Historia Militar de La Guerra de Espana Tomo Primero

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    MANUEL AZNAR

    HISTORIA MILITAR DE LA GUERRA

    DE ESPAA

    TOMO PRIMERO

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    1969

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    A MIS HIJOS MANUEL, JAVIER Y JOS MARA,

    COMBATIENTES DE ESPAA

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    NDICE DEL PRIMER TOMO

    NOTA PREVIA.................................................................................................9

    ANTECEDENTES DE LA GUERRA.............................................................. 12

    CAPTULO PRIMERO................................................................................... 13

    ACCIN Y REACCIN DEL EJRCITO NACIONAL....................................13

    OPERACIONES MILITARES......................................................................... 54

    CAPITULO II..................................................................................................55

    EL ALZAMIENTO DEL EIRCITO Y DE LOS PARTIDOS

    NACIONALES................................................................................................55

    El apoyo del pueblo al Ejrcito. Movilizacin de Falange Espaola.

    La gran preparacin de los carlistas navarros. Una visita a Mussolini. ElGeneral Mola no!brado Gobernador !ilitar de "a!plona.

    "actos y co!pro!isos de Mola con la #o!unin $radicionalista.

    Una carta del General %anjurjo. &enovacin Espaola y 'ccin

    "opular. Melilla se subleva. Le siguen $etu(n #euta y Larac)e.

    *alance de triun+os y +racasos del 'lza!iento en las ciudades

    espaolas. %ecreto viaje del General Franco a Marruecos. Franco

    lanza su consigna de ,Fe ciega en el triun+o-. otas sobre la personalidad

    del joven #audillo. #o!ienza la guerra. "anora!a

    geogr(+ico de Espaa........................................................................................//

    CAPTULO III...............................................................................................107

    SITUACIN ESTRATGICA GENERAL PROBLEMA DE LAS

    COMUNICACIONES EN LA TIERRA, EN EL MAR Y EN EL AIRE.............107

    $raslado del Ejrcito de '+rica a la "en0nsula y constitucin en %evilla y en

    pa!plona de las pri!eras colu!nas. 1bjetivos........................................234

    CAPTULO IV...............................................................................................145

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    MANIOBRAS SOBRE LAS FRONTERAS DE PORTUGAL Y FRANCIA.

    MARCHA HACIA MADRID.......................................................................... 145

    1peraciones de polic0a y de do!inio nacional en el interior de 'ndaluc0a.

    Marc)a de la colu!na de %evilla )acia E5tre!adura. El ejrcito rojo pierde

    las ciudades de Mrida y *adajoz. 6esde las llanuras del Guadal7uivir)asta el valle del $ajo. El general Franco do!ina la +rontera portuguesa y

    asegura las co!unicaciones entre el orte y el %ur de Espaa. Maniobras

    del General Mola sobre la sierra de Guadarra!a y a!enaza contra Madrid.

    Las colu!nas de "a!plona triun+an en el "irineo occidental y se aduean

    de las l0neas +ronterizas con Francia..............................................................28/

    CAPTULO V................................................................................................198

    SOBRE LA FRONTERA FRANCESA..........................................................198

    'u5ilio +rustrado a la guarnicin de %an %ebasti(n. #o!bates en el "irineooccidental. 1rden de !arc)a )acia 9r:n y recti+icacin de la !aniobra.

    En el ca!po de 1yarzun. #on7uista de 9r:n y de %an %ebasti(n por las

    tropas del General Mola. Llegada del Ejrcito nacional a la l0nea del r0o

    6eva.................................................................................................................2;e !aniobran con e5traordinaria agilidad y do!inan la l0nea del $ajo.

    El general &i7uel!e intenta establecer un +rente de+ensivo para cortar el

    avance del Ejrcito del %ur. Las tropas nacionales con7uistan $alavera de

    la &eina. Fuerte contraata7ue rojo. Una colu!na de #aballer0a del

    Ejrcito del orte entra en contacto con el del %ur a travs de la %ierra deGredos. El cerco de Madrid aprieta sus l0neas sobre la capital.

    1peraciones en la provincia de 'vila. #ierre de los pasos )acia %oria....?/2

    CAPTULO VIII.............................................................................................279

    TRES CENTROS AISLADOS DE RESISTENCIA: EL ALCZAR DE

    TOLEDO, OVIEDO, SANTA MARA DE LA CABEZA................................. 279

    El coronel Moscard se subleva en $oledo. El ene!igo le obliga a

    re+ugiarse en el 'lc(zar. %esenta y oc)o d0as de sitio. El )ero0s!oespaol alcanza ci!as incre0bles. Fases y circunstancias especiales del

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    asedio. El d0a ?< de septie!bre varias colu!nas !andadas por el General

    @arela libran a los sitiados y derrotan al Ejrcito !ar5ista en $olero. El

    caso del coronel 'randa en 1viedo. La capital de 'sturias contiene el alud de

    los !ineros 7ue pensaban lanzarse sobre #astilla. #erco y co!bates por la

    posesin de la ciudad. Las colu!nas gallegas al !ando del General Mart0n

    'lonso ro!pen las l0neas rojas y salvan a 1viedo. Epopeya gloria y a!arAgura de los sitiados en el santuario de %anta Mar0a de la #abeza BCanD......?4;

    CAPTULO IX...............................................................................................402

    CONVERSIN DEL FRENTE NACIONAL PARA LA LIBERACIN DE

    TOLEDO Y MANIOBRA DE APROXIMACIN A MADRID.........................402

    El General @arela to!a el !ando del Ejrcito de !aniobra )acia $oledo y

    Madrid. Franco cu!ple su pro!esa de liberar a los sitiados del 'lc(zar.

    Los co!bates de la liberacin. ?4 y ?< de septie!bre de 2;H Marc)a)acia la capital. 1peracin en cuatro +ases ruptura central avance por el

    ala iz7uierda progresos sobre el ala derec)a y !ovi!iento de apro5i!acin

    del dispositivo nacional )asta las orillas del r0o Manzanares........................83?

    CAPTULO X................................................................................................436

    EL ATAQUE FRUSTRADO SOBRE MADRID. - UN ARPN CLAVADO EN

    LOS SUBURBIOS. - LA GUERRA CAMBIA DE SIGNO.............................436

    'salto a la #asa de #a!po cruce del r0o Manzanares y do!inio de la #iudad

    Universitaria. A 'parecen en !asa las *rigadas 9nternacionales. A&enuncia al

    ata7ue +rontal de la capital de Espaa. A &ecti+icaciones de la l0nea del cerco. A

    %ituacin t(ctica inveros0!il. La !isin del General Miaja. A Falta de reservas

    nacionales. A Franco aplaza la solucin. A Los Ejrcitos del orte y del #entro

    siguen !ontando la guardia en la %ierra........................................................8

    CAPTULO XI...............................................................................................459

    FINAL DEL AO 1936. FRANCO GENERALSIMO DE LOS EJRCITOS

    Y JEFE DEL ESTADO. NOTAS SOBRE LA SITUACIN GENERAL....459Los rojos atacan en distintos +rentes a +in de aligerar la presin 7ue los

    nacionales ejercen sobre Madrid. Iueipo de Llano desprovisto de !edios

    !ejora en cuanto puede sus l0neas de 'ndaluc0a. Los rojos tratan de

    des+ondar el +rente de 'ragn pero +racasan en las tres direcciones do

    Jaragoza Kuesca y $eruel. Encarnizados co!bates o+ensivos del Ejrcito

    separatista vasco en las rutas de @itoria. Episodio del pueblo de @illarreal.

    El intento vasco!ar5ista de llegar a @itoria ter!ina en un sangriento desastre.

    El general Franco asu!e la supre!a responsabilidad pol0tica y !ilitar de

    Espaa. &eorganizacin del Ejrcito. &endi!iento de las tropas de'+rica. El Gobierno de @alencia recibe +uertes ayudas e5tranjeras. &usia

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    ejerce el !ando rojo desde agosto de 2;. 'yuda italiana y ale!ana a la

    Espaa nacional al travs de la Legin e5tranjera.........................................8/;

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    NOTA PREVIA

    Antes de que el lector ponga sus ojos en el primer captulo de

    este libro me importa decir lo siguiente:

    He pensado en ocasiones que el ttulo debiera decir Estudio

    militar de la guerra de Espaa o Introduccin a la Historia de la

    guerra espaola; pero la palabra estudio me pareca teida en

    este caso de petulancia crtica; Introduccin a la Historia no se

    acomodaba al contenido de la obra: opt, pues, por titularla

    Historia.

    Creo que no ser intil mi tarea. La he llevado a cabo antes de

    que se hayan organizado los indispensables archivos y me han

    faltado frecuentemente muchos elementos de juicio. Atribuya el

    lector a esta circunstancia las lagunas inevitables. Cuando me he

    encontrado sin datos autnticos, o no me han inspirado suficiente

    confianza los que posea, he preferido abstenerme.

    En todo caso, el propsito que me ha impulsado a escribir es

    este: poner al alcance del lector, en general, y especialmente delprofano en el arte militar, un relato sistemtico hasta donde me ha

    sido posible, de la guerra de liberacin de Espaa. Para ello he

    tenido siempre en cuenta que un Ejrcito no es una sucesin de

    episodios o de ancdotas ms o menos brillantes, sino un sistema

    nacional en marcha. He pretendido contribuir al estudio y

    vulgarizacin de los pensamientos y planes que nacieron en la

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    mente del Generalsimo Franco para alcanzar la victoria. Y

    finalmente, aspiro a que esta obra acreciente en los espaoles

    dentro de la modesta medida que me es propia la aficin hacia la

    literatura militar.Si alguno de esos designios queda conseguido, me sentir

    satisfecho. En cuanto a los olvidos o posibles errores, pido al lector

    que lejos de reaccionar sobre ellos con malhumor, me ayude a

    subsanarlos en las ediciones posteriores, y los achaque, no slo a

    mi flaqueza, sino a las extraordinarias dificultades con que he

    tropezado para obtener en cada caso la informacin justa y

    decisiva. Me interesa declarar que este libro slo se refiere a las

    operaciones del Ejrcito de tierra, y que nicamente por excepcin

    alude a otros aspectos de la guerra.

    Quiero que conste mi gratitud hacia todas las personas que

    me han auxiliado en la tarea de ordenar y esclarecer la

    informacin; a cuantos Jefes y Oficiales del Ejrcito me han

    ilustrado con sus conocimientos; al teniente coronel de Estado

    Mayor seor Daz de Villegas, por el talento y la paciencia que ha

    puesto en la lectura de las pruebas; al agudo crtico italiano

    General Belforte, cuyas pginas y esquemas sobre la guerra de

    Espaa me han servido en muchas ocasiones de inapreciables

    guas; a los tres cronistas de guerra Ruiz Albniz, Snchez del

    Arco y Martn Fernndez, porque me han permitido fijar conexactitud no pocos hechos; al ilustre gegrafo seor Dantn

    Cereceda, por su acendrada colaboracin en las pginas

    dedicadas a las referencias geogrficas de los campos de batalla; a

    la seorita Ana Mara Gamazo, autora de los croquis, a Cifra y a

    Campa por sus fotografas, y, en fin, a todos los que han hecho

    posible este ensayo de explicacin de la guerra de Espaa y de la

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    victoria de Franco.

    Madrid, ao 1940

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    ANTECEDENTES DE LA GUERRA

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    CAPTULO PRIMERO

    ACCIN Y REACCIN DEL EJRCITO NACIONAL

    El Movimiento espaol, militar y popular, de 18 de julio de

    1936, no fue un pronunciamiento. La ignorancia de esta radical

    verdad ha trado a la poltica europea de los ltimos aos

    consecuencias de alcance excepcional. Una buena parte deEuropa cay en la fcil interpretacin de la poltica espaola a la

    moda y manera del siglo XIX. Vieron las gentes improvisadoras e

    histricamente ignorantes de nuestra realidad nacional cmo unos

    briosos cuadros de Jefes y Oficiales del Ejrcito se alzaban frente

    al Poder constituido, y al punto se dijeron, creyendo sorprender

    el secreto del problema: Pronunciamiento! Esta palabra,transvasada del idioma espaol a otras lenguas, ha contribuido por

    s sola a deformar notoriamente la justa visin de Espaa.

    Repitmoslo: el da 18 de julio de 1936 no se inici en Espaa un

    pronunciamiento.

    Es decir el Ejrcito no tom en esa fecha una actitud de

    carcter profesional, porque en tal caso es seguro que su mpetuno hubiera rebasado los fracasos de los primeros das. Hay desde

    hace tiempo en la vida espaola dos entidades que, de muy distinta

    manera y por vas diferentes, vienen siendo objeto de una grave

    injusticia: una es el Ejrcito; la otra es la Prensa. Vale la pena de

    que expliquemos este concepto.

    El Ejrcito y la Prensa han ejercido en Espaa desdeprincipios del siglo XIX una suplencia de organismos nacionales

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    que, debiendo existir por pura y rigurosa necesidad del Estado, no

    han representado nunca nuestra autntica realidad. Es evidente

    que en un pas donde el Parlamento. las Academias, los Ateneos,

    las Universidades, las publicaciones especializadas, las edicionesde alta cultura y todos los dems medios de expresin del

    pensamiento nacional, habituales en los pueblos bien organizados,

    funcionaran y trabajasen normalmente, la Prensa no tendra que

    cumplir ms que aquella misin especfica, elemental y cotidiana

    que es propia de su naturaleza y condicin. Con lo cual no se trata

    de achicar la dignidad y eficacia del periodismo, sino de limitarlo a

    su mbito y a su peculiar misin, sin sacarlo de quicio en cuanto a

    sus propsitos y mucho menos en cuanto a su poder. Por

    desventura, Espaa ha carecido durante toda la poca del

    liberalismo poltico de esos otros rganos de expresin nacional a

    que antes he aludido; de ah naci la grave y monstruosa

    exageracin de los fines atribuidos a las publicaciones peridicas,

    al punto que el pueblo espaol encontraba en la Prensa unadegenerada aunque forzosa sustitucin de los Ateneos frustrados,

    de las Academias muertas, de las grandes revistas ausentes, de

    los crculos literarios sin tono y de un Parlamento entregado a la

    innocuidad o a la silvestre chabacanera. Por esto se suele pecar

    de injusticia cuando se encomienda a los periodistas espaoles

    responsabilidades que normalmente debieran estar fuera de surbita, sin tener en cuenta que, en funciones de suplencia, han

    venido, durante ms de medio siglo, taponando huecos y cubriendo

    brechas fuera de su natural jurisdiccin. No ha sido posible en todo

    ese largo plazo encontrar para los jvenes universitarios, para los

    ensayistas, filsofos, investigadores, crticos, poetas y polticos, va

    ms eficaz de manifestacin y de accin que la de los peridicos;sin ellos, puede decirse que las mejores juventudes de Espaa,

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    desde hace cincuenta aos, se hubieran agostado, consumidas en

    su propia impotencia y en su melancola.

    An es mucho ms grave lo que acontece con el Ejrcito

    nacional en relacin con la historia de Espaa, sobre todo la delsiglo XIX y la de los treinta y seis primeros aos del siglo XX. Hay

    quien incurre sistemticamente en la puerilidad de suponer a

    nuestros militares corrodos por una caprichosa, elemental y directa

    ambicin de mando poltico. Confieso que en muchas ocasiones

    las apariencias han inspirado tal interpretacin. Pero cabe

    preguntarse: cmo habra llegado el Ejrcito espaol, admitiendo

    que la posicin histrica que le atribuyen fuese cierta, a tal estado

    de espritu? Se olvida con demasiada frecuencia que los vagos

    conatos de rgimen democrtico ensayados en Espaa se han

    apoyado siempre en la inmensa farsa de unos partidos polticos

    que, asegurando representar la opinin del pueblo, no eran otra

    cosa que rtulos sin respaldo, voces sin aliento, palabras sin

    doctrina y, en suma, sepulcros blanqueados de engaos y detraiciones a la fe de Espaa. Farsas y juegos como aquellos que

    nuestra organizacin poltica sostena bastaban a veces para

    conllevar las cosas en horas de una mnima normalidad; pero

    apenas asomaban en el horizonte las realidades agresivas y

    peligrosas que suelen agitar a los pueblos de tiempo en tiempo, los

    partidos polticos coreaban aires plaideros y eran los primeros enacudir implorantes a la organizacin militar, al Ejrcito, para que en

    ltima instancia salvara unas veces el honor y otras la existencia

    misma de Espaa. A fuerza de verse atribuir por la comunidad de

    los partidos polticos tan altas funciones salvadoras, el Ejrcito

    acab por crearse en s mismo una mentalidad especial, que le

    llevaba a verse como eje, o cimiento o resorte mgico de la vidaespaola. Se organiz, por consiguiente, en orden a una

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    permanente centinela alerta para actuar de un modo decisivo

    siempre que apareciese un peligro muy grave sobre los esenciales

    valores de Espaa. Es la columna vertebral de la Patria dijo don

    Jos Calvo Sotelo, el gran mrtir patriota, cado el da 13 de julio de1936. Por todo lo que acabamos de decir sumariamente se

    comprende que Calvo Sotelo pudiera definir as al Ejrcito espaol.

    Desde las guerras de Cuba y Filipinas, ltimo mpetu de una

    Espaa imperial en sus territorios de Amrica, el pesimismo

    espaol, subrayado y envenenado por influencias extranjeras muy

    conocidas y examinadas de nuestros historiadores, dio en atribuir

    al Ejrcito responsabilidades y culpas que no le correspondan.

    Uno de los grandes pecados de la que ha sido llamada

    generacin espaola del 98 consiste en haberse despreocupado

    de cuanto aconteci en Cuba y en Filipinas desde 1895 hasta el

    Tratado de Pars. Es inconcebible que un espaol medio y, si se

    me permite el juicio, un espaol culto nacido entre 1890 y 1936, no

    sepa seriamente una sola palabra de lo que fue para el alma y parael cuerpo de Espaa la terrible guerra de Cuba y no conozca, ni si-

    quiera de un modo superficial, el proceso del decaimiento y del

    vencimiento de Espaa en la maravillosa isla antillana. Sin temor a

    equivocacin podramos ahora mismo plantear ante un senado de

    espaoles doctos los problemas elementales de aquellos tres aos

    atroces de historia espaola, y es seguro que sonaran comocaracolas vacas los nombres magnficos de nuestros hroes, los

    de los caudillos cubanos, que al fin y a la postre no eran sino

    prodigiosos retoos de nuestro propio ser; pareceran

    inconcebibles o inventadas cuantas alusiones se hicieran a las

    radiantes batallas, a las marchas geniales, a las complejidades

    polticas, a los dolores, a las emociones, a los programas y a lasilusiones de Espaa que en aquellas campaas de Cuba

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    florecieron. Lejos de prestarles atencin, convinieron los espaoles

    en simplificar sus preocupaciones, y con decir que el Ejrcito era

    culpable de cuanto en Cuba y en Filipinas haba sucedido, creyeron

    haber encontrado el gran secreto de uno de los instantes msangustiosos y profundos de la historia de nuestro pueblo.

    En aquella poca, igual que despus, la deformacin mental

    de los espaoles sobre su propio caso fue alegremente acogida por

    los pueblos del Occidente de Europa; entonces, esos pueblos no

    se enteraron, o no quisieron enterarse, de que la guerra de Espaa

    en Cuba tena dos aspectos diferentes: uno el civil, el interior, el

    familiar y domstico que nos llevaba dolorosamente a guerrear con

    magnficos hermanos nuestros, a quienes habamos dado sangre,

    apellidos, religin, lengua, patriciazgo y todo un sentido de la vida y

    de la cultura; el otro aspecto era el internacional, que aluda a la

    permanencia de Europa en el corazn mismo de las aguas

    americanas, all donde estn las llaves de las costas de los

    Estados Unidos, del paso panameo, de toda la Tierra Firme y delposible canal de Nicaragua. Europa, aunque en algunos momentos

    nos hiciera arrumacos de fingida amistad, se alegr de que Espaa

    fuera derrotada en Cuba, sin pensar que por la derrota de Espaa

    quedaba para siempre e irremediablemente vencida el alma

    europea en las tierras de Amrica. Al menos, vencida desde el

    punto de vista de una poltica directamente eficaz.Este mismo fenmeno, del que tendremos ocasin de tratar

    en otras pginas de nuestro libro, se ha dado durante la guerra de

    liberacin de Espaa. Una parte de Europa no ha querido ver que

    la derrota o el triunfo de nuestra Causa nacional interesaban

    profundamente al destino universal del alma y del pensamiento de

    Occidente.

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    Nada menos que desde la guerra de Cuba viene cultivndose

    en una parte importante de la sociedad espaola y en anchas

    zonas de la opinin extranjera la mana de que el Ejrcito es

    responsable nico de todo lo deleznable que acontece en nuestropas. Interpretacin muy curiosa, por cierto, pues con slo examinar

    las primeras pginas de la Historia espaola del siglo XIX se llega a

    la conclusin de que casi todo cuanto somos en el orden poltico y

    social es inexplicable sin el Ejrcito; a tal punto, que hasta el

    progreso de las ideas liberales durante el siglo XIX, cuando esas

    ideas eran el diapasn del mundo, exigi el activo funcionamiento

    del instrumento militar, y no hay quien pudiera escribir la historia

    del liberalismo constitucional espaol sin citar como personalidades

    determinantes de su triunfo los nombres de dos Generales: don

    Baldomero Espartero y don Juan Prim.

    La acusacin contra el Ejrcito se acrecienta de modo

    escandalosamente irreflexivo con motivo de nuestra guerra de

    Marruecos, iniciada el ao 1909. Polticos y diplomtico, de temor

    en temor y de apocamiento en apocamiento, nos llevaron a la

    situacin de parientes pobres de Europa en lo tocante a los pases

    del Norte de frica. La musa del miedo nos inspir el ao 1904,

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    cuando Delcass, ministro de Negocios Extranjeros de Francia,

    estuvo dispuesto, por razones de poltica anti germnica, a

    brindarnos la vasta posibilidad de un verdadero imperio africano.

    Estall la guerra el ao 1909 porque las tribus no lograbanentender la doctrina del protectorado y, adems, porque venan

    siendo agitadas contra Espaa desde todos los centros secretos

    del anti espaolismo europeo, y se produjeron aquellos

    memorables y lgubres combates del Barranco del Lobo y del

    Monte Gurug, donde si la victoria local no nos fue siempre

    propicia, nos acompa en todo instante el sentido de la dignidad,

    estuvo a nuestro lado el principio del honor y nos asisti, aun en las

    horas ms tristes, la plena seguridad de la victoria final.

    No vale la pena de que recordemos ahora la fabulosa cantidad

    de vilezas, el innumerable cortejo de indignidades que una gran

    parte de la poltica democrtica espaola puso en juego contra la

    histrica y admirable actitud de nuestro Ejrcito. En este punto,

    como en otros muchos, slo el olvido da sosiego y paz al espritu

    de un espaol. Pero cada uno de nosotros debe cuidar de que esa

    paz y ese sosiego no oscurezcan la luminosidad de las lecciones

    polticas que la guerra de Marruecos est brindndonos desde

    entonces.

    Andando los aos, y cuando cada uno de los habitantes de

    Espaa declaraba en las plazas pblicas la imposibilidad de

    continuar viviendo dignamente dentro del sistema poltico que

    envileca a nuestro pas, conocimos aquel esplendor extraordinario

    de la mal llamada dictadura del General Primo de Rivera, mal

    llamada con ese nombre porque, a pesar de la inagotable buena fe

    y del fuerte patriotismo del dictador, la verdad es que apenas se

    cumpli alguno de los supuestos previos de un autntico rgimen

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    dictatorial.

    El General Primo de Rivera, en nombre del Ejrcito, salv a

    Espaa de una posible ruina, y en los siete aos de su Gobierno

    elev considerablemente la moral pblica de nuestro pas, remediviejos daos, perfeccion nuestra tcnica, levant el nivel de vida

    de nuestras clases media y proletaria, sujet ambiciones excesivas,

    alent nobles anhelos, acrecent el decoro interior y exterior de

    Espaa y cerr antiguas heridas de tal manera, que mirado su

    gobierno desde la perspectiva que nos brinda Espaa y que nos

    brinda asimismo Europa en el ao 1940, puede decirse, sin temor a

    equivocacin, que la poca de la presunta dictadura coincidi

    con el pice de la felicidad material del pueblo espaol,

    cuidadosamente, amorosamente, paternalmente, vigilada por el

    gran sentido poltico de la Restauracin monrquica. Cay, sin

    duda, el General Primo de Rivera en la simplicidad liberal de

    suponer que un dictador cumple sus fines esenciales cuando

    aumenta el bienestar fsico de su pueblo, sin dar en la cuenta deque en toda ocasin, y mucho ms si el pueblo se llama Espaa, lo

    que importa es acertar en lo principal, o sea en el espritu, aunque

    se yerre en lo subsidiario y subalterno. El glorioso hijo del General

    Primo de Rivera, aquel Jos Antonio Primo de Rivera que ha sido

    una de las grandes luces del nuevo tiempo espaol, pudo decir de

    la obra de su padre que haba fracasado porque no supo dar aEspaa un sentido histrico universal.

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    organismos y fuerzas de Espaa que llevaban mucho tiempo

    apartados de su deber. En un pas donde desde haca dos siglos

    no haban sido infrecuentes los profesores sin culto universitario,

    los sacerdotes sin ciencia teolgica y sin exgesis bblica, losestudiantes sin disciplina ni universal curiosidad, los polticos, sin

    fervor ni espritu de sacrificio, los jurisperitos sin emocin de la

    justicia, y el pueblo sin sentido de sus destinos, no es ridculo y

    monstruoso que por cubrir esas quiebras y por saldar cuentas de

    muy concreta responsabilidad, nos hayamos entretenido en buscar

    como nico responsable precisamente al Ejrcito nacional, sin

    pensar seriamente que al denigrarlo y perseguirlo tocbamos en el

    eje mismo de nuestra vida y sin advertir que los militares, con todas

    sus limitaciones, con todas las flaquezas humanas que queramos

    atribuirles, han sido siempre, y especialmente en los momentos

    decisivos, los espaoles ms adictos y atentos a su deber, la clave

    del patriotismo, la luz de nuestros rumbos histricos?

    Quien haya ledo estas primeras pginas comprenderperfectamente todo lo que ahora he de decir. Durante los aos de

    nuestra segunda Repblica 1931 a 1936 el Ejrcito nacional

    pareca mantener una actitud escptica y desviada de los asuntos

    pblicos. Estaban hartos nuestros jefes y oficiales de orse acusar

    pblicamente como elementos permanentemente intrigantes y

    perturbadores de la vida espaola; estaban cansados de que se lespresentara a la opinin como vulgares aficionados a los mandos

    polticos, por el provecho, dominio y privilegio que esos mandos

    pudieran traerles; sin duda por tal hartazgo de injusticias (y para

    que nuestro pueblo se acostumbrara a verlo en su verdadera y

    limpia personalidad) lleg el Ejrcito de Espaa a situarse al mar-

    gen de toda actividad relacionada con el Gobierno, no sin que enaquel aparente escepticismo se dejara adivinar cierto gesto,

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    dictado por el instinto nacional y por la experiencia histrica, que

    vena a decir a todo el pas: En el pecado que ests cometiendo

    llevars la penitencia!

    Grupos de jefes y oficiales encendidos en el amor de Espaarompieron ese escepticismo el da 10 de agosto de 1932,

    lanzndose a una gloriosa rebelda que fue rpidamente sofocada

    por el Gobierno. Sera equivocado sostener que el herosmo de los

    que en aquella fecha cayeron fue infecundo; en su bro y en su

    actitud hallamos el obligado antecedente del 18 de julio de 1936 y,

    sobre todo, all resuena, con calidades profticas, el grito de

    Espaa, alerta!

    Una de las acusaciones mas profundas que lospropagandistas republicanos lanzaron durante las campaas

    polticas del ao 1930 contra la Monarqua restaurada fue la de que

    la institucin monrquica estaba condenada al decaimiento porque

    se haba desnacionalizado. Esto no era sino una verdad a medias,

    y una verdad a medias suele ser la peor de las mentiras. Pero es

    absolutamente cierto, en cambio, que la Repblica ni siquiera lleg

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    a nacionalizarse; se dio, desde los primeros tiempos, el arte y la

    maa de dividir a Espaa en zonas incompatibles, de partirla en

    pedazos a punto tal que en este pas, mucho antes de 1936, ms

    que seres insertos en una normal ciudadana, parecamos antrop-fagos polticos, seres canibalinos impulsados por el designio de

    devorarnos mutuamente.

    Con tanto desinters y pureza de intencin asista el Ejrcito

    nacional al ensayo de un nuevo rgimen espaol, que si se

    hubieran cumplido los principios ms elementales de una sociedad

    organizada con arreglo a moral y decencia los gobernantes

    republicanos habran hallado en nuestros jefes y oficiales el

    principal apoyo para su obra.

    He pensado muchas veces que aun en aquellos ltimos

    trances de julio de 1936, cuando caa acribillado a balazos el jefe

    de la oposicin parlamentaria, don Jos Calvo Sotelo (y esos

    balazos procedan de la fuerza pblica, encargada de garantizar

    nuestras vidas), tuvo la Repblica ocasin de encauzar la

    seversima indignacin nacional del Ejercito. Un Gobierno decidido

    a representar a Espaa, resuelto a castigar inexorablemente a los

    asesinos, cmplices, inductores y beneficiarios del crimen de que

    fue vctima Calvo Sotelo; un Gobierno que hubiese levantado en la

    plaza pblica el patbulo ejemplar, donde normalmente deban

    aparecer colgados y cubiertos de ignominia los miserablesejecutores del crimen siniestro; un Gobierno resuelto a sacar de un

    hecho tan monstruoso las congruas consecuencias polticas, es

    seguro que habra podido contar con el apoyo enrgico, limpio, leal

    y desinteresado de todo lo que en Espaa es y significa el Ejrcito

    nacional. Pero era imposible que las cosas sucedieran as. El

    destino histrico de los pueblos tiene a veces, en su marcha

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    profunda, la exactitud y fijeza del movimiento de las constelaciones.

    Las cosas tenan que acontecer como acontecieron, y no de otro

    modo.

    En julio de 1936 llevbamos dos o tres aos de or por todaEspaa la misma cantinela: Qu hacen y a qu aguardan los

    militares? Los militares observaban en silencio. Saban entonces

    y saben hoy que acaso los espaoles que con mayor congoja y

    apuro les llaman en las horas crticas suelen ser los ms adustos y

    secretos enemigos suyos cuando vuelven los das de la paz y del

    orden externo. Tengo para m que muy pocas cosas son ms

    condenables y ms viles que la posicin poltica de aquellas gentes

    que toman a un Ejrcito nacional, nada menos que a un Ejrcito

    nacional, como polica de sus egosmos y gendarme de sus

    particulares intereses. En nuestra Historia el Ejrcito ha cumplido

    siempre fines ms altos y ms nobles. Ahora, una vez ms, ha

    reiterado esa elevacin moral para honor y gloria de Espaa.

    Es el caso que, como digo, el Ejrcito nacional, cansado de

    los viejos vilipendios, puso al pueblo espaol, muy

    justificadamente, en el trance de que le llamara con fatigante

    reiteracin, y slo cuando se hubo llegado a una perfecta

    saturacin de la atmsfera espaola, cuando esa atmsfera estuvo

    cargada de crmenes, de amenazas, de peligros decisivos y de

    negaciones de la Patria, slo cuando, como ha acontecido siempre,fallaron por su base partidos, organizaciones intermedias, minoras

    selectas, Parlamento, Academias, tribunas y otras esperanzas, el

    Ejrcito se sinti nuevamente llamado a su sempiterna funcin;

    alzse en un admirable movimiento y dijo: Aqu estoy! Vamos a

    salvar a Espaa! Pero este Alzamiento de 1936 se diferencia de

    todos los anteriores en que el Ejrcito nacional pidi al patriotismo

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    valor del uniforme de nuestros soldados. Que no hay simpleza

    mayor que la que nos brinda el refrn con decirnos que el hbito

    no hace al monje, cuando es lo cierto que el hbito, si est bien

    llevado y si quien lo lleva sabe de smbolos, es el monje mismo.* * *

    Nadie puede afirmar, sin injuria de la verdad, que en el mes de

    julio de 1936 el Ejrcito espaol fuera un deportista de la

    revolucin. Jams se ha visto a nuestros militares ms entregados

    a su propia y directa condicin, sin que por ello dejaran de estar

    muy vigilantes en medio de los vaivenes de la conciencia espaola.

    De tiempo en tiempo, algunos ncleos de la opinin pblica,

    lgicamente sobreexcitados por la destemplanza y amargura de la

    realidad circundante, pretendan apresurar las soluciones

    salvadoras y simplificar los trmites mediante golpes de mano en

    los que ponan excesivas esperanzas. Intentos todos ellos de muy

    subida nobleza y de gran calidad espiritual, pero condenados deantemano a la solucin adversa, porque no haba sonado an la

    hora exacta que nicamente el Ejrcito, actuando como sistema

    nacional, poda fijar sin error. As, por ejemplo, cuando el Frente

    Popular, obra directa del comunismo, alcanz en febrero de 1936 el

    relativo xito electoral de que todos los espaoles hemos guardado

    triste memoria, hubo muchas voluntades que creyeron llegado elinstante mejor, y se dispusieron a la salvacin de Espaa sin

    aguardar los resultados polticos que fatalmente haba de producir

    la preponderancia comunista en nuestro sistema poltico.

    Razones y circunstancias de muy diversa ndole, cuya

    explicacin no corresponde a estas pginas, impusieron

    aplazamientos ineludibles.

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    Antes de aquellas fechas, una nueva y vigorosa fuerza juvenil,

    extraordinaria de tono y de doctrina, la Falange Espaola, fundada

    y acaudillada por Jos Antonio Primo de Rivera, estudi dos

    alzamientos. Una de las operaciones de santa y patritica ira que elfundador de Falange Espaola quiso poner en prctica mediante la

    movilizacin de sus milicias, magnficas de temple, pero

    numricamente exiguas todava en los tiempos a que me refiero,

    fue el asalto y la conquista de la ciudad de Toledo. Proyectaba

    Primo de Rivera reunir a los jvenes falangistas de primera lnea en

    la imperial ciudad del Alczar. All se dara el grito y se lanzara la

    consigna de la redencin de Espaa. La guarnicin de Toledo, los

    cadetes del Alczar y la Guardia civil de la ciudad se incorporaran

    automticamente al Alzamiento, o cuando menos permaneceran

    expectantes, sin poner traba alguna al desarrollo del proyecto

    falangista. Era evidente que el Gobierno de Madrid dispondra sin

    prdida de tiempo el envo de unidades militares contra los

    sublevados, los cuales aceptaban de antemano el sitio que lesamenazaba y se hallaban dispuestos a mantener hasta la muerte

    su compromiso de sitiados. Entretanto, esperaban que las

    guarniciones militares de las dems ciudades espaolas se fueran

    sumando, una tras otra, al Alzamiento, con lo cual el resultado que

    se apeteca quedara conseguido en plazo breve y rescatado el

    Poder poltico de Espaa de manos de los comunistas y de suscmplices.

    Jos Antonio Primo de Rivera lleg a exponer su plan a

    determinados jefes militares, y entre ellos al entonces coronel don

    Jos Moscard, que unos meses ms tarde haba de ingresar, por

    fuero de su incomparable herosmo, en la Historia y en la inmor-

    talidad de Espaa. No quiso el coronel Moscard resolver el asuntopor cuenta propia, aunque la lnea general del proyecto le inspiraba

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    gravsimos recelos. Cuando emisarios autorizados solicitaron de l

    resoluciones apremiantes, se limit a contestar: Conforme, si el

    General Franco me lo ordena.

    Aconteca esto el ario 1935.El otro propsito de alzamiento falangista pareca algo ms

    cumplidero, aunque hoy, despus de nuestros tres aos de guerra,

    hayamos comprendido claramente que los resultados hubieran sido

    trgicos.

    Se trataba de concentrar 4 5.000 militantes de Falange

    Espaola en la frontera de Portugal. Determinadas secciones devanguardia iran provistas de ametralladoras, fusiles-ametralladores

    y fusiles de repeticin; detrs marchara la masa principal, armada

    con pistolas-ametralladoras y algunas dotaciones de bombas de

    mano. Los alzados intentaran seguir la clsica ruta de invasin que

    todos los tratadistas aconsejan para una fuerza que aspire a la

    conquista de Madrid viniendo de Portugal. Se haba reledo enalgn cenculo el curioso librito de Mor de Fuentes que trata de

    este sugestivo tema. Si la empresa sala adelante, todo quedara

    bien logrado. Si, por el contrario, resultaba imposible forzar los

    caminos defendidos por las fuerzas del Gobierno, los alzados se

    batiran a la defensiva, con el designio de mantener hasta el

    mximo un estado de inquietud y de zozobra ante el cual crean

    los autores del plan tendra que rendirse irremisiblemente el

    Poder vigente en Espaa. En el peor de los casos, Falange

    Espaola hubiera medido ampliamente sus armas y aumentado la

    lista de sus mrtires, y puesto que mrtires hacen religiones, la

    Falange se impondra a la conciencia espaola por su coraje y por

    su capacidad de combate y de sacrificio.

    Este segundo proyecto se hubiera llevado a cabo, a pesar de

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    Estos cuatro partidos, llegada la hora inexorable, haban de

    suministrar el voluntariado civil que ira a incorporarse a lasformaciones militares y a encuadrarse con disciplina rigurosamente

    castrense bajo el mando de los jefes y oficiales del Ejrcito

    espaol.

    Al lado de las masas que los cuatro partidos antedichos

    deban movilizar, aunque en distinta medida, Espaa estaba

    segura de que el frente anticomunista quedara engrosado por unamuchedumbre procedente de los partidos liberales, y aun de

    aquellas organizaciones histricamente republicanas cuyo rtulo de

    radicalismo estaba definitivamente superado por los hechos, y cuya

    mana anticlerical no pasaba de ser una vieja y arrugada simpleza

    anacrnica, sin la menor realidad ni significacin.

    Un mes antes del 18 de julio de 1936, el autor de este librooy de labios del jefe monrquico don Jos Calvo Sotelo estas

    palabras: La guerra civil que se avecina no ser una lucha fcil ni

    un golpe de mano cuartelero. Si conseguimos que 30.000 jvenes

    de Espaa 30.000 muchachos ardorosamente nacionales, se unan

    al Ejrcito, nos habremos salvado. Si no sucede as, podemos

    considerarnos inevitablemente perdidos. Cuntas veces ha

    habido que renovar la cifra de los 30.000 jvenes dispuestos al

    sacrificio durante los tres aos de guerra por la salvacin de

    Espaa!

    Muchos autores han descrito en libros y folletos de diversa

    ndole la trgica situacin en que Espaa lleg a encontrarse

    durante los primeros meses del ano 1936. El comunismo, inventor

    de los Frentes Populares, se dispuso a probar entre nosotros la

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    eficacia de su invento. Cuando leo en la Prensa de cualquier pas

    civilizado la noticia de haberse constituido o de estar a punto de

    constituirse un Frente Popular, no puedo menos de sentir

    estremecimientos y apiadarme por la suerte que espera a lasvctimas futuras de ese diablico sistema de vida pblica. El

    candor, en los casos mejores, y la interesada malicia en los peores,

    arrastra a no pocos hombres, incoherentemente llamados de

    izquierdas, hacia la alianza que los siniestros agentes del marxis-

    mo les proponen con aire y gesto muy amistosos. Ha pasado una

    terrible guerra civil sobre los campos y sobre las almas de Espaa.

    El sufrimiento moral y material a que nuestro pueblo vivi

    sometido desde el mes de julio de 1936 hasta el de abril de 1939,

    supera todas las descripciones posibles. Mucho habremos de

    padecer an, y tendrn que pesar largos sacrificios sobre nuestra

    generacin y sobre la de nuestros hijos, como consecuencia de la

    guerra. Sin embargo, el recuerdo del drama poltico espaol, tal

    como se planteaba durante el primer semestre de 1936, continaparecindonos ms espeluznante; tanto, que repetidas aquellas

    circunstancias, habra que reiterar la guerra. No ofreca la realidad

    otra salida que la de batirse por la salvacin de una Patria, de una

    sociedad y de una cultura. El comunismo plante ante los

    espaoles un dilema implacable: o morir o matar.

    Organizronse por entonces las fuerzas rojas de subversincon tan acabado mtodo que pronto fueron dueas, no solamente

    de los resortes y recursos que ofrece la vida pblica de un pas,

    sino aun de la misma existencia privada de los ciudadanos. El

    crimen impune estaba a la orden del da; el robo, el saqueo, el

    incendio, el motn, la provocacin, la injuria, la crcel y el agravio

    ntimo iban haciendo de todas las personas de bien tristes esclavos

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    de una tirana sin precedentes. Era evidente que cumpliendo

    antiguas consignas lanzadas por los ms famosos jefes de la

    revolucin moscovita (Lenin y Trotzky, especialmente) todos los

    centros de agitacin y de subversivismo del mundo se aliaban paraconvertir a Espaa en el gran centro rojo del Occidente de Europa.

    La posicin geogrfica de nuestro pas, maravillosamente situado

    para actuar con la necesaria intensidad sobre Francia, Italia. Ingla-

    terra y Portugal, era una verdadera y permanente tentacin,

    brindada a los directores de la revolucin comunista. Desde los

    primeros das de la Repblica se haba venido organizando el

    golpe decisivo con excelente tctica y cuidados minuciosos. Los

    Gobiernos republicanos, salvo en algunas breves etapas de su

    actuacin, vivieron constantemente rebasados por los problemas

    del orden pblico, que superaron, en trminos crecientes, las

    posibilidades del Poder poltico. Quedse Espaa sin Ejrcito; de

    modo tan completo que a principios de 1936 (podemos asegurarlo)

    no exista ms ncleo militar eficaz y serio que el de las tropas deMarruecos, salvadas del cataclismo, sin duda, porque no se atrevi

    la Repblica a descuartizarlas en vista de los fines de carcter

    internacional que esas tropas cumplen al otro lado del Estrecho de

    Gibraltar. Y aun as ya empezaban a organizarse muy seriamente

    en toda la zona del Protectorado espaol norteafricano las clulas y

    centros de accin comunistas, con la misin de minar y despedazaraquel ltimo reducto de una posible reaccin militar bien

    organizada. Agentes rusos de muy conocida filiacin, aventureros

    de todos los pases, delegados de las oscuras logias,

    representantes del judasmo hicieron de Tnger un estratgico

    Cuartel general, y desde all se dedicaron a secretas maniobras

    revolucionarias. Pese a la clandestinidad de las operaciones que sellevaban a cabo, el Ejrcito pudo conocer perfectamente todo lo

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    que se vena tramando, y comprendieron nuestros jefes y oficiales

    que pronto les llegara la hora ineludible, y se les impondra la sa-

    grada obligacin de acaudillar a todos los espaoles en una

    verdadera Cruzada.Es conocida la estadstica que el jefe de la oposicin

    monrquica, don Jos Calvo Sotelo, ley en el Congreso de los

    Diputados para denunciar los delitos que por orden de los centros

    marxistas de Espaa se haban cometido entre el 17 de febrero de

    1936 y el 31 de marzo del mismo ao. Esa estadstica daba las

    siguientes cifras

    Asaltos y destrozos:

    De centros polticos 58

    De establecimientos pblicos y privados 72

    De domicilios particulares 33

    De iglesias 36TOTAL 199

    Incendios:

    De centros polticos 2

    De establecimientos pblicos y privados 45

    De domicilios particulares 15

    De iglesias 106TOTAL 168

    Huelgas generales 11

    Motines 169

    Tiroteos 39

    Agresiones 85

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    Heridos 345

    Muertos 74

    Como complemento de estos datos, los treinta y cuatro

    ltimos das de gobierno del Frente Popular ofrecen el resumensiguiente:

    Muertos 47

    Heridos 216

    Huelgas 38

    Bombas y petardos 53Incendios totales o parciales 52

    Atracos, atentados; agresiones 99

    Adversarios polticos del Frente Popular

    encarcelados por el terror policaco 12.000

    En su libro Preparacin y desarrollo del Alzamiento nacional

    recuerda el autor, don Felipe Bertrn y Gell, un prrafo del

    discurso que el gran orador republicano don Emilio Castelar

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    pronunci el ao 1873 para describir los horrores a que Espaa

    haba sido conducida por la primera Repblica. La descripcin

    deca: Una dictadura demaggica en Cdiz; sangrientas

    rivalidades en Mlaga, que causaron la huida de casi la mitad desus habitantes; el desarme de la guarnicin de Granada, despus

    de crueles batallas; las bandas de Sevilla y Utrera; los incendios y

    los asesinatos de Alcoy; la anarqua, en Valencia; las partidas, en

    Sierra Morena; el campo de Murcia, entregado a la demagogia; loa

    burgos de Castilla, convocando desde las fbricas a una guerra de

    Comunidades, como si Carlos de Gante hubiera desembarcado

    otra vez en las costas del Norte; una horrible e histrica escena de

    querellas y pualadas entre los cantonalistas y los defensores del

    Gobierno de Madrid; la capital de Andaluca, en armas; Cartagena,

    en delirio; Alicante y Almera, bombardeadas; la Escuadra

    espaola, pasando del pabelln rojo al pabelln extranjero...

    Esta evocacin de la Espaa de 1873, tan nutrida de espanto,

    no bastara, sin embargo, a describir la situacin poltica y socialdel pas bajo el Gobierno de la segunda Repblica, o, mejor dicho,

    bajo el ltigo del Frente Popular. Y an era ms estremecedor el

    porvenir que se nos deparaba que el angustioso presente. Los

    jefes del comunismo universal haban decretado ya que un

    determinado da del mes de mayo de 1936 toda la campaa de

    agitacin criminal, llevada metdicamente a cabo sobre elensangrentado cuerpo de Espaa, sera coronada por un asalto al

    Poder poltico y por la instauracin de un rgimen de Soviets,

    montado sobre la consabida triloga de los soldados

    revolucionarios, los obreros y los campesinos. La fecha de mayo

    acordada en Mosc hubo de quedar sin efecto porque para la

    batalla decisiva pareci escasa la preparacin llevada a cabo hastaentonces. Resolvi el comunismo trasladar al da 29 de julio del

    36

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    mismo ao, o quiz al 1 de agosto, la vasta operacin proyectada.

    Tan segura del triunfo estaba la revolucin internacional, que, a

    pesar de su conocida aficin al clandestinaje, los principales

    agentes y directores del marxismo no hacan ya secreto de suspropsitos. As, por ejemplo, el 24 de mayo, con ocasin de un

    mitin celebrado en Cdiz, declaraba el lder Largo Caballero, en su

    calidad de jefe del ala izquierda socialista: Cuando se rompa el

    Frente Popular, que se ha de romper, el triunfo del proletariado

    ser seguro; implantaremos la dictadura del proletariado, que no es

    opresin contra la masa obrera, sino contra la clase burguesa y

    capitalista.

    La misma documentacin, oficial y secreta, del Komintern, con

    todas sus consignas, rdenes y contrardenes dirigidas a los

    centros revolucionarios de Espaa, no solamente era conocida del

    Gobierno y de la Polica, sino que circulaba en copias, bastante

    abundantes y al alcance de cuantos espaoles queran conocerla.

    Hay un documento muy interesante de esa poca a que me refiero.Es, como si dijramos, la Orden general de operaciones que

    dict Mosc cuando ya faltaban pocos das para el

    desencadenamiento de la ofensiva general. Ese documento fue

    repartido a todas las clulas comunistas de Espaa el da 6 de

    junio de 1936. Merece que lo reproduzcamos. Deca:

    ORDENES Y CONSIGNAS

    a) Es urgente acusar, aun cuando no acten, a todos los

    elementos directivos de las agrupaciones polticas llamadas

    Falange Espaola, nacionalistas de Albiana, Accin Popular,

    partido radical, Renovacin Espaola o monrquicos de Alfonso

    37

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    XIII, tradicionalistas o carlistas y a las Juventudes de esos partidos,

    al Gobierno, a los elementos de la Direccin General de Seguridad,

    a los gobernadores y a los alcaldes, sin ninguna clase de reparo ni

    de titubeo, simulando e inventando, si es necesario, las relacionesy complicidades de los acusados con los elementos fascistas.

    Deben emplearse todos los procedimientos que el ingenio sugiera,

    y lo mejor es conseguir la detencin de los acusados para anular

    as cualquier posibilidad de accin por parte de los mismos. Las

    acusaciones deben extenderse no slo a los afiliados y

    simpatizantes, sino tambin a los familiares y criados de los

    mismos que pudieran sentir escrpulos al contemplar las deten-

    ciones de los dems. Cada autoridad dispondr que las

    detenciones sean intervenidas directamente por los milicianos de

    filiacin marxista, y a los detenidos se les convencer

    adecuadamente de que la violencia seria llevada ipso facto a su

    mximo rigor si se produjera cualquier actuacin posterior de los

    acusados o de sus cmplices.b) Hay que reforzar los grupos de choque y vigilancia de los

    cuarteles, y entregar pistolas-ametralladoras a los militantes que

    an no las posean. Estos grupos de choque y vigilancia estarn

    enlazados con los que han de asaltar los cuarteles, los cuales

    mantendrn a su vez enlace con el Comit comunista de cada

    cuartel, y vestirn uniforme de soldado. Sern mandados pormilitares efectivos, de los que actualmente se dispone con absoluta

    incondicionalidad. Entablada la lucha entre el grupo de choque y la

    guarnicin del cuartel, los asaltantes tendrn fcil la entrada, se

    pondrn inmediatamente en contacto con el Comit respectivo y

    decidirn el plan de ataque dentro del propio cuartel.

    c) Los Comits interiores de los cuarteles renovarn cada dos

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    das sus relaciones de personal, clasificndolo, mediante signos y

    colores, en enemigos, neutros, simpatizantes y adictos. Iniciada la

    rebelin, el personal del Comit interior, bajo su directa

    responsabilidad, eliminar rpidamente y sin vacilacin alguna atodos los que figuren en la clasificacin como enemigos, sin olvidar

    que esta eliminacin debe alcanzar a Jefes, Oficiales, clases y

    soldados. Cada miembro del Comit interior tomar las medidas

    oportunas para llevar consigo, sin peligro de ser descubierto, la

    relacin de los individuos de cuya eliminacin debe encargarse

    personalmente. A los calificados como neutros se les someter a

    vigilancia estrecha para evitar que reaccionen en sentido contrario,

    procurando que su simpata se decida por la revolucin. Una vez

    triunfante el golpe de mano, estos elementos neutros sern

    duramente probados, y de ese modo desaparecer el peligro de los

    cambios de actitud a que suelen inclinarse siempre estos

    temperamentos poco resueltos, Los Comits interiores de los

    cuarteles cuidarn de que los grupos exteriores de vigilancia entrenen el edificio so pretexto de ayudar a la fuerza para dominar la

    rebelin. Al frente de cada unidad de grupos reunidos figurar el

    jefe del grupo asaltante, al que todos obedecern, sin discutir su

    calidad o su jerarqua. Cualquier discusin sobre este punto ser

    sancionada inmediatamente y sobre el terreno por los dos

    miembros ejecutores que tendr a su disposicin el jefe de grupo.d) Quedan modificados los grupos encargados de atacar y

    eliminar a los Generales, tengan o no mandos; a los jefes de

    Cuerpo y a los Coroneles, tengan asimismo mando o no lo tengan,

    y sean de este o del otro matiz. Los ataques a los primeros estarn

    a cargo de grupos formados por diez hombres. Dos de ellos, por lo

    menos, irn provistos de pistolas-ametralladoras. Se advierte quelos Generales suelen ir acompaados de dos ayudantes o

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    imprudencias, y se fijarn castigos ejemplares cuando sea

    necesario un escarmiento.

    i) Los militares que han de ser ms vigilados son los que

    figuran como simpatizantes y adictos. Estas personas, llegadas anuestras filas, son elementos de conducta indeseable dentro del

    Ejrcito, y con ellos ha de seguirse la misma tctica que se sigui

    en Rusia: en el primer trmino se les utiliza, y luego se les da el

    trato de enemigos, pues para que nuestra obra se consolide es

    preferible un oficial neutro que uno que haya sido ya traidor a los

    suyos, y maana pueda traicionar nuestra causa.

    j) Debe llevarse con la mxima actividad la instruccin de las

    milicias en cuanto a los movimientos, as como los ejercicios de

    tiro, para lograr la mayor disciplina y la mxima eficacia en el

    manejo de las armas de fuego, acostumbrando a todos a que

    cumplan sin titubeos la misin que a cada uno se confe, y

    hacindoles ver el peligro que para su vida representa la tibieza o

    la traicin. Diariamente, y aprovechando la noche, se explicar la

    tctica de la lucha en las calles. Las milicias encargadas de

    defender poblaciones se situarn en las inmediaciones de los

    lugares de salida, a fin de impedir que, derrotado el Ejrcito, pueda

    marcharse al exterior de la ciudad. Se colocarn los nidos

    metlicos de las ametralladoras mirando hacia las ciudades, y

    cuando se vea que las fuerzas militares intentan salir, se les harfuego, llegando a utilizar las bombas de mano, si ello fuese

    necesario. Otras milicias se situarn a un kilmetro de las ciudades

    principales, con los mismos elementos que las anteriormente

    citadas, as como con camiones blindados, armados con

    ametralladoras, y tendrn como misin impedir por todos los

    medios la llegada de refuerzos enemigos a las poblaciones. Estas

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    milicias, prximas y alejadas, estarn enlazadas por medio de

    automviles ligeros, dotados de pistolas-ametralladoras, y en la

    mitad del camino habr reserva de ciclistas por si el auto sufre

    avera. Asimismo, desde el interior de las ciudades hasta el lugaren que se encuentren las milicias contiguas habr enlaces de

    ciclistas, que les tendrn al corriente de la marcha de la rebelin.

    No es necesario encarecer la importancia y significacin de

    este documento. Por s solo aclara mucho de cuanto sucedi en

    Madrid a partir del 18 de julio de 1936. En sus prrafos se anunciacon fro horror aquel paisaje increble del asalto al Cuartel de la

    Montaa; de los Jefes y Oficiales asesinados en masa; de los

    centenares de caballeros de nuestra Escuadra arrojados al mar; de

    los millares y millares de crmenes cometidos en la carne pura e

    indefensa de ancianos, hombres maduros, mujeres y verdaderos

    chiquillos; de los cien mil torturados y fusilados en Madrid; de las

    noches temblorosas, cruzadas de disparos sobre las vctimas

    previamente escogidas; de las violaciones, asaltos y homicidios,

    robos a punta de pistola, saqueos, depredaciones, incendios,

    sacrilegios, blasfemias, degeneracin sexual, corrupcin del alma

    de los nios, prostitucin de la mujer y arrasamiento de todo lo

    noble, exquisito y celeste que existe en la personalidad humana.

    Ese documento es la revelacin acabada del gran monstruo queintento ahogar a Espaa, y que ahora, aniquilado aqu, vuelve sus

    ojos sangrientos hacia otros pueblos.

    Llegaron esas instrucciones a Madrid, como antes he dicho,

    durante el mes de junio de 1936. Tuvo el autor de este libro

    ocasin de leerlas porque muy pronto pasaron a enriquecer el

    archivo secreto de nuestros Jefes militares. Mediado el mes de

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    nombrado por el Frente Popular.

    Considero imposible situar con la necesaria exactitud la gran

    figura del General Franco en el centro de la Historia de Espaa sin

    tener en cuenta el valor poltico, moral y militar de esa carta, en laque el patriotismo, la prudencia y la sabidura de Franco lanzan al

    mundo espaol, sin violar para nada los esenciales conceptos de

    jerarqua y deber, el ltimo grito de angustia, aquel que si hubiera

    sido escuchado pudo todava evitar la catstrofe, pero que,

    desodo, anunci la tragedia irremediable.

    Todo el que lea con el necesario cuidado ese documento delque luego haba de ser, por designio de Dios, Caudillo de Espaa,

    llegar a comprender algo que la puerilidad o la malicia europea no

    han querido entender durante los tres aos de guerra. Despus de

    la generosa y elevadsima advertencia que Franco formula,

    quines merecen el ttulo de leales a Espaa y quines son los

    verdaderos rebeldes contra ella? Quines los que representan al

    Poder legtimo y quines los facciosos? La carta aludida dice lo

    siguiente

    El General de Divisin, Comandante militar de las islas Canarias.

    Santa Cruz de Tenerife, 23 de junio de 1936.

    Respetado Ministro, Es tan grave el estado de inquietud que en el

    nimo de la oficialidad parecen producir las ltimas medidas militares, quecontraera una grave responsabilidad y faltara a la lealtad debida si no

    hiciese presentes mis impresiones sobre el momento castrense y sobre los

    peligros que para la disciplina del Ejrcito tienen la falta de interior

    satisfaccin y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin

    palmaria exteriorizacin, en los Cuerpos de oficiales y suboficiales.

    Las recientes disposiciones que reintegran al Ejrcito a los jefes y

    oficiales sentenciados en Catalua, y la ms moderna de destinos, antes de

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    smbolo de conspiracin y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de

    los poderes pblicos en la administracin del Ejrcito surgieron el ao 1917

    las Juntas militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en plano

    anmico, que las Juntas militares estn hechas. Los escritos que

    clandestinamente aparecen con I. iniciales U. M. E o U. M. R. son sntomasfehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se

    atiende a evitarlo, cosa que considero fcil, con medidas de consideracin,

    ecuanimidad y justicia. Aquel Movimiento de indisciplina colectiva de 1917,

    motivado en gran parte por el favoritismo y la arbitrariedad en la cuestin de

    los destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor

    grado, que las que hoy se sienten en los Cuerpos de Ejrcito.

    No le oculto a V. E el peligro que encierra este estado de concienciacolectiva en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes

    profesionales con aquellas otras de todo buen espaol ante los graves

    problemas de la Patria. Apartado muchas millas de la Pennsula, no dejan de

    llegar hasta aqu noticias, por distintos conductos, que acusan que este

    estado que aqu se aprecia existe igualmente, tal vez en mayor grado; en las

    guarniciones peninsulares e incluso entre las fuerzas militares de Orden

    pblico. Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchosaos, puedo asegurarle que es tal el espritu de justicia que impera en los

    cuadros militares, que cualquier medida de violencia no justificada produce

    efectos contraproducentes en la masa general de la colectividad, al sentirse

    a merced de actuaciones annimas y de las calumniosas delaciones.

    Considero un deber hacer llegarla su conocimiento lo que creo de una

    gravedad tan grande para la disciplina militar, que V. E. puede fcilmente

    comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes deCuerpo que exentos de pasiones polticas viven en contacto y se preocupan

    de los problemas ntimos y del sentir de sus subordinados.Francisco

    Franco.

    La lectura de esta carta nos devuelve a las primeras palabras

    del captulo presente la guerra espaola de 1936 a 1939 no puede

    ser considerada como un pronunciamiento; esto es dice Ortega y

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    Gasset en su Eplogo para ingleses1 inadmisible aun como

    simple designacin de hechos. Yo me pregunto si dentro del

    concepto de lealtad cabe una actitud ms desinteresada y ms

    pulcra que la adoptada por el General Franco ante el Ministro de laGuerra del Frente Popular. Ha sido y sigue siendo incomprensible e

    intolerable que durante toda la guerra una buena parte de Europa,

    aquella precisamente que tena para la Espaa nacional mayores y

    ms estrictas exigencias, haya desconocido deliberadamente el

    documento fechado en Santa Cruz de Tenerife y se haya

    entregado a una pueril y elemental definicin verbalista de los

    hechos espaoles, tomando como puntos de referencia

    informaciones absurdas acerca de Espaa o superficiales

    comentarios periodsticos. Fue asombroso ver cmo Franco y

    todos los que con Franco estbamos pasamos por arte de

    birlibirloque a la categora de desleales y rebeldes. Los enemigos

    de Franco ostentaban, no se sabe por qu, el ttulo de leales y le-

    gtimos. De simplificar tan graciosamente este problema y otrosparecidos, ha botado ese dramtico no entender una palabra de los

    asuntos espaoles que ha caracterizado las interpretaciones

    europea y norteamericana de nuestra guerra, y que de hecho viene

    siendo la nota principal de cuanto se dice y se escribe sobre

    Espaa desde hace muchos aos.

    Cuando el Ejrcito nacional y todos los espaoles resueltos asalvarse de las masas comunistas clamaban su angustia con tanta

    claridad y firmeza y anunciaban los riesgos del inmediato futuro;

    cuando la conturbacin y la convulsin de nuestro pueblo

    alcanzaban lmites extremos, ms all de los cuales no caba ya la

    paz, un hecho de caracteres especialmente siniestros y brutales

    1Ultima edicin de La Rebelin de las Masas.

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    vino a rebasar esos lmites y trajo en su seno la declaracin de

    guerra. El da 13 de julio de 1936, en las horas plidas de la

    madrugada, fue asesinado el jefe de la oposicin parlamentaria,

    don Jos Calvo Sotelo.En uno de los combares librados durante la guerra sobre el

    frente de Madrid cay prisionero de las tropas nacionales un

    soldado de la guardia de Asalto llamado Aniceto Castro. Este

    hombre, ms que a revelar el secreto de aquel crimen de Estado

    que conmovi al mundo, vino a confirmarlo.

    Por la declaracin del soldado Castro, presente en losmomentos del asesinato, sabemos que en el cuartel llamado de

    Pontejos, contiguo al Ministerio de la Gobernacin, se pact, urdi

    y dispuso minuciosamente todo lo relativo a la muerte de Calvo

    Sotelo. Dos das antes haba cado, vctima de un atentado, un

    teniente de guardias de Asalto, apellidado Castillo. Este hecho se

    present entonces como muestra de la actividad combatiente y

    agresiva de Falange Espaola; pero ni en aquellos instantes ni

    ahora se ha podido hacer toda la luz necesaria sobre los orgenes

    del suceso, la personalidad de los autores e inductores, los

    mviles, designios y alcance del asesinato cometido cerca de la

    calle de Fuencarral. En cambio, es absolutamente exacto que en el

    Parlamento, en los centros polticos y hasta en los cafs de Madrid

    hablaban los elementos comunistas de la necesidad de eliminar avarios jefes polticos anticomunistas; y el primero en la lista era

    Calvo Sotelo. El mismo da que ste cayera deban morir

    igualmente don Jos Antonio Primo de Rivera, Jefe de Falange

    Espaola; don Antonio Goicoechea, Jefe de los monrquicos

    alfonsinos, y don Jos Mara Gil Robles, presidente de Accin

    Popular. El primero de estos tres se hallaba encarcelado por la

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    polica; los otros dos fueron buscados en sus domicilios el 13 de

    julio; los asesinos renunciaron a su misin al ver que las vctimas

    husmeadas no se encontraban en Madrid. El nico que tenan a su

    alcance era el ex ministro de Hacienda de la Dictadura. Aunarrebatados por las consignas de destruccin y de muerte que

    necesitaban cumplir, quisieron contar con un pretexto y una

    ocasin que diera al asesinato de Calvo Sotelo cierto aire de

    venganza popular y proletaria. Vino a traer esa ocasin y ese

    pretexto la muerte misteriosa del teniente Castillo, comunista de

    accin; ni el partido comunista, ni el Gobierno del Frente Popular, ni

    su Polica se han credo en el caso de revelar los ltimos secretos

    del suceso que cost la vida a este Oficial del Cuerpo de Asalto. A

    quin sirvi su muerte?

    Fijado el expediente, un grupo de milicianos (uniformados

    varios de ellos) recurdese el documento comunista reproducido

    en pginas anteriores conducido por un capitn traidor a la

    Guardia civil y acompaado por un pelotn de guardias, ocup lacamioneta nmero 17 y, al filo de las tres de la maana, se dirigi a

    la residencia de don Jos Calvo Sotelo. La Direccin General de

    Seguridad supo desde el primer instante lo que aquellos

    degenerados se proponan hacer. Revestidos de la autoridad que

    el Estado republicano haba delegado en ellos, los guardias de la

    camioneta, pertenecientes, con algunas excepciones, a las clulascomunistas de Madrid, violaron el domicilio de su vctima, cortaron

    las comunicaciones de la casa con el exterior, arrancaron al Jefe

    monrquico del seno de su familia, sin la menor piedad hacia la

    esposa y los hijos, le engaaron con sin igual villana dndole a

    entender que mientras estuviera entre agentes de la autoridad no

    deba temer ningn desafuero, y le afirmaron que todo se reduca auna precaucin policaca encaminada a garantizarle la vida.

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    Recordemos nuevamente la instruccin secreta del documento

    llegado a Madrid desde Mosc en junio de 1936 y releamos aquella

    parte en que se dice a los grupos de milicianos que cuando

    detengan a un enemigo del comunismo para eliminarle lo harnfingiendo prestarle una ayuda de carcter personal para su

    defensa.

    De nada sirvi el privilegio de inmunidad que como diputado

    de la Nacin pona al seor Calvo Sotelo a cubierto de toda

    intervencin policaca, sin previa decisin de las Cortes. Nada

    sirvi de nada. Entre esbirros de horrible memoria baj el Jefe

    monrquico a la calle de Velzquez y fue obligado a sentarse en la

    camioneta nm. 17, mientras sonrean bestialmente sus asesinos.

    Detrs de la vctima colocse, por orden del traidor capitn

    Conds, un criminal de profesin, llamado Vctor Crouce, de quien

    slo recuerda el soldado Castro en sus declaraciones que haba

    sido en tiempos anteriores pistolero a sueldo de la polica especial

    encargada de guardar y defender al General Gerardo Machado,Presidente de la Repblica de Cuba. Apenas haba la camioneta

    rodado unos centenares de metros, cuando a un signo del capitn

    Condes, el pistolero, a traicin, y por la espalda, dispar un tiro

    sobre la parte posterior del crneo de don Jos Calvo Sotelo. Cay

    ste muerto en el acto y qued su cuerpo, muy robusto, en el

    estrecho espacio existente entre dos bancos del vehculo policaco.Hzose un sombro silencio entre todos los que haban asistido al

    crimen, y el conductor, perfectamente advertido y adiestrado de

    antemano, tom la direccin del cementerio del Este. All, cuatro de

    los asesinos sacaron el cadver y lo arrojaron sobre un montn de

    tierra del Camposanto, diciendo, entre sarcsticos y cobardes, al

    sepulturero: Ah tienes este fiambre. Debe ser un sereno que hamuerto en la calle durante la noche.

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    A partir de la madrugada de aquel 13 de julio inolvidable

    puede decirse que Espaa pasaba solemnemente,

    dramticamente, a la situacin oficial y pblica de guerra civil. Ya

    no caban remedios parciales. No era solamente que la revolucininternacional hubiese fijado ya la fecha del 29 de julio o del 1 de

    agosto para iniciar su ofensiva, sino que el Estado espaol se

    aada resueltamente a las fuerzas revolucionarias del modo ms

    directo y elemental, poniendo los agentes de la fuerza pblica al

    servicio del crimen poltico. El Gobierno del Frente Popular

    declaraba rotundamente la guerra a todos sus enemigos. Esos

    enemigos eran millones de espaoles que venan sufriendo las

    ms graves persecuciones y los ms dolorosos agravios. En

    nombre de la lealtad a Espaa, en defensa de los principios

    cristianos y de su propia vida, aceptaron la declaracin de guerra.

    Desde aquel momento, el Gobierno del Frente Popular pas a ser

    un rebelde contra la Ley, un rebelde contra la Justicia, un rebelde

    contra la Lealtad y contra la Historia de nuestro pueblo. Frente a surebelin, la Espaa nacional se puso en pie. Al frente de ella, como

    siempre que suena una hora decisiva, estaba el Ejrcito nacional.

    Nuestra lucha tuvo desde el primer instante el claro sentido de un

    combate abierto entre la civilizacin y la demagogia. La tarea iba a

    ser ruda, el camino largo, el esfuerzo agotador. Es, en efecto

    dice el autor de la La Rebelin de las Masas muy difcil salvaruna civilizacin cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder

    de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes

    estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana

    sucumbieron a manos de esta fauna repugnante que haca

    exclamar a Macaulay: En todos los siglos, los ejemplos ms viles

    de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos.Esa difcil tarea de salvar una civilizacin es la que tom sobre s

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    OPERACIONES MILITARES

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    CAPITULO II

    EL ALZAMIENTO DEL EIRCITO Y DE LOS PARTIDOSNACIONALES

    El apoyo del pueblo al Ejrcito. Movilizacin de Falange Espaola.

    La gran preparacin de los carlistas navarros. Una visita a Mussolini.

    El General Mola, nombrado Gobernador militar de Pamplona.Pactos y compromisos de Mola con la Comunin Tradicionalista.

    Una carta del General Sanjurjo. Renovacin Espaola y Accin

    Popular. Melilla se subleva. Le siguen Tetun, Ceuta y Larache.

    Balance de triunfos y fracasos del Alzamiento en las ciudades

    espaolas. Secreto viaje del General Franco a Marruecos. Franco

    lanza su consigna de Fe ciega en el triunfo. Notas sobre la

    personalidad del joven Caudillo. Comienza la guerra. Panorama

    geogrfico de Espaa

    Una de las cosas menos fciles para los espaoles es guardar

    durante mucho tiempo un secreto poltico. Se ha dicho alguna vez,

    exagerando la broma, que en Espaa apenas hay necesidad de

    costear un Cuerpo de investigacin policaca, porque a quien

    quiera saber aun aquello que es noticia de muy pocos, le basta conasistir asiduamente a unas cuantas tertulias de caf.

    Toda Espaa saba, con ms o menos seriedad y exactitud,

    que determinados jefes muy prestigiosos de nuestro Ejrcito venan

    preparando un Alzamiento general, y que esos jefes mantenan

    estrechas conexiones con los delegados y representantes de

    algunos partidos polticos. Los confidentes a sueldo habaninformado al Gobierno; los propios directores de los partidos se

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    cada uno en el puesto que sus mandos inmediatos le haban

    sealado.

    Potencialmente, los camisas azules ofrecan al Movimiento

    nacional 10 12.000 combatientes; se tropezaba, sin embargo, conla dificultad de que esos 10 12.000 hombres se hallaban

    diseminados por los pueblos de las distintas provincias espaolas,

    y como el Gobierno de Madrid dominaba las comunicaciones,

    haba de ser extremadamente difcil concentrarlos en las ciudades

    o en lugares militarmente convenientes. As sucedi, por ejemplo,

    que dispuestos tericamente 1.500 falangistas para ayudar a los

    Jefes y Oficiales encargados de la sublevacin en Sevilla, slo se

    presentaron 15 en la hora inicial; los dems fueron incorporndose

    poco a poco, a medida que la guarnicin sevillana se iba haciendo

    duea de los pueblos y del campo. nicamente la ciudad de

    Valladolid y los pueblos inmediatos a la misma, as como la zona

    navarra riberea de Aragn y de la Rioja, hallaron facilidades para

    movilizar y reunir desde el primer momento todas sus juventudesfalangistas.

    Actividades del carlismo en la

    preparacin del Alzamiento

    Grandsima contribucin de sangre moza deba ofrecer desdeel mismo da 18 de julio de 1936 el partido carlista. Este prevaleca

    casi por entero en la provincia de Navarra, en donde la autoridad

    militar dominaba perfectamente la situacin y poda someter, sin

    gran esfuerzo, a las fuerzas del Gobierno de Madrid. Las

    juventudes carlistas, gloriosamente conocidas hoy en el mundo por

    el nombre histrico de requets, se haban puesto de antemanoa las rdenes incondicionales del General Mola, jefe militar de

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    ellas son de primera mano, y se refieren a las actividades del

    partido carlista en su proyeccin navarra, as como a los tratos y

    compromisos del carlismo con el Gobernador militar de Pamplona y

    de ste con aqul.No vacilo en recomendar la lectura de las Memorias de la

    conspiracin, cuyo autor, Antonio Lizarza Iribarren, fue Delegado

    regional de los requets de Navarra y prepar a las juventudes

    carlistas de su provincia de manera eficacsima. Es importante,

    igualmente, consultar el diario de la conspiracin que lleva el

    ttulo de Alzamiento en Espaa y se debe a la pluma de Flix B.

    Maz, hombre de confianza y de accin, a las rdenes directas,

    personalsimas y secretas del General Mola. No estar de ms leer

    las conmovedoras pginas que escribi Iribarren, secretario del

    citado General, aunque el libro en cuestin agot, segn parece, su

    primera edicin en un santiamn y resulta difcil encontrarlo. Otro

    tanto sucede con la Historia de la Guerra de Liberacin,

    publicada por el Estado Mayor Central del Ejrcito. Finalmente,envo a mis lectores al libro, excelentsimo, de Santiago Galindo

    Herrero acerca de Los partidos monrquicos bajo la segunda

    Repblica, en el que hallarn un claro resumen de los trabajos

    llevados a cabo por el carlismo navarro para organizar el

    Alzamiento.

    * * *

    Desde que advino la segunda Repblica, el Partido Carlista o

    Comunin Tradicionalista tuvo la impresin de que llegaba para los

    legitimistas una hora histrica especialmente propicia. Y si, de

    una parre, se firmaron pactos patriticos entre Don Alfonso XIII y

    Don Jaime de Borbn, a fin de lograr la unidad de accin de los

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    monrquicos, de otra se procur reunir en un solo frente de ataque

    y defensa a carlistas e integristas, con lo que los campamentos

    antirrepublicanos sintieron acrecentada su moral combativa.

    En 1934 Don Alfonso Carlos, rey de Espaa para los carlistas,nombr Delegado suyo, o Secretario general del partido, a don

    Manuel Fal Conde. Este, a su vez, design al diputado Sr.

    Zamanillo, Delegado nacional de Requets, y a don Antonio

    Lizarza, Delegado regional de Requets de Navarra.

    Un ao antes tres monrquicos don Antonio Goicoechea, en

    nombre de Renovacin Espaola; don Rafael Olazbal, enrepresentacin de los Tradicionalistas; el Sr. Lizarza por los

    Requets, y el Teniente General don Emilio Barrera con su propia

    personalidad fueron recibidos en Roma por Mussolini, de quien

    solicitaron ayuda para el caso de una sublevacin nacional contra

    la Repblica. El Duce italiano prometi solemnemente contribuir

    con 20.000 fusiles, 20.000 granadas de mano, 200 ametralladoras

    y un

    milln y medio de pesetas en metlico.

    Como consecuencia de la acogida que Mussolini tuvo para los

    visitantes espaoles, salieron de Navarra hacia Italia algunas

    expediciones de jvenes requets para instruirse en manejo de

    ametralladoras, fusiles-ametralladores y bombas de mano.

    Aquellos muchachos dice Lizarza pasaban por oficiales

    peruanos en viaje de prcticas.

    Tambin por aquel tiempo se public un Compendio de

    Ordenanzas, Reglamentos y obligaciones del "boina roja", jefe de

    patrulla y jefe del Requet; lo redact el dos veces laureado

    General don Jos Enrique Varela, que se ocultaba tras el seu-

    dnimo de Don Pepe. Varela, disgustado con Don Alfonso XIII,

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    se haba incorporado al Tradicionalismo y era, secretamente, el

    Jefe militar de Requets de toda Espaa. La organizacin de los

    Requet, fue concebida por Varela en un sistema de Tercios,

    Compaas, Piquetes, Grupos y Patrullas. Este orden remplaz alde las Decurias, adoptado tiempo antes.

    El 21 de marzo de 1935 se concentraron en Estella 3.000

    boinas rojas con alguna instruccin militar. Y a lo largo del citado

    ao creci vigorosamente esa fuerza del Tradicionalismo navarro.

    Influy poderosamente en ello la presencia entre los requets de

    un bravo jefe del Ejrcito, el entonces teniente coronel don Ricardo

    de Rada, nombrado Inspector nacional de boinas rojas en vista

    de que el General Varela, por hallarse muy vigilado, no poda viajar

    con la necesaria libertad entre Madrid y Pamplona.

    En San Juan de Luz (Francia) empez a trabajar una Junta

    Suprema Carlista integrada por el General Muslera, el teniente

    coronel Baselga y el capitn Sanjurjo, a las rdenes de Fal Conde y

    del Prncipe Don Javier de Parma. El Inspector nacional y los

    Delegados regionales de Requets tenan asiento en la citada

    Junta, a la que tambin se incorpor el comandante don Luis

    Villanova.

    A primeros del ao 1936 fue designado Jefe militar de los

    Requets navarros el teniente coronel don Alejandro Utrilla. Se

    importaron armas y fueron escondidas en rincones que la Polica

    no lleg a descubrir. Se crearon talleres clandestinos para la

    fabricacin de bombas de mano.

    En junio de 1936 la organizacin de los Requets navarros

    estaba ultimada. Se tena ya encuadrada una fuerza de 8.400

    "boinas rojas", que al primer aviso saltaran en pie de guerra.

    El potencial navarro prometa elevar ese nmero hasta

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    Le recibi en la estacin el coronel Solchaga, Jefe del Regimiento

    de Amrica nm. 23, de guarnicin en la capital navarra. Los

    oficiales se felicitaron. Ya tenan jefe. Efectivamente, pronto se

    puso al frente de los ncleos conspiradores.2

    Desterrado Sanjurjoen Portugal, alejado Franco a Tenerife, quin ms que Mola poda

    tomar el mando inmediato?

    Pas algo ms de un mes en observaciones exploratorias y en

    tanteos. Quera estar cierto del nimo que prevaleca en la

    guarnicin y entablar relaciones con los carlistas navarros, con

    quienes tendra que contar desde los primeros momentos. Hasta el

    19 de abril de 1936 no comunic su decisin de asumir la jefatura

    de cuantos trabajos se encaminaran a la mejor preparacin de un

    alzamiento. Haba que apresurarse; Mola tena en su poder

    incluso las claves que sealaran las rdenes para el comienzo del

    movimiento marxista.3

    El General Rodrguez del Barrio, designado secretamente

    para tomar el mando en Madrid, enferm gravsimamente. Fue

    necesario remplazarle e le sustituy el General Fanjul.

    El General Varela tuvo que salir hacia Cdiz y permanecer

    confinado all, para terminar en el encierro de la prisin militar.

    El General Orgaz fue enviado a Canarias, tambin desterrado.

    Mola se iba quedando casi solo y tena que afrontar graves

    responsabilidades. La primera se le presentaba en forma de

    negociacin con el Partido Carlista, cuya especial sensibilidad no

    creo que le fuera muy conocida.

    2 Santiago Galindo Herrero: Los Partidos monrquicos bajo la

    Segunda Repblica3Ibid.

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    La Comunin Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda

    Espaa al Movimiento militar para la salvacin de la Patria, supuesto que el

    Excmo. Sr. General Director acepta como programa de gobierno el que en

    lneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo.

    Seor General Sanjurjo, de fecha de 9 ltimo. Lo que firmamos con larepresentacin que nos compete. Javier de Barbn Parma. Manuel Fui

    Conde.

    Cul era el programa de Sanjurjo? Helo aqu, en la carta

    remitida a Mola:

    9 de julio de 1936.

    Querido Emilio: Enterado de su notable y patritico trabajo de

    organizacin y de unin de pareceres, tanto para la preparacin del

    Movimiento como para la estructuracin del pas una vez que hayamos

    triunfado. Ratos desagradables son stos, pues siendo varios los que

    intervenirnos, y ms siendo espaoles, es difcil el empeo de aunar, pero no

    imposible, dado el patriotismo de codos.

    Mi parecer sobre la bandera es que se deba, por lo pronto,solucionarse dejando a los tradicionalistas que usen la antigua, o sea la

    espaola, y que aquellos Cuerpos a los que hayan de incorporarse fuerzas

    de esta Comunin no lleven ninguna. Esto de la bandera, como usted

    comprende, es cosa sentimental y simblica, debido a que con ella dimos

    muchos nuestra sangre y envuelto en ella fue enterrado lo ms florido de

    nuestro Ejrcito, y se dio el caso de que en nuestra guerra civil entre

    tradicionalistas y liberales, unos y otros llevaron la misma ensea. Encambio, la tricolor preside el desastre que est atravesando Espaa. Por eso

    me parece bien lo que me dicen de que usted ha prometido que el primer

    acto de gobierno ser la sustitucin de la misma. Ya veo que hay algunos de

    nuestros compaeros a quienes no agrada esta solucin, pero no dudo de

    que han de convencerse, y en todo caso habrn de someterse, teniendo en

    cuenta estas razones y