Hermes 21 (2): Especial paz (dic. 2006)

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Rosa Parma

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Edita: Fundación Sabino Arana.Codirectores: T xema Montero, Koldo Mediavilla.Consejo de Redacción: Josune Ariztondo, Iñigo Camino, Filgi Claverie, Sebastián García Trujillo, Iñaki Goirizelaia, Iñaki Martínez de Luna, Andoni Ortuzar, Mari Karmen Garmendia, Fernando Mikelarena, Iratxe Molinuevo, Olatz González Abrisketa, Mª Carmen Gallastegui, Manu Castilla, Asier Muniategi, Juan Luis Bikuña, Mikel Donazar,Luis Alberto Aranberri “Amatiño”, Daniel Innerarity, Arantza Gandariasbeitia, Nino Dentici y José Luis Mendoza.

Colaboran en este número: Julian Thomas Hottinger, Roelf Meyer, Matteo Zuppi,Daniel Innerarity yPaddy Woodworth.Diseño y Portada: Logoritmo.Obra plástica y contraportada: Rosa Parma

Imprime: Flash Impresión.Sabino Arana FundazioaGran Vía, 29-5º. 48009 Bilbao. Tel: 94 405 64 50 Fax: 94 405 64 [email protected]. www.sabinoarana.org. Depósito Legal: BI-3507-06ISBN: 1578-0058

PLUS ULTRA3

El proceso de paz hoy¿Es posible hablar de irreversibilidad?

JULIAN THOMAS HOTTINGER 4

Políticas de la memoria en Euskadi:Reconocer, reconciliar, relatar, recordar

DANIEL INNERARITY 18

¿Es posible que el proceso de paz sea irreversible?

MATTEO ZUPPI 12

Un proceso sometido

a una presión casi insoportable

PADDY WOODWORTH 28

índice

El proceso de paz en la actualidad:Condiciones para hacerlo irreversible

ROELF MEYER 10

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Cuando estaba pensando el con-tenido de este artículo me venía a la mente constantemente la fa-

mosa reunión de un día que tuvo lugar en Suiza. Me refiero al famoso miércoles 19 de mayo de 1999 cuando delegados designados por el gobierno de José María Aznar se reunieron con la delegación de Euskadi Ta Askatasuna (ETA) compuesta por dos delegados (Mikel Albizu Iriarte –conocido como Antza– y Belén González Peñalva). La reunión fue un éxito y había muchas expectativas por aquel entonces. Todos esperábamos una segunda reunión que debía tener lugar en el verano pero que nunca se produjo. Ya por aquel entonces me acuerdo de que los expertos ya estaban hablando de un proceso irreversible. Craso error! Un año más tarde toda una serie de mediadores, facilitado-res, sin olvidar a la sociedad civil e importantes personalidades influyentes de Europa y los EEUU tuvieron que volver a empezar a trabajar en círculos que tuviesen alguna influencia en el movimiento o en Madrid con la esperanza de que se regresase a la mesa de negociación. Fue largo y duro. A decir verdad, fue una tarea digna de Hércules, con rupturas y tensiones de todos lados. Ha habido tantos actores implicados que hoy en día nadie puede recostarse en su sillón y decirse: “¡lo hice yo!”. Cada persona involucrada, junto con los movimientos de las partes políticas y civiles, sin mencionar algunos acontecimientos notorios, han contribuido hoy a la condición de cese el fuego permanente; probablemente la mejor oportunidad que hayamos tenido de ob-tener una solución de la Cuestión Vasca desde diciembre de 1959 cuando ETA fue creada.

Debo hacer hincapié que no es asunto mío, ni en esta mañana ni en ningún otro día, el hablar del pasado. No sería justo y esta no es mi tarea. Sin embargo, tras haber trabajado duran-

te algunos años sobre este tema, aún cuando mi conocimiento pueda conllevar cierto sesgo debido al hecho de que he estado trabajando sobre todo con una de las partes, hay bastantes razones para que compartamos cierto optimis-mo. Las futuras negociaciones inmediatas no van a ser necesariamente fáciles, y ya están demostrando ser complicadas, pero de todos modos estamos yendo por “un camino de la paz abollado” y creo sinceramente que se puede encontrar una solución adecuada. Pero hará falta mucha paciencia. Habrá que escucharse los unos a los otros sin excluir a nadie. No hay ninguna resolución automática cuando se trata de resolver conflictos. Y el obtener un consenso amplio sobre las reglas del juego (léase las re-glas de las negociaciones) es aún más difícil de lo que se puedan imaginar. Estas reglas deben ser implementadas y aplicadas antes de empe-zar cualquier fase de negociación pública o de temas sustanciosos. Y como he dicho antes, ya hemos probado en el pasado el amargo sabor del “fracaso” y de la desconfianza hasta hace poco de las esferas más altas.

LA IRREVERSIBILIDADCon su permiso, quisiera ahora volver al

tema de la irreversibilidad, sus pre-requisitos y sus condiciones, que es nuestro tema de hoy. ¿Cómo se pueden crear unas condiciones de tal forma que el proceso se haga irreversible?

En tanto que profesional, me disculpa-rán si les puedo parecer un poco brusco, pero en cuanto se trata de irreversibilidad, me pongo bastante nervioso. Durante estos últimos años he trabajado con bastantes grupos armados, ya sea dentro del marco de guerras civiles o de enemigos cotidianos, como para saber que la irreversibilidad es una condición soñada por los mediadores y a veces por las partes, pero que

El proceso de paz hoy

¿Es posible hablar de irreversibilidad?

JULIAN THOMAS HOTTINGER

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no se logra con facilidad. Lo que más me asusta son las negociaciones en las cuales existe la creencia de que hemos alcanzado la irreversibi-lidad, nos hemos descuidado todos y el proceso se ha desplomado íntegramente puesto que ya no se estaba tomando en serio a las partes. También hay que tener cuidado porque puede que no haya un punto irreversible en un proceso sino varios puntos irreversibles en donde los temas que antes no se podían tratar ya pueden ser introducidos. Pero hay que tratar los puntos irreversibles con sumo cuidado.

La verdad es muy sencilla; solamente se puede obtener alguna forma de irreversibilidad si las partes son capaces de crear una confian-za mutua durante el proceso, si están todos a gusto con el contenido y creen que hay benefi-cios sustanciosos sobre la mesa. En este caso ya sabemos que las negociaciones de sustancia tendrán que tener en cuenta, entre otros, los si-guientes temas: el actual nivel de autogobierno en las áreas vascas y las exigencias de todas y cada una de las partes. Habrá que negociar te-mas claves en las áreas de derechos humanos, soberanía y relaciones territoriales.

Pero desde una perspectiva de media-dor, no quiero inmovilizarme en el contenido sustancioso que prefiero dejar a las partes. Prefiero centrarme en la irreversibilidad como una condición dentro de las negociaciones que solamente puede lograrse si se cumplen los siguientes requisitos a nivel técnico y metodo-lógico. Además, la verdad es que aún estamos tratando, discutiendo e investigando estos con-ceptos metodológicos:

1. La responsabilidad política de las partesLas negociaciones de un acuerdo deben

hacerse con la remisa de que la responsabilidad principal de una implementación de éxito corres-ponde a las partes. En la fase final, se debe im-plementar un mecanismo en el que participe el liderazgo de ambas partes para asegurar que el acuerdo funcione, y en caso contrario, que sean ellos los responsables de su fracaso.

2. La violencia desestabilizadora durante el proceso

Es posible que durante las negociaciones del acuerdo haya brotes de violencia. Esto no significa necesariamente que las partes sean la

causa del problema. El problema de estallidos de violencia se debe de tratar con urgencia y para ello, las partes tendrán que consultar y acordar una estrategia común sobre cómo resolver el problema. La violencia en otras regio-nes también puede afectar a las negociaciones o acuerdos principales.

3. Anticipar los conflictosEste punto es crítico cuando las partes

están hablando de lo que podría convertirse o de lo que ya son temas de sustancia del conflicto. Pueden por lo tanto anticipar el tipo de situaciones conflictivas que puedan surgir y construir mecanismos que puedan o bien ayu-dar a diferir los conflictos o bien tomar medidas cuando estas surjan. Es muy importante durante cualquier fase de la negociación no esperar a que un conflicto se haya desarrollado para em-pezar a pensar como diferir o resolverlo. Esto se debe a que los conflictos pueden evolucionar rápidamente de un tema contencioso a otro. La idea es impedir que las partes resuelvan los temas unilateralmente o por la fuerza. Si esto ocurriese, una primera disputa podría crear otra disputa aun más amenazante.

4. La propagandaLa propaganda como tal es instrumento

de guerra. Una vez que hayan cesado las hos-tilidades es importante que las partes colaboren e investiguen la mejor manera de comunicar sus actividades sin atacarse. Por lo tanto, podría ha-ber la necesidad de crear una institución neutral que observara y fuera el monitor del contenido de los informes que emitan las partes ya sean por diferido o en prensa escrita. Esta tarea podría ser delegada a una agencia neutral especializada en el tema como una ONG, por ejemplo.

5. Cautela con las restricciones temporales demasiado ambiciosas

A menudo las restricciones temporales excesivamente ambiciosas ponen a las partes en una situación incómoda y en un compromi-so. Hace falta acordar una manera de cumplir objetivos sin que se cree por ello una situación de perdida de confianza cuando no se haya cumplido dentro de un plazo de tiempo deter-minado. A menudo las restricciones tempora-les ambiciosas ocasionan infracciones en el

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programa de negociación. También dan paso a que se cree el hábito de no respetar el horario y contenido de lo programado. Estas restricciones excesivamente ambiciosas crean una cultura de infracción que puede perjudicar a la negociación del acuerdo, a la confianza entre las partes o a la promoción de la credibilidad del proceso.

6. Mecanismos de desbloqueoDurante la negociación del acuerdo,

cuando, debido a una variedad de razones, no se puede lograr uno de los pasos, el paso siguiente también puede llegar a desbloquearse. Por lo tanto a menudo es necesario identificar las fases problemáticas de la negociación y prever como se puede avanzar sin que se haya logrado uno de los pasos secuenciales. Uno de los mecanismos de desbloqueo más comunes es el de permitir que haya una flexibilidad en la secuencia de las fases para que se pueda obtener así el mismo resultado aunque sea dentro de un marco temporal más prolongado, a la vez que se asegure que la negociación en su integridad y los pasos finales de implementación se hayan cumplido.

Otro mecanismo es el de crear un cuer-po de consulta de todas las partes que intente llegar a un acuerdo sobre cómo desbloquear la situación. Por lo general, es aconsejable que, antes de referirse a un nivel superior o a un cuerpo de monitorización, se resuelva a nivel inferior entre las partes. Podría también con-siderarse la posibilidad de romper el proceso cuando las partes mismas están estancadas. Se puede recurrir a una tercera parte, o a un mecanismo, a un cuerpo o a una fórmula para que haga la vez de desempateador.

7. El marco de transferencia de poderesCuando un acuerdo vuelve a esbozar la

geografía del ejercicio del poder concediendo por ejemplo poderes legislativos, ejecutivos o ju-diciales a niveles nuevos, diferentes o dentro de las instituciones gubernamentales, se debe se-guir dos pasos. Los poderes nuevos deben ser asignados a los nuevos depositarios adecuados (esto es un tema de quién, cuándo y cómo) Pero primero hay que considerar como cubrir las disposiciones transitorias. Las disposiciones transitorias deben regular la posición hasta que

se haya cumplido o hasta que las instituciones hayan sido establecidas. ¿Qué leyes van a ser implementadas? ¿Quién las va a administrar, quién los ha de adjudicar en el caso de que se creen nuevos cuerpos? Estos son temas que deben estar cubiertos para inmediatamente después de la firma.

8. Legislación /tratados secundariosAntes de que se puedan tomar medidas,

establecer instituciones o ejercer poder legislati-vo no es raro que un acuerdo necesite un núme-ro significativo de legislación secundaria u otros instrumentos. Sin embargo, esto es un proceso que consume mucho tiempo y puede que haya un cuerpo legislativo hostil a la legislación pre-vista. Se debe alentar el compromiso de aplicar las leyes y a iniciar una redacción preparatoria. Estas son las mismas técnicas aplicables a cualquier tratado requerido.

9. Temas legales y jurídicosLas partes tienen que comprometerse

a desarrollar órganos de implementación legal que sean justas, efectivas y eficaces, y que éstos tengan la confianza de la totalidad de las comunidades. La mejor manera de llevar esto a cabo es apoyar el desarrollo de un cuerpo judicial que funcione de acuerdo con normas nacionales e internacionales aplicables y que tenga el poder de hacer cumplir sus órdenes, incluso ante la oposición de otras ramas del gobierno.

10. Las brechas, solapas y contradicciones dentro del acuerdo

Al intentar establecer lo que hay que hacer para implementar un acuerdo suelen aparecer brechas, contradicciones e incluso temas que se solapan. En tal caso hay que ser lo bastante creativo y participativo como para sobreponerse a estos problemas intentando encontrar un entendimiento u interpretación en común. Pero no hay que intentar infraccionar ni renegociar puntos sustanciosos del acuerdo que ya se han alcanzado. En otras palabras, cuando hay que volver a negociar para rellenar un hueco se debe resistir a la tentación de volver sobre temas ya acordados. Es primordial siempre res-petar las disposiciones existentes en el acuerdo. Sin embargo, hay que ser coherente y quitar los

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términos contradictorios, de no hacerse así, lo más seguro es que estará fomentando una dis-puta que se producirá más adelante.

11. Monitorizacíon y verificación a nivel financiero, político y de seguridad

Los mecanismos de monitorización es-tán habitualmente enlazados con el aspecto militar de cualquier acuerdo de paz o cese el fuego. Sin embargo, a la hora de trabajar sobre la totalidad de la implementación, hace falta un seguimiento o una monitorización sobre lo que se está haciendo a nivel político y financiero también. Si los aspectos financieros de los acuerdos no cumplen con ello puede afectar a los pasos o a la implementación del acuerdo como tal.

A la hora de redactar el acuerdo de mo-dalidades es importante crear, donde se pueda, mecanismos de monitorización adecuados, que permitan que las partes puedan evaluar lo que se ha hecho, corrijan lo que no ha funcionado y se aseguren de que las tareas fueron lleva-das a cabo como acordados. Es difícil que se acepte estos mecanismos o la identidad de los monitores después de que el acuerdo este en funcionamiento o en medio de una disputa. De costumbre las partes crean varios comités que conjuntamente evalúan la evolución de la situación y los pasos que se deben de dar si están confrontados a un problema o cualquier otro obstáculo.

12. La institucionalización de quejas, investigación y la resolución-adjudicación de quejas o supuestas infracciones

Hay que crear estructuras formales y mecanismos para tratar las quejas que puedan surgir. Existe la necesidad de tener un proce-dimiento accesible dentro del cual se pueda hacer un seguimiento de quejas y que éstas sean tratadas de la manera más transparente y equitativa posible. Los procesos para presentar una queja deben ser claros y conocidos por to-dos. El procedimiento que hay que seguir y los resultados de tratamiento de la queja /infracción deben ser públicos y transparente, para que no haya duda alguna sobre cómo se trató a la que-ja. No puede haber ambigüedad alguna en este caso. Si no se despacha una queja rápidamente

o si el proceso con el cual se trata no es claro y trans-parente, los pe-queños incidentes pueden convertirse en grandes obstá-culos a la hora de intentar avanzar. Hay que establecer medidas /mecanismos específicos a través de los cuales las partes puedan retar el compor-tamiento del otro. Pero también hace falta un foro en donde la sociedad civil, los ciudadanos, puedan quejarse de la mala conducta de un miembro o del contenido o de una u otra de las partes.

13. Remediando infraccionesNo basta con tener dispositivos investiga-

tivos o de adjudicación en caso de que una de las partes o sus miembros cometan infraccio-nes contra el acuerdo. Si no se toman medidas contra una infracción o queja (por ejemplo Sri Lanka) la mismísima credibilidad del acuerdo se verá socavado. De hecho tal caso fomentaría la infracción del acuerdo en su totalidad. Tiene que haber una instancia para referir los hallazgos y las obligaciones para remediar e informar sobre ellos. Este debe ser transparente y especial-mente visible.

14. InclusividadCuando en un acuerdo se hace dispo-

siciones para establecer cuerpos, agencias y fuerzas de toma de decisiones –tal como lo hacen ustedes– es aconsejable que se adopte una política de inclusividad al hacer su compo-sición.

Esto se debería de hacer especialmente cuando: 1) el acuerdo es de dos partes pero su impacto afecta a la totalidad de la sociedad, 2) cuando el cuerpo concerniente pueda tomar de-cisiones que afecten al público y no solamente a las partes firmantes; 3) cuando hay muchos /partidos/grupos/regiones que no han partici-pado en el acuerdo pero pueden perjudicarlo. Muchos de estos aceptarían un proceso en el cual no han participado si pueden formar parte de sus estructuras.

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Las mejores garantías son un

buen acuerdo sencillo que

cuente con el compromiso

político de las partes principales

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15. GarantíasLas mejores garantías son un buen

acuerdo sencillo que cuente con el compromiso político de las partes principales. Sin embargo, suele existir la expectativa de que un acuerdo estará garantizado por otros cuerpos. De he-cho las clases políticas, la sociedad civil y las comunidades pueden hacer mucho para forta-lecer el acuerdo –apoyarlo económicamente y de otras formas– a través de resoluciones, del fomento de apoyo, del compromiso político e incluso de amenazas de una acción colectiva si alguna de las partes comete una infracción. Sin embargo, el principal acuerdo es siempre entre las partes firmantes domésticas.

En cuanto a los actores internacionales son testigos terceros y solamente se les puede involucrar directamente como firmantes con mucha dificultad. Luego el término de aval para describir esta parte es a menudo inexacto. Sin embargo, las partes firmante sí pueden reco-mendar formas de sanciones internacionales específicas por adelantado contra la parte que falle, como un aviso para cualquiera que vaya a cometer una infracción. Pero pedirle a una ter-cera parte que haga de garantía o aval puede ser difícil. No existe ningún remedio contra un aval que falle.

16. La tarea clave ¿el qué, cuándo, cómo y con qué autoridad?

Al intentar diseñar la organización de la paz dentro del marco de cualquier acuerdo se debe producir un cambio de marco mental. La redacción de las modalidades de la paz no es necesariamente una fase de la negociación, pero es más bien una fase que intente prever como se cumplirá lo negociado. Surgirán cinco preguntas claves: ¿qué tareas hay que hacer? (Actividades); ¿cuándo o dentro de que perio-do se debe de hacer?; ¿Cuál es la secuencia adecuada? (Cronometraje y serie secuencial); ¿quién lo va hacer y con qué recursos? (Ejecu-ción) y finalmente ¿quién será la autoridad a la cual referirse para las secuencias o implemen-taciones temporales?

Sin embargo, no se puede declarar la noción de irreversibilidad como no válida y defenestrarla. ¡No! Es un marco mental que puede ser de gran ayuda. No obstante, el éxito

exige una configuración de elementos. En algu-nos casos la mejor manera de obtener un buen ímpetu es a través de una serie de técnicas que si se incluyen en las diferentes fases de la negociación (pre-negociación, negociaciones y fase implementaria) forzosamente han de ser de ayuda. Si se aplican estas técnicas ade-cuadamente, si el objeto de las negociaciones está claro, y si cada parte acuerda una serie de prioridades, dichas técnicas, métodos de traba-jo y modo de presentar la sustancia, ayudarán a que las negociaciones sean un éxito.

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ROSA PARMA

Estudios:2007-2006. Curso de Doctorado: “Proceso y creación en el Arte”. U. P. V. Leioa.2006. Julio. Taller de Litografia. Dirigido por Don Hervert. Arteleku. Donosti.2005. Taller “Lupa e Imán”. Un verano dedicado a la experimentación pictórica en ARTELEKU. Coordinado por Iñaki Imaz, y con la participa-ción de los artistas invitados: Luis Candaudap, José Ramón Amonda-rain, Pello Mitxelena, Juan Pérez Aguirregoikoa, Gema Intxausti, Gorka Eiazagirre e Iñaki Rodríguez.2005. Licenciada en Bellas Artes, Universidad del País Vasco.2004-2003. Beca “Erasmus” de 9 meses. Instituto Politécnico de Portalegre. Portugal. 2000. Curso intensivo de cuatro meses de dibujo y acuarela. Internatio-nal Collage of chester. Reino Unido.

Exposiciones: 2006. -Agosto. Dibujos y pinturas. XXIII Semana Cultural Ana de Almendral. Almendral de la Cañada, Toledo.- Julio. “Yo ver-ano, tu ver anito”. Intervención colectiva en el espacio, una antigua fábrica textil. “L’ Mono”. (Espacio de desarrollo y creación artística). C/ Andrés Isasi. N-8. Bilbao.- Mayo. “Pintura Txikiak eta Marrazkiak”.Individual. Muelle 3 (taller de danza). Bilbao. - Mayo. Café Boulevard. Concurso 1 de Mayo,Jardines de Albia. Bilbao.- Enero. “Sísifos” Colectiva. Sala de exposiciones de la U.P.V. en Leioa. 2005.- Septiembre. Exposición colectiva de pintura. “L`Mono”.- Septiembre: “Lupa eta Imana”. Exposición colectiva. ARTELEKU, Donosti.- Mayo. “Jareño” Centro Cultural de Egia. Donosti. -“Gugarabating”. Pintura con Aitziber Akerreta. -“Txoriak”. Mural en el interior con la colaboración de Laida Muruzabal y Garbiñe Navarro.2004. Presentación del fanzine “Puhumattomuus” y performance “Interferencia” con Alexandra Nunes en el Teatro Antiguo de Portalegre. Portugal.2003. “ñak”+ Performance:”Casa-miento”. III edición de GetxoArte (Salón de Arte Emergente). Las Arenas.-Mayo. Jardines de Albia. Bilbao.-Julio. Colectiva del concurso de Pintura al aire libre en Mutriku (accesit).2002. Diciembre. Instalación en el Ihintza Taberna. Zumaia. - Septiembre. Intervención pictórica en “Su Frutería”. Lasarte-Oria.

Publicaciones: 2005-2006. Calendario para la página web de LaVidak.2005. Cartel exposición “Lupa eta Imana” y colaboración en el fanzine editado para la exposición.2005. Fanzine “Gugarabating”. 100 ejemplares gratuitos, editados para la exposición.2004. Fanzine “Puhumattomuus”. Portoñolo Productions. Portugal.

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El proceso de paz en la actualidad:

Condiciones para hacerlo irreversible

ROELF MEYER

El proceso de negociación en Su-dáfrica finalizó hace más de seis años durante los cuales aprendi-

mos muchas lecciones que pueden aplicarse a otras áreas en conflicto. No obstante, hay que señalar que todos los conflictos son diferentes y, por consiguiente, cada conflicto requiere unas consideraciones únicas.

Cuando se analiza el proceso para re-solver el conflicto en el País Vasco, las siguien-tes condiciones, a día de hoy, se presentan como las cuestiones relevantes para garantizar la posibilidad de mantener el impulso hasta la solución definitiva.

1. Utilizar la ventana de oportunidad. A menudo sucede durante los procesos de paz que las oportunidades se dan cuando las partes o grupos enfrentados pueden avanzar de modo especial si aprovechan ese particu-lar momento para cambiar el paradigma del conflicto. Dicho momento sucedió en Sudáfrica cuando Nelson Mandela fue liberado de la cárcel a principios de 1990. De hecho, hizo que el proceso fuera irreversible. Las partes en conflicto se ven en una serie de circunstancias completamente nuevas que les permiten iniciar las negociaciones directamente entre ellos.

El alto el fuego que existe hoy en día en el País Vasco crea esa ventana de oportunidad y debería utilizarse para iniciar negociaciones que permitan un final satisfactorio al conflicto.

Por el contrario, si la oportunidad se des-aprovecha puede provocar una reanudación de las hostilidades y llevaría mucho tiempo lograr otra oportunidad, si es que se logra.

2. Crear las condiciones para que todas las partes participen. Los conflictos sólo pueden

resolverse a través de negociaciones. Incluso cuando las partes intercambian actos violentos o acciones militares, el conflicto sólo puede ter-minarse mediante conversaciones y diálogo. La norma básica para iniciar las negociaciones es posibilitar a las partes relevantes para el conflic-to que participen en el proceso. En Sudáfrica, por ejemplo, las conversaciones no pudieron empezar antes de que se levantase la prohibi-ción al Congreso Nacional Africano (CNA).

Esto significa que se deben crear las condiciones para que todas las partes par-ticipen en las conversaciones de paz. Si no es así, la parte que está marginada seguirá oponiéndose a toda solución por su exclusión del proceso.

3. Determinar cuál será el umbral que convertirá al proceso en irreversible. Suele ser difícil establecer el factor o factores esenciales que hagan que el proceso sea irreversible. En Sudáfrica fue con probabilidad el día que Nelson Mandela salió de la cárcel; ningún go-bierno a partir de entonces hubiera sido capaz de encarcelarle de nuevo. Tan sólo quedaba una opción y era la de encontrar una solución al conflicto mediante negociaciones pacíficas - las partes no podían volver a ninguna otra solución.

La irreversibilidad, por tanto, puede ser creada. Los líderes que tienen la responsa-bilidad de resolver el conflicto deberán ser creativos y pragmáticos en su abordaje del asunto. Incluso puede significar tener que correr riesgos políticos al hacerlo, pero el be-neficio de poner punto final al conflicto siempre será primordial

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Gracias, gracias también por las palabras que me han precedido. Tengo que hacer algunas premi-

sas. La primera es que yo no soy suizo, por lo que necesito que me digan cuando debo termi-nar. En Roma, bueno, el concepto del tiempo es indudablemente diferente, muy diferente. La se-gunda, lo siento que voy a hablar un castellano penoso, un poco de la calle, no voy a decir nada en euskera, esto lo siento, pero, cuando era poco más que niño, yo era un fiel monaguillo con los jesuitas y había un jesuita que era obviamente vasco, y recuerdo también que entonces había un grandísimo jesuita vasco que era el Padre Arrupe, al que tenemos que recordar siempre porque es un ejemplo de hombre extraordinario, y había un sacerdote vasco que me enseñaba un poco de euskera: bat, bi, hiru, lau… Yo me quedo ahí… pero sé algunas cosas.

En primer lugar agradezco mucho la invi-tación porque al hablar de la paz no sólo hay que hablar de éxitos, también a veces, y por desgra-cia , de fracasos, de desilusiones, pero pienso que las desilusiones como ocurre en la vida nos ayudan a madurar, a crecer. La base del éxito no está en la magia. Nadie tiene la varita mágica, tampoco Julian Hottinger, y algunas veces nos enfrentamos a un proceso largo, larguísimo. Uno entonces piensa, con tristeza, ¿cómo es posi-ble? Yo recuerdo cuando comenzamos las ne-gociaciones en Mozambique en Sant’Egidio, en julio del 90. Nosotros decíamos: “para Navidad, esto habrá acabado”. Estábamos convencidos. Nos equivocamos de saber qué Navidad: fueron dos o tres Navidades después. Y fue bien, por-que algunos procesos son mucho más largos: se firma el acuerdo pero nunca terminan.

Por eso no sólo cuentan los éxitos, al contrario, creo que ver las dificultades nos ayuda, pues son un elemento no secundario

para que la paz sea irreversible. Agradezco la invitación de la Fundación Sabino Arana porque tienen la empatía en la búsqueda siempre tan clara, tan fina, para ayudar a encontrar solucio-nes duraderas.

Creo que la llegada de la paz irreversible es cómo el gran sueño de todos nosotros. Pero, ¿cuándo va a ser irreversible? Pienso que es muy difícil realmente encontrar una respuesta. Por ejemplo, nosotros hemos visto muchos procesos de paz en falso. Que culminaron sólo, por ejemplo, porque estaba presente la televi-sión, o porque había una campaña electoral. Estos eran motivos para terminar un proceso. Y muchas veces sabemos desgraciadamente que hay intervenciones entre comillas “de base” para ir a la competición electoral demostrando, haciendo ver, que hay un compromiso. En estos casos ya no hay nada de irreversible, yo diría lo contrario, se vuelve realmente muy reversible… Todos estos factores, que aparentemente son externos condicionan muchísimo el problema de la reversibilidad de la paz.

Voy a decir pocas cosas claramente en relación al problema del conflicto del País Vasco, pero creo que se pueden ver algunas cosas ciertamente entre líneas. Pienso que es de gran utilidad llamar a personas que tienen una historia tan importante, como nuestro amigo de África del Sur, para poder también leer los mensajes que hay siempre en la comparación con otra situación que, por supuesto, nunca se va a repetir.

Cada conflicto es una aventura, cada conflicto tiene su historia, tiene sus razones. Algunas veces, por ejemplo, hay una tentación, que es la de no entender la fineza de la historia, el problema de la historia. Ustedes lo saben mejor que yo, hay una historia antigua que, aun-que no explique el conflicto de hoy de manera

¿Es posible que el proceso de paz sea irreversible?MATTEO ZUPPI

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inmediata, ciertamente explica la sensibilidad que subyace al conflicto.

Yo creo que hay dos tentaciones para no llegar a una solución irreversible. La primera es actuar de una manera burocrática. La burocracia siempre tiene razón, pero es un enemigo invisible. Esta manera burocrática es pensar: yo acompaño todo el tiempo pero al final no tengo la pasión para terminar el proceso. Algunas veces, y yo creo que corremos todos este riesgo, se deja que las cosas continúen a su manera, sin darnos cuenta que el problema es no perder todos los trenes, pues al final se tiene la necesidad de concluir.

La otra tentación, yo diría la opuesta, es el protagonismo: llego yo y se resuelve. Llego yo y pongo las cosas claras y busco el resultado a cualquier coste. Y muchas veces existe la tenta-ción de la comunidad internacional, o de algunos agentes que quieren demostrar su imprescindibili-dad, que para demostrar sus capacidad de resol-ver a cualquier coste, muchas veces escondiendo los problemas, o remitiendo los problemas para después. Esto en el fondo les hace decir al final que las responsabilidades no son mías, son de otros. Esto hace que el proceso no sea irreversi-ble, o que se permita que se perpetúe el proceso.

Algunas veces existe la tentación de poner la fecha límite: Basta, el 31 de julio esto se tiene que terminar. Es lo que ha ocurrido recientemente en un conflicto muy complicado, complicadísimo, que es el del Norte de Uganda entre la Lord’s Re-sistance Army, que de Lord tiene verdaderamente muy poco, y el gobierno de Kampala. Ya se esta-blecieron dos fechas límites, una ya ha terminado, la segunda va a ser el final de este año. Podría ser algo pedagógico pero, como tantas pedagogías, si después no funciona es mejor no decir nada. Si yo voy a enojarme mucho, la cuarta vez que me enojo si mi hijo no cambia, es mejor no enojarse más o encontrar otra manera. Pero muchas veces tenemos la tentación de seguir fases impuestas: si tiene que hacerse se hace. Otro ejemplo es el de Darfur, prácticamente algunos grupos fueron obligados a firmar la paz y esto provocó que la radicalización, y la fragmentación de los interlocu-tores que se dividieron entre quien quería ganar algo porque había firmado y quien decía, no, tú no puedes firmar. Entonces, ahora el proceso va a ser mucho más complicado, ¿por qué?, porque

después de juntar a los que se dividieron, la frag-mentación siempre complica y algunas veces es una manera de decir irreversibilidad.

Entonces, ¿cuándo la paz es irreversible? Es muy difícil decirlo. Todos nosotros tenemos tantos ejemplos, mi ejemplo negativo es la ex Yugoslavia, donde después de tantos años, de decenas de años de convivencia, se retomó un conflicto como si fuera ayer. Y después de vivir juntos croatas, serbios y musulmanes, entre co-millas, se mataban como si el discurso se hubiera terminado cincuenta años atrás. Por esto, la tre-gua no puede darnos la ilusión de que la paz es irreversible. Yo creo que hay un verdadero esfuer-zo que se tiene que hacer para llegar a una paz, el esfuerzo es encontrar soluciones duraderas, mientras, muchas veces, tengo la impresión de que la comunidad internacional se contenta, se conforma, con treguas, con la esperanza de que tal vez después llegará una solución. Es como con los dientes, aunque demos muchos antibió-ticos antes o después se necesita hacer algo, encontrar la solución. Y mi impresión es que hay una gran cantidad de antibióticos en curso pero no se logra llegar a una verdadera solución.

Otra tentación es llegar a una irreversi-bilidad con una victoria militar. Cuidado porque ésta solución nunca está vencida del todo. ¿Por qué? Porque es mucho más fácil. Porque muchas veces trabajar por la paz es fatigoso, no es fácil llegar, es un proceso, que muchas veces tiene tiempos mucho más lentos que los que uno quie-re, pero tenemos que darnos cuenta de que hay un proceso. Entonces, la tentación de decir basta, se vence porque se hace mucho más rápido la destrucción del adversario, y para muchos toda-vía es la manera de llegar a una paz irreversible. Cuando la represión es la manera para terminar el proceso, al final, el único éxito es ser más duro, es paradójicamente poner gasolina. Hay muchos ejemplos desgraciadamente de esto, muchos.

Por ejemplo otra tentación en este sentido es elegir yo el interlocutor. Claro que generalmen-te yo elijo el interlocutor más suave, que responde más y mejor, y algunas veces esto puede dar la ilusión de llegar a algo seguro pero yo creo que es un engaño, absolutamente un engaño. El inter-locutor no lo elegimos, el interlocutor lo podemos reconocer, aquel interlocutor, y algunas veces

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tenemos que aceptar que no es el interlocutor que yo quiero, que tal vez serían mucho mejor otros, pero es él. Entonces, el verdadero proble-ma es reconocer el interlocutor y hablar con el verdadero interlocutor. Entonces para terminar mi premisa, ¿cuándo la paz es irreversible? Yo creo que por ejemplo, en el proceso de paz en Mozambique, en un cierto punto, yo he pensado: “estos verdaderamente quieren la paz” y como decía antes Julian, en un cierto punto, después se necesitaba trabajar muchísimo, pero hay un punto en el que el proceso es irreversible. Te das cuenta de que es irreversible. Pero en Mozambi-que puedo asegurar de que fue verdaderamente fatigoso. Pero en un cierto punto yo me he dado cuenta de que los dos jefes de la delegación, del gobierno y de la RENAMO, de la guerrilla, comenzaron a tener un mínimo de complicidad entre ellos, a decir que, yo, de la guerrilla yo sabía, el problema que mi interlocutor tenía con los suyos y viceversa. Ahí yo he pensado: “esos verdaderamente quieren la paz, vamos a llegar”. Claro la irreversibilidad no significa que la paz es definitiva, creo que en ese sentido sería un peligro decir que la paz es definitiva, verdadera-mente un peligro.

La paz tiene siempre que construirse, la paz tiene que crecer, y desgraciadamente vemos cómo las semillas de intolerancia, de prejuicio, de incapacidad, de convivencia crecen de manera impresionante. Sí, cuántos nos hemos preocupa-do, por ejemplo en Europa, con el resurgir de un cierto nacionalismo, impresionante, no digo que el nacionalismo signifique inmediatamente poner en causa la paz, absolutamente no, pero cuando el nacionalismo se vuelve intolerancia, cuando vuelve, por ejemplo en Bélgica, o en Holanda, a poner en causa claramente la convivencia, eso sí claro que puede ser un factor de inestabilidad para el futuro… Pienso que el primer elemento fundamental en un proceso de paz duradero es con quién tenemos que hablar. Parece un poco elemental, pero no es desechable, porque mu-chas veces existe la tentación de excluir a los extremistas. Y cuando el extremista se vuelve interlocutor, hay algunos que siempre dicen, yo no puedo hablar con él, ¿por qué? porque es extremista. Un ejemplo de eso, por ejemplo es Burundi. En Burundi hubo una primera interven-ción internacional que, como decían, querían

cortar los extremistas de un lado y del otro. Así los moderados se juntan y se va a lograr. ¡Desastre total!, porque de facto los extremistas, que eran los verdaderos interlocutores comenzaron a des-truir la situación y claro fue mucho peor después. Y ¿cuándo un “bandido” vuelve a ser interlocutor? Dhlakama que era el líder de la RENAMO era un bandido. Durante años, el gobierno de Mozambi-que convencía a la comunidad internacional de que ese señor era un bandido, corta orejas como por ejemplo el otro, Kony de la Lord’s Resistance Army, único condenado del Tribunal Internacional, hasta ahora creo que es el único que fue verdade-ramente condenado. Entonces ¿por qué tenemos que hablar con él? Yo creo que el gobierno de Uganda hace bien en hablar con él, lo ha acep-tado como interlocutor. Hay una crítica, también internacional que dice: tú no puedes hablar, no puedes hablar con él, porque es un condenado y no puede ser un interlocutor.

Hace algún tiempo hubo un artículo que yo encontré muy interesante, de Mario Soares, que decía, y era una provocación: ¿por qué no tenemos que hablar con Al Qaeda? El decía Ga-daffi está condenado a pagar por su terrorismo y me parece que es un buen interlocutor. Entonces decía, ¿por qué no vamos a hablar también con ellos? Claro que era una provocación pero plan-teaba un problema serio, ¿con quién tenemos que hablar? ¿quiénes son los interlocutores? Y muchas veces el riesgo para no llegar a una paz irreversible es no reconocer a los interlocutores que hay, que están allá, y empeñarse en la búsqueda de interlocutores que son mucho más fáciles, con los cuales se piensa tener una posi-bilidad. Otra de las maneras es decir: “tú vuelves a ser interlocutor si terminas con las armas”. Esto es imponer una condición. Esto puede fun-cionar, pero puede también no funcionar, porque por ejemplo en Colombia, que creo que es uno de los conflictos más largos, las FARC nunca van a dejar las armas antes de empezar, y existe el problema de cómo comenzar a hablar con las FARC. Aparte, hay todo un problema de carácter humanitario, mientras todavía las armas no se han entregado. Es una precondición, sí, en algu-na situación es justo que haya una precondición, pero también si yo doy fe del diálogo. Dhakama nos decía: “yo no he tomado las armas porque estaba nervioso, o porque mi mujer me contesta-

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ba mal, yo he tomado las armas por estas razo-nes, y yo voy a dar las armas sólo cuando esas razones encuentren una solución”. Esto es la lógica, es mi opción, pero yo para llegar a la paz tengo que entender por qué el señor de enfrente ha tomado las armas. Algunas veces funciona, por ejemplo si hay una tregua que ayuda a la so-lución del conflicto. En Mozambique no hicimos la tregua porque la RENAMO no quería, pero si hubo un régimen de conducta para no hacer ataques demasiado grandes al final. Y ellos, de facto, hicieron prácticamente una tregua, pero no formalmente. Si hay una tregua, se necesita, yo creo, explorarla, porque también la tregua no es irreversible, es una oportunidad, y yo creo que es un gran riesgo no tomar la oportunidad, porque esto puede fortalecer a quien no quiere la tregua. Son los extremistas de siempre, y generalmente todos pensamos que los interlocutores son uno y, sin embargo, en cada interlocutor hay muchos, por ejemplo en la guerrilla está quien tiene una actitud más política, y quien sólo quiere vencer. Igual que en el otro lado hay quien dice, la única, la verdadera manera es sólo destruir porque son sólo destructores. Así hay una opción militar y hay una opción política. Por eso yo creo que hay una oportunidad que no se puede perder cuando hay la posibilidad de una tregua de facto.

Y en esto, está también la tentación de criminalizar al otro: no vencer militarmente sino mediáticamente. Es la criminalización del otro. Aquí entra muchas veces el uso de la prensa para demonizar al interlocutor y creo que esto no ayuda nada. Al contrario, esto muchas veces es una excitación que después vamos a pagar, también si llegamos a la paz. Porque yo creo, y es obvio, que si yo ahora voy a poner semillas de intolerancia, ¿quien va a sacar esas semi-llas? Tiene raíces profundísimas, el prejuicio, la convicción de conocer al otro, la incomunicabili-dad. También si logramos la paz, la intolerancia desgraciadamente continúa. Yo creo que hay una responsabilidad enorme en el discurso de la criminalización, de la demonización del otro. Otro matiz de como aplastar al otro es la am-nistía. Muchas veces la idea es, bueno tú vas a rendirte y yo te voy a ayudar a salvar la cara, pero sustancialmente tú vas a rendirte y, claro, esto tampoco funciona, e incluso si funcionase, en el sentido de que el interlocutor está tan

cansado que acepta, ciertamente habrá alguien que no aceptará. Hay ciertamente una violencia que, antes o después, como hay algunos ríos en el Norte de Italia –se les llama cársticos en geología– que después se encuentran muchos kilómetros después, que salen de nuevo.

¿Cuándo estamos convencidos de la bue-na fe del interlocutor? Es como cuando se hace un debate en falso. Sí, creo que ustedes esto un poco lo saben. Yo creo que uno necesita todavía esperar para que no vuelva a haber un debate en falso. Sólo una pequeña cosa más sobre el problema de los interlocutores. Eso no es fácil tampoco porque están los beligerantes, pero generalmente no son sólo los beligerantes. Por ejemplo, en Burundi, estaban los beligerantes, el ejército y la guerrilla, pero estaban también todos los partidos políticos. Entonces la paz la firmaban ¿los beligerantes o todos los partidos políticos? Y sobre esto voy a poner otro ejemplo: Guatemala. En Guatemala la paz se firmo hace 10 años, es el décimo aniversario en diciembre. Al final la paz fue realizada solamente con la cúpula, el go-bierno y la guerrilla. Y es una paz que en buena parte no está aplicada, porque los compromisos después no resultaron. Porque el Parlamento no ha aprobado todas las leyes, ni se han reali-zado los compromisos del gobierno, además el gobierno ya ha cambiado muchas veces, y hay un reproche profundísimo de la sociedad civil, que dice todavía, como Rigoberta Menchú, que la paz no funcionó, que no funciona. ¿Por qué? Porque fue una paz de cúpula. La sociedad civil no ha participado, y entonces no puede funcionar porque se hizo solamente por los beligerantes, pero la paz es de todos nosotros.

Y aquí entra la gran tentación de multipli-car los interlocutores. Algunas veces he partici-pado en algunos encuentros en Colombia. Allí el riesgo es pensar que para llegar a la paz vamos a llenarnos de interlocutores. Así se llena de sin-dicalistas, militares, economistas, de sociedad civil. Todos se verán implicados en el proceso de paz, y eso puede ser un riesgo también. Es necesario, ¿pero cuándo? Porque también si sólo haces una paz de cúpula, esto puede ser un riesgo, que al final no es duradera por esa razón, que al final es sólo hecha por algunos agentes y no por todos los agentes.

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Una cosa sobre el secreto de la publici-dad. Esto es muy complicado también, porque yo estoy convencido de que para llegar a la paz existe ciertamente la necesidad de hacer algunas cosas con discreción. Estoy convencido. Hay una dinámica que sólo la discreción puede permitir. Algunas veces, por ejemplo, cuando hay una pre-sencia excesiva de los medios todo se complica, porque yo voy a tener mi posición. Claro, están los medios, ¿cómo voy yo a ver la solución? Yo tengo que defender mis convicciones, ¿por qué? porque yo hablo frente a todos y algunas veces está la responsabilidad de los políticos, o de los agentes que tienen que encontrar la solución, y que de una cierta manera tienen que traicionar algunas convicciones o cambiar algunas con-vicciones, y si lo hacen frente a todos es mucho más complicado, mucho más difícil. Pero también sabemos cómo una excesiva discreción… Hay algunos procesos que, en un cierto punto no se sabe por qué acabaron, ¿y por qué? Creo que una presencia es importante, porque la discre-ción puede originar que un proceso que comien-za, por una exageración de discreción, después se concluya diciendo: “yo puedo terminar sin dar explicaciones”. Creo que entre discreción y publicidad hay un equilibrio, o también podemos decir que hay algunas veces fases diferentes que necesitan más discreción o más publicidad.

También sobre el tema de dejar de lado algunos problemas diría que si nos paramos en el primer problema, nunca vamos a avanzar. Pe-ro yo creo que hay también, si no se resuelven algunos problemas, no es posible llegar a otros. En Mozambique había un problema de fondo, que era el problema de quién debía reconocer el gobierno como gobierno legítimo, y si no se resolvía esto, y si no se resolvía el hecho de que había instituciones legítimas, no se llegaba a nada. Por eso yo pienso que está la necesidad algunas veces de poner a un lado aquello que divide, otras veces necesita resolverse para poder continuar en el proceso de paz. El tiempo no es indiferente. Algunas veces se necesita dejar tiempo, por ejemplo permitir a las delega-ciones explicar qué está pasando, convencer a los suyos, no es sólo convencer al interlocutor, muchas veces también a los suyos, pero exis-te también el problema del tiempo, que no es secundario. Eso depende de las oportunidades.

Hay un momentum, en el lenguaje bíblico, el kairós, si yo pierdo el momentum, después no se puede regresar tan fácilmente, yo pienso que cuando existen todas las oportunidades hay que aprovecharlas.

Dos cosas más para terminar. Una el problema de la justicia, de la reconciliación, para hacer que el proceso sea irreversible. El proble-ma de fondo es encontrar soluciones claras, que se tienen que aplicar. Cuando se deja mucho a la aplicación, el riesgo es que la paz puede ser fácilmente reversible. Creo que un acuerdo claro puede permitir también una aplicación que pueda ser realmente no reversible. Cuando se piensa en posponer los problemas hay un gran riesgo porque después la paz termina en falso.

El problema de la justicia, ¿por qué? Por-que existen las herencias del conflicto y las he-rencias del conflicto no terminan con la firma de la paz. Por ejemplo está ese problema práctico del Norte de Uganda. Kony debe ser arrestado por la comunidad internacional. ¿Qué hacer? Yo creo que también en este caso se necesita una justicia inteligente. La paz es también no borrar la memoria. Eso no, no se puede, como tampoco se puede borrar el dolor, el sufrimiento que el conflicto ha provocado. Eso es cierto. En cierta manera, la memoria ayuda, es fundamental para una paz irreversible, para decir: no regresamos, porque regresamos al dolor.

Pero hay también necesidad de ir adelan-te. Existe la necesidad de unir justicia y paz. Y en esto, la reconciliación y la educación, porque permaneces el problema de cómo sanar las heridas, las cicatrices. Esto es fundamental para una paz duradera y para la prevención futura.

Yo creo que no es posible abolir los conflictos. No. También desgraciadamente esta-mos en conflicto con nosotros mismos, es muy complicado abolirlos, no se puede. Es nuestra debilidad, pero abolir la guerra sí, favorecer la prevención para que los instrumentos civiles, para que los conflictos no sean el recurso. Yo creo que eso es también una manera para que la paz sea irreversible porque la paz tiene siem-pre que crecer y fortificarse con instrumentos que la puedan hacer fuerte, y la prevención de la violencia es la clave para llegar a la paz que todos nosotros queremos.

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“Obedeced al tiempo; haced cada día lo que cada día exige; no seáis ni obstinados en mantener lo que se hunde, ni demasiado presionados para establecer lo que parece anunciarse; sed fieles a la justicia, que es de todas las épocas; respetad la libertad, que prepara todos los bienes; consentid que las cosas se desarrollen sin vosotros y confiad al pasado su propia defensa y al futuro su propio cumplimiento”

(Benjamin Constant, De l’esprit de con-quête et de l’usurpation, Paris, Flammarion, 1986, p. 252).

Si dentro de un tiempo, al explicar a nuestros hijos lo que ha pa-sado en el País Vasco durante

estos años, tuvieran dificultades para enten-der que aquí se mató por ideas políticas, que hubo asesinatos, torturas y estrategias deli-beradas de imposición y exclusión, si aquello les resultara literalmente algo increíble, eso significaría que las cosas han ido bien, que se ha asentado en nuestra sociedad el principio de que ningún proyecto político justifica el asesinato de personas inocentes. Una so-ciedad no supera la violencia ni mediante el olvido ni mediante la memoria, sino cuando la violencia se le ha vuelto literalmente in-comprensible. Puede que esa sea la clave de deslegitimación social del terrorismo: cuando en una sociedad se agota la credibilidad del discurso que vinculaba la violencia con algún esquema justificatorio, los actos de violencia quedan mudos, sin sentido, incomprensibles. Y en el final del proceso se convierten en algo inaudito, difícil incluso de creer.

Pero no estamos en ese momento, sino en otro mucho más cercano a unos aconteci-mientos que nos interpelan desde un pasado reciente y todavía se ciernen sobre nosotros como una posible amenaza. Porque convie-ne no desdramatizar los acontecimientos, ni quitarse de encima una responsabilidad que afecta, aunque sea de diversa manera, a to-dos. Quienes hemos asistido a esta tragedia no podemos echarla al olvido sin plantearnos qué pudimos hacer mejor y, sobre todo, cómo debemos recordarla para evitar que se repita en el futuro.

En la película Ararat, de Atom Egoyan, en la que se narra el genocidio del pueblo armenio a manos del Estado turco (algo que sigue siendo negado por Turquía), se recoge el relato de una mujer alemana que ha visto cómo los soldados turcos cometían actos de una crueldad innombrable contra mujeres armenias. La testigo termina su narración con esta frase: “¿ahora, qué voy a hacer con mis ojos?”. Esa es efectivamente la pregunta ética fundamental después de la violencia. A partir de ahora, ¿cómo hemos de mirar, recordar, contar de tal manera que se reconozca a las víctimas, se deslegitime la violencia y se pue-da divisar un horizonte de reconciliación? La paz nos exige otra forma de mirar al pasado, al presente y al futuro. Y es que cuando se ha alcanzado la paz, queda todavía lo más difícil: superar el odio y el sectarismo, construir la confianza y eliminar el miedo, reconstruir el respeto a la ley y su no instrumentalización. Queda, sobre todo, el problema de la “memo-ria justa” (Ricoeur), cómo digerir las atrocida-des del pasado y cómo ayudar a las víctimas a recuperar la esperanza.

Políticas de la memoria en Euskadi:

Reconocer, reconciliar, relatar, recordar

DANIEL INNERARITY

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Cuatro son los principales problemas que se plantean y sobre los que quiero apor-tar mi reflexión: reconocer a las víctimas, re-conciliar a la sociedad, relatar nuestra historia y recordar a los ausentes.

1. EL RECONOCIMIENTO DE LAS VÍCTIMAS

Para reconocer adecuadamente a las víctimas, para entender en qué debe consistir ese reconocimiento, lo primero que ha de hacerse es tener en cuenta qué tipo de daño se les ha hecho. Reyes Mate (2006) lo sinte-tiza afirmando que a las víctimas se les ha hecho un triple daño: un daño personal (físico y psíquico), un daño político (por haberlos excluido como no ciudadanos) y un daño que apunta más bien a la fractura de la sociedad en su conjunto. Hacer justicia a la víctimas es reparar ese triple daño: reparación del daño personal en la medida en que sea posible, re-conocimiento de la ciudadanía de las víctimas y reconciliación, que no quiere decir que todos estemos de acuerdo, sino que la convivencia política esté construida, sin perjuicio del nor-mal antagonismo democrático, desde los prin-cipios de igualdad, pluralidad e inclusión.

Hay muchos lugares comunes o mal-entendidos acerca de lo que significa reco-nocer. Me parece que ha sido Paul Ricoeur (2004) quien mejor ha acertado a establecer su verdadera dimensión en el ámbito públi-co y político. El reconocimiento se sitúa en una dimensión que excede la justicia formal pero que no se confunde con la amistad, ya que está profundamente inscrito en la esfera política. Al mismo tiempo incluye una dimen-sión simbólica que no es recogida por las concepciones meramente procedimentales o materiales del derecho.

La idea de reconocimiento es fun-damental cuando se trata de reconstruir el carácter de sujetos políticos activos a quienes se había despojado violentamente de esta capacidad. La experiencia de ser víctima es, ciertamente, un sufrimiento físico, pero tam-bién el signo de un desprecio injustificado que

consiste en una reducción o aniquilación de la capacidad de actuar; la violencia despoja a la víctima de su carácter de sujeto político. Ser víctima no sólo es haber sido dañado en su integridad física sino haber sido expoliado de su pertenencia cívica y de su condición de actor político. Es esta la situación que es preciso superar. “El reconocimiento iguala lo que la ofensa había hecho desigual” (Ricoeur, 2004, 268). Reconocer es restituir a otros el carácter de sujetos políticos. No estamos por tanto ante un problema de redistribución entre personas cuya cualidad de miembros de una sociedad con pleno derecho está asegurada. De lo que se trata es de devolver a determina-das personas la cualidad de co-protagonistas de nuestro destino colectivo. Si la justicia dis-tributiva trata de establecer una equivalencia, la perspectiva del reconocimiento pone en escena una aprobación. El sentido profundo del reconocimiento podría resumirse en la siguiente declaración: “apruebo que existas”. No te apruebo en tu diferencia ni en nuestra común humanidad sino en tu diferencia y en tu igualdad conmigo. No sólo reconozco tu existencia sino que asumo tu necesidad para que pueda decirme yo. Reconocer a otros significa considerarlos como necesarios para la construcción de la propia identidad.

Desde esta perspectiva cabe entender en qué puede consistir una de las formas de desprecio que se ciernen sobre las víctimas en los momentos de resolución de un conflictos. Y tal vez nos ayude a comprender por qué las víctimas suelen sentirse entonces nuevamente amenazadas y cómo disipar ese temor. Po-dríamos llamarlo “la amenaza de la simetría”. El filósofo Hans Jonas lo formulaba como el temor a que la bondad y la infamia terminen ex aequo en la inmortalidad. Lo que puede resultar más indignante para una víctima, lo contrario del reconocimiento, es la simetría que algunos pretendan establecer entre ellas y sus agresores. Una guerra o un conflicto entre co-munidades puede acabar así, pero en Euskadi no ha habido ni lo uno ni lo otro. Ni siquiera los infames episodios de violencia de Estado pue-den justificar un esquema de simetría, de tal

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manera que la culpabilidad estuviera repartida a partes iguales. La violencia no ha sido nunca inevitable, ni cabe justificarla como respuesta adecuada a otra violencia anterior.

Por supuesto que en los conflictos hay sufrimiento en todas partes, pero no todo el que sufre es víctima (Reyes Mate). Por su-puesto que hasta el agresor más despiadado tiene unos derechos que son inalienables. Y además, por exigencia de humanidad esta-mos obligados a paliar todos los sufrimientos, en la medida en que nos sea posible, pero sin olvidar que no es lo mismo una víctima inocente que un verdugo que sufre. Son dos realidades incomparables, aunque ambas re-quieran atención. Como afirma Claudio Magris la igualdad de las víctimas —todas son dignas de memoria y piedad— no es igualdad de las causas por las que han muerto (2005). No se puede invocar el sufrimiento general para diluir las responsabilidades y disolver la inocencia en una culpabilidad igualmente repartida. Sería radicalmente injusto llevar a cabo un reconocimiento indiferenciado a las víctimas, que no distinga el sufrimiento de las víctimas y el de los victimarios. Un error de este estilo fue el que cometió hace unos años el Presidente de Italia al equiparar a los fascis-tas con sus víctimas, error que se ha repetido muchas veces en otros sitios (Luzzato, 2004). Esa indiferenciación entre unos y otros parte del cómodo prejuicio de pensar que, rindien-do homenaje a la memoria de todos los que han sufrido en uno u otro lado de un conflicto, las instituciones no debieran pronunciarse acerca de los valores y las motivaciones de sus actos.

En el caso concreto de la violencia en Euskadi, tenemos la obligación ética y polí-tica de no plantear ni resolver el proceso de manera que validara la con-cepción que de este conflicto tiene ETA. Sería una especie de legitimación sobrevenida, de victoria póstuma, si cerrá-ramos este triste capítulo de nuestra historia concediendo que, pese a su fracaso, ETA

tenía razón. Lo haríamos si aceptáramos que el recurso a la violencia era inevitable y no el mayor obstáculo para la libre decisión de los vascos; si dejáramos de sostener que ETA no es la respuesta necesaria al conflicto político sino su perversión y enquistamiento; si planteáramos la solución con unas claves de simetría bélica en vez de esforzarnos por alcanzar un acuerdo entre vascos con variadas y legítimas identificaciones; si sacri-ficáramos el pluralismo aceptando el marco interpretativo simplificado que ETA ha tratado de imponernos… Ellos tienen que renunciar a la violencia sin que a cambio hayamos de renunciar nosotros a la razón. Tenemos que ofrecerles esa oportunidad pero no debemos darles la razón.

2. LA RECONCILIACIÓN Y EL ACUERDOUno de los puntos especialmente con-

trovertidos en todo proceso de pacificación es el que se refiere al modo de entender la reconciliación, qué reparación corresponde al daño causado por el terrorismo en el teji-do social. En muchas ocasiones la idea del perdón y la reconciliación han sido utilizadas como justificación ideológica para omitir gra-ves reparaciones de justicia, ocultar la verdad y callar a las víctimas. Hay diversos casos en Latinoamérica muy elocuentes a este res-pecto y de su desacierto pueden obtenerse algunas lecciones. La memoria no puede ser neutra porque la reconciliación no es un pacto entre agresores y agredidos para encontrarse en una especie de punto medio entre violen-cia y democracia. La reconciliación supone reposición de unas relaciones de recono-cimiento recíproco, pero esta obligación de reconocer a los adversarios, aunque se dirija

a todos por igual, no plan-tea las mismas exigencias a quienes han ejercido la vio-lencia y a quienes no lo han hecho. Aquí tampoco puede aceptarse la simetría. Todos tenemos la misma obligación pero no todos tenemos que

La violencia no ha sido

nunca inevitable, ni cabe justificarla como respuesta adecuada a otra violencia anterior

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hacer el mismo recorrido. El esquema simé-trico valdría para lo que en ciencia política suele denominarse transitional societies, para designar a quienes salen de largos procesos de guerra o dictadura, algo que pudo valer para la sociedad vasca a finales de los 70 (y que justificó entonces la amnistía general), pero que no puede decirse de ella treinta años después. De lo que se trata ahora es de recuperar a quien no fue capaz entonces de entender que la violencia carecía justificación, pero no de ofrecerles ahora una legitimación inmerecida.

El otro asunto delicado a la hora de hablar de reconciliación tiene que ver con su momento oportuno. Uno de los expertos en el conflicto surafricano advertía —probablemen-te porque en este punto no lo habían hecho demasiado bien— contra “el error de pensar que se está hablando sobre algo que ya está presente” (Boraine, 2000, 378). Tras un largo conflicto, más importante que ir deprisa es no pasar demasiado rápido a la siguiente etapa y, sobre todo, no invertir el orden de las cosas: paz, normalización de las relaciones políticas, reconciliación. Nunca puede ser la normalización una condición de la paz, ni tiene sentido invitar a la reconciliación cuando todavía no se ha conseguido que la paz sea una realidad definitiva. La reconciliación es un horizonte deseable al que se aspira. Pue-de haber paz sin reconciliación efectiva, que puede no alcanzarse nunca o en diferentes grados. Cabe negociar la paz sin reconcilia-ción o con una reconciliación muy limitada, si los intereses se solapan suficientemente. En cualquier caso, es ingenuo esperar un rápido acercamiento, error que cometieron los israelíes después de las negociaciones de Camp David. Hacerse demasiadas ilusiones pensando que la primera tentativa de acuerdo ha cambiado todo puede generar expecta-tivas desmesuradas que incluso pongan en peligro los primeros acuerdos, generando desconfianza y decepción. Y conviene no perder nunca de vista que cuando se habla de reconciliación para muchas personas se les está pidiendo el esfuerzo sobrehumano

de configurar con otros un futuro compartido con sus agresores.

Pienso que el mejor reconocimiento a las víctimas y la mejor reconciliación es la consecución de un acuerdo político amplio e integrador. Es cierto que hay que diferenciar la paz de la política, que no es legítimo mez-clar el final de la violencia con los acuerdos políticos que puedan alcanzarse entre los representantes. Pero hay un punto en el que ambos asuntos se cruzan y la salida a la vio-lencia exige un determinado acuerdo político que nos remite al carácter de las víctimas y a su significado político.

El papel que las víctimas deben des-empeñar en un proceso de final de la violencia debe ser perfilado frente a quienes sostienen que el tratamiento de las víctimas es un asun-to técnico o privado, que pudiera despacharse con una compensación económica o con el afecto y la solidaridad individuales, pero también frente a quienes, como si no existiera la democracia representativa, pretenden que sean las víctimas quienes dicten el futuro po-lítico de todos. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que a las víctimas les corresponde un reconocimiento político en la resolución del conflicto? ¿En qué sentido pueden ser las víctimas el núcleo de la solución? ¿Equivale esta afirmación a hacer de ellas un agente político del mismo rango que los demás o que deban sustituir a los actores políticos repre-sentativos?

Efectivamente el tema de las víctimas no es una cuestión de sentimientos privados sino de reconocimiento público y de constitu-ción política de la realidad. Referirse a ellas como una fatalidad inevitable, como un daño colateral equivale a banalizarlas e impedir una solución verdadera y justa del conflicto. Pero su politización partidaria no disminuye sino que profundiza su herida. Si una víctima es alguien a quien se trató como medio, la mejor manera de devolverle su dignidad es renun-ciando a su utilización. Banalizar y utilizar a las víctimas son procedimientos similares que perpetúan la instrumentalización que está en el origen de su condición de tales.

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¿Cómo actuar entonces y cómo inter-pretar sus verdaderas exigencias? Lo signi-ficativo y respetable de las víctimas no es lo que dicen o su adscripción política sino haber sido reducidos a esa condición (Reyes Mate). Por eso la selectividad de los terroristas a la hora de elegir a sus víctimas tampoco privilegia ahora a una opción política determinada. La ideología mayoritaria de las víctimas no recibe por ello ninguna primacía. Esto sería introducir a las víctimas en un campo de juego que ellas no han elegido y equivaldría a conceder a ETA la capacidad de determinar —aunque sea ex negativo— el curso de los acontecimientos po-líticos. Si las víctimas son imprescindibles en el esquema de solución, lo son en tanto que víc-timas y no en tanto que pudiera adscribírselas a una determinada posición política. Reconoci-miento no es hacer exactamente lo que dicen las víctimas, sino más bien hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron los victimarios. ¿Qué significa esto?

Lo que un terrorista ha hecho no es tomar partido en el normal debate político sino excluir de la manera más brutal a algunos de los interlocutores, a los que, mediante el ase-sinato o la intimidación, ha despojado de su condición de sujeto político. Por eso la mejor reconciliación consiste no tanto en privilegiar la opinión de los excluidos como en asegurar que no pueda haber excluidos. Si de lo que se trata es de devolver a las víctimas su condi-ción de sujeto político, el mejor reconocimien-to es que el futuro acuerdo para la convivencia esté diseñado de tal modo que nadie pueda verse privado de su carácter de sujeto político al que corresponde definir y decidir el futuro compartido de nuestra sociedad. Quienes fueron declarados como un obstáculo para la consecución de determinados objetivos políti-cos han de sentir ahora que son imprescindi-bles a la hora de diseñar el futuro. El acuerdo político con que se cierre este conflicto debe asentarse sobre los principios contrarios a los que les convirtieron en víctimas: que donde había imposición y exclusión haya lo contrario, es decir, pacto e inclusión. Pero también sería un éxito póstumo del terrorismo determinar nuestro futuro político si nos autoimpusiéra-

mos la prohibición de articular los conflictos y los antagonismos en beneficio de una paz entendida como eliminación de la discrepan-cia. A lo que estamos obligados es a que los procedimientos no impliquen la anulación de ningún sujeto político, algo que no significa empobrecer una de las formas de las que se nutre toda vida política sana: la posibilidad del desacuerdo.

Las concepciones más avanzadas del derecho hablan actualmente de justicia re-constructiva: no se trata tanto de castigar al culpable como de reparar el daño y reconstruir una relación que la violencia había destruido (Garapon, 2001). El derecho apunta, en últi-ma instancia, a “conectar lo que la violencia ha separado” (Bland, 1996, 11). La visión del futuro político que se articule en el acuerdo político tendrá una gran influencia en el tipo de proceso de reconciliación que pueda de-sarrollarse. Es impropio pedir a las víctimas de la violencia que olviden. Más razonable y respetuoso es crear las condiciones en las cuales sea posible olvidar. Por supuesto que el olvido forma parte de la memoria. Pero la cuestión es determinar cómo, cuándo, por qué y para qué se construye el campo del olvido. Es muy diferente que el olvido se deba a una omisión, a una imposición, a una sumisión, a una renuncia, o sea el resultado de un acuer-do real y una verdadera superación de ciertos acontecimientos.

En ultima instancia, la reconciliación no es un objetivo que pueda medirse con los acuerdos alcanzados. Se trata más bien de un impredecible proceso de largo plazo, un cambio profundo en la actitud, la conducta, la cultura política, las estructuras y las insti-tuciones, que implica a todos los niveles de la sociedad y es responsabilidad de toda la sociedad, aunque corresponda a las institu-ciones promoverlo.

3. RELATAR: CÓMO SE CONTARÁ ESTA HISTORIA

La relación con el propio pasado es uno de los problemas más complejos e in-quietantes con el que diversas comunida-

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des políticas han tenido que enfrentarse en la segunda mitad del siglo XX. ¿Cómo se relacionan con su pasado sociedades que acaban de librarse de una extrema re-presión o salen de periodos de violencia? ¿Cómo formu-lan el cierre de ese pasado para que sea irreversible y, al mismo tiempo, no legitime la violencia? La resolución de los conflictos políticos violentos da lugar a una serie de discusiones acerca de la reconstrucción del pasado que son a veces tan intensas como el conflicto mismo. Parece que una vez resuelto el asunto principal queda todavía por hacer lo más difícil: todo aquello que tiene que ver con la reconstrucción del pasado. Entonces se comprueba que los conflictos son, en esencia, conflictos de interpretaciones, relatos acerca del pasado que legitiman y condenan, que establecen unos determinados deberes de memoria y olvido. Y comprobamos que Epicte-to tenía razón al afirmar que lo que estremece a los hombres no son las acciones sino lo que se dice a propósito de las acciones. ¿A qué se debe esta agudizada controversia que parece acompañar precisamente a los momentos de mayor esperanza?

Los finales de la violencia son mo-mentos propicios para la confusión, procesos en los que se puede comprobar hasta qué punto es cierta la tesis de Nietzsche de que no existen hechos sino interpretaciones. Hay más escenificación, fingimiento, gesticulación y disimulo que de costumbre, más de lo que estamos en condiciones de descifrar. El plano de la objetividad suele quedar medio oculto por el plano superpuesto en el que combaten las interpretaciones. La anterior confronta-ción se transforma en una lucha simbólica. Parece como si la gran batalla fuera ahora la de imponer la interpretación definitiva. En adelante gana quien consigue hacer valer la propia versión de lo sucedido. Conviene saber que existe este doble registro y aprender a diferenciar los hechos y sus interpretaciones,

la realidad y la ficción. Quien los confunda, no entenderá nada y quedará inerme ante las corrientes emocionales que intenten transmitir, según con-venga a las diversas aficiones, miedo o indignación, frustra-ción o euforia.

Todos los finales de la violencia se transforman en luchas para imponer una ver-

sión de lo sucedido o, cuando menos, para posibilitar un relato que exculpe ante la propia facción. No hay salida si esto no se consigue. Todos se preparan para no pasar a la historia demasiado mal. Cuando el debate está ahí, es una buena señal pues indica que la violencia pertenece ya al pasado.

Cuando hablamos del tema de la me-moria no podemos olvidar que existe una libertad para contar, que la memoria es plural. Está libertad se refiere tanto al trabajo de los historiadores como al relato común y popular. Las personas y los grupos sociales ordena-mos los acontecimientos complejos y que han tenido una gran carga emocional de manera muy diversa, a menudo contradictoria, de modo que en una misma sociedad coexisten interpretaciones dispares de idénticos aconte-cimientos (Ross, 2002, 303). Las historias que contamos para explicar o justificar aconteci-mientos particulares invocan el pasado como un procedimiento para dotar de sentido al pre-sente. Lo que importa no es tanto la exactitud histórica como la sensación de significado e identificación que confiere esa conexión con el pasado. Muchos unionistas británicos, por ejemplo, creen que el rey Guillermo de Orange salvó la democracia británica y la supremacía protestante en la batalla del Boyne en 1690, a pesar de que Guillermo era holandés, que recibió el apoyo del Papa y que Gran Bretaña no era una democracia en aquel tiempo.

Hay ocasiones en que las políticas de la memoria están hechas como si los pode-res públicos quisieran fijar definitivamente el sentido de los acontecimientos, olvidando que el pasado es siempre controvertido. En

El mejor reconocimiento a las víctimas y la

mejor reconciliación es la consecución de un

acuerdo político amplio e integrador

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una democracia la escritura de la historia sólo puede hacerse en un marco de pluralismo, bajo la mirada vigilante y crítica de diversas memorias paralelas que discuten. No corres-ponde al legislador fijar de manera autoritaria una regla para la interpretación del pasado. Nuestra lectura de la historia es un trabajo nunca acabado y siempre problemático. El de-ber de la memoria ha de acompañarse de una aceptación de la complejidad histórica. No es lo mismo la verdad judicial que la verdad política o la verdad de los historiadores. No siempre coinciden exactamente, ni tienen por qué coincidir, lo que deja un cierto margen de juego y acomodamiento.

Un principio básico en la resolución de los conflictos que aconseja lo siguiente: a quien pierde no hay que exigirle que de la razón al ganador. El empeño en hacerlo dificulta el final. Toda la dificultad del asunto consiste en equilibrar el deseo de que acabe la violencia con la necesidad de no dar por buena cualquier justificación. Una posibilidad es exigir el máximo a quienes abandonan la violencia, lo que dificulta su retirada y permite que los más duros se fortalezcan en lo que pueden considerar una humillación; en el otro extremo estarían los dispuestos incluso a dar toda la razón a los terroristas con tal de acabar de una vez por todas. ¿Es posible una posición que sea, al mismo tiempo, prudente y justa? ¿Cabe facilitar el final de la violencia y no renunciar a nada esencial?

De entrada, parece conveniente partir de lo nos enseña la experiencia acerca del modo como los humanos combatimos y deja-mos de hacerlo. No es previsible, ni deseable, que las sociedades que han vivido un con-flicto largo y profundo concluyan la paz con un relato común. Tampoco este debería ser, a mi juicio, el objetivo del proceso. Cuando existen fuertes diferencias en la interpreta-ción del pasado histórico, es mas importante que esas diferencias seas reconocidas en vez de pretender subsumirlas en un relato único omniabarcante. En el caso del País Vasco, pienso que nadie ha formulado mejor que el llamado “Plan Ardanza” (1998) en qué podría

consistir una salida viable y digna. Ya por entonces parecía claro que el transcurso del tiempo y la evolución de los acontecimientos había superado la dialéctica según la cual ha-bía que elegir entre hacer que los terroristas desistan o ceder para que dejen de matar. De lo que se trataba, entonces y ahora, es de ofrecerles una disculpa a la que puedan aferrarse para abandonar la violencia (Ibarra, 2005, 210). El plan Ardanza hablaba de “algo que ellos puedan interpretar como un incen-tivo político que los justifique ante su propia gente”. No podemos olvidar que estamos intentando resolver un problema generado por quienes no han sido capaces de aceptar la voluntad mayoritaria de los vascos, desde la legitimidad democrática de las instituciones y sin que nuestras decisiones tuvieran como finalidad corregir una supuesta carencia de legitimidad. Aquel documento lo formulaba así: “no nos preguntamos qué debe hacer la democracia para corregir sus supuestos déficits, sino qué puede y quiere hacer para superar la falta de integración que de hecho sufre la sociedad vasca. La legitimidad de-mocrática del sistema no está en cuestión”. Esta idea de la disculpa cumple la función de permitir a unos la autojustificación y a otros la dignidad democrática.

Ahora bien, una cosa es tolerar la disculpa y otra darle la razón. El relato oficial, público y, sobre todo, los principios sobre los que se asiente nuestro marco político y sus procedimientos de modificación no pueden legitimar el recurso a la violencia. Una cosa es ser flexible y otra decretar que, tratándose de principios fundamentales de la conviven-cia, la verdad está a medio camino. El relato justo del pasado, por difícil que sea, nunca es un punto medio entre víctimas y verdugos. No se trata de imponer una “verdad oficial” sino de establecer que la discusión acerca de nuestro pasado se lleve a cabo en el marco de los principios democráticos, de respeto, pluralidad, ilegitimidad de la violencia y reco-nocimiento de las víctimas. Es lo que Haber-mas ha llamado el “uso público de la historia”: los debates alemanes, italianos y españoles

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acerca del pasado fascista, los debates franceses acerca del régimen de Vichy y el pasado colonial, los debates argentinos y chilenos en torno a las dic-taduras militares, los debates europeos y americanos a propó-sito de la esclavitud… a lo que puede añadirse ahora el debate acerca del fin de la violencia de ETA y su posterior enjuiciamien-to histórico, son discusiones que incluyen una cierta dimensión que va más allá de las fronteras de la investigación histórica. Se sitúan dentro de la esfera pública e interpelan a nuestro presente, como lo continuarán haciendo. Siempre habrá historiadores que discutan y narraciones po-pulares de todo tipo, hasta la extravagancia, pero el relato a partir del que se configuran nuestras instituciones debe recoger los princi-pios éticos y políticos que son imprescindibles para la convivencia democrática.

4. RECORDAR: LA MEMORIA DE LAS NACIONES

Al hablar de la memoria histórica con-viene advertir algo que solemos pasar por alto cuando subrayamos su carácter bené-fico y sus posibilidades reconciliadoras. Me refiero al carácter irreparable del pasado que queremos recordar y a los límites de la memoria. Ni el mejor y más justo ejercicio de memoria puede conseguir lo que de ver-dad deberíamos desear: recuperar las vidas perdidas, eliminar el sufrimiento y suturar sin huella las fracturas sociales que un largo periodo de violencia produce. El hecho de que todos seamos perdedores, aunque por distinta razón y con diferente intensidad, es lo que hace que la discusión acerca de quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos sea tan poco relevante, frente a una realidad brutal que se nos impone con toda su dureza: las ausencias y las heridas en lo que tienen de irreparables.

Y sin embargo la memoria puede llevar a cabo un trabajo de gran significación, que rompa la inercia del pasado inapelable y ofrezca algo nuevo. Podemos hacer algo que tiene mucha fuer-za simbólica y, en la medida en que esto sea posible, reparadora del mal causado en la historia: contar los acontecimientos des-de el ángulo de las víctimas. ¿Por qué la perspectiva más real sobre el pasado ha de ser la de los vencedores o la de los agre-sores (que generalmente vienen a coincidir) y no la de los per-dedores, sobre todo la de esos

perdedores absolutos que son las víctimas? Se trataría no sólo de impugnar la retórica de la violencia redentora sino de sustituir las me-morias heroicas de las naciones por un tipo de memoria que trata de divisar la historia desde el punto de vista de las víctimas, de evitar los relatos triunfales y favorecer una visión crítica del propio pasado. La principal fuerza transfor-madora de la memoria consiste en remplazar la narrativa de las gestas por la narrativa de los sujetos pacientes. Y en este sentido también debería evitarse la retórica que acompaña con frecuencia al discurso de las víctimas y que parece desconocer que son precisamente víctimas y no héroes, dos realidades comple-tamente distintas.

La principal aportación de una política de la memoria consistiría por tanto en despojar a las narrativas nacionales de su unilaterali-dad y complementarlas con una mirada más escéptica hacia el pasado. Podría abrirse así paso una nueva concepción de la historia para la cual no hay comunidades de destino gesta-das por acciones heroicas. La memoria justa sería entonces una inclusión del sufrimiento del otro (Levy/Sznaider, 2001). Elazar Barkan llama a esto “la nueva culpa de las naciones” (2000), como presupuesto de una nueva moral que se caracterizaría no por la acusación a los otros, sino por la disposición de las naciones a reconocer la propia culpa.

Todos los finales de la violencia se transforman en

luchas para imponer una versión de lo sucedido o,

cuando menos, para posibilitar un relato que exculpe ante la propia facción. No hay salida si esto no se consigue

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Todas las naciones se han edificado sobre alguna injusticia, como muestra la ex-periencia colonial, la exclusión ejercida en la formación de los estados modernos, los ex-terminios y las imposiciones de unos grupos sobre otros o las diversas formas de violencia ejercida por los movimientos de liberación na-cional. Con este rastro histórico, las naciones ya no pueden seguir manteniendo acríticamen-te sus imágenes acerca de sí mismas y sus construcciones de la memoria, pero sobre todo no pueden permitirse olvidar a las víctimas de su propia historia (Assmann, 2006). Esto no significa que todas las naciones o todos los “nacionales” tengan culpa o la tengan en la misma medida, sino que, reconociendo que las naciones han servido en muchas ocasiones para victimizar, nos propongamos configurarlas en delante de un modo inclusivo.

Que las naciones examinen críticamen-te su pasado no significa que su realidad o su proyecto sean necesariamente ilegítimos. El hecho de que los objetivos nacionales se ha-yan perseguido en ocasiones mediante la vio-lencia no los invalida como tales; lo que queda invalidado es, por supuesto, el procedimiento de imposición, pero también la concepción de los objetivos que legitimaba el uso de la violencia para conseguirlo. Afirmo esto frente a quien piensa que la violencia ha sido una mera casualidad y no es consciente de que su existencia obliga a examinar críticamente nuestra historia y, sobre todo, a formular las identidades de una manera abierta. Pero tam-bién vale este principio frente a la ligereza con que algunos declaran ilegítimas aspiraciones que coinciden nominalmente con los fines de ETA. Una cosa son los objetivos terroristas y otra los objetivos de los terroristas. Lo que ha sido descalificado es el proyecto de ETA y los que puedan coincidir con ella en voluntad de imposición, pero no el proyecto nacionalista en general, mientras este se plantee de ma-nera democrática. Pero al mismo tiempo el nacionalismo democrático está especialmente obligado a diferenciarse de ETA, no sólo en cuanto a los medios empleados, sino en lo que se refiere a la formulación misma del conflicto que se quiere resolver.

Las naciones no son intrínsecamente perversas, pero su concepción mítica, abs-tracta y totalitaria, sí. Ninguna nación vale tan-to como para liquidar al adversario o excluir al que no se identifique con ella. Esta convicción es el gran aprendizaje colectivo que ofrece el final de la violencia. De que la sociedad vasca lo interiorice plenamente depende que pueda hablarse de una verdadera reconciliación.

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Los nuevos acontecimientos que coincidieron con la conferencia de finales de noviembre de la Fun-

dación Sabino Arana sobre el proceso de paz vasco-español ponen de manifiesto la naturale-za problemática de su tema: “Condiciones para hacer el proceso irreversible”.

Durante la semana de la conferencia, la policía francesa confirmó que los miembros de ETA eran los únicos sospechosos del robo de armas en Nîmes, el 23 de octubre. Aparecieron también informaciones de que ETA había lan-zado una nueva campaña de extorsión contra empresarios vascos. Fuentes próximas a ETA no pudieron descartar la responsabilidad de estas operaciones, ni tampoco explicarlas o defenderlas. Creció el temor, por tanto, de que una nueva generación pudiera estar utilizando la tregua para replegarse, rearmarse y reci-clarse para una nueva ofensiva, independien-temente de las intenciones de los veteranos negociadores de ETA. Incluso aunque estos temores resultaron infundados, cada vez se hace más claro que ETA estaba intentando dictar una agenda política cada vez más poco realista. Algo que va en contra del espíritu de la declaración de Anoeta que dejaba a los par-tidos políticos que decidieran sobre los asuntos políticos.

Paralelamente, desde el punto de vista de la izquierda abertzale, y, por supuesto, desde el mundo del nacionalismo vasco en general, las acciones múltiples de la judicatura –el caso de De Juana Chaos, las condenas a

la dirección de Batasuna, las condenas contra el Lehendakari, etc, etc– fueron percibidas como tácticas agresivas que menoscababan gravemente las condiciones necesarias para el proceso de paz.

En el frente político, el planteamiento de Madrid resultaba a duras penas más promete-dor: el primer ministro parecía determinado a mostrar que era incluso más duro que el PP. Se negaba a rebajar la tensión trayendo a los presos cerca de sus familias hasta que tuviera una firme garantía de que todas las manifesta-ciones de violencia hubieran cesado completa y permanentemente. Aznar estuvo dispuesto a hacerlo sin dicha garantía en 1998-1999.

El Gobierno Vasco ha mostrado pocos signos de ser capaz de tomar una iniciativa que haga avanzar el proceso. El compromiso del Lehendakari, realizado en la conferencia, de movilizar a la opinión pública, “pueblo por pueblo” en favor del proceso fue positiva y alen-tadora. Pero uno se pregunta por qué esta ini-ciativa no se ha lanzado muchos meses antes y se cuestiona si no ha sido demasiado escasa y si no ha venido demasiado tarde para resuci-tar el proceso a estas alturas. El contraste con el compromiso contra el proceso por parte del PP no podía haber sido más crudo: una vez más los conservadores han movilizado dece-nas de miles, posiblemente cientos de miles de manifestantes que consideran el proceso de paz como una “rendición al terrorismo”. ¿Dón-de están los ciudadanos, en el País Vasco y en otros sitios, que consideran el proceso como el

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mejor y más democrático método de resolver un conflicto profundamente enraizado?

He mencionado estos indicadores ne-gativos porque naturalmente condicionan mi respuesta a la conferencia. Tengo la más fer-viente esperanza de que las corrientes más profundas que subyacen a todo proceso de paz con éxito y que normalmente son invisibles para el observador externo, se muevan en una dirección más positiva. Puede que así sea en el momento en que estén leyendo estas palabras, y que las deprimentes noticias de mediados de noviembre representen sólo un crisis a corto plazo y no señales de un colapso terminal.

En este contexto, varios de los puntos esenciales para que el proceso de paz tenga éxito, enumerados por Roelf Meyer en la se-sión matinal, se presentan como especialmen-te relevantes.

En primer lugar, su visión de que el pro-ceso vasco-español opera sólo dentro de una “muy específica ventana de oportunidad” es una perspectiva aleccionadora. Si se permite que se cierre, continuaba Meyer, puede no re-abrirse en en el transcurso de nuestras vidas.

Y sin embargo tengo la impresión de que ha existido una casi imperdonable compla-cencia al responder a la oferta de conversacio-nes de Zapatero en el Estado de la Nación en mayo del año pasado, especialmente por parte de ETA. La única excusa posible para retrasar 10 meses la declaración de un alto el fuego ha sido que las largas y difíciles discusiones internas eran necesarias para garantizar una respuesta unitaria. No obstante, las informacio-nes sobre las nuevas divisiones dentro del mo-vimiento indican que dicha unidad era, como mucho, superficial, y alcanzarla temporalmente no justificaba el retraso.

Una cuestión planteada por Matteo Zuppi en la conferencia es pertinente en es-te punto: un proceso de paz requiere, como mínimo, dos ritmos. Por un lado, es necesario actuar rápido y aprovechar las oportunidades.

Por otro lado, es necesario permitir un ritmo mucho más lento que permita que ciertos asuntos difíciles se digieran. El lograr el co-rrecto equilibrio entre estos dos ritmos es la clave del éxito, y ese equilibrio diferirá en cada caso específico. La situación vasca re-quiere, en mi opinión, una inclinación de esa balanza en la dirección de una acción rápida y decisiva.

Esta necesidad de urgencia se debe, en gran medida, a la virulenta insistencia del PP, (absolutamente imperdonable, en mi opinión) de que esta ventana de oportunidad no se debiera haber abierto nunca en primer lugar, y su determinación de cerrarla de golpe cuando (y si) el partido vuelve al poder. Esta falta de bipartidismo entre los grandes partidos espa-ñoles someten al proceso a una tensión casi insoportable. La estrategia del PP prácticamen-te dicta que todo acuerdo debe cerrarse antes de las próximas elecciones generales que es probable, ganen los conservadores. E incluso si se alcanza una resolución antes de que los conservadores formen otro gobierno, existe el riesgo de que la anulen en cualquier caso.

Si ETA no ha cogido bien el ritmo tras la oferta inicial de Zapatero, el PSOE y el na-cionalismo vasco dominante han sido también lentos en percatarse de la necesidad de rapi-dez. Sólo cuando se ha hecho patente que el proceso está en grandes apuros los partidos democráticos han mostrado signos contunden-tes de urgencia.

Dejando a un lado por el momento algunas cuestiones inquietantes relativas a ETA y Batasuna, es claro que la estrategia del PP hace que la aplicación de casi todos los puntos de Meyer respecto al proceso vasco sea extraordinariamente difícil, ya sea directa o indirectamente. ¿Cómo se pueden crear condi-ciones inclusivas para que participen todos los partidos, si uno de ellos insiste en excluirse? ¿Cómo puede uno asegurarse de que todas las partes están comprometidas de buena fe en el proceso, cuando uno de los principales

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actores tiene una actitud absolutamente nega-tiva hacia cualquier proceso de paz? De igual manera ¿Qué esperanza existe de asegurar un resultado sostenible, o un compromiso de implantación de todos los temas acordados en el contexto creado por Mariano Rajoy y sus ideólogos?

El punto sexto de Meyer –de que el proceso debe ofrecer un escenario de “todos ganan” a todos los participantes– ofrece una potencial solución a estos interrogantes, al menos en principio. ¿Existe alguna manera de persuadir al PP de que vea ventajas a un cam-bio de posición por su parte? ¿Cómo pueden los otros partidos ayudar a los conservadores a darse cuenta de que ellos también salen ganado con una paz justa y duradera en Eus-kal Herria? Es ciertamente muy difícil, aunque no imposible, vislumbrar cómo esto se podría lograr. Para empezar, muchos miembros ordi-narios del PP vasco y concejales locales ya se sienten satisfechos de que la amenaza inme-diata de violencia hacia ellos se haya reducido drásticamente. ¿Cómo se les podría alentar, con tacto, a alzar sus voces en apoyo a un proceso que ya ha allanado tensiones en sus vidas diarias? ¿Podrían dárseles, por ejemplo, garantías por parte de Batasuna, refrendadas por las otras partes, de que la “anexión” de Na-varra, contra la voluntad de sus ciudadanos, no es parte de la agenda?

Esto quizás sea difícil para la izquierda abertzale. No obstante el reconocimiento de que Navarra tiene derecho a la autodeterminación deberá llegar en algún momento del proceso, y una dirección de Batasuna con visión de futuro podría considerar las ventajas de ponerlo en claro más pronto que tarde. Arnaldo Otegi y sus colegas deben saber que fue también muy difícil para el IRA y el Sinn Féin aceptar que no podía haber un cambio en el estatus de Irlanda del Norte sin un apoyo interno mayoritario. Pero Gerry Adams y Martin McGuiness aceptaron es-ta condición. Simplemente echaron por la borda el principio central del Movimiento Republicano que establecía que sólo una mayoría en toda la

isla tenía el derecho legítimo para determinar el futuro de Irlanda. (Ellos no aceptarían este análisis, pero es lo que hicieron).

Dando por sentado, por el momento, la buena fe de todas las partes, no parece que haya una tarea más urgente en el proceso que la de ayudar al PP a una revisión de su estra-tegia. Esto no quiere decir, no obstante, que el proceso deba estar a merced del PP. Los demás actores deben tener la libertad de tomar iniciati-vas –y la actual dirección del PP pondrá el grito en el cielo– si el proceso quiere avanzar de una vez por todas.

La opción de traer a los presos al País Vasco surge de nuevo en este contexto. La liberación de los presos fue la clave que per-mitió a los Republicanos y Unionistas participar enteramente en el proceso de paz en Irlanda, con sus cabezas bien altas. Aceptando que una liberación generalizada no es una opción a corto plazo en el contexto vasco, el acerca-miento, no obstante, podría realizar la misma función dinámica. Permitiría a la dirección de Batasuna reivindicar una concesión y satisfacer una de las exigencias más constantes de sus recelosas bases. Y, además, no violaría las leyes y se podría decir que se ajustaría más al espíritu de la ley vigente. El actual liderazgo del PP despotricará contra dicho paso, por su-puesto. Pero el nivel de sus improperios contra Zapatero ya es tan extremo que una iniciativa atrevida como ésta difícilmente empeoraría las cosas. El esfuerzo de ganar las bases del PP en el País Vasco y moderar las voces dentro del partido en toda España no se vería dañado por finalizar la siempre dudosa política –inicialmen-te apoyada, no lo olvidemos, por el PNV– de la dispersión. Me sorprendió las pocas referencias que se hicieron a la cuestión de los presos durante la conferencia. Quizás esté demasia-do influenciado por la experiencia irlandesa al pensar en ello como la clave para desbloquear el impase vasco, pero la ubicuidad de carteles demandando Euskal Presoak Euskal Herrira, en todas las ciudades y pueblos vascos, indica lo contrario.

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Los ponentes de la con-ferencia identificaron una serie de principios aparentemente contradictorios que necesitan ser reconciliados o equilibra-dos dentro del proceso de paz. Acabo de mencionar la insistencia de Zuppi sobre la importancia de unos ritmos di-ferentes si bien, simultáneos. Otro binomio clave fue plan-teado por Julian Hottinger: mu-chos aspectos de un proceso sólo pueden avanzar en una atmósfera de máxima discre-ción; y, sin embargo, el público goza del derecho democrático, en principio, a saber lo que está pasando. Ciertamente, y volviendo a la referencia de Meyer, es asimismo pragmáticamente esencial que el público conozca lo suficiente como para que sienta que tiene algún protagonismo sobre el proceso. Obviamente, se precisa un grado de confianza fuera de lo común entre el pueblo y los políticos si se quiere alcanzar un equilibrio entre discreción y transparencia –e insistimos, no algo promovido por la retórica del PP y la manipulación de los legítimos temores de las víctimas del terrorismo.

Dada la serie de dificultades que esta-mos reconociendo, tanto en términos generales como específicos al proceso vasco, es muy comprensible que Hottinger nos advierta de que “hablar de irreversibilidad es muy peligroso –realmente, nunca he contemplado este extre-mo respecto a un proceso en su conjunto.”

Este punto fue tomado de nuevo cons-tructivamente por Zuppi, que hizo hincapié en que la paz no es un fin per se, sino algo que debe construirse una y otra vez diariamente. Nos recordó el ejemplo negativo de Yugoslavia, en donde los conflictos multi-étnicos que pare-cían haberse resuelto durante varias décadas explotaron nuevamente en un nuevo contexto político.

Hottinger habló tam-bién de que la necesidad por parte del mediador de utilizar una “creativa ambigüedad” hace progresar las negocia-ciones, especialmente en cuestiones simbólicas espino-sas. Pero advirtió que uno se puede pasar de listo a este respecto, y que el enterrar los problemas bajo un velo de ambigüedad creaba nuevos problemas más adelante. En el mejor de los casos, parece, la ambigüedad debería ser una táctica a corto plazo, no una estrategia.

Una línea argumental repetida en las intervenciones

de la conferencia era la necesidad de fle-xibilidad. Cuando se han establecido claras normas de participación, se debe disponer de sanciones para disuadir a los participantes de que las incumplan. No aplicar ninguna sanción podría ser una debilidad fatal, pero aplicarlas de manera muy estricta puede asimismo desbara-tar el proceso. Igualmente, varios participantes demandaron flexibilidad en la aplicación de los principios del derecho en general, una cuestión muy relevante en el estadio actual del proceso vasco. Zuppi sugirió que la ley debía aplicarse de una manera “inteligente”. Diversos juristas señalaron que era obligación de los jueces utili-zar la discreción, que toda ley está abierta a la interpretación en contextos específicos. Yo estoy de acuerdo con un ponente que sugirió que era hora de dejar de acusar a los jueces de aplicar una mala ley malamente. Es también necesario que los políticos tengan el valor de cambiar le-yes que obstaculizan el proceso, especialmente en referencia a la tan absurda y contraprodu-cente situación que ha creado la legislación que prohíbe a Batasuna. De igual modo, diferentes contextos determinan diferentes normas. En algunos casos, puede ser aconsejable insistir en un fin total de la violencia antes de que empiecen las conversaciones. En otros casos,

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El reconocimiento de que Navarra

tiene derecho a la autodeterminación

deberá llegar en algún momento

del proceso, y una dirección de

Batasuna con visión de futuro pdría considerar las ventajas de ponerlo en claro más pronto que

tarde

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como en Colombia, esto sería una exigencia muy poco realista.

La cuestión especialmente dolorosa del papel de las víctimas del terrorismo y sus familias en un proceso de paz, fue planteada con gran dignidad por Roberto Manrique que representa a la AVT en Cataluña, Andalucía, Galicia y Valencia. Su deseo de que la ley se cumpliera estrictamente en lo que respecta a las sentencias carcelarias se basaba en su aguda conciencia sobre el peligro de ser manipulados por intereses políticos. Fue una intervención re-frescante respecto a un sensible debate que ha sido vergonzosamente pervertido por la retórica del PP desde el 11 de marzo de 2004.

Zuppi planteó la cuestión de hablar o no con gente que consideramos “extremistas”, como el Ejercito de la Resistencia del Señor (LRA) en Uganda, o Al Qaeda. Ponía de mani-fiesto que había poco que hacer en un proceso que excluía los extremos, porque precisamente estos eran los grupos que un proceso de paz aspira a reconciliar. Hottinger comentó que, si fuera posible una victoria militar sobre el LRA, emergería un grupo similar salvo que las con-diciones subyacentes al conflicto se hubiesen resuelto [PW1].

No obstante, algunos serios contrapun-tos a esta posición se articularon en la sesión a puerta cerrada. Un ponente apuntó la manera en que el lenguaje de la resolución del conflicto hace que la violencia parezca “necesaria”, en virtud de las condiciones subyacentes, mien-tras que en su opinión, la violencia es siempre “voluntaria”, y que aquéllos que la ejercitan de-ben cargar con toda la responsabilidad de sus consecuencias. Existe ciertamente un problema real cuando los actores violentos o próximos a movimientos violentos, utilizan el “lenguaje-del-proceso-de-paz” para evitar tener dicha respon-sabilidad. Es una frustración común entrevistar tanto a miembros de Batasuna como del Sinn Féin que ab(usan) de un discurso de resolución del conflicto atribuyendo la responsabilidad de actos de violencia –llevados a cabo autónoma-

mente por sus análogos militares– a una abs-tracción (“el conflicto”), una táctica que es clara y premeditadamente insincera.

Gran parte de la crítica en mi respuesta ha estado dirigida al PP, pero no querría dar la impresión de que pienso que el proceso iría viento en popa si los conservadores españoles no fueran tan hostiles al mismo.

Me gustaría concluir planteando ciertas preocupaciones sobre las posiciones de otros participantes. Hace unos años, escribí en Her-mes sobre la insensibilidad del nacionalismo vasco dominante respecto a los miedos legíti-mos de ciudadanos vascos que no compartían su ideología. He visto ciertos cambios sinceros a este respecto, aunque no suficientes. El fracaso de los sucesivos gobiernos vascos de mayoría nacionalista de empatizar con sus correligionarios que son blanco de ETA ha sido vergonzoso. No abogo por las ideas políticas de Agustín Ibarrola, pongo por caso, aunque admiro enormemente su obra. Pero me que-do estupefacto, cuando debatiendo sobre su Bosque Pintado en Oma con nacionalistas, les oigo condenar sus ideas políticas como si fuera un delincuente o como mínimo el autor de sus propias desgracias. En las mismas conversaciones, las despiadadas amenazas y filisteismo de los defensores de ETA que han hecho de su vida una miseria, destrozado su arte –y posiblemente distorsionado su pers-pectiva política– apenas se nombran. Como herederos de Voltaire, es el deber de los gobier-nos democráticos proteger a sus ciudadanos, y especialmente a aquéllos con los que más están en desacuerdo. Sí, el Lehendakari y otras personas han dado pasos significativos hacia este camino, pero se requiere mucho más si se quiere alcanzar el tipo de confianza entre oponentes que requiere un proceso de paz. Los nacionalistas en el País Vasco no son una minoría perseguida, son el grupo hegemónico. Pueden permitirse ser generosos. Ahora más que nunca la situación de su país requiere de su generosidad e imaginativa empatía hacia todos sus conciudadanos.

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El Partido Socialista también ha sido culpable de insensibilidad, tendiendo a tratar al nacionalismo vasco como un sentimiento fol-klórico antes que como una identidad nacional profundamente arraigada. Contra ello hay que resaltar el valor de Zapatero al lanzar un proce-so de paz del que muchos en su propio partido desconfían, y frente a la retórica incendiaria del nacionalismo español del PP. Lo que resulta inquietante actualmente es su patente incapaci-dad para seguir adelante, permitir que el pro-ceso se estanque, al menos en términos de su discurso público. (Pudieran darse, desde luego, avances muy significativos, detrás de la escena, de los que no tenemos constancia).

Puede existir ahora la tentación en el bando socialista de utilizar tácticas obstruccio-nistas. Las consecuencias potenciales podrían resultar bastante atractivas para el PSOE. Consideremos el siguiente escenario: Madrid no hace más concesiones, justificando esta postura por referencia a la continuidad de la kale borroka y de la actividad armada de ETA. Esto podría conducir a ETA otra vez a la violen-cia, pero la izquierda abertzale se enfrentaría entonces a una caída en respaldo equivalente a la de 1999, y se convertiría cada vez más en una fuerza política marginalizada. Zapatero po-dría entonces poner en evidencia al PP y decir-le al electorado español que él ha sido más generoso que Aznar al lanzar el proceso de paz y más firme que Aznar durante la tregua. Probable-mente mantenga el poder en España por otras dos legisla-turas. En el País Vasco, podría permitirse contemplar lo que queda de ETA cayendo en un lento olvido, a cambio de un mínimo nivel de violencia que el Estado Español podría absorber con facilidad.

Dicho escenario, no obstante, sería una pesadilla para el País Vasco; envene-

naría más si cabe las raíces de la convivencia. Una ETA marginalizada podría resultar más peligrosa incluso que sus predecesores. Y lo que es peor, una oportunidad histórica para resolver la cuestión de la relación de los vascos con el Estado Español se hubiera perdido por generaciones. Es vital que Zapatero tome la completa autoría del proceso de nuevo, retome la iniciativa y muestre que es la clase de líder con visión de futuro que puede realmente pro-ducir el cambio.

En último término, no obstante, la mayor de las responsabilidades recae en ETA y Bata-suna. Como Zuppi advirtió en la conferencia, el alto el fuego puede ser como los antibióti-cos, pierden su poder cada vez que se repiten. Nunca ha existido un contexto tan prometedor para la izquierda abertzale de entrar en la co-rriente dominante y terminar una batalla fútil que ha echado a perder las energías y vidas de varias generaciones. El uso de la violencia bajo condiciones democráticas ha debilitado el proceso vasco de autodeterminación, no lo ha reforzado. Y, huelga decirlo, aunque haya que repetirlo una y otra vez, ha ocasionado un indecible sufrimiento a las víctimas y a sus familias.

Como el Sinn Féin y el IRA, la izquier-da abertzale vendió el alto el fuego a sus partidarios como una “victoria”. La manera en que tanto ETA como Batasuna están potenciando al máximo sus exigencias –han vuelto a los eufemismos de territoriali-dad y autodeterminación– in-dican que están en peligro de creerse su propia propaganda. Lo mejor que el movimiento radical vasco puede –o debe-ría– esperar es la liberación de sus presos, y del derecho a participar, como cualquier oto grupo de ciudadanos, en el de-bate sobre el presente y el futu-ro del lugar en el que viven.

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Es necesario también que los políticos tengan el valor de cambiar leyes

que obstaculizan el proceso, especialmente

en referencia a la tan absurda y

contraproducente situación que ha creado

la legislación que prohíbe a Batasuna

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Roelf Meyer planteó una cuestión vital en la conferencia. La cuestión clave al negociar con un movimiento político-militar, dijo, es saber quién man-da. Durante demasiado tiempo, la izquierda aber-tzale ha delegado toda su autoridad en un grupo armado. Ya es hora (era hora hace mucho tiempo) de que los líderes políticos reafirmasen su autoridad de una vez por todas y dijesen a ETA que la guerra se ha terminado. Cierto, los miembros de ETA pueden desafiar-les, pueden incluso amenazarles. Pero sin el apoyo de la izquierda abertzale, ETA es sólo un grupo de pistoleros y pistoleras, que se extinguirán cuando cesen de tener el soporte de un número significativo de ciudadanos vascos –un escenario concebido un día como

una pesadilla con notable lucidez por Eu genio Etxe-beste, Antxon.

Arnaldo Otegui y sus colegas tienen la gran oportunidad histórica de salir a la luz con la cabeza alta en la sociedad política y civil vasca, y de sacar a sus camaradas de ETA de la sombra, si tienen el va-lor de emprender el viaje. Esperemos que Otegui y sus colegas tengan la talla

como para tomar el mando de su propio movi-miento. Durante demasiado tiempo, la izquier-da abertzale ha tratado a ETA como el único actor privilegiado en el escenario vasco. Las consecuencias han sido trágicas, en el sentido más estricto de esta palabra tan utilizada. De una vez por todas, es hora de dejar las pistolas y situar la política al mando del Movimiento.

Nunca ha existido un contexto tan prometedor para la

izquierda abertzale de entrar en la corriente dominante, y terminar una batalla fútil que ha echado a perder las energías y vidas de varias

generaciones

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Jornada de la Fundación Sabino Arana en Bilbao

16 de noviembre de 2006

CONSTATAUna política informativa deficiente y asimétricaETA prolifera sus declaraciones afirmando pactos desconocidos para la generalidad.El Gobierno Español apela a indeterminadas re-glas del proceso igualmente desconocidas para la generalidad.

RECOMIENDAPolítica de información de los gobiernos español y vasco que transmita a los ciudadanos los cri-terios básicos y pasos fundamentales para dotar a los ciudadanos de los elementos de juicio que impidan su manipulación y faciliten su tranqui-lidad.Designación por las partes negociadoras de un órgano personalizado de comunicación para infor-mar a los medios sobre la situación en cada fase de proceso.

3

CONSTATADecisiones del poder judicial que entorpecen el proceso.Técnicos jurídicos que, en general, aplican con total rigor malas leyes.

RECOMIENDADistensión.Combinación del principio de legalidad vigente con el principio de oportunidad tal y como posibilita la propia ley y la jurisprudencia cuando invocan las circunstancias sociales como elemento de interpre-tación legal.Compromiso modificaciones legales.Derogación legislación de excepción.Uso legalidad penitenciaria.

4CONSTATALa confusión entre los procesos de pacificación y normalización: ETA adquiere creciente protagonismo en detrimen-to de BATASUNA.Que la mayor amenaza para el proceso es que ETA se vea tentada a simultanear presión y diálogo, o a tutelar el proceso.

RECOMIENDASolicitud de legalización de BATASUNA conforme a la vigente ley de partidos.Facilitar la legalización de BATASUNA y garantizar su seguridad jurídica.Conformación inmediata de una mesa de partidos sin exclusiones.

2

CONSTATAIncertidumbre sobre la voluntad de ETA y su mo-vimiento de poner punto final a la violencia:Exhibición de AritxulegiRobo de armasKale borroka

RECOMIENDAExigencia a ETA de una declaración sobre el final incondicional de su violencia.Al gobierno español que acredite la veracidad de tal declaración.Con carácter previo ETA declararía su anticipada aceptación y asunción de lo que decidan las for-maciones políticas representadas en la mesa de partidos.

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“No ocurre nada irracional que la inteligencia o el azar no vuelvan a poner en la recta vía, ni tampoco nada racional que la estupidez y el azar no puedan desencaminar”

( J. W. Goethe)

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CONSTATALa posición refractaria al proceso de paz por par-te del mayor grupo de la oposición: el PP.

RECOMIENDAMantener los vínculos a pesar de los enfrenta-mientos: No enfatizar las desavenencias.No cortocircuitar el debate: buscar voces indepen-dientes y más cercanas al proceso dentro del PP y en su ámbito social.Mayor utilización del debate en sede parlamentaria.Garantías de no reforma constitucional fuera de los mecanismos legalmente establecidos.

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CONSTATALa polarizacion del colectivo de víctimas ante el proceso:Un grupo relevante niega legitimidad al Gobierno para intentar la paz aún tal intento cuando es res-ponsabilidad política del mismo.

RECOMIENDAReconocimiento del pluralismo dentro del colectivo de las víctimas.Asistencia en todos los ámbitos a las necesidades de las víctimas.La reiteración en la fórmula de que no hay paz sin justicia y que no hay justicia sin reconocimiento de derechos individuales y colectivos, como el derecho a decidir que exige una definición compartida y un ejercicio pactado.Insistencia en recordar que so capa de los dere-chos de las víctimas no se puede fundamentar el inmovilismo político.

6

CONSTATAEl alineamiento mediático: la posición de los medios de comunicación ante el proceso es un correlato de los dos bloques políticamente alinea-dos a favor y en contra, cuando no directamente instigadores de tal confrontación.

RECOMIENDAUna intervención de los medios adecuada al rol social exigible: que informen sobre lo nuevo, veraz y contrastado; y que luego opinen en con-secuencia sobre la información publicada bajo tales principios.

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CONSTATALa tibieza social que se concreta en una disposición colectiva de los ciudadanos más espectadores y expectantes que actores comprometidos con el proceso de paz.Que el proceso aparece demasiado personalizado en los interlocutores de la mesa de pacificación por no haberse constituido aún la de normalización y, sobre todo, por estar el proceso sustentado única-mente en garantías personales.

RECOMIENDAQue los principales responsables no lo confíen todo a un voto ciego de confianza personal, sino en estructuras, reglas, claridad, responsabilidades compartidas, coprotagonismo e implicación de la sociedad civil.Convocar a los ciudadanos vascos y españoles a la tarea colectiva que el proceso supone. Ante las grandes cuestiones, acabar con la violencia y ensanchar el marco democrático lo es, la parti-cipación directa de los ciudadanos a través de los medios de comunicación, de las movilizaciones, de la exigencia a la clase política de resultados efec-tivos, constituye la mejor garantía de éxito para el proceso de paz. No hay mayor elemento desmovilizador que el presuponer que la paz es un hecho dado, y que la presente crisis es una simple interrupción derivada de desavenencias entre políticos incapaces o inte-resados. Consecuentemente, debe quedar claro para la socie-dad vasca el siguiente principio: en cualquier caso, si ETA volviera a la violencia, aun cuando los agentes políticos e institucionales pudieran haberlo hecho mejor y cabría reprocharnos algunas actuaciones, la violencia seguiría sin estar justificada y de ella única-mente sería responsable quien la practicara.

9

CONSTATALa desatención por parte de los actores de la negociación de las instituciones vascas.

RECOMIENDAMayor impulso político desde el Gobierno vasco.Instando el debate en sede parlamentaria de una resolución sobre condiciones mínimas y objetivos políticamente plausibles del proceso de paz.Interesando el más amplio posicionamiento social.Recordando a ETA y al Gobierno Español que las instituciones vascas son ineludibles, por gozar de la mayor legitimidad, en la resolución del conflicto.

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Txema Montero- Koldo Mediavilla.

Debatíamos el pasado 16 de noviembre sobre la irreversibilidad del proceso de paz formalmen-te iniciado con la Declaración de Alto el Fuego Permanente hecha por ETA el pasado mes de marzo. Preocupaba a la Fundación Sabino Arana, muy en consonancia con la opinión pública, la situación de estancamiento del proceso y las condiciones que deberían darse para que tal pudiese tener un punto de no retorno hacia lo conocido: el asesinato político, la destrucción de bienes, la conculcación de derechos; la normal anormalidad, en suma, de lo hasta ahora vivido por todos los vascos vivos.

Los ponentes invitados: Meyer, Hottinger y Zuppi vinieron a coincidir en que nunca se puede asegurar la irreversibilidad en un proceso de paz, aunque sí existen hitos en el mismo indicativos de avances con difícil retroceso. Tal fue el caso de la liberación de Mandela porque, según Meyer con el líder del Congreso Nacional Africano en la calle, la imposibilidad de su reingreso en prisión se sostenía con la imposibilidad del CNA en volver a las armas; una fianza personal, podríamos decir.

En la mayoría de los procesos de paz, tan distintos entre sí, las treguas, los intermediarios garantes, las técnicas negociadoras, los pactos de silencio y/o de transparencia informativa producen desigual resultado. Y el azar, la torpeza o la mezquindad superan los marcos convenidos y llevan in-defectiblemente a que alguna de las partes se represente los acontecimientos que se producen como consecuencia del engaño de la otra.

La cuestión se vuelve mucho más compleja en los procesos de paz que se desenvuelven en el ámbito de una sociedad democrática. La observación externa por los medios de comunicación en muchas ocasiones consigue desviar de su cauce el proceso iniciado; la intervención de los partidos de oposición otro tanto; incluso la operativa judicial, en algunos casos insertos en la “justicia creativa”, o dicho de otro modo, aplicando una mala ley con inflexibilidad, sin acomodo a las circunstancias de los hechos.

Una lectura de tal cúmulo de confluencias: medios incitantes, oposición beligerante, y justicia vindicatoria, efectuada desde la incomprensión del funcionamiento democrático, lleva, ha llevado a ETA, a la conclusión de que “el Estado” es un todo uno redondo, liso y sin fisuras, cual bola de billar, y que se opone al proceso. Bien es cierto que, dentro del MLNV, existen quienes conceden que el Gobierno lo intentó pero, luego, producto de su contrastada “política demoscópica”, aquella que se hace con un ojo puesto y el otro también en los sondeos y editoriales de la prensa afín, acabó arrugándose e iniciando una puja por elevación con el PP acerca de quién cedió más y quién es más duro con los terroristas.

La consecuencia es que el proceso de paz ha descarrilado y solo falta que ETA, quien ha mar-cado desde el inicio los tiempos informativos, publicite su final. La propia organización ya advirtió en su segundo comunicado tras el alto el fuego que éste no era irreversible, y que lo único irreversible era el proceso en sí mismo considerado. Tal percepción de la sociedad vasca y española como permanente-mente dispuesta a respaldar un proceso de paz que ETA tenga a bien proponer cuando lo considere oportuno, supone enorme desconocimiento del hartazgo social que ETA genera, de que en cada nueva tregua que se declara la base de los creyentes es más reducida que en la anterior y de que el crédito público se le agota a la izquierda abert zale por su inconsistencia y falta de paciencia democrática, y, en fin, de que un nuevo asesinato, una nueva muerte intencionada o colateral, de suyo hechos irre-versibles, hará imposible el actual proceso y cualquier futuro que se fundamente en el acuerdo y la transacción.

la muerte, lo único irreversible

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