Guion El Medico de Los Muertos

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El medico de los muertos Durante muchísimos años, el pequeño cementerio había sido un verdadero lugar de reposo,dentro de sus amarillentos paredones; detrás de la herrumbrosa y alta puertacerrada. Algunos arbole, entretanto, habían crecido; se había vuelto coposos ycorpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo también; poco a poco fueacercándose al cementerio, y acabó, finalmente, por rodearlo atrás, enclavadoen el interior de un barrio nuevo. Los muertos dormidos en sus fosas, no sedieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos años más. Pero,después, hubo sorpresas. La ciudad seguía ensanchándose, año tras año, y por todaspartes se busca ahora, como el mas preciado bien, cualquier sobrante delterreno aún disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidadoscamposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para darasiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana,los muertos que habían sido arrojados de otro distante cementerio (en donde unacompañía comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio ydescanso a sus hermanos; estos refunfuñaron; pero les dieron puestos, al caboestrechándose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero mas tarde aún,cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar maselevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle podía verse unabrupto y rojizo talud, y sobre éste, la vieja tapia del cementerio, coronadapor el follaje de los arboles y las enredaderas; brotaban éstas igualmente, porentre el carcomido resquicio del portón, y por todos lados alargaban sus brazosy sus ganchos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraronpara sostenerse y extenderse mas aún. Pronto pasaron por allí cerca losautobuses y los camiones, y esto empezó a molestar mucho a los muertos, sobretodo a los que estaban enterrados del lado del barraco que lidiaba la calle. Latierra se estremecía trepidaba y los removía en sus fosas, cada vez que una deaquellas pesadas maquinas pasaba. Ellos se daban vueltas, se tapaban los oídos,se acomodaban lo mejor que podían. Pero el poderoso y confuso rumor de laciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel inquieto sueño intermitente;empezaron, entre ellos, a cambiar misteriosas señales subterráneas, y unanoche, previo acuerdo probablemente, salieron varios muertos de sus tumbas, yacordaron ir en busca del Celador del cementerio para exponerles sus quejas. Apoco andar, no sin sorpresa, descubrieron que ya no había Celador, ni capilla,ni nada que se les pareciera. El camposanto había sido clausurado, esto eraevidente, desde incontables años atrás, y nadien del mundo de los vivos entrabanunca allí… Kenessys- Esto a cambiadomucho (echando un vistazo en su alrededor)… Recuerdo muy bien que cuando a mime vinieron a enterrar, quede material mente cubierto de rosas, azucenas yjazmines del Cabo; no veo ahora ninguna de estas flores aquí; solo paja; paja yverdolaga, e insignificante florecillas, de esas que no tienen nombre alguno… Martin- Mi tumba!! Era unriente jardín; mil flores lo adornaban; daba gusto sentirse ahí debajo. Nopodía yo verlas ni deleitarme con su aroma y sus colores; pero, en

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El medico de los muertos

Durante muchísimos años, el pequeño cementerio había sido un verdadero lugar de reposo,dentro de sus amarillentos paredones; detrás de la herrumbrosa y alta puertacerrada. Algunos arbole, entretanto, habían crecido; se había vuelto coposos ycorpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo también; poco a poco fueacercándose al cementerio, y acabó, finalmente, por rodearlo atrás, enclavadoen el interior de un barrio nuevo. Los muertos dormidos en sus fosas, no sedieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos años más. Pero,después, hubo sorpresas. La ciudad seguía ensanchándose, año tras año, y por todaspartes se busca ahora, como el mas preciado bien, cualquier sobrante delterreno aún disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidadoscamposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para darasiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana,los muertos que habían sido arrojados de otro distante cementerio (en donde unacompañía comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio ydescanso a sus hermanos; estos refunfuñaron; pero les dieron puestos, al caboestrechándose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero mas tarde aún,cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar maselevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle podía verse unabrupto y rojizo talud, y sobre éste, la vieja tapia del cementerio, coronadapor el follaje de los arboles y las enredaderas; brotaban éstas igualmente, porentre el carcomido resquicio del portón, y por todos lados alargaban sus brazosy sus ganchos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraronpara sostenerse y extenderse mas aún. Pronto pasaron por allí cerca losautobuses y los camiones, y esto empezó a molestar mucho a los muertos, sobretodo a los que estaban enterrados del lado del barraco que lidiaba la calle. Latierra se estremecía trepidaba y los removía en sus fosas, cada vez que una deaquellas pesadas maquinas pasaba. Ellos se daban vueltas, se tapaban los oídos,se acomodaban lo mejor que podían. Pero el poderoso y confuso rumor de laciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel inquieto sueño intermitente;empezaron, entre ellos, a cambiar misteriosas señales subterráneas, y unanoche, previo acuerdo probablemente, salieron varios muertos de sus tumbas, yacordaron ir en busca del Celador del cementerio para exponerles sus quejas. Apoco andar, no sin sorpresa, descubrieron que ya no había Celador, ni capilla,ni nada que se les pareciera. El camposanto había sido clausurado, esto eraevidente, desde incontables años atrás, y nadien del mundo de los vivos entrabanunca allí…

Kenessys- Esto a cambiadomucho (echando un vistazo en su alrededor)… Recuerdo muy bien que cuando a mime vinieron a enterrar, quede material mente cubierto de rosas, azucenas yjazmines del Cabo; no veo ahora ninguna de estas flores aquí; solo paja; paja yverdolaga, e insignificante florecillas, de esas que no tienen nombre alguno…

Martin- Mi tumba!! Era unriente jardín; mil flores lo adornaban; daba gusto sentirse ahí debajo. Nopodía yo verlas ni deleitarme con su aroma y sus colores; pero, en cambio, paseaños y años entreteniéndome, viendo desarrollarse y avanzar las miles y milesde raíces que crecían junto a mi fosa. Nada hay tan interesante y apropiadopara un buen observador subterráneo; el crecimiento, el forcejeo, los juegos ylas luchas de las raíces entre sí; sus tácticas y astucias; constituyeron elapasionante espectáculo que puede contemplarse bajo la faz de la tierra. Casiun siglo he pasado yo observándolo, y no me parecen mas que cortos minutos.Pero ocurrió, finalmente algo tremendo… Una enorme raíz, un verdadero y gigantesubterráneo que desde hace unos sesenta años se acercaba a paso lento ycauteloso, acabó por llenar completamente el sitio, desalojando y empujando atodas las demás raíces, grandes o pequeñas. Yo mismo me vi tapiado por este ycomprimido por este horrible subsuelo…

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Luismary- M e acuerdoahora... (Murmurando, interrumpiendo este discurso), me acuerdo ahora que poraquí mismo fue enterrado, cierta vez, Pompilio Udano, quien fuera nuestrocelador por largo tiempo…

(Se pusieron a mirar entre lascruces casi todas caídas, torcida o medio hundidas en la tierra. De pronto,descubriendo bajo un oscuro ciprés lo que buscaban, y acercándose bastante,pudieron leer, a la luz de sus propias cuencas vacías… aunque dificultosamente,a la verdad, el borroso epitafio del antiguo Celador del camposanto)

(Tocaron, discretamente, en lalosa. Dieron luego fuertes golpes en el suelo, con los puños cerrados. Comonadien respondía tampoco, doblo el espionaje Luismary y acercando el hueco deuna de las grietas del terreno, lanzó por allí insistentes llamadas en vozalta)

Luismary- ¡Popillo!¡Popillo Udano! ¡Señor Popillo!

(Sedeslizo ella misma, toda entera, por la grieta, y desapareció completamente dela vista. A poco puedo oírse el rumor de una animada conversación entablaba enel fondo de la cueva, no tardo de surgir el visitante, a la vez por una segundagrieta aparecía, un poco más lejos, el propio señor Pompilio Udano) (Discutióseel asunto un buen rato y Pompilio opuso una fría negativa a reasumir laresponsabilidad del orden y la paz del camposanto, pues no se consideraba yaobligado a ello, dándose por muerto)

Luis- A causa de mi lamentadadesaparición (explicó egolatría, el señor Pompillo), el campo santo fuedefinitivamente clausurado; desde entonces, en todo ese tiempo, solo una vezsubí a la superficie, por un rato, llamado, lo recuerdo, por el medico…

Todos- ¿Por el médico? (Preguntaron todos)

Luis- Si, ¿o sabían que tenemos aquí un muerto?

Todos- No lo sabíamos,no lo sabíamos (Respondieron todo a la misma vez)

Luismary- Bueno essaberlo… aunque a mi nunca me ha dolido nada (agregó al punto, tocando maderaen una cruz vecina)

Yainelmar- Claro (lereplico, sin mas tardar, una amargada esqueleto allí presente) ¡Claro! Si túestas bien instalado en una tumba de los mejores; en la más seca y tranquila detodo el cementerio, y si no fuera por el barranco…

Kenessys- Llamemos almédico a ver que opina (dirigiéndose al celador y dando por no escuchado elcomentario tan amargo de aquella esqueleto)

Martin- Nos dará algopara dormir, tal vez (insinuó una voz)

Luis- Pues por allí…(Señalando), Pero… ¿qué razón habría para llamarle a tal altas horas comoestas? Nadien parece enfermo grave aquí…

Emily- ¡Yo! … díganleque estoy a las puertas del sepulcro de la familia Torreitía…

(Acabo llegaba ya el doctor. Mirócon fijeza al paciente, y allí mismo procedió al reconocimiento y examen)

Yohandri- Respire...Respire... Otra vez

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Emily- estoy aquíechado sobre hojas secas, doctor (Explica la enferma) es ese, tal vez, el ruidoque…

Yohandri- ¡Hum! (gruño eldoctor sin interrumpirse en su tarea)

Emily- ¡Pero doctor!¡Si yo me hice la enferma solo como pretexto para poder llamarle a usted aestas hora! Y no siento nada, no tengo nada, absolutamente nada; solo elinsomnio causado por…

Yohandri- ¿No sientenada? ¡Pudiera ser!.. Pero ustedpresenta síntomas… síntomas alarmantes… síntomas inequívocos… en una palabra,¡síntomas de vida!

Todos- ¡OH!(retrocediendo todos, con movientes de horror) ¡Síntomas de vida! ¡Síntomas devida!

Emily- ¿Qué debo hacer?¿Qué debo hacer, doctor? (suplicaba, al mismo tiempo asustada)

Yohandri- Por lo pronto(dijo el doctor), meterse en su fosita. Quedarse quietecita pero ¡no tema!

(No se movió más el esqueleto, yel grupo se llevo al doctor hacia otro lado)

Yohandri- Este cálidovaho… este efluvio falaz, esta hipócrita noche… (Murmurando, el buen doctor,como hablando para si mismo)

Kenessys- De todos modosse me ocurre una idea…

(El medico la miro con atención)

Todos- ¡Hum!

Pero se oyó en ese mismo instanteotra vez, un susurro, más bien, que parecía venir de muy cerca, a la vez que demuy lejos:

Emily- Doctor… doctor …

(Se entristeció el medicodeteniéndose para observar)

(Desde el fondo de la tierra,llegaba hasta su oído así como la débil resonancia de una remota y juvenil vozde mujer.)

Emily- Cada vez quevuelve la primavera, doctor…

Yohandri-¡Hum!...

Emily-quisiera andar, cantar, reír, llorar…

(Desapareció el medico, penetrando en lagrietada superficie de donde la misteriosa voz había salido...)

(Cuando volvió a reunirse con el grupo, la lunahabía hecho su aparición entre las nubes; flotaba dulcemente en el espacio.Ligeras ráfagas de brisa acariciaban el follaje de las ceibas y los mangos.Confundido tal vez por el intenso resplandor de la luna... o en sueños quizás…un pájaro llamaba, piando, por momentos, como el despurtar del día, desde algúnhueco del muro. Nuevas hojas brillaban, húmedas y relucientes, en los enormesbrazos de una ceiba. Otra ceiba, al otro aparecía cubierta, toda ella, de blancuzcaflores, compactas y apretujadas entre si, que exhalaban un acre y penetrantearoma. Lanzando sus silbidos, revoloteaban, en torno, los murciélagos, comoalrededor de una inmensa golosina; se detenían en el aire, en suspenso ante lasflores; libaban en los cálicesde todos los lados a la vez llegaba el chirridodelos grillos. Y las insignificantes

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florecillas silvestres y rastreras, esas queno tienen nombre alguno, ni fragancia ni esplendores; por todas recubrían,piadosamente sin embargo, la tierra del camposanto. Nadien fijaba en ellas lamirada; pero el medico si las veía).

Yohandri-Habrá que precaverse

Yainelmar-ja… ja… Eso quisiera yo también. ¡Como no! Estar bien al abrigo, y al segurobajo tierra, con mi lapida encima, por tan feo tiempo como el de esta noche…Horrible tiempo de primavera, con pimpollos, nidos, luna, brisa, fragancias,cuchicheos… un tiempo para como estarse uno encerrado, allá abajo, quieto yserio… ¡Pero cada momento estoy temiendo que se desmorone el barranco en donde estoy y vayan a para mispobres huesos quien sabe dónde!

Yohandri-Cuando me contaba entre los vivos, iré medico entre ellos, ¡que vano yquimérico trabajo, el de luchar con otra la muerte! A veces, el desaliento meinvadía, y no aspiraba ya entonces más que a la muerte misma, para lograr alfin que nunca hallaba en la existencia… Y ahora…, ahora soy el medico de losmuertos… estoy muerto yo mismo… bastante sé ya, después de todo, sobre esteotro incurable mal que nos acosa, noche y día, bajo la aparente quietud delcamposanto… esta implacable e invencible vida, que por todas partes recomienza,a cada instante… su trabajo de zapa interminable… ¡Alucinante morbo!¡Espeluznante enfermedad!

(Echó a andar, por entre las cruces y las losas…o por lo que de ellas aún quedaba, aquí o allá, y fue a hundirse, blandamente,en aquel mismo punto de ciprés, que rea lo suyo. Pudo escuchar con cuántocuidado y precauciones se encerraba procurando tapar toda la grieta)