Hannah Arendt en su centenario

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L A J OV E N QU E V E N Í A D E L E J O S A principios de noviembre de 1966, el profesor Jacob Taubes, ex adjunto de Gershom Scholem en la Un i ve r- sidad de Je rusalén y, por ese entonces, director del In s- tituto de Filosofía de la Universidad Libre de Berlín, invitó a sus alumnos a una conversación pública con Hannah Arendt. Nos dimos cita a las seis de la tarde y a b a r rotamos el auditorio; muchos compañeros llegaro n después, burlaron el control de la entrada, se sentaron en los pasillos, en las escaleras, en las repisas de los ve n t a- nales y el aire se volvió poco a poco irrespirable. Antes del anochecer una mujer de pelo negro, robusta, con sesenta años cumplidos, apareció en la tarima, sentada a un lado del profesor Taubes, fumando un cigarrillo tras otro, en cadena —dos cajetillas de Pall Ma l l sobre el escritorio—, hablando un alemán impecable y sin acento, wie gedrückt, como se dice, listo para la impre n- ta. Hannah Arendt tenía la cara afilada, nariz aguileña y rasgos muy marcados, ojos oscuros, singularmente vivos y un aire de venir del otro lado de la realidad. Ve s- tía un traje sastre oscuro, un collar de cuentas de colo- res y, cuando apagaba el cigarrillo, se quitaba y se ponía los anteojos sin pausa. Hablaba de Alemania como de una patria perdida, de los primeros años del exilio y de los Estados Unidos, su nuevo país, de la admiración irre s- tricta por la democracia estadounidense. “No hay remedio” —nos dijo—, “soy alemana hasta la raíz. Siempre seré la joven que venía de lejos, como en el poema de Friedrich Schiller. Un poco menos ex- tranjera en Alemania que en los Estados Unidos. A veces me lo oculto a mí misma: soy estadounidense de todo corazón político, pero mi memoria y mi lengua materna serán siempre alemanas”. Luego nos confesó uno Hannah Arendt en su centenario José María Pérez Gay El pasado 14 de octubre se cumplieron cien años del naci- miento de la gran pensadora alemana Hannah Arendt, una de las figuras centrales de la filosofía política del siglo XX. José María Pérez Gay, autor de La difícil costumbre de estar lejos, El imperio perd i d o , Tu nombre en el silencio, e n t re otros, abor- da la figura de la gran teórica judía a partir de la única forma de hacerle un homenaje: provocando la lectura de sus libros. REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 17

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Arendt, centenario

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LA J OV E N QU E V E N Í A D E L E J O S

A principios de nov i e m b re de 1966, el profesor Ja c o bTaubes, ex adjunto de Gershom Scholem en la Un i ve r-sidad de Je rusalén y, por ese entonces, director del In s-tituto de Filosofía de la Un i versidad Libre de Be r l í n ,invitó a sus alumnos a una conversación pública conHannah Arendt. Nos dimos cita a las seis de la tarde ya b a r rotamos el auditorio; muchos compañeros llegaro ndespués, burlaron el control de la entrada, se sentaron enlos pasillos, en las escaleras, en las repisas de los ve n t a-nales y el aire se volvió poco a poco irrespirable. Antesdel anochecer una mujer de pelo negro, robusta, consesenta años cumplidos, apareció en la tarima, sentadaa un lado del profesor Taubes, fumando un cigarrillotras otro, en cadena —dos cajetillas de Pall Ma l l s o b reel escritorio—, hablando un alemán impecable y sin

acento, wie gedrückt, como se dice, listo para la impre n-ta. Hannah Arendt tenía la cara afilada, nariz aguileñay rasgos muy marcados, ojos oscuros, singularmentev i vos y un aire de venir del otro lado de la realidad. Ve s-tía un traje sastre oscuro, un collar de cuentas de colo-res y, cuando apagaba el cigarrillo, se quitaba y se poníalos anteojos sin pausa. Hablaba de Alemania como deuna patria perdida, de los primeros años del exilio y de losEstados Unidos, su nuevo país, de la admiración irre s-tricta por la democracia estadounidense.

“ No hay re m e d i o” —nos dijo—, “s oy alemana hastala raíz. Siempre seré la joven que venía de lejos, comoen el poema de Friedrich Schiller. Un poco menos ex-tranjera en Alemania que en los Estados Unidos. Aveces me lo oculto a mí misma: soy estadounidense detodo corazón político, pero mi memoria y mi lenguamaterna serán siempre alemanas”. Luego nos confesó uno

HannahA rendt en sucentenario

José María Pérez Gay

El pasado 14 de octubre se cumplieron cien años del naci-miento de la gran pensadora alemana Hannah Arendt, unade las figuras centrales de la filosofía política del siglo XX. JoséMaría Pérez Gay, autor de La difícil costumbre de estar lejos,El imperio perd i d o, Tu nombre en el silencio, e n t re otros, abor-d a la figura de la gran teórica judía a partir de la única formade hacerle un homenaje: provocando la lectura de sus libros.

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de sus más secretos anhelos: recorrer otra vez la avenidaLichtenthaler Alle, en la lejana Königsberg, la ciudaddonde había nacido Kant y en la que Hannah Arendtpasó su infancia y adolescencia. Al invadir la Unión So-viética, Prusia Oriental, en 1946, el puerto de Königsberg,a orillas del Mar Báltico, cambió de nombre; ahora sellama Kaliningrad, el nombre de un presidente soviéti-co desconocido.

Rüdiger Safranski le preguntó si se sentía judía,Hannah Arendt respondió esa tarde con un tono muyenérgico:

Soy judía, nunca lo he negado. Se trata de la raíz máspoderosa de mi vida. Los judíos de cultura y lengua ale-mana fueron, sin duda, una expresión irrepetible en elproceso de asimilación del pueblo judío a otras culturas.La cultura judeoalemana fue, al cambiar el siglo, una delas más modernas, ricas y sugerentes, más críticas y crea-doras. En ningún otro país europeo surgió con la fuerzaque asumió en Alemania y en Austria. Yo pert e n ezco a esemundo, soy una sobreviviente. Nuestra cultura fue exter-minada sin compasión; después de tantos años, lo ú n i c oque sobrevivió en medio de las ruinas —nos dijo—, fue elidioma alemán. Aunque ahora escriba en inglés, mi amorpor la lengua materna será perpetuo.

A principios de 1924, Hannah Arendt cumpliódieciocho años y se matriculó en la Universidad deMarburgo. Tres materias: filosofía, teología y griego.Hannah tuvo la suerte de estudiar con tres de los másimportantes filósofos alemanes del siglo XX: EdmundHusserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers; además, teo-logía evangélica con Rudolf Bultmann. Marburgo,

una pequeña ciudad universitaria, se convirtió en unasuerte de cápsula protectora en medio del caos de laRepública de Weimar (1919-1933): el altísimo desem-pleo, la inflación incontrolable, el fracaso de la demo-cracia parlamentaria, el deterioro de los partidos políti-cos, la amenaza de la guerra civil y, al final, el ascenso deHitler a la primera magistratura.

El destino trágico de Alemania: conseguir siempresu propia ruina cuando creía alcanzar la grandeza. Des-pués de la derrota de la Primera Guerra Mundial, laAsamblea Nacional Alemana se reunió en We i m a r,la ciudad de Goethe y de Schiller, para demostrar quese proclamaba la Alemania del espíritu y no la Alema-nia de los guerre ros. La Constitución, promulgada ena g o sto de 1919, estableció una democracia parlamen-taria y, en menos de catorce años, se hundió en el caosmás violento. La Universidad de Marburgo se habíavuelto también una fort a l eza inexpugnable delc o n s e rva d u r i smo nacionalista; en 1927 celebraba suscuatrocientos años de existencia. En ese mundo pro-vinciano florecían las cátedras y los rumores, pero loshechos importantes tenían lugar en otra parte del país:en Berlín. En la década de 1920, Marburgo llegó a ser,sin duda, la capital del reino de la filosofía alemana.

Uno de los representantes de ese reino se llamabaMartin Heidegger, profesor titular de filosofía en Mar-burgo, un hombre bajo de estatura, de tez morena,complexión delgada y movimientos ágiles, de cara afi-nada y bigotito bajo la nariz, maestro de esquí en lasmontañas de la región, de semblante enérgico e impa-sible, sonrisa juvenil, tímida y un tanto burlona. Siem-pre vestía una chaqueta verde oscura, pantalones decuero hasta las rodillas, sostenidos por tirantes, mediasverdes, botines de gamuza y una boina —el vestido tra-dicional de la región suava—, con treinta y cinco añosde edad, casado con Elfriede Petri y padre de dos niños.

Ma rtin He i d e g g e r, profesor en Marburgo y KarlJaspers, titular en Heidelberg, eran por esos tiemposles enfants terribles de la academia alemana, ambosafirmaban que la filosofía no podía entenderse comose entienden las ciencias exactas, sino por el contrariodebía contemplarse como una actividad inseparabledel hombre .

Cuando Hannah conoció a Heidegger ella teníadieciocho; el profesor, treinta y cinco años. La joven sefascinó con Martin Heidegger, sus cátedras y semina-rios eran siempre magistrales, muy pronto nació entreellos una pasión tan incontenible como clandestina,que se prolongó toda su vida. El profesor se imponía enla relación, ordenaba cuándo y dónde se veían, aterradode que su esposa advirtiera el vínculo amoroso con sualumna, la visitaba por las noches en su cuarto, le dejabamensajes escritos en griego en el pizarrón. He i d e g g e rre c o rdaría siempre a Hannah Arendt como “la pasión

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Hannah Arendt con su abuelo, Max Arendt

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de su vida, la musa de Ser y tiempo”. “Heidegger meenseñó a ver y entender el mundo”—escribió Are n d t —“me hizo sentir como nadie antes, me hizo darme cuen-ta de cómo debemos pensar y leer la filosofía” .

En febre ro de 1926, la pasión continuaba colman-do sus vidas: un amor imposible en los tiempos delincendio de la República de We i m a r. Ma rtin He i d e g-ger se re velaba como un amante de pasiones sin fre n o ,sus cartas a Hannah Arendt —en ocasiones conmove-doras, otras ácidas, sarcásticas e hirientes— ofre c e nuna perspectiva no sólo sorprendente sino inédita enla vida de un filósofo tan hermético y, a veces también,tan incomprensible. “No quiero escribirte más queuna sencilla descripción de nuestro escenario”, escri-bió Hannah Arendt. “Te amo como el primer día.Antes de nuestro re e n c u e n t ro, tú lo sabías y yo tam-bién. El camino que me enseñaste es más largo y difí-cil de lo que yo había imaginado. Necesito toda unavida para re c o r re r l o”. Heidegger presionó entonces asu alumna, a “la pasión de su vida”, descalificándolacomo candidata al doctorado en filosofía, sólo paraque abandonara Ma r b u r g o. “Si llegara a perder miamor por ti, habría perdido mi derecho a la vida; perosi me evado de la tarea que me impone, llegaría a per-der ese amor y su re a l i d a d. Si hay un Dios, Ma rtin, teamaré más allá de la muert e” —le escribió antes deabandonar Ma r b u r g o.

En septiembre de 1928, Hannah abandonó la ciu-dad de Marburgo decepcionada de Martin Heidegger,por su falta de lealtad, por su sentimiento de culpa, porla incapacidad de separarse de su esposa y de su fami-lia; se dirigió entonces a Friburgo, cursó dos semestrescon Edmund Husserl y, se refugió con Karl Jaspers, enHeidelberg, mientras escribía su tesis de doctorado:El concepto del amor en San Agustín.

“El aura de Heidegger surgió antes de la publica-ción de Ser y tiempo, en 1927”, escribe Hannah Are n d t:

El éxito asombroso de esa obra —no sólo la popularidadque alcanzó, sino la influencia que ejerció como muypocas obras del siglo XX— habría sido imposible sin suéxito anterior como profesor de filosofía. Su tempranapopularidad fue más enigmática que la de Franz Kafka aprincipios de la década de 1920, y que la del mismoPicasso o la de Georges Braque en la década siguiente.

Los alumnos de Heidegger constituían, en 1924,una suerte de Who is Who?, de las futuras corrientesfilosóficas del siglo XX: Hans Georg Gadammer, Ma xHorkheimer, Fritz Kaufmann, Herbert Marcuse, Ha n sJonas, Karl Löwith, Leo Strauss, Benno von Wiese,Günther Anders y Hannah Arendt.

El ascenso de Hitler al poder separó a HannahArendt y Martin Heidegger. Ella se unió a la Agrupa-

ción Sionista de Berlín; él ingresó, en 1933, al PartidoNacionalsocialista Obrero Alemán, aceptó por brevetiempo el nombramiento de rector de la Universidadde Friburgo, pronunció un discurso sobre La autoafir-mación de la universidad alemana, y definió a Hitler, elFührer, como el destino de Alemania. Fue un cambio afondo de las relaciones amorosas. La imagen espectralde Heidegger como el rector nacionalsocialista se con-virtió, para Hannah Arendt, en una pesadilla. Sin em-bargo ni el poder del tiempo ni el horror de la Se g u n d aGuerra Mundial, lograron apagar la llama de ese amory su memoria.

A principios de 1930, Hannah Arendt descubrióen Raquel Varnhagen (1771-1833) una explicación desu propia vida, la historia de una mujer cuya biografíaescribió durante varios años. Raquel Varnhagen, unajudía alemana en la época del romanticismo (1958) es,quizás, uno de sus mejores libros. Hannah descubre enRaquel su propia fragilidad judía, la misma atracciónpor los filósofos y poetas de la tradición ro m á n t i c aa l emana; Raquel por los asiduos visitantes de su salón,Hannah por Heidegger. Arendt describió también enRaquel la vergüenza de ser judía y el impulso por su-perar su condición. No se propuso explicar las causasreligiosas de ese sentimiento, sino por el contrario de-mostrar el origen histórico de la ilustración judeoger-mana. Los europeos ilustrados del siglo XIX argumenta-ban que a los judíos les faltaba formación y cultura, sóloasí podrían liberarse de la obsesión de sentirse el pue-

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blo elegido. Arendt afirma que los judíos ilustrados—que se consideraban excepcionales— siempre en-tendieron que debían su sobrevivencia a una perma-nente ambigüedad. Se les exigía ser judíos, pero noparecer judíos.

Raquel Varnhagen se siente fruto de un nacimien-to infame, de un sufrimiento continuo, porque nin-gún Dios será capaz de redimirla, sólo entonces cae enla cuenta de su judaísmo. Una mujer judía que vive en elcentro de una naciente burguesía alemana. Muchossiglos antes, cuando se encontraban aislados por los cris-tianos, a los judíos se les soportaba o se les perseguía yliquidaba, pero no conocían la vergüenza, la ambigüe-dad o la culpa y la desesperación. En El Mercader deVenecia, la conversión de Shylock al cristianismo es uncastigo, una suerte de agonía. En el siglo XIX, los judíosse convertían en ciudadanos y el sentimiento de ver-güenza aumentaba. El salón de reuniones de RaquelVarnhagen, como muchos otros de las señoras judías deesa época, nacía en un periodo de transición histórica yjurídica, el proceso de secularización estaba en marcha;en ese espacio privado y, al mismo tiempo, público se en-contraban personajes de la periferia social, poetas y filó-sofos, actores y actrices, banqueros y nobles que busca-ban integrarse en los salones de la burguesía sin perdersus privilegios.

Según Hannah Arendt, el salón de reuniones deRaquel era la manera más elegante de proteger su or-fandad. “La Ilustración, necesariamente, vislumbra yexige el mundo secular”, escribe Carlos Monsiváis. “Sila religión es un fenómeno social, como declaran losp a rtidarios de las perspectivas científicas, ¿de qué mane-r a secularizar a sociedades determinadas pro f u n d a m e n-

te por la religión?”. El salón de reuniones de RaquelVarnhagen se convirtió en un emblema del mundo se-cular; sin embargo, nunca le permitió eliminar el sen-timiento de vergüenza, la mala conciencia de ser judía.Raquel anhela entonces contraer matrimonio con unnoble pero, como fracasa en el intento de conve rt i r-se en condesa —una identidad positiva—, busca enton-c e s deshacerse de su estigma —ser judía, una identi-dad n e g a t i va—, se cambia de nombre, se llama RaquelRobert y unos años después decide bautizarse, ahora sellama Friederike, pero todos esos proyectos terminanen una desilusión permanente, sus amantes de la no-bleza la desprecian en el fondo por sus escasos recursosf i n a n c i e ros. Raquel decide entonces casarse con Au g u stVarnhagen, un diplomático menor y, a su lado, treparpor los estratos sociales, primero el de la diplomacia,luego el del mundo literario de Berlín. Su decisión final:conservar la identidad judía que le dio un lugar en lahistoria europea. No obstante, la vida de Raquel no fuesino la de un paria.

EL D E S T I N O D E LO S PA R I A S

El 14 de octubre de 1906 Hannah Arendt nació en laciudad de Ha n n ove r, Alemania, y murió el 4 de diciem-bre de 1975 en Nueva York. Los años de su infancia yadolescencia transcurrieron en Königsberg, Prusia orien-tal: una infancia de puerto y barcos, de comercio maríti-mo y Mar Báltico. Una infancia también de libros, por-q u e a los catorce años había leído a Kant y a Goethe ya Schiller. Hannah Arendt siempre llevó una guerracivil en la conciencia y, al mismo tiempo, una lucidezcrítica implacable. Mary McCarthy, su amiga más cer-cana, mencionaba la gran fragilidad de su amiga, “unade las mujeres más inteligentes del siglo XX”: la convic-ción de estar siempre en camino y su creatividad voraz.“Hay que ponerse a pensar con todo, con los huesos yla piel” —le decía Hannah a Ma ry Mc C a rthy—, “d elo contrario hay que dejar esa actividad por la paz”.Hannah Arendt era ante todo una escritora —profeso-ra de filosofía y teoría política en las universidades dePrinceton, Chicago y Nueva York. A pesar de que sudiscurso fue enérgico y contundente, siempre existióalgo indescifrable en su persona. A principios de la dé-cada de 1960, la revista The New Yorker le preguntó aWilliam Ja n ovitsch, su editor estadounidense, que cuálera la principal virtud de la señora Arendt: “su va l e n t í a” ,respondió; y cuando se lo contaron, la autora re c o n o c i ócon sarcasmo:

—“Me gusta la pelea, mi más bella herencia alema-na, más todavía: mi más bella herencia berlinesa: soyimpulsiva de nacimiento, me gusta la polémica y elduelo, pero sobre todo combatir la estupidez.”

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En París

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Hannah Arendt era una escritora que nunca confun-dió sus convicciones con sus intereses, por esta razón,entre otras, nunca construyó un sistema filosófico.

Los sistemas no son sino máscaras solemnes —dijo enuna ocasión—, para las cabezas huecas en el intermina-ble carnaval de los intelectuales. Los sistemas no me inte-resan. La tarea que me he impuesto es muy sencilla y, almismo tiempo, complicadísima: el siglo XX ha traído almundo una estela de exterminio y un sufrimiento sinlímite, la idea del Mal reclama toda la fuerza de n u e s t r areflexión y conocimiento. Debemos conocer el origendel Mal; sobre todo, si se puede, prevenirlo.

Buscaba la región esencial del alma, como AndréMalraux, donde el Mal absoluto se enfrentaba con lafraternidad.

En Raquel Varnhagen, una judía alemana en laépoca del romanticismo, Hannah Arendt descifra el des-tino del pueblo judío como un pueblo paria. MaxWeber había definido a los judíos en el exilio como“parias”, un privilegio negativo. Cuanto más persegui-do se sienta un “pueblo paria”, más grande será su espe-ranza en la redención, que sólo se cumple por la volun-tad de Dios. Cada sociedad, al definirse a sí misma,define a las otras. Este principio asume casi siempre laforma de una condena: el otro es un ser fuera de la ley,los parias fueron siempre repudiados. Arendt vio enRaquel Varnhagen no sólo la figura de un paria perse-guido, sino también y sobre todo a “la persona autén-tica”, la que es capaz de consumar con plenitud susaptitudes. El individuo es un ser con muy distintascualidades, pero también una criatura cuya condiciónes muchas veces incompatible con la realidad, creado aimagen y semejanza de Dios y, sin embargo, muy lejosde toda perfección. La diferencia entre una personaauténtica y las otras se halla en que la primera se definea sí misma y acepta, bajo la realidad de su existencia,todas sus contradicciones, paradojas y ambivalencias.

Hannah Arendt llama a los judíos los parias típicos.A pesar de los rasgos distintivos de un pueblo paria, nocreo que sean tan típicos, como creyó Hannah Arendt,porque el origen del pueblo judío no se pierde en lanoche de los tiempos, como el de otros muchos pue-blos: comienza con la perturbadora certidumbre de serel pueblo elegido por Dios; quiero decir, lo que en otrascomunidades fueron usos y costumbres de la tradición,en los judíos eran mandamientos divinos, que teníanun significado tan regional como universal. En el pro-pósito absoluto de esos mandamientos, los judíos re ve l a-ron una anticipación de los tiempos: todos los pueblossirven a un Dios único y anhelan vivir en la justicia y enla paz. El pueblo elegido sólo puede ser la irrupción delo numinoso en la historia.

A principios de 1933, la Gestapo capturó a Ha n n a hArendt y la sometió durante una semana a un largointerrogatorio. Su trabajo en la Biblioteca Estatal dePrusia, donde escribía un compendio sobre las expre-siones antisemitas en Alemania, pero sobre todo susrelaciones con los círculos sionistas de Berlín, habíand e s p e rtado sospechas entre los funcionarios nazis. Se g únla crónica de esos días, el propio encanto femenino deHannah había seducido al agente de la Gestapo —unh o m b re inexperto, recién reclutado— que no teníai d e a de la policía política y, después del interrogatorio, lad e j ó en libertad. Al día siguiente abandonó Alemania yse dirigió a Praga, por esos meses la capital de la emi-gración alemana. Después se estableció en París, traba-jó para la baronesa Rothschild, administrando sus do-n ativos para la comunidad judía y, en 1935, asumió elcargo de Secretaria General de la filial parisina de “Ju-ventud-Aliya”, una fundación sostenida por HenriettaSzold, una judía estadounidense, cuya misión consistíaen sacar de Alemania a jóvenes y niños judíos entrelos siete y diecisiete años, llevarlos a Palestina donde lesconseguían trabajo en los kibbutzim; Hannah Arendttenía un enorme respeto por esa organización colectiva .

En el año de 1936, Hannah Arendt se divo rció deGünther Stern, su primer esposo y, en febre ro de 1940,se casó con Heinrich Bl ü c h e r, un ex miembro del Pa rt i-do Comunista Alemán. En mayo del mismo año, unosmeses antes de que Alemania invadiera Francia, el go-bierno de Vichy recluyó a Hannah y a su esposo en elcampo de Gurs, que después se conve rtiría en el grancentro de deportaciones de judíos europeos rumbo alos campos de exterminio en Polonia. En esos días,A rendt y Blücher re c i b i e ron un visado para viajar a losEstados Unidos. En Marsella, Hannah se encontró conWalter Benjamin, un amigo muy querido, quien le en-t regó el manuscrito de su Tesis sobre filosofía de la histo-r i a. Los dos se despidieron una tarde en una cafeteríadel puerto, y cada uno examinó la mejor ruta para llegara Lisboa. Mientras Benjamin se suicidó en Po rt Bou, enla frontera con España, porque los guardias franquistasle negaban el paso, Hannah logró llegar hasta Lisboa,donde aguardaría tres meses la llegada de un barco y, en1941, con los boletos financiados por una organizaciónjudía, se embarcó con su esposo rumbo a Nu e va Yo rk .

En La tradición oculta (1944) incluye a cuatro per-sonas que, según Arendt, encarnan los perfiles más au-ténticos de los parias: Heinrich Heine, Be r n a rd Lazare ,Charlie Chaplin y Franz Kafka. Los cuatro encarnan alS c h l e m i h l, una suerte de embajador de la torpeza y elf r a c a s o. “La inocencia es el rasgo distintivo del árbolgenealógico de los S c h l e m i h l, la inocencia”, dice Ha n n a hA rendt, “les permite conve rtirse en un pueblo de poetas,pues pertenecen a una estirpe: los señores absolutos delreino de los sueños”. “Sin ser héroes, disfrutan de la pro-

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t e c c i ó n”, escribe Arendt, “de uno de los grandes diosesolímpicos: Ap o l o”. El paria es tan inocente y tan simple,es tan poco lo que quiere alcanzar en la vida, que inclu-so la gloria —que el mundo regala de vez en cuando asus criaturas más extraviadas— no es para él más señalde su condición irredimible de S c h l e m i h l. Sin duda, suamigo Walter Benjamin sería antes que el poeta He i n r i c hHeine un clásico S c h l e m i h l. Por razones inexplicables,Benjamin pasó años pensando si debía aceptar la ofert adel mejor de sus amigos, Gersholm Scholem, el histo-riador de las grandes corrientes místicas del judaísmo:ocupar una cátedra en la Un i versidad de Je rusalén, unadecisión que, sin duda, le habría salvado la vida.

Según Hannah Arendt, la misma condición que hal l e vado al pueblo judío a la insensatez política y, al mismotiempo, a una solidaridad y una cohesión social extra-ordinarias —son maestros de la burla y la ironía ejem-plares ante el progreso de la modernidad. Esa mismacondición de paria ha producido algo asombroso, belloy singular: el cine de Charlie Chaplin. “El pueblo másimpopular del mundo”, afirma Arendt:

Ha creado la figura más popular de la época, cuyo carác-ter no consiste en la transposición a nuestro tiempo deantiquísimas y alegres bufonadas de una tradición, sinomás bien en la restauración de una virtud que se creíaapagada después de un siglo de luchas de clase y de inte-reses: el encanto irresistible del pequeño hombre del pue-blo, el sospechoso.

Chaplin se encuentra siempre en conflicto con losdefensores de la ley y del orden, los representantes de lasociedad. Chaplin es también un Schlemihl, pero ya noes un príncipe encantado en un país de fábula, ya no loprotege Apolo, apenas le queda algo de ese antiguo li-naje. Chaplin despliega sus virtudes en un mundo exa-gerado y grotesco pero real, cuya hostilidad lo fustiga acada instante. Nada puede protegerlo, ni la naturaleza niel arte, sino sólo las artimañas que se ingenia y, a veces, lainesperada bondad de alguien que va pasando por ca-sualidad. “Ante los ojos de la sociedad”, acentúa Ha n n a hArendt, Chaplin fue, es y será, como todo Schlemihl,siempre un sospechoso:

Mucho antes de que el sospechoso se convirtiera en elverdadero símbolo de la patria en la figura de “apátrida”,mucho antes de que mujeres y hombres reales recurrie-ran a miles de artimañas propias y a la bondad ocasionalde otras personas, Chaplin ya encarnaba, adiestrado porlas experiencias de su infancia, el miedo secular del judíoante los policías —símbolos del mundo hostil— y la secu-lar sabiduría del pueblo judío, que en determinadas cir-cunstancias permitió a la astucia humana de David acabarcon la fuerza bestial de Goliat.

En la obra de Franz Kafka —sobre todo en la nove-la El castillo— Hannah Arendt vio menos la descripcióndel judío paria, que la del “hombre de buena volun-tad”, alguien que en nuestra sociedad aparece necesa-riamente como un paria. Mientras los judíos europeossólo fueron parias sociales, una gran mayoría de ellospudo salvarse gracias a la “servidumbre interior de lalibertad exterior”, a su existencia de advenedizos siem-pre amenazada. Todos pagaron un precio demasiadoalto y decidieron gozar de la libertad invulnerable de laexistencia de los parias. En Chaplin todo se centrabaen la personalidad del hombre insignificante, su entor-no era siempre secundario; por el contrario, en El Cas-t i l l o la sociedad anónima, un grupo sin ro s t ro, es el factordecisivo. K., el personaje de Kafka es un protagonistasecundario. La misma sociedad encuentra en K., a unhombre prescindible, su existencia es un error burocrá-tico. K., es judío —el único en la obra de Kafka—, yaque él es el heredero de una comunidad, cuyos repre-sentantes oficiales son advenedizos que se someten alpoder de los dueños del castillo.

LO S O R Í G E N E S D E L TOTA L I TA R I S M O

Durante los años en Francia (1933-1941), HannahArendt pensó escribir una obra más extensa sobre ela n t i s e m i t i s m o. Dos acontecimientos determinaron queA rendt, por esos días editora en Nu e va Yo rk, se haya de-tenido unos años en el estudio sobre los orígenes del to-t a l i t a r i s m o. En primer lugar, la Conferencia de Bi l t m o re(1942), cuyos resultados —la inmigración judía sin re s-tricción a Palestina— hicieron que Arendt abandonarala convicción de que el sionismo era el espacio más ade-cuado para la actividad política de los judíos parias. Ensegundo, las noticias que habían llegado desde Ale-mania sobre el exterminio de millones de judíos en loscampos de concentración nazis. El totalitarismo, quesólo se conocía en la forma del estalinismo, celebrabasu segunda victoria con el Tercer Reich.

Hannah Arendt se impuso una tarea difícil: la ma-teria de la obra era tan complicada, que los métodostradicionales de la historiografía no le auxiliaron. Laedición original en tres volúmenes se llamaba Los orí-genes de la vergüenza: antisemitismo, imperialismo y racis-mo. Después se llamó Las tres columnas del infierno,una historia del totalitarismo antes de titularla: Los orí-genes del totalitarismo. Según Hannah Arendt, en lahistoria moderna el destino de los judíos está unido aldestino del Estado-nación, que no es más que la expre-sión política de un fenómeno social, cuyo origen po-demos fechar en la modernidad. Hannah Arendt dedu-ce los conceptos social y político de la polis griega, unaidea de la polis muchas veces idealizada y romántica,

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pues no toma en cuenta las distintas circunstancias his-tóricas. Arendt separa dos espacios irreconciliables de lapolis el privado o económico y el público o político.

En el centro del mundo económico, donde se des-conoce la libertad, dominan la subsistencia y la familia;aquí satisfacen los individuos sus necesidades más vita-les y necesarias. Ninguna de las actividades del mundode la subsistencia tiene un papel importante en el mun-do político. Por otra parte, el bienestar —es decir: la se-gura satisfacción de las necesidades vitales— nunca hasido una condición necesaria en el mundo de la vidapública. Sin embargo, el Estado-nación emerge comouna zona donde nuestros intereses privados tienen unvalor público: la sociedad. Aquí la polis se ha puesto decabeza, dice Hannah Arendt.

La subsistencia —que en el mundo de los griegos eraun asunto privado e impolítico— había llegado a con-ve rtirse en cosa pública y política. La dimensión social esuna suerte de espacio de subsistencia tan grande como elde toda la nación. Por eso cambia el significado de la po-lítica. En la p o l i s griega, los asuntos públicos podíana r reglarse mediante la palabra, que podía persuadir a losdemás y no por la coerción y la violencia, los ciudada-nos l i b res de las preocupaciones y los intereses económi-cos habitaban, nos dice Arendt, en un espacio libre depoder y dominio. En la modernidad, la política tienecomo función central el poder y el dominio al serv i c i ode la satisfacción de los intereses económicos.

En el Estado-nación, la libertad y la igualdad cobranun nuevo significado. Por su naturaleza, pensaba Are n d t ,los hombres no eran iguales, y por esa razón necesita-ban una refundación de la polis, que mediante la ley losconvirtiera en ciudadanos en igualdad de condiciones.Sólo la fundación de una comunidad política podía ga-rantizar el espacio público de la libertad. Por otra part e ,la libertad y la igualdad comienzan a existir sólo cuandolos individuos se libran de las coerciones de la subsisten-cia. Sin embargo, en la sociedad moderna la libertad y laigualdad sólo pueden darse más allá de la profesión y elcuidado de la subsistencia diaria.

La libertad individual es el derecho más sagrado de todociudadano, escribe Hannah Arendt, un derecho que leasiste por igual a los pobres que a los ricos. Ustedes cono-cen el evangelio democrático: la igualdad ante la ley. Hayque escucharlo y retenerlo, porque aquí se encuentra lamédula de la libertad, el corazón de un futuro inmejora-ble. Pero debemos protegernos de los falsos profetas quehablan de la igualdad perfecta, la del inteligente y deltonto, la del pobre y del rico, la de la chusma y la de losciudadanos trabajadores.

No debemos alimentar esa igualdad que arroja porla ventana todas las diferencias naturales y necesarias,

dice Arendt, porque esa igualdad es la más franca desi-gualdad. Nadie nos hizo iguales, sino muy desiguales:cada uno será medido de acuerdo a su medida. La únicaigualdad es la igualdad ante la ley.

Arendt vio el peligro de la igualdad también en laciencias exactas, la economía y las estadísticas: “el pre-dominio del cálculo en las empresas de los seres huma-nos lo uniforma todo, destru ye el significado de lo únicoe irrepetible en nuestros actos”. El triunfo del antise-mitismo moderno o político se debía, según HannahArendt, tanto a la decadencia del Estado-nación comoal fin de la influencia judía en ese Estado. Arendt dis-tingue muy bien la diferencia entre influencia y poder;sobre todo el papel de los judíos privilegiados en elmundo de las finanzas, cuya influencia se debía a la leym e d i e val que prohibía a los cristianos recaudar losi ntereses, una prohibición que provenía del AntiguoTestamento, y que ofreció a los judíos la irrepetibleoportunidad de entrar de lleno al negocio, al parecerimproductivo, del dinero.

En los Estados-nación, los llamados judíos de lacorte se hicieron ricos cobrando comisiones o intere-ses. El banquero de la reina de Inglaterra era judío; perotambién los judíos financiaban los ejércitos de Cro m-well. La palabra “judío de la cort e” (Ho f j u d e) describía aun financiero que colocaba a disposición del soberanouna cantidad de dinero necesaria para tareas de adminis-tración o de empresas personales. A los judíos privilegia-dos por sus operaciones financieras —a Hannah Are n d tle interesan más que la población masiva judía— no lesi m p o rtaba su emancipación, pues la igualdad ante la leyles habría arrebatado sus pre r ro g a t i vas. Arendt no sóloafirma que los judíos, después de la destrucción de su

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p ropio Estado —en los dos mil años de diáspora— nunc at u v i e ron poder político, sino también estaba conve n c id ade que nunca les interesó —ni aun cuando casi lo tuvie-ron en las manos— el poder.

La decadencia del Estado-nación es el resultado dela crisis del sistema capitalista, que lleva al imperialis-mo —dice Arendt— y se alimenta a su vez del racismomás intolerante. En su crítica al capitalismo, HannahArendt distingue, por un lado, posesión y propiedad;por el otro, ganancia y lucro. Sostiene la idea de la polisgriega: la propiedad es la condición necesaria de la liber-tad, y rechaza la visión de los tiempos modernos: la ideo-logía del lucro y la ganancia. En su origen, la tarea delEstado era proteger la propiedad; sin embargo, mást a rde la tarea fue proteger la acumulación del capital.Según Arendt, el proceso de acumulación del capital sepuso en marcha, porque se desatendió la propiedad pri-va da. Al principio del desarrollo del capitalismo pro s p e-ró una cantidad increíble de expropiaciones —la expro-piación de los campesinos, las expropiaciones de lasiglesias y de los monasterios después de la Re f o r m a .

El punto decisivo de las décadas de 1860 y 1870 —duran-t e las que despegó el imperialismo— radica en que seobligó a la burguesía a comprender por primera vez elpecado original del simple latrocinio —que siglos atráshabía facilitado la acumulación originaria del capital, yque había reiniciado toda acumulación ulterior— quedebía repetirse, escribía Hannah Arendt, una y otra vezbajo la amenaza de que el motor de la acumulación sedesintegrara de pronto.

Ante este peligro, que no sólo amenazaba a la bur-guesía, los productores capitalistas entendieron que lasformas y las leyes de su sistema de producción desde unprincipio habían sido calculadas para toda la Tierra: elproceso de globalización estaba también en marcha.

A rendt menciona dos razones que facilitaron el de-s a r rollo del imperialismo europeo, cuyo momento cul-minante se sitúa entre 1884 y 1914. Una de las razones espsicológica: los ciudadanos europeos del siglo X I X h a b í a nsido llevados por el terror a la pobreza rumbo al bienestar,por esa misma razón seguían pro d u c i e n d o. La segunda eseconómica: el mismo capital no tenía ya las posibilidadesde inve rtir en Eu ropa, la economía expansiva llega a loslímites del Estado-nación; así las cosas, lo presiona parasaltar por encima de sus propias fronteras y mantener elc recimiento económico. El Estado que protege primerola propiedad dentro de sus fronteras, protege después laacumulación y ahora se dispone a trasladar el capital a susterritorios conquistados, sus colonias.

El Estado protege militarmente sus inversiones enlas colonias; sin embargo, es imposible que los nuevosterritorios se incluyan en la madre patria. La nación, dice

Hannah Arendt, no puede establecer imperios, porquesu concepción política se basa en una triple pertenen-cia: territorio, pueblo y Estado. Por eso encontramosadministraciones coloniales separadas de las institucio-nes de sus respectivas madres patria. A Hannah Arendtno le interesa si los ingleses eran empleados administra-tivos, si los franceses trasladaron su estado de derechonacional, las constituciones y las leyes a sus colonias.Los colonizadores blancos se encontraron con una po-blación de color en la mayoría de los casos, la conside-raron racialmente inferior y la sometieron a una explo-tación incesante. El racismo es un producto alterno delimperialismo, la antesala del totalitarismo.

Hannah Arendt vio en el “Caso Dre y f u s s” una pre-monición del desastre que vendría después: el origen de laplebe y sus relaciones con los “intelectuales”. Aunque porun lado no hace ninguna clara diferencia entre la plebe enlos tiempos de las re voluciones francesa o estadounidense;y por el otro la plebe que acosaba a los jueces del “CasoDre y f u s s” y la que llevó el totalitarismo al poder. El juicioa Dreyfuss anticipa el nacimiento del totalitarismo. Altolerar el grito: “¡Mu e rte a los judíos, Francia a los france-ses!”, los gobernantes encontraron por fin la gran va r i t amágica: reconciliar a su majestad la plebe, el gran tiranode nuestra época, escribe Arendt, con la sociedad existen-te y su forma de gobierno. La plebe antisemita del tiempode Dreyfuss no estaba determinada por los intereses deuna clase social, se parecía más bien a una gran masaa m o rfa soliviantada por intelectuales demagogos, art i s t a sy letrados. Pe ro en Alemania faltaba el terror antisemita ysu pre g o n e ro mayor: Adolf Hi t l e r.

LA C AT Á S T RO F E TA N T E M I D A

En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt des-cribe y lamenta la decadencia de las tradiciones políti-cas y democráticas durante la década de 1920 en Ale-mania, antes del ascenso de Hitler al poder. El cambiotoma un rumbo inequívoco: de la democracia imper-fecta y parlamentaria a la supremacía de los procesos ylas denuncias, del Estado al partido único, del partidoal movimiento nacionalsocialista. El Estado del TercerReich tenía dos funciones: por un lado se convirtió sóloen una fachada que —desde la perspectiva de la políticaexterior— representaba al Reich alemán ante los Esta-dos no totalitarios; por el otro, se reducía a un aparatoa d m i n i s t r a t i vo, cuyo fin era el mantenimiento de la razaaria, así como el Estado bolchevique, según la pro p a g a n-da oficial, era un instrumento en la lucha de clases. ElEstado total de Mussolini era una patraña.

El terror es el rasgo distintivo del totalitarismo; ycomo el mismo totalitarismo, inexplicable. Terror noes lo mismo que violencia; más bien es el fondo y la

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forma del régimen, nace cuando la violencia, despuésque ha destruido todo poder, en lugar de abdicar retie-ne el control de la sociedad. Así se explica la máximairracionalidad del terro r. No debemos confundir el terro rtotalitario con la tiranía o el espanto de las guerras civi-les. Al contrario de la violencia que persigue fines po-líticos, el terror no persigue ninguno. No es tampoco unmedio para eliminar a los adversarios, sino la señal deque el poder político desapareció hace tiempo.

El terror nazi como el bolchevique se propone aislara sus enemigos del mundo exterior, recluirlos en cam-pos de concentración; tratan a quienes recluyen comosi ya estuvieran muertos. Ni siquiera notifican sus muer-tes; no sólo no quieren anunciarnos que los reclusos hanmuerto, sino que nunca han existido. Por ese mismomotivo, cualquier indagación posterior sobre su desti-no carece de sentido. Nunca ha existido en toda la his-toria negreros, escribe Arendt, que consumieran a suse s c l a vos con tal celeridad. El trabajo forzado en los cam-pos nazis y bolcheviques significa no sólo arresto yd eportación —cortar los vínculos de las víctimas conel mundo de los vivos—, sino también observar cómoe l l a s “e x p i r a n”, pues pertenecen a una clase moribunda;su exterminio estaba ordenado desde mucho antes.

El terror bolchevique se repite periódicamente, no sedetiene ante nadie, los ejecutores del terror puedenser sin dificultad las víctimas de mañana. Aquí las re-voluciones no devoran a sus hijos, como durante laRevolución Francesa: todos sus hijos están muertos.Los funcionarios del partido, así como las policías polí-ticas, son adoctrinados en la lógica totalitaria: son lasvíctimas y, al mismo tiempo, sus ejecutores. Todo serhumano es, para el régimen totalitario, superfluo. Enel campo de Auschwitz, por ejemplo, no se mataba aninguna persona determinada, con una identidad incon-fundible, la historia de una vida irrepetible, sus convic-ciones y sus intereses, sino más bien se liquidaba sólo aun ejemplar de la especie hombre. Los campos de con-centración no sólo sirven para exterminar personas, sinoque impulsan el monstruoso experimento de, bajo con-diciones científicas, suprimir el carácter espontáneo delhombre; transforman a las personas en algo que ni si-quiera es un animal, sino un haz de reacciones, apuntaArendt, siempre iguales.

El perro de Pavlov, adiestrado para comer cuando notenía hambre sino cuando sonara la campanilla, es unanimal pervertido. El totalitarismo triunfa cuando loshombres no sólo pierden su libertad, sino también suspulsiones y sus instintos, cuando consigue la transfor-mación de seres humanos en animales pervertidos.

En condiciones normales nadie puede lograr esatransformación, ni siquiera bajo las circunstancias del

terror totalitario. Nuestra espontaneidad nunca puedesuprimirse por entero, ya que la vida misma dependede ella. Pero en las condiciones de los campos de exter-minio sí es posible en gran medida; en todo caso, diceArendt, en esos campos se experimentan esas posibili-dades y sus resultados con el máximo cuidado. Al arre-batar a los reclusos su individualidad y transformarlosen animales de reacciones idénticas, hay que destruirtodo aquello que los remitía al seno de la sociedadhumana, destruir todo aquello que los volvía identifi-cables e inconfundibles. El experimento se vería per-turbado, como se perturbaron muchos, si tomáramosen cuenta que esos ejemplares de la especie hombreexistieron alguna vez como seres humanos reales.

En el polo opuesto de estos experimentos inhuma-nos, se hallan las purgas soviéticas que se repiten conciertos intervalos, y en las que los verdugos de hoy seconvierten en las víctimas de mañana. En las purgastodo es posible si las víctimas no ofrecen resistencia, siaceptan de buen grado su nuevo destino y cooperan enlos grandes procesos ficticios, en los que se hace tablarasa de sus vidas pasadas y las difaman, en los que todose inventa y se confiesan los crímenes que las víctimasnunca cometieron y que, en la mayoría de los casos, nuncahabrían podido cometer. Es exactamente lo mismo queen el nacionalsocialismo: se proclama que las personasque, durante todos estos años, creímos haber visto, enverdad nunca existieron.

En las purgas soviéticas existe también una suertede experimento: se pone a prueba la confianza en laformación ideológica de la burocracia, si la coercióninterna del adoctrinamiento se encuentra en corre s p o n-dencia con el terror externo.

En un abrir y cerrar de ojos —escribe Hannah Are n d t — ,las purgas vuelven al acusador el acusado, al verdugo elajusticiado. Los llamados comunistas convencidos que,por negarse a confesar desapare c i e ron por cientos de milesen el archipiélago Gulag, no pasaron la prueba, porque sóloquien la supera pertenece realmente al aparato totalitario.

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Con su esposo Heinrich Blücher, Nueva York, 1950

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En este sentido, el terror totalitario ha dejado de serun medio, y se convierte en la verdadera esencia de estaforma de dominación.

El totalitarismo es la más radical negación de la li-b e rtad. Sin embargo, esta negación de la libertad es co-mún a todas las tiranías y no importa demasiado cuandose trata de comprender la naturaleza misma del totalita-r i s m o. Afirma Hannah Arendt que quien no pueda serm ovilizado cuando la libertad está amenazada, no se mo-vilizará jamás. “Hasta las admoniciones morales, el cla-mor contra crímenes sin precedentes en la historia y nop revistos por los diez mandamientos, seguirán siendo demuy poca ayuda”. Si, por ejemplo, Hitler se refirió una yotra vez a los judíos como el centro de putrefacción de lahistoria, y en apoyo de su creencia, diseñó fábricas para elexterminio de todos los judíos, es un despropósito decla-rar que el antisemitismo no fue de gran re l e vancia duran-te la construcción de su régimen totalitario o que padecíade una locura desgraciada.

El régimen totalitario carece de precedentes porquedesafía cualquier comparación histórica, es ilegal en lamedida en que desafía también la ley positiva; pero noes arbitrario en la medida en que obedece con estrictalógica y ejecuta con escrupulosa compulsión las leyesde la Historia o de la Naturaleza. Su monstruosa pre-tensión de dominio total radica en que, lejos de ser“ilegal”, abreva directamente en las fuentes de autori-dad de las que todas las leyes positivas —basadas en elderecho natural, o en la costumbre y la tradición, o enel hecho histórico de la revelación divina— reciben suúltima legitimación. Lo que nos parece “ilegal” seríapara el totalitarismo una forma superior de legitimi-dad. La legalidad totalitaria, al ejecutar las Leyes de laHistoria o de la Naturaleza, no se toma el trabajo detraducirlas a los criterios de bien o mal de los sereshumanos individuales, sino que las aplica a la “EspecieHumana”.

Si la ley es, por tanto, la esencia del gobierno consti-tucional o republicano, el terror es la esencia del gobier-no totalitario. La leyes se establecieron, escribe Arendt,para ser límites y mantenerse estables, al permitir a loshombres moverse en su interior; bajo las condicionestotalitarias, por el contrario, se disponen todos los me-dios para “estabilizar” a los hombres, volverlos estáti-cos, con el fin de prevenir cualquier acto imprevisto,libre o espontáneo, que pueda entorpecer el libre cursodel terror. La culpa o la inocencia se vuelven categoríassin sentido; “c u l p a b l e” es quien se encuentra en el cami-n o del terror, es decir, quien queriéndolo o sin querer-lo, se puso en medio del movimiento de la Naturalezao de la Historia.

El terror congela a los seres humanos: los convierteen peones de un ajedrez que desconocen, en el que jue-gan sólo la Naturaleza y la Historia, “suprime a los

individuos en aras de la especie, sacrifica a los hombresen aras de la humanidad”, escribe Arendt. Con cadanuevo nacimiento nace en el mundo una nueva pro-mesa, y un nuevo mundo entra en el reino del Ser. Laestabilidad de las leyes, que construye los límites y loscanales de comunicación entre los hombres, protegeeste nuevo comienzo y asegura al mismo tiempo sulibertad. En el mundo totalitario las leyes desaparecen,todos los individuos son iguales, prescindibles y exter-minables. El terror comienza por arrasar los límites delas leyes, pero nunca en beneficio del poder despóticode un hombre contra todos, subraya Arendt, ni en be-neficio de una guerra de todos contra todos. El terrors u s t i t u ye los límites y los canales de comunicación entrelos hombres por un anillo de hierro que los presiona atodos tan estrechamente, unos contra otros, como silos fundiese en un solo hombre.

El terror, siervo fiel de la Naturaleza o de la Historia,fabrica la unidad de todos los hombres al abolir los lími-tes de la ley. En un gobierno totalitario, como en el Te rc e rReich o la Unión Soviética, en el que todos los individuosse han convertido en ejemplares de la especie, en el quetodo hecho se ha transformado en la ejecución de unasentencia de muerte, ya no hay necesidad de interpretarnuestras necesidades, ni interpretar nuestra libertad. Elsiglo veinte nos ha hecho, dice Arendt, olvidar muchoshorrores del pasado, pero nos ha traído el terror del tota-litarismo capaz de exterminar al ejemplar de nuestra mis-m a especie.

Por encargo del Comité para la Reconstrucción delPatrimonio Cultural de las Comunidades Judías enEuropa, Hannah Arendt regresó en diciembre de 1949a Alemania Occidental. Se trataba de clasificar e inven-tariar los restos de los tesoros culturales robados por losnazis a las comunidades judías durante el Tercer Reich.Después de haber convivido una semana con Gertrudy Karl Jaspers en Basilea —donde los Jaspers se habíanexiliado después de la guerra— Hannah emprendió unviaje rumbo a Friburgo. El sábado 7 de enero de 1950—desde el Hotel Königshof— le envió una misiva aHe i d e g g e r, y el profesor se presentó de inmediato enel vestíbulo del hotel. Veinte años sin verse, sin saber eluno del otro.

Cuando el camare ro pronunció tu nombre (...) fuecomo si de pronto el tiempo se hubiera detenido. Comoen el deslumbramiento de un relámpago, me di cuenta dea l g o que nunca me había confesado a mí misma, ni a tini a nadie. La fuerza de un impulso espontáneo me pro-tegió con benevolencia de cometer la única infidelidadrealmente imperdonable y de echar a perder mi vida.Pero hay algo que debes saber (...) si lo hubiera hecho,

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habría sido sólo por orgullo, es decir, por pura tonteríaloca, no por motivos concretos.

“Los motivos concretos” eran sin duda —comentaRüdiger Safranski— su militancia nacionalsocialista, yel silencio que Heidegger guardó toda su vida. Sin em-bargo, el hechizo que ejercía sobre Hannah surtió efec-t o. Si e m p re defendió su obra, la transfiguró en su pro p i aobra política. En La condición humana (1958) HannahArendt transforma la categoría de apertura del ser-ahí,Öffentlichkeit des Daseins en Ser y tiempo, y la convierteen el espacio público, una de sus categorías políticas cen-trales, como lo ha demostrado Nora Rabotnikov ensu espléndido estudio: En busca de un lugar común(UNAM, 2005).

Hannah Arendt venía del mundo. No era ya la alum-n a sometida sino la sobreviviente de una enorme catás-t rofe y autora de Los orígenes del totalitarismo, que pro n t ose convertiría en un éxito mundial. A pesar de ElfriedePetri, la esposa de Martin Heidegger —de su fanáticoantisemitismo, y de estar al tanto de la apasionada rela-ción amorosa— Hannah y Heidegger reestablecieronuna correspondencia. Hannah Arendt encontró a unhombre vencido esa tarde en el vestíbulo del HotelKönigshof, terco en sus opiniones, hablaba disculpán-dose de su compromiso político con los nazis, insistíaen que lo había aconsejado el “diablo”, se quejaba de sup roscripción académica (L e h rve r b o t) —tenía pro h i b i d oimpartir cátedras y seminarios— y carecía de recursoseconómicos. A partir de entonces Arendt emprendiónegociaciones con editores en los Estados Unidos, ela-boró contratos, revisó traducciones, ofreció el manus-c r i t o original de Ser y tiempo a distintas universidadesestadounidenses; envió paquetes de víveres, libros ydiscos. Heidegger escribía cartas llenas de agradecimien-t o y ternura, comentaba su trabajo y creía ver a Ha n n a hen el campus de la Un i versidad de Marburgo, a los ve i n-te años y ataviada con un vestido ve rde. Arendt le re s-p o n d i ó :

Sigo tu consejo de hace tantos años: no volver las cosasmás difíciles de lo que ya son... En cambio, yo me fui deMarburgo exclusivamente por tu causa, para no volverlas cosas más difíciles... Cuando abandoné Ma r b u r g oestaba firmemente decidida a no amar jamás a ningúnotro hombre.

RI C A R D O KL E M E N T E N BU E N O S AI R E S

Buenos Aires, mayo de 1957. Ricardo Klement entróen una tienda de la zona del Once, muy cerca de laplaza Miserere; se detuvo ante el mostrador y solicitóunos embutidos, después compró fruta y salió a la calle,

abordó el colectivo que lo llevaba, como todos los días,a su casa de la calle de Garibaldi, en el pueblo de sanFe r n a n d o. Klement, un individuo de cincuenta años, deestatura media, desaliñado, de pelo oscuro y casi calvo,nariz aguileña y una miopía muy avanzada, daba la im-presión de tener una fatiga constante, hablaba españolcon acento y trabajaba como electricista en la FábricaMercedes Benz de Buenos Aires. Esa tarde de mayo,Ricardo Klement no se dio cuenta de que, al salir de latienda de la zona del Once, alguien lo había fotografia-do varias veces.

Isser Ha rel, miembro de los servicios secretos israelí-es del Mossad, había tomado varias fotografías de Ricar-do Klement, de su vivienda precaria en el pueblo de sanFernando, de su mujer y de sus tres hijos. Por una casua-lidad asombrosa, a principios de 1952 un amigo lejanode Simon Wiesenthal, el cazador de criminales nazis,recibió en Di n a m a rca una carta desde Buenos Aire s :

He visto a ese cerdo: Adolf Eichmann —escribía LotharKarlmann, un judío alemán que había sobrevivido a loshorrores de Dachau— vive en san Fernando, un puebloc e rcano a Buenos Aires, y trabaja en la central del sumi-nistro del agua.

Desde entonces Wiesenthal solicitó ayuda paracapturar a Eichmann, p e ro las diferentes institucionesinternacionales diferían su captura por razones incom-prensibles. Se sabía que Eichmann había entrado en1950 en la Argentina con documentos falsos.

Los agentes del Mossad trabajaron de modo admi-rable; después de tres años de investigaciones llegarona la conclusión de que Ricardo Klement, uno de tantoselectricistas de la Mercedes Benz, era en realidad KarlAdolf Eichmann, quien se había afiliado, el primero deabril de 1932, al Partido Nacionalsocialista Obrero

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Alemán (número 899.895) y ese mismo día se enrolóen las tropas de Asalto, las SS (número 45.325); des-pués se le trasladó a Berlín el primero de octubre de1934 e ingresó en la llamada sección del Departamen-to de Judíos II,112 del Servicio de Seguridad (SD).

Cuando en 1939 los nazis deciden la deportaciónmasiva de los judíos alemanes a los guetos dispuestosen Polonia y, sobre todo, cuando en 1942 se celebra laC o n f e rencia de Wannsee, ordenada por Re i n h a rdHeydrich, en la que se lanza la llamada solución final(Endlösung), Adolf Eichmann participa como Secreta-rio General de la Conferencia. A partir de entoncesqueda encargado de las deportaciones a los campos deexterminio. Eichmann era también el artífice de losJudenräte o consejos judíos —que colaboraban en lasdeportaciones facilitando la identificación de los habi-tantes de los guetos, elaborando la lista de las personasdeportables, inventariando sus bienes.

El domingo primero de mayo de 1960 un grupo denokmin (vengadores) de los servicios secretos israelíesentraron de forma clandestina en Argentina, se trasla-daron a Buenos Aires y prepararon la operación Gari-baldi, llamada así por el nombre de la calle donde vivíaEichmann. El equipo dirigido por Rafael Eitan, coord i-nado por Peter Malkin, “especialista en secuestro s”, iniciauna vigilancia durante casi dos semanas; el miércoles11 de mayo de 1960, cuando regresaba de su trabajo,los n o k m i n capturan a Eichmann en plena calle y, narc o-tizado y disfrazado de capitán de la línea aérea El-Al, loenvían a Israel.

Cuando escribió Los orígenes del totalitarismo,Ha nnah Arendt no tenía una experiencia directa delsistema totalitario. La oportunidad se la brindó el pro-ceso de Eichmann en Jerusalén. La revista The NewYorker la envió como reportera del juicio de AdolfEichmann. Mientras leía y revisaba todas las declara-ciones del acusado y de los principales actores de la jus-ticia y de la política israelíes, leyó todos los documentosaccesibles. Kurt Blumenfeld, su antiguo camarada sio-nista de Berlín, le tradujo del hebreo no sólo el pliegoacusatorio de la fiscalía, sino también todos loscomentarios de la prensa israelí.

La primera impresión que Arendt tiene de Ei c h m a n nen la sala del juicio, cuando se encontraba detrás deuna jaula de cristal blindado —sobre la que se im-pactaron cuarenta y siete sillas y otros objetos lanzadospor los testigos durante el proceso— no fue la que ella

misma esperaba ni, mucho menos, la que la fiscalíaisraelí quería imponer como la única y verdadera. Elhombre detrás del cristal blindado, que escuchaba con-centrado la traducción del hebreo al alemán, no era elcriminal demoniaco ni la encarnación del Mal absolu-to, sino un hombre ridículo en su exc e s i va mediocridad,un pobre diablo: una paradoja que nadie aceptaría enesa época, ni la fiscalía israelí ni, mucho menos, los lec-tores judíos de su obra Eichmann en Jerusalén: la bana-lidad del Mal.

Si empleamos la terminología de David Riesman,que en esos días estaba de moda y dominaba la psico-logía social, Eichmann no era un individuo atormen-tado por su conciencia moral (inner-directed), sinoalguien dirigido por los impulsos y las órdenes externas(other-directed). Más todavía: la justificación de su tra-bajo radicaba en la imprescindible necesidad de cum-plir las órdenes que le daban, cuya legitimidad nuncapuso en duda. Los aguijones de las órdenes, como diríaElias Canetti, que nos penetran, dominan y dirigen. Laobediencia era su principio fundamental. Durante elproceso, Eichmann manifestó varias veces que si Hitlerhabía sido capaz de ascender de simple cabo del ejérci-to alemán durante la Primera Guerra Mundial y con-vertirse en el Führer de una nación de casi ochentamillones de habitantes, “el triunfo de su voluntad medemostraba —dijo Eichmann— que yo me debíasometer a él y guardarle total obediencia”.

Adolf Eichmann deseaba hacer carrera; uno másde los muchos oportunistas de las S S, encandilados conlos ascensos y los reconocimientos. En la escala del terro rbastaba con cumplir con las órdenes de Heydrich oHi m m l e r. Lo que nadie puede responder con seguridades si Eichmann hubiera sido capaz de distinguir entreel bien y el mal, si tenía una conciencia moral (Ge w i s s e n)que pudiera decirle al oído que el proyecto nacionalso-cialista de exterminio de los judíos, que el mismo régi-men totalitario le exigía, era la señal de la bestia, unabarbaridad inhumana. Eichmann no se cansaba de re p e-t i r una y otra vez:

Desde mi más temprana infancia, nunca odié a los ju-díos. La educación que recibí de mis padres fue estricta-mente cristiana, y mi madre tenía una idea muy distintade las cosas, distinta a la que tenían los círculos cerc a-nos de las SS, porque ella tenía parientes judíos...

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Hannah Arendt tenía la cara afilada, nariz aguileña y rasgos muy marcados, ojos oscuros, singularmente

vivos y un aire de venir del otro lado de la realidad.

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Si el análisis de Hannah Arendt es cert e ro, Ei c h m a n nes, sin duda, un imbécil moral.

A otras preguntas de la fiscalía, Eichmann respon-dió que había leído la Crítica de la razón práctica, deKant. Después explicó que desde el momento en quehabía recibido la orden de llevar a cabo la SoluciónFinal (Endlösung), abandonó la convicción de vivir deacuerdo a los principios kantianos, se había dado cuen-ta de ello y, escribe Arendt, “se había consolado pen-sando que ya no era dueño de sus propios actos”. Lalectura de la Crítica de la razón práctica es mucho decir,un texto impenetrable no sólo para Eichmann, sinot a m b i é n para todos los nazis. Eichmann se refería a lafórmula del imperativo categórico kantiano del TercerRe i c h, escrita por Hans Franck, un oscuro ideólogo nazi,“Compórtate de tal manera, que si el Führer te vieraaprobara tus actos”. Kant escribió para uso casero delhombre sin importancia, de los súbditos del totalitaris-mo, un manual del filósofo de Königsberg para oficialesnazis de las SS, el cuerpo elite del exterminio. “Kant,desde luego, jamás intentó decir nada pare c i d o. Al con-trario, para él, todo hombre se conve rtía en un legisladordesde el instante en que comenzaba a actuar” .

LA BANALIDAD DEL MAL

Hannah Arendt, cuya obra Eichmann en Jerusalénlevantó una encendida polémica en todos los círculosjudíos, nos enseña la lección que podemos aprender enJerusalén: la imbecilidad y el sometimiento a las buro-cracias totalitarias puede causar una catástrofe másgrave que un exterminio planeado por seres diabólicos.Eichmann es sólo el que recibe las órdenes y las cumplecon una lealtad y limpieza e xcepcionales, más destru c-t i vas que cualquiera de nuestras pulsiones de muerte.

El régimen totalitario de Hitler seguirá poniendoen duda cualquier forma de fe en el futuro de los hom-bres. Hitler consumó lo que Kafka presentaba en Elproceso como un mundo aterrador: “Que la mentira seconvierta en el orden natural del mundo”. Los finessupremos que el nacionalsocialismo se propuso —elexterminio de los judíos, de los pueblos de Europa cen-tral y la supremacía de la raza aria— son bárbaros en símismos y, medidos con los valores fundamentales de lacivilización occidental, son un puñado de mentiras. Si,como quiere Peter Sloterdijk, el Gran Inquisidor deDostoievski, por un acto casi divino hace que el finsantifique los medios. “El cinismo de los medios” sirveal moralismo de los fines. El Gran Inquisidor quiere “lomejor para el hombre”, está dispuesto a quemar a Cris-to, que ha regresado, porque sabe que el hombre estásobrecargado con la libertad del cristiano y el preceptodel amor.

El Gran Inquisidor sabe que nada temen los hom-b res tanto como su libertad. Los metafísicos totalitariossólo pueden sentirse plenos si destruyen en los otros loque pueda recordarles la dignidad humana. “Su vida”,dice Sloterdijk, “nunca podrá convertirse en una vidajusta”. La imbecilidad moral de Eichmann nos mues-tra, como lo ha demostrado Hannah Arendt, que cual-quier burócrata, cualquier mediocre, puede ser capazde ejecutar las órdenes de exterminar a millones deseres humanos. “Una de las más complejas cualidadesde los hombres”, escribe Rüdiger Safranski, “es aceptarel carácter sagrado de la vida y hacer de ello una virt u d” .Franz Kafka es un ejemplo. En vísperas de la catástro f etotalitaria en Eu ropa, escribió en sus D i a r i o s unas líneass o b re el sentido de sus textos: “Zafarse de la cadena d easesinatos, no enriquecerse con el dinero de los otro s ,redimirse al observar los hechos y escribirlos” .

En su centenario, Hannah Arendt nos recuerda queen medio del engaño, debemos negarnos al autoenga-ño; que la política es la negociación del restablecimien-to de la paz en el campo de batalla de las verdades, unrestablecimiento que no puede ser orientado por nin-guna verdad trascendente salvo aquella que garantice lacondición de una vida digna del hombre. Su contribu-ción capital será la vigilancia del respeto a las reglas deljuego que permite a cada uno descubrir o, incluso, in-ventar su ve rdad vital. La ve rdad evidente de la política,nos re c u e rda Hannah Arendt, debe consistir pre c i s a m e n-te en esas reglas; su mayor enemigo es el autoengaño yla hipocresía.

HANNAH ARENDT EN SU CENTENARIO

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 29

1975

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