Herencias Construidas Real Ida Des Sociales Coloniales...Eduardo Cavieres

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    HERENCIAS CONSTRUIDAS. REALIDADES SOCIALES COLONIALESY FORMAS DE TRANSMISIN. DOS ENFOQUES SOBRE UN MISMO

    PROBLEMAEduardo Cavieres F.

    Revista Estudios ColonialesUniversidad Andrs Bello

    Santiago, 2002

    He ledo con mucho agrado el Tomo IV de la "Historia del Pueblo Chileno" escrita por elprofesor Sergio Villalobos.1 No quiero detenerme en los datos, los hechos, los acaeceres, todoslos cuales aparecen profusamente detallados en el libro. Tampoco quiero referirme a los varios yvariados mritos de la obra, ya de todos conocidos. Menos an a que la lectura resulta gil y

    amena gracias a la acertada combinacin de coloridas descripciones de espacios, personajes,sucesos, con otras igualmente interesantes descripciones relativas a buscar significaciones de esossucesos o personajes e incluso advertir cuestiones que podran observarse como anecdticas, peroque igualmente contribuyen a lograr tanto un adecuado conocimiento de un siglo como el XVII,que no se reconoce precisamente como el de los ms estudiados historiogrficamente, como unabuena comprensin de todo aquello que sucedi en ese tiempo.

    He seguido la lectura tratando de superar los datos, aunque sin desconocerlos, para privilegiar lasideas e imgenes que me permitan obtener una mirada global sobre el siglo XVII, para pensar encuestiones de caracterizaciones que corresponden no slo al siglo en s mismo sino en el cmo seha proyectado en el tiempo. Y de esta relacin es que quiero detenerme en dos situaciones o

    problemas muy particulares. En primer lugar, el problema de la construccin de la historia; ensegundo lugar, el problema de la construccin de una idea acerca de esa historia.

    Advierto que este tomo refleja, precisamente, una construccin slida, y al mismo tiempointeresante y armoniosa. En la imaginera del trabajo historiogrfico, cada ladrillo de esta nuevaconstruccin del siglo XVII est bien ubicado y a travs de conjuntos de ellos hay un trnsitoexpedito desde unos a otros pasillos que, a su vez, conducen a los diversos compartimentos de laobra. Se trata de la arquitectura del conocimiento. Algo ms que una simple reconstruccin de un pasado que, por lo dems, ya ha sido construido y reconstruido anteriormente. Aunque elpensamiento de Villalobos es simple y directo, lo que no le resta en modo alguno profundidad,siguiendo a Certeau, me explico ms los desarrollos que nos presenta a travs de la idea de

    produccin, de aquello que trasciende la concepcin simple de causalidades, en donde se puedendistinguir dos tipos de problemas: por una parte, los referidos a la remisin del hecho y a lo quelo ha hecho posible; por otra, a los de obtener una coherencia o un encadenamiento entre losfenmenos comprobados. La primera cuestin otorga privilegios a lo que est antes; la segundaexige al historiador el cuidado casi obsesivo de llenar las lagunas, y hace las veces, ms o menosmetafricamente, de una estructura,2 Esto ltimo es lo que se aprecia en el caso de esta historia

    1 Sergio Villalobos,Historia del Pueblo Chileno, T. IV, Editorial Universitaria, Santiago, ao 2.000.2 Michel de Certeau, La Escritura de la Historia; 2 edic. en espaol, Universidad Iberoamericana, Mxico D. F.,1993, pp.25-26.

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    del siglo XVII. Ac no es el caso detallar en qu consisten cada uno de los elementos utilizadosen la construccin, en la estructura; bastar con decir que ellos son muchos y que las lagunas,espacios, o vacos que quedan en los intersticios o en piezas faltantes para el armado, han sido

    cubiertas muy adecuada y elegantemente por las ideas, imgenes y reflexiones del historiador.Me interesa pues, referirme casi exclusivamente a mis reflexiones relativas a la problemticarelacionada con la construccin de una idea de la historia.

    Voy a poner un ejemplo. Escribe Villalobos: "Ercilla impuso, con la fama de su poemagrandioso, la imagen de un pueblo guerrero, indomable y valeroso, echando las bases para lacreacin de un mito que generaciones posteriores adornaron, recargaron e hicieron derivar ainterpretaciones fciles". Agrega: "Se ha pretendido que el araucano fue un pueblo guerrero,cuyas virtudes habran pasado a la raza chilena a travs de los descendientes mestizos. Lafalsedad de ese planteamiento es obvia, porque no hay pueblos ni razas guerreras, cada nacindesarrolla habilidades blicas o de cualquier otro tipo, urgido por necesidades momentneas.

    Idiosincrasia o caractersticas sociales no se transmiten por va somtica, sino que son elresultado de una transmisin cultural que puede variar en cualquier poca por nuevas influenciasy transformaciones en el ambiente". 3

    Con qu imagen nos quedamos? Con la de Ercilla o con la de Villalobos? He aqu un problemadentro de los grandes problemas de la historia. Por una parte, la realidad. En seguida, laconstruccin de lo que se quiere dejar: la o las herencias; en seguida la construccin de cmo sequiere empezar a recordar eso que ha pasado: la transmisin cultural. Posteriormente, el cmo seve 10 que sucedi o el cmo se comienza a transformar el cmo se record. A menudo, lamemoria histrica no es necesariamente el reflejo de la realidad histrica; pero generalmente lamemoria histrica resulta ser la adecuacin del recuerdo del pasado a las circunstancias del

    presente. La memoria histrica es tambin construccin cultural. El caso indgena y lasignificacin de lo indgena es un buen ejemplo para ilustrar esta situacin.

    Reflexionando sobre la obra de Jos Mara Arguedas, Vargas Llosa recuerda que uno de lospersonajes de "Todas las sangres" pensaba al Per corno un pas antiguo. Pese a la explotacin ya la miseria, el mundo arcaico, "ha conservado las virtudes ancestrales -el colectivismo, laemotividad, la aprehensin religiosa del orden natural, el culto a los dioses Jares y a la msica, ala lengua quechua, la solidaridad y el espritu comunitario-". (Esa es la mirada romntica. Sinembargo, viene tambin la mirada realista). Agrega que, "no hay mundo campesino mgico,religioso, folclrico, que sobreviva a la modernizacin". Todo esto dice relacin con parteimportante de realidades sociales histricamente mantenidas en el tiempo. Seala igualmente que

    hay que sealar que es a partir de ello que el andinismo y el indigenismo, desde una perspectivaideolgica no siempre coincidente con ese orden natural, ha venido dualizando el mundo entre elbien y el mal.4

    3 Villa lobos, op. cit., pp.67-684 Mario Vargas Llosa,La utopa arcaica. Jos Mara Arguedas y las ficciones del indigenismo. F.C.E., Mxico D.F.1996, pp.27 1-272; 275-277.

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    En el caso de Chile, en el siglo XVII, por circunstancias histricas y socio-culturales explicadasmuy adecuadamente a travs de los primeros captulos del libro de Villalobos, la poblacinindgena es todava un sector activo de los procesos en desarrollo, pero tendencialmente sector

    sujeto no slo a formas de marginalidad interna, sino sujeto empujado, expulsado, hacia la periferia. Lentamente, ya desde fines del mismo siglo, lo que queda no es precisamente laherencia de algo construido de modo permanente por la propia sociedad indgena, sino ms bien,aquellas miradas epopyicas a la manera de Ercilla, pero en forma ms considerable, a travs dela construccin de imgenes tendenciosamente formadas segn fuesen las necesidades e interesesde los tiempos.

    No es que despus de la ltima rebelin de la Araucana de los aos 1654.-1662 no hubiesentensiones, sino que esa situacin, al decir del mismo Villalobos, fue "exagerada con ahnco porlas opiniones de los militares y en, general de los contemporneos".5 La intensificacin de lasrelaciones fronterizas separ a la gran masa de la poblacin indgena de esta otra historia nacional

    en formacin. Quizs por ello, y por la historia que sigui, es que el problema indgena en Chile,siendo todava hoy en da un problema real, no se convierte nunca en problema nacional. Es unadiferencia notable entre el indigenismo andino o el indigenismo mexicano, metidoprofundamente en las historias de las naciones respectivas y fuente continua de legitimacin deesas mismas historias, especialmente en tiempos de crisis profundas. En esas sociedades, lasherencias se han transmitido en forma continua desde el propio mundo y desde el propio tiempode los ancestros. Los tiempos intermedios lo han interpretado, lo han resignificado, lo hanremitificado, pero han seguido conservando algo (no sabemos si lo ms esencial) de esos tiemposoriginales. Obviamente, las interpretaciones y las resignificaciones, dependiendo de lasnecesidades de cada momento, adecuan el pasado al presente. No obstante, y en definitiva, todofluye a partir de algo que siempre ha estado all, con presencia concreta, algo que molesta las ms

    de las veces a las conciencias oficiales, y con mayor razn a las modernizaciones ilustradas, peroigualmente presencia concreta.

    Las herencias en la historia no corresponden slo a herencias materiales, son tambin imgenes,ideas, formas conductuales, incluso ensoaciones. Los grandes sueos, propios de lo ms intimode lo que podra ser Latinoamrica, deberamos verlos a partir de las grandes construccionesmticas, mgicas de ese mundo arcaico que pudo sobrevivir; pero que lo hace a travs del tiempohasta llegar a la actualidad con un mensaje permanente; en un "orden" que desde lossubconscientes colectivos siempre estn prestos para volver a surgir; corrientes que se desplazanbajo la superficie, pero que no han desaparecido definitivamente. Las ideas, ms que las cosasmateriales, necesitan de continuidad temporal. Las grandes herencias son en realidad ideas

    originadas en las realidades histricas concretas. En lo que es la construccin de nuestra identidadnacional, las ideas respecto a nuestros antepasados indgenas son ms bien tibias construcciones provenientes ms fuertemente desde la crnica, desde la leyenda, desde los discursosintelectuales y oficiales, que desde las propias realidades sociales.6 Por ello es tambin que

    5 Villalobos, op. cit., p. l86 Villalobos, op.cit., entrega ms que un ejemplo al respecto. "Los caciques no fueron aquellos jefes magnficos yautoritarios que pint Ercilla.,," (p.61); "Ese cuadro confuso provena de la cultura tribal que favoreci unaresistencia sin plan general, salvo contadas excepciones..." (p.63). En varias ocasiones vuelve a citar el caso de

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    todava en la actualidad, en las esferas oficiales del poder poltico o el poder econmico, perotambin colectivamente a lo largo del pas, no se sepa comprender realmente las esencialidadesde los conflictos indgenas del sur. Difcil es comprender un mundo que coexiste, que sabemos

    que est all, pero que en general se muestra ajeno. Es ms fcil seguir pensando, como lospersonajes de Arguedas, que los mundos antiguos no sobreviven a la modernizacin.

    En el orden del libro de Villalobos, a los captulos sobre la guerra y la vida fronterizas le siguenlos correspondientes a los contextos externos en los que se sita la vida del siglo XVII. En estosdesarrollos, pienso -con algunas diferencias con el autor que las incursiones holandesas einglesas, por ejemplo, incluida la presencia de Sharp en La Serena, no gravitan en la historia msall de los miedos del momento o del hecho de crear preocupaciones permanentes por lossistemas defensivos o por los problemas del contrabando. Son simplemente episodios, no dejanherencias. Milan Kundera ha ilustrado elegantemente los escasos significados del episodio. Nosrecuerda que el episodio fue un concepto importante en la "Potica" de Aristteles. "A Aristteles

    no le gustan los episodios. De todos los acontecimientos, segn l, los peores son losacontecimientos episdicos. El episodio no es ni una consecuencia indispensable de lo queanteceda ni la causa de lo que seguira; se halla fuera de ese encadenamiento causal de aconteci-mientos que es una historia. Es una simple casualidad estril, que puede ser suprimida sin queuna historia pierda su ligazn comprensible...".7

    Poco tambin puede deducirse de los hechos de la vida econmica del siglo XVII: "Los cambiosfueron escasos y no tuvieron gran significado en la perspectiva mayor".8 Los conocidoscaracteres de una pobreza generalizada, la estrechez de los mercados y la modestia de lasnecesidades explican, como en tantos otros momentos, la afirmacin anterior. Ms que eldesarrollo de nuevas formas de produccin y de sus respectivas relaciones sociales, la economa

    simplemente funciona. No obstante, aunque sea para mal, debe rescatarse un par de situaciones: por una parte, las dependencias, pero tambin las pestes, las sequas, los terremotos, quecomienzan a configurar su proceso de transformacin desde su individualizacin como sucesoscoyunturales a su proyeccin estructural que an no se logra derribar; por otra parte, las ade-cuaciones del mundo de la estancia, comienzan a configurar el largo proceso de conformacin dela hacienda y esta situacin, para algunos tiempos y para algunos sectores de la sociedad, s quecorresponde a una herencia de muy larga duracin.

    He aqu otro problema. Es cierto que las instituciones oficiales organizan y crean mandatos a lassociedades y, a veces, stos resultan en una larga existencia histrica. Pero, en realidad, ms quela norma importa el comportamiento de las sociedades. En el largo tiempo, es la prctica la que es

    capaz de convertir una ley en una institucin. Si bien es cierto nadie puede negar el peso de larelacin vertical (hacia abajo) de los sistemas, tampoco hay que negar la incidencia de las

    Ercilla y la formacin del mito, pero agrega: "aunque ya nadie lee el poema, porque no es necesario: los mitos cobranvida propia (p.72); "Tantos intereses confabulados para estimular la guerra y exagerar su magnitud, tuvieron xito.Se impuso la visin tremendista, aceptada sin asomo de duda y que incorporada a la realidad mental de entoncesdeba perdurar como un mito hasta el da de hoy" (p.75).7 Miln Kundera,La inmortalidad. RBA Editores, Barcelona 1993; sexta parte W14, p.359.8 Villalobos, op. cit., p. l47.

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    relaciones horizontales que se dan en las sociedades y cmo en esas relaciones sociales (inter-grupales; inter-tnicas; inter-clases) se producen respuestas, acondicionamientos, interpretacionesde las normas y de los poderes que terminan siendo verdaderas construcciones histrico-

    culturales. Incluso estudiando el carcter de una clase determinada, en un tiempo determinado,"la clase define no un grupo de personas aisladas, sino un sistema de relaciones, tanto verticalescomo horizontales. As, es una relacin de diferencia (o similitud) y de distancia, pero tambinuna relacin cualitativamente distinta de funcin social, de explotacin, de dominacin/sujecin.Por consiguiente, cuando se estudia la clase debe estudiarse tambin el resto de la sociedad de lacual forma parte".9 Se comprender, por tanto, la complejidad de las inter-relaciones sociales, noslo en cmo ellas se producen en un tiempo dado, sino tambin en cmo ellas confluyen en untiempo dado. En este nivel, observando el siglo XVII, independientemente de episodios oacontecimientos, me es difcil encontrar la especificidad concreta del mismo. Y no es que sea unsiglo estril, como lo demuestra Villalobos y de paso lo revaloriza, sino es por el hecho que engran parte (posiblemente por la historiografia construida sobre l), se ha ido desdibujando y

    quedando muy en el pasado. En la arquitectura del conocimiento existente, la mayora de los procesos que han terminado siendo nuestras herencias histricas ms fundamentales,simplemente lo atraviesan.

    De todas maneras, un siglo siempre es un siglo y en un siglo siempre ocurren cosas importantes.Para el esfuerzo que significa la observacin de las relaciones sociales en una forma idealmenteintegrada, son muchos los esfuerzos y las experiencias historiogrficas que conocemos,especialmente aquellas que las observan en sus manifestaciones culturales. As lo han hechoFernand Braudel con sus barreras sociales y sus fronteras culturales; Thompson y Hobsbawm conla cultura popular y sus cambiantes formas en las relaciones tradicin-experiencia; Le Goff y LeRoy Ladurie, con sus rasgos de estructuralismo, pensando en la cultura como la verdadera base

    del comportamiento humano; Foucault con sus rupturas inexplicadas e inexplicables; lainfluencia de la antropologa simblica, etc. Aunque no todas las aproximaciones seanconciliables (especialmente las miradas sobre la unidad de la cultura y los significadoscompartidos, en contraposicin con las miradas de diversidad cultural y conflictos), cada una deellas refleja partes de una totalidad que se trata de analizar y comprender.10

    Lo anterior significa diversas entradas a los escenarios sociales de la historia. Evidentemente, escomprensible que, introducindose en estos espacios, Villalobos intente, en primer lugar, explicarla sociedad del siglo XVII (y por extensin, la sociedad colonial) como una sociedad dedominacin y que lo haga a travs de un hecho sustantivo, la dominacin de las masas indgenaspor los espaoles, y a travs de una dualidad social establecida sobre dos categoras bsicas: los

    dominadores espaoles (el grupo hispano-criollo o el grupo hispano-chileno) y los dominados(mestizos, indios, negros, mulatos, etc.) a los cuales se les impone un rgimen jurdico acorde conlos basamentos ideolgicos y la rgida jerarquizacin del funcionamiento socia1.11 Segn el

    9 Eric Hobsbawm,Historia social e historia de la sociedad. Sobre la Historia (edic. en espaol), Crtica, Barcelona1998, p.99.10 Peter Burke, "De la Historia cultural a las historias de las culturas",En la encrucijada de la ciencia histrica hoy.El auge de la Historia cultural; Eunsa, Univ. de Navarra, Pamplona 1998, pp.03-20.

    11 Villalobos, op.cit., pp.212-215.

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    mismo Villalobos, la existencia de capas medias, cuyas huellas "son tenues y dispersas",establecen la situacin de continuidad con los escalones de ms abajo. En su conjunto, todosestos elementos, en su conjugacin concreta, nos entregan la visin de una realidad mucho ms

    compleja y dinmica de la que solamos tener para el siglo en estudio. Adems, sin desconocerque la dominacin, en su momento, se impuso a travs del rgimen jurdico, parece posibletraspasar la fuerza coyuntural de ese rgimen jurdico a la fuerza estructural que se vadesarrollando en la propia sociedad, a travs de sus mltiples inter-relaciones y que, en definitiva,nos permiten encontrar aqu una de las herencias coloniales (no slo del siglo XVII) presenteshasta esta misma actualidad: a pesar de los diversos contenidos de la dominacin y a pesar de losdiferentes discursos contra la dominacin, ciertas formas esenciales del colonialismo siguenpresentes y han imposibilitado la formacin concreta, permanente, madura, de una sociedad deciudadanos.

    En la construccin de estas herencias importan no solamente las formas, sino ms bien las

    significaciones ms profundas de los contenidos con los cuales podemos definir situaciones delpasado y del presente. Para el siglo XVII, nos dice Villalobos que, "El sentimiento de la honra,tan caracterstico de la Conquista, an mantena cierto vigor no obstante que los valores de lahidalgua se iban perdiendo. Consista en el proceder intachable, la honestidad, los serviciosprestados al rey y a la colectividad, y un estilo digno, que deban ser mritos de la persona, de sufamilia y de los antepasados. La honra se heredaba, se la cultivaba y acrecentaba, de modo queera un valor intrnseco de la trama estamental".12 El sentimiento de la honra es un aspecto de loscomportamientos sociales que adquiere, precisamente, diversas formas, que asume diferentescontenidos y que incluso presupone intencionalidades muy concretas. Por lo dems, la honra noes atributo nico de los sectores dirigentes, tambin ella se traspasa a los otros sectores de la poblacin, que le dan sus propios alcances y significados. Una de esas significaciones lleva a

    relacionar la honra, como valor, con la herencia, como traspaso de los bienes materiales y del poder. La sntesis de esta relacin se realiza en la familia, y la familia, como conjunto derealidades biolgicas, sociales, econmicas, pero tambin como legitimacin de variadasestrategias de sobrevivencia, va conformando, a todo nivel, parte de las herencias msfundamentales de una sociedad tradicional. 13

    En un sentido similar, aunque tampoco se trate de una creacin propia del siglo XVII, el llamadorostro feo de la miseria es otra constante que a travs del tiempo va adquiriendo diferentesformas. Es tambin herencia colonial, pero no exclusivamente en trminos de su materialidad,sino ms fundamentalmente en trminos de la construccin de un prejuicio ideolgico que en lalegitimacin de cualquier orden social, del pasado o del actual, siempre termina no slo culpando

    a los sectores sociales ms desprotegidos, sino adems negndoles su capacidad de razonar y dedecidir por s mismos. Si en el siglo XVII se trata de la condena previa, el XVIII es eldisciplinamiento y el XIX la caridad. Lo cierto es que cada modalidad de modernizacin hatenido y tiene sus propias modalidades de miseria.

    12 ViIlalobos, op.cit., p.219.13 Al respecto, ver Eduardo Cavieres, "Familia e Historia social. Los significados de las herencias y el frgil orden delas cosas".Revista deHistoria Social y de las Mentalidades; Vol 4, Santiago, invierno del 2000, pp.153-175.

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    En el siglo XVII, "El lapso de la vida transcurra con un ritmo montono, alterado slo de vez encuando por sucesos familiares o de la existencia pblica".14 Antropolgicamente, eso es parte de

    la vida individual y colectiva. En parte se trata de una herencia biolgica y mental que conservauna dimensin colectiva bastante ms extensa de lo que suponemos. Obviamente, tiene tambinsus propias expresiones histricas. En definitiva, a nivel social, qu son ms importantes? Loscambios o las permanencias?

    Como sea, es importante considerar las inercias, los ritmos, las diferentes densidades quealcanzan los mismos acaeceres en momentos diferentes, las continuidades y discontinuidades delos procesos. En el balance de todo ello, se pueden encontrar las herencias de todo ello.

    Pensando en la estructura social y econmica de la Amrica hispana y en particular en el caso delos salarios, Alvaro Jara escribi que "lo importante de los elementos de la definicin reside en su

    valor estructural, lo cual no les resta nada de su valor de funcionamiento. Este valor estructuralgarantiza una larga permanencia temporal en la arquitectura de la sociedad y los dems elementosen juego no consiguen escapar a esta lnea organizativa primaria".15 Podemos agregar que elvalor de la definicin est en los contenidos que la componen, pero tambin en los significadosms intrnsecos de las permanencias que, visualizadas como herencias, se encuentran ocultas ennuestro subconsciente colectivo, ligndonos ms a un pasado cierto que acercndonos a un futuroincierto.

    Si en el siglo XVII distinguimos una serie de fenmenos relacionados con la construccin de lahistoria a nivel de los caracteres que van a otorgar una fisonoma determinada a una sociedad, esposible pensar que es en el siglo XVIII cuando comienzan a notarse ms ntidamente rasgos de

    carcter estructural a nivel de la sociedad propiamente tal, en particular de la sociedad que engran parte an conocemos, especialmente si se la piensa en trminos de su funcionamientoconcreto.

    La obra de Villalobos es historia general que permite, en consecuencia, reflexiones igualmentegenerales. Quiero pasar ahora a lo que podramos considerar un ejercicio de la prcticahistoriogrfica propiamente tal y distinguir all algunas de las conformaciones estructurales quese transforman en herencias sociales que aun participan de las realidades del presente.

    Hoy en da se es ms flexible en aceptar que la vida material (para algunos cultura material, paraotros civilizacin material) es ms realidad histrica que simple planteamiento terico-

    ideolgico. Por lo dems, no hay mejor construccin materialista de la historia que la que resultadel propio funcionamiento del mercado desplegado en todas sus intensidades. La vida materialrelaciona al individuo y a los grupos sociales con su entorno, les identifica, les permite vivir lavida de una manera determinada. Las sociedades, en su conjunto, alcanzan sus particulares

    14 Villalobos, op.cit.,p.327.15 lvaro Jara, "Salario en una economa caracterizada por las relaciones de dependencia personal"; en Guerra ySociedaden Chile, Universitaria, 5" edicin, Santiago 1990, p.310.

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    definiciones de s mismas respecto a la organizacin del poder y de la propiedad de los bienesdisponibles. En tiempos contemporneos, aquellas que han alcanzado un nivel de desarrollomoderno, colectivamente (excepto los grupos extremos) han socializado parte importante de la

    participacin en los ingresos nacionales, lo cual ha significado rupturas de diversos grados con elpasado. Por el contrario, las sociedades menos desarrolladas y con la siempre presente pobreza enparte importante de su poblacin, son aquellas que en definitiva no han roto con el pasado y endonde la propiedad de los bienes y de los ingresos sigue mantenindose en los rgidos marcos dela jerarquizacin impuesta desde ese mismo pasado. All, el problema de la propiedad seconstituye en una de las herencias ms rgidas y fuertes.

    Independientemente del tipo de propiedad y de las muy diversas formas que ella alcanza, el problema es central en la historia, especialmente en lo que se refiere a la tierra, tanto en suscapacidades. de produccin de excedentes o en la reproduccin de formas sociales comoigualmente "en trminos de raigambre, duracin y poder social.16 El tema no es ajeno a la

    historiografa chilena y a los esfuerzos por conocer los procesos y mecanismos a travs de loscuales se fue construyendo la historia de la propiedad, especialmente de la propiedad rural. Eneste caso, queremos insinuar algunas de estas herencias en un espacio local, pero no pensado enesos trminos espaciales particulares, sino ms bien a nivel de la microhistoria, es decir,manteniendo el problema, pero reducindose la escala de observacin,17 a objeto de visualizarms estrictamente la situacin especfica de modo que posteriormente nos permita, de nuevo,volver a las generalizaciones.

    Un primer acercamiento es a nivel del valle de Quillota. All, los orgenes de la propiedad seremontan lgicamente a los primeros repartimientos de Pedro de Valdivia, quin reserv para sel valle de Conconcagua y los asientos mineros cercanos a las estancias de Lampa y Quillota, en

    donde se concentraban importantes ncleos o pueblos indgenas. En rigor, el gobernador dej para s la totalidad del valle de Lampa y una extensin de tierras correspondientes al actualLimache y su expansin a travs de un sector importante del antiguo ro Margamarga.18Posteriormente, en 1544, una nueva distribucin de mercedes y encomiendas efectuadas por elmismo conquistador, posibilitaron al bachiller Rodrigo Gonzlez Marmolejo el usufructo deQuillota, con el tiempo el primer Obispo chileno y a quin le sucedieron en el goce de esas pertenencias don Diego Mazo de Alderete y despus don Francisco de Irarrrzabal. A su vez,desde fines del siglo XVI, Y por diferentes razones, stos fueron reemplazados por hombres de laimportancia e influencia de Juan de Rivadeneyra, Manuel de Carvajal, Pedro de Arancibia y otrosque formaron familias locales de gran mantencin en el tiempo.

    De la visita de indios efectuada en 1689 se desprende que a lo largo del valle se habanconstituido, a lo menos, cinco grandes propiedades que se complementaban con encomiendas deindios. Ellas fueron las de Thomas de Caldern, Cristbal Hurtado de Mendoza y las haciendas

    16 Ver Jacques Attali,Historia de la propiedad, Planeta, Barcelona, 1988, especialmente pp. 52-57.17 Giovanni Levi. "Sobre microhistoria"; en Peter Burke (ed.), Formas de hacer historia, Alianza, Madrid, 1994, pp.119-143.18 Ernesto Greve, "Introduccin a Mensuras de Gins de Lillo", Coleccin de Historiadores de Chile. T. XLVIII.Santiago 1941, p.xxiii.

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    de Puchuncav, Pocochay y Ocoa. De estas visitas, adems de los aspectos concernientes a lapropiedad en s, se pueden conocer variadas relaciones demogrficas y sociales. La encomiendade Thomas de Caldern, por ejemplo, contaba con una matrcula de 35 indios mayores de 18

    aos. De 26 de ellos sabemos parte de sus condiciones de vida al momento de la visita: veinteeran casados, tres viudos y tres solteros. La edad promedio del grupo era de 36 a 37 aos; 18 elmenor y 58 el mayor, con concentracin en los tramos 18-28 y 39-48. Cinco de los hombrescasados no tenan hijos y slo uno de ellos declar haber tenido nueve. El grueso tena menos decuatro y en promedio cada familia tena 2,5 hijos. En el total de stos, la relacin de masculinidadfue muy pareja con las mujeres: 31-30. Sumados el nmero de hijos y las correspondientesmujeres casadas, ms aquellos indios matriculados, pero no visitados por ausencia temporal,tenemos fcilmente una poblacin indgena cercana a las 100 personas.19

    La visita nos permite apreciar, adems, que la actividad econmica de la estancia no era an muyprspera o diversificada. Con la excepcin de tres indios con oficio (un carpintero, un curtidor,

    un maestro de jarcia), todos ellos se ocupaban de funciones no especializadas. Sin embargo, esevidente que ya entonces las ocupaciones propiamente agrcolas se complementaban con aquellasde curtidura y particularmente con el trabajo de la jarcia. En la medida que la gran propiedad seva constituyendo con rasgos ms definitivos, otros sectores de la poblacin fueron igualmentecreciendo y conformando un ncleo importante de carcter mes; tizo-blanco, que a travs de laexplotacin de medianas y pequeas chacras o de asentamientos mineros posibilitaron la eleccindel valle como centro de la fundacin de la villa en 1717.

    A propsito de la ereccin de San Martn de la Concha con la categora de ciudad, categorarechazada por el Rey al calificada slo de villa, surgi una correspondencia del Cabildo de la cualse pueden obtener datos varios, como el concerniente al origen del Tambo, o Iglesia llamada de

    los indios, ubicado en el centro del valle y alrededor del cual se fueron concentrando tanto natura-les como espaoles escapados del alzamiento y desolacin de La Imperial y Osorno. Con eltiempo, y a distancia de una legua, se establecieron los religiosos de San Francisco, creando unnuevo espacio semi-urbano de alta presencia espaola y de carcter comercial, lo que fueestimado para que el centro o plaza de la nueva villa se ubicara a dos cuadras de dicho conventoquedando, por tanto, un rea intermedia de propiedades agrcolas entre la villa y el distrito delTambo, convertido ahora en vice-parroquia. A pesar de ello, las estancias de encomenderossiguieron dominando gran parte del paisaje y de la vida local al no encontrarse en los grandespropietarios inquietudes mayores para favorecer el adelantamiento de la villa.20

    No obstante lo anterior, el surgimiento de la villa tuvo fuerte incidencia en la revalorizacin del

    suelo agrcola a travs de todo el valle y, durante el siglo XVIII, comienza la divisin de lasgrandes propiedades. Hacia Reutn, la situacin se mantuvo en general estacionaria. HaciaPoncague (San Pedro), podemos distinguir a lo menos cinco grandes subdivisiones. En el centro

    19 "Visita de los indios de la estancia del Maestre de Campo don Thomas de Caldern. Quillota, 22 de marzo de1687", Real Audiencia, Vol. 144. Fjs. 96 y ss.20 Sobre estos antecedentes se puede ver, entre otras documentaciones, "El Cabildo de San Martn de la Concha alRey, aos 1720 y 1725", Manuscritos Medina, VoI.179, N 3943, 3946 y 3947.

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    del valle, de las extensiones de Juan Rivadeneyra del siglo XVII, surgen ahora alrededor de seisimportantes estancias. En San Isidro encontramos tres y situacin parecida ocurre en La Palma y,hacia la costa, en Puchuncav. 21

    Un caso ilustrativo, a nivel de las grandes propiedades, es el correspondiente a la Hacienda de LaPalma, a mediados del siglo XVIII de propiedad de doa Mara Constanza Marn y Aza, viudade Thomas Ruiz de Aza, protector fiscal de la Real Audiencia, e hija de don Joseph Marn dePoveda, Marqus de la Caada Hermosa, hombre de los ms importantes a travs de todo el vallede Aconcagua y Superintendente General en la ereccin de la villa de San Felipe. Por muerte deste, dos de sus pertenencias en Quillota, las llamadas de Poncage y Pilolpn, por herencia y porser acreedora a la dote de su madre, compusieron la estancia La Palma y pasaron a manos dedoa Mara Constanza quien, a su vez, hacia 1780, la dio en venta a su yerno Ramn Corts yMadariaga, esposo de su hija Francisca de Paula Aza y Marin. En todo caso, las propiedadesfamiliares fueron desestructurndose y en el caso local, junto a la Hacienda La Palma, don Joseph

    Toms de Aza, hermano de Francisca, conserv para s la propiedad de la Hacienda de Purutn,otra de las ms notables a nivel regional, al igual que la del Meln.

    A fines del siglo XVIII, la parte correspondiente a Poncage, desde el estero al poniente, al ladode la villa, contaba con 164 cuadras y hacia el este con 266 cuadras. Del total de ellas, 431correspondan a tierras llanas, de mayor precio mientras ms cercanas se encontraran a la villa,pero en promedio con aquellas de cabezada, faldeo de cerros o cenagosas, estaban tasadas en unvalor de alrededor de doce pesos cuadra. Si bien las condiciones materiales de la propiedad noeran de las mejores ya que la casa principal, capilla y dependencias de cocina, panadera yexpensas estaban fuertemente deterioradas, la actividad econmica que all se desarrollaba eraimportante.

    En 1780 el inventario de la hacienda no slo entregaba datos que permiten apreciar la cuanta delas inversiones en instrumentos de produccin, viedos, frutales y animales, sino adems sucorrespondiente produccin de vinos y vinagres, cueros, sebo, grasas, charqui, frutas, camo yjarcia, esta ltima, una de las actividades de mayor impulso en la regin durante el siglo XVIIJ(uno de los centros de produccin ms significativos de jarcia fue la Hacienda de Pullally en LaLigua). La hacienda era tambin un pequeo gran centro de poder local en donde la figura delencomendero se realzaba con la posesin de los indios y de ocho esclavos para el serviciodomstico de la casa.22 Las diversas estrategias para la conservacin de la gran prppiedad,herencia para la conservacin de la familia, no de los individuos, contrasta con la subdivisin delas pequeas propiedades, herencia para la subsistencia individual. 23

    21 Adems de la revisin documental, es importante consignar el estudio de Margarita Salas c., "Visin Histrica dela propiedad rural y uso del suelo en el valle de Quillota, Seminario de Titulacin", U.C.V., 1987.22 Sobre estas consideraciones, ver Real Audiencia, Vol. 107.

    23 Nos hemos referido a esta situacin en "Los seores y los despreciados. Familia, poder y transmisin de la riquezaen las formaciones sociales del Chile tradicional", Actas de la V/l Jornada NacionaldeHistoria Regionalde Chile,Universidad de Chile, Santiago 1996, pp.79-94.

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    Como se ha sealado anteriormente, desde mediados del \ siglo XVIII, como sucedi tambinhacia el Norte Chico (desconocemos la situacin particular hacia el Sur), se inici el proceso desubdivisin de la propiedad, que para los sectores ms subordinados signific rpidamente la

    atomizacin de sus ya reducidas pertenencias. Adems, as como en los siglos XVI y XVII losdeslindes de los grandes repartimientos no pudieron ser precisados con exactitud, en tiemposposteriores los juicios seguidos ante la Real Audiencia sobre mejores derechos a la posesin detierras, dan cuenta de la dinmica que el cambio y estructura de la tenencia agrcola comienza aexperimentar. Junto a ello, opera igualmente el incremento del valor de la superficie cultivable yrazones demogrficas bsicas como la extensin o disminucin de los troncos familiaresoriginales.

    En algunos casos, los juicios superaron la vida de una o ms generaciones. Entre 1639 y 1642,Diego de Rivadeneyra se enfrentaba judicialmente con Pedro Oyo de Leiva para poder establecersu dominio en tierras del valle de Quillota. Un siglo ms tarde, Miguel Rivadeneyra se

    encontraba en juicio con Clara Pastene y Avendao sobre los derechos quedados porfallecimiento de su antecesor don Joan Manuel Rivadeneyra.24 Obviamente, el ejemplo no fueexcepcin y, muy por el contrario, hubo continuos juicios por deslindes y mensuras de las tierrasde Ocoa, Llay Llay, estancia de Limache, San Isidro, Concn, Chillicauqun, San Pedro, etc.25

    El proceso se acrecent durante el siglo XIX. Las nuevas condiciones de los mercados internos yexternos, la fuerte insercin de la regin en nuevos y ms modernos circuitos comerciales,ejercieron tambin presin sobre la propiedad agrcola. Al reforzarse las grandes extensiones y algeneralizarse instituciones laborales que teniendo origen colonial van alcanzando su madurez, seintensifica la tendencia opuesta hacia el minifundio. Por otro lado, mientras siempre es posible(aun cuando no exento de dificultades) el seguir la huella de los encomenderos del pasado y de

    los hacendados del siglo XIX, es muy difcil seguir la historia de la pequea propiedad. Se agregael hecho de que as como la gran propiedad experimenta ciclos de contraccin y otros deexpansin, ella misma expulsa o acoge poblacin dando origen a movimientos'- demogrficos y aconflictos sociales de magnitud .26

    El primer repertorio de escribanos para la localidad de Puchuncav, que se extiendecronolgicamente entre los aos 1770 y 1840, nos permite visual izar particularmente lo quesucede en esa localidad. La estancia de los Maitenes, en el pasado de posesin de Mara GraciaVicencio, pas sucesivamente a Andrea Rivera, Miguel Fernndez, y, estando indivisa hacia1820, a Jos Mara Fernndez y a sus hermanos y a Gabriela y Juana Daz, entre otros. En 1827,

    24 Real Audiencia, Vol. 922, pieza 1 y vol. 20, completo.25 Tambin Real Audiencia, Vol. 363, pza.2, 1613; voI.1525, pza.2, 1754-1760; vo1.785, pza.l, 1774-1776; vo1.21O,1703-1706; vol. 886, pza. 1,1758-1778.26 Respecto a esta problemtica, son bien conocidos los artculos de Ann Hagerman Johnson, "The Impact of MarketAgriculture on Family Ilousehold Structure in Nineteenth-century Chile", Hispanic America flistorical Review, 58, N4, 1978; Eduardo Cavieres F., "Sociedad rural y marginalidad social en el Chile tradicional, 1750-1860", enGonzalo Izquierdo (ed.), Agricultura, trabajo y sociedad en Amrica Hispana, Nuevo Mundo, cinco siglos, N"3,Santiago 1989; o Gabriel Salazar,Labradores, peones y proletarios, Santiago 1985.

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    se trat de reconstituir parte de la antigua extensin, cuando todos los ltimos nombradosvendieron cada uno sus derechos parciales a Francisco Fernndez.27

    La estancia de Melosillas, al norte de Chillicauqun, de la familia Vera, igualmente sufri unproceso de desintegracin que fue amplindose a travs de las diferentes generaciones hasta gue,entre 1824 y 1832, volvi a concentrarse en manos de don Mariano iguez por sucesivascompras que ste hizo a cada uno de los que haban logrado porciones o hijuelas. A ese momento,la antigua gran propiedad se haba fraccionado, entre otros, en la hijuela de Vicente Jorquera, laestancilla de los Rodrguez, la posesin de Francisco Angloy, de Lorenza Manay y lacorrespondiente al propio don Mariano.28

    Situacin similar fue la .experimentada por la estancia de Pucaln cuyo dueo principal a finesdel siglo XVIII era don Toms Fernndez, parte por herencia de familia, parte por compra a lafamilia Riveros. Desde all se inici una serie de subdivisiones en hijuelas y actos de compra y

    venta que hacen aparecer, hacia la dcada de 1840, otros medianos y pequeos propietarios comolos Gmez, Surez, Nez, Toro, Zamora y Cipriano Romn.29 Junto a estos casos, se puedenencontrar mltiples referencias a transac~ ciones diversas de propiedades menores (a vecessimplemente por un par de cuadras) que, como se ha sealado anteriormente, son mucho msdifcil de pesquisar y que, generalmente, sus huellas terminan por perderse en el tiempo.

    Tambin en el tiempo se fueron perdiendo las huellas de la gente comn que transit por losespacios de esos valles durante los siglos coloniales y que sigui atada a las condicionantesconstruidas por sus propios antepasados. Parte importante de la gran propiedad siguimovindose entre las a veces intrincadas relaciones familiares, sociales o econmicas; otra parte,la de menos valor, entr en sucesivas fases de desintegracin de un cada vez ms preciado bien

    que, en cada generacin, haba que distribuir entre ms individuos. En ambos casos, sin embargo,hubo valores agregados que s se transmitieron: el conjunto de significaciones Y dereproducciones socio culturales que se convirtieron en legados permanentes. Entrecruzados, allestn los diferentes contenidos de la herencia colonial.

    27 Archivo Notarial Quillota, Vo1.l7-18, fjs. 102, 106, 108 y 174.28 Archivo Notarial Quillota, Vo1.l7-18, fjs. 146, 148, 150, 159, 166, 168, 177, 186.29 Archivo Notarial Quillota, Vo1.l7-18, fjs. 54,79, 143, 162, 164, 179, 191,200.