Historia del Pensamiento Político - apuntes

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TAIG 1 Hª del Pensamiento Político por Taig Mac Carthy Índice: 1. Maquiavelli (1469-1527) 2. More (1478-1535) 3. La reforma protestante a. Lutero (1483-1546) b. Calvino (1509-1564) 4. Hobbes (1588-1679) 5. Locke (1632-1702) 6. La Ilustración 7. Rousseau (1712-1778) 8. El Romanticismo 9. Hegel (1770-1831) a. Kant (1724-1804) b. Böhme (1575-1624) c. Kojève (1902-1968) 10. El Liberalismo 11. El Conservadurismo 12. Marx (1818 - 1883) 13. Nietzsche (1844-1900) 14. El Anarquismo 15. Lenin (1870 - 1924) 16. Bernstein (1850 - 1932) 17. El Nacionalismo 18. Los Fascismos 19. El Neoconservadurismo 20. La Globalización 21. El Islamismo

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Apuntes de la asignatura 'Hª del Pensamiento Político' de la UPV-EHU

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TAIG 1

Hª del Pensamiento Político por Taig Mac Carthy Índice:

1. Maquiavelli (1469-1527)

2. More (1478-1535)

3. La reforma protestante

a. Lutero (1483-1546)

b. Calvino (1509-1564)

4. Hobbes (1588-1679)

5. Locke (1632-1702)

6. La Ilustración

7. Rousseau (1712-1778)

8. El Romanticismo

9. Hegel (1770-1831)

a. Kant (1724-1804)

b. Böhme (1575-1624)

c. Kojève (1902-1968)

10. El Liberalismo

11. El Conservadurismo

12. Marx (1818 - 1883)

13. Nietzsche (1844-1900)

14. El Anarquismo

15. Lenin (1870 - 1924)

16. Bernstein (1850 - 1932)

17. El Nacionalismo

18. Los Fascismos

19. El Neoconservadurismo

20. La Globalización

21. El Islamismo

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MACHIAVELLI (1469-1527) Maquiavelo es un autor con una injusta mala fama. Sus obras fueron durante mucho tiempo ignoradas, y sólo adquirieron protagonismo para ser prohibidas por la Iglesia. Esta mala fama ha tenido repercusión hasta nuestros días. Sin embargo, lejos de la atmósfera cristiana, en el ámbito académico, Maquiavelo es reconocido como un notable politólogo. Autores como Rousseau reconocieron que ‘El Príncipe’, pese a ser desconcertante, sirve para mostrar al pueblo la fría lógica que guía a sus gobernantes. En el siglo XX ya comienza a hablarse de Maquiavelo como el fundador de la ciencia política. Se le reconoce como el autor del primer relox de príncipe, más cercano al análisis que a la guía moral. Maquiavelo es antropológicamente pesimista. Escribe: «los hombres son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia y vuelven la cara en momentos de necesidad». Este pesimismo antropológico se traduce en una concepción política realista que defiende que hemos de asumir las cosas como son, no de acuerdo a nuestras expectativas. El gobernante tiene por tanto la responsabilidad de desentenderse del bien y el mal, porque de su actitud depende el futuro de su patria y su propio bien. Escribe: «en las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar consideración a lo justo o lo injusto». Maquiavelo es también consciente de la importancia de las pasiones en la vida política. El ser humano no es racional; sino pasional y voluble. Por eso Maquiavelo aconseja al gobernante apelar a las pasiones y a lo irracional para manipular al pueblo. De la misma forma, el político debe abrazar sus propias pasiones. Maquiavelo reconoce también el papel esencial de la fortuna en la vida política. Es consciente de que hay circunstancias imprevisibles e incontrolables que pueden determinar el curso de la política. Frente a todo este desconcierto, el gobernante tiene la virtud. La virtud es el conjunto de cualidades necesarias para hacer frente al imprevisible influjo de la fortuna. No tiene nada que ver con la concepción moral. Maquiavelo escribe: «vale más ser impetuoso que precavido, porque la fortuna es mujer y es necesario castigarla y golpearla». El objetivo de la política es la fortaleza del Estado. Los gobernantes tienen el deber de garantizar la independencia del Estado y el bien de sus ciudadanos. En ‘El príncipe’ se recoge así la paradoja de que la inmoralidad trae consigo el bien. El ideal político de Maquiavelo es el estado republicano. Esto queda más claro en ‘Los discursos de la primera década de Tito Livio’. La propuesta republicana de Maquiavelo resulta innovadora para su época, puesto que tiene en consideración las pasiones humanas, se aleja de los preceptos morales y separa la religión de la política. Maquiavelo concibe un estado gobernado por leyes, diseñadas para favorecer los intereses de la mayoría. Una buena ley no tiene que ser justa, sino favorecer los intereses de muchos particulares. Estas leyes que recogen los derechos de los ciudadanos conllevan también deberes, cuyo incumplimiento supone un castigo. Señala también que la fuerza militar es necesaria para gobernar una república. El gobernante debe centrarse en conseguir poder militar, para garantizar la seguridad tanto interna y como frente a invasiones extranjeras. «No puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas y donde hay buenas armas siempre hay buenas leyes», escribe Maquiavelo.

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THOMAS MORE (1478-1535) Con la modernidad, comienzan a florecer las obras utópicas. Plantearse una sociedad alternativa conlleva cuestionarse el orden social establecido. El hombre tradicional aceptaba la existencia de un orden natural y una jerarquía; pero durante la modernidad, el absolutismo comenzaba a ser cuestionado en varias obras literarias. Tan sólo durante el siglo XVIII se publican 64 obras de este tipo. La proliferación demuestra un despertar intelectual y una inquietud política con respecto a la organización de la sociedad. Thomas More es el representante esta corriente. Utopía: argumento y características Su obra más famosa es ‘Libro Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía’ (1516), también llamada simplemente ‘Utopía’, donde describe una sociedad ideal. El libro está narrado por Raphael Hythloda, un marinero ficticio que tras viajar con Américo Vespucci termina en una isla artificial llamada Utopía, con 54 ciudades y 6000 familias en cada una. La isla fue fundada por el Rey Utopo, que la conquistó, le dio su nombre e «hizo de este pueblo rudo e ignorante un pueblo de buenas costumbres, humanitario y noble». El libro consta de dos partes. La primera es un diálogo sobre cuestiones filosóficas, políticas y económicas en Inglaterra. En la segunda parte, More describe utopía. La dibuja como una sociedad moralista y democrática cuyo modo de producción se asemeja al comunista (aunque se escribió 350 años antes que Das Kapital). Moro también refleja aspectos técnicos y geográficos de la isla: está dividida en ciudades-estado iguales e igualitarias, incluyendo la capital, Amaurota, que se halla en el centro de la isla. También aporta datos sobre su actividad económica: se crían muchos pollos y pocos caballos; se emplean bueyes para arar y siempre se siembra trigo. El Gobierno se establece a través de una especie de democracia orgánica electiva por ámbitos de geografía y de pertenencia familiar. Cada casa se habita por más de 40 personas y es gobernada «por un padre y una madre que tienen bastante edad y experiencia». Por cada treinta familias se escoge a un juez, llamado Sifogrante. Éstos escogen a su vez al Príncipe. El principado es un cargo vitalicio, aunque revocable en caso de cometer tiranía. Cada diez sifograntes (y sus correspondientes trescientas familias) son presididos por un protofilarca llamado Traniboro. Cada tres días, los traniboros, presididos por el Príncipe, se reúnen en Consejo. Todo lo que afecte a la isla o sus habitantes es tratado en Consejo. La sociedad utópica es igualitaria. La jornada de trabajo es de 6 horas diarias y todos están obligados a cumplirlas. Los puestos de trabajo van rotando para que todos aprendan a desempeñar funciones diferentes. Los ciudadanos disponen de 8 horas para dormir y 2 para comer. En las horas libres, desarrollan actividades edificantes; no hay tabernas ni lugares de ocio lúdico, exceptuando juegos como ‘la batalla de los números’ y ‘la lucha de vicio y virtudes’. Las comidas se hacen en común. Todos visten igual para evitar los celos y se procesa un fuerte odio hacia el oro. Las casas se habitan de forma rotativa: cada diez años cambian por sorteo. En Utopía predomina la costumbre. Sus habitantes creen en el epicureísmo: la búsqueda de una vida buena y feliz mediante la administración inteligente de placeres y dolores, la ataraxia ("ausencia de turbación") y los vínculos de amistad. Son monógamos y castigan la infidelidad con la esclavitud e incluso muerte, si se repite la infelicidad. Se admite y respeta la pluralidad de religiones. En cuanto a la guerra, los utópicos «la aborrecen y detestan», pero se preparan para cuando sea necesario defenderse.

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Puede decirse que Utopía es una crítica moral a la política de la época. Thomas More escribe que las repúblicas son «la conjura de los ricos» para procurarse sus propias comodidades, que inventan leyes para conservar lo que han conseguido «con malas artes» y para «abusar de los pobres». More propone una sociedad moralista en la que el bien prevalece por encima de los factores humanos. En este sentido, More y Maquiavelo son opuestos. Uno predica la necesidad de valores morales dentro de la vida política y el otro aconseja despreciar la moral. More busca una sociedad armónica y sin conflicto; Maquiavelo, en cambio, da por sentado que las unidades políticas son conflictivas. More desprecia las “pasiones deshonestas”, como la ambición o el afán de lucro; Maquiavelo las elogia. Esto puede extenderse también a sus vidas: Thomas More murió decapitado por permanecer fiel sus creencias religiosas; Maquiavelo, en cambio, se cambió de bando tantas veces que los historiadores no saben qué pensar de él.

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LA REFORMA PROTESTANTE La reforma protestante tuvo consecuencias políticas y culturales sobre la sociedad europea. Por un lado, el estado se fortaleció y la autoridad religiosa vio disminuida su influencia política. Marca además el comienzo de las ideas individualistas, frente al colectivismo propio de la mentalidad cristiana tradicional. Autores como Webber afirman que la reforma fue el germen de la democracia y la ética capitalista. LUTERO (1483-1546) La mentalidad católica clásica defiende que el buen comportamiento justifica el ingreso en el cielo. Martin Lutero, por el contrario, afirma que las acciones de un hombre durante su vida no son determinantes. «Dios fuese un juez justo, el cielo estaría vacío», escribe. Lutero concibe que sólo la fe justifica la eternidad. No obstante, su concepto de fe corresponde un don innato que no puede transmitirse ni aprenderse. En el protestantismo, cada creyente tiene el deber de leer las escrituras e interpretarlas según su conciencia; aunque la conciencia, al igual que la fe, es una gracia divina. La iglesia católica establecía una jerarquía de fe, donde la doctrina se imparte de manera vertical y la salvación se consigue en el seno de la Iglesia. Lutero dice que la Iglesia es un invento del hombre, que todos somos cristianos en la misma medida y que los derechos y deberes son los mismos para todos. En la concepción luterana, la iglesia no desaparece; pero vuelve a ser un punto de reunión para los creyentes, como lo fue en su origen. No hay sacerdotes y todos tienen el mismo poder sobre la palabra de Dios y el Sacramento. Los pastores son hombres con formación para dirigir las misas; pero no forman un estamento diferenciado del resto de creyentes. Lutero no acepta la autoridad del Papa; si bien acepta una serie de administradores de iglesias, como los obispos, aclara que estos administradores no tienen mayor rango a ojos de Dios. Por otra parte, el protestantismo luterano racionaliza la doctrina cristiana: simplificó el culto católico y sustituyó la misa por los llamados servicios religiosos. Para Lutero, el culto a Dios es la oración personal; no requiere epifanías milagrosas. En el culto protestante no se necesita literatura añadida al cuerpo doctrinal: sólo hay que creer lo que dice la Biblia. Se elimina también el sistema de santos y se establece que los pecados los perdona Dios, sin necesidad de confesarse ni hacer penitencia.

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CALVINO (1509-1564) Calvino cree que todo está predestinado. Según su concepción, Dios es omnisciente, por lo que todo lo que va a ocurrir ya está decidido y Dios sabe quien irá y quién no irá al infierno. No obstante, el que todo esté determinado no deja al hombre exento de responsabilidad. En su obra ‘Sobre la autoridad secular’ (1526), Calvino expone la doctrina de los dos reinos. Según explica, la cristiandad está dividida en dos grupos: los verdaderos cristianos y los falsos cristianos. Los verdaderos cristianos no necesitan de un Estado, porque son intrínsecamente buenos. Sin embargo, la existencia de falsos cristianos hace que sea necesaria la existencia del Estado y de sus leyes, para mantener el mal a raya. Los dos reinos están entremezclados, por lo que el mundo no se puede gobernar conforme al evangelio. La política, por tanto, no consiste en evangelizar, sino en fomentar la convivencia y evitar las malas acciones de los no creyentes. El mundo se divide así en dos grupos. Por un lado la Iglesia de los Justos, aquellos a quien Dios ha predestinado a ir al Cielo; y, por otro lado, todos los Injustos o malvados, que irán al infierno. Calvino es defensor de la idea del Derecho Natural, que consiste en un conjunto de reglas que Dios estableció para todos los hombres. El Derecho Natural sirve para mantener la convivencia entre justos e injustos. La autoridad política puede actuar para salvaguardar esta convivencia; pero no tiene derecho para actuar sobre las «cuestiones del alma».

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HOBBES (1588-1679) Su obra más importante es ‘Leviatán’ (1651), aunque en otras de sus obras también se aprecian sus ideas políticas, como en ‘Los elementos del derecho civil y político’, ‘Behemoth’ y el ‘Tratado sobre el ciudadano’. Caben varias interpretaciones de la obra de Hobbes. Una primera lectura puede inducir la idea de que Hobbes es un precursor del fascismo, dado su pesimismo antropológico y la defensa que hace del absolutismo. Por otro lado, puede pensarse que Hobbes es uno de los padres del pensamiento conservador, ya que pensaba que la existencia de una nación o Estado es previa a la formación del sujeto. Por último, puede deducirse que Hobbes es uno de los padres del pensamiento liberal, porque habla de un Estado de Derecho. En este sentido, sus ideas individualistas y el control que propone de la religión por parte del Estado tienen un matiz liberal. Además, el Hobbes defendía la existencia del Estado para que éste salvaguardase el derecho a la propiedad. En la época de Hobbes, la anarquía era un tema recurrente. Existía un cierto temor a que el estado se desintegrase. Esto lleva a preguntarse qué es un sujeto fuera de la política, fuera del entorno social. Para indagarlo, propuso el Estado de la Naturaleza. El Estado de Naturaleza de es de aislamiento: el hombre vive sin familias ni grupos sociales. Por otro lado, todos los individuos son iguales y su vida no vale nada de por sí. Además, la situación es de escasez: los recursos del entorno son limitados y los deseos del individuo infinitos, por lo que la escasez es siempre la norma. La felicidad consiste en satisfacer los deseos, por lo que es siempre inalcanzable. Por otro lado, en el Estado de Naturaleza no hay leyes. Un individuo puede hacer lo que sea para sobrevivir, sin considerar el bien o el mal. Concede también importancia a las pasiones, ya que una vez el hombre se le despoja de lo social, sólo quedan las pasiones. Existe una pasión común para todos los hombres: el ansia de poder o la voluntad de poder (entendiendo poder no solo en la dimensión política, sino más como influencia). El estado de la naturaleza se demuestra mediante tres situaciones históricas:

Las sociedades nativas americanas que se encuentran al llegar los europeos. Las relaciones internacionales: al no haber un gobierno mundial, se dan de manera

anárquica, al igual que las relaciones entre individuos en el estado de la naturaleza. En las guerras civiles desaparece la sociedad y se dan las mayores atrocidades. Son

paréntesis en los que el hombre vuelve a estar en el estado de la naturaleza.

Hobbes entiende que, junto con las pasiones, el hombre también alberga un sentido racional. Así, la razón da «consejos» al hombre para sobrevivir en el estado de la naturaleza. Hobbes llama a estos consejos raciones «leyes de la naturaleza», aunque no se cumplan en el estado natural. Hobbes propone 19 leyes de la naturaleza, que se pueden resumir en 6:

1. Todos los hombres tienen el deber de buscar la paz; pero cuando eso no es posible, todos tienen derecho a salvaguardar su existencia. Es decir, el primer deber de la sociedad es proteger la vida, no la religión o la ideología.

2. Para salir del Estado de Naturaleza cada individuo se compromete a renunciar a parte de sus derechos, siempre que el resto hagan lo mismo, a través de un pacto social.

3. Una vez realizado el pacto social, debe ser cumplido incondicionalmente. Si pudiera ser revocado en cualquier momento, reinaría la desconfianza en la sociedad. Para Hobbes este es el principio básico de la justicia: no hay bien ni mal más allá de lo pactado.

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4. Para salir del Estado de Naturaleza el individuo debe renunciar al orgullo. Todos los hombres son iguales en sociedad.

5. Una vez realizado el pacto social, los individuos no pueden pedir derechos para sí mismos sin reconocérselos al resto.

6. Un individuo no debe ser juez sobre sí mismo. Las leyes de la razón podrían no son suficientes para vivir en armonía, porque las pasiones son siempre superiores a la razón. Por eso es necesario un pacto por el que cada individuo entrega su fuerza y su libertad para crear un individuo artificial superior: el Leviatán, que se encargará de hacer cumplir las leyes de la razón a toda la sociedad. Por lo tanto, es el miedo el que lleva a los individuos a crear el Leviatán: el miedo al Estado de Naturaleza. El Leviatán es soberano y absoluto. Puede tomar cualquier decisión y no se somete a ningún poder superior. El Leviatán puede matar a quienes rompan el pacto social, así como controlar las creencias religiosas o las ideas. Puede ordenar cualquier cosa, a excepción de algo que vaya contra la vida de los individuos que lo forman. No puede tampoco imponer ninguna norma que perjudique el bien común ni poner restricciones que no afecten a todos (no existen privilegios ni distinciones entre ciudadanos). El Leviatán es libre: no hay nada superior al Leviatán. Un Leviatán no es justo ni injusto, porque antes del Leviatán no existía la justicia. El Leviatán debe cumplir siempre su función de mantener una sociedad según las leyes de la razón y de proteger la vida de los individuos que lo conforman. Para ello, el Leviatán puede usar la fuerza y el miedo. Un Leviatán es legítimo cuando tiene suficiente fuerza como para garantizar la supervivencia de sus componentes. El pacto social que conforma el Leviatán no debe romperse, puesto que el Leviatán se desharía. El individuo no puede oponerse al Leviatán apelando a su conciencia. Cada individuo puede tener su conciencia, pero el Leviatán prohíbe expresarla (respeta la opinión pero prohíbe su expresión).

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LOCKE (1632-1702) Sus obras más importantes son el ‘Ensayo sobre el entendimiento humano’, considerada la Biblia del empirismo inglés, el ‘Ensayo sobre la tolerancia’, a la que habría que sumar las cartas sobre la tolerancia, y los ‘Dos Tratados sobre el Gobierno civil’. El primero es una crítica al patriarcalismo y el segundo una teoría de la sociedad civil basada en la ley natural y el contrato social. Locke ha sido interpretado de varias maneras. Muchos autores consideran que Locke fue un filósofo ilustrado, un liberal contrario al absolutismo, lo opuesto a Hobbes. No obstante, se ha defendido también que Locke reconvirtió las ideas de Hobbes cambiando su discurso. Como filósofo político, Locke estaba obsesionado con comprender por qué el que el hombre acepta la imposición de normas en detrimento de su libertad. En el ‘Tratado sobre el Gobierno civil’ exploró por qué la voluntad libre de las personas se inclina a aceptar el conjunto de normas que constituyen su sociedad. Para esclarecer la cuestión, Locke plantea el Estado de Naturaleza del ser humano. Su estado de naturaleza difiere del de Hobbes en varios aspectos. En primer lugar, Locke considera que, en el estado de naturaleza, los individuos están desarraigados; pero añade que estos individuos se juntan naturalmente en torno a clanes por motivos de supervivencia. Al contrario de Hobbes, Locke afirma que hay un tipo de sociedad natural: la familia. Por otro lado, Locke piensa que la abundancia es el estado natural del hombre. Como consecuencia, Locke cree que el Estado de Naturaleza es pacífico, no de guerra constante. Por desgracia, esta paz es inestable debido a las pasiones humanas y la existencia de injusticias. Locke concede importancia a la injusticia: la posibilidad de que otro ser humano quede impune de la ley natural. Locke deduce la existencia de una ley natural a partir de que todos somos hijos de Dios y tenemos el deber de respetarnos y convivir en paz. Locke habla de las siguientes leyes y deberes naturales: 1. Derecho a defender la vida, el bienestar, los intereses, la hacienda, la propiedad... 2. Derecho a castigar a los infractores de la ley natural, empleando para ello la fuerza que se estime necesaria. 3. Derecho a apropiarse del fruto del trabajo y a que los hijos lo hereden en conveniencia. 4. Derecho a disfrutar de la vida y ser feliz. El derecho a disfrutar de la vida y a apropiarse del fruto del trabajo son derechos que competen a cada individuo, por lo que la sociedad civil no debe tener control sobre ellos. Por otro lado, el derecho a la defensa y al castigo se delegan en la sociedad a través de un pacto civil, que sirve para asegurar la estabilidad. De esta forma, la sociedad civil garantiza la libertad y no aliena al individuo, sino que perfecciona su estado de naturaleza convirtiendo en leyes jurídicas sus derechos naturales. En sus obras sobre la tolerancia, Locke leva a cabo una defensa de la separación entre religión y política. Defiende también la no-violencia y rechaza la persecución de las religiones minoritarias. Esto es coherente con su ideología liberal, por la cual el legislador no debe tener control sobre la moral de los individuos. No obstante, Locke no aconseja tolerar a dos colectivos específicos: los católicos, que sólo consideran legítimo aquello acorde con su religión y guardan fidelidad a dos reyes: el Papa y el Rey; y los ateos, por que sólo respetan las leyes por conveniencia y carecen de motivos intrínsecos para actuar de forma justa.

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LA ILUSTRACIÓN La ilustración no es un periodo ideológicamente homogéneo, sino un clima filosófico compartido por varios autores contemporáneos, que revindican el valor del hombre como ser racional y desconfían del pasado y de sus tradiciones. El lema de la Ilustración es «atrévete a saber» (sapere aude) según Kant, quien considera que la ilustración es «el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo era culpable». Los autores ilustrados creen en la búsqueda de la verdad por medios racionales. Creen que la ciencia es efectiva para comprender el mundo y rechazan otro tipo de conocimiento no-científico. Para un ilustrado, la naturaleza es coherente: sigue una lógica racional y presenta un orden. Además, los ilustrados son materialistas: no conciben nada fuera de la naturaleza o que no obedezca a las leyes naturales. Por tanto, la ciencia no se agota. El conocimiento científico es además acumulativo, lo que posibilita el progreso de la humanidad. Gracias a la ciencia, el hombre se libera de la superstición y las tradiciones, abandona la Edad del Mito y abraza la madurez. Es habitual encontrar entre los ilustrados este desprecio hacia la tradición. En la concepción ilustrada, la historia tiene sentido. El optimismo ilustrado concibe la historia como un proceso positivo: el hombre progresa hacia la libertad. La historia es un reloj maestro cuyos engranajes se completan de forma racional. Siguiendo con la metáfora, Dios es un relojero. Los ilustrados conciben un Ser supremo racional, en armonía con la naturaleza. A este Dios se le conoce por medio de la razón; no por revelación. Fréret escribía: «el verdadero Dios solo puede ser el Dios mas conforme con nuestra razón: el verdadero culto solo puede ser el que la razón aprueba». El deísmo ilustrado, por lo tanto, no requiere sacerdotes ni instituciones, tolera a las demás religiones y está separado de la política. Los ilustrados buscaban una moral racional, positivista y universal, en armonía con la naturaleza humana. El ser humano es hedonista, por lo que la moral ilustrada ha de basarse en la búsqueda del placer y el rechazo al sufrimiento. La moral del sufrimiento es hipócrita. Para un ilustrado, las pasiones y el egoísmo son naturales, y en tanto que son naturales, no puede haber una virtud que vaya en su contra. Para los ilustrados, la suma de todos los egoísmos individuales da como resultado la armonía social (este argumento se desarrolla más en el liberalismo). La felicidad ilustrada es hedonista: consiste en evitar el dolor y perseguir el placer. Esta actitud es universal y, además, individual. Las comunidades no sienten placer; por lo tanto, es un asunto personal. Por consiguiente, ninguna autoridad externa puede entrometerse en la búsqueda de la felicidad individual. Ha de respetarse también la propiedad privada, que es expresión de la libertad y es necesaria en la búsqueda de la felicidad.

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ROUSSEAU (1712-1778) Jan-Jaques Rousseau es un autor difícil de clasificar. No puede afirmarse que fuera un ilustrado, aunque tampoco se le clasifica como romántico. Sus conclusiones parecen socialistas, aunque la vía por la que llega a ellas resulta extraña. Sea como sea, es un autor extremadamente interesante. Una de sus obras más famosas es el ‘Discurso sobre las ciencias y las artes’ (1750), en el que indaga sobre los motivos que conducen al hombre hacia el intelectualismo. Rousseau deduce que es el vicio; no la virtud, lo que motiva la ciencia y el arte. Es la vanidad del hombre y el anhelo de elogios, admiración y prestigio. Las ciencias y las artes son, por tanto, una «perversión moral». Rousseau analiza a las figuras de éxito, los famosos y los poderosos. Parecen más libres y perfectos; pero son esclavos de la opinión ajena. La gente admirada construye su personalidad sobre las apariencias. Vive con una máscara que termina creyéndose y muere sin llegar conocer su verdadera identidad. La literatura también es una pose. Es superficial. Lo auténtico es lo que se oculta. Rousseau opina que cualquier actividad cara al público sirve para extraer vanidad. En la ‘Carta sobre los espectáculos’ (1758) indaga sobre la naturaleza del teatro. Afirma que los actores han hecho del mentir su profesión y que, curiosamente, los admiramos y pagamos por ello. ¿Por qué? En primer lugar, porque en el teatro nosotros mismos aprendemos a mentir: adquirimos registros y personalidades que podemos emplear en nuestras vidas. Además, es una forma de evadirse y dar la espalda a la realidad. Rousseau considera también que el teatro funciona como una «escuela de pasiones» por la que el hombre se deja llevar y alimenta su imaginación. Después extiende esta crítica a toda la cultura. Considera que la cultura es un gigantesco invento del hombre para ser admirado, para acumular signos externos de su superioridad. En el ‘Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres’ (1754), conocido también como el Segundo Discurso, extiende esta crítica al conjunto de la sociedad. Afirma que «el mundo es un teatro», que todos llevamos máscaras y que actuamos unos para otros. Como consecuencia, acabamos creyéndonos nuestras propias máscaras, asumimos el papel que representamos y lo confundimos con nuestro propio ser. Lo hacemos porque somos vanidosos y necesitamos seducir al resto. La vanidad, afirma Rousseau, «es la pasión por defecto del hombre». Todo es vanidad en la sociedad. Las relaciones humanas se limitan a impresionar al prójimo, de forma que todo se reduce a ser despreciado y envidiar, o ser envidiado y despreciar. Si no fuera por la buena educación, dejaríamos en evidencia esto que sentimos; pero nuestra propia vanidad nos obliga a ser amables. A mayor vanidad, mayor es la dependencia del resto. Esta situación conduce al despotismo, porque los poderosos, envidiados por el resto, quieren a entregar su libertad a quien les proteja; y los pobres, a cambio de la venganza, se someten a quien les satisfaga. Ambos, esclavos de sus pasiones, no tienen reparos en deshacerse de su libertad. Rousseau traslada la cuestión al estado de naturaleza del ser humano. Se interroga, al igual que Hobbes y Locke, sobre el estado de naturaleza. Rousseau especula sobre el hombre puro: sin ideales, sin propiedad, sin nación, religión ni lengua… sin nada que nazca de la relación con los demás. Esa persona no es envidiosa, hipócrita ni mentirosa. Deduce así que la maldad humana y la desigualdad nacen de los elementos comparativos como la propiedad o el dinero.

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En su obra ‘El contrato social o los principios del derecho político’ (1762), Rousseau trata el tema de la libertad y la igualdad de los hombres. Lleva a la práctica sus conclusiones y expone una propuesta social interesante. A nivel individual, Rousseau propone no llevar máscaras, confesarlo todo y dejar de actuar. Rousseau escribe: «cuando alguien deja de aparentar, recupera la autenticidad». En el plano político, propone construir una sociedad igualitaria que elimine las diferencias a través de un contrato social por el que cada persona pone su voluntad al servicio de la voluntad general. Se crea así una sociedad en la que se renuncia a lo individual en un espacio político que sólo concibe a iguales. Según expone Rousseau, las individualidades son superficiales y deben desaparecer, porque mientras cada uno siga actuando en función de sus intereses, la sociedad seguirá siendo una guerra.

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EL ROMANTICISMO Autores: Hamann, Novalis, F. Schlegel, Hölderlin, Tieck, Schelling, Müller, Herder... El romanticismo es un movimiento filosófico de gran profundidad que se aprecia sobre todo en autores alemanes y británicos de finales del siglo XVIII. Hay que aclarar, no obstante, que el término ‘romántico’ engloba a un conjunto de autores con ideas muy diversas que incluso llegan a contradecirse, por lo que es difícil definir sus características. Para empezar, de acuerdo a la concepción romántica, la historia es un retroceso. Es la perdida del origen, una tragedia: un proceso de decadencia. Los románticos, al contrario que sus contemporáneos ilustrados, rechazan la idea de que la ciencia y la razón nos hayan hecho libres. No creen en el progreso científico. Consideran que el entorno que ha creado el hombre es inauténtico y feo, y que conduce a su propia decadencia moral. Conciben al ser humano como «una herida», un «huérfano de Dios» al que su razón le ha privado de absolutos, por lo que sangra en la nostalgia. El hombre persigue absolutos: la felicidad, la amistad, el amor... pero no consigue encontrarlos; tan solo halla objetos no-absolutos y nunca sacia su sed. Los románticos diferencian entre dos maneras de entender los grupos humanos: la comunidad y la sociedad. La concepción del grupo como sociedad se refiere a un contrato de egoístas que tratan de proteger sus intereses, fundado por medio de un pacto social. La comunidad, en cambio, se funda más allá de los intereses: apela a la sangre, a la herencia y los sentimientos. Los románticos revindican esta segunda concepción. La sociedad es algo racional y conveniente; la comunidad, en cambio, es innata y tiene un sentido histórico. Las sociedades se rompen cuando la situación deja de ser beneficiosa, mientras que las comunidades están más enraizadas y perduran en momentos de crisis. La comunidad marca a las personas de forma profunda y crea un vínculo más allá de la ciudadanía. La comunidad es poética: se funda en valores; no en razones. Los románticos no creen en la igualdad. Rechazan la idea de que todas las vidas valgan lo mismo. Hay vidas más hermosas que merecen más la pena de ser vividas. Estas vidas son generalmente las vidas de los pecadores y los sufridores. Novalis afirma que «Dios solo ama a los diferentes»: a las putas y los criminales, a los marginales, a los que viven peligrosamente, a los que encuentran la virtud en los extremos. Frente a la prudencia del ilustrado, frente al fariseo egoísta y a la aritmética moral de Benthan, los románticos afirman que las vidas hermosas son aquellas que son derrochadas. Elogian el heroísmo y el suicidio y encuentran la virtud en el sacrificio. Los románticos desprecian la vida racional y económica. Es la acción, como decía Lenz, la vida auténtica. Schiller escribe: «el hombre es verdaderamente hombre cuando juega», cuando arriesga de forma inútil; no cuando administra su vida, en cuyo caso la pierde de forma insípida. Hamman dice: «el mediocre me repele». Desde este punto de vista, la juventud es más hermosa que la madurez, puesto que los jóvenes son menos prudentes y más pasionales. Goethe escribe que «si uno ha pasado de los treinta, puede decirse que está ya muerto». Los románticos desprecian la ciencia y la razón. La naturaleza no es coherencia, es lucha. No hay armonía, sino conflicto. No hay orden, sino caos. Los románticos opinan que la realidad es demasiado compleja para ser descrita. En este sentido, la ciencia es un engaño. Es un fracaso: no comprende a la naturaleza; la deforma. En lugar de un paraíso, crea un infierno; en lugar del nuevo hombre, crea un monstruo. También la razón es un engaño. Es un maniquí supersticioso dotado de atributos divinos. En realidad, es una máscara de la pasión, nadie razona de forma abstracta, sin prejuicios ni limitaciones.

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Frente a la ciencia, los románticos fundan la poesía. La poesía expresa una realidad frente a la que la ciencia fracasa. A través de la contradicción y la metáfora, muestra los vínculos ocultos que enlazan objetos lejanos. Expresa verdades inaccesibles y profundas. Novalis escribe: «el hombre es un mendigo cuando razona y un Dios cuando sueña». De igual manera, los mitos, que para los ilustrados consistían en engaños infantiles, son una aproximación psicológica a problemas de los que el ser humano no puede emanciparse. Para los románticos, Dios es un poeta. Los ilustrados deducen a Dios a partir del orden; ellos deducen a Dios a partir del caos y la contradicción. Los románticos entienden lo limitado como representación del infinito. Intuyen lo sagrado a partir de lo indescriptible. Respecto a la política, los románticos se centran en las comunidades. El estado ha de fortalecer lo natural; no tratar de cambiarlo. Ha de ser fiel a los sentimientos y a las tradiciones. El gobernante ha de ser un hombre al que sus súbditos se sientan sentimentalmente vinculados, no un cargo electo en función de los intereses. Además, la tradición ha de guiar la política. Este respeto por la tradición se debe a que la comunidad no es el conjunto de hombres vivos, sino la identidad y los valores de la nación, incluyendo los muertos y los que están por nacer. Muller escribe: «todos los siglos deberán enviarnos sus libres representantes a la asamblea popular». Por otro lado, los románticos revindican la necesidad de la guerra. La guerra es la máxima expresión del heroísmo. Novalis escribe que «una gran guerra, como un duelo, totalmente noble y filosófico es mejor muerte que la vejez». La economía romántica se basa en que, en primer lugar, para que exista el capital físico, ha de existir un patrimonio espiritual que lo dote de verdadero valor y, en segundo lugar, que el verdadero propietario de un bien es la comunidad. Por consiguiente, el fin de la economía no es la búsqueda de la felicidad del individuo, sino el fortalecimiento de la nación. Para el romántico, el arte no ha de ser un reflejo de la realidad; sino que debe expresar la percepción subjetiva del artista y sus emociones. Las metáforas más recurrentes del romanticismo son las ruinas, los naufragios, los paisajes en los que el hombre y su tragedia son insignificantes y las tormentas. La corriente artística sturm und drang (tempestad e ímpetu) con autores como Goethe, Herder, Schiller o Henz y músicos como Bach es estandarte del arte romántico. El arte no debe ser bello, sino conmover y emocionar, empleando incluso la fealdad, el ruido y el desequilibrio. El artista no invoca a la musa; la arrastra violentamente alrededor de su genio.

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HEGEL (1770-1831) Hegel es un escritor enrevesado cuya importancia histórica radica en su influencia sobre Marx. Las influencias principales de Hegel son Kant, Jakob Böhme, el romanticismo alemán y la ilustración francesa. Es también notable la reinterpretación que hace Kojève de su obra. Hegel combina el lenguaje de la ilustración con el de los románticos. Es idealista y considera que el mundo físico es perecedero; mientras que las ideas son eternas. Las ideas, por tanto, son más consistentes que las cosas. En este sentido, lo ideal es más real que lo fenoménico [Para entender bien lo de “fenoménico” hay leer antes a Kant]. Para Hegel, la historia avanza a través de la dialéctica, a través de contradicciones [Para entender bien esto hay que analizar antes a Jakob Böhme]. Según Hegel, el espíritu (geist) se aliena y se reconoce en un proceso histórico que puede llevar siglos. Hegel cree que el espíritu ya se ha reconocido a si mismo, por lo que lo que queda de historia es irrelevante. El estado encarna la evolución del Espíritu. Gracias a él, el espíritu recupera el dominio sobre la materia. En este sentido, el Estado nos hace libres porque nos hace seguir leyes racionales. EMMANUEL KANT (1724-1804) Sintetizó el empirismo y el racionalismo en una corriente convergente: la fenomenología. Kant adopta un realismo moderado. Defendió que las esencias de la realidad escapan del alcance del hombre. No podemos asegurar un conocimiento verdadero. Por eso, son los fenómenos perceptibles quienes constituyen nuestro conocimiento. Para que este conocimiento sea posible, ha de haber, no obstante, un elemento puro: las intuiciones. Kant era también pacifista y cosmopolitita. Defendía que la guerra es fruto de la ignorancia; un equívoco. Además, la naturaleza sigue un orden, de forma que la función de la filosofía es construir un sistema de comprensión del orden natural.

JAKOB BÖHME (1575-1624) Escribió ‘Aurora’ (1612) en un extraño éxtasis divino. Según explica en este libro, antes de que se creasen el cielo y la tierra, Dios estaba solo y carecía de identidad. Por eso creó algo contrario a su naturaleza: la vida humana en un mundo imperfecto, sin libertad y cruel. Es así como Böhme explica el mal. Dios es luz y nosotros somos la oscuridad. Cuando Dios vio su obra, decidió odiarla y castigarla. Esta tensión entre Dios y el hombre se resuelve a través de Jesucristo, elemento conciliador que sintetiza la luz y la oscuridad. Hegel extrae de este personaje la idea de que todo desarrollo puede verse como una tesis y su antítesis, y que ambos elementos pueden conciliarse en una síntesis.

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ALEXANDRE KOJÈVE (1902-1968) Kojève reinventa la dialéctica entre el amo y el esclavo extraída de ‘La fenomenología del espíritu’ (1807) de Hegel. Según señala Kojève, el hombre desea lo material y lo inmaterial. Lo material prolonga la vida y aumenta el bienestar, es expresión instinto de supervivencia. Lo inmaterial, en cambio, es la expresión de la espiritualidad (la música, el arte, la matemática…). Los seres humanos compiten entre sí por lo material y por lo inmaterial. La actitud con respecto a esta competición determina la estructura de clases. Kojève afirma que quien renuncia a combatir renuncia a su libertad y se convierte en esclavo; mientras que el que está dispuesto a luchar se convierte en amo. El amo somete al esclavo, a quien ha vencido en el plano espiritual, y le obliga a producir para él. Como consecuencia, el esclavo renuncia a su libertad (a lo espiritual) y el amo renuncia al trabajo (a lo material). Pero al amo no le basta el reconocimiento de su esclavo, necesita ganar guerras para aumentar el reconocimiento y su base de esclavos. El destino del esclavo es llegar a un desarrollo espiritual que lo equipare con el amo. Esto producirá una revolución en la que el esclavo destronará al amo y se convertirá en amo y esclavo al mismo tiempo.

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EL LIBERALISMO La frontera entre ilustrados y liberales es difícil de determinar. Puede decirse que el liberalismo nace en el siglo XIX, aunque la gran variedad de autores hace difícil afirmar esto. La palabra ‘liberalismo’ nace como contraposición al absolutismo, pero hoy en día se refiere a un abanico tan amplio de valores e ideas políticas que ha perdido un significado coherente. Esto se debe a la evolución del liberalismo a lo largo de la historia. En un principio, durante la revolución francesa, los liberales eran revolucionarios que intentaban reducir el poder del soberano y otorgar libertades al individuo. Eran partidarios del laissez faire, laissez passer. Después, cuando llegan al poder, se desplazan hacia la derecha: tratan de aumentar el poder del Estado, introducen la censura, la religiosidad y los nacionalismos. En el ámbito económico, tienden al proteccionismo. Durante el siglo XIX, el capitalismo se desmorona y el comunismo y el fascismo se alzan como grandes enemigos de la democracia liberal. Finalmente cae el comunismo y desaparecen los fascismos. Hoy el liberalismo es una corriente confusa. La derecha se identifica con el liberalismo económico, pero rechaza sus bases políticas. El liberalismo es resultado de la corriente ilustrada, por lo que la unidad social del liberalismo es el individuo. La familia, las comunidades, etcétera son artificiales. Por lo tanto, los derechos y deberes son individuales, no colectivos. Por otro lado, por encima de todas las diferencias individuales, el liberalismo concibe una igualdad formal que hace que los individuos sean jurídicamente iguales. Esta igualdad formal es bastante ambigua. En cuanto a los derechos civiles del hombre (la dignidad, la felicidad, etcétera), todos somos iguales; sin embargo, en cuanto a los derechos políticos, no somos todos iguales. Esta desigualdad se justifica por dos argumentos: el primero es que no es justo dar el mismo voto a aquellos que han invertido mucho en el sistema y a aquellos que han invertido poco. El segundo argumento es que la opinión de un ignorante no debe valer lo mismo que la de un hombre formado. Esto se traduce, directa e indirectamente, en que los ricos deben tener más derechos políticos; aunque no civiles. Los principios políticos liberales son, en primer lugar, que el estado debe basarse en la soberanía nacional (aunque ésta no tiene por qué ser democrática) y, en segundo lugar, que debe haber una división de poderes para que ningún órgano ostente toda la autoridad. Otro pilar del liberalismo es la libertad. Cada hombre es libre de elegir y es responsable de su elección. El límite de la libertad individual lo conforma la libertad ajena. Cada hombre es libre de escoger sus acciones, siempre y cuando su conducta no afecte a la capacidad de actuar de otro. ¿En qué aspectos deben condicionarse mutuamente las libertades? Según Stuart Mill, sólo en cuanto al daño real o el daño al patrimonio. De aquí derivan las libertades concretas que encontramos en un Estado liberal: el derecho a la vida y el derecho al comercio, entre otros muchos derivados. Por otro lado, la búsqueda de la felicidad es competencia individual y ninguna autoridad debe inmiscuirse en ella. Los liberales entienden además que la propiedad privada es fundamental en la búsqueda de la felicidad, ya que la posesión asegura el poder disfrutar de algo en un mundo en el que los recursos son limitados.

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La labor del estado es garantizar los derechos civiles. Por eso, el primer deber del estado es la seguridad: debe garantizar la vida y garantizar la propiedad privada. Estas funciones requieren una maquinaria gubernamental mínima con pocos funcionarios y que requiera pocos recursos para ser mantenido. Algunos autores consideran que también ha de garantizarse el ejercicio de la justicia, la igualdad de oportunidades, la educación, etcétera; pero manteniendo el estado mínimo. La intervención del estado debe ser negativa (eliminar las obstrucciones), los impuestos deben ser mínimos, ya que la economía no debe ser artificialmente controlada. En cuanto a la economía, el liberalismo es la filosofía más economicista de la historia. Puesto que la felicidad está en el consumo, en el intercambio de bienes, los liberales conciben la sociedad como un gran mercado. Este mercado ha de ser libre, ya que se autorregula a sí mismo. Adam Smith defendía la existencia de una mano invisible que regulaba el mercado y ajustaba la oferta y la demanda. Esta mano invisible está formada por los egoísmos individuales, que son armónicos y producen prosperidad general. Es por esto que opinan que la libre competencia favorece a todos a la larga.

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EL CONSERVADURISMO La frontera entre románticos y conservadores es difícil de determinar. El término se comienza a usar a partir de 1830, aunque el universo conservador es considerablemente plural. Frente a la idea de racionalidad, el control sobre la naturaleza y la fe en la ciencia, los conservadores heredan del romanticismo la imagen pesimista del ser humano y la desconfianza hacia la razón. Consideran que la suma de egoísmos individuales conduce a la tragedia, ya que los egoísmos no son en absoluto armónicos. Maistre escribe: «el mundo es un lugar marcado no por la armonía, sino por la destrucción». El siglo XIX es una explosión de utopías. Los filósofos políticos se dedican a soñar y construir el mundo perfecto. En oposición, el conservadurismo tiene en cuenta la caída. Es realista y entiende que el intento de crear una sociedad perfecta conduciría a la más injusta de todas. Ruskin dice que «el intento de crear cielo en la tierra, conduce al infierno». En lugar de soñar, los conservadores llaman a la prudencia. Chesterton dice: «antes de derribar un muro, piensa para qué fue erigido». Frente a la visión superficial que tenían los ilustrados respecto a la tradición, los conservadores revindican que la tradición es esencial en la sociedad, puesto que permite forjar la identidad cultural del individuo. Los conservadores son históricamente humildes y aceptan el peso de las generaciones. Creen que el hombre no tiene derecho a destruir el edificio social, que es mayor que uno mismo. Burke escribe que «la sociedad es un contrato entre los muertos, los vivos y los que aún han de nacer». Por tanto, los conservadores son muy prudentes. El idealista se cree mejor que sus ancestros. Es arrogante. El conservador, en cambio, ha asumido que el paraíso es imposible, ha aceptado la caída. El idealista cree que su revolución es virtuosa y que conducirá a la humanidad a la perfección. El conservador tiene presente que él no es el fin de la humanidad, sino que su cultura, su historia y su religión son algo mayor que él. Esto no significa que vivan en la parálisis: saben que la tradición cambia a lo largo de la historia, pero quieren evitar catástrofes. Los conservadores consideran necesario el sacrificio del intelecto. En cierto punto, el hombre debe rendirse y aceptar un dogma. Ha de aceptar lo sagrado por su bien y el bien de la comunidad. Son románticos en cuanto a aceptar que el mundo es contradictorio y terrible. Por ello, proponen encerrar la contradicción en un templo. El motivo por el que a mi generación le resulta difícil aceptar el valor de lo sagrado es que vive en una época muy decadente. Para mi, la religión es una simple institución normativa. No contiene ningún misterio. La cristiandad actual es utilitaria y decadente. En consecuencia, la sociedad es decadente. Hemos dejado de creer en Dios y empezado a creer en nosotros mismos o en ídolos superficiales. Por este motivo el arte moderno está tan vacío: es narcisista y utilitario. El utilitarismo es el resultado de una sociedad decadente que ha olvidado lo sagrado. AÑADIR LOS TEMPLOS GRIEGOS. Lo sagrado es lo que temes y veneras. Lo contradictorio, lo que escapa al alcance de la mente, lo misterioso. Los pueblos son organismos vivos. La unidad política no son los individuos, sino las comunidades. En consecuencia, los “derechos del hombre” son absurdos. El concepto de ‘hombre’ es una ficción filosófica; no existe ningún hombre independiente de su comunidad y su tradición. Igualmente, consideran que la igualdad conlleva despotismo.

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Los programas políticos conservadores son decepcionantes. Lo más interesante tal vez sea la crítica a la democracia, que afirma que el sistema democrático actual se asienta sobre la falsa idea del hombre desenraizado. A través del sufragio representativo, las personas son despojadas de su personalidad para convertirse en ciudadanos idénticos. En consecuencia, se forman unas cortes ficticias y un parlamento inerte; una representación inorgánica de la sociedad. Los conservadores proponen democracias orgánicas en las que los sufragios se agrupen en torno a territorios, gremios, asociaciones religiones. En cuanto al ámbito económico, la asociación entre capitalismo y conservadurismo es bastante reciente. En el siglo XIX y principios del XX los autores conservadores eran contrarios al capitalismo. Su concepto de la propiedad privada difiere del modelo liberal. Heredan la concepción romántica por la cual la propiedad apela a la tierra, a la herencia y a la tradición. No puede ser especulativa. Además, los conservadores creen que la propiedad conlleva obligaciones morales de carácter paternalista y protector. Una de las políticas típica del conservadurismo es el cooperativismo, que refuerza y conserva el edificio social.

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NIETZSCHE (1844-1900)

Nietzsche es considerado uno de los maestros de la sospecha. Marx descubre el origen oculto de la sociedad, Freud la cara oculta de la personalidad y Nietzsche el oscuro origen de la moral. En este sentido, Nietzsche es un psicólogo moral. Varios filósofos del siglo XVII y XVIII como Charron, Montaigne o Vauvenages se preguntaron ya por el origen de la moral y constataron sus contradicciones internas. Les intrigaba la relación entre los vicios y las virtudes humanas. Nietzsche hereda esta sospecha y se cuestiona la moral. Analiza sin piedad la intención que se oculta tras toda ideología, toda religión y toda virtud y desmonta los artefactos sociales. Por decirlo de alguna manera: cada vez que la moral muestra algo, Nietzsche se pregunta qué esconde. Donde hay compasión descubre crueldad, perversión detrás de la castidad y cobardía en cada valiente. Desmonta al religioso y al ateo, al valiente y al piadoso, al casto y al intelectual, al idealista y el político. Analiza especialmente la historia de la religión cristiana y comenta su evolución desde el primer judío hasta el último cristiano. En su origen, el Dios judío Jehová era un Dios para quien la virtud estaba en la fuerza y el poder, síntoma de un pueblo fuerte y poderoso. Pero cuando el pueblo judío es sometido y esclavizado, su Dios se pervierte. Se vuelve un amante de los débiles, asegura una vida después de la muerte y aconseja la compasión y la piedad.

Nietzsche entendía que la base de la moral son los propios instintos. Lo que empuja al hombre a construir una moral es su propia naturaleza hedonista. Cuando es fuerte, el hombre encuentra placer en el poder. Pero si es débil, encontrará placer en la debilidad. Este mecanismo también lo aplica a nivel filosófico. Cuando el hombre descubre que no hay bien ni hay mal en la naturaleza, siente miedo y, para escapar de la angustia, inventa la moral. Desvía así la mirada del terrible vacío que le rodea. En lugar de aceptar el universo vacío, mira hacia el cielo e inventa a Dios. Olvida así su animalidad. Se convierte en un ser moral que huye de la vida y que convierte su huida en una virtud. En el fondo, toda moral se basa en una falta de valentía, en un equivoco. Descubre finalmente que la vida humana carece de trascendencia y que la moral sirve para huir de este hecho. El hombre enmascara sus instintos para darles un matiz de trascendencia. En lugar de aceptar que es un animal mortal, desvía la mirada e inventa el bien, el mal y el más allá. Pero no hay trascendencia. La naturaleza no es sagrada. No hay bien ni mal, pecado ni salvación. Con su constatación muere toda ilusión de trascendencia y muere el sentido. Mueren los valores, lo absoluto y las certezas. Muere el sentido metafísico de la vida. En definitiva: muere Dios.

¿Qué debe hacer el hombre cuando descubre que nada tiene sentido? Nitezsche afirma que no debe deprimirse, sino reír. «En toda verdad ha de haber una carcajada», dice. Hemos de aceptar alegremente nuestro destino trágico. La aceptación del destino humano es el primer paso hacia el Übermensch. El Übermensch dice sí a la vida, no huye del vacío que le rodea y acepta de buen grado la muerte y el dolor. Es fiel a lo terrenal y a sus instintos. No se avergüenza de sus pasiones, por lo que no necesita enmascararlas. No le repugna su forma de ser, no siente náusea alguna. Asume la integridad de sus deseos. Sabe que el bien y el mal no existen como absolutos, que el mundo no es bueno ni malo: tan solo es. El Übermensch no cree; crea. Lo primer que debe crear son sus valores: valores fieles a la vida, que santifiquen la tierra y sus pasiones. Combate la moral impuesta por las religiones y crea una moral que surge desde lo más profundo de su interior. Algo así como una moral no alienada.

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KARL MARX (1818-1883) La obra de Marx sintetiza el universo socialista de su época. Sus escritos más conocidos son el Manifiesto Comunista (en coautoría con Engels) y El Capital. Sus influencia se dividen en tres tradiciones filosóficas: En primer lugar, Marx hereda conceptos hegelianos, pero reconvierte su confuso discurso abstracto en un método materialista. La dialéctica, la alienación y otras ideas de Hegel pueden verse a lo largo de toda su obra. Según entiende Marx, el espíritu humano está sometido a la materia y el hombre estará alienado hasta que no recupere su autoconsciencia. Cuanto recupere el dominio del espíritu sobre la materia, será libre. En segundo lugar, encontramos dos corrientes socialistas en la época: el socialismo científico y el socialismo utópico. Los socialistas utópicos eran espíritus bienintencionados como Owen, Fourier, Cabet o Saint-Simon que tratan de superar el capitalismo construyendo sociedades alternativas. Fourier, por ejemplo, partiendo de un análisis de las pasiones, deduce que los problemas de la sociedad radican en que la “distribución de las pasiones” es errónea en el sistema capitalista. Owen, por poner otro ejemplo, habla de volver al intercambio primitivo e inventa lo llamado “banco de tiempo”. Marx es representante de la corriente científica. En tercer lugar, Marx hereda la visión de la economía política británica. Al contrario que los socialista utópicos, Marx no es moralista, sino científico. Su intención no es de reforma moral ni espiritual, sino económica y social.

Marx concibe la historia como un proceso con sentido. Al igual que Hegel, cree que el hombre camina hacia su emancipación a través de la autoconciencia. Para Marx, la historia es una sucesión de modos de producción. Todos los modos de producción tienen su lógica, pero terminan derrumbándose por sus contradicciones inherentes. Este proceso histórico es positivo; no decadente: cada modo de producción es mejor que el anterior. Como tal, el capitalismo es mejor que el feudalismo, pero descansa sobre unas contradicciones que le harán caer. El próximo modo de producción es el comunismo, que será el último y más perfecto modo de producción, el fin de la historia. Marx analiza las contradicciones del capitalismo. Comienza su análisis definiendo la mercancía como «todo producto o servicio que satisface una necesidad». Las mercancías tienen dos tipos de valor: el valor de uso (apreciado cuando se usa) y el valor de cambio (apreciado cuando se intercambia). En este sentido, el intercambio se produce entre mercancías de valor equivalente a través del dinero. La equivalencia entre una mercancía y otra se mide de acuerdo a la cantidad de trabajo requerida en su producción. Pero el trabajo es también una mercancía en sí misma y tiene una característica distintiva: la plusvalía. El plusvalor es el valor añadido a las mercancías al invertir trabajo en ellas. En este sentido, un salario justo es aquel que devuelva al trabajador toda la plusvalía que ha añadido a las mercancías. Sin embargo, el empresario se lleva cierta parte de esta plusvalía. Llegamos así a la primera contradicción del capitalismo: la forma en la que el empresario obtiene beneficio es robando la plusvalía a los trabajadores, esto es, explotando su trabajo. Por otro lado, el capitalismo se diferencia del resto de modos de producción en la forma en la que circulan las mercancías. Es normal que las mercancía se intercambien por dinero y el dinero por mercancías. Sin embargo, el capitalista utiliza las mercancías como un medio para conseguir dinero y toma el dinero un fin en sí mismo. Esta es la segunda contradicción del capitalismo: el fin del sistema no es satisfacer las necesidades humanas, sino aumentar el capital. En esto se halla la alienación.

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La cuarta contradicción es que, conforme el capitalismo se desarrolla, el rendimiento en tasa que obtienen los capitalistas es cada vez menor. El desarrollo tecnológico consiste en sustituir la mano de obra por máquinas. Esto genera una ventaja durante cierto tiempo; sin embargo, debido a la competitividad entre empresas, esa ventaja en eficiencia se pierde cuando el resto de empresas la añaden también. Al final, todo lo que se ha conseguido es disminuir la mano de obra para acabar obteniendo el mismo beneficio. Hay que tener en cuenta que el capitalismo es un modo de producción que lleva implícito el estado de crisis. Los liberales opinaban que éstas crisis se solventaban por sí mismas gracias a una mano invisible, suma de egoísmos individuales, por las que la oferta se ajustaba otra vez a la demanda. Marx señala, sin embargo, que cada crisis produce efectos políticos y sociales irreversibles. En primer lugar, con cada crisis el capital va concentrándose en menos manos, ya que cada crisis hunde a los pequeños capitalistas y hace que los grandes supervivientes acaparen el capital. Además, con cada crisis la sociedad se polariza: la estructura de clases se simplifica, las clases medias van desapareciendo y cada vez hay más proletarios. Esto generar un exceso de mano de obra (llamado “ejército de reserva”) que hace que el valor del trabajo disminuya y el proletariado se empobrezca. Paralelamente, disminuye la demanda de mano de obra debido a la incorporación de las máquinas. Esto hace además que el rendimiento en tasa de los capitalistas sea decreciente, por lo que han de explotar cada vez más a los proletarios para obtener beneficio. En suma, aunque las crisis se solucionen, estos efectos adversos son irreversibles y con cada crisis el sistema capitalista estará más próximo a quebrarse. El siguiente esquema sintetiza las contradicciones del capitalismo: El beneficio del capitalista se basa en la explotación de la mano de obra (el robo de la

plusvalía). El dinero se ha emancipado de su función (satisfacer necesidades) para convertirse en un fin

en sí (convertir al dinero en necesidad). El rendimiento en tasa de los capitalistas es inverso al desarrollo tecnológico. Las crisis tienen consecuencias sociales irreversibles: 1) concentración del capital, 2)

polarización de la estructura de clases, 3) devaluación de la mano de obra y 4) mayor necesidad de explotar al proletariado.

Todas estas contradicciones del sistema capitalista generarán su hundimiento. Según describe Marx, las crisis serán cada vez más frecuentes hasta que finalmente el sistema se quiebre. Marx afirma que el cambio de paradigma sucederá a través de una revolución. La transición al comunismo sucederán en dos fases:

1. Dictadura del proletariado: El proletariado ejercerá violencia sobre los capitalistas y controlará los modos de producción. En esta fase aún habrá desigualdad, puesto que es un periodo de transición.

2. El fin de la historia: Tras la revolución, llegará el comunismo, el último modo de producción que supondrá el “fin de la historia”.

En cuanto al comunismo, Marx ofreció una descripción expresionista, muy poco científica y concreta. En primer lugar, los medios de producción se colectivizan, aunque los medios de consumo siguen siendo de propiedad privada. Además, estos medios de producción se centralizan y se organizan racionalmente, no por una “mano invisible”; sino por una “mano visible” y

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racionalizadora. Esto supondrá el fin de la alienación: se destruye el abismo entre materia y espíritu; trabajo y capital, y el hombre recupera el dominio sobre la materia. El comunismo será la época de mayor desarrollo y abundancia de la humanidad. Supondrá un cambio cultural profundo. El concepto de las clases sociales quedará obsoleto y las naciones desaparecerán (primero la globalización atenúa las diferencias nacionales y finalmente el triunfo del proletariado las hace desparecer). No habrá explotación de la plusvalía y el trabajo y el sueldo se ajustará a las necesidades de cada persona.

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EL ANARQUÍSMO El anarquismo es una filosofía política y social muy plural y retóricamente difusa. Sus autores son extremadamente diversos y existen varias corrientes. Además, el anarquismo se reinventa en cada generación y todos parecen despreciar los antecedentes. Su evolución ideológica fue similar a la del marxismo, aunque perdió la batalla intelectual contra el “socialismo autoritario” de Marx y Engels a mediados del siglo XIX. Desde entonces se tiene por una ideología marginal.

PROUDHON (1809-1865) Es considerado uno de los padres del pensamiento anarquista. Nació en el seno de una familia de artesanos y campesinos y trabajó manualmente durante toda su vida. Era antisemita, homófono y racista; aunque esto no debe sorprendernos en un campesino de hace 200 años. Su propuesta económica fue el mutualismo, una corriente anarquista que sostiene que los bienes y servicios deben intercambiarse, estableciendo la equivalencia en función de la cantidad de trabajo necesaria para producirlos y su utilidad. Proudhon creía en la existencia de un orden natural, como es típico en la tradición ilustrada francesa. Opinaba que el Estado era un orden artificial; mientras que la anarquía era el orden natural de la sociedad. En su libro ‘El principio federativo’ (1863), Proudhon describió un sistema federal integral, que consiste en la agrupación de los medios de producción en torno a federaciones agrícolas, industriales, mutualista y un sindicato de consumidores.

1. Federaciones agrícolas: cada campesino se convierte en propietario de su tierra y se asocia con sus vecinos a través de cooperativas agrícolas.

2. Federaciones industriales: las fábricas son gestionadas por los técnicos y obreros que trabajan en ellas y se agrupan en federaciones industriales.

3. Federaciones mutualistas: los obreros que no pertenecen al sector industrial o agrícola se agrupan en mutuas.

4. El sindicato de consumidores. Una vez organizada la sociedad según estos criterios, el sufragio se llevaría a cabo en forma de democracia orgánica, votando a través de estas federaciones. BAKUNIN (1818-1876) Es considerado el padre del anarquismo colectivista. Su concepción de la propiedad no difería mucho de la de Marx: ambos coincidían en la colectivización de los medios de producción; aunque Bakunin no es claro respecto a si pasan a ser propiedad de los trabajadores o de la sociedad en general. Bakunin creía que los intereses del individuo y los de la sociedad son armónicos, por lo que la desaparición del Estado y el consiguiente anarquismo supondría la máxima libertad del individuo. La forma en la que se organizarían los medios de producción cuando no hubiera estado sería espontánea. Esta idea de organización espontánea suena extraña y resulta imposible aplicarla universalmente. Esto ha sido muy criticado, pero creo que es precisamente señal de que Bakunin no sacrificó consistencia a cambio de coherencia. Las ideas de Marx fueron más coherentes y su aplicabilidad era universal. Bakunin, en cambio, no llegaba más lejos de donde consideraba honesto llegar.

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KROPOTKIN (1846-1921) Fue uno de los fundadores de la corriente anarco-comunista. Defendía la asociación voluntaria, igualitaria y sin Estado. Afirmaba que las personas debían trabajar según su capacidad y recibir según sus necesidades, ya que el verdadero productor de los bienes no son las personas, sino la sociedad. Esta asociación igualitaria entre personas se produciría a través de la colectivizaron de los bienes de consumo y de los medios de producción, que serían distribuidos a cada persona por medio de una economía gestionada por la comunidad. El problema es que esto requiere de una organización estatal que supervise la producción y la distribución. Este ente distribuidor se aproximaría bastante a la existencia de un Estado. Kropotkin también hace una crítica al sistema penitenciario, alegando que el delincuente es siempre un enfermo o una víctima de la sociedad, que sólo requiere apoyo, no castigo ni represión. Desarrolló la teoría del apoyo mutuo, que consiste en la cooperación, la reciprocidad en el intercambio de recursos, habilidades y servicios y el trabajo en equipo. GEORGES E. SOREL (1847-1922) Fue uno de los fundadores del anarco-sindicalismo revolucionario. Su trayectoria ideológica describe una parábola extraña con un hilo conductor esencial: el rechazo a la democracia liberal burguesa y el desprecio hacia el humanismo. Según Sorel, el humanismo no es más que una fachada engañosa y alienadora. Le repugnaba la forma en la que la democracia aliena al ciudadano, encubriendo lo horrible del capitalismo. Escribe ‘Reflexiones sobre la violencia’ (1935), libro en el que expone que el socialismo debería hacer una apología a la violencia. La filosofía de Sorel está influida el psicólogo francés Le Bon, escritor de ‘Psicología de las masas’ (1896). En este libro analiza la forma de pensar de la muchedumbre y explica que la masa social es irracional y voluble. La evolución ideológica de Sorel comienza en la extrema derecha, ya que nace en una familia acomodada monárquica y tradicional. En 1892 anuncia a su familia que deja su trabajo y se dedica a escribir. Lee a Marx e incorpora varias de sus ideas, pero a partir de una revisión del marxismo, se hace socialdemócrata. En 1887 se pasa al anarquismo revolucionario. Durante esta fase, sienta algunas de las bases de su pensamiento. No obstante, tras leer autores como Maurras y Nietzsche, se convierte a la extrema derecha. Esta fase dura hasta 1914, cuando estalla la primera guerra mundial. Mientras Europa se halla inmersa en un clima de patriotismo chauvinista, Sorel rechaza el nacionalismo y lo tacha de estúpido. Termina declarándose favorable a Lenin y al levantamiento de la URSS y elogia también a Mussolini y el fascismo. Su propuesta política es el anarcosindicalismo, una versión del anarquismo que defiende el abandono de la política partidaria. Los obreros deben olvidar las discusiones filosóficas y negar la dialéctica y la elocuencia. Los políticos y filósofos ralentizan la revolución y privan al proletariado de sus energías. Son los sindicatos quienes deben luchar por los trabajadores. Los sindicatos son también el germen de la sociedad socialista, ya que preparan la emancipación del Estado. Al contrario que Marx, Sorel no pensaba que hubiéramos de esperar a que el capitalismo desarrollase sus contradicciones. Para inmediatizar el fin del capitalismo, propone detener la producción: llevar a cabo una huelga general y hacer que el sistema se colapse. La revolución se produce, según Sorel, por sectores y de forma espontánea. Sorel escribe que «el sindicalismo revolucionario marcha al azar de las circunstancias». Estas pequeñas revoluciones suman el conjunto de la revolución social completa y la consiguiente caída del capitalismo.

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MAX STIRNER (1806-1856) Stirner es un autor alemán cuya obra profundiza en el egoísmo o solipsismo moral. Sus reflexiones filosófico-políticas sobre el individuo soberano sirven de base para cierta parte importante del anarquismo; aunque no pueden ser tomadas muy en serio. Stirner se declara enemigo de la sociedad, de toda moral y toda ideología. Stirner tiene muy presente la mortalidad humana. Puesto que esta vida terrena es la única vida que tenemos, no se debe sacrificar ni un ápice de ella por ninguna ideología ni ninguna comunidad. Toda las ilusiones y las ataduras son despreciables. La propuesta de Stirner es extremadamente nihilista. El centro de toda reflexión, y aun de toda realidad, está el hombre; pero no ‘el hombre’ como concepto abstracto, sino del individuo: el "yo”. Stirner escribe: «el hombre no es la medida de las cosas; yo soy la medida de todas las cosas». Conclusión sobre el anarquismo El discurso anarquista emplea elocuentemente palabras como ‘libertad’ o ‘justicia’ y términos como ‘revolución espontánea’. Marx escribió sobre Proudhon: «es una persona de ingenio que aprendió a hacer juegos de manos con sus propias contradicciones y a convertirlas, según las circunstancias, en paradojas inesperadas, espectaculares, ora escandalosas, ora brillantes». Esto tal vez pueda extrapolarse a los autores anarquistas en general. Es posible que el anarquismo no sea más que buena intención y que sea nulo como filosofía política, o al menos inoperativo.

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LENIN (1870-1924) Fue un revolucionario ruso, líder bolchevique, líder de la Revolución de Octubre y primer dirigente de la Unión Soviética. Es uno de los muchos autores que revisaron a Marx. Debía afrontar el hecho de que las predicciones de Marx no se cumplían: el capitalismo no sólo no se derrumbaba, sino que el nivel de vida mejoraba; además, tuvo que completar la descripción del comunismo y llevar a la práctica la Dictadura del Proletariado de forma efectiva. Según entendía Lenin, el único motivo por el que la calidad de vida media mejoraba en el capitalismo son las llamadas trampas de la burguesía. Según creía Lenin, los derechos políticos, la sanidad o la educación pública son mecanismos para la preservación del capitalismo. La clase obrera es engañada mediante estas «mejoras aparentes» y superficiales, que comprometen al proletariado en la defensa de una situación que en realidad les oprime como clase. Lenin constata que la sociedad capitalista ha desarrollado una especie de aristocracia obrera: un proletariado con hábitos burgueses, adaptado al sistema capitalista. La trampa que se esconde tras esta aristocracia obrera es que su nivel de vida se asienta sobre el imperialismo y la explotación del tercer mundo. Además, la clase obrera no tiene conciencia de clase. Ignora su verdadera situación, pues vive engañada por las trampas del capitalismo. Creemos que la sociedad ha madurado, que la ilustración ha iluminado al pueblo; pero eso esto está lejos de ser cierto. Prueba de ello son las selecciones: los proletarios votan a partidos que defienden los intereses de quienes les explotan. La clase obrera es inconsciente y fácil de engañar, por lo que necesita un líder que les oriente y organice. La organización es imprescindible para un revolucionario. Lenin afirma claramente que «un proletariado sin organización es igual a cero». Sólo la organización da la firmeza necesaria a la revolución. Esta organización implica jerarquía, disciplina y obediencia. Estas tres cualidades son necesarias; lo contrario sólo beneficia a la burguesía. El instrumento a través del cual de organiza la revolución proletaria es el Partido. En palabras de Lenin, el Partido es «la organización de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores». El Partido es tanto el instrumento de avance un como instrumento de gobierno, ya que sembrará la semilla de una futura organización socialista. Esta concepción del Partido como vanguardia y dirigente ha tenido influencia en los demás movimientos comunistas. Lenin defendía la internacionalización. Su principal crítica a la comuna de París fue que cometieron el error de mezclar el nacionalismo francés con la revolución proletaria, cuando la revolución va más allá de la nación; es un proceso profundo y de escala internacional. En algunos casos, Lenin admite el nacionalismo; pero sólo como un paso a la internacionalización. Ocurre igual con el derecho a la autodeterminación. Hereda esta idea de Kant, quien consideraba que la autodeterminación consiste precisamente descubrir la universalidad del individuo y de los pueblos, en desprenderse de los prejuicios. Lenin defendía el derecho a la autodeterminación como instrumento en favor de la internacionalización.

La Dictadura del Proletariado Marx explicó que el capitalismo desarrollaría sus contradicciones con el paso del tiempo y que la transición al comunismo, que supondría el fin de la historia, sucedería a través de la Dictadura del Proletariado. Explicó también que, durante esta fase, el proletariado ejercería violencia sobre los

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capitalistas para controlar los modos de producción y que aún habría desigualdad, puesto que este sería un periodo de transición. Lenin describe más detalladamente esta fase. En primer lugar, la Dictadura del Proletariado constituye un poder sin límites, que no esta sujeto a ley alguna y que se mantiene a través de la violencia. Tiene como finalidad aplastar a la burguesía, que sigue teniendo poder a pesar de haber sido expropiada. En esta dictadura se niegan derechos y privilegios, pero al mismo tiempo Lenin la describe como una “democracia”. Esta extraña síntesis de conceptos es razonable desde el punto de vista idealista del autor. Durante la Dictadura del Proletariado se mantienen los sueldos, el trabajo desigual y la figura del Estado, aunque ya no debe hablarse de explotación. Cuando se conquiste completamente el Estado burgués, entonces esa «máquina» se podrá desechar; mientras tanto, es necesaria. En caso contrario, jamás se obtendrá el éxito. En cuanto al fin del capitalismo, Lenin no creía que fuera necesario esperar a que éste desarrollase sus contradicciones. Por aquella época, Rusia estaba comenzando a industrializarse. Lenin pensó que era el momento ideal para que el Partido tomara el poder. Si era la Dictadura del Proletariado quien llevaba a cabo la industrialización, dejaría preparado el terreno al comunismo. De esta forma, la Dictadura del Proletariado permitiría dar «un salto» en los modos de producción y avanzar más rápido hacia el fin de la historia.

Lenin no desprecia la lucha pacífica, pero es consciente de que las circunstancias muchas veces exigen el uso de la violencia. La violencia juega un papel central en la actividad política de Lenin. Su meta es el «exterminio implacable» de los opresores del proletariado. Varios autores defienden que Lenin era un dadaísta con un sádico gusto por la destrucción creadora. Yo creo que su violencia no era gratuita y que él no tenía nada de sádico. Era pragmático y consciente del aspecto crudo de la naturaleza humana. En este aspecto, además, se limitaba a llevar a la práctica lo afirmado por Marx, quien ya constató que la lucha es el motor de la historia.

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EL NACIONALISMO El nacionalismo es un movimiento social y político que surgió junto con el concepto nación del Nuevo Régimen (desde la Revolución Francesa); aunque la palabra ‘nación’ es más antigua. También puede llamarse ‘nacionalismo’ al sentimiento de pertenencia con respecto a una comunidad. Sea como sea, el nacionalismo es muy plural y heterogéneo. Hay dos teorías sobre el origen del nacionalismo, que no son necesariamente contradictorias. Por un lado, autores como Ernest Gellner afirman que el nacionalismo es un fenómeno moderno que surge como consecuencia de la revolución industrial. Con la revolución industrial, el mundo tradicional entra en crisis, la coherencia y la homogeneidad social se ponen en cuestión y el la sociedad vive en la anomia. La nación nace como un mito, una religión moderna, para apaciguar esta situación. Por otro lado, autores como Anthony Smith dicen que el nacionalismo es un sentimiento de pertenencia a un grupo, un patrimonio común, tan antiguo como la humanidad. Para él, el patriotismo y el nacionalismo son distintos nombres para el mismo fenómeno humano.

Hay dos formas de concebir la nación. Por un lado, la idea constitucional de nación entiende la nación como un pacto político entre ciudadanos iguales que deciden obedecer al mismo sistema jurídico, a pesar de no tener necesariamente identidades comunes. En este caso, el sustrato que une a la nación es jurídico. En cambio, la idea cultural de nación concibe que la nación es algo anterior a la política, algo que no se escoge; se pertenece a ello por nacimiento. El sustrato que une a la nación es sentimental y emocionalmente profundo. Esta diferenciación fue hecha por los franceses para diferenciar su concepto de nación del de los alemanes. En realidad, la clasificación no es tan aplicable a la realidad. Es más, podríamos decir que todos los nacionalismos son una mezcla entre estas dos formas de concebir la nación. Antes de la revolución francesa el concepto ‘nación’ tenía un significado muy distinto al actual. En un principio, servía para diferenciar entre el Imperio Romano y las tribus o naciones bárbaras, que carecían de fundamento jurídico. Durante el Antiguo Régimen1, se llamaba naciones a los grupos de pertenencia religiosos, étnicos, lingüísticos, de clases, de oficios... El término nación era un conjunto al que adscribirse, que se superponía a otros sin necesidad de establecer una división coherente. La gente empleaba el concepto ‘nación’ para referirse tanto a los panaderos de Lion, como a los hablantes vascos o a la comunidad protestante. La nación se adquiría en el momento de nacer, era algo natural; aunque, en el Antiguo Régimen, la naturaleza se podía adquirir (los reyes podían naturalizar). Esta contradicción era parte de la cultura de los reinos de Europa occidental de finales de la Edad Media. En estos reinos, la sociedad era estamental: se dividía por estados. El último estado, el Estado del Rey, era el Todo. Nadie se planteaba su identidad nacional. Las personas se sentían simplemente parte de su estamento, después parte de su vecindad y por último parte de un conjunto de vasallos, que implicaba pertenencia respecto al Rey y pertenencia respecto a los demás vasallos del Rey. También entraba en juego el linaje, la religión, etcétera. Pero con la revolución francesa, en 1879, esta clasificación se rompe. La soberanía pasa al pueblo, lo que trastoca el esquema social. La jerarquía desaparece: la sociedad estamental se uniformiza en un único Estado. Este único estado es el Gobierno, y este gobierno es la nación. El Estado pasa a ser entonces la expresión jurídica de la nación. Los alemanes defendían otra idea de la nación contraria a la concepción político-jurídica francesa. La idea romántica alemana defiende que el estado es más que un constructo jurídico; es tradición, sangre, raza, lengua y otra serie de factores más auténticos que las leyes jurídicas y las

1 Antiguo Régimen: término que los revolucionarios franceses utilizaban para designar peyorativamente al sistema de gobierno anterior a la Revolución francesa de 1789.

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frontera. Fichte aparece como estandartes de esta concepción. Defendía que las fronteras jurídicas y las leyes no pueden tener primacía sobre la cultura, que es la fuente del sentimiento de comunidad en el que se basa la nación. La cultura se expresa en todas las representaciones de la vida de una persona: la manera de bailar, vestirse, la literatura, la forma de arar la tierra, la comida... todo ello son reflejos del espíritu (geist) nacional de cada pueblo. La nación es algo prepolítico que debe condicionar lo político, no al contrario. Esta idea deriva después en la afirmación de que la personalidad de los pueblos se expresa en su lengua. Los alemanes, a pesar de carecer de un gobierno o un ordenamiento jurídico común, comparten un lenguaje que los unifica. Herder, filósofo alemán romántico, explica que cada lengua implica una forma particular de ver el mundo.

La nación constitucional (ilustrada francesa) y la nación cultural (romántica alemana) se mezclan en el nacionalismo moderno, cuyo concepto de autodeterminación implica ambas concepciones. Fue Kant el primero en hablar de autodeterminación; aunque para él era algo individual. Como ilustrado, cree que la humanidad ha vivido en una época oscura y que debe autodeterminarse. También los pueblos deben emanciparse de su historia y descubrir su universalidad. Esta idea difiere de la concepción actual de autodeterminación, aunque se parece a la de Lenin. Actualmente se llama ‘autodeterminación’ a la cualidad de independizarse de un pueblo. No obstante, sólo los pueblos tienen derecho a autodeterminarse; no así los colectivos. Pero, ¿qué es una nación?

Hay siete criterios a través de los cuales de puede establecer qué es una nación. Algunos de ellos se adscriben al paradigma romántico, mientras que otros son de sustrato civil. 1. El criterio geográfico fue muy habitual durante el siglo XIX. Apela a las fronteras naturales

establecidas por los accidentes geograficos: los ríos, las cordilleras, etcétera. Pensar que las naciones son constructos geográficos es demasiado inespecífico, ya que los accidentes geográficos son muchos y muy diversos.

2. Apelar a la raza es también común en el siglo XIX. Pero este concepto, sobre todo tras la II Guerra Mundial, ha perdido popularidad. Además, es difícil hablar de las naciones como grupos homogéneos. No es un concepto consistente desde el punto de vista científico.

3. Los criterios históricos son más típicos del siglo XX. Este criterio es también limitado a la hora de definir una nación, porque la historia es difusa y los sucesos se solapan: las migraciones, las guerras, etcétera. Además, apelar a la historia implica que es el pasado lo que define las identidades políticas, dejando ningún margen a los habitantes presentes.

4. Los criterios jurídico-políticos son sólo validos si se entiende que este el Estado y la nación son la misma cosa. Este criterio sólo satisface a aquellos con un estado y plantea el problema de aquellas entidades jurídicas sin Estado.

5. Pensar que es la identidad cultural lo que hace a las naciones también es problemático. Las culturas pueden ser mestizas o estar individualizadas y globalizadas. El concepto ‘cultura’ no está definido, por lo que emplearlo como criterio sólo puede general confusión.

6. Los criterios lingüísticos son muy habituales en los distintos nacionalismos. El problema es, por un lado, que muchos países comparte la misma lengua y no comparte identidad. Por el otro lado, pueden no compartir una lengua sin tener identidades diferentes.

7. Renan, en un discurso de 1882 titulado ‘¿Qué es una nación?’, analiza y deshecha todos estos criterios uno por uno y propone que la nación es un referéndum diario, un constructo sentimental relacionado a la autoconsciencia. Aceptar este criterio sólo equivale a decir que no hay ningún criterio valido.

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BERNSTEIN (1850-1932) Eduard Bernstein fue un político del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) considerado padre del revisionismo y uno de los principales fundadores de la socialdemocracia. Determinó el rumbo ideológico del partido social demócrata ademán. Bernstein creía que hay que mantener una actitud crítica con respecto al marxismo. Karl Marx era un filósofo, no un profeta. Su obra no es una doctrina religiosa axiomática, luego puede y debe ser cuestionada. Critica también la dialéctica hegeliana. Considera que es algo extraño, algo ajeno al socialismo, que sólo sirve para complicar la cuestión. Además, no cree que la historia tenga un sentido. Es más: afirma que es perjudicial pensar de esta manera, porque si realmente la historia estuviera escrita, nadie actuaría para cambiarla, ya que sería cuestión de esperar sentado. Critica la idea abstracta de ‘revolución’. La idea de conquista masiva con tintes románticos no funciona en el capitalismo. Bernstein propone hacer la revolución en las mentes a base de cambios en la consciencia. La idea de la revolución abstracta tiene un efecto psicológico de parálisis, ya que se tiende a esperar a que las cosas sucedan en el futuro, en el último día, en el que el mundo se rebela mágicamente. Bernstein cree que hay que llevar a cabo pequeñas conquistas individuales, pequeñas reformas, que en su conjunto supongan un avance global: conseguir un sueldo mayor para un sector de la producción, el sufragio universal, la sanidad pública, etc. «El sufragio universal es el gran arma del proletariado», dice en varias ocasiones. Constata que las predicciones de Marx no se están cumpliendo y que la riqueza y la mejora en la calidad de vida de los obreros no es debida al imperialismo, como afirmaba Lenin. Dice también que el marxismo no es tan científico como se suele catalogar. Niega la validez del binomio socialismo utópico / socialismo científico y constata que Marx no se limitó a describir la realidad, también la juzgó éticamente. Por otro lado, percibe una gran lucidez en las ideas de los llamados utópicos. Le agrada concretamente la idea de que la clave de la revolución está en la consciencia. Para Bernstein, el cambio de modo de producción no sucede por un salto, sino poco a poco, solapándose. Él cree que la socialización será gradual y multiformal. Para Bernstein, el socialismo es compatible con el capitalismo, por lo que pueden combinarse. Es importante comprender además que Bernstein consideraba que las diferencias de clase son justas. La injusticia sería, precisamente, una igualdad total, cuando esto no se corresponde con los hechos objetivos. Para él, la meta es conseguir un «capitalismo mejor», más social; pero también más rico: considera que socializar la economía no es un avance si no genera más riqueza. Desmitifica a la clase obrera. Señala que los obreros no son mejores por ser más pobres, son igual de despiadados que los capitalistas. Este error de inferencia se comete en gran parte de la literatura comunista, que elogia a los proletarios como si fueran mártires o héroes.

Bernstein redefine el concepto de socialismo. Para él, el socialismo no es la dictadura del proletariado ni la persecución de un sueño lejano. Su idea es: socialismo = solidaridad. Berstein dice literalmente: «los socialistas han de ser el partido del proletariado pero no la dictadura del proletariado».

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La siguiente frase resume bien su forma de pensar: «Tal como yo lo veo, hay que concluir que el socialismo llega, pero no como desenlace de una colosal batalla política decisiva, sino como fruto de toda una serie de victorias económicas y políticas del movimiento obrero en sus distintos campos de actuación (...). No es del caos de donde veo surgir la sociedad socialista, sino de las realizaciones de tipo organizativo de los obreros en el terreno de la economía libre, unidas a las instituciones y a los logros a nivel estatal y comunal de la democracia militante».

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LOS FASCISMOS Por ‘fascismo’ podemos estar refiriéndonos, por un lado, a una ideología política radical autoritaria y nacionalista, en la que las personas se sienten unidas por un fuerte vinculo comunitario de carácter cuasi militar; o a un clima moral de la posguerra, cuyo discurso mezclaba la retórica socialista con el sentimiento romántico de pertenencia al Estado. En el manifiesto comunista, Marx y Engels comienzan hablando del ‘fantasma del comunismo’. Podríamos decir también que hay un fantasma del fascismo, tanto que el término fascista se ha convertido en un arma arrojadiza. Han sido acusados de fascista Lenin, Stalin, Trotski, muchos anarquistas, todos los líderes de EEUU, la derecha europea, la democracia cristiana, los líderes islámicos…

Para ilustrar qué es el fascismo, es conveniente fijarse en la trayectoria ideológica de personajes como R. Curzio, que comienza en la derecha y se pasa a las Brigadas Rojas; H. Mahler: que comienza en la izquierda y pasa al Partido Nacional demócrata de Alemania; o G. Valois: sindicalista revolucionario francés que se enamora del fascismo italiano y funda el Partido Fascista francés. Como vemos, estos personajes bailan entre la izquierda y la derecha. El programa fundacional del fascismo italiano, por ejemplo, no encaja en absoluto con el estereotipo de derecha. Encontramos en él palabras como ‘república’, ‘sufragio universal’ o ‘sanidad’. El manual de las SA también utiliza con frecuencia términos como ‘igualdad’, ‘camaradería socialista’ o ‘comunidad’. G. Strasser, presidente del NSDAP, escribía: «los nacional-socialistas queremos una revolución económica, la nacionalización de la economía, en la que el trabajador sea un copropietario». Zeev Sternhell (historiador israelí experto en fascismo), afirma que el origen del fascismo está en el sindicalismo revolucionario. Se puede deducir que el fascismo no es cuestión de izquierda o derecha. Se trata más del carácter nacionalista del movimiento y la retórica que emplea. Encontramos en la mayoría de los movimientos fascistas una mezcla entre revolución social y revolución nacional. Tras la primera guerra mundial, gran parte de la izquierda europea abandona el internacionalismo y se patriotiza: los ‘proletarios del mundo’ se empiezan a sentir proletarios alemanes, belgas o italianos. De igual manera, cuando Alemania pierde la primera guerra, los capitalistas descubren que si Alemania está en crisis, ellos también. Descubren así una comunidad nacional.

Fascismo = nacionalismo romántico + retórica socialista

El fascismo mezcla la retórica socialista con la concepción romántica de nación. Esto lleva a los ciudadanos a establecer una unión suprapersonal en torno a la nación, que les convierte en soldados de la sociedad. La propaganda nazi da señales evidentes de querer mantener la camaradería que se ha forjado en las trincheras. Como consecuencia, la sociedad se militariza y se implica en el proceso bélico. La sociedad elogia la heroicidad en la batalla, el sacrificio y la camaradería. El fascismo recupera el amor al peligro y la violencia, presentes desde 1908 en la corriente futurista, que glorifica la guerra como higiene de la humanidad. Si el comunismo consideraba que el hombre se hace hombre al trabajar, el nacional-socialismo creía que era la lucha lo que hace al hombre. Mussolini escribe: «la violencia no es inmoral, sino sacrosanta y moral si resuelve una situación gangrenosa». La propaganda fascista decía: «la vida es milicia». .

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Esta sociedad militarizada necesita liderazgo y fortaleza, pero este liderazgo debe ser de carácter romántico: no podían ser los intereses económicos y corporativos, comandados por políticos y contables, quienes guiasen a la sociedad; debía haber un caudillo, un poeta, un líder que no fuera elegido en las frías urnas, sino aclamado en sus discursos. El fascismo hace una critica la democracia liberal. Consideraba que ésta era un fraude, ya que son las altas finanzas quienes en realidad gobiernan, e inoperativa, ya que en tiempos de guerra el parlamento es una pérdida de tiempo. Hacía falta un mando que no fuera cuestionado cada cuatro años. En efecto, encontramos culto al líder en casi todos los fascismos. Este culto al líder está vinculado con el culto al estado. Mussolini decía: «decir fascismo es decir estado». En cuanto a la cultura durante el fascismo, suele creerse que los movimiento intelectuales fueron reprimidos y despreciados, tal vez por la manía futurista de quemar bibliotecas y museos. No obstante, muchos intelectuales apoyaron el fascismo, muchos de ellos vanguardistas, como Emil Nolde, Max Liebermann, Knut Hamsun, Marinetti, Emile Cioran, P.D. La Rochelle o Celine.

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NEOCONSERVADURISMO Los neoconservadores gozan de mala fama. Se les vincula a los gobiernos estadounidenses invasivos y con la nueva extrema derecha (anti-evolucionistas, adversarios del matrimonio homosexual, anti-inmigración...) pero lo cierto es que el neoconservadurismo es más sutil, tolerante e intelectualmente más elaborado. Es además un movimiento muy plural que generalmente mezcla la teoría económica liberal con una concepción política conservadora-revolucionaria. HAYEK (1899-1992) Su obra más influyente es ‘Camino de servidumbre’ (1944), que se resume en cinco tesis principales: En primer lugar, afirma que el socialismo implica fascismo. Corrige a Marx y establece que el fascismo es la fase posterior al comunismo, ya que éste se vuelve totalitarios por ser imposible de llevar a cabo. Naciones como Italia, Rusia o Alemania son fruto de la misma tradición intelectual: tienen en común la idea de que los individuos deben sacrificar sus intereses en nombre de un supuesto interés superior. Por otro lado, dice que la idea de economía planificada es totalitaria. Cuando se establece una economía dirigida, se impone una escala de valores, tanto a nivel moral como económico. Además, un régimen sin propiedad privada deja la satisfacción de las necesidades en poder del estado. Esto hace que no se pueda disentir y rebelarse. Por esto, un régimen sin propiedad es un régimen despótico. Hace también un paralelismo entre la economía de mercado y la democracia. Según entiende Hayek, «la libertad económica es el requisito de toda libertad». La economía de mercado permite al trabajador y al consumidor escoger, disentir... Quien limita la competencia, limita la libertad. Por otro lado, afirma que la función del Estado debe ser limitada. Debe evitar los llamados fallos de mercado, pero evitando a toda costa convertirse en el «patrón único». Termina diciendo que toda política progresiva debe basarse en la libertad de los individuos. El individualismo implica que cada uno es dueño de los fines de su vida. El derecho a ser ambicioso o derecho al éxito económico son requisitos necesarios y naturales para la sociedad. LEO STRAUSS (1899-1973) Strauss está influenciado por Heideger, Husserl, Nietzsche y Cassirer, entre otros. Es uno de los muchos judíos que huye de Alemania a en EEUU. La obra de Strauss tiene influencia sobre muchos intelectuales estadounidenses actuales. Como filósofo político, Strauss está convencido de que hay verdades que deben ser ocultadas a la sociedad. La verdad no debe extenderse, porque es dinamita intelectual. Toma este uso del concepto ‘dinamita’ de Nietzsche, pero con otra connotación diferente. Según Strauss, occidente no está en crisis; es la crisis. Somos una civilización que no cree en su superioridad ni en su propio proyecto: la construcción de una sociedad rica, la conquista del mundo por la ciencia, etcétera. Al no creer en sí mismo, occidente lucha contra sus propios principios. Esto genera la relativización de sus propios valores y la incapacidad para rechazar los valores ajenos. En este sentido, la tolerancia es un signo de debilidad. El origen de esta crisis se halla en la imprudencia de los intelectuales que se atrevieron a decir en voz alta aquello que no debía ser dicho. Autores como Maquiavelo, Locke, Spinoza o Nietzsche rebelaron al pueblo verdades que no saben manejar. Como consecuencia, Occidente ha creado una filosofía que tiene como objetivo romper el modelo que la hace posible.

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Strauss distingue entre dos modelos de ciudad: Jerusalén, la Ciudad de los Santos, y Atenas, la Ciudad de los Filósofos. En la Ciudad de los Santos, se impone al hombre una serie de mandamientos imposibles de cumplir: los seres humanos somos pasionales, por lo que violaremos toda norma. En la Ciudad de los Filósofos, todos acceden a la verdad por medio de la razón. Esto es también imposible, puesto que la moral y la verdad son convenciones sociales, e incluso aunque fuese posible alanzar esa verdad y cumplir las normas, serían muy pocos los santos y filósofos. Además, la ciudad necesita diversidad para subsistir. Es beneficioso que no todos sean iguales. Strauss da por hecho también que no todos los ciudadanos van a ser felices. Por tanto, los gobernantes deben tener en cuenta la diversidad de ciudadanos que alberga la polis y gobernar para seres imperfectos. El fin de la política no debe ser el bien, la justicia ni la verdad; sino preservar la ciudad.

Si la sociedad debe basarse en las pasiones, carece de sentido ignorarlas o intentar erradicarlas. Éstas se satisfacen a través de lo material, por lo que la única manera de mantener la felicidad es convertir la civilización en abundancia. En cuanto al modelo político, Strauss afirma que la democracia es imposible, porque la lucha de intereses particulares excluyentes elimina la posibilidad de un bien común. Las oligarquías son posibles, pero despiertan celos. La solución es una oligarquía disfrazada de democracia y controlada por filósofos que manipulen las pasiones de los oligarcas. A cambio, los filósofos reciben protección política y un buen modo de vida.

BELL (1919-2011) Daniel Bell escribió ‘Las contradicciones culturales del capitalismo’ (1976). Según afirma el libro, toda sociedad es un sistema en equilibrio que combina tres subsistemas: el político, el productivo y el cultural. El subsistema político legitima el orden social, el productivo incrementa la producción y el cultural proporciona una cobertura filosófica o ideológica a todo el sistema. En el caso del capitalismo el equilibrio está roto, porque el subsistema cultural atenta contra los otros dos subsistemas. En el subsistema cultural capitalista encontramos un fuerte culto al ‘yo’. El narcisismo propio de la «casta cultural» ha trascendido a toda la sociedad. Este yo narcisista demanda continuamente novedades, nunca se sacia. Por otro lado, existe un culto a lo inmediato. Consumimos todo en el instante y desechamos lo que exija reflexión o trabajo intelectual. Además, nuestra cultura busca romper las normas, romper los límites tanto en lo estético como en lo moral. Somos también críticos con nuestro propio sistema de producción y condenamos el éxito, tanto el político como el económico. Bell afirma que el subsistema cultural capitalista debe cambiar, y aconseja emplear para ello la religión. Propone crear una religión que legitime el capitalismo y la democracia y devuelva el equilibrio al sistema.

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LA GLOBALIZACIÓN La idea de que el mundo se está unificando es muy antigua. Marx ya dice que el capitalismo creará un solo mercado mundial. Tocqueville, liberal conservador francés, tiene una visión del futuro similar a la de la globalización: un mercado unificado, masas sin personalidad... En el siglo XVIII Kant ya predecía una Cosmópolis. Rousseau también advierte de que las diferencias entre los pueblos van desapareciendo. Incluso Dante Alighieri prevé un estado mundial. El cristianismo y el Islam también tienen como fin barrer el “paganismo” y unificar las creencias en una serie de dogmas. Hay incluso quienes plantean que la globalización comienza en el Neolítico. Sin embargo, el término ‘globalización’ es nuevo. Conceptos como mundialización y ‘aldea global’ existían previamente, pero este concepto sólo se emplea a partir de 1999. Paralelamente a la globalización, encontramos un proceso de diversificación. Hay dos tendencias sociales paralelas: unificación y fragmentación. La sociedad es cada vez más diversa, a la vez que es más globalmente uniforme. Muchos filósofos y politólogos de los 90 pensaban que la humanidad avanzaba hacia la fragmentación en los distintos espacios sociales. Se hablaba de una nueva edad media. Tipología de antiglobalizadores: Conservadores: proponen una vuelta a modelos económicos proteccionistas. Tanto los que

defienden la autarquía (retroceso Alter-globalizadores: proponen una globalización alternativa que incluya la globalización de

los derechos y la justicia. Serge Latouche, exponente del decrecimiento, entra también aquí. Los Primitivistas como Zerzan proponen volver a lo tribal. Argumenta que el globalismo

comenzó cuando el ser humano se hizo sedentario y propone volver al anarquismo primitivista, el modo de producción natural del ser humano.

En defensa de la globalización Johan Norberg defiende que el capitalismo es la salvación de la humanidad. Analiza el desarrollo de países emergentes como Taiwán, que aceptó el capitalismo global tras hacer una reforma agraria que expropió a las élites y dio a los ciudadanos la propiedad de las tierras. Se generaron así PyMEs industriales. Después Taiwán se industrializó. En esta fase, la mano de obra barata sirvió de puente para una mejora, gracias a la nueva industria y al emprendedurismo. Todo gracias a una economía no-regulada. Taiwán se ha especializado en los sectores en los que puede ser eficiente y ha decidido importar lo demás, aprovechándose del mercado globalizado. Norberg también argumenta que la democracia es consecuencia natural de la globalización y que lleva riqueza y libertad a todos. La precariedad es una etapa necesaria en el desarrollo industrial de un país. Por otro lado, la intervención del gobierno y la burocracia son negativas. Pone como ejemplo a Kenia, cuyo intervensionismo impide que el país se desarrolle. Los agricultores no tienen incentivo para mejorar la producción, ya que lo producido es propiedad estatal. La enorme cantidad de burocracia hace imposible que se creen PyMEs. Kenia ha sido marginada y sometida al socialismo y el intervencionismo, en un ambiente empresarial hostil que dificulta el desarrollo de la industria.

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ISLAM E ISLAMISMOS

El islamismo aparece frecuentemente en los medios de comunicación. Se ha convertido en la amenaza de occidente; pero, al mismo tiempo, es muy desconocido. Su lenguaje conceptual pertenece a otra cultura, por lo que al traducirlo al lenguaje occidental se pierde gran parte de su significado. Por otro lado, el abismo cultural entre occidente y el Islam es muy grande. Se ha hablado de “choque de civilizaciones”. Esto es extraño, teniendo en cuenta la relación de flujos de información que ha habido entre los mundos cristiano e islámico. Se suele pensar que la cultura judía y la cristiana son parecidas entre sí y distintas al Islam. Esto es completamente erróneo. La religión judía y el Islam tienen mucho más en común entre sí que con respecto al cristianismo. La intención del profeta Mahoma no era inventar una religión, sino depurar el culto abrahámico judío. De hecho, en el primer Islam se reza postrándose hacia Jerusalén. Igualmente, el concepto de «unidad de dios» (tawhid) es compartida por judíos e islámicos y ajena al cristianismo. Para nosotros, Dios tiene partes; no es una unidad. Esto es considerado herético en los mundos judío e islámico. El Islam es muy plural, a pesar de ser aparentemente unitario. Tiene ciertos rasgos en común, que son, en primer lugar, la afirmación de un único Dios (shahāda) y que Mahoma es su mensajero. Además, comparten los llamados cinco pilares del Islam: la profesión de fe, la oración, la limosna (zakāt), el ayuno y la peregrinación. Comparten también un mismo Corán, dictado por el arcángel Gabriel a Mahoma.

Los motivos por los que el Islam es tan plural son, en primer lugar, que el Corán tiene diversas interpretaciones. Está escrito en un árabe antiguo del que no debe traducirse. Además, hay una multitud de textos posteriores que completan el Corán. Por ejemplo los hadtih son textos sobre de la vida del profeta, cuyo conjunto forma la sunnha. Los quiya son las analogías que se hacen de los diferentes hadith, trasladándolos a la época actual. El ichma es el consenso de la comunidad, que establece categorías de lo prohibido, lo permitido y el makhru (lo no-aconsejado). Por último está el ray: las interpretaciones y combinaciones subjetivas de todos textos divinos. Cada persona escoge entre estos textos y conforma su concepción religiosa, aunque está siempre condicionada por la tradición familiar. Existen también corrientes mayoritarias en el Islam, que comparten rasgos entre sí. Por un lado el Sunismo, una religión islámica no-institucional en la que, si bien hay personajes con mayor preeminencia dentro de la comunidad, no existe la concepción del sacerdote. El Chiismo, por otro lado, sí concibe cierta autoridad.

El islamismo político no puede catalogarse bajo criterios occidentales. Los términos ‘fundamentalismo’ e ‘integrismo’ se inventaron para hablar del catolicismo y el protestantismo, no de otras religiones. No obstante, sí es cierto que todos los grupos islámicos tienen la intención de volver al Islam originario. En ese sentido sí son integristas o fundamentalistas. IBN TAYMIYYA (1263-1328) Considera que la humanidad está dividida en dos grupos: los hijos de Dios, que se caracterizan por la sumisión a la voluntad divina, y los hijos de Satán: los cristianos, los judíos, los asociadores, los paganos, los hipócritas (fashiq) y los herejes (tashir).

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Entre estas dos grupos no hay más política posible que la guerra (yihad). Hay dos tipos de yihad, la guerra pequeña, nashbar, y la guerra grande, aqbar. La guerra grande es la lucha que cada uno lleva contra sí mismo. Si alguien no está convencido de la yihad, se convierte en hereje.

HASAN AL BANNA (1906-1949) Es el fundador de los Hermanos Musulmanes. Cree que la comunidad está en decadencia por haberse alejado de los orígenes del Islam, y que debe depurarse de las creencias añadidas y de las costumbres occidentales. Es un crítico del nacionalismo árabe porque es idólatra en la medida en que concede legitimidad a estados que fragmentan en Islam. El único estado legítimo es aquel que unifica a todos los musulmanes; lo contrario es idolatría. El mundo está dividido en dos casas: la casa de la guerra (los infieles, que viven inmersos en la ignorancia y están condenados a la guerra) y la casa de la paz (donde viven los islamistas, los que se someten a la voluntad de Dios). SAYYID QUTB (1906-1966) Añade un mensaje social al Islam. Se le considera el Marx oriental. Cree que el Islam no constituye sólo un modelo de creencias, sino un modelo de jerarquía social igualitaria: todos los fieles tienen los mismos derechos. Además, la limosna (zakat) constituye herramienta suficiente para acabar con la pobreza. Cree que es Dios quien concede la riqueza y los recursos a la comunidad. Los particulares son sólo administradores de esta riqueza. Por tanto, en el Estado verdaderamente islámico, no hay pobreza, porque la propiedad no pertenece a nadie y pertenece a todos.