Héctor Alarcón - Mitología Apócrifa

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HÉCTOR ALARCÓN A Sandra, inevitablemente AULLIDOS CIRCULARES Héctor Alarcón / miércoles, 31 de marzo de 2004 Noche de aullidos circulares, orfandades curvas, soledades convexas. Sus ecos dejan surcos en la piel, sangrantes los labios, rojos los pómulos. Su jauría espera escondida tras las escamas de lo que ya no es conocido: se derrama por debajo de la cama, tercamente acecha tras la puerta, en el armario. Son fantasmas orbitando, con todo y esqueleto y cuchillos mohosos, abatimiento y cicuta, buscándome el cuello para contagiar ese desamparo oxidado bajo su lengua; ellos quienes sean: los centinelas de Adzgarth, los perros sifilíticos del basurero, o peor aún, todos los mediocres que alguna vez fui-- quieren atarme a esa tullida oscuridad que se arrastra por el patio, dejarme esa perruna nostalgia atornillada en un costado.

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Toda mitología es apócrifa y más en este caso que es personal y -aparentemente-intransferible

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  • HCTOR ALARCN

    A Sandra, inevitablemente

    AULLIDOS CIRCULARES Hctor Alarcn / mircoles, 31 de marzo de 2004

    Noche de aullidos circulares, orfandades curvas, soledades convexas. Sus ecos dejan surcos en la piel, sangrantes los labios, rojos los pmulos. Su jaura espera escondida tras las escamas de lo que ya no es conocido: se derrama por debajo de la cama, tercamente acecha tras la puerta, en el armario. Son fantasmas orbitando, con todo y esqueleto y cuchillos mohosos, abatimiento y cicuta, buscndome el cuello para contagiar ese desamparo oxidado bajo su lengua; ellos quienes sean: los centinelas de Adzgarth, los perros sifilticos del basurero, o peor an, todos los mediocres que alguna vez fui-- quieren atarme a esa tullida oscuridad que se arrastra por el patio, dejarme esa perruna nostalgia atornillada en un costado.

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    Hubo tiempos en que desafiaba a la traicin a mano limpia, en que tras el pincel derrumbaba el vaco y poda cantar, desafinado y borracho, al filo mismo del amor, por aquellas pocas crea en la filosofa y hasta intentaba perpetrar poesas. Era joven y por tanto ingenuo. Cuando uno est recin estrenado, todo parece posible. Pero a golpes uno aprende que la luz slo se eleva en espiral, que a querer o no, uno se va quedando solo, que el agua, a veces, tambin sacia la sed. Uno asimila que los ojos no pueden estar alertas todo el tiempo tras la pared. Y entonces llega una noche, que promete deshilacharse justo cuando las garras aprieten ms la garganta, pero eso no pasa y despiertas con huellas insomnes en el cuello y un sol que se asemeja endiabladamente a la luna. Despus, cuando ya no parece posible, llega otra noche, inoculando ms tinieblas en tu pellejo y desesperadamente arriba una tercera y profticamente una cuarta y apocalpticamente la quinta, sexta, la milsima y destinalmente, LA NOCHE, sombras que juegan a ser madrugada a dos voces y no te resignas a que llegue, tinieblas que saben dejarnos harapientos, tristemente vivos, arrinconados. Es un olvido de aullidos cncavos, aliento putrefacto rasgando la aorta. Viento austral, amarillo e impuro, que anuncia la primera lluvia de Armagedn.

    A eso uno no aprende a resignarse.

    El fuego divino baj del cielo: Era un bramido, una soledad sin rumbo, un relmpago partiendo en

    dos la piel de la noche. La lengua divina: gnea, colrica, articulando anatemas, golpe la espalda

    del mundo, parti su espina dorsal, dejando una cicatriz de kilmetros.

    Dios cay de bruces sobre la tierra, daba pena ver su piel de pergamino amoratada, sus cuernos de carnero fracturados y sus alas consumidas por un blando fulgor. Daba lstima mirarlo, tan dejado de la mano de Dios, levantarse lentamente (como la verdad entre los borregos), con su tnica hecha jirones y la ceniza del aire embarrada en las mejillas, daban ganas de mirar a otro lado cuando se descubra su amarillo rostro de hambre, sus pmulos azules de odio y esos rojos retazos de desprecio empotrados bajo una frente oscura, como el rastro del amor, negra, como una plegaria, como la piedad.

    Dios camin bajo la noche, arrastrando los pies como un hurfano, anduvo esos caminos que se desdoblan desde el desierto hasta la ciudad de Jerusaln: una Sodoma de altas torres, donde le escupieron los perros, los salteadores se apartaron, miedo en mano, de sus aristas y le ladraron

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    los pordioseros por tantos siglos de olvido. Las putas se taparon el sexo: la experiencia de Mara las haba escarmentado.

    Dios vio que el planeta estaba lleno de santos que le aguardaban: hombres que cumplan celosamente los mandamientos, es decir: haban elegido la castracin, quise decir: andaban a tropezones por los precipicios, quiero decir que eran durmientes que soaban haber despertado en el quinto sueo; sus esperanzas se haban evaporado, como los milagros. La fe era una anciana loca, que peda limosna en las escaleras del metro y la caridad era lo que siempre ha sido: una mscara hipcrita donde ocultar los temores. Dios sonri: vio que los despojos de la tierra fueron creados a su imagen y semejanza, que la pesadumbre lata tanto en las aspticas alcantarillas como en los nauseabundos Bancos, que los hombres estaban ciegos y locos, como l, y como l, pisoteaban las margaritas.

    Entonces Dios entr en una iglesia: primero tropez con ese olor, mezcla de sangre

    marchita, cera fundida y flores corruptas por el agrio aliento del incienso, despus con las sombras: un seco escondite para los coyotes, que ah abundan, un fro eco en las baldosas y la mirada de conejo de una anciana: se supo desnudado por esas pupilas sin inteligencia, de brillo acuoso, supo en esos globos con glaucoma que l no poda esperar el perdn. Finalmente mir a Jeshua, colgado en la pared como un trofeo, con cara de pederasta atravesado por la sfilis, tambin lo mir enjoyado y en un trono de cirios y flores y ensangrentado como santo Cristo, siempre con estigmas en las manos, despintado, hueco y despostillado siempre y como arrumbado en una esquina. Dios jur por l mismo que se lo mereca: eso se sac por meterse de redentor.

    Terminada su revisin se sent en una de las bancas. La luz de la iglesia era desvalida y rancia, una luz de tocino, amarilla y desamparada que caa a tropezones desde la cpula hasta su espalda, est recordaba un bastidor de astillas, conque se fabrican los espantapjaros, sosteniendo un par de alas invalidas. De este lado de la realidad l segua siendo el que mandaba, sin embargo haba sido expulsado del Cielo: una revuelta organizada por Luzbel se proclam triunfante hace unas

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    horas; l, ominividente como se supone que es, saba de la conjura y durante siglos se la pas destruyndola: Gabriel, el jefe de su servicio secreto (SS en snscrito) contaba por miles las cabezas aplastadas de subversivos, que sin embargo seguan proliferando, por qu? El que todo lo sabe lo ignoraba No era un buen Dios?, no toleraba que ya no se le ofreciera holocaustos?, no se conformaba con una moral relajada?, queran regresar a los brbaros tiempos de Zeus, con todo y sus caprichos erticos?; s, nadie niega que Yahv lleg al poder por un golpe de estado, pero l propona el monotesmo, que brinda Luzbel, sino la anarqua?, porque slo se le puede llamar anarqua a la pretensin estpida de darle libertad e igualdad a los esclavos, qu haran con eso las potestades, ngeles y arcngeles, entes creados como las hormigas: nicamente para trabajar?, ellos son, por naturaleza, autmatas al servicio divino. Pero nadie escuch las razones que el estado proclamaba a todas horas, en todas las esferas celestes: como olas de un mar embravecido asaltaron las puertas del cielo, las almas aclamaban a su paso al ejrcito triunfante, mientras que las tropas que haban jurado defender a Dios hasta el ltimo da de la eternidad desertaban o peor an se pasaban a las huestes de Luzbel.

    Los sonidos de la batalla se silenciaron en poco tiempo, escuchndose, espaciados, algn trueno que era respondido por una tormenta elctrica, hasta que el silencio rod por las calles del primer cristalino. Dios que miraba por un balcn el respirar de las constelaciones hubiera querido ordenar que los coros angelicales rompieran ese silencio hmedo y ceniciento, que atestaba de presagios los salones del Templo Celestial, pero no quiso comprobar que ya nadie le obedeca. Recibi con ms ira que desolacin la noticia de que todo estaba terminado: degollados Gabriel y su lugarteniente Azrel colgaban de las torres de la misericordia y la turba estaba por llegar al Templo.

    Yahv se retir al Saln del Trono, saba que una antigua profeca borrada por orden suya de todos los pergaminos-- se cumpla: En el tiempo del fin de los tiempos la luz bella de la verdad lo inundar todo y los tiranos, esos que se nutren con el dolor, sern su escabel. Entonces ya no habr esclavos ni siervos, pues todos sern hijos de la eternidad y sabrn lo que es mirar a los ojos a los dems. Fue por eso que expuls a Luzbel, el verdadero progenitor de la raza humana, del cielo, por eso fue que contamin a sus hijos con una moral y una religin que atentaban a su naturaleza, convirtindolos de semidioses en parias.

    Cuando escuch los arietes golpeando los portones de palacio, en un acto de cobarda digno de l, antes de lanzarse desde las nubes hacia la tierra, Dios hizo explotar el Saln del Trono.

    Segn clculos de los creadores del Arma Final, a estas horas no debe quedar nada del mundo metafsico: la devastacin habr batido sus alas y las rfagas de su sombra ya habrn extinguido hasta al ltimo de los inmortales. Est es la venganza de Dios: desolacin sobre desiertos. l ya no reinar, pero tampoco queda Olimpo que gobernar.

    -- Tu egosmo es ms grande que tu boca es mi voz, acompaando a mi cuerpo, que se sienta junto a Dios en una banca de iglesia.

    -- Enjorlas, el torpe discpulo del torpe superhombre, como esta Zarathustra? -- Bien l, su guila y su serpiente, quienes no te mandan saludos. -- Deberan, soy una especie en extincin. -- Yahv, hace milenios te extinguiste, junto con los trilobites, con la ventaja de que no

    dejaste fsiles que estudiar.

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    -- Ha pasado tanto tiempo? -- Miles de aos luz separan tu mansin de la tierra. -- Y eres t el elegido para darme la bienvenida, qu no hay nadie digno? -- De haberlos, los hay, pero no he venido yo a darte la bienvenida, sino a testimoniar tu

    ocaso. -- Aunque no lo quiera debo darte la razn: el destino de los dioses cados es volverse

    polvo de recuerdo, memoria rescatada apenas por los arquelogos como una curiosidad. Sin embargo me queda el consuelo que ser el ltimo dios en caer, pues quiero confiarte Enjorlas, que he colaborado con tu causa: mande al diablo al cielo.

    -- Por qu me cuentas esto? -- Porque necesito de profetas, o antiprofetas como lo sers t: se es mi rastro fsil: si

    fuera su padre hubiera dejado un vestigio gentico en sus neuronas, pero como soy su padrastro slo puedo dejarles cicatrices.

    Djame ser original: es una larga, larga historia, tienes tiempo para escucharla? * * *

    n el principio fue el caos. La anarqua gir, gira, girar sobre sus lentos goznes, desde la gran explosin hasta un minuto despus del Apocalipsis: es una maquina ciega, enceguecedora, vidente, que se destruye a cada paso, mientras se crea. E

    Al siguiente da de la creacin apareci el mundo: era una ruina que se derramaba desde el tiempo hasta el espacio: ah eran desconocidos los colores de la tristeza y la alegra: slo latan blandamente seres sin conciencia de existir: nadie los construy, nadie les prest su aliento: nicamente las aguas pasaron tras los vientos y el fuego creci en las espaldas de la tierra con la noble atona del devenir: los seres crecieron, crecen, morirn en ese dolor que es la vida, empujados por esa otra angustia que llamamos vivir. En el tercer da de la creacin se form el hombre con el lodo de la tierra, e inspirle en el rostro un soplo de vida que se llam, llama, llamar: esperanza: si hay hombres que han tocado la otra orilla, ah donde los lmites de la tierra se abren en un abismo, es porque han confundido el verbo con la llama. El cuarto da de la creacin fue interesante: diluvios, xodos, tiranos, maldiciones que venan de lo alto, el ingenuo Jeshua que muri por su idea, pero no supo luchar por ella, sus hermanos, cobardes perrillos esperando otro Mesas que los salve y a quien crucificar el carcter general del cuarto da es la guerra: constante, cotidiana, una lnea ininterrumpida que va desde las piedras hasta las bombas de neutrones, la violencia s est en los genes humanos: es el llamado de retorno hacia el caos primigenio. Todava no amanece el quinto da de la creacin, y nadie puede predecir qu pasar entonces: tal vez el viento se tornar quebradizo y la desesperanza dejar de ser la nica certidumbre: eso no lo podemos decidir ninguno de los dioses, porque ese es un juego humano.

    Ri acremente y aadi: Nada de esto lo s, lo estoy inventando: slo soy una mala copia del hombre, creado por

    el hombre, que vive en su mente y que lo pisotea Entonces ocurri: el que nunca haba existido, expir.

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    Q

    uienes le conocimos pensamos que desperdici muchas buenas oportunidades de hablar con la

    verdad, era admirable el talento que desarroll para esconder su misantropa, maestro en el

    embuste y la engaifa, siempre nos encantaba con sus cuentos. Tena mal carcter, pero en el

    fondo era buena persona. Ahora descansa en el Hades, tan repudiado por l, pero es que no queda

    lugar para Dios en el cielo. Este es el rquiem que yo hubiera preparado en el funeral de Dios,

    pero no hubo sepelio, ni siquiera su muerte fue memorable: no hubo aullidos etreos que rompieran

    los vitrales como escupitinas de fuego envolviendo con su aura verde al asombrado dios, ni gir ante

    mis ojos, atenazado por un ejrcito de demonios que le despedazaban la piel, hace siglos podrida,

    no bendijo ni maldijo al universo y no explot, con pasin pirotcnica, en un arco iris de luces,

    bueno, ni siquiera dej la ya clsica mancha en el piso. Simplemente se disolvi en polen por un

    golpe de viento. Era un sueo, un mal sueo que se deshilach con el amanecer.

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    Milenarista

    l da profetizado lleg. Laspervol

    hordas de Gog y Magog guardaron silencio y espadas, escondieron dolos y gaminos, encendieron teas e incienso, miraron, tras un milenio, el cielo: los Rooth aban apacibles entre las columnas de jade que sostienen el techo del mundo,

    mientras unas cuantas nubes violetas, compactas, suciasseguan la lnea quebrada del horizonte. El nico augurio de lo que vendra era un rugoso viento que rodaba sin rodillas entre los guerreros.

    E Gog, biznieto del celebre hermano del diablo, an con la cimitarra en la mano, an con sangre extranjera en el rostro, se hinc, junto con l, los dos ejrcitos clavaron sus rodillas en la tierra; slo quedaron de pie los sacerdotes, ancianos de ceniza que repetan hasta la agona mantras crpticos y antiguos. Era el ltimo da del milenio, la jornada postrera del mundo, el sol primero de la gran guerra: en las escrituras se anunciaba, los profetas ciegos lo gritaban desde el desierto y hasta los combatientes, mientras afilaban sus armas, lo canturreaban por lo bajo: en el fin de la era de Acuario, cuando el reino de las sombras caiga, slo el ltimo guerrero, el que sobreviva, ser inmortal: se convertir en el dios regente de la era de Piscis. Es por ello que en los pasados 300 aos las guerras entre los hroes y los semidioses se hicieron implacables, destruyndose mutuamente, sin piedad de por medio: As, Gilgamesh, el de la armadura dorada, Ulises, llamado el justo, Amnar el despiadado, fueron vencidos y sus esqueletos expuestos en las plazas. Hoy slo dos reyes quedan: Gog, seor de occidente, tambin llamado el prfido y Magog, mago de oriente

    La hora sealada echaba sus races tras la nunca de los combatientes, enturbiando con su respirar pegajoso lo que les quedaba de esperanza. Gog entendi la seal, de un brinco se levant, como Sauron herido, y corri entre las estatuas salitrosas de los guerreros, vituperando el nombre de Magog, quien le esper junto a su estandarte, espada en mano. Los aceros mostraron su furia templada con agua y fuego, con sangre de enemigo, con odio, y

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    aunque las gargantas guardaron tregua, las injurias ascendieron hacia el trono del tiempo con tonos metlicos, durante horas que se fragmentaban en eras, desolados minutos escurrindose entre sueos, y segundos girando en ngulos planetarios en la ltima de sus rbitas la cimitarra de Gog descubri el sabor salado de la garganta de Magog, quien cay, como las plegarias, inutilmente

    La mirada del sacerdote supremo se tropez con el cenit que se abra como un capullo de Gorgona, supo cmo la luz se le escapaba y el peso de un secreto milenario le doli como una mordedura, la hora haba llegado, aspir profundo, y dio el grito que sacudi al supremo durmiente

    El da que se acab el mundo Necrofilo Prez despert de buen humor. Eran las ocho y pico de la maana, y como faltaban todava diez horas para la primera lluvia de fuego pens en una ducha caliente, en afeitarse y en un opparo desayuno del fin del mundo como lo anunciaba el Vips: metido en el mejor de sus trajes y descorchando un champagne caro, de esos que son fermentados para ocasiones especiales pero la flojera gan y se qued echadote en la cama, prendi la tele y se bebi lo que quedaba de una pepsi sin gas en el bur. El cinescopio vomit las tarugadas normales: un grupo de maniques cantando una versin rap de Blanca Navidad y caricaturas gringas donde Santo Clos arrojaba la felicidad en forma de muecos Mattela los nios rubios que se haban portado bien ah! y un noticiero donde volvieron a burlarse de l y sus malos augurios, en est ocasin era una lectora de cartas pornogrficas del Tartot:

    --Aqu aparecen los amantesdijo la medium, echndose hacia atrs un bucle platino-- eso significa que el milenio que esta por empezar ser dominado por Venus, la diosa del amor

    --As que --interrumpi el miope comentarista. --Ni los arcanos mayores ni los menores anuncian ningn tipo de catstrofe, Paco. --Ven damas y caballeros? Una verdadera profesional de la adivinacin ha hablado

    no hay que temer nada, No se va a acabar el mundo!, podemos seguir disfrutando del sabor de Marlboro, ahora lights, con menos del 200 % de alquitrn Bla, bla, bla, que feo saben los refrescos al tiempo y sin gas, bla, bla, bla, bien podra baarse durante horas bajo un chorro hirviente golpeando directo su espalda, bla, bla, bla, podra, quiz, levantarse, vestirse lentamente y salir a saludar, por ltima vez al mundo, bla, bla, bla de pronto escuch, para su pesar, los coros angelicales y quiso apagar el aparato, pero ya era tarde, la voz de Dios inundo el cuarto, evaporando lo que quedaba del buen humor de Necrofilo.

    --Qu hacis yacente, hijo mo?, La mies es mucha y los obreros pocos, en verdad, en verdad os digo: vendrn tiempos de descanso, ms hoy debis salir a comunicar mi buena nueva

    --Mira maestro, comprende esto: nadie me pela. He querido decirle al mundo lo que mandaste: he puesto anuncios en el Universal y en Internet, he ido a todas las iglesias y a todas estaciones de radio, y todos dicen, para oreja, que estoy ms loco que un chivo en celo, todos, toditos se burlan de mi y es por tu muy santa, pero pinche culpa

    Dios no pareci escuchar, despus de todo l siempre tiene la razn --Les habis dicho que exijo, para no arrasar el mundo con mi santa clera, tres das

    con sus noches de incesantes rezos? --Dicen que si no lo anuncias en el teletn, y rifas un bocho, pos cuiquir --Habis hablado con mi vicario, como lo orden? --Por sta que estuve semanas haciendo antesala, pero ni un pinche prroco me

    atendi, todos estaban muy clavados en eso del jubileo y en los viajes del Papa, quesque porque eso s que deja el billete, mientras que nosotros, los profetas ya estamos descontinuados y

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    Impaciente, el que todo lo ve lo interrumpi: --Dijisteis que ibais de mi parte? --Clarn, y me dijeron que si no me apedillaba Azcarraga, representaba a la Ford o al

    P.R.I, pos cuiquir yo y mi Dios. Tales palabras hicieron estallar la ira del Tetragramatn, por toda la ciudad de

    Mxico, capital de Sodoma Lleg la noche, una de esas noches tibias y claras, tpicas de invierno, de tinieblas

    danzantes y mutantes en celo. El campo de batalla qued ocupado solamente por cadveres de necios guerreros y por un anciano confundido, que no terminaba de entender el milenario secreto

    No s si Necrofilo Prez despert, no s si nuestras molculas ahora mismo viajan en retorno al fango primordial, mientras Yavh se pregunta qu carajos sali mal, no s en qu termin la historia de Gog, tal vez se meti de Geisha en algn burdel primitivo y le encontr gusto al gusto slo s que pasan de las doce y todava no me levant de la cama, y esta pinche cruda que asciende por la columna vertebral hundiendo sus garras en la piel del alma, es peor que el fin del mundo.

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    NECROFILIA

    i ese sueo otra vez: en l estabas muerta; tu madre y yo, miramos durante toda la curva de la noche tu exquisito cadver vestido de blanco, sobre un catafalco de granito, hasta que guardaron tus lentes, en una gaveta, mientras incineraban solemnemente tu recuerdo.

    Tu madre, vestida como para ir de boda, lloraba blandamente, mientras el fuego contaminaba tus labios, hasta que ni lagrimas ni labios quedaron, entonces, tom su recetario vegetariano y regres a su ostracismo; yo me quede mirando ese hueco luminoso por donde te me habas escapado, hasta que alguna mano piadosa me lanz a la calle, donde me emborrach con alcohol diettico a tu salud.

    V Toda esa noche danz la desesperanza con serpientes de humo al rededor de las

    columnas que sostienen al cielo, me visitaron hombres cuya piel estaba tejida con sombras, ngeles sin corazn y ocultistas vendindome litografas antiguas de barcos de vapor... so que despertaba hasta el medioda, y so que tena enredado en mi tobillo las tripas de algn impdico verano, eso debe tener algn significado, verdad?. tambin so que se abra la puerta y t regresabas, un poco bronceada, es verdad, ms delgada y con tu pierna derecha sobre el hombro ( no te dije que habas muerto en un terrible accidente?, creo que el camin donde viajabas fue arrollado por un tren, o algo as) pero preciosa como siempre. Mientras tomabas posesin, me platicaste que estabas mortalmente aburrida en el submundo, donde no se puede criticar a nadie, pues todos estn muertos, y siempre hablan en primera e insoportable persona, y como, dado que ah carecen de tiendas de departamentos y telecomedias, decidiste regresar, as que, sin permiso de nadie, escalaste las siete plataformas que nos separaban. Pregunt sobre Caronte, el lago Estigia y Virgilio, tu moviste la cabeza negativamente y me endilgaste dos adjetivos: obsesivo y pendejo, inmediatamente despus, en uno de esos cambios radicales tuyos, me miraste, con esa claridad de poesa, que ni aun Atropos pudo quitar y ordenaste: Quiero bailar, desde ese momento nos perdimos en el peor de los antros, donde la polifona barroca te envolvi, mientras girabas, infinitamente, como bailarina de cajita musical, da tras da, porque por las noches, hacamos el amor con la premura de dos sidosos en estado terminal, una y otra vez, dado que el tiempo nos haba rebasado ya y estabamos alargando ilegtimamente un retazo que no nos perteneca...

    Yo, imitndote como siempre, no coma ni dorma, y cuando tena que hacer pis, aguantaba tus ironas sobre los lmites de mi mortalidad; hasta que una maana, manchada

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    de un gris tristeza, cuando terminbamos apenas de aparearnos y an no nos levantbamos a bailar, mi cuerpo no aguant ms y mor. Fue as: el cansancio me cerr los ojos, y ante tal invocacin todo el torbellino de la vida se desboc, salindoseme por los poros; de mi existencia slo qued un charco hmedo y tibio bajo mis cadver, alguien haba cortado las lneas que me sostenan, y me fui opacando hasta ser un montn de desconsuelos a tu lado, al darte cuenta, primero atnita, me gritaste egosta, acfalo e iconoclasta tardo, es decir, lo de siempre, despus golpeaste mi cuerpo insensible, de donde tomaras ahora el calor y los fluidos vitales?, quien te mirara luego como si estuvieras viva an y todava bella?, finalmente, furibunda, recogiste tu pierna, y tu estupor y te largaste, otra vez, y creo que ahora s, en definitiva... mi vida, que se empezaba a evaporar, careci de labios para detenerte.

    Es aqu donde despierto, con el lugar comn en mi garganta, caprichoso nudo que tarda en disolverse, todava est oscuro y yo baado en sudor; en la pantalla de cuarzo se estrenan las tres de la maana y soy un naufrago en mi cama, donde deberas estar. Suspiro, y para exorcizar a todas las desesperanzas, digo tu nombre: seis letras, como seis lunas imperdonables, como las seis atroces mscaras, de mis seis pasadas vidas... ante tal conjuro la legin de mis demonios abandonan la lid, dejando olvidados sobre los libros algunos aguijones... S que volver a soar, y que en el mundo onrico volvers a mi, una y otra vez, cclica, fiel, fatalmente, como retorna la esperanza, los vientos de Baalam o las elecciones... lo nico malo de todo esto es que tu ni yo estamos muertos.

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    n aquellos das pocas metforas poblaban el mundo: con saber que las uvas maduran entre dos sueos o que la muerte nunca nos toca despus del desayuno, era suficiente.

    oscucorral y nu

    Bajo aquellas noches danzaban los duendes, los dioses eran abetos en la ridad y la magia se nos meta por debajo de la puerta. Tenamos unicornios en el estra abuela lea en el ojo del pozo la tempestad que se arrimaba. Para nosotros era

    suficiente ese poco de amor sin ritmo, sin ruina ni metro, que el destino nos lanzaba como mendrugos duros, de su mesa. No sabamos del mar, ni de tus ojos tras los cristales, no sabamos nada, y la pena se sentaba junto a nosotros en las tardes de lluvia para consolarnos.

    E Era un tiempo sin historia y las estrellas nunca eran las suficientes en nuestra alacena cuando nos visitaba la luna: hueca, azul, siempre con ese aire de amante abandonada, mirndonos a travs del vapor de su chocolate, muy derechita, mojaba las puntas de sus estrellas y las morda modosamente mientras platicaba los chismes de la va lctea, salpicados siempre de sus craterosas opiniones. Ella nada saba de ti. No poda: naceras ocho aos ms tarde, cuando ya no quedaban ms velas en mi pastel, ni cometas, ni lagos en el traspatio. Ocho esperanzas despus, ocho desencantos en el futuro, llegaras, y contigo la zozobra y las campanas y el miedo enquistado tras los prpados. Llegaras como por un golpe de msica, como llegan las horas, como se va la inocencia Pero en aquellos das de la infancia, los druidas invocaban a las serpientes de aire

    (esas que hacen su nido entre las nubes, al ras de los horizontes lquidos) con un puado de

    metforas, donde, increble! No estaba incluido tu nombre.

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    RETORNO A ITACA

    os antiguos atlantes pensaban que el tiempo era el dios de los dioses, que para sobrevivir devoraba a sus hijos y estos a la humanidad. Cuando los hombres fueron lo suficientemente necios como para filosofar, creyeron que el tiempo era un rengln tendido entre dos mundos, lineal e irreversible, o un pndulo que caa irremediable sobre

    nuestra garganta, otros que era un crculo que nunca termina de cerrarse o una espiral que asciende hacia otros infiernos.

    L Estaban equivocados: el tiempo es el caos, serpiente ciega de mil cabezas que se

    muerde a s misma, frentica, eternamente, sin saber porque y sin motivo, una y otra vez en el mismo lugar. El mismo tiempo es la vida en una direccin y la muerte en otra, son los oscuros colmillos del nacimiento y los luminosos frceps de la muerte, una y otra vez, en el mismo espacio.

    Cuando nac estaba muriendo. Observaba a mi asesino, con el apellido ensangrentado, mirando incrdulo cmo por una fisura tan leve poda irse tanta perplejidad. O era el rostro del medico que en un parto de rutina me exiliaba a un nuevo destierro? Mi matador recul. De su mano cay, como una promesa de amor, la daga con mi sangre, el ahogado Dios mo! cido y gelatinoso que se le escap, fue todo el requiem para este errante; su espalda escapndose era casi tan nebulosa como el cuarto blanco sobre blanco que me asfixiaba, que me arrancaba el cordn donde abrevaba savia vital, que me golpeaba para que mis pulmones tragaran aire. La puerta por donde se escap se diluye como mi nombre, como el rostro que mire en el espejo gris sobre grisdurante los ltimos 35 aos. Quiero protestar pero no recuerdo como y un grito prehistrico sacude mi pecho. Soy arrojado a una incubadora, donde paredes transparentes juegan a centinelas de concreto un calorcillo conocido me envuelve y cierro la mente negro sobre negropara que arriben los sueos sin imgenes.

  • 14

    El da que mor use el traje que ms me gustaba, de esos que llevan grandes solapas y hombreras, que tan bien le quedan a Arturo de Crdoba, pero no tanto a un cuerpo como el mo: ms bien desgarbado, percha inclinada siempre y siempre sudorosa, que tenda a perder el sombrero y la lnea, que dejaba una marca oscura en rededor del cuello de la camisa y un leve desencanto en los dems. Es por eso increble mi asesinato. Quin podra querer matar a alguien tan mediocre? Tal vez la respuesta est en ese aire de odio heredado, que traa puesto en sus ojos adolescentes, mi matador, como quien trae en la cartera una letra vencida ya hace aos, quiz la clave est en la forma, ms bien titubeante, con que dej que la muerte se hundiera en mi pecho, una sola, ridcula vez; quien sabe, quiz su porqu est en el eco de sus zapatos, que le quedaban dos nmeros ms grandes y que lo sacaron a la carrera del sagrado suelo del holocausto me lo imagino corriendo, con la garganta rota en tormentas de desiertos distantes, el estomago comprimido y un grito de viento en la nuca, me lo imagino con dos largas lagrimas sobre el desconsuelo, corriendo, corriendo siempre, escapndose de aquel manchn de sangre, de su propia memoria y a sus pasos, que no dejaban de seguirle me lo imagino as, porque yo estuve en su lugar, fue hace aos, era joven, casi un nio, y para seguir aqu tuve que apualar el pecho del otro, aquel que usurpaba mi lugar. Me entere de su nombre, que era el mo, por casualidad, busque la direccin de su despacho, que sera el mo, lo espi durante semanas, supe de su caf con mucha azcar a las seis y de su secreto gusto por las revistas porno, conoc la vieja neurtica de su esposa, que le gritaba mentadas a modo de despedida, supe de los malestares (cosa de la ancianidad) de su auto y del dolor en su rodilla izquierda por las maanas, me dije que ese idiota no podra ser yo, que no me poda permitir caer en tal porquera, que yo estaba hecho para grandes cosas: sera un gran Tartufo o el Espartaco moderno, cuyo nombre fuera recordado con envidia o devocin, me vea como un Erostrato post-moderno, con un cctel molotov en la diestra, llevndome por delante la biblioteca vaticana o como un resucitado Gandhi, que con una palabra despertara a las muchedumbres de Amrica Latina al amanecer de su liberacin; me rebel ante el destino que se haba asignado y decid: lo encontr, gordo y fofo, casi calvo, sentado en un silln de cuero, metido en un ridculo traje azul, como si me estuviera esperando, corr hasta l y deje que el destino rodara tras el pual.

  • 15

    La Cita

    iro el reloj y me vuelvo a acicalar, reviso mi camisa recin comprada, los zapatos

    lustrosos, la caja de chocolates finos que tengo a mi lado y toda mi ansiedad; faltan,

    segn mi perezoso reloj, media hora todava, me acomodo nervioso en la banca y para pasar

    el tiempo recuerdo cmo la conoc: fue aqu mismo, un 2 de Noviembre de hace 4 aos, yo

    sala del panten, agentado, como deca mi mam, ante tantas flores, tantos visitantes, tanta

    rancia tradicin. Dej un par de orqudeas en la tumba de mis padres y sal tan rpido como

    haba entrado, hay algo en los cementerios de hmedo, largo y laberntico, que me causa

    nauseas; en mi escapatoria fue que tropec con ella, o mejor dicho: con su mirada: dos

    tristezas empotradas en un rostro como de plegaria, no tuve tiempo de pedir perdn, ella

    sonri, y ante tal invocacin, mis tropas se rindieron, ahora s, que sin pelear

    M

    Yo la rondo todos los das, le llev flores y le platico a mam de ella, me gustara que se conocieran, aunque mam opine que lo nuestro es imposible, porque somos de clases diferentes. Cierto: ella es aristcrata, su padre es dueo de una gran hacienda en Quertaro, estudi en Francia y toca el piano, y yo, vaya, slo soy un profesor de primaria, viajo en metro y no toco ni la puerta. Somos tan distintos que la veo poco: cuatro veces en todo ste tiempo, nos tomamos de las manos (la ma sudorosa, la suya glacial) y andamos por la continuidad de los parques, hasta que se cierra el circulo, hasta que la rbita del sol rompe su estatura y el amanecer quebranta el hechizo de nuestros cuerpos fusionados sus amigos al principio se me hicieron un poco secos, pero por ella estoy dispuesto a tolerarlos, con todo y sus bromitas sobre el color de mis mejillas y mis necroflicas poesas...

    Caramba, ya son casi las doce, ella, por hoy, despertar, y yo ya estoy dispuesto: orden que cuando eso suceda se me traslade aqu, vivir por as decirlo--, con mi madre y podr casarme con Mara Eugenia, aunque no s si exista el matrimonio ms all del lago

  • 16

    Estigia, o si seremos novios eternamente, eso no tiene la menor importancia, como dira Arturo de Crdoba, otro de los habitantes de sta ciudad nada importa ya, hoy lo he decidido: me suicidar, para estar toda mi muerte junto a ella.

  • 17

    inalmente lo has decidido, bajas corriendo las escaleras del metro, esquivando esos obstculos que llaman limosneros, pasas el torniquete sin insertar el boleto, ante los ojos monocromos de la estatua azul, y eres recibido por la msica bobalicona de los andenes; ah estudias a los posibles testigos: son legin en asedio, seres con el

    discernimiento clausurado, uniformados de gris y arrastrando esperanzas parapljicas; a tu lado tienes dos ancianos, que esperan juntos y sin mirarse, mientras a la altura de tus costillas una pareja gay lo que menos hace es esperar, aqu alguna nia ha olvidado el asombro, all un msico fracasado metido de plomero, y sobre tu sombra, un suicida.

    F Corredores llenos de luz. Gente aprese, anda y se olvida a unos pasos. Te detienes

    ante el mapa del barrio, como si buscars; es extrao como tus manos, rebeldes ante el holocausto, quieren aferrarse al espacio continuo y rugoso de la pared, mientras el mundo gira en torno tuyo, como si fueses el eje de algo ms que de eso, que llamaremos provisionalmente: desesperacin

    Avanzas entre lneas quebradas y luces que son estacas seas, hasta el borde mismo. La Mandrgora que habita en tu cerebelo prese succionar, ms que nunca las pocas

    neuronas que te quedan; sin embargo, sobre la pantalla blanda del dolor, calculas aproximadamente los hechos ( la regularidad de los convoyes, su fuerza de entrada, su impulso inicial ) y sus variantes: el nmero de pasajeros, los policas que platican recargados en la baranda, el brillo resbaloso del piso, los rieles y la barra principal que corre paralela, incluso los anuncios murales de las AFORES y MARINELA; miras como los colores cambian, escuchas ese zumbido que va creciendo hasta dilatar el espacio, das un paso y entras en el tiempo donde la razn es un espejo que no tiene la razn.

  • 18

    Como has llegado aqu?, no puedo saber lo que est detrs de tus pupilas, apenas entreveo los deseos en los pliegues de la frente y la posicin de tu mandbula; s que en tu visin del mundo, tan cnica y real, -- y por tanto tan triste la vida es una larga espera para el nacimiento, una maduracin dolorosa de la espina dorsal, una escuela amarga donde todos reprobamos, pero no puedo intuir ms. Ignoro si ese dolor que te lleva a buscar las orillas del lago de sangre, es un capricho de los genes o si tiene nombre y apellidos y piel de mujer estas aqu, sudoroso, con la mirada apagada y un infierno entre el pecho y el bajo vientre, no s ms

    El convoy est ante ti, sus nueve vagones bermelln estacionados por un momento, igual que la fuerza invisible que los mueve. Se abren las puertas y las partculas (cientos de solitarios autmatas ojerosos) entran y salen, en un cambio de fluidos, recuperado el equilibrio, la oruga anaranjada resopla, lanza su grito de apareamiento, y se arroja por incontables engranes al gran himen abierto de la oscuridad. El gigantesco falo palidece, se transforma en algo orgnico, penetrando violentamente, sin deseos ni eyaculacin, no como quien busca refugio, sino en un escape circular; despus, un par de luces empequeecidas, la vibracin en el aire, al final, nada, como siempre, como nunca, nada.

    Caminas rpidamente, cruzas la puerta al final del anden que te advierte peligro, te ordena no pases, te suplica que lo pienses un poco ms; a tu derecha hay una puerta de metal, a la izquierda se trama el abismo, no miras el semforo con smbolos incomprensibles, alcanzas la pequea escalera que lleva hacia el principio: la nada ms nada, hacia el protomundo donde an no se separaban mar y tierra, que habitaban algunas quimeras y muchos capullos de desencanto, o el silencio que queda tras el estallido que otros le nominen como quieran tu no eres Adn, as que dejas este nuevo fro sin bautizar, es decir, sin sacramento, quiero decir: puro todava; puede ser puro un espacio creado por el hombre ?, virgen e inexplorado el tnel del metro ?, misteriosa una arquitectura pensada hasta en el ultimo detalle?. Tampoco eres Salomon para dar respuestas.

    Al final de los escalones de concreto, estrenas sombra, tinieblas que te envuelven, se proyectan a todas partes, una penumbra area y soterrada que es tu abrigo caminas dos metros, unos cuantos pasos transcurridos, y ya no hay retorno. Voltear es tu despedida, esto ser como un paseo

    Durmientes, tubos, cables en perfecta simetra, las vas, que no empiezan ni terminan, siluetas, mutantes agazapados, futuros con la conciencia quebrada, techos cuarteados, y arriba, (ciertamente) una lluvia tenaz desgastando las aceras, arriba (sin lugar a dudas) charcos y gente pisndolos, escaparates y ventanas cerradas, y sobre de ellos (seguramente) un firmamento manchado de gris, precipitndose ms all, los anillos, viejos y apolillados, que contienen a los cielos, y an ms arriba intuy la luz sin espacio de otro tnel, con durmientes agotados sobre vas gastadas, mutantes agazapados, que nuestros abuelos confundieron con ngeles, y la ajada luz de otros pasados, donde tampoco la

    mpli

    mesperanza se cu

    s que el vientecillo, es la impresin de ser descubierto, quien te saca de tus pensamientos, si, un convoy acaba de llegar a la estacin, intercambia fluidos y resopla para emprender un nuevo viaje, te sales de la va, an no es tiempo,

    hay demasiada claridad todava. Te pegas al hueco en la pared, tientas cables, tornillos empotrados, oscuridad embarrada en el muro de concreto, humedad suspendida un temblor, la oruga embiste con toda la fuerza de la posesin, en sus intestinos viajan todos los rostros del mundo, repitiendo los mismos errores, angustias y blasfemias de San Hipolito y Mussolini, es un estallar de elementos superpuestos, de cristales vomitados, ejes girando, entrechocar de metales; el tren sigue su camino, dejando un escalofro como testigo de su ausencia. Te incorporas, tienes que alcanzar el centro del tnel antes de la siguiente corrida, buscas el camino a tientas, ese sendero de lneas rectas disuelto en las tinieblas, das un paso, tu zapato golpea la grava, giras tu brazo hasta topar con pared, calculas entonces el ancho del piso por donde andars, la pierna izquierda avanza, lo sigue el resto del cuerpo.

  • 19

    -- Quien eres t? -- la voz, enturbiada a fuerza de navegar por esas aguas slidas, lleg a ti despus que la mano tomndote del brazo problemas pensante, sin dar la vuelta debe ser un trabajador del metro, haciendo mantenimiento, y yo aqu, en las vas, como en un da de campo

    -- No respondes extrao ustedes los humanos siempre estn hablando o metidos en un remolino de ruidos luego te dices con alivio no es un trabajador, ser

    -- Eres t, sombra ? --Supongo que soy de esa familia respondi un rostro prximo e invisible lo que

    es seguro es que eres algn tipo de suicida que no conoca. -- Pues hay de otro tipo ? -- preguntaste como si no estuvieras debajo de la tierra, atrapado por algo desconocido y esperando la muerte. -- Contemos: aquellos que se matan por orgullo, llamndolo amor, y los aplastados por la desesperacin, sumemos tambin a los iluminados, que no pueden respirar entre tanta vulgaridad, los traspasados por la rutina, y los que se creen santos , y de esa manera buscan adelantar una felicidad, que de cualquier modo llegar, y no olvidemos a los desolados por la melancola, y los ahogados por la soledad Esto te hiri en lo vivo, por eso ordenaste: -- Silencio ! -- por cierto esa es una de las peores formas, ya que ellos se enfrentan a su propio rostro. -- Yo solo preguntaba por preguntar. Te solt e intentaste mirarlo, pero aunque tus ojos se acostumbran fcilmente al cinismo, no pueden mirar lo que no esta ah, sin embargo, intuiste su pena, intuicin por lo dems, equivocada, porque la voz naca de otra parte. -- Si gustas puedo ser tu Virgilio en esta parodia de Hades. -- Adems de tus cursileras, hay algo que conocer aqu ?

    -- Y que lo digas ! -- giro ante ti, oscil y se dividi en (cuando menos) dos voces puedo mostrarte donde anidan los sueos -- o los laberintos que llegan hasta el silencio -- Olvida eso interrumpi la voz a una de sus ramales mejor bajemos a donde inviernan los dioses olvidados -- Mejor que eso -- le contradijo una de las voces desdobladas, mientras se

    quintuplicaban, se transformaban en legiones, se encimaban a s mismas y por momentos se

    transfiguraban en un solo rumor acfalo, hasta alcanzar el nivel de estrpito ocenico,

    abdicacin imperial, o coito interrumpido, para finalmente degradarse en ecos de una

    maldicin.

    -- Yo slo vine a morir terminaste naturalmente la charla y seguiste tu camino, sabedor que te buscaran sin xito esos 199 pares de ojos invidentes y te llamaran por tu verdadero nombre (ese, que desconoces) otras tantas voces sin labios. Yo solo vine a morir, no tengo intencin de ser el juguete de los raigones perdidos de la noche, ni me importan los secretos empotrados en los intestinos de la tierra, yo solo soy un intento de poeta que quiere morirse -- Por qu? -- Cre que te haba ido. respondiste al reconocer en su voz, la tuya. -- Por que la necedad de morirse ?, hay tantas mujeres y tanto vino que paladear, quedan muchos amaneceres que te podran sorprender leyendo a Sabines, tantas hogueras

  • 20

    en el futuro donde vomitar tus desprecios; caramba, echar la vida por la borda por un pinche vieja, se me hace muy primitivo hasta para tu mentecita

    Kazandra es slo el pretexto para mi suicidio, como slo fue la excusa para mi poesa; la muerte, sombra ma, debe ser una obra de arte en s misma, no un acto casual, ni de expiacin religiosa, eso es desperdiciar un hecho nico e irrepetible, de la manera ms absurda la muerte debe ser una magnifica irrupcin en la nada, en la absoluta inconsciencia de la materia inerte del cosmos, debe ser navegar en las aguas violentas del Estigia, con Caronte como silencioso compaero, y el dolor, serpiente anudada al tobillo. Mi muerte no ser un descalabro en la baera, ni culpa de un microbusero imprudente, aunque claro, tampoco, y por eso lamento haber nacido tarde, el lento agonizar de un judo con los ojos incrdulos y tela de alambre entre sus dedos, a las orillas de un campo de concentracin; pero desde cuando te importa tanto mi vida ? -- Desde que escuche aquellos desdichados. supones que su ndice deslucido apunta hacia las paginas anteriores Te equivocas al creer que son retazos de la noche, pues en realidad son las sombras de los suicidas que han muerto en estos tneles, y se han quedado sin centro donde gravitar fantasmas de opereta perdidos en el limbo del Metro, limbo donde, sin derecho, me condenas. Si quieres joder tu pinche vida, jodela, pero no friegues a los dems.

    --Vaya, hasta las sombras me resultan apegadas a la vida ! enorme poder hipntico tiene el respirar, que hasta t, imitacin oscura del hombre, quieres persistir. Y como pretendes detenerme? A fuerza de tu palabra, que es eco de la ma? O acaso con tus brazos de humo?, resgnate sombra ma, todo acto artstico exige su pago, y yo estoy dispuesto a pagar, en este caso con mi vida y tu orfandad -- Tengo la culpa que la tu chingada vida valga tan poco? repuso desalentada la sombra. -- Nadie tiene la culpa de nada. Tu sombra quiso responderte, pero ms all del barro mbar del tnel, lleg ntido el juntar de metales que vaticinaba la visita de tropos. Por un momento tus piernas quisieron correr. Y por un instante quisiste cerrar los odos. Deseaste por unos segundos cambiar la estacin a tu radio. Pero despus lleg la fra calma de la razn, lograste meter tus manos en las bolsas del pantaln (como en mejores pocas), agachar la cabeza y seguir los rieles, con un dejo de dignidad, como si esa actitud pudiera ser admirada por alguien aqu abajo. Muchas veces el arte busca comunicar alguna idea o sentimiento, de ah su

    vocacin universal, pero en este caso el hecho es irrepetible e incomunicable, NADIE MS

    puede vislumbrar o cuando menos suponer qu se experimenta en la ruptura dimensional, o

    como se sienten las alas del ngel de la muerte al rozarnos, o en que forma asciende ese

    sentimiento, mitad miedo, mitad dolor por entre las clulas, es por ello que el suicidio es un

    acto, lamentablemente, solitario

    En la noche ms cerrada de tu historia, en lugar de estrellas un par de tubos de nen, en vez de viento, un aire denso, gelatinoso, que se embarra en los hombros, en lugar de los cantos de los grillos, el ruido de la muerte rodando sobre las vas, con intencin de alcanzarte, aplastar lo que queda de ti y seguir su camino. Quedan unos segundos y es licito recordar, jugar al profeta con la mirada echada atrs, y por lo que fue, y en contra de lo que es, saber qu no ser algo tiene que ver con tu vida recuerdas lejanamenteuna mujer, o tan slo su nombre, y tiene mucho que ver un pedazo de cielo buscando tierra, el polvo girando sobre su propio eje, para despus fragmentarse en una llamarada pstuma, alguna palabra nonata enroscada en algn desprecio y de nuevo, sin saber porque la mirada de esa mujer, por supuesto en el recuento

  • 21

    aparecen algunas paginas arrancadas a tu epilogo, por lo que nunca sabr si fuiste un romntico en el fondo (lo que sera lamentable, puesto que tendra que poner como fondo a los Panchos cantando Sin ti) o tan slo un estpido. Te sobreviven tu camisa, la foto de tu fiesta de cumpleaos nmero 5, tus libros, tal

    vez una deuda con la vinatera de la esquina, algn poema garabateado en un libro prestado

    y un disco de Serrat nada ms lo suficiente te dices, y creo estar de acuerdo.

    Hay evidencias que indican (aproximadamente) que ella nunca te quiso, que los potentes faros del Metro te iluminan, que la poesa no es ms que un pretexto para desahuciados, que las vas se unen en el horizonte, que hay dolores emboscados en sonrisas, que despus del segundo que viene, tu vida seguir sin tener sentido. Es la noche ms tranquila de tu pequea historia. Aprieto los labio y amanece el sabor a desconsuelo, cierro los ojos y las turbias

    rices de la realidad se desdoblan, surcan los espacios de la esperanza, traspasan el cuerpo

    cncavo de los recuerdos y arriban a mi centro, y con ellos la parca llega; y en mi muerte

    miro, miro las devociones cadas y mis virtudes sucias, el ayer como un maana y mi

    suplica sin redencin, atisbo tu sonrisa, Kazandra, ese punto donde convergen todas mis

    soledades, y descubro un espejo, donde no me quiero reflejar

    Pasan los cables y las placas de acero, pasan los remaches engrasados, pasan tambin el vientecillo tibio y los fragmentos de claridad, queda la noche eterna del tnel, una noche sin nubes, ni rumores, donde en lugar de estrellas, un par de tubos inmviles juegan al centinela.

  • 22

    l viento era una jaura en celo corriendo sobre la espina dorsal de una noche mutilada, donde la luna era su propio fantasma y las estrellas lejanos fogonazos de artillera. Aqu abajo la derrota nos contagiaba como un virus y el desaliento era nuestro oscuro respirar.

    Mi escincendiadfuego se l

    fascinacin de un nmedio de mi sala?,

    uadrn estaba descansando a las afueras de una ciudad a, gigante iluminando con sus sueos nuestras miserias, el evantaba a cientos de metros, y yo le miraba absorto, con esa io ante un rbol de Navidad: Por qu un rbol nevado en

    Por qu todos esos recuerdos ardiendo con sus muertos ? algo tendr que ver con ser sntoma de los tiempos: se acerca el fin del ao y pronto habr obsequios; es el fin del mundo y pronto nuestros cadveres se amontonarn en paz. Mientras, la masa informe y harapienta, que pomposamente llambamos ejercito pululaba como perros callejeros entre la basura de los invasores, destruamos unas cuantas posiciones sin importancia y ramos masacrados industrialmente casi sin municiones y comida nos aferrbamos a defender lo perdido, Por qu? No era por La Tierra, ni por el honor, ni la justicia, que ya no significan nada para nadie, tampoco tena nada que ver la esperanza: sabemos que Dante menta: purgatorio y cielo son slo quimeras, lo nico real es el infierno. La respuesta est en los brazos llenos de cicatrices, en los rostros ennegrecidos, en las armas remendadas, pero principal, esencial, genuinamente en ese torbellino que anida en las gargantas y llamamos: Venganza. El signo de la revancha tiene nombre y apellidos: los padres aniquilados, junto a la ciudad entera, por una ola de energa, el esposo en algn campo de engorda, destinado a ser el desayuno de los invasores, los hijos

    E

  • 23

    aplastados en algn refugio antiareo, mil rostros arrastrando mil odios, mandbulas apretadas, miradas ciegas, nostalgias aejas madurando tempestades. Mi aoranza es ms elemental, de ah, mi rencor ms silvestre: un buen libro y un refresco fro, Kazandra mirndome o riendo bajo la lluvia; una pizza y una vieja pelcula y Kazandra abrazndome en los andenes del aeropuerto

    -- Kazandra --su nombre tiembla entre mi aura y la delgada piel de una fe moribunda, y siento esa humedad en mis ojos, que crea secos hace tantos muertos-- pinche miope de mierda, como te extrao

    -- Seor la firme voz de Caballero Franco tumba mis cavilacionestenemos un prisionero.

    -- Tenemos? -- miro incrdulo al larguirucho sargento, an es joven y sus finas facciones de universitario todava no desaparecen del todo, es un hombre curioso: lleva impecable el uniforme, insignias y botas deslumbrantes, slo lo desledo y los remiendos de la ropa delatan que estamos en medio de Armagedn.

    --Si, seor responde mirando al frente, en posicin de firmes, como en los viejos tiemposun colaboracionista aade.

    -- Trigalo, pues. Compadeci ante mi un jovencito, casi un nio, entre los 15 16 aos, de

    frente limpia y ojos brillantes de poeta, de los que hace muchos aos que no veo, acusado de Sepultar invasores ! lo mir azorado, su cuerpo elstico y fuerte no tena marcas: ni tatuajes de servidumbre, ni cicatrices en sus muecas y en su cuello no existan recuerdos de cadenas, es ms, se vea bien comido y sus ropas, sin ser lujosas, eran nuevas; tampoco encontr seales de pinchazos por ninguna parte, y su nariz estaba perfecta bueno, me dije, si no est drogado, entonces, como pudo hacer esto? yo no poda concebir que ningn humano se apiadara de los extraterrestres, TODOS le debamos a las iguanas invasoras el haber perdido algn amado.

    -- No entiendo, Por qu entierras a nuestros enemigos? -- Le agradezco hermano por haberme recibido, y le suplico me diga si

    puedo hacerle algn favor respondi el joven segn la costumbre de su patriasi he cometido alguna falta, comprenda que soy extranjero, y perdneme, si puede.

    -- Extranjero?, pues de donde vienes? -- De otra estrella respondi sencillamente --Est loco? --pregunt a Caballero Franco, arqueando las cejas respondi: -- Probablemente paranoico, y su visin deformada del mundo sea un

    escudo contra la realidad, seor. -- Como te llamas, muchacho? -- Jeshua, seor y amigo. -- Y que buscas en la tierra, Jeshua a secas? -- Flores para despedir a mis muertos, seor y amigo. --Pues a buen rbol te arrimas, por aqu todas las flores se han extinguido,

    junto a los animales, las ciudades y la gente. Si todava pudiramos cultivar algo sera trigo y no flores, jovencito.

    -- Lo lamento profundamente, seor y amigo, un mundo sin flores debe ser peor que un mundo sin poetas.

    Pens en responderle que alguna vez tuvimos ambos dones y me encontr envuelto en su juego.

    -- Y como llegaste aqu? --pregunt incordiado -- Sucede que-- pero sus palabras fueron apagadas por los gritos de

    alerta, s, una avanzada enemiga vena sobre nosotros

  • 24

    -- Despus hablaremos dije ya de salida -- chate al suelo y espera. La intencin era clara: yo no creo ser un asesino loco como Hisler, y no quera tener una muerte ms sobre mis lomos; as que cuando regresara, el prisionero habra huido y me quitara del problemas sobre su supuesto colaboracionismo: era claro, el chiquillo estaba chiflado, punto. Los muchachos pelearon esa batalla con toda su desesperacin y el

    Demonio nos dio la victoria; Hesse tuvo el honor de cortarles la cabeza a los

    prisioneros.

    De regreso, mientras levantaban a toda velocidad el campamento (los invasores no tardaran en volver) me encontr al muchacho tumbado todava en el suelo, y mi corazn, (parece que an tengo una porcin!), se sinti compasivo que debo de hacer con l ?, toque en mi cinto el arma an caliente, pero lo pens y no pude encontrar solucin a esta presencia, entonces salindome por la tangenteresolv: que Zarathustra decida

    -- Levntate ordenque te den tus cosas y has lo que se te mande, por cierto, que llevas ah, Jeshua?

    -- Pan, una frazada y agua, seor y amigo, mi madre los prepar antes de mi salida, quiere compartir mi humilde comida?

    -- De verdad debes ser de otra estrella, en este planeta te desollaran para robarte eso, nadie aqu compartira su comida, a menos claro, que tuviera una daga en el cuello vamos, me iras platicando de tu mundo sobre la marcha, hasta podra ir a vivir a tu estrella, Tienen cerveza ah?

    -- Que eso, seor y amigo? -- Olvdalo, nada puede ser perfecto Mientras regresbamos al refugio, Jeshua, que caminaba junto a mi,

    comenz a cantar, hace siglos que se me haba olvidado que era eso, por estos lares ya nadie canta, puesto que nadie tiene razones para hacerlo; en su cancin aparecan imgenes hace vidas perdidas: caminos llenos de flores en la primavera, y peregrinos bebiendo del ro sagrado, los castos besos de una nia rubia y los interminables tejidos y suspiros de una anciana madre, cuadros sencillos, que en otro planeta se seguan dando cant durante las tres horas que dur la caminata, y nadie dijo nada, an y cuando todos sabamos que algn satlite rastreador fcilmente nos podra identificar y exterminar en segundos, pero, fuera de toda lgica, nos sentamos extraamente seguros.

    Descansamos. Para aquellos harapientos, que tenan presas sus almas en tantos tumultos, que como ya he dicho, se traducan en odio, les produca un atractivo extrao aquella hora tranquila, desconocida, que disfrutaban como un anciano con patines nuevos: de lejos y con aoranza era el profundo silencio que acompaaba la cancin de Jeshua, en la tierra con rumores de mar y el cielo, con respirar de ceniza.

    Le pregunt al muchacho-poeta, como lo fuimos alguna vez todos: --Sabes como se llamaba la ciudad donde te encontramos, Jeshua? --y sin

    esperar respuesta, le espet era la ciudad donde nacieron mis padres y mis abuelos, conoc sus calles y la forma de mirar de su gente, mi gente muchacho, hoy, ya lo viste, es slo escombros, gigantescos recuerdos que se consumen, igual que mi vida, en una sola noche. Las llamas que miraste eran mis muertos.

    --Lamento mucho su dolor, seor y amigo me repuso humildemente en mi patria los muertos son ensalzados entre flores y poemas, se les llora porque han iniciado una larga ausencia, y se les deja ir en busca de la armona con el cosmos; cuando menos eso dice mi abuelo y as lo creen los habitantes de mi

  • 25

    comarca, pero claro, ellos no conocen la guerra, para nosotros es slo un mito perdido en el tiempo.

    Quien es este anciano con voz de nio? pense -- No conocen la guerra musite, como si comprendiera, y guard un largo

    silencio. Al ver que yo callaba enton hasta llegar a las puertas del refugio una

    pequea cancin, que no pude aprender porque hablaba de dimensiones distintas donde la gente se muere de vieja y uno duerme tranquilamente sobre su cama No le pregunt ni como ni porque vino precisamente aqu a buscar flores, ni donde quedaba su estrella, saba su nombre y eso bastaba, saba que en esos momentos la luna tena una corona de luz y que la guerra estaba muy lejos, en otro planeta, y eso bastaba, conoca una nueva cancin y mis muertos estaban tranquilos en mi corazn, eso me bastaba.

    A nuestras espaldas se levantaba el monte San Miguel, desde donde, dicen, se puede escuchar el mar, delante de nosotros se desplegaba el laberinto de los barrancos: el amarillo ocre de sus montaas a esas horas se haba convertido en brochazos sucios, y las rocas aparentaban ser los musculosos cuerpos de gigantes en reposo, as, nos paseamos sobre una pierna, y descansamos en la base del trax; Jeshua guard silencio ante tal visin, no cre que algo as estuviera habitado, dijo, mientras buscaba refugio junto a mi, Aqu encontrar lo que necesito, seor y amigo, pregunt confa en mi respond lacnicamente el Jefe sabe donde conseguir flores

    Habamos pasado los primeros vigas, y pisbamos confiadamente los senderos invisibles que nos llevaban al refugio en medio de los desfiladeros, el viento de sable nos golpe un par de veces antes de pasar los ltimos centinelas. Abajo, en aquella hondonada secreta vimos las fogatas, habamos arribado.

    Llam aparte a Jeshua y le ped que me acompaar te presentar con el Jefe le dije, mientras subamos por otro sendero a una de esas cuevas donde tenemos a los leprosos, me detuve en la entrada, iluminada ambiguamente desde el interior antes de cualquier cosa, quiero que lo conozcas, l sabe donde podemos encontrar flores en medio de este pramo mis palabras parecan las de un padre dando las ltimas instrucciones al escolar que se va de vacaciones Acompame, seor y amigo me pidi, y que poda hacer? Acced

    En la entrada de la caverna Jeshua recul, cierto, el hedor era insoportable, pero cmo esperaba que oliera un lugar donde los habitantes jams salen? El olor a carne descompuesta, odios y excremento humanos eran cuchilladas en nuestro rostro; empuje gentilmente al muchacho y entramos al reino de los sin rostro -- Zarathustra! ven, te convoco! -- Aqu no hay luz? -- escuch el susurro de Jeshua, envuelta por el temor -- No la necesitan le repuse Se oy como si en el fondo de la caverna arrastraran bultos, y unos quejidos, por lo bajo, de alguien que est haciendo un gran esfuerzo, despus de un rato, una voz cascada, desvencijada, como de siglos, me respondi: -- Quin llama a Zarathustra, el sin rostro? -- Yo, Enjorlas. -- Y que quiere Enjorlas? -- Saber donde puedo conseguir flores. -- Es una broma? Apret el hombro de Jeshua y fue l quien respondi: -- Seor y amigo, mi nombre es Jeshua, y los sabios de mi pueblo me han confiado una misin: es encontrar y llevar flores

  • 26

    -- porque hubo una desgracia, un terremoto, una sequa, o algo as, si no mal adivino, y necesitan de las flores para que sus muertos puedan partir en paz, saliste de tu pueblo con unas pocas de provisiones y al anochecer te quedaste dormido sobre una gran y antigua roca rectangular, que tenia cincelado la figura de un cuervo con las alas recogidas --Zarathustra tosi secamente, aspir con dificultad, prosigui-- y al despertar te encontraste en medio de este, nuestro moribundo planeta. Comenzaste a caminar por senderos desconocidos hasta que te encontraste con Enjorlas. No es as? -- As es seor y amigo! Cmo lo supo? -- No eres el primero, ni sers el ltimo, pequeo, que nos visita de tu mundo, hace dcadas lleg aqu otro muchacho, limpio y puro, como tu, con la misma misin, y como a ti no le dijeron toda la verdad sobre ella: cuando te la encomendaron t ignorabas que existe entre tu pueblo una antigua tradicin, dolorosa como lo son todas, de sacrificar un nio casi hombre de pureza impecable para aplacar a los dioses de las calamidades adivin, bajo mi mano como sus clulas temblaban ante el presagio de las palabras enronquecidas-- ellos creen que te mandaron a las deidades, y nosotros pensamos que est bien que los afortunados pierdan cada tres o cuatro dcadas a uno de sus mejores tus preguntas obligadas son: podr retornar alguna vez a casa?, Qu harn de mi?, cundo despertar? y mis respuestas son: nunca, no lo s y esto, lamentablemente, esto no es un sueo guard silencio, slo escuchamos por un rato ese respirar como de maquina averiada que flua de su cuerpo sin comps: estaba pensando, una actividad de por si no muy grata; finalmente dijo:-- Enjorlas, tu llevas ahora el mando all fuera, haz lo que debas hacer. Salimos, la cordillera desnuda reflejaba las notas ureas de un sol que

    torpemente empezaba a rodar por un cielo que no era perturbado an por

    ninguna nube; echamos a andar entre precipicios, e iba escuchando su andar, que

    se haba transformado de seguro y gil en lento y arrastrado, s, cuando

    perdemos el hogar perdemos algo ms que un lecho y una mesa, an ms si slo

    tenemos catorce aos pens en su porvenir, como si fuera el mo, lo vi arrojado

    irremediablemente a nuestra guerra, nuestra peste y nuestra hambre, hechos

    inevitables para mi, pero incomprensibles para l, porque que Jeshua no sabia

    odiar; lo mir como se contempla a un hijo, el que Kazandra y yo nunca pudimos

    tener, lo vi crecer e ir a esas antiguas escuelas llamadas universidades y casarse y

    ser feliz, y me vi a m mismo pintndolo en aquel, mi antiguo estudio, y luego,

    enmarcado en caoba, sobre una chimenea que jams tuvimos, mirndonos

    ancianos leer antigua poesa del medio evo, junto al tibieza del hogar entonces

    me decid.

    --Acrcate, Jeshua. Lo hizo lentamente, y tras de sus pupilas vislumbre penumbras, le sonre

    vamos le dije, sonre conmigo, lo hizo sin muchas ganas, y el sol se le trep a

    sus espaldas, entonces gir y el golpe en su nuca lo dej inconsciente, lo tom en

    mis brazos antes que se desplomar y estuve varios minutos mirndole, como si

  • 27

    fuera una flor, record incluso que el primer nombre de mi padre era Jeshua, de

    hecho record a mi padre despus de treinta aos; cargue con l hasta un

    acantilado y lo lanc, amorosamente, a sus profundidades.

    Me tape los odos para no escuchar el cuerpo estrellndose contra las

    rocas, cerr los ojos para no mirar el azul absoluto de la certidumbre y clausur

    la mente para no recordar que algn da mi madre cultivo rosas en nuestro

    jardn; y llor, llor largamente, como cuando por una carta, me avisaron que

    Kazandra haba muerto de la manera ms vulgar: atropellada por una autobs,

    llor y me odi tanto como cuando tuve que darle un tiro, un da despus de

    recibir la carta a aquel soldado que slo quera regresar a casa

    Supongo que sera el medio da cuando baje al campamento, Caballero

    Franco se levant para cuadrarse y al verme solo pregunt por el muchacho, yo,

    en contra de mi costumbre, evite su mirada y respond, como si no tuviera

    importancia: Jeshua?, regres al cielo.

    Marzo, 1998

  • 28

    1

    Ah, hermano mos!

    Aquel dios forjado por mi no pasaba de ser obra humana

    y delirio humano, al igual que los dioses todos

    F. NIEZSCHE

    l viento se torno de nuevo invisible, y la desesperanza, enredada en mis pies, tena

    sabor a limo aejo, a cursi poesa del 14 de Febrero, a sangre punzando la frente de

    un arcngel ante la primera ramera de su vida, a los gritos de escatolgico placer, de

    un homosexual, dando la bienvenida al SIDA en una noche de estrellas olvidadas, de

    urgencias oscuras, de dioses sin incienso, de onanistas ojos en algn vdeo pirata, una noche

    de rboles con corazn de rayo y ramas quebradas, como este sendero, abierto a cuchilladas

    a la mitad de la piel nocturna, en el centro de la montaa de luz, he vagado por el bosque

    dantesco buscando la entrada a la cueva donde habita el pionero de S mismo:

    ZARATHUSTRA.

    E

    Si, he dejado atrs el reino de la msica bobalicona, de los hombres ciegos de entraas huecas, de la televisin idiotizante, que torna al gnero humano en tteres de titiriteros acfalos, para aventurarme, en medio de la oscuridad del medio da, en la montaa que arde en su propio fuego.

  • 29

    Igual que Dante soy presa de todas las virtudes cardinales: me confieso compasivo, tierno y tolerante, mi dbil espritu ha confundido el miedo con la prudencia, la esclavitud con la razn y todo lo que daa a la fuerza creadora de la vida, con lo bueno, as, mis deseos han abdicado, no por inteligencia, sino por los prejuicios que otros han plantado en mi cerebro.

    Las virtudes son depredadores que me asechan a cada paso, pero debo andar este camino, como si tuviera corazn, como si yo mismo fuera parte de la montaa de luz, como si la luz fluyera por mis venas, como si mi sangre no estuviera contaminada por la soberbia y mi s glbulos blancos estuvieran rebosando de libertad.

    * * * 2

    fuera el mundo gira en otra direccin. Q

    ext

    ue importa que los astros crucen la bveda celeste, atrados por otros dioses, y que

    raos ritos de iniciacin sean conjurados para los hombres/nio de cuencas

    vacas?, Importa acaso que en el campo de concentracin las venas abiertas de algn

    desesperado manchen la tierra? o incluso, que el verdadero sentido del amor sea

    usurpado...? Nada me prese tan trascendente como lo que me he esta sucediendo: he

    llegado ante el seor de s mismo: Zarathustra, el eternamente joven, guerrero invicto, lo

    suficientemente sabio, como calibrar su ignorancia, y lo sobradamente valiente, como para

    esperar el maana.

    A

    Afuera el mundo gira en otra direccin, en el sentido de la mentira, la corruptela y la explotacin. donde es un honor pisotear a los otros hombres, y una virtud aspirar a no pensar, all afuera se qued la desesperanza, rondando junto a otros predadores: las luces fatuas de los anuncios de Brandy y las promesas de los cientos de salvadores; aqu, entre las rocas milenarias, en el centro de la montaa de luz est Zarathustra, con el guila de oro, de mirada profunda, descansando en su hombro, y a sus pies, la serpiente de cristal, aquella que lleva en sus colmillos el secreto de la inmortalidad.

    El buscador de s mismo esta mirando la hoguera y en su fuego ve, lo que para mi esta vedado.

    --Este mundo, que es igual para todos, no lo creo ninguno de los hombres, ni ninguno de los dioses, sino que es un fuego que crece y decrece segn su propia medida.

    --Eso, me prese, es de Heraclito. --Si, ese fue otro de mis nombres, al igual que los esclavistas, los guerreros tambin

    somos legin. --Mi nombre es Enjorlas. --El mo es fuego, Apeiron, Mozart, Dal, Marx y Che Guevara, entre otros. --He venido para saber. --Incomprensible en alguien que naci en un mundo donde lo nico brillante es la

    pantalla del cinescopio y la conciencia comunal se esconde tras la sonrisa del Papa o los hroes futboleros, un mundo que trastabilla a cada paso que da... hacia atrs.

    --Sin embargo, hay todava hombres que amamos la Sabidura. -- MIOPES EN TIERRA DE CIEGOS!, NO BASTA AMAR A LA

    SABIDURA, HAY QUE LUCHAR POR ELLA... HAY QUE MORIR , INCLUSO, POR ELLA!

  • 30

    --Es fcil decirlo, para alguien que es inmortal. --Nadie es inmortal, incluso Dios pereci, hoy se adora slo a su esqueleto, a sus

    tripas putrefactas... --...entonces, Dios existi?

    --En la mente de los hombres, nada ms, Enjorlas, Dios era una idea en el cerebro humano, que naci, como todas las ideas, para uso humano... el hombre pari a Dios hace muchos milenios, cuando se encontraba indefenso ante la naturaleza, y como entonces no era ms que un mono desnudo ante lo incomprensible, un mono que no poda cambiar las sequas por lluvias para tener mejores cosechas, ni evitar que la peste acabar con el ganado, o con l mismo; as que invento a los dioses: seres que imaginaba poderosismos, y que podan controlar la naturaleza... claro, el hombre poda controlar a los dioses, por medio de ritos, as el Dios, agradecido por los cantos y danzas hara llover exactamente donde se necesitaba y terminara con las enfermedades con solo desearlo.

    La idea de Dios, que apareci como un intento de explicar y controlar el mundo, deriv, como todas las ideas que no se nutren en la sabia de la vida, en la descomposicin... por un proceso de unificacin, todos los poderes atribuidos a un gran nmero de dioses se concentraron en un slo ser, que organizaba hasta en el ms mnimo detalle la vida de los hombres, PARADOJA ABYECTA!, lo creado tomaba ante su creador una apariencia de independencia y fuerza tal que lo dominaba, claro, tal creencia era fortalecida por los nicos beneficiados de ella: los sacerdotes, cmplices de los reyes, a quienes servan y se servan de ellos... as, finalmente, tras todo un proceso de decantacin, la idea de Dios result ser solamente un pen en el ajedrez poltico; s, Dios muri hace siglos, pero sus asesinos an se enriquecen exponiendo sus despojos...

    En verdad, en verdad te digo, que mientras existan seres cobardes que delegan su vida en otros, en lugar de asumirla, existirn sacerdotes y tiranos.

    As hablaba Zarathustra.

    l siervo de s mismo me enseo las grietas abiertas en mi inocencia, las venas dilatadas del viento y el oscuro deseo de poder que palpita bajo nuestra piel, me habl de Serendip y de Trl, me mostr las enseanzas secretas de los heresiarcas Hititas y como los apostatas de la vida haban lanzado a los hijos de la luz de su reino, supe por

    l que los espejos y la copula son dos dioses eunucos, porque multiplican a los hombres, mientras que lo necesario es trascenderlo, estuve en su compaa durante siete meses, durante los cuales me fue arrancando mis siete diferentes mascaras, esas que haba usado en mis siete pasadas vidas; por la maana comamos races y enturbibamos nuestras almas con el conocimiento, por la tarde cazbamos nubes, y por la noche echbamos al viento nuestros hilos de plata, en busca de las columnas que sostienen al cielo...

    E

    Ms un da, al final del sptimo mes, a la sptima hora, Zarathustra me llam, tom un leo, mir atentamente sus vetas entretejidas, y lo lanz a la fogata: -- ... ah va el guerrero, se deja abrazar por la mayor pasin de todas: SU LIBERTAD, se

    consume, arde, deja lo mejor de s en esa energa liberada y liberadora, que son sus actos,

    luego es cenizas, pero nunca polvo.

    -- Es que no hay esperanza para el guerrero? --La esperanza es slo digna de los mediocres, de aquellos que son tan poca cosa que no pueden ser los constructores de s mismos, aquellos que no se atreven a ser la profeca del super hombre. --Luego, la esperanza no es ms que otro engao. --Eso es lo que pienso, junto al deseo de existir ms all de su propia vida, son dos trampas para el hombre de sabidura.

  • 31

    --Eso es muy crptico para m. --Ojal que hubiera ms cosa crpticas para mi-- respondi Zarathustra, me sonri, como slo l sabe hacerlo , tom mi hombro y dijo:-- es tiempo. Asent en silencio, di la media vuelta y busque la salida, pero la voz del maestro me detuvo: -- Recuerda Enjorlas: cnicos, alegres, desvergonzados y valientes, as nos quiere la

    sabidura, ella es mujer y slo ama al guerrero. mala, posela, como tigre en celo, luego,

    bscame de nuevo.

    Afuera el mundo gira en la direccin de mis pasos, y la desesperanza huye de m, como la hiena del len, el sendero es firme y el aura de la montaa de luz me acompaa a todas partes.

    3

    os mundos construidos con fanatismo y explotacin, los imperios cuyos cimientos son de arena, y sus sumos sacerdotes borrachines sifilticos, que defienden una moral de esclavistas, y esconden su cabeza en el estiercolero de sus prejuicios, esos mundos que giran en la direccin que para sus amos es conveniente, abren sus caminos ante mi, me

    muestran, impdicos, sus catedrales y sus casas de bolsa, sus ostentosos bancos y sus miserables barracas, sus piadosos burgueses y sus obreros de mezclilla rada, sus antenas de televisin apestando el aire, y su esperanza, vestida de lentejuelas, en la escalera del metro... aqu esta prohibido el nombre de Zarathustra, y sus palabras son ominosamente olvidadas; estos mundos es donde siempre he vivido y ahora me siento extranjero, no soy el que se fue tras el rastro de una quimera, llamada montaa de luz, aunque mi rostro sea el mismo y responda al mismo nombre, aunque Sofar, el sacerdote, me confunda con quien fui, me abras y me conduzca a su madriguera: una hermosa iglesia del siglo XVI, piedra tallada con la sangre de los indios, que habita en las medianias del valle...

    L

    --Enjorlas, hermano, para mi es un honor encontrarte de nuevo, saber de ti... y me preocupa tu ausencia en las ultimas misas, y tu falta de limosnas para las almas del purgatorio, t, que siempre te has distinguido por piadoso, tienes problemas?, hablemos, abre tu corazn a este humilde servidor de Dios --me dice mientras toma asiento en un mullido silln de cuero, y me mira, con sus ojos lquidos, opacos, esperando en respuesta, mis secretos, con ellos tendr mi espritu en sus manos, y depender de l; para mis cuitas me ofrecer la cura universal para todos los males del alma: el amor de Dios, y una receta de felicidad o resignacin, segn sea el caso, en pago a hacerme sentir momentaneamente mejor --porque segn l deb ser incapaz de enfrentar los problemas por m mismo-- slo exigir la total sumisin, no para l, claro, sino para Dios... Sofar me salvar de mis dudas, con respuestas anacronicas y equivocadas, pero me condenar a algo peor.

    A LAS PUERTAS DEL HOLOCAUSTO

    l aire de aqu no se respira, se unta en la nariz, con su sabor a polvo de milenios, el olor, mezcla de sudor, cuerpos corrompidos, y mis propios miados y excrementos, escala las fosas nasales con su textura gelatinosa y necia, enreda sus escamas hmedas en el rinocfalo, clavando sus colmillos en mis neuronas y esto no es lo peor, esta est

    maldito calor pastoso y lento, que se escurre por mi piel, agrietndome la epidermis con su caricia de anciana pervertida, abriendo fisuras en su coraza e inundando mis poros con esa viscosidad de oruga que est suspendida en la atmsfera y lo peor no es esto, estn esos malditos cantos, repetidos hasta la obsesin en un idioma incomprensible, que atraviesan mis

    E

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    tmpanos como peregrinos apostatas una vieja Mezquita en ruinas, signos indescifrables envueltos de sndalo e incienso, que levantan oraciones a un dios extranjero y sediento, hasta donde s, de mi sangre y esto no es lo ms desolador, esta la condenada oscuridad en que estoy enterrada, duelen las retinas de forzarlas a buscar un respiro de luz entre las tinieblas, el querer entrever en el cuerpo casi slido de la negrura una grieta que me permita adivinar la extensin de mi celda pero lo verdaderamente infame consiste en saber que estos hombres, sumergidos en su rito brbaro, me raptaron por un motivo mstico: Precisamente porque soy virgen, y me van a brindar en Holocausto a su dios, que ha de ser el demonio; si no fuera pattico, sera de risa loca, tantos aos de cuidarme, de aguantarme las ganas, para que el tesorito, como lo llamaba mam sea el motivo de mi desventura pero, han dejado de cantar, y un rumor de pisadas ascienden por las escaleras de caracol por donde me trajeron, Gracias a Dios, no falta mucho para que descanse!

    AMNESIA

    n los fragmentos de eso que llamamos realidad no terminaban de ensamblarse cuando

    viste el cuerpo: un hombre de edad indeterminada tirado, como las convicciones de la

    juventud, sobre el sof. Aletargado, intentaste erguir tu continente, pero esa roca urea

    asentada en tu cerebro lo impidi, maldijiste por lo bajo, como si la sangre, ya coagulada,

    que sostena al cadver te pudiera escuchar

    A

    Tras -- al parecer algunas horas, cuando se fueron evaporando aquellos fuegos artificiales que te rondaban, comenzaste a descubrir las cosas que formaban el escenario de tu despertar: la pistola que jams habas visto (de un calibre para ti desconocido, pues les tienes fobia a esas cosas), en la mano derecha, t, que eres zurdo. Qu chingaos pasaba en tu cabeza?, tardaste otro rato en relacionar el muerto con el arma y contigo.

    La palabra ratonera deton en un resquicio de razn que ya se abra paso, seguida de: escapar. Lograste tomar asiento en el suelo, aunque todava tus neuronas giraban lenta, dolorosamente, como constelaciones a miles de aos luz. Escapar, te repiti la alarma todava adormecida en tu cabeza, escpate o te chingan; despus de tres intentos, estabas apoyado ya sobre una mesa llena de botellas vacas de vino --otra de las cosas que aborreces--, buscaste la salida de ese departamento desconocido, como un ciego el arco iris.

    El rinocfalo, ya desintoxicado de quien sabe que mamadas, te avis que tu cuerpo arrastraba una pestilente fusin de vomito y alcohol, sal de ah de inmediato, grandisimo cabrn, te empez a repetir la voz interior, si no, te cargan el muertito, y a ti lleva la chingada

    Vacilante, tu cuerpo tropez buscando la salida de aquel departamento ajeno, que pareca mtico laberinto en Creta. Cuando encontraste la puerta de la calle, era tarde: ya estaba sonando el timbre por primera vez, tu cuerpo tembl, independiente como estaba de tu mente, que no logr captar el significado de ese sonido, hasta que llamaron por segunda ocasin, Ya me llev la ta de las muchachas, pens tu conciencia, que ahora vagaba fuera de la piel, como si fuera lo nico de ti que salvara.

    El timbre reclam atencin por tercera vez, despus, imaginaste, que como en las pelculas, tumbaran la puerta, entrando metralleta en mano un grupo elite de agentes que dispararan al menor movimiento sospechoso, o, si tenas suerte, te esposaran, arrastrndote hasta la patrulla, donde te golpearan sin piedad. Preferiste abrir la entrada, todava no sabas porque estabas ah, encerrado con alguien asesinado, pero, el destino ya te haba condenado.

  • 33

    Un par de personas de traje y portafolios sonrieron, pidindote un minuto de tu tiempo, que si tu habas ledo la Biblia, que si estabas consciente de que Jehov te ama, que si habas pensado ltimamente en la muerte y en tu salvacin; negaste con la cabeza y saliste, cerrando la puerta tras de ti, ellos no te dejaron ir hasta obligarte a comprar una revista fantica, antes de ir a la siguiente casa a tocar. Pagarla no fue problema, inexplicablemente tenas en la cartera ms de medio milln de pesos. Despertad se titula, y es la que ahora finges leer mientras un autobs te lleva hacia Guatemala, convocado por las lneas de un horizonte que no termina de llegar.

    Lo peor de todo esto es que todava no sabes quien eres, el porque tienes tatuado una serpiente al rededor del muslo derecho y tres identificaciones distintas.

    15 de octubre de 1998

    EL ULTIMO DOMINGO

    ecuerdo haber caminado sobre las vas del ferrocarril toda la tarde de aquel domingo que pareca interminable, como lo son todos los domingos de la infancia, donde el sol permaneci inmvil durante horas, dejando que el tiempo de derramar, perezoso, bajo mis pies. Recuerdo mi piel, gris lodo y casi ptrea, el uniforme anaranjado con verde de

    mi equipo REAL AYAX DE CHALCO hecho jirones, y ese dolor, terco visitante en mi frente. Recuerdo haber aventado mi baln a un montn eterno de basura, me lo haban ponchado ya de todos modos lo de la pelea es lo de menos, canijos cabrones, chilangos tenan que ser, siempre quieren ganar, aunque sea por las malas, bueno, batallas peores haba librado con ese gesto festivo de la niez, que juega a puetazos a ser hombre; no, lo que dola era otra cosa, era haber sido yo, y no otro, el que metiera el gol del triunfo, que la lnea que abri el baln en el aire, saliese precisamente de la punta de mi zapato, que de forma misteriosa, casi mstica, eludiera a los defensas que lanzaron sus cuerpos desesperados sobre su camino invisible, y que al portero, un muchacho largo y huesudo, se le escapar entre los dedos fue un gol de esos, de pelcula, que entran mgicamente en el ultimo minuto del juego, que deciden el juego y el campeonato; despus supe que al final acordaron entregar el premio a Ral, nuestro entrenador, era un trofeo de altas columnas doradas sosteniendo la figura de plomo plateado de un futbolista a punto de golpear el baln y que lo tuvo en su despacho durante aos

    R

    Cuando cay el gol, y con l la victoria, nuestros gritos de triunfo fueron acallados por un efmero, pero doloroso remolino de furia, que termin cuando los adultos intervinieron; la cosa es que de pronto me quede slo, en medio de ese llano lodoso, que pomposamente bautizaron como campo de ftbol; los padres desaparecieron con sus hijos en un pestaear, ni siquiera quedaron los entrenadores, el arbitro y hasta la seora que venda chicharrones de harina con mucho chile, o tal vez slo sea as como lo recuerdo, quiz nadie se movi, y an estn, estatuas de lodo, encantadas en ese lugar, lo que es cierto es que l no estaba ah, y que an no encontrado, tras tantos aos, las palabras para explicar el cmo se parte el corazn de nio, no s, un crujir silencioso, un grito que viene de lejos y te pega en el pecho, una desesperanza perdida en el alma de Dios, quiz las puertas del infierno que se cierran tras de ti, o el da que descubres que el amor no existe.

    Regrese a casa, mi pap estaba viendo todava los comentarios de un juego de primera divisin, Atlas contra Panzas Verdes, o algo as, supongo que olvido mi partido, y yo decid olvidarme de l; sal a vagabundear el resto del da: mientras caminaba sobre las vas del tren, me fui despojando de todo aquello que me una con aquel fanatismo heredado: el baln, la camiseta, las calcetas y finalmente los zapatos, mir su piel agrietada, sus tacos gastados, sus raspaduras que hablaban de tantos juegos, anude sus agujetas y los lanc con toda la fuerza de mis diez aos al cielo, los mir girar en el espacio, dndome su despedida circular, pero no

  • 34

    alcanzaron las nubes, sino que se enredaron en las lneas del telfono, quedando inalcanzables, como mi perdn.

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    VELAR LAS ARMAS

    a la hora precisa y a destiempo sangran las ranuras del corazn

    Jeannette L. Clariond

    ordas de bestias mecnicas acampan a las afueras del laberinto: Son fantasmas ciegos que vienen rastreando una profeca desde el borde de lo improbable. Sus cuerpos oxidados sudan aceite inmundo, ftido humo, desolacin. Costras de sangre en sus quijadas nos avisan que son viudos de s mismos, que en el camino han dejando

    memorias de fuego, arboles decapitados, yermo. Su historia es una larga elipse de lluvia seca, engranes desgarrando tierra, desencuentros con famlicos ejrcitos andrajosos. Son mutantes de mitologas apcrifas cuyos cuerpos de pesadilla duermen sobre llamas. Resopla su cansancio de siglos, su dureza de orculo. Ahora el mar de bestias siembra su sombra, espera.

    H En el Laberinto de la Ceguera no quedan grietas para la esperanza, ni rapsodas que

    relaten su valerosa cada. En las almenas slo se encuentran armaduras vacas, lanzas astilladas, espectros. El portn est atrancado, y tras l, el ultimo hroe vela sus armas, solo, como si fuera el principio, empantanado de sueo, sin escudero ni fe. Viejo hasta la humedad, con una espada como lastre, artrtico, terco, solemne, mira tras su glaucoma los fantasmas que navegan a travs de la noche.

    l no quiere esperar. Conoce la hora prefijada por la fatalidad, sabe que las bestias tumbarn los muros con el destino como ariete, partirn su rostro en dos maldiciones y avanzarn como un virus por los corredores circulares hasta encontrar el corazn, donde devorarn su fuego hasta el eclipse. Intuye que consumado el oscurecimiento las ideas se liberarn de sus mascaras y los dioses sern de nuevomontoncitos de mierda. Adivina como las ideas se volcarn enloquecidas en un tornado gneo que se eleve hasta el primer infierno y despus... la nada, o el silencio de las estatuas, que es peor.

    l no puede esperar.

    4 de junio de 2003

    La sala est encharcada de noche. La noche llena con su herpes todo fuera de ti. Sostiene la furia del viento, sus colmillos glaciales, su piara enloquecida. Llena de

    pesar la espalda, los muones, el costillar. Y en medio de esa jaura, quiero encontrarte, sorbiendo la sangre ajada de las hojas.

    Encuentro reptando a tu lengua, enlodados tus senos, doblemente perdidos, y a se, tu sexo, sin rastros de mi semen. Bebo la sal que desborda de tus labios. Escribo en las almohadas como quien tata nubes. Orino los rastros de tu sombra y a veces sueo. Mi deseo es como un lunar: no tiene medida ni densidad, pero el tiempo late en su contorno.

    No hay entre ste hombre y su noche ms que carne canicular y ahogada, donde se trenzan las dudas sin huella, sin luz y sin vigilia, en un vaco sin un despus.

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    Te busco enardecido en los cuerpos noctfagos, en el alcohol entrampado, en el cerrado silencio de las putas cagando. Te busco tras la sfilis de la fe, en las ojeras de los salvados, tras la primera promesa de amor, mas no te encuentro: pareciera que todo fuera de ti es abandono.

    04 de Noviembre de 2003

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    PUNTO DE FRACTURA Hctor Alarcn La humanidad est muerta y no lo sabe. Llagas y putrefaccin en lugar de rostros,

    pus en la entrepierna, chacales violando cotidianamente a la esperanza. Bajo la curva cerrada de su extincin, los cadveres siguen construyendo su guarida: grandes iglesias como cementerios, hospitales donde encajar brazos, fetos, estigmas; vastos orfanatos, como si todava los necesitarn. Andan por las calles extraviando mechones de pelo e historia entre la humedad creciente del Estigia. Su piel, salpicada de gusanos, se les cae cuando caminan, junto con tibias y msculos putrefactos. As y todo persisten frenticamente en construir naves, esperanzados en escapar de s mismos. Los navos, anclados en gigantescos esqueletos metlicos carecen de corazn y savia, como los constructores, y estn condenados, como ellos, a la oxidacin y el abandono. Sin embargo, cientos de aquellas piltrafas humanas se han arrastrado dentro de estos cacharros, tras pagar millones y suean que viajan hacia las estrellas.

    La humanidad muri sin saber su origen y destino: fueron un experimento csmico que intentaba engendrar virus los hombres que contagiarn con su belicosidad otras culturas. Por qu? Los grmenes existen como parte de un sistema de vida sano: son los elementos que nos ponen a prueba. La enfermedad, si salimos de ella, nos hace ms fuertes. Para eso (enfermar con su sinrazn a la galaxia) fueron creados los hombres. Al final, los programadores annimos que los perpetraron consideraron fallido el experimento humano y lo abortaron. Desde entonces los hombres andan como dando traspis: tropezndose siempre con la misma y proverbial piedra, buscando ciegamente una salida que ya no existe: no es raro verlos con muones sangrantes, escarbado la estril tierra.

    La humanidad est tan muerta que nunca supo que su fin lleg y pas: cundo las profecas se empezaron a cumplir y los augurios llenaron los cielos, los hombres se taparon la cara, entercados en seguir vivos, como si tal cosa valiera la pena, como si enamorarse no trajese siempre desconsuelo y trabajar no significar pudrirse en el hasto. Claro, les queda la

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    esperanza, el peor componente de su calidad de virus, por ella todava andan creyendo ilusos! que no existe el destino.

    Tras siete millones aos el experimento humano lleg a su termino, sin xito aparente, por lo que se finiquito a las 12 horas del 6 de junio del ao 1966, segn el calendario cristiano. En aquel punto de fractura la humanidad debi ser sustituida por un nuevo virus, pero los replicadores que lo formaban no pudieron ser suprimidos. En otras palabras: la humanidad se opuso a ser eliminada. El germen result ser ms fuerte de lo imaginado. Los despojos humanos se han convencido que eso que tienen ahora todava se llama vida: el levantarse por la maana y buscar en el suelo su maxilar inferior, el querer sexo (slo por inercia) y descubrir que la carne ya no es nuestra, sino de los gusanos, el arrastrarse apestando las calles cada vez con ms huecos en el cuerpo, eso es slo una mala racha, maana, sin duda afirman, volvern a ser lo que fueron.

    Por ello, se ha ordenado el ataque de los ngeles. Los seres alados abrieron huecos en las nubes y como puetazos de luz arribaron