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POÉTICA DE LA VOZ: LOS MURMUROS DEL QUIJOTE Gustavo Illades Aguiar Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, Méjico "Negarnos la felicidad de leer la Comedia" de Dante es "en- tregarnos a un extraño ascetismo".' Esta sentencia de Borges bien puede aplicarse al ascetismo de quienes se niegan la felicidad de escuchar el Quijote. Excepción notable es Michel Moner, cuyo libro -Cervantes conteur- ha sacado del silencio un universo sonoro que así, escuchado, modifica nuestra comprensión de la escritura cervantina. Moner ha estudiado el Quijote a través del arte centenario que los narradores orales ensayaron en el aquí y ahora de la plaza pública y al mismo tiempo ha estudiado a los conteurs cervantinos dentro de la sociedad de su tiempo. Pregun- tándose si Cervantes nos habla a través de sus escritos, advierte que no es fácil escuchar su voz y que además desconocemos sus acentos." Con dicha advertencia establece alguna distancia entre la voz cervantina y las voces de la España del siglo XVII. Según pienso, es posible, en alguna medida, escuchar y reconstruir aqué- lla a través de éstas, pues Cervantes actualiza la poética del récit, no en una lengua personal ni tampoco en una intemporal, común a los narradores medievales, sino en una lengua inmediata y viva, cuya riqueza oral había llegado a su apogeo y, tal vez, había comenzado a declinar. Como es bien sabido, todavía en el siglo XVII las obras fabu- ladas eran compuestas para leerse en voz alta, esto es, para incor- porarse a un universo vocal socialmente compartido e histórica- mente acotado, el que, por sernos ajeno, solemos atribuir al poeta y no a la lengua. Para la España de Diego de San Pedro era posi- ble decir: "en detenerme en plática tan fea ofendo mi lengua". Nada extravagante escucharían los oyentes del Diálogo de la ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Gustavo ILLADES AGUIAR. Poética de la voz: los «mu...

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POÉTICA DE LA VOZ: LOS MURMUROS DEL QUIJOTE

Gustavo Illades Aguiar Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, Méjico

"Negarnos la felicidad de leer la Comedia" de Dante es "en­tregarnos a un extraño ascetismo".' Esta sentencia de Borges bien puede aplicarse al ascetismo de quienes se niegan la felicidad de escuchar el Quijote. Excepción notable es Michel Moner, cuyo libro -Cervantes conteur- ha sacado del silencio un universo sonoro que así, escuchado, modifica nuestra comprensión de la escritura cervantina. Moner ha estudiado el Quijote a través del arte centenario que los narradores orales ensayaron en el aquí y ahora de la plaza pública y al mismo tiempo ha estudiado a los conteurs cervantinos dentro de la sociedad de su tiempo. Pregun­tándose si Cervantes nos habla a través de sus escritos, advierte que no es fácil escuchar su voz y que además desconocemos sus acentos." Con dicha advertencia establece alguna distancia entre la voz cervantina y las voces de la España del siglo XVII. Según pienso, es posible, en alguna medida, escuchar y reconstruir aqué­lla a través de éstas, pues Cervantes actualiza la poética del récit, no en una lengua personal ni tampoco en una intemporal, común a los narradores medievales, sino en una lengua inmediata y viva, cuya riqueza oral había llegado a su apogeo y, tal vez, había comenzado a declinar.

Como es bien sabido, todavía en el siglo XVII las obras fabu-ladas eran compuestas para leerse en voz alta, esto es, para incor­porarse a un universo vocal socialmente compartido e histórica­mente acotado, el que, por sernos ajeno, solemos atribuir al poeta y no a la lengua. Para la España de Diego de San Pedro era posi­ble decir: "en detenerme en plática tan fea ofendo mi lengua". Nada extravagante escucharían los oyentes del Diálogo de la

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lengua en esta aclaración: "Si me dixérades esto antes de comer, pusiéradesme en dubda si lo dezíades de verdad o no". La Celes­tina demuestra que hacia 1499 los objetos eran sentidos como elocuentes ("si una piedra topa con otra, luego suena '¡puta vieja!" ") , que las sensaciones corporales se hacían escuchar ("No hagas esse bollicio de plazer"), que se pregonaban los estados mentales ("me vaya, bramando como una loca"), que la hipnosis verbal era algo ordinario ("Está colgado de la boca de la vieja, sordo, y mudo y ciego, hecho personaje sin son") y que, llevadas al límite, las voces podían matar ("essa honrrada dueña, en cuya lengua está mi vida") o podían curar a los oyentes ("una palabra de su boca salida en favor tuyo, para sanar un tan grand dolor"). En el Argumento de la Brevísima relación de la destrucción de las Ludias, Fray Bartolomé de Las Casas refiere que "la vez que vino a la corte [...] a informar al Emperador" de las "matancas", "estragos" y "despoblaciones" a "diversas personas que no las sabian", causó "a los oyentes con la relación dellas una manera de extasi y suspensión de ánimos". 3 Covarrubias en su Tesoro define éxtasis como "Arrebatamiento del espíritu que dexa al hombre fuera de todo sentido". 4 No exageraba Las Casas, puesto que su arte vocal motivó la promulgación de las Leyes Nuevas (1542-1543), con las cuales quedaban prohibidas las conquistas en el Nuevo Mundo.

Expresión decantada de una cultura oral en apogeo, la voz irradió su poética a todo género de obras. Si, como muestra Mo-ner, el Quijote responde a la poética del récit, lo hace a través de la poética de la voz social de los siglos XVI y XVII, sin la cual la voz de Cervantes y sus acentos se hacen más difíciles de escu­char. Para exponer mi perspectiva 5 voy a detenerme en una frase subordinada que cierra un periodo, frase accesoria en apariencia, que no ha despertado interés en los anotadores de la novela cer­vantina. Don Quijote es armado caballero; el ventero, "leyendo en su manual", le propina "un buen golpe" en el cuello y un "gentil espaldarazo", "siempre murmurando entre dientes, como que rezaba" 6 (es ésta la frase). El episodio ha sido bien estudiado. Son notorias sus inversiones paródicas: un ventero apicarado me­tido a armar caballeros, unas rameras transmutadas en damas sú­bitamente endonadas o endonadas ("doña Tolosa" y "doña Moli-

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ñera"), un manual que, siendo libro de cuentas de paja y cebada para arrieros, alude acaso al Enquiridion de Erasmo, cuya traduc­ción reza Manual del perfecto caballero cristiano. Las inversio­nes paródicas son atribuibles en último término a la inventiva y a la intención carnavalesca del autor. Pero ¿a qué intención atribuir la frase "siempre murmurando entre dientes, como que rezaba", frase al parecer más accesoria que especificativa, más formularia que descriptiva? ¿Y qué significa, considerando que "murmurar", decir "entre dientes" y "rezar" se hallan en relación de equivalen­cia? Bueno es ahora seguir el ejemplo de Lázaro de Tormes y no tomar el caso "por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia".

Murmurar es onomatopeya del "ruido manso que haze el agua corriente". Murmuración: "una plática nacida de embidia, que procura manchar y obscurecer la vida y virtud agena. Es un mortal veneno de la amistad, como dize San Agustín [...] y es ofi­cio de gente vil y baxa [...]. San Bernardo [...] dize que la lengua maldiciente y murmuradora es pinzel del demonio y semejante a la vívora". 7 Así definidos por Covarrubias, los murmuros del Quijote hacen resonar, ya al agua que corre, ya a las lenguas o pinceles del demonio que a causa de la envidia dicen mal de otros, maldicen, acción ésta propia de gente mal nacida, de ruin casta.

Murmuro y sus variantes presentan en el Quijote los dos sig­nificados establecidos por el lexicógrafo. En el capítulo en el cual se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, aparece un locus amoenus donde "los sauces destilaban maná sabroso, reían­se las fuentes, murmuraban los arroyos" (Quijote II, 14, 740). En el pasaje de Dulcinea desencantada, "los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, iban a dar tributo a los ríos que los esperaban" (Quijote II, 35, 929). El significado negativo de murmuro es más frecuente y se aplica a diferentes personajes en los más variados contextos. Dominado por la cólera, con voz atropellada y lengua tartamuda, lanzando vivo fuego por los ojos, don Quijote descarga sobre el locuaz de Sancho esta metralla de adjetivos bajo la forma de una enume­ración con gradación: "¡Oh bellaco villano, malmirado, descom­puesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador

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y maldiciente!" (Quijote I, 46, 534). Instalado en su ínsula, San­cho hace un discurso en defensa de los jueces a quienes los solici­tantes de audiencias "les maldicen y murmuran, y les roen los huesos" (Quijote II, 49, 1023). "[...] y si el tal rico fue un tiempo pobre, allí es el murmurar y el maldecir y el peor perseverar de los maldicientes, que los hay por esas calles a montones, como enjambres de abejas" (Quijote II, 5, 669), advierte en tono de alegato Teresa Panza a Sancho. Y así otros casos.

Volvamos al ventero, quien lee el manual murmurando, esto es, en actitud de decir mal de otros a causa -según Covarrubias-de una envidia propia de gente como él, mal nacida y de ruin casta. Lee murmurando y murmura "entre dientes". Otro persona­je de la novela, Basilio, finge agonizar "murmurando entre los dientes el nombre de Quiteria" con "aliento corto y apresurado" (Quijote II, 21, 805). Don Quijote utiliza la misma técnica articu­latoria cuando cae de Rocinante a causa de la negligencia de San­cho, a quien "muchas maldiciones [...] entre dientes echó" (Qui­jote II, 30, 877). Pero sólo "el renegado", personaje apicarado como el ventero, lee "murmurando entre los dientes" (Quijote I, 40, 466). Me refiero al pasaje en el que cuchichea ante el "papel escrito en arábigo" por Zoraida. Buscando el origen de la técnica de leer "entre dientes", he encontrado 8 algunos esbozos de la cultura española que es oportuno referir.

Es probable que en 1499 se haya hecho en Burgos la primera edición de la Comedia de Calistoy Melibea. El año siguiente, en Toledo, apareció una segunda edición de la Comedia, acompa­ñada de paratextos que dan testimonio de la recepción defectuosa experimentada por el público inicial. Los tropiezos de los lectores y oyentes de 1499 motivarían en parte la edición toledana. No es de extrañar: La Celestina fue el primer diálogo dramático en prosa con marcado ascendiente latino escrito en español. Como tal, solicitaba del lector único la recreación juglaresca de espacios y tiempos y a la vez la futura tarea del actor de corrales: impos­tación vocal y gestual y desdoblamiento en cada una de sus doce voces-personajes. Cierra la edición toledana un grupo de octavas compuestas por el corrector de la obra, Alonso de Proaza. Cosa en verdad extraordinaria, una de las octavas instruye al lector para que lea correctamente la obra. Se trata, ni más ni menos, de

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una actio destinada a la ejecución de un texto original. De ahí el epígrafe: "Dize el modo que se ha de tener leyendo esta come­dia". Tópicas y escuetas en apariencia, las instrucciones son fuente de información valiosa. Proaza las introduce prometiendo al virtual lector "a mucha atención [...] mover los oyentes". Am­bas finalidades -atención y conmoción- apuntan hacia la retórica latina, muy estimada entonces. Ahora bien, la primera de dichas instrucciones 9 es, en mi opinión, la más necesaria a la correcta oralización de La Celestina. Dice así: "cumple que sepas hablar entre dientes".

El caso es que ninguna actio de las retóricas clásicas, como tampoco, por ejemplo, la Poetria Nova de Geoffroi de Vinsauf, discurre sobre la pronunciación "entre dientes", técnica articula­toria sin la cual la lectura de La Celestina se volvía confusa, ya que su función es, como bien ha mostrado Marcel Bataillon, diferenciar los numerosos apartes entreoídos del resto de los dis­cursos. 1 0 Las comedias de Plauto y Terencio -modelos directos de La Celestina- presentan apartes, incluso entreoídos (véase An-dria, Acto III, Esc. IV); sin embargo, en ellas no aparece el habla "entre dientes". Fue por lo tanto recurso de los comediantes lati­nos pronunciar el habla encubierta y cuchicheante. Lo que se sabe de los actores cómicos, puesto que no se conocen retóricas para comediantes, se debe a los rétores clásicos, quienes aconsejan al orador aprender de ellos, así como deplorar sus exageraciones. Para el orador el arte del cómico era conflictivo: a un tiempo lo utilizaba y lo reprobaba. Es sabido que Cicerón se ejercitó con Roscius, el actor más insigne de Roma. En De Oratore enfatiza la importancia de la actio, pero le concede, como los demás precep­tistas, poco espacio en sus retóricas. Es interesante observar que las descalificaciones de los rétores latinos en contra de los actores cómicos" se corresponden con las censuras que formularon los predicadores medievales en contra de los juglares y de las voces de los cazurros. 1" Descalificaciones similares tuvieron por blanco en los siglos XVI y XVII a los bufones de palacio -herederos de los juglares, como lo prueba Zumthor- 1 3 y, sobre todo, a los actores de los corrales.

Así las cosas, pareciera entonces que los autores de La Celes­tina introdujeron el aparte en la literatura española y que fue in-

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vención de Proaza pronunciarlo "entre dientes". Una invención natural, puede decirse, pues hablar "entre dientes" era una costumbre social reprobable y, por lo tanto, apropiada a las hablas hipócritas, resentidas y rebeldes de criados, prostitutas y alca­hueta.

Por lo menos hasta el siglo XVIII se hablaba en España "a borbotones", "a bulto o a tiento", "en griego", "en algarabía", "de vicio" (por costumbre, sin reflexión), "de memoria o de cabeza" (sin conocimiento), "al aire" (sin fundamento), "a chorros", "a destajo" (mucho), "gordo" (tener la lengua gorda, hinchada, es estar ebrio), "de hilván" (atropelladamente, como los sastres), "con lengua de plata" (solicitando algo por medio de dádivas), "por detrás o a las espaldas". Se hablaba "a la mano" (cortando a otro el discurso), "de manos" (manoteando; también se dice de quien tiene manos prestas para castigar), "por la mano" o "por señas", "por las narices" (hablar gangoso), "con los ojos". También "al alma" (desnudamente), "a la bastarda" (sin retórica), "de tejas abajo" (de cosas mundanas), "recio" (alto, claro, con enojo), "entre sí o consigo" (preguntando y respondiendo, como si se conversara con otro) y de muchas otras maneras, por ejemplo, "entre dientes". 1 4

En 1611 Covarrubias consignó la equivalencia "hablar entre dientes"-"dezir mal de otro"-"murmurar". Pero no es la suya la primera documentación de ese comportamiento social actualizado en el habla vulgar. Ya en la primera mitad del siglo XVI Francis­co de Espinosa anota en su Refranero: "No curéys de hablar entre dientes". 1 5 Téngase en cuenta que los "dientes de embustero" son "los muy separados unos de otros". 1 6 Algunos refraneros asocian el acto de comer al de murmurar, indicando, tal vez, un lejano origen del habla "entre dientes". "Habla baxo, la de Xuan de Axo". 1 7 El sentido puede ser éste: la mujer de Juan apenas despe­ga los labios al hablar con el fin de retener el aliento a ajo. Mur­muración y pestilencia se corresponden recíprocamente. Cito un refrán más: "Sin palillos y murmuración, no se hace buena diges­t ión". 1 8 Se comprende: los comensales empiezan a murmurar en la sobremesa porque el palillo, cuando monda, obliga a hablar "entre dientes". Se trata de costumbres sociales centenarias.

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No es probable que Proaza haya sido el primero en adaptar la manera coloquial de hablar "entre dientes" a las técnicas de trans­misión literaria en voz alta. La referencia más temprana que co­nozco se encuentra en el Libro de Alexandre. La copla número trece refiere el asombro general ante las proezas infantiles del príncipe Alejandro de Grecia:

Los unos a los otros fablauan entre dientes este moco conquerrá ['conquistará'] las indianas gentes Felipo e Olimpias que eran sus parientes auian grant alegría metien en todo mientes [.]"

El designio de la transmisión en voz alta -más o menos tea-tralizada- del Libro se manifiesta desde el inicio a través de fór­mulas que sirven de enlace entre el autor y sus oyentes virtuales, fórmulas que actualizaría el declamador o lector en turno: "Sen-nores", "Qui oir lo quisier" (el "mester"), "Quiero leer", etc. Las didascalias que orientan la actio del lector están implícitas en el texto. De los versos citados, el primero, completo, corresponde a la voz del narrador y todo el segundo, a la voz de lo que "unos" hablan "a otros". La fórmula "entre dientes", que remata el pri­mer verso, marca la transición entre ambas voces, anticipa la introducción del estilo directo y, a la vez, instruye la pronun-tiatio. Sin embargo, ignoramos qué significaba en el siglo XIII hablar "entre dientes" o por qué debía pronunciarse de este modo la intuición general de que Alejandro dominaría Oriente.

El Libro de buen amor contiene varios casos elocuentes. Uno corresponde a la pelea del Arcipreste con don Amor:

A obra de piadat tú nunca paras mientes, nin visitas los presos nin quieres ver dolientes, sinon solteros, sanos, mancebos e valientes; si locanas encuentras, fáblasles entre dientes.

Otro se halla en la respuesta de don Amor al Arcipreste:

Quando la mujer vee al perezoso covardo, dize luego entre dientes: "¡Oxte! tomaré mi dardo." con muger non enpereces, nin te enbuelvas en tabardo: del vestido más chico sea tu ardit alardo ['alarde'].

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Uno más aparece en el "Enxienplo de lo que conteció a don Pitas Payas, pintor de Bretañia":

Diz la mujer entre dientes: "Otro Pedro es aqueste, más garçon e más ardit qu'el primero que ameste [..J.M

A las mujeres loqanas ( 'elegantes', 'lascivas'), a los hombres sexualmente perezosos y a los amantes ("Otro Pedro es aqueste") se habla "entre dientes". Los tres casos tienen en común la sexua­lidad ilícita, más o menos obscena. Quizá la mentalidad española del siglo XIV había ya codificado la relación entre algunas varie­dades de este tema y el habla cuchicheante. En cualquier caso la fórmula de marras indica al lector o declamador del Libro que pronuncie murmurando tales hablas, lo cual las separa de las de­más. Así la conclusión cae por su peso: el Arcipreste usaba de modo intencional y consistente lo que llamamos aparte.11

Bataillon dedicó notables páginas al estudio de la técnica del aparte en La Celestina. Sus autores motivaron la creación del gé­nero celestinesco -así Bataillon- al componer apartes entreoídos oralizables "entre dientes". La Segunda Celestina, la Comedia Florinea, la Comedia Thebayda, Viaje de Turquía y La Dorotea, entre otras obras, forman parte de dicho género."" El hispanista advierte en los numerosos apartes entreoídos de La Celestina una "technique de moralité" revelada por Proaza allí donde propone leer "entre dientes". Mi punto de vista es otro: Rojas y su prede­cesor anónimo utilizaron el sistema de inversiones humorísticas propio de la comedia como recurso indispensable para transmitir su visión del mundo. Sólo por medio de la comicidad fue posible publicar las voces maldicientes y envidiosas de alcahueta, criados y prostitutas, en razón de que esas voces se confabulan para poner de cabeza el mundo encamado por Pleberio. De ahí que los mur­mullos "entre dientes" de tales personajes sean casi siempre bur­lescos. Consecuentemente, la lectura de los apartes entreoídos debe ser más o menos histriónica. Por eso es que la primera ins­trucción de Proaza es primordial. Sin ella, lector y auditorio este­reotipan a los personajes, diluyen su actitud e intención y, de mo­do general, confunden el género de la obra. Herederos del arte

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vocal juglaresco, los autores de La Celestina volvieron prota-gónicos a los bajos fondos sociales. Desde allí, desde abajo, en­treoídas, en forma de murmullos, comenzaron a escucharse en la literatura culta y por modo cómico las voces de la plebe, sus deseos impronunciables, su rebeldía, su afán vengativo. A través de la Comedia de Calisto y Melibea esas voces irrumpieron con múltiples variaciones en la literatura española del siglo XVI. El ciclo celestinesco las hizo resonar en los corrales de comedias. El ciclo novelesco, en las vidas de picaros.

La genealogía descrita nos aproxima al modo de leer del ven­tero. Maldiciente y cuchicheante, apicarado e histriónico, el falso armador del caballero excéntrico finge leer de un fingido manual. Portadora de envidia, ininteligible, su voz es un murmuro conti­nuo, un maldecir "entre dientes", un aparte entreoído, esto es, malentendido por don Quijote, las rameras, los arrieros y también por los lectores u oyentes de la novela, pues no hay personaje que demande -como suele ocurrir en esta clase de apartes- un habla audible. Hasta aquí el ventero no desdice su parentesco con un Pármeno o un Sempronio. Sin embargo, el narrador remata la fra­se subordinada ("siempre murmurando entre dientes") con una comparación desconcertante ("como que rezaba"). A golpe de vista o de oído la frase viene a decir: 'el ventero al murmurar en­tre dientes finge rezar'. Pero si observamos cómo se reza en el Quijote - y se reza muy poco, hay que decirlo-, el sentido cambia.

Encontré en la obra diez ocurrencias del término rezar y sus variantes. Cuatro de ellas son anecdóticas y no generan especial interés. Las seis restantes, en las que hay que incluir el pasaje del ventero, se hallan en contextos negativos. En la aventura con el cuerpo muerto, don Quijote explica su embestida en contra de los sacerdotes con estos términos: "El daño estuvo [...] en venir [...] de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejá-bades cosa mala y del otro mundo [...] los mesmos satanases del infierno, que por tales os juzgué y tuve siempre" (Quijote I, 19,204). El segundo caso, sobre el que ha corrido no poca tinta, y que motivó expurgos en la segunda edición del Quijote, ocurre en Sierra Morena. Queriendo rezar y no teniendo rosario con que hacerlo, don Quijote improvisó uno anudando "una gran tira de

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las faldas de la camisa" y, acto seguido, "rezó un millón de avemarias" (Quijote I, 26, 291-292). 2 3 Menos espectacular, pero quizá más elocuente, es el pasaje en el que doña Rodríguez sale en defensa de las dueñas arremetiendo en contra de los escuderos, quienes, según ella, "los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras" (Quijote II, 37, 937). 2 4

La identificación sacerdotes-satanases es atribuible a la locura de don Quijote. También la confección grotesca del rosario y el millonario rezo de avemarias. En cambio, doña Rodríguez declara en su sano juicio el vaivén escuderil de rezar y murmurar, po­niendo en contacto dos prácticas orales que en la Primera Parte de la novela el narrador presenta en relación de equivalencia a propósito de la lectura del ventero. ¿Resulta exagerado proponer la figura de geminación a distancia entre murmurar y rezar"? La duda se desvanece si se escuchan las palabras del narrador alusi­vas a las voces de los sacerdotes que cortejan un cuerpo muerto: "Iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y compasiva" (Quijote I, 19, 201). Se comprende: los sacerdotes 'iban rezando'. Sea en las acciones y discursos de los personajes, sea en la enunciación del narrador, los actos orales de murmurar y rezar presentan equivalencia." 5 Por lo tanto, la afirmación de que 'el ventero al murmurar entre dientes finge rezar' debe sustituirse por esta otra: 'el ventero finge leer, rezando, murmurando entre dientes'.

Quisiera sugerir que la frase de marras contiene una didas-calia cuya función es instruir al lector oral del Quijote en la actio necesaria para que el personaje diga un aparte entreoído 2 6 por medio del cual don Quijote quede armado caballero. En dicha actio es posible percibir una técnica articulatoria de origen cente­nario (pronunciar "entre dientes"), un volumen bajo de voz y un tono compasivo, si atendemos a los murmuras de los encami­sados. Asimismo es posible percibir la maledicencia envidiosa propia del murmurador y la actitud del personaje apicarado, actitud necesariamente histriónica a la hora de publicar, por lo bajo, como las voces celestinescas, un habla marginal.

La tríada murmurar-decir entre dientes-rezar es portadora de múltiples significaciones, de las cuales la más inquietante es aquella que designa al rezo como un cuchicheo maldiciente. Di-

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NOTAS

1 JORGE LUIS BORGES, Siete noches, Fondo de Cultura Econó­mica, México, 1980, p.27.

2 MICHEL MONER, Cervantes conteur. Écrits el paroles. Casa de Velázquez, Madrid, 1989, p. 85. Para otros estudios, véase JAMES IFF-LAND, "Don Quijote dentro de la 'Galaxia Gutenberg'. (Reflexiones so­bre Cervantes y la cultura tipográfica)", Journal of Hispanic Philology, 14 (1989), 2 3 4 1 ; JOSÉ MANUEL MARTÍN MORAN, "Cervantes: el juglar zurdo de la era Gutenberg", Cervantes, 17 (1997), 122-144; MARGIT FRENK, "¿Cómo leía Cervantes?", en AURELIO GONZÁ­LEZ (ed.), Cervantes 1547-1997, El Colegio de México-Fondo Eulalio Ferrer, México, 1999, pp.131-137.

chas significaciones se diseminan a lo largo del Quijote cada vez que acontecen las prácticas orales constitutivas de la tríada. Des­de esta perspectiva podemos preguntarnos si "el renegado" maldi­ce en voz baja y compasiva el papel de Zoraida, si reza en arábi­go las palabras de la mora. Como quiera que sea, los rezos, las murmuraciones, los dichos "entre dientes", sus tonos e intencio­nes, no fueron invención cervantina: eran voces sociales que expresaban en el siglo XVII costumbres centenarias. A través de un oído privilegiado y de una intención critica, Cervantes puso en contacto esas voces, por ejemplo en el aparte entreoído del vente­ro, cuya voz y acentos, ascendiendo desde los bajos fondos socia­les hasta los dientes, dicen, mal o bien, pues con Cervantes nada es seguro, dicen el rito apócrifo de iniciación por medio del cual don Quijote irrumpe en su siglo y lo transforma. Los murmuros de España resuenan en los del ventero y éstos, en los del narrador. Murmura el texto y reza y con él murmurarían y rezarían sus lectores orales contemporáneos.

Es extraño el ascetismo de no intentar reconstruir con la parti­tura del Quijote la voz extraordinaria de un hombre de "bigotes grandes", "boca pequeña" y "dientes ni menudos ni crecidos, porque no [tenía] sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no [tenían] correspondencia los unos con los otros".

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3 FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Prólogo de Olga Camps, 6 a ed., Fontamara, Barcelona, 1994, p.27 [I a ed. , 1974].

4 SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS, Tesoro de la Lengua Caste­llana o Española, ed. facs., Turner, Madrid-México, 1984.

s Para la poética de la voz en La Celestina y en la relación de Las Casas, véase, GUSTAVO ILLADES, "Gozo me toma en verte fablar: el apetito auditivo de los personajes celestinescos", Medievalia, Universidad Nacional Autónoma de México, 29-30 (junio-diciembre de 1999), 52-59; "Ecos de una 'poética de la audición' en La Celestina", en LILLIAN VON DER WALDE (ed.), Propuestas teórico-metodológicas para el estudio de la literatura hispánica medieval, Publicaciones de Medievalia 27, Universidad Nacional Autónoma de México-Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2003, pp.323-334; "Poética de la voz: Las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias"; Universidad Autónoma Metropolitana, México (en prensa).

6 MIGUEL DE CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, ed. Diri­gida por Francisco Rico, Instituto Cervantes-Crítica, Barcelona, 1998, p. 60. En adelante, escribo Quijote, la parte, el capítulo y la página a renglón seguido y entre paréntesis.

7 SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS, op. cit. 8 Véase GUSTAVO ILLADES, "Observaciones sobre la actio del

lector (de La Celestina a la sátira anónima novohispana)", Escritos. Re­vista del Centro de Ciencias del Lenguaje, Benemérita Universidad Autó­noma de Puebla, 27 (enero-julio de 2003), (en prensa).

9 "Si amas y quieres a mucha atención/ leyendo a Calisto mover los oyentes,/ cumple que sepas hablar entre dientes,/ a vezes con gozo, espe­ranza y passión./ A vezes ayrado, con gran turbación./ Finge leyendo mili artes y modos,/ pregunta y responde por boca de todos,/ llorando y riendo en tiempo y sazón." FERNANDO DE ROJAS, Comedia o Tragicomedia de Calisto v Melibea, ed. de Peter E. Russell, Castalia, Madrid, 1991, pp. 613-614.

1 0 El aparte entreoído es el dicho por un personaje a su interlocutor de tal manera que éste lo entreoiga sin entenderlo, pues el contenido del aparte es indecoroso. Suele suceder en La Celestina que el interlocutor demande un habla comprensible, lo cual propicia la rectificación de las palabras del primer locutor, esta vez decorosas, pero hipócritas. Las edi­ciones antiguas de La Celestina no presentan didascalias explícitas que señalen ningún tipo de aparte. Fue competencia del lector advertirlos y, luego, mostrarlos vocal y, quizá, gestualmente. La correspondencia entre la lectura "entre clientes" instruida por Proaza y los apartes entreoídos fue advertida por MARCEL BATAILLON en "La Célestine" selon Fernan­do de Rojas, Didier, París, 1961, p.83 y ss. Para un estudio sistemático de

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los apartes de la obra, véase MARÍA ROSA LIDA DE MALKIEL, La originalidad artística de "La Celestina ", EUDEBA, Buenos Aires, 1970.

" Los ejemplos abundan. Baste mencionar que, según Aristóteles, a Calipides y a Pindaro se les llamaba simios por exagerar demasiado. ARISTÓTELES, Poética, T reimpresión, ed. trilingüe de Valentín García Yebra, Gredos, Madrid, 1992, 61b33-62al.

1 2 "Había toda una poesía popular cazurra que alarmaba a la iglesia. Un penitencial aragonés manuscrito a principios del siglo XIII recomien­da al confesor que pregunte acerca de los pecados relativos a los cantares cazurros, cuando trata del sentido del oído: 'e deve demandar el preste al pecador... del odir; si ode de buena mientre cantares o otros omnes que dicen paraulas feas; que los pecadores enújanse de odir la misa e las paraulas de Dios, e de los cantares de la[s] cacurias non se enuyan'". RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL, Poesía juglaresca y juglares, 8 a ed., Espasa-Calpe, Madrid, 1983 [I a ed., 1942], p.162. "Cazurría era toda gra­cia disparatada e inconveniente, sea pesada o chabacana, sea escabrosa o deshonesta. Las Partidas [II, 4 o , 2 a] lo declaran: 'Et las palabras [...] ¡lá­manlas cazurras, porque son viles et desapuestas et non deben seer dichas ante homes buenos.'" ¡bid. Para más ejemplos, véase PAUL ZUMTHOR, La letra y la voz. De la "literatura" medieval, trad. de Julián Presa, Cátedra, Madrid, 1989 [I a ed. en francés, 1987], pp.70 y ss.

" PAUL ZUMTHOR, op. cit., pp.80-82. 14 Diccionario de Autoridades, Tomo Tercero, ed. facs., Real Acade­

mia Española, Gredos, Madrid, 1969, p.270. 1 5 FRANCISCO DE ESPINOSA, Refranero (1527-1547), ed. de

Eleanor S. O'Kane, Anejo XVIII, Boletín de la Real Academia Española, Madrid, 1968, p. 123.

16 Diccionario de la Lengua Española, 22 a ed., Real Academia Espa­ñola, España, 2001, p.554.

1 7 GONZALO CORREAS, Vocabulario de refranes y frases prover­biales (1627), Texte établi, annoté et presenté par Louis Combet, Institut D'Études Ibériques et Ibéro-Américaines de L'Université de Bordeaux, Lyon, 1967, p.585.

1 8 LUIS MARTÍNEZ KLEISER, Refranero general ideológico espa­ñol, Real Academia Española, Madrid, 1953, p.63. Martínez Kleiser incorpora esta nota de Francisco Rodríguez Marín: "De estos palillos escarbadientes se llamó palique a la conversación o plática de sobre­mesa". Por su parte, J. COROMINAS observa en su Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico que palillo se emplea por 'conver­sación, especialmente la que se tiene de sobremesa', porque al mismo tiempo los comensales se mondan los dientes con palillos. Durante el ban­quete que Celestina comparte con criados y prostitutas, Sempronio establece de manera implícita la relación placer-comida-habla-murmu-

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ración: "Tía señora, a todos nos sabe bien, comiendo y hablando; porque después no havrá tiempo para entender en los amores deste perdido de nuestro amo y de aquella graciosa y gentil Melibea". FERNANDO DE ROJAS, op. Cí7.,p.406.

19 Libro de Alexandre, Estudio y ed. de Francisco Marcos Marín, Alianza Editorial, Madrid, 1987, p.93.

2 0 ARCIPRESTE DE HITA, Libro de buen amor, 2 vols., ed. de Jacques Joset, Espasa-Calpe, Madrid, 1974, pp. 138, 175 y 186 (Vol. I).

2 1 Hace ya medio siglo Dámaso Alonso 'escuchó' un aparte en los versos 123-128 del Poema de Mió Cid, aunque allí no se habla "entre dientes". Véase "Estilo y creación en el Poema del Cid", en Ensayos so­bre poesía española, Buenos Aires, 1944, pp.69-111.

2 2 Véase MARCEL BATAILLON, op. cit., pp.83-91. 2 5 Para Bataillon el pasaje es un eco del erasmismo en Cervantes, un

"chiste irreverente" ante "las oraciones rezadas por docenas como ora­ciones de ciego". El hispanista siente el prurito de aseverar que Cervantes, "lejos de estar en contradicción con la Contrarreforma española, se nos muestra maravillosamente de acuerdo con los grandes hombres de ese movimiento"; por ello no debe ser anexado -como hace Américo Castro-a un "racionalismo negador de la fe cristiana". MARCEL BATAILLON, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, 2 a

ed., I a reimpresión, trad. de Antonio Alatorre, Fondo de Cultura Econó­mica, México, 1982 [I a ed. en francés, 1937], pp.784-787.

2 4 Otra ocurrencia de rezar involucra a un personaje moralmente negativo, Maritornes, quien "prometió de rezar un rosario, aunque peca­dora, por que Dios le diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que había emprendido" (Quijote I, 27, 300). La ironía es patente.

2 5 Tanto es así que la prohibición explícita de murmurar entra en con­tacto, no con el acto de decir un rezo, sino con el de oír misa, como lo muestra el autorretrato moral que compone el ejemplar don Diego de Miranda (Quijote II, 16, 754): "Yo [...] soy un hidalgo [...] son mis con­vites limpios y aseados y nonada escasos; ni gusto de murmurar ni con­siento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día, reparto de mis bienes con los pobres [...]". Nótese que las palabras de don Diego hacen referencia a la costumbre de murmurar entre dientes en la sobremesa registrada en los refraneros y aplicada con naturalidad por Sempronio en el Noveno Auto de La Celestina.

2 6 En el capítulo 22 de la Segunda Parte (p.810) se halla un aparte entreoído típicamente celestinesco:

"Oía todo esto Sancho y dijo entre sí: —Este mi amo [...].

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Murmuraba esto algo Sancho, y entreoyóle su señor y preguntóle: —¿Qué murmuras, Sancho?

No digo nada, ni murmuro nada -respondió Sancho-; estaba diciendo entre mi que [...]."

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