HACE DOS MIL AÑOS · 2009-08-06 · HACE DOS MIL AÑOS La agricultura según Columela De un tiempo...

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HACE DOS MIL AÑOS La agricultura según Columela De un tiempo a esta parte, esta Revista ha venido reproduciendo diver- sas obras de insignes pintores que, desde distintas vertientes, han plas- mado en sus lienzos escenas de la vida rural, sus paisajes, el quehacer de sus gentes, los esplendores y sus esfuerzos, todo ello bajo unas concepción plás- tica de lo que les rodeaba. Pinturas inmejorables de artistas inmortales, sin duda; verdaderas obras de arte. Pero también el sector agrario ha sido objeto y sujeto de singulares joyas artísticas al ser tratado no desde un punto de vista estético, sino desde aspectos eminentemente técnicos. Libros escritos hace siglos y basados en cono- cimientos empíricos se han visto corro- borados hoy día por la ciencia; uno de ellos, sin duda, debido a un español, un gaditano: Lucio Junio Moderato Columela. universitario o en una revista especia- lizada. Así, cuando recomienda «en qué tiempos y cómo se ha de alzar y ha de binar cada género de terreno» (capítulo IV, libro segundo), o cuando enseña «cómo se han de renovar las viñas viejas» o «cómo se han de podar» (capítulo XXII y XIII del libro tercero) o cuando trata «de la elección de moruecos, de la edad que han de tener éstos y las ovejas que han de cubrir, y del cuidado que exigen (capí- tulo III del libro séptimo), o cuando, en fin, recomienda cómo se hace el vino de pasas (capítulo XXXIV del libro duodécimo). Pues bien, para que técnicos y agricultores amemos un poco más nuestra profesión, hagamos una inmersión, siquiera sea a retazos, en esta obra, según la primera traduc- ción completa del latín, debida a don Juan M. Alvarez de Sotomayor y Rubio, publicada en Madrid en la imprenta de Miguel de Burgos, en 1824. Una primera, y debida, atención a la tierra. Todos hemos estudiado o leído las propiedades del estiércol co- mo recuperador de las tierras cansadas o la propia capacidad del suelo para su recuperación mediante la técnica del barbecho. Pues bien, veamos la explicación que ofrece Columela en el capítulo I, «que la tierra no se enve- jece ni se fatiga si se estercola», del Libro Segundo: «... Porque en la naturaleza humana se declara la vejez estéril, no cuando una mujer deja de parir a dos o tres de cada parto, sino cuando entera- mente no puede dar a luz criatura alguna. Y así en habiendo pasado el tiempo de la juventud, aunque queda larga vida, la fecundidad que se ha denegado a los años, no se restituye. Pero por el contrario la tierra aban- Sobrino y alumno de Marco Colu- mela, agricultor de la antigua Gades durante el Imperio de Augusto y Tiberio, Lucio Junio Moderato Colu- mela nació en Cádiz durante el reina- do de Augusto hacia el ario 750 de la fundación de Roma (3 años a.c.), fue coetáneo de otro insigne español, Sé- neca, y murió al parecer en Asia hacia el año 54 de nuestra era. Amigo de Plinio, de quien se cree aprendió Historia Naltural, fue Colu- mela conocido agricultor en Lacia y Etrinia, además de tratadista agrícola, filósofo y poeta. Su gran obra, «De re rústica», compuesta de doce libros y escrita en el ario 42 de nuestra era, sor- prende hoy por el contenido de sus lec- ciones. A lo largo de sus doce libros, el lec- tor comprueba que lo que dice Colu- mela hace casi dos milenios, lo ha estudiado o lo ha leído en tal manual

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HACE DOS MIL AÑOS

La agricultura según Columela

De un tiempo a esta parte, estaRevista ha venido reproduciendo diver-sas obras de insignes pintores que,desde distintas vertientes, han plas-mado en sus lienzos escenas de la vidarural, sus paisajes, el quehacer de susgentes, los esplendores y sus esfuerzos,todo ello bajo unas concepción plás-tica de lo que les rodeaba. Pinturasinmejorables de artistas inmortales, sinduda; verdaderas obras de arte.

Pero también el sector agrario hasido objeto y sujeto de singularesjoyas artísticas al ser tratado no desdeun punto de vista estético, sino desdeaspectos eminentemente técnicos. Librosescritos hace siglos y basados en cono-cimientos empíricos se han visto corro-borados hoy día por la ciencia; uno deellos, sin duda, debido a un español,un gaditano: Lucio Junio ModeratoColumela.

universitario o en una revista especia-lizada. Así, cuando recomienda «enqué tiempos y cómo se ha de alzar yha de binar cada género de terreno»(capítulo IV, libro segundo), o cuandoenseña «cómo se han de renovar lasviñas viejas» o «cómo se han depodar» (capítulo XXII y XIII del librotercero) o cuando trata «de la elecciónde moruecos, de la edad que han detener éstos y las ovejas que han decubrir, y del cuidado que exigen (capí-tulo III del libro séptimo), o cuando,en fin, recomienda cómo se hace elvino de pasas (capítulo XXXIV dellibro duodécimo). Pues bien, para quetécnicos y agricultores amemos unpoco más nuestra profesión, hagamosuna inmersión, siquiera sea a retazos,en esta obra, según la primera traduc-ción completa del latín, debida a donJuan M. Alvarez de Sotomayor yRubio, publicada en Madrid en la

imprenta de Miguel de Burgos, en1824.

Una primera, y debida, atención ala tierra. Todos hemos estudiado oleído las propiedades del estiércol co-mo recuperador de las tierras cansadaso la propia capacidad del suelo parasu recuperación mediante la técnicadel barbecho. Pues bien, veamos laexplicación que ofrece Columela en elcapítulo I, «que la tierra no se enve-jece ni se fatiga si se estercola», delLibro Segundo:

«... Porque en la naturaleza humanase declara la vejez estéril, no cuandouna mujer deja de parir a dos o tresde cada parto, sino cuando entera-mente no puede dar a luz criaturaalguna. Y así en habiendo pasado eltiempo de la juventud, aunque quedalarga vida, la fecundidad que se hadenegado a los años, no se restituye.Pero por el contrario la tierra aban-

Sobrino y alumno de Marco Colu-mela, agricultor de la antigua Gadesdurante el Imperio de Augusto yTiberio, Lucio Junio Moderato Colu-mela nació en Cádiz durante el reina-do de Augusto hacia el ario 750 de lafundación de Roma (3 años a.c.), fuecoetáneo de otro insigne español, Sé-neca, y murió al parecer en Asia haciael año 54 de nuestra era.

Amigo de Plinio, de quien se creeaprendió Historia Naltural, fue Colu-mela conocido agricultor en Lacia yEtrinia, además de tratadista agrícola,filósofo y poeta. Su gran obra, «De rerústica», compuesta de doce libros yescrita en el ario 42 de nuestra era, sor-prende hoy por el contenido de sus lec-ciones.

A lo largo de sus doce libros, el lec-tor comprueba que lo que dice Colu-mela hace casi dos milenios, lo haestudiado o lo ha leído en tal manual

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donada, bien sea voluntariamente, bienpor cualquier acontecimiento, cuandose vuelve a cultivar, corresponde allabrador con grandes usuras por eltiempo que ha estado parada. No espues la vejez de la tierra causa de lospocos frutos, pues que cuando ha lle-gado una vez a los hombres, no sepueda volver atrás, ni reverdecerse orejuvenecerse; pero ni aun en el cansa-cio de ella disminuye los frutos allabrador: pues no es propio de unapersona sensata persuadirse que asícomo los hombres se fatigan con eldemasiado ejercicio del cuerpo o conel peso de alguna carga, la tierra secansa cultivándola y moviéndola. ¿Puescuál es la causa, dirás, de que (comoasegura Tremelio) las tierras eriales eincultas cuando empiezan a labrarseproducen con mucha abundancia, ydespués no corresponden del mismomodo al trabajo de los colonos? Sinduda ves lo que sucede, pero no pene-tras el motivo: pues no se debe tenerpor más fecunda la tierra inculta yacabada de transformar de erial encampo labrado, porque esté más des-cansada y sea más jóven, sino porqueengrasada, por decirlo así, con losalimentos más abundantes que le su-ministraban las hojas y yerbas demuchos años, que ella producía natu-ralmente, se presta con más facilidad acriar y alimentar los frutos. Pero comolas yerbas, por haberse descuajado susraíces por los rastros y el arado, y losbosques habiendo sido talados por elhierro han dejado de alimentar sumadre con sus hojas, y que las que

caían de los arbustos y árboles en elotoño y quedaban encima de la tierratrastornadas después con los arados sehan mezclado y como incorporado conla tierra de la capa inferior que por locomún es de menos sustancia, se sigueque privada de sus antiguos alimentosesta misma tierra se esteriliza. No porla fatiga, pues, como muchísimos hancreído, ni por la vejez, sino segura-mente por nuestra pereza nos corres-ponde con menos liberalidad los cam-pos. Y así se pueden recoger frutosmás abundantes, si se vuelve la tierrapor sí, estercolándola frecuente, opor-tuna y moderadamente...»

Oportuno es conocer lo que nuestroautor opina al respecto de una cos-tumbre que aún hoy puede observarseen muchos lugares, como es la coloca-ción de montones de estiércol en elterreno por plazo excesivo, con la con-siguiente pérdida de nutrientes. Estoes lo que expone en el capítulo V,«cómo se estercola la tierra endeble»,del Libro Segundo:

«Sin embargo, antes de binar unatierra endeble convendrá estercolarla,porque con esta especie de alimentotoma sustancia. Los montones de es-tiércol se distribuirán de a cinco mo-dios cada uno, en lo llano más claros,y en la colina más espesos; y será bas-tante que de montón a montón hayaocho pies de distancia en todas direc-ciones, por lo que hace a las tierrasllanas, y dos menos en las de colina.Y queremos que esto se haga en lamenguante de la luna, pues de estemodo se libertan las tierras de yerba.

Y la yugada necesita veinte y cuatrocarros de estiércol, cuando se le echamás espeso, y diez y ocho cuando se leecha más claro. Al instante que sehaya extendido el estiércol, convendráarar la tierra y enterrarlo, no sea quecon el calor del sol pierda la fuerza; ypara que la tierra incorporada con estealimento se engrase. Y así cuando seecharen los montones de estiércol enun campo, no se extenderán más quelos que puedan enterrar los gañanesen el mismo día.»

Sin duda que hoy día conocen todoslos profesionales del sector el efectobeneficioso de algunas leguminosaspara el cultivo que le sigue en laalternativa y todos hemos leído fre-cuentemente aquello de los nódulos delas raíces de estas plantas, de la fija-ción del nitrógeno atmosférico por lasbacterias nitrificantes, del abonado si-deral, del valor nutriente de los restosde cosecha y del efecto agostador quetienen otros cultivos. Pues bien, en loscapítulos XIV y XVI del Libro Segun-do que seguimos, Columela opina:

«Pero entre las semillas que he refe-rido, el mismo Saserna cree que hayalgunas que estercolan las tierras y lesson útiles, y otras al contrario, que lasabrasan y desustancian. Que el altra-muz, el haba, el yero, la lenteja, laguija y el alverjón la estercolan. Dealtramuz ninguna duda tengo, comoni de la veza que se siembra paraforraje, con tal que desde que se hayacortado verde se le eche inmediata-mente el arado, y lo que haya dejadola hoz lo destroce el arado y lo entie-rre antes que se seque, pues esto sirvede estiércol; porque si las raíces deella que se han dejado después dehaber cortado el forraje se secaren,quitarán al terreno todo el jugo, yconsumirán su fuerza; lo que tambiénes verosímil que suceda en el haba ydemás legumbres con que parece seengrasa la tierra: de suerte, que si nose le da una labor al instante que sehan recolectado estas legumbres, deninguna utilidad serán a las semillasque en seguida deben sembrarse enaquel sitio. De todas las legumbresque se arrancan, dice Tremelio, quelas más perjudiciales al terreno son elgarbanzo y el lino, por la ponzoñaque dejan en él; el uno porque es denaturaleza salada, y el otro por ser denaturaleza ardiente: lo que da tambiéna entender Virgilio cuando dice: puesla cosecha del lino abrasa el campo, loabrasa la de avena, lo abrasan lasadormideras llenas de un jugo que

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provoca el más profundo sueño. Y nohay duda que con estas semillas seinfesta el campo, como también con elmijo y el panizo. Pero para todo elterreno que se aniquila con las cose-chas de las legumbres de que hehablado, hay un remedio eficaz, que esayudarlas con estiércol, restableciendocon esta especie de alimento las fuer-zas que ha perdido. Y no se ha dehacer esto solamente por las semillasque se han confiado a los surcos delarado, sino también por los árboles yarbustos que se fertilizan en extremocon semejante sustento. Por lo cual, Sies, como parece, de la mayor utilidada los labradores, pienso que se ha dehablar de él con mucho cuidado,supuesto que los autores antiguos,aunque no lo han omitido, han tra-tado de él muy por encima.»

«Entre tanto, el que quisiere prepa-rar las tierras para granos, si ha dehacer la sementera en el otoño, distri-buirá en ellas montones pequeños deestiércol el mes de setiembre; y si en laprimavera, en cualquier tiempo delinvierno, en la menguante de la luna:de suerte que haya diez y ocho carrospor yugada en tierra llana, y en lapendiente veinte y cuatro; y como hedicho poco antes, no extenderá losmontones antes de ir a arar. Pero sialgún motivo ha impedido estercolarla tierra en tiempo conveniente, elsegundo modo de hacerlo es esparcirpor la siembra antes de la escarda dealmocafre, polvo de estiércol de aves,como quien siembra. Si éste no lohubiere, echar con la mano el decabras, y revolverlo con la tierra pormedio de almocafres: este procedimien-to fertiliza las sementeras. Y no con-viene que ignoren los labradores queasí como un campo que no se ester-cola se pone frio, del mismo modo seabrasa si se estercola demasiado; y quees más conveniente a un labradorhacer esto con frecuencia que conexceso. Ni hay duda que el terreno demucha agua quiere más abundanciade él que el seco: el uno porqueestando frío con las contínuas hume-dades, se deshiela por medio de él; elotro porque teniendo calor por símismo con motivo de las sequedades,echándoselo con abundancia se quema;por lo cual no conviene que le faltesemejante materia, ni que le sobre. Sicon todo eso no encontrase el labradorninguna especie de estiércol, le serámuy provechoso hacer lo que hagomemoria haber practicado muchas ve-ces mi tío paterno Marco Columela,

labrador muy instruido y aplicado,que a los terrenos arenosos les echabagreda, y a los gredosos y muy densosarena; y por este medio, no sólo exci-taba las sementeras a acudir mucho,sino también formaba unas viñas her-mosísimas. Pues decía él mismo queno se debía echar estiércol a las viñas,porque corrompía el gusto del vino, yque era mejor material para tenervendimias abundantes la tierra amon-tonada en los muladares, o la de setos;o finalmente otra cualquiera tomadade otra parte, y traída adonde se ha deechar. Por último, yo creo que si ellabrador se halla destituido de todasestas cosas, a lo menos no le faltará elfacilísimo recurso de los altramuces;que si los echa a la tierra hacia losidus de setiembre, los cubre con elarado, y luego los corta en tiempooportuno con el mismo, o con laazada, le servirá como una capa deexcelente estiércol. Pero el tiempo decortar el altramuz en los terrenos are-niscos es cuando haya echado la segun-

da flor; y en los rojos cuando hayaechado la tercera. En los primeros seentierra cuando está tierno, para quese pudra prontamente, y se incorporecon el suelo endeble; y en los segun-dos cuando está más recio, porque sos-tiene más tiempo los terrenos duros, ylos mantiene levantados, para quecalentándose con los soles del estío sedeshagan.»

Por último, y como muestra de losconocimientos ganaderos de Columela,he aquí lo que, en el capítulo XXIVdel Libro Sexto, expone en relación alo que pudiera calificarse como plani-ficación de las parideras del ganadovacuno:

«De éstos (toros), los que son meno-res de cuatro arios y mayores de doce,no se les deja cubrir las vacas: aqué-llos porque estando, por decirlo así,en la edad pueril, no se tienen poridóneos para el caso; éstos, por tener-los apurados la vejez. Ordinariamentese permite a los machos acercarse a lashembras en el mes de julio a fin deque quedando éstas preñadas en estetiempo, paran a la primavera siguien-te, cuando ya estén los pastos en sufuerza, pues su preñado dura diezmeses, y no sufren que se les acerqueal macho por orden del vaquero, sinode su propia voluntad. Y por eltiempo que he dicho poco más omenos corresponden en ambos sexoslos deseos naturales, porque alegrán-dose los animales con los demasiadospastos de la primavera, se ponen loza-nos. Pero si la hembra rehúsa almacho, o éste no siente deseos de ella,se excita su ardor por el moco queprescribiremos después para los caba-llos que miran con astío a las yeguas,esto es, aplicando a sus narices el olorde las partes naturales. Pero hacia eltiempo en que se deben cubrir lashembras, se les acorta el pienso, paraque la demasiada obesidad de suscuerpos no las hagan estériles, y se lesaumenta a los toros, para que lascubran con más vigor. Un toro essuficiente para quince vacas, y luegoque ha cubierto a una novilla, sepuede conocer por señales ciertas elsexo de lo que ha engendrado, porquesi ha bajado por el lado derecho, esevidente que ha engendrado un macho;si por el izquierdo, una hembra. Sinembargo no se conoce ser cierta estaserial, sino en el caso de que, cubiertauna vez la vaca, no admite segundavez al toro: lo cual rara vez sucede,pues, aunque está llena, no está satis-fecha su pasión; tanto es el poder de

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los lisonjeros atractivos del deleite,aun sobre los animales, excediendo loslímites prescritos por la naturaleza.Mas, no hay duda que donde hayabundancia de pastos, se puede criartodos los años un becerro por cadavaca; pero donde hay escasez, se puedecubrir solamente uno sí y otro no: loque queremos que se haga principal-mente en las de labor, para que losbecerros puedan hartarse de leche du-rante un ario, y la vaca no tenga a unmismo tiempo el gravamen del trabajoy el de la preñez. Luego que una vacaha parido, por buena criadora que sea,si no se le mantiene bien, fatigada conel trabajo, sustrae el alimento a suhijo. Por lo cual a la parida se le dacitiso verde, cebada tostada y yerosremojados, y al tierno becerro un sali-vato compuesto de mijo molido y tos-tado y de leche. Pero para criar se pre-fieren las vacas de Altino, a las cualesllaman cevas los habitantes de aquelpaís: ellas son de talla pequeña yabundantes de leche, por lo cual se lesquitan sus crías, y aplicándoles otrasde raza superior, se mantienen éstascon leche ajena, o si falta este recursolas alimenta bien el haba molida y elvino.»

Y hasta aquí una primera inmersiónen uno de los más antiguos y sor-prendentes libros de agricultura. Habrátal vez quien vea en este artículo unaimperfección y una deformidad de estemi humilde parto, sobre todo si el quelo examina es ajeno al achaque amo-roso de la agricultura; pues algunoshombres versados en esta ciencia, nocreerán que por esta retrospectiva serinde culto a la madre tierra. Y unavez que yo haya gozado de la dicha deleer la obra que tengo en mis manos.

Y como muestra de lo que aúnqueda por leer, ahí va un retazo másde las dotes de nuestro autor comoconsumado agrimensor. Comprobemosnuestras fórmulas geométricas con loscálculos que expone en el capítulo IIel Libro Quinto:

«Todo campo es cuadrado, o rec-tangular, o en forma de cuña, .o trian-gular, o circular, o también presentala forma de un semicírculo, o de unarco de círculo: asimismo, algunasveces la de un polígono. La medida deun cuadrado es fácil, porque como espor todos los lados de un mismonúmero de pies, se multiplican loslados entre sí, y el producto da elnúmero de pies cuadrados que con-tiene. Como por ejemplo, hay unterreno de cien pies por todos cuatro

lados; multiplicamos ciento por ciento,resultan diez mil. Diremos por consi-guiente que este terreno tiene diez milpies cuadrados, que hacen un triente yuna séxtula de yugada; por cuya pro-porción convendrá calcular el trabajoque se ha dado. Pero si fuere máslargo que ancho, como v. gr. la figurade la yugada, esto es, doscientos ycuarenta pies de largo, y ciento yveinte de ancho (como dije pocoantes) multiplicaremos los pies de lalongitud por los de la latitud de estamanera: ciento y veinte veces doscien-tos y cuarenta son veinte y ocho mil yochocientos. Diremos que la yugadade tierra tiene estos mismos pies: eigualmente se hará con todos losterrenos cuya longitud sea mayor quesu latitud. Pero si tuviere la forma deuna cuña, como por ejemplo, si tienecien pies de largo, veinte de ancho porun lado y diez por otro, en este casosumaremos las dos latitudes, que haránel total de treinta. Su mitad es quince,que multiplicaremos por la longitud,y sacaremos un mil y quinientos pies.Por consiguiente diremos que este esel número de pies que hay en aquelterreno en forma de curia, cuya partede yugada será media onza y tresescrípulos. Pero si debieres medir untriángulo equilátero, seguirás este mé-todo. Sea un terreno triangular detrescientos pies por cada lado. Multi-plicado este número por sí mismo, elproducto es noventa mil. Toma sutercera parte y esto es, treinta mil;también la décima, esto es, nueve mil;suma ambas partidas: el total serátreinta y nueve mil, este es el númerode pies cuadrados que diremos haberen este triángulo, cuya medida es unayugada, un triente y un sicílico. Perosi el terreno fuere un triángulo conlos lados desiguales, que tiene unángulo recto, se ordenará la cuenta deotra manera. Sea la línea de un ladode los que forman el ángulo recto decincuenta pies, y la del otro de ciento.Multiplica estas dos cantidades entresí: cincuenta veces ciento hacen cincomil; su mitad son dos mil y quinien-

tos, cuya parte hace una onza y unescrípulo de yugada. Si el campo fuereredondo, de suerte que tenga figuracircular, ajusta los pies que tiene deesta manera. Sea un área redonda,cuyo diámetro tenga setenta pies. Mul-tiplica este número por sí mismo;setenta por setenta hacen cuatro mil ynovecientos. Multiplica este total poronce; resultan cincuenta y tres milnovecientos pies. Dividido este pro-ducto por catorce, saco de cociente tresmil ochocientos y ciencuenta pies.Estos son los que digo haber cuadra-dos en aquel círculo, cuya cantidadhace onza y media y dos escrípulos ymedio de yugada. Si el terreno fuereun semicírculo, cuya base tenga cientocuarenta pies, y la latitud de la curva-tura, esto es, el radio, setenta, conven-drá multiplicar ésta por la base: seten-ta veces ciento y cuarenta son nuevemil y ochocientos, que multiplicadospor once hacen ciento siete mil yochocientos. La décima cuarta partede este total es siete mil y setecientos.Estos pies diremos que hay en elsemicírculo, que hacen un cuadrante ycinco escrípulos de yugada. Pero sifuere menos que un semicírculo, me-diremos el arco de esta manera. Seaun arco, cuya base tenga diez y seispies, y su latitud cuatro. Sumo la basey la latitud; el total es veinte, quemultiplicados por cuatro hacen ochen-ta. La mitad de éstos es cuarenta.También tomo la mitad de la base,que es ocho pies, y multiplicada porsí misma hace sesenta y cuatro. Sacola décima-cuarta parte, que es cuatropies y. un poco más, añado esto a loscuarenta, la suma será cuarenta y cua-tro pies. Estos digo que son los piescuadrados que hay en el arco, y hacenmedio escrípulo de yugada menos unavigésima-quinta parte. Si fuere de seisángulos, se reduce a pies cuadrados deesta manera. Sea un exágono, cuyoslados tengan todos a treinta pies. Mul-tiplico un lado por sí mismo: treintaveces treinta son novecientos. Tomo latercera parte de este producto que estrescientos: tomo además la décimaque es noventa: la añado a la anterior,y hace la suma de trescientos y noven-ta. Esta se ha de multiplicar por seis,porque hay seis lados, cuyo productoes dos mil trescientos y cuarenta. Porconsiguiente diremos que hay estenúmero de pies cuadrados. Y así habráuna onza de yugada menos seis déci-mas partes de escrípulo.»

César Carlos Sáenz BarriosSEA. Madrid

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