Historia Dos Jubileus

17
H I S T O R I A D E L O S J U B I L E O S El primer Jubileo cristiano fue convocado por el Papa Bonifacio VIII en el 1300. Esta decisión dio nueva dimensión y significado a las peregrinaciones a Roma, hacia las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. El inicio de un nuevo siglo había visto llegar a Roma a un excepcional número de peregrinos para venerar la más famosa de las reliquias romanas conservada en San Pedro, la de la "Verónica", que representa el rostro dolorido de Jesús en la Pasión,. La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria. Un cronista de la época escribió con entusiasmo: "Desde los tiempos más antiguos no existió tanta devoción y fervor de fe en el pueblo cristiano". 1 3 5 0 En el año 1343 una delegación de romanos fue a visitar al Papa Clemente VI en Aviñón, Francia, donde estaba en exilio desde 1309, para pedirle un Jubileo extraordinario en el año 1350, reduciendo así la periodicidad de los Jubileos, a sólo cincuenta años. El pedido se fundamentaba en la antigua costumbre hebrea, referida por el Levítico: después de cuarenta y nueve años el quincuagésimo (50) debe ser jubilar. Los romanos fueron impulsados a pedir un Jubileo, por el creciente clima de malestar que se había producido en la ciudad a causa de la prolongada ausencia del Papa. Se pensaba que el evento jubilar habría sido una ocasión oportuna para el regreso del Papa a su sede episcopal. Clemente VI convocó este Jubileo anticipado, concedió la indulgencia plenaria a cuantos fueran en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, la novedad con relación al año 1300, es que se añadió la peregrinación a la Basílica de San Juan de Letrán. No obstante, por motivos políticos, el Papa no pudo ir a Roma. 1 3 La frecuencia de los Jubileos cambió después del año 1350 a causa del Gran Cisma de Occidente del año 1378, es decir, debido a un conflicto vinculado con la legitimidad de la elección del Papa. También para este Jubileo se cambió la frecuencia establecida. De hecho Urbano VI lo promulgó para el año 1390, a pesar de que su intención era introducir un nuevo período entre un Jubileo y otro: cada treintitrés años, en recuerdo de la vida de Jesús. Diversos fueron los motivos que llevaron a postergar este plazo. El Jubileo

description

jubileu e historia

Transcript of Historia Dos Jubileus

H I S T O R I A D E L O S

J U B I L E O S

El primer Jubileo cristiano fue convocado por el Papa Bonifacio VIII en el 1300. Esta decisión dio nueva dimensión y significado a las peregrinaciones a Roma, hacia las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. El inicio de un nuevo siglo había visto llegar a Roma a un excepcional número de peregrinos para venerar la más famosa de las reliquias romanas conservada en San Pedro, la de la "Verónica", que representa el rostro dolorido de Jesús en la Pasión,. La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria. Un cronista de la época escribió con entusiasmo: "Desde los tiempos más antiguos no existió tanta devoción y fervor de fe en el pueblo cristiano".

1

3

5

0

En el año 1343 una delegación de romanos fue a visitar al Papa Clemente VI en Aviñón, Francia, donde estaba en exilio desde 1309, para pedirle un Jubileo extraordinario en el año 1350, reduciendo así la periodicidad de los Jubileos, a sólo cincuenta años. El pedido se fundamentaba en la antigua costumbre hebrea, referida por el Levítico: después de cuarenta y nueve años el quincuagésimo (50) debe ser jubilar. Los romanos fueron impulsados a pedir un Jubileo, por el creciente clima de malestar que se había producido en la ciudad a causa de la prolongada ausencia del Papa. Se pensaba que el evento jubilar habría sido una ocasión oportuna para el regreso del Papa a su sede episcopal. Clemente VI convocó este Jubileo anticipado, concedió la indulgencia plenaria a cuantos fueran en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, la novedad con relación al año 1300, es que se añadió la peregrinación a la Basílica de San Juan de Letrán. No obstante, por motivos políticos, el Papa no pudo ir a Roma.

1

3

La frecuencia de los Jubileos cambió después del año 1350 a causa del Gran Cisma de Occidente del año 1378, es decir, debido a un conflicto vinculado con la legitimidad de la elección del Papa. También para este Jubileo se cambió la frecuencia establecida. De hecho Urbano VI lo promulgó para el año 1390, a pesar de que su intención era introducir un nuevo período entre un Jubileo y otro: cada treintitrés años, en recuerdo de la vida de Jesús. Diversos fueron los motivos que llevaron a postergar este plazo. El Jubileo

9

0

tuvo lugar en 1390 y fue celebrado por Bonifacio IX, sucesor del desaparecido Urbano VI. En este Jubileo se agrega Sta. María Mayor a las basílicas que los peregrinos deben visitar.

1

4

0

0

Bonifacio IX quiso que se celebrara también el Jubileo del año 1400 para respetar la periodicidad de cincuenta años establecida en el año 1350. La Iglesia estaba aún dividida ese año, entre Roma y Aviñón, donde reinaba un antipapa. Los cristianos franceses, españoles y una parte de los italianos no tomaron parte en la peregrinación jubilar porque sus reyes, adhiriéndose a la parte cismática de la Iglesia, no permitieron a sus súbditos que participaran en el Jubileo. Bonifacio IX extendió la visita para obtener las indulgencias, a las basílicas de San Lorenzo extramuros, Sta. María en Trastévere y Sta. María Rotonda, que así se añadieron a las cuatro basílicas mayores ya escogidas en los años precedentes. En el Jubileo del año 1400 se dio inicio a un nuevo tipo de peregrinación penitencial que, partiendo de diversas regiones de Italia septentrional, se dirigían a Roma bajo el lema "paz y misericordia".

1

4

5

0

Este Jubileo fue abierto en la basílica de San Juan de Letrán, por Nicolás V, considerado el primer Papa humanista. La respuesta de los fieles a su convocatoria fue excepcional, tanto que este Jubileo se recuerda entre los que tuvieron mayor participación en la historia y como la última gran manifestación colectiva de la edad media. Roma fue puesta a dura prueba por la presencia de esa multitud de peregrinos, que provocó problemas de orden público, de sanidad y de abastecimiento. Ese Jubileo fue definido además, como el "Jubileo de los Santos", porque entre otros, estuvieron presentes en Roma, los futuros Sta. Rita de Casia y San Antonino de Florencia. Este último definió el Jubileo como: "El Año de oro", para indicar que después del cisma se había encontrado nuevamente la unidad de la Iglesia de Occidente

1

4

7

5

Desde el año 1475 los Jubileos se realizan cada veinticinco años. Sixto IV para hacer convergir todo el mundo católico a Roma suspendió, durante el período jubilar, todas las indulgencias plenarias fuera de Roma. Fue utilizada la nueva tecnología de la imprenta, descubierta en el año 1444 por Gutemberg: las Bulas jubilares, las instrucciones para la jornada del peregrino y las oraciones que se debían recitar en los lugares sagrados fueron presentadas, por primera vez, en modernos caracteres impresos. Por otra parte, a partir de este Jubileo, entró en uso la sencilla y significativa denominación de "Año Santo" que ha llegado hasta nuestros días. Sixto IV favoreció también la creación de muchas obras urbanísticas y arquitectónicas para que la ciudad pudiera acoger mejor a los peregrinos. Entre las obras se cuenta incluso un puente, llamado Sixto, construido para facilitar el movimiento de los fieles.

1

5

0

0

Ocho años atrás había sido descubierto el continente Americano: el Año Santo del 1500 representa por lo tanto un momento de paso no solamente hacia un nuevo siglo, sino también hacia un mundo más vasto. Alejandro VI, el 24 de diciembre de 1499, inauguró solemnemente el Jubileo y añadió un nuevo rito: la apertura de una Puerta Santa en la Basílica de San Pedro a la que, desde entonces, fue adjudicado el papel tradicional que la puerta áurea de San Juan de Letrán, había desempeñado por siglos. El Papa quiso, además, que la apertura de las Puertas Santas se realizara en cada una de las cuatro basílicas mayores establecidas para la visita jubilar. Desde aquel momento la apertura de la Puerta Santa y el paso a través de ella, se convirtió en uno de los actos más importantes del Año Santo. Fue también inaugurado un nuevo camino denominado Alejandrino, que unía el Castillo del Santo Angel con la Basílica de San Pedro.

1

5

2

5

Clemente VII abrió la Puerta Santa de este Jubileo en un tiempo de conflictos religiosos y políticos. En efecto, estaba en pleno apogeo la crisis religiosa, iniciada con Martín Lutero en Alemania el año 1517. El monje agustino había puesto en discusión entre otras cosas el mismo principio de las indulgencias. Se ponía así en tela de juicio uno de los fundamentos del Año Santo. Por otra parte, desde muchas partes se solicitaba una reforma de la Iglesia. También en el campo político las dificultades eran enormes: el conflicto entre Carlos V y Francisco I inició la primera gran fractura política de la época moderna en Europa. También la Iglesia pagó las consecuencias. Dos años después del Año Santo, Roma fue invadida y saqueada, por las tropas imperiales de Carlos V. El Jubileo fue, sin embargo, convocado regularmente, y la Puerta Santa abierta en un clima de agitación.

1

5

5

0

Los Papas de este Jubileo son dos: Pablo III y Julio III. El primero de ellos trabajó en la preparación hasta su muerte en el año 1549, después de haber encontrado la ciudad de Roma, todavía desgarrada a causa del saqueo de 1527 y luego de haberse iniciado la reforma de la Iglesia católica con el Concilio de Trento. Julio III lo celebró a partir de febrero del año 1550, fecha de su elección. Por este retraso inicial, el Año Santo fue prolongado hasta la Epifanía sucesiva. Este Jubileo fue una ocasión propicia para realizar la renovación de la vida religiosa que habría encontrado su plena manifestación en el Concilio de Trento. El esfuerzo de los romanos, en la acogida a los peregrinos fue muy grande, especialmente con los peregrinos más pobres.

1

4

Es el primer Jubileo después del Concilio de Trento. Roma se preparó para el acontecimiento con particular esmero y austeridad. Ya desde 1573, a los dueños de hosterías y hoteles se les ordenó que no subieran los precios. Fueron construidas nuevas calles para facilitar el recorrido de los peregrinos; entre ellas la Avenida Merulana que une San Juan de Letrán con Sta. María la Mayor. En la vigilia del Año Santo, el Papa Gregorio XIII pidió a los

7

5

Cardenales un nuevo estilo de vida para dar ejemplo a los fieles. Entre los cardenales presentes en Roma estuvo el gran arzobispo de Milán, Carlos Borromeo. El Jubileo se caracterizó por la presencia de nuevas asociaciones seglares y religiosas, entre ellas la Cofradía de la Santísima Trinidad de los Peregrinos y Convalecientes, fundada de San Felipe Neri. Esta institución organizó la hospitalidad de los peregrinos aún en los más mínimos detalles.

1

6

0

0

"Avisos de Roma", un diario urbano de la época, refirió que el Año Santo del 1600 fue uno de los que tuvo mas éxito tanto por la gran participación de fieles, como por la especial devoción de los peregrinos. Dos son las razones: el hecho de que la Iglesia católica comienza a recoger los frutos del Concilio de Trento y el clima de distensión que vivía Europa, después de tantos años de guerras y de divisiones. En Roma las instituciones de hospitalidad, creadas por las diversas Cofradías, desempeñaron un papel determinante, para resolver el problema del alojamiento y alimentación de la gran mayoría de los peregrinos, que eran pobres y no podían acceder a las estructuras normales de hospedaje.

1

6

2

5

El Año Santo se abrió entre los "rumores" de la guerra de los Treinta Años que estalló en el año 1618. Urbano VIII promulgó un edicto para prohibir a todas las personas llevar armas y provocar actos de violencia en Roma. Una epidemia de peste se difundió en algunas regiones del Sur de Italia y el Papa, para evitar que la misma se extendiera a Roma, resolvió sustituir la visita a la Basílica de San Pablo extramuros, por la de Santa María en Trastévere. Por primera vez los efectos espirituales del Jubileo fueron extendidos a quienes, por razones de salud o de reclusión, no podían llegar a Roma. Es una importante innovación que modifica en profundidad el concepto inspirador de esta indulgencia que, originalmente, estaba asociada al viaje a Roma.-

1

6

5

0

Este Jubileo se abrió, a diferencia del precedente, en una época de paz relativa: había terminado la guerra de los Treinta Años que había devastado Europa. Inocente X inicia, en presencia de una gran muchedumbre de peregrinos, el Año Santo en la Basílica de San Pedro, que para la ocasión había sido renovada por dentro,. Uno de los hechos más relevantes de la celebración jubilar fue la restauración, deseada por el Papa, de la entonces derruida Catedral de Roma, San Juan de Letrán que, según algunos estudiosos, fue "vestida" por Borromini como una blanca esposa. El Papa aprovechó la ocasión de la restauración de su sede episcopal para manifestar el propósito de pacificación universal de la Iglesia. Inocente X había trabajado, en efecto, por la pacificación de Europa durante la larga guerra de los Treinta Años. Con la restauración de la Catedral, intentó consolidar el prestigio de la iglesia, y subrayar su posición neutral con respecto a las grandes potencias europeas.

1

7

0

0

Inicia un nuevo siglo, denominado "de las luces", fundamentado en la cultura de la "razón". El Jubileo fue abierto por Inocencio XII que muere antes de que termine el año. Por primera vez un Año Santo es alterado por la muerte del Papa. Le sucede Clemente XI. Muchos ilustres peregrinos llegan a Roma para el acontecimiento jubilar. Entre estos la reina polaca María Cristina, viuda de Juan III Sobieski, que entra descalza en San Pedro y vestida de penitente visita las iglesias romanas. Un viajero inglés, a propósito de la devoción de los peregrinos escribe: "La muchedumbre sigue pasando de rodillas la Puerta Santa de San Pedro con tal afluencia que no he podido todavía abrirme camino para entrar".

1

7

2

5

El Jubileo quedó fuertemente marcado por la personalidad de Benedicto XIII, que convocó un Sínodo en la provincia romana y estableció una serie de normas para la preparación espiritual del evento. Los romanos vieron al Papa recorrer las calles de la ciudad sobre humildes carrozas, salmodiar con devoción durante el trayecto y transcurrir jornadas enteras en oración en la Iglesia de Santa María sobre Minerva, a cargo de los Dominicos, orden a la que había pertenecido. El Papa quiso que se realizara una esmerada predicación en las diversas iglesias de Roma y, con este objetivo, hizo llamar los más famosos predicadores del tiempo. Un hecho significativo fue la acogida reservada por los Padres Mercedarios a 370 esclavos rescatados para el Año Santo. Para el Jubileo fue inaugurada la estupenda escalinata de la Trinidad de los Montes en la Plaza de España

1

7

5

0

En la Bula de convocación del Jubileo, Peregrinantes a Domino, Benito XIV destacó la necesidad de hacer penitencia para que el Año sea verdaderamente "Santo": Año de edificación y no de escándalo. El Papa recordó el valor de la peregrinación como superación de las dimensiones cotidianas de pecado. El Jubileo tuvo así, una fuerte característica espiritual. Uno de los predicadores más escuchados fue Leonardo de Puerto Mauricio, un franciscano reformado: a sus predicaciones en Plaza Navona, asistió también el Papa. El Padre Leonardo erigió en Roma durante el Año Santo, 572 cruces y la más célebre fue la que se levantó en el Coliseo, que se venera hasta nuestros días.

1

7

Por primera vez la Bula de convocación del Jubileo se hace en idioma italiano: "L’Autore della nostra vita". Pío VI, en febrero apenas elegido, abrió la Puerta Santa en San Pedro para el Jubileo más breve de la historia. La preparación fue realizada por su predecesor, Clemente XIV, con un ciclo de predicaciones, procesiones y misiones en algunas plazas romanas. Las misiones respondían a una exigencia: la de preparar la ciudad para el Año Santo. Fueron realizadas también algunas obras públicas, entre ellas la restauración de los hospitales Espíritu Santo y San Juan. El Jubileo del año

7

5

1775 es recordado también por la presencia de un numeroso grupo de Patriarcas y Obispos católicos de rito oriental.

1

8

0

0

El Jubileo del nuevo siglo no se celebró a causa de los profundos cambios que involucraron el continente europeo después de la Revolución Francesa. En el año 1797 las tropas francesas ocuparon Roma y la ciudad se transformó en el centro de la República Romana. El Papa Pío VI que debería haberlo convocado, murió desterrado en el año 1799. El año que debía haber sido jubilar transcurrió entre la ausencia forzada del Papa de Roma, las difíciles condiciones políticas generales y la incertidumbre que caracteriza los tiempos de guerra. Todos estos factores impidieron a Pío VII celebrar el Año Santo, incluso con retraso.

1

8

2

5

El del año 1825 es el único Jubileo celebrado en el siglo XIX. Las cancillerías europeas del período de la Restauración miraban con mucha preocupación la convocación del Jubileo por el notable movimiento de personas que habría provocado. En un tiempo de revoluciones liberales y de conspiraciones, cada viajero era considerado sospechoso, las fronteras están cerradas, los caminos vigilados, las posadas desaparecieron. Sin embargo, León XII lo quiso, lo organizó y celebró. En la Bula de convocación hace referencia a las dificultades, pero al mismo tiempo pone la celebración jubilar bajo el signo de la alegría. Una de las novedades fue que se concedía la indulgencia a quienes veneraran uno de los iconos más antiguos del mundo, el de la Virgen de la Clemencia, del siglo VII, conservado en la Basílica de Sta. María en Trastévere.

1

8

5

0

El Jubileo correspondiente a esta fecha no fue convocado, ni celebrado. Pío IX estaba desterrado desde hacía un tiempo y regresó a Roma en abril del año 1850, demasiado tarde para convocar el Año Santo. El alejamiento del Papa de Roma era consecuencia del amplio fenómeno de agitación general que acosaba la ciudad y los Estados Pontificios a partir del año 1848. Eran los presagios de la llamada cuestión romana, en la que se ponía en discusión el poder temporal del Papa. Este Jubileo fallido planteaba una pregunta a Pío IX y a sus sucesores: ¿Sería posible en el futuro otra celebración jubilar si se ponía en discusión el poder temporal del Papa?

1

8

7

5

Roma se había convertido en capital de Italia desde hacía unos años. El Papa que había perdido el poder temporal sobre la ciudad y los Estados Pontificios, decidió quedarse en Roma encerrándose en el Vaticano, declarándose "prisionero del rey". La Puerta Santa de San Pedro quedó nuevamente cerrada, como en el año 1850. Pío IX, consideró que no se daban las condiciones para una celebración normal del acontecimiento, pero quiso de todos modos convocarlo de manera nueva con respecto al pasado. El Papa extendió el Jubileo a todo el mundo católico y lo celebró en Roma en forma reducida inaugurándolo en la Basílica de San Pedro con la única presencia del clero romano y sin la apertura de la Puerta Santa. Fue por lo tanto un Jubileo, a "puertas cerradas".

1

9

0

0

El nuevo siglo que empieza, celebra el renacimiento del Jubileo. Después de setenta y cinco años se abrió de nuevo la Puerta Santa. León XIII, el 24 de diciembre de 1899, pudo inaugurar el primer Año Santo después del fin del poder temporal del Papa. León XIII, que se había pronunciado sobre una de las cuestiones centrales del tiempo, la social, con la histórica Encíclica Rerum novarum, consideraba también necesario redimensionar la imagen de la Iglesia y del pontificado romano. El Jubileo le ofrecía la ocasión. La preparación logística y la organización fueron apoyadas también, por primera vez, por el gobierno italiano. La apertura de la Puerta Santa se realizó con solemnidad y también en un clima de reconciliación y fiesta. Roma se llenó en esa ocasión, de peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.

1

9

2

5

Es la definición del Jubileo del año 1925 convocado por Pío XI en un clima de renovada distensión entre la Iglesia y el Estado Italiano. La prensa italiana concedió amplio espacio al evento, poniendo así en evidencia el nuevo clima de paz que se había instaurado en Roma. Pío XI dio al Jubileo un carácter eminentemente misionero, ya que las misiones constituyeron uno de los grandes temas de su pontificado. A él se debe la consagración de los primeros obispos chinos. El año jubilar fue también coronado por una serie de solemnes ceremonias religiosas, entre las cuales las más significativas fueron algunas canonizaciones: la de Teresa del Niño Jesús, la del Cura de Ars y de Juan Eudes. La participación de los peregrinos fue impresionante. De hecho aquel año llegaron a Roma más de medio millón de personas.

1

9

3

El 24 de diciembre de 1932, Pío XI anunció, sorprendiendo a todos, la convocación de un Año Santo extraordinario para 1933: el de la Redención. Después de haber instituido la fiesta de Cristo Rey y de haber consagrado la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, en la vigilia del centenario de la muerte de Cristo el Papa anunciaba el Año Santo de la Redención. Los tiempos litúrgicos de este Jubileo fueron diversos de los anteriores. En efecto, la apertura de la Puerta Santa fue fijada para el Domingo de Pasión (y no la noche de Navidad), y la clausura para el Lunes de Pasión del año sucesivo. Pío XI creó así un gran acontecimiento religioso centrado en la

3 figura de Cristo Redentor. Este Jubileo fue la primera ocasión, después del fin del poder temporal, en el que algunas celebraciones presididas por el Papa se realizaron fuera de la Basílica de San Pedro.

1

9

5

0

Pío XII abrió el Año Santo en un horizonte cargado de tensiones y con las heridas de la segunda guerra mundial todavía no cicatrizadas. Un mensaje de paz subyace en el Jubileo del año 1950. Es el año del "gran retorno y del gran perdón" de todos los hombres, también de los más alejados de la fe cristiana. Europa estaba dividida en dos partes y los católicos del Este no podían ir a Roma. No obstante estas dificultades, la participación de los peregrinos fue extraordinaria y la audiencia con el Papa, a partir de este Jubileo, entró a formar parte integrante de la vida de los fieles. Videre Petrum pasó a ser el objetivo de muchos. Durante el año jubilar Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María, en la Plaza San Pedro en presencia de casi quinientos mil fieles y 622 obispos. Otro aspecto significativo fue el espectáculo ofrecido por la presencia de los peregrinos. Su ejemplo fue definido: "la mejor predicación de este siglo".

1

9

7

5

"¿Tiene todavía sentido la celebración del Jubileo?". Esta era una pregunta frecuente entre los católicos del inmediato posconcilio. Después del Vaticano II una celebración jubilar, a muchos les parecía anacrónica, ligada a una idea de cristiandad medieval. El Papa Pablo VI sentía estos problemas, pero decidió no interrumpir la tradición de los Jubileos. El Papa vio el Año Santo como una oportunidad de renovación interior del hombre. Con ocasión de este Jubileo escribió la Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, con la intención de poner las celebraciones jubilares bajo el signo de la alegría. Los tres puntos fundamentales de este Año Santo fueron: la alegría, la renovación interior y la reconciliación. Un observador seglar de la historia de la Iglesia escribió a propósito del Jubileo del año 1975: "Fue un gran éxito".

1

9

8

3

"¡Abran las puertas al Redentor!". Con estas palabras Juan Pablo II introdujo la Bula que, el 6 de enero de 1983, convocaba el Jubileo de la Redención. El motivo de este Año Santo extraordinario fue el 1950 aniversario de la muerte de Jesús que el Papa entendía celebrar en continuidad con el Jubileo extraordinario de 1933 y en vista del Jubileo del Jubileo del año 2000. Es decir, como una anticipación del Jubileo de este fin de milenio. El Jubileo extraordinario tuvo la función "de llevar a cabo una digna preparación para el "Año Santo del 2000"

LA CELEBRACIÓN DEL GRAN JUBILEO EN LAS

IGLESIAS PARTICULARES

criterios teológicos y litúrgicos

Para entrar en el tercer milenio del Cristianismo, Juan Pablo II invita a la Iglesia, extendida de Oriente -desde la Tierra del Señor- hasta Occidente -que tiene por centro a Roma-, a celebrar el Año Santo, pero invita también singularmente a todas las Iglesias de Cristo, reunidas en cualquier lugar del mundo. Su llamamiento fue formalizado en la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (citada TMA), firmada el 10 de noviembre de 1994, mientras la bula Incarnationis Mysterium (citada EM) constituye la solemne convocatoria del Año Santo del 2000; fue promulgada en el Vaticano en el primer domingo de Adviento del año litúrgico que estamos celebrando (29 de noviembre de 1998).

Estos dos documentos pontificios van a dirigir nuestra reflexión para exponer los criterios teológicos y litúrgicos, que deben dirigir la celebración del Año Jubilar en nuestras Iglesias particulares.

1.- EL AÑO SABÁTICO Y JUBILAR EN EL AT: LEY Y PROFECÍA.

Veamos, en primer lugar, la referencia bíblica de esta convocatoria periódica que, desde 1300, va jalonando también la historia de nuestra Iglesia occidental.

La Torah en sus libros del Éxodo (23, 10-11), Levítico (25, 1-7;18-20) y Deuteronomio (15, 1-6) establece cada siete años el año sabático en que la tierra debe reposar. "Seis años sembrarás tu campo, seis años podarás tu viña y cosecharás sus productos; pero el séptimos año ser de completo descanso para la tierra, un sábado en honor de Yahveh" (Lv 25,3-4). "Cada siete años harás remisión... remisión en honor de Yahveh" (Dt 15, 1-2).

Asimismo el libro del Levítico (25, 8-17; 23-28) establece, cada cincuenta años, un año santo de liberación para las propiedades y para los hombres que por la esclavitud hubieran perdido su libertad, proporcionando una motivación verdaderamente teológica: el único dueño de la tierra y de las personas es Dios: "Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrarà su propiedad, y cada cual regresará a su familia". "La tierra es mía... vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes".

Juan Pablo II comenta en la TMA 12 el sentido teológico de esta prescripción jubilar: "No podía privarse definitivamente de la tierra, puesto que pertenecía a Dios, ni podían los israelitas permanecer siempre en una situación de esclavitud,

dado que Dios los había rescatado como propiedad suya exclusiva liberándolos de la esclavitud de Egipto" (TMA 12).

Pero, de acuerdo con los historiadores de Israel, el papa advierte: "Los preceptos del año jubilar no pasaron de ser una expectativa ideal, más una esperanza que una concreta realización, una prophetia futuri", una profecía del futuro (TMA 13).

El Antiguo Testamento ya contiene esta profecía, en el libro de Isaías (61, 1-3): "El Espíritu del Señor Yahveh. Está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad, a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido..."

2.- EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA EN JESÚS DE NAZARET.

Según la narración de Lucas, en la sinagoga de Nazaret, Jesús expone su programa de evangelización citando el texto de Isaías 61 con esta adaptación: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19).

Las palabras de Jesús, según Lucas, no son cita al pie de la letra de Is 61, 1-4. Además de abreviar el texto profético, suprime la alusión a la "venganza" de Yahveh contra los pueblos opresores de Israel, gran expectativa del mesianismo politico. Jesús no anuncia un jubileo tradicional, al estilo de Lv 25, sino que anuncia la proximidad de una intervención extraordinaria de Dios: con él llega el gran jubileo, el definitivo. Jesús viene a cumplir el contenido de la ley y de la profecía: abre la era jubilar de remisión, de gracia y de libertad. No anuncia un año: anuncia la inauguración de una era. "El jubileo, "año de gracia del Señor", es una característica de la actividad de Jesús" (TMA 11).

3.- "AÑO DE GRACIA, AÑO DE SALVACIÓN", HOY.

Así, pues, a partir de Cristo, todos los años son "años de gracia". "Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección" (TMA 10). Con Jesucristo ha llegado el tiempo deseado, el día de la salvación, la plenitud de los tiempos (Ga 4, 4; He 1, 2; 1 Jn 2, 18).

Cabe entonces preguntarse: ¿Qué sentido tienen los años jubilares después de Cristo? El papa, después de citar los textos de Is 61 y Lc 4, advierte: "Todos los jubileos se refieren a este "tiempo" y aluden a la misión mesiánica de Cristo, venido como "consagrado con la unción" del Espíritu Santo, como "enviado por el Padre". Él es quien trae la libertad a los privados de ella, libera a los oprimidos, devuelve la vista a los ciegos" (TMA 11).

En esta línea debemos entender los años jubilares, en el tiempo de la Iglesia, como signos de la perennidad del año de gracia del Señor. No deben confundirse con la mera "definición cronológica de un cierto aniversario" (TMA 11).

Nos puede ayudar la comparación con el año litúrgico. Los cristianos tenemos muy presente la enseñanza del Apóstol: "Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (1 Co 6, 2), enseñanza referida a todo el tiempo transcurrido después de Cristo, pero seguimos la pedagogía tradicional de la Iglesia de señalar unos tiempos más intensos de esta vivencia de la salvación y de la gracia. Las palabras del Apóstol resuenan cada miércoles de ceniza: para todos son una invitación a recorrer el camino que nos lleva a la Pascua anual. Cada día es Pascua para el fiel cristiano: pero es llamado a celebrar la Pascua anual con una renovación de su fe y de su conversión, de su conmorir y conresucitar con Cristo; cada domingo es invitado a celebrar Pascua. En esta línea, el año 2000 es una memoria más intensa de la encarnación y de la redención de Cristo (TMA 16). Porque todos los años, después de la Encarnación y del Nacimiento dels Hijo de Dios, son años "del Señor", años "de gracia", según la denominación tradicional del calendario cristiano.

El año santo viene a propiciar la insistencia en algunos puntos fundamentales del vivir en Cristo. Veamos cuáles son:

la comprensión del sentido cristiano del tiempo y de la historia y su aceptación como don de Dios, como historia de salvación. "Dios con la encarnación se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo" (TMA 9). "La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante... Ante Cristo se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia... Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida" (IM, 1).

la glorificación de la Trinidad (TMA 55; IM 3). Juan Pablo II la ha presentado como uno de los grandes objetivos del año santo, que ha sido progresivamente preparado por el año de Jesucristo (1997), por el año del Espíritu Santo (1998), por el año del Padre (1999). Es, pues, una ocasión admirable para confirmar a todos en la plenitud de la fe en el Dios uno y trino, fe catequizada constantemente en la liturgia que siempre es oración al Padre por el Hijo en el Espíritu, catequesis más intensamente cultivada en el año jubilar.

estímulo para la nueva evangelización en los nuevos Aerópagos y hacia nuevos horizontes en la extensión del Reino de Dios (TMA, 57; IM 2).

catequesis y celebración renovadas de la Eucaristía y de la penitencia, en una forma tal que estos sacramentos alimenten y transformen al fiel cristiano para que éste renueve y transforme el mundo.

promoción del ecumenismo, tan resaltado por Juan Pablo II en la orientación y celebración del año santo del 2000; ecumenismo en su sentido más amplio, hacia los cristianos de otras Iglesias y Confesiones, y hacia los creyentes de Israel y del Islam (TMA 16,34,55; IM 4).

Son cinco actitudes y tareas que tienden a dinamizar siempre la vida del creyente

en Cristo que en el año santo cobran realce e intensidad.

4. INAUGURACIÓN DEL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000 EN LAS IGLESIAS PARTICULARES.

Una de las características innovadoras del año santo del 2000 es que se celebrará al mismo tiempo en Roma y en todas las Iglesias particulares diseminadas por el mundo (IM 2). Tendrá dos centros: Roma y Tierra santa.

La inauguración del año santo en las Iglesias particulares se fija para el día de Navidad de 1999, con una solemne liturgia eucarística presidida por el obispo diocesano en la catedral. También es prevista en la concatedral, presidida por un delegado del obispo. Se aconseja privilegiar esta liturgia solemne haciendo la statio en otra iglesia para ir en peregrinación a la catedral. Se prevé el realce del evangeliario, la lectura de algunos párrafos de esta bula, según el "Ritual para la celebración del gran jubileo en las Iglesias particulares", en vías de publicación.

La clausura del Jubileo se celebrará en la solemnidad de la Epifanía del 2001 (IM 6).

5. LOS SIGNOS DEL JUBILEO DEL 2000

Juan Pablo II, en su bula convocando al año santo, presenta seis signos identificadores de la próxima celebración del año jubilar; tres proceden de la tradición; los otros tres resultan ser una innovación a la celebración jubilar. De los seis, uno es específico de Roma, el de la puerta santa. No lo voy a tratar ya que esta ponencia se refiere especialmente al jubileo en las Iglesias particulares, fuera de Roma.

l. La peregrinación. En las Iglesias particulares, está prevista a la Catedral o a otras iglesias, santuarios o lugares designados por el obispo (Disposiciones sobre la indulgencia, 3).

Como es obvio, la Iglesia particular debe ser sensible al llamamiento del papa para realizar su peregrinación, en la medida de lo posible, al sepulcro de los Apóstoles en Roma, a las diversas iglesias de la Urbe indicadas en la bula de convocatoria, a la Tierra de la Encarnación y Redención del Hijo de Dios: a Jerusalén, Belén y Nazaret. En las Disposiciones (1 y 2) que acabo de citar se especifican las celebraciones y plegarias, previstas en estas visitas, con una gran variedad de elección y acomodación: misa, u otra celebración litúrgica como Laudes o Vísperas, ejercicios de piedad: Via crucis, Rosario, canto del Akátistos; adoración eucarística o meditación, rezo del padrenuestro, profesión de fe... Se está editando una guía teológico-histórico-litúrgica para estas peregrinaciones.

Todos reconocemos el peligro de no convertir hoy la peregrinación en simple turismo o viaje de placer. El esfuerzo de la Iglesia particular que organiza y acompaña la visita a Roma o a Tierra Santa debe centrarse en imbuir de auténtico sentido cristiano de peregrinación, con la debida acomodación a nuestro tiempo, de tales visitas. Ya advierte el papa que la peregrinación ha ido "asumiendo en las

diferentes épocas históricas expresiones culturales diversas" (IM 7). Ciertamente nuestros peregrinos-turistas de hoy se diferencian mucho de los medievales; sabemos bien que no debemos idealizar comportamientos de tiempos pasados, pero tenemos que promover el sentido genuino de peregrinación: para caminar con Cristo y a su encuentro, para salir al encuentro de nuestros hermanos, con quienes compartimos la fe y la esperanza.

Corresponde a los pastores, a los guías espirituales de las peregrinaciones, a Roma, a Tierra Santa o a los lugares establecidos por cada obispo, realzar ante la conciencia de los fieles que la peregrinación es momento significativo en la vida del creyente (homo viator); es camino de ascesis laboriosa, de constante vigilancia de la propia fragilidad, preparación interior a la conversión de corazón. Por la vigilancia ayuno, oración avanzamos hacia la plenitud de Cristo (IM 7). Nos hace conscientes la peregrinación de que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (He 13, 14), la Jerusalén celestial.

La peregrinación es icono de la vida por cuanto la condición existencial del ser humano es la de peregrino. Modelo de la peregrinación cristiana son los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). Van caminando a la deriva, sorprendidos por la noche y con los ojos ofuscados por la incredulidad. Cristo resucitado, peregrino con ellos, los convierte en peregrinos de la esperanza. Al fin la Palabra y la fracción del pan abren sus ojos, y se convierten en testigos de la resurrección. Emaús es parábola bellísima de la peregrinación del discípulo de Jesús.

Son muy sugestivas también, y las podemos referir al punto que tratamos, las reflexiones de la TMA (6-7) sobre la búsqueda de Dios por parte del hombre, de Dios Padre que en su Hijo encarnado sale al encuentro del hombre.

2. La indulgencia jubilar es uno de los signos más tradicionales del año santo. Notemos que tanto la bula convocatoria como las Disposiciones para obtener la indulgencia jubilar se refieren a ésta como a la indulgencia por antonomasia: el perdón, la reconciliación abundante y generosa, derramada sobre los que se convierten e imploran la remisión total de sus culpas, la restauración de sus vidas y personas.

La indulgencia es manifestación de la plenitud de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos con amor. Esta misericordia se hace visible en y por la Iglesia, que es presencia viva del amor de Dios, inclinado sobre toda debilidad humana. El sacramento de la Penitencia ofrece el perdón de Dios, la comunión con el Padre y con su Iglesia; pero el perdón gratuito de Dios implica un cambio real de vida, una renovación de la propia existencia. Permanecen en el pecador reconciliado algunas consecuencias del pecado, que necesitan curación y purificación. En este ámbito adquiere relevancia la indulgencia (IM 9). La purificación restaña, por una parte, las heridas del pecado en el hombre y le libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. La purificación de la pena temporal abre la plena comunión con Dios y con los hermanos.

Los fieles expían sus culpas integrados en la unidad del Cuerpo de Cristo; así se abren totalmente a los demás, se liberan del temor y del egoísmo. Advierten que

no pueden expiar con sus solas fuerzas el mal, que al pecar se han infligido a sí mismos y a toda la comunidad. Expían integrados en la comunión de los santos, en el misterio de la "realidad vicaria", que une a los creyentes con Cristo y entre sí. La doctrina de las indulgencias hunde sus raíces en el "tesoro de la Iglesia", recordado por la IM 10, y explicado por Pablo VI como el valor infinito e inagotable de las expiaciones y de los méritos de Cristo, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre; pertenecen a este tesoro igualmente las oraciones y las buenas obras de la Virgen María y de todos los santos, que se santificaron por la gracia de Cristo ("Indulgentiarum doctrina", 5; CCE, 1476). Las indulgencias nos enseñan lo mucho que cada uno puede ayudar a los demás, vivos y difuntos, para estar todos unidos al Padre. La maternal disposición de la Iglesia abre con abundancia a los fieles en el jubileo el don de la indulgencia (IM 9-10).

La indulgencia jubilar va conectada necesariamente con los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación: "Culmen del jubileo es el encuentro con Dios Padre por medio de Cristo Salvador, presente en su Iglesia, especialmente en sus sacramentos. Todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como punto de partida y de llegada la celebración del sacramento de la penitencia y de la Eucaristía, misterio pascual de Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación: éste es el encuentro transformador que abre el don de la indulgencia para uno mismo y para los demás" (Disposiciones...).

La indulgencia debe recibirse después de hacer la confesión sacramental (o transcurrido un prudente espacio de tiempo); la participación en la Eucaristía, necesaria para cada indulgencia, es conveniente que tenga lugar el mismo día en que se realizan las obras prescritas. Estos dos momentos culminantes han de estar acompañados por el testimonio de comunión con la Iglesia, manifestada en la oración por el papa, así como por obras de caridad y de penitencia, que quieren expresar la verdadera conversión del corazón, pues el espíritu penitencial (de conversión) es como el alma del jubileo (Ibid.)

Nótese que la indulgencia jubilar puede obtenerse por nuevas formas que completan y ponen al día las tradicionales, centradas en actos litúrgicos y de piedad (Disposiciones...1-4): abstinencia de cosas superfluas dando una suma proporcionada de dinero a los pobres, sosteniendo obras de carácter religioso o social, dedicando una parte conveniente del tiempo libre a actividades de interés para la comunidad, o practicando otras formas parecidas de sacrificio personal.

3. Purificación de la memoria de la Iglesia. El año santo es llamada a la conversión, también de la Iglesia. En su historia hay no pocos acontecimientos "que son un antitestimonio en relación con el cristianismo". "Somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido". Por eso el sucesor de Pedro pide a la Iglesia que implore el perdón de Dios "por los pecados pasados y presentes de sus hijos". Que surja de esta actitud un renovado testimonio de compromiso cristiano en el mundo del próximo milenio (IM 11; véase también TMA 34-36).

4. La caridad, "que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la

pobreza y la marginación", es otro signo de la misericordia de Dios, que debe resplandecer en el año santo. Ante las nuevas formas de pobreza, ante las nuevas formas de esclavitud, ante la deuda externa de tantos países pobres, urge eliminar el predominio de unos sobre otros: "son un pecado y una injusticia". Asimismo se ha de crear una nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales, para que los países ricos y el sector privado, asuman su responsabilidad en un modelo de economía al servicio de cada persona" (IM 12).

El Jubileo llama a la conversión para no dar valor absoluto ni a los bienes de la tierra ni a su dominio egoista por parte del hombre. La tierra es de Dios, como nos recuerda el texto de Lv 25, 23, afirmación contenida en la promulgación del año jubilar en Israel.

5. La memoria de los mártires. "Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor". Los dos milenios de cristianismo están llenos del constante testimonio de los mártires. El papa recuerda especialmente los de este siglo, víctimas del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales. "El martirio es la demostración de la verdad de la fe que sabe dar rostro humano incluso a la muerte más violenta". Los mártires ayudan a la Iglesia para permanecer firme en su testimonio (IM 13).

6. LA PROPUESTA DEL GRAN JUBILEO, ADAPTADA A LAS IGLESIAS PARTICULARES.

Según el recorrido de los documentos pontificios que introducen el Gran Jubileo del año 2000, a celebrar simultáneamente en Roma, en Jerusalén-Belén-Nazaret, y en cada Iglesia particular, el programa que las Iglesias particulares deberían asumir puede concretarse en estos puntos:

Promoción de una catequesis renovada centrada en Jesucristo, el Hijo de Dios que, con su encarnación, hace 2000 años, da sentido y plenitud al tiempo y a la historia y a la vida del hombre, subrayando que Él "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13, 8).

Catequesis asimismo sobre la Trinidad con derivación práctica hacia la celebración litúrgica, presentándola como verdadera glorificación del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

Impulso renovado de la nueva evangelización, con viva atención a los nuevos retos, a los nuevos Aerópagos surgidos en la nueva situación de la humanidad, identificándolos en el seno de la Iglesia particular, sin olvidar la misión de ésta ad gentes, a otros pueblos que aún no conocen el Evangelio, o lo conocen insuficientemente, prestando asimismo la colaboración a las Iglesias jóvenes.

Catequesis y celebración renovada de los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, como punto de partida y de llegada del camino jubilar, como vivencia constante por parte de los fieles de su incorporación al Misterio Pascual de Jesucristo.

Formación de una nueva conciencia social en cuantos participan en las celebraciones jubilares para promover una nueva cultura de solidaridad y cooperación, en el orden internacional y en el mismo seno de la sociedad en que vive la Iglesia diocesana.

Orientar asimismo a los fieles hacia las nuevas formas de obtener la indulgencia, propuestas para disfrutar la indulgencia del año jubilar. La Iglesia particular debe revisar su solicitud por los pobres y marginados, sus actitudes ante la injusta distribución de la riqueza, y debe disponerse a promover la justicia y las obras de caridad que su fe le exigen en la sociedad en que vive. El Jubileo, desde el AT, es llamada al amor a los hermanos necesitados. Se prevé que la indulgencia del año santo pueda obtenerse no sólo con la peregrinación a Roma, a Tierra santa y a la Catedral o iglesias designadas por el obispo, sino yendo a visitar a los hermanos necesitados o con dificultades (enfermos, encarcelados, ancianos solos, minusválidos, etc.), "como haciendo una peregrinación hacia Cristo presente en ellos". Ténganse muy presentes las obras de caridad y atención social propuestas como obras penitenciales: dar a los pobres una suma proporcionada del dinero resultante de las privaciones voluntarias, sostener con una aportación significativa obras de carácter social: en favor de la infancia abandonada, de la juventud con dificultades, de los ancianos necesitados, de los extranjeros que buscan mejores condiciones de vida...

Promover, desde las celebraciones comunitarias de la Penitencia, un examen de conciencia de las actitudes de pecado en la Iglesia particular, de cara a la purificación de su propia memoria, pero también proyectando, hacia el futuro, una presencia más evangélica en la sociedad.

Realizar signos de apertura ecuménica, auténticos, también de carácter social, hacia los cristianos de otras Iglesias y Confesiones, como también hacia cuantos, desde la fe de Abrahán, desde el Islam o desde su propia conciencia, creen en el único Dios, y que conviven con los católicos de la Iglesia diocesana.

Promover una tarea de identificación de la Iglesia particular, en torno a los signos de la memoria de sus mártires y de la iglesia catedral. El año santo puede ser una buena ocasión para difundir el martirologio diocesano. La peregrinación a la Catedral y a otros santuarios tradicionales de la diócesis son gestos identificadores de historia, de presencia y de apertura hacia un futuro, siempre enraizado e inculturizado en un pueblo concreto. El año del Jubileo en la Iglesia particular es ocasión de resaltar la unidad y comunión en torno al obispo, especialmente en la liturgia presidida por él (SC 41).

En conclusión: el año del Gran Jubileo debe presentarse y debe celebrarse como un verdadero paradigma de la vida en Cristo: es signo verdadero y eficiente del año de gracia, inaugurado con la Encarnación, con la predicación del Ungido por el Espíritu Santo (recordemos el pasaje de Nazaret en Lc 4), con el Misterio Pascual: año de liberación, de redención de las culpas propias y ajenas, año de vivencia de la comunión de la Iglesia en la diócesis y a nivel universal y auténticamente ecuménico, año de peregrinación hacia la ciudad del futuro, la Jerusalén del cielo, profesando con fe viva que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy

y por los siglos de los siglos" (He 13, 8). "Amén. Ven, Señor Jesús"(Ap 22, 20).