para poner fin a lossufrimientos de Alemania.

Desde el punto de vista de lapolítica internacional, la ocupación delRuhr significó el primer alejamientoentre Inglaterra y Francia, no sólo porparte de la diplomacia británica quehabía pactado, considerado y mantenidola alianza francesa con el criteriopráctico del frío calculador, sinotambién en vastos sectores del puebloinglés, dominaba aquel estado de ánimo.Fue, en particular, en los círculosfinancieros, donde se mostrabaindisimulable desagrado por el nuevo

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formidable incremento del poderíofrancés en el continente. En efecto, vistala cuestión en el sentido político-militar,Francia asumía en Europa una posicióncomo no la había tenido antes ni lamisma Alemania, y en lo económico,adquirió igualmente fundamentos que leasignaban una situación poco menos quede privilegio junto a su posición depoderoso competidor político. Lasminas más importantes de hierro ycarbón de Europa, se hallaban en manosde una nación que, a diferencia deAlemania, había cuidado hasta entoncessus propios vitales intereses condecisión y dinamismo y que en la guerra

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puso de relieve ante el mundo entero laseguridad que le ofrecía su ejército.

Con la ocupación de la zonacarbonífera del Ruhr, Francia learrebató a Inglaterra todo el éxito quehabía obtenido de la guerra, y el dueñode la victoria no fue ya entonces, lasagaz diplomacia inglesa, sino elmariscal Foch y la Francia que élencarnaba.

También en Italia, se trocó en francoodio el estado de ánimo poco favorableque existía allá a partir de la conclusiónde la guerra. Presentóse el granmomento histórico en que los aliados deayer podían ser los enemigos de

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mañana. Y si esto no ocurrió y losAliados no se fueron a las manos, comoen el caso de la segunda guerrabalcánica, fue exclusivamente, debido ala circunstancia de que Alemania nocontaba con un Enver Pascha sino con unWilhelm Cuno, como canciller delReich.

No sólo en el orden de la políticaexterior, sino también en el de lapolítica interna, se le presentó aAlemania, con la ocupación del Ruhrpor los franceses, una gran posibilidadpara el futuro. Un considerable sector denuestro pueblo que, bajo el influjoconstante de los embustes de su propia

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prensa, seguía viendo en Francia alcampeón del progreso y de laslibertades, debió quedar repentinamentecurado de semejante desvarío. Laprimavera de 1923 tuvo la mismatrascendencia que el año 1914, cuandoal declararse la guerra, se esfumaban delos cerebros de nuestros obreros lossueños de solidaridad internacional,para hacer que volviesen al mundo realde la lucha por la existencia donde unser vive a expensas del otro y donde elexterminio del más débil representa lavida del más fuerte.

No se trató de impedir la ocupaciónde Ruhr por medio de medidas militares.

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Sólo un perturbado habría podidoaconsejar cosa semejante. Pero, bajo laimpresión del atropello que cometíaFrancia y mientras lo perpetraba sepudieron y debieron asegurar —sintomar en consideración el tratado deVersalles despedazado por los francesesmismos— aquellos recursos militaresque más tarde, habrían servido pararespaldar la posición de nuestrosdelegados; pues, no cabía la menor dudade que el día menos pensado, habría deresolverse ante la mesa de unaconferencia internacional cualquiera, lasuerte de aquel territorio ocupado porFrancia. Y tampoco debía perderse de

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vista que hasta los más calificadosnegociadores, pueden contar sólo conescaso éxito si no llevan por escudo laentereza de su pueblo.

¿No era acaso, una calamidadconsumada tener que ver la eternacomedia de las conferenciasinternacionales que, a partir de 1918solían preceder a la imposición de losrespectivos dictados? ¿Y aqueldenigrante espectáculo que se ofrecía almundo entero, invitándosenos, como porironía, a tomar asiento en la mesa deconferencias, para luego presentarnosresoluciones y programas acordados deantemano y sobre los cuales bien es

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cierto que podíase discurrir, pero sinadmitirse modificación alguna?

Si en la primavera de 1923 sehubiese querido tomar el hecho de laocupación del Ruhr como un motivopara restablecer nuestra instituciónarmada, previamente habría sidonecesario darle a la nación armasmorales, incrementando su fuerza devoluntad y eliminando, al propio tiempo,a los destructores de las energíasnacionales.

Del mismo modo que en 1918tuvimos que pagar sangrientamente elerror de no haber triturado en los años1914 y 1915, de una vez para todas, la

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cabeza de la víbora marxista, asítambién debió vengarse ahora en laforma más tremenda, el hecho de que enla primavera de 1923 dejásemos pasarinaprovechada la ocasión de acabardefinitivamente con la obra de losmarxistas traidores a la patria yverdugos del pueblo.

Sólo los elementos burguesespudieron ser capaces de concebir que elmarxismo hubiese cambiado y que losprotervos dirigentes revolucionarios de1918 —aquellos que para poderencaramarse mejor a los diferentespuestos político, pisotearon fríamente lahonra de dos millones de hombres

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caídos por la patria— estuvieran en1923 dispuestos a ponerse al servicio dela causa nacional. ¡Idea increíble yrealmente absurda la de esperar que lostraidores de ayer pudieran convertirserepentinamente en los campeones de lalucha libertaria alemana! ¡Muy lejosestaban éstos de pensar así! La traicióna la patria es en el marxista lo que, en lahiena, la avidez por la carroña.

Los destinos de los pueblos no semanejan con guantes, y he aquí porquéen 1923 debió obrarse con brutalenergía para exterminar los áspides queemponzoñaban nuestro organismonacional.

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Con que frecuencia me esforcé, enaquellos tiempos, tratando de convencer,por lo menos a los llamados círculosnacionales, acerca de la trascendenciadel momento; insistí siempre en que secooperase al movimientonacionalsocialista, dándole laoportunidad de liquidar cuentas con elmarxismo; pero prediqué en el desierto.Todos, incluso el jefe de laReichswher[16] los sabían todo mejorque yo, para verse, al final, ante lacapitulación más humillante que conocenlos tiempos.

Ya entonces, pude darme cuenta deque la burguesía alemana había llegado

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al fin de su misión y que no estabapredestinada a jugar ningún rol más.

En aquella época —lo confiesofrancamente— sentí profundaadmiración por el hombre del sur,allende los Alpes, que poseído de amorardiente por su pueblo, no hizo causacomún con los enemigos interiores deItalia, sino, más bien se empeño endestruirlos por todos los medios. Lo quecolocará a Mussolini entre los grandeshombres de la Historia, es suinquebrantable resolución de no habertolerado el marxismo en Italia y habersalvado a su patria, al destruir elinternacionalismo. ¡Cuán diminutos

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aparecen, en comparación con él,nuestros actuales pseudoestadistas enAlemania!

Con la actitud que adoptó laburguesía y debido a la consideraciónque gozaba el marxismo, era una utopíala idea de toda resistencia activa en1923. Querer enfrentarse con Francia,teniendo al enemigo mortal en laspropias filas, constituía, desde luego,una locura. Una Alemania liberada deese fatal enemigo de su existencia y desu futuro, habría sido capaz de energíasque nadie en el mundo hubiera podidoahogar. El día en que el marxismo hayasido anulado en Alemania, sus cadenas

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quedarán rotas para siempre. Jamás —através de nuestra Historia— fuimosvencidos por nuestros adversarios, sinoeternamente por nuestros propios viciosy por enemigos cobijados por nosotrosmismos.

En aquella hora trascendental de1923, el cielo quiso enviarle al puebloalemán un hombre «providencial»: ¡elseñor Cuno! Propiamente, el no era unestadista ni político de profesión ynaturalmente aun menos todavía denacimiento, sino más bien un experto ennegocios. Toda una maldición paraAlemania, porque aquel comercianteconceptuaba también la política como

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una empresa económica y obraba deacuerdo con ello.

«Francia ha ocupado el Ruhr. ¿Y quéhabía allí? Carbón. ¿En consecuencia,Francia ocupaba el ruhr por el carbón?»Pues entonces nada más racional para elseñor Cuno, que el recurso de la huelgacomo medio de impedir que losfranceses obtengan carbón, lo cual —según la opinión del mismo señor Cuno— conduciría seguramente a que un día,en vista de la irrentabilidad de laempresa, quedase desocupado el Ruhr.

Para provocar la huelga, requeríasenaturalmente, de los agitadoresmarxistas, por ser los obreros los que en

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primer lugar debían proceder al paro. Seimponía por lo tanto, constituir un frenteunitario entre el obrero (que en la mentedel tipo de estadista burgués es siempresinónimo de marxista) y todos los demásalemanes. Los marxistas respondieronipso facto al llamamiento, por lasencilla razón de que así como Cunonecesitaba de los agitadores marxistaspara formar su «frente unitario», nomenos necesario era para éstos el dinerode Cuno. Ambos podían estarsatisfechos. Cuno obtuvo su «frente»constituido por charlatanes nacionales ypor especuladores antinacionales, y porsu parte, los traficantes internacionales,

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podían gracias a los dineros del fisco,servir su objetivo supremo, es decir,destruir la economía nacional y esta veza expensas del mismo Estado. ¡Fue unaidea genial querer salvar una nación pormedio de una huelga pagada!

Si el señor Cuno, en lugar de incitara una huelga general, subvencionada porel gobierno para formar un frenteunitario, hubiese exigido de cada uno delos alemanes dos horas más de trabajodiario, el fraude que significaba esefamoso «frente unitario», habríaacabado al tercer día. ¡No se libertanlos pueblos por la inacción, sinomediante sacrificios!

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Ciertamente que esta llamada«resistencia pasiva» no debió durarlargo tiempo, pues, sólo un hombretotalmente ignorante en materia deguerra podía imaginarse que valiéndosede recursos infantiles, fuese factibledesalojar un ejército de ocupación. Y ladesocupación del ruhr habría sido loúnico capaz de justificar unprocedimiento cuyo coste llegó a losmillares y que contribuyó capitalmente ala total destrucción de la monedanacional.

Era natural que los francesespudiesen instalarse cómodamente y concierto sosiego al ver que la resistencia

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alemana se servía de tales medios.Sabían que tan pronto como estaresistencia pasiva en el Ruhr, se hicieserealmente peligrosa para Francia, lastropas de ocupación pondrían conadmirable facilidad y en menos de ochodías, un fin sangriento a todo aquel juegoinfantil.

La formación del frente unitario, fueun hecho clásico, que nos obligó a losnacionalsocialistas, a oponernostenazmente contra semejante propósitollamado nacional. En aquellos meses fuiatacado con frecuencia por elementoscuyo sentimiento nacional no era másque una mezcla de estulticia y

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apariencia. Eran gentes que vociferabancon los demás sólo porque tenían laocasión de poder revelar su«patriotismo», sin peligro alguno. Yoconsideré aquel mísero frente unitariocomo una de las más risiblesmanifestaciones políticas, y la historiase encargó de darme la razón.

En el momento en que lasorganizaciones sindicalistas habíanllenado su caja con los dinerosprocedentes del gobierno de Cuno, ycuando la resistencia pasiva que, hastaentonces, se había apoyado en la huelga,debió pasar a la acción activa, lashienas marxistas escaparon

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repentinamente del hato nacional deborregos que siempre fueron. Por suparte, el señor Cuno retornótranquilamente a sus actividadesnavieras, en tanto que Alemaniaregistraba en sus anales una amargaexperiencia más y una gran esperanzamenos.

Cuando al producirse el vergonzosofracaso del Ruhr, después del sacrificiode millares, en bienes materiales, y de lavida de miles de jóvenes alemanes quetuvieron la ingenuidad de dar crédito alos dirigentes del Reich, se capitulara enforma tan depresiva para Alemania,estalló vibrante la indignación del país

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contra semejante traición hecha anuestro desgraciado pueblo. En millonesde cerebros surgió entonces conclaridad meridiana el convencimiento deque sólo una transformación radical detodo el sistema político imperante, seríacapaz de salvar Alemania.

Aquel Estado que conculcó todos lospreceptos de lealtad y fe, que escarneciólos derechos de sus ciudadanos, quedefraudó los sacrificios de millones desus más fieles hijos y que, finalmente,despojó también hasta del últimocéntimo a otros millones, no podíamerecer otra cosa que el odio de sussúbditos. Y este sentimiento de odio

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contra los corruptores del pueblo y de lapatria, estallará un día de todos modos.Aquí debo repetir la frase final de miúltima declaración hecha ante lostribunales de Leipzig en el gran procesode la primavera de 1924[17]:

«Los jueces de este Estado puedencondenarnos tranquilamente por nuestrasacciones; más, la Historia que esencarnación de una verdad superior y deun mejor derecho, romperá un díasonriente esta sentencia, paraabsolvernos a todos nosotros de culpa ypecado»

Pero esa misma Historia emplazarátambién ante su tribunal a aquellos que,

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imperando hoy en el mundo, hollan leyesy derechos, precipitan nuestro pueblo enla ruina y que, además, en medio de ladesgracia de la patria, colocan susintereses personales por encima de losde la comunidad.

Omito relatar en este libro aquellosacontecimientos que precedieron al 8 denoviembre de 1923 y las consecuenciasresultantes. Deliberadamente no lo hago,porque de ello nada constructivo sepuede esperar para el porvenir. Ante lainfinita desgracia común que aflige anuestra patria, tampoco quisiera ahoraresentir y con esto quizá alejar, aaquellos que, en el futuro, tendrán que

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formar el gran frente unitario de losalemanes leales de corazón contra elfrente común de los enemigos de nuestropueblo. Bien sé que llegará el tiempo enque hasta los que ayer estuvieron contranosotros, recordarán reverentes a losque, como nacionalsocialistas, rindieronpor el pueblo alemán el caro tributo desu sangre, y entre los cuales quiero citartambién al hombre que, como uno de losmejores, consagró su vida en la poesía,en la idea y por último en la acción, alresurgimiento del pueblo suyo y nuestro:

DIETRICH ECKART

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ADOLF HITLER, (Braunau am Inn, 20de abril de 1889 - Berlín, 30 de abril de1945) fue presidente y canciller deAlemania. Líder, ideólogo y miembrooriginal del Partido NacionalsocialistaAlemán de los Trabajadores, el partidonazi, dirigió un régimen totalitario en supaís entre 1933 y 1945 conocido como

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Tercer Reich o Alemania nazi.Hitler se unió al Partido Obrero

Alemán, precursor del partido nazi, en1919 y se convirtió en líder de éste, elNSDAP, en 1921. En 1923 Hitler intentóun golpe de estado conocido como elPutsch de Múnich en el pubBürgerbräukeller de Múnich. El golpede estado fue fallido por lo que Hitlerfue encarcelado, durante su estancia enla cárcel escribió su libro Mein Kampf(Mi Lucha) en el cual expone suideología junto con elementosautobiográficos. Después de suliberación en 1924, Hitler obtuvo elapoyo mediante la promoción del

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pangermanismo, del antisemitismo, y delanticomunismo con su carismáticaoratoria y la propaganda nazi. Fuenombrado Canciller Imperial(Reichskanzler) en enero de 1933 ytransformó la República de Weimar enel Tercer Reich que gobernaba con unpartido único (NSDAP) basado en eltotalitarismo y la autocracia de laideología nazi.

El objetivo de Hitler era establecerun Nuevo Orden de la Alemania Nazi deabsoluta hegemonía en el continenteeuropeo. Su política exterior e interiortenía el objetivo de apoderarse deLebensraum (espacio vital) para los

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pueblos germánicos. Él supervisó elrearme de Alemania y la invasión dePolonia de 1939 por la Wehrmacht enseptiembre de 1939 lo que llevó alestallido de la Segunda Guerra Mundial.Llevando a cabo esos actos, Hitler violóel Tratado de Versalles de 1919 el cualestableció la paz en la Primera GuerraMundial.

Bajo la dirección de Hitler, en 1941las fuerzas alemanas y sus aliadosocuparon la mayor parte de Europa yÁfrica del Norte. Esas ganancias seinvirtieron poco a poco después de1941, y 1945 cuando los ejércitosaliados derrotaron al ejército alemán.

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Por motivos raciales, Hitler fue causa dela muerte de 17 millones de personas,incluyendo seis millones de judíos yentre 500.000 y 1.500.000 de gitanos. Aeso se le denominó el Holocausto.

En los últimos días de la guerra,durante la Batalla de Berlín en 1945,Hitler se casó con su antigua amante,Eva Braun. El 30 de abril de 1945 losdos se suicidaron para evitar sercapturados por el Ejército Rojo y suscadáveres fueron quemados.

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Notas

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[1] Johannes Philipp Palm fue fusiladopor orden de Napoleón el 26 de agostode 1806, acusado de la publicación deun folleto titulado «Alemania en su másprofunda humillación». <<

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[2] Ministro del Interior durante elrégimen social-demócrata. <<

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[3] Jefe, caudillo, conductor, leader. <<

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[4] Por Bismark el 30 de enero de 1871.<<

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[5] La época que siguió a la revoluciónmarxista en 1918. <<

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[6]Canciller del Reich en la época de laguerra. <<

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[7] Negro, rojo y oro. <<

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[8] Heil! Quiere decir salud, dicha yfortuna. <<

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[9] N.S.D.A.P. es la abreviación de«National-Sozialistiche-Deutsche-Arbeiter-Partei» (Partido ObreroAlemán Nacionalsocialista). <<

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[10] D.S.P.: «DeutschsozialistichePartei» (Partido Alemán Socialista). <<

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[11] El ejército alemán de la post guerra.<<

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[12] La fuerza bruta <<

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[13] (Producido el plebiscito del Sarre,en enero de 1935, con una aplastantemayoría de más del 90% a favor deAlemania, el Führer y Canciller delReich, Hitler, hizo la siguiente solemnedeclaración en su gran mensaje porradio del 15 de enero: «Compatriotasalemanes del Sarre: vuestra decisión meda hoy la posibilidad de declarar queuna vez efectuada vuestrareincorporación al territorio del Reich,Alemania no hará ya ningunareclamación territorial más a Francia.Esta es nuestra contribución histórica yde sacrificio en pro de la tan necesaria

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pacificación de Europa»). <<

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[14] Cuando Hitler escribió su libroestaba en auge la ocupación francesa delRin con tropas coloniales. <<

Page 1144: Mi lucha   adolf hitler

[15] Se refiere al año 1926 en que Hitlerescribió esta segunda parte de su libro.<<

Page 1145: Mi lucha   adolf hitler

[16] El ejército alemán de la posguerra.<<

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[17] Proceso por el levantamientonacionalsocialista del 8 de noviembrede 1923, en Munich. <<

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[I] Hitler escribió su obra en 1924. <<