Historias de Amor y Poder Juan Domingo Perón & Eva Duarte Por Jorge Camarasa

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Historias de amor y poder Juan Domingo Perón & Eva Duarte Por Jorge Camarasa

(Primera parte)

Los vestidos largos y los uniformes brillantes atraían todas las miradas. La gente había ido llegando temprano al gran recinto embanderado, y mientras caminaba las últimas cuadras de la calle Corrientes hacia el Bajo, trataba de identificar a aquel ministro, esa estrella de cine o aquella actriz de radioteatro que habían prometido asistir al acto.El coronel y la actriz se encuentran en el Luna Park

Los vestidos largos y los uniformes brillantes atraían todas las miradas. La gente había ido llegando temprano al gran recinto embanderado, y mientras caminaba las últimas cuadras de la calle Corrientes hacia el Bajo, trataba de identificar a aquel ministro, esa estrella de cine o aquella actriz de radioteatro que habían prometido asistir al acto.Las puertas del Luna Park se habían abierto a media tarde del sábado 22 de enero de 1944, y por los alto parIantes colocados en las esquinas se escuchaba la transmisión en vivo que hacía Radio Nacional de la gala donde se iban a recaudar fondos para las víctimas de la catástrofe.Una semana antes, los sismógrafos del Observatorio Astronómico Nacional habían saltado enloquecidos y llevado a todo el país las primeras noticias de que en San Juan, una ciudad recostada contra la Cordillera, mil cien kilómetros al oeste de Buenos Aires, había habido un terremoto. Con el correr de las horas, los indicios habían cedido lugar a datos más precisos sobre la tragedia. Poco antes de las nueve de la noche del 15 de enero, un temblor había destruido el noventa por ciento de los edificios y dejado un saldo que helaba la sangre: siete mil muertos y doce mil heridos que deambulaban sin rumbo, a la luz del reflejo de los incendios, por la ciudad devastada.Pero San Juan quedaba muy lejos, y Buenos Aires se había tomado tiempo para reaccionar. Habían sido necesarios dos días de reuniones y conciliábulos para que el presidente, el general Pedro Ramírez, decidiera viajar a la provincia para llevar su apoyo, y antes de irse había designado a un hombre para que se encargara de coordinar toda la ayuda y fuera la cara

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misma de la actitud solidaria.El elegido había sido el coronel Juan Domingo Perón.

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A poco de cumplir los cuarenta y nueve años, con una sonrisa perfecta y permanente que le había valido el mote de coronel Kolynos, Perón estaba a punto de iniciar el tramo final de su viaje hacia el poder.Había nacido en un pueblo de la pampa bonaerense el 8 de octubre de 1895, en una familia de padre médico y madre campesina, y a los quince años había ingresado al Colegio Militar. Después de algunas misiones en el interior, a los treinta y un años obtuvo el grado de capitán, y en Buenos Airesconoció a quien sería su primera esposa, Aurelia Tizón, Potota, una maestra de piano de diecisiete.Se casaron el 5 de enero de 1929. El matrimonio, del que Perón no guardaríamás que un recuerdo piadoso, duró una década y no destacó por sus excentricidades: compraron su primer auto para hacer un viaje a Mendoza, lamujer aprendió a manejar el revólver y, sumisa, lo fue acompañando en su carrera militar que iba a llevarlo primero a las filas golpistas contra Yrigoyen, después a la frontera con Bolivia y más tarde como agregado a la embajada argentina en Chile, de donde sería expulsado bajo el cargo de espionaje.A principios de 1938, de vuelta en Buenos Aires, Potota empezó a desmejorar, hasta que en julio la internaron y la operaron de un cáncer de útero. Murió el 10 de septiembre de ese año, tras una larga agonía, y Perón, solo, con un crespón negro en la manga izquierda de su uniforme, debió enterrar a la primera de sus tres esposas.No habían tenido hijos.

***

En la primera fila de butacas del Luna Park, frente al escenario, una mujer de piel pálida, ojos marrones y pelo castaño con bucles, esperaba ansiosa la llegada de un hombre. Todavía no había cumplido veinticinco años, y aunque no era una gran belleza atraía Ias miradas. El festival en solidaridad con las víctimas del terremoto, que ella había ayudado a organizar, iba a cambiarle la vida.Desde su origen humilde en Los Toldos, donde había nacido en mayo de 1919, María Eva Duarte Ibarguren había recorrido un largo camino. El empuje inicial, según la mayoría de sus biógrafos, lo debía a un cantor de

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tangos, Agustín Magaldi, quien la había llevado a Buenos Aires cuando la chica tenía quince años.En enero de 1935 Eva había desembarcado en una pensión del barrio de Congreso, y parecía que había sido tocada por una varita mágica. En marzo ya debutaba en el Teatro Comedia con la compañía de Eva Franco en “La señora de los Pérez”, y en julio, mientras estudiaba declamación y arte dramático, empezaba a trabajar en “Cada hogar es un mundo”. Por esa época, aunque su sueldo era apenas suficiente para comer, tenía un aspecto elegante y risueño, y mandaba plata para su madre y sus hermanas que habían quedado en Junín.Aunque estaba lejos de ser una actriz estupenda (“Era terrible, incapaz de conmover al público”, diría de ella su colega Pierina Dealessi), entre 1936 y 1939 las ofertas le llovieron y actuó con las compañías de José Franco, Pablo Suero y Armando Discépolo. Alternaba el teatro con el cine, y compartía cartel con los grandes del momento: Pedro Quartucci, Amanda Varela, Luis Sandrini, Libertad Lamarque y Pablo Palitos. Posaba para la publicidad de jabones, peluquerías, peleterías y casas de moda, y en radio formaba pareja con Pascual Pellicciotta en “Los jazmines”.En 1942, cuando le tomaron fotografías para la revista Cine Argentino, los moralistas se escandalizaron porque aparecía mostrando sus piernas, los hombros y el nacimiento de los senos. Cuando terminó la amistad con Magaldi, Eva dejó la pensión de Congreso y se mudó a una casa en La Boca.Alli estuvo siete años sola, y la soledad le enseñó a elegir con más cuidado sus relaciones cercanas, entre las que no había ninguna mujer. Por entonces, sus más íntimos eran actores como Pellicciotta y Pedro Quartucci, empresarios como Juan Llauro, directores de revistas como Emilio Kartulovich, dueños de teatros como Pablo Suero, y altos cargos del gobierno, como el coronel Aníbal Francisco Imbert.Imbert, director nacional de Correos y Telégrafos desde la revolución del 4 de junio de 1943, militar de rígida formación prusiana, controlaba personalmente la radiofonía, exigía que sus empleados civiles se cuadraran para saludarlo, y elegía a dedo quién podía trabajar y quién no en las radios del país. A poco de conocer a Eva Duarte, el coronel le consiguió un cómododepartamento de Posadas 1567, en el Bajo, y comenzó a visitarla.Aquél 22 de enero de 1944, Imbert y Eva habían llegado juntos al Luna Park.

***

Perón llegó a las diez de la noche con la comitiva que acompañaba al

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presidente Ramírez. Su cara y su tarea de organizador le eran familiares al público, y fue ovacionado. Saludó con su eterna sonrisa y las manos en alto, hizo su discurso sobre la solidaridad con los sanjuaninos, y cuando fue a sentarse advirtió a su camarada.Imbert se adelantó, y cometió un error estratégico propio de un viejo militar devenido cartero y verdugo de actores: presentó a su acompañante.La mujer, que llevaba puesto un vestido negro, guantes largos del mismo color y un sombrero con plumas, años más tarde escribiría esta frase increíble: “Me puse a su lado (de Perón). Tal vez esto hizo que me prestara atención, y cuando tuvo tiempo para escucharme le hablé lo mejor que pude:‘Si como tú dices la causa del pueblo es tu propia causa, nunca me alejaré detu lado, hasta que muera, por más grande que sea el sacrificio’”.Aquella noche, cuando Perón se fue del Luna Park, Eva Duarte lo acompañaba colgada de su brazo.

***

La primera vez que Eva y Perón estuvieron solos, fue en la madrugada del domingo 23 de enero de 1944, en el departamento que él tenía en Arenales y Coronel Díaz, en Barrio Norte.La casa estaba momentáneamente vacía porque su otra moradora, una adolescente que a veces también vivía allí, había viajado a Mendoza. Perón, que la había conocido en Cuyo mientras estaba al frente de un batallón de esquiadores, la llamaba hija y la relación había dado pie a ciertos equívocos.A partir de 1943, cuando se había convertido en la figura ascendente del flamante gobierno, algunas revistas habían comenzado a interesarse por él. La norteamericana Time daba cuenta de que “es viudo y tiene una linda hija de diecisiete años llamada María Inés”. Según otra publicación, Perón estaba“consagrado a su encantadora hija de dieciocho años llamada Isabelita”.Lo único cierto es que esta supuesta hija era una chica mendocina que Perón había encontrado durante su destino en la Escuela de Alta Montana, y a veces compartían el departamento. Aunque su nombre ha quedado en el olvido, él no la llamaba María Inés ni Isabelita: Ia llamaba Piraña, por la voracidad con que comía.Sin esa joven rondando, Eva pasó allí Ia noche del sábado 22 y todo el domingo 23, y al lunes siguiente llegó a su trabajo en Radio Belgrano en un coche del Ministerio de Guerra conducido por un chofer.Mucho tiempo después, cuando algunos historiadores quisieran evocar ese momento, Perón habría de desdibujarlo: primero diría que había reparado en Eva cuando ella había hablado en una reunión de artistas que iban a

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participar del acto, y después, que le llamó la atención cuando se quedó, una vez terminada otra reunión, para ayudar en los detalles de Ia organización.Lo cierto es que esos contactos, de haber existido, no fueron más que prolegómenos para el encuentro definitivo, y que ese encuentro ocurrió el sábado 22 de enero de 1944.Iban a estar juntos los siguientes ocho años y medio.

(Segunda parte)

Después de aquel encuentro en el Luna Park, durante el acto de solidaridad con las víctimas del terremoto de San Juan, Perón y Eva ya no volverían a separarse. Aunque durante los meses siguientes seguirían manteniendo las apariencias de vivir en casas separadas, después de la primera cita Perón se había mudado al edificio de Eva, en la cuadra del 1500 de la calle Posadas, donde estaba el departamento que Imbert le había conseguido a la actriz, y en los hechos vivían en el que había alquilado Perón.evayperon

Un casamiento por necesidad

Después de aquel encuentro en el Luna Park, durante el acto de solidaridad con las víctimas del terremoto de San Juan, Perón y Eva ya no volverían a separarse.Aunque durante los meses siguientes seguirían manteniendo las apariencias de vivir en casas separadas, después de la primera cita Perón se había mudado al edificio de Eva, en la cuadra del 1500 de la calle Posadas, donde estaba el departamento que Imbert le había conseguido a la actriz, y en los hechos vivían en el que había alquilado Perón. No era muy grande y estaba mal amueblado, pero tenía un placard con abrigos de pieles de nutria y zorro plateado que Eva lucía en sus películas.Poco a poco la pareja empezaba a dejarse ver, a salir en algunas notas de revistas y a mostrarse en público. La imagen que daban era la de un hombre musculoso, con sonrisa de galán de cine y sexualmente atractivo, y la de unamujer menuda, rubia (se había teñido el pelo para hacer la película “La cabalgata del circo” y había mantenido el color), llamativa pero no demasiado hermosa.Perón, en una de las pocas descripciones con algún erotismo que hizo de

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ella, la definió así: “De frágil presencia pero de vigorosa voz, con una larga cabellera que le caía suelta sobre la espalda, y de ojos ardientes”.La vida en común, en los primeros tiempos, tuvo decenas de testigos, y entreellos hubo algunos que pusieron en duda la cantidad de calor que había en la pareja. Arturo Jauretche diría que ni Perón ni Eva estaban dominados por el sexo o enamorados, y que se trataba simplemente de dos voluntades unidas, dos pasiones por el por el poder que se expresaban comunitariamente.Perón ya estaba lanzado de lleno a su carrera política, y en la calle Posadas se sucedían las reuniones con colaboradores, militares en actividad y empleados del ministerio de Guerra. Eva, que componía en la radio el personaje de Sarah Bernhard, llegaba al departamento por la noche y se integraba a los encuentros escuchando en silencio las conversaciones.Aunque nadie los comentaba, todos conocían los chistes de moda. Uno de ellos había aparecido en un semanario y era una caricatura que representaba a Perón y al coronel Imbert. Perón decía: “¿Por qué no me saluda? Los dos hemos servido en el mismo cuerpo”.***Durante 1944 y 1945 Eva vivió junto a Perón todo su ascenso, y en sus memorias él iba a recordarla más como una alumna que como su mujer: “Meseguía como una sombra, me escuchaba con atención, asimilaba mis ideas y las ejercitaba en su mente extraordinariamente ágil, y seguía mis directrices con gran precisión”.Su carrera política tuvo su punto culminante el 17 de octubre de 1945. Ese día decenas de miles de personas, en su mayoría humildes trabajadores, dieron su apoyo al coronel y le permitieron conseguir lo que quería: formar un gabinete propio y ponerle fecha a su llegada a la presidencia.Eva, más como militante que como amante, no fue ajena a esa batalla. En losdías previos, Perón había sido detenido y encerrado en la isla Martín García, en el Río de la Plata, y ella había sido una de las personas que se había movilizado para lograr su liberación.Perón le había mandado una carta desde la cárcel, y en ella por primera vez le proponía casamiento: “Mi adorable tesoro: sólo cuando estamos apartadosde quienes amamos sabemos cuánto les amamos. Desde que te dejé ahí, con el mayor dolor que se pueda imaginar, no he podido sosegar mi desdichado corazón. Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia. (…) Tan pronto salga de aquí nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio…”.En otros párrafos de la misma carta, fechada en la prisión el 14 de octubre, elcoronel había escrito: “Haré lo posible por regresar a Buenos Aires. Si se acepta mi excedencia nos casaremos al día siguiente, y si no ya lo arreglaré

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todo de una forma u otra. Pero sea lo que sea, pondremos fin a tu vulnerable situación”. Y terminaba: “Amor mío, tengo en mi cuarto aquellas pequeñas fotos tuyas y las contemplo todos los días con los ojos húmedos. Que no te pase nada o de lo contrario mi vida habría acabado. Cuidate mucho y no te preocupes por mí, pero quereme mucho porque necesito tu amor más que nunca”.***La decisión de casarse, que en aquellos días aparecía tan firme, se había originado en razones distintas al amor. Perón y Eva estaban bien juntos, conviviendo sin papeles, y quizá así habrían seguido indefinidamente a no ser por los planes para el futuro: él quería ser Presidente, y no hubiera sido posible que un militar argentino llegara al cargo viviendo con una mujer que no era su esposa. Y sobre todo si, como era el caso de Eva, ella tenía una profesión que no se consideraba respetable.En los círculos de poder podía permitírsele al coronel que conviviera con una mujer diciendo que era su hija, pero escondiéndola en el cuarto trasero. Dar el consentimiento para que formara parte de su vida pública, en cambio, era inadmisible para alguien que apostara a una carrera de soldado y de político.Como única manera de resolver esta situación, Perón y Eva decidieron casarse y lo hicieron por civil en Buenos Aires y por iglesia en La Plata.La primera ceremonia se hizo el 22 de octubre de 1945, y a los efectos legales no tuvo ningún valor porque los cónyuges falsearon sus datos personales: Eva la edad (declaró tres años menos) y Perón su estado civil (seanotó como soltero aunque era viudo). Por otra parte, aunque el acta fue preparada por un notario de Junín y fechada en esa ciudad bonaerense, el casamiento se realizó en la casa de la calle Posadas y tampoco se cumplió con el examen prenupcial obligatorio. Los testigos, que convalidaron todos los errores, iban a ser el hermano de Eva, Juan Duarte, y el coronel DomingoMercante.Un mes y medio más tarde, el 9 de diciembre, la ceremonia religiosa se celebró en la iglesia de San Ponciano,en La Plata. Perón, sonriente, vestía su uniforme de coronel, y Eva un sencillo vestido blanco tocado por un sombrero de ala ancha. Juan Duarte fue el padrino de la boda.Así terminaba el “escandaloso concubinato” del poco después presidente de la Nación. El futuro sería vertiginoso y no dejaría tiempo para la luna de miel.***El 31 de diciembre de 1945 el coronel Juan Domingo Perón fue ascendido a

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general de brigada, y el 4 de junio de 1946 asumió como Presidente tras haber ganado las elecciones celebradas el 24 de febrero.Los días entre el casamiento y los comicios fueron de trabajo sin descanso para los recién casados, durante los cuales casi no pudieron tener intimidad. Perón recorría el país en un tren y Eva lo acompañaba. Pasaron juntos el AñoNuevo en Santiago del Estero y después estuvieron en Mendoza, en Córdoba, en Junín y en Rosario. Era la primera vez que una mujer estaba junto a su hombre en una campaña presidencial, y en el interior era tan aclamada como él porque la gente la reconocía como actriz.Una vez terminadas las giras, Perón y su esposa se mudaron al departamentoB del edificio de la calle Posadas, dejando definitivamente libre el departamento A que Imbert le había dado a Eva.Ella comenzó a ocuparse de pequeños detalles de la campaña electoral, se ganó las primeras antipatías del núcleo que rodeaba a su esposo, y sólo asistió a un mitin político sin Perón. Fue una reunión de mujeres que no la dejaron hablar en toda la noche: cada vez que empezaba su discurso, la interrumpía un grito de guerra: “¡Pe-rón, Pe-rón!”.El primer acto oficial al que le tocó asistir fue el del 3 de junio de 1946, la víspera de la asunción de su marido, cuando debió presidir la mesa de los funcionarios salientes en un banquete ofrecido a las delegaciones extranjeras.Ese día, Eva empezó a exigir que oficialmente se la nombrara como “Doña María Eva Duarte de Perón”.***“Evita”, como obstinadamente empezó a llamarla la gente, cambió desde entonces su ritmo de vida.En 1945 había filmado su última película, “La pródiga”, cuyos exteriores se rodaron entre Santa Rosa de Calamuchita y Calmayo, y aunque ese mismo año fue elegida presidenta de la Asociación de Actores, cada vez tuvo menoscontacto con el ambiente artístico.Después de asumir la presidencia, Perón y su esposa se mudaron al Palacio Unzué, en la esquina de avenida Libertador y Austria, y establecieron allí su residencia permanente. Se levantaban a las seis de la mañana (Perón recordaría luego que era una costumbre de cuartel), desayunaban juntos media hora más tarde, y luego Eva era la primera en salir a trabajar rodeada por una custodia de policías en moto.Aunque no tenía cargos formales en el gobierno, colaboraba con su marido ocupándose de la ayuda oficial del Estado. Los primeros tiempos dispuso de oficinas en el cuarto piso del Correo Central y luego decidió mudarse al Ministerio de Trabajo, donde se comportaba como si fuera el ministro.

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Era temperamental y agresiva pero de una lealtad inquebrantable hacia Perón, que la veía con orgullo: “Evita merece una medalla por todo lo que hahecho en pro del trabajo”, dijo una vez, y agregó: “Para mí, ella vale más que cinco ministros juntos”.Eva regresaba a la residencia presidencial a mediodía, donde Perón ya la estaba esperando; almorzaban juntos y después de una siesta que dormían por separado, a la tarde salía a recorrer fábricas, escuelas y barrios pobres.La pareja llevaba una vida ordenada, tan tranquila y apacible como puede serla vida de un Presidente y su esposa.Casi nunca salían de noche si no tenían obligaciones protocolares, y preferían recibir amigos en la residencia, fundamentalmente al presidente de la Cámara de Diputados, Ricardo Guardo, quien llegaba de visita acompañado de su mujer Lillian Lagomarsino. El propio Perón bajaba a la calle para abrirles la puerta del auto.En el Palacio Unzué, en pleno corazón de Recoleta, el matrimonio tenía tres perros caniches, dos ciervos, dos gacelas y un mirlo amaestrado que se subíaal hombro del general. Había más animales en la casa de fin de semana, una quinta en San Vicente: además de los perros y algunos caballos, tenían allí quince avestruces, ocho cigüeñas, dos flamencos, cinco llamas y once chajás. Ese era el lugar que más le gustaba a Eva. Vestía pantalones y cocinaba empanadas mientras Perón, con bombachas de campo y botas, hacía asados para los invitados que llegaban.Esas comidas de fin de semana fueron la única conspiración contra la silueta de Eva, quien debió preocuparse de su peso. Una dieta rigurosa y el frenéticoritmo de su vida hicieron que pudiera mantener una figura delgada y esbelta.***Aunque la pareja nunca pareció consumirse en el fuego del sexo y de la pasión, entre ellos había una relación hacia adentro y otra distinta hacia afuera. Perón interrumpía con frecuencia sus actos y sus discursos para besara Eva, y la multitud deliraba en medio de un regocijo hipnótico.Fue un periodista extranjero quien lo advirtió más claramente. En un artículopublicado en la revista New Yorker y titulado “Love, love, love”, Philip Hamburger escribió: “El clásico romance de revista sensacionalista de nuestros días puede muy bien convertirse en ‘Las fabulosas aventuras de Juan y Eva Perón’ o ‘El amor todo lo puede”.Y también: “El amor hace girar a Juan y Eva Perón. Toda su actuación está basada en el amor. Están constantemente, locamente, apasionadamente, nacionalísticamente enamorados. Y así se comportan con las personas, de una manera completamente abierta. Son los amantes perfectos: generosos, amables, siempre considerados y atentos, tanto en los asuntos importantes

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como en los insignificantes. Su amor lo abarca todo y siempre está presente. Se deja caer como un manto blanco sobre los amados, y les proporciona calor y protección además de la oportunidad de un sueño bueno y duradero”.Era cierto: Perón estaba totalmente fascinado con su mujer, y en su presenciase comportaba como un adolescente enamoradizo. Cada vez que ella partía en uno de sus frecuentes viajes al interior; la despedía con una cortesía casi pasada de moda: se inclinaba ceremoniosamente y la besaba en la frente.De ella hacia él, en cambio, la relación era la de una alumna hacia su maestro, pero con agregados místicos: “Dios, que no pudo concebir el cielo sin su Madre, a quien amaba tanto, me perdonará porque yo tampoco puedo concebirlo sin Perón”, escribiría en sus memorias.

(Última parte)

En 1947, Eva haría un largo viaje por Europa sin Perón. Se entrevistaría con Franco, con el Papa Pío XII, con los presidentes de Francia, Portugal y Suiza, y en este último país y antes, durante una corta escala de la comitiva en el principado de Mónaco, despertaría algunas sospechas sobre su fidelidad matrimonial.Concierto de piano para la Primera Dama

Por Jorge Camarasa

perón y evaEn 1947, Eva haría un largo viaje por Europa sin Perón. Se entrevistaría con Franco, con el Papa Pío XII, con los presidentes de Francia,Portugal y Suiza, y en este último país y antes, durante una corta escala de lacomitiva en el principado de Mónaco, despertaría algunas sospechas sobre su fidelidad matrimonial.El domingo 27 de julio de 1947, Eva y la comitiva que la acompañaba en el viaje llegaron a Montecarlo. Entre sus acompañantes estaban su hermano Juan Duarte, su dama de compañía, Lillian Lagomarsino de Guardo; sus modistas Asunta y Juanita, tres edecanes militares y el hombre que se hacía cargo de los gastos de esa corte en tránsito: Alberto Dodero.Dodero era un empresario naviero poderoso y cercano al poder, y había corrido con los costos de la gira tomándolos como una inversión. Sus relaciones en Europa habían abierto puertas insospechadas para Eva, y en la

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Costa Azul las cosas no tendrían por qué ser distintas.Aunque la comitiva se había alojado en el modesto hotel Beach, Dodero se había encontrado con sus amigos millonarios, y entre ellos con un greco-argentino a quien había ayudado en sus primeros pasos en Buenos Aires: Aristóteles Onassis.Ari estaba en Mónaco con su esposa Tina, y se alegró de saber que Eva, a quien había conocido en la Argentina, también estaba allí. En 1946 se habíanencontrado en una casa uruguaya de Dodero, y había sido la única vez que sehabían visto. La coincidencia en Montecarlo, entonces, parece haber despertado las fantasías del armador.Lo que pasó entre ellos sigue siendo un secreto, y la única versión es la que ofreció el propio Onassis: le pidió a Dodero tener un encuentro privado con la Primera Dama, y Eva —según él— accedió. “Fueron los huevos revueltos más caros que comí en mi vida, y los había probado mejores”, contó después, enigmáticamente, a su amigo John Meyer.Aunque la relación nunca fue probada, despertó un coro unánime de desmentidas voluntariosas. No pasaría lo mismo con otra presunta infidelidad que Eva tendría unos días más tarde, tal vez porque en este caso las sospechas de veracidad eran mayores.

***

Después de la Costa Azul, Eva y su comitiva viajaron a Suiza. Atravesaron Ginebra, recorrieron Berna y visitaron los Alpes y las fábricas de relojes, y el8 de agosto llegarona Zurich, donde se alojaron en el hotel Baur-au-Lac.Peter Kreuder era un pianista alemán que había tocado en la embajada argentina en Berna durante la fiesta de recepción a Eva. En sus memorias, “Sólo las muñecas no lloran”, contaría así su encuentro con la esposa de Perón:«Estábamos solos ella y yo. Se sentó a mi lado en el taburete y me cantó conuna voz aguda una antigua canción popular argentina. Se me venía más y más cerca con su boca, hasta que me besó y me acarició el pelo. Entonces yopensé: ‘Qué señora de un presidente…? Se trata sólo de una mujer…´”.Al día siguiente hubo un segundo encuentro en el Baur-au-Lac, donde “por la tarde se despediría de sus amigos y por la noche de mí”. Kreuder describe a Eva como una mujer con “un cuerpo de niña, un cuerpo que uno no sabe sitiene que pedirlo o amarlo hasta el fin. Uncuerpo que parece sumergido en oro claro, piel brillante y un cabello rubio y liviano”.Cuatro años después de aquel encuentro en Suiza, Kreuder fue invitado por Presidencia de la Nación y viajó a Buenos Aires. Un decreto lo designó

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director de la Orquesta Filarmónica Nacional, ofreció conciertos populares de música clásica y escribió música de películas, y fue condecorado con la medalla a la Lealtad Peronista.Hasta 1954 vivió en Acasusso. Sobre esa etapa de su vida, escribió: “Había algo que me ataba a la Argentina: esa atadura era Evita Perón. Ella era una vida natural y elemental como el fuego, como el aire, el agua y la tierra. Ella amaba naturalmente, como respiraba. Era puta y santa a la vez”.

***

Pero si es posible rastrear un partenaire de Eva antes y durante su matrimonio, con Perón la situación se hace más confusa. En principio, porque no fueron muchas las mujeres que se le conocieron.La predilección de Perón por compañeras más jóvenes fue una de las constantes en su vida sentimental. Cuando conoció a su primera esposa, Aurelia Tizón, ella tenía diecisiete años, y él, treinta y uno. A la adolescenteque llamaba hija, con la que convivió hasta fines de 1943, le llevaba no menos de treinta años. A Eva le llevaba veinticuatro y a Isabel Martínez, treinta y seis.Y sin embargo, Perón nunca tuvo hijos y eso aumentó el rumor de que era estéril. Dos anécdotas, entre otras, no alcanzan para demostrar lo contrario.La primera cuenta que él mismo, después de haber conocido a Isabel, quien iba a ser su tercera mujer, tuvo la sospecha de que en 1940, mientras estaba en Europa, podría haber dejado embarazada a una actriz italiana con la que habría convivido algunos meses.Durante su exilio en España, veinte años después, las dudas volvieron a aparecer y envió a un hombre de su confianza, el financista Jorge Antonio, a que hiciera las averiguaciones necesarias. Dos meses más tarde, tras una investigación que lo llevó de Roma a Milán y de allí a Florencia, Antonio regresó a Perón con las manos vacías: ni rastros de Giuliana dei Fiori, la actriz, ni de su supuesto hijo.La otra historia se conoció en febrero de 1993, por boca de su última esposa.En una reunión con periodistas, Isabel Martínez dijo que había estado dos veces embarazada de Perón. “Los embarazos”, contó, “fueron en 1957 y 1958, y uno de ellos era de un varoncito”. Al parecer, las dos gestaciones se interrumpieron por causas naturales, pero lo extraño es que ninguno de los allegados a la pareja en esos años de exilio madrileño recuerda a Isabel encinta.Volviendo a Eva, si bien es cierto que tampoco ella tuvo hijos, su explicación de la ausencia está expresada ensu autobiografía: “Mis hijos son

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los pobres, los ancianos y los abandonados de la Argentina”. Y Perón, según ella,era el padre de todos.

***

Las primeras evidencias de la enfermedad de Eva sehicieron notar en los primeros días de 1950. Hasta entonces, una imaginaria historia clínica sólo hubiera registrado una fugaz y nunca explicada internación en los primeros meses de 1943, y otra situación similar en septiembrede 1944, nueve meses después de haber conocido a Perón, que dio pie a rumores de un aborto.En enero de 1950, Eva fue operada de una apendicitis aguda y el equipo de cirujanos advirtió el cáncer de matriz que la condenaba a muerte. Perón, que fue informado por los médicos, para no dejarla sola había trasladado su despacho al Instituto Argentino del Diagnóstico, donde su esposa estaba internada, y atendía desde allí los asuntos más urgentes del gobierno.Durante los dos años siguientes no hubo manera de convencer a la mujer de que estaba enferma. Se negaba a aceptarlo, creía que la querían desplazar de la actividad política, y seguía trabajando como hasta entonces. Se había vuelto irritable y ni su esposo, al que devocionaba como a un maestro, conseguía hacerla trabajar menos.En noviembre de 1951, en vísperas de las elecciones que reelegirían a Perón como presidente, Eva volvió a ser operada. La anemia ya le había afilado losrasgos y hundido los ojos, y se la trataba con transfusiones y reposo obligatorio. En octubre la habían anestesiado para que la revisara en secreto el cancerólogo norteamericano George Pack, y el diagnóstico del médico coincidiría con el de sus colegas argentinos: el cáncer era terminal.El 7 de mayo de 1952, mientras cumplía treinta y tres años aunque celebrabatreinta, un grupo de diputados presentaba un proyecto para levantarle un monumento en el centro de Buenos Aires y Perón, a sus espaldas, ya había contratado un especialista para que embalsamara su cuerpo.Empezaban a velarla en vida.El 26 de julio de 1952, a la mañana, Eva dijo a una de sus enfermeras: “Nunca me sentí feliz, y por eso me fui de casa. Mi madre me habría casado con cualquier persona vulgar, y jamás lo habría soportado. Una mujer decente tiene que ir adelante en la vida”.Fueron sus últimas palabras. A las 20:25, esa noche, murió junto al hombre que había amado. En el caso de Perón, era la segunda vez que veía a una esposa muerta de cáncer. Potota Tizón lo había tenido en el útero, y Eva en la matriz.Ninguna de las dos le había dado hijos.