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¿Quién podría no tener una opinión sobre los incrementos de la delincuencia en las calles? ¿Quién no concuerda con la idea de lo que supuestamente es hoy la juventud y con lo que se piensa que está sucediendo con este importante grupo social? Los estudios sociales han presentado diferentes ros- tros de este fenómeno y, aunque han formulado propuestas para la reintegración de estos grupos ju- veniles hoy surge una duda: ¿a qué sociedad se les quiere integrar si nunca han pertenecido a ella? Es un hecho que actualmente las políticas sociales de los gobiernos están en general disociadas y, muchas veces, en abierto antagonismo a los esfuerzos realizados desde la sociedad civil: ¿ha llegado el momen- to de replantear el papel del Estado frente a la caótica realidad existente? Existen barrios donde la violencia es una forma de vida y los residentes tienen que adoptar esa actitud, es decir, combaten vio- lencia con violencia: ¿no es posible conjugar los conceptos de juventud y cultura con la definición de una política social pública que prevea estos escenarios? El presente trabajo pretende dar respuesta a algunas de estas interrogantes. Is there anyone who could have no opinion regarding the increase of delinquency in the streets? Is there anyone who does not agree with the idea on what young people are supposedly today and with what is believed to be happening in this important social group? Social studies have presented different angles of this phenomena and, in spite of proposals being formulated for the reintegration of these juvenile groups a doubt now emerges.To which society does one wish to integrate them if they have never belonged to one? It is a fact that, at present, government social policies are in general disso- ciated from and, often, in open antagonism to the efforts carried out by the civil society. Has the time come to rethink the role of the State vis-à-vis the existing chaotic reality? There are neighborhoods where violence is a way of life and the residents have to adopt this attitude to combat violence with vio- lence. Is it not possible to join the concepts of youth and culture with the definition of a public social policy which foresees these scenarios? This article seeks to answer some of these questions. : Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -. Pandillas, jóvenes y violencia Héctor Castillo Berthier

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¿Quién podría no tener una opinión sobre los incrementos de la delincuencia en las calles? ¿Quién noconcuerda con la idea de lo que supuestamente es hoy la juventud y con lo que se piensa que estásucediendo con este importante grupo social? Los estudios sociales han presentado diferentes ros-tros de este fenómeno y, aunque han formulado propuestas para la reintegración de estos grupos ju-veniles hoy surge una duda: ¿a qué sociedad se les quiere integrar si nunca han pertenecido a ella? Esun hecho que actualmente las políticas sociales de los gobiernos están en general disociadas y, muchasveces, en abierto antagonismo a los esfuerzos realizados desde la sociedad civil: ¿ha llegado el momen-to de replantear el papel del Estado frente a la caótica realidad existente? Existen barrios donde laviolencia es una forma de vida y los residentes tienen que adoptar esa actitud, es decir, combaten vio-lencia con violencia: ¿no es posible conjugar los conceptos de juventud y cultura con la definición deuna política social pública que prevea estos escenarios? El presente trabajo pretende dar respuesta aalgunas de estas interrogantes.

Is there anyone who could have no opinion regarding the increase of delinquency in the streets? Isthere anyone who does not agree with the idea on what young people are supposedly today andwith what is believed to be happening in this important social group? Social studies have presenteddifferent angles of this phenomena and, in spite of proposals being formulated for the reintegration ofthese juvenile groups a doubt now emerges.To which society does one wish to integrate them if theyhave never belonged to one? It is a fact that, at present, government social policies are in general disso-ciated from and, often, in open antagonism to the efforts carried out by the civil society. Has the timecome to rethink the role of the State vis-à-vis the existing chaotic reality? There are neighborhoods whereviolence is a way of life and the residents have to adopt this attitude to combat violence with vio-lence. Is it not possible to join the concepts of youth and culture with the definition of a public socialpolicy which foresees these scenarios? This article seeks to answer some of these questions.

: Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

Desacatos, núm. , primavera-verano , pp. -.

Pandillas, jóvenes y violencia

Héctor Castillo Berthier

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¿DÓNDE ESTAMOS?

M aras, clicas, bandas, pandillas, parches, gan-gas; y sus miembros: gamines, homies, par-ceros, pivetes, sicarios; con sus arengas: “por

el barrio nací, por el barrio moriré”,“el enemigo es la ley”,“¡amor del Rey!”; con las ropas de colores diferenciados yexclusivos; con los tatuajes como símbolos de identidad:tres puntos en el antebrazo o entre los dedos pulgar e ín-dice que significan “dinero, drogas y mujeres”, las crucesen el pecho o las lágrimas en los ojos que indican el nú-mero de muertos, y esa clásica leyenda en el cuello, en elpecho o en la espalda: “Perdóname madre mía por mi vi-da loca”. Y sus nombres: la Vida Loca, la Blood for Blood(sangre por sangre), la Denfo du Barrio (morir por el ba-rrio), la MM (Mexican Mafia), la Mara , la , los Pa-nochos, la , los Salvatrucha… son sólo algunos cuantosde los nuevos símbolos de una vieja realidad: organiza-ciones de autodefensa juveniles en “territorios enemigos”,donde ser joven pobre —y más si es migrante— tieneun alto costo de discriminación; donde la única “salida” ala marginalidad tiene que romper la ley; donde la vio-lencia, propia del sistema capitalista, es enfrentada conmás violencia; donde la vida no vale nada, o más bien,donde se da el encuentro de la funesta realidad de saberque la muerte comienza a ser un negocio lucrativo.

Y los países: Guatemala, Honduras, Nicaragua, Colom-bia, Brasil, El Salvador, Costa Rica, Panamá, México, yotros más, en donde se está gestando una auténtica uni-ficación latinoamericana respecto a la existencia de estosjóvenes pandilleros que, más allá de la búsqueda de unaidentidad o del consumo y asimilación de la hibridacióncultural globalizada, han encontrado en la violencia unaforma para tratar de sobrevivir en una sociedad de la cualhan estado excluidos permanentemente.

Si en general a los años se les calificó como la dé-cada perdida, los jóvenes de estos años pasaron a ser au-tomáticamente una generación perdida, hijos (o nietos)de las recurrentes crisis económicas y de gobierno; peroen Centroamérica, y con mayor fuerza en Nicaragua y ElSalvador, sus jóvenes fueron, además, hijos de la guerra.

El Salvador es considerado por la Organización de lasNaciones Unidas (ONU) como el segundo lugar más vio-

lento de Latinoamérica, después de Colombia y es en es-te país donde el nombre de una pandilla en particular, laMara Salvatrucha, empieza poco a poco a invadir la reali-dad de otros países y obliga a voltear la mirada sobre unproblema que, si bien siempre ha existido, hoy reaparececon una fuerza y una violencia nunca antes vista, en me-dio de un ambiente expansivo y de exportación del fenó-meno hacia los países vecinos.

Vale la pena detenernos en una declaración reciente dela Fiscalía General de la República (FGR) de El Salvador,en voz de su director, Belisario Artiga, quien reconoce quelos distintos gobiernos salvadoreños “dejaron crecer elproblema de los mareros”. Una vez terminada la guerraen , El Salvador entró en un lento proceso de recons-trucción que incluyó nuevas leyes y el desarme obligatoriode todos los grupos armados, y agrega:

Nadie vislumbró lo que significaba la época de la posgue-rra y se cometieron errores… Al desmovilizarse los cuer-pos de seguridad y la guerrilla, se dejó suelta a una masa de hombres que durante años aprendieron a defen-derse o matar y que de lo único que sabían era de armas…la Policía Nacional Civil (PNC) era un cuerpo amorfo que noestaba preparado para controlar la delincuencia urbana[que es] muy diferente al combate en las montañas… Laeconomía estaba desecha y en cero la creación de empleos…Por esos años el gobierno estadounidense inició la depor-tación masiva de salvadoreños que estaban en prisión ocometieron algún delito en las calles… Llegaron miles, sincontrol alguno. Jamás supimos quiénes eran o si tenían an-tecedentes penales; muchos de ellos venían directamente dela prisión y como no habían cometido delitos aquí, al lle-gar al aeropuerto quedaban libres, se iban a las pandillas.1

En los primeros años de la posguerra las maras pasarondesapercibidas y semi ocultas en el torbellino de la delin-cuencia urbana. “Las prioridades eran otras —reconoceel fiscal—, teníamos una alta incidencia de asaltos a manoarmada, robo de bancos, de furgones con mercancía yde secuestros exprés, que por cierto vinieron de México”(ibid.). Y no fue sino hasta años después, en el ,

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1 “La vida en territorio mara”, La Jornada, suplemento Masiosare, demarzo de , pp. -.

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cuando el gobierno salvadoreño empezó a aplicar ciertas“medidas”; pero el problema ya estaba fuera de control.Entre estas medidas sobresalen dos en particular: la lla-mada “Ley Antimaras”, que parece tener más bien unaorientación política —ya que es impulsada por el presi-dente y su partido antes de las elecciones y termina tressemanas después de que estas sucedan—, y el programa“Mano Dura” que, entre sus objetivos, prohíbe pertene-cer a pandillas, usar tatuajes, reunirse en la calle con másde dos personas, además de aplicar sanciones penales amenores de edad.

Los resultados de dichas medidas son similares a los queocurren en muchos otros países con situaciones análogas:miles de detenidos — en el caso de El Salvador deun total estimado por la PNC de pandilleros dis-tribuidos en clicas—, % de ellos por sospechas depertenecer a las maras o por traer algún tatuaje, de losque sólo al % se les relacionó con algún delito cometido

por las pandillas y que arroja una cifra implacable: %de los detenidos están libres por falta de pruebas (ibid.).¿Qué nos dicen estas cifras sobre el problema?, ¿puedeverse una manipulación del fenómeno social para sacar al-guna ventaja política?, ¿no parece acaso que los jóvenessiguen siendo “carne de cañón” para ser utilizados sóloen las épocas electorales vía la manipulación de sus estig-mas en los medios?, ¿cuál es el verdadero alcance de estasdisposiciones del estilo “Cero Tolerancia”?

No es posible hablar de los jóvenes en términos ma-niqueístas para decir que todos son buenos o, al contra-rio, malos. Es natural que en los grupos sociales haya unamezcla indeterminada de los dos tipos, subordinada a lascondiciones de vida materiales y sociales. Sin embargo, yparalelamente a la “efectividad” de estas medidas —anun-ciadas sistemáticamente en la prensa para alcanzar elobjetivo mediático deseado—, surge en la sociedad unsentimiento y una percepción de “lo que son los jóvenes”,

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“El momento más doloroso fue cuando mataron a mi hermanita de dos años. Fue en una esquina. Pasaron disparando. Yo estaba cerca con unoshomies.”

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del peligro que representan y que muchas veces la llevaa actuar en forma violenta e irracional, amparada por lainexistencia de “justicia” o la presencia de un estado dederecho débil y sin bases sólidas.

Así, surgen en Brasil los “Escuadrones de la Muerte”,en Colombia la “Policía Cívica”, en El Salvador la “Som-bra Negra”, que inician, por su cuenta, auténticas “ope-raciones de limpieza”, asesinando a los pandilleros —o aquienes creen ellos que lo son—, aumentando el climade violencia y de impunidad que permite que todas estasmanifestaciones de barbarie sean, paradójicamente,“acep-tadas” e incluso validadas por una buena parte de la so-ciedad. El concejal del ayuntamiento del Gran Salvadory durante nueve años combatiente activo del Frente Fa-rabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), EduardoLinares, ha dicho respecto a las fotografías de cadáveresdesmembrados que aparecen en un reporte de la policía:

Era la forma de amedrentar a la gente en los años de la gue-rra sucia… Decapitar personas y tirar la cabeza en sitios di-ferentes, o desmembrar varios cuerpos y juntar las partesde todos en un solo lugar fue el sello de la dictadura… Sehan encontrado jóvenes amarrados, colgados de los pulga-res como en los tiempos de la guerra. Eso no lo hacen losmareros, no es su metodología, y por el contrario, quedala sensación de que hay operativos para limpiar al país de lasmaras (ibid.).

La difusión de estas imágenes por los medios de comu-nicación dieron el sustento para la aplicación de las “me-didas” en contra de las pandillas. Sin embargo, para losjóvenes pandilleros, su grupo —su “familia”— siguesiendo una parte medular de su existencia, en donde serpandillero significa ser solidario, alimentar a otro pandi-llero o asesinar por tu pandilla. Es decir que ser pandille-ro está considerado por muchos como una auténticaforma de vida.

Miles de jóvenes —literalmente hablando— se han su-mado a las maras de El Salvador, pero no se trata de unfenómeno local, lo mismo ha ocurrido en Colombia, LosÁngeles, Nueva York, Nicaragua, Honduras o México, yuna de las advertencias de un marero indica que tan sóloen la ciudad de México ya existen unos mareros dis-tribuidos en siete clicas, que son la columna vertebral delos Salvatrucha en este país, advirtiendo que si hoy sepreocupan de que estén llegando tantos pandilleros “nohan visto nada todavía” (ibid.).

Un marco general que unifica las realidades específi-cas de estos países es la pobreza generalizada y sus efec-tos en la población, que es hoy una discusión de primernivel para los países de América Latina, debido al consi-derable aumento de este fenómeno social y económico.Algo que contribuye al debate es que la pobreza se ha da-do en medio de un contexto de raquítico crecimiento dela economía, caracterizado a la vez por un proceso de re-modelación radical del papel del Estado en relación conlas políticas sociales o de bienestar.

Junto al tema de la pobreza aparecen nuevas concep-ciones de la privación: vulnerabilidad, exclusión, discri-minación, explotación y violencia. Algunos de éstos sontemas viejos en las ciencias sociales, pero olvidados o evi-tados por ciertos paradigmas científicos disciplinarios.

3“No, yo cuando estaba con aquéllos nunca tuve miedo de todo eso,pero ahora sí porque me he puesto a pensar que la vida pues es bonita.”

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Pero la magnitud de las desigualdades con relación a lasclases sociales, las razas, géneros, edades y regiones, hacenque estos tópicos vuelvan a plantearse como pertinentesen la discusión de las formas de inequidad social.

Por estas razones es necesario ampliar el debate sobrela pobreza y sus diversas manifestaciones, así como la con-cepción y materialización de las políticas sociales en tornoa este tema. Es urgente expandir el debate de la pobreza—entendida no sólo como carencia económica— haciala comprensión de la miseria como elemento clave para laconstrucción de prácticas sociales que buscan enfrentar deraíz las necesidades del individuo, la familia o la colectivi-dad. Esta tarea implica una perspectiva multidisciplinaria,por lo que el tema de la metodología de estudio y de lareflexión normativa resultan indispensables en una discu-sión que abra nuevos horizontes a la investigación social.

“Pandillas, jóvenes, violencia”, estos conceptos unidosencierran un tema que es común a la realidad de muchospaíses, no sólo de América Latina sino del mundo entero:la delincuencia juvenil. Su presencia es recurrente y ofre-ce, contradictoriamente, las visiones convergentes y encierta forma engañosas que aparecen día con día en losmedios de comunicación, en las oficinas de gobierno don-de se diseñan las políticas públicas y en los frecuentes te-mas de conversación de las reuniones familiares. ¿Quiénpodría no tener una opinión sobre los incrementos de ladelincuencia en las calles?, ¿quién podría abstenerse dereflexionar —aunque sea superficialmente— sobre loque son y representan las bandas y las pandillas juvenilesen su ciudad o en su barrio?, ¿quién no tiene una idea cer-cana a lo que supuestamente es hoy la juventud y a lo quese cree está sucediendo con este importante grupo social?

La interacción de estos conceptos, sin un análisis demayor alcance, fácilmente permite imaginar escenarioscaóticos, plagados de lugares comunes y muchas vecesoscuros, como si se tratara de un túnel prefabricado endonde ya se sabe —o al menos se intuye con toda segu-ridad— “lo que va a ocurrir”. Pero, curiosamente, tantola juventud como las pandillas o la violencia son catego-rías que necesitan de una indispensable reconstrucciónhistórica de acuerdo con los parámetros específicos de ca-da sociedad, si es que se quiere entender —en un sentidoextenso— el presente y el futuro de nuestra sociedad

contemporánea, donde de seguir con las actuales tenden-cias demográficas, al menos en América Latina, habrá enlas dos siguientes décadas más jóvenes que nunca antesen toda la historia del continente.

Los pandilleros recrean una serie de símbolos identita-rios que les permiten crear sus propios códigos de comu-nicación con un solo objetivo: diferenciarse e integrarsea “algo” que ha venido a suplir el papel de la familia.

Pero no todo está perdido, y agrupaciones como losHomies Unidos, en la ciudad de El Salvador, o Circo Vo-lador en México, se han reunido para buscar en las pan-dillas, en las bandas, las fortalezas y habilidades que lespermitan transformarse en personas productivas y depaso dar una solución al problema de la violencia socialexistente. Junto a ellas están los programas y las políticassociales que surgen del gobierno, como es el caso de lospartidos de futbol nocturnos organizados en El Salvadorpor el Consejo de Seguridad. Ante esto, Luis Romero deHomies Unidos plantea: “¿De qué sirve jugar al futbol sien la noche me voy a morir de hambre?” (ibid.). O sea, ¿aqué sociedad se les quiere integrar si nunca han perte-necido a ella? Es un hecho que actualmente las políticassociales de los gobiernos están en general disociadas, se-paradas y, muchas veces, en abierto antagonismo frentea los esfuerzos realizados desde la sociedad civil: ¿qué quie-re decir esto?, ¿no es acaso el momento de replantear se-riamente el papel del Estado frente a la caótica realidadexistente?, ¿seguirá vigente el viejo lema de las bandas“no hay futuro”?, ¿hasta cuándo? En los siguientes apar-tados se pretende obtener alguna respuesta a estas inte-rrogantes.

PANDILLAS: UNA PERSPECTIVASOCIOLÓGICA

Como grupo social, los jóvenes están forzosamente vin-culados a su entorno, al ambiente económico, social, po-lítico y cultural presente en cualquier etapa de la historiade un país o de una ciudad, y de esta relación histórica de-penderán los mecanismos, acuerdos, visiones y formasde convivencia que se hayan establecido entre ellos y susociedad; de ella también dependerá la imagen pública

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de los jóvenes, su percepción popular y las formas y lími-tes que encontraron para asociarse entre sí, en cualquiercontexto. Los jóvenes no son un grupo homogéneo, másbien el concepto juventud encierra en sí mismo la sumade numerosos grupos, muy distintos entre sí, que algu-nas veces llegan a ser hasta antagónicos. Por ejemplo, esun hecho que no todos los deportistas son jóvenes y queno todos los jóvenes son deportistas; sin embargo, eldeporte es una actividad ligada intrínsecamente a la ju-ventud. De la misma forma, no todos los jóvenes sondelincuentes ni todos los delincuentes son jóvenes, pero,al igual que en el ejemplo anterior, existe cierta tenden-cia construida socialmente que, con frecuencia, relacionaestos dos conceptos hasta llegar a hablar específicamen-te de una “delincuencia juvenil”: ¿qué tan real es estapercepción?, ¿es sano para una sociedad pensar así de sus“hombres y mujeres del mañana”?, ¿cuáles son los efectosque tienen este tipo de interpretaciones sociales?

Los motivos del surgimiento de estas percepciones so-bre los jóvenes son múltiples y de orígenes diversos, sinembargo, es un hecho —aceptado actualmente en lasciencias sociales— que respecto a este sector en particu-lar existe una estigmatización que, con los años, se ha vis-to reforzada y muy difundida por los medios masivos decomunicación. ¿De dónde han surgido estas visiones?,¿existe acaso una estrategia perversa para marcarlos de-liberadamente?, ¿quiénes han sido los responsables de es-te complejo proceso de etiquetación social?, ¿hacia dóndese dirige este fenómeno y que resultados arroja? En estepequeño apartado se pretenden describir los momentosmás sobresalientes de la historia reciente de este conflicto,en el cual la relación ciencias sociales-juventud ha dejadohuellas visibles que, finalmente, han llevado a la cons-trucción de un concepto de “juventud” vinculado a lascaracterísticas que ahora se tienen respecto a las pandi-llas, las bandas y la violencia, a las que parece estar irreme-diablemente unido, de la misma forma que al deporte ola delincuencia.

El estudio de las pandillas y las bandas juveniles tieneuna larga historia que suma ya poco más de ocho décadasen los países del primer mundo, donde con todo cuida-do y detalle se empezaron a describir las diferentes for-mas de integración y de interacción social de los jóvenes

dentro y alrededor de sus grupos de pertenencia. Podríadecirse que dichos trabajos pioneros se encontraban engeneral circunscritos a una demanda específica de los go-biernos en turno, de los empresarios o en general de lasesferas de poder, que trataban de entender y prever losdiferentes escenarios de consolidación de sus clases po-pulares juveniles, muchas de ellas compuestas por fami-lias de inmigrantes.

Casi desde el principio del siglo pasado en Estados Uni-dos la migración estuvo ligada a las acciones de medi-ción y control de los impactos negativos y notorios —quese reflejaban en la formación de pandillas o gangs— enlos barrios donde se asentaban los nuevos ciudadanos.Debe decirse que, ante todo, la formación de estos gru-pos de encuentro de los jóvenes obedecieron en muchoscasos a mecanismos primarios de defensa ante el racis-mo o la agresión directa de los residentes locales en con-tra de los recién llegados. Seguramente existen tambiénotros aspectos en este fenómeno, como serían los senti-mientos nacionalistas, las costumbres de sus lugares deorigen o hasta sus características étnicas, pero bien se pue-de afirmar que el llamado pandillerismo se origina, al me-nos en la visión de las ciencias sociales de Occidente, conlos jóvenes que emigraron, o bien con los hijos e hijas delas familias migrantes. En América Latina, y en generalen los países del llamado Tercer Mundo, este tipo de tra-bajo son escasos, cuando no completamente inexistentes.De hecho, las ciencias sociales en nuestros países empe-zaron a preocuparse por esta problemática a finales de ladécada de . Lo hicieron trasladando directamente al-gunos de los modelos analíticos ya desarrollados y, curio-samente, muchas de estas investigaciones se originarontambién a partir de la demanda de los gobiernos que en-tonces comenzaban a interesarse en los jóvenes por suaspecto, su rechazo al sistema, su rebeldía, todo aquéllo,con el interés de diseñar nuevas medidas de control o deatención dentro de las políticas públicas.

Entre los trabajos iniciales sobre esta temática desarro-llada en los países centrales está el libro de Adams Puffer,The Boy and his Gang (El niño y su pandilla),2 el hoy

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2 J. Adams Puffer, The Boy and his Gang, Houghton Mifflin Company,Boston, .

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clásico Gangs of New York (Pandillas de Nueva York) deHerbert Asbury,3 que muy recientemente se transformóen una exitosa película de Hollywood. Otros trabajos si-milares son los de Thrasher, The Gang (La pandilla);4 deShaw, The Jack Roller;5 y el conocido libro de WilliamFoote White, Street Corner Society6 (La sociedad de lasesquinas). En estos libros, el trabajo de investigación estu-vo enfocado a mostrar los nexos de amistad, individua-les, ocasionales, de compromiso racial o de pertenencia aun barrio específico, que permitían a los jóvenes de esostiempos desarrollar mecanismos bien definidos para esta-blecer su interrelación entre sí y frente a su entorno. EnEuropa, Eduardo Spranger, en su libro Psicología de laedad juvenil,7 hablaba de la pandilla como el umbral quemarcaba el ingreso de los adolescentes a la sociedad, ba-jo toda una serie de códigos y ritos que debían cumplirpara lograr tal propósito.

De estos trabajos, quizá el estudio más profundo so-bre la juventud como una forma de interacción social esel de Whyte, que describe y analiza la vida de un barriopobre de inmigrantes a finales de la década de . Eltema de este estudio se centra en la interacción entrejóvenes, la importancia de esta interacción entre los in-dividuos y sus relaciones con la profesión, la asistenciasocial y la política. Whyte ofrece un cuadro vivo de la aso-ciación voluntaria entre los jóvenes de Cornerville, mismaque se caracteriza por ser una estructura marcadamenteinformal de pandillas débilmente integradas, compuestaspor pequeños grupos de muchachos, pero creando si-multáneamente una estructura claramente jerárquica entérminos de influencia y prestigio. De ahí que la acepta-ción y participación en estos grupos fuera decisiva para lo-grar un cierto equilibrio de las personalidades individua-les. En el trabajo se divide a las pandillas en dos grandesgrupos: “los muchachos de la calle” y “los muchachos de

la escuela”, que presentaban rasgos diferenciados y ex-pectativas de vida radicalmente opuestas.

Durante la década de la sociología estadouniden-se había logrado establecer una cierta imagen afectiva y,hasta cierto punto, positiva de las pandillas, ya que se ase-guraba que estas agrupaciones apoyaban algunas de lasexperiencias primarias para favorecer la socialización delos jóvenes dentro del modelo económico, político y so-cial de la sociedad. Se argumentaba: “Las pandillas cons-tituyen agrupamientos espontáneos de adolescentes yjóvenes, motivados por la necesidad de organizar algu-nas parcelas de sus vidas dentro de una rama afectiva deasociación. Dentro de la pandilla, el joven aprende a su-perar sus frustraciones, a conocer y a respetar unas re-glas de juego limpio para convivir y la aceptación de una

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3 Herbert Asbury, Gangs of New York, Garden City Publishing Com-pany, Nueva York, .4 F. Thrasher, The Gang, University of Chicago Press, Chicago, .5 C. R. Shaw, The Jack-Roller, University of Chicago Press, Chicago, .6 William Foote Whyte, Street Corner Society: The Social Structure ofan Italian Slum, University of Chicago Press, Chicago, .7 E. Spranger, Psicología de la edad juvenil, Revista de Occidente, Ma-drid, .

“Quiero unirme con mi hija y mi señora para ya estar juntos. Tener unarelación ya más unida, así de papá, mamá e hija. Y ayudarle a la gentede la calle.”

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ética inflexible que le llevará a saber adaptarse a situa-ciones nuevas.”8

Para algunos autores esta visión positiva, que subrayael papel afectivo de las pandillas, oculta un trasfondo vin-culado al carácter competitivo de los individuos en queestá fundamentado el desarrollo capitalista. El trasfondode semejante interés por resaltar el papel afectivo de lapandilla lo señala G. Pearson —aunque también de unamanera bastante tangencial, por no decir ideológica—:

La cultura occidental acentúa como ideal el derecho que elindividuo tiene de poseer sus propias ideas sobre la reli-gión, la política, la elección de su propia vocación, la soledady muchas otras cosas.

Si cambiamos el término libre decisión propuesto por elcapitalismo liberal, por entrenamiento a la decisión con-sumista del neocapitalismo, entendemos mejor este sig-

nificado y podemos captar el sentido de los siguientespárrafos:

Para poder fortalecer su ego y proporcionarse confianza así mismo, se alía el joven con un grupo de sus pares. Se in-corpora a una pandilla que puede ser un grupo de cowboyscallejeros, una pandilla de esquina, o de boy scouts u otraclase de grupo socialmente autorizado; y entonces comien-za a sentir la solidaridad que le proporciona ser exactamenteigual que el resto de su grupo, quien [que] siempre tienelas siguientes características: ritos de iniciación, cohesióndentro del mismo; una actitud de rivalidad hacia todos losdemás grupos; la exigencia de que cada uno de los miem-bros siga todas las costumbres y modales del grupo y, enparticular, que cada miembro del grupo desconfíe de to-dos los adultos, aún si al hacerlo se ve obligado a enfren-tarse abiertamente a sus padres […] Esta actitud rebeldedel grupo hacia la organización social es provechosa y ne-cesaria, pues cuando el adolescente se convierte en adulto,lo incita a realizar esfuerzos tendientes a cambiar fundamen-talmente las normas consuetudinarias de la organización so-cial, a descartar aquellos aspectos que han pasado de moda ysustituirlos por nuevas costumbres que están más en conso-nancia con las realidades contemporáneas.9

Según esta interpretación, las pandillas serían especiesde clubes que permitirían capacitar a los adolescentes enun ambiente competitivo, imbuidos además en una ideo-logía del cambio y la superación personal y con una in-dependencia en la toma de decisiones que el sistemacapitalista demanda como “regla imperativa del juego”.

Pese a esta visión “optimista”de una juventud fácilmen-te reciclable, otros autores mencionan que frente a estosgrupos de “niños normales”, ligados entre sí por fuertesvínculos externos como pueden ser las familias, las es-cuelas o incluso los clubes deportivos, también existe laposibilidad de que surjan pandillas de inadaptados o frus-trados sociales, que inician sus nexos a edades muy tem-pranas y fundamentalmente en las calles, quienes nece-sitan de esta amistad callejera de otros como ellos quehan padecido el mismo tipo de maltratos o rechazo.10 En

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“Ella me decía: ¿Te querés casar conmigo? Pero, ¿qué va a pasar cuan-do tengamos hijos y tú en la pandilla y te maten?”

8 Esteban Mestre, “Pandilla”, Diccionario de ciencias sociales, IEP, Ma-drid, , p. .

9 H. Gerald Pearson, La adolescencia y el conflicto de las generaciones,Siglo Veinte, Buenos Aires, , pp. -. Citado por Francisco A.Gómezjara, en la introducción de Las bandas en tiempos de crisis, Edi-ciones Nueva Sociología, México, , p. .10 Esteban Mestre, op. cit., p. .

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este sentido hay todo un campo de investigación dentrode las ciencias sociales y la psicología dentro del cual lostrabajos de Erikson11 mencionan que la creación de “pan-dillas impuestas o artificiales” organizadas por maestroso tutores externos facilitan y fomentan los mecanismosde integración social para aumentar el desarrollo socialy escolar dadas las virtudes intrínsecas a la organizaciónpandilleril —cohesión, ritos, reglas, competencia entre sí,etc.—. Estas propuestas analíticas dan pauta a los traba-jos de terapia grupal y dinámicas de grupo con los jóve-nes, con un reconocimiento implícito de las virtudes quetienen las agrupaciones de jóvenes.

A pesar de este desarrollo conceptual aparentementeterso, en el que los jóvenes se reunían para socializar en-tre sí y para iniciar su proceso de integración a la socie-dad adulta, llama la atención cómo a partir de la década de surge un auténtico estallido de nuevos estudios queempiezan a catalogar y a reconocer dentro de las pandi-llas sus aspectos negativos, capaces de transformarse enuna auténtica amenaza social. Para Francisco Gómezja-ra, esto no significó que las ciencias sociales hayan descu-bierto “nuevas realidades” sino que en el fondo se tratómás bien de un cambio de orientación respecto a las de-mandas de trabajos de este tipo por parte de los gruposde poder.12

Desde esta perspectiva analítica, en esos años ya no serequería estimular a los jóvenes sino más bien establecermecanismos de control, o de plano de nulificación, de lasexperiencias de organización juvenil, sobre todo en los ca-sos en que éstas empezaban a ser contestatarias, críticaso abiertamente opuestas al stablishment, o sea, cuandolos jóvenes parecían ya no estar dispuestos a esperar dó-cilmente la llegada de su etapa adulta y demandabancambios, reformas y nuevos pactos sociales en el mismomomento en que estaban reunidos, es decir, en su mo-mento histórico y en su espacio vital.

En aquel entonces, el panorama político y social delmundo desarrollado había cambiado enormemente conla irrupción de las guerras —Segunda Guerra Mundial,

Corea, Argelia y después Vietnam—, con la masificaciónde los medios de comunicación —principalmente la te-levisión— y con ellos el consumo masivo de bienes yservicios, las modas, etc. Esto facilitó el inicio de una hi-bridación de los gustos y las culturas, unidos ahora porel consumismo, que paralelamente permitía la existenciade imágenes estereotipadas, aceptadas o rechazadas deacuerdo con el sector social que emitiera su juicio valo-rativo. Dentro de este tipo de manifestaciones algunas seempezaron a desarrollar públicamente y a asumirse co-mo verdaderas pandillas, como bandas o colectivos intere-sados en transgredir el sistema, en mostrarse diferentes,en adquirir imágenes provocadoras que fueron de inme-diato interpretadas por la sociedad como amenazantes y,al no seguir o romper con “las reglas del juego” estableci-das, empezaron a ser catalogados dentro de los conceptosde “conductas irracionales”, ominosas y peligrosas que de-bían ser controladas.

A partir de este momento la investigación social fuedirigiéndose más hacia la búsqueda de los elementos “an-tisociales” de las pandillas. En el libro Niños delincuentes:la cultura de la pandilla, de Albert Cohen,13 se presentaun listado con las primeras características negativas delas pandillas: violencia, negativismo, rechazo a lo estable-cido y anti utilitarismo. Estas reflexiones no buscaban lasrazones de actuar de los jóvenes y al contrario, favorecíanuna interpretación desde la perspectiva del sistema so-cial: el rechazo a lo establecido dejaba de ser una carac-terística de la “demanda de cambio” generacional, paraempezar a ser interpretada como una reacción contrariaa “lo que se debía esperar” de una juventud organizada ycon un futuro promisorio dentro de la sociedad estado-unidense. Esta posición se fue acentuando poco a pococon la participación de Estados Unidos en las diferentesguerras, olvidando un poco o dejando de lado que el com-portamiento “agresivo” era innato al sistema y a la repro-ducción natural del capitalismo.

De esta forma, en el campo de la teoría renace el con-cepto de la anomia de Durkheim, tanto en su versión de

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11 Erik H. Erikson, Sociedad y adolescencia, Siglo XXI, México, .12 Gómezjara, op. cit., p. .

13 Albert K. Cohen, Delinquent Boys: The Culture of the Gang, Free Press,Glencoe, Illinois, .

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desorden y transgresión, como en la visión de Mertonque habla de una deficiente integración entre la estruc-tura cultural y la social.14 A partir de este momento seempieza a hablar de la “desviación social” como una for-ma de integrar en un solo concepto diversos fenómenosque antes se percibían de forma multidisciplinaria y porseparado —derecho, medicina, psicología, antropolo-gía, ética, etc.— y que, finalmente unidos, podían llegara considerarse entonces como “problemas sociales” queprovocan o fomentan una desintegración social.15 Peroaún así, las problemáticas específicas relacionadas con ladesviación social seguían interpretándose como casos ais-lados, excepciones a la regla, desequilibrios momentá-neos, actitudes extraordinarias, posiciones exclusivas deun solo grupo, cuya explicación causal podía interpre-tarse desde la perspectiva social de la anomia o la defi-ciente integración social hasta algunas otras considera-ciones fundamentadas en la biología o el psicoanálisis.16

Esto llevó al surgimiento de una serie de tipologías don-de primero se definía al tipo de pandilla para luego ser es-tudiada como conducta desviada.17 Un caso curioso sepresenta en los llamados países “socialistas”, en donde laspandillas aparecen catalogadas como conductas crimina-les que deben ser incorporadas al campo de las sociopa-tologías.18 Los medios de comunicación tuvieron unimpacto directo en la expansión y arraigamiento de estetipo de interpretaciones del fenómeno.“Para Horkheimery Adorno, con el colapso de la familia como principalinstancia socializadora, surgió la ‘industria cultural’, queapoyada en los medios de comunicación masiva devinoen una estratégica agencia socializadora, cuya principalcaracterística es la de tener una función mediatizadora,evidenciando así el carácter represivo y manipulador de

los medios de comunicación masiva.”19 Los medios decomunicación merecerían un estudio aparte en su re-lación con la creación y asimilación social de estereoti-pos… además de ser un jugoso negocio empresarial.

La exhibición en películas y programas televisivos delos jóvenes como violentos, pandilleros, ladrones o de pla-no criminales creó todo un nuevo mercado en el que laimagen de los jóvenes no sólo estaba destinada al públi-co consumidor sino que, al mismo tiempo, fue una espe-cie de escuela en la que se le mostraba a los jóvenes cómodebían vestir, comportarse y actuar para poder expresarabiertamente su “rechazo social”, su rebeldía, su insatis-facción adolescente o su inconformidad con el sistema.“La juventud, es el divino tesoro de sexo, drogas y rocan-rol que el cine no sólo convirtió en una receta de explota-ción barata en donde cabía prácticamente de todo: desdeEl salvaje (), Rebelde sin causa (), Semilla de mal-dad (), Nacidos para perder (), Easy Rider (),hasta Naranja mecánica (), Fiebre del sábado por lanoche (), Los guerreros () —que son considera-dos los “padres” de las bandas de la década de en laciudad de México—, La ley de la calle (), El odio() o Trainspoting (), y muchas más, lo que creótoda una mitología sobre una generación rebelde, por na-turaleza ensimismada en sus conflictos generacionales yderrotada de antemano por sus vicios.”20 Puede decirseque ya para el final de los años sesenta, la teoría de la des-viación social había adquirido su carta de naturalizaciónen las instituciones académicas y en las agencias guber-namentales encargadas de formular y aplicar las políti-cas de desarrollo social.

En el caso de México, parece oportuno señalar un cier-to paralelismo entre los enfoques analíticos de la juventudy la formulación de la política gubernamental dedicadaa la “atención de la juventud” (cuyos orígenes datan de laépoca cardenista, en ) y que podría resumirse en cua-tro lineamientos básicos: ) mantener a los jóvenes ocu-pados y entretenerlos creativamente (capacitación, pro-moción, uso del tiempo libre); ) llevar un control social

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14 Robert Merton, Teoría y estructuras sociales, FCE, México, .15 Tamar Pitch, Teoría de la desviación social, Nueva Imagen, México,.16 Gino Germani, Estudios sobre sociología y psicología social, Paidós,Buenos Aires, .17 Para profundizar la información en este sentido se recomienda re-visar el libro Delincuentes juveniles y criminales de Don C. Gibbons,FCE, México, .18 W. Mitter,“Criminalidad juvenil”, en Marxismo y Democracia (serieSociológica, núm. ), Rioduero, Madrid, , pp. -.

19 Héctor Castillo Berthier, Juventud, cultura y política social, InstitutoMexicano de la Juventud, México, , p. .20 Héctor Castillo Berthier, op. cit., , p. .

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de los jóvenes movilizados (cooptación de grupos de líde-res de izquierda, guerrilleros, pandillas, bandas y todoslos que representen un peligro real o potencial); ) la cap-tación política (incorporarlos al partido oficial y a ladirección política de diversos frentes y movimientos so-ciales); ) la institucionalización de los apoyos (progra-mas de combate a la pobreza, de inserción laboral paraexcluidos, de prevención del delito, contra la fármacode-pendencia, de educación abierta, etc.).21 Esto es, funcio-nalmente los jóvenes eran “controlables” si se les incorpo-raba en forma individual y se intentaba evitar la creaciónde agrupaciones de mayor alcance, sobre todo si éstaspretendían ser “independientes”. Pero en realidad no setrata de un problema individual ya que “la vida colectiva

requiere certidumbre y, en particular, certidumbre preci-samente acerca de lo colectivo”.22

Todo esto permitió consolidar una idea más o menosclara y común en los países occidentales: las conductasanómicas juveniles correspondían a una visible y osten-sible desviación social y el origen de la misma estaba enlos individuos y en la familia, con lo cual, simultáneamen-te, se eliminaba casi por completo el derecho a la crítica,a la organización colectiva de “los desviados”, al ejerciciode la libertad de asociación, para dejar la resolución desus problemas en manos de las políticas asistenciales delEstado y de los especialistas.

La resistencia juvenil, tratada como desviación social, abar-ca tanto las manifestaciones de la clase media radical y alas pandillas influidas por el jipismo de los años sesenta-setenta, como a las expresiones pandilleriles nacidas entre

4 “Tenía cinco años cuando empecé a vivir en la calle. Me mantenía todo el día en la banqueta esperando que pasara alguien para robarle, paraoler thiner.”

21 Héctor Castillo Berthier, “Cultura y juventud popular en la ciudadde México”, en Rafael Cordera, José Luis Victoria y Ricardo Becerra(coords.), México joven: políticas y propuestas para la discusión, UNAM,México, , pp. -.

22 Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia. Subjetivi-dad y política, FCE, Chile, , p. .

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los jóvenes desocupados, subocupados u ocupados discri-minativamente, asentados en las barriadas decadentes queocupan el % del territorio urbano. Desde esta perspec-tiva teórica, no se aspira a comprender el fenómeno juvenilsino a descalificarlo globalmente de antemano. Es así co-mo las ciencias sociales oficiales juegan el doble papel decontenedoras de las manifestaciones críticas de los jóvenesy de justificadoras de las medidas de control social del Es-tado-empresa privada sobre esos mismos sujetos.23

Pero para principios de la década de el fenómeno delas pandillas y las bandas juveniles explota y empieza aaparecer lentamente en la vida cotidiana de prácticamen-te todas las ciudades del mundo, con una nueva genera-ción de jóvenes rechazados o auto rechazados y autodevaluados, retando abiertamente al sistema, a sus sím-bolos, a las viejas creencias. Junto con estas agrupaciones

aparece toda una corriente de pensamiento descontentacon el papel conservador que habían venido construyen-do las instituciones. Diversos autores señalan simbólica-mente el año de como el punto de partida de estacorriente reformista, encargada de relativizar el valor delas normas legales al modificar la apariencia objetiva ycientífica del conocimiento, para introducir una propues-ta mucho más abierta y libre que devolvía a los sujetossu papel como nuevos actores sociales y en la cual la re-valoración cultural de los grupos empezó a desempeñarun papel determinante.

Un autor como C. W. Mills,24 considerado por muchoscomo el fundador de la sociología radical estadouniden-se, describía a los patólogos sociales como “guardafronte-ras del sistema capitalista” puesto que pretendían separary apartar los factores económicos, políticos, sociales,culturales e históricos de los “desviados sociales”, lo cuales un absurdo ya que, finalmente, estos elementos con-forman el gran marco de referencia que le da cierto sig-nificado a esa desviación. Desde la psicología también sehicieron propuestas en este sentido, pero ciencias como laantipsiquiatría o la llamada psiquiatría democrática, handemostrado que el uso de muchos conceptos asociadosa la locura ha servido para aislar y vigilar diversas mani-festaciones de rechazo y desacuerdo social.25

De esta forma la descripción simplista de las pandillasy bandas juveniles como meros sujetos aislados, desadap-tados, inmaduros o enfermos aparecía expuesta como unmecanismo de control ideológico del Estado y las clasesdominantes. La aparición de visiones más abiertas, me-nos rígidas, ligadas a la interpretación histórica de lossujetos y al respeto de las identidades sociales ha permi-tido ampliar la visión que se ha tenido de estos grupos,e incluso ha favorecido su autopercepción como formasde resistencia y reagrupamiento civil para enfrentar unarealidad opresora y poco comprensiva. Un ejemplo deello es Foucault,26 quien despoja a la teoría criminológicade su pretendida racionalidad universal y exhibe clara-

3 “Si no lo matás te matan. Es la ley de la supervivencia en la calle. Tie-nes que ver cómo sales adelante porque si no valés.”

23 Gómezjara, op. cit., , p. .

24 C. Wright Mills, Poder, política, pueblo, FCE, México, .25 Claudio Martín, El fin del manicomio, Nueva Sociología, México,.26 Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, México, .

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mente su papel como controladora y supervisora del com-portamiento de la sociedad. Dice Gómezjara:

Mientras en la esclavitud el que infringe la norma es con-vertido en esclavo, en el feudalismo es castigado física-mente porque el cuerpo es el bien más accesible dada laescasez de moneda y producción. Bajo el capitalismo el queviola la ley es creado, recreado, manejado y utilizado porel sistema. No es ajeno ni desviado. Por el contrario: es pre-meditadamente confeccionado para apuntalar el funcio-namiento social en general. Sirve para que la población creaque es el origen de los males sociales: objeto sobre los cua-les las clases populares vierten su hostilidad y desconfianza,dejando intacta la imagen del poder. Se utiliza para man-tener el control de actividades públicamente ilegales peroeconómicamente muy redituables como el narcotráfico, laprostitución, el contrabando; aparece como proveedor delos cuerpos policiales y viceversa (policías-delincuentes).Justifica los grandes presupuestos policiaco militares y losproyectos de control personal (tarjeta de identidad, filia-ción de empleados públicos).27

Hoy estamos frente a una realidad indiscutible, los jóve-nes cada vez más se agrupan alrededor de sus interesescolectivos: la cultura, sus creencias, sus imágenes contes-tatarias, su percepción auto devaluatoria, el uso del tiem-po libre, el consumo o bien su rechazo a la globalizacióny al sistema en general, los cuales podrían ser apenas al-gunos ejemplos de las vías a través de las cuales la juven-tud contemporánea va conformando su actual identidadhistórica. Pero paralelamente y frente al alarmante au-mento de la delincuencia y la violencia social, hay otrosjóvenes que se han ligado a la delincuencia y a los gru-pos criminales organizados —los sicarios colombianos,las maras de El Salvador, las pandillas de Los Ángeles,Nueva York o Chicago y muchos más—, cuya imagenno siempre se distingue de los otros y que sirve para re-crear una percepción social negativa de los jóvenes engeneral, frenando su desarrollo generacional como acto-res estratégicos del cambio social.

Por ello y pese a todo, se deben distinguir claramente dostipos de grupos juveniles, muy diferentes entre sí y conobjetivos de vida diametralmente opuestos: las bandas o

tribus o colectivos —reunidos a partir de distintas inter-pretaciones culturales que generan y reproducen patronesvisibles de comportamiento común—; y los pandilleros—que siempre han existido y que están directamente co-nectados a la delincuencia y al crimen organizado— quepueden jugar un papel determinante en la “contamina-ción” de otros jóvenes habitantes de sus barrios.

En entrevistas con jóvenes, con sus familias, con educa-dores y agrupaciones que trabajan en estrecho contactocon ellos se dan testimonios de la importación y adopciónde la cultura del pandillerismo entre las bandas: su ves-timenta, tatuajes, símbolos corporales, lenguajes, el graffi-ti, la música, cultura que va ligada a un creciente climade inseguridad, de portación de armas, de delincuenciay de violencia, clima que los pandilleros generan y queacentúan en cambios significativos en el comportamien-to de los menores en sus familias, en sus barrios y hastaen sus escuelas. Separarlos e identificarlos no es sencillopero debería ser, sin duda, uno de los objetivos actualesde la investigación social a este respecto.

VIOLENCIA: VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS

El mundo atraviesa por momentos muy crudos y la vio-lencia es uno de los reflejos más dramáticos de los pro-cesos de globalización. La violencia se ha convertido enun lugar común en nuestras sociedades y ésta se ha in-crementado sin precedentes durante los últimos treintaaños, en los cuales hemos sobrepasado su percepción fren-te a cualquier experiencia anterior de la humanidad. Unavez que el mundo se ha vuelto más pequeño, con el fin dela guerra fría, la caída del muro, la aparición de internety el desplome de mitos e identidades impuestas a la fuer-za, el hombre voltea la mirada sobre sí mismo y se des-cubre esclavo de sus propios errores.

Todas las formas de injusticia inimaginables, las gue-rras, la lucha por el poder económico, la impunidad, lacorrupción, el terrorismo, el racismo, el hambre, la pobre-za, la miseria extrema, aparecen cotidianamente en lasnoticias y, por consiguiente, en la construcción de la his-toria contemporánea a través del cine, la radio y la tele-visión, que se han erigido en los principales medios de

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27 Francisco Gómezjara, op. cit., p. .

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educación, culturización y mediatización de los pueblos.La constante y permanente repetición de muchas y muydistintas situaciones de violencia en nuestra vida diarianos ha desensibilizado ante lo que representa el dolor y elsufrimiento humano, ocultos detrás de una enorme más-cara publicitaria que alienta la exhibición de programasbélicos y amarillistas.

Los efectos de esta pérdida de sensibilidad van acom-pañados de otros fenómenos de tipo económico estruc-tural: los bajos salarios, el desempleo, la proliferación dela informalidad, el narcotráfico, las bajas tasas de creci-miento económico y la pérdida de confianza en las insti-tuciones. Por ello no es exagerado decir que los orígenesde una gran parte de la violencia presente en nuestra so-ciedad se localizan en el pobre desarrollo económico delas ciudades, donde se concentra % de la población enAmérica Latina.

Así, mientras los procesos de globalización de los mer-cados van ahondando cada vez más las diferencias entrelos estratos sociales más ricos (pocos) y los más pobres(muchos), la violencia se va arraigando y multiplicandoen las formas más insospechadas, principalmente entre losjóvenes, que la reciben como enseñanza diaria y en for-ma natural, ante la aparente modificación de los valorestradicionales que se tenían respecto a la vida, al trabajo,a la familia y a la sociedad en su conjunto. El dinero seha convertido en el valor esencial de nuestra sociedad y notener acceso a él, o tener un acceso muy limitado, propi-cia el aislamiento, la frustración, la exclusión y la soledad.

Es justamente en esta perspectiva económico-emocio-nal donde podemos encontrar una de las fuentes principa-les por las que se desarrolla el creciente clima de violencia.La desvalorización de la sociedad familiar defrauda a mu-chos jóvenes ante la ausencia, en numerosos casos, de unambiente feliz al cual justificadamente sienten que tie-nen derecho. Los jóvenes toman sus propias decisiones,pero claramente están influidos por aquellos con quie-nes se relacionan y así, mientras para algunos la base derelación es la familia, un club deportivo o la escuela, paraotros sólo está la calle, la esquina, la pandilla, el ghetto, osea, el inframundo de la exclusión social.

Ya es mucho lo que se ha escrito sobre el comporta-miento de los jóvenes desde muy distintas disciplinas, sin

embargo, para contextualizar a este grupo en especial, su-ponemos en un principio que “en el interior del univer-so social y territorial de las clases populares, su juventudha adquirido nuevos modos de vida y nuevas expre-siones en varios niveles. La escuela, institución que conanterioridad generaba expectativas de movilidad socialascendente demuestra hoy, en los hechos, una limitadacapacidad para lograr este objetivo. El mundo del traba-jo, por su parte, ya no ofrece un amplio abanico de opcio-nes ocupacionales sino que, por el contrario, presentafuertes barreras para que un joven con escasa o nula cali-ficación manual u ocupacional dispute un lugar en unmercado restringido por las crisis recurrentes. Por su par-te, la cultura, los valores, los comportamientos tradicio-nales de la sociedad ya no son los suyos, ya no los incor-poran tal como lo hicieron las generaciones anteriores.La familia parece debilitarse frente a la imposibilidad deofrecer a sus miembros jóvenes un espacio de socializa-ción primaria fuerte, contenedor, capaz de orientar, comolo hizo tradicionalmente, una de las etapas más difícilesdel ser humano: la juventud”.28

Los jóvenes que crecen en familias donde hay abusos ymaltrato, o bien sufren de los diferentes comportamien-tos violentos de sus seres más allegados, aprenden desdepequeños a responder en la misma forma cuando tienenque enfrentar alguna situación de enojo o frustración. Pe-ro aquellos que nacen ya de por sí en condiciones eco-nómicas adversas, enfrentan desde el inicio de sus vidasuna doble lucha: primero contra la pobreza y su medioambiente, y después contra una sociedad que no ha aca-bado de establecer reglas claras y un estado de derechoque faciliten y apoyen el desarrollo y la igualdad de losindividuos.

La violencia existe con distintos niveles en todos los paí-ses del mundo, es una condición humana de la que no sepuede huir ni esconder, y se presenta de muy diversas for-mas y con particularidades muy concretas. Así, podemosencontrar muchos tipos de violencia. Lo que en ciertospaíses puede ser considerado como “normal” —desde las

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28 Héctor Castillo Berthier,“De las bandas a las tribus urbanas”, Desa-catos, núm. , CIESAS, México, , p. .

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peleas de gallos, las corridas de toros, la lapidación, la pe-na de muerte, el derecho a la venganza o la muerte porinanición— en otros, esas manifestaciones son temas deverdadero escándalo.

Sin embargo, la violencia es innata al ser humano y elhombre, en su primitivismo, ha utilizado la violencia paratodo: para conquistar territorio, defenderlo, ganar dine-ro, imponer una ideología, obtener prestigio y poder, ydespués de esta cuantiosísima inversión de violencia, hoyse desenvuelve en un mundo cada vez más devastado,donde la geografía impuesta parece desmoronarse pocoa poco, dando pie a nuevas luchas, cada vez más violentas.Pero hay otros tipos de violencia, como aquella que re-sulta de las apremiantes necesidades económicas de lapoblación, o del fanatismo religioso, o de la búsqueda deidentidad por la sentida destrucción de los valores cul-

turales y tradiciones de algún grupo social o de una etnia.Entre todos estos tipos, hay uno en especial que gira al-rededor del fantasma de los llamados “barrios bajos”,empotrados en ciudades perdidas, en callampas, en lostugurios marginales de las periferias urbanas y en el cualla pobreza aparece a cada paso. El mundo actual presentauna estadística brutal: % de la población mundial espobre y un alto porcentaje de ésta vive en condicionesde extrema pobreza.

El hambre provoca ira, sin duda, y la miseria de los pue-blos exacerba esta situación. Cada día mueren cientos ymiles de personas en riñas callejeras, asaltos y violaciones,principalmente hombres y mujeres de las zonas margi-nales. Pero esto, de ser tan cotidiano, casi pasa desaper-cibido, como si estuviera lo suficientemente “lejos” denuestras vidas. Se dice que es lógico que las situacionesde violencia se agraven con la pobreza, y que los jefes defamilia que se encuentran sin haber terminado siquierala escuela primaria, desempleados, o que viven “de mila-gro” gracias a la informalidad económica, sean más pro-pensos a tener hijos delincuentes, pero ésta es sólo unade las caras del problema. Entre los distintos tipos de vio-lencia que pueden generarse en las sociedades existenverdaderos abismos que separan una lógica de otra: estála violencia como forma de protesta, como mecanismode defensa, la violencia exhibicionista, la política y mu-chas más, lo cierto es que dentro de este clima violento,los jóvenes ocupan un lugar sobresaliente en las estadís-ticas oficiales y en la imagen que se presenta de ellos enlos medios masivos de comunicación.

Se dice que la violencia juvenil expresada en la delin-cuencia es una de las formas de violencia más evidenteen la sociedad. “A escala mundial, los medios de comu-nicación, sean impresos o electrónicos, a diario nos dancuenta sobre la violencia en jóvenes que se manifiesta dela más variada forma, ya sea en la calle, en la escuela odentro del propio hogar. En casi todos los países, los ado-lescentes y los adultos jóvenes son tanto las principalesvíctimas como los principales generadores de la delin-cuencia.”29

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29 René Jiménez Ornelas, Delincuencia juvenil y prevención, IISUNAM,México, , mimeógrafo.

“Como dicen en el barrio, antes de que te venadeen vos sé el cazadory no la presa. Y uno se vuelve cazador.”

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La Encuesta Nacional de Inseguridad realizada por elInstituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad(ICESI) en el 30 mostró que .% de los delincuen-tes cuenta entre y años de edad, es decir, que másde la mitad de los delincuentes son jóvenes. Solamente %son niños menores de años. Estos datos demuestranque los jóvenes recurren a la delincuencia, siendo el ro-bo o el asalto el delito en que más incurren (.% de loscasos), utilizando para la perpetración del hecho delic-tivo navaja o cuchillo en la mayoría de los casos.

Los jóvenes de los sectores populares en México sonvíctimas de un modelo social que conduce a la violencia,no sólo por los estigmas tradicionales que ligan a los jó-venes con la violencia, la delincuencia, el consumo dedrogas y el alcohol (“se estima que en nuestro país hay millones mil consumidores de alcohol, cigarro y dro-gas ilícitas”),31 sino también al influir otros elementosvalorativos presentes de muy diversas formas: el odio, elsentimiento de olvido y abandono, el rechazo, el resenti-miento social, la venganza y muchos más que parten delsentimiento de los jóvenes hacia la sociedad —y muy par-ticularmente hacia las instituciones—, como de éstas ha-cia los jóvenes. Por ello, no se debe olvidar el verdaderoorigen que tiene esta situación y que no es otro que la con-formación histórica del sistema político, económico y so-cial, en el cual los jóvenes han desempeñado y desempe-ñan actualmente un papel muy secundario y de muybajo perfil.

Diversos especialistas en la atención a los jóvenes coin-ciden en que la principal causa que permite explicar ladelincuencia juvenil tiene que ver con los bajos nivelesde la calidad de vida en México. Si se hiciera una compa-ración entre las estrategias y políticas públicas desarrolla-das de manera permanente para los jóvenes en los paísesindustrializados, frente a los magros avances de las po-líticas nacionales para la juventud, podríamos entenderpor qué, en una encuesta reciente realizada por el Insti-tuto Nacional de la Juventud, más de % de los jóvenesentrevistados en todo el país dijeron no saber o conocermuy superficialmente la existencia de dicho institutoy mucho menos estar enterados de las actividades quedesarrolla.

Como comenta la doctora Elena Azaola, consejera dela Comisión de Derechos Humanos del D. F.:“Qué se pue-de esperar de un país donde sólo % de los jóvenespuede acceder a la universidad, de una ciudad en la que% de la población joven no estudia ni trabaja.” Sostie-ne que desde , la juventud mexicana no tiene másreferentes que la crisis económica, la corrupción, la vio-

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30 ICESI, Encuesta nacional sobre la inseguridad, México, , llevadaa cabo del al de marzo de , con un nivel de confianza de %y un margen de error de +/- %, cuenta con representatividad nacio-nal y estatal con cuestionarios realizados.

“Ahorita Nelson trabaja, estudia educación popular y en la nocheestá terminando su primaria.”

31 Ramón Sevilla,“Engancha crimen organizado a tres de cada me-nores”, Reforma, de noviembre de .

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lencia, los crímenes, y si a eso se agrega el desgaste deltejido social o la patología de los vínculos sociales, la si-tuación resulta peor.“De verdad, es grave, terrible, la pér-dida de calidad de vida en el país.”32

Por otro lado, la participación de adolescentes y jóve-nes se ha vuelto muy importante para el éxito o fracaso deciertas operaciones delictivas, prueba de ello es que %de los menores que viven en las principales ciudades delpaís están unidos al crimen organizado, como el robode vehículos, asaltos, prostitución infantil, etc., organizán-dose en bandas o pandillas.33 Por ejemplo, en la ciudadde México se dice que existen alrededor de “pandi-llas de delincuentes”, muchas de las cuales han incorpo-rado a sus filas menores de edad, adolescentes y jóvenes,34

a lo cual habría que contraponer un dato significativo yesperanzador: en , en el Diagnóstico de bandas, rea-lizado en el Instituto de Investigaciones Sociales de laUNAM, se hablaba de la presencia de poco más de

“bandas de jóvenes” que se agrupaban en torno a su cul-tura y al uso colectivo de su tiempo libre sin que nece-sariamente estuvieran ligadas a la delincuencia.35

Aquí hay que hacer una acotación importante sobre unproblema que llegó a ser muy frecuente durante el apogeodel fenómeno de los llamados “chavos banda” en la déca-da de , y es que el Código penal federal establece en sulibro II, título IV, referido a los delitos contra la seguri-dad pública, en su capítulo IV:“Asociaciones delictuosas”,y específicamente en el artículo , que será delincuente“[el] que forme parte de una asociación o banda de treso más personas con propósito de delinquir, y se le impon-drá prisión de cinco a diez años y de cien a trescientosdías de multa…”, y, un poco más adelante, en el artículobis explica: “Cuando se cometa algún delito por pan-dilla, se aplicará a los que intervengan en su comisiónhasta una mitad más de las penas que les correspondan

por el o los delitos cometidos… Se entiende por pandi-lla, para los efectos de esta disposición, la reunión habi-tual, ocasional o transitoria, de tres o más personas quesin estar organizadas con fines delictuosos, cometen encomún algún delito…”36

Y esto resultó ser muy significativo, ya que la diferenciasemántica que hacían los policías —fundamentándoseen el Código penal, que define: “banda” (delincuentes) y“pandilla” (grupos de reunión habitual, ocasional o tran-sitoria… sin estar organizados con fines delictuosos)—,eran entendidos exactamente de manera opuesta entre losjóvenes (banda es recreación; pandilla es delincuencia),por lo que al momento de ser detenidos por la policía ydecir que “estaban con su banda” eran de inmediato re-mitidos a los juzgados por “asociación delictuosa”, aun-que —hay que aclararlo— ésta sólo era una estrategiacotidiana que servía para extorsionar con mayores can-tidades de dinero a estos jóvenes y a sus pobres familias.

A pesar de que el sistema penal en México no es eficien-te y que se sabe de la existencia de una “cifra negra” querevela que la mayoría de los delitos no son nunca de-nunciados, las cifras existentes demuestran que la mayorparte de los delincuentes consignados son jóvenes. Eneste sentido, la Encuesta nacional sobre inseguridad mos-tró también que .% de las víctimas reportó el delito,de este porcentaje, .% levantó un acta ante el Minis-terio Público y sólo en .% de los casos se consignó aldelincuente. De estos casos consignados .% eran jó-venes de a años.37

En este mismo sentido, una investigación periodísticapublicada por la revista Proceso38 revela que % de lapoblación penitenciaria sentenciada en los centros dereclusión del Distrito Federal es catalogada como joven,con un rango de edad de entre y años, y que los

centros de readaptación social juveniles en el país (co-rreccional, tutelar y centros de diagnóstico) tenían unapoblación de menores de años reportados hasta

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32 E. Azaola, Proceso, de mayo de , citado por René Jiménez, op.cit., .33 Ramón Sevilla, op. cit.34 Mónica Archundia,“Sobreviven en la ciudad pandillas juveniles”,El Universal, de octubre de .35 Héctor Castillo Berthier, Sergio Zermeño y Alicia Ziccardi,“Juventudpopular y bandas en la ciudad de México”, Presencia, núm. , Río deJaneiro, .

36 Instituto de Investigaciones Jurídicas, Código penal federal, UNAM,México, .37 ICESI, op. cit., .38 Raúl Monge, “Juventud delincuente, explosivo crecimiento”, Proce-so, núm. , de mayo de , pp. -.

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el año . En estos sitios, la problemática de los jóvenesse complica, ya que los centros de readaptación social sehan transformado en auténticas escuelas del crimen, don-de los adolescentes consignados por un delito menoraprenden nuevas estrategias para delinquir, con lo cualaumenta su riesgo de reincidir con delitos mayores.

Al tratar a la delincuencia como uno de los puntos másimportantes relacionados con la violencia juvenil, es fá-cil darse cuenta del rumbo que puede tomar esta proble-mática si no se establecen medidas de contención. Porello, la primera medida en este sentido debería ser la aper-tura de nuevos espacios de interacción y trabajo “con”los jóvenes —no “para” o “de” los jóvenes— que permi-tan empezar a generar una confianza hoy prácticamenteinexistente. En la primera Encuesta nacional de la juven-tud realizada en , .% de los jóvenes confesó notener ningún tipo de confianza en los políticos. Pero enesos mismos datos aparece que sí tienen confianza en losmaestros, los padres de familia, los amigos, por lo cual nose trata de una puerta totalmente cerrada o de un abismoinsalvable. La segunda prevención debería ser el fortale-cer su autoestima y destacar la importancia de su partici-pación ciudadana, para que se perciban a sí mismos comoactores estratégicos y protagonistas de su proceso de de-sarrollo. Si bien es cierto que los jóvenes tienen la forta-leza y energía para violentar, también lo es que en sumayoría desean ser útiles, experimentar con nuevas co-sas y tener una visibilidad que les permita ser reconoci-dos por los otros individuos. Todo ello apunta a un ob-jetivo común: enfrentar los estigmas que han propiciadosu exclusión y que los transforman en víctimas y victi-marios simultáneamente.

La sociedad de la exclusión se ha venido apoderando denuestras ciudades y está cada vez más presente en nues-tras vidas. Los efectos de la inconmensurable brechaeconómica existente entre ricos y pobres puede verse entodas las sociedades del Tercer Mundo. Los países así ca-talogados atraviesan por una crisis recurrente que man-tiene separados a los segmentos sociales igual que el aguay el aceite. El futuro de las ciudades es ciertamente previ-sible si se le mira a través de la violencia: tendremos unaactiva sociedad de consumo, organizada alrededor de lasgrandes firmas corporativas, con una clase media pujante,

aunque reducida, encargada de su funcionamiento y queguardará celosamente las únicas esperanzas y expectati-vas posibles para continuar la vida en las ciudades. Delotro lado, en los cinturones de miseria, habrá legionesde desempleados y subempleados, huérfanos de la mo-dernidad y herederos perpetuos de las crisis económicas,enfrentando día con día la violencia que representa el so-brevivir a toda costa.

Los niños y jóvenes representan el futuro de la sociedadcomo se le quiera ver. Serán ellos la mano de obra, los en-cargados de ofrecer los servicios, los consumidores, lospolíticos, la fuerza de la economía y en ellos se concen-tra la única esperanza posible de cambio y modificaciónde los lastres que arrastra nuestra maltrecha realidad. Pe-ro, al menos hasta este momento, no parecen incluir ensu horizonte esa amplia gama de posibilidades que per-mitió a otras generaciones mejorar sus condiciones devida y trabajo y, por el contrario, los jóvenes de los sec-tores populares parecen estar más lejos del concepto dedesarrollo social que de poder desempeñar un papel pre-dominante en el porvenir.

En la perspectiva de la administración pública —cuyoobjetivo central declarado es la búsqueda de la felicidadcolectiva—, la meta principal respecto a la violencia de-be girar en torno a la clara identificación, desmitificacióny reorientación de lo que se ha denominado como “fac-tores de riesgo”, ya que mientras el impulso destructivobásico de la rebeldía de los jóvenes permanece intacto,los métodos de expresión de esa rebeldía y las deteriora-das condiciones de su entorno son hoy más peligrosas.Actualmente una pistola dice más sobre esta rebeldía delo que pudo haber dicho el pelo largo, un arete en la na-riz o un tatuaje hace apenas unos años. De ahí la necesi-dad de realizar esfuerzos multi y transdisciplinarios, queinvolucren en su concepción y puesta en práctica a lospropios actores sociales, a los jóvenes. Dichos esfuerzosdeben concentrarse justamente en atenuar los factores deriesgo —venganza, impunidad, búsqueda de la identidadextraviada, desesperanza, consumo y tráfico de drogas,entre muchos otros— pero, sobre todo, debe combatirseseriamente la pobreza y la miseria extrema. Por ello, losprogramas de atención y prevención de la exclusión so-cial deben empezar desde las edades más tempranas de

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los sujetos, incluso desde antes de que se inicie la educa-ción elemental, ya que esperar hasta la adolescencia o ha-cerlos accesibles solamente a partir de la juventud pue-de resultar en muchas ocasiones en una acción tardía.

¿A DÓNDE VAMOS?

Ya se han mencionado las distintas percepciones que setienen de los jóvenes, de sus estigmas, de esa permanenteidea de etiquetarlos negativamente y del papel que handesempeñado los medios de comunicación para la cons-trucción de estas imágenes perversas. También quedóclaro que no todos los jóvenes tienen una actitud posi-tiva y de superación ante la vida. Aquí no hay absolutosni puede agruparse bajo un mismo color el complejo es-pectro de grupos que conforman el concepto “juventud”.

Los jóvenes de los sectores populares, las bandas, laspandillas, han pasado de ser englobados por los concep-tos invisibles de la academia a ser reconocidos en lasimágenes ostensibles de los medios, y muchas perspec-tivas “antisociales” siguen permeando el ambiente en for-ma creciente. Un graffiti textual de la ciudad de Tijuanahace algunos meses indicaba: “Yo no soy anti-sociedad;la sociedad es anti-yo.” Existe ciertamente un sentimien-to de indefensión —que no es privativo de los jóvenes—,una realidad cotidiana de todos los ciudadanos frente alos gobiernos, a la impunidad política, a sus fracasos pa-ra disminuir la delincuencia y la inseguridad, frente a unclima de violencia expansivo con orígenes diversos, locual desemboca en la demanda de acciones puntuales—también visibles—, reflejadas en los operativos de con-trol y medidas policíacas, principalmente en los barriospopulares.

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“Yo no soy un profesional de los estudios pero puedo enseñar. Manejamos obras de teatro. En agosto de este año vamos a dar una capacitacióna maestros.”

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Se trata de “un discurso que engendra su propio ordeny que se ofrece a sí mismo como discurso de la certidum-bre y que se alimenta precisamente del miedo [al otroespecialmente], de la duda y contribuye a erosionar elvínculo social… [por ello habría que] reflexionar en tor-no a los mecanismos que han convertido a los jóvenes[especialmente de los sectores populares] en los desti-natarios del autoritarismo que tiende a fijar en ellos, demanera obsesiva, los miedos, las incomprensiones, lasinquietudes que provoca hoy la vulnerabilidad extremade la sociedad en diversos órdenes”.39 ¿Existe alguna for-ma de promover una mejor comprensión de los jóve-nes?, ¿quiénes serían los responsables de esto?, o acaso¿no lo somos todos?

A pesar de la caótica situación existente es preciso men-cionar un dato importante: así como se dice que los jó-venes delincuentes son minoritarios frente al espectroglobal de la juventud, de la misma manera las pandillastambién lo son —socialmente hablando—. Sin embar-go, el contexto de esta ventaja relativa está inmerso en unentorno de alta peligrosidad que puede quebrantar concierta facilidad a los jóvenes no pandilleros o no delin-cuentes, vecinos directos de las zonas consideradas de al-ta peligrosidad. Entre ellas, y sólo para citar algunas de lasmás visibles, están: el elevado número de familias pobres,las condiciones de infra subsistencia, la falta de proyectosde nación a largo plazo, la ausencia de una planeación es-tratégica frente al futuro previsible, la inexistencia de espa-cios de socialización y recreación de los jóvenes fuera dela escuela, los estigmas negativos diseminados y macha-cados por los medios de comunicación, el surgimientode un discurso autoritario que demanda un mayor con-trol de los gobiernos y que clama por las “operaciones delimpieza”, el incremento de la marginalidad y la exclu-sión social, la desintegración familiar, el abandono esco-lar, la falta de empleo, la pérdida de credibilidad en lasinstituciones y la penetración de la delincuencia organi-zada en los grupos juveniles. Existen barrios donde la vio-lencia es una forma de vida y los residentes tienen que

adoptar esa actitud, si es que desean ser tratados con res-peto y no permanecer como simples víctimas, es decir:combatir violencia con violencia.

En México existen actualmente alrededor de millo-nes de jóvenes con edades que fluctúan entre los y los años, y que representan cerca de % de la poblacióntotal del país. Sin embargo, y a pesar de la magnitud nu-mérica, la política, o mejor dicho, las políticas públicas yprivadas que se aplican para su atención hasta la fechahan tenido una vida fortuita y aventurada y no han lo-grado integrarse a las demandas que impone la realidad.Por ejemplo, si partimos de la premisa que el desempleojuvenil es igual al del resto de la economía, y que por en-de, si se resuelve el problema del desempleo se resuelveel del desempleo juvenil, partimos de una premisa falsa,ya que el desempleo juvenil es un fenómeno estructuralen el que, además del empleo en sí mismo, la edad, la fal-ta de experiencia, la capacitación y la calificación de lamano de obra sólo sirven para apoyar a los jóvenes másintegrados, dejando fuera casi automáticamente a la ma-yoría juvenil popular.

Por lo antes dicho es importante diferenciar las proble-máticas existentes en el mundo juvenil. La exclusión seda en el campo de la educación porque hay una incorpo-ración segmentada, relacionada directamente con el tipode servicios educativos que el joven haya adquirido, sugrupo de interacción cotidiana y, por consiguiente, consu origen social. La propia lógica educativa actual resultade un modelo pensado para jóvenes integrados, con unabase familiar estable; es por ello que creemos que para losjóvenes excluidos de los sectores populares resulta indis-pensable pensar y trabajar en sus formas de integracióna partir de sus experiencias vitales.

En otro terreno, podríamos decir que los jóvenes tam-bién se encuentran excluidos del campo de la salud por-que, como lo dicen los propios médicos, “son los quemenos se enferman”, dando prioridad a la atención delos más vulnerables. Los sistemas actuales de salud pú-blica parecen estar pensados sobre todo para adultos,favoreciendo programas de combate a las enfermedades(cólera, difteria, tos ferina, tétanos, etc.) que programasde prevención y promoción de estilos saludables devida.

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39 Rossana Reguillo, La construcción del enemigo, Iteso, México, ,mimeógrafo.

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En lo tocante a la vivienda, por ejemplo, todas las po-líticas están pensadas para que el individuo que quieratener acceso a un lugar donde vivir esté incorporado pre-viamente al sistema laboral, por eso los jóvenes, general-mente, sólo tienen acceso a algún tipo de vivienda cuandose proponen formar una pareja y trabajar, generalmentecuando ya no se consideran jóvenes. Pero éstos, comogrupo social, necesitan de programas de salud preventi-va, capacitación laboral, educación, empleo y algún tipode vivienda, sin embargo, en muchos casos son exclui-dos, y esto hay que subrayarlo: actualmente la exclusiónjuvenil no es un tema de la agenda pública. Los jóvenesno deben verse sólo como usuarios, beneficiarios o sim-ples destinatarios pasivos o receptores de la política, sinoque deben ampliarse sus habilidades, sus potencialidades,deseos y necesidades con el objeto de transformarlos enactores reales de su propio desarrollo.

La juventud de los sectores populares se desenvuelveen un medio caracterizado por la falta de oportunidadesde empleo; a pesar de ello, la cultura alternativa que ge-nera “en la esquina”, en sus reuniones informales, en elbarrio, sirve como producto generador de identidad, ycrea medios diversos para expresar sus ideas, preocupa-ciones, sentimientos, emociones, etc. El joven urbano po-pular lo mismo lee una revista de modas o deportes quese preocupa por temas políticos y sociales. Si se revisancon cuidado estos productos, se encuentra una fuerte car-ga de valores: honestidad, respeto, amistad, confianza enla familia, pero sobre todo en sí mismo, que se ven refle-jados en la cotidianidad de su producción cultural. Aljoven urbano popular le preocupa tanto la contamina-ción como la inseguridad de su ciudad, lugar con el queestablece una intensa relación de atracción y rechazo a lavez. Por ello, ahí en el seno de estos sectores se deben va-lorizar sus formas de expresión, ya que estas colaboranpara que, tanto los propios jóvenes como el resto de lasociedad, reconozcan que son capaces de contribuir y deconstruir soluciones viables para los conflictos sociales yla violencia.

Se trata, en suma, de articular las múltiples experienciaslocales basadas en principios comunes, en valores, enrespeto a las identidades colectivas. Pensamos, por ejem-plo, en los campesinos migrantes a Estados Unidos que

encontraron en ese país una mejor alternativa de vida. Sushijos y nietos nacieron allá, se educaron y se formaronde acuerdo con un determinado entorno económico y so-cial que, en muchos casos, les fue dando cierta identidad,que los catalogó como “pachuchos”,“chicanos”,“cholos”,asumiendo con ello toda una serie de características (len-guaje, vestido, formas de actuar, etc.) y estigmas (drogas,armas, tatuajes, etc.), y que al regresar o venir de visita aMéxico, a sus pequeñas comunidades rurales, traen con-sigo toda esa gama de actitudes y valores que los hacenintegrarse de una manera deforme y muchas veces ma-ligna con su comunidad local. ¿No merece la sociedadlocal de sus comunidades conocer abiertamente el signi-ficado de estas nuevas expresiones?, ¿no se puede pensaren espacios estructurados donde trabajar organizadamen-te con estos grupos?, ¿no es posible conjugar los concep-tos juventud y cultura con la definición de una políticasocial pública que prevea estos escenarios? Esa respues-ta es justamente la propuesta final de este trabajo.

Vivimos actualmente en sociedades permeadas siste-máticamente por la información (a todos los niveles) yla seducción del consumo, en donde la lógica del capital,para obtener lucro o plusvalía, produce infinidad de mer-cancías con una obsolescencia programada que no sólodesecha productos, sino que desecha también personas.Los jóvenes de México nacen y crecen en medios muy di-ferentes, con posibilidades de éxito o fracaso señaladasde antemano, casi desde el momento de nacer. Los jóve-nes llevan marcados en la frente, por así decirlo, su raza,origen y condición social, por lo que algunas veces pue-de adivinarse sin muchas dificultades su futuro.

Hoy en día la sociedad mexicana es más desigual queantes, más heterogénea, cuenta con una riqueza más con-centrada y una población más excluida. En las ciudadesy el campo hallamos por todos lados mundos distancia-dos por situaciones sociales tan disímiles como las queseparan a Ginebra de Calcuta. Hoy la miseria más extre-ma está en las grandes ciudades, muy cerca del corazónde los centros financieros: ahí están los indigentes, los ni-ños de la calle, las Marías, los vendechicles, los limpia-vidrios, los payasitos, los ambulantes, los separadores debasura y alimentos, hombres y niños y jóvenes que no sonrealmente “otra sociedad” coexistiendo en el mismo país,

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sino la cara deforme de una misma moneda, el reversoreal de nuestra modernidad. ¿Cuál puede ser el futuro delos jóvenes de los sectores populares en esta situación?

Las generaciones actuales recibimos un país por cons-truir y hay problemas específicos a resolver, como seríanlas relaciones juventud-escuela, juventud-familia, juven-tud-instituciones, juventud-empleo, juventud-medios,juventud-delincuencia, etcétera. Debemos reforzar lasredes de integración social y apoyar la reconstrucciónvalorativa de los distintos segmentos sociales, frenar ladestrucción psicológica del individuo, recuperar la con-fianza, fortalecer la autogestión y la autoestima. Aún que-dan muchas cosas que aprender de los jóvenes y de surealidad, por eso es tarea fundamental de toda la socie-dad llevar a cabo acciones que garanticen su continuidady su sano desarrollo, libre de violencia, delincuencia y de-sigualdad.

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