Historia y Antropología en Ciencias Sociales

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    LLULL, Vol. 4, 1981, 21-33

    HISTORIA Y ANTROPOLOGIADE LA DIVISION CONVENCIONAL

    DE LAS CIENCIAS SOCIALES

    BARTOLOME CLAVERO"Debe optar la antropologa entre ser

    historia o no ser nada".F. W . Maitland."Debe optar la historia entre ser antropologa

    o no ser nada".E. E. Evans-Pritchard.

    1. La multiplicacin de las llamadas ciencias sociales constituye unmotivo evidente de preocupacin, no slo para los epistemlogos si talespecie realmente goza de vida natural ndependiente, sino tam bin parasus propios profesionales ms in .clinados a la reflexin metodolgica,subespecie que, si no la naturaleza, ciertamente la cultura produce. Entrestos la preocupacin quiere usualmente traducirse en un impulso inter-disciplinar o de concurso entre e specialidades cuyas hbridas criaturas nosuelen resultar luego fecundas; ms por ello que su actual intercurso, talvez convenga que se atendiese el origen de las especies: la misma historiamediante la que hoy nos encontramos, para el objeto social, con talcopia de autnomos saberes de difcil explicacin o de im posible legiti-macin al menos cuando historia, sociologa, economa, antropolo-ga... o tambin ya la geografia, conectndose, con ecologa o sin ella, alas ciencias mejor dichas tienden precisamente a ocuparse de la socie-dad en su integridad, y cuando en todo caso los mtodos que PuedanIlegar a caracterizarlos, si pretenden definirse ms all de una com nactuacin crtica de fijacin puntual y de integracin explicativ.a de datosepisdicos y de cuadros estructurales, parecen sencillamente derivar detradiciones o usos escolsticos, y de unos usos y tradiciones en diversaforma hipotecados, como fac tor a la postre eminentemente diferenciador,por otras cond iciones sociales que las propiamente cientficas.

    Entre las especies de objeto institucional, que se ocupan, esto es, dela dimensin "constitutiva del orden social en sus aspectos polticos yfamiliares, de dominio y de trfico..., y de las formas de establecimientoy conservacin de este mismo orden, la primaca a su vez institucionalpuede desde luego corresponderle a una historia del derecho acadmica-

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    22. CLAVEROmente consagrada a lo ancho de Europa durante el pasado siglo; a unahistoria que, precisamente por imposicin ideolgica de su propio objetoen las facultades de Derecho, donde nada casualmente por lo regularanid, vino a conformarse, ms que por necesidades realmente cientficasde conocimiento del orden social pretrito, por intereses ms actuales delegitimacin y construccin doctrinal del mismo objeto en su composi-cin solapadamente contempornea, bajo unas coordenadas polticas deestado y econmicas de mercado cuyo espectro esta historia institucionalno slo proyectara a lo largo de todo su recorrido, sino que, ms a n,impondra como directriz cardinal de todo orden social reconocible yconsiderable por la propia ciencia de la historia'.

    Junto a tal historia, pero justamente marginados, podran desdeluego perfilarse otros proyectos ms propiamente cientficos de conoci-miento de rdenes sociales, y particularmente de los no europeos quems ajenos resultaban a dicha operacin cultural; podran irse configu-rando otras especialidades de la ciencia social de objeto institucionalentre las que, a estos efectos, por permanecer ms fcilmente las restan-tes en dicha misma rbita intelectual, habra sobre todo de significarse laque, con su propia investigacin emprica, vino a transformar el trminotradicional de antropologa, bien que identificndose igualmente bajootras denominaciones; la que, de cualquier forma, se manifest comouna actividad verdaderamente capaz de comunicarse con otros rdenessociales o con otros sistemas institucionales y de someterlos a su consi-deracin y anlisis. Como mellizas realmente monocigticas, pero nosiamesas y de ah en este caso el problema, la historia y la antropo-loga institucionales, reconocida la una y desheredada en principio laotra, son ciertamente criaturas, no de una ciega naturaleza, sino de unams interesada cultura.

    La constitucin ms paulatina en la poca contempornea de unaantropologa positiva o no filsfica, no resulta desde luego ajena a cier-tas determinaciones sociales o menos cientficas, en su caso por los inte-reses colonialistas de conocimiento en su propia diversidad de otras cul-turas o sistemas institucionales, o por los anlogos del expansionismo dela sociedad fundada en el mercado y en el estado frente a sectores mstradicionales de sus propios pases; pero esta hipoteca, precisamente, yapoda por s misma comprometerle mejor en la consecucin sustantiva dealguna ciencia socia12.

    Incidiendo sobre anlogas cuestiones, bien que desde perspectivasnetamente contrapuestas, no puede decirse que una historia y una antro-pologa institucionales se hayan realmente conformado mediante algunadelimitacin de competencias que refleje una distincin de objetos;

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    D I V IS I O N C O N V E N C I O N A L D E L A S C IE N C I A S S O C I A L E S3ambas vendran a ocuparse del mismo objeto social, derivando m s biensu diferencia de las distintas culturas concretas de su respectiva conside-racin, con los diversos tipos de fuentes o posibilidades de conocimientoofrecidos en uno y otro caso. "En s misma la antropologa no tieneobjeto propio, se constituye a partir de su mtodo", pudiendo parecer ensus orgenes una especie de "historia del derecho comparado", esto es,de la misma historia institucional de las facultades jurdicas pero tras-cendiendo desde sus propios supuestos sus coordenadas ideolgicas,teniendo con ello a su alcance la consideracin de una prob lemtica msradical o de ms profundo calado, ideolgicamente entonces a su vezexpresada en la cuestin de "los orgenes" de instituciones como "lapropiedad", "la familia" o "el estado", que, en todo caso, la ms condi-cionada historia del derecho acadmico haba por su parte de asumircom o sujetos preconstituidos de su propia exposicin, como institucionespertenecientes ms a la naturaleza de su objeto social que producidaspor su h istoria y sometibles, por tanto, a su ciencia3.

    No debe por todo ello extrariar que, entre las crticas fundadas alsucedneo de 'ciencia que poda entonces ciertamente representar la his-toria del Derecho, compareciera la procedente de una perspectiva sus-tancialmente antropolgica; as, desde la investigacin de la diferenciainstitucional de las sociedades no europeas, poda justamente impugnarsela misma pretensin de naturaleza significada por el orden europeo yespecialmente manifiesta en la disciplina que desde l poda concebirsecomo historia institucional, o como historia del mismo orden social ensu posicin de normalidad universal, lo que sobre todo poda resultarrelevante respecto a su periodo antiguo o a la presuncin de sus "orge-nes" en el Derecho romano, tanto por la significacin de este captulodentro de la misma ideologa jurdica como por lo que entonces podaentenderse de mayor semejanza o cercana al objeto "primitivo" de laantropologa4.

    Entre los siglos XIX y XX , los encuentros crticos ciertamente exis-tieron, pero durante esta poca de verdadera crisis de la historia institu-cional, ello no se condujo en caso a lguno con el em perio colectivo o conlas constancias individuales suficientes com o para posibilitar en concretouna convergencia entre la antropologa y la historia que, recomponiendosu objeto realmente com n, complementando sus respectivas fuentes eintegrando mtodos y perspectivas, estableciendo un horizonte menosinteresado o ideolgicam ente menos hipotecados, hubiera podido fundaro habilitar una ciencia a parte entera de las estructuras sociales y de susformas de creacin, reproduccin y cambio. Su misma posibilidad, pesea todos los ensuerios de la sociologa, pese a los esfuerzos de la crtica dela economa poltica, no se hallaba todava propiamente planteada5.

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    24. CLAVERO2. Pero tanto la antropologa como la historia institucional, aun-que todava la profesionalmente menos jurdica, no han dejado ulterior-

    mente de ensayar algunos pasos en la referida direccin metodolgica,aunque a veces todavia tambin en solitario. La antropologa, por suparte, ha devenido ante todo ms consciente de aquellas implicacionesepistemolgicas presentes desde su misma gestacin, erigiendo en uno desus rasgos hoy ms caracteristicos el de su posicin de aquel problemaesencial o primario que en la historia del Derecho clsico, con sus pro-yecciones ideolgicas y sus fun ciones doctrinales, ni siquiera caba plan-tear: el problema, diferenciado para cada tipo o especie de sociedad, dela identificacin y de la comprensin de las prcticas y de las mentalida-des de alcance realmente estructural, cognoscibles adems, en su mayorpenuria documental, las unas mediante las otras, o reproducibles en sumisma imbricacin social. Con todo, la antropologa ha podido venirjustamente a representar, en el seno de las llamadas ciencias sociales, elmedio ms expedito para la captacin de racionalidades o la concepcinde sistemas ajenos al investigador, para el conocimiento de paradigmassociales diversos al occidental contem porneo, que sigue en cambio seve-ramente pesando sobre el resto de dichas ciencias y sobre sus especiali-dades histricas muy en particular6.

    De ahl, al menos, el potencial alcance de una confrontacin entrehistoria y antropologia que no se limite a cuestiones metodolgicas mssuperficiales, caractersticas tambin de esta segunda desde que hadebido desarrollarse respecto a las sociedades peor docum entadas, comola de las posibilidades de la reconstruccin histrica en culturas sustan-cialmente grafas o como la de las virtualidades del estudio etnolgicoen medios similares de la propia sociedad occidental; el alcance de unaconfrontacin que, precisamente, pueda dirigirse a la ubicacin de lamisma racionalidad o del paradigma europeo entre otros paradigmas,comprendidos entre stos potencialmente, como previsin ya no repug-nante a los supuestos de su investigacin, los de otros periodos h istricosdel propio pasado. No puede realmente decirse que esta cuestin radicalresulte tan slo concebible o sustanciable desde el campo exclusivo de laantropologa 7 , pero ciertam ente, desde ste es ms fcil que pueda hoy lamisma plantearse.

    Y de hecho se ha planteado, incluso para periodos histricos mscercanos al de la edad antigua, de ms tradicional aplicacin de unossupuestos antropolgicos que ya de por s pueden desde luego presentarsu inters para la historia institucional, incidindose ya ms capacitada-mente en la concepcin de la alteridad social de un Derecho romanoque, de otra forma, sigue todava prestando los servicios ideolgicos ms

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    D I V IS I O N C O N V E N C I O N A L D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S5sustanciosos a la proyeccin universal de la racionalidad europea con-tempornea s . Aun con todo esto, dicha aplicacin, extendida a periodosms cercanos, puede resultar a n de mayor inters a la propia historia,por cuanto, a los efectos epistemolgicos del caso, ello habr de redun-dar en un ms justo confinamiento de dicha racionalidad contemporneaen sus coordenadas histricas y sociales.Respecto, as, a la poca feudal clsica, la confrontacin no puededecirse que no est ya precisam ente planteada por los imperativos meto -dol gicos que venimos reseriando 9 , y no slo la misma se encuentra yapresente pa ra alguna terica epistemologa de la historia europea m edie-val, sino que, de alguna forma, ya ha empezado incluso a actuarse, tra-ducindose en una confluencia que sobre todo quiere beneficiar a laciencia histrica. As, significadamente, en el seno adems de una tradi-cin historiogrfica que ha podido ser acusada preisamente de ingenui-dad antropolgica pero que, pese a prematuras necrologlas, conservauna notable sensibilidad par cualquier proyecto transdisciplinar bajosupuestos justamente unitarios de la ciencia social, cabe serialar elempeo actual en tal direccin de historiadores como Georges Duby ocomo Jacques Le Goff, con iniciativas adems conjuntas de reuninentre antroplogos e historiadores donde stos resultan prcticamente

    sometidos al exam en de aqullos".Ha podido ciertamente criticarse este gnero de empresas por su usotodava vacilante del bagaje conceptual de la antrpologa, bien quevalorndose la significacin que ya de por s alcanza, para un mejorestudio de la poca feuda l, la m era sustitucin de las categoras jurdicasdel racionalismo europeo, con su proyeccin en trminos romanos ysupuesta continuidad histrica consiguiente, por las ms funcionales ymenos cargadas ideolgicamente de la ciencia antropolgica, con base,desde luego, en las mismas com posiciones medievales: alianza en vez dematrimonio, parentela en vez de familia, linaje en vez de afiliacin, etc.,y todo el cambio de perspectivas y apertura de posibilidades analticasque ello ya puede conllevar"; mas conviene no esm erarse en la crtica dela historia desde la antropologa, la cual puede ofrecer a estos efectosms una orientacin metodolgica que un bagaje conceptual ya for-mado, correspondiendo desde luego a la historia la reconstruccin espe-cfica de los paradigmas sociales que investiga.La misma exigencia de que la historia construya diferenciadamente

    sus propias "economa" y "sicologa" su propia antropologa con-forme a las particularidades de su objeto social ha podido antojarseexcesiva a alguno de sus maestros", pero es una necesidad m etodolgica,al fin y al cabo, de la que ninguna otra ciencia, si ella quiere realmente

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    26. CLAVEROserlo, puede excusarla. Bueno ser que la familia se vaya reconciliando,aunque no se llegue todava a la unin incestuosa que en este caso, auncon estos disculpables escrpulos, ciertamente resultara de lo msfecunda.

    Pero, segn desde un primer momento advertimos, no nos interesaaqu la consideracn del estado de dicha confluencia entre historia yantropologa, sino su mismo curso histrico, bien que con todo reciente,en lo que pueda adems tener de metodolgicamente significativo; porello debe convenir sobre todo la advertencia de la misma limitacin dedicho planteamiento ya decidido de aplicacin antropolgica de la inves-tigacin histrica: la sociedad feudal puede ya sumarse, junto a la anti-gua, al catlogo de sociedades otras que analizar con categoras sustan-cialmente diversas a las actuales, pero todava stas pueden con todomantener una notable elasticidad o un amplio margen de proyeccin enla misma historia que no se corresponde con sus propias coordenadassociales: en una parte de esta historia que puede todava desemperiar lafuncin ideolgica que tradicionalmente corresponda sobre todo a lahistoria clsica antigua, ya invalidada a este propsito por la mismainfeccin antropolgica".

    Sintomticamente, cuando el propio Duby estudia la prcticasmatrimoniales medievales, concentra resueltamente la virtud reconstruc-tiva y explicativa del planteamiento antropolgico en los usos feudalesanteriores a la canonizacin de la materia que regir el orden familiareuropeo durante los siglos bajomedievales y modernos' 5 ; no parece sinoque, para este periodo ulterior, ya no correspondieran tan claramentedichas perspectivas; ya no procediera la posicin de alteridad respecto asu objeto del investigador; ya pudiera operarse mediante un ms simplereconocimiento de sus propias categoras en los mismos supuestos de laindagacin; ya pudiera, en fin, prescindirse de la problemtica metodo-lgica representada, con su preservativo ideolgico, por la antropologa.

    Aun la misma confluencia ya producida, o ms bien en curso, entrela antropologa y la historia se acta con efectos metodolgicos un tantoreducidos o de escasa capacidad de incidencia en la propia cuestin epis-temolgica de la historia institucional, por cuanto que, aun ya no cier-tamente recluida en pocas o sociedades "primitivas", sigue particular-mente aplicndose a los momentos histricos ms diferenciados, o a lossectores sociales igualmente ms apartados, como conveniencia, mstodava que de algn imperativo cientfico de general validez, de un mslimitado requerimiento del estudio de sociedades todava parangonablescon las que tradicionalmente constituyen el objeto de la disciplina antro-

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    DIVISION CONVENCIONAL DE LAS CIENCIAS SOCIALES7polgica de menor ambicin cientfica; o por cuanto que, con todo, laantropologa a lo ms se configura como otra especie de "ciencia auxi-liar" de una historia que no cede la direccin de sus destinos". Laantropologa, aun refluyendo hacia su tierra natal, aun ya apercibida deque el otro no resulta tan ajeno como por su mismo nacimiento se pre-suma", puede todava perm anecer en una posicin bien m odesta para loque al desarrollo de una ciencia histrica propiamente dicha pudierainteresar.

    3. El tema puede plantearse en estos trminos: si existe una antro-pologa de la sociedad occidental contempornea, en el sentido decorrespondiente a ella y no en el de creada como tal o producida endicha forma por la m isma; si existe tambin, implcitamente, tal antropo-loga por cuya virtud ha podido gestarse, ante el conjunto de otrassociedades, la antropologa explcita o como tal identificada, ,cundo ybajo qu condiciones la misma se ha formado, y con ella esta mismaconciencia de la alteridad de un resto indistinto de sociedades? :,A qucoordenadas histricas realmente pertenece y dentro de qu lmites, portanto, debe operar definitivamente el paradigma de sus categoras?

    Tema que, convendr saber, ha sido ya afrontado de alg n modopor los mismos antroplogos, habindose concebido en casos justamentecomo una antropologa entre otras, y como la antropologa ciertamentems distinta o diferenciada de toda la historia, sta caracterstica de laEuropa contempornea: la antropologa, en sus trminos ms genricos,del homo oeconomicus; la antropologa especialmente representada, consus puestos institucionales de estado y de mercado, y con su correspon-diente conexin con el racionalismo jurdico, por la economa polticaque puede venir prefigurndose durante la baja edad moderna, pero que.slo se impone con las revoluciones liberales contemporneas"; sta es,justsimamente, la antropologa de la sociedad occidental estrictamentecontempornea, imprescindible por ello, ms all de toda su composi-cin ideolgica de proyeccin universal o precisamente con ella pero nomediante ella, para un anlisis cientfico de la misma; tan impresc indiblea estos efectos como perfecta y obligadamente prescindible a otros, com-prendida la investigacin de su propia historia. Esta es aquella antropo-loga q ue, no confesando su nom bre, ha logrado ciertamente proyectarsepor doquier, erigindose en la historia como gnero de norma frente a laantropologa com o especie de curiosidad; he aqu, en fin, el discreto pro-genitor de las criaturas, tanto de la familiaridad especular de la historiacomo del exotismo no m enos espejstico de la antropologa.

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    28. CLAVEROHe aqui, con todo, el problema, al menos en lo que puede ms cer-

    canamente interesar a la presumible vocacin cientfica de los historiado-res; la antropologia que no confiesa su nombre el paradigma corres-pondiente a la sociedad de estado y de mercado contemporneas hareducido su dilatacin o su invasin ideolgica de la historia, pero noacaba de contraerse conceptualmente a su propio campo, si, de unaparte, el fermento metodolgico de la antropologa slo pesa en algunascorrientes, bien que ya acreditadas, de la historia antigua y medieval msremota, su presencia, de otra, en el estudio de la edad moderna europeaque mejor pudiera conseguir tan deseable confinamiento, resulta todavaen bastante mayor medida incipiente, o prcticamente a n irrelevante,aunque tambin ya sugerida por historiadores y antroplogos de cr-dito` 9 . La cuestin, con todo, est al menos en el tapete, anotndose enla agenda de los historiadores peor acomodados en la actual divisin delas imposibles, por plurales, ciencias llamadas sociales, aunque buenaparte de la profesin histrica siga por supuesto producindose conmayor despreocupacin, como si no hubiera para ella ms metodologaque la que sirve a la degustacin, alirio y digestin de material indito,ni, como postre, ms teora que, cierto marxismo tambin mediante yefectivamente postrero, la de una filosofa de la historia que tampocosuele confesar su nombre".j,Qu hemos, as y con todo, progresado respecto a aquel primeramago de confluencia entre historia y antropologa de hace ya un siglo?Bastante, a mi entender; o, ms que progresar alg n acercamiento, hacambiado a mejor su mismo planteamiento. Por una parte, ahora lapropia cuestin se encuentra evidentemente considerada en centros bienrepresentativos del oficio, y no, como anteriormente ocurriera, tan sloen crculos, ms o menos esforzados, pero marginales al gremio. Yaprcticamente establecido, si quiere concederse, para el estudio de laspocas antigua y altomedieval, o slo desde luego tmidamente introdu-cido para el de los periodos bajomedieval y sobre todo moderno, entodo caso el motivo antropolgico se presenta ahora en sociedad conunos padrinazgos que parecen absolverle de toda tacha, incluida porsupuesto la de sus orgenes poco acadmicos, y augurarle un porvenir notan fallido, al menos en el seno de la propia profesin o del mismo ofi-cio y gremio.

    Mas no es sta, todava, aun con la valoracin ms positiva de lasmodas acadmicas, la diferencia ms relevante que merece ser consig-nada entre el primer encuentro de la historia con la antropologa y elque actualmente se halla en curso. No slo se trata de que ahora, y noantes, esto se considere con una mayor seriedad y en medios bastante

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    D I V IS I O N C O N V E N C I O N A L D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S9ms solventes; se trata tambin, o sobre todo, de que, por otra parte,ahora, y no ontonces, tal encuentro parece proyectarse de una forma quepudiera encerrar unas posibilidades de cierto inters para la propia cons.-titucin de la historia. en ciencia social; posibilidades que, es de suponer,no sern ajenas a dicho mismo fenmeno de recepcin de la idea ensociedad.Para poder apreciarse mejor este extremo, convendr que serecuerde el resultado de aquel primer encuentro de historia y antropolo-gia, una vez que, por el mismo curso posterior de las cosas, ha de resul-tar desde luego evidente que no contribuy a la afirmacin cientfica dela una o de la otra; o ms bien, al menos en cuanto a su posible con-

    fluencia o a su deseada colaboracin, lo contrario fue lo que ocurri.Anteriormente, desde la segunda mitad del siglo pasado y con secuelasque llegan hasta hoy, la presencia de la antropologa en el campo hist-rico ha venido por regla general a resolverse en una especie de imagina-tiva prehistoria de cierta presuncin poltica, por cuanto que entendasocavar los cimientos ideolgicos de la misma disciplina histrica, y deuna no menos cierta pobreza efectiva aun en este mismo terreno, porcuanto que de hecho poda reforzarlos al ofrecerle a la propia historia,con sus orgenes y sus postrimeras, una forma de liberacin del com-promiso cientfico de rendir la debida cuenta y ejercer el no menosdebido control de sus categoras bsicas: "la propiedad", "la familia" o"el estado", por volver a sus mismos tpicos, podan imperar pacfica-mente entre los historiadores en la misma medida quiz que la imagina-

    . cin primitiva de sus m ulos de inspiracin antropolgica pretenda ajus-tarles las cuentas; la una y la otra no eran, en todo caso, composicionescontradictorias e impermeables: la antropologa sustantiva de una deter-minada especie de sociedad propiedad y familia privadas, estadopoltico... se figuraba igualmente, desde la una tanto como desde laotra potencindose mutuamente, como patrimonio, no de una concretacontemporaneidad, sino de toda la historia de una particular civilizacinde signo siempre expansivo; como siempre, la regla de la historia frente ala excepcin representada por la antropologa21 .

    El primitivismo de su objeto profesional, ms que la insolvencia delmtodo entre los historiadores aficionados a este recurso, pudo com-prometer en tal operacin a la misma antropologa, con toda su msgenuina constitucin en un sentido o con unos objetivos exactamentecontrarios; ahora, la misma superacin de dicho primitivismo, ya cons-ciente y decidida entre algunos historiadores y antroplogos bien autori-zados, puede, precisamente, abrir el horizonte cientfico que all, ideol-gicamente, se cerrara. Ahora, propiamente, e incluso en momentos de

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    30. CLAVEROintroduccin de la antropologa para el estudio de las pocas ms remo-tas de la Europa antigua y altomedieval, la cuestin ser la inversa: laantropologa ya no acude equvocamente de hecho a reforzar la susodi-cha figura ideolgica de la historia, sino que, y ya sin ingenuidad, puedevenir realmente a minarla, abriendo la misma posiblidad de una cienciasocial. No faltan todava, desde luego, ejemplos de prehistoria iluminada,o aun de parahistoria alucinada, que, bajo este tipo de frmulas, impeni-tentemente cometen el referido fraude ideolgico, o siguen manifestn-dose impotentes para la consumacin, ciertamente laboriosa, de unasrelaciones entre especies artificiales como la historia y la antropologa opara la gestacin de alguna ciencia no menos natural por ser social";todo ello, desde luego, no falta, pero no puede por esto abandonarse lasospecha de que, en casos como los que se han reseriado, la virtualidadmetodolgica de la presencia de la antropologa en el campo de la histo-ria comienza a producirse, y sin necesidad de predicaciones y aspavientosretricos, en la direccin de recluirse en su medio social la racionalidadpropia de la sociedad occidental contempornea que constituye el verda-dero origen de todo el entuerto.

    Ahora, en fin, si se nol permite iniciar la conclusin con un ciertooptimismo, ya no se tratara de frmula alguna de colaboracin interdis-ciplinar de distintas ciencias sociales, con sus consabidos equvocos ideo-lgicos y probada esterilidad cientfica, sino de una exigencia de verda-dera unin transdisciplinar entre diversas tradiciones, tanto empricascomo ideolgicas, de investigacin social en la comn persecucin de lanica ciencia que, si quiere rigurosamente serlo, ha de versar sobre unnico objeto, en este caso, para el objeto institucional, la ciencia de lasformas de constitucin y transformacin de las sociedades humanas.Ahora, puede anunciarse la ciencia histrica que, como tal, ofrecera, nopor supuesto el noticiero universal de los acontecimientos pasados, sinoel conocimiento asequible de los elementos constitutivos y'de los agrega-dos revolucionarios de las sociedades pretritas: de las formas distintasde su integracin y de su transformacin, a lo cual la antropologa,representando realmente un terreno de confluencia de ciencias socialescon independencia de sus actuales paradigmas, habra podido cierta-mente aportar la misma disposicin o el mismo programa de captacinde sociedades verdaderamente otras, finalmente ms cercanas, dentro denuestra propia historia, de lo que la misma antropologa ha debido dis-ciplinarmente concebir.

    Se comprende, todava, si se nos permite ariadir la conveniente notapesimista, que ya no pueda tratarse de una simple transfusin de laantropologa a la historia, como tampoco evidentemente de la viceversa,

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    DIVISION CONVENCIONAL DE LAS CIENCIAS SOCIALES1o de alguna sencilla transformacin de la una en la otra cualquiera quesea su direccin. Debe comprenderse, ahora y todava, aquel reparofinal, ante la consecu encia de sus prop ios actos, de quienes han facilitadocon su obra el mismo planteamiento de esta posibilidad de integracinde ciencias sociales o, por mejor decirlo, de verdadera fundacin de unaciencia social que merezc a realmen te su nombre, o el de ciencia histricaal ocuparse del tiempo pasado". Cada sociedad histrica, ciertamente,precisa de sus propias "economa" y "sicologa" su propia antropolo-ga en la medida en que puede representar un sistema realmente dife-renciado, y nada, obviamente, se aporta, sino de nuevo confusin yfraude, con la simple invasin del terreno histrico por categoras y porprcticas requeridas y elaboradas por el anlisis de las sociedades tradi-cionalmente sometidas al mtodo antropolgico: la tarea es nueva y a nno ex iste su licenciatura.

    A lo qu e pueda interesarle, es el historiador as quien deb er hacerseantroplogo, proyectando, con un cambio de mtodo y no de objeto,una ciencia an nonata, ms asequible quz por esta va de partenog-nesis que por el simple ma ridaje, ya sabidam ente infecundo, de historia yantropologa; as, al menos, parece que mejor se achica el lastre ideol-gico de estas especies artificiales de cultura, progresndose mejor, y sinrequerimientos de inmolaciones tan llamativas com o vana s, hacia la pre-cisa unidad de una ciencia social a la que difcilmente de por s, nohabindola conocido en verdad siquiera en sus monocigticos orgenes,dichas especies se movern, o a la que a n ms difcilmente podr con-ducirlas alguna epistemologa ajena a la propia experiencia de su desen-volvimiento como especie.

    NOTAS

    I. Ernst-Wolfgang Bockenforde, Die deutsche verfassungsgeschichtliche Forschung im 19. Jahrhun-dert. Zeitgebunderte Fragestellungen und Leitbilder, Berlin 1961; ms modestamente, para nuestro caso, B.Clavero, "Leyes de la China". Orgenes y ficciones de una historia del Derecho espaol, a publicarse enAnuario de Historia del Derecho Espaol, 1982.

    2. Entre nosotros, ahorrndonos otras diferencias, Josep R. Llobera, La historia de la antropologiacomo un problema epistemolgico (1975), en su Hacia una historia de las ciencias sociales, Barcelona 1980,pp. 15-68.3. Expresiones y supuestos de Maurice GODELIER, Una antropologa de la sociedad capitalista, p.17, en las Actas del I Congreso Espaol de Antropologa (1977), Barcelona 1980, I, pp. 15-31; iEs posiblela antropologa econdmica? (1973), p. 279, en M. Godelier (ed.), Antropologa y Economa (1974), Barce-lona 1976, pp. 279-333.

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    32. CLAVERO4. Para algunos casos, faltando estudios ms generales, Riccardo MOTTA, Antropologia e storiadel diritto in Paul Huvelin: un giusromanista alla corte di Emile Durkheim, en Materiali per una Storia

    della Cultura Giuridica, 9-2, 1979, pp. 399-439; Luigi Capogrossi-Colognesi, Sir Henry Sumner Maine el'Ancient Law, en Quaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno, 10, 1981, pp. 83-147.5. Con una incomprensin que a n se acredita, acentundose, en los mbitos marxistas ms esco-lsticos: Andrea CARANDINI, Le formi di produzione dell'economia politica e le forme di circolazionedell'antropologia economica (1976), en su Archeologia e cultura materiale, Bari 1979; L'A natomia dellascimmia, Turin 1979, predicando de hecho todavia la panacea de la filologa marxista como, en s, cien-cia social.

    6. Leitmotiv, justamente, de M. GODELIER, Racionalidad e irracionalidad en economa (1958-1966), Mjico 1967; y sobre su medio poltico, para prevenir malentendidos ante el desahogo de otrasnotas, J. R. Llobera, un nuevo marxismo o una nueva antropologa?, en su citada Hacia una histo-ria de las ciencias sociales, pp. 181-237.

    7. As, sobre la tendencia que se origina en The Great Transformation (1944) de Karl POLANYI,R. MOTTA, La logica delle istituzioni nella storiografia di Moses I. Finley, en Materiali per una Storiadella Cultura Giuridica, 12-1, 1982, pp. 243-265.

    8. Con recurso a la antropologia, Gennaro FRANCIOSI, Clan gentilizio e strutture monogamiche.Contributto alla storia della famiglia romana, Npoles 1978-1980; L. Capogrossi-Colognesi, La terra inRoma antica. Forme di proprit e rapporti produttivi, Roma 1981.

    9. Alain GUERREAU, Le jeudalisme. Un horizon thorique, Pars 1980, pp. 156-157, aun con sualegria panfletaria que obliga a marcar distancias a su mismo prologuista, precisamente Jacques LeGoff.

    10. Grard MAIRET, Le discours ei l'historique. Essai sur la reprsentation historienne du temps.Pars 1974, respecto particularmente a Lucien Febvre, Fernand Braudel y Emmanuel Le Roy Ladurie,cuyo posterior Montaillou (1975), Madrid 1981, se mantiene en los lmites de la etnologa de menorambicin terica.

    11. G. DUBY y J. LE GOFF (eds.), Famille et parent darts l'Occident mdieval (1974), Roma 1977,constituyendo adems ciertamente la antropologia un motivo fructiferamente recurrente en la investiga-cin histrica de estos autores, por encima incluso de su misma reflexin metodolgica: J. LE GOFF,Vers une antropologie historique (1972-1976), en su Por un autre Moyen Age (1956-1976), Pars 1977, pp.333-420. En nuestra historia medieval, que ya conocia aplicaciones de la antropologa de carcter msprimitivista, plantea ahora semejante operacin J. E. Ruiz Domnec, pero, aparte puros mimetismos, sinresultados an muy consistentes.

    12. Anita GUERREAU-JALABERT, Sur les structures de parent dans l'Europe mdivale, en A nna-les. E. S. c., 36-6, 1981, pp. 1028-1049; y en el mismo ntimero (pp. 1050-1055) no se saben apreciar,desde la historia jurdica, las novedades epistemolgicas de las investigaciones matrimoniales de Duby.13. F. BRAUDEL, Ecrits sur l'histoire (1944-1963), Paris 1969, prlogo de esta edicin (no lo con-tiene la espaola anterior, La historia y las cienci4s sociales, Madrid 1968): la antropologa marcara el

    lmite.14. M. I. FINLEY, Antropologa y Estudios Clsicos (1972), en su Uso y abuso de la historia (1975),

    Barcelona 1977, pp. 156-184; Esclavitud antigua e ideologa moderna (1980), Barcelona 1982.15. G. DUBY, Medieval Marriage. Two Models from 12th-Century France, Londres 1978, y 'con

    ttulo ms literario: Le chevalier, la femme ei le pretre, Paris 1981.16. Entre nosotros, Carlos MARTINEZ SHAW y Manuel SANCHEZ MARTINEZ, Antropologa eHistoria: Hacia una necesaria relacin interdisciplinar, en las citadas Actas del 1 Congreso Espaol de

    Antropologa (1977), I, pp. 443-464, de hecho sobre dichos supuestos aun sin utilizar el trmino de"ciencia auxiliar", al contrario que otras aportaciones de menor valor al mismo congreso sobre dicharelacin.17. Revista Dialectiques, 21, 1977, presentacin del n mero monogrfico Antropologie tous terrains.

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    DIVISION CONVENCIONAL DE LAS CIENCIAS SOCIALES318. Louis DUM ONT, "Homo aequalis". Gnese et panouissement de Fidologie cortomique, Paris1976, en relacin especialmente con su anterior "Homo hierarchicus". Essai sur le systme de castes,P ar is 1967, por lo que, afin ms descr iptivo, pierde expr esividad su ttulo ingls: From Mandeville toMarx. 77ze Genesis and Triumph of Economic Ideology, Chicago 1976.19. Jack GOODY, Joan THIRSK y Edward P. THOM PSON (eds.), Family and Inheritance. Ruralsociety in Western Europe, 1200-1800, C amb ridge 1976, el captulo del ltimo a qui traducido en su Tra-dicin, revuelta y consciencia de clase, Bar celona 1979; coleccin de trabajos de E. P . THOMP SON que,en la equivalente italiana (Societ patrizia e cultura plebea, Turin 1981), ostenta precisamente el subtitulode Saggi di antropologia storica que quiz aqu no se hubiera simplemente entendido. Ta l vez por ello, loapuntaba a n ms t imidamente B. C LAVERO, Historia, Ciencia, Politica del Derecho, pp. 40-42, enQuaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno, 8, 1979, pp. 5-58 .

    20. Perm itase, ya en la sobrem esa y puesto que hemos nombr ado al personaje, una ancdota per-sonal. Inici la revisin del tema con un Origen de la familia en Materiales. Critica de la Cultura, 8 ,1978, pp. 45 -5 3, que no tuvo continuidad po r oposicin de un sector del consejo de redaccin de estaempresa cultural (la faccin que pronto la liquid para fundar la ms milenarista Mientras Tanto), quela juzgaba "falta de antropologa": falta, ciertamente, de la a ntropologia ms extica que a tin puedeanimar un legitimismo ma rxista o su ma terialismo preh istrico. sirva la ancdota al m enos para excu-sarnos del comprom iso de ilustrar, a la a ltura de los tiempos, este extremo.

    21. C omo ya advertia, a lo que Ilegan mis conocimientos, ni la historia de la historiografia ni la dela antropologa se h an interesado propiam ente en este captulo del primer encuentro entre una y otradisciplina, ciertamente irrelevante para sus respectvos desenvolvimientos positivos, pero no tanto para elproblema de sus no tan a jenos estatutos epistemolgicos. Y no se piense que, sustantivamente, el temaslo es patrimonio del marxismo; no slo existi el Ursprung de Engels (1884 ), que por lo dems nohubiera compar tido enteramente el ya desapa recido Mar x (o al menos en su obra entonces indita, bienque en manos del propio Engels, y ms en los Ilamados Gundrisse que en los ethnological notebooksfinalmente editados por L aw rence Kra der, otras posibilidades a ntropolgicas se sugieren), sino tam bin,y apar te casos anteriores ms valiosos, como el ya indicado de H. S. Ma ine, por recordar otros tamb intraducidos por entonces a l castellano, el Tableau des origines et de l'volution de la famille et de la pro-prit (1890) del ms solvente, como h istoriador, Ma xim KOV ALEVSK I, o La genesi e l'evoluzione deldiritto civile secondo le risultante delle scienze antropologiche e storico-sociali (1890) del ms fanta sioso, yno slo como jurista, Giuseppe D'AGUANNO. El estereotipo del marxismo tambin ha servido paradescargar se de responsabilidades, y con ello de competencias, la cultura predomina nte que se presumeajena al mismo; las recupera en parte Paolo GROSSI. Un altro modo di possedere, Miln 1977; entrenosotros, en cambio, desde el mismo estereotipo impemente remozado, todavia puede preferirse (edicindel Centro de Estudios Constitucionales; prlogo de Gregorio Peces Ba rba) la m s Ilana incompetenciafinal: Eusebio FERNA NDEZ , Marxismo y positivismo en el socialismo espaol, Madrid 1981. Y disc l -pese, ms que la extensin de la nota, el incumplimiento del anuncio de e ludirla.

    22. Y ya tambin, segn la moda que solivianta justamente a MA RSHALL SAHLINS, Uso y abusode la biologia (1975), Ma drid 1982, con la renovacin, al fin y al cabo na tural, del componente anima l:Umberto MELOTTI, El hombre, entre la naturaleza y la historia. La dialctica de los orgenes (1979),Barcelona 1981. Se enfrenta aqui a las secuelas de sus versones ms clsicas en el "marxismoprehistrico-abertza le" (su expresin), o en los primitivismos de diverso signo de Vigil y Ba rbero, y delprimer Caro Biroja, Juan ARANZADI, Milenarismo vasco. Edad de oro, etnia y nativismo, Ma drid 1981,pero no sin enredarse, entre la imaginacin de la prehistoria y la a lucinacin de la par ah istoria, en elmismo empefio: la cultura ciertam ente pesa, aunque tam bin, en casos como ste, la politica.

    23. Per o, si no puede finalmente este aspecto evitarse, no se ca iga, para tales reticencias, en impu-taciones polticas tan cmodas como engafiosas (todavia recientemente Josep Fontana despachaba laproblemtica familiar de P hilippe Aris con la noticia de que este historiador simpatiza con la extrem aderecha: toda una leccin de ingenuidad antropolgica); junto al caso citado de Braudel, que ahorarecorda mos, tambin cabra por ejemplo rememo rar las ma nifestaciones de Pierre Vilar en un simposioprecisamente de historia del derecho (1973; actas en Revista de Historia del Derecho, I, 1976; referenciaen p. 291) deplorando, en defensa de la propia historia, la vis atractiva de la antropologa: ignorandoprcticamente su aper tura de horizontes, no slo, que sera bastante, ante otros m bitos culturales, sinotambin respecto a la misma historia europea, que en otro caso pa rece incluso bloquear su futuro en supasado.