Habia una vez una aguja (Cuento)
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Relato original de Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi) Había una vez una aguja Había una vez una aguja Había una vez una aguja Había una vez una aguja Lima, Perú – Noviembre 2014
Mi sitio web:Mi sitio web:Mi sitio web:Mi sitio web: http://diana_bacalla.bubok.es/ Contacto: Contacto: Contacto: Contacto: [email protected] PáginaPáginaPáginaPágina en Facebook:en Facebook:en Facebook:en Facebook: https://www.facebook.com/dianabacalla.p?ref=ts&fref=ts Twitter: Twitter: Twitter: Twitter: https://twitter.com/DianaBacalla Portada: Portada: Portada: Portada: No encontré al dueño de la portada, pero todos los derechos son para esa persona. Solo tomé la imagen para adecuarla a la portada. Gracias. La distribución de este libro, impresión, reproducción y alojamiento en hosts diferentes del host de origen están permitidos mientras se conserve el nombre del autor original y este no sea cambiado bajo ninguna excusa. Por favor, seamos conscientes que este material es gratis pero, es producto de nuestro esfuerzo y por ello vale demasiado para nosotros. Así mismo la descarga de estos relatos es gratis como se mencionó arriba, pero, está terminantemente prohibido utilizar este escrito con fines comerciales sin el permiso y acuerdo previo con la autora.
Había una
vez
una aguja
Dedicado a mi mamá,
por apoyarme en cada locura
que se me ocurre.
Con mucho cariño para ella.
Gracias por tenerme paciencia y
compartir conmigo
este mundo maravilloso,
de los mágicos cuentos.
I
En un pequeño joyero que se encontraba sobre un mueble
de caoba, vivía una pequeña aguja rodeada de pulseras,
anillos, collares y otras joyas de fantasía. Desde que
había sido rescatada de un basurero por una señora de
buen corazón, vivía feliz entre las hermosas bisuterías. Pero,
escondida y temerosa, ya que los objetos a su alrededor
parecían observarla y burlarse de su pequeñez.
Desde aquel joyero de madera, la pequeña aguja observaba
tímidamente toda la habitación; un cuarto pequeño pero
elegante, con cuadros y fotografías de personas felices a
quienes jamás había visto. De seguro, familiares y amigos de
la señora de la casa.
Muchas veces escuchó voces alegres, pasos apresurados
y risas pero, nunca se atrevió a salir del joyero por
temor a perderse o regresar al basurero. Ella pensaba que
siendo tan pequeña y delgada nadie se tomaría la molestia de
buscarla. Estaba muy agradecida con aquella señora por
haberla recogido de aquel triste lugar pero, creía que si la
situación volviese a repetirse no la rescataría de nuevo.
Aquel joyero era su mundo, el único agradable que
había conocido hasta ahora, más allá de eso todo era
desconocido, un extraño lugar donde a los pequeños
como ella los descartaban inmediatamente.
Lo recordaba bien, muchas veces cuando el sol se
ponía, ligeramente se asomaba a ver la llegada de la
noche por la ventana, recordaba cómo había terminado
en aquel basurero. Había sido comprada en una tienda
de modas y vivía en una cajita muy bonita de color plateado,
donde ella y sus hermanas se preguntaban todos los días
como sería el mundo exterior.
Aquellos sonidos y luces extrañas que veían a través de
la caja las asustaban pero, se sentían muy protegidas en
una suave envoltura de papel que las mantenía juntas y a
salvo de todo peligro. La pequeña aguja jamás había visto
nada más allá de aquellas luces y pensaba que algo
maravilloso las esperaba una vez que la caja fuera
abierta. Todas sus hermanas estaban ansiosas por explorar
aquel mundo, tanto que no podían quedarse quietas y daban
pequeños saltitos dentro de la cajita.
El día soñado llegó. Una señora entró a la tienda,
compró algunos hilos de colores, botones y una cajita
de agujas.
Todas ellas se quedaron quietecitas, esperando el momento
para ver el rostro de su nueva dueña. La aguja
recordaba muy bien la primera luz que la cegó por algunos
segundos al ser abierta la cajita, no pudo reconocer a la
persona que se las había llevado de la tienda ya que la luz era
muy brillante.
Intentó abrir sus ojitos y de repente sintió como era sujetada,
se asustó al ver unos ojos castaños mirándola con curiosidad.
La señora notó algo diferente en ella. Por desgracia, la agujita
era un poco torcida y más pequeña que las demás y esto hizo
que la expresión de la mujer cambiara. La aguja intentó
estirarse un poco sin lograr mejorar su figura. No pudo
describir la cara de decepción de quien había sido su dueña
aquellos breves minutos, junto con algunas palabras la cogió
y desechó así de simple, lanzándola sobre un montón
de tierra y basura que había a un lado del camino.
Tristemente, observó como aquella señora se alejaba con
sus hermanas, dejándola en ese lugar. Después de todo, las
agujas no tenían sentimientos. O al menos, eso es lo aquella
mujer creía.
La pequeña se entristecía con aquel recuerdo, imaginaba
a sus hermanas felices y siendo útiles, aunque, realmente
no tenía la menor idea de las cosas que una aguja podía
hacer, siendo pequeñas y delgadas quizás su destino era
terminar en la basura como ella. ¿Y si sus hermanas también
habían sido desechadas? Aquel pensamiento deprimió más a
la aguja, extrañaba mucho a sus hermanas.
- ¿Por qué nací? ¿Cuál es mi misión? - se preguntaba a cada
instante, temiendo que algún día la señora se diera cuenta
que no servía para nada y la regresara a la basura.
II
Una tarde de primavera la aguja estaba contemplando la
hermosa puesta de sol como de costumbre. De repente,
entró una chica de cabellos cortos a la habitación, hija
de la señora, vistiendo un hermoso abrigo color violeta y
llevando un extraño paquete entre las manos. La aguja
curiosa asomó la cabeza intentando ver lo que había dentro
de la caja pero, se ocultó debajo de un pequeño
brazalete al darse cuenta que la joven podría notar su
presencia.
Ella abrió la caja y sacó un objeto que hizo un ruido pesado
al ser puesto sobre la mesa.
Aquel día era el cumpleaños de la señora de la casa.
Las voces que escuchaba desde el primer piso eran alegres y
al parecer había mucha gente en la sala, las risas se oían hasta
la habitación. La agujita quería tanto hacer algo por ella,
pero ¿qué podía hacer una simple aguja?, la sola idea era
absurda.
En esos momentos, escuchó el sonido de la puerta
cerrándose y los pasos apresurados de aquella chica bajando
por las escaleras. Todo quedo en silencio salvo por aquellas
voces lejanas de los invitados. La aguja se levantó y
tímidamente se asomó por el joyero, tenía miedo pero
su curiosidad era más grande que ella, así que después
de algunos segundos de silencio con voz muy baja se atrevió
a decir.
- ¿Hola?
Nadie le contestó. Pero en esos momentos, escuchó
unos extraños ruidos.
La agujita se irguió todo lo que pudo, lo único que logró ver
fueron los restos de una caja envuelta en papel de
regalo, con dibujos de estrellas, en la esquina de la
cómoda, pero estaba vacía. Asustada, quiso volver a su
escondite pero, cuando iba a refugiarse debajo de aquel
hermoso brazalete una voz le respondió haciendo que
temblara ligeramente del susto y volviera a su posición
anterior. La aguja se asomó al borde del joyero intentando
ver quien era el dueño de aquella gruesa voz, y esta vez
lo encontró. Ella se quedó sorprendida al ver un
elegante reloj de mesa, observándola con curiosidad.
- Buenas tardes, ¿quién eres tú? Sal y déjate ver -dijo el reloj
con voz amigable.
Para ser un reloj costoso, brillante y recién traído de
una tienda, tenía muy buenos modales y eso animó a la
tímida aguja a salir de su escondite, ella se asomó al borde
pero aún así no se decidía a salir completamente del joyero.
El reloj la miraba con intriga y curiosidad esperando que se
dispusiera a salir y poder verla de cerca, pero algunos
segundos pasaron y la aguja seguía indecisa. Según lo
que veía en su cuerpo, el reloj notó que el tiempo pasaba y
nada sucedía, así que empezando a saltar y avanzar,
lentamente llegó junto al joyero y observó a la aguja
que parecía mucho más pequeña y frágil desde aquella
distancia.
- ¿Qué sucede? ¿No puedes salir?
- Me gustaría pero me es imposible - respondió con voz muy
bajita, haciendo que el reloj tuviera que acercarse más para
lograr escucharla.
- ¿Acaso te atoraste con algo? Podría ayudarte a salir.
- No es eso, es que nunca he salido de este joyero desde que
llegué, tengo miedo de perderme.
La aguja se sintió muy cohibida al escuchar las risas del reloj.
En esos momentos la observaba tímidamente, era un
reloj muy elegante y nuevo, no tenía fallas y por su tamaño
jamás podría perderse. - Me gustaría ser un reloj, se ve tan
grande, de seguro jamás fue devuelto ni despreciado por
nadie – se dijo la agujita con voz muy baja sintiéndose
demasiado pequeña e inútil a su lado. Las risas del reloj
cesaron en esos momentos al darse cuenta que había
logrado hacerla sentir mal.
- No quise reírme, pero ¿cómo es que nunca has salido de
ahí? ¿Es una broma? – dijo el reloj con voz amable e
intentando disculparse.
- No es broma, a mí me abandonaron en un basurero, por
eso tengo miedo de salir.
- Pues eso está muy mal mi pequeña aguja, deberías salir, te
darías cuenta que no todo es malo en este mundo.
- Mi mundo es este joyero, ¿qué sería de mí si me perdiera?
- La señora te buscaría.
- No creo que lo haga, lo mejor será que jamás vuelva a salir-
dijo la aguja escondiéndose entre algunos aretes de fantasía.
- El mundo es muy grande ¿no quieres conocerlo? –
preguntó el reloj intrigado por su comportamiento.
- Por eso mismo no me agrada, es grande y tenebroso.
- No deberías ser tan negativa. Imagino que al menos sabrás
cual es el propósito que tienes en la vida ¿no? La razón por
la cuál estás aquí.
- ¿Eh? No entiendo de qué hablas.
- Sobre tu verdadero valor, lo que haces o harás en el futuro.
Por ejemplo, yo soy un reloj y gracias a mí los
humanos saben que hora es.
- No creo que tenga nada de eso. – respondió la aguja
agachando la mirada.
- Creo que no has vivido lo suficiente como para
saberlo, todos debemos descubrir nuestro verdadero
valor y propósito en la vida.
La agujita escuchaba atenta las palabras del reloj, ¿propósito
en la vida? Ahora parecía que el reloj se burlaba de ella, ¿para
qué podría servir una pequeña y torcida aguja? La sola
pregunta le parecía sin sentido.
Muchas veces había intentando afinar su figura, verse como
las demás agujas que habían sido sus hermanas, pero estaba
resignaba a vivir toda la vida en aquel joyero y nunca salir de
ahí.
Aquel día no quiso asomarse a ver el atardecer, ya que no le
interesaba en esos momentos. La pregunta formulada por el
reloj la había dejado meditando en el asunto.
III
La fiesta de cumpleaños duró hasta la noche y nadie volvió a
entrar en la habitación para su alivio. Claramente, oyó
cuando las visitas se marcharon y el sonido del tic tac del
reloj, que ahora estaba profundamente dormido.
¡Qué equivocado estaba en decir que todos tenían una
misión! La agujita pensó en sus hermanas y supuso que ellas
estarían diciéndose lo mismo. De todos modos,
ignoraba muchas cosas ya que no conocía más mundo
que aquel joyero, ¡hasta la misma habitación le parecía
enorme! Lo que habría fuera de aquella puerta solo le
parecía triste y desolado como aquel basurero en donde fue
abandonada.
A la mañana siguiente, el despertador la hizo sobresaltarse y
observar asustada a todos lados. Había soñado con su
antigua vida y cuando vivía en aquella caja con sus hermanas.
Muchas veces pensaba en ellas y las extrañaba
demasiado. Pero, al ver los anillos y demás joyas se dio
cuenta que se encontraba en su nueva casa y se sintió
agradecida por encontrarse aún en ese lugar. En eso,
escuchó como alguien se acercaba y sintió una luz muy
fuerte cuando la cajita se abrió. La señora estaba
preparándose para salir y busco en el joyero algo para
ponerse, rápidamente eligió un hermoso anillo y luego
dejo la caja en su lugar. La aguja escuchó el sonido de
la puerta y los pasos apresurados de costumbre, y entonces
abrió los ojos estirándose un poco.
Empujó la tapita del joyero y observó el cielo de la mañana,
había olvidando la charla del día anterior con el reloj y
se levantó dispuesta a ordenar un poco aquella cajita ya que
era lo único que había logrado pensar para ayudar a la
señora, que había sido muy amable con ella. Cuando
estaba en su trabajo de mover algunos botones, la voz
del reloj se escuchó.
- ¡Buenos días! ¿Aguja? ¿Dónde estas? - dijo el reloj con un
bostezo, estirándose levemente.
- ¿No eres algo dormilón para ser un reloj despertador?
- Claro que no, es que me aburre escuchar todos los días este
tic tac, tic tac, solo hace que me de sueño.
- Es extraño que un reloj se queje de eso – dijo la
aguja sonriendo levemente y poniéndose de mejor humor.
- ¡Ah!, con que ahí estás ¿qué estas haciendo? – preguntó el
reloj acercándose con pequeños saltitos.
- Arreglando el joyero, tengo mucho por ordenar, por cierto
¿son las ocho de la mañana? ¿No es verdad?
- ¿Dudas de mí? - dijo el reloj con cierta mirada molesta y
viendo sus minuteros con mucho recelo.
- Lo siento mucho, no estoy acostumbrada a hablar
con otros y puedo decir tonterías a veces.
- No, espera... ¿aguja?
La agujita avergonzada se hundió en la caja del joyero,
disponiéndose a no salir a pesar de que el reloj fuera un buen
compañero de charla. Estuvo largos minutos así, escuchando
aquel tic tac que se oía fuertemente, pero, el reloj intrigado al
ver que no salía, lentamente fue acercándose y se
asomó cuanto pudo al joyero observando el interior con
sus enormes ojos.
- ¿Piensas pasarte toda la vida ahí? Es una mañana hermosa,
ven y continuemos charlando.
- ¿Y si digo algo malo?
- Te lo haré saber, de eso se trata ser amigos, hablar,
reír, llorar, compartir cada momento bueno o malo, ¿o me
dirás que no quieres ser mi amiga?
- ¡Claro que quiero! - dijo saliendo de nuevo y sintiéndose un
poco tonta por haber pensado que el reloj ya no le hablaría.
En esos momentos la aguja empezó a reír muy bajito, feliz
de haber encontrado a un amigo. Quizás la vida no fuera tan
mala después de todo, aún así no conocía lo que había más
allá de aquel joyero, mucho menos de aquella habitación. Por
momentos, tenía mucha curiosidad en investigar, pero la
imagen de aquel basurero se le venía a la cabeza, a su
pequeña y delgada cabeza de metal ¿cómo podría saber que
había más allá? El mundo era demasiado grande o quizás ella
era muy pequeña.
Aquella mañana estuvo charlando con su nuevo amigo quien
le contaba relatos de cuando vivía en aquella tienda de
relojes. La aguja escuchaba atenta sintiendo miedo de la
multitud de gente que vio, los comentarios que hacían
y también se enteró que una vez fue devuelto, cosa que no le
entristeció en lo más mínimo, ya que el reloj sabía que
su destino era ir con otras personas.
La aguja sentía que aquel reloj había vivido muchas
cosas interesantes y quizás ella nunca podría ni soñarlas.
Sin embargo, era muy agradable estar a su lado y ver la
puesta de sol junto el, hace tanto tiempo que no se había
sentido de ese modo y rogaba que siempre fuera así.
IV
Una tarde de primavera llegó visita a la casa. La dueña había
invitado a sus sobrinos a cenar y se podían escuchar
sus voces hasta el segundo piso. Como si hace años no
hubieran visto a su amada tía los niños gritaban y hacían un
alboroto tremendo, y cuando las señoras se sentaron en
el cómodo sofá de la sala, dejaron a los pequeños libres a su
antojo, al menos hasta la cena. Por lo que ellos fueron a
jugar al jardín y no se volvió a escuchar sus risas o
gritos por largos minutos.
No parecía ser más que un simple día de visitas que pronto
terminaría. Pero, algo sucedió mientras las personas mayores
tomaban café y conversaban sin darse cuenta de nada. En un
descuido la menor de los sobrinos subió a la habitación de la
señora. La pequeña estaba escondiéndose de sus hermanos,
no tenía más que cuatro años pero poseía una
curiosidad única. Rápidamente, entró a la habitación ya
que la puerta se encontraba entreabierta y solo basto
empujarla un poco. Luego de observar por algunos
segundos se dirigió hacia un reloj que brillaba gracias a la luz
que entraba por la ventana, a sus ojos era algo muy bello
y la niña intentó alcanzarlo pero, estaba muy lejos. Se
quedo pensativa unos segundos y posó su vista sobre un
joyero con decoraciones de flores. La pequeña se empinó
todo lo que pudo y sus deditos alcanzaron la preciosa
caja tallada en madera, apenas la tuvo en las manos quitó la
tapa y sonrió al ver las cosas bonitas que guardaba.
Se probó un anillo y le quedó muy grande así que lo
devolvió, iba a regresar a la sala pero en eso un objeto
de metal delgado y pequeño, que estaba escondido en
un rincón, le llamo la atención. En esos momentos, lo cogió
y dejó el joyero a un lado de la mesa, y fue corriendo a
buscar a su mamá, pero no llegó muy lejos. La aguja no pudo
evitar resbalarse y caer de su pequeña mano, la niña no lo
notó y regresó a la sala como si nada hubiera sucedido.
La aguja al notar que no estaba más en su querido
joyero despertó asustada.
- ¡¿Dónde estoy?! - exclamó con temor viendo a los
alrededores y buscando a su amigo el reloj. Estaba a los pies
de la escalera que daba a la sala y nadie la veía. La señora reía
sin imaginar siquiera que ella estaba ahí. La aguja sintió
mucho miedo y en esos momentos se levantó, dando
pequeños saltos intentó hacerse notar cosa que fue
imposible.
Todo era tan grande y al ver las enormes escaleras se sintió
peor ya que no podría regresar por sí misma. En eso,
escuchó un nuevo sonido de pasos y vio a un perro
que entraba, rápidamente fue a ocultarse debajo de un
pequeño mueble cercano al ver semejante monstruo peludo.
El perro regresó al jardín con los niños pero, cuando
imaginaba que estaba a salvo, escuchó una voz que la hizo
saltar del susto.
- ¿Qué cosa eres tú? Te vi saltando hacia aquí, ¡muéstrate! La
aguja asustada, tímidamente salió de su escondite y
levantó la vista. Le pareció tan grande aquel mueble y
no veía al dueño de aquella voz, intentó saltar alto pero
solo logró que su cuerpecito quedara ligeramente
lastimado. La aguja se dispuso a irse pero en eso vio
algunos cables y un par de ojos enormes que la veían con
molestia desde lo más alto.
En esos momentos notó que podía subir por una pequeña
rampa cerca de la pared, así que esforzándose mucho llegó
hasta la parte superior y notó con sorpresa como un extraño
y blanco aparato la veía con la misma mirada molesta
de antes.
- Contéstame, ¿quién eres? – preguntó abriendo mucho sus
ojos con expresión enfadada.
- Hola, soy una aguja, mucho gusto en...
- ¿¡Una aguja!? ¡Cuidado con rayarme! ¡Tengo que estar
en buen estado para la señora! - exclamó interrumpiéndola
con descortesía.
- Nunca haría eso. ¿Tú vives aquí? La señora debe cuidarte
mucho.
- ¡Tiene que hacerlo! ¡No hay teléfono mejor que yo!, tengo
una buena memoria y soy de último modelo, las
llamadas nunca se cortan – dijo muy orgulloso de sí mismo.
- ¿Un teléfono? Nunca había visto uno.
- ¡Y uno muy importante! ¡De mucha utilidad! Aunque una
aguja como tú no entendería, a todo esto... ¿para que sirves
tú?
La aguja se quedó en silencio durante algunos segundos
pensando en muchas cosas. No podía ver al teléfono
de frente ya que ni ella misma sabía su propio valor. ¿Para
que servía? No lo sabía y dudaba de que tuviera alguna
utilidad, pensó tal vez en inventar algo pero no lo hizo,
ya que las mentiras eran malas y tarde o temprano el
teléfono las descubría, solo pudo quedarse callada con la
mirada hacia abajo. El teléfono poco acostumbrado a
soportar aquel comportamiento, la miró con severidad y
con su grueso cable la lanzó al suelo.
- ¡Fuera! ¡No sirves para nada! - gritó mientras empezaba a
hacer un ruido muy fuerte que resonaba por toda la sala.
V
La aguja escuchó pasos en esos momentos, se sentía
tan triste que rápidamente fue a esconderse sin darse cuenta
de que la señora venía a atender una llamada. Entró sin
pensarlo por una puerta entreabierta esperando tener
más suerte. Acababa de conocer a alguien desagradable y
pensaba que todos serían iguales, ¡cómo extrañaba su joyero!
La aguja notó que había muchos libros y cuadros antiguos en
aquella habitación, había entrado a una pequeña biblioteca u
oficina y al menos era más tranquilo que donde había estado
antes. - Quizás me pueda quedar aquí - pensó la aguja
avanzando lentamente.
La habitación tenía un ligero olor a antiguo pero el piso de
madera brillaba como si lo hubieran acabado de encerar, la
ventana estaba entreabierta y dejaba entrar un poco de aire
fresco, tenía un ambiente agradable y no había objetos
escandalosos a la vista. La aguja avanzó un poco más y
empezó a subir por algunos libros y revistas que
estaban acomodados en el suelo como si fueran una larga
escalera.
Tal vez, aquella habitación podría convertirse en su
nuevo hogar y la señora algún día la encontrara, pero entre
aquellos enormes libros era algo difícil. Mientras subía
intentaba no pensar más en esas cosas ya que sentía que se
ponía muy triste y puso todo su empeño en llegar a la
cima de un mueble con manijas un poco oxidadas,
esperando poder quedarse ahí y terminar aquel viaje
desagradable. Apenas llegó arriba se quedó viendo toda
la habitación que no se veía tan grande ahora.
- ¡Qué silencio! Creo que podría acostumbrarme a este lugar
– dijo observando cada rincón con expresión de curiosidad.
La agujita daba pequeños saltitos intentando ver un
poco más, estaba tan entretenida que no se había dado
cuenta de que alguien la observaba con curiosidad desde
una zona oscura del mueble. Unos ojos brillantes
seguían todos sus movimientos. Nunca había visitas y
encontraba a aquella aguja muy interesante y quizás su
futuro medio de diversión. En esos instantes, lentamente se
acercó al desconocido y con voz baja le preguntó:
- ¿Quién eres tú?
- ¡¿Eh?!
- Responde, ¿por qué invades mi escritorio?
Por algunos segundos, se quedó en silencio. Aquella voz la
había asustado y tenía miedo de que la echaran de nuevo. La
aguja volteó lentamente esperando encontrarse con
alguien atemorizante pero, se sorprendió al ver una lámpara
mediana de color plateado, en sus ojos no se veía
desprecio sino mucha curiosidad. Aquello la alivió un
poco, al menos esperaba poder quedarse en aquel lugar
hasta que consiguiera a donde ir. La lámpara la analizaba
en silencio, preguntándose si podía confiar en ella o no.
- ¿Una aguja? ¿Qué haces por aquí? En esta habitación solo
hay libros – dijo la lámpara con una voz más amigable que la
de antes.
- Lo siento, me perdí y no sé cómo regresar al joyero.
- ¿Joyero? No he visto uno de esos hace tiempo, pero
si quieres puedes quedarte aquí.
- ¿En verdad? ¡Muchas gracias!
- Seremos amigas, siempre he estado sola y me hará
bien tener con quien hablar.
La aguja se sintió un poquito animada, desde que había
salido del joyero había visto todo el mundo gris y
triste, realmente los recuerdos que tenía de su buen amigo el
reloj la entristecían pero ahora con su nueva amiga la
lámpara quizás podría empezar una nueva vida.
Pero, a los pocos días se llevó una gran decepción, ¡Se había
equivocando tremendamente! La lámpara lo trataba peor que
un esclavo, pidiéndole que moviera a cada instante
algunos lapiceros porque le estorbaban el camino o
mandándola a quitar, aun sabiendo que no podría mover, un
enorme cenicero hecho de cristal.
Al principio había sido muy amable pero de repente se había
transformado en un completo monstruo. La pobre aguja
estaba cansada y en las noches, la lámpara ocupaba por
completo una franela, y no podía dormir por el frío que
hacía.
No soportó mucho a su nueva amiga y empezaba a creer que
la amistad no existía. La lámpara la había tratado bien
solo para convertirla en su sirviente.
En aquellas noches de desvelo pensaba muchas cosas,
imaginaba que quizás el reloj también la hubiera tratado así,
si se hubiera quedado más tiempo con él. La aguja
aprovechando que la lámpara dormía profundamente
salió una mañana muy temprano, bajando por los libros y
huyendo por debajo de la puerta.
Estaba decepcionada y pensaba que nunca podría encontrar
algún lugar donde vivir, la imagen de sus hermanas
disfrutando de un cómodo alfiletero se le vino a lamente. -
Yo jamás podré ser feliz, en este mundo solo hay
cosas malas - pensó la aguja en medio de la sala a
donde había regresado. A esa hora no había nadie despierto
y todo se veía muy tranquilo y silencioso.
VI
- ¿Por dónde debería ir? - se preguntó la aguja viendo
algunas puertas a lo lejos. Estuvo observando por algunos
segundos, había tantos caminos por donde ir y no sabía
cual elegir. Lentamente, cerró sus ojitos y se empezó a
dirigir hacia la primera puerta que tenía cerca, esperaba
encontrar amistades buenas que la aceptaran. Cuando estuvo
muy cerca abrió los ojos y entró fácilmente por una abertura.
Era un lugar muy extraño, con objetos de metal que
brillaban a lo lejos, los muebles eran de madera pintados de
blanco y sobre una mesa había una pequeña caja con
objetos muy puntiagudos, eran enormes y se veían
tenebrosos.
La aguja no sabía que había entrado a una cocina. Todo se
veía inmenso y empezó a retroceder lentamente, tal vez
lo mejor sería regresar y probar otra puerta. Un enorme reloj
indicaba la hora y su tic tac resonaba por toda la cocina, la
aguja avanzó poco a poco viendo con temor a todos
lados, había viajado mucho y aún no encontraba la
manera de cómo regresar al joyero, pero lo que más la
hacía sentir triste era que no había conseguido hacer
amigos que valieran la pena. Todos pensaban que no
servía para nada y eso era peor, quizás tenían razón y
ella estaba equivocada. Junto a objetos como la lámpara,
el teléfono y hasta su amigo el reloj, ella no era la gran cosa y
tal vez nunca debió de salir de aquel basurero.
La aguja se sentía muy deprimida y estaba perdiendo las
esperanzas de regresar a su hogar junto con las
pulseras o volver a hablar con su amigo, todo aquello se veía
tan lejano como si hace semanas se hubiera perdido.
Solo eran recuerdos alegres que en ese momento no le
ayudaban en nada, cada vez que pensaba en los atardeceres
que veía desde el joyero o las charlas con el reloj se sentía
muy decaída. La aguja se detuvo en medio de la cocina, -
quizás encuentre al fin un lugar donde quedarme - se dijo a
sí misma intentando animarse un poco, pero aquella
habitación era tan extraña, se sentía sola y sin nadie a quien
le importase.
Se quedó algunos segundos pensando qué debía hacer, sentía
que la observaban y le daba miedo porque no sabía
qué objetos podría encontrar en aquella cocina. De repente,
vio a dos tenedores allá, en lo alto de una mesa, estaban
cerca de un enorme cuchillo que se veía muy filoso, ellas la
veían con curiosidad y no se atrevían a acercársele, pero
el cuchillo saltó desde esa altura y cuando cayó al suelo hizo
un sonido muy extraño. La aguja se detuvo e intentó
retroceder pero era tarde, el cuchillo estaba en frente de ella
y la veía de un modo que la hacía recordar al teléfono, la
aguja agachó la mirada porque sabía lo que él iba a
decir, el cuchillo la estuvo observando por largos
segundos.
- ¿Por qué has venido aquí? En este lugar solo
admitimos objetos de cocina – dijo con voz muy gruesa.
- Lo siento mucho, no tengo a donde ir y pensé que tal vez
podría quedarme aquí.
- ¿Quedarte aquí? Mmm... ¡Solo si nos demuestras que eres
un objeto que sirve en esta cocina!
- Pero yo soy solo una aguja, no sirvo para nada.
- ¡Entonces lárgate! ¡No damos albergue a inútiles!– gritaron
los tenedores desde el mueble.
- Lástima, tendrás que irte – dijo el cuchillo disponiéndose a
regresar a su lugar.
La aguja iba a marcharse, prefería irse antes de quedarse
con aquellos objetos tan groseros, pero en eso escuchó una
voz que dijo:
- ¡Dejen a la aguja en paz! ¡¿Por qué se aprovechan de
su tamaño?! – gritó alguien desde otro mueble que estaba
cerca de la estufa. El cuchillo se puso nervioso y regresó
rápidamente con los tenedores, ellos se fueron a quién
sabe donde y dejaron a la aguja sola. La voz había sido muy
amenazante pero, la aguja no tenía miedo, estaba
agradecida de que alguien la hubiera defendido y fue a
buscar al dueño de la voz.
Los muebles eran altos pero encontró una pequeña subida y
esta vez llegó mucho más rápido arriba, - todo se ve
tan diferente cuando uno es grande - dijo viendo el
panorama desde aquel lugar. Desde ahí, pudo ver al cuchillo
y a los tenedores escondidos debajo de una servilleta,
evitaban mirarla y murmuraban cosas entre ellas. La aguja se
quedó con la boca abierta al ver un objeto muy grande
mitad metal y mitad vidrio, era preciosa y nunca había visto
algo igual.
- Muchas gracias por ayudarme - dijo la aguja
sonriéndole tímidamente – ¡Eres tan grande y hermosa!
- ¡Soy la licuadora más bella del mundo! Lo sé, lo sé –
dijo sonriendo coquetamente - ¿Qué hace una pequeña
aguja como tú por aquí? – preguntó acercándose a ella.
- Me perdí y no sé cómo volver al joyero, nadie quiere
ayudarme.
- Si quieres puedes vivir conmigo, yo te cuidaré de esos
tenedores y del cuchillo, solo son unos envidiosos que hacen
la vida imposible a los demás.
- ¿Todos son así por aquí? He estado buscando un lugar
donde quedarme, pero no logro encontrarlo.
- Bien, desde hoy te adoptaré y te enseñaré muchas cosas –
dijo la licuadora sintiéndose muy orgullosa por su elección.
La aguja se quedó a vivir con la licuadora desde ese
momento. Cada mañana ambas veían la salida del sol por la
ventana y eso le agradaba mucho. Ella tenía muchas
cosas que contar y parecía saber todo. No obstante, la
aguja no entendía porque, cuando la señora venía a
cocinar algo, le decía que debía ocultarse debajo de ella.
La aguja quería que la señora la viera, aun no perdía las
esperanzas de regresar al joyero y volver a ver a su amigo
el reloj, pero la licuadora había hecho tanto por ella que no
podía desobedecer sus órdenes.
Cada mañana observaba con tristeza a la señora y a su hija,
entrando y saliendo de la cocina sin que se den cuenta de
que ella estaba ahí. En las tardes salía de su escondite y
hablaba con su nueva amiga. No se quejaba, no podía
hacerlo. Había hallado un lugar donde quedarse y a una
protectora.
Los tenedores la odiaban y muchas veces escuchó que
planeaban la manera de librarse de ella. El cuchillo no había
olvidado como fue ridiculizado por la licuadora, odiaba
también a la pequeña aguja, solo que siendo protegida por el
objeto de cocina más respetado por todos no podía
hacer nada. La licuadora era nueva y la señora la apreciaba
mucho, por eso todos la obedecían, tanto que ella era muy
vanidosa.
Aquellos días la aguja pensó que tenía mucha suerte, se
sentía feliz de tener una amiga como la licuadora, solo que
no sabía porqué ella la obligaba a esconderse de la señora o
no hablar de su amigo el reloj. Por más que se lo preguntase
mentalmente, no lograba encontrar una respuesta.
VII
La aguja vivía tranquila al lado de la licuadora, pero siempre
extrañaba a su amigo el reloj y notó que la vida en la cocina
no era tan hermosa como pensó los primeros días. Los
tenedores una vez le gritaron que mejor se fuera cuando la
licuadora estaba dormida, el cuchillo le mandaba señales
desde el otro lado diciéndole lo mismo, la aguja empezaba a
sentirse muy triste.
Una tarde, ella se empezó a dar cuenta que la licuadora no
era lo que pensó. Estuvo dando órdenes a los
tenedores, cucharas y todo lo que se cruzaba en su mirada,
se reía de una manera escandalosa y no le gustaba que la
contradijeran.
Ese día empezó a ordenarle también a la aguja, todo lo que
hacía estaba mal y a veces la obligaba a decirle cosas como
“eres hermosa”, “no hay nadie como tu” y muchas
otras tonterías. Ella siempre decía que era perfecta y que
la aguja podría arañarla si se acercaba demasiado.
- No hay nadie mejor que yo, ¿qué opinas? – le dijo un día a
la aguja cuando observaban la puesta de sol.
- No he visto otras licuadoras, así que debe ser cierto.
- Oye, has estado aquí muchos días y hasta ahora no
has hecho nada por mí, los tenedores me temen y
hasta el cuchillo cumple mis órdenes.
- ¿Qué quieres que haga?
- Mañana le levantarás temprano y me traerás la franela, tu
trabajo será limpiarme, así la señora me verá brillante todos
los días.
- Pero, ¡eso es imposible! ¡Soy demasiado pequeña! – dijo la
aguja observando la enorme franela roja, que estaba doblaba
cuidadosamente a un lado de la estufa.
- Entonces los tenedores tenían razón, eres una inútil.
La aguja no supo qué decir. A la mañana siguiente
intentó arrastrar la franela y hacer lo que la licuadora le pidió,
pero era muy grande y no podía moverlo. Ahora se daba
cuenta de que ella era igual a la lámpara, solo daba órdenes y
se creía perfecta. Se sentía desilusionada y antes de que
la señora entrara a cocinar, ella salió sin que nadie la
viera, no podía quedarse más ahí.
Después de tanto caminar no le quedaba otro lugar adonde
ir. La aguja entró de nuevo a la sala y se quedó observando
hacia el techo, tenía que reconocer que se había
perdido y jamás regresaría a su joyero, todos habían sido
iguales. Ahora estaba convencida de que no servía para
nada y que debía regresar a la basura, la aguja se quedó en
silencio, encogida en un rincón hasta que una voz dulce la
llamó rato después.
- ¿Hola? ¿Aún estás ahí pequeña aguja?
La aguja abrió los ojos y se dio cuenta que se había quedado
dormida, no veía a nadie y pensó que era un sueño, después
de lo sucedido con la licuadora no quería saber de nadie más.
Lentamente, empezó a alejarse sin saber a donde ir, pero
aquella voz la volvió a llamar, -¿Por qué te vas? Quédate un
rato – la aguja no quiso oírla y siguió avanzando, solo
que al darse cuenta de que no tenía a donde huir se detuvo
y volteó a ver quien la llamaba.
En una mesita de vidrio pudo ver una figura hermosa, era un
adorno muy fino con forma de mujer, su rostro era delgado
y sus ojos reflejaban cierta melancolía. La aguja se
sorprendió mucho pero no se movió ni dijo nada, la figura
tenía cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros y vestía
un traje antiguo. Al verla bien notó que era una muñeca de
porcelana, una bella y pequeña muñeca que sujetaba una
canasta de flores en su mano derecha.
La aguja se quedó observándola por largo tiempo, era muy
bonita y mucho más que la licuadora, sobre todo por
su aspecto humano. No supo qué decirle y pensó que lo
mejor era irse, pero la muñeca la detuvo y le hablo con voz
suave.
- Hola aguja, ¿estás bien?
- Yo, creo que no.
- ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte en algo?
La aguja se quedó en silencio, era la primera vez desde que
salió del joyero que alguien era amable con ella, se
había vuelto un poco desconfiada y quizás detrás de aquella
mirada había otras intenciones como burlarse o despreciarla,
porque en verdad al lado de aquella figura no era nada.
Le habían sucedido tantas cosas y no tenía ánimos de
seguir, pero la muñeca lentamente se movió de su lugar
y se agachó arrodillándose sobre la mesa, su vestido
largo no la dejaba moverse libremente pero, la aguja
pudo ver aquellos ojos verdes y brillantes observándola
fijamente.
- ¿Necesitas algo? – Preguntó la muñeca sujetando su
sombrero con la mano libre, intentando que no se cayera.
- Estoy perdida, yo vivía en el joyero y por cosas del destino
terminé aquí, no sé como volver y pienso que la señora no se
ha dado cuenta que me perdí.
- ¿No has intentado regresar al joyero?
- Realmente, no.
- ¿Por qué? ¿No sabes dónde está?
- En la habitación de la señora.
- Yo fui traída hace poco y no conozco mucho sobre
los humanos, pero en la tienda donde vivía las personas
tenían su habitación arriba, en el segundo piso.
- ¿Arriba? – dijo la aguja viendo las enormes escaleras.
- La única forma de regresar sería subiendo por las escaleras.
- Es imposible.
- ¿Imposible? Nunca debes decir eso, yo sé que si te
lo propones regresarás a tu joyero.
- Nunca podré hacerlo, soy una inútil y no sirvo para nada.
La muñeca cambió su expresión y su bello rostro de
porcelana se entristeció. La aguja estaba muy deprimida y no
sabía cómo ayudarla a sentirse mejor. Pero después de
algunos segundos de silencio, una sonrisa se asomó en
sus labios carmesí y le dijo:
- ¡No te desanimes! Yo sé que las agujas son muy útiles... ¿no
te has dado cuenta de tu propio valor?
- ¿Somos útiles?
- Todos tenemos un propósito en la vida, todos, grandes o
pequeños.
- Eso sí lo sé, pero he conocido muchas cosas, por ejemplo
el reloj nos da la hora, con el teléfono podemos hablar
con quien sea, la lámpara ilumina cuando todo está
oscuro, la licuadora y los cubiertos son muy importantes en
la cocina.
- Sí, todo lo que dices es verdad, pero...
- Y usted es un bello adorno en esta sala gris, lo primero que
ven al abrir la puerta y lo que la señora de seguro cuida con
mucho cariño.
- ¿Cómo puedo ayudarte? Me has mencionado el valor de
muchos objetos pero no el tuyo.
- ¿El mío?
- ¡Sí, el tuyo! Alguna vez te darás cuenta de lo que vales. Y
sé, que será muy pronto.
VIII
En eso, la muñeca escuchó un sonido de pasos provenientes
del segundo piso, era la señora que salía de su habitación y se
disponía a bajar las escaleras. Rápidamente, volvió a su lugar
y se acomodó el sombrero con mucho cuidado. La aguja no
se había dado cuenta y cuando reaccionó no tuvo de
otra que dejarse caer inmóvil al suelo.
La señora llegó a la sala y como había dicho la aguja,
lo primero que vio fue a la muñeca pero, notó algo extraño y
se acercó a la mesita. La muñeca no tenía la canasta de flores
en su mano y pensó que tal vez sus sobrinos habían
estado jugando con ella. Empezó a buscarla por todos lados
hasta que la vio abandonada al borde de la mesa junto al
florero.
La mesa era pequeña y de cristal y por eso su espalda
empezó a reclamarle el esfuerzo, tuvo que agacharse un
poco y cuando iba a cogerla, de repente vio algo brillante en
el suelo.
- ¡Oh! ¡Así que aquí estabas! – dijo la señora con expresión
alegre.
Ella la cogió y cuidadosamente la guardó en un bolsillo
mientras arreglaba a la muñeca y le ponía la canasta de flores.
La aguja no quería saber cual sería su destino, quizás el
basurero la esperaba, pero un rato después al sentir cómo la
señora la ponía sobre una mesa, abrió los ojos tímidamente.
¡No podía creerlo!, ¡la señora la había llevado de regreso a la
habitación! La aguja estaba realmente conmovida y notó que
la mujer la había puesto a un lado de aquel amado
joyero que tanto extrañó pero, ¿por qué?, ¡si ella no servía!
- Bien, ahora podré arreglar esto – dijo la mujer sacando una
blusa de seda y algunos hilos de la caja. La aguja se quedó
observando. La señora la cogió suavemente y luego de
ponerse sus lentes, atravesó un hilo de color blanco por el
agujero de su cabeza, en esos momentos cogió el botón que
se le había caído y empezó a cocer, luego de algunos
segundos la blusa quedó bien y la mujer dejó la aguja
dentro del joyero. Sonriendo, la señora salió por algunos
instantes de la habitación, dejando a la aguja completamente
sorprendida. La aguja no podía creerlo, todo había sido
extraño y sin querer había descubierto su verdadera utilidad,
así de fácil.
En eso, escuchó una voz muy conocida y se asomó
por el joyero.
- Te dije que servías aguja, si no te hubieras encerrado en tu
mundo te hubieras dado cuenta de todas las cosas que
puedes hacer.
- ¡Reloj! ¡Te extrañé mucho! – dijo la aguja saltando de
felicidad.
- Yo también, pensé que nunca volvería a verte, me
sentía muy solo.
- ¿¡Viste eso!? ¡Por fin pude ayudar a la señora! ¡Soy tan feliz!
- Me alegra mucho de que hallas descubierto eso y que
volvieras, ahora... ¿¡dónde has estado todo este tiempo!?
- ¡Tengo mucho que contarte!
Y así fue como la pequeña aguja descubrió su
verdadero valor y se dio cuenta de que todos tenemos un
propósito en la vida, seamos grandes, medianos o
pequeños, o aún seres inanimados. Nadie puede despreciar
a otros por su apariencia, nadie puede hacerte sentir menos
por no ser igual a otros. Cada ser es individual y posee su
propio valor y misión en la vida. Nunca permitas que otras
personas te hagan sentir como si no valieses nada, ahora
sabes que eso no es verdad.
Y si no me crees, puedes preguntarle a nuestra pequeña
aguja…
. . . ~ Fin~ . . .