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Extensión Digital ­ Número Dos ­ Año 2009 | ISSN 1851­9237

Notas sobre la Dirección de la curaMaría Florencia Harraca

Este artículo se formula como consecuencia del ciclo de conferencias: 'La dirección de la cura', organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria en los meses de septiembre y octubre de 2008.

Resulta un desafío reflexionar y elaborar un trabajo a partir de un escrito tan rico y complejo a la vez, como lo es "La dirección de la cura y los principios de su poder"1, pero por sobre todo, el compromiso que implica la interrogación acerca de nuestra práctica y formación, en el marco de docentes y analistas tan distinguidos como lo son el Dr. Antonio Gentile, el Dr. Carlos Kuri, el Dr. Miguel Ferrero, el Dr. Gonzalo Garay, el Ps. Luis Giunípero y el Ps. Norberto Díaz.

Para llevar adelante este escrito, intentaré poner en relación las ponencias que más me han marcado a lo largo del dictado de las conferencias, pero fundamentalmente intentando un ida y vuelta de los disertantes a Lacan y de Lacan a éllos.

En relación al título que merece este ciclo de conferencias, "La dirección de la cura", se me presentaron varios interrogantes a partir de estos encuentros, interrogantes nuevos, pues no habían surgido a partir de mis primeras lecturas de este escrito, sino a partir de los planteamientos de cada uno de los exponentes.

Una vez más el tiempo lógico y no cronológico que la teoría Psicoanalítica encuentra en la estructura del Inconsciente, no sólo forma parte de las grandes conceptualizaciones freudianas o lacaneanas, (nachträglich como lo plantea Freud o el après coup como lo retoma Lacan) sino que invade nuestra práctica como psicoanalistas a la vez que posibilita una permanente interrogación de nuestra formación. Lo que creíamos que era de cierto modo, puede resignificarse vía este tiempo lógico por el cual estamos atravesados.

Como nos dijo Miguel Ferrero: "el análisis nos conduce indefectiblemente a un desacuerdo". ¿Desacuerdo entre qué? En palabras de Ferrero: "desacuerdo entre la imagen que tengo de mí y la que quisiera tener, desacuerdo en términos de que alguien puede ir a comprar una heladera y le dan manzanas. Eso le ocurre al paciente. No solo no se lleva ninguna de las dos cosas, ni la heladera ni las manzanas, sino que se lleva nada, es decir una falta, desde la perspectiva de la ecuación fálica".

Entonces yo me pregunto, si esa nada que se lleva el paciente, no es justamente el motivo por el cual vuelve a análisis, me pregunto si esa nada, dentro de la economía fálica, puede elevarse al estatuto de una pregunta, de un enigma que hará volver al paciente.

Otra cuestión que quiero rescatar del Dr. Ferrero en relación a este desacuerdo que él mencionaba, es lo que denominó como "intervenciones mínimas" en la dirección de una cura, que tienen que ver con lo que se produce cuando se le dice al analizante: "esto es lo que usted dijo". El sujeto se confronta con algo que no imaginaba decir. Nuevamente estamos frente a la dimensión del desacuerdo (desencuentro también podríamos llamarlo).

¿Qué sucede cuando el sujeto se confronta con el retorno de su propio mensaje de forma invertida? En palabras de Ferrero "se produce un sujeto dividido, dividido entre lo que dijo, entre lo que creyó que dijo y lo que quería decir".

A su vez, dentro de las intervenciones mínimas de las que hablaba Ferrero, ubica como una de ellas a la pregunta, la pregunta en relación al discurso del analizante. Esto nos plantea nuevamente el campo del desencuentro: las palabras no son semejantes a sí mismas, el significante no se significa a sí mismo. Hablamos con significantes no con significados y esto es lo que precisamente nos brinda la dimensión de la pregunta: la posibilidad de que lo se dice en análisis sea interrogado.

1 J.Lacan. 'La dirección de la cura y los principios de su poder', en Escritos II, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.

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Respecto de estas intervenciones mínimas, Ferrero rescató la "intervención sobre el equívoco". Y esto nos conduce a lo que él llama "citar al autor", es decir, "citar al paciente" bajo la frase "usted dijo esto". El ejemplo que nos ofrece de un analizante, es el siguiente: "Tengo miedo a equivocarme como de padre". "¿Como de padre?", preguntó Ferrero. Intervención mínima pero no por eso menos importante.

Considero que estas intervenciones mínimas son las que posibilitan que funcione el enigma, que algo del sentido congelado de las palabras que trae el analizante, se pueda romper.

En términos de Norberto Diaz: "Por efecto retroactivo un significante que logra despegarse de su significado borra los efectos del S1. Uno se dedica al significante, no a la realidad y para poder obtener algo que no sea sígnico con el paciente, no se trata de la significación sino de aquello que se escribe en un análisis, que por tanto es letra".

En términos de Lacan: "La letra es algo que se lee. Hasta parece que se lee a raíz de la palabra misma. Se lee y literalmente. ...en el discurso analítico se lee más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir"...2 Y en las páginas siguientes nos dice: "La letra es, radicalmente, efecto de discurso"3

En términos del Dr. Gentile: "Lacan nos plantea al Psicoanálisis como una práctica delirante, un psicoanalista nunca debe dudar en delirar, no debe correrse de la posición de cuestionar el sentido instituido, es una perspectiva de caída del sentido coagulado".

Ahora bien, a partir de estas frases y ponencias, se recrean en mí interrogantes en relación al significante La dirección de la cura', con el cual se titula este ciclo de conferencias; interrogantes que probablemente no encuentren su respuesta ni su verdad, pues la verdad "no toda es y solo puede decirse a medias"4, pero como todo enigma, lejos de concluir, posibilita la reapertura de nuevas preguntas.

¿Qué implica que una cura tenga dirección? ¿Se trata de una dirección propiamente dicha? ¿Qué entendemos cuando hablamos de dirección? ¿Esto implica un punto de llegada, un final, un lugar hacia/ desde el cual dirigir?

Creo que cuando decimos que una cura tiene dirección, necesariamente estamos planteando que hay alguien, el psicoanalista, que está en condiciones de conducir algo, el despliegue de un análisis y por tanto de la cura, o al menos creo que es lo que se espera del analista. Lacan nos dice: "El psicoanalista sin duda dirige la cura. El primer principio de esta cura, el que le deletrean en primer lugar y que vuelve a encontrar en todas partes en su formación hasta el punto de que se impregna en él, es que no debe dirigir al paciente".5

Qué gran aporte de Lacan. Dirigir la cura pero no al paciente. Y cuántas implicancias nos exige tamaña frase, ¡cuánta responsabilidad! Doble responsabilidad: del lado del analista, una responsabilidad y un posicionamiento ético-epistemológico desde el cual se pueda lograr que el paciente llegue a su palabra; del lado del analizante, la responsabilidad subjetiva que, en transferencia, la dimensión de la palabra abre.

Pensar en la idea de una dirección, automáticamente me lleva a pensar en la idea de un "hacia dónde", un punto al cual arribar, ir hacia un lugar o dirección, pero también conducir, guiar, así como también la idea de camino, rumbo, trayecto. Pero más que con un "hacia donde" creo que tiene que ver con un "desde dónde", desde dónde trabajar, desde qué lugar escuchar, desde dónde nos posicionamos éticamente como profesionales de la salud mental como para no caer en la "trampa benéfica de querer-el-bien-del-sujeto".6

Como nos dijo el Dr. Gentile: "El compromiso del Psicoanálisis no es con el bien sino con la verdad del sujeto".

Respecto de este posicionamiento ético desde el cual dirigir una cura, si se es analista -pues como dice Ferrero "analista y analizante no están dados de antemano, muchas veces nuestras propias resistencias pueden ponernos en el lugar de terapeutas, no de analistas"- rescato las palabras de Luis Giunípero cuando nos dice: "La dirección de una cura implica nuestra abstinencia, esto implica no comprender, si

2 J.Lacan, Seminario Aún, Paidós. Buenos Aires. 2005. pág. 38.3 Op. Cit , pág. 47.4 Op. Cit , pág. 112.5 J.Lacan. 'La dirección de la cura y los principios de su poder', en Escritos II. Siglo XXI. Buenos Aires. 1985, pág. 566.6 J.Lacan. Seminario 'La ética del Psicoanálisis'. Paidós. Buenos Aires. 2005, pág. 264.

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comprendo, dialogo, pero desde esa abstinencia voy a habilitar a que el otro hable, por eso me quedo callado, pues mis intervenciones van en dirección a que el otro produzca, a que el otro hable; por eso el silencio es una posición ética: una posición ética es causar el decir del analizante".

El mismo Lacan nos advierte de esto: "El analista cura menos por lo que dice y por lo que hace que por lo que es".7

Considero fundamental el hecho de que el analista pueda hacer valer la regla de abstinencia, que implica no poner en juego el "deseo-demanda" propio y para lograr esta abstinencia es necesario trabajar mucho y estar muy atento. Esta posición ética que supone ofertar una escucha, que posibilita de algún modo que el analista pueda jugar el papel del muerto como en el bridge. Pero también hay que rescatar que esta abstinencia que supone el papel del analista, muchas veces suele ser confundida con un rol de pasividad en el que muchos analistas quedan inmersos.

De hecho, este fue uno de los temas de debate luego de varias de las conferencias. Al respecto considero que la abstinencia no implica un resguardo en la pasividad, sino todo lo contrario, pues la escucha que ofrecemos como analistas es una escucha activa y es en esa oferta de escucha donde los efectos de discurso estarán prontos a producirse.

Ahora bien, frente a todos los tsunamis amorosos, financieros, afectivos, morales, pulsionales que constituyen el relato de un paciente, relato en el cual se impone la demanda por sobre el deseo, pues no hay posibilidad que el deseo se articule en el discurso, siempre se articula en el discurso con demanda ¿cómo encontrar un espacio, un intersticio para que algo del deseo se articule en el discurso? ¿Puede articularse el deseo en el discurso? ¿Cómo "torcer la línea de la demanda por la interrogación del deseo"?, como nos decía Gentile.

Creo que es fundamental rescatar varias cuestiones que nos ofrece Lacan en relación a estos interrogantes. Respecto de la demanda del analizante, me parece crucial tomar en cuenta que ..."su petición se despliega en el campo de una demanda implícita, aquella por la cual está ahí: la de curarlo... pero esa demanda, él lo sabe, puede esperar. Su demanda presente no tiene nada que ver con eso, incluso no es la suya, porque después de todo soy yo quien le ha ofrecido hablar... He logrado en suma lo que en el campo del comercio ordinario quisieran poder realizar tan fácilmente: con oferta, he creado demanda"...8 Lacan nos está diciendo que la demanda es efecto del analista, efecto primero, inaugural.

Por ello considero que en esa oferta de la que habla Lacan, esa oferta de escucha, algo de la interrogación por el deseo puede hacerse un lugar. Es crucial no olvidarnos de que en la medida en que el análisis no puede más que circular por la demanda del analizante, nuestra tarea de mantener la pregunta por el deseo se vuelve fundamental. La pregunta por el deseo, aquella que puede surgir bajo la forma del "¿usted qué quiere?" (che voi?) debe ser mantenida en términos de que el deseo inconsciente tiene que ver con lo no-dicho, con lo indecible (entonces no articulable), con el desencuentro o el a-destiempo que nos atraviesa a los seres hablantes.

Y respecto de esto, es crucial tomar en cuenta de lo que nos habla Lacan, de la ..."resistencia a esa confesión del deseo"... y que hay una ..."incompatibilidad del deseo con la palabra"...9

Y para finalizar este trabajo, quiero rescatar algo que nos ofreció el Dr. Gonzalo Garay respecto de: "La urgencia, una emergencia de la subjetividad", como el tituló su ponencia. Esto que quiero recuperar tiene que ver puntualmente con una situación por la que me vi atravesada el año pasado durante mi Residencia Clínica de Pre-Grado, en la guardia del Hospital de Emergencias Dr. Clemente Alvarez.

Como nos dijo el Dr. Garay, "el médico excluye totalmente la dimensión de la palabra, tiene muy poca importancia para la fisiopatología de un cuerpo. No existe la relación médico-paciente, sino que existe la relación médico-enfermedad".

7 J.Lacan. 'La dirección de la cura y los principios de su poder', en Escritos II, Siglo XXI. Buenos Aires. 1985. Pág. 567.8 Op. Cit , pág. 597.9 Op. Cit , pág. 621

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En relación a esto, pude vivenciar experiencias donde recibí de parte de los médicos, pedidos del tipo: "a ver si lo podés hacer hablar a este que parece que tiene una papa en la boca", o "parece que esto es para vos, la señora está un poco descontrolada", o "no te gastes, no quiere hablar con nadie".

Específicamente, esta situación comienza cuando ingresa a la guardia una mujer que había sufrido un accidente de tránsito. Inmediatamente los médicos y medicatos la abordan rodeando su camilla (eran más o menos cinco o seis) y le preguntan qué era lo que le dolía.

Esta mujer tenía dos características muy llamativas ante la mirada de los médicos: una, era que esta mujer estaba muy excedida en kilos y la otra era su "carácter indomable" por el cual fui solicitada.

El sarcasmo que se generó en torno de la obesidad de esta mujer fue de tal magnitud que la misma optó por defenderse pegando patadas y puñetazos a los médicos y al personal de la guardia. A su vez, se sacaba la minerva que tenía en su cuello y gritaba con desesperación que quería ver a su marido.

A esta altura de la situación, teniendo en cuenta que esta "vaca", como decían los medicatos, estaba "dispersando" la guardia, tomaron la decisión de acudir a mí para que apagara el incendio que allí se había generado.

Lo primero que hago es averiguar en Admisión el nombre de la paciente. Para mí no se trataba de una "vaca" sino de un nuevo sufrimiento que tenía nombre propio.

Cuando me dirijo hacia donde ella estaba, el pasillo de la guardia, sentí miedo, mucho miedo. No sé por qué. Quizás a ser agredida físicamente o por sentirme en la mira, una vez que los médicos me dejaron sola con ella y me miraban desde un rincón.

Ella insistía con las patadas al aire y con arrancarse la minerva. Firmemente me paro enfrente de ella y le digo llamándola por su nombre: "Sra. C., si usted no colabora con nosotros, no la vamos a poder ayudar". Inmediatamente me contesta: "Sí dotora, yo colaboro, si usted me lo pide yo colaboro".

En ese instante habían cesado los gritos y el caos pulsional. Los médicos atónitos miraban como diciendo "¿qué le dijo?".

Poner un orden al caos era mi deber, pero no al caos de la guardia, sino al caos pulsional de la Sra. C. Que ella se implicara fue todo un logro para mí. La clave residió no en confundir un ser humano con un animal, sino en llamarlo por su nombre.

Pues como nos dijo el Dr. Garay "un sujeto en una urgencia está tomado en una identificación paterna que lo está devorando, gozando. Los significantes ya no remiten a otros significantes, sino que hay un predominio de la holofrase. Entonces, el uso del nombre propio ayuda a liberar este congelamiento, pues el hacerse de un nombre, va de la mano de hacerse un lugar".

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