Guerra y genocidio en cuba john lawrence tone

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Entre 1895 y 1898 se desarrolló elprimer acto de la guerra de Cuba: elejército español enfrentado a losinsurgentes cubanos. Esta época,sin embargo, suele quedar eclipsadaen la historiografía por la entrada deEstados Unidos en la guerra, y laderrota final de España.

John Lawrence Tone, profesor deHistoria en el Instituto de Tecnologíade Georgia, analiza estos tres añoscruciales empleando nuevas fuentesdocumentales, archivoshospitalarios, cartas interceptadas ydiarios de batalla de los dos bandos.Con esta ingente documentación,

mucha de ella inédita, Tone narrauna historia alternativa de la guerrade Cuba; un episodio fundamentalen la historia de tres países que aúnprovoca encendidos debates entrehistoriadores, sociólogos y expertosen derechos humanos.

John Lawrence Tone

Guerra ygenocidio en

Cuba1895-1898

ePub r1.0marianico_elcorto 04.02.14

Título original: War and Genocide inCuba, 1895-1898John Lawrence Tone, 2006Traducción: Nicolás Santos y RocíoWestendorpDiseño de portada: Turner (sobrelitografía de Marquina y Laplante)

Editor digital: marianico_elcortoePub base r1.0

Para Sophia Louise Tone

CPrefacio

omencé a interesarme por Cubacuando era estudiante

universitario en la Universidad deColumbia. En el breve deshielo queexperimentaron las relaciones cubano-estadounidenses durante el mandato delpresidente Jimmy Carter, ManuelMoreno Fraginals vino a Nueva York aimpartir un curso sobre historiacontemporánea de Cuba a estudiantesque, como yo, estaban ansiosos porconocer el punto de vista de unhistoriador impertérritamente marxista.Nunca olvidé las lecciones impartidas

por Moreno Fraginals. Más adelante,terminé mi formación en historiaeuropea y me especialicé en historiaespañola moderna, si bien conservésiempre una gran fascinación por lacubana. Mi anterior trabajo acerca dellevantamiento de los españoles contraNapoleón y de la guerra de guerrillasdurante la Guerra de Independenciaespañola, junto a mi interés por Cuba,me dio la idea de este libro: la Guerrade Independencia cubana contra España.

A la hora de documentarme,encontré más obstáculos de losesperados. Los españoles —que habíanrealizado un registro más meticuloso que

los insurgentes cubanos— se llevaronconsigo sus archivos cuandoabandonaron Cuba. Esto, en principio,debía de suponer una ventaja para elinvestigador, pero, a principios de 1990,el principal archivo militar español, elantiguo Servicio Histórico Militar,«reorganizó» todos los registrosrelativos a la guerra cubana y, lo que espeor, éstos no volvieron a estardisponibles hasta 1998. Todo elloretrasó la finalización del trabajo.

Por fortuna, conté con la ayuda dedos jóvenes que cumplían el serviciomilitar obligatorio en el archivo militarde Segovia y con un índice manuscrito,

pude realizar parte del trabajo usandolos registros hospitalarios de la guerraque se encontraban en este archivo.También hice incursiones en bibliotecasy archivos en Washington D.C.,Pasadena, La Habana y otros lugares.Finalmente, a finales de 1998, losindispensables documentos llegaron alarchivo militar de Madrid y pudeconsultarlos en dos viajes posteriores.

Durante mi investigación, encontrédocumentos que cuestionaban algunas demis suposiciones previas de la guerra,algo realmente emocionante para uninvestigador, al menos en lo que serefiere a sus conocimientos sobre su

materia de estudio. Pronto me di cuentade que las pruebas que había hallado meobligarían a presentar interpretacionesrevisionistas sobre una serie de asuntoshistóricos, algunos muy delicados. Antetodo, tuve que replantearme unapregunta: ¿quién derrotó a España?

Normalmente, los estudiosos optanentre dos respuestas para esta pregunta.Hasta hace poco, estadounidenses yespañoles atribuían la victoria de 1898a Estados Unidos, admitiendo también la«decadencia» española como causasubyacente de la derrota[1].Minusvaloraban el protagonismo de loscubanos en su propia liberación. Sin

embargo, cuanto más se sabe acerca delo que hicieron los insurgentes cubanosentre 1895 y 1898, más inaceptable sehace esta perspectiva. Philip Foner yacuestionaba en la década de 1970 estainterpretación esencialmenteestadounidense, oponiendo una visiónque prestaba mucha más atención al«impacto de la participación cubana» enla guerra, de forma que, como propusoLouis A. Pérez, recientemente se haabierto un periodo de enmiendas a lahistoriografía sobre este asunto[2].

En cambio, los cubanos hanadoptado siempre una perspectiva muydiferente ante la guerra. Para la mayoría

de los historiadores cubanos, lainsurrección fue una fuerza arrasadora,el resultado de un nacionalismo anterior,a su vez consecuencia del desarrolloeconómico[3]. Según esta tesis, con lanación cubana tras ellos, los insurgentesno podían perder, incluso luchando conpoco más que simples machetes. Así, losespañoles habrían sido derrotados sinayuda exterior[4]. Esta línea derazonamiento también plantea muchosproblemas: es demasiado mecanicista yresta sentido histórico a la iniciativa y ala valentía de los insurgentes. Loshistoriadores cubanos hacen especialhincapié en los «miles de bajas»

causados por los insurgentes cubanosdurante la guerra, cuando, comoveremos más adelante, el número debajas españolas en combate, que resultafácil de cuantificar, fue bastantereducido. Niegan la importancia de losacontecimientos acaecidos en España, ladebilidad del ejército español e inclusola incidencia de las enfermedades, porno mencionar la aportaciónestadounidense[5].

Mi investigación demuestra queninguna de las partes que intervienen eneste debate tiene toda la razón. Porejemplo, hay pruebas fehacientes de quela insurgencia cubana se encontraba en

condiciones casi terminales en 1897, yde que no hubiera tenido posibilidadesde vencer sin la ayuda exterior. Por otrolado, esa ayuda no llegó solamente enforma de intervención norteamericana.Los acontecimientos políticos que en esemomento se producían en España, entreotros factores, socavaron la resistenciade los españoles desde mediados de1897 en adelante y coadyuvaron en larecuperación de la insurgencia cubana.Asimismo, desencadenaron una serie dehechos que culminaron con la invasiónestadounidense que finalmentederribaría el régimen español en Cuba.

Este trabajo es también revisionista

en muchos otros aspectos. No consideroque el esfuerzo español en la guerrafuera especialmente torpe oincompetente, aunque el Ejército y laArmada española dieron muestrasevidentes de necesitar profundasreformas. Este hallazgo está en línea contrabajos recientes que indican que laeconomía y la sociedad españolas eranmenos «decadentes» de lo que hastaahora se pensaba. Rechazo la idea deque los españoles combatieron a losestadounidenses en la convicción de quela derrota era inevitable, una visión que,aunque nunca ha tenido demasiadosargumentos que la respaldaran, ha

resultado siempre muy atractiva para loshispanistas. Muestro una interpretaciónnueva y más compleja de lareconcentración, una política que obligóa medio millón de cubanos a vivir enciudades fortificadas y en campos deconcentración. Sostengo que Weyler, ElCarnicero, no fue el único responsablede la reconcentración en 1896, ni elúnico en imponerla. Más bien, compartela culpa de esta gran tragedia con otrosespañoles y con propios los insurgentescubanos.

Seguramente estos argumentosprovocarán desacuerdos y debates, yserá para bien, ya que es muy saludable

cuestionar lo aprendido. Esto es lo queun trabajo interpretativo de la historiadebe hacer. Es hora de que loscubanistas, los historiadores de la«guerra total» y el genocidio, losestudiosos de los derechos humanos y elpúblico en general dediquen másatención a una guerra en la que seensayaron por primer vez los campos deconcentración —nacieron en Cuba—, enla que España perdió su última coloniaamericana y Estados Unidos comenzó aforjar un imperio de ultramar.

Desearía dar las gracias a todos losarchivistas y bibliotecarios que me hanayudado a obtener los documentos e

incluso a descifrar algunos de ellos.Muchas personas han revisado ycomentado el manuscrito. Louis PérezJr. ha aportado una crítica cuidadosa yde gran valor que, estoy seguro, hacontribuido a mejorar este libro. Doscolegas de la Academia de Historia,Tecnología y Sociedad de GeorgiaTech, Jonathan Schneer y Andrea Tone,leyeron varios capítulos y me ayudaroncon sus muchos comentarios. He sacadogran provecho de las conversacionescon José Álvarez Junco, Ada Ferrer,Geoff Jensen, Edward Malefakis, JohnOffner, Francisco Pérez Guzmán,Pamela Radcliff y Carlos Serrano.

Charles Grench, mi editor de laUniversity of North Carolina Press, semerece un premio por su paciencia y porguiar este libro a través de un procesoeditorial bastante largo. También megustaría mostrar mi agradecimiento alSeminario de Historia y SociedadComparadas de Atlanta, por permitirmeofrecer un capítulo dedicado a lareconcentración, y a la Sociedad deEstudios Históricos de España yPortugal, por ayudarme en asuntosrelativos a la Armada española y al usodel machete. Por último, me gustaría darlas gracias a la Fundación de GeorgiaTech, que con tanta generosidad ha

financiado mi investigación.

E

I

Eloy Gonzalo y losdesastres de la guerra

n la Plaza de Cascorro, en elcorazón del viejo Madrid, se alza

una estatua de Eloy Gonzalo. Muchosespañoles saben poco de Gonzalo y delo que lo hizo merecedor de unmonumento, pero la generación quevivió la terrible guerra de Cuba entre1895 y 1898, lo conoció bien. Era elgran héroe, se podría decir que el únicohéroe de guerra de la España de aquel

entonces. Soldado raso, hombre delpueblo, Gonzalo se convirtió, en elotoño de 1896, en el protagonista de unode los episodios bélicos mástrascendentes de una guerra que culminócon la derrota de España, laindependencia de Cuba y una nueva erade imperialismo global para EstadosUnidos.

En 1896, Eloy Gonzalo fuedestinado a Cascorro, una guarnicióndesangelada en el oriente central deCuba[1]. Por aquel entonces, Cascorrono alcanzaba ni los setecientoshabitantes, ya que la mitad de supoblación se había esfumado entre 1875

y 1895. Las calles desiertas y las casasen ruinas le daban un airefantasmagórico, y sus habitantes vivíancomo refugiados, sin cultivar la tierra nicuidar sus hogares, mientras la junglaiba ganando terreno en torno a laguarnición.

En el este de Cuba abundabanlugares como Cascorro. La región habíapadecido una guerra de secesión durantediez años, de 1868 a 1878, en la que lasguerrillas cubanas destruyeronsistemáticamente la agriculturacomercial y el Ejército españolrespondió con una feroz estrategiaaniquiladora. Más conocido como la

Guerra de los Diez Años, el conflictoarrasó comunidades enteras en lasprovincias de Santiago, Puerto Príncipey en el este de Santa Clara, donde seencontraba Cascorro. Al terminar laguerra, España castigó a Cuba durantediecisiete años, especialmente alrebelde oriente, con una desatenciónmalintencionada. En 1895, cuando unanueva generación de patriotas declaró laindependencia de Cuba, dando comienzoa la fase final de la lucha por laindependencia, el este de la isla ya sehabía convertido en un foco endémicode pobreza y bandolerismo, un caldo decultivo para un descontento aún mayor

que el de 1868[2].Durante la Guerra de los Diez años,

los españoles habían construido unalínea fortificada, una trocha, entreJúcaro, en la costa del sur, y Morón, enla del norte. Era una rudimentaria «líneaMaginot» en plena jungla, cuyasalambradas, trincheras, puntos deartillería y fortines protegían lasplantaciones y las ciudades del oeste delos insurrectos del este. Pero estadefensa no fue siempre infranqueable: undestacamento cubano al mando deMáximo Gómez la traspasó fugazmenteen 1875, sembrando el caos al este deSanta Clara. Pero la trocha ayudó a los

españoles a ganar la Guerra de los DiezAños, conteniendo durante la mayorparte del conflicto a los insurrectos en eleste de la isla, la región menosdesarrollada.

Cuba 1895-1898.

Sin embargo, hacia 1895, la trocha

era una ruina. La jungla había devoradola mayor parte y los españoles apenasprotegían el resto. En algunas trincherashabían colocado, como única defensa,unos muñecos de paja vestidos con eluniforme de algodón a rayas del ejércitoespañol, con palos que apuntaban deforma absurda hacia la jungla. MáximoGómez, el comandante en jefe delEjército Libertador de Cuba, se reía conlos suyos de la trocha, y las guerrillascubanas se dedicaban a gritarobscenidades a los guardias durante lanoche. Calixto García, un veteranocurtido en la Guerra de los Diez Años almando de las fuerzas cubanas en el

sector de Gómez, atacó impunemente lasposiciones españolas en la línea duranteel verano y el otoño de 1896. Cascorroera un destacamento español aislado enmedio de este campo arrasado que seencontraba bajo el dominio de MáximoGómez, Calixto García y los hombresdel Ejército Libertador de Cuba[3].

La situación era desalentadora, perola guarnición de Cascorro se enfrentabaa enemigos tan peligrosos o más que lospropios insurrectos: los mosquitos, lospiojos, las pulgas y las moscas —transmisores de la fiebre amarilla, lamalaria, el tifus, la fiebre tifoidea yotras enfermedades—, que también

acampaban en la región de Cascorro. Dehecho, la región estaba tan infestada deparásitos e insectos portadores deenfermedades que el simple hecho deestar destacado allí representaba unpeligro mortal para los soldados, aun sinentrar en combate. Los afortunados queregresaban después de haber prestadoservicio en alguna de las guarnicionesde la trocha volvían verdes como lajungla, como si la vegetación de laciénaga les hubiera consumido pordentro. Miles de estos supervivientescadavéricos nunca recobraron la salud yretornaron a España hechos una ruina[4].

A pesar de todo esto, Gonzalo

aceptó su puesto en Cascorro contranquilidad, ya que le brindaba laocasión de resarcirse de una terribleinjuria a su honor. Su vida entera habíasido una retahíla de desgracias y detraiciones, que comenzaba con lascircunstancias de su nacimiento. Sumadre, Luisa García, le habíaabandonado en la puerta de un orfanatounas horas después de traerlo al mundo,el 1 de diciembre de 1868. Llevaba unanota sujeta a la ropa que decía: «Esteniño nació a las seis de la mañana. Noestá bautizado y rezamos para que lellaméis Eloy Gonzalo García, hijolegítimo de Luisa García, soltera y

residente en Peñafiel». Once días mástarde, el orfanato entregó a EloyGonzalo a Braulia Miguel, una mujerque había perdido a su propio hijo y quetodavía podía amamantarlo. Duranteonce años, Braulia le dio cobijo y amorde hogar a cambio de una mensualidaddel orfanato, pero cuando, por ley, eldinero dejó de llegar, también seinterrumpió su instinto maternal y echó aEloy de su casa. En 1879, Eloy Gonzalose convirtió en uno más de los niños sintecho que pululaban por las bulliciosascalles de Madrid[5].

Durante diez años, Eloy Gonzalosalió adelante por su cuenta. En 1889 se

alistó en el Ejército, la opción de losjóvenes sin porvenir. Parecía queGonzalo había encontrado por fin una«familia adoptiva» en la que poderdesarrollarse y, en julio de 1894,consiguió la seguridad suficiente parapedir permiso a sus superiores paracasarse. Fue entonces cuando su vida sevino abajo: en febrero de 1895sorprendió a su prometida en la camacon un joven teniente. Esta nueva ydoble traición —de su novia y de unoficial— fue demasiado para él.Gonzalo zarandeó al teniente y leamenazó de muerte. El oficial elevó unaqueja que acabó en un tribunal militar, y

éste condenó a Gonzalo a doce años deprisión en una cárcel de Valladolid.

Gonzalo había empezado a cumplirsu condena cuando, en agosto de 1895,el Congreso aprobó una ley de amnistíapara todos aquellos presos dispuestos aluchar en Cuba, algo parecido a lo quehizo Estados Unidos setenta años mástarde al enviar convictos a la selva deVietnam. En noviembre, Gonzalo seacoge a la nueva ley y pide que loenvíen a Cuba para, tal y como expusoen su petición al ministro de la Guerra,«limpiar su honra, derramando su sangrepor la patria». La lenta maquinaria de laadministración agilizó los trámites para

aprobar su petición, ya que eranecesario el máximo contingente posiblepara luchar contra los insurrectoscubanos. El 25 de noviembre, Gonzaloembarca en La Coruña en un vapor condestino a La Habana y, en esta ciudad,se incorpora al regimiento MaríaCristina, para un año después serdestacado en la guarnición de Cascorro,el lugar idóneo para poder expiar la«culpa» con su propia sangre.

Cascorro era indefendible y elEjército español nunca debería haberintentado conservarlo. El comandantesupremo en Cuba, el capitán generalValeriano Weyler, que llegaría a ser

conocido por el público americanocomo El Carnicero, admite en susmemorias que Cascorro carecía deimportancia militar, además de ser unfácil objetivo para los insurrectoscubanos. Con el tiempo, Weyleracabaría abandonando éste y otrospuestos aislados e inútiles, pero no antesde que Gómez y García iniciaran suasedio, el 22 de septiembre de 1896[6].

El panorama de la guarnición alcomienzo del combate era desolador.Frente a los dos mil hombres delEjército Libertador, los españoles solotenían ciento setenta. Diezmados ydebilitados por la disentería, la malaria,

el tifus, la fiebre amarilla y otrasenfermedades, carecían además devíveres y municiones suficientes pararesistir un combate largo, y tampocodisponían de artillería para responder alos tres cañones cubanos de 70milímetros. García propuso los términosde la rendición, pero el comandante dela guarnición, el capitán FranciscoNeila, no quiso ni hablar de ello. Loscubanos dispararon doscientosdiecinueve obuses de artillería sobre lostres pequeños fuertes que defendíanCascorro, matando o hiriendo a veintiúnsoldados. La potencia y precisión de losrifles españoles mantuvo a los cubanos a

raya, pero no por ello la situacióndejaba de ser insostenible, sobre tododespués de que los cubanos tomaran unedificio a escasos cincuenta metros delfuerte principal. Incluso los anticuadosrifles Remington y Winchester de losinsurrectos podían tener una precisiónmortal a tan poca distancia, por lo queNeila tuvo que improvisar un plandesesperado para salvar la situación.Solicitó un voluntario que penetrara traslas líneas cubanas e incendiara eledificio en cuestión. Era un trabajo amedida para un ex convicto que ansiararedimirse, por lo que Gonzalo se ofrecióa hacerlo.

Protegido por la oscuridad, en latarde del 5 de octubre, Gonzalo seaproximó a la posición cubana con uncerilla, una lata de gasolina y un rifle.No esperaba sobrevivir, por lo que sehabía atado una cuerda larga a la cinturapara que sus compañeros pudieran tirarde su cadáver hacia la posiciónespañola. Sin embargo, Gonzaloincendió el edificio e incluso se quedó acontemplar su obra, mientras rematabacon su rifle a los cubanos que huían delas llamas. Los insurrectos perdieron laposición y Gonzalo volvió ileso. Laguarnición, animada tras su hazaña,resistió hasta que llegó una columna al

mando del general Juan JiménezCastellanos que obligó a García y a loscubanos a levantar el asedio[7].

Eloy Gonzalo García, el «Héroe de Cascorro»,murió por una enfermedad, como muchos otros

reclutas.Cortesía de Archivo España, Madrid.

En España, la hazaña de EloyGonzalo produjo un gran impacto. En laguerra en Cuba sólo se habían libradobatallas de nula trascendencia. Losinsurrectos cubanos se habían dedicadosobre todo a quemar propiedades, volartrenes y atacar puestos aislados,mientras los españoles intentabanapresarlos sin éxito alguno. En medio deesta triste campaña, el heroísmo deGonzalo enalteció el ánimo de losespañoles: había conseguido un objetivo

militar que parecía inalcanzable, dandomuestras de un extraordinario valor, yhabía regresado sano y salvo de sumisión. Si Gonzalo había triunfado deesta manera heroica, España lo podríahacer también, conservando Cuba apesar de la presión internacional y de laperseverancia encarnizada de losrevolucionarios cubanos. Nadie pareciódarse cuenta, o a nadie le importó, deque Jiménez Castellanos no habíaacudido para reforzar la guarnición deCascorro, sino para evacuarla.

Los españoles recaudaban dineropara el «héroe de Cascorro», pero noestá nada claro que lo recibiese. Por

orden real, el 29 de abril fuecondecorado con la medalla de plata almérito militar y con una modestapensión vitalicia. El futuro de Gonzaloparecía razonablemente esperanzador,pero no pudo saborear su éxito ya que,como muchos soldados españoles enCuba, cayó enfermo. El 19 de junio de1897 falleció a consecuencia de unasfiebres de diagnóstico incierto.

Su fallecimiento apenas tuvo eco enEspaña. Los españoles se habíanacostumbrado demasiado a la muerte yal horror como para conmoverse por eldesafortunado destino de un soldado.Además, la rápida sucesión de

acontecimientos entre 1897 y 1898, queculminó con la derrota de España porobra de Estados Unidos en julio de1898, dejaron poco tiempo para llorar aGonzalo. Pero los españoles no leolvidaron del todo. Al terminar laguerra, repatriaron sus restos, unprivilegio normalmente reservado a losoficiales de mayor rango. La ordendecía que «la Nación muestra suagradecimiento y admiración hacia EloyGonzalo trayendo sus restos mortales,como símbolo de respeto a todos lossoldados que dieron sus vidas en estacampaña en defensa de la patria». Elsimbolismo de este genérico tributo

poco podía recompensar a las familiasde los miles de soldados que murieronen Cuba, pero no podían esperar otracosa de un Gobierno sumido en unaprofunda crisis y empobrecido.

El 16 de junio de 1899, todo elpueblo de Madrid salió a la calle parahomenajear a Gonzalo en su funeral. Losespañoles necesitaban algún motivo porel que unirse en aquel final de siglo,posiblemente el peor de la historia deEspaña. El Gobierno municipal deMadrid comprendió el carácter icónicoque había alcanzado Gonzalo y autorizóla construcción de una estatua en suhonor. El Congreso, además, lo declaró

monumento nacional, por lo que se pudoutilizar el bronce fundido de cañonesantiguos.

El 5 de junio de 1902, losmadrileños acudieron en masa a lainauguración del monumento. Una bandamilitar interpretó conmovedores himnospatrióticos y Alfonso XIII, que entoncestenía dieciséis años, con uniforme decapitán general en uno de sus primerosactos oficiales como rey, pronunció undiscurso en el que alababa el sacrificiode Gonzalo, «en la sagrada defensa delhonor nacional[8]». Sin intención irónicaalguna, los organizadores del eventohabían invitado a Valeriano Weyler, el

mismo capitán general bajo cuyo mandoGonzalo y tantos otros españoles habíanperdido sus vidas. No se sabe siWeyler, entonces ministro de la Guerra,asistió a la ceremonia. Quizá tuvo elbuen sentido de no acudir.

La estatua que conmemora ese díaaún permanece en la Plaza de Cascorro,en el centro del Rastro, que cadadomingo alberga uno de los mercadillosmás asombrosos del mundo. Mientraslos turistas se dedican a buscar saldosen el Rastro, pueden echar una ojeada aGonzalo, que preside este batiburrillocomercial de los domingos por lamañana. Pero una excursión a la Plaza

de Cascorro en un momento de menosbullicio permite contemplar sindistracción este monumento a la ruinaimperial y al heroísmo inútil. La historiadesgraciada de Gonzalo y lo infructuosode su gesta son, de hecho, un símbolo dela encarnizada y absurda guerra colonialque España libró en Cuba.

El relato precedente y su triste finalencierran, al mismo tiempo, unapromesa del autor y una advertencia alos lectores. La promesa es la de tratarlos tres años de guerra que precedierona la intervención de Estados Unidos en1898 y hacerlo con el rigor que falta enmuchos libros de historia, que dejan de

lado estos años cruciales y pasandirectamente al breve periodo deintervención norteamericana. Losinsurrectos cubanos realizaron unacampaña brillante contra España al finaldel siglo XIX, anticipando lo que habríade venir en el siglo XX, cuando la guerrade guerrillas se convirtió en la estrategiabélica usada en muchas áreascolonizadas del mundo. Mientras la erade la caballería en los campos debatalla llegaba a su fin, los cubanoscrearon una de las mejores caballeríasligeras jamás conocidas. Tambiénexperimentaron con balas explosivas,una innovación que habitualmente se

atribuye al Ejército inglés, que utilizólas balas dum-dum unos años más tarde,en la guerra contra los Bóers. Elcontraataque español no fue menosasombroso, jalonado con una serie delecciones trágicas y estrategias nuevas.Concretamente, España intentó socavarla eficacia de la guerrilla con unapolítica de reconcentración, es decir, enla reubicación forzada de la poblaciónrural en ciudades y aldeas fortificadas.Como resultado de este reagrupamientode civiles, que en ocasiones losespañoles llamaron campos deconcentración, murieron unos cientosetenta mil cubanos, la décima parte de

la población de la isla, un númerosimilar, en proporción, a las bajas delejército ruso en la Segunda GuerraMundial.

Los historiadores presentan lapolítica de reconcentración como elfruto de la mente maligna de un solohombre, Valeriano Weyler, pero locierto es que tuvo varios arquitectos[9].Incluso los insurrectos cubanos tuvieronsu parte de responsabilidad en el horror,como pronto veremos. La insurreccióncubana y la respuesta de España son uncúmulo de horror y genocidio sinprecedentes en la historia de América.El estéril espíritu marcial que inspiró a

ambos lados a sacrificar civiles cubanosen pro de metas nacionales abstractasera un anticipo de las atrocidades aúnmayores que se produjeron en el sigloXX, pero la historia no es conocida porla mayoría de los lectores. Es una pena,porque los acontecimientos militaresque sucedieron entre 1895 y 1898, antesde la invasión de Estados Unidos, son enmuchos sentidos más emblemáticos einteresantes que la «espléndida guerrachiquita» que tanta atención ha recibidopor parte de los académicos. En estelibro espero corregir, al menos en parte,este desequilibrio, y aclarar por qué laguerra hispano cubana merece tratarse

con la seriedad de un episodio clave enla historia militar.

También he procurado contarladesde el punto de vista de los españoles,porque, salvo algunas excepciones, en lahistoriografía sobre la guerra cubana setiende a minimizar el papel de España ya hacer escaso uso de los archivosespañoles[10]. En gran parte de laliteratura histórica, los personajes clavecarecen de la profundidad y lacomplejidad que realmente tuvieron. Losoficiales son monstruos y sus hombres,instrumentos «desvalidos» de unamonarquía «feudal». Este tipo decaricatura llega al límite en los retratos

del apodado El Carnicero, ValerianoWeyler, que en algunos textosacadémicos apenas es reconocible comoser humano. Asimismo, los estudiosos aveces retratan a los insurrectos cubanosde manera unidimensional: son heroicos,amigos de los campesinos pobres y delos trabajadores castigados por losespañoles, y nunca les faltan la energíani el tesón patriótico. Utilizando fuentesnuevas de los archivos españoles —cartas de soldados, telegramasarchivados y olvidados, libros deregistro de las guarniciones españolas,diarios de los insurrectos ycorrespondencia cubana—, aportaré una

mirada del conflicto tal y como lovivieron los soldados cubanos yespañoles, así como los civiles, eintentaré tratar a Weyler y a otrosmilitares como a seres de carne y huesoy no como a demonios, ángeles o peonesinútiles.

La advertencia para lectores a la quehacía referencia es que deben esperaruna tragedia. La historia de EloyGonzalo es una metáfora de laexperiencia española en Cuba. Conrazón, los españoles se refieren a estaguerra como «el gran desastre». Españadesplazó a la isla ciento noventa milhombres, el mayor ejército reunido hasta

el momento para librar una guerracolonial en ultramar. Estas fuerzas seenfrentaron entre 1895 y 1898 a loscuarenta mil hombres del EjércitoLibertador cubano. La ventaja era decinco a uno, eso sin tener en cuentaalgunos aspectos importantes relativos ala fuerza de las tropas cubanas: enprimer lugar, la mayor parte de loscuarenta mil que se alistaron al EjércitoLibertador lo hizo en el último mes de lacontienda, una vez que los españolesdeclararon el alto el fuego en abril de1898, cuando el ejercicio delpatriotismo resultaba mucho menospeligroso. En segundo lugar, los

soldados cubanos estuvieron más tiempodesmovilizados y realizando labores nomilitares que combatiendo, como sucedesiempre en las guerras de guerrillas. Enconsecuencia, el Ejército Libertadorraramente tuvo más que unos pocosmillares de hombres en sus filas.Finalmente, en esta proporción de cincoa uno no figuran los sesenta mil cubanosque servían en el bando españoldesempeñando tareas auxiliares.

A pesar de estas consideraciones,fueron contadas las ocasiones en las quelos españoles libraron batallas en lasque tuvieran una ventaja numérica. Losinsurgentes cubanos sabían que no tenía

sentido enfrentarse abiertamente alejército español, así que optaron por unaestrategia de guerrilla: ataquesrelámpago a la propiedad, a civilesleales a la Corona, a las comunicacionesy a los transportes. Por su parte, losespañoles intentaron proteger a losleales y a la propiedad cubriendo elmayor territorio posible, y esto hizo quelucharan en guarniciones, destacamentosy pequeñas columnas para enfrentarse alos insurgentes, que, en ciertos lugarescomo Cascorro, podían gozar tanto desuperioridad numérica como de másmunición. El problema de España no eradistinto al de cualquier otro país que

intentara asegurar su territorio frente auna insurrección bien organizada yfinanciada desde el exterior, y que,además, contaba con la simpatía de unnúmero significativo de civiles.

Los españoles solían combatir convalor, incluso cuando eran superados ennúmero, pero en cualquier caso no seprodigaron los combates intensos y lasbajas en el campo de batalla fueronescasas. Menos de cuatro mil soldadosespañoles murieron en combate contralos insurrectos, como ilustra la Tabla 1.Pero los españoles se enfrentaban a otroenemigo más peligroso: los microbios.Según cifras oficiales, 41.288 españoles

murieron en Cuba de disentería, malaria,neumonía, tifus, fiebre amarilla y otrasenfermedades. En otras palabras, laenfermedad se llevó al veintidós porciento del personal militar en Cuba, loque constituye el noventa y tres porciento de las bajas españolas[11].

Las enfermedades infecto-contagiosas causaban una granmortalidad en los ejércitos antes de laaparición de los antibióticos y otrosavances médicos en el siglo XX, perorara vez esta mortalidad llegó a ser tanalta como entre las tropas españolasenviadas a Cuba, por razones quedetallaremos más adelante. El hecho de

perder a causa de estas enfermedades auna quinta parte de su contingente y notener ni la más mínima noción de cómocombatirlas —aparte de retirarse—desconcertaba a los españoles. Por cadasoldado que moría víctima de una deestas enfermedades, otros cuatro secontagiaban y quedaban fuera decombate durante un cierto periodo detiempo. Casi nadie se libraba: lossoldados españoles abarrotaban loshospitales militares, mientras que elnúmero de tropas efectivas en Cuba sereducía a la mitad, e incluso a veces abastante menos. La fiebre amarillacausaba muertes de una agonía cruel, ya

que las víctimas, entre gritos delirantesque enloquecían a los médicos,sangraban por la nariz, las encías, losoídos, el recto y los genitales, yvomitaban una mezcla de sangre contejidos, una pulpa que parecía hecha deposos de café. Se podría decir que lafiebre amarilla, transmitida por elmosquito Aëdes aegypti, junto con otrasenfermedades, derrotó a España y liberóa Cuba. En este sentido, prestaréespecial atención al tema de la higiene,el problema más mortífero al que tuvoque enfrentarse el ejército español.

Las tropas españolas no sólosufrieron padecimientos físicos. Milesde hombres regresaron a España consecuelas psíquicas y morales por habersido arrojados sin la suficientepreparación a una lucha en la que teníanque cometer actos como maltratar y

asesinar a cubanos ignorando su estatusde prisioneros de guerra, acorralarbrutalmente y reubicar a los civiles,destruir reses y fincas, y todo tipo deprácticas típicas de la guerra modernaen su faceta más sórdida. En Cuba, losespañoles hicieron y vieron cosasterribles; sin embargo, España olvidóeste sacrificio físico y moral de sussoldados y sus crímenes de guerra conuna celeridad no por humanamentecomprensible menos vergonzosa.Cualquiera capaz de recordar elrecibimiento de las tropas americanas asu regreso de Vietnam puede imaginar elsilencio, el oprobio y la amnesia

colectiva que aguardaban a losveteranos españoles tras el desastre deCuba.

La guerra fue incluso más trágicapara los finalmente victoriosos cubanos,que pagaron un precio excesivo por suindependencia. Como veremos, unosciento setenta mil cubanos murieron enla guerra, y la infraestructura económicadel país quedó destruida. La escala delas pérdidas materiales se traduce enestadísticas: en la provincia deMatanzas, el noventa y seis por cientode las granjas y el noventa y dos porciento de los ingenios de azúcar fueronarrasados. Respecto al ganado, el

noventa y cuatro por ciento de loscaballos y el noventa y siete por cientodel ganado fueron masacrados[12]: noquedó ni un pollo ni un pato en toda laprovincia. Por desgracia, después detanto sacrificio, cuando terminó laguerra no fueron los cubanos los quelograron el control de su país, sino losnorteamericanos.

Los revolucionarios cubanos enBaire, al este de Cuba, proclamaron laindependencia del país el 24 de febrerode 1895 y lucharon contra los españolesdurante tres años y medio paraconsolidarla. Sin embargo, el EjércitoLibertador de Cuba pocas veces tuvo los

medios necesarios para enfrentarse alejército español cuerpo a cuerpo. Unacosa era atacar una ciudad conguarnición como Cascorro y otra reunirun ejército convencional. Los cubanoseran pocos y estaban mal armados, y susituación se fue deteriorando en el cursode la contienda. Lucharon con valentía,pero no podían ganar una guerra por sísolos, a pesar de que la interpretaciónconvencional de la historia cubanaproclame lo contrario[13]. En 1898,Estados Unidos intervino en el conflictoy las milicias del Ejército Libertadorcubano, débiles y harapientas, sólopudieron participar periféricamente en

la derrota naval y terrestre de losespañoles. Estados Unidos reclamó lavictoria y administró la libertad a loscubanos en «dosis homeopáticas» que enabsoluto satisficieron los anhelos deigualdad y democracia por los que tantohabían luchado los cubanos[14].

Las fuerzas norteamericanas prontoempezaron a despreciar a los insurrectoscubanos. Los una vez llamados«luchadores por la libertad», pasaron aser «hordas de negros» y «anarquistasincendiarios», que obstaculizaban laacción civilizadora de Estados Unidos.Las tropas norteamericanas desarmarona estos insurrectos de tez morena e

incluso utilizaron para esta tarea a lastropas españolas recién derrotadas,hombres que sorpresivamente habíanpasado de «bárbaros señoritos» abaluartes de la civilización. De estamanera, durante las primeras etapas dela ocupación americana en Cuba sereafirmaron los estereotipos culturales yraciales sobre los latinos y seredescubrió la «blanca piel» de losespañoles. Estados Unidos aseguró laspropiedades a las elites blancas y lesdevolvió su poder, y sólo evacuó la islaen 1902, cuando el Gobierno deWashington consideró que el mercadolibre capitalista bajo dominio blanco

estaba a salvo. Estados Unidos retuvolas instalaciones portuarias deGuantánamo, donde las tropasnorteamericanas podrían desembarcaren caso de que se produjera cualquiernuevo disturbio. Bajo coacción de losocupantes norteamericanos, los cubanosredactaron una Constitución según lacual Estados Unidos se reservaba elderecho a intervenir militarmente en losasuntos de la isla si la propiedad o lajerarquía de razas se veían amenazadas.En definitiva, Cuba obtuvo un régimenrepublicano, apenas independiente, perono una revolución. Ésta había sidoabortada por la interferencia de los

estadounidenses en alianza con loscubanos adinerados, que ayudaron aimplantar en la isla un régimenneocolonial dependiente de EstadosUnidos. Ésta fue quizá la mayor tragediapara Cuba.

Había incluso algo que al menos unaminoría de norteamericanos lamentaríatras la guerra cubana. El viejo sueño —al menos había sido un sueño— de larepública antiimperialista se convirtióen pura retórica a partir de 1898, con elnacimiento, tras la guerra con losespañoles, de unos Estados Unidos detintes expansionistas. De repente, en losmapamundis aparecían Cuba, Puerto

Rico, las islas Filipinas, Guam y otrasislas del Pacífico como parte delterritorio estadounidense, todas ellasarrebatadas a España tras el Tratado deParís del 10 de diciembre de 1898. Lamayor parte de los estadounidensesestaba orgullosa de haber ganado unimperio de ultramar y apenas reparó enlas masacres perpetradas en Filipinas yen otros lugares en nombre del «deberdel hombre blanco». Otros, una minoría,se mostraron preocupados por el giro delos acontecimientos. Habían creídoingenuamente en la misión de su granrepública, que era la de perfeccionar suspropias instituciones democráticas y dar

así ejemplo al resto del mundo, y ahoradebían contemplar cómo esta misión sehabía transformado en algo menosaltruista, aunque más rentable y, segúnparecía, permanente: la exportaciónforzosa de sus valores e instituciones alresto del planeta. Una América imperialno era la república ejemplar que habíansoñado. Ésta, que en cierta maneranunca había pasado de ser unaaspiración algo ilusoria, quedabadefinitivamente relegada al pasado trasla guerra hispano-estadounidense.

Los acontecimientos de la guerra deCuba anteriores a 1898 no sonconocidos por dos motivos. En primer

lugar, porque a los historiadoresmilitares les complace escribir sobrebatallas grandes y gloriosas quefuncionan habitualmente como puntos deinflexión en la historia y ofrecenlecciones importantes sobre la conductahumana y la evolución del arte militar.Pero en la guerra de Cuba no hubograndes enfrentamientos, sobre todohasta 1898. Los investigadores, enespecial los estadounidenses, tienden atratar los acontecimientos previos a laintervención americana de manerarutinaria[15].

La segunda razón por la queescasean las investigaciones históricas

sobre esta guerra radica en que muchosinvestigadores tienden a tratar ellevantamiento de 1895 y la derrota deEspaña como un desenlace inevitable defuerzas subyacentes y de tendencias alargo plazo. Sus argumentos se centranen el auge del nacionalismo cubano, enlos estrechos vínculos que se crearonentre las elites cubanas y losnorteamericanos, en la debilidad deEspaña y en el ascenso económico deEstados Unidos. Analizan cómo estastendencias desembocaron en laindependencia cubana, el decliveespañol y el auge de Estados Unidoscomo gran potencia. Esta perspectiva

determinista ha restado importancia aotras particularidades de la guerra[16].

Por lo que a mí respecta, rechazo laidea de que el análisis de las grandesbatallas sea el único enfoque correctode la historia militar, de que el conflictoen Cuba fuera inevitable, y de que suresultado estuviera predeterminado. Losdetalles de los combates anteriores a laintervención formal de Estados Unidos,el 22 de abril de 1898, son taninstructivos para la historia militar comoun relato de la batalla del Somme y, conseguridad, mucho más que la carga del o s Rough Riders[*] de TheodoreRoosevelt. Además, cuanto más se

conoce acerca del curso de la guerra de1895 a 1898, más claro está que no huboen ella nada inevitable, sea esto laintervención norteamericana, la derrotaespañola o la misma independencia deCuba. La situación militar fluctuófrecuentemente. Los contendientestuvieron las mismas posibilidades deperder que de ganar.

Es excesivamente ingenuo, porsupuesto, concebir a las personas comoentes libres de trazar su propio destino.Todos estamos marcados por miles deestructuras, instituciones, ideologíasdiferentes —nuestras familias, nuestroentorno socioeconómico, nuestras

creencias religiosas, nuestra identidadétnica— que conforman nuestracapacidad de elección, limitando ciertosámbitos de actividad y abriendo otrasposibilidades. En Cuba, como veremosen el capítulo siguiente, hubo problemasestructurales de índole económica ysocial gestados durante largo tiempo queestán en el origen del descontento y elsentimiento separatista que condujeron ala revolución de 1895. De igual manera,ciertos problemas también de hondocalado afectaron a la capacidad deEspaña para librar una guerra colonial yfacilitaron la intervención y la victoriade Estados Unidos. Sin embargo, la

derrota española y la independenciacubana, por muy deseables que fueran,no eran inevitables ni estabandeterminadas estructuralmente.

Incluso la fácil victoria de EstadosUnidos, que hoy nos resulta tan acordecon las posibilidades de loscontendientes, no parecía tan inevitablea sus contemporáneos. Si no aceptamosesto, no entenderemos la sensación depavor e incertidumbre —y de falsaesperanza— que tenía la gente en 1898,ni el comportamiento de loscombatientes españoles, cubanos yestadounidenses. Si no nos tomamos enserio todas las vicisitudes del conflicto

y no valoramos adecuadamente el papelde los seres humanos en la historia, losorígenes y las consecuencias de laguerra seguirán siendo oscuros. Laresolución de Martí, Gómez, Maceo,García y de tantos otros cubanos; loslogros y errores de la clase militarespañola y, especialmente, de Weyler;la división política en España respecto acómo llevar la guerra; los movimientosde los patriotas cubanos en Tampa,Nueva York, Cayo Hueso, y otroslugares; las decisiones técnicas de losconstructores de la Armada española ymuchas otras decisiones y accidentes dela política y del propio conflicto

conformaron la guerra de Cuba y eldestino de tres naciones. El granhistoriador Edgard Thompson nosadvirtió en una ocasión del enormepeligro de escribir la historia como siactuaran fuerzas impersonales, en lugarde seres humanos en el ejercicio de suvoluntad y su inteligencia. En el trabajoque sigue[17], intento tener en cuenta estaadvertencia. El resultado, espero, es unanueva visión de la naturaleza y de laimportancia de la Guerra deIndependencia cubana.

S

II

Los orígenes de laindependencia cubana

i adoptamos una perspectivahistórica amplia, podría decirse

que la independencia de Cuba de 1898tiene su origen en unos acontecimientosque se habían producido en GranBretaña y Francia más de cien añosantes. En 1762, y con objeto de castigara España por su apoyo a Francia en laGuerra de los Siete Años, el británicolord Albermarle había tomado La

Habana, si bien la presencia británicafue breve y concluyó en enero de 1763con la retirada de sus fuerzas, muydiezmadas ya a causa de la fiebreamarilla y la malaria. Este paréntesistuvo, no obstante, consecuencias de granalcance para Cuba: los británicosanimaron a los cubanos a redirigir sucomercio y sus relaciones exterioreshacia Gran Bretaña, en especial haciasus colonias norteamericanas,circunstancia que inició unareorientación de la economía, la políticay la vida cultural cubana desde Españahacia los futuros Estados Unidos.Asimismo, durante un breve periodo de

tiempo, los cubanos pudieron librarse delas pesadas cargas impositivas deEspaña, lo que les permitió imaginarcómo sería desembarazarse de ellaspara siempre.

Cuando Estados Unidos obtuvo suindependencia de Gran Bretaña en 1783,los consumidores norteamericanos ya notuvieron que dar preferencia a lasimportaciones de productos tropicalesprocedentes de Jamaica y de otras islasde las Indias Occidentales británicas, deforma que pudieron ampliar loscontactos comerciales con Cubainiciados veinte años antes. En muypoco tiempo, Estados Unidos se había

convertido en el principal sociocomercial de la isla y la visión de unapatria más próspera y más independientede España se hizo tangible para loscubanos. Se barajaban tresposibilidades: una mayor autonomíadentro de la monarquía española, laanexión a Estados Unidos o laindependencia. Una vez planteadas estasopciones, nunca se olvidaron porcompleto. De esta manera, el contactocon el mundo anglo-americano sirviópara proporcionar a los cubanos unanueva serie de aspiraciones y sueños[1].

Otro giro fundamental de la vida enCuba se produjo después de la

Revolución Francesa de 1789. En 1790,los esclavos de la colonia francesa deSaint Domingue (Haití) tomaron lapalabra a los radicales parisienses yactuaron según los ideales de libertad,igualdad y fraternidad, alzándose contrasus amos. La esclavitud fue abolida, yesto puso punto final a su boyanteindustria del azúcar, que se sustentabaen la explotación de doscientos milnegros por unos miles de blancos. Elderrumbamiento de la economía hatianaprovocó que se triplicara el precio delazúcar en 1790, circunstancia queaprovecharon los hacendados cubanospara aumentar su producción,

especialmente la destinada al mercadoestadounidense. En 1820, Cuba se habíaconvertido en el líder mundial de laproducción de azúcar y Estados Unidosen su principal socio comercial, a pesarde los aranceles españoles destinados aderivar el comercio hacia la metrópoli.En 1870, la isla producía más delcuarenta y dos por ciento del azúcar delmundo. Así pues, la lucha entre inglesesy franceses por el dominio mundial y eltriunfo de la revolución, casi al unísono,en la Norteamérica británica y enFrancia dieron como resultado laincorporación de Cuba a la economíaglobal y su vinculación con Estados

Unidos. La consiguiente transformacióneconómica de Cuba fue profunda:cambió la relación de la isla con Españay preparó el escenario para suindependencia en el siglo XIX más queningún otro factor[2].

La nueva condición de Cuba como«azucarero del mundo» era unamagnífica noticia para los hacendadosblancos de Cuba, que hacían gala de unagudo e inmisericorde espírituempresarial. Entre 1791 y 1867,hombres de negocios cubanos yespañoles participaron en el transportemás de 780.000 africanos, que seríanutilizados como esclavos en los campos

de caña y los ingenios. Cuba seconfiguraba así como una sociedadesclavista justo cuando la esclavitudestaba siendo atacada en casi todos losfrentes[3]. Asimismo, los hacendadoscomprendieron muy pronto laimportancia de las nuevas tecnologías,como demuestra la introducción delmotor de vapor en los ingenios ya en1796, cuando aún era una novedad enmuchos procesos industriales, incluso enGran Bretaña. La primera líneaferroviaria se usó para el tráficocomercial en 1837, tan sólo una décadadespués de que se inaugurara la primeraen Inglaterra y dos décadas antes de que

el tren tuviera en España una presenciasignificativa. El telégrafo comenzó afuncionar en 1851, solamente cinco añosdespués de que estuviera disponible enEstados Unidos. En resumen, losmagnates del azúcar propiciaron unrápido desarrollo económico en Cuba,convirtiendo la isla en un puesto deavanzada del sistema capitalista, concarreteras, organizaciones civiles,imprenta y todos los elementos sociales,económicos y culturales que acompañanel desarrollo de tal sistema[4].

Cuando la servidumbre política sesolapa con el cambio y el crecimientoeconómico es siempre una fuente de

problemas. Los criollos blancos nodejaban de obtener beneficios delazúcar y la esclavitud, pero eranpolíticamente impotentes, un hecho quefue haciéndose más evidente a medidaque pasaban los años. España gobernabaCuba a través de capitanes generales,funcionarios con un poder casi absolutoen la isla. En el siglo XIX, en la propiaEspaña se alternaban periodos degobierno conservador y liberal, pero laforma de gobierno que imperara enMadrid no parecía afectar a la colonia:los capitanes generales apenas permitíana los cubanos algún protagonismo en eldebate de sus propios asuntos, algo que

se hizo especialmente significativo apartir de 1890, cuando España adoptó elsufragio universal y se convirtió,formalmente, en uno de los países másdemocráticos del mundo. No obstante, aligual que muchos regímenesconstitucionalmente democráticos dels i gl o XIX, el Gobierno de Madriddisponía de múltiples recursos paraprivar del derecho al voto a laspersonas que consideraba incapaces degobernarse a sí mismas, que en Españaeran los pobres y en Cuba prácticamentetodos. La reforma del derecho al voto de1890 no se hizo extensible a Cuba. Unaserie de injustas leyes electorales

aseguraba que el Partido UniónConstitucional, favorable a España,triunfara en las elecciones cubanas y quelos candidatos del Partido LiberalAutonomista perdieran siempre, altiempo que las personas que en realidadabogaban por la independencia de laisla quedaban excluidas de los resortesdel poder. Lo que no podía lograr elfraude electoral, lo hacían los capitanesgenerales de Cuba. Éstos disponían depoderes casi absolutos, incluyendo elderecho a nombrar y deponer gobiernoslocales, arrestar a adversarios políticosy censurar a los críticos, poderes queusaron para mantener a raya a los

cubanos que manifestaban su malestar[5].En España, el sistema político podía seruna caricatura de la democraciaparlamentaria, pero se situaba aún aaños luz de lo que se les permitía a loscubanos. De este modo, a medida queEspaña introducía elementos degobierno democrático liberal, lasubordinación de Cuba se hacía másevidente y actuaba como un acusadofactor de irritación en la relacióncolonial.

Por si todo esto no fuera suficiente,el concepto que se tenía en España delservicio al imperio empeoraba aún máslas cosas: el Estado español pagaba a

los funcionarios coloniales salarios tanbajos que muchos de ellos tenían querecurrir a la corruptela para llegar a finde mes. Pero si se tenía la suerte detrabajar en los niveles superiores de laadministración de la colonia cubana, unopodía incluso hacerse rico. Como sifuera una especie de seguro paraaristócratas empobrecidos, el servicioen Cuba de los vástagos de ilustres perodecadentes familias españolas seconvirtió en un sistema para reponerherencias despilfarradas en su país[6].Antonio María Fabié, ministro españolde Ultramar en 1890, recordabaindignado a aquellos hombres que, tras

tan sólo unos pocos meses de servicioen Cuba, volvían a la Penínsulaalardeando sin pudor de su mal ganadariqueza. Estos servidores del imperiofueron, a la larga, sus peores enemigos,ya que pusieron en evidencia lamezquindad y codicia de la relacióncolonial[7].

Pero, para los cubanos, quizá lopeor del dominio español fueran losaltos impuestos que se exigían desdeMadrid. Cargas que otras potenciasimperiales afrontaban por sí mismas,recaían en el caso español sobre lasespaldas de su colonia cubana, de talforma que durante la mayor parte del

s i gl o XIX los cubanos pagaban percápita aproximadamente el doble deimpuestos que los españolespeninsulares[8]. A causa de sus propiasdificultades económicas, Españadependía de los impuestos de Cuba.Algunos historiadores han demostradorecientemente que el rendimientoeconómico de España en el siglo XIX noera tan pésimo como se creía[9], perodesde luego no era excelente: la guerramarítima con Gran Bretaña hasta 1808 yla devastadora ocupación posterior delpaís por Napoleón habían destruido laflota y el comercio español, y muchasvidas y bienes. El país se desangraba, y

los posteriores Gobiernos hubieron decuadrar cuentas contratando préstamos aintereses de usura, lo que tuvo comoresultado una crisis fiscal que se fueagravando con los años, a medida quelos ingresos del Estado se dedicaban apagar los intereses de la deuda, dejandopoco para otros menesteres[10].

Además, España se encontrabaparalizada por la división de su elitegobernante en dos campos hostiles: lospartidarios del absolutismo y losliberales, que deseaban un gobiernoconstitucional. Esta división política,probablemente más profunda en Españaque en cualquier otro país europeo,

provocó cinco guerras civiles en el sigloXIX, en especial la primera GuerraCarlista de 1833 a 1839. España estabainmersa también en una serie deconflictos coloniales en África, Américay Asia y, para financiar todas estasguerras, vendía propiedades del estado,derechos de explotación minera,concesiones de monopolios y cualquierotra cosa que le ayudara a mantener lasolvencia, pero nada era bastante. Asípues, el Gobierno de Madrid aumentólos impuestos y emitió bonos a interesesmás altos, adjudicando al Estado fondosque de otra forma hubieran sidodestinados a la industria, la agricultura y

el consumo. Tal era la receta de Españacontra el estancamiento, en una eramarcada por un crecimiento sostenido enel resto de Europa occidental[11].

En esta situación, los políticosespañoles no pudieron resistirse a latentación de adoptar prácticaseconómicas y fiscales predatorias en sucolonia cubana, a pesar del malestar y elrechazo que con toda certeza habían deprovocar. Los impuestos que recibía deCuba, principalmente en forma deobligaciones sobre importaciones yexportaciones, eran como una droga a laque el erario español se hizo adicto, deforma muy parecida a como los envíos

de lingotes de plata de México y Perúhabían creado hábito en los Gobiernosespañoles de épocas anteriores[12].

Los altos aranceles y cuotas sobreproductos norteamericanos y de otrospaíses produjeron ganancias paraMadrid, pero deformaron el comerciode Cuba al obligar a los cubanos acomprar bienes fabricados en laPenínsula, incluso siendo éstos deinferior calidad a los producidos enotros países de América o del resto delmundo. Además, los españolesadquirían a cambio pocos productoscubanos. El resultado fue un déficitcomercial crónico de Cuba con España:

en 1893, los cubanos compraron a losespañoles bienes valorados en 24,3millones de pesos, pero sus ventas aEspaña sólo alcanzaron un valor de 5,2millones de pesos[13]. Una diferencia deeste calibre era deseable desde el puntode vista de la potencia colonizadora;era, de hecho, un rasgo esencial de unimperialismo económico exitoso.España había convertido a Cuba en unmercado cautivo de los bienesespañoles y esto ayudaba a losproductores y trabajadores españoles yfomentaba el apoyo al imperio enEspaña, pero la relación colonialirritaba a los cubanos, incluso a

aquéllos que albergaban un amorincondicional hacia la madre patria[14].

El Gobierno español sabía que lasquejas cubanas estaban bien fundadas.El 24 de marzo de 1865, Antonio MaríaFabié, en su juventud funcionario delministerio colonial, pronunció en elCongreso español un discurso en el quedemostraba un sólido conocimiento dela situación en la isla. Según Fabié, enCuba existía un número considerable denuevos ricos, profesionales eintelectuales, grupos que, tarde otemprano, exigirían su parte en el poderpolítico. El Gobierno tenía queencontrar una forma de ofrecer «la

debida satisfacción a aquellasaspiraciones políticas que si sonlegítimas, si son justas, triunfarán alcabo». Por desgracia, ningún Gobiernoespañol se mostró dispuesto a concedera Cuba alguna medida de justiciasignificativa[15].

Existía una circunstancia quelimitaba en parte el descontento de loscriollos: cuando la economía del azúcardespegó en Cuba, la población creciórápidamente, y fueron los negros quieneslo hicieron en mayor medida. Loscubanos blancos pensaban que la isla seestaba «africanizando» con el éxito de laeconomía de las plantaciones. El miedo

racial, incrementado por los recuerdosde lo ocurrido en Haití y atizado por lasfrecuentes revueltas de esclavos,especialmente la rebelión de 1843-44,indujo a una cierta docilidad a losblancos, quienes veían a España comola garante del sistema esclavista y de lasupremacía blanca en Cuba. Así eraespecialmente en el oeste, donde unagran población de esclavos trabajaba enlas grandes plantaciones de azúcar, demodo que, cuando España perdió lamayor parte de sus colonias, aprincipios del siglo XIX, las elitesblancas cubanas permanecieron leales ala Corona española, lealtad por la que

Cuba mereció el apelativo de «Islasiempre fiel[16]».

Algunas frases, no obstante, resultanirónicas casi en el mismo momento depronunciarse. A medida que la economíacubana maduraba, los lazos de loscriollos con Estados Unidos seestrechaban, tal y como ha documentadoLouis Pérez. Las plantacionesimportaban del norte sus motores devapor y los equipos de procesado, yacudían ingenieros y técnicosnorteamericanos para poner enfuncionamiento estos equipos y hacersecargo de su mantenimiento, trabajar enminas y fundiciones y diseñar vías

férreas y telégrafos. Algunas ciudadesde Cuba, en especial La Habana,Cárdenas y Matanzas, llegaron a tenercomunidades de inmigrantesnorteamericanos de considerabletamaño. Estos contactos y el comerciocada vez más intenso con el nortehicieron de los productos de consumo,modas, gustos, costumbres y modos decomportamiento norteamericanosalternativas visibles a la cultura de lacolonia española en Cuba. El béisbolamericano sustituyó a las corridas detoros como espectáculo más enconsonancia con los gustos de las elitescubanas. Los norteamericanos viajaban

hacia el sur en la misma medida que loscubanos lo hacían hacia el norte portoda una serie de razones: estudios,vacaciones de verano o por negocios.Gracias al contacto con losestadounidenses que vivían en la isla,los cubanos encontraron en América delNorte una nueva imagen de sí mismos.El proceso era, no obstante,desorientador y llegaron a sentirseextranjeros en su propia tierra. Cuandoobservaban la embrutecedora,provinciana y autoritaria cultura de laisla, no podían evitar ser críticos con eldominio español y adoptar una actitudde rechazo ante éste. De hecho, la

separación de España acabó siendo unanecesidad perentoria para muchas deestas «siempre fieles» elites blancas[17].

Los criollos desafectos que seagrupaban en torno a una identidadpuramente cubana proporcionaronliderazgo crítico al movimientoseparatista, si bien no convieneotorgarles a ellos todo el mérito, puestoque solos nunca podrían haber libradocon éxito una guerra de liberación. Porun lado, estaban divididos: muchos deellos (en especial los propietarios deesclavos del oeste) aún albergabanesperanzas de resolver sus litigios conEspaña. Por otro lado, un nacionalismo

cultural de elite en ningún caso setraduce en un nacionalismo de masas, ymucho menos en una lucha armada por laindependencia nacional. Para llegar aeste punto era necesaria una crisiseconómica, social y política másprofunda, más compleja y sobre todomás generalizada.

Esta crisis comenzó en la Cubaoriental. La transformación de Cuba enuna sociedad de plantaciones cimentadaen la esclavitud afectó a la Cubaoccidental antes y más profundamenteque a la oriental. Las grandesplantaciones de azúcar con mano deobra esclava se localizaban

principalmente en el oeste, así que elgrueso de la valiosa producción detabaco y la mayoría de las ciudades,carreteras y comercio de la isla seencontraban allí. En cambio, la parteoriental estaba comparativamente másatrasada, y este desfase se hacía másacusado año tras año; con susescarpadas montañas y colinas cubiertasde espesa jungla, estaba, además, pocopoblada. La construcción de vías férreasy telégrafos, por ejemplo, tuvo lugarcasi exclusivamente en la parteoccidental, mientras que la orientalpermanecía aislada de las zonas máspujantes de la isla.

Este desigual desarrollo económicose reveló crucial para el movimientoindependentista cubano, que siempre fuemás intenso en las provincias orientalesde Santiago y Puerto Príncipe que en eloeste. En el oeste, las viejas formas depropiedad comunal y las tradicionalesobligaciones mutuas entre propietarios yarrendatarios habían desaparecido ya afinales del siglo XIX, a medida que latierra se iba convirtiendo en un simpleartículo de comercio bajo la presión delcapitalismo global. La situación en eleste no podía ser más distinta: aparte dela cercanía con Santiago y con otraspocas bolsas de desarrollo, el

capitalismo adquiría allí tintes exóticos.La propiedad estaba ampliamentedistribuida entre dueños ocupantes delas tierras y arrendatarios, la poblaciónse alimentaba de lo que cultivaba y laproducción artesanal seguía siendoimportante. La mayor parte de estaspersonas nunca había estado esclavizadani reducida al estatus de asalariados.Estos factores demostraron ser crucialesen la capacidad de la parte oriental paramovilizarse en una guerra de liberacióny proporcionar suministros a un ejércitoinsurgente. A modo de regla general enel desarrollo histórico, las comunidadesdonde predominan los pequeños

propietarios y los arrendatarios son másproclives a movilizarse con finescolectivos que los lugares donde lamayoría de la población forma parte delproletariado, esto es, donde haya sidodespojada de otros recursos que no seansu capacidad de trabajo. Las grandesrevoluciones campesinas del siglo XXen Rusia, Europa del este, China,México y otros lugares corroboran estaidea. Y fue también así en el casocubano, donde la parte oriental fue elalma de la rebelión contra España[18].

La rebelión tenía raíces profundas enlas condiciones sociales y económicasimperantes en la Cuba oriental. Mientras

los hacendados del oeste disfrutaban deuna vida desahogada, sus hermanosorientales, que gestionaban propiedadesmás pequeñas y no tan rentables,pertenecían además a un sectorinfracapitalizado de la economía, demodo que su carencia de una vozpolítica llegó a ser un obstáculoinsalvable para su prosperidad. Locierto es que los problemas económicosde la Cuba oriental estabandeterminados en gran medida porrealidades geográficas, climáticas y deotro tipo, que no tenían una soluciónpolítica clara, pero los hacendadosagraviados por esta situación culpaban

igualmente al sistema político colonialespañol. Una parte de la aristocracia dehacendados «cortó amarras» con lapoblación blanca leal —o al menoscomplaciente— e intentó derribar eldominio español en la segunda mitad delsiglo XIX. Estas personas no necesitabanviajar a Cayo Hueso para abrazar lacausa de la independencia: «se hicieroncubanos» sin salir de oriente[19].

En cualquier caso, había másmotivos que justificaban la actitudrebelde de oriente. Aunque nunca sepueda predecir el comportamientopolítico de los individuos o gruposexclusivamente a partir de su posición

social, la estructura socioeconómica deesta parte de Cuba proporcionó amuchas personas motivos y medios pararesistirse al dominio español. Lasprovincias de Santiago y Puerto Príncipeeran consideradas por algunoscontemporáneos como arcadias ruralesdonde los campesinos intercambiabanbienes entre sí en un sistema de trueque,no se relacionaban con la gente de laciudad y practicaban una agricultura desubsistencia «feliz y perfecta». Estaimagen de la Cuba oriental pasa por altolas desigualdades y miserias de lassociedades precapitalistas, si bien elretrato no es completamente ficticio o

irreal. Los campesinos orientaleshabitaban sencillas casas de madera yhojas de palma llamadas bohíos,desperdigadas por la campiña, de formatal que el concepto «vecino» se aplicabaen ciertas zonas a personas separadaspor varios kilómetros. Era, segúncomentaba un observador, como si losorientales huyeran unos de otros. Enestas condiciones, las personas teníanque ser independientes y capaces desatisfacer sus necesidades por símismas, en lugar de proveerse de otros acambio de dinero. Esta autosuficienciacon respecto al mercado proporcionó alos orientales un arma de valor

incalculable en su lucha contra España:podían destruir la agricultura comercialy otras empresas sin verse ellos mismosperjudicados gravemente[20].

Oriente era el «salvaje Oeste» deCuba. Los crímenes violentos erancotidianos, como demuestran losdocumentos de los juzgados[21]. Habíacomunidades enteras de bandidos quevivían en las montañas y atacaban a loscorreos, a los recaudadores deimpuestos y al comercio. En el interiorde Cuba ya existían grupos de esclavosfugados, conocidos como cimarrones,casi desde el momento en el que losespañoles introdujeron esclavos en el

siglo XVI[22]. En un principio, y durantealgún tiempo, los cimarrones habíanllegado incluso a superar en número alresto de los habitantes de la isla. En els iglo XIX, estos fugados crearon unaCuba diferente, una «Cuba libre», queno era española y que se oponíafrontalmente a la economía de lasplantaciones. En todos los movimientosrevolucionarios en contra de España, loshombres y mujeres que constituían estaCuba libre en el interior de la zonaoriental se mezclaron de forma naturalcon los insurgentes, aportando sushabilidades y sus vidas a la causa de laindependencia.

Las elites urbanas y las autoridadesespañolas sabían muy poco de estemundo y tampoco tenían capacidad paravigilarlo. La forma de vida de lapoblación rural de la Cuba oriental «ensu manera de vivir, no teníacomparación con la de la Península,porque ésta hállase concentrada enaldeas o caseríos, y la de Cubadesparramada, en relación a su número,en considerables extensiones deterritorio». Dominar a gente de este tipoera complicado «incluso en tiempos depaz[23]». Un terreno difícil y una costaabrupta se sumaban a este problema y,en momentos de descontento, rebeldes y

contrabandistas aprovechaban lascircunstancias para introducir armas ysuministros en playas remotas ytransportarlos al interior. El mar delCaribe y el Golfo de México aíslan aCuba, pero al mismo tiempo la conectancon el resto del mundo. En efecto, todoslos vecinos de Cuba comparten largasfronteras con la isla y, en el siglo XIX,todas fueron usadas como punto departida por los expedicionarios —llamados filibusteros— queproporcionaban a los orientales lasarmas necesarias para derribar alrégimen español.

La debilidad de la agricultura

comercial en el este sirvió, de otraforma, como inductora de la rebelión. Lamayoría de los orientales tenía pocaconexión directa con el sistema deplantaciones: ni hacendados ni esclavos;pertenecían a una población rural libre ymultirracial dedicada a la ganadería, laartesanía, la agricultura de subsistenciay a toda una variedad de actividadeseconómicas, de las cuales la producciónde azúcar era sólo una parte. Estaspersonas —en especial negros y mulatos— eran menos proclives, lógicamente, aofrecer su lealtad a un Gobierno cuyoúnico fin parecía ser la defensa de laesclavitud y del sistema de plantaciones.

La crítica a la esclavitud y al racismo yel proyecto de una Cuba multirracial fueel trabajo de muchos cubanos de toda laisla, pero el esfuerzo armado necesariopara conseguir el ansiado cambio derégimen se inició en oriente, cuyoshabitantes soñaban con cambiar toda laisla a su imagen y semejanza.

En la década de 1860, la fracasadaaventura neocolonial en la RepúblicaDominicana se añadió a los males deCuba y contribuyó a desencadenar laprimera guerra de independencia en laisla. Sucedió de la siguiente manera: en1861, Haití preparaba una invasión de laRepública Dominicana y los

dominicanos decidieron acogerse a laprotección española, renunciando a suindependencia a cambio de ayudamilitar. España conjuró rápidamente laamenaza haitiana, pero en ese momentolos dominicanos decidieron que enrealidad no querían volver a sersúbditos de la monarquía española. Estasegunda guerra dominicana no les fuedemasiado bien a los españoles, puestoque ahora no combatían a un ejércitoinvasor, sino a tropas dominicanasirregulares que defendían su propioterritorio en una guerra que se libraba enla jungla. Las tropas españolascombatieron aceptablemente bien, pero

perecieron casi ocho mil soldados acausa de la malaria, la fiebre amarilla yotras enfermedades, mientras que otrosdieciséis mil, enfermos o heridos,tuvieron que ser evacuados. El 11 dejunio de 1865, España renunciaba a laRepública Dominicana.

La guerra dominicana afectóprofundamente a Cuba en dos aspectosdiferentes. En primer lugar, mostró a loscubanos que la táctica de guerrillaspodía ser eficaz contra España, ya quela malaria, la fiebre amarilla y otrasenfermedades harían la mayor parte deltrabajo. En segundo lugar, la guerradominicana profundizó los problemas

económicos y fiscales en Cuba, puestoque, en 1867, España obligó a loscubanos a pagar las deudas contraídasen el costoso conflicto mediante elgravamen de un impuesto sobre ingresosy propiedades. Fue una medida erróneay difícil de soportar para personas queya pagaban precios artificialmente altospor productos de importación a causa delos aranceles españoles. En oriente,donde la economía de mercado no erafuerte y donde, en consecuencia, no erafácil obtener dinero en metálico, elnuevo impuesto resultó ruinoso.

Los expertos españoles en políticafiscal predijeron que causaría

problemas en la región, pero nadie lesprestó atención. Según un funcionario dela época, intentar imponercontribuciones directas a campesinosque estaban dispersos por la campiña en«casas de paja» y cuyo dinero apenasbastaba para «obtener aperos delabranza y algunos animales que ayudena la producción de la que depende susubsistencia» era prácticamente unalocura. Muchos campesinos practicabanuna agricultura de tala y quema:cultivaban pequeñas parcelas duranteunos pocos años hasta que el terreno seagotaba y luego se desplazaban yaclaraban otros terrenos en la espesa y

baja selva, la manigua, que cubría granparte de la isla. Esto hacía difícil saberqué tierra pertenecía a quién y cuál erasu valor. De forma parecida, loscampesinos no solían cercar a losanimales, sino que les permitíandeambular semisalvajes, pastando en laabundante vegetación, práctica quedificultaba al Gobierno deducirpropiedades y evaluar los deberesfiscales relacionados con el ganado.Incluso el recuento de personas y lalocalización de sus residencias con finesfiscales era una tarea complicada. Paraempeorar aún más las cosas, a veces losfuncionarios de Hacienda trataban de

cobrar los impuestos de varios años deuna sola vez y, cuando no había dinerodisponible, embargaban aperos yanimales. Se trataba de una práctica quesumía a la población rural en un estadode terror permanente, «maldiciendo algobierno que en tal situación los coloca,que los conduce a la desesperación, lavagancia o el crimen[24]».

La situación era, de hecho,desesperada. En febrero de 1868, uncomité liderado por Carlos Manuel deCéspedes, abogado, intelectual y nodemasiado próspero hacendado deBayamo, en la Cuba oriental, iniciónegociaciones con el régimen español en

torno al tema de la excesiva carga fiscalimpuesta a los cubanos. Como era deesperar, las reuniones no alcanzaronninguna solución, ya que el Gobiernoespañol no podía permitirse sermagnánimo. Tras este fracaso, Céspedescomenzó a hablar no de negociación,sino de resistencia directa ante elexpolio español.

Esto podría haberse detenido aquí,pero un suceso inesperado en Españapermitió a Céspedes pasar de laspalabras a los hechos: el 17 deseptiembre de 1868, la ciudad de Cádiz,centro del radicalismo liberal enEspaña, se sublevó contra el régimen

borbónico en una revolución que losespañoles dieron en llamar La Gloriosa.El 28 de septiembre, los rebeldes,reunidos y comandados por oficialesdesafectos del Ejército y la Marina,derrotaron a las fuerzas reales enAlcolea y, dos días después, la reinaIsabel II huyó al extranjero. Una semanamás tarde, un Gobierno Provisionalliderado por el general Juan Primpromete una Constitución liberal paraEspaña. Cuando las noticias de LaGloriosa llegan a Cuba, Céspedes ve suoportunidad. El 10 de octubre, desde suspropiedades cerca de Yara, en lasafueras de Bayamo, se declara en

rebeldía contra España. Nada ilustramejor la estrecha interdependencia de lahistoria cubana y la española en esteperiodo que la conexión entre larevolución liberal en España y ellevantamiento de Yara[25].

Las metas de Céspedes y susseguidores al inicio de la Guerra de losDiez Años (1868-78) no estaban clarasal principio. El grito de «Viva Cubalibre» competía con los de «Viva Prim»y «Viva la Constitución», en referencia ala promesa de los revolucionariosespañoles de una constitución liberalpara España y sus colonias. Céspedespermanecía ambiguo incluso en el

esencial asunto de la esclavitud,afirmando por un lado su creencia deque todos los hombres habían sidocreados iguales y, por otro, que laemancipación tendría que llegargradualmente y contemplar unaindemnización a los propietarios deesclavos, como él mismo. No obstante,pronto Céspedes y sus rebeldes fueronconscientes de la necesidad del apoyode la población esclava y de los negroslibres para tener probabilidades deéxito, y esto los obligó a aclarar susobjetivos a partir de 1870:independencia y emancipación. Ahora elmovimiento congregaba el apoyo

popular y miles de afrocubanos acudíanen masa a la insurrección.

La rebelión también prosperó,sencillamente, porque España no estabaen condiciones de responder. El ejércitoespañol en Cuba contaba con menos decatorce mil hombres, de los que sólosiete mil estaban en condiciones decombatir, los demás estaban enfermos ohabían sido «apartados» por sussuperiores para trabajar en las grandesplantaciones y en los ranchos, en unapráctica absurda que trataremos en otrocapítulo[26]. El auténtico problema, noobstante, era que España aún se hallabainmersa en su propio frenesí

revolucionario. Tras el destronamientode la reina Isabel, España habíaexperimentado seis años de un gobiernoprogresista pero débil, que fue testigodel asesinato de Prim y de lainstauración de la I República en 1873,así como de una guerra civil queprácticamente destruyó el país. Y, entretodo este caos, los insurgentes cubanosse apuntaban importantes éxitosmilitares que amenazaban los interesesde España en el oriente de Cuba.

A pesar de todo, la rebelión seguíasiendo una revuelta regional que, pordiferentes razones, no afectaba a lasricas provincias del oeste. Los

españoles construyeron una líneafortificada, la trocha que ya hemosmencionado, que, aunque imperfecta,ayudó a evitar que los rebeldes pudierandesplazarse fácilmente hacia el oeste.Además, las tropas orientales carecíande la disciplina y de la conciencianacional necesarias, y rehusabanmarchar hacia el oeste cuando así se lesordenaba. Ni siquiera el inspiradoliderazgo de nuevos jefes militarescomo Antonio Maceo podía solucionarestos problemas y, de hecho, el ascensode oficiales negros como Maceocomplicaba las cosas, en el sentido deque los blancos de la Cuba occidental

temían a los insurgentes, en parte pormotivos raciales; en consecuencia,evitaban unirse a la insurrección o serendían rápidamente, argumentando que«los negros están dispuestos a tomar elcontrol» de la isla. El ascenso de Maceoa general de división, junto a losrumores que le convertían en dictador encaso de alzarse con la victoria, parecíanconfirmar estos temores. Los líderes dela revuelta no se beneficiaban de laayuda internacional, no teníanexperiencia política y, además, a partirde 1875, cuando la restauradamonarquía borbónica volvió a imponerel orden en España, el Ejército español

pudo concentrar su atención en Cuba.Incluso un ejército poco preparadopuede derrotar a sublevados sinexperiencia que no cuentan con fuerzasregulares ni reciben ayuda del exterior.El general Arsenio Martínez Camposlideró una ofensiva final contra losrebeldes cubanos, los derrotó y puso fina la Guerra de los Diez Años en 1878,con la Paz de Zanjón.

No obstante, durante el periodo deguerra, Cuba había sufrido una profundatransformación. Como ya hemoscomentado, los líderes blancos,incluyendo a propietarios de esclavoscomo Céspedes, habían abrazado la

emancipación y liberado a sus propiosesclavos, así como a cualquiera quesirviera en el ejército revolucionariocubano. De hecho, en 1878, miles deesclavos habían realizado el serviciomilitar y España apenas pudo negociarel final del conflicto sin reconocer defacto la libertad de estos hombres y desus familias. Además, España liberó alos pocos esclavos que servían en ellado español o a aquellos nacidos hasta1810 o a partir de 1868, e hicieronvagas promesas de liberar al restocuando la guerra acabara. De este modo,la emancipación fue gradual y culminócon la definitiva abolición legal de la

esclavitud en 1886[27].No obstante, incluso este proceso

controlado de abolición condujo a unaprofunda crisis en Cuba, y no sólodebido a los importantes problemas demano de obra que ocasionó a laindustria del azúcar. Cientos de miles dede afrocubanos liberados pudieronadquirir una nueva identidad y forjarseuna nueva vida en las dos décadasprevias a 1895. Mientras que en elpasado los esclavos habían sidoalojados y controlados en las barracasde las plantaciones, ahora muchostrabajadores negros vivían en suspropias casas, ajenos a la vigilancia y el

control de los hacendados. Su trabajo enlas plantaciones estaba ya remunerado y,por miserables que fueran la paga y lascondiciones de trabajo, los salarios nodejaban de proporcionarles ciertaautonomía económica[28]. Por primeravez, sentían su libertad y su «cubanidad»como las dos caras de una mismamoneda. En este sentido, la Guerra delos Diez Años, si bien había terminadocon la victoria formal de España, creólas condiciones para un conflicto másamplio en 1895, cuando la poblaciónnegra tuvo tanto los medios como lamotivación para prestar sus servicios auna causa independentista que prometía

completar el trabajo de emancipaciónsocial y racial que había comenzado en1868. Además, con la esclavitudabolida, los ricos blancos cubanos quehabían contemplado a España como lagarante del sistema esclavista, perdieronuna poderosa razón para permanecerleales a la metrópoli. Basándose enestos hechos, algunos estudiosos deltema han llegado a la conclusión de quetodo el periodo que va desde 1868 a1898 puede contemplarse como unconflicto único, una «guerra de treintaaños». Esta perspectiva se justifica enlos muchos procesos causales que seproducen desde el levantamiento de

Yara en 1868 al de Baire en 1895,cuando los cubanos inician su asaltofinal para la liberación nacional. Pero,por otro lado, resulta engañosa, ya quetiende a relegar los acontecimientos de1895-1898 a las consecuencias de laguerra anterior y a considerar lasiniciativas de paz y las reformasrealizadas durante los años que van de1878 a 1895 como predestinadas alfracaso. Asimismo, la concepción deuna única guerra subestima las nuevascircunstancias y a los nuevos actoresque contribuyeron a la independenciacubana a partir de 1895.

De hecho, fueron muchas las nuevas

fuerzas que actuaron en Cuba en las dosúltimas décadas del siglo XIX,movilizando a la generación que se hizoadulta tras la Guerra de los Diez Años.En primer lugar, el problema de lasobrecarga impositiva había empeorado.España seguía imponiendo altosaranceles e impuestos directos,incrementando así el propio coste de laGuerra de los Diez Años con unamontaña de obligaciones para loscubanos. Los pagos del interés de lasdeudas de la guerra absorbían la mayorparte de los gastos del Gobierno enCuba y quedaba poco para proyectos deinfraestructuras o desarrollo. En los

diecisiete años que transcurrieron entre1878 y 1895, los españoles noconstruyeron nuevas vías férreas[29], lascarreteras sufrieron un gran deterioro yla administración colonial puso freno,incluso, a la construcción de colegios,en la convicción de que la educación delos cubanos facilitaría su futurarebeldía, algo que convence, más queningún otro factor, a la hora de condenarel dominio español[30].

Al menos se había acabado con unaforma de lucro moralmenteinjustificable: la esclavitud siemprehabía ofrecido grandes oportunidadespara la corrupción, y el hecho de que

siguiera siendo legal en Cuba hasta1886, décadas después de que lasconvenciones internacionalesprohibieran el comercio transatlánticode esclavos, hizo surgir un gran mercadoilegal de seres humanos en Cuba.Traficantes y dueños de esclavospagaban a los funcionarios españolessumas enormes para poder continuar coneste lucrativo comercio, y algunas de lasmayores fortunas de España y Cuba sefundamentaron en el comercio deesclavos y en la corrupción que leacompañaba. La esclavitud fueprohibida en Cuba en 1886, pero lacultura de la corrupción no se elimina

por decreto tan fácilmente. Laposibilidad de un acceso fácil a lariqueza había arraigado en losfuncionarios españoles, que sededicaron, como si fuera un derechoadquirido, a nuevas formas decorrupción. Las corruptelas seconvirtieron en un medio de vida paralos empleados del estado, que recibíansobornos por todo tipo de contratos ysisaban continuamente de los pagos alGobierno, práctica que costaba a lostributarios cubanos enormes sumas dedinero. Los cubanos, que pagaban estossobornos y que debían comprar bienesde consumo cuyo precio estaba inflado

por los costes añadidos que suponíanestos «negocios», tenían plenaconciencia de todo esto[31].

Una crisis de un cariz diferente,nacida de la innovación tecnológica enla industria del azúcar, se añadió a lasdificultades económicas de Cuba, afinales del siglo XIX. A principios desiglo, Franz Carl Achard habíadescubierto la forma de extraer elazúcar de la remolacha de forma eficazmejorando las técnicas de refinado, y seestableció la primera planta de azúcarde remolacha en Berlín. En algunasdécadas, gracias a estas mejorastécnicas, el azúcar de remolacha había

desplazado al de caña en Europa. En elaño 1890, el azúcar de remolachaconstituía el cincuenta y nueve porciento de la producción mundial. Inclusoen España, a pesar de que la más rica desus colonias producía más azúcar decaña que cualquier otro lugar del mundo,el Gobierno animaba a los cultivadoresa plantar remolacha azucarera y poníatrabas a las importaciones de azúcar decaña. Una vez más quedaba clara lanaturaleza de la relación colonial, en laque los intereses de los cubanos siemprese supeditaban a los de la metrópoli.

Este cambio en la producción deazúcar en Europa minaba las

expectativas a largo plazo del comerciodel azúcar en Cuba, y los hacendadoseran conscientes de ello. Muchoscomenzaron a abandonar el negocio,vendiendo sus propiedades a grandesempresas azucareras a cambio de dineroen efectivo o rentas anuales. Javier dePeralta, terrateniente y administrador depropiedades en Matanzas, relacionó lacrisis estructural provocada por el usode azúcar de remolacha en Europa conel malestar político de Cuba y predijo lainminencia de una nueva guerra deindependencia. «Lo peor es que no se vede dónde pueda venir el remedio,porque mientras subsistan las enormes

siembras de remolacha en Europa, esimposible que tome valor el azúcar. Yaquí no tenemos otra producción ni esposible dedicar las tierras a otra cosa»,escribía Peralta el 19 de febrero de1895. Cinco días después, estallaba laguerra por la independencia en Cuba[32].

La pérdida del mercado europeo porparte de Cuba en la segunda mitad delsiglo XIX dejó a Estados Unidos comoúnico gran cliente. A medida que loslazos comerciales cubano-norteamericanos se estrechaban, loshombres de negocios estadounidensesinvertían en el azúcar cubano y algunosincluso se implicaban en su producción,

pero fue en el refinado, embalaje ycomercialización donde estoscapitalistas acabaron predominando. Lastécnicas se habían sofisticado, y se hizonecesario un sustancial aporte de capitalpara poder competir con el azúcar deremolacha. Los inversoresestadounidenses, en su intento demodernizar la producción de azúcar,llegaron a controlar ciertos aspectos dela industria.

Esta transformación del azúcarcubano en las últimas décadas del sigloXIX afectó a la Cuba occidental y a laoriental de forma diferente, exacerbandolas ya profundas diferencias entre las

dos partes de la isla. En oriente, lasempresas azucareras más antiguas searruinaron o se vieron reducidas a unaexistencia marginal ante la competenciadel azúcar de remolacha y elreorganizado y más capitalizado azúcarde caña de la zona ocidental. Al mismotiempo, las dificultades económicas deEspaña habían atraído a una nueva olade inmigrantes procedentes de laPenínsula, contribuyendo al «blanqueo»de la población de Cuba occidental. Amedida que La Habana crecía, elinterior experimentaba también unasignificativa transformación. Las zonasrurales, anteriormente vacías o

dedicadas al cultivo de azúcar de caña ytabaco, se convirtieron en terrenosvaliosos para el cultivo de la patata, elmaíz y otros productos. En estas zonassurgió una nueva clase de pequeñospropietarios que tenían estrechosvínculos con La Habana y otras ciudadesoccidentales. En resumen, la sociedadde la isla se dividía rápidamente en dos:la negra, más pobre y rebelde, del este;y la blanca, más rica y tranquila, deloeste. Algunos llegaron a pensar queCuba acabaría dividida, como habíasucedido cuando la isla La Españolaquedó convertida en una Haití negra yuna República Dominicana de

predominio blanco. De hecho, la guerracubana por la independencia de 1895 sepuede interpretar, al menos en parte,como un intento por parte de los cubanosde detener un proceso similar[33].

En la década de 1890, Cuba, enespecial la parte occidental, habíapasado a formar parte del imperioeconómico estadounidense. No obstante,la dependencia económica de Cubarespecto a Estados Unidos se hizoespecialmente peligrosa entonces,cuando la economía mundial entraba enla fase final de una profunda recesión.Los pedidos internacionales de todo tipode bienes se desplomaron, y los

diferentes países intentaron proteger suseconomías imponiendo duros arancelesa los productos extranjeros. Españaabandonó los pocos principios de librecomercio que le quedaban y gravó conimpuestos la mayor parte de lasimportaciones, incluyendo las deproductos americanos, lo que supuso undesastre para Cuba cuando EstadosUnidos respondió con la misma moneday elevó los aranceles sobre productosespañoles, entre ellos el azúcar y eltabaco cubanos. Es de destacar la leypromovida por William McKinley en1894, mediante la cual el congresistarepublicano por Ohio y futuro presidente

aumentó los impuestos sobre el azúcarcubano. Estos aranceles privaron a loscubanos de sus clientesnorteamericanos, que dejaron de fumarpuros procedentes de la isla ycomenzaron a endulzar sus alimentoscon azúcar hawaiano, antes incluso de laanexión de este archipiélago por partede Estados Unidos. Las exportacionesde hoja de tabaco y de puros cubanos aEstados Unidos cayeron a la mitad aprincipio de la década de 1890, y las deazúcar casi a una tercera parte entre1894 y 1895[34].

La crisis resultante fue profunda enCuba. Los hacendados redujeron la

producción y miles de cortadores decaña, molineros y trabajadores deltabaco se vieron en el paro. Esto, a suvez, afectó al resto de los sectores de laeconomía cubana. «Desde los últimosmeses de 1894», comentaba uncontemporáneo, «numerosos braceros,más de cincuenta mil, vagaban de puebloen pueblo buscando trabajo»[35]. Lacrisis afectó a toda la isla y, en el oeste,debido a su mayor dependencia de losmercados mundiales, la recesión fue dehecho más acusada. La crisis seconvirtió, además, en una de lascondiciones previas para el éxito de lospatriotas cubanos en 1895: con gran

cantidad de trabajadores desesperados asu disposición, los insurgentes notuvieron problemas para reclutar tropas,ni siquiera en el tradicionalmente mástranquilo oeste. Hay mucho de cierto enla afirmación de que fueron losaranceles impuestos por Estados Unidosa principios de esta década los quehicieron posible la revolución cubana de1895[36]. En palabras de un español, unavez que la ley McKinley fue aprobada,«los jóvenes, los viejos, las mujeres yniños limpiaban los machetes y losenmohecidos fusiles, esperandoimpacientemente la orden dellevantamiento»[37].

A este sufrimiento vino a añadirseuna serie de devastadores huracanes queazotaron Cuba durante el otoño de 1894.La tormenta del 23 al 24 de septiembrecausó una destrucción casi total en tornoa Sagua La Grande, y en las semanasposteriores se rescataron trescientoscadáveres del crecido río Sagua. Másadelante, nuevas tormentas golpearon enoriente y se desplazaron hacia el oeste,siguiendo el camino que un año despuéstomarían los insurgentes cubanos. El maltiempo destruyó carreteras, cosechas,centros de trabajo y hogares. Loshambrientos, abandonados ydesempleados cortadores de caña y

molineros se convirtieron en bandidos oen insurgentes[38]. Los maleantes sehacían cada vez más atrevidos: unabanda tomó el ingenio Carmen el 30 deseptiembre y lo retuvo durante tres días.El secuestro de hacendados ycomerciantes acaudalados llego a seruna forma de vida. Bandidos y rebeldescoincidían, fundiendo patriotismo ydemandas más mercenarias. Lossalteadores de caminos que gritaban«Cuba libre» mientras robaban ysecuestraban civiles a cambio de unrescate eran difíciles de distinguir de lospatriotas que hacían lo mismo pararecaudar fondos para la rebelión[39].

Durante el otoño de 1894, lasnoticias de estos tumultos circulaban sincesar a través del telégrafo y, mientrasse extendía la inseguridad, el gobiernocolonial permanecía impotente en LaHabana, inmovilizado aparentementepor el mal tiempo[40]. El día de AñoNuevo fueron incendiadas propiedadesde españoles y de partidarios de ladependencia. En la noche del 14 deenero de 1895, ciento cincuenta hombresinvadieron y saquearon la localidad deJibacuán. Habitantes de otras ciudadesse manifestaron con gritos de «VivaCuba libre» y otras consignasamenazantes, en contra de un Gobierno

que era incapaz de ayudarles[41]. Cubase había convertido en el caldo decultivo perfecto para una revolución.

A

III

José Martí, un sueñode Cuba

finales de 1894, José Martí, atentodesde su exilio neoyorquino a los

acontecimientos que se producían enCuba, creyó que había llegado elmomento de atacar el dominio españolen la isla. Martí había combatido aEspaña con su pluma durante toda suvida. En 1868, abrazó el ideal de laindependencia cubana enunciado porCéspedes al iniciarse la Guerra de los

Diez Años y había comenzado adeliberar y escribir acerca del futuro deuna Cuba libre. En 1869, las autoridadesespañolas descubren un comprometedordocumento escrito por Martí y learrestan por apoyar la independencia entiempo de guerra. Martí, que en esemomento tiene sólo dieciséis años, haceya gala de una gran seriedad en sucomportamiento. El juez lo condena aseis años de trabajos forzados en unaprisión a las afueras de su Habana natal,pena que se antoja severa para lo que noera más que una indiscreción juvenil.

En la prisión solían hacer trabajar alos convictos en una cantera de caliza, y

es allí, bajo el látigo del capataz, dondela salud de Martí se resiente.Afortunadamente, el Gobierno españolconmutó su pena por el destierro a laisla de Pines, en la costa del sur deCuba, y en 1871 permite que Martí setraslade a España, donde estudiaDerecho y comienza a moverse en loscírculos de la elite política e intelectual.Con la salud recuperada, comienza aestudiar en la Universidad por lasmañanas, da clases a los hijos de susacaudalados mecenas por las tardes y sehace habitual de los teatros por lasnoches. Más adelante continuará susestudios en Zaragoza, donde vive su

primera experiencia amorosa. En 1874,finaliza su exilio en España, y tambiénsu romance, si bien Zaragoza y Aragónocuparon siempre un lugar especial ensu afecto[1].

Que las autoridades españolascondenaran a Martí a una pena tanrigurosa para más adelante suavizarlatiene su explicación. El Gobierno deMadrid tenía en el siglo XIX una bienmerecida reputación de imponer penasbizantinas a sus enemigos políticos,pero, junto a este rigor, la justiciaespañola daba frecuentes muestras dearbitrariedad. De hecho, dureza eincoherencia se complementan: los

gobiernos débiles aplican confrecuencia una violencia espasmódica yejemplarizante debido a su incapacidadpara aplicar la ley de forma constante.

Pero los vaivenes en la condena deMartí tuvieron además otros motivos. Lapolítica española no admitía muy bienlos cambios pacíficos, así que hasta lamenor crítica al orden establecido porparte de alguien relevante se tomaba porindicio de militancia antirrégimen. EnEspaña, la burguesía, o al menos partede ella, seguía siendo revolucionaria;eran ingenieros, doctores o abogadosque intentaban desempeñar su profesióncon normalidad y se encontraban con

que tenían que trabajar con materialesdefectuosos, sin los equipos, losmedicamentos o la higiene necesarios, oveían cómo unos códigos legalesrazonablemente modernos eran violadosen la práctica. Incluso algunos oficialesdel Ejército sentían una gran frustraciónante la falta de equipamiento moderno.Éstas y otras experiencias igualmentefrustrantes convertían a estos hombresen reformistas y, en ocasiones, endemócratas y republicanos que difundíanideas revolucionarias. La mayoría de lasveces era una simple farsa, un «baile desalón» en el que los jóvenes radicalestenían como pareja a funcionarios del

Gobierno; todo el mundo pensaba quelos gestos revolucionarios de aquellosjóvenes de buena posición no ibanverdaderamente en serio. Losfuncionarios del Gobierno tendían aperdonar estas transgresiones,admiraban en secreto estos «excesosjuveniles» e interpretaban tales desafíoscomo muestras de la vitalidad de lapolítica española. Los dos principalespartidos monárquicos incluso tenían ensus filas hombres de este tipo, segurosde que en su seno podrían transformar aestos radicales con tan sólo atraerlos aljuego político nacional, despojándolosasí de sus principios revolucionarios.

Este «juego de caballeros» se aplicabatambién a los revolucionarios cubanos,especialmente si eran blancos, y siempreque su actividad se limitara a laliteratura y a los debates tertulianosacerca de la independencia, que es loque había hecho Martí hasta entonces.

De hecho, Madrid confundía a Martícon uno de sus revolucionariosaficionados locales, que pasaban por lasuniversidades y templos masónicosespañoles de camino hacia su madurezcomo monárquicos moderados. Martí seunió, de hecho, a la Logia Armonía delos masones españoles, lo que le pusoen relación con la alta sociedad. No en

vano, el liberalismo radical estaba demoda en España, que experimentaba supropia agitación revolucionaria. Martíencontró muchos oídos comprensivoscon sus argumentos en favor de laindependencia de Cuba.

La popularidad de Martí entre losliberales españoles procedía en parte deun hecho que hizo posible presentarcomo auténticos malvados a un grupo decubanos, los violentos voluntarios proespañoles de La Habana. En 1871, ungrupo de estudiantes de Medicinaprofanó la tumba de Gonzalo Castañón,fundador de La Voz de Cuba , elperiódico que alentaba a los voluntarios.

En el juicio se dictaron las penas levescontempladas para este delito, pero losvoluntarios provocaron disturbios ypresionaron a las autoridades españolaspara que se volviera a juzgar el caso. Elabogado de la defensa, un capitán delEjército español llamado FedericoCapdevila, defendió a sus clientesdemostrando que las pruebas en sucontra iban de lo dudoso a loinexistente. Por ejemplo, uno de losestudiantes que más tarde seríancondenados a muerte estaba en Matanzasel día de los hechos. El abogado,además, argumentaba que la profanaciónde tumbas no merecía la pena capital

que pedían los voluntarios. No sirvió denada. Los voluntarios, en su mayoríacubanos nacidos en España, teníandemasiado poder local, e inclusollegaron a agredir a Capdevila duranteel juicio sin que les ocurriera nada. Deesta forma, el tribunal dictó ochosentencias de muerte y prisión para otrostreinta implicados en el suceso. Losocho condenados a muerte fueronfusilados el 27 de noviembre de 1871.Martí hizo de este asunto algo personal yconvenció a muchas personas con suelocuente denuncia de los voluntarios yde la arbitrariedad de que se habíahecho gala durante el proceso judicial.

Sin duda, esta visión de las cosastenía eco en España. El problema noeran los españoles peninsulares, sino losreaccionarios de La Habana. Pero lo quelos liberales españoles no sabían eraque en Martí se ocultaba un auténticorevolucionario, no simplemente alguieninformado y con «aspiraciones». Martíse apoyó en el caso de los estudiantescondenados para desarrollar planes másambiciosos, que la mayor parte de suslectores nunca habría aceptado, pero noreparó, al menos en un principio, en quesu audiencia sólo quería escuchar o leersus palabras. A los liberales españolesles divertía experimentar esa sensación

de escándalo moral hacia losvoluntarios que se habían atrevido aatacar a un funcionario y abogadoespañol, pero eso no significaba quefueran a apoyar las ambiciosasdemandas de justicia para Cuba quehacía Martí[2].

Martí finalizó sus estudios deDerecho en 1873, al tiempo que losespañoles enviaban a su rey al exilio yredactaban una Constituciónrepublicana. Se trataba del giro másradical de la política española hasta elmomento, y Martí observaba todo elproceso con satisfacción, ya queesperaba que la I República hiciera algo

respecto a Cuba. Por desgracia, losrepublicanos no sólo no iban a ayudar aCuba, sino que fueron desalojados delpoder cuando en 1874, mientras losradicales discutían entre sí, un golpemilitar devolvió a los borbones al tronoespañol. Con el orden así restablecido,la insurrección cubana tuvo que afrontarun contraataque coordinado y comenzó adeslizarse hacia la derrota.

Martí abandona España en 1874 condestino a Ciudad de México, dondetrabaja como periodista. En 1876,conoce a Carmen Zayas Bazán, hija deun adinerado cubano en el exilio, ycontrae nupcias con ella un año después.

Cuando finaliza la Guerra de los DiezAños, en 1878, la pareja se muda a LaHabana y allí, en noviembre, Carmen daa luz al hijo de ambos, José. Lasresponsabilidades familiares noimpidieron a Martí retomar de inmediatosus actividades sediciosas, de forma quelas autoridades españolas vuelven aexiliarle a España en septiembre de1879. De todas formas, la vigilancia dela policía sobre Martí era tan laxa queno tarda en escapar cruzando losPirineos. Tras una breve estancia enFrancia, viaja a Nueva York, adondellega el 3 de enero de 1880. Es aquídonde Martí se proyecta definitivamente

como autor y como líder de losexiliados cubanos. Carmen lleva alpequeño José a Nueva York en unavisita, pero entiende el ferozcompromiso de Martí con su trabajo ycon la revolución, asuntos que parecenanteponerse a su propia familia. Entrelas muchas cosas a las que aspirabaMartí no estaba precisamente ser unpadre de familia ejemplar; de hecho, suesposa no tarda en comunicarle quesería más feliz viviendo bajo el dominioespañol que con él y, en 1881, vuelvecon su hijo a Cuba.

El dolor que le produce el perder elcontacto con su hijo le inspira a Martí la

que puede considerarse su mayor obraliteraria, Ismaelillo, una colección depoemas publicada en 1882. ConIsmaelillo, Martí introduce elmodernismo entre los lectoreslatinoamericanos, que aún leían casiexclusivamente poesía romántica, con suestricto uso de la métrica y la rima y sulenguaje recargado. No obstante, Martíempleó la mayor parte de sus fuerzas enla búsqueda de su auténtico anhelo: laindependencia de su patria. En estaetapa de su vida, lucha por Cuba con suspalabras, bellas palabras, un río deescritos que le convirtió en una de lasgrandes figuras literarias del siglo XIX.

En una década, fue capaz de fundar yeditar varias revistas y escribir unanovela, dos libros de poesía y docenasde biografías breves; escribió cientos deartículos para docenas de periódicosespañoles y de lengua inglesa, como elNew York Sun de Charles Dana. Estosartículos eran a menudo de naturalezapolítica y en defensa de laindependencia cubana. Pronto esreconocido y respetado en todaLatinoamérica, tanto que Uruguay lenombra vicecónsul en 1884 y másadelante realiza las funciones de cónsulpara Argentina y Paraguay.

Sin embargo, entre los cubanos de

Nueva York la posición de Martí iba asufrir un serio revés. Algunos de suscompañeros en el exilio no confiaban enMartí, ni sentían simpatía por él enespecial los dos grandes líderesmilitares, Máximo Gómez y AntonioMaceo. Gómez pensaba que Martí eramás poeta que revolucionario,sospechaba que era todo palabras y queen realidad temía una auténtica guerra deindependencia, ya que en un conflicto talsería eclipsado por los militares.Antonio Maceo incluso encontraba aMartí desagradable y poco de fiar, unser maquiavélico y no un auténticopatriota comprometido con la lucha

armada[3]. Por su parte, Martísospechaba del «caudillismo» de Gómezy Maceo, esto es, de su intención deerigirse como dictadores militares enCuba[4]. En 1884, Gómez y Maceovisitan Nueva York para reunirse conMartí y otros personajes significados dela comunidad cubana. Martí,acostumbrado a liderar y dominarsituaciones de este tipo, se dio cuenta deque la situación no le era propicia.Encontraba a Gómez especialmenteautoritario, y rompió con él en una cartainsultante donde dejaba implícito queprefería el dominio español a laperspectiva de una revolución liderada

por personas como Gómez. Martí no ibaa trabajar por implantar en su tierra «unrégimen de despotismo personal, quesería más vergonzoso y funesto que eldespotismo político que ahora soporta»,y escribía que «un pueblo no se funda,General, como se manda un campamento[…] ¿Qué somos, General?: ¿losservidores heroicos y modestos de unaidea que nos calienta el corazón, losamigos leales de un pueblo endesventura, o los caudillos valientes yafortunados que con el látigo en la manoy la espuela en el tacón se disponen allevar la guerra a un pueblo, paraenseñorearse después de él? […] A una

guerra así mi apoyo no se lo prestaréjamás»[5].

Gómez no se molestó en responder,pero la noticia de la ruptura entre él yMartí corrió como la pólvora. El jovenpoeta no tenía el prestigio del general, ylos veteranos de la Guerra de los DiezAños orquestaron una campaña paradefender a Gómez y desprestigiar aMartí. El 20 de octubre de 1884, Martíabandonó el movimiento. Los añossiguientes fueron difíciles para él: losveteranos cubanos le injuriaban por nohaber servido en el ejército y, en unmomento dado, los insultos llegaron aser de tal calibre que Martí desafía a

duelo a uno de sus detractores, eventoque por fortuna nunca llegó aproducirse[6].

José Martí forjó la ideología y la organizaciónpolítica del movimiento de independencia

cubano, pero murió en el campo de batalla enlos primeros días de la Guerra de

Independencia.[Fotografía usada por cortesía de la Biblioteca

del Congreso].

La tensión entre los líderes delmovimiento independentista cubano sesuaviza a principios de 1890, en granparte debido a los esfuerzos de Martí.Revolucionario ascético y resuelto,Martí no era, sin embargo, unRobespierre cubano y carecía del ansiavisceral de unanimidad y gusto por lasangre del Incorruptible. Por el

contrario, Martí trabajaba para unir lasfuerzas dispersas que constituían elmovimiento en el exilio y aprendió aconvivir con el militarismo de Gómez yMaceo; en cierta manera, no teníaelección. Pese a todo, nunca pudorecuperar el liderazgo del movimiento,puesto que los aliados de Gómez yMaceo siguieron considerando que eraun hombre de palabras y no de acción.

El punto de inflexión más importanteen la carrera política de Martí seproduce en 1891, cuando visita lasefervescentes comunidades de Tampa yCayo Hueso. En ambas ciudades deFlorida se había asentado un gran

número de emprendedores ytrabajadores cubanos del tabaco, que sebeneficiaban de los arancelesnorteamericanos, favorables a la hoja detabaco cubana liada por americanosfrente a los puros directamenteimportados de Cuba. Los cigarreros deCuba y Florida tenían un sólido pedigríradical, y muchos de ellos se habíanformado dentro del movimientoanarquista, muy pujante tanto en Cubacomo en España. Para atraerlos, Martícambió su mensaje de forma queprestara más atención a las demandassociales de los trabajadores cubanos.Hasta ese momento, había habido mucha

tensión entre las organizaciones de laclase trabajadora cubana y losseparatistas, hasta el punto de que lostrabajadores a veces temían más a losrevolucionarios «burgueses» que a lospropios españoles[7]. En contacto conlos trabajadores exiliados en Florida,Martí desarrolló planes nuevos y demayor calado social. Ahora laindependencia implicaba también lareforma agraria y mejores salarios ycondiciones para los trabajadores, entreotras reivindicaciones. Ésta fue lafórmula que finalmente movilizó a lostrabajadores cubanos —tanto residentesen la isla como emigrantes— en pos de

de Martí y el ideal de independencia. Laincorporación de los trabajadores almovimiento separatista resultaríafundamental para el éxito de añosdespués[8].

En 1892, muy motivado tras sustriunfos en Florida, Martí funda elPartido Revolucionario Cubano (PRC)en Cayo Hueso, y el 14 de marzo de esemismo año publica el primer número dePatria, el periódico que sería órganosemioficial de la revolución. Martí y elPRC hacían un llamamiento a una Cubaindependiente, democrática ycomprometida con la igualdad racial ycon la justicia social y económica. El

PRC obtenía aportaciones de emigradoscubanos y usaba estos fondos paracomprar armas, entre otros preparativosde la revolución[9]. Es posible que losesfuerzos de Martí no hubieranproducido el «milagro» de la «uniónespiritual» del pueblo cubano, comoalgunos historiadores de Cubaexcesivamente optimistas han escrito,pero aparentemente convencieron aGómez, Maceo y otros militares paraque abandonaran su escepticismorespecto a los cubanos de Nueva York ytrabajaran estrechamente con Martí apartir de 1892[10].

El mismo Martí estaba también

convencido de que necesitaba laexperiencia de los veteranos delmovimiento. En otoño de 1892, visita aGómez en la República Dominicana yambos restablecen sus relaciones. En1893, hace lo propio con Maceo enCosta Rica. Esta reconciliación entre loslíderes del movimiento independentistano significaba que todo fuera armonía,ya que Gómez y Maceo no abandonarondel todo sus reticencias ante el caráctermeramente «poético» de Martí y ésteaún temía el militarismo de losgenerales. En cualquier caso, lasdisputas de la década de 1880 quedaronreemplazadas por una relación de

trabajo estable.La necesidad y la predestinación son

temas centrales en la perspectivahistórica de la mayoría de las personas,y así es especialmente si hablamos de lapercepción de Martí, el «apóstol» de laindependencia cubana, acerca de Cuba.Los primeros años de vida de Martífueron, según esta perspectiva, «una fasede sufrimiento necesaria» que le dio lafuerza precisa para operar el «milagro»de unir espiritualmente a los cubanos.Los años de residencia en Nueva York—como la travesía del desierto deCristo y la tentación del diablo— fueronesa «fase» en la cual «el predestinado»

Martí se convirtió en la encarnaciónviviente del «ideal cubano». Esta actitudde mártir y receptáculo de la voluntaddivina es algo que Martí cultivaba.Según su más viejo amigo FermínValdés Domínguez, Martí le llegó aconfesar que el dolor y el sufrimientoinmerecidos eran «dulces», y muchasveces predijo su muerte inminente y ladescribía como un sacrificio a un Diossuperior. Las personas que seencontraron con él en los mesesanteriores al levantamiento de Baire hanmencionado este aspecto de lapersonalidad de Martí. Un observador«recordaba haberse sorprendido de su

perfil tan parecido en ocasiones al deCristo, y de ver en él la actitud delSermón de la Montaña». El «martirio»de Martí, según algunos de susestudiosos más incondicionales, no eranada menos que «la realización de supapel predestinado» en la tierra.

De hecho, cuanto más se conoceacerca de la historia de laindependencia cubana (o de cualquierotra historia), menos predestinadaparece, y en cambio se aprecia más eltrabajo de muchas personas que ponenen juego sus mentes y voluntades parainfluir en el caprichoso destino. Es más,no hace falta compartir la visión un tanto

absurda y casi religiosa de Martí paraapreciar el poder y la influencia de suintelecto y sus habilidades organizativasen los hechos históricos en los queparticipó.

Más que cualquier otra cosa, lo quemarcó el pensamiento de Martí fue suidea de nación. La mayoría de loshistoriadores actuales tiende a ver lanación como la construcciónintencionada de una elite gobernante queutiliza el nacionalismo para ganarse lavoluntad de quienes se oponen a ellospor otros motivos. Según esta visión, elnacionalismo, especialmente el demasas, no es una consecuencia

ineluctable del desarrollo económico ysocial, sino una construccióncircunstancial en perpetuo flujo, que seagranda ante las crisis y ante ciertascampañas de la elite destinadas a poneren marcha el sentimiento patriótico, ylanguidece durante otras épocas[11].Martí, por el contrario, concebía elnacionalismo como un demiurgo queemanaba del propio pueblo. Al igual queel italiano Giuseppe Mazzini y otrosnacionalistas románticos, el lídercubano creía que la nación era unaintuición, un sentimiento interiorizadoque luego se convertía en una realidadinstitucional. La nación era para Martí

no sólo la condición previa para laformación eficaz de un estado, sino que,más aún, las comunidades nacionalesson el marco en el que el individuo y lapropia humanidad encuentran su plenarealización. En definitiva, la nación esuna categoría más básica que elindividuo o el estado. Al compartir unmismo idioma, cultura e historia, loscubanos habían formado una naciónantes incluso de estar sujetos a España.De ahí que, en un sentido fundamental,los cubanos no tuvieran otra opción queser cubanos, y su lucha por laindependencia y la victoria final eranhistóricamente inevitables.

Para los revolucionarios —que seenfrentaban a la posibilidad de años detrabajo duro y lucha armada— era útil lareferencia de un mito que los reafirmaraen la idea de que Dios o la Historiaestaban con ellos. El nacionalismoromántico de Martí proporcionó a loscubanos un mito fundacional sobre elque asentar una inquebrantableconvicción en el carácter justo einevitable de su causa. En comparación,el ideal de la «Cuba española» quedabadesvaído y débil y parecía, incluso paraalgunos españoles, como una excusapara seguir explotando a la isla[12].

En muchos aspectos, la visión

esencial y orgánica que tenía Martí de lanación se correspondía estrechamentecon las ideologías nacionalistasprocedentes de Europa, y especialmentede Alemania, en la segunda mitad delsiglo XIX. Martí, no obstante, dio laespalda a un componente clave delnacionalismo germánico: laidentificación de la nación con la purezaracial. Los cubanos procedían de África,Europa, China, el Caribe, México oEstados Unidos; si el nacionalismo realsólo fuera posible en un paísétnicamente homogéneo, Cuba nuncapodría ser una nación. De hecho, a losespañoles les reconfortaba pensar que

Cuba, como Estados Unidos en esteaspecto, nunca iba a ser una nación porser una amalgama de esclavos, mestizosy parias de todo el mundo que nuncapodría vencer a una nación auténticacomo España.

Por supuesto que esto era unainsensatez y Martí lo sabía. Martínegaba la relación entre nación onacionalismo con la pureza racial yétnica. De hecho, el propio concepto depureza racial era un «pecado contra lahumanidad» para él[13]. En vez de esto, einvirtiendo el argumento de los teóricosde la raza, sostenía que la mezcla racial,el mestizaje, había creado un nuevo y

más moderno pueblo «antiétnico» enCuba. Además, en los años que habíapasado en Estados Unidos, Martí habíaaprendido muchas lecciones, una deellas que el nacionalismo podía acabarcon las divisiones étnicas. Ningún paísera étnicamente más diverso queEstados Unidos y, sin embargo, un mantode conciencia nacionalista parecíacohesionarlo todo. Martí estabaconvencido de que en Cuba lasquisquillosas distinciones sociales yétnicas también se podían superar dedos maneras: con la mezcla racial y conel desarrollo de una identidad nacionalnueva que no entendiera de colores. Sin

duda, el optimista concepto de Martí deuna nación multirracial constituía elfactor ideológico más potente de larevolución de 1895[14].

Martí era un demócrata radical, noun socialista. Habiendo vivido enEstados Unidos durante la Edad de Oro,había conocido el capitalismo sin frenoen su faceta más abusiva. Sin embargo,su solución a estos males no era la deMarx, sino la de Jefferson. Martí poseíauna fe mística en la democracia, la razóny el pueblo. Como Rousseau y Jefferson,Martí creía en la bondad innata delpueblo llano, y cuanto más llano mejor.Los cubanos, y los americanos en

general, estaban menos corrompidos porlas comodidades de la vida civilizada,se encontraban más cerca de lanaturaleza y, en consecuencia, enmejores condiciones de gobernarse a símismos. La democracia, la realizaciónde la voluntad popular, bastaría paramejorar los peores excesos del sistemacapitalista. Por desgracia, esta visiónradicalmente democrática de Martínunca llegó a hacerse realidad en Cuba.Las necesidades de una guerraprolongada, a la que siguieron años deocupación estadounidense y dediferentes formas de gobiernoautoritario durante el siglo XX,

socavaron las instituciones y abortaronlos procesos verdaderamentedemocráticos. A pesar de todo, elradical deseo democrático para Cuba deMartí se convirtió en un elementofundamental del catecismorevolucionario que motivó a losinsurgentes en su lucha contra España.

La decadencia de España era otro delos temas recurrentes de Martí, aunquerecelaba de las concepciones deldarwinismo social. Para el líder cubano,la retrógrada monarquía habíacorrompido y debilitado al puebloespañol hasta el punto de que no podíaayudarse a sí mismo, y mucho menos a

Cuba. La decadencia estaba tanenquistada culturalmente en España queera casi una condición inherente a serespañol. Durante sus años de estudianteen Madrid y Zaragoza, Martí vio conemoción cómo los radicales españolesinstauraban una república en 1873,inaugurando lo que esperaban sería unanueva era de gobierno progresista ydesarrollo económico. Martí debía deestar convencido de que la I República,que dio a España una de lasconstituciones más democráticas yliberales del mundo, iba a suponertambién la libertad para Cuba. Pordesgracia, los republicanos no tenían

ningún interés en conceder laindependencia a la isla y, de hecho,sostenían que la implantación de ungobierno progresista hacía innecesariaesta medida. Los cubanos recibiríantoda la justicia que merecían bajo labandera de la I República, como el restode los españoles quedó claro cuando losrepublicanos afirmaron con dureza quesi los cubanos persistían en susdemandas, sus ejércitos les aplastarían.La caída de la I República no afectó aMartí, ya que éste se había dado cuentade que la forma política que se adoptaraen Madrid no iba a cambiar nada enCuba; lo único que hizo fue afianzarse

en su convicción de que los cubanostendrían que luchar por suindependencia en lugar de esperar que lasolución viniera de España.

Otros líderes de la independenciacubana habían llegado a la mismaconclusión, que era casi inevitabledebido al deplorable estado de lametrópoli a finales del siglo XIX. Losagricultores españoles estaban igual demal que los cortadores de caña y loscampesinos de Cuba, y los obreros deBilbao o Barcelona apenas podían vivirde su sueldo. La consecuencia de estasituación, tanto en las ciudades como enel campo, era un pueblo malnutrido, con

tasas de mortalidad escandalosas y conuna de las poblaciones de más lentocrecimiento de Europa. Incluso con uncrecimiento demográfico tan bajo, lafalta de oportunidades condujo a1.386.000 españoles a la emigraciónentre 1830 y 1900, cuatrocientos mil deellos a Cuba[15]. A través de estosnuevos inmigrantes españoles, loscubanos tuvieron un perfectoconocimiento de las condiciones de vidaen la madre patria. Como el catalán JoséMiró, que combatió junto a AntonioMaceo y registró minuciosamente susacciones en la guerra, o como JoséMartí, cuyos padres eran españoles, los

cubanos se habían convencido de queEspaña, en su pobreza, no podríapermitirse actuar de forma justa enCuba.

En este punto, resulta interesantetener en cuenta que, de hecho, España nohabía experimentado un declive absolutoen el siglo XIX. El crecimientoeconómico y la transformación quecaracterizaban al resto de Europatambién afectaron a España, y hoy loshistoriadores destacan estos aspectospositivos del siglo XIX español paracorregir la tendencia anterior a centrarseexclusivamente en las debilidades de surégimen. Con todo, el lento crecimiento

de España en comparación con el restode Europa y con las dos Américas hacíaque el país pareciera atrasado. En lahistoria de la independencia cubana, seha enfatizado siempre la percepción deEspaña como una naciónextremadamente decrépita.

Los europeos del norte que viajabana España en el siglo XIX encontraban alos españoles encantadores, coloristas,incultos, supersticiosos, atrasados y algopeligrosos. Pero también les parecía quevibraban con una autenticidad y unafuerza vital que a sus paisanos leshabían quitado las sirenas de la fábrica,el reloj, la escuela y las exigencias del

mercado[16]. Por supuesto, los viajerosven lo que quieren o necesitan ver. Loscubanos que visitaban España percibíanalgo diferente: los españoles vivían enun país miserable gobernado por unamonarquía moribunda que parecíaincapaz de enderezar su propia nave,más aún de guiar a sus colonias. Losaustralianos y los indios podían, enocasiones, sentirse orgullosos de formarparte del Imperio Británico, pero loscubanos no podían albergar unsentimiento parecido hacia España,cuyos ciudadanos parecían desprovistosde toda aptitud para el pensamientomoderno, la ciencia o el progreso

económico. De hecho, los cubanos quevisitaban o residían en Españaexperimentaban una cierta satisfacciónpor ser cubanos en vez de españolespeninsulares. De forma irónica, Martíllegó incluso a recomendar el exilio enEspaña como el antídoto perfecto paracualquiera que aún pudiera sentir algunalealtad hacia la madre patria[17].Salvador Cisneros-Betancourt, futuropresidente provisional del Gobiernocubano durante la Guerra deIndependencia, aprendió «a raíz» de suestancia en España «cómo no hay nadaque esperar de allá», y Juan GualbertoGómez, uno de los grandes ideólogos de

la revolución, supo lo profunda que erasu identidad cubana durante su destierroen la metrópoli[18]. Otro revolucionario,José María Izaguirre, tras sopesar elestado de España, llegó a decir que«Chile, la Argentina, Venezuela,México, el mismo Santo Domingo, sonpaíses que relativamente no le van a lazaga a su antigua metrópoli, yciertamente tienen mejor porvenir». SiCuba pudiera deshacerse de la carga deEspaña, pensaba Izaguirre, tambiéntendría ante sí un futuro de grandeza[19].

Indudablemente, España está hoy díaen una situación mucho mejor que susantiguas colonias pero, a corto plazo,

razonamientos como el de Izaguirreparecían verosímiles. Aun exagerando elgrado de decadencia de España, lofundamental para estos ideólogos de larevolución era que los propios cubanosse convencieran de su capacidad parasuperar a la metrópoli. Esta sensaciónde superioridad, de tener un mejor futuroque los españoles, formaba parte de loscimientos psicológicos del separatismocubano en el siglo XIX y ayuda aexplicar la buena disposición de loscubanos para unirse a la insurrección enla primavera de 1895. Las grandesesperanzas son tan importantes como losgrandes miedos y miserias a la hora de

hacer que la gente arriesgue sus vidaspor un cambio. De hecho, a menudo esen el espacio que hay entre la miseriapresente y el esplendor imaginado dondenacen los revolucionarios. En 1895,eran muchos los cubanos que compartíanla optimista fe de Martí en un brillantefuturo sin España. Cuba estaba madurapara la revolución.

D

IV

Emilio Calleja y elfracaso de la reforma

ada la problemática económica yla historia política de Cuba, el

levantamiento y la declaración deindependencia de Baire del 24 defebrero de 1895 difícilmente podíansorprender a los españoles. No en vano,el capitán general Emilio Callejaesperaba algo de esta naturaleza:durante meses, los funcionariosespañoles dentro y fuera de Cuba le

habían estado advirtiendo de laposibilidad de que se produjera undesembarco de cubanos emigrados, quevolvieran armados para apoyar una granrebelión[1].

Un suceso ocurrido en EstadosUnidos fue la señal más clara de que ibaa suceder algo dramático. El 8 de enerode 1895, en la pequeña isla Fernandinade Florida, un guardacostasestadounidense abordó tres barcoscontratados para transportarexpedicionarios y armas a Cuba. Laexpedición fracasó, aunque más tarde lajusticia federal dio la razón a la tesis dela defensa de los cubanos —a cargo del

abogado Horatio Rubens— de que laincautación de los barcos había sidoilegal. Calleja no conocía toda laamplitud y complejidad de la trama deFernandina. Los rápidos barcos Amadis,Lagonda y Baracoa habían sidocontratados para llevar a MáximoGómez y otros importantes líderes delexilio a diferentes puntos situados en lacosta cubana, donde grupos armadosesperaban su llegada para iniciar ellevantamiento. Calleja sabía lo bastante,en cualquier caso, como para darsecuenta de que algo importante estaba apunto de suceder.

Con todo, Calleja no intentó evitar o

contener el levantamiento con medidasque, bajo la ventaja que nos da laperspectiva histórica, nos parecenobviamente necesarias. No realizóningún esfuerzo para vigilar la costa,irrumpir en los clubes derevolucionarios o detener a losactivistas cubanos conocidos. JuanGualberto Gómez, el hombre a cargo dedirigir la revuelta en la región de LaHabana, siguió blandiendo su elocuentepluma contra el régimen español justohasta el momento en que cogió las armaspara enfrentarse a él. El periódico LaProtesta, vinculado a los líderesrevolucionarios Enrique Collazo y José

María Aguirre, publicaba soflamasrevolucionarias en los días previos a losacontecimientos de Baire. Además,hombres cercanos a Calleja manteníanestrechos lazos con Manuel García, unfamoso bandido y patriota conocidocomo el «rey de los campos de Cuba»,que secuestraba a españoles y a cubanospro españoles, cobraba el rescate y loentregaba a la insurgencia[2]. Mientrastanto, Calleja pedía perdón a losrebeldes capturados e insistía en que nonecesitaba la ayuda de Madrid, a pesarde que sus efectivos se encontraban enun estado lamentable. Disponía demenos de catorce mil soldados y, como

en la Guerra de los Diez Años, muchosde ellos habían sido licenciados paraservir en diferentes funciones apersonajes privados, lo que lesimposibilitaba para el serviciomilitar[3]. En definitiva, el gobiernoespañol en La Habana, lejos de lo quese esperaba de un régimen conreputación de brutal, reaccionó con unaparsimonia sorprendente, antes ydespués del Grito de Baire, y permitióasí a la insurgencia tomar impulso, almenos en la mitad oriental de la isla[4].

Los críticos de Calleja atribuyen suinacción a su estupidez y su pereza o,peor aún, a una complicidad con los

insurgentes cubanos, pero estasacusaciones son injustas[5]. Españaotorgaba a sus capitanes generales unaautoridad imperiosa, pero Calleja habíasido nombrado cuando el Gobierno deMadrid se había comprometido aconceder ciertas reformas y un gobiernorelativamente liberal, aunque no deltodo democrático, a Cuba. Calleja notenía ni el mandato ni la inclinaciónpersonal para gobernar con mano dehierro. Por el contrario, creía que lasreformas eran el mejor modo de evitarque los separatistas ganaran terreno, asíque mantuvo la vana esperanza de quelos cambios legislativos impulsados

desde Madrid satisfarían a los cubanos yevitarían un baño de sangre.

Calleja no estaba solo en sucompromiso con la reforma pacíficacomo solución para los males de Cuba.En diciembre de 1892, el amigo deCalleja, Antonio Maura, que llegaría aser uno de los hombres de Estado másimportantes de España en el siglo XX,había asumido las funciones de ministrode Ultramar en el gabinete liberal dePráxedes Sagasta. El 28 de diciembre,Maura reescribe la ley electoral deCuba y duplica la población conderecho a voto al reducir el requisito deimpuestos pagados de veinticinco a

cinco pesos. Aún no era el sufragiouniversal de los varones que tenía —sobre el papel— España, perosignificaba una mejora notable. Cincomeses después, el 5 de junio de 1893,Maura presenta al Congreso español unpaquete de nuevas leyes destinadas aotorgar a los cubanos más control sobresus propios asuntos, mediante lacreación de una nueva asambleaadministrativa para la isla y laconcesión de más poder y autonomía alas autoridades municipales[6]. Estoscambios no iban a satisfacer lasexigencias cubanas en asuntos tanfundamentales como la bajada de

impuestos o unas relaciones comercialesmás libres, y, ciertamente, estaban lejosde conceder a Cuba la independenciareal, pero en cualquier caso el proyectode Maura prometía crear en La Habanaun gobierno más receptivo a lasnecesidades de la isla, y los liberalesesperaban que fuese suficiente paradesactivar el movimiento separatista[7].

Al principio, las reformas y losproyectos de reforma parecían funcionarexactamente como Maura, Calleja y losliberales esperaban. La ampliación delderecho al voto de diciembre de 1892hizo que miles de cubanos que anteshabían boicoteado las elecciones

votaran en marzo de 1893,proporcionando así una pátina delegitimidad al sistema colonial español.El Partido Liberal Autonomista cubanoobtuvo siete representantes en elCongreso español, en contraste con loshabituales uno o dos del pasado, aunqueseguía siendo insuficiente para influir enel curso del debate político y en lasdecisiones legislativas llegadas deMadrid. La entente cordiale entreliberales y conservadores en elGobierno español no permitía a ladelegación cubana inclinar la balanza enuno u otro sentido. Así pues, los cubanosno tenían posibilidad de regatear para

lograr reformas importantes en la isladesde el terreno político, como hizo, porejemplo, el irlandés Marnell en elParlamento británico. Aun así, lapresencia, en 1893, de siete miembrosdel Partido Liberal Autonomista animó alos cubanos que aún creían en laposibilidad de reformas con lamonarquía española. Pocos mesesdespués, el anuncio por parte de Maurade la concesión de una mayor autonomíapara Cuba dio lugar a masivasmanifestaciones de apoyo en la isla. Unaseñal inequívoca de que la legislaciónprometida había creado un genuinoentusiasmo fue que José Martí

condenara rotundamente el proyecto deMaura, al que acusó de pantalla de humopara distraer a los cubanos del caminode la revolución[8]. Flor Crombet, ungeneral veterano de la Guerra de losDiez Años, pensaba que el plan deMaura hacía obligatorio unlevantamiento inmediato para evitar quelas reformas aplacaran el estado dedescontento[9]. Máximo Gómez,consciente de lo que pasaba, describióel plan autonómico de Maura como «unpoderoso ariete para aplastar laRevolución», y más adelante recordó1893 como un momento de gran peligro,cuando la promulgación del plan podría

haberla cercenado. Un importantehistoriador cubano, de hecho, llegaba ala conclusión de que «si hubiera sidoimplantada a tiempo la autonomía, elmovimiento revolucionario no hubieratenido feliz éxito; es más, no se habríaintentado siquiera»[10].

Lo que ocurrió, en cualquier caso,fue que el plan autonómico de Mauranunca llegó a convertirse en ley, porqueciertos acontecimientos que nada teníanque ver con Cuba retrasaron laconsideración del proyecto. Enseptiembre de 1893, el Gobierno deMadrid se vio envuelto en un conflictocolonial en Melilla, uno de los dos

enclaves españoles en Marruecos. Lastribus del Rif habían realizado una seriede incursiones contra las guarnicionesespañolas y, el 27 de octubre,masacraron una columna española que,de forma estúpida, se había introducidoen un estrecho desfiladero del Atlas. ElGobierno respondió enviando aMarruecos a su famoso general ArsenioMartínez Campos, con veinte milsoldados bajo su mando.

Martínez Campos tenía un historialimpresionante. En 1874 había dado elgolpe de gracia a la I Repúblicaespañola, de corte radical, y habíaabierto el camino de vuelta a la

monarquía borbónica. En 1878, trasliderar una campaña contra lainsurgencia cubana, puso fin a la Guerrade los Diez Años con la Paz de Zanjón.Martínez Campos era uno de loshombres de más poder y prestigio enEspaña. En Marruecos, sin embargo,actuó torpemente, para alborozo de losseparatistas cubanos. Para 1894, laguerra de Marruecos había degeneradoen un conflicto de poca intensidad, delque no se obtenían resultados tangibles,salvo cargar a España con el coste deequipar y alimentar a un ejército deveinte mil hombres con los que MartínezCampos no sabía qué hacer[11]. En esta

situación, un desconcertado PráxedesSagasta, que a fin de cuentas nunca sehabía interesado por Cuba, interrumpióel debate parlamentario sobre elproyecto de Maura. Éste dimitiódisgustado y durante un año no se hizonada. Finalmente, en las postrimerías de1894, con la situación marroquí bajocontrol, el Congreso de los Diputadoscomenzó a considerar un proyecto dereformas legislativas para Cubaimpulsado por el sustituto de Maura,Buenaventura de Abarzuza. Esteproyecto se convirtió en ley el 12 demarzo de 1895.

A veces, sin embargo, el momento lo

es todo. Si el plan autonómico de Maurase hubiera adoptado en 1893, podríahaber cambiado la situación política enla isla, pero la ley casi idéntica deAbarzuza se hizo efectiva dieciséis díasdespués del levantamiento de Baire,demasiado tarde para que sirviera dealgo. Aun así, esta ley creó ciertaconfusión inicial entre losrevolucionarios que debían dirigir ellevantamiento hasta que los grandeslíderes en la emigración —Crombet,Gómez, Maceo, Martí y los demás—llegaran. En la propia ciudad de Baire,los rebeldes enarbolaron al principio labandera del Partido Autonomista con

gritos de «¡Larga vida a la autonomíacolonial!». Fue más tarde cuando JesúsRabí, Bartolomé Masó y otros líderescubanos de la región proclamaronabiertamente la independencia[12].

No hay duda de que las reformasimpulsadas por los españoles entre 1892y 1895 habían creado confusión eincertidumbre generalizadas. Resultairónico que, a largo plazo, esto sirvieraa la causa de los insurgentes cubanos,pues Calleja era el más desconcertado.Deseando dar a las reformas deAbarzuza —que su Partido habíaadoptado— una oportunidad, y pocodeseoso de inaugurar con un baño de

sangre lo que él esperaba que fuera unaera de gobierno más liberal en Cuba,Calleja permaneció tercamente inmóviltras el 24 de febrero. Intentaba actuarcomo si no pasara nada, ya que locontrario sería admitir la dolorosaverdad: que el tiempo de las reformashabía pasado. Fue un autoengaño que lospartidarios de las reformas acabaríanpagando.

Las revoluciones tienen másposibilidades de éxito si la elitegobernante es débil, está dividida oduda, pues todo esto puede menoscabarla capacidad de resolución y la moral delos cuerpos policiales y del ejército.

Algo así pasó en Cuba. Las elites proespañolas de la isla, reflejando ladivisión existente entre conservadores yliberales, se habían alineado en dosbandos hostiles: los integristas,dispuestos a cualquier cosa para queCuba siguiera siendo española, y losautonomistas, con quienes simpatizabael liberal Calleja, que contemplaban unarelación más flexible entre la colonia yla metrópoli. Algo, quizá, parecido alacuerdo entre Canadá y el Reino Unido.Para cuando Calleja se dio cuenta deque esta commonwealth hispana era unaquimera y que tenía que declarar la leymarcial y responder con las armas al

Grito de Baire, ya era demasiado tarde.Las fuerzas cubanas habían consolidadosu posición en diferentes partes de laCuba oriental y, para primeros de abril,habían avanzado tanto que era necesarioemplear al ejército para restablecer lapaz en la isla en términos aceptablespara España. Así, paradójicamente, enlugar de desbaratar la revolución comoMartí y Gómez temían que sucediera, lasreformas del Partido Liberal paralizaronal capitán general de Cuba, en unmomento en el que actuar con mayordecisión hubiera podido cambiar lascosas.

Posiblemente, Calleja subestimara la

gravedad real de la situación. Losexiliados cubanos, de Nueva York aSanto Domingo, planeaban expedicionescon cierta regularidad, y las rebelionesdentro de Cuba eran frecuentes. Sin irmás atrás, el 12 de abril de 1893, loshermanos Sartorious intentaron unfrustrado levantamiento cerca deHolguín; el 4 de noviembre de estemismo año, hubo una conspiración enLajas que no llegó a buen puerto y, el 25de enero de 1895, se abortó una revueltaen Ranchuelo. Rebelión y bandidaje sehabían convertido en algo normal enCuba y el grito de «Cuba libre» casi enrutinario. De este modo, las noticias

acerca de las actividades de losemigrados y el evidente aumento de latensión en las zonas rurales duranteenero y febrero, que ahora, con elbeneficio de la perspectiva histórica,vemos claramente como antecedentes dela revolución, no le parecían nadaextraordinario a Calleja.

Otras circunstancias contribuyerontambién a que Calleja calculara mal lafuerza del sentimiento separatista. Elcapitán general se había rodeado deautonomistas cubanos, cuyo mayor deseoera lograr de forma pacífica un ciertogrado de independencia dentro de lamonarquía española, evitando así un

excesivo derramamiento de sangre y ladestrucción de propiedades.Organizados en el Partido LiberalAutonomista, estos hombres asegurarona Calleja que podían atraer a más genteque los separatistas, y Calleja les creyó.Cierto es que en 1895 podían habertenido razón. Hay que recordar que lasvoces que clamaban por laindependencia seguían siendominoritarias en Cuba, mientras que losautonomistas eran numerosos y contabanen sus filas con algunos de los másadinerados y poderosos hombres de laisla. Mientras, Calleja ignoraba elbrutal, pero en muchos aspectos más

razonable, consejo de los integristas,que le pedían acciones preventivascontra conocidos patriotas cubanos. Asípues, el constante ruido provocado porlos consejos de los autonomistasimpidió a Calleja escuchar el estruendodel cataclismo que se avecinaba.

A pesar de la falta de previsión deCalleja, a principios de 1895 losrevolucionarios sufrieron una serie dederrotas y decepciones que noauguraban nada bueno. Para empezar, eldesbaratamiento de la conspiración deFernandina había sido algo más que uncontratiempo menor. Los patriotascubanos volvieron a aportar fondos para

restituir lo perdido, pero no fuesuficiente. Pasaron meses antes de quelos principales líderes cubanos, comoGómez y Maceo, pudieran llegar a Cuba.Mientras, los patriotas cubanos quehabían respondido a la llamada de Bairese encontraban en una situacióndelicada. El 28 de febrero, las fuerzasespañolas de la provincia de La Habanacapturaron a Juan Gualberto Gómez, yen Matanzas la policía arrestó a todaslas figuras clave, entre ellos a PedroBetancourt, el rebelde nombrado líderpara esta provincia. Manuel García, el«rey bandido» del campo cubano, murióen extrañas circunstancias casi al mismo

tiempo. De hecho, la rebelión nofructificó en casi ningún lugar,principalmente porque la llamadarevolucionaria no encontró el apoyoinmediato y espontáneo de las masas. Laprovincia de Puerto Príncipe, porejemplo, permaneció tan tranquila quelos españoles esperaron hasta junio paradeclarar allí la ley marcial.

Todo esto no debe sorprendernos nihay que darle demasiada importancia.Los romances nacionalistas suelenretratar las guerras «del pueblo» comoespontáneas y unánimes, y las historiasde la Guerra de Independencia cubanano son ninguna excepción[13]. No

existen, de hecho, evidencias delevantamientos populares generalizadosen 1895; sería más exacto describir lainsurrección como producto de laintensa actividad de una eliterevolucionaria comprometida que teníaun apoyo limitado, casi todo en oriente.Los cubanos estaban divididos en clasese identidades regionales, por su relación(o ausencia de ella) con las ciudades yel mercado, por motivos estratégicos ytácticos, y por la raza, como los últimosestudios han demostrado de formafehaciente[14]. Muchos de loscombatientes sabían esto. Luis AdolfoMiranda recordaba las dificultades que

tuvieron Maceo y Gómez en su luchacontra el «tan arraigado sentimientonacionalista», que imposibilitaba lacreación de un ejército nacional decierto tamaño[15]. Según el generalcubano Manuel Piedra Martel, laspersonas que querían la independenciatotal de España fueron siempre unaminoría durante todo el siglo, incluso enlos momentos más trascendentales de laGuerra de Independencia. Decía que«fue mayor el número de hijos de Cubaque defendió con las armas la soberaníade España que el de los que lacombatieron»[16]. En consecuencia, en1895 no era de esperar ninguna unidad

de intención o acción entre los cubanos.Ni la denuncia de los abusos más

elocuente ni el programa reformista másconvincente bastan para que la gente semate entre sí o se arriesgue a morir deforma violenta. Hace falta algo muchomás persuasivo para lograr una entregageneralizada a la violencia. Lanaturaleza degradante de la guerra haceque la vida pierda valor, da a jóvenesinexpertos poderes que en condicionesnormales deberían ejercer los hombres ymujeres maduros, y abre brechasinfranqueables entre las personas. Losmilitares que lideraban la revolucióncubana lo sabían; sabían que, con el

tiempo, la propia guerra movilizaría alpueblo cubano. Su papel como jefesmilitares era el de permanecer firmes,perturbando la vida diaria de la mayoríacon una guerra en la que combatía unaminoría comprometida. Comoherramienta de reclutamiento era mejorque apelar al nacionalismo y alpatriotismo, que son ideas que sefraguan y extienden durante y a causa delas guerras, no antes[17].

En Santiago, las cosas ibanrazonablemente bien para losrevolucionarios, a pesar de laenfermedad y posterior muerte del jefemilitar destinado en la provincia,

Guillermo Moncada. Bartolomé Masósustituyó a Moncada y actuó en torno aManzanillo. Esteban Tamayo comandabauna fuerza en Bayamo. Los hermanosSartorius y el periodista catalán JoséMiró combatían cerca de Holguín. PedroPérez y Quintín Bandera reclutarontropas en las zonas de Guantánamo ySantiago. Junto a otros veteranos de laGuerra de los Diez Años y unos pocoscientos de reclutas nuevos, estos líderesrebeldes comenzaron sus operaciones deguerrilla contra las aisladasguarniciones españolas, y contraguardias civiles y los pueblos leales alos españoles[18].

En marzo, una disputa en Madridentre oficiales del Ejército y periodistasliberales desencadenó una crisisgubernamental que proporcionó unrespiro importante a la insurreccióncubana, junto con nuevas posibilidadesde ayuda. Ocurrió de la siguientemanera: el 13 de marzo de 1895, elperiódico madrileño El Resumenpublicaba un artículo crítico con losoficiales españoles que intentaban noser enviados a Cuba. Cientos de ellos,de hecho, se retiraron anticipadamentecuando vieron que las hostilidades sereanudaban en Cuba y que se solicitaríansus servicios[19]. Pero cuando los

periodistas se atrevieron a apuntar estedato, se armó un escándalo. En la nochedel 14 de marzo, unos treinta oficialesirrumpieron alborotando en la imprentad e El Resumen. Al día siguiente, elperiódico El Globo relataba estoshechos en un mordaz artículo titulado«Los valientes». Los militares decualquier país odian ser el objeto de laironía y la crítica de los civiles, y enesto los militares españoles eranespecialmente sensibles, en parte por lopoco que se había visto de gloria yprestigio en las fuerzas armadasespañolas durante el siglo XIX[20]. El 15de marzo, trescientos oficiales

destrozaron El Globo y dos imprentasasociadas al periódico. Cuando losprincipales hombres del Ejércitoespañol, Martínez Campos incluido, sepusieron del lado de los malvadosmilitares y contra la ley, el Gobiernoliberal que presidía Práxedes Sagasta sevio obligado a dimitir para evitar unposible levantamiento militar.

El 23 de marzo, el estadistaconservador Antonio Cánovas delCastillo forma un Gobierno cínicamenteentregado a defender el honor de losmilitares contra «los ataques de laprensa». Cánovas también prometeabandonar las reformas y la negociación

en Cuba[21]. En su discurso protocolarioal asumir el cargo, arrojó el guante a losrevolucionarios cubanos y declaró queEspaña lucharía «hasta la última gota desangre y hasta la última peseta» antes derenunciar a la isla y, de acuerdo con estaapocalíptica determinación, ordenó ladestitución de Calleja y envió aMartínez Campos a Cuba. MartínezCampos sale de España el 4 de abril yllega a La Habana el 16 de de esemismo mes.

Martínez Campos era moderado si locomparamos con su sucesor, ValerianoWeyler. Frente a Calleja, sin embargo,era defensor acérrimo del imperio y su

nombramiento en la primavera de 1895marcó un acusado endurecimiento de laactitud española hacia Cuba. Lasreformas ya no eran una opción, puestoque tanto Cánovas como MartínezCampos rehusaban considerarlas hastaque la isla no quedara pacificada. Deesta forma, las revueltas del 14 y 15 demarzo en Madrid y la posterior caída deSagasta, Calleja y el Partido Liberalhicieron que España consideraseexclusivamente la vía militar parasolucionar la crisis cubana. Es más, elcambio ministerial y administrativo enMadrid tardó semanas en producirse y,para cuando Martínez Campos pudo

sustituir a Pareja, ya había comenzado elcaluroso, húmedo e insalubre veranotropical. No era el momento de lanzaruna contraofensiva.

Mientras Martínez Campos cruzabael Atlántico, los exiliados másprestigiosos —Gómez y Maceo—navegaban igualmente hacia la isla. Sullegada a la provincia de Santiagocontribuyó más que cualquier otra cosa aimpulsar la revolución.

Llegar a Cuba se había hecho difíciltras el desastre de Fernandina. AntonioMaceo, en colaboración con FlorCrombet y unos doscientos cubanosexiliados en Costa Rica, había estado

preparando una importante expedicióncomo parte del plan de Fernandina. EnCosta Rica, Maceo había sido objeto deuna vigilancia constante por parte deespías españoles que, con razón, leconsideraban el cubano vivo máspeligroso. El 10 de noviembre de 1894,un grupo de españoles intentó asesinarlocuando salía de un teatro en San José.Los amigos de Maceo consiguieronrepeler a los agresores, pero Maceorecibió una herida de bala en la espalda,peligrosamente cerca de la columna. Lafuerte constitución de Maceo le permitiórecuperarse y el incidente sólo sirviópara reforzar su determinación de ir lo

antes posible a Cuba y ondear allí elestandarte de la rebelión[22]. Decualquier manera, tras lo ocurrido enFernandina, Martí no tenía dinero paraque Maceo y Crombet compraran armas,suministros y pagaran el transporte de lagran empresa que tenían proyectada. Alsentirse despreciado, Maceo amenazócon retirarse de la operación, perofinalmente Martí consiguió un donativode dos mil dólares del dictador de laRepública Dominicana, Ulises Hereaux,y se los ofreció. Como Maceo seguía sinestar satisfecho, Martí decide entoncesintentarlo con Flor Crombet. Al anunciarsu decisión, no pudo evitar reprender a

Maceo: «Ésta es la ocasión de laverdadera grandeza […] y Flor, que lotiene todo a mano, lo arregle comopueda». Así se volvió a abrir entreMaceo y Martí una herida que ya nuncamás cicatrizaría[23].

Dos mil dólares no bastaban paramontar la gran expedición que pretendíaMaceo, pero, liderados por Crombet,Maceo y otros veinte oficiales cubanos,con nueve rifles y machetes para todos,embarcaron en el barco estadounidenseAdirondack el 25 de marzo, y zarparonrumbo a la costa de la provincia deSantiago. Al entrar en aguas cubanas,recibieron algunas salvas de advertencia

procedentes de la lancha cañoneraespañola Conde de Venadito que, sinembargo, no persiguió al Adirondack niintentó destruirlo. Pero, aunque lohubieran intentado, probablemente nohubieran alcanzado al veloz barconorteamericano, que normalmente seutilizaba para transportar plátanos yotras frutas perecederas.

Aunque pueda parecer extraño quee l Conde de Venadito ni siquieraintentara perseguir al Adirondack, hayuna explicación lógica: los españoles noeran proclives a disparar contra losbarcos estadounidenses porque la másmínima hostilidad podía desencadenar

el furor guerrero en Estados Unidos yconvertirse en el pretexto que laadministración Cleveland necesitabapara intervenir en Cuba. Algo parecidohabía pasado dos semanas antes. El 8 demarzo de 1895, el balandroestadounidense Alliance, con banderabritánica para despistar, había entradoen aguas cubanas cargado de tropas ymuniciones para los insurgentes.También en aquella ocasión se vioimplicado el Conde de Venadito , queinterceptó al Alliance y disparó algunassalvas de advertencia a su proa cuandoestaba a dos kilómetros y medio de lacosta. A continuación, otro disparo

impactó más cerca del Alliance y éste seretiró (aunque pudo desembarcar a loshombres y las armas en Cuba unasemana después). Cuando las noticias deeste encuentro llegaron a EstadosUnidos, la prensa condenó la «agresión»española y creó cierta tensión bélica. Laarmada estadounidense se puso en alertay el secretario de Estado envió unbelicoso mensaje a España el 15 demarzo, negando cualquier relación delAlliance con los revolucionarios yexigiendo una reprimenda oficial para elcapitán del Conde de Venadito . Elpresidente Grover Cleveland restauró lacalma al día siguiente, pero la lección

estaba clara: los oficiales navalesespañoles que dispararan sobre barcosestadounidenses, aunque estuvieranhaciendo contrabando de armas para losinsurgentes y camuflados bajo banderasde otros países, ponían en gran peligrosus carreras y las relaciones de Españacon Estados Unidos. De ahí que, diezdías después, el capitán del Conde deVenadito no intentara destruir ni apresare l Adirondack cuando éste entró enaguas cubanas con Maceo, Crombet ylos otros[24]. La presencia de la lanchaespañola evitó, sin embargo, que lapartida de Maceo desembarcara. El 29de marzo, el capitán Simpson, al mando

d e l Adirondack, desembarcaba a losexpedicionarios en Fortune Island, enlas Bahamas, y los presentaba a laautoridad estadounidense de la plaza, elvicecónsul Farrington.

Como a muchos otrosestadounidenses, a Farrington lesatisfacía trabajar en segundo plano parasocavar al régimen colonial español enCuba. La ley federal estadounidense, deconformidad con las leyesinternacionales, prohibía ayudar a losinsurgentes contra el Gobiernoreconocido de Cuba. Ésta era la posturade la administración Cleveland en 1895y 1896, y la que McKinley intentó

mantener inicialmente cuando tomóposesión de su cargo, el 4 de marzo de1897. Los funcionarios estadounidensesvigilaban las actividades de losemigrados, y barcos de la Marinanorteamericana detuvieron algunaexpedición ocasional. A ojos cubanos,esto constituía un comportamiento hostilpor parte de Estados Unidos, pero, decualquier manera, los barcos apresadosy los hombres detenidos quedaban enlibertad rápidamente y los agentescubanos podían volver a presionarabiertamente en Washington y continuarcon sus actividades en pro de laindependencia. Para los españoles,

Estados Unidos estaba vulnerando lasleyes internacionales ayudando a larevolución.

Ambos bandos tenían algo de razón,pero hay que recordar que el GobiernoFederal de Estados Unidos en la décadade 1890 no era tan monolítico comoahora: las autoridades federales erandébiles en muchos estados yjurisdicciones locales. Los policíasguiñaban el ojo a las reuniones deinsurgentes cubanos en los muelles deNueva York y nada de lo que se dijeradesde Washington iba a cambiar estaactitud. Los representantes de la leytampoco vigilaban los lugares donde, en

Florida y en otros sitios, se sabía quehacían escala los insurgentes. Duranteaños, los exiliados cubanos habíanestado ejerciendo presión en elCongreso, organizando mítines ydistribuyendo notas de prensa, y sucausa se había hecho popular en EstadosUnidos. Los estadounidenses, hasta losempleados del Gobierno Federal comoFarrington, sentían auténtica simpatíapor los rebeldes cubanos y profundaantipatía hacia España por todo lo queésta simbolizaba. De esta forma, aunqueel propio Cleveland pudiera sentirdesprecio por los insurgentes cubanos,poco podía hacer para imponerse sobre

sus ciudadanos fuera de Washington. Esmás, tenía poco que ganar oponiéndose ala corriente de sentimientos procubanos, y sorprende que el GobiernoFederal fuera capaz de resistir tantotiempo la presión a la que se viosometido para que ayudara a losrevolucionarios.

En la noche del 29 de marzo de1895, Farrington, Crombet y Maceodiseñan un plan para llevar a losinsurgentes a su destino. Farrington lesprestaría su propia goleta, Honor, paraque pudieran desembarcar en la costacubana, actuando como si fuerantrabajadores que regresaban a un cultivo

de agave de la cercana Inagua para queno les detectaran en el puerto. El únicoproblema era el de encontrar unatripulación bahameña tan inocente comopara creer que los veintidós hombresarmados que transportaba el Honor erantrabajadores de una plantación de agave.Finalmente, Farrington halló a uncapitán, Solomon Key, y a dosmarineros dispuestos a hacer el viaje. Sila tripulación tenía alguna duda de sudestino, ésta no les duró mucho tiempo,ya que, una vez a bordo, los cubanosexplicaron a los tres marinos que enrealidad se dirigían a Cuba y dieron acada uno de ellos un dinero extra por las

molestias. El 1 de abril, el Honordesembarcó a los insurgentes en la playaoriental de Duaba, cerca de Baracoa.Sin embargo, ni el Honor ni SolomonKey sobrevivieron al desembarco: lapartida cubana había sido incapaz detomar tierra con los botes, de forma queobligaron a Key a encallar el Honor y aunirse a ellos en tierra, donde murió,según algunas versiones, de un disparoaccidental cuando uno de losexpedicionarios limpiaba el arma deMaceo. La recompensa del capitánmuerto se repartió entre los dosmarineros y los expedicionarios sedirigieron tierra adentro[25].

Al principio, las cosas no fueronbien. A las pocas horas los españolesatacaron y dispersaron al grupo deMaceo y, en los días siguientes,capturaron a algunos y mataron a lamayoría de los que quedaban, entre ellosa Flor Crombet, un veterano de la luchapor la independencia casi tan importantecomo el propio Maceo. Para evitar serperseguidos, los hombres acabaronseparándose. Maceo pasó cinco díassolo, hambriento y oculto y, finalmente,dieciocho días después del desembarco,se encontró con una partida que habíasalido a buscarle. Para entonces, habíacontraído una disentería que sufriría

durante todo el primer verano de laguerra. Aun así, su presencia les animó yreactivó la revolución[26].

Entretanto, el 25 de marzo de 1895,Martí escribe lo que sería el toque derebato de la revolución. El Manifiestode Montecristi, firmado tanto por Martícomo por Máximo Gómez y redactadoen la casa del general, en Montecristi,República Dominicana, esboza lasmetas de la revolución cubana. Elmanifiesto contenía muchos de loselementos de la filosofía política deMartí. Anunciaba que había llegado lahora de acabar en Cuba con el dominiode la corrupta monarquía española y sus

siempre incumplidas promesas dereforma, y construir una Cubaindependiente que prometía un futuro dedemocracia y justicia para todos, sindiscriminaciones raciales. Martíproclamaba la «limpieza de todo odio»y la «indulgencia fraternal» de losrevolucionarios cubanos hacia loscubanos neutrales. Declaraba sudeterminación de respetar a losespañoles de honor, mostrar piedad conlos colaboradores que se arrepintierande su error y ser inflexible con el«vicio, el crimen y la inhumanidad»[27].Por desgracia, la presión de una cruelguerra civil y colonial obligaría a los

revolucionarios a incumplir algunas deestas promesas.

El 1 de abril, Martí y Gómez partenhacia las Bahamas con otros seishombres, pero son abandonados allí porel capitán y la tripulación del barco. Seocultan durante unos días hasta que, el 5de abril, el barco alemán Norstrand leslleva a Haití, donde se esconden en casade un exiliado cubano. Gómezaprovecha el desvío para escribir porúltima vez a su mujer una carta, queacompaña con un mechón de su cabellogris[28]. El momento de la verdad seacerca rápidamente. Unos días después,los revolucionarios vuelven a embarcar

en el Norstrand y, en la noche del 11 deabril, desembarcan en la Cuba oriental,cerca de Baracoa. El último trecho delviaje lo realizan en un bote que Martíhabía comprado en Inagua por ciendólares y que casi vuelca al apartarsed e l Norstrand. Luego, mientras seacercan a la orilla, pierden la caña deltimón por el mal estado de la mar. Sólocuando hubo pasado la tormenta y salióla luna pudieron estos hombresbaqueteados por las olas tomar tierra enla rocosa playa de Playitas, que MáximoGómez besa con un gesto simbólico queconmemora su regreso tras tantos añosde exilio.

A finales de abril, con la mayorparte de sus líderes importantes en suspuestos, las fuerzas del EjércitoLibertador cubano inician una serie deofensivas contra pequeñas ciudades. El21 de abril, el coronel VictorianoGarzón consigue una importante victoriaal mando de su grupo contra la localidadde Ramón de las Yaguas, cerca deSantiago. La guarnición españolaocupaba un sólido fuerte que loscubanos nunca habrían podido tomar deno ser porque su comandante, el tenienteespañol Valentín Gallego, preocupadopor la lealtad de sus hombres, decidiórendirse sin lucha. Los cubanos se

hicieron con sesenta y cuatro rifles,veinte mil cartuchos y una gran cantidadde alimentos. Para completar la victoria,Garzón y los cubanos incendiaron porcompleto la ciudad y vieron cómo seunían a ellos ocho de los soldadosespañoles, lo que viene a demostrar quelas dudas de Gallego acerca de lalealtad de sus hombres estabanjustificadas[29].

Martínez Campos llevabaexactamente una semana en Cuba cuandosupo de la caída de Ramón de lasYaguas. Reaccionó con furia,condenando a muerte a Gallego con unaorden el 1 de mayo de 1895 y, al mismo

tiempo, urgiendo a las tropas españolasde la isla a mostrar su temple y aprepararse para «derramar hasta laúltima gota de sangre» por España[30].Entretanto, la pequeña partida de Gómezy Martí deambuló durante sietepeligrosos días por el campo, plagadoahora de tropas españolas que buscabana Maceo. Finalmente, el 14 de abril seencuentran con un grupo de insurrectoslocales. A finales de abril, llegan alcampamento levantado por el hermanode Maceo, José, y unos días después, el5 de mayo, Martí, Gómez y AntonioMaceo se reúnen en un ingenio en ruinasllamado La Mejorana para valorar su

posición y discutir un plan de acción.Al principio, la reunión no discurre

bien. Maceo no había olvidado queMartí había dado a Flor Crombet elcontrol de su expedición procedente deCosta Rica y lo interrumpíagroseramente cada vez que intentabahablar. Maceo también estaba endesacuerdo con la determinación deGómez de invadir inmediatamente laCuba occidental, ya que, según Maceo,antes era necesario actuar con cautela ycontrolar firmemente la Cuba oriental.Es posible que a Maceo le enfurecieraque Gómez hubiera nombrado general aMartí, a pesar de la falta de experiencia

militar del poeta. De hecho, Maceoinsistía en que Martí debía volver aNueva York y dejar la lucha a losgenerales «de verdad». Parece ser que,tras una breve reunión, Maceo pidió aMartí y a Gómez que abandonaran sucampamento. Era un momento delicado.Maceo tenía muchos más seguidores yparecía dispuesto a continuar sin suscolegas. Por fortuna, al día siguiente lostres arreglaron casi todas sus diferenciasy acordaron un plan de acción[31].

Entre las graves discrepancias queseparaban a los tres líderes de larevolución cubana, había una enconcreto que no admitía conciliación.

Gómez y Maceo, convencidos de que lavictoria se conseguiría con una férreadisciplina militar y no con el ardorespontáneo de las masas, queríanretrasar la revolución social ydemocrática hasta el final de guerra eimpedir que los civiles influyeran en laforma de conducirla. Por el contrario,Martí pensaba que la mayor esperanzapara Cuba era un levantamiento masivodel pueblo, algo que se conseguiríainstaurando un gobierno civil en laszonas que no controlaban los españolesy realizando de manera inmediata loscambios sociales y políticos necesarios.

El conflicto entre los ideales y las

necesidades militares es un fenómenorecurrente en los movimientos deinsurrección. Los jacobinos franceses seapartaron de sus ideales de libertad en1793, mientras rechazaban lasmonarquías de Europa y acababan con laoposición interna; los bolcheviquesrusos violaron a partir de 1917 ellimitado ideario liberal de su programa,para combatir a enemigos externos einternos. Los historiadores discrepanacerca de cómo resolvieron los treslíderes cubanos este problema enMejorana, en mayo de 1895. La reuniónse realizó, de hecho, con gransecretismo. Mucho de lo que pasó allí se

conoce a partir de versiones de tercerosy por la correspondencia posterior.Sabemos que, cuatro meses después, el13 de septiembre, los cubanos formaronun Gobierno presidido por SalvadorCisneros, que confirmó a MáximoGómez como comandante en jefe de lasFuerzas Armadas y a Antonio Maceocomo su segundo, con amplios poderespara hacer la guerra[32]. Sin duda, elacuerdo otorgaba a los generales másautonomía de la que hubiera gustado aMartí, pero para entonces Martí estabamuerto, y faltaban muchos meses paraque alguien se atreviera a cuestionar elcreciente pretorianismo de la

revolución.Cuando terminó la reunión de

Mejorana del 5 de mayo, Maceo tomó elmando de la mayor parte de las fuerzascubanas e inició su campaña enSantiago, mientras Gómez partía hacia lavecina provincia de Puerto Príncipe,para impulsar la resistencia en esa zona.Gómez se quedó sólo con cincuentahombres, José Martí entre ellos. El 19de mayo, esta pequeña fuerza seencuentra con una columna de infanteríaespañola en el camino a Dos Ríos.Aunque Gómez intenta convencer aMartí para que retroceda y deje la luchaen manos de los veteranos, éste rehúsa.

El deseo de mostrar que podía lucharcontra España con las armas, como anteslo había hecho con sus escritos ydiscursos, hizo que Martí asumierariesgos innecesarios. Se aproximó a losespañoles armado tan sólo con unapistola y montado en un caballo blanco:las ráfagas de rifle le hirieron de muertetirándole al suelo, de donde fuerecogido por los españoles. Gómez teníarazón: Martí había sido mejor poeta quesoldado[33].

La muerte de Martí ha tenidosiempre un aroma de suicidio: el caballoblanco, el agitar de la pistola, laimprudente aproximación a las filas

enemigas; de hecho parece que Martíhabía tenido, como un Werther maduro,premoniciones de su propia muerte. Lepreocupaba perecer de forma oscura ypoco heroica, sin haber tenido laoportunidad de luchar como un soldadoen suelo cubano. En uno de sus últimospoemas, que a menudo se cita comoindicio de su estado de ánimo justo antesde morir, escribe así:

Yo quiero salir al mundo,por la puerta natural:en un carro de hojas verdes,a morir me han de llevar.No me pongan en lo oscuro,a morir como un traidor.Yo soy bueno, y como bueno,

moriré de cara al sol.

Martí había muerto en acción y decara al sol, pero no hubo nada natural ensu muerte ni en su funeral. MartínezCampos hizo lavar el cuerpo de Martí ylo expuso antes de su entierro enSantiago, anotándose un tantociertamente truculento en su forma dehacer relaciones públicas. En Dos Ríos,el mundo perdió a un gran poeta y a undecidido defensor de los idealesdemocráticos e igualitarios, y también esposible que Cuba perdiera suoportunidad de llevar a cabo unarevolución liberal y democrática[34].

Los cubanos tardaron en creerse quela muerte de Martí era un hecho y nomera propaganda de los españoles.Todavía el 3 de junio, el periódicoc uba no El Porvenir anunciaba congrandes titulares «¡Martí vive!».Hubieron de transcurrir varias semanasy el mismo Gómez tuvo que confirmar lamala noticia para que la gente laaceptara[35].

A pesar de la muerte de Martí, larevolución avanzó durante el verano de1895, al menos en oriente. AmadeoGuerra, al mando de trescientoshombres, se hizo con el control deCampechuela durante dos horas,

mientras la guarnición estaba ausente.Casi al mismo tiempo, Esteban Tamayoocupaba la indefensa localidad deVeguitas y se hacía con las armas yprovisiones que necesitaba[36]. Laacción de más entidad se produjo enJobito, a unos diez kilómetros deGuantánamo. El 13 de mayo, AntonioMaceo —con dos mil cuatrocientoshombres ya, según algunas fuentes—ataca una columna española compuestapor cuatrocientos infantes y cien jinetesbajo el mando del coronel Juan delBosch. Aunque las bajas de los cubanosfueron muchas, Maceo ganó la batalla yBosch murió en el combate. La victoria

cubana de Jobito, la primera batallaauténtica de la guerra, atrajo a miles deorientales al bando revolucionario.Ahora España sólo podría restablecer elorden en el este con grandes sacrificios.Los españoles, junto al resto de loshabitantes de Cuba, estaban a punto dedescubrir cuán inmenso iba a ser estesacrificio[37].

M

V

Máximo Gómez y laguerra total

áximo Gómez no era partidariode hacer la guerra con objetivos

limitados. Tras media vida luchando porla independencia de Cuba, estabadecidido a luchar hasta la muerte y,como comandante en jefe de las fuerzasrevolucionarias, esperaba lo mismo delos demás. A instancias de Gómez, seprohibió incluso la simple mención deun acuerdo con el enemigo. Los oficiales

cubanos tenían orden de matar a losemisarios españoles que les llegarancon el señuelo de una paz negociada. Elcódigo penal de los insurgentes acabaríapor confirmarlo, declarando comotraición abogar por una paz que noviniera acompañada por laindependencia total e inmediata[1].

Este compromiso total con la guerra—no siempre bien entendido desdefuera— había surgido de forma naturalen la primera guerra de independencia.Cuando los líderes cubanos firmaron elpacto de Zajón en 1878, tras la Guerrade los Diez Años, Gómez no se opuso alacuerdo de paz, pues sabía que la guerra

estaba perdida y que la mayor parte delos cubanos deseaba la el fin de lacontienda[2]. Sin embargo, más tarde,Gómez y muchos de sus incondicionalesse mostraron convencidos —en contrade cualquier prueba objetiva— de quehubiera sido posible derrotar a Españaen el campo de batalla. La presentacióndel pacto de Zajón como unaclaudicación propia de traidores fueutilizada hábilmente por el movimientoindependentista para alejar cualquierposibilidad de acuerdo en 1895.Además, en el Convenio de Zanjón sehabían prometido una serie de reformasque los españoles apenas cumplieron,

fomentando un escepticismo total de loscubanos hacia cualquier iniciativa depaz que procediera de España.

En consecuencia, para Gómez lacuestión no era si se debía combatir amuerte por la independencia, sino laestrategia que se debía adoptar. Gómezsabía que los insurgentes no podríanganar batallas convencionales contra elmayor y mejor equipado ejércitoespañol de 1890, como no habíanpodido en la década de 1870; por eso,en la primavera de 1895, abogó porseguir la estrategia de la guerra deguerrillas. Los insurgentes debían evitarel enfrentamiento directo con las tropas

españolas, salvo en condiciones muyfavorables, y limitarse a sabotear losrecursos económicos y estructurales.

El 1 de julio de 1895, con elimperioso tono que le había costadoamigos y que había molestado a susbiógrafos, Gómez se dirige a lospropietarios de las plantaciones yranchos de Cuba: «Las fincasazucareras», declara, «paralizarán sulabor. Y la que intentase realizar la zafraverá incendiadas sus cañas y demolidassus fábricas». Gómez también prohibió alos hacendados transportar y venderalimentos, ganado, tabaco y otrosproductos básicos en territorios

controlados por España, que en 1895eran prácticamente toda Cuba. Laspersonas que intentaran llevar almercado estos productos prohibidosserían «tratados como traidores, yjuzgados como tales caso de serdetenidos»[3].

Mediante la destrucción de laeconomía cubana, Gómez esperabaalcanzar varios objetivos: el primero,reducir los recursos españoleseliminando la agricultura comercial, enespecial la del azúcar, un productoclave para Cuba y para su relación conEspaña. Los intereses de la metrópolieran muchos en el comercio global del

azúcar y en el transporte de productosespañoles a Cuba; fabricantes ygranjeros españoles inundaban la islacon sus productos y proporcionabantrabajo a miles de familias españolas,mientras Madrid obtenía, mediante losimpuestos sobre exportaciones eimportaciones, los ingresos quenecesitaba para gobernar la colonia. ElGobierno español difícilmente podíasacrificar un sólo céntimo de losingresos procedentes de Cuba, así queGómez, mediante la destrucción de loscultivos de azúcar, pretendía que lacolonia dejara de ser rentable para elGobierno, los comerciantes, los

fabricantes y los trabajadores españoles,así como para los hacendados queestuvieran del lado de España. Comodecía Gómez, las «cadenas de Cuba» sehabían «forjado con su propia riqueza».Para romper esas cadenas, era necesarioterminar con la riqueza[4].

Gómez también veía la destrucciónde la agricultura capitalista como unejercicio de ingeniería social que setraduciría en una sociedad nueva y másigualitaria. Gómez no ordenó a susfuerzas que destruyeran todas laspropiedades con el mismo entusiasmo:su objetivo principal eran los grandeshacendados, los fabricantes, las minas y

las propiedades urbanas, así como laslíneas de comunicación y el comercio,mientras que protegían las pequeñasgranjas de las zonas rurales fuera delárea de influencia de los españoles.Sabía, por otro lado, que las fuerzasarmadas españolas estarían del lado delos grandes propietarios y queprotegerían las instalaciones industrialesy las ciudades. En consecuencia, tal ycomo se estaba desarrollando la guerraentre cubanos y españoles, erainevitable un conflicto de clases entrepequeños propietarios, por un lado, ygrandes hacendados y capitalistas porotro, así como un enfrentamiento entre el

mundo rural y el urbano. La intención deGómez era expulsar de la isla a losespañoles, mientras desplazaba elequilibrio de poder económico y socialde los ricos de la ciudad a los pobresdel campo. El Gobierno Provisionalcubano dio su apoyo a Gómez,anunciando que, tras la declaración depaz, expropiaría las grandes fincas delos absentistas que vivían en la ciudad yse las daría a campesinos sin tierras. Deesta forma, la revolución transformaríala isla en un paraíso de pequeñospropietarios acorde con la teoría deRousseau[5].

Es importante resaltar que, aunque

Gómez estaba comprometido con unarevolución radical, ésta era muydiferente a la prevista por Martí, ya queGómez abrazaba el ideal de igualdadpero no el principio de liberalismodemocrático. La igualdad social seríaimpulsada y dirigida desde arriba por un«hombre fuerte» militar, preferiblementeél mismo. De hecho, un biógrafodetectaba en Gómez una instintiva«inclinación permanente a ladictadura»[6]. Según la forma de ver lascosas de este general, la guerra deliberación no implicaba reconocer laslibertades individuales inmediatas; porel contrario, significaba la aceptación de

una disciplina férrea. Con su victorianamojigatería, Gómez mandó arrestar atodo ciudadano que se atreviera adesobedecer la prohibición de laspeleas de gallos, el juego y otras formasde entretenimiento[7]. Si algo o alguienno era útil para la revolución, estabacontra ésta; así funcionaba la menteautoritaria de Gómez.

Un episodio de la Guerra de losDiez Años ilustra esta faceta de lapersonalidad del general. En 1872, losrebeldes se enfrentaban a una crisis, laguerra no iba bien y los líderes delgobierno revolucionario de CarlosManuel de Céspedes se sentían tan

amenazados que se propusieronrefugiarse en Jamaica. Al oírles, Gómezmontó en cólera. Mientras él y sushombres vivían en la selva vestidos conharapos y combatían sin tregua,Céspedes y los bien alimentados líderesciviles desfilaban con sus uniformes degala y sables enjoyados y se tapaban lanariz ante el hedor de los auténticossoldados. Gómez, dado a los juiciosrápidos y al lenguaje pintoresco, nopudo contenerse y denuncióabiertamente al Gobierno: «¡Estospendejos lo que tienen es miedo! ¡Deaquí no sale nadie! ¡Aquí muere Sansóncon todos los filisteos!». Con su estilo

peculiar, Gómez, proclamaba al mundoque él era un moderno Sansón que antesharía caer Cuba sobre las cabezas de lospolíticos hipócritas que rendirse. ParaGómez, ser obedecido era prioritario yconstituía una «necesidad espiritual»que se anteponía a todo lo demás.Gómez tenía un corazón pretoriano ydesconfiaba de los políticos civiles y desus prioridades, lo que no podía ser deayuda para la nación que habíacontribuido a alumbrar, sino todo locontrario. Igualdad antes quedemocracia y victoria antes que ningunade éstas era el lema escrito en elcorazón del viejo caudillo[8].

Gómez también creía queincendiando los campos de caña y lasplantaciones de tabaco atraerían a laselites cubanas del oeste a la revolución,algo que parece cuanto menoscontradictorio. Los hacendados semostraban reticentes a apoyar unarepública populista que adoptaba contanta facilidad una estrategia de tierraquemada, y que prometía abiertamenteuna reforma agraria radical una vez quela guerra acabara. En comparación, laspesadas cargas impositivas de Españaeran poca cosa. Pero Gómez tenía laidea de que la guerra económicaacabaría atrayendo a los hacendados a

la causa. Una vez destruidos los camposde caña y demás estructuras rurales,cuando a los hacendados ya no lesquedara nada, ¿acaso no darían de ladoa un régimen colonial que no había sidocapaz de defenderles? Se ha dicho quela capacidad de destruir algo equivale aposeerlo, y, si el ejército revolucionariocubano podía acabar con el azúcar, loshacendados tendrían que buscaracomodo entre los insurgentes[9]. Deforma parecida, Gómez creía que, siarruinaba la producción de azúcar ytabaco, los inversores internacionales ysus Gobiernos también acabaríanapoyando la revolución. Una vez

superado el impacto de la magnitud ynaturaleza de la destrucción, se veríanforzados a reconocer que los españoleseran incapaces de defender laspropiedades y, cuando esto ocurriera,comenzarían a tratar con la república enarmas y a ejercer presión para queEspaña abandonase Cuba[10].

Gómez también esperaba que laestrategia de acabar con la granpropiedad agraria lograra el apoyo delos trabajadores sin tierra, muchos deellos antiguos esclavos liberados en1886, que seguían trabajando en losmismos campos e ingenios que durantesu esclavitud. Estas personas

observaban los campos de caña conenvidia, podrían no ser conscientes delos detalles más específicos delnacionalismo y la democracia, pero paraatacar a las grandes plantaciones suapoyo estaba asegurado. Además, si elasalto a las propiedades no fuera másallá, dejaría a decenas de miles de estoshombres sin empleo, algo que no era unefecto paralelo de la estrategia de guerratotal de Gómez, sino una de sus partesesenciales. El trabajo creaba riqueza,vida y orden; trabajar era apoyar elrégimen colonial y, en consecuencia,equivalía a ser un enemigo de larevolución. «Trabajo significa paz»,

declaraba Gómez, concluyendo que «nodebemos permitir que se trabaje enCuba»[11]. La quema de los campos decaña y tabaco, así como la destrucciónde las refinerías, forzaría a los hombresa la inactividad y no les dejaría otraopción que abrazar la causa de lainsurrección. Estas «huegas forzosas»,como las describía un general cubano,daban «un aspecto terrorífico» a laguerra en su conjunto, pero era el mejormedio de reclutamiento del que disponíaGómez, mucho mejor que cualquierabstracta apelación a la nación, lademocracia, la igualdad o la humanidad.Finalmente, las duras lecciones de

Gómez, impartidas a sangre y fuego,movilizaron a tantos o a más cubanosque los bellos ideales de Martí[12].

Gómez era consciente de que unEjército Libertador no podía vestir,alimentar o proteger, ni mucho menosarmar, a decenas de miles de cortadoresde caña y otros trabajadores y a susfamilias, que quedarían desamparadoscon el hundimiento de la economía. Notodos podrían unirse a la insurrección:la mayor parte huiría a los pueblos y lasciudades, donde se convertirían en unproblema para los españoles. Sus únicasopciones serían emigra o morir dehambre. En el verano de 1895, muchos

de los habitantes rurales de losalrededores de Manzanillo y otraslocalidades de oriente se refugiaron enlos no muy acogedores brazos de losespañoles, simplemente porque notenían otra opción[13]. Éste fue elcomienzo informal de lareconcentración, un programa al quedieron cuerpo más adelante losespañoles y mediante el cual los civilesserían realojados en ciudadesfortificadas y campos. Veremos esto conmás detalle más adelante; por ahora,basta saber que, cuando se puso fin a lareconcentración, el coste humano resultómucho más elevado de lo que cualquiera

hubiera imaginado. Pero es importantereconocer también que este coste no fuetotalmente inesperado: Gómez sabía quela estrategia de colapsar la economíaconllevaría trastornos, desesperación,emigración y muerte. A eso estabadestinada. No obstante, Gómez tenía «unsolo deber que cumplir: vencer» y paraello eran aceptables «todos los medios».En una carta a un amigo escrita aprincipios de la guerra, Gómez preveíaque si España no se rendía de inmediato,cosa que parecía altamente improbable,«aquí no quedará piedra sobre piedra» ytoda la riqueza de Cuba se perdería«anegada en sangre y devorada por las

llamas». Se trataba de una guerra de«verdadero exterminio», escribía, en laque no se vería superado por losespañoles. Asimismo, anticipaba que ladestrucción del azúcar cubanobeneficiaría a la industria azucareradominicana, y albergaba la esperanza deque los dominicanos darían labienvenida a los miles de cubanos que,según él, abandonarían la isla[14].

Gómez estaba dispuesto, como seespera de los líderes militares, a apostarlas vidas de otros para asegurarse lavictoria. El resultado fue que, entre losprocedimientos de Gómez y la respuestasistemática y brutal de los españoles,

más de cien mil civiles murieron enCuba antes de que todo acabara. Sinduda era un sacrificio mayor que elprevisto por Gómez, pero, dado elcarácter del generalísimo, pareceimprobable que nada hubiera podidohacerle cambiar de estrategia[15].

Gómez tenía otros motivos muypersonales para adoptar la política detierra quemada: en 1895 tenía yacincuenta y nueve años y llevabaasociado al mundo militar —normalmente en el bando perdedor—prácticamente toda su vida. En 1861,cuando la República Dominicana invitóa las tropas españolas con objeto de

resistir la renovada amenaza de Haití,Gómez se alistó en el Ejército español yalcanzó el grado de capitán decaballería, sirviendo con honores.Continuó al servicio de España contrasus paisanos durante el levantamiento de1863 en pro de la independencia, en elque combatió bien y fue promocionado acomandante tras una famosa victoriasobre el general dominicano PedroFlorentino.

Estas guerras en la RepúblicaDominicana tuvieron un profundo efectosobre Máximo Gómez; profundo ynegativo. A causa de su alineamientocon España, Gómez perdió sus

propiedades familiares y emigró a Cubaen 1865, año en el que la RepúblicaDominicana recuperó su independencia.Ciertamente recibió asilo en Cuba, peroeso fue todo lo que recibió de España, yno disfrutó de ascensos, medallas nirentas, tan sólo insultos y el retiroanticipado en 1867. Intentó ganarse lavida con los cultivos de una pequeñagranja cerca de Santiago, pero no erabuen granjero: de lo que Gómez sabíaera de guerra y, cuando los patriotascubanos ondearon la bandera de larebelión en 1868, se unió a ellos. LaGuerra de los Diez Años resucitó aGómez e incluso le dio la oportunidad

de vengarse de España por haberabandonado a su leal soldado.

Según los estándares de losinsurrectos cubanos de 1868, Gómez eraun veterano con experiencia, de formaque fue ascendido al grado de coronelantes incluso de que comenzaran loscombates decisivos. Por los serviciosprestados en la República Dominicana,conocía las tácticas de los españoles, yesto le otorgaba ventaja sobre otroscomandantes cubanos. De forma casiinmediata, lideró a sus tropas en lavictoria sobre los españoles en Ventadel Pino, cerca de Bayamo. En estecombate demostró la sagacidad en el

campo de batalla que le haría famoso,atrayendo a una avanzadilla española dedos compañías hasta un estrechodesfiladero donde sus hombres habíanpreparado una emboscada. Disparando aquemarropa desde un bosque situado alotro lado del camino y cargando conmachetes para terminar el trabajo, loscubanos aniquilaron a los españoles encuestión de minutos. Antes de que éstosse dieran cuenta, todo había acabado.Venta del Pino constituyó una victoriaestratégica crucial, y provocó que unafuerza más numerosa de españolesrenunciara a recuperar la ciudad deBayamo, que se convirtió en la capital

de la Cuba libre durante cuatro meses ypermitió a los cubanos saborear unavida sin el dominio español,enalteciendo así el espíritu de lainsurrección. Por esta victoria, Gómezfue ascendido a general; lo que losespañoles no habían sabido reconocerera ahora generosamente recompensadopor los cubanos.

Gómez se dio a conocer como ungeneral carismático y de grandesaptitudes durante la Guerra de los DiezAños. En 1875 había conducido unafuerza que incursionó brevemente en laprovincia de Santa Clara, en la Cubacentral, devastando la región de Sancti

Spíritus y sus campos de caña eingenios. Fue todo lo que pudieronavanzar los rebeldes hacia el oeste, yaque España logró salir de su propiaagitación revolucionaria y puso fin a larebelión cubana, enviando a Gómez denuevo al exilio. Durante las dos décadassiguientes, trabajó como jornalero enJamaica, llegó a ser general en elEjército hondureño y nunca dejó deconspirar contra el régimen español enCuba. Cuando José Martí organiza elPRC y planea un nuevo levantamientopara 1895, Gómez acepta conentusiasmo el nombramiento decomandante en jefe. Sería la última

oportunidad de alcanzar la gloriamilitar, pues era ya demasiado mayor yhabía sido testigo de demasiadasderrotas como para exigirse a sí mismoy a los cubanos otra cosa que no fuerauna dedicación inquebrantable a laobtención de una victoria total. Tras unavida entera de lucha, Gómez tenía losojos puestos en el futuro de Cuba, no enla situación actual de los cubanos. Sitenía que ser Sansón derribando eltemplo sobre sí mismo, así sería[16].

Al principio hubo cierto debateacerca de lo estricta que debía de ser laaplicación de la estrategia de guerratotal por la que Gómez abogaba. José

Martí, por ejemplo, había mostrado surecelo antes de su muerte prematura:había pedido que se respetasen laspropiedades de los hacendadosfavorables a la causa, en parte para quelos insurgentes pudieran imponerlesimpuestos, pero también para evitar eldistanciamiento de personas que larepública necesitaría en añosposteriores. Asimismo, deseaba evitarel sufrimiento generalizado que con todaprobabilidad seguiría a la destruccióncompleta de la economía, y lepreocupaba que la estrategia de tierraquemada distanciara a la opiniónpública en el extranjero. La propaganda

española pintaba a los cubanos comobandidos e incendiarios, y Martídetestaba la idea de que la revolucióndiera crédito a esta imagen[17]. A estoGómez respondía que, si los hacendadosextranjeros estaban preocupados por suspropiedades, tendrían que plantar lacaña de azúcar en cualquier otro lugar.«Vale mucho la sangre cubana para quese derrame por el azúcar», escribía. Laúnica manera de «plantar la banderatriunfante de la República de Cuba[sería] encima de los escombros» de lasplantaciones e ingenios, así como elresto de las «cosas viejas» asociadas ala Cuba colonial[18].

Martí no estaba solo en su deseo deevitar la destrucción de la economíacubana. Algunos políticos civiles delgobierno revolucionario, aquellos a losque Gómez apodaba con sorna «bobos»,abogaban por una mayor indulgencia conlos grandes hacendados, siempre que losinsurgentes pudieran obtener dinero deellos. Durante un periodo del verano de1895, Maceo incluso otorgó «permisos»a los terratenientes de oriente para quecontinuaran con sus actividades, unaespecie de extorsión organizada quepermitía a la república en armas cobraruna suerte de impuesto, justo cuandomás falta hacía. Bartolomé Masó,

general y político, escribe en unmomento dado a Gómez intentandopersuadirle para que deje en paz laeconomía, tras lo que Gómez, furioso,anula los permisos y ordena que todaslas propiedades en cuestión seandestruidas. Además, solicita ladegradación de los «jefecitos, que tienenmás de comerciantes que de guerreroslimpios», y que a su juicio ponían enpeligro la campaña en oriente al actuarcomo parásitos del sistema económicoen vez de sabotearlo como se les habíaordenado[19].

El debate sobre esta cuestión, en laprimavera de 1895, era una repetición

del que Gómez había perdido en ladécada de 1870, cuando había instado adesarrollar una estrategia similar, cuyoobjetivo eran las plantaciones de azúcary otras propiedades comerciales. Enaquella ocasión, la elite de loshacendados y políticos que controlabanel movimiento intentaron —con tanto omás afán que la propia independencia—evitar que se destruyeran laspropiedades, vetando lasrecomendaciones de Gómez. Éste seprometió a sí mismo, en 1895, que talcosa no volvería a ocurrir.

Máximo Gómez realizó una campañainsurgente brillante y despiadada contra España

y contra quienes la apoyaban.

Tras la muerte de Martí en DosRíos, la oposición a la postura deGómez se había debilitado, peropersistían las dudas. Algunos jefesseguían respetando las propiedades dehacendados y rancheros a cambio decontribuciones a la guerra. El hermanomenor de Antonio Maceo, José, seempeñó más que nadie en establecer elcontrol republicano en la provincia deSantiago, en el verano de 1895[20], perono ejecutó las órdenes de Gómez en lorelativo a la economía y permitió a los

propietarios de plantaciones de café,entre otros, continuar con sus negocios,proporcionándoles salvoconductos acambio del pago de cuotas. Pensaba quelos orientales debían ser tratados demanera diferente porque, en su mayorparte, apoyaban la revolución. Deseabacultivar su amistad y hacerles pagarimpuestos, no arruinarlos.

Este comportamiento no autorizadocausó cierta preocupación en el bandoinsurgente. El Gobierno exigió a Maceoque justificara su programa de impuestorevolucionario y que proporcionara unalista de los «donantes» y las cantidadesque hubiera recaudado. En un aspecto en

particular, el Maceo más joven rehusóseguir las órdenes de Gómez y no quemólos ingenios, ya que sentía —al igualque muchos otros compatriotas— queera ir demasiado lejos. Por el contrario,quemó sólo la caña ya plantada,argumentando que «no sólo se quitaría alenemigo una fuente de dinero en efectivoconsiderable, del que en otro casopodría disponer en contra nuestra, sinoque por consecuencia del trabajo queescasearía para la clase de losjornaleros, éstos, en su mayor parte,vendrán decididos a ofrecernos susservicios» como soldados. Al mismotiempo, la industria del azúcar podría

recuperarse más rápidamente una vezque hubieran finalizado lashostilidades[21]. Aunque esto nosatisfacía a Gómez, José Maceo siguióaplicando su propio criterio durantetodo el primer año de la guerra:quemaba cañas, pero no estructuras. Elresultado fue que sus subordinadosreunieron decenas de miles de dólares yusaron este dinero para comprar armas ysuministros en el extranjero[22]. Estapolítica se demostró vital, por muchoque irritara a Gómez. Los agentescubanos de lugares como Liejaadquirieron miles de rifles Mauser yotras armas, como, de hecho, habían

estado haciendo antes de la guerra.Armar a una nación que empezaba anacer requería mucho dinero, más delque los trabajadores de Tampa podíanproporcionar por sí mismos[23].

Finalmente, el Gobierno Provisionalconsideró acertada la política de Gómezy sancionó a José Maceo por infringirla,como veremos más adelante. Elresultado fue que Gómez pudo llevar acabo su estrategia de tierra quemada congran rigor en gran parte de la isla, y éstafue una de las claves de la derrota de losespañoles. La economía se vino abajo, ycon ella el empleo; miles de hombres ymujeres desempleados se unieron a la

revolución, si no como soldados, sí entareas de apoyo. No hubo nunca escasezde trabajo para personas capaces dereparar un arma, cosechar, cuidar delganado, transportar y cuidar enfermos yheridos o realizar cualquier otra tareanecesaria para sostener el EjércitoLibertador.

La república en armas obligaba atodos los cubanos a servir a larevolución según sus capacidades yGómez no dudó en utilizar el ejércitopara hacer cumplir estas exigencias.Negó a los no beligerantes laposibilidad de inhibirse: los civiles enzonas de la insurgencia tenían que luchar

o trabajar para la revolución. Los queresidían en ciudades bajo mandoespañol estaban obligados a informaracerca de los movimientos del enemigoy a pagar cuotas al GobiernoProvisional[24]. En una guerra deliberación, argumentaba Gómez, losciviles tenían que optar por un bando.Ser neutral o pacífico implicaba serenemigo de la revolución y amigo deEspaña.

El secretario cubano de Interior,Santiago García Cañizares, emitióinstrucciones claras acerca del asunto delos civiles y de su obligación de trabajarpara la revolución. Ordenó a los

funcionarios locales en territorioinsurgente que formaran comités deresidentes, cuya tarea sería destruirpropiedades, reunir ganado y llevar acabo otros cometidos de utilidad para larevolución. Las personas que se negarana obedecer estas órdenes seríanexpulsadas de sus hogares. Cualquieraque intentara desplazarse entre elterritorio español y las zonas de controlinsurgente sin un salvoconducto delGobierno Provisional tendría queafrontar la represalia de las fuerzascubanas; podrían ser pasados por elmachete o ahorcados en los «árboles dejusticia», normalmente árboles de

guásima (por lo que a menudo se decíade estas víctimas del nuevo «ritonacional» que habían sidoenguasimados)[25].

El secretario de la Guerra, CarlosRoloff, promulgó medidas queampliaban estas órdenes: Roloffrequirió de los civiles que vivían cercade las carreteras principales o en lasciudades bajo dominio español quepasaran a zonas rurales consideradascomo insurgentes, y había que disparar acualquier persona a quien se viera amenos de una legua de un territorio ofortificación española. Este proyecto deingeniería social, esta

«desconcentración» de la población azonas rurales anticipaba, en sentidoinverso, los posteriores decretos dereconcentración dictados por losespañoles en 1896 y 1897. CuandoRoloff emitió estas órdenes, en otoño de1895, carecían de sentido en más de lamitad de Cuba, ya que la insurgencia notenía aún presencia en el oeste.Podríamos añadir también que larepública en armas no siempre aplicóeste sistema draconiano, a veces nisiquiera cuando podía hacerlo. Aun así,para los civiles de oriente que vivíancerca de una ciudad la vida se complicóde inmediato: o acataban la orden y se

unían a la revolución, o huían a lasciudades españolas. Se había excluidocualquier tipo de posición intermedia, ylos suburbios en torno a las ciudades seconvirtieron en una despoblada tierra denadie entre la Cuba española y la Cubalibre rural. Aunque la respuesta de lasautoridades españolas —lareconcentración forzosa— a la orden dedesconcentración de los insurgentes aúnestaba por llegar, el principio delproblema de los refugiados en ciudadescomo Santiago, Guantánamo yManzanillo data de 1895, cuando lainsurgencia comenzó a poner en prácticauna política de guerra total destinada a

aquellos civiles que pretendieranpermanecer neutrales. De ahí que milesde cubanos se trasladaran a ciudadesprotegidas por los españoles durante elotoño y el invierno de 1895, o, por elcontrario, a territorios consideradosparte de la Cuba libre[26].

Gómez no tenía paciencia con losciviles que se quejaban de lasprivaciones e imploraban ser eximidosde sus deberes patrióticos. Cuando los«pacíficos» ocultaron su ganado paraque los soldados cubanos acamparan entierras de otro y fueran los animales deotros los sacrificados, Gómez declaróque tal acto merecía la pena de muerte,

aunque por lo que se sabe, no fuehabitual que los infractores recibierantan duro castigo[27]. El 8 de noviembrede 1895, Gómez escribe a ZacaríasSocarraz, un funcionario del GobiernoProvisional cubano en Monteoscuro,quejándose del comportamiento de los«pacíficos» en esta localidad.«Habiendo llegado a mí noticia quealgunos pacíficos se muestran morososen el cumplimiento de las órdenes dadaspara la destrucción de cercas y retirarsus viviendas de los puestos enemigos,hago saber: que todos los que asumanesa actitud serán considerados comodesafectos a nuestra Causa de

Independencia». A los funcionarios delGobierno se les requería que«condujeran a su presencia a todopacífico» que se comportara de estamanera. Aquéllos que permanecieran ensus hogares en lugar de desplazarse alcampo y que siguieran comerciando conlos españoles serían castigados con lamayor dureza[28].

Ser llevado ante Gómez era unaperspectiva aterradora, ya que losmodos del viejo caudillo asombrabanincluso a sus propios oficiales por sudureza. Los «pacíficos» que llegabanante él con la intención de quejarse delos daños causados a sus propiedades

pronto se arrepentían de su decisión,ante los sermones y enojadasreprimendas del general. Bernabé Boza,un asesor de Gómez, recuerda unaescena de este tipo: «Aquí hemos estadooyendo a toda una familia lamentarlastimosamente la muerte de un buey y lacastra de un colmenar. No sé quépiensan todavía estos [campesinos]estúpidos. Parece que no quierenconvencerse de que la guerra es unhecho real»[29].

Dado lo complicado de tratar conlos civiles neutrales, no resultasorprendente que el Gobierno insurgentecondenara a muerte a cualquiera que

colaborara abiertamente con losespañoles. El 4 de octubre de 1895,Gómez declaró que cualquier cubanoque trabajase para los españoles dealgún modo «será juzgadoinmediatamente por procedimientoverbal sumarísimo y ejecutada en el actola sentencia que sobre él recayera». Suspropiedades pasarían a manos delGobierno Provisional, que podría haceruso de ellas o destruirlas. Estas severasmedidas no provocaron ningunacontroversia real en el bando cubano.Gómez estaba en condiciones de fundaruna nación y, como a otrosrevolucionarios pasados y futuros, no le

importaba «romper algunos huevos parahacer una tortilla». Pero, desde el puntode vista del huevo, la tortilla es unareceta cruel. La mayor parte de loscubanos no sacrificaban de buen gradosu existencia individual por la promesaabstracta de un bien colectivo en elfuturo. Cuando trabajaban para España,era simplemente para sobrevivir, ya quelas elites españolas o pro españolaspagaban los salarios de los trabajadoresde correos, de bomberos, milicias,jornaleros de las plantaciones, etc. Deigual forma, cuando trabajaban para larepública en ciernes, el motivo principalera normalmente la supervivencia, no

unos elevados ideales nacionalistas. Laspersonas de este tipo no traicionaban asu patria (Cuba o España) más que en lamente de revolucionarioscomprometidos como Gómez oespañoles como Cánovas y MartínezCampos, para quienes la abstracción dela nación contaba más que la propiavida.

Los «pacíficos», los hombres ymujeres que intentaban vivir sus vidas almargen de la gran guerra de redencióncubana, constituían un grave problemapara los insurgentes. Si los civilescubanos seguían produciendo yvendiendo sus productos a las ciudades

españolas, si cosechaban caña o tabaco,si apagaban incendios en las ciudades ypueblos y patrullaban las calles comopolicías, la revolución fracasaría. Éstaera la justificación fundamental para lainquebrantable decisión de Gómez dellevar la guerra a los civiles, aunquealgunos pensaban que la destruccióngeneralizada de propiedades queemprendieron las fuerzas armadascubanas se volvería al final contra larevolución. Boza comparaba el paso delEjército Libertador por una región a lallegada destructora de un huracán: «Lasestancias por donde pasamos quedanarrasadas como si por ellas hubiese

pasado un cliclón» y, según decía,produciría una escasez tan terrible queel futuro del pueblo cubano quedaríaamenazado. Estas observaciones deBoza iban a ser proféticas. Los estragosque causó el Ejército Libertadorprepararon el escenario para la brutalrespuesta española, y los civilescubanos pagaron el precio en 1896 y1897[30].

En el verano de 1895, Gómez notenía poder suficiente para imponer suestrategia de guerra total en la mitad dela isla. Como ya hemos visto, larevolución no había prosperado en lasprincipales provincias productoras de

azúcar del centro y el oeste de Cuba. Enla tierra de la caña de azúcar y deltabaco, los negocios continuaban comosiempre. El Ejército Libertador se habíahecho fuerte en el este, pero si Gómezdeseaba hacer valer su promesa dearrasar la economía cubana, y con ellael régimen español, tendría que hallaruna forma de desplazar sus fuerzas aloeste, al «tazón de azúcar» de Cuba.

A

VI

Antonio Maceo y labatalla de Peralejo

ntonio Maceo había soñado con laguerra toda su vida. Nacido en

1845, cerca de Santiago, Maceo crecióescuchando las historias de las proezasmilitares de su padre, que habíacombatido junto a España en las guerrasamericanas de independencia. Comomulato (su padre era blanco) en unasociedad esclavista, le irritaban elracismo y el chovinismo peninsular del

régimen colonial español. Ya desde muyjoven, decidió honrar el pasadocastrense de su progenitor luchandocontra el país que éste había defendido.De esta forma, Maceo consiguió lahazaña freudiana de imitar a su padre yrebelarse contra él, al tiempo quedefendía a su madre, todo en un únicomovimiento.

En 1864, Maceo ingresa en la logiamasónica de Santiago y se introduce enel secreto mundo de los revolucionarioscubanos, muchos de los cuales eranmasones[1]. Los masones, miembros deuna sociedad secreta fundadaprobablemente en el siglo XVII por

canteros escoceses, pueden parecernoshoy miembros de un club inofensivo,como los rotarios con sus peculiaresapretones de mano. En los siglos XVIII yXIX, no obstante, la orden masónicaalbergaba aspiraciones revolucionariase incluía en sus filas a algunos de losmás importantes intelectuales yradicales del mundo atlántico. Como yahemos reflejado, Martí había ingresadoen el templo masónico de Madrid,mientras que la logia de Bayamo teníacomo miembros a Carlos Manuel deCéspedes y muchos otros grandespatriotas cubanos. Sus compañerosmasones, incluido Maceo, fueron de los

primeros en alistarse para luchar conCéspedes por la independencia cubanaen 1868.

Gracias a sus éxitos en el campo debatalla, Maceo ascendió con rapidez enel escalafón militar y, a finales deoctubre de 1868, fue nombrado sargento.Tres meses después, ya era tenientecoronel. Al finalizar la guerra, Maceohabía obtenido el rango de general dedivisión, la graduación más alta delEjército cubano. Es habitual en losEjércitos revolucionarios promocionarrápidamente a los hombres que destacanpor su talento, y que suplen suscarencias de formación con experiencia

y con su carisma para conseguir lalealtad de sus hombres. Como un nuevoNapoleón, Maceo ganó prestigiorápidamente, pero sin perder lassimpatías de la tropa. En parte, esapopularidad tenía una fundamentaciónracial, ya que tanto en la Guerra de losDiez Años como en la Guerra deIndependencia la mayoría de losoficiales eran blancos, mientras que elgrueso de las tropas lo constituíanhombres de color. De ahí que Maceo, unoficial mulato, encarnara un casopeculiar y fuera idolatrado por lastropas negras. No obstante, laelocuencia de Maceo, su gran sentido

del honor personal y de la dignidad y,sobre todo, su extraordinaria capacidadcomo estratega, lo convirtieron tambiénen el ídolo de los soldados blancos. Porel contrario, las elites blancas cubanasdesconfiaban de él: en la década de1870, circuló con insistencia el rumorde que Maceo era un Bonaparte negroque aspiraba a un Estado afrocubanoseparado[2].

De forma incluso más vehemente queGómez, Maceo nunca aceptó la derrotade 1878. Su rechazo a las condicionesde paz de los españoles —ladenominada Protesta de Baraguá— eraabsoluto. Consideraba que la paz no era

más que un alto el fuego y algunos de sushombres siguieron su ejemplo. Muchosde ellos fueron capaces de dejar pasarlos siguientes diecisiete años en Cuba,guardándose el resentimiento ypasándoselo a sus hijos, pero lanotoriedad e intransigencia de Maceo leobligan a residir en el extranjero, en unexilio itinerante: Jamaica, Nueva York,Haití, Saint Thomas, RepúblicaDominicana, Honduras, Panamá, Perú yCosta Rica. La persecución de losagentes españoles y los intentos paraasesinarlo le impidieron a Maceoasentarse o prosperar. Pero, durantetodo ese tiempo, no dejó de soñar con

tener una nueva oportunidad de liberar asu tierra natal[3].

Maceo pensaba que las fuerzasarmadas cubanas habían sido derrotadasen la Guerra de los Diez Años sobretodo por su incapacidad para llevar lalucha a la mitad occidental de la isla. Larevolución había tenido fuerza en lasprovincias de Santiago y Puerto Príncipeen la década de 1870, pero las rencillasregionales y las particularidadeslocales, así como la preocupación de losprincipales hacendados respecto a lapropiedad y su miedo a las tropas decolor, que constituían la mayor parte delas fuerzas patriotas, habían evitado que

el movimiento de independencia ganaraterreno en las provincias centrales yoccidentales de Santa Clara, Matanzas,La Habana y Pinar del Río. Larevolución languideció en el este yfinalmente agotó sus recursos, lo quepermitió a España negociar una pazdesfavorable para el bando cubano.Ahora, en la primavera de 1895, lahistoria parecía repetirse y lainsurgencia sólo era verdaderamentefuerte en la provincia de Santiago. Setrataba de un momento delicado para larevolución, precisamente la situaciónque Maceo quería evitar, para que laincipiente república de Cuba no quedara

aislada y luego enterrada en la mismatumba que la revolución de 1868[4].

No obstante, en aquel verano de1895, Maceo no tenía la menor intenciónde meterse en la boca del lobo, la Cubaoccidental dominada por los españoles.Por el contrario, sostenía que eranecesario posponer las grandes accionesofensivas hasta que el EjércitoLibertador pudiera reunir los hombres ylas armas necesarios. Los exiliadoscubanos en Estados Unidos, Venezuela yotros países caribeños limítrofes seafanaban en organizar entregas de armasy hombres para los insurgentes, peroMaceo calculaba que llevaría varios

meses reunir los recursos suficientespara invadir la parte occidental.Entretanto, el «Titán de Bronce»buscaba objetivos que pudiera atacarcon posibilidades de éxito.

Aunque siempre fue popular en eloriente, Maceo no confundía lapopularidad con un apoyo unánime eincondicional. Comprendía que laconfianza y la ayuda de los civiles seganaban enfrentándose al enemigo yestableciendo una presencia capaz depersuadir u obligar a la población paraque se uniera a la rebelión. A este fin,Maceo ocupó, si bien brevemente, losmunicipios leales a España, acción que

sirvió para amedrentar a lossimpatizantes de la metrópoli. La ideano era tanto luchar abiertamente contralos españoles como neutralizar a loselementos españolistas de lascomunidades y animar a los partidariosde la independencia a comprometersecon la causa. De esta forma, Maceoconsolidó su poder en oriente, y esteéxito facilitó el reclutamiento y permitióa Maceo ampliar sus operaciones yatacar los puestos, correos y caravanas.

Maceo también consiguió desde elprincipio evitar que las plazasespañolas pudieran abastecerse por símismas. No necesitaba muchos hombres

armados para ello: apostando pequeñosgrupos para vigilar las diferentesciudades españolas, podía responderrápidamente en el caso de que algunapartida intentara salir en busca deprovisiones. Con este sencillo métodose lograron grandes ventajasestratégicas. Los españoles sólo teníandos opciones para abastecer sus plazasfuertes. Las de gran tamaño podíanorganizar batidas de aprovisionamiento,y para ello mandaban a medio batallón—en ocasiones, al batallón entero— conel mero objetivo de conseguir comida,leña y otros efectos básicos. Porsupuesto, esto significaba apartar a un

número elevado de hombres de otrastareas. La segunda opción consistía enrealizar el reabastecimiento mediantecaravanas, sistema que utilizaban sobretodo las plazas de menor tamaño, que nopodían salir en búsqueda deprovisiones. Pero este método hacía quelas lentas columnas españolas fueranpresa fácil de emboscadas yfrancotiradores. De una forma o de otra,esa estrategia de guerrilla consistente enbloquear las ciudades e interrumpir elcomercio explotaba la vulnerabilidad delas plazas españolas al mismo tiempoque obtenía la máxima rentabilidad delas fuerzas insurgentes[5].

Antonio Maceo era el mejor general de campodel Ejército Libertador cubano y lideró a lasfuerzas de la insurrección hasta el extremo

occidental de Cuba antes de caer en combate.

La eliminación de los partidarios deEspaña en las zonas rurales privó a losespañoles del apoyo logístico y lainformación necesarios para localizar yderrotar a Maceo. En el verano de 1895,éste no disponía del contingente,armamento ni reservas de munición quele permitieran controlar el territoriofrente a un ataque de los españoles, perohabía logrado liderar la alianza demuchos orientales, hasta el punto deafirmar que, en el este, «el español sólo

es dueño del trozo de tierra en el queposa los pies». La afirmación no eratotalmente cierta —algunos lugares de lacuba oriental seguían fieles a España—,pero la frase sonaba bien y ayudaba aelevar la moral. Martínez Campos, alrecorrer el este a finales de laprimavera, había indicado a Cánovasque la situación en la región habíaempezado a «asustarle». En la Cubaoriental, al menos, la mayoría de lapoblación parecía alinearse claramentecon la insurgencia. Los que en oriente«se atrevían a proclamar» a favor deEspaña lo hacían «sólo en lasciudades», según el capitán general[6].

A mediados de junio, Maceodisponía de seiscientas unidadesarmadas de infantería y doscientas decaballería en oriente, y cada día sealistaban más. A principios de julio,Maceo disponía probablemente de dosmil hombres, si bien muchos estabanarmados sólo con machetes y nuncallegaron a constituir un cuerpo militarunificado. Aun así, tenía tropassuficientes para presentar batalla a losespañoles y, el 14 de julio, aprovechósu oportunidad en Peralejo.

En la mañana del 11 de julio, elgeneral de brigada Fidel AlonsoSantocildes abandona la ciudad costera

de Manzanillo con cuatrocientoshombres y marcha tierra adentro endirección a Bayamo. Por el camino seune al general Martínez Campos, queestá al mando de otros cuatrocientoshombres y, al día siguiente, se lesagregan setecientos hombres más enVeguitas, un poco al este de Manzanillo.En el contexto de la guerra cubana, milquinientos hombres era un númeroelevado, y una señal de que losespañoles estaban buscando unencuentro de importancia.

El lugar elegido era el correcto. Enla parte oriental de Manzanillo, a lasombra de Sierra Maestra, las

autoridades españolas no habían tenidonunca el control absoluto, ni siquiera entiempos de paz. Los habitantes deManzanillo y Bayamo, que vivían enpequeñas chozas y granjas, obtenían desus propiedades lo justo para subsistir ycomerciar entre ellos, tenían pocodinero, evitaban a los recaudadores deimpuestos y, en general, intentaban quesus vidas se cruzaran lo menos posiblecon las instituciones españolas.

Ni siquiera la Iglesia católica teníamuchos devotos en la región. En el sigloXIX, el cristianismo servía en todo elmundo a los intereses colonialeseuropeos, aportando su colaboración en

la «misión civilizadora» imperial. LaIglesia católica actuó en España y engran parte de Latinoamérica como eficazmecanismo para reconciliar a la gentecon su papel subordinado en la vida. EnEspaña, no obstante, la Iglesia pasabapor momentos difíciles: sus enormesriquezas habían hecho que desde Madridle confiscasen bienes habitualmente y sehabía vuelto defensiva y elitista. Estapérdida de terreno en la metrópolitambién la había vuelto inoperante comoherramienta eficaz para el imperio enCuba, y ni tan siquiera era capaz deencontrar sacerdotes o construirsuficientes templos para la población

cada vez mayor de la isla. En oriente,donde la población rural estaba muydispersa y las ciudades eran algoexótico, muchas personas simplementevivían demasiado lejos de la iglesiaparroquial como para acudir aacontecimientos de la importancia de unbautizo o un matrimonio. Los cubanosllenaban este vacío con sus propioscultos sincréticos, como la santería, quecombinaba elementos de tradicionesafricanas, amerindias y europeas. Enresumen, la Iglesia católica habíafracasado en su intento de cristianizar, ymenos aún españolizar, a un númerosignificativo de cubanos[7].

Para complicar aún más el escenarioen torno al corredor Manzanillo-Bayamo, los esclavos fugados —denominados cimarrones— se habíanrefugiado en esta zona desde hacíadécadas, creando allí sus propiascomunidades y observando una actitudespecialmente desconfiada hacia lasautoridades españolas. No tiene nada deextraño, en consecuencia, que la regiónfuera un semillero para el separatismoen las décadas de 1860 y 1870, y que, en1895, representara aún un enclave vitalpara las fuerzas revolucionarias. Era elcorazón de la Cuba libre, y Santocildesy Martínez Campos se dirigían

directamente a él.Los soldados españoles avanzaban

penosamente a causa del cansancio y delcalor tropical por la carretera queconducía a Bayamo. España no disponíade una forma eficaz de avituallarsesobre el terreno —las carreteras y lasvías férreas eran muy deficientes,cuando no inexistentes, en el este—, deforma que las tropas debían cargar conpesadas cajas de munición y raciones, loque convertía las marchas en lentos ydolorosos calvarios. Los golpes decalor eran constantes y postraban a unossoldados, que por lo demás estaban enplena forma; sus compañeros tenían

entonces que llevarles en parihuelas y lamarcha se ralentizaba aún más. Losdiarios chaparrones del veranoconvertían los caminos, que apenas eransenderos, en lodazales que se tragabanliteralmente los zapatos de la tropa. Laimagen de las columnas españolasarrastrando penosamente sus cañonescon un carro de bueyes a través desendas empinadas y enfangadas recuerdalos esfuerzos del gran ejército deNapoleón a través de la Rusia profunda,o a las legiones romanas desplazándosepor Gran Bretaña.

En comparación, las condicionesserían aún peores en Cuba. A veces, los

españoles debían rodear carreterasinundadas abriéndose paso por la junglaa golpe de machete. Las exuberantesplantas tropicales se enredaban en susuniformes y los rasgaban, envolvían alos soldados en un manto verde y lesimpedían ver a pocos pasos. Lossoldados españoles, de forma muyparecida a lo que más recientemente lessucedió a los norteamericanos quesirvieron en Vietnam, aprendieron aodiar el color verde, al que acabaronasociando con la monotonía, el esfuerzoy la muerte, y no a la vida y alrejuvenecimiento primaverales. Losespañoles no tuvieron que enfrentarse a

las minas Claymore o a las trampas conestacas, pero los cubanos usaban ladinamita, las emboscadas, y un continuofuego a distancia que hacía muypeligroso el viaje a través de zonasrurales[8].

Batalla de Peralejo, 13 de julio de 1895.

Los soldados españoles no obteníantregua. Por la noche, los hombres deMaceo disparaban a los centinelas, noporque esperaran alcanzar a alguno —los disparos se realizaban siempredesde una gran distancia para garantizaruna retirada segura—, sino con objetode evitar que los españoles durmierantranquilamente. Con la luz del díallegaban más calor y más marchas, y lacerteza por parte de los españoles deque su avance podía verse interrumpidoen cualquier momento por el fuego delos francotiradores que, aunqueraramente era mortal, les mantenía en unestado constate de alerta y temor[9]. El

miedo es una motivación importantepara los hombres en combate, y en elcalor de la refriega puede convertirse enun factor que espolea a la acción.Cuando el miedo se manifiesta de estamanera, a menudo se confunde con elvalor. Pero un miedo constante y agudotiene un efecto muy diferente en lossoldados, y los agota como ninguna otracircunstancia. Una persona no puedeestar permanentemente en estado dealerta sin sufrir graves consecuenciaspsicológicas y físicas. En Cuba, dondelas líneas del frente estaban dispersas yningún campamento era seguro, lossoldados españoles se encontraban

siempre exhaustos física, mental ymoralmente.

Además de todo esto, muchoshombres de Martínez Campos ySantocildes marchaban con temblores ysudores febriles. Era pleno verano,cuando las enfermedades tropicalescomo la malaria y la fiebre amarilla sehacían más presentes. Gómez solíabromear diciendo que sus mejoresgenerales eran junio, julio y agosto,cuando el clima y los mosquitosinmovilizaban a más españoles de losque podían eliminar los insurgentes. En1897, Ronald Ross, un médico británicoque ejercía en la India, descubrió el

parásito de la malaria en el sistemadigestivo del mosquito anopheles y, tresaños después, el médico cubano CarlosFinlay finalizó su investigación sobre lafiebre amarilla iniciada veinte añosatrás, ayudando a Walter Reed y a suComisión para la Fiebre Amarilla ademostrar que el mosquito Aëdesaegypti era el vector de la enfermedad.Pero nadie (salvo Finlay y su cercanocolaborador Claudio Delgado) sabíanada de esto en 1895. Las normasexigían que las tropas españolasdurmieran en tiendas de campaña, paraevitar que el «aire de la noche» lesafectara. Lo cierto es que la mayoría

acampaba al raso siempre que podía. Elmismo Weyler fingía ignorar esta norma:en una ocasión, un centinela le despertóa puntapiés reprendiéndole por violarlas reglas, antes de darse cuenta queestaba sermoneando al comandante enjefe[10]. Las posibles consecuenciasmortales de dormir sin protección,simplemente, no estaban claras, y latentación de respirar el aire fresco de lanoche y aliviarse del intenso calor erademasiado fuerte. Algunos hombresllevaban mosquiteras por comodidad,pero éstas pronto se pudrían, comocualquier cosa que se dejara a laintemperie en Cuba. Además, los

españoles las usaban de formanegligente, sin saber que podíansalvarles la vida. La noche del 12 dejulio de 1895, cuando los soldados deSantocildes y Martínez Campos sereunieron en Veguitas, una plaga demosquitos se abatió sobre elcampamento, debilitó a las tropasespañolas y dejó tras de sí un ejército dehombres enfermos.

La misión de este ejército no estabadel todo clara. Los hombres teníanórdenes de escoltar una caravana desuministros desde Veguitas a Bayamo,pero Santocildes y Martínez Camposparecían tener algo más drástico en

mente. Como el resto de los oficialesespañoles, anhelaban una batalladecisiva. Su formación militar los habíapreparado para luchar como en labatalla de Sedán, preferiblemente en elpapel de los prusianos, y esperabanforzar un encuentro de estascaracterísticas con los cubanos[11]. PeroCuba no era Europa del Norte, losespañoles no eran los prusianos, ni loscubanos las desmoralizadas tropasfrancesas que combatieron de forma tandeficiente en 1870, en defensa de unSegundo Imperio de farsa. Los oficialescubanos no habían aprendido a combatircon libros de texto militares ni soñaban

con recrear Jena y Austerlitz. Su escuelahabía sido la experiencia: sus oficialesse habían curtido como veteranosluchando en la jungla durante la Guerrade los Diez Años, y sabían que un Sedáncubano sólo beneficiaría a losespañoles, de forma que decidieron usarfrancotiradores y emboscadas y, sobretodo, eludir a las tropas regularesespañolas. De ahí la frustración de losoficiales españoles, que los impelía aasumir grandes riesgos junto a sushombres intentando atraer a los cubanosal combate.

En el verano de 1895, las tropascubanas no tenían problemas para evitar

a los españoles cuando les convenía. Nosólo tenían un mejor conocimiento de laszonas rurales, sino también el apoyo dela mayor parte de la población rural enáreas como Manzanillo. La ayuda de losciviles, bien sea voluntaria u obtenidamediante la persuasión o la fuerza, essiempre una condición necesaria paraque una guerra de guerrillas triunfecontra fuerzas regulares superiores.Entre los encuentros armados, losinsurgentes se mezclaban con lapoblación civil y hacían innecesario, almenos temporalmente, el proveer decomida, medicinas, descanso y todo loque precisa un ejército normal entre

batalla y batalla. Además, a no ser queun ocupante esté dispuesto a aniquilar oa desplazar a los no combatientes, losinsurgentes disfrutarán siempre de unaespecie de invisibilidad, puesto queseparar a los combatientes de losneutrales es casi imposible en unaguerra de guerrillas.

El apoyo civil también permite a losEjércitos insurgentes tener acceso abuena información de inteligenciamilitar. En Cuba, en especial en la parteoriental, los oficiales del EjércitoLibertador tenían la reputación deconocer con antelación cada movimientode los españoles. Benigno Souza puso

en boca de Máximo Gómez unaspalabras con resonancias bíblicascuando describía los poderes casiocultos de adivinación del«generalísimo»: «Yendo a mi lado, yosé dónde el jején pone el huevo en Cuba.Sé dónde está el novillo gordo y lamejor aguada. Sé a la hora en que elespañol se encandila, y a la hora [en]que es más pesado su sueño. Adivinosus instantes de miedo, para entonces seryo un guapo atrevido, y prontoreconozco su osadía para, prudente,dejarla pasar, y que la gaste en elvacío»[12].

Los cubanos parecían siempre

conocer la composición y el itinerariode todas las columnas de refuerzos, loque les permitía bloquear las carreterasy realizar emboscadas. Manuel Corralrecordaba que, al preparar una columnade refuerzos, los detalles se discutíantan abiertamente que «cuatro días antesde empezar a ejecutarse me dio unpaisano detallada cuenta de ellos, locual me hace suponer que tambiénllegaría la noticia al enemigo»[13]. Losespañoles pronto se dieron cuenta deque cualquier palabra dicha delante delos cubanos a los que empleaban comomozos de cuadra, ayudas de cámara ocamareros, llegaría a oídos del enemigo.

Con esta consideración de cada cubanocomo un posible espía, los españolescomenzaron a filtrar desinformación y aplanear sus estratagemas entre susurros.La ocupación se hizo furtiva enpresencia de los ocupados, recordandoasí a los civiles cubanos, si es que hacíafalta, que los españoles los veían comodiferentes y poco de fiar, como sujetos—o incluso objetos—, y no comociudadanos.

La carencia de caballería tampocoayudó a los españoles. En Cuba secriaban caballos de gran calidad, a losque los hacendados permitían vagar ypastar libremente para volver a

capturarlos sólo cuando erannecesarios[14]. Esto dificultaba que losespañoles pudieran requisarlos y, paracuando lo intentaron, ya era demasiadotarde. Los insurgentes los habíancapturado todos y España, conocidaentonces más por la calidad de susmulas de carga que por sus caballos, nopudo adquirir ni transportar suficientescaballos desde la Península como parainclinar la balanza a su favor. Elresultado es que los ejércitos españolesmarchaban a ciegas, incluso en campoabierto, incapaces de proteger su avanceo sus flancos con caballería adecuada,ni de explorar su vanguardia para

localizar al enemigo. Tampoco podíanperseguir a las tropas cubanas enretirada, en caso de que una batalla sedesarrollara favorablemente para losespañoles. En asuntos militares,probablemente más que en ningún otrocampo, las circunstancias aparentementepequeñas pueden ser decisivas, y asípasó con el monopolio de los caballosque ostentaba el Ejército Libertador. Silos españoles hubieran poseído unnúmero igual de monturas, la guerrapodría haber transcurrido por otrosderroteros[15].

Ya en julio de 1895, los oficialesespañoles estaban cansados de dar palos

de ciego en pos de los escurridizoscubanos y habían iniciado un juegopeligroso. Para animar a los cubanos aplantar batalla, los oficiales enviabanpequeños contingentes —todo lopequeños que su atrevimiento dictara—y dividían las fuerzas en columnasseparadas, con la esperanza de crear unaapariencia de vulnerabilidad que tentaseal enemigo a una batalla frontal.Aparentemente, esto es lo queSantocildes planeaba hacer[16]. La mitadde los dos mil hombres de Maceo notenía más armas que sus machetes, perolos españoles no lo sabían. De hecho,Santocildes pensaba que Maceo

disponía de más hombres de los querealmente tenía y, sin embargo, con laarrogancia típica de los oficialesespañoles, estaba seguro de quecombatiría en una lucha abierta. En lavíspera de la batalla, Santocildesexplicaba su razonamiento en una carta asu superior, que había puesto en duda suentusiasmo y su capacidad: seenfrentaba a fuerzas enemigas superioresy no disponía de la munición adecuada,ni suministros, ni oficiales de alto rango,escribía Santocildes, pero iría en buscade Maceo de cualquier manera: «Ya loverá Vd. y se convencerá de que yo nohago resistencia pasiva, sino que sé

cumplir y cumplo con mi deber»[17]. Enla mañana del 13 de julio, MartínezCampos abandona Veguitas con untercio de los hombres y toma lacarretera hacia Bayamo. Santocildesmarcha con los hombres restantes poruna ruta paralela, pero no demasiadoalejada, de forma que ambas columnaspuedan unir sus fuerzas cuandoencuentren a Maceo. Prometía ser «unaocasión espléndida para examinar decerca el valor del enemigo»[18].

Maceo conocía a la perfección elnúmero de españoles, sus armas y susplanes. Había espías cubanos incluso enlas ciudades que apoyaban a España,

como en Veguitas, donde estaban portodas partes. El 14 de julio, a la una dela mañana, Maceo condujo a sushombres a una localidad llamadaPeralejo, en la carretera hacia Bayamo,y esperó allí. Era una zona accidentada yla infantería tomó posiciones en la zonaalta, junto a la carretera, aprovechandode esta manera la cobertura queproporcionaban los árboles, las rocas yuna valla que discurría a ambos lados dela ruta que habían de tomar las tropasespañolas. No obstante, la sorpresa deMaceo no fue completa, ya que losespañoles también tenían informadores.En el relato de la batalla que Maceo

realiza el 14 de julio para BartoloméMasó, indica que un espía español habíarevelado su posición, lo que evitó laaniquilación de la columna. De hecho,los comandantes españoles parecíanesperar un ataque más o menos dondetuvo lugar, un detalle que, en caso de sercierto, hace aún más asombrosa su faltade preparación[19].

A eso de las diez de la mañana, loscubanos abren fuego por primera vez ySantocildes se apresura a unirse aMartínez Campos. Las tropas cubanasrealizaban disparos aislados,aprovechando la precisión de sus riflespara crear confusión en el enemigo. Los

españoles, por otro lado, formaronlíneas de defensa y dispararon descargassegún se les había enseñado. Se diceque, al principio de una guerra, losoficiales combaten con las estrategias ytácticas de la guerra anterior; losoficiales españoles en Cuba, sinembargo, luchaban con métodos de unpasado aún más remoto: tácticasperfeccionadas durante las guerrasnapoleónicas e impartidas porinstructores militares conservadores. Enlos ochenta años que separan Waterloode Peralejo, las armas habían ganado enpotencia y precisión, lo que hacíainútiles en un campo de batalla moderno

las descargas de infantería y las cargas abayoneta calada, como ya habíademostrado la guerra civilnorteamericana. Los hombres armadoscon rifles y agazapados tras trincheras ybarreras podían arrasar a la infantería, eincluso a la caballería, que avanzara enformación compacta. Pero los oficialesespañoles habían observado la guerracivil americana sin aprenderverdaderamente la lección:probablemente pensaran que un conflictode las salvajes tierras del NuevoMundo, entre hombres indisciplinados,no podría enseñarles nadaverdaderamente útil. En resumidas

cuentas, desastres ejemplares como lacarga de Pickett en Gettysburg nohicieron recapacitar a los españolessobre su forma de preparar loscombates: sus oficiales intentabancombatir en Cuba tal y como lo habíanhecho un siglo antes. De hecho, el«cuadro», utilizado desde elRenacimiento por los piqueros suizos,seguía siendo su respuesta convencionala las amenazas de la caballería enemiga.Los españoles disparaban en descargascerradas, como si aún usaran mosquetes,en lugar de dejar que la tropa dispararaa discreción, que es un método másadecuado para el rifle. Estos problemas

tácticos fueron frecuentes entre losespañoles durante toda la guerra yvolveremos sobre ellos más adelante[20].

En cierto sentido, la formación encuadro que adoptaron los españoles enPeralejo funcionó: sirvió paraneutralizar la superioridad en caballosde Maceo. La caballería cubana cargómachete en ristre, pero las descargas derifle les impidieron alcanzar las líneasespañolas. En otro sentido, no obstante,las tácticas defensivas españolasfavorecieron a los cubanos: la amenazade la caballería de Maceo hizo que losespañoles cerraran la formación, de estamanera quedaron tremendamente

expuestos a la puntería de los tiradorescubanos. Un oficial de los insurrectosrecordaría más adelante la escena y lastácticas en Peralejo: «Nuestra infantería,desde los montes que la abrigaban,barría con sus disparos las filas de losespañoles, mientras que la caballería asu vista, amenazándoles con sus cargas,les obligaba a permanecer en ordenfuertemente cerrado, que propiciaba lamayor cantidad de impactos»[21]. Enresumen, los cubanos emplearonmejores tácticas en Peralejo, usando susrifles para combatir en una formaciónabierta y moderna, mientras que losespañoles lo hicieron como si se

encontraran en un campo de batallanapoleónico. Y esto, más que el número,la sorpresa, la moral, la convicciónideológica o cualquier otro aspecto, fueel factor decisivo que condicionó eldesarrollo de la batalla de Peralejo.

Los cubanos, como siempre,andaban escasos de munición, pero enesta lucha les ocurrió lo mismo a losespañoles; de hecho, fueron losespañoles los primeros en quedarse sincartuchos. También en esto, la carenciade caballos los perjudicaba, ya que cadasoldado estaba obligado a portar supropia munición y no disponía dereservas. Cada hombre disponía, pues,

sólo de unos cuantos disparos, lo quelimitaba bastante la capacidad españolade mantener un fuego prolongado.Disparar mediante descargas a enemigosindividuales escondidos detrás lamaleza tampoco contribuía a ahorrartiros. Hacia el final de la batalla, lastropas españolas se plantaron enformación con las bayonetas caladas,recibiendo pasivamente el fuego de riflecubano, que afortunadamente fueclareando a medida que los insurrectosiban quedándose también sin munición.Finalmente, algunos intrépidos soldadosespañoles salieron de sus líneas parasaquear la munición de los cubanos

muertos, probablemente de los soldadosde caballería que habían caído en lascargas a machete al inicio de la batalla.Tras volver a cargar con «nuevos yrelucientes» cartuchos cubanos reciéntraídos por proveedoresestadounidenses, los españolescontinuaron su marcha hacia Bayazo,mientras los cubanos que aúnconservaban munición les disparaban alazar[22].

Los españoles sufrieron veintiochobajas y noventa y ocho heridos enPeralejo. En el contexto de la guerra deCuba, caracterizada por muchas batallasde pequeña entidad y pocas bajas, era un

desastre. Maceo perdió cientodieciochohombres entre muertos y heridos, casitantos como los españoles, si bien elresultado de la batalla fue una claravictoria cubana. Los españoles habíanabandonado el campo bajo el fuego —algo que ocurrió pocas veces durante laguerra— y dejaron tras de sí algunas delas provisiones que transportaban aBayamo, un auténtico trofeo de guerrapara los cubanos. Además, éstos habíanabatido a Santocildes, si bien Maceo nofue consciente en el momento.Santocildes había exhibido su quijotescosentido del honor permaneciendo sobreel caballo durante la lucha y los cubanos

lo localizaron fácilmente —consecuencia probable del escaso delnúmero de monturas de los españoles—,derribándolo de su silla. Tras elcombate, Maceo quiso enfrentarse denuevo al enemigo, pero pronto descubrióque a sus hombres sólo les quedabamunición para unos diez minutos, por loque hubo de abandonar la zona parareagruparlos. Por su parte, MartínezCampos permaneció en Bayamolamiéndose las heridas.

La derrota de los españoles anteMaceo en Peralejo elevó la moral de loscubanos. Para muchos de sus hombres,que se habían perdido la pequeña

batalla de Jobito, Peralejo fue suprimera experiencia en un combateserio. Incendiar propiedades, hacervaler la justicia revolucionaria entrecubanos neutrales y colaboradores yemboscar a partidas de exploración erauna cosa, pero Peralejo había sido unabatalla de verdad. En adelante, Maceose mostró evidentemente emocionado yansioso por combatir de nuevo a losespañoles[23]. Peralejo había sido elprimer gran punto de inflexión de laguerra. Los cubanos reanudaron elreclutamiento y Gómez y Maceocomenzaron a reunir las fuerzasnecesarias para irrumpir en zona

oriental de la isla tres meses después[24].

M

VII

El ejército libertadorcubano

ientras Maceo consolidaba elcontrol de Santiago, Gómez

llevaba a cabo su campaña justo aloeste, en Puerto Príncipe. Tras DosRíos, Gómez contaba con tan sóloveinticinco hombres, e incluso a estospocos había tenido que embaucarlospara que permanecieran fieles a lacausa. Por fortuna, una guerrillaindependiente de doscientos hombres

procedente de Las Tunas se unió aGómez y cruzó con él hacia PuertoPríncipe, el 5 de junio.

Benigno Souza escribía optimistaque «toda la juventud» de PuertoPríncipe «se alzó en unánime ardor»cuando el viejo caudillo les llamó a lasarmas. De hecho, la realidad era máscompleja. Los líderes locales hicieronsaber a Gómez que no deseaban ningunainsurrección en Puerto Príncipe y semostraron irritados ante la idea de queun «extranjero» de la RepúblicaDominicana se atreviera a hacerles esaproposición. Gómez respondiódeclarando que, a pesar de todo, les

llevaría a la guerra y, en el curso deunas pocas semanas, reclutó a unosdoscientos jóvenes en Puerto Príncipe.No se puede decir que fuera unlevantamiento unánime de la provincia,pero proporcionó a Gómez los hombresnecesarios para realizar una campaña deataques sorpresa contra guarniciones yciudades españolas. Los cubanosllamaban a esto «campaña circular»,porque Gómez, en perpetuo movimiento,iba dando vueltas por la provincia,siempre un paso por delante de losdefensores españoles[1].

El 17 de junio, Gómez logró sumayor éxito al incendiar la indefensa

ciudad de Altagracia, justo al noreste dela capital de la provincia. Unos díasdespués, obligó a las pequeñasguarniciones de El Mulato y SanGerónimo a rendirse. Dondequiera quefuera, Gómez requisaba caballos, que enPuerto Príncipe se criaban enabundancia, consolidando aún más laventaja de la caballería del EjércitoLibertador sobre la española.Desconcertado y humillado por Gómez,Martínez Campos solicitó su relevo delmando, petición que le fue denegada porel Gobierno español.

Los éxitos de Gómez en PuertoPríncipe y las victorias aún más sonadas

de Maceo en Santiago permitieron a losinsurgentes reclutar miles de hombresdurante el verano de 1895. El problemaera proporcionarles armas, ropa ymuniciones. El brazo civil de larevolución en distritos bajo controlinsurgente incluía un sistema deprefectos que eran, supuestamente, losencargados de que los suministrossiguieran fluyendo hacia el ejército.Realizaban un servicio heroico, pero sutarea iba realmente más allá de susposibilidades. Gómez y los demás sequejaban constantemente de que lasprefecturas no funcionaban ni siquieraen la Cuba oriental, donde su

implantación era más completa. Comoescribía Gómez al secretario delExterior, Rafael Portuondo, «Me esimposible obtener los recursos que senecesitan para el ejército, y sobre todoaquí mismo en Camagüey, en donde senecesita un número considerable deequipos de caballería». Los talleres queadministraban los prefectos ni siquieraeran capaces de proporcionar zapatos,añadía. El resultado fue que pronto loshombres se vieron obligados a irdescalzos y con el resto de laequipación muy deteriorada[2].

El problema fundamental para lospatriotas era su incapacidad de

conservar las ciudades ante los ataquesde los españoles. Las Tunas fue la únicapoblación, grande o pequeña, que tomóel Ejército Libertador durante la guerra.Calixto García se hizo con ella en elverano de 1897, incendiándola yabandonándola pocos días después, yaque no se sentía capaz de defenderla.Incapaces de controlar los centros depoblación y carentes de los materialesnecesarios para fabricar rifles,cartuchos, medicinas y otrossuministros, las fuerzas armadas cubanastenían que depender de lo que pudierancapturar a los españoles y,esencialmente, de lo que los

expedicionarios pudieran importar delextranjero[3].

Entre 1895 y 1898, los inmigrantescubanos, en especial los residentes enEstados Unidos, enviaron a Cubadocenas de las denominadasexpediciones de filibusteros. Uncontemporáneo identificó sesenta y tresexpediciones que partieron desde aguasestadounidenses, a las que hay queañadir las que zarpaban desde otrospaíses[4]. Los filibusteros sedesplazaban en barcos de vapor,goletas, yates y otras naves de pequeñotamaño. Tal y como lo expresaba uncombatiente, «Los cubanos no perdían ni

la concha de una ostra, si en ella podíamandarse algun fúsil a Cuba»[5].

Los funcionarios del consuladoespañol y otros agentes que residían enlos puntos de partida habituales de losfilibusteros intentaban mantener a LaHabana informada de estasexpediciones, pero su esfuerzo no dabademasiados frutos. Al leer lacorrespondencia de estos agentes desdeSantiago, Veracruz, Kingston, SantoDomingo, Cayo Hueso, Tampa,Savannah, Nueva York y otros puertosque frecuentaban los cubanos, se tiene laimpresión de un espionaje deaficionados[6]. El problema, a menudo,

era el mismo: conocían las actividadesde los inmigrantes cubanos, pero notenían la capacidad de utilizar conefectividad los datos que recababan.Hacían llegar la información a lasautoridades locales, pero confiar a lapolicía local la aplicación de las leyescontra el tráfico de armas era inútil,pues muchos oficiales eran favorables alos cubanos y otros, simplemente, noquerían complicaciones. Obstruían a losespañoles con trámites burocráticos,avisaban a los inmigrantes cubanos yretrasaban cuanto podían la persecuciónde los revolucionarios conocidos. En lasocasiones en que los agentes de la ley

realizaban arrestos, había juecesproclives o indiferentes quesolucionaban el asunto con una multa ydevolvían su alijo de armas a loscubanos.

El presidente estadounidense,Grover Cleveland, no simpatizabaprecisamente con los revolucionarioscubanos, a los que en una ocasióndefinió como «los más bárbaros einhumanos asesinos del mundo»[7]. Suadministración se opuso oficialmente ala rebelión y ordenó a los funcionariosdel Tesoro y a los guardacostas queestuviesen alerta ante los filibusteros.Esto provocó amargos reproches de los

patriotas cubanos, que acusaban aEstados Unidos de haberse convertidoen «guardianes de Cuba para España»[8].La orden de Cleveland, en realidad,había sido un acto simbólico, y algunosfuncionarios cubanos lo entendieron así.El representante del GobiernoProvisional en Estados Unidos, TomásEstrada Palma, en una carta fechada enagosto de 1895 y dirigida a AntonioMaceo, destacaba que, a pesar de algunaobstrucción proveniente de Washington,«Los Estados Unidos están a nuestrofavor». Era sólo cuestión de tiempo,predecía, que la administraciónestadounidense reconociera a la

insurgencia cubana y comenzaraoficialmente a prestarle apoyo. Dehecho, Cleveland proclamó finalmentela neutralidad del Gobierno de losEstados Unidos en el conflicto, lo queconcedía a los rebeldes un grado delegitimidad sólo algo inferior al debeligerantes. Como veremos másadelante, el sucesor de Cleveland,William McKinley, aunque igualmenteincómodo con la naturaleza populista dela revolución cubana, realizó todos losesfuerzos posibles para presionar aEspaña y que ésta renunciara a sucontrol sobre Cuba, e hizo poco parainterrumpir los suministros que salían de

Estados Unidos[9].Probablemente, las cosas no

hubieran cambiado mucho si Clevelandy McKinley hubieran sido másdecididos en su oposición a los rebeldescubanos, ya que, en cierta manera, noimportaba la actitud que tomara elGobierno Federal de Estados Unidos. Elpoder de Washington para hacerla valerno era demasiado impresionante afinales del siglo XIX, especialmente enel sur posterior a la reconstrucción, queera el principal centro de actividades delos cubanos emigrados. El embajadorespañol en Estados Unidos, EnriqueDupuy de Lôme, era consciente de esto.

«El Gobierno me promete impedirsalida» [de filibusteros], escribía Dupuya sus superiores en Madrid en un brevecomentario, «pero creo necesarianuestra vigilancia, pues las autoridadessubalternas americanas no ayudan niobedecen órdenes superiores» deWashington[10]. Esa misma carencia deautoridad central era tambiéncaracterística de México, Costa Rica yotros países que acogían a inmigrantescubanos. En Venezuela y Colombia, loscubanos incluso llegaron a lograr unasimbiosis amistosa con los rebeldeslocales que se oponían a los dirigentesde Caracas y Bogotá, y les permitieron

organizarse con total libertad[11].Una vez que una expedición entraba

en aguas cubanas, la armada española noconstituía una gran preocupación.Vigilar los casi cuatro mil kilómetros decosta habría sido todo un desafío inclusopara la Armada Real británica, la mejordel mundo, así que los españoles, quetenían tan sólo unas pocas lanchasdecentes, encontraban imposible estalabor. Un estudioso ha llegado a afirmarque la armada española ejercía un«control completo» de las aguas cubanasy que la llegada de barcos de suministroera siempre «peligrosa e incierta»[12].Peligro e incertidumbre había, pero no a

causa de la armada española: loscañoneros y torpederos de los quedisponía España para vigilar la costaeran pequeños, lentos y generalmente enmal estado[13]. Los cubanos no teníanproblemas para eludirlos, como hizo elcoronel Fernando Méndez, que se topócon un guardacostas español, pero subarco, el John Smith, era más veloz,dejó atrás al guardacostas con facilidady pudo desembarcar cerca de LaHabana[14].

Los militares españoles eranparcialmente culpables del lamentableestado de las defensas costeras de Cuba.Los oficiales del Ejército conservaban

mucho poder en la política española,por motivos que analizaremos en breve,y los reformistas que se atrevían asugerir que se debía destinar máspresupuesto del Ministerio de la Guerraa la Armada o a las colonias searriesgaban a que se les consideraratraidores y a ver sus carreras políticastruncadas. En consecuencia, nunca sehizo nada para crear o conservar unasfuerzas navales que protegieran Cuba.Los nuevos barcos permanecíaninacabados en los astilleros en España ylos ya destacados en Cuba sedeterioraban hasta el punto de quealgunos fueron apartados al dique seco,

para unas reparaciones que nuncallegaron a realizarse: ni en sueños podíaun capitán contar con una embarcaciónasí para salir en busca de los navíoscubanos.

Nada de esto debe sugerirnos quefuera sencillo para los exiliadoscubanos arribar a la isla. Por elcontrario, afrontaban los viajes congrandes sacrificios personales e inclusocon heroísmo. José Rutea experimentóuna vuelta a casa especialmente ardua.Su historia nos obliga a desviarnoscronológicamente varios meses hasta1896, pero el lector encontrará que estadigresión merece la pena, ya que

proporciona datos interesantes acercadel compromiso y del trágico destino dealgunos de los patriotas cubanos quevivían en el extranjero[15].

Rutea se encontraba en Españacuando se desencadenó la guerra, en1895. Viajó a París en diciembre y allíencontró refugio en la organizacióncreada por el expatriado puertorriqueñoRamón Betances. Tras unas semanas quepasó como un turista, visitando la torreEiffel y otros lugares famosos, tomó unvapor con destino a la ciudad de NuevaYork. Rutea pasó las siguientes tressemanas en casa de Roberto Todd, otropatriota puertorriqueño residente en

Manhattan. Durante el día, paseaba porNueva York: recordaba especialmentela Estatua de la Libertad, elsorprendente tráfico comercial, lostrenes elevados, el puente de Brooklyn yotros productos de lo que él denomina«excentricidad yanqui». A mediados deenero, recibió una carta de CalixtoGarcía, en la que éste le pide quepermanezca en la casa de Todd decuatro a nueve de la tarde, con lasmaletas hechas y preparado para viajar.Había llegado el momento de volver aCuba.

En la tarde del 25 de enero, uno delos agentes de García fue a buscar a

Rutea y le acompañó a una misteriosacita en la Calle 124, en el Upper EastSide de Manhattan; al mismo punto seencaminaban otros hombres, desde todaspartes de la ciudad. Ramiro Cabrera, alque habían advertido con tiempo,decidió hacer una parada para darse unfestín en el famoso Delmonico’s, puntode encuentro favorito de los cubanos,donde devora un filete y bebe champáncomo si se tratase de su última comida.Los preparativos de Rutea no fueron tansatisfactorios: para él, no hubo másaviso que un golpe en la puerta de suanfitrión y un tren hacia el norte, dondese reunió con unos ciento treinta

hombres que pululaban en torno a unsolar vallado que se usaba paraalmacenar enormes bloques de mármol.Se trataba de una compañía de lo másdistinguida: entre los hombres seencontraban Calixto García, Juan Ruz,Avelino Rozas, Miguel Betancourt, JoséCebreco y «varios médicos, abogados,ingenieros, farmacéuticos, licenciadosen filosofía y letras, siendo la mayorparte del resto estudiantes». Lasolemnidad de la ocasión, la presenciade los bloques de mármol funerario y elviento helado del East River imponíanquietud y silencio a todos mientras secalentaban las manos con el aliento y

zapateaban a la espera de su transporte.El grupo se embarca en una lancha

poco antes de las diez de la noche.Rutea indica que un oficial de policíaneoyorquino vigilaba en todo momentopero que, sabiendo quiénes eran, no sealarmó al verlos zarpar y les deseóbuena suerte. Este tipo de respuesta, omás exactamente de falta de respuestapor parte de los agentes de policíaestadounidenses, era algo que loscubanos daban por seguro. Los hombresllegaron al puerto de Nueva York yfueron trasladados al J. W. Hawkinsalrededor de la medianoche. Hacía unfrío glacial y les resultó difícil conciliar

el sueño aquella noche y la siguiente. Elcapitán Bernardo Bueno tomó su flauta yentretuvo a todos con interpretacionesd e La Marsellesa, Rigoletto, LaTraviata y canciones patrióticascubanas, que tocaba una y otra vez parairritar a los dos españoles que tambiénse habían embarcado. En la noche del 27de enero, todos tuvieron la fortuna detener el sueño ligero, ya que poco antesde la una de la madrugada del día 20 seabrió una vía de agua en el J. W.Hawkins, y aún peor, los cubanosdescubrieron que la bomba de achiqueestaba rota. El barco se hundía. Pordesgracia, ninguno de los tripulantes

había llevado bengalas con las que pedirayuda ya que, a fin de cuentas, se tratabade una misión encubierta. La mar estabademasiado picada como para arriar losbotes. En una oscuridad absoluta, lospasajeros aguardaron con resignaciónque se los tragara el agua helada.Calixto García intentaba elevar losánimos gritando «Todo es morir porCuba, señores ¡Viva Cuba!». Todo elmundo grita al unísono: «¡Viva Cuba!».

Buscando una solución, accedieron ala parte inferior del barco y comenzarona acarrear el carbón, luego las armas,las municiones y la dinamita arrojándolotodo por la borda con la esperanza de

ganar algunas horas de flotabilidad. Aldespuntar el alba seguían a flote, pero enuna situación desesperada. Uno de losespañoles, un marino gallego llamadoFélix de los Ríos, subió al mástil ycolgó allí una bandera norteamericanainvertida como señal de auxilio. Prontoapareció otro barco, vió la bandera y seacercó. Ya la mar estaba más calmada ylos cubanos pudieron arriar los botescon más luz. Rutea y la mayoría de losotros subieron al barco Helena, quepartió poco antes de que el Hawkins sefuera definitivamente a pique. Laexpedición había sido arruinada por elmal tiempo, un barco agujereado y unos

preparativos poco adecuados.El 24 de febrero, Rutea intentó de

nuevo tomar un barco hacia Cuba. Estavez, tomó el tren elevado en la Calle 12con destino al ferry del sur, dondedocenas de exiliados cubanoscomenzaban a congregarse poco antes delas ocho de la tarde. Benjamín Guerra,el tesorero de la junta de Nueva Cork, seencontró allí con ellos y los condujo almuelle 4. Allí se embarcaron en unalancha que les llevó a un vapor ancladocerca de la Estatua de la Libertad. Lamayor parte de los hombres ya seencontraba a bordo, sólo García Ruz yCebreco seguían en la lancha. De

improviso, tanto el vapor como lalancha abandonaron la escena a todavelocidad, pero no lo suficientementerápido como para impedir que elguardacostas que había aparecido losarrestase a todos. Al día siguiente, sinembargo, el juez del caso los liberó acambio de una multa colectiva de mildólares. La justicia, en estos casos, erasiempre rápida e indulgente.Nuevamente quedaba claro que una cosaera la política del Gobierno —en estecaso, el guardacostas hizo su trabajo— yotra muy diferente los funcionarioslocales, como ejemplifica elcomportamiento de este juez.

El 9 de mayo, Rutea realizó un tercerintento. Esta vez tomó el tren elevado enla Primera Avenida hacia el ferry de laCalle 92. Allí, embarcó en un buquejunto a otros ochenta y seis hombres,incluido un periodista del New YorkHerald. Rutea había sido asignado comoasesor del general Juan Ruz, quecomandaba la expedición (García yalgunos otros que habían participado enlos dos intentos anteriores viajaban enun barco diferente). Tras una semana deviaje, llegaron a aguas cubanas y, alamanecer del día 18 de mayo, arriaronlos botes cerca de Nuevitas, en la costanorte de la provincia de Puerto Príncipe.

Los arrecifes y bancos de arena losobligan a descargar los botes y acarrearel cargamento a hombros durante más deun kilómetro y medio, con el agua por lacintura, arrastrando los botes vacíos trasde sí, para poder volver a cargarlos ydirigirse a la playa.

Normalmente, el desembarco era elmomento más peligroso de unaexpedición. Los cubanos intentabanexplorar y preparar los lugares dellegada de antemano, empleando paraesta tarea a los hombres de Inspecciónde Costas, un servicio creado porMáximo Gómez en agosto de 1895. Noobstante, cuando la vigilancia española

era numerosa y efectiva, poco podíanhacer estos «inspectores de costa» paraasegurar un desembarco[16]. En estecaso, Rutea y sus camaradas pudieroncontactar rápidamente con losinsurgentes y, para cuando llegó lanoche, todo el equipamiento estabacargado en las mulas y se dirigía tierraadentro. Por fin, pensó Rutea, habíallegado el momento de unirse a la lucha.

Sin embargo, Rutea y el resto de laexpedición de Ruz pronto descubrieronque en esa parte de la isla no habíacombates. Desde julio a septiembre de1896, Rutea participó en dosescaramuzas cuando los hombres de Ruz

no lograron ocultarse a tiempo de susperseguidores españoles, pero, engeneral, los acontecimientos sesucedieron con lentitud. La ofensiva deEspaña en el oeste de Cuba habíacomenzado en serio y se había ordenadoa las tropas españolas de PuertoPríncipe que permanecieran a ladefensiva, dejando a los cubanos pocosobjetivos que atacar. Además, durantelos meses de verano, el calor y elagotamiento afectaban por igual acubanos y a españoles. En esencia,ambos bandos esperaban al otoño parainiciar sus respectivas campañas.

Cuando los españoles lanzan una

pequeña ofensiva en octubre de 1896,ésta coge a Ruz —y a Rutea—desprevenidos. Los cubanos seencuentran rodeados por tropasespañolas bajo el mando del tenientecoronel Francisco Aguilera, que derrotay dispersa a las fuerzas de Ruz en Zayas,el 7 de octubre. Rutea muere en labatalla y Aguilera le requisa su diario yse lo envía a Weyler, que puedeentonces leer esta extraña y tristehistoria, desde la visita a la torre Eiffelhasta el último y desesperado combate.

De un total de sesenta y cuatroexpediciones de filibusteros procedentesde Estados Unidos, los españoles

lograron detener dos de ellas, el mar sellevó a otras dos y los estadounidensesinterceptaron veintitrés[17]. Unporcentaje de éxito del sesenta porciento suena bien, pero hay que convenirque, incluso en el caso de que todas lasexpediciones hubieran llegado a buenpuerto, utilizar balandros y goletas paratransportar efectivos militares resultaintrínsecamente ineficaz. De todasformas, cuando determinadasexpediciones de hombres y materialdesembarcaban, el Ejército Libertadorobtenía abundantes recursos, que ledaban un margen de mayor actividad ycapacidad de reclutamiento. Algo así

ocurrió en el verano de 1895. El 25 dejulio, Carlos Roloff, Serafín Sánchez yJosé María Rodríguez llegaron a la islaen una de las mayores expediciones dela guerra: ciento treinta y dos hombrescon armas, trescientos mil cartuchos ymedicinas. No obstante, ni siquiera esacantidad cartuchos iba a durar mucho sino se utilizaba con contención. A fin deevitar esto, Gómez ordenó a sushombres que evitaran la lucha enespacios abiertos y exponerse al fuegoespañol. Por el contrario, dioinstrucciones a sus tropas para que«abrieran más las filas durante elcombate», ahorraran munición y

esperaran a tener un disparo claro ycercano[18]. Ejerciendo una grandisciplina, los hombres de Gómezpodían infligir el mayor daño posiblecon un gasto mínimo de balas. Peroincluso así, el Ejército Libertadorpronto se quedó sin cartuchos y se creóun grave problema de moral yconservación de las tropas. El exceso demunición atraía a los hombres a lainsurrección, pero desertaban cuando seacababan los cartuchos. Incluso lasmayores entregas, como los 500proyectiles, 2.600 rifles, 858.000 balasy dos cañones que entregó el Dauntlessen agosto de 1896 no llegaron lejos,

sólo crearon el típico trajín de actividady reclutamientos seguido de ladeserción[19]. Esta interrelación desuministros y disciplina dentro delEjército Libertador fue un continuoproblema para Gómez, Maceo y todoslos comandantes cubanos durante laguerra.

Existía, además, otro problemarelacionado con la moral de losinsurgentes. Algunos cubanos sealistaban, en primer lugar, debido a laerrónea creencia de que no se lespediría combatir lejos de sus hogares yde que se les permitiría volver con susseres queridos para realizar tareas en

casa cuando fuera necesario. Trascomprometerse, e incluso cuandoquedaban provisiones de munición, amenudo las unidades del EjércitoLibertador se disolvían a pesar de losesfuerzos de sus comandantes porevitarlo. Las tropas abandonaban elcampamento sin autorización o novolvían de sus permisos, o llevaban aciviles, incluyendo a esposas y novias,al campamento sin la aprobación de sussuperiores. Huían ante el enemigo, y searrepentían luego de haberlo hecho, díaso semanas después, según unos ritmosque nada tenían que ver con lasexigencias militares. En ocasiones eran

los propios oficiales quienes constituíanel problema: comandantes que permitíanque sus hombres se quedaran rezagadosy rompieran filas en plena marcha, o queabandonaran el campo para solucionarasuntos personales o familiares. Laindisciplina caracteriza a lasformaciones irregulares en cualquierlugar, así que no es extraño que fuera unfactor de debilidad para el EjércitoLibertador durante toda la guerra,especialmente en los periodos en losque faltaba munición y, en consecuencia,acciones militares significativas. Gómezy otros oficiales cubanos intentabancombatir estas tendencias, pero eran

parte de la naturaleza de la insurgencia yno podían erradicarse por decreto.

De hecho, había un aspecto positivoen estos problemas disciplinarios. Lastropas cubanas —a diferencia de lasespañolas— podían mezclarse entrebatalla y batalla, y de hecho lo hacían,con la población civil. Esto resultaesencial para la supervivencia decualquier fuerza de guerrilla: al carecerde bases y suministros convencionales,los ejércitos irregulares deben confiarsea los civiles para muchas cosas.Conservar el contacto con la poblacióncivil —el «mar de simpatía» de Mao, alque cualquier movimiento insurgente

debe recurrir para alimentarse—resultaba vital. Paradójicamente, estoque los comandantes del Ejércitoinsurgente pretendieron combatir comouna debilidad, pudo ser en realidad unfactor que contribuyera a evitar sudestrucción a manos de la superioridadmilitar de los españoles[20].

Tras Peralejo, la única acción a granescala del verano se produjo el 31 deagosto, en un lugar llamado Sao delIndio. Maceo congregó a sus hombresdispersos, más de un millar, ysorprendió a una columna española quesalía de Guantánamo. Como en Peralejo,los cubanos rodearon a los españoles,

que adoptaron la formación en cuadro acampo abierto, mientras que los cubanosdisparaban a cubierto. Finalmente loscubanos agotaron su munición y, el 2 deseptiembre, los españoles se retiraronde vuelta a Guantánamo. Tras Sao delIndio, Gómez ordenó a sus comandantesque evitaran totalmente el combate paraahorrar balas, incluso si algún hombreabandonaba las filas por eso. Sehallaban aún en el este, cerca de sushogares, y los hombres siempre podríanvolver a ser movilizados (como así fue)más adelante. Mientras, Gómez instó asus oficiales a que dejaran que el calorde finales del verano hiciera su parte del

trabajo contra los españoles. «Dicenuestro viejo general que él no quiereponerle más emboscadas», recordabaBernabé Boza, «ni hacerle más bajas algeneral español que las que le causa elgeneral Septiembre con sus aguaceros ylodazales». El dispersarse y no hacernada costaba a los cubanos muchomenos que el realizar una campañaactiva, y causaba casi el mismoquebranto a los españoles[21].

En octubre, Gómez y Maceo sereunieron con otros miembros delGobierno Provisional republicano enMangos de Baraguá, cerca de Santiago,para los preparativos finales de la

invasión del oeste cubano. Maceocomandaría la columna de invasión. Lamovilización de hombres durante unalarga marcha resultaría ser, no obstante,bastante más difícil de lo esperado, tal ycomo indican los reiterados ruegos yamenazas de Gómez a sussubcomandantes para que se reunierancon él. Algunos de los hombres quehabían combatido en Peralejo y Sao delIndio pensaban que ya habían cumplidocon su deber y no tenían ganas demarchar hacia el oeste, lejos de sushogares. Asimismo, Maceo tuvo queluchar contra las órdenes contrarias delgeneral Masó, que aconsejaba a los

hombres que permanecieran en eloriente, donde podrían proteger a susfamilias[22]. A consecuencia de todosestos problemas, para finales de octubreel ejército invasor contaba sólo con algomás de mil hombres.

La tarea de hallar y detener a Maceomientras aún se encontrara movilizandotropas en el este recayó sobre unacolumna de infantería al mando delcoronel Santiago de Cevallos. Durantela primera semana de noviembre,Cevallos hizo marchar a sus hombresfuera de Holguín, bajo unas lluviastorrenciales, por carreteras tanimpracticables que era necesario abrir

nuevos senderos con el machete a travésde la jungla. Pero no encontraba aMaceo, cuyos hombres viajaban acaballo y se mantenían siempre variashoras por delante de sus perseguidores.El 7 de noviembre, fue Maceo quienencontró a Cevallos. El general cubanoorganizó emboscadas cada doscientosmetros a lo largo de la carretera queconducía a Maraguanao, cerca de LasTunas. Aunque sólo consiguió ralentizarun poco a los españoles, herir a dossoldados y matar varios caballos ymulas, no necesitaba más. Susemboscadas imposibilitaron a losespañoles para acampar, comer,

descansar o escapar del diluvio.Algunos efectivos de Cevallos ya habíanperecido por el camino a causa de lasfiebres, y otros habían caído enfermos.Los hombres, cubiertos de llagas por lasuciedad, el esfuerzo y la enfermedad,habían destrozado los zapatos y losuniformes baratos en cuestión de días.El calzado era un problema particular:España equipaba a sus hombres conzapatos de suela de esparto, quizáapropiado para la meseta española, peroabsurdos en el trópico, pues el agua loscalaba y los soldados sufrían de «pie detrinchera», una forma de putrefacciónque podía hacer que el simple hecho de

permanecer de pie fuera doloroso. Elcáñamo húmedo también era el hogarideal de diferentes parásitos a los quenada gustaba más que taladrar la carneentre los dedos de los pies. A todos losefectos, Cevallos mandaba una tropa deinfantería enferma y lisiada paraperseguir a la caballería de Maceo, algode todo punto absurdo.

Por un milagro de resistencia, alanochecer del 7 de noviembre, losrenqueantes españoles tomaron unpequeño campamento insurgente,matando a siete enemigos antes de que elresto lograra huir. Con las prisas, loscubanos abandonaron dos vacas

sacrificadas que los hambrientosespañoles devoraron a medio cocinar.Al día siguiente, Maceo utilizó de nuevosu táctica de emboscadas para retrasar aCevallos, al tiempo que, con el gruesode sus fuerzas, presionaba hacia el oestedesde Las Tunas, dejando atrás lacolumna de españoles de pies cansados.Cevallos había fracasado por completo,pero al menos pudo olvidarse de lalluvia y dejar la persecución de Maceo aotros[23].

Maceo cruzó entonces hacia PuertoPríncipe, donde Gómez había estadoactivo antes, y José María Rodríguez ycuatrocientos jinetes engrosaron su

columna. En 1895, Puerto Príncipe eraaún una zona casi salvaje, de densajungla, aunque más llana que Santiago,así que la columna a caballo de Maceopudo moverse con celeridad a través dela provincia. En unas pocas semanas,Maceo estuvo listo para cruzar la trochaJúcaro-Morón, en la provincia de SantaClara. En una carta a su hermano José,el 30 de noviembre de 1895, Maceorecuerda que «hemos atravesado todo elCamag¸ey sin un tiro». Más sorprendenteaún, había cruzado la trocha y entrado enSanta Clara el 29 de noviembre, cercade la ciudad de Ciego de Ávila «sin lamenor resistencia»: éste era exactamente

el tipo de guerra que quería Maceo[24].Casi al mismo tiempo, Gómez cruza

la trocha cerca de su extremo sur,sorprendiendo y capturando a cuarenta ydos españoles encargados del puesto deavanzada Pelayo, uno de los setenta ytres fuertes situados a lo largo de latrocha que se suponía debía encerrar alos cubanos en el oriente[25]. Al entraren la provincia de Santa Clara por vezprimera, Gómez incorpora a su columnael Cuarto Cuerpo, reclutado en lalocalidad y que prácticamente sóloexistía sobre el papel. Maceo y Gómezse reúnen en La Reforma, en el ladooccidental de la trocha. Serafín Sánchez,

el jefe militar de Santa Clara, y CarlosRoloff, el secretario de la Guerra, sereúnen allí con ellos. La columna cubanatiene ahora casi dos mil hombres,incluso después de dejar atrás a parte dela caballería de Puerto Príncipe. Casitodos iban montados y poseían un rifle,aunque andaban escasos de municiónsegún los estándares de cualquierejército regular[26]. Como escribíaGómez a un amigo de Santo Domingo, elejército gozaba de buena salud, estabaanimado y «nadando en recursos»[27].

Gómez se dirigió a las tropasreunidas con duras palabras y lesanunció que la victoria no sería fácil.

«En estas filas que veo tan nutridas, lamuerte abrirá grandes claros», advertía,pero la muerte, e incluso la devastaciónde la propia Cuba, no era un preciodemasiado alto por la independencia.«¡Soldados!», arengaba Gómez, «no osespante la destrucción del país; no osextrañe la muerte en el campo debatalla; espantaos, sí, ante la ideahorrible del porvenir de Cuba si porcasualidad España llega a vencer en estacontienda»[28]. Las instrucciones deMaceo a los hombres eran incluso másexplícitas: les pedía «destruid, destruidsiempre, destruid a toda hora del día yde la noche; volar puentes, descarrilar

trenes, quemar poblados, incendiaringenios, arrasar siembras, aniquilar aCuba, es vencer al enemigo». Maceoaseguraba a sus hombres que «notenemos que dar cuenta a ningúnpoderoso de nuestra conducta. Ladiplomacia, la opinión y la Historia notienen valor para nosotros. Seíainsensato buscar glorias en el campo debatalla […] como si fuéramos unEjército europeo». Por el contrario,evitando la batalla y concentrándose enla destrucción de Cuba, el EjércitoLibertador alcanzaría su meta.Convertirían la isla en un «montón deruinas» para que a España no le fuera de

provecho continuar con la campaña.«Hay que quemar y destruir a todacosta», concluía Maceo. Lo que nopodían lograr con artillería y rifles,podrían hacerlo indirectamente confuego y dinamita[29].

Las apocalípticas palabras deMaceo y Gómez prefiguraban ladestrucción extraordinaria que estaban apunto de desencadenar en Cuba ennombre de la independencia nacional.Ambos hombres compartían unaperspectiva soreliana del potencialcreativo de la violencia. Pensaban queCuba tendría que ser destruida para quepudieran volver a crearla y que los

cubanos saldrían fortalecidosmoralmente en el proceso. De todos lostérminos que usaban los cubanos paradescribir su guerra contra España,«guerra de redención» era el que sonabamás acorde con el pensamiento de suslíderes: evocaba el profundo anhelo deuna comunidad nacional y la aspiraciónde crear una sociedad económica ysocialmente igualitaria sobre las cenizasde la vieja Cuba. Asimismo, expresabael deseo de justicia racial, asuntofundamental en una isla que habíaabandonado la esclavitud hacía menosde una década. En la retórica de larevolución, la camaradería entre

compañeros de armas uniría a loscubanos —cualquiera que fuese su clasesocial, raza u origen nacional— en unnuevo pueblo. Ésta era la «virtudredentora de las guerras justas» acercade las que había escrito Martí[30]. Loshombres de ciudad, como SerafínEspinosa y Ramos, en su ignorancia delos asuntos rurales, descubrirían la Cubareal en la «la manigua desconocida ysoñada»[31]. Los orientales seencontrarían con los occidentales y ellocalismo, que había sido tan perniciosopara los levantamientos cubanos en elpasado, finalmente quedaría purificadoen el fuego de la unidad nacional. Los

soldados cubanos, «reducidos a laimpotencia» por la tutela española,harían valer su hombría[32]. Laspersonas de color, muchas de las cualeshabían nacido en la esclavitud,obtendrían la total igualdad con losblancos, ya que ambas razas luchabanhombro con hombro por una libertadmás completa que la que ninguno deellos obtendría con España. Ésta era lavisión que se ofrecía a la columna deinvasión mientras se preparaba paramarchar hacia el oeste.

La guerra, se suponía, podía inclusoredimir a los delincuentes comunes.Maceo se preocupó por alistarlos, ya

que creía que, combatiendo en elejército de invasión, los hombres deestas características se reformaríanmoralmente con el rudo ejercicio de lasarmas. En una orden del 3 de octubre de1895, Maceo aconsejó al tenientecoronel Dimas Zamora alistar a «todosaquellos individuos que seanperniciosos en sus respectivas fuerzaspor su desarreglada conducta», así comoa cualquiera que se opusiese alalistamiento. Participando en la invasiónde la Cuba occidental, estos hombres seconvertirían en ciudadanos íntegros,quisieran o no[33]. Naturalmente, enmedio de toda esta creativa construcción

nacional, muchos civiles se opondrían, yel Ejército Libertador podría poner aprueba su resolución[34].

El 3 de diciembre, en La Reforma,Gómez divide el Ejército Libertador encuerpos, divisiones, brigadas,regimientos, batallones y compañías.Estas designaciones formales lesparecieron ridículas a los funcionariosespañoles y a muchos otros en aquelmomento, ya que el conjunto de lasfuerzas cubanas sumabaaproximadamente lo que un regimientode un ejército regular. Antes de que todoacabara, unos cuarenta mil hombreshabían servido de una forma u otra en el

Ejército Libertador, si bien en ningúnmomento llegó éste a reunir más que unafracción de esta cifra, y las mayoresconcentraciones nunca sobrepasaronunos pocos miles de hombres. Losoficiales españoles ridiculizaban alEjército Libertador: los generalescubanos eran «cabecillas», «Un puñadode gentes sin Dios ni ley» que habíaadoptado «la vida del pillaje, delincendio y del crimen». Sus tropas eran«dinamiteros anarquistas», bandidos ycosas peores[35]. Lo cierto es que elpequeño Ejército Libertador tenía en sunúcleo un grupo de curtidos soldadosliderados por oficiales de talento,

algunos de ellos profesionales yhombres de prestigio en la vida civil. Yen lo que se refiere a la reorganizacióndel ejército de Gómez, aunquebásicamente fuera sólo en un planoteórico, jugó un papel importante paracrear un sistema de mando y unaresponsabilidad, que demostró ser vitalen los días venideros, conindependencia del escaso número dehombres[36].

Al Segundo Cuerpo del EjércitoLibertador se unieron otras fuerzas ypasó a ser la columna expedicionaria, o«de invasión», bajo el mando deAntonio Maceo, con el cometido de

llevar la guerra a la Cuba occidental.Maceo avanzó hacia Santa Clara a lacabeza de casi mil cien hombresarmados y quinientos sin armar[37]. Acontinuación iba Gómez, con otra fuerzadestinada a distraer a las tropasespañolas evitando que se concentraranexclusivamente en combatir a Maceo. Alacercarse a la ciudad de Iguará, Maceoeludió una gran columna española, deunos setecientos hombres, al mando delgeneral Álvaro Suárez Valdés, y sedirigió hacia el pequeño destacamentodel coronel Enrique Segura, que habíaquedado atrás para defender el fuerte deIguará. Maceo deseaba por encima de

todo marchar hacia el oeste sinimpedimentos y, durante la mayor partedel mes siguiente, los españoles leconcedieron este deseo. Pero en Iguará,donde los cubanos gozaban de unasuperioridad aplastante y disponían demuniciones suficientes, Maceo forzó lasituación atacando a los españoles congran determinación. Como era deesperar, Segura dispuso a su pequeñocontingente en cuadro. Esto impedía lacarga a machete de los cubanos, peroMaceo hizo que sus hombresdesmontaran y dispararan a cubiertocontra las líneas españolas. Tras doshoras, los españoles tuvieron que

retirarse. Los hombres de Segurasufrieron siete bajas y veintiséisheridos, por trece muertos en las filascubanas, la mayor parte en el ataqueinicial con machetes. Maceo capturó elfuerte de Iguará y se adueñó decincuenta y cuatro rifles y ochocientoscartuchos; un premio que hizoimportante Iguará, a pesar de su pocaentidad como batalla[38].

La columna expedicionaria cruzó aloeste a través del hermoso valle deManicaragua, en las montañas de SantaClara. El 11 de diciembre, fue atacadapor una columna española en Manacal.Los cubanos habían tomado el terreno en

alto y, como hacían habitualmente,habían desmontado para combatir comoinfantería, a cubierto de las rocas. Aloscurecer, la batalla había finalizado.Los cubanos habían gastado casi toda sumunición y, durante los dos díassiguientes, se retiraron hacia el oeste,como querían hacer de cualquiermanera[39]. Dado que todos iban acaballo, podían moverse másrápidamente que los españoles ylograron escabullirse el 14 dediciembre, bajando a las llanuras deCienfuegos, en la provincia deMatanzas. Todos se desplazabanrápidamente y en silencio, conscientes

de su vulnerabilidad en un campoabierto lleno de tropas españolas y desus simpatizantes. Boza recordaba estemomento crítico: «Salimos en marcha alas cinco de la madrugada rumbo aoccidente. Todos vamos serios y graves,como las circunstancias imponen.Debíamos entrar en territorio deCienfuegos en la región de las cañascomo decíamos o, como ha dicho muybien un ayudante del General en jefe,vamos a atravesar los Pirineos y ameternos en España»[40].

De hecho, al pasar a la Cubaoccidental, los hombres de orienteentraban en una tierra tan hostil y

desconocida para ellos que bien podríahaberse tratado de la propia España.Entre 1868 y 1894, 417.264 españoleshabían emigrado a Cuba y otros 219.110soldados habían llegado a la isla,algunos de ellos para quedarse. Lamayor parte de estas personas reciénllegadas se habían asentado en el oeste,donde se unían a oleadas anteriores deinmigrantes españoles[41]. En lugarescomo Matanzas, los españoles de laPenínsula posiblemente superaran ennúmero a los cubanos nativos, e inclusolos líderes cubanos se daban cuenta deque la mayoría de las personas en eloeste «no era adicta a los principios

revolucionarios»[42]. Unos sesenta milcubanos sirvieron en las filas españolasdurante la guerra, más de los que lohicieron a favor de la revolución y, ensu mayoría, tenían su hogar en lasprovincias occidentales de Matanzas, LaHabana y Pinar del Río[43]. Defendíanlas propiedades rurales, como el ingeniollamado España, un lugar dondedoscientos españoles armados habíanconvertido los edificios industriales enfortalezas. Se acuartelaban y vigilabanlas ciudades y pueblos y trabajaban enbrigadas contra incendios. Elloshicieron de la «tierra de la caña» unlugar poco acogedor para Maceo y

Gómez.No sólo los inmigrantes españoles

luchaban por la idea de una Cubaespañola; miles de hombres nacidos enla isla eran también bomberos, agentesde policía o miembros de gruposactivistas pro españoles. En Candelaria,la guarnición incluía no sólo vascos,sino también hombres de color nacidosen Cuba que, para perplejidad de lastropas de Maceo, llevaban sus boinas —la boina vasca que era parte deluniforme de los voluntarios— con elmismo orgullo que sus camaradas delPaís Vasco, y defendían la banderaespañola con idéntico fervor[44]. La

familia Carreño y Fernández, que poseíavarias plantaciones y una refinería deazúcar cerca de Matanzas, habíaconstruido once nuevos fuertes de piedray reclutado sin problema a cientocincuenta milicianos, muchos de ellosnegros, entre los trabajadores de laplantación, para defender suspropiedades[45]. En una confesióninfrecuente para un oficial cubano, elgeneral Manuel Piedra Martel reconocíaque, durante toda la guerra, siempre fuesuperior el número de personas queapoyaba la continuidad del dominioespañol que el de las que abogaban poruna independencia total[46].

Pero, en número mayor que el deestos dos grupos, estaban aquéllos quesimplemente querían que les dejaran enpaz. Habría que ser prudente al aceptarlos juicios del general Weyler acerca delos cubanos, pero probablemente teníarazón cuando insistía en que muchos deellos «no deseaban otra cosa que viviren paz y trabajar» sin ser molestadospor ninguno de los bandos[47]. Estopodría ser cierto en cualquier guerra,pero en Cuba lo era especialmente en lazona occidental.

Los orientales movilizados en elEjército Libertador no lograbancomprender la falta de patriotismo de

los cubanos occidentales. De hecho, losconsideraban ajenos también en cuanto asu forma de vida: sus casas erandiferentes, comían cosas distintas y laIglesia tenía una influencia mucho mayoren sus vidas. Las relaciones racialesestaban más polarizadas, algo de lamayor importancia para definir la formaen la que los orientales del ejército deMaceo se relacionaban con loshabitantes de las provinciasoccidentales. El Ejército Libertadorperseguía, si bien nunca consiguió, laplena integración racial en sus filas.Aquí se reflejaba la influencia de losideales de Martí, pero más aún,

constituía una expresión del hecho deque los hombres de color habíanalcanzado posiciones de relieve en elliderazgo de sus comunidades[48]. Lacolumna invasora estaba integrada poruna mayoría de afrocubanos[49] y, amedida que estas fuerzas avanzabanhacia el oeste, se encontraban con unasociedad de plantaciones dominada porblancos y basada en el trabajo de losnegros. España no había abolido laesclavitud hasta la década de 1880, y lascondiciones de los trabajadores negrosno había mejorado tanto tras laemancipación. Además, el oeste sehabía vuelto últimamente «más blanco»

debido a la masiva inmigración deespañoles en la década de 1880[50].Según un coetáneo, en el oeste semantenía una segregación total entrenegros y blancos «por cuestión de puntomás o punto menos de negrez en elcutis»[51]. Todo esto debía de resultar delo más extraño para los hombres deMaceo.

A la columna de Maceo no legustaban los blancos occidentales, y elsentimiento era mutuo. De hecho, lacolumna expedicionaria pasó a serconocida como «columna invasora»,tanto para los hombres que la componíancomo para los civiles que sufrían su

paso. Este matiz terminológico nocarece de sentido: en gran parte debidoa que la columna expedicionaria estabaconstituida prioritariamente por negros,los blancos de occidente sentían elavance de Maceo como una invasión deextranjeros que trataban de derribar lacivilización y la jerarquía racial«natural» que conocían. Por convención,este avance ha acabado denominándose«la invasión del oeste», y en este caso laconvención parece bastante oportuna.

Un examen de las listas de losregimientos ofrece más informaciónacerca de los hombres que se habíanalistado en el Ejército Libertador[52]. En

primer lugar, y como cabía esperar, casitodos procedían de áreas rurales. En elregimiento de Palos, por ejemplo, elochenta y dos por ciento de los hombreshabían especificado tareas agrícolascomo su ocupación. En el regimiento deGoicuría, esta cifra era del ochenta yseis por ciento, pero resulta interesantever cómo sólo el dieciséis por ciento deestos hombres eran jornaleros sintierras. El resto eran pequeñosgranjeros, lo que sugiere que loscuadros de la insurgencia no eran pobresy desposeídos, sino pequeñospropietarios y arrendatarios. Esto ayudaa explicar ciertos aspectos de su

comportamiento, como sususceptibilidad ante los impuestos deEspaña y su predisposición a destruir laindustria del azúcar, que no era su fuentede empleo sino, como muchos de ellospensaban, una desventaja para laeconomía campesina.

En ambos regimientos, la prácticatotalidad de la tropa tenía menos detreinta años y los había de tan sólo doce.Y casi todos eran solteros: el noventa ycuatro por ciento en Palos y el noventa yseis por ciento en Goicuría. El grueso delos ejércitos siempre está formado porjóvenes solteros, así que estos númerostampoco son sorprendentes: más

interesante resulta el hecho de que sóloel cuatro por ciento de los soldadoshubieran nacido fuera de Cuba. En estesentido, el alzamiento era «nacional»,con una casi total ausencia en las filasde los insurgentes de hombres nacidosen España o en otros países. Artesanos,estudiantes, comerciantes y otrostrabajos eran una minoría diferenciadaen el Ejército Libertador, si bien losoficiales solían proceder de la clase delos comerciantes o de los profesionales.Los médicos y los farmacéuticos, porejemplo, se alistaron en formadesproporcionada a su número en lasociedad. En Cuba —como en otros

muchos países en desarrollo—, losprofesionales de la medicina seconvertían en críticos de la situacióncuando se convencían de que ésta era unimpedimento para el eficaz desempeñode su trabajo, así que muchossimpatizaban con los separatistas ycolaboraban con ellos. Fue una suertepara el Ejército Libertador, que pudoaprovechar el valioso conocimiento y elmaterial de estos profesionales médicos.En general, los datos que aquí sepresentan acerca del origen social de losinsurgentes refuerzan lo que ya noshacían presumir fuentes más intuitivas:las tropas eran jóvenes y sencillos

campesinos de origen africano y nacidosen Cuba, mientras que los oficiales eranblancos de la ciudad.

El Ejército Libertador se hizo másblanco en los últimos compases delconflicto. A finales de 1897, comoveremos más adelante, el Gobiernoespañol trató de aplacar a EstadosUnidos y a sus propios críticos liberalesadoptando una postura militar pasivaque permitió la recuperación y elcrecimiento de la insurgencia. Fueentonces, como han señalado losestudiosos, cuando los blancos pasarona engrosar las filas del EjércitoLibertador, esperando ser felicitados y

ascendidos por hacerlo. Pero lo ciertoes que Máximo Gómez y otros oficialesblancos cubanos empezaron a ascender alos blancos antes que a los negros e,incluso, a relegar a negros, como elveterano Quintín Bandera, que habíanestado luchando por Cuba desde laGuerra de los Diez Años. En cualquiercaso, el acceso de los blancos alEjército Libertador en 1898 no debeenmascarar su composición racial en1895[53].

A medida que el Ejército Libertadoravanzaba hacia el oeste, perdía cientosde hombres; no por bajas, sino a causade las deserciones. Quince hombres

desertaron en las propias narices deMaceo a finales de noviembre[54]. ElSegundo Cuerpo de Bartolomé Masóperdió ciento ochenta hombres en unadeserción en masa, en Mala Noche,hecho que provocó el «ascenso» deMasó a vicepresidente del GobiernoProvisional y que se le liberara decometidos militares[55]. Cuando Maceoentró en la zona de Matanzas, lasdeserciones empezaron a ser alarmantesy, finalmente, quince oficiales y ochentay dos soldados fueron sentenciados amuerte por este motivo, si bien pareceser que la sentencia no se ejecutó[56].Los soldados siempre esgrimían razones

de tipo personal para desertar, pero losorientales también tenían interesesregionales que los hacían dudar acercade si debían continuar o no con Maceo.Algunos de los hombres que se habíandecidido a luchar por la libertad de supaís entendían que éste era oriente o,incluso más concretamente, Bayamo oLas Tunas, así que, a medida que elejército avanzaba hacia el oeste, Maceose veía obligado a poner en juego todasu voluntad para que los hombres semantuvieran en sus filas y listos para elcombate. Que consiguiera convertir enun cuerpo militar a paisanos entre losque primaban los intereses locales y

particulares, es una prueba de lafortaleza de su carácter y de suscualidades como líder[57].

C

VIII

El ejército españoluando el Ejército Libertadorcubano acometió la invasión de la

Cuba occidental, en el otoño de 1895,España contaba con cerca de noventa yseis mil soldados prestos a luchar contralos insurgentes. Además, entre veintemil y treinta mil cubanos, muchos deellos —si bien no todos— nacidos enEspaña, trabajaban para el régimen enmilicias urbanas, como bomberos ycomo guerrillas contrainsurgencia. Con

tantos enemigos, podría pensarse que losinsurgentes cubanos deberían haber sidopenosamente superados. Pero losnúmeros son engañosos: el ejércitoespañol era completamente inadecuadoy prácticamente inútil para el tipo deguerra que era necesario librar en Cuba.

La moral de los soldados españolesen Cuba era baja, su entrenamientoinadecuado, y carecían de un liderazgoeficaz. Y, sobre todo, estaban enfermos.Entre febrero de 1895 y agosto de 1898,algo más de cuarenta y un mil soldadosespañoles, el veintidós por ciento delejército en Cuba, murió a causa de lasenfermedades. A modo de comparación,

sólo algo más del tres por ciento de lasfuerzas estadounidenses enviadas aCuba en 1898 murió por este motivo,mientras que el porcentaje de losestadounidenses fallecidos porenfermedad en la Primera GuerraMundial es sólo algo inferior. Otropunto de comparación es el EjércitoLibertador, que, según las cifrasoficiales recopiladas por el ministro dela Guerra, Carlos Roloff, perdiósolamente 1.321 hombres debido aenfermedades. Es importante recordar,no obstante, que por cada baja españolamuchos otros hombres sufrieronsecuelas de por vida. El administrador

jefe de uno de los hospitales militaresespañoles, Ángel Larra y Cerezo,calculaba que la mitad de los hombresenviados a Cuba contrajeron algunaenfermedad durante sus primeros dosmeses de estancia en la isla. En 1896,ingresaron en los hospitales militaresespañoles 232.714 casos con diferentesenfermedades. Tal y como se puedededucir de esta cifra, muchos hombres alos que se hizo guardar cama «securaron» y más adelante enfermaron dela misma dolencia o de otra diferente.En noviembre de 1895, cuando Maceo yGómez comenzaron su marcha hacia eleste, cerca de veinte mil hombres, algo

más del veinte por ciento de las fuerzasespañolas en aquel momento, seencontraban postrados en camas dehospitales y clínicas por la malaria, lafiebre amarilla, la tuberculosis, laneumonía, la disentería y otrasenfermedades. De esta forma, un ejércitode noventa y seis mil hombres en otoñode 1895, se había visto reducido a nomás de setenta y seis mil, muchos de loscuales tampoco estaban en condicionesde combatir. Este escandalosoporcentaje de hombres fuera de combatepor diversas patologías permanecióconstante durante toda la guerra. En1898, prácticamente todos los soldados

del ejército español habían pasadoalgún tiempo hospitalizados[1].

Probablemente pueda asegurarseque, por cada soldado español que yacíaen un hospital, otro debería haberseencontrado allí, ya que miles desoldados en activo estaban siempre enrealidad demasiado enfermos como paraque se les contara entre los efectivos.Muchos duraron apenas unas semanasantes de tener que ser trasladados a laretaguardia para recibir tratamientomédico. Es típico el caso de unacolumna de 1.377 hombres en campañaen Pinar del Río, durante la primaverade 1896: a pesar de haber sufrido sólo

unas pocas bajas en combate duranteeste tiempo, la columna se vio reducidaa trescientos setenta y tres soldados enactivo a causa de la enfermedad. Ningúnejército puede soportar esta cantidad debajas ajenas al combate durante muchotiempo[2].

En enero de 1898, los españolestenían aún ciento catorce mil soldadosen Cuba, pero sólo cincuenta mil podíancontabilizarse como activos y, de éstos,la mayor parte estaba en unascondiciones tan malas que los oficialesespañoles no los consideraban aptospara el combate. Los hombresdestacados en Santiago y sus

alrededores, en 1898, para hacer frentea la amenaza de una invasiónestadounidense, son un ejemploexcelente. Aunque no se consignaronoficialmente como bajas, en su mayoríaeran ruinas humanas anuladas por lafiebre. Tradicionalmente, los soldadosensalzan su propia gloria alabando lacapacidad de lucha de sus enemigos, ylos estadounidenses en Santiagoexpresaron la mayor de lasconsideraciones por las tropasespañolas que estaban estacionadas allí.En los escritos autobiográficos otestimoniales de los estadounidenses,los españoles a veces quedan descritos

como enemigos formidables, pero locierto es que los españoles quedefendían Santiago no lucharon bien yno se podía confiar en ellos para unacampaña larga, como veremos másadelante. Los estadounidenses seenfrentaron al grueso del ejércitoespañol en julio de 1898, y su fácilvictoria en Santiago tiene su origen enlas bajas que les infligieron los cubanosdurante tres años e, incluso en mayormedida, en los estragos causados por lasenfermedades tropicales. Cuando todoacabó, muchos de los soldadosespañoles que volvieron a Españaapenas podían desembarcar o llegar a

las estaciones de tren en el viaje devuelta a casa, donde sus seres queridosintentarían disimular su pena ante lavisión de estos cadáveres vivientes yapenas reconocibles[3].

El médico español Santiago Ramóny Cajal, que recibió el premio Nobel en1906 por sus trabajos de histología yneurología, recordaba su juventud comomédico en Cuba durante la Guerra de losDiez Años, pero sus memorias sirventambién como descripción general de lascondiciones en las que se desenvolvió laguerra de 1895 a 1898. Ramón y Cajalhablaba de campamentos montados enmedio de ciénagas, de charcos de agua

estancada que se dejaban tal cual junto alos catres y las hamacas, y de losomnipresentes mosquitos. «Nubes demosquitos nos rodeaban», escribía,«además del anopheles claviger,ordinario portador del protozoario de lamalaria, nos mortificaba el casiinvisible jején, amén de un ejército depulgas, cucarachas y hormigas. La ola dela vida parasitaria nos envolvíaamenazadora». Ramón y Cajal viajó aCuba esperando encontrar un paraísoterrenal, pero, como muchos otrossoldados españoles, salió de ellaconsiderándola «inhabitable»[4].

Los ingenieros del Ejército

construyeron docenas de hospitales yclínicas de campo, en un intento dealiviar el sufrimiento de los suyos, perolos médicos estaban abrumados detrabajo y carecían de las medicinas ysuministros adecuados para tratar a talnúmero de enfermos. Ni tan siquieradisponían de los protocolos médicosadecuados para tratar algunasenfermedades, lo que hacía que elpropio tratamiento pudiera resultarmortal. Los médicos, por ejemplo,pensaban que la fiebre amarilla —elpeor enemigo de las tropas españolas—se contraía por la exposición a fomites,término latino que los expertos en

medicina de todo el mundo usan paradescribir la sangre y los fluidos que losenfermos de fiebre amarilla expulsan ensu agonía final. En los casos terminales,las víctimas de la fiebre amarillasangraban por las encías, ojos, nariz ygenitales, y vomitaban un revoltijosanguinoliento cuyo aspecto describíanlos médicos como posos de café, salvoque estos «posos» eran sangre y tejidossobre los que habían actuado los jugosgastrointestinales. Los españolesllamaban a la fiebre amarilla «el vómitonegro», según la alarmante, y por logeneral fatal, manifestación de laenfermedad. En la fase final, los

pacientes moribundos aullaban, echabanpestes y había que atarlos a las camasdel hospital mientras la sangre fluía decada uno de sus orificios empapando lassábanas, las paredes y el suelo. Losmédicos y los camilleros tenían elmayor cuidado en evitar que lospacientes entraran en contacto con estosfomites presumiblemente infecciosos. Laropa de cama se quemaba o seenterraba, y las clínicas se fregabanescrupulosamente. Todo para nada, porsupuesto, ya que los verdaderosculpables, los mosquitos, volaban sinque nadie les molestase esperando suhora de comer. De esta forma, los

hombres tratados por una disentería o unbrazo roto abandonaban el hospitalsintiéndose bien, pero no imaginabanque las molestas picaduras de mosquitosque habían sufrido mientras seencontraban en tratamiento provocaríanen unos pocos días una nueva y muchomás horrible crisis. De hecho, comopensaban que el contagio podría evitarsesimplemente eludiendo el contacto conl o s fomites, los responsables delhospital agrupaban a los heridos yenfermos en salas abiertas a losmosquitos, de forma que los hospitalesespañoles se convertían en focos defiebre amarilla, para horror y asombro

del personal médico.En el momento en el que los médicos

daban el alta a los pacientes, el Ejércitovolvía a llevarlos al frente, una prácticaque tuvo, asimismo, consecuenciasmortales. La recuperación dedeterminadas enfermedades era y es unasunto complicado. Una vez que unapersona contrae la malaria, por ejemplo,su recuperación es irregular, y enocasiones incompleta, debido a que elparásito transmitido por los mosquitospuede vivir varios años en el torrentesanguíneo humano. La desecación deciénagas, el uso de ropa resistente a laspicaduras, las técnicas de purificación

de agua, el perfeccionamiento de lasterapias y la difusión del ddt y otrospesticidas desde la Primera GuerraMundial, han hecho posible que laguerra en las zonas tropicales sea, eneste sentido, mucho menos peligrosa queentonces. En la década de 1890, cuandono se conocía el papel del mosquitocomo vector de la enfermedad y cuandolos pesticidas, repelentes y agentesdefoliantes no existían, hombres queapenas habían recobrado sus fuerzas seencontraban destinados de nuevo en losmismos puestos infestados de mosquitosdonde habían enfermado antes, sinsospechar que quedaban así condenados

a una recaída casi inevitable[5].Uno de los peores azotes de

cualquier ejército es el tifus quetransmiten los piojos, y el ejércitoespañol en Cuba no era ningunaexcepción. Los hombres se afeitabanpara desembarazarse de los piojos yhervían sus uniformes de algodón arayas. Esta combinación de cráneosrapados y ropa a rayas proporcionaba alos soldados españoles un inquietanteaspecto de convictos, pero al menos estamedida preventiva tuvo algún efecto a lahora de reducir la incidencia del tifus.Sin embargo, en el caso de otrasenfermedades, la carencia de

conocimientos médicos o de una acciónpreventiva inteligente tuvoconsecuencias trágicas. Por ejemplo, afinales del siglo XIX era habitual entrelos europeos que vivían en el trópicocolocar recipientes de agua en las patasde las camas para evitar que cucarachasy hormigas treparan hasta las sábanas.Nadie sabía que el agua estancada es elhábitat idóneo para los mosquitos o quela amenaza de éstos era muy superior ala que pudieran suponer las cucarachaso las hormigas[6].

Entretanto, los hombres seguíanusando las mosquiteras, en caso dedisponer de ellas, de forma descuidada.

Si los españoles hubieran tenido encuenta el trabajo que el cubano CarlosFinlay, en colaboración con su amigo ycolega español Claudio Delgado,presentó en 1881, donde se defendía lahipótesis de que un mosquito enconcreto, el Aëdes aegypti, servía comovector para el virus que provocaba lafiebre amarilla y recomendaba laerradicación del mosquito y elaislamiento de los enfermos de fiebrepara erradicar la enfermedad, podríanhaber salvado a miles de soldados de laagonía y la muerte. En 1900, un equipoestadounidense al mando de WalterReed diseñó un ingenioso experimento

para probar la teoría de Finlay. Losestadounidenses, a diferencia de losespañoles, supieron aprovechar lasinvestigaciones de este médico cubano yesta actitud se tradujo en la bajamortalidad de sus propias tropas deocupación a partir de 1900.

Esto, unido al descubrimiento delbritánico Ronald Ross sobre el vectorde la malaria, hizo posible un eficienteprotocolo de prácticas preventivas[7]. Seempezaron a desecar las aguasestancadas, a sellar las grietas de lasparedes, a proteger las ventanas, a usarlas mosquiteras de forma minuciosa, yse pusieron en marcha otras medidas

más modestas que, combinadas, lograronfrenar la incidencia de la malaria y lafiebre amarilla. Desde entonces, laactividad colonizadora en los trópicosfue menos mortífera y se incrementó elimpulsó de los europeos yestadounidenses para explotar África,Centroamérica, Sudamérica y el sur deAsia. En cualquier caso, estos avancesmédicos llegaron demasiado tarde paralas colonias españolas en el Caribe yFilipinas. Si los españoles hubieranconocido el papel de los mosquitos en latransmisión de la fiebre amarilla y lamalaria sólo unos años antes, sus bajasen Cuba y Filipinas hubieran sido

mínimas, ya que en ambos casos la luchacontra la insurgencia no resultaba tanmortal como las enfermedades. Dehecho, si los descubrimientos de Finlayy Ross se hubieran realizado en 1890,no es descabellado pensar que Españapodría haber vencido a los insurgentesen Cuba antes de que Estados Unidoshubiera tenido la oportunidad deintervenir, alterando de formaimpredecible todo el proceso deformación nacional cubano y la historiade Estados Unidos como imperio.

No puede decirse que la tristementefamosa mala salud de los soldadosespañoles se debiera exclusivamente al

clima o la fauna cubana, o al estado dela ciencia médica. El Gobierno y losmilitares españoles tienen su parte deresponsabilidad. El soldado raso delEjército español no recibía siquiera lasraciones mínimas de alimento o la pagaque le correspondía. Las raciones, queen principio debían incluir carne frescay curada y otros alimentos, se limitabanmuchas veces a arroz hervido. Además,los reclutas, procedentes de los estratosmás bajos de la sociedad española, nosolían ser muy robustos, y en Cubaperdían rápidamente la poca grasacorporal y las reservas energéticas quepudieran tener. La proteína era

especialmente escasa, pero habíaverdura fresca y frutas de todo tipo. Conel desgaste muscular, la capacidad delos soldados para resistir lasenfermedades quedaba muy mermada.

La campaña cubana de destruccióneconómica y el embargo de las ciudadescontroladas por España eran las razonesque se aducían para justificar los altosprecios de los alimentos, pero laspolíticas arancelarias españolas tambiéncontribuían a agravar la situación. Lasautoridades de Madrid se negaban alevantar los impuestos sobreimportación de comida y otros artículosde necesidad que hacía Cuba, incluso

hacía oídos sordos a las súplicas de losoficiales del Ejército en este sentido[8].Por ejemplo, en correspondenciamantenida entre mayo y diciembre de1895, Martínez Campos rogaba alministro de Ultramar en Madrid queanulara el impuesto de importación deun artículo tan esencial como las vías deacero, para poder así reparar las víasdinamitadas por los insurgentes yabastecer las guarniciones por tren. Larespuesta de Madrid hablaba de «laimposibilidad legal» para el Gobierno«de conceder privilegiosarancelarios»[9]. La consabida respuestade Madrid.

Los políticos españoles estabanempeñados en los altos aranceles portres motivos[10]. En primer lugar, seintentaban neutralizar las prácticasobsoletas de la agricultura y laganadería en Castilla y los interesescomerciales poco competitivos deCataluña y el País Vasco con impuestosaltos para las importaciones cubanas decereales y otros productosmanufacturados extranjeros, de formaque fuera posible conservar la cuotaespañola de mercado en Cuba. Ensegundo lugar, el Gobierno españolnecesitaba los ingresos que se obteníande las importaciones y exportaciones

cubanas, aunque ambas se hubieranreducido a causa de la guerra. Y,finalmente, los funcionarios españolestambién temían que los alimentosimportados para ayudar a los civilescubanos pudieran terminar en manosinsurgentes. Por estas tres razones, elGobierno siguió poniendo obstáculos allibre movimiento de bienes en Cuba:condenando al hambre a la poblacióncubana, el Gobierno español esperabahacer lo mismo con la insurgencia[11].

Esta política inmisericorde dificultóla vida a los insurgentes, pero lossoldados españoles morían igualmentede hambre, como los demás. La carestía

elevaba los precios y volvía casi inútilel papel moneda. Los billetes emitidosen 1896 habían perdido el noventa y seispor ciento de su valor nominal en el año1898, y los comerciantes locales casinunca los aceptaban. Las tropas recibíantarde esta paga devaluada, hasta condiez meses de retraso según las quejaspresentadas ante el Congresoespañol[12]. Además, el Ejército reteníapor sistema un tercio de los salariospara constituir un «fondo de reserva»que nunca volvía a aparecer. Con lasubida de los precios, los oficialestambién sufrían estrecheces, y noencontraron mejor forma de cubrir sus

necesidades y gastos personales querobar a sus propios hombres. Estafadopor su propio Gobierno y por sussuperiores, el soldado español no podíapermitirse complementar su magraración diaria de arroz o, cuando habíasuerte, de estofado, menos aún demedicinas y otros productos. Cuandoestaba de servicio, permanecía lo másquieto posible para ahorrar energías y,durante los permisos, vagaba por lascalles muerto de hambre en busca de untrabajo extra o hurgaba en la basuratratando de encontrar un puro o colillascon los que levantar su ánimo decaído,ya que no podía permitirse comprar

tabaco[13]. El hambre lo acompañabadondequiera que fuese y afectaba a sumoral, a su energía y a su resistenciaante las enfermedades. Ni siquiera unoshombres bien alimentados hubieran sidoinmunes a las enfermedades infecciosasde Cuba, pero se habrían recuperado enlugar de perecer.

Desafortunadamente, los españolesfueron incapaces de poner en marcha lasmedidas preventivas disponibles. Laquinina, un extracto natural de unacorteza descubierto por los jesuitas enPerú, se usaba desde hacía tiempo paraprevenir la malaria. Los franceseshabían aprendido a refinarla y habían

perfeccionado su uso en sus coloniasafricanas, descubriendo que funcionabamejor como profiláctico que comotratamiento para hombres ya enfermos.Los españoles conocían todo esto, peroandaban escasos del medicamento, y eraimposible administrarloprofilácticamente a casi doscientos milhombres. En lugar de esto, lossuministros existentes se reservabanpara los enfermos, que recibían dosisenormes, pero a menudo demasiadotarde para que fueran efectivas. Aúnpeor, los médicos diagnosticaban aveces la fiebre amarilla en su faseinicial como malaria, y recetaban

enormes dosis de quinina a individuoscuyos tractos digestivos, ya afectadospor la enfermedad, apenas podíansoportarla. De este modo, la ignoranciamédica, combinada con las restriccionesfinancieras del Gobierno español, ayudóa crear las condiciones para que seprodujera la terrible mortandad de suejército colonial.

Todo esto ya era suficientementegrave, pero los problemas militares deEspaña en 1895 iban mucho más allá delabandono de las tropas que llegaban aCuba. Lo cierto es que el ejércitoespañol había dejado de ser la eficientemilicia que, décadas atrás, había

combatido eficazmente el levantamientode Baire. Los acontecimientos del sigloXIX habían convertido a los soldadosespañoles en policías que aplacabandisturbios civiles, pero apenas eranútiles en una campaña militarconvencional. Para comprender estatransformación, es necesario detenerseen la historia política de España en elsiglo XIX.

La era contemporánea se inicia en1808, cuando Napoleón invade España yaniquila sus ejércitos. La mayoría de losoficiales monárquicos, y los propiosborbones, se inclinaron ante alemperador, pero los ejércitos

revolucionarios que se improvisan conrapidez y algunas guerrillas lucharonhasta conseguir la retirada de losfranceses, en 1814. Estos nuevosejércitos se convirtieron de facto en elcentro de la vida nacional española, ylos oficiales de nuevo cuño decíanrepresentar la voluntad de la nación. Erael inicio de una tradición perniciosa. Enlos años siguientes, y con una frecuenciaalarmante, el Ejército interpretó la«voluntad nacional» a su manera yEspaña sufrió cinco guerras civiles, elmismo número de conflictos colonialese innumerables disturbios menores entre1814 y 1895; en todos ellos, el Ejército

aparecía siempre como el árbitro deldestino de España. A mediados del sigloXIX, las fuerzas armadas eran no tanto uninstrumento de guerra como una fuerzade seguridad preparada para combatir alos enemigos internos del régimen[14].

Los sucesos acontecidos desde 1868a 1875 completaron esta transformación.En estos años, España experimentódiferentes cambios de régimen, entreellos la creación de la I República en1873. Como ya hemos visto, losrepublicanos gobernaron duranteveintidós meses de caos, en eltranscurso de los cuales las regionesproclamaron su independencia y las

ciudades y los pueblos se declararoncomunas autogestionarias. Los carlistascombatían por su visión de una Españaultracatólica; los anarquistas fundaron sumovimiento en Barcelona y lostrabajadores y los campesinos tomaronpropiedades y lucharon por mejorar suscondiciones de vida. Cuba se rebeló. Eneste entorno, los republicanos quequerían conservar España tuvieron queatenerse a la ayuda del Ejército. En juliode 1874, suspendieron la Constitución ydeclararon el estado de sitio, dandocarta blanca a los militares. Esto vino aser una especie de suicidio asistido. Losoficiales militares de rango superior

abogaban por la restauración de ladinastía borbónica en la persona del hijode Isabel, Alfonso, como solución paralos problemas de España. El 29 dediciembre de 1874, el general debrigada Arsenio Martínez Campos, consus hombres, dio un golpe de Estadocontra la república. Una vez que quedóclaro que nadie en el Ejército iba aoponerse a Martínez Campos, elGobierno se vino abajo y se restauró lamonarquía borbónica en la persona deAlfonso XII.

En medio de esta confusión, losmilitares consolidaron su poder. Larestauración de los borbones fue posible

gracias a un golpe armado y éstossiempre estarían en deuda con losmilitares. Esta verdad no siempre haparecido obvia y, a veces, losestudiosos describen el periodoposterior a 1874 como de pacíficogobierno civil, con los militaresdesvaneciéndose en un segundoplano[15]. Aparentemente, esto es lo queocurría. El aliado de Martínez Campos,Antonio Cánovas del Castillo, liderabauna amplia coalición de civiles queapoyaban al rey Alfonso. Cánovas, unode los hombres de Estado más brillantesde Europa, creó una nueva Constituciónque dio a España un régimen en el cual

el papel del Ejército pareció reducirse yen el que la política quedaba dominadapor dos partidos políticos principales:los conservadores del propio Cánovas ylos liberales de Práxedes Sagasta. Losdos partidos parecían atenerse a losresultados de las elecciones paraalternarse pacíficamente en el poder,formando gobierno o actuando como laleal oposición y siempre —aparentemente— según los deseos delelectorado. Este sistema, conocido como«de alternancia pacífica», difería muchode lo que España había tenido antes,cuando los cambios siempre eranconsecuencia de la intervención militar.

De este modo, en comparación con lossesenta años de golpes militaresconstantes que precedieron a 1875,durante la Restauración España parecíatener un régimen político en el que elEjército había dejado de ser el árbitrode la política nacional.

Pero de hecho, «la alternancia» erasimplemente un artificio político quesiempre precisó de los militares parafuncionar. Los españoles habíanintroducido el sufragio universalmasculino en 1890 y se habíangarantizado constitucionalmente lalibertad de prensa y otras libertadespersonales, pero, no obstante, ni

Cánovas ni Sagasta creían realmente enla democracia ni en el liberalismo, y losresultados de las elecciones nuncareflejaron fielmente la opinión pública.Los sistemas democráticos funcionan demanera que el partido o coalición que enunas elecciones obtiene la mayoría delos escaños parlamentarios formeGobierno. Durante la Restauración, sinembargo, el sistema funcionaba justo alrevés. Cuando la monarquía entendíaque el partido en el poder se habíadebilitado por cualquier motivo,disolvía el Gobierno, ponía a laoposición en el poder y convocabaelecciones, amañadas de forma que el

nuevo partido gobernante pordesignación obtuviese la mayoría. Apartir de su «victoria» electoral, elnuevo partido gobernaba durante unosaños hasta que el proceso se repetía a lainversa. De esta forma, «la alternancia»creaba la ilusión de un sistema electoraly de cambio político, al tiempo queevitaba cualquier desafío serio alrégimen monárquico[16].

El truco funcionaba porque no habíadiferencias políticas de relevancia entreambos partidos. El turno se hacía valer aescala local mediante jefes políticos ocaciques, hacendados influyentes,empresarios y otros poderes locales que

eran capaces de conseguir el voto devivos y muertos. Muchos eranestafadores que trabajaban a dos bandas,tanto para los liberales como para losconservadores, según exigiera lasituación. Con ellos se aseguraba quelos resultados de las elecciones nodieran sorpresas ni a los partidos ni alas personas cuyos interesesrepresentaban, como la aristocraciaterrateniente, los industriales, la clasemedia, la Iglesia y el Ejército. Este tipode fraude electoral no era exclusivo deEspaña: los partidos políticos de lospaíses más formalmente democráticosdel siglo XIX (y algunos dirían que

incluso hoy en día), servían a losintereses de una elite amañando laselecciones para crear la impresión de laparticipación popular. Con «laalternancia» y el caciquismo, losespañoles simplemente se limitaron allevar ese ilusionismo político más lejosque otros.

«La alternancia» cerraba el mundode la política a las masas de formaeficaz. Tenía que ser así: las familiastrabajadoras españolas habían sufridoabusos que iban más allá de losoportable. Millones de personastrabajaban como temporeros en laagricultura simplemente para subsistir.

Otras muchas trabajaban en industriaspoco competitivas que proporcionabanunos ingresos inferiores a losequivalentes en otros países europeos.Entre 1840 y 1880, el nivel de vida cayóabruptamente en casi toda España: lossalarios se quedaron atrás respecto a losprecios, las posibilidades educativas seredujeron y la alimentación de lapoblación se deterioró[17]. La conexiónentre desigualdad social y radicalismopolítico no siempre es obvia, pero, parahombres como Cánovas y Sagasta, dejarque el pueblo español ejerciera suderecho al voto de una manera justa eraalgo que ni se planteaba.

En la década de 1890 «laalternancia» comenzó a dar signos deinestabilidad: algunos españoles sehabían dado cuenta de la situación y noles gustaba ser embaucados de esemodo. ¿Qué ocurriría si el puebloboicoteaba las elecciones? ¿Y silucharan para conseguir mejoressalarios y condiciones de trabajo ysimplemente dieran de lado a losprincipales partidos políticos? ¿Quépasaría si empezaban a organizarpartidos propios? De hecho, todo estohabía comenzado a ocurrir en lasdécadas de 1880 y 1890. La soluciónera siempre la misma para el Gobierno:

el Ejército. Como los partidos de «laalternancia» carecían de legitimidad ylos trabajadores, los separatistas vascosy catalanes, los republicanos y otros«enemigos internos» de España senegaban a desaparecer, el Ejércitocontinuó siendo la clave para lasupervivencia del sistema canovista. Noen vano, se ha argumentado que losoficiales conservaron a partir de 1875tanto poder como nunca en España, asícomo el convencimiento de susuperioridad moral sobre los políticosciviles y los funcionarios, a pesar de laevidente preponderancia civil delgobierno en el último cuarto del siglo

XIX[18].Tanto Cánovas como su «rival»

Sagasta eran conscientes del papel delEjército como baluarte de laRestauración. La propia Constituciónsugería que el Ejército era unrepresentante más «orgánico» y legítimodel interés nacional que cualquierGobierno, algo con lo que los militaresestuvieron enseguida de acuerdo. ElArtículo 2 del código jurídico castrensedeclaraba que «la primera y másimportante misión del Ejército» eradefender a la nación «de los enemigosinteriores». El artículo 22 convertía a laguardia civil en una rama del ejército

regular, reforzando aún más la misióninterna de los militares[19]. Lalegislación aprobada en la década de1880, que anticipaba otra similar de1906, otorgaba al Ejército el poder dellevar a los civiles críticos antetribunales militares, una competenciaque las autoridades civiles de otrospaíses de la Europa occidental noaceptaban[20].

Martínez Campos defendía estepapel ampliado del Ejército, declarandoque los militares tenían el derecho y eldeber de intervenir en la vida política«cuando el Estado pierde la nociónexacta de lo que quiere la nación»[21].

Estas amplias atribuciones de losmilitares eran una imposición delresponsable del golpe que habíaacabado con la I República endiciembre de 1874. Lo que quizá siresulta sorprendente es ver queCánovas, la principal autoridad civil deEspaña, creía lo mismo, sobre todocuando se trataba de combatir a losautonomistas catalanes y vascos o a lostrabajadores; especialmente a lostrabajadores. En un discurso en elfamoso club político Ateneo de Madridel 10 de noviembre de 1890, Cánovasargumentó que el Ejército «será, porlargo plazo, quizá por siempre, robusto

sostén del presente orden social, einvencible dique de las tentativasilegales del proletariado». De hecho, elGobierno usaba las tropas de formasistemática para romper huelgas, yafuera reprimiendo directamente a lostrabajadores o como esquiroles. En1883, por ejemplo, el Ejército envió amil setecientos soldados a loshacendados andaluces para quecosecharan los campos abandonados acausa de una huelga de jornaleros, queestaban entre los peor pagados deEuropa en aquel tiempo. En febrero de1888, las tropas acabaron con unahuelga de los trabajadores de las minas

de Riotinto, y en su feroz represiónmataron a veinte mineros e hirieron avarios más. El Ejército tambiénintervenía habitualmente para impedirmanifestaciones de grupos quereivindicaban autonomía regional paraCataluña y el País Vasco. Por ejemplo,en 1893 los soldados mataron a variaspersonas en San Sebastián y Vitoriacomo respuesta a las manifestaciones afavor de la reinstauración de losprivilegios y libertades tradicionales delos vascos[22].

Por haberse empleado contra lostrabajadores, los campesinos y losautonomistas, el Ejército se hizo

impopular. La gente contemplaba a losoficiales del Ejército con una mezcla demiedo y odio, raramente con cariño yadmiración. Los desfiles militares noeran ovacionados y nadie saludaba a labandera, al menos mientras la portasensoldados. Era, recuerda un oficial, comosi la enseña nacional de los civiles fueradistinta a la de los militares[23]. Pormucho que lo intentara, el Ejército noera capaz de inspirar respeto y, por elcontrario, muchos españoles acabaronburlándose de la institución.

España sufría, en consecuencia, deuna extraña suerte de militarismo. EnAlemania, los valores castrenses se

habían extendido a las masas, haciendode este país un peligro para sus vecinos.En España, seguía siendo un fenómenode la elite, no algo popular. Muchostenían la convicción de que el Ejércitoespañol sólo era peligroso para otrosespañoles. El Ejército se hizo muysensible a la crítica. Los oficiales noeran capaces de distinguir entre lapreocupación ante sus excesivasatribuciones y el antimilitarismo, tras elcual sólo veían intentos de destruirEspaña. Ante tal actitud por parte de losoficiales militares, pocos se atrevían acriticar abiertamente al Ejército, puespodía pagarse caro. Los disturbios de

oficiales del Ejército contra las oficinase imprentas de periódicos críticos consu institución se convirtieron enhabituales en la época de laRestauración. La más mínima alusión aunas posibles reformas en el Ejército setachaba de antipatriótica. El ejércitoespañol acabó siendo útil para reprimira enemigos internos desarmados, peroprácticamente inútil para cualquier otracosa.

Si quería ser una herramienta delimperio, el Ejército necesitabadesesperadamente reformas. Españatenía el Ejército con mayor número demandos del mundo; por cada diez

hombres alistados había un oficial, encomparación con los porcentajes deveinticuatro a uno de Alemana, veinte auno en Francia y dieciocho a uno enItalia. El alto número de oficialesencarecía el Ejército incluso aunque sedestinara poco dinero para nuevoarmamento, raciones, equipamiento ysalario de la tropa. Los salarios de losoficiales constituían casi un sesenta porciento de los gastos militares en tiempode paz, dedicándose sólo un nueve porciento a material de guerra[24]. Estabaclaro que, si se iba a modernizar elEjército, el cuerpo de oficiales tendríaque reducirse de una manera sensata

para que el dinero ahorrado de estossalarios pudiera utilizarse para otrospropósitos, incluyendo la modernizaciónde la Armada, a la que se destinaba unpresupuesto ridículo en comparacióncon el Ejercito de Tierra, a pesar de suevidente importancia para mantener lasposesiones de ultramar. De cualquiermanera, este tipo de reforma eraprecisamente lo que los militares noiban a tolerar. Varios Gobiernosintentaron dar pasos en esa dirección,muy en particular durante el ejerciciocomo ministro de la Guerra de ManuelCassola, a finales de la década de 1880.Pero el cuerpo de oficiales, incluyendo

aquí a generales con voz en la políticanacional, optó por interpretar losrecortes de personal como un ataque a lanación. Cassola tuvo que ceder ante lapresión cada vez mayor del Ejército y suplan, que habría liberado fondos paraadquirir nuevas armas y cubrir otrasnecesidades acuciantes, nunca vio la luz.España había perdido su mejoroportunidad para corregir los defectosdel Ejército y de la Armada. En 1895, laArmada tenía un retraso de veinte años,mientras que el Ejército era demasiadogrande para la misión que tenía quecumplir, mientras que estabaescasamente equipado y carecía de

fondos suficientes en todos los aspectos,salvo en la nómina de los oficiales. Eincluso con esto había problemas:precisamente porque había demasiadosoficiales, muchos de los de menorgraduación recibían pagas inferiores alo establecido y tenían que buscar unsegundo trabajo para llegar a fin de mes.

Si la escasez de fondos complicabala vida a los oficiales de menor rango,en el caso de los soldados hacía de susvidas una miseria. España apenasdisponía de barracones adecuados ni dedinero para construir otros nuevos. Encambio, los soldados ocupabanmonasterios abandonados y otras ruinas,

dormían juntos en enormes salascomunes, muchas veces sin ventanas,defecaban en zanjas, cocinaban enhogueras al aire libre y comían sentadosen el suelo ante la ausencia de mesas ysillas[25]. Mientras se encontrabanacuartelados en España, su dietaconsistía principalmente en judías ypatatas acompañadas, si había suerte, deun trozo de chorizo. La carne fresca eracasi siempre un lujo imposible. ElEjército francés destinaba 329 gramosde carne cada día para sus soldados ylos portugueses 175 gramos, pero elespañol recibía sólo 125 gramos. Y estoera simplemente lo regulado; en

realidad, a menudo los soldadosrecibían menos y peor comida de lo quese estipulaba. El resultado de todosestos problemas era que los hombresmorían durante el servicio militar enporcentajes alarmantes, incluso entiempos de paz. En la década de 1860,el trece por ciento de los reclutas muriódurante su primer año de servicio y otroveinticinco por ciento en los cuatro añossiguientes; y eso que se trataba dehombres que realizaban el serviciomilitar en España y no se vieronimplicados en la guerra en la jungla. Aefectos comparativos: de los hombres deambos bandos que combatieron en la

guerra franco-prusiana, murió eldieciocho por ciento, lo que nos lleva ala deprimente conclusión de que estaracuartelado en España en tiempo de pazera más peligroso que ir a la guerra enel ejército francés o prusiano de 1870.Cuando los padres españoles sedespedían de sus hijos conscriptos, sedespedían de veras[26].

Este abandono del soldado de a pietiene su origen, al menos en parte, en laforma en la que España reclutaba a suejército. El reclutamiento, o quinta, dataen sus aspectos más fundamentales de1837. Originalmente, la quinta permitíaa los ayuntamientos designar quiénes

serían sus reclutas; en la práctica, estesistema permitía comprar la exclusióntotal de las obligaciones militares a losque tenían posibilidades económicaspara ello. Esto produjo muchos abusos einjusticias y, a medida que transcurría elsiglo, el reclutamiento se hizo mássistemático. El examen médico eraobligatorio, pero había que estar casicadáver para quedar exento. Lascomisiones de reclutamiento estatal sehicieron cargo de las decisiones queantes tomaban los ayuntamientos y loscaciques locales, de forma que laexención por puro favoritismo se hizomenos habitual.

No obstante España, siempreansiosa de nuevos ingresos, continuópermitiendo que los reclutas compraransu salida de la quinta. Algunos críticosopinaban que ésta era la raíz de losmuchos problemas del Ejército español.La exención costaba entre mil quinientasy dos mil pesetas, una cantidad que lasfamilias de clase media o alta podíanconseguir fácilmente y, en consecuencia,sus hijos no iban a la guerra. Con elsalario de un empleado medio, reunirunas dos mil quinientas pesetas en unaño vendiendo bienes y con algúncrédito podía ser posible, pero los hijosde los menos pudientes, los trabajadores

y los campesinos, no tenían otra formade escapar del reclutamiento que nofuera la huida, solución quesorprendentemente pocos adoptaron[27].En consecuencia, los soldadosespañoles eran siempre las personasmás pobres de la sociedad. Tambiénhabía adolescentes muy jóvenes y malalimentados, en un tiempo en el que,debido a la dieta y otros factoresambientales, los hombres madurabanfísicamente más tarde. Se llamó alejército «a muchachos sin formar» y,confiándose en el denominado «espíritude raza, se les obliga a suplir con él lasfuerzas físicas de las que aún carecen».

Supuestamente, incluso los españolesmás pobres, descendientes de Cortés,Pizarro y los hombres que conquistaronel Nuevo Mundo, podrían demostrar lamisma ferocidad natural y la durezaespiritual de sus antepasados[28]. Quizáfuera inevitable que un ejército sinrecursos materiales enfatizase susupuesta fuerza espiritual. Pordesgracia, los oficiales parecían creeren su propio mito de que el soldadoespañol era el más duro del mundo,obviando con esto la preparación físicay mental que requería una guerra comola de Cuba[29].

Los oficiales, normalmente

reclutados en un segmento relativamenteelitista de la sociedad, trataban a estoshombres pobres y jóvenes con el mismobrusco desprecio que les dispensabancomo civiles, haciendo oídos sordos asus necesidades y tratándolos conmezquindad. No es exagerado decir queconsideraban a sus hombres comocriados que cuando convenía eranenviados a trabajar para un granterrateniente, que disponía así de unamano de obra gratis para la recolecciónde sus cosechas o para lo quenecesitara. Durante la década de 1890,nada menos que un tercio de lossoldados estaban destinados como

asistentes, es decir, trabajaban de formaprivada para oficiales de altagraduación o gente rica que pagaba a losoficiales por el servicio de sustropas[30].

La vida en los barracones siguiósiendo terrible durante todo el siglo XIXy buena parte del XX. En 1909, unsargento de una guarnición de Léridaseñalaba que los barracones carecían delavabos, mesas, lámparas e incluso decamas: sólo disponían de catres dehierro sin colchones que los hombrestenían que alquilar, ya que erandemasiado pobres para comprarlas. Elnúmero de hombres en los barracones

era excesivo, como excesiva la cantidadde sargentos y cabos sin nada que hacer:«están de brazos cruzados el sargento,cabo y soldado sin saber qué papeldesempeñar». Sólo los hombres situadosen el último eslabón de la cadena teníatareas que realizar; los demásholgazaneaban, salvo aquellos a quienesenviaban a trabajar para civiles o losque emprendían aventuras comercialespor sí mismos y colocaban a sus ociososcamaradas en negocios privados[31].

Los abusos, los barracones ruinososy la falta de higiene creaban un círculovicioso. Los pudientes empleaban todoslos medios a su alcance para evitar el

servicio; de ahí que el ejército estuvieracada vez más compuesto exclusivamentede clases bajas, lo que permitía a losoficiales cometer mayores abusos sinser sancionados por ello, y esto a su vezhacía más difícil reclutar y conservar ahombres capaces. En esta situación, elejército español comenzó a aceptar aprácticamente cualquiera entre sus filas.Había hombres, inválidos por completopara el servicio militar, que cobrabanpor sustituir a los reclutas. Un crítico dela vida militar recordaba haber visto enCuba, en 1895, a reclutas «herniados,cojos, mancos, asmáticos, tísicos y hastaciegos», aparte de alguno de sesenta

años[32]. Éstos eran los hombres que seenviaban a Cuba, alimentados con arroz,acampados en ciénagas y equipados consandalias y pijamas de algodón. Nosorprende que un gran número de ellossucumbiera a la enfermedad.

La prensa española conocía estosproblemas, a pesar de que los oficialesintentaran ocultar la evidencia. El mayorperiódico español, El Imparcial,organizó una campaña criticando alEjército y al Gobierno por el mal uso delos fondos destinados a las tropas[33].Hubo republicanos como Blasco Ibáñezque atacaban el sistema de reclutamientoy lamentaban el estado en que se

encontraban los hombres. Comorespuesta, el ministro de la Guerratelegrafió al general Weyler, el 1 demayo de 1897, pidiéndole, no quecuidara de las tropas, sino queescribiera una refutación a esta«calumnia» de la prensa[34]. Este tipo dereacción fue típico tanto de losconservadores como de los liberalesdurante la guerra: siempre estuvieronmás preocupados por la percepciónpública de estos asuntos que desolucionar los sufrimientos de lossoldados.

Hubo unos pocos valientes que símostraron voluntad de criticar el

Ejército y sus defectos. Efeele,seudónimo de Francisco Larrea,cuestionaba prácticamente todo elestamento militar: la moral de losreclutas forzados a combatir por unacolonia que no hacía nada por ellos, laineptitud de los oficiales entrenadospara luchar contra los huelguistas enlugar de contra los insurgentes deultramar, e incluso el famoso valor delsoldado español. «Seguramente que elEjército no está acostumbrado a oír estelenguaje», escribía Larrea, y sería«mucho más cómodo» imitar a otros quehan hecho carrera ocultando «losdefectos de la colectividad y los errores

de sus individuos». Larrea, sin embargo,optó por hablar. Lástima que sóloencontrara ese coraje anónimo en 1901,demasiado tarde como para que sirvierade algo en Cuba[35].

Vicente Blasco Ibáñez, el grannovelista y significado republicano de laépoca de la Restauración, llevó a cabouna campaña de prensa, en la década de1890, en la que pedía reformas en elEjército, incluyendo la abolición de laquinta. Argumentaba que la exención delservicio para los ricos era injusta yconllevaba el abuso de los hombresalistados. Los oficiales miraban porencima del hombro a sus subordinados y

desatendían su bienestar, y podíanhacerlo porque los pobres familiares delos reclutas en España no teníaninfluencia para expresar abiertamentesus protestas. La consigna de BlascoIbáñez era «que vayan todos: pobres yricos», y la incluso más sonora yelíptica «todos o ninguno». Estos lemasformaron parte de una campaña nacionalque no tuvo más efecto que el derevelarnos los méritos de Blasco Ibáñez,uno de los más destacados y elocuentescríticos de la monarquía y losmilitares[36].

Los defensores de la quintasostenían sin inmutarse que un sistema

que hacía posible que los pobres dieransu sangre y los ricos su dinero erabastante satisfactorio y acorde con lasleyes de la naturaleza y del mercado,ámbitos que, significativamente,equiparaban. A pesar de todo, lainjusticia del sistema de quinta con losmenos favorecidos eraincontestablemente cierta. Pero no fueesto lo que arrojó a Blasco Ibáñez a losleones, sino su opinión de que unejército de campesinos y trabajadoresindigentes bajo el mando de aristócratasodiosos nunca podría ganar una guerra.Esto dolió especialmente a los militaresde carrera, que lograron que se

encarcelara al escritor.Sin embargo, este aspecto de su

crítica no era precisamente el másacertado. No hay pruebas de que elrendimiento de un ejército quereproduce las divisiones sociales de susociedad sea siempre malo. Las tropasde Wellington, a las que él llamaba «laescoria de la sociedad», lucharon comoleones contra Napoleón, y podríanindicarse otros ejemplos parecidos. Dehecho, la práctica de permitir que losmás pudientes compraran su exencióndel servicio ha sido una característicacomún de toda una serie de países conejércitos eficaces.

Sea cual sea la justicia subyacenteen la crítica, más amplia, de BlascoIbáñez al complejo aristocrático-militarespañol, el sistema de reclutamientoespañol no era el verdadero problema.Incluso el arrogante, si está bienprovisto, puede ser generoso para conlos menos afortunados. El problema deEspaña era que el Ejército carecía derecursos para sus hombres. Laalimentación pobre y escasa, las pagasbajas, la higiene deficiente y la ausenciade una formación y un equipamientoadecuados eran parte del sistema, y estobastaba para quebrar la moral de losoficiales y la tropa. A estas quejas, hay

que añadir la descorazonadoranaturaleza de la guerra de Cuba, en laque había que luchar contra el enemigoinvisible de las enfermedades y contralos casi también invisibles insurgentes.Ambos enemigos aniquilaban a loshombres y no proporcionaban gloria enabsoluto. Al mirar a este ejércitoretrospectivamente, lo más sorprendentees que combatiera.

Los oficiales españoles tambiénsufrían carencias, al igual que la tropa.A principios de la década de 1870, sediscutió mucho dentro del Ejércitoespañol sobre la puesta al día de laformación de los oficiales. Como el

resto de países, España quería copiar alos alemanes e instruir a los oficiales apartir de las muchas leccionesaprendidas en la última gran guerraeuropea entre Prusia y Francia. Noobstante, como Jaume Vicens Vives yaseñalaba hace tiempo, los oficialesrecibían una preparación escasa enasuntos técnicos y prácticos. Porejemplo, los cursos de geografía secentraban en los clásicos y no incluíanmaterial relativo a las colonias. Losoficiales que llegaban a Cuba conocíanbien a Estrabón y a Ptolomeo, pero notenían ni idea de la topografía, el clima,la economía o la cultura de la isla. Para

ellos, la maleza cubana era lo mismoque el mar: misterioso y desconocido;de ahí que dejaran el timón a los nativoscubanos, que actuaban como guías oprácticos portuarios. En sus academiasla oficialidad había sido «educadaseveramente, casi espartanamente, enideales de alta tensión espiritual, en lasglorias de un pasado actualizado afuerzas, de convicción nacionalista»,pero no acerca de temas útiles[37].

El honor y el valor son virtudesmarciales indispensables, y su cultivo esesencial para la formación de losoficiales, pero no sustituyen a laformación táctica y estratégica y, en

dosis excesivas, pueden incluso resultarcontraproducentes. Los oficialesespañoles, con su quisquilloso ydefensivo sentido del orgullo, tendían acorrer riesgos osados y estúpidos en elcampo de batalla, quizá esperandorevivir las glorias de César, el Cid oCortés, con las que habían soñado comocadetes. Para algunos de ellos, elcombate se convirtió en una manera dedemostrar su masculinidad y no en unmedio para infligir el mayor dañoposible al enemigo con las mínimasbajas posibles entre sus propias tropas.Un joven José Sanjurjo, que en 1930acabaría siendo un significado general

de derechas, señalaba a un camarada enlos preliminares de la batalla deBacunagua: «ahora verás si soy unhombre o no». Sus dudas al respecto loobligaban a ponerse en posiciones —con independencia del contexto de labatalla— arriesgadas[38].

En la batalla de Aguacate, otrooficial español cabalgó de formaabsurda hasta ponerse a cincuentametros de las líneas cubanas,simplemente para demostrar esa actitudde «aquí estoy yo». Allí se detuvo ysacó su catalejo para observar mejor alos cubanos, que abatieron su caballo.El oficial quedó atrapado debajo del

animal, pero los insurgentes seaseguraron de no dispararle, ya quesabían que sus hombres intentarían surescate y esto les proporcionaría más ymejores objetivos. Dos soldadosespañoles murieron en este acto sinsentido, al rescatar a su comandante,pero el honor estaba servido[39].

Tampoco ayudaba que el ejércitoespañol en Cuba estuviera consideradocomo un destino «correccional» paraalgunos oficiales culpables de afrentas oincumplimiento del deber en España.Estos hombres llegaban a Cuba con laintención de lavar su honra y dar unimpulso a sus carreras, y no eran

reacios, pues, a perder hombres por elcamino[40]. Sufrían de lo que Weylerdenominaba «la estúpida confianza y elorgullo quijotesco» acerca de suspropias capacidades, e intentaban lucharen una guerra con la mentalidad decaballeros que se enfrentan en una justamedieval[41]. A los cubanos les gustabadecir que los españoles estaban«haciendo la guerra como en tiempos deViriato» [el antiguo héroe ibero quecombatió a los romanos].[42] De hecho,la situación era incluso peor que lo queesta ocurrencia pueda indicar, y habríaque expresarla de otra manera: losespañoles intentaron hacer una campaña

de contraguerrilla usando armasavanzadas y un moderno ejército dereclutas, mientras sus oficiales imitabana Viriato cada vez que les surgía laocasión.

A partir de 1898, los oficialesespañoles culparon del desastre a todosmenos a sí mismos: a los políticosespañoles que concedían demasiado —odemasiado poco— a los rebeldescubanos; a los estadounidenses queapoyaban cínicamente a los«dinamiteros anarquistas», a los quellamaban luchadores por la libertad; alos «salvajes» cubanos que no supieronapreciar las ventajas de la civilización

española. De hecho, el fracaso deEspaña en Cuba fue político, cultural ymoral, pero sobre todo fue un fracaso dela organización militar, de lascondiciones de salubridad y deliderazgo, aunque a los oficiales no lesgustara admitirlo.

E

IX

Arsenio Martínezcampos la defensa de

lo indefendiblel comandante del atribuladoejército español en Cuba, Arsenio

Martínez Campos, era mejor políticoque soldado. Su mayor logro militarhabía consistido negociar el final de laGuerra de los Diez Años en 1878, perosu auténtica fama procedía de haber sidoel artífice de la caída de la I República,

en 1874. Como general de campo, noobstante, dejaba mucho que desear, y sunefasta gestión de la guerra deMarruecos, en 1893, había sido unaadvertencia que Cánovas no quiso teneren cuenta. El presidente del Gobierno ledebía a su amigo una oportunidad paraprobarse como estratega en Cuba, yesperaba también que su talentonegociador sirviera para conseguir unéxito como el de 1878. Lo que notuvieron en cuenta ni Cánovas niMartínez Campos era que aquéllo habíasido posible porque otros —hombrescomo Valeriano Weyler, por ejemplo—ya habían hecho el trabajo sucio de

combatir a los insurgentes cubanosdurante los diez años anteriores. En laGuerra de los Diez Años, las tropasespañolas habían derrotado primero alos revolucionarios y después habíannegociado con ellos. En 1895, lanegociación no podría resultar en unavictoria, que sólo se conseguiría con unalucha a muerte, pero Martínez Camposno tenía las cualidades morales —oinmorales— necesarias para librar estetipo de guerra.

Martínez Campos intentó usar suejército como policía rural, en la vanaesperanza de proteger las propiedades yal mismo tiempo combatir la

insurgencia, y ordenó a sus fuerzas queocuparan tanto territorio como fueraposible. Esto parecía razonable. ElEjército Libertador cubano habíadeclarado su propósito de destruirpropiedades, así que Martínez Camposrespondió intentando proteger cadaaldea, ingenio, rancho, mina, estaciónferroviaria o aserradero. Incluso cedióalgunos hombres a los propietarios delas plantaciones para que lossubcontratasen como guardas ytrabajadores al mismo tiempo, unapráctica consagrada que tenía la ventajade darles un ingreso extra a los oficialessubcontratados. El resultado fue que,

cuando Gómez y Maceo emprendieron lainvasión del oeste, a Martínez Camposle quedaron sólo veinticinco milhombres para las operaciones en elcampo de batalla. Mientras la mayorparte de las tropas españolas esperabantranquilamente a que la guerra llamara asu puerta, los cubanos reclutabanhombres en el oriente con total libertady preparaban sin impedimentos lainvasión del oeste. En octubre ynoviembre de 1895, unas columnasespañolas más pequeñas de lo normalpersiguieron infructuosamente, aquí yallá, a los cubanos que iban a caballo.Los frustrados comandantes españoles

pronto se dieron cuenta de que nuncaalcanzarían al enemigo y de que lesfaltaban los hombres y la organizaciónpara trabajar combinadamente y forzaruna batalla[1]. Todos los recursos quedeberían haberse dedicado a esta tarease habían dilapidado en guarniciones ydestacamentos que observabanimpotentes cómo los cubanos lespasaban por delante sin que pudierandetenerles.

Martínez Campos fue dura yjustificadamente criticado por estedespliegue de sus fuerzas en la defensade una zona rural indefendible. Porentonces, no obstante, el capitán general

era objeto de muchas presiones para queprotegiera, sobre todo, las propiedades.Los dueños de las plantaciones, lasautoridades municipales y otras partesafectadas perdían los nervios ante lossabotajes de los insurgentes eimploraban la ayuda de las tropasregulares. La presencia de unaguarnición podía evitar los ataques delos insurgentes y ofrecer confianza a lapoblación local. Esto, a su vez, animabaa los cubanos de estas zonas a unirse alas milicias urbanas pro españolas y aresistir las lisonjas y amenazas de larepública en armas, que pedía elabandono de los puestos de trabajo y la

evacuación de las ciudades en poder dela metrópoli. La fortificación de laszonas rurales parecía razonable desdeesta perspectiva.

En realidad, las guarniciones erageneralmente demasiado pequeñas paraevitar que los cubanos incendiaran lacaña de azúcar, principal objetivo delEjército Libertador. Un hombre con unasimple antorcha podía provocar unincendio entre las cañas, como tantoscomandantes de guarnición frustradossabían, y las patrullas no podían evitareste tipo de ataques ni disponían de loshombres necesarios para perseguir a losinsurgentes hasta sus bastiones. Ni

siquiera tenían capacidad para mantenercontrolado un territorio que lespermitiera asegurarse el propio sustento,así como el de las ciudades y lostrabajadores que, teóricamente, debíandefender. Esto implicaba la continuaorganización de columnas de suministropara mantener las guarniciones, pero eneste proceso las columnas también seconvertían en objetivos para losinsurgentes, quienes, tras emboscarlas,les arrebataban las armas y municiones.Entretanto, las reducidas guarnicionespodían asegurar propiedades urbanas yedificios valiosos en las plantaciones,pero cuando se trataba de hacer frente al

cuerpo principal del EjércitoLibertador, incluso estas tareas iban másallá de sus posibilidades. Aunque loscubanos partidarios del régimenconsideraban imprescindible lapresencia de tropas regulares, enrealidad estas guarniciones sirvieron depoco. Podrían haber estado en LaHabana o, más al caso, agrupadas en unejército capaz de presentar batalla aMaceo y Gómez.

El caso de la guarnición deCifuentes, una pequeña ciudad de laprovincia de Santa Clara, esparadigmático. En otoño de 1895,Cifuentes tenía una guarnición de treinta

y nueve hombres, unos pocos guardiasciviles y dos docenas de voluntarioslocales. Pero incluso con más de sesentahombres dedicados a la defensa, elalcalde de la ciudad, Bernardo Carvajal,se quejaba de que la guarnición sóloservía para defender sus propiosbarracones y fortificaciones, y de quelos voluntarios civiles encargados de lascinco trincheras que circundaban laciudad no sabían usar las armas, teníanque ganarse la vida trabajando en vez deestar prestos para la defensa y no teníancapacidad ofensiva. Por su parte, losguardias civiles hacían poco más quepatrullar la estación ferroviaria. El

resultado era que este variopintocontingente no podía ejercer ningúncontrol sobre los alrededores de laciudad. En Cifuentes estaban «sujetos alcapricho de estos pillos», que es comoCarvajal llamaba a los insurgentes:impedían la entrada de alimentos y otrosartículos y los habitantes del municipiopasaban hambre. Al mismo tiempo, losinsurgentes pedían «cosas imposibles alos infelices campesinos» en las zonasrurales que rodeaban la ciudad. Lesobligaban a no comerciar con Cifuentesy a abandonar los campos cultivadoscercanos. La guarnición no podíaproteger a esta gente de campo, así que

algunos de ellos decidieron unirse a lainsurrección para no morir de hambre[2].La estrategia de Gómez funcionó enCifuentes, como lo hizo en gran parte deCuba, obligando a los campesinos acolaborar si querían sobrevivir[3].

Martínez Campos sabía del limitadovalor militar de las pequeñasguarniciones como la de Cifuentes, perocontinuaba aferrado a la estrategia deintentar controlar muchos puntos a lavez. ¿Se trataba de simple tozudez? ¿Oes que, realmente, estaba más cómodoen el papel de policía que en el demariscal de campo? Probablementeambas cosas, pero era también

consecuencia del cabildeo de las elitescubanas a favor de una estrategia dedispersión. A Martínez Campos se lehacía difícil ignorar sus peticiones deayuda, después de todo eran el rostro dela Cuba española e indispensables paraque continuara el dominio español en laisla. El 10 de julio de 1895, VicenteYriondo escribe desde Colonias alcoronel destinado a la cercana Ciego deÁvila solicitando hombres para laguarnición de la ciudad. Lo que enrealidad quería eran tropas regularespara salvaguardar su aserradero y a losdoscientos hombres que trabajaban enél. Una partida local de insurgentes ya

había interrumpido las operaciones deeste aserradero, deteniendo elsuministro de madera mediante elbloqueo de carreteras y robando losanimales de tiro. Asimismo, habíanamenazado a los trabajadores para queno volvieran a sus puestos. Tal era lapropuesta: si el Ejército asignaba tropasa Colonias, Yriondo suministraría elmaterial necesario para construir losfuertes y barracones necesarios. Lossoldados sólo tenían queproporcionarles la mano de obra para laconstrucción y, por supuesto, defender laciudad, el aserradero y a los leñadoresuna vez completadas las fortificaciones.

Finalmente, Martínez Campos seconvenció y accedió a guarnecerColonias, cuyo ciudadano principal,Yriondo, era demasiado poderoso, y suproducto, la madera, demasiado valiosocomo para hacer caso omiso de ellos[4].

La historia de Colonias se repetía encientos de localidades diferentes. Losdueños de las principales plantacionesde azúcar contrataban a guardas entresus propios trabajadores y pagaban a losjóvenes de la ciudad para que actuarancomo milicia. No obstante, lo quequerían en realidad eran guarnicionescon tropas regulares, y usaron suinfluencia para que se les asignasen. Los

oficiales españoles recibíansustanciosos beneficios por el«alquiler» de sus hombres, una formainstitucionalizada de corrupción queMartínez Campos fomentaba comoforma de rentabilizar la ocupación parasus amigos.

Para los soldados, ser destinado auna propiedad rural era una tarea pocoagradable, que a menudo podía resultarfatal. En primer lugar, no les gustabaestar en Cuba. Desde que Colóndesembarcó en las Antillas, la literaturapropagandística pintaba Cuba y las islasdel caribe como el perfecto edén. Sinembargo, a los españoles,

acostumbrados a las estaciones y a unclima seco, les resultaba difícilacostumbrarse a la isla. La exuberantevegetación era monótona y la vida enuna guarnición, deprimente. La maniguaera «una barbaridad de hierba, dehojarasca, de árboles, de enredaderas,de raíces, de troncos y ramas secas, todoen montón, todo con la caprichosa faltade orden de la naturaleza», en palabrasde un veterano español. «No hay másque el fastidio. Vista una palmera, todasestán vistas»[5].

Los soldados de las guarnicionesremotas ofrecían un aspecto lamentableen sus fuertes de madera y tierra:

cubiertos con sus deshechos sombrerosde paja, calzados con sus podridassandalias de esparto y vestidos conaquellos pijamas de algodón a rayas quehacían las veces de raídos uniformes,desaliñadamente holgados sobre laextrema delgadez de sus cuerpos. Loshombres asignados a la trocha orientalprobablemente fueran los que mássufrían, no sólo porque muchos de suspuestos estaban situados en terrenospantanosos, sino porque la exigencia deuna vigilancia constante les causaba uncansancio extremo. Era «rara la nocheen que el soldado podía descansar másde tres horas y media consecutivas, y

esto había que hacerlo con el correajepuesto y con el fusil al alcance de lamano». Bastaba esta tensión paradebilitar a un hombre[6].

Tras la batalla de Jobito, elcorresponsal de guerra RicardoBurguete se unió a una unidadestacionada en Campechela quedefendía «la miserable choza que,rodeada de tablas y alambres, les servíade fuerte». Recordaba con horror suencuentro con el comandante de laguarnición, que lo saludó aletargado,con una «expresión terrosa y verde» enel semblante que Burguete pensabadebía de ser un reflejo de los propios

pantanos. Burguete tenía razón en parte;el color del comandante posiblementeprocediera del pantano, másexactamente, del tracto digestivo de suresidente más ocupado y feliz: elmosquito. Las guarniciones como la deCampechuela, situada cerca de aguasestancadas, sufrían un alto grado demortalidad[7].

Los propietarios abandonaban suspropias haciendas cuando éstas seencontraban en zonas especialmentepeligrosas. Preferían vivir en LaHabana, delegando el control de susdominios a administradores empleados.Esto condujo al olvido de las

guarniciones situadas en lugares de estascaracterísticas. El teniente Juan Mirandadirigía una pequeña fuerza a la que sehabía asignado la tarea de defenderConvenio de Vergara, una propiedadperteneciente a José Vergara. Mirandaprotestó amargamente, argumentandoque ni Vergara ni su administrador,Martín Estanga, estaban proporcionandoayuda a sus hombres. Los barracones,decía, eran dependencias para esclavos,viejas y casi en ruinas, que por nodisponer, no disponían ni de aguapotable. Miranda tenía que enviar lejosa sus hombres a por el preciado líquido,bajo el acoso de los francotiradores

cubanos, a los que comparaba condepredadores merodeando alrededor delas fuentes de agua en espera de unapresa sedienta. Las raciones que seenviaban a la guarnición desaparecíanpor el camino, supuestamente robadaspor los insurgentes, pero ¿era estocierto? Los hombres no recibían correoni información del mundo exterior, y nisiquiera les llegaba la paga del dueñode la plantación. Y además de todo esto,los principales edificios que debíandefender no se habían fortificadoadecuadamente y los hombres se sentíanbajo amenaza constante.

Vergara dio garantías de cumplir su

«promesa de realizar el pago en elfuturo, en cuanto pudiera», y corregir lasdeficiencias observadas. Pero, por elmomento, arguyó, carecía de fondos.Además, escribió, era muy probable queMiranda estuviese exagerando. Laverdad, en cualquier caso, era queVergara no tenía ni idea de lascondiciones en las que vivía laguarnición porque había delegado laadministración de su hacienda a MartínEstanga, cuyo trabajo era cuidar de laguarnición, como apuntaba Vergara. Ensu respuesta, Estanga objetó que él notenía ni la autoridad ni los fondos paramantener a las tropas. También acusó a

Miranda de dramatizar en exceso.Miranda, entretanto, se había ausentadodurante semanas de aquel peligroso ymiserable destino, así que tampoco teníamejores datos acerca de las condicionesen las que estaban trabajando sushombres. La realidad era que elEjército, el dueño de la plantación, eladministrador de la hacienda e inclusoel comandante local habían dado laespalda a los soldados. Lo únicoaceptable que hizo Miranda fue suplicara La Habana la evacuación de Conveniode Vergara, pero sólo consiguió que laguarnición quedara abandonada a supaulatino desgaste hasta que, en el otoño

de 1896, cuando sólo quedaban nuevehombres exánimes, evacuaron el lugar[8].

Prácticamente el mismo escenario sereprodujo en Ceiba Hueca, una pequeñaciudad costera cerca de Manzanillo.Ceiba Hueca debía de ser entonces unode los lugares menos saludables de todaCuba. Entre principios de junio y finalesde agosto de 1896, veintitrés hombresde una guarnición de treinta y unotuvieron que ser evacuados al hospitalde Manzanillo. Y, según su comandante,Marcelino Soler, los ocho hombres quepermanecieron allí sufrían fiebre yúlceras crónicas en las piernas. Nisiquiera estaban en condiciones de

cumplir con sus tareas más rutinarias, y,a veces, no podían ni levantarse parasalir al exterior a vomitar. «Lascalenturas», escribe Soler, «por más quese corten por medio de las píldoras ypurgas que se toman, siempre sereproducen, estando expuestos también aun enfriamiento de sangre o a un ataquede dolores reumáticos que nos dejenimposibilitados». Soler sospechaba,«según mi corto entendimiento», quetenía algo que ver con las aguasestancadas que rodeaban Ceiba Huecapor ambos lados. Al oeste, a sólo cienmetros, había un embalse de agua al quefluía todo tipo de porquería tras las

lluvias y que emitía un olor pestilente.«Desearía, en estos momentos»,concluía Soler «tener algunas nocionesde ciencia médica para exponer mejor asu respetable Autoridad lo perjudicialen la salud que es este punto». Pordesgracia, nadie comprendía bien lascausas de las enfermedades tropicales.De la descripción de los síntomas quehace el propio Soler, puede deducirseque sus hombres estaban afectados demalaria, pero, como ya hemos visto, eldescubrimiento del vector queprovocaba esta enfermedad se produjoun año después. Soler no podía hacermás que pedir el relevo y suplicar que

no se enviara a nadie más a CeibaHueca[9].

De hecho, el comandante de divisióna cargo de la zona de Manzanillo yahabía pedido permiso, en una cartafechada el 6 de junio de 1896, paraabandonar Ceiba Hueca entre otroslugares. Uno de ellos, conocido comoVicana, había sido en su momento unalocalidad importante, pero, con lallegada de la guerra, la presión de losinsurgentes hizo huir a casi todos sushabitantes a Media Luna, más fácil dedefender y que tenía su propia fuerza devoluntarios de cincuenta hombres,además de una guarnición española. En

consecuencia, el destacamento deVicana protegía un lugar habitado sólopor dos personas.

El intento de conservar lugares comoVicana y Ceiba Hueca no hacía otracosa que crear problemas deabastecimiento y malgastar hombres entareas escasamente rentables desde elpunto de vista militar. Incluso contandocon todos los recursos necesarios, susguarniciones no podían llevar a cabo sumisión, ya que proteger la caña plantadade los incendios provocados y defenderal mismo tiempo a la población rural eraimposible para fuerzas tan menguadas.De este modo, la decisión de Martínez

Campos de dispersar a sus hombres porla campiña no servía a sus propósitos;por el contrario —además de condenar asus soldados a un servicio insalubre einútil—, sólo consiguió quedarse sintropas suficientes para detener el avancede Gómez y Maceo en noviembre de1895.

Los críticos de Martínez Campostambién lo acusaban de no usareficazmente la trocha Júcaro-Morón, queno sólo no detuvo a los cubanos en sumovimiento hacia el oeste en 1895, sinoque causó más bajas por enfermedad queningún otro sector durante toda laguerra. En los extremos norte y sur, la

trocha atravesaba pantanos queresultaban letales para los soldadosespañoles. La pobre calidad de lasfortificaciones en toda la línea, antes desu reconstrucción en 1897, dejaba todaslas guarniciones expuestas a lasinsalubres «miasmas» y «airesnocturnos», eufemismos que se usabanpara referirse al origen de una serie deenfermedades que no se entendían. Encualquier caso, es fácil comprender porqué Martínez Campos intentaba defenderla línea Júcaro-Morón. En suexperiencia como veterano de la Guerrade los Diez Años, la trocha habíaservido para aislar a los cubanos en el

este y, en teoría, esta estrategia podíafuncionar de nuevo. Pero MartínezCampos no se daba cuenta de locomprometido y ruinoso que era en esemomento el estado de lasfortificaciones.

A principios del verano de 1895, lastropas cubanas atacaron la trochacortando los cables del telégrafo eincendiando los aislados y decrépitosfuertes de madera y barro, levantandolos raíles y las traviesas que en tiemposhabían servido como transporte rápidoen la línea y disparando al azar a losespañoles. Aquella absurda líneatrazada en la jungla por los españoles

hacía reír a los cubanos; todavía en1895, ni siquiera habían establecido unsistema de defensa adecuado. Losciviles cruzaban la trocha regularmentepara realizar sus negocios; de hecho,algunos vivían dentro del perímetrodefensivo de la propia trocha porque,entre 1878 y 1895, la gente —buscandoseguridad— había construido casas, y aveces incluso pueblos enteros, dentro desus límites. Durante los primeros mesesde la guerra, cientos de nuevos civilesse habían refugiado entre las tropas quedefendían la línea. En esas condiciones,era imposible organizar una defensaadecuada.

El 7 de noviembre de 1895, elgeneral José Aldave, responsable de ladefensa, pidió a sus hombres quedemolieran las casas colindantes o delinterior y evitaran que los civilescruzaran la línea. Sólo los civilesempleados directamente por el Ejércitoestaban autorizados a entrar. Aldavetambién estableció medidas deseguridad tan fundamentales como unoscontroles para detener y registrar a loscubanos que se aproximaran, puso fin ala práctica de dejar que los civilescruzaran la línea en grandes grupos yprohibió estrictamente los crucesnocturnos de cualquier tipo[10]. Era

demasiado tarde, no obstante, paraestablecer estos protocolos básicos. Enel curso de unas pocas semanas, losinsurgentes cubanos cruzaron confacilidad la trocha, que seguíacareciendo de un sistema defensivoeficaz. Mirando hacia atrás, podemospensar que Martínez Campos habríahecho mejor dejando desierta la trocha yconcentrando sus tropas en grupos másnumerosos, capaces de perseguir ydestruir, o al menos dispersar, lacolumna invasora cubana. Al menos,esto es lo que sus críticos dijeron mástarde que debía haber hecho. En aquelmomento, sin embargo, la estrategia de

reforzar la trocha parecía razonable y loque se le puede reprochar a MartínezCampos es que le faltaron laperspicacia, la iniciativa y los recursospara reconstruir y modernizar la trochacon celeridad suficiente para detener lainvasión.

En una decisión aún peor, MartínezCampos empezó a trasladar a algunos desus hombres en la dirección equivocada:había optado por desplazar fuerzas aloeste a principios de octubre de 1895,para proteger la mitad occidental de laprovincia de Santa Clara. Enconsecuencia, Maceo y Gómezencontraron desprotegidos los accesos a

la trocha. La única oposición españolaen Puerto Príncipe procedía de laspequeñas guarniciones que habíanquedado atrás, en la ruta de avance delEjército Libertador, y que sólo servíanpara ofrecer a los cubanos objetivos queatacar con esperanza de éxito. Una vezque los cubanos alcanzaron la trochapropiamente dicha, descubrieron que noera un obstáculo de importancia y que alotro lado se extendían kilómetros deterritorio indefenso entre ellos y lasfuerzas españolas de la Santa Claraoccidental y Matanzas. A medida queavanzaban hacia el oeste, la visión quetenían los cubanos de las tropas

españolas era la de un ejército confuso,vulnerable, e incluso en retirada.

Martínez Campos reconocía losproblemas creados por el despliegue desus tropas, tanto a lo largo de la trochacomo en cientos de guarniciones ymilicias, meses antes de que la invasióncubana hacia el oeste se hicieserealidad. El 8 de julio de 1895, en unacarta a Tomás Castellano, ministro deUltramar, Martínez Campos admitía queel principal problema estratégico paraEspaña era el requisito de proteger laspropiedades rurales, «que, por suespecialidad, por su diseminación, no seguarda nunca bien y es uno débil en

todas partes»[11]. Otros oficialesdestacados en Cuba también admitíanque la dispersión de las tropas enpequeñas guarniciones las debilitabaextraordinariamente[12] En cualquiercaso, creían que la calidad del soldadoespañol compensaría otras deficiencias.Los oficiales españoles intentabanconvencerse a sí mismos de que sushombres habían heredado la veteranía yel oficio de los antiguos tercios quehabían dominado Europa en el siglo XVI,conquistando la mitad del orbe. A losoficiales les gustaba alardear de que lossoldados españoles podían soportarcampañas más exigentes que los de

cualquier otro país[13]. El famoso ylacónico grito del soldado español anteel peligro —«no importa»—simbolizaba el coraje físico que sedecía típico de ellos y de los hombresde España en general. El prurito de lasuperioridad individual de losespañoles era más bien un cínico intentode disimular la ineptitud colectiva y lafalta de preparación de las unidades.Pero se trataba sólo de uno de los mitosdel nacionalismo español. Arraigado enun glorioso pasado de conquista y deresistencia a los invasores romanos,moros y franceses, el mito del varónespañol como «guerrero por naturaleza»

era un asunto recurrente en la historia, lapoesía, el teatro y la formación militar.

Sin embargo, la opinión de losoficiales era probablemente muy distintade la que los propios soldados tenían desí mismos. Estos últimos erananalfabetos casi todos y, con seguridad,sabían muy poco acerca de lastradiciones militares españolas.Además, ningún soldado quiere sufririnnecesariamente si puede vencer sinluchar. Si los soldados españoles eranduros y resignados, no era comoresultado de siglos de tradición militarni herencia genética, y, ciertamente,tampoco por elección. Por el contrario,

el deficiente liderazgo, la falta depreparación y el abandono de susoficiales los obligaba a ser la tropa mássufrida del mundo, una reputación quepreferirían no haber tenido.

Martínez Campos no era el hombreadecuado para Cuba. No se tratabasolamente de su escaso sentidoestratégico o de que los cubanos noconfiaran en el hombre que había urdidoel incumplido pacto de Zanjón de 1878.Este general no tenía cualidades para ladura lucha que imponía la guerra en lajungla; nunca las había tenido. El 19 demarzo de 1878, hacia el final de laGuerra de los Diez Años y en

cumplimiento de su primer mandatocomo capitán general en la isla, habíaescrito a Cánovas para clamar contrauna «guerra [que] no puede llamarsetal», donde el enemigo son gentesque«van desnudas o casi desnudas», quetienen «el sentido de las fieras» y queestán «acostumbradas a la vida salvaje».La guerra en Cuba no se parecía a nadaque Martínez Campos hubiera conocidoantes. No se trataba en absoluto deguerra, escribía, sino de «una caza en unclima mortífero para nosotros, en unterreno que nos es igual al desierto;nosotros sólo por excepciónencontramos comida, perjudicial; ellos,

hijos del país, comen lo suficiente dondenosotros no sabemos ni encontrar unboniato»[14]. En 1895, a MartínezCampos seguía sin gustarle Cuba, y aúnle gustaba menos el tipo de guerra quese le pedía que librara. En sucorrespondencia con Tomás Castellano,comentaba que la insurgencia cubana eraimparable, una nota de resignación quedebería haber sido motivo de su relevoinmediato. Es más, como ya hemosvisto, solicitó su relevoinfructuosamente tras Peralejo[15].

Martínez Campos percibíaclaramente que, para derrotar al EjércitoLibertador, era necesario actuar con el

mayor rigor contra los civiles queapoyaran la insurrección, pero esto eraalgo que no estaba dispuesto a hacer. El25 de julio de 1895, en una desesperadacarta a Cánovas escribe: «No puedo yo,representante de una nación culta, ser elprimero que dé el ejemplo de crueldad eintransigencia, debo esperar que ellosempiecen». El Ejército Libertadorcubano usaba todos los medios a sudisposición para atraer a los civiles a lacausa revolucionaria y castigaba aaquéllos que optaban por el bando malo.Aun así, no era suficiente para queMartínez Campos actuara con la firmezanecesaria. Intelectualmente, sabía lo que

había que hacer: «Podría reconcentrarlas familias de los campos en laspoblaciones», escribía, pero entonces«la miseria y el hambre seríanhorribles», una hambruna que, pensaba,España no podría aliviar. «Creo que notengo condiciones para el caso»,admitía: para realojar a los civiles,disparar a los cautivos, tomar comorehenes a los familiares de insurgentesconocidos y el resto de tareasdesagradables que se esperaba de uncomandante en lucha contra losinsurgentes en una guerra colonial. Sedaba cuenta de que el destino de Españaestaba en el aire, pero afirmaba que sus

valores morales se anteponían a todo,incluso a los intereses de la nación. Élmismo no se consideraba el hombreadecuado para llevar a buen puerto ladefensa de la colonia cubana. En esto, almenos, tenía toda la razón[16].

E

X

Mal tiempo y el mitodel machete

l día 15 de diciembre de 1895, loshombres de la columna de

invasión cubana se despertaron antes delamanecer, subieron a sus monturas y sepusieron en marcha de nuevo hacia eloeste. Los exhaustos caballos marchabanlentamente con la cabeza baja y unasensación de pavor flotaba en elambiente. El día anterior, habían dejado

atrás las montañas de Santa Clara yahora entraban en campo abierto entorno a Cienfuegos, donde el régimencolonial era fuerte y abundaban losleales a España. Uno de los ayudantesde Gómez bromeó diciendo que avanzarhacia el oeste en dirección a Matanzasera como ir a «cruzar los Pirineos y ameternos en España»[1]. Los hombres dela columna de oriente eran conscientesde que allí podían considerarseextranjeros. Gómez y Maceo planearoncruzar la región lo más deprisa posible yevitar el contacto con los españolessiempre que pudieran. El generalQuintín Bandera y sus mil soldados de

infantería tomaron una ruta por el sur,algo menos expuesta, para que los tresmil jinetes bajo el mando de Gómez,Maceo y el general Serafín Sánchezpudieran moverse con mayor libertad.Ninguno de ellos podía imaginar que, almediodía, la caballería cubana seencontraría en Mal Tiempo luchando —y venciendo— en la batalla másimportante de la guerra.

Alrededor de las diez de la mañana,la columna pasa por un ingenio y unaplantación llamada Santa Teresa. Maceova al frente, y Gómez y Serafín Sánchezmarchan en el centro, mientras cientosde mulas y sus guías los siguen en la

retaguardia. La minúscula guarnición deSanta Teresa se había refugiado en unode los sólidos edificios del ingenio y selimitaba a observar mientras loscubanos incendiaban la caña y reunían elganado. Unos hombres que seadelantaron a inspeccionar el terrenollevaron a dos jóvenes de la localidadante Gómez para que los interrogara.Tenían noticias de importancia: habíanvisto por la zona una fuerza española demil quinientas unidades de infantería almando del coronel Salvador Arizón,aparentemente ignorante de la presenciadel grueso del ejército cubano en lascercanías. Mejor aún, Arizón había

dividido sus fuerzas en tres columnaspara poder localizar con más facilidadal enemigo. Una de ellas, formada porunos trescientos hombres al mando delteniente coronel Rich había marchadopor la carretera de Palenque hacia MalTiempo y se dirigía al centro de lacolumna cubana. Con esta información,Gómez se apresuró a avanzar parainformar a Maceo y juntos idearon unatrampa. El plan requería que Maceo, enel flanco izquierdo, y Gómez, en elcentro, atacaran a la vez a ladesprevenida columna de Rich.Contando con su superioridad numéricay el elemento sorpresa, esperaban

aniquilar a la infantería española conuna carga a machete antes de que Richpudiera situarse en formación.

Sin embargo, el combate notranscurrió así. Los testimonios de lostestigos varían, pero parece que losexploradores de la avanzadilla cubana,en lugar de esperar, desmontaron ycomenzaran a disparar sobre la columnaespañola que se aproximaba. Estoeliminaba todo el elemento sorpresa,pero, con sólo trescientos hombres, Richcarecía de la potencia de fuegonecesaria para resistir el ataque de loscubanos. Además, su posición a lo largode una carretera que atravesaba los

bosques y los campos de caña lelimitaba la visión. Incluso armadas conrifles de repetición, las estrechas filasespañolas no podrían detener unarepentina carga de caballería quesurgiera de la maleza.

Cuando Gómez y Maceo oyen losdisparos esporádicos realizados por suavanzadilla, son conscientes de que supresa ha sido alertada del peligro. Noobstante, deciden seguir con el plan. Lostestimonios de varios testigos indicanque Gómez se encontraba al frente desus hombres, cargando precipitadamentesobre los españoles. Maceo,obstaculizado por un barranco y por un

tendido de alambre de espino, llegó mástarde y rodeó a los españoles por elflanco derecho. En teoría, los rifles derepetición de los españoles tendrían quehaber provocado estragos en lacaballería enemiga. Pero, por razonesque explicaremos más adelante, losespañoles eran tiradores muydeficientes. Los cubanos hicieron casoomiso a este fuego ineficaz eirrumpieron en las filas españolas, a lasque pasaron a machete en quinceminutos de dura lucha. Manuel PiedraMartel, un ayudante de Maceo querecibió tres heridas en Mal Tiempo,recordaba que los soldados españoles

habían perdido hasta el más mínimosentido de la disciplina. Algunos tiraronsus armas y echaron a correr, lo quesólo les valió para ofrece un mejorblanco a la caballería cubana y a susmachetes; otros se encogieronparalizados por el miedo, se pusieron arezar y cerraron los ojos ante laperspectiva de una muerte segura[2].Esteban Montejo, que también combatióen Mal Tiempo, relató después cómo ély sus camaradas acuchillaron a docenasde soldados españoles y dejaron en losbosques montones de cabezas cortadas,como testimonios macabros de laeficacia de sus machetes en el combate

cuerpo a cuerpo[3].

Batalla de Mal Tiempo, 15 de diciembre de1895.

El coronel Arizón apareció en mediode esta matanza al frente de una segundacolumna de infantería, intentando evitarel desastre total. Con su ayuda y con lallegada de refuerzos por ferrocarril, loque quedaba de las fuerzas de Rich pudoretirarse a una posición más defendible,mientras los cubanos se mantenían en elcampo de batalla. Los cubanos matarona sesenta y cinco soldados en MalTiempo e hirieron a otros cuarenta,según el coronel Arizón. Si atendemos alas fuentes cubanas, el Ejército

Libertador se hizo con diez milcartuchos de munición y numerososrifles, junto a las banderas y losarchivos del batallón Canarias, mientrasen sus filas contabilizaron sólo seisbajas y cuarenta y seis heridos[4].

Mal Tiempo fue una victoria clarade los insurgentes y un punto deinflexión en la guerra. Abrió el caminopara la invasión de Matanzas, LaHabana y Pinar del Río, donde elEjército Libertador empezó a hacerbuena la promesa de Gómez deinterrumpir las exportaciones de Cubaincendiando todo lo relacionado con laproducción comercial de azúcar y

tabaco. Martínez Campos, que habíaintentado defender a la vez muchoslugares aislados, dividiendo ysubdividiendo sus fuerzas para protegercada ciudad, plantación o ingenio,descubrió en Mal Tiempo que no habíareservado las fuerzas suficientes paradetener a los veloces cubanos en elcampo de batalla. Unos pocos díasdespués de los acontecimientos de MalTiempo, en un lugar llamado Coliseo,Martínez Campos lideró un ataque sobreuna parte de la columna de invasióncomandada por Maceo. Aunque elgeneral español hizo lo que pudo ese díay mantuvo su posición, carecía de los

recursos y de la confianza necesariospara perseguir a los cubanos después dela batalla. Un estado de ánimo sombríose apoderó del viejo general, y surelevo, que tanto había ansiado, se hizorealidad. Tras la batalla de Coliseo,Martínez Campos telegrafió a Madrid:«Mi fracaso no puede ser mayor.Enemigo me ha roto todas las líneas,columnas quedan atrasadas.Comunicaciones cortadas. No hayfuerzas entre enemigo y La Habana». Porculpa de Mal Tiempo y Coliseo,Martínez Campos acabó su carreramilitar con deshonra[5].

La batalla de Mal Tiempo ha sido

objeto de un gran interés popular enCuba, y con razón, ya que fue la mássignificativa de la guerra antes de lavictoria estadounidense en Santiago, enjulio de 1898. Pero el protagonismo deMal Tiempo ha ayudado a perpetuar unode los mitos más duraderos de la guerrade Cuba: el de que los cubanosderrotaron a la infantería españolausando sólo sus machetes. De hecho,tras la experiencia de Mal Tiempo yalguna más, Bernabé Boza, que sirviócomo ayudante de Gómez, escribía en1924 que «los históricos machetes delos cubanos» habían sembrado el terrorentre los españoles y que éstos huían

desesperadamente cuando escuchaban alas tropas cubanas gritar «al machete».Según Boza, los soldados españoles quehabían experimentado alguna vez unacarga de machete ya no podían olvidarel escalofriante sonido que esta armaproducía al cortar los cuellos[6]. Elaspecto icónico del machete, evidente enla expresión «los históricos machetes delos cubanos», se enquistó en la literaturacubana hasta el punto de que ciertosestudiosos han llegado a considerar elmachete como una especie de talismán,contra el cual poco podían hacer nisiquiera los más avanzados riflesespañoles[7]. Ramón Barquín, por

ejemplo, decía que los macheteroscubanos caían «como demonios sobrelos cuadros enemigos», y que éstos sevenían abajo ante la arremetida[8].

A los historiadores americanostambién les ha atraído el machete comosujeto histórico. Uno de los primerostestimonios en inglés obsequiaba a suaudiencia americana con excitantesvisiones de cargas a machete, en las quelos cubanos, «aullando como un millarde hienas», se estrellaban contra unamasa de indefensos infantesespañoles[9]. Philip Foner describe a loscubanos cayendo «de improviso sobre elenemigo, blandiendo en alto los

machetes desenfundados y cortando elaire con fieros mandobles», una visiónque, según Foner, paralizaba incluso alos mejores soldados españoles[10].Joseph Smith sugiere que el machete era«más letal que las balas del rifle másmoderno»[11]. En resumen, el machetevino a ser un rasgo distintivo de laosadía de los cubanos y de laincompetencia de los españoles.Herramienta de cortadores de caña y decampesinos, el machete era el armaomnipresente del insurrecto, un feticheque parecía tener el poder de parar lasbalas españolas, y el símbolo másreconocible de la Guerra de

Independencia cubana como una «guerradel pueblo».

En cualquier caso, aunque la idea deunos hombres ululantes blandiendomachetes a lomos de sus caballos yarrollando a la infantería española esuna imagen bélica persuasiva, cualquierpersona familiarizada con el armamentoy las tácticas militares reconocerá quehay algo que falla en esta visión. Por unlado, parece claro que los cubanosusaban el machete para muchos fines yque, en ciertas condiciones, era un armaformidable en el cuerpo a cuerpo; perola idea de que unos hombres a caballoarmados con machetes puedan derrotar a

la infantería en formación es pocoverosímil, e incluso insultante para lareputación de jefes militares comoMaceo y Gómez, que no eran taninsensatos como para mandar cargar asus hombres con machetes bajo unalluvia de fuego. De hecho, hay pruebasabundantes de que los cubanos losusaban sólo en circunstanciasespeciales, como en Mal Tiempo, y deque el arma principal en el campo debatalla era, como para los españoles, elrifle. Un examen del tipo de combateque se libraba en Cuba lo confirma.

En Peralejo, en Iguará, en todas lasbatallas importantes a excepción de Mal

Tiempo, los cubanos combatieron segúnun guión predefinido, donde el machetejugaba un papel poco importante. Comolos cubanos solían rehuir el combateabierto, eran los españoles los quetenían que buscar ese enfrentamiento enel terreno de los insurgentes, y esto erauna baza a favor de los cubanos. Usandosu red de espionaje, los comandantescubanos podían predecir con facilidadlos movimientos de las tropasespañolas: sus hombres adoptaban así laposición defensiva adecuada en lugareselevados, vados de ríos, caminosestrechos y senderos a través de lajungla, que preparaban con barricadas y

trincheras. Los españoles avanzaban aciegas hacia estas trampas porque notenían buenos mapas, y apenas recibíaninformación de primera mano sobre elterreno, pues disponían de pocos espíasrurales —no digamos ya de partidarios— y ninguna caballería para apoyar suavance. Los cubanos viajaban a caballo,pero normalmente desmontaban paradisparar sus rifles a cubierto sobre unainfantería española sorprendida encampo abierto. Si las cosas se poníanmal, los insurgentes tenían los caballospreparados para escapar al galope[12].

Los cubanos habían desarrolladoeste método de combate durante la

Guerra de los Diez Años. AdolfoJiménez Castellanos, un veteranoespañol de la guerra, recordaba que loscubanos usaban los caballos paramoverse rápidamente por el campo. Unavez en posición, sin embargo,emboscaban a los españoles a pie.«Toda su táctica», escribía JiménezCastellanos, «se reducía a hacer fuego,ocultos con los árboles o lasdesigualdades del terreno» pero «nitomaban la ofensiva al arma blanca niesperaban nuestros ataques a labayoneta», sino que preferían disparardesde la distancia a las filas enformación de la infantería española y

luego se retiraban antes de que losespañoles pudieran responder. Estastácticas explican la baja mortalidad enambos bandos durante la guerra[13].

Puede que los cubanos descubrieraneste sistema en la batalla de La Sacra,que tuvo lugar el 9 de noviembre de1873[14]. Un mes después, Gómez usó lamisma táctica en Palo Seco, su mayorvictoria en la Guerra de los Diez Años.La caballería de Gómez obligó a launidad de choque contrainsurgente, losCazadores de Valmaseda, a formar encuadro. Acto seguido, Gómez ordenó alos suyos desmontar y disparar a losespañoles desde detrás de una valla,

junto a la carretera[15]. En lugares comoéste, se preferían los rifles a la carga acaballo con los machetes; ésta resultabaútil al comienzo de un combate, ya queal cargar contra las columnas españolas,éstas adoptaban una formacióncompacta. Una vez que esto ocurría, elmachete dejaba de hacer falta, pero losespañoles ya eran vulnerables al fuegocertero de las tropas cubanasdesmontadas y a cubierto.

Antonio Maceo también era unmaestro en estas tácticas. El 4 deoctubre de 1895, José Escudero Rico,comandante del batallón Alcántara,abandona Bayamo con quinientos

ochenta españoles y raciones para cincodías. Su objetivo era marchardescribiendo un amplio círculo a travésde Baire, Jiguaní y otras ciudades entorno a Bayazo, para hacer sentir lapresencia española en una zona dondeAntonio Maceo estaba reclutandohombres con vistas a la próximainvasión del oeste. Maceo habíadispuesto una trinchera y una barricadaen la carretera que conducía a Baire y,cuando la columna de Escudero seaproximó, los cubanos abrieron fuegodesde detrás de la barricada y desdeposiciones elevadas y escondidas aambos lados de la carretera. El combate

duró menos de una hora y, finalmente,los españoles tomaron la trinchera apunta de bayoneta. Los cubanos habíantenido la prudencia de abandonar laposición antes de que se llegara alcombate cuerpo a cuerpo. Escuderosiguió avanzando y se encontró con lacaballería cubana, que cargó contra sucolumna de infantería varias veces sinacercarse demasiado y la expulsaron atiros antes de que pudiera causar ningúndaño. En cada una de estas ocasiones, lacolumna de Escudero tuvo que detenersey formar en un cuadro defensivo que eraobjetivo fácil para los cubanos. Elavance se ralentizó hasta que,

finalmente, los cubanos se retiraron a lasmontañas, perseguidos, por poco tiempoy sin mucha convicción, por los hombresde Escudero. En estas batallas ochoespañoles fueron heridos por disparosde rifle y uno murió a consecuencia delas heridas. Otros seis sufrieroncontusiones menores, pero ningunosintió el filo del machete. Las columnasespañolas gastaron 4.539 cartuchos demunición que produjeron «numerosasbajas» entre los cubanos segúnEscudero, que no tenía forma de saberlo.

Llegados a este punto, es necesariohacer una pausa para tratar brevementeacerca de la fiabilidad de las cifras de

bajas. Lo indeciso de los combates eraun tema delicado para los oficialesespañoles. Los «frentes» no avanzaban ynunca se ganaba terreno, al menos nodurante mucho tiempo, así que resultabacomplicado medir el éxito de uncombate. De ahí que se diese muchaimportancia al recuento de cadáveres, aligual que en la guerra de Vietnam, dondelas condiciones eran parecidas tambiénen otros aspectos. Por encima de todo,los oficiales españoles querían que larelación de bajas fuera lo más favorableposible, esto es, que el número decubanos muertos fuera alto en relación alos muertos españoles. Las promociones

y los incentivos económicos querecibían los oficiales dependían de quelas proporción entre el recuento decadáveres cubanos y las bajas propiasfuera favorable. Los detalles de lasmiles de escaramuzas se publicaban enel Boletín Oficial de la oficina delcapitán general en La Habana, para quetodos pudieran verlos. Por desgracia, lapresión para obtener cifras favorablesconvirtió a los oficiales en unosmentirosos que declaraban grandesbajas entre los cubanos a partir de«rastros de sangre» o de rumores quepropagaban los no combatientes. Peoraún, a veces calculaban las bajas

enemigas según los cartuchosdisparados. Por esta peculiar lógica, sise disparan miles de cartuchos contra lajungla, incluso a ciegas, a alguien sealcanzará al otro lado. Este juego deadivinanzas continuó durante toda laguerra e hizo que las estimacionesespañolas de las bajas cubanas fueranpeor que inútiles[16]. Por ejemplo, en elcaso que acabamos de ver, Escuderodescubrió los cuerpos de ocho cubanoscuando tomó la trinchera enemiga en elasalto a bayoneta, pero no podíaconocer el resto de bajas de loscubanos.

Estos también exageraban las

pérdidas españolas. Los insurgentesraramente podían aproximarse, y muchomenos entrar en contacto con lascolumnas de infantería españolas, por loque casi nunca tomaban las posicionesque atacaban. De esta forma, susestimaciones de las bajas enemigas sontan poco fiables como las de losespañoles. A veces informaban decientos de bajas españolas a partir delnúmero de camillas que veían susinformadores en ciudades españolas trasuna batalla. Incluso en el caso devictorias claras, los comandantescubanos tendían a exagerar. Después deMal Tiempo, por ejemplo, Antonio

Maceo sostenía que los españoles«dejaron sobre el campo 210cadáveres», cuando la cifra real eramucho más reducida, como hemosvisto[17]. Dada esta tendencia a inflar elnúmero de bajas enemigas, esconveniente, siempre que sea posible,utilizar las fuentes de cada bando paracuantificar bajas propias, que es lo quehe intentado hacer en este libro. Esteprocedimiento, por supuesto, no esperfecto, ya que ambos bandos tambiéntendían a subestimar sus propiaspérdidas, pero es más probable que nosacerque más a la verdad que otrosmétodos.

La infructuosa persecución deMaceo que hizo Escudero es unparadigma de lo que fue la guerra deCuba. Un oficial español recordaba queapenas llegó a ver al enemigo y, muchomenos, el filo de un machete, debido aque los cubanos disparaban siempre acubierto y huían cada vez que losespañoles estaban en condiciones deresponder[18]. No se trataba de batallasreales, y raramente surgía la oportunidadde un combate cuerpo a cuerpo con elmítico machete cubano. Esto ayuda aexplicar por qué ambos bandos sufrierontan pocas bajas en el campo debatalla[19]. Gómez describía esta táctica

de emboscada-huida en su diario. Suventaja, dice él mismo, consistía en quesus soldados, «ocultos siempre en lasmalezas y quebraduras que ofrece elterreno», hacían algunos disparos yescapaban a continuación a lomos de suscaballos. Esto era «lo que nuncapudieron hacer los españoles», no sóloporque iban a pie, sino porque elloseran siempre los atacantes y, en unaguerra como la librada en Cuba, «lasventajas resultan para el que espera, yno para el que avanza»[20].

Los españoles tenían ventaja en loque respecta a sus rifles. Españaequipaba a su infantería con el Mauser,

el mejor rifle del mundo porentonces[21]: un arma elegante queprecisaba menos entrenamiento ymantenimiento que diseños anteriores.El Mauser era un rifle de repetición quedisparaba balas revestidas de aceroniquelado, lo que aumentaba su poder depenetración. Frederick Funston, unestadounidense que luchó junto a loscubanos, casi muere al recibir undisparo de Mauser, pero la balaatravesó limpiamente su cuerpo y unárbol que había detrás, matando a uno desus camaradas cubanos[22]. El Mausertenía un alcance de más de doskilómetros, cuatro veces más que el

alcance efectivo del Remington, el armamás usada por los insurgentes. ElMauser era también más resistente a lahumedad y a la suciedad que pudieraentrar en la recámara. Además, al usarpólvora sin humo, no producía lasdensas nubes de otros sistemas másantiguos. Un individuo provisto de estaarma podía, por tanto, permaneceroculto y tener un mejor campo de visión.

Paradójicamente, en un aspectoimportante, esta superioridad hacía delMauser un arma menos eficaz que losviejos Remington, Springfield oWinchester que poseían los cubanos: aldisparar a tanta velocidad, producía

heridas más limpias, mientras que losrifles antiguos disparaban proyectilesque realizaban trayectorias erráticas ymortales dentro del cuerpo de lavíctima. Bernabé Boza llamaba a losMauser «armamento humanitario»porque producían heridas que «o matanen el acto o curan pronto»[23]. Por ello,la principal ventaja tecnológica deEspaña quedaba, al menos en parte,neutralizada. Esto sucedióespecialmente después de que loscubanos empezaran a usar balasexplosivas (dum-dum), que convertíanincluso a los viejos Winchester en armasextremadamente letales. Las balas

explosivas estaban ya prohibidas por lasconvenciones internacionales y su usoposterior por parte de los ingleses enSudáfrica nos puede parecer hoyreprobable, pero los cubanosreivindicaban su derecho a emplearcualquier medio —dinamita, fuego ybalas explosivas— para superar en elcampo de batalla a un enemigo quedisfrutaba de tantas ventajasmateriales[24].

Las tropas cubanas tenían reputaciónde ser buenos tiradores a pesar de loobsoleto de sus armas, y trataban susrifles con gran cuidado, como bienespreciados. Los oficiales inspeccionaban

las armas cada tres días para asegurarsede que estaban limpias y lubricadas[25].Hablando de los hombres y sus rifles,Gómez decía «se pasan horas enterasmanoseándolo, montándolo ydesmontándolo, apuntando con él a todolo que se les ocurre y, en fin, haciendotodo el día un ejercicio sui géneris».Opinaba incluso que practicabandemasiado y le preocupaban losaccidentes[26].

Entretanto y, por diferentes razones,los españoles usaban mal sus Mauser. Elrifle, a diferencia del mosquete, es unarma de fuego que se podría definircomo democrático-liberal: premia la

iniciativa y la habilidad del soldado dea pie. Los cubanos parecían adaptarsede manera instintiva al rifle y combatíanen formaciones dispersas,individualmente o en pequeños grupos.Usaban sus armas de forma que obteníande ella el máximo partido, apuntandocuidadosamente y disparando a supropia discreción. En cambio, losespañoles parecían estar esperandosiempre la orden de disparar, marchabany luchaban en líneas cerradas y encuadro, como mandaba la instrucciónrecibida, y disparaban en salvas,anulando la ventaja que les ofrecía lasuperior precisión del Mauser.

No obstante, no había nada en el«carácter» español, asumiendo que ésteexistiera, que les descalificara comotiradores. Como ya hemos visto, latendencia española a formar en cuadrosdefensivos tenía mucho que ver con eluso que hacían los cubanos de lacaballería. Si los españoles hubierantenido un número suficiente de unidadesde caballería para proteger a suinfantería, seguramente no habrían sidotan proclives a adoptar formacionesdefensivas en el campo de batalla. Lasformaciones cerradas, con la infanteríadisparando en salvas, ayudaba aneutralizar ciertos problemas que los

oficiales españoles tenían quesolucionar.

Por diferentes motivos, los soldadosde la infantería española tenían, dehecho, reputación de malos tiradores.Los españoles no estaban en generalfamiliarizados con las armas de fuego, adiferencia de los americanos, que, conla connivencia del Gobiernoestadounidense, los fabricantes de armasy la Asociación Nacional del Rifle,tenían una disposición casi natural parael uso de armas de fuego desde finalesdel siglo XIX. Los españoles sabíanpoco de armas y no las apreciaban en lamisma medida[27]. El Gobierno español

hizo lo que pudo para evitar ladiseminación de armas entre lapoblación, ya que tenía motivos paratemer que se usaran en los conflictosciviles, las revoluciones sociales, laviolencia industrial y en el separatismoregional cada vez mayor que vivía. Y apesar de lo frecuente de las guerrasciviles en el siglo XIX en España, elGobierno tuvo bastante éxito en esteaspecto.

Los soldados raramente practicabanel tiro con munición real, y no sólo porahorrar cartuchos. Los oficiales y elpropio Estado español simplemente nose fiaban de unos reclutas con las armas

cargadas. Los oficiales alemanesconfiaban en que incluso sus reclutassocialistas amaran al Kaiser, yentrenaban a sus soldados durante ochohoras al día permitiéndoles practicarcon munición real. Otros ejércitoseuropeos actuaban de forma parecida,pero los españoles, en cambio, apenaspracticaban. De hecho, la mayoría nuncallegaba a entrar en contacto ni siquieracon las armas. El Ejército sólosuministraba rifles a los soldadoscuando llegaban a Cuba y elentrenamiento consistía principalmenteen desfilar con las armas descargadas yrealizar la instrucción, y a veces ni

eso[28]. Incluso cuando marchaban haciasituaciones potencialmente peligrosas,mantenían los rifles sin munición hastaque comenzaban las hostilidades. Elmotivo era evitar los disparosaccidentales a los que eran tan dados lossoldados novatos, especialmente enejércitos de reclutas. Todo estoimplicaba que, aunque el Mauser eramás sencillo de manejar que los riflesmás antiguos, los soldados a menudocargaban los cartuchos a tientas, bajo elatronador fuego enemigo, y realizabansus primeros disparos ya en combatereal. Naturalmente, erraban el tiro. Dehecho, la decisión de introducir el

Mauser después de que empezara laguerra había obligado a los veteranos acambiar de sistema en mitad decampaña: hasta los tiradores másexperimentados tenían queacostumbrarse a él, como novatos.Todos estos inconvenientes seintentaban solucionar formando a loshombres en la anacrónica línea deinfantería para fines ofensivos y encuadro para fines defensivos. Losoficiales españoles ordenaban formar asus hombres y hacer fuego en descargascerradas usando el Mauser como sifuera un mosquete Brown Bess. Ésta,razonaban, era la única manera de

asegurarse de que sus hombresacertarían algún disparo[29].

Esas descargas tenían poco impactoen los tiradores cubanos que seocultaban en los bosques. De hecho,funcionaban mejor contra cargas decaballería con machete. En resumen, noresulta sorprendente que, en la mayoríade ocasiones, cuando los cubanosrealizaban ataques frontales a machete yla infantería española formaba encuadros defensivos, ésta sufriera grancantidad de bajas. En Coliseo, el 23 dediciembre de 1895, una semana despuésde los sucesos de Mal Tiempo, loscuadros españoles rechazaron tres

cargas a machete consecutivas, con loque la caballería cubana no logróacercarse a más de cincuenta metros[30].El 1 de febrero de 1896, en Paso Real,Maceo, quizá intentando revivir lagloria de Mal Tiempo, envió a dos milhombres contra novecientos soldados deinfantería españoles. Sin embargo, losespañoles se habían asentado en unamagnífica posición defensiva y causaron262 bajas en el enemigo por sólo 46propias[31]. Una semana después, en elpuente de Río Hondo, Maceo intentó denuevo una carga contra la infanteríaespañola. En esta ocasión no teníaalternativa, pues los españoles

amenazaban con tomar la ciudad de SanCristóbal, que Maceo necesitabaconservar. Al final, los cubanosperdieron a cien hombres y también laciudad. Las nuevas tropas de Pinar delRío —donde Maceo había estadoreclutando en enero de 1896— sufrieronpérdidas especialmente graves. De loscincuenta pinareños que realizaron lacarga, veinticinco fueron descabalgadosa tiros: fue una prueba de su valor, perotambién de su confianza excesiva en elmachete[32].

Dos ejemplos más de lo inútil deeste método: en uno se vio implicadoGómez y en el otro Maceo. El 8 de

octubre de 1896, Máximo Gómez lideróla carga de 479 hombres contra un grannúmero de infantes españoles al mandodel general Jiménez Castellanos en ElDesmayo. Frederick Funston, presenteen el acontecimiento, recordaba que loscubanos perdieron cerca de la mitad delos hombres implicados en la carga ytodos los caballos salvo a cien, mientrasel daño causado a la infantería españolafue mínimo. Una vez más, los Mauserdemostraron ser más mortales que loshombres armados con machetes[33]. El 1de mayo de 1896, en la batalla deCacarajícara, que tendremos ocasión deexaminar en detalle más adelante, las

tropas de Maceo combatieron desdeposiciones atrincheradas e infligieronmuchas bajas en la infantería españolaatacante. Un grupo de cubanos armadosúnicamente con machetes jugó un brevepapel en el combate: cabalgaron hastaestar cerca de la infantería españolablandiendo sus machetes, recibieron unasalva que mató a algunos, y se retiraron.Tal y como testimoniaba amargamenteuno de los veteranos españolespresentes en la batalla, «los macheterosmambises sólo se portan heroicamenteen sus batallas con lecheros yforrajeadores», pero «ante el empuje dela infantería española, el machete no

resulta»[34]. Por supuesto, ésta es unavaloración parcial de un enemigoacérrimo de la revolución cubana, perono era del todo incierta. Los españolesno sufrieron ni una sola herida demachete en Cacarajícara.

De hecho, cuanto más se observa laexperiencia real en el campo de batalladurante la guerra de Cuba, más se venalgunas cargas de machete comotremendos errores, amagos tácticos paraforzar a los españoles a formar encuadro, o actos de desesperación frutode la carencia de munición y de lanecesidad de proteger lo propioretrasando el avance de las tropas

enemigas. La carga con machete,definitivamente, no era la primeraopción táctica.

Hay pruebas médicas de informes debatalla españoles y de hospitales queofrecen más evidencias acerca de cómose combatía en Cuba. Por ejemplo, comohemos mencionado antes, ningúnsoldado español sufrió heridas demachete ni otro tipo de corte enCacarajícara, mientras que cuarenta ynueve resultaron heridos de rifle y unopor perdigones de escopeta. Unos pocosmeses más tarde, en junio, en la batallade Loma del Gato donde cayó elhermano de Antonio Maceo, José,

murieron dos soldados españoles ytreinta y cuatro resultaron heridos, perosólo dos de ellos por machete. El 4 deoctubre de 1896, en la batalla de Cejadel Negro, los españoles perdieron atreinta hombres, mientras que ochenta ycuatro resultaron heridos, todos pordisparos de rifle. Las balas explosivasles causaron terribles daños en estabatalla, pero ni una sola baja fue pormachete[35].

Los datos publicados por losprincipales hospitales durante 1896muestran que, de los 4.187 hombres alos que trataron sus heridas, sólo eltrece por ciento eran de machete. Los

disparos de rifle eran los causantes delsetenta por ciento de las heridas[36].Otros datos más detallados de ciertoshospitales y clínicas refuerzan loexpuesto en el material publicado.Según sus registros, el hospital de LaHabana trató a 776 soldados heridos en1896: sólo quince habían sidoacuchillados o habían recibido cortes demachete, mientras que 740 hombres (elnoventa y cinco por ciento) habían sidovíctimas de disparos (véase la tabla 2).

Un informe distinto de las heridastratadas en diferentes hospitales yclínicas en torno a La Habana, desdefebrero a junio de 1896, indica que 320

hombres fueron tratados de sus heridas,286 de ellos a causa de fuego de rifle ysólo trece por machete. En el mes defebrero de 1897, 242 españoles fueronheridos por disparo de rifle en todaCuba, de los que 88 murieron. Ochohombres sufrieron heridas de machete enel mismo mes, y de ellos murieron tres.Los datos de otros catorce hospitales dediferentes partes de Cuba en distintosperiodos de la guerra, indican que elochenta y ocho por ciento de las heridasfueron causadas por disparos de rifle ymenos del siete por ciento porinstrumentos cortantes de cualquiertipo[37]. Hay registros detallados de los

tres principales hospitales de orientedurante el año 1895 que apoyan lamisma conclusión (véase la tabla 3).

Los informes de bajas mensualesrealizados por cada una de las unidadesconfirman la información de loshospitales y clínicas: el machete apenasse utilizó en combate. Por ejemplo, en elmes de marzo de 1897, los informesprocedentes de toda Cuba indican que496 hombres resultaron muertos oheridos por rifle y solamente treinta pormachetes[38].

Lo que no reflejan los datos es laimpresión subjetiva de las heridas. Lamayor parte de ellas no eran mortales y,de hecho, pocas lo suficientementegraves como para enviar al herido acasa. Las heridas de machete, enconcreto, solían ser insignificantes y aveces se las causaba el propio soldado,ya que los españoles también losllevaban, si no para el combate, sí paraabrir caminos en la jungla. Los cortesaccidentales durante esta tarea eranbastante frecuentes. Los médicosclasificaban la mayoría de estos cortescomo leves y normalmente no requeríanotro tratamiento que su vendaje in situ.

Las heridas por escopeta, por otro lado,eran clasificadas como graves conmayor frecuencia. De los datos médicostambién se deduce que muchas de estasheridas por corte o punción,especialmente las mortales, seproducían después de que los individuoshubieran sido alcanzados por disparos,haciéndose así más vulnerables a unataque con machete. En muchos casos,éste simplemente habría dado el golpede gracia.

Pero hay que decir que, siempre quelos machetes entraban en juego, existíala posibilidad de que se produjeranheridas terribles. Los cirujanos del

hospital militar de Manzanillo fuerontestigos de un paciente con diez heridasde machete, seis en las manos yantebrazos, lo que indicaba el intento dedefenderse de los golpes, tres en laespalda que indicaban la huida, y unamortal que le abrió el cráneo. Estosmismos médicos trataron a otro hombrecon una mano colgándole del brazo poruna delgada tira de piel. Otro hombrellegó al hospital de Sagua la Grande concortes tan terribles que los doctorestuvieron que intentar volver a meterlelos pulmones en la caja torácica y partedel cerebro en el cráneo, antes detratarle las heridas del cuello, la cara y

los brazos. Evidentemente, nosobrevivió mucho tiempo. La visión deestas heridas sin duda tenía queimpresionar a los nuevos reclutas, y esposible que un ataque con machetedesmoralizara a las tropas españolas demanera difícilmente recuperable[39]. Noobstante, todos los datos disponiblesapuntan en la misma dirección: el rifle, yno el machete, fue el arma másimportante de los cubanos. Asimismo,debido a que los cubanos usabanfrecuentemente balas explosivas, lasheridas causadas por un rifle cubanopodía ser tan horripilantes como las delmachete y, generalmente, mortales más a

menudo.¿Cómo, entonces, se explican los

sucesos de Mal Tiempo? Maceo yGómez optaron por atacar con machetesen Mal Tiempo por tres motivos.Primero, porque el coronel Arizón habíacreado una situación que permitía que elmachete fuera eficaz. Como hemos visto,Arizón tenía a su disposición milquinientos hombres para enfrentarse alos tres mil de la columna invasora, ydividió su pequeño ejército en trescolumnas a pesar de la superioridadenemiga. A continuación, envió a la máspequeña de estas columnas, al mandodel coronel Rich, para que marchara a

través del bosque, por un sendero que nohabía sido reconocido previamente.

Estos errores estaban provocadospor la ignorancia. Los oficiales nocreían que los cubanos, a quienesdenominaban colectivamente «Pancho»,fueran enemigo para los soldadosespañoles[40]. Esta falta de respeto haciaquienes otro oficial llamaba la «chusmamiserable e indisciplinada» del EjércitoLibertador cubano posiblementecontribuyó a la decisión de Arizón defrAGMentar su columna[41]. Además, aArizón, como al resto de los oficialesespañoles, le exasperaba la falta decombate «real» en Cuba. Los cubanos se

habían especializado en rehuir elcombate para poder concentrarse en suobjetivo principal, que eran laspropiedades. El humo de los campos decaña, ingenios, trenes descarrilados yciudades en llamas indicaba a losespañoles dónde se encontraban losinsurgentes, pero éstos iban a caballo ylos españoles a pie, con lo cual nisiquiera era factible hablar depersecución. Esta frustrante situaciónhizo a los oficiales españoles proclivesa arriesgar la vida de sus hombres conla esperanza de atraer a los cubanos a uncombate frontal. De ahí que MartínezCampos y Santocildes tomaran la

arriesgada decisión previa a la batallade Peralejo, y que Arizón dividiera entres su ya poco adecuada columna enMal Tiempo. Arizón esperaba que loscubanos se enfrentaran a una parte desus fuerzas, lo que le daría el tiemponecesario para atacar con las otras dos yforzar un encuentro general y decisivo.La primera parte del plan funcionó: loscubanos atacaron. Pero, con unaabrumadora superioridad, el machete seconvertía en un arma mortal, y la batallaacabó antes de que Arizón pudierareaccionar[42].

Un segundo factor que ayuda aexplicar cómo se desarrolló la batalla

de Mal Tiempo es el hecho de que loscubanos andaban escasos de municióndespués de defender los altos deManacal algunos días antes. Segúnciertas fuentes, Gómez habíaconsiderado incluso la posibilidad deretrasar la invasión del oeste debido a lafalta de cartuchos, y ésta sólo semantuvo porque se impuso la opinión deMaceo. Esta descripción de un Gómezcauto resulta difícil de creer porque nova con su carácter, pero, aun así, sepuede decir que tanto Maceo comoGómez se preocuparon por ahorrar todala munición posible a medida queavanzaban por la zona de Santa Clara,

en Cienfuegos. Al mismo tiempo, eranbien conscientes de que detrás de lapequeña fuerza de Rich había más de unmillar de soldados españoles y que unabatalla larga y acotada en el terrenohubiera sido desastrosa. Todas estaspreocupaciones ayudan a explicar laorden que dio Gómez a los hombresencargados de explorar el terreno paraque evitaran alertar a la columna deRich con sus rifles y cargaran con losmachetes al primer contacto. Como yahemos visto, la orden fue desobedecida,quizá por lo extraña que resultaba. Lascargas sólo con machete contra lainfantería española no eran en absoluto

comunes[43].La tercera razón por la que Gómez

decidió ordenar ese ataque fue suconocimiento de que una parte de lacolumna de Rich estaba formada porreclutas sin formación y queposiblemente no resistirían una carga dehombres montados blandiendo elmachete; y esto es exactamente lo queocurrió. El ataque principal se realizódirectamente sobre dos compañías dereclutas inexpertos y, cuando éstos sevolvieron para huir, algunos de losveteranos del batallón Canarias hicieronlo mismo. Hubo hombres que ni siquieratuvieron tiempo de cargar sus Mauser.

Otros lo hicieron pero, como carecíande la instrucción adecuada, dispararondemasiado alto. La caballería cubana seencontró entre ellos antes de que sepercataran de lo que estaba ocurriendo.El combate ya estaba decidido. En MalTiempo, el machete vivió su momentode gloria, pero la batalla fue productode una serie de errores y circunstanciasque nunca volverían a repetirse.

A finales de diciembre de 1895,pese a la repercusión de la derrota deArizón, Martínez Campos seguíacometiendo el mismo error. Empeñadocomo estaba en proteger las propiedadesa toda costa, ordenó a sus comandantes

que dividieran sus fuerzas y queoperasen «por compañías protegiendoingenios», en lugar de unirlas paraenfrentarse a la columna de invasióncubana[44]. Durante la semana siguiente,Maceo y Gómez hicieron pagar a losespañoles esta disposición de las tropasatacando plantaciones y pequeñasciudades cuyas guarniciones erandemasiado débiles como para montaruna defensa adecuada. Por regla general,los cubanos tenían éxito, pero nosiempre. El 23 de diciembre, lacaballería cubana se encontró enColiseo con fuerzas españolas al mandode Martínez Campos. Los insurgentes ya

se habían enfrentado a esta guarnición y,en consecuencia, su munición volvía aescasear, así que decidieron intentarotra carga con machetes. Esta vez, noobstante, la infantería española mantuvosus posiciones y causó enormes bajasentre los cubanos[45]. En La Habana, lagente pensó que finalmente MartínezCampos había hecho algo para detenerla invasión, pero lo cierto es que elviejo general no aprovechó esta ventajay, a renglón seguido, cometió uno de losmayores errores de su carrera.

Gómez y Maceo se habían retiradodel campo de batalla, aparentementepara que sus hombres se recuperaran de

las heridas y retroceder de nuevo aleste, pero se trataba sólo de unaartimaña. Y Martínez Campos mordió elanzuelo: viendo que los cubanosretrocedían hacia Cienfuegos, envió amiles de soldados por tren y barcos devapor para bloquearles mientras volvíana su seguro territorio oriental. Pero, trascuatro días de «retirada», los cubanosvolvieron sobre sus pasos en dirección aLa Habana. La carretera hacia el oestehabía quedado expedita de tropasespañolas por la decisión de MartínezCampos. En Mal Tiempo, Gómez yMaceo le habían derrotado. TrasColiseo, habían sido de nuevo más listos

que él y consiguieron engañarle para quedejara el oeste cubano abierto a lainvasión[46].

L

XI

La invasión del oestea guerra llegó a Sabanilla, unapequeña localidad en la provincia

de Matanzas, el 22 de enero de 1896.Luisa, una joven recién casada residenteen esta localidad, escribe a su madre yle narra los acontecimientos: a las ochoy media de la mañana, una banda deinsurgentes llega cabalgando a la ciudadentre gritos de «Viva Cuba libre» ysorprende a Luisa en su quehacermatutino. Su marido, Vijil, junto a otros

cuarenta voluntarios pro españoles,corre a la iglesia que hace las veces dearsenal de la ciudad. Los insurgentes, alcomprobar que tomar la iglesia no es tansencillo, se dedican a saquear la ciudad,«quemándose once o doce casas»; luego«robaron todo cuanto pudieron», enespecial comida, medicinas, ropa decama y prendas de vestir, artículossiempre escasos en el EjércitoLibertador. Los soldados entran a lafuerza en casa de Luisa y, aunque a ellano le ocurre nada, le roban todas susposesiones. Cuando todo hubo acabado,a Luisa sólo le queda la ropa quellevaba puesta y tres monedas que ha

conseguido poner a buen recaudo. Loshombres se habían llevado incluso sumáquina de coser, un trofeo codiciadopor los integrantes del EjércitoLibertador, que a menudo iban vestidoscon harapos y sacos agujereados a faltade medios con los que hacer ropa oarreglar la que tenían. Sin embargo, loque más horrorizó a Luisa fue lapresencia de aproximadamente uncentenar de negros armados conmachetes que seguían a los invasorespara aprovecharse del caos y robar todolo posible. Algunos negros de la ciudady de las zonas rurales cercanas seunieron también a la turbamulta[1].

Como muchos otros cubanos, Luisatemía a los negros, especialmente sillevaban machetes. Algunosrepublicanos propagaban la idea deCuba como un paraíso de armoníaracial, pero esto no era más que unsueño. La brecha que separaba a negrosy blancos en Cuba en el siglo XIX hasido investigada por diferenteshistoriadores, que han constatado queera mayor de lo que las versionesconvencionales del movimiento deliberación cubano han reconocido nunca.Se suponía que la «guerra de redención»acabaría en una comunidad nacionalarmoniosa para todos, pero no tenía la

fuerza suficiente para lograrlo. Losrepublicanos denunciaban el racismo ylas diferencias sociales con las que seemparejaba, pero no estaba en susmanos erradicar esto de la noche a lamañana.

El racismo también ayuda a entenderpor qué quienes acabaron sufriendo másen el combate de Sabanilla fueron lospropios «alborotadores» negros locales.El Ejército Libertador mató a dosvoluntarios pro españoles y a un civildesarmado e hirió a dos guardiasciviles. Luisa pensó que los defensoresde la ciudad matarían y herirían a su veza varios rebeldes, pero lo que más

recordaba, sin embargo, era ver cómomataban a ocho «negros locales» justoenfrente de su casa, una vez finalizado elcombate. De esta forma, una vez que losrebeldes se hubieron retirado, losblancos volvieron a imponer el ordenracial propio de la Cuba colonial. Comoocurría frecuentemente, el EjércitoLibertador había pasado demasiadodeprisa, dejando indefensos a susaliados locales, en especial a losnegros.

En los días que siguieron a laretirada de los cubanos, las tropas y losingenieros españoles llegaron aSabanilla para construir fortificaciones

que evitaran nuevos acontecimientoscomo los del 22 de enero. Pero loshabitantes blancos de la localidad deSabanilla habían perdido la confianza.«Se han ido muchas familias paraMatanzas», escribía Luisa, «Hoy lascalles están desiertas [y] pordondequiera se ve la miseria». Laspersonas con medios para huir aciudades más grandes ya lo habíanhecho; sólo los pobres permanecíanviviendo en condiciones terribles,refugiados tras las nuevasfortificaciones y aislados del mundo. Laescasez de comida fue un problemainmediato: los que, huyendo de la

pobreza, se dirigieron a Matanzas, quefueron muchos, no tuvieron mejor suerte,ya que esta ciudad era uno de los centrosde refugiados más peligrosos de Cuba,como veremos más adelante.

A Luisa, la experiencia la hizo temerpor su madre y el resto de su familia, ypidió a su madre que ocultara a suhermano pequeño para evitar que algunode los dos bandos lo alistara, y que, entodo caso, lo vistiera con harapos y lomontara un jamelgo con silla vieja paraque, si era detenido, pasara por pobre.Como en todas las guerras «del pueblo»,muchas personas, quizá la mayoría,trataba de mantenerse al margen, como

hizo esta mujer.A Luisa le avergonzaba aconsejar de

esta manera a su madre y a su familia.Opinaba que era su deber y el de suhermano servir a la monarquía españolacontra los rebeldes, a los queconsideraba bandidos. Estaba orgullosadel papel de su marido Vijil con losvoluntarios en la lucha contra losinsurgentes que llegaron a Sabanilla. Noobstante, advertía de que «a los queestén en el campo no les conviene servoluntarios, porque los insurrectos lestienen mucho odio a los voluntarios».De hecho, aconsejaba esconder lasarmas y los viejos uniformes para evitar

ser relacionados con el régimenespañol. Es posible que el EjércitoLibertador cubano no pudiera conservarSabanilla mucho tiempo, pero habíacreado una impresión indeleble en Luisay otras personas como ella, extendiendoel miedo y la división entre loselementos pro españoles y obligándolosa disimular su propia condición paracapear la tormenta de la guerra. Sembrarel terror en los corazones de los civileses una de las metas fundamentales detoda guerra de guerrillas, y el éxito de lainsurgencia cubana en lugares comoSabanilla era una condición previaimportante para la victoria.

Resulta difícil saber lo habitual queera el caso de Luisa, pero losacontecimientos de Sabanilla formanparte de un patrón que quedó definido aprincipios de 1896. El 4 de enero,dieciocho días después del asalto aSabanilla, la caballería de Maceo atacóla ciudad de Guira de Melena, en laprovincia de La Habana, galopando deun lado a otro por las calles desiertas,blandiendo sus machetes y gritando«Viva Cuba libre» en medio delsilencio[2]. En algunos ingenios cercanoscomo Mi Rosa y San Martirio, lasdemostraciones de este tipo habíanbastado para desencadenar

celebraciones entusiastas. Loscortadores de caña y los trabajadores delos ingenios, en su mayoría afrocubanos,ondearon banderas improvisadas,cantaron el himno cubano y brindaronpor el Ejército Libertador. Algunos seunieron a la insurrección. Guira deMelena, en cualquier caso, era unaciudad importante, con una guarniciónde voluntarios pro españoles decididosa defender el lugar. Sus habitantes, enconsecuencia, tenían que ser cautos ycomparar, en silencio y detrás de susventanas, el número de tropas cubanas yel de los hombres que conformaban laguarnición para calcular las

posibilidades de ambos bandos antes deelegir el suyo.

De hecho, el 4 de enero Gómez yMaceo disponían de casi cuatro milhombres cerca de Guira de Melena, perosólo unos pocos escuadrones decaballería se vieron involucrados en elasalto inicial. En primer lugar, sedirigieron a toda prisa hacia laestructura más importante, la iglesia dela ciudad, construida con piedra ymampostería. La defensa de la ciudadtendría que realizarse obligatoriamenteallí. Los voluntarios locales ya la habíanocupado y dispararon a los jinetescubanos según pasaban, hiriendo a un

teniente del tercer escuadrón. Pero loscubanos seguían avanzando, pues noquerían gastar su escasa munición con unasedio. Detenerse sólo habría servidopara quedar expuestos en un lugarvulnerable a un contraataque de lasfuerzas regulares españolas, ya queGuira de Melena se encontraba tan sóloa treinta y dos kilómetros de La Habanay en una región fuertemente defendidapor los españoles. Lo que los cubanosquerían era comida, ropa, armas,munición y más reclutas, y lo queríanrápido. Así pues, pasaron por alto a loshombres parapetados en la iglesia ycomenzaron a entrar casa por casa,

sacando a la gente a medida que máshombres de Maceo se adentraban en laciudad.

En este punto, mientras sus hogareseran saqueados y los hombres de lamilicia permanecían escondidos en laiglesia sin hacer nada para ayudarlos,los habitantes de Guira de Melenahicieron su elección. Algunoscomenzaron a cantar el himno nacionalrepublicano y otros corearon «VivaCuba libre». La milicia de la iglesia sedio cuenta de que todo había terminadoy se rindió. Por desgracia para la gentede Guira de Melena, su manifestaciónpatriótica había llegado demasiado tarde

para contentar a Maceo. Sus hombressaquearon la ciudad con ayuda dealgunos de sus habitantes y le prendieronfuego, tal y como Maceo había ordenadohacer con las localidades que opusieranresistencia. Las leyes revolucionariasexigían la pena de muerte para loscubanos que colaboraran con España, demodo que se llevaron a los milicianoscapturados fuera de la ciudad y los«liberaron» al día siguiente, aunque noestá claro en qué consistió talliberación.

La historia de Luisa acerca deSabanilla y la versión cubana del ataquea Guira de Melena ilustran una serie de

aspectos importantes relativos a laguerra de Cuba. Por encima de todo, nosrecuerdan que debemos ser escépticos alcontemplar la Guerra de Independenciacubana como la guerra «mayoritaria»que han imaginado algunos historiadorescomo Roig de Leuchsenring. De hecho,aunque resulte imposible de determinar,es muy probable que muchos cubanosadoptasen la posición de Luisa. Merecela pena recordar que cuarenta milcubanos —menos del tres por ciento dela población de la isla— se enrolaronrealmente en el Ejército Libertador yque muchos lo hicieron cuando elconflicto veía su fin, cuando los

españoles redujeron su actividad bélica.Entretanto, como ya hemos visto, almenos este número de cubanos (otrasfuentes afirman que fueron sesenta mil)servían bajo la bandera de España,aunque esta cifra incluye a los hombresde las milicias urbanas y a otros quenunca llegaron a entrar en combate. Encualquier caso, la llegada de losorientales de Maceo al occidente no seprodujo en un único acto de«liberación», sino como un encuentrocomplejo caracterizado por elcolaboracionismo, la resistencia y losintentos de parecer neutrales.

La gente de la Cuba occidental

respondió de forma diversa a lainvasión de los orientales. En general,los residentes de zonas rurales(cortadores de caña, pequeños granjerosy trabajadores ocasionales) eran los máspropensos a recibir a las tropas cubanascomo libertadores, o incluso a unirse aellas. Por el contrario, los habitantes delas ciudades tendían a verlos comoextranjeros del este que hablaban undialecto diferente y se comportaban deforma extraña. También había unadivisión racial: los blancos eran másproclives a oponerse a la fuerzainvasora y los negros a unirse a ella. Encualquier caso, la incidencia de la

resistencia y de la adaptación a lainvasión no obedecía estrictamente aestas categorías sociológicas. Algunosblancos lucharon por España, algunoscampesinos huyeron de los insurgentes yhubo jóvenes blancos de las ciudadesque acudieron a la manigua para unirseal Ejército Libertador en busca deaventuras. Los cubanos reaccionaronante la revolución de una forma inciertay según las condiciones locales, laproximidad de las fuerzas españolas, lafuerza de los insurgentes y otrosfactores.

Por supuesto, resulta imposiblesaber si el caso de Luisa era o no

representativo, pero su historia nosrecuerda que es necesario cuestionar elpapel asignado a las mujeres cubanas endeterminada literatura de cortepatriótico. Según José Miró, cuandoGómez reunió a sus fuerzas en octubre ynoviembre en oriente, las mujeres de allíles dieron una bienvenida entusiasta.Fue el «periodo más hermoso de laRevolución, el de la fe ciega yvictoriosa», en el que todos los civilesparecían apoyar la causa con unpatriotismo desenfrenado. «Todo esgrande y poético en esa fecha», continúaMiró, «por la intervención de la mujerque, transfigurada por el amor a la patria

aparece como un emblema de gloria,infunde su alma pasional al militante y[…] muéstranse orgullosas de que a lossuyos les haya tocado en suerte ir con elcaudillo oriental a realizar la conquistade los dominios españoles en el remotooccidente»[3]. Una vez que la invasiónlogró su objetivo y Maceo habíaconquistado gran parte de Pinar del Río,las mujeres aquí también apoyaron larevolución, y algunas incluso«empuñaron las armas, y tomaron parteen reñidísimos combates», hombro conhombro con las tropas de Maceo, segúnun veterano[4]. Los periódicosestadounidenses —nunca demasiado

atentos a la realidad— incluso narrabancómo hubo compañías de amazonas queasaltaban las filas de la infanteríaespañola machete en mano[5]. En estaversión de los acontecimientos estáclara la relación entre las mujeres quese unían al combate y la llegada a laedad adulta de la nación cubana. Elpoder de la revolución era la emanaciónde un sentimiento de «cubanidad»totalmente desarrollado, «cubanidad»que era en sí misma el producto demuchos años de lucha colectiva y quehabía llegado a afectar a la concienciade la mayoría de los civiles de ambossexos[6].

Como todos los mitos, éste reflejaparte de lo que realmente sucedió. Laimagen de la mujer en armas es uno delos símbolos patrióticos másreverenciados. Según la lógica delpatriotismo, si las mujeres combatensignifica que se trata de una guerrapopular, una guerra nacional. Enconsecuencia, los patriotas hacen uso dela imagen de la mujer armada y de lamujer dura que orgullosamente envía asus familiares varones al frente comouna forma de reafirmar su derecho ahablar por el pueblo. El único problemade este tipo de retórica, en el caso de laguerra de Cuba (como en la mayor parte

de ellas), es que apenas existenevidencias que la apoyen. Las mujeresno aparecen en las listas dereclutamiento del Ejército, en las listasde heridos o muertos, ni en ningún otrotipo de documento que refleje larealidad del campo de batalla. Loscasos de mujeres como Adela Azcuiz,que ayudó a curar a los hombres de laPrimera Compañía del batallón Oriente,o de Luz Noriega, que trabajó con sumarido, el doctor José Hernández, sonnotables y famosos, pero norepresentativos[7]. Tampoco vemos amujeres acudiendo con sus familias alterritorio controlado por los cubanos,

sino más bien todo lo contrario. Lamayor parte de ellas huía de la columnainvasora hacia las ciudades españolas, yde ahí que hubiera tantas mujeres yniños entre los refugiados. Las mujereshuían de la guerra. No es una conclusiónsorprendente, pero es necesariodestacarla a la vista del énfasis queMiró, Souza y otros hacen del «ardorunánime» del pueblo cubano por laliberación[8].

Las excepciones, por su notoriedad,sólo sirven para que resalte la verdadgeneral. Paulina González era una deestas excepciones. Se alistó en elEjército cubano y llegó a ser teniente,

convirtiéndose en una celebridad yluchando junto a su marido, el capitánRafael González, cerca de Santa Clara.Cuando llegó a oídos de Máximo Gómezla noticia de su existencia, el hombre semostró escandalizado y ordenó que semantuviera a ésta y a otras mujeres lejosde las zonas de combate. Esto no habríaocurrido si casos como los de PaulinaGonzález hubieran sido realmente muycomunes. Es más, no está del todo clarosi Paulina luchaba por un sentimientonacionalista o por otros más personales,como el de permanecer cerca de sumarido[9].

Según el historiador cubano Antonio

Núñez Jiménez, el uso de la palabra«cubano/a» data del segundo tercio delsiglo XIX[10]. El neologismo describía unnuevo fenómeno que Louis Pérez Jr.analiza en el libro On Becoming Cuban.Pero la emergencia de una nuevaidentidad entre las elites cubanas de esteperiodo es una cosa, y el nacionalismode las masas es algo completamentediferente. Para la mayor parte de loscubanos fue la propia guerra —e inclusolos acontecimientos posteriores a laguerra, como el conflicto con EstadosUnidos— la que agudizó su identidadcubana. En consecuencia, no debesorprendernos que las masas cubanas no

se movilizaran bajo la bandera de lalibertad nacional entre 1895 y 1896[11].

El sentimiento nacional es unacuestión resbaladiza que no se puedecomprender sólo con explicaciones quehagan un énfasis excesivo en causaseconómicas y sociales. Como la clasesocial, la pertenencia étnica o cualquierotra construcción ideológica, elnacionalismo es evanescente yrelacional, y va y viene como respuestaa circunstacias y acontecimientosinmediatos. No es una visita que aparecede vez en cuando en la vida de unapersona, y que se queda fija cuando éstase vuelve «moderna» y se integra

«objetivamente» en un Estado nacional oeconómico. Además, el nacionalismo esuna competición permanente con otrasidentidades. Por ejemplo, los cubanospueden sentirse trabajadores, mujeres,hispanos, negros, mulatos, caribeños,orientales y cubanos al mismo tiempo, osólo una de estas cosas, según elcontexto en el que se encuentren. Unaforma mejor de entender el nacionalismocubano en el siglo XIX es contemplarloen relación a los acontecimientosinmediatos, y no simplemente como unproducto a largo plazo e inamovible dela evolución económica, social ypolítica a través de décadas o de siglos.

Manuel Piedra Martel, uno de losgenerales insurgentes, tenía razóncuando escribía, en un momento dedescarnada honestidad, que «el espíritunacional de independencia nunca estuvobien desarrollado en Cuba. No lo estabaen 1868, tampoco en 1895 […], pese aque algunos historiadores quieran ver[…] la tendencia separatista yadefinida» en los años anteriores alalzamiento de Baire. «La guerra del 68la sostuvo una heroica minoría, que sebatió por espacio de diez años ante laindiferencia —quizá ante la reprobación— de una inmensa mayoría, e igualocurrió en el 95»[12].

Los civiles no acudieron en tropel alEjército Libertador. Ni en Sabanilla, nien Guira de Melena, ni en ninguna otraparte de la Cuba occidental. El rastro dehumo y cenizas que dejaba tras de sí lacolumna de invasión al incendiar lasciudades que se resistían lo prueba. Loslíderes cubanos se dieron cuenta de queno llegarían lejos si confiabanexclusivamente en el entusiasmoespontáneo de los civiles. Según unavenerable creencia que data al menos dela alabanza de Maquiavelo hacia lasmilicias republicanas, se supone que losciudadanos armados son los mejorescombatientes. Pero Gómez y Maceo no

cometieron ese error. Como escribíaJosé Miró: «Error gravísimo ha sido entodo tiempo, y causa de no pocosdesastres, la suposición de que elinsurgente, aún antes de conocer lo máselemental de la milicia, supera alsoldado regular en capacidad ofensiva,como si la aptitud batalladora fueseinnata en el hombre […] Por fortuna, loscaudillos [del Ejército Libertador] noparticipaban de semejante teoría […]sino que […] reconocían la utilidad dela instrucción militar y lo saludable dela disciplina»[13]. Gómez, Maceo y otrosoficiales del Ejército Libertador cubanohicieron todos los esfuerzos posibles

para imponer la disciplina y paraconvertir a sus hombres, en la medida delo posible, en soldados regulares. Desdeeste punto de vista, los logros de loslíderes revolucionarios se nos hacenmucho más impresionantes. Unos pocosmiles de hombres con Gómez a lacabeza forjaron Cuba, mientras lamayoría de los cubanos observabanpasivamente y un número significativose resistía de forma activa[14]. La Guerrade Independencia cubana fue tanto unaguerra de liberación nacional como unaguerra civil en torno al concepto de«cubanidad».

Durante el saqueo de Sabanilla,

Luisa fue testigo de un fenómeno que seprodujo frecuentemente durante laGuerra de Independencia. Allá dondeiba el Ejército Libertador, un grannúmero de hombres, en su mayoríaafrocubanos, lo seguía o se uníatemporalmente a él para,aprovechándose de la guerra,reimplantar una versión tosca de lajusticia social y racial, o simplementepara beneficiarse con el saqueo. Éstos,denominados «plateados», eran«asesinos y degolladores de la peorespecie», según un observadorestadounidense que simpatizaba con losinsurgentes. Incluso Maceo odiaba a los

plateados, quizá más que nadie. Losplateados se mofaban de sus ideales yde su liderazgo e incluso, a ojos dealgunos blancos, desacreditaban a suraza. Normalmente, no disponían de másarmas que los machetes, lo que no loshacía especialmente peligrosos para lossoldados, pero sí para los civilesdesarmados. En este sentido, el machetefuncionó en Cuba como ha funcionado enmuchas guerras civiles y étnicas delsiglo XX: como el arma favorita paraatacar a civiles desvalidos, que es unatarea brutal pero siempre necesaria paralos ejércitos insurgentes. Los plateadosse unían al Ejército Libertador sólo para

desertar cuando llegaban las batallasserias. Esto, y su hábito de atacar a losciviles, parecía un daño potencial parala causa de la independencia cubana yles hacía objeto del desprecio de losoficiales, para quienes los plateados «norespetan ningún bando y no hacen sinomatar y robar cuando se presenta laoportunidad»[15]. De vez en cuando, losoficiales cubanos arrestaban yahorcaban a los más notorios, perotenían que caminar sobre la delgadalínea que separaba el mantenimiento deun cierto orden dentro de la revolución yel que sus actos se identificaran comoigual de represivos que los de los

españoles. Después de todo, losplateados respondían con sus actos acrímenes raciales y sociales que seremontaban a generaciones anteriores yel miedo que inspiraban podía serbeneficioso para que los civiles fueranmás reacios a defender el orden colonialpor miedo a represalias.

También debe hacerse notar que ladiferencia entre los plateados y lasunidades del Ejército Libertador nosiempre estaba clara. La frágil cohesióncaracterizó a las unidades del ejércitocubano durante toda la guerra. Cuandolos españoles combatían con ímpetu, losbatallones cubanos se deshacían, en

parte por la presión de la luchaconstante, pero también comoconsecuencia de su propio diseño. Esparte de la naturaleza de la guerra deguerrillas contra un enemigo superior elque las compañías, los escuadrones eincluso los individuos puedan actuar demanera autónoma durante semanas eincluso meses en momentos de escasasupervisión. Dispersas, las guerrillas noson blanco de la atención del enemigo, ycuando éste baja la guardia, entonces losgrupos aislados vuelven a concentrarsepara la siguiente misión.

Los problemas surgían entre unamisión y la siguiente. Los hombres

abandonaban sus unidades y no volvían,o la moral se venía abajo y las guerrillasse convertían en grupos de filibusteros.En Cuba, los pelotones de pequeñotamaño, de una o dos docenas dehombres, debían ocuparse de sí mismosdurante meses, vivir de la poblacióncivil, buscar misiones que realizar —ono— y evitar el contacto con las fuerzasregulares españolas. Inevitablemente,los plateados se unían y se mezclabancon ellos. Cuando los oficiales de nuevocuño se daban cuenta de que no seríanrelevados y de que no recibiríansuministros del Gobierno Provisional,se dedicaban a robar para sobrevivir.

Sin municiones, su única arma era elmachete, lo que implicaba que no podíanenfrentarse a los españoles, sino sóloabusar de los civiles o acabar con algúnenemigo rezagado.

Isabel Rubio, una patriota cubana dePinar del Río, dejó un escrito en el quecontaba cómo esta forma de actuardestruyó a una amiga suya, la señoraRabasa. En la carta, fechada el 2 dejulio de 1896, dice que los insurgentesle requisaron a la señora Rabasa todo suganado menos una vaca, pero luegollegó el insurrecto Enrique Pérez y se laquitó también a pesar de que el maridode ella estaba en el ejército cubano.

«Después», narra Rubio, «vino el negroFlores y le quitó la máquina de coser. Aella no le queda más remedio queimplorar la caridad, o ir a las trincherasenemigas a comer galleta de lossoldados españoles». Muchas personashabían huido junto a los españoles pornecesidad y muchas otras las seguirían,predecía Isabel Rubio, a no ser que lascosas cambiaran. «Mucho ojo con tantoinsurrecto regado que no hace más quehacer daño y desacreditar la causa»[16].

Lamentablemente, este tipo decomportamiento fue común durante laguerra. El diario y la correspondenciadel general José Lacret abundan en

quejas hacia las unidades dispersas enLa Habana y Matanzas que«avergüenzan y desdoran nuestracausa». En estas dos provincias,después de febrero de 1896, lasguerrillas insurgentes perdieron todosentido de su misión y comenzaron adeshacerse. Según Lacret, en Matanzas,algunos oficiales, tan «faltos deconciencia como avezados al mal»,habían abandonado por completo la ideade luchar contra los españoles y sehabían entregado en cuerpo y alma al«robo y al pillaje». Otros habíanestablecido tinglados de extorsión yexigían dinero a hacendados y

comerciantes a cambio de protección,sin intención alguna de usar lorecaudado en la lucha contra España.Estos y otros «desórdenesinexplicables», incluyendo el brutaltratamiento que se dio a civiles pobres yhambrientos, harían que, temía Lacret, lagente diera la espalda a la idea de unarepública independiente[17].

El diario de campaña de AntonioGonzález Abreu, del regimientoCienfuegos, anotaba el rudo trato de suspropias unidades hacia los civiles:«Continúo en el Manguito [Matanzas],en donde por la noche [16 de agosto de1896] he presenciado uno de los más

repugnantes actos vandálicos que confrecuencia se cometen por hombres decorazón malvado. El comandanteAntonio Machado dio orden de quemartodas las casas de la sitiera ‘Ojo deAgua’, pero en donde no hubiera peligropara los incendiarios, a los cualesautorizó para que recogiesen zapatos yropas de hombre; pero el saqueo seextendió hasta dejar desnudos a hombresy mujeres». En el centro de Ojo de Aguahabía un fuerte, pero la guarnición nopudo hacer nada para proteger a laspersonas que vivían en los alrededores,así que fue allí donde los insurgentescentraron su actividad. Se trataba

también de los lugares donde más apoyolocal existía hacia la república, pero nieso detuvo el pillaje, «las casas delpoblado no fueron quemadas», recuerdaGonzález, «sino las que estaban lejosdel fuerte; eran sitieros patriotas y consus siembras y personas servían a larepública». Ahora, ciertos hombres quese llamaban a sí mismos soldados de larepública las habían destruido[18].

El veterano cubano Esteban Montejorecordaba a uno de sus oficiales almando, un hombre llamado Tajó, comoun «cuatrero con traje de libertador».Tajó se dedicó al robo y a ladestrucción durante una temporada y

luego se rindió a los españoles a cambiode la amnistía y un botín, sólo paravolver más tarde al bando insurrectocuando le convino y siempre para seguirdedicándose al crimen. «El infierno espoco para él, pero ahí debe [de] estar.Un hombre que se cogió a las hijastantas veces, que no las dejó ni tenermarido». Y alguien que se comportabacomo un asesino «tendría que estar en elinfierno», según Montejo[19].

Si la violencia contra los nocombatientes era mala, la crueldaddestinada a los cubanos que servían lacausa española no conocía límites. Nohabía piedad para los mensajeros de

correo y demás funcionarios del régimenespañol. Con ellos, el machete sí era deutilidad. Los oficiales cubanosobligaban a los cubanos pro españoles acavar sus propias tumbas y luego losacuchillaban al borde para ahorrarmunición[20]. Gómez, al menosoficialmente, animaba a sussubordinados a tratar con respeto a lossoldados españoles, quizá con laesperanza de recibir el mismo trato porparte del enemigo[21]. Sin embargo, sushombres no siempre cumplían susdeseos en este asunto. A QuintínBandera, que tenía reputación de serbrutal, le gustaba jugar, literalmente, con

las cabezas cortadas de los soldadosespañoles capturados. Bandera lespreguntaba sus nombres y, cuandodecían «me llamo…», los interrumpíadiciendo «Te llamabas», y sin más lescortaba la cabeza[22]. Por otra parte, losrenegados cubanos recibían un tratoincluso peor que los españoles. Unchileno que combatía en las filas de larepública recordaba cómo suregimiento, a pesar de haberse quedadoreducido a principios de 1898 al tamañode una compañía, incapacitado por tantopara la acción, siguió imponiendoasiduamente la justicia revolucionaria alos propios cubanos. Su unidad capturó

a diecisiete pro españoles en febrero de1898 y, como disponían de municiónabundante en aquel momento, disparósobre ellos al borde de una tumbacolectiva que les habían forzado acavar[23]. Los bomberos y milicianoscubanos sabían bien lo que les esperabasi caían en manos de los insurgentes.Gómez y Maceo habían estadoejecutando regularmente a «traidores»cubanos desde la Guerra de los DiezAños. Esto puede parecer chocante,pero los combatientes de las guerrasciviles no siempre pueden permitirse ellujo de la clemencia y lo que desde unaperspectiva tiene el aspecto de

bandidaje, crimen e incluso terrorismo,desde otra se trata de un grado deviolencia adecuado y necesario paralograr la victoria[24].

Los diarios de otros oficialescubanos también dejan constancia deestas prácticas. En la primavera de1896, Baldomero Acosta, a cargo en LaHabana de un pelotón de caballería detreinta hombres, anotaba las actividadesde su unidad en un registro diario. Casinunca se enfrentó a los españoles, peroera incansable ahorcando espías, queparecían estar por todos lados. Losjuicios eran cuestión de minutos y unsimple preámbulo para la ejecución

inmediata, según las anodinas notas deAcosta en su diario: «hubo necesidad deprivarle de la vida» o «dos espíasajusticiados en la calzada real».Siempre que era posible, los cadáveresse dejaban en cruces de caminos o juntoa vías públicas, para que sirvieran delección a otros[25]. Podían pasar mesessin que se produjera el más mínimocontacto con tropas regulares españolas,especialmente en La Habana y Matanzas,donde la insurgencia perdió pronto sucohesión. No obstante, aunquedesorganizadas y debilitadas, las fuerzascubanas seguían activas contra loscolaboradores, y ejecutaron en la horca,

fusilaron y mataron a machete a unnúmero difícil de cuantificar[26]. Tras labatalla de Las Tunas, los hombres deCalixto García acuchillaron con susmachetes a cuarenta colaboradorescubanos hasta matarlos. La torturatampoco se descartaba: los españolesencontraron el cadáver de un voluntariocapturado al que se le habían arrancadolas uñas de pies y manos[27].

Naturalmente, los cubanos proespañoles devolvían el trato siempreque apresaban a insurgentes. Estabanentre las fuerzas del bando español másdespiadadas y temidas, cayendo porsorpresa en los campamentos cubanos y

los hospitales de campaña, donde nisiquiera los enfermos y los heridosestaban a salvo. También allí el machetedemostraba su utilidad comoherramienta para liquidar a patriotasdesarmados y convalecientes con lamáxima violencia. Regiones enteras deCuba se encontraban bajo el control, notanto del ejército español como de losvoluntarios cubanos pro españoles. Laparte suroccidental de Santa Clara, porejemplo, se encontraba dominada por unmovimiento de guerrillacontrainsurgente organizado por cubanosde Cienfuegos[28]. El diario de campañade Manuel Arbelo refleja la realidad de

muchos patriotas cubanos quecombatieron tanto contra sus hermanosen armas como contra las tropasespañolas[29]. Estos voluntarios cubanosarriesgaban más que los reclutasespañoles y cometían las atrocidadesmás infames contra los insurgentes y sussimpatizantes[30].

Cuando finalizó la guerra, MáximoGómez y los otros líderes de la nuevarepública, en un intento de curar lasprofundas heridas que había dejado lacontienda, insistían en que la guerrahabía unido a los cubanos, peroharíamos bien en no considerar estepiadoso aserto como algo real. Los

primeros cronistas de la guerrapretendían forjar una nación, y para elloconsideraban adecuado ocultar laterrible violencia que había dividido alos cubanos[31]. Sin embargo, losveteranos que vivieron los combatesconocían la realidad. Según la opiniónde Esteban Montejo, se equivocabanaquellos políticos que después de laguerra insistían en que todos habíantenido corazón republicano y habíansido víctimas de la tiranía española.Montejo creía que los simpatizantes delos españoles tendrían que haber sidomás castigados y los que apoyaron larevolución mejor recompensados,

también que habría que haber«exterminado» tras la guerra a loscubanos que lucharon a favor deEspaña[32].

Más adelante, trataremos laspolíticas de exterminio de Weyler y losespañoles, pero debemos recordar quela guerra de Cuba tuvo aspectoscriminales, no sólo debido a lasprácticas de los españoles y de losvoluntarios cubanos pro españoles, sinotambién al uso que hizo la insurgenciade la violencia contra cubanos que no semostraban lo suficientementepatrióticos.

Esa violencia ejemplarizante era una

parte necesaria y planificada de laestrategia de los insurgentes, y elincendio de Guira de Melena y lainvasión de localidades como Sabanilla,en enero de 1896, lograron el efectodeseado. Muchas ciudades llegaron a laconclusión de que la resistencia nomerecía la pena, lo que contribuyó a quela caballería de Maceo apenasencontrara oposición en la toma dedocenas de localidades en lasprovincias de La Habana y Pinar delRío. En la mañana del día 5 de enero,cien voluntarios de la milicia deAlquizar —situada sólo a unos pocoskilómetros al oeste de Guira de Melena

— se rindieron a las fuerzas cubanas sinluchar, pues los prohombres de laciudad, con la esperanza de evitar unsaqueo como el sufrido por sus vecinosde Guira, dieron la bienvenida a loscubanos en las afueras del municipio.Esa misma tarde, la caballería cubanatomaba Ceiba del Agua, que la miliciaya había abandonado. El 6 de enerocayeron Guayabal, Vereda Nueva, HoyoColorado y Punta Brava, si bien, comoen el caso de Sabanilla, los cubanossólo las ocuparon brevemente. El 9 deenero fue el turno de Cabañas, queMaceo, como «premio» para sushombres, permitió saquear. El 10 de

enero, una guarnición de voluntarioscubanos que luchaba por la causa proespañola se rindió en San Diego deMiñas sin presentar resistencia y, el 11de enero, la guarnición española de LasPozas huyó precipitadamente dejandoatrás cien rifles y a un alcalde que rindióla plaza pacíficamente para evitarrepresalias.

Durante los siguientes días de eneroy febrero, los acontecimientos sedesarrollaron más o menos de estamanera. Maceo avanza en el oeste sinencontrar apenas oposición. Aunque nosiempre: el 16 de enero, Maceo asaltó lacapital de la provincia de Pinar del Río,

una tarea excesiva incluso para la fuerzade mil quinientos hombres de quedisponía. Los residentes habíanconstruido barricadas en las calles y,junto a las tropas españolas y multitudde refugiados de la zona rural, se habíanpreparado para defender la ciudad[33].Los hombres de Maceo habíansorprendido a una caravana de mulascuando abandonaba la ciudad, lo que lespermitió hacerse con dieciocho bestias,dos carros y un lujoso coche de caballostras anular su pequeña escolta de tropasregulares. En cualquier caso, Maceohabía perdido a veintidós hombres enesta pequeña escaramuza con la

infantería regular y se retiró a un altocercano a la carretera. Al día siguiente,fue consciente de que no podría tomar laciudad y la dejó en manos de losespañoles y sus simpatizantes.

El 22 de enero, los cubanosmarcharon sobre la pequeña ciudad deMantua, el municipio más occidental deCuba. El largo viaje hacia el oeste habíafinalizado. En Mantua, como en muchasotras ciudades pequeñas, Maceo noencontró resistencia y pudo ocuparla enun par de días. A principios de febrero,a medida que se incorporan reclutas deMantua y otras partes de Pinar del Río,el ejército de Maceo creció hasta los

veinticinco mil hombres, aunquedesarmados en su mayor parte. Volvió agirar hacia el este y marchó sobre SanCristóbal, donde fue recibido con vivaspor la población. El 14 de febrero, SanAntonio de las Vegas se rindiópacíficamente. En otras ciudades, sinembargo, se reanudaron los combates yalgunas volvieron a alinearse con losespañoles, animadas por la llegada denumerosas tropas españolas a laprovincia. Martínez Campos ya noestaba, y su sucesor temporal, el generalSabas Marín, demostró ser mucho másenérgico. El 4 de febrero, la ciudad deCandelaria había resistido junto a las

tropas españolas y Maceo se había vistoobligado a retirarse, no sin incendiarlaantes en parte. El enfrentamiento con lastropas regulares españolas seguía siendoraro y, cuando se daba, los resultados nosolían ser buenos para Maceo. En PasoReal y en el intento de defensa de SanCristóbal que ya hemos visto, llegó aperder trescientos hombres. A medidaque aumentaba el número de tropasespañolas, crecían las dificultades deMaceo, de modo que volvió a cruzar ala provincia de La Habana, donde, el 18de febrero, se encontraba estacionadamomentáneamente la milicia de laciudad de Jaruco. Maceo saqueó el lugar

e incendió 131 casas[34].Gómez, por su parte, había estado

actuando en La Habana en enero yfebrero, atrayendo a las tropasespañolas que lo perseguían, y entonces,el 19 de febrero, se encontró con Maceopara evaluar la situación y planificar elsiguiente paso. La invasión del oestehabía sido un triunfo clamoroso. Entrefinales de noviembre y principios deenero, los cubanos habían avanzado a lolargo de toda la isla procurando evitarel enfrentamiento con el grueso delejército español, aunque combatieron eincluso derrotaron a pequeñoscontingentes y, sobre todo, hicieron

sentir su presencia en todo el territoriocubano. El humo de los campos de cañaen llamas y las ruinas de docenas deingenios, puentes y ciudadestestimoniaban el éxito del EjércitoLibertador. El logro de Maceo, enparticular, era espectacular. La prensaestadounidense equiparaba la incursiónde Maceo en la Cuba occidental a lamarcha de Sherman por el sur profundoy, en cierta manera, era una comparaciónválida. Tanto Sherman como Maceotenían como objetivo de guerra loscimientos económicos de sus oponentes.Era una guerra contra la sociedad civil yel precio de esta estrategia se pagaría

más tarde en forma de escasez dealimentos, viviendas, medios detransporte y otras necesidades básicas.

Maceo había destruido la sociedadcolonial en la mayor parte de Pinar delRío, al menos de momento. Años mástarde, Weyler escribiría en susmemorias que «Maceo destruyó en Pinardel Río cuanto había de dominaciónespañola, con excepción de la capital,cambiando por completo el régimen» dela provincia[35]. Los españoles estabanatónitos. La mayor parte de Matanzas,La Habana y Pinar del Río no tenía«maniguas ni terrenos accidentados, ninada que dificultase la acción del

soldado», pero los ejércitos rebeldespermanecieron activos en estasprovincias durante todo el invierno de1895-96, con una oposición escasa porparte de los españoles[36]. La Cubaoccidental, a la que los orientales sehabían referido como «la tierra de lacaña» o simplemente «España» habíaquedado totalmente devastada.

Un residente francés en La Habanaresumía la situación en el occidente deCuba en una carta a un amigoestadounidense fechada el 22 de febrerode 1896: «Si alguien nos hubiera dicho,hace cuatro meses, que [Gómez] iba aser capaz de detener la molienda de la

caña en la provincia de La Habana, osiquiera en Matanzas, nos hubiéramosreído en su cara. Hoy, ni un granjero seatreve a desobedecer sus órdenes; sabenmuy bien cómo lo pagarían: Gómezdestruiría no sólo la caña, sino tambiénlos molinos y la maquinaria»[37].

Pero todo esto estaba a punto decambiar. Martínez Campos habíaprobado su falta de aptitud para llevar acabo una guerra como la que se librabaen Cuba y, como ya hemos visto en sucarta a Cánovas en julio de 1895,insistía en que sus creencias morales leimpedían hacer una guerra «sucia». Noobstante, su crisis de conciencia no fue

tan lejos como para impedirlerecomendar a un sucesor máscualificado. Valeriano Weyler tenía loque había que tener para el trabajo,según Martínez Campos. El sentido de laética del viejo general era muyparticular: rehusaba cometer atrocidadesen la guerra, pero aprobaba las deWeyler. Dado el evidente disgusto conel que Martínez Campos desempeñabasu cargo de capitán general en tiempo deguerra, resulta sorprendente queCánovas esperara seis meses pararelevarle. Siendo compasivos,podríamos suponer que, como MartínezCampos, quizá Cánovas se resistía a dar

el paso final que conduciría a Cuba a uninfierno. No obstante, una vez tomada ladecisión, supo qué hacer y, como habíarecomendado Martínez Campos, llamó aWeyler[38].

A

XII

Valeriano Weyler, elcarnicero

finales de enero de 1896, mientrasel Ejército Libertador arrasaba

ciudades, quemaba cultivos y requisabao sacrificaba ganado en la Cubaoccidental, millares de civiles, quepercibían a los rebeldes como invasoresextranjeros, huían ante el ataque.Acudían en tropel a las ciudades bajodominio español ayudados por tropas alas que se había enviado en su ayuda.

Los refugiados estaban aterrados yfuriosos, pero al mismo tiempoalbergaban esperanzas. Se sabía quepronto Weyler sustituiría a MartínezCampos como capitán general en Cuba yla reputación de Weyler como hombredecidido, e incluso brutal, tranquilizabaa los partidarios del régimen. Weyleracabaría pronto con Maceo, o al menoslo capturaría, y los soldados de orientese verían obligados a volver a casa.Weyler restablecería la jerarquía socialy racial de la Cuba colonial: sería susalvador.

Los detractores de Weyler usabanotros adjetivos: la quintaesencia del

hombre hobbesiano, cruel, brutal ycortante, el enano siniestro, el carnicero.Ya se sabe que los vencedores son losque escriben la historia. Weyler no fueel vencedor y su nombre ha quedadopara siempre asociado a todas lasvilezas de la guerra. Hay que decirclaramente que Weyler hizo méritospara la mayor parte de la mala prensaque se le adjudicó, pero, si queremoscomprender su comportamiento, haysituarlo en su contexto. Su vida dedicadaal servicio militar, las prácticas de losinsurgentes cubanos, la situaciónpolítica internacional y muchos otrosaspectos, han hecho de Weyler uno de

los archivillanos de la historia.Valeriano Weyler nace en Palma, en

la isla de Mallorca, el 17 de septiembrede 1838. Hay quien dice que sucondición de isleño configuró su suertede una forma profunda y misteriosa,encadenándolo a destinos insulares.Como Beatriz de Bobadilla o Colón,Weyler se vio atrapado en ese peculiarsueño español que compartía con elSancho Panza de Cervantes: gobernaruna isla; y gobernó Canarias, Filipinasy, finalmente, Cuba.

A aquéllos que tienden a buscar loinevitable en la historia, la elección dela carrera militar por parte de Weyler

les parecerá forzosa. Su padre,Fernando Weyler, era general dedivisión en el cuerpo médico delEjército, director de varios hospitalesmilitares, autor de numerosas obras debotánica, geografía y medicina, yfinalmente director general del cuerpomédico del Ejército español. La madrede Valeriano, María Francisca Nicolau,también procedía de una familia demilitares. No es sorprendente, por tanto,que a la edad de quince años, en 1853,Valeriano ingresara en la academiamilitar de Toledo[1].

Weyler apenas medía metro y medio,por debajo de la ya poco exigente

estatura que requería el reclutamientomilitar. Durante sus años en laacademia, alcanzó su estatura adulta de1’52 metros, aún unos pocos centímetrospor debajo del límite, si bien a nadiepareció importarle. De hecho, elEjército español redujo los requisitos dealtura poco después, cuando se hizoimperativo reclutar soldados entre lascada vez peor alimentadas y más débilesclases populares, que se depauperabancon cada nueva guerra civil o colonialdel sangriento siglo XIX[2]. A pesar desu estatura, sus compañeros de clase enToledo le apodaban «Escipión»,haciendo honor a la cualidad que

compartía con el general de la antiguaRoma: una potencia física infatigableque conservó durante toda su larga vida.Weyler era aún demasiado joven parapermitirse el que sería su vicio másfamoso, las faldas, pero ya era evidenteotro de sus rasgos característicos: latemplanza con el alcohol. Más adelante,en Cuba, cuando otros oficiales de altorango cultivaban la cómoda creencia deque un consumo masivo de champán fríoera el mejor remedio contra lasenfermedades tropicales, Weylergustaba de mostrarse bebiendo agua,como sus soldados[3].

El sobrio Weyler prosperó en la

academia de Toledo, mitad escuela,mitad barracones y emplazada en unviejo castillo. Allí absorbe y luego llegaa personificar los valores castrensesespañoles, con su énfasis en ladisciplina, el sistema, el valorindividual y la ferviente creencia en elEjército como institución capaz deencarnar el «espíritu» y la voluntadcolectiva de España. Weyler sobresaletambién en el no muy exigente aspectoacadémico de la formación militar: segradúa el cuarto de su clase y sale de laacademia como teniente segundo, en1856. De 1857 a 1862, prosigue susestudios en la Escuela de Estado Mayor,

y esta vez se gradúa el primero de suclase con el rango de capitán. Al añosiguiente, 1863, queda vacante un puestoen Cuba. Prácticamente nadie de ciertorango quería ir a Cuba, donde lasenfermedades dejaban vacantes tantospuestos que apenas podían cubrirse denuevo. La isla era un reto para losjóvenes y ambiciosos, y Weyleraprovechó la oportunidad parapresentarse voluntario. El Ejército lerecompensó con un ascenso acomandante y le envió a La Habana enmayo de 1863[4].

Cuba era un lugar relativamenteplácido en 1863. No obstante, tres cosas

hicieron de este año algo significativopara Weyler. En primer lugar, gana elpremio de la lotería nacional y utiliza laenorme suma de dinero para adquiriruna casa y varias propiedades enMallorca. De la noche a la mañana seconvierte en un hombre rico. En segundolugar, contrae durante el verano la fiebreamarilla que casi lo mata, pero quedainmunizado para el resto de su vida. Entercer lugar, en el otoño de 1863,Weyler finalmente conoce la guerra,donde los oficiales podían demostrar sutemple y ganar ascensos. Como yahemos visto, la República Dominicana,una vez que España había impedido la

invasión por parte de Haití, volvió aalzarse contra su amo neocolonial y,para esta nueva guerra, Españanecesitaba a los oficiales y la tropaestacionados en Cuba. Weyler, apenasrepuesto de la fiebre amarilla, ingresaen el Estado Mayor al mando delgeneral José Gándara, comandante enjefe de las fuerzas españolas en laRepública Dominicana. En los combateslibrados durante octubre y noviembre,Weyler demostró su capacidad para elmando en situaciones difíciles, obtuvocondecoraciones al valor militar —incluida la más alta del Ejército, la Cruzde San Fernando— y fue ascendido a

teniente coronel de caballería.La guerra de la República

Dominicana fue bien para Weyler, peromal para España. En 1865, con EstadosUnidos nuevamente dispuesto a imponersu voluntad en el hemisferio, Españatiene que renunciar a ese país. Entonces,el Ejército traslada a Weyler de nuevo aCuba, pero le mantiene su rango deteniente coronel, lo que le abría muchasoportunidades y mejorabaconsiderablemente su paga. La guerradominicana fue el primer escalón en elascenso de Weyler hacia el poder y elprestigio. El contraste con el trato querecibió Máximo Gómez, que no recibió

nada por parte de España, no podría sermás marcado. Era un ejemplo —quesaldría caro más adelante— de cómo elchovinismo español recompensaba a lospeninsulares y ninguneaba a hombres detalento por haber nacido en las colonias.Weyler permaneció en Cuba, con unbreve intervalo en Puerto Rico, hastaprincipios de 1868, cuando volvió aEspaña[5].

Weyler no permaneció muchotiempo en la Península. El comienzo dela Guerra de los Diez Años, el 10 deoctubre de 1868, hizo que volviera a serenviado a Cuba, donde es nombrado jefedel Estado Mayor bajo el mando del

general Blas Villate, conde deValmaseda, cuya columna de tres milhombres reorganiza y comanda Weyler.Con esta columna destaca en diciembre,durante la recuperación de Bayamo,localidad ocupada por los rebeldescubanos en los primeros días de laguerra. Weyler es ascendido al rango decoronel en enero de 1896.

Más adelante, en ese mismo año, elGobierno le encarga la tarea deorganizar una columna de voluntarios, alos que recluta entre los fanáticos proespañoles de La Habana. EstosCazadores de Valmaseda, como losbautiza Weyler en honor de su antiguo

comandante, se convirtieron en una delas unidades más temidas del ejércitoespañol y llevaron a cabo una brutalcampaña de contraguerrilla que norespondía a ninguna de las doctrinasmilitares españolas. Weyler creaba lasreglas de combate a medida queavanzaba, y no eran muchas. «No darcuartel al enemigo» es una expresiónque él amplía considerablemente paraincluir en ella a los civiles en zonas decombate. De hecho, aunque nonominalmente, fue un precursor de lapolítica que los estadounidensesllamaron en Vietnam «zonas de fuegolibre». Los civiles debían abandonar

estas zonas, pues de lo contrario dejabande serlo y se convertían en objetivo delos despiadados «cazadores» deWeyler. Así pues, Weyler comienza sucarrera como el más decidido y brutalcontrainsurgente. En una ocasión,alguien le preguntó acerca de loshorribles actos que se les atribuían a ély a sus hombres en Cuba: «¿Es cierto,mi general, que sus hombres volvíantrayendo agarradas por los pelos lascabezas que habían cortado a suscontrarios?». Weyler respondió con unaevasiva reveladora: «¿Qué cree Vd. quees la guerra? En la guerra los hombresno tienen más que una consigna: matar».

Evidentemente, la leyenda de Weylercomo «carnicero» tiene visos derealidad[6].

En recompensa a sus servicios,Weyler es nombrado general de brigadaen diciembre de 1872, un ascenso que leobliga a ceder el mando de losCazadores. Se hace cargo entonces deuna brigada que opera en torno a PuertoPríncipe y organiza una columna móvilque, el 11 de mayo de 1873, persigue,derrota y mata a Ignacio Agramonte, unode los más famosos y exitosos generalescubanos. No obstante, para entonces laguerra de Cuba estaba pasando a unsegundo plano debido a que la propia

España estaba inmersa en una guerracivil. En enero de 1873, los españoleshabían proclamado la república y estohabía impelido a los ultramonárquicoscarlistas a rebelarse por tercera vez encincuenta años.

En julio, el Gobierno de Madridllama a Weyler para que ayude aderrotar a los carlistas. Ese mismootoño, Weyler lidera las tropasrepublicanas contra los carlistas enValencia. Pero parecía haber olvidadotodo lo aprendido en su lucha contra losinsurgentes caribeños, o quizá, una vezen España, volvieron a imponerse lastácticas napoleónicas que había

aprendido en la academia. Weylerordenó a sus hombres cargar en oleadascontra los carlistas que combatían acubierto y causaron grandes daños a lasfuerzas republicanas. De hecho, lo únicoque evitó la derrota de Weyler fue lamuerte del general carlista, cuyocarismático liderazgo era lo quecohesionaba a los rebeldes[7].

Entretanto, en Cuba los insurgentesse habían recuperado en cierta manera.La amenaza carlista había desviado lossuministros y los refuerzos españoleshacia la Península y las fuerzasespañolas que quedaban en Cuba habíanadoptado una posición vigilante y

defensiva que las hacía ineficaces yvulnerables. Con estas nuevascondiciones, en diciembre de 1873,mientras Weyler combatía en Valencia,llegó la revancha cubana contra lacrueldad de los Cazadores: Gómezdestruye a las antiguas tropas de Weyleren la batalla de Palo Seco, matando aquinientos siete de los seiscientoshombres del regimiento de losCazadores, un número de bajas sóloexplicable si Gómez no tomóprisioneros, que es lo que solían hacerlos patriotas cubanos cuando luchabancontra otros cubanos.

Una vez salvada Valencia, la I

República española envía a Weyler apacificar Cataluña, donde se hacefamoso por su disposición a destruirpropiedades y a matar a nocombatientes, a fin de erradicar a losrebeldes carlistas. Los españolesacabaron sufriendo los despiadadosmétodos contrainsurgentes que seempleaban en las guerras colonialesespañolas de la República Dominicanay Cuba, pero esta visión fue demasiadohorrible para ellos. A nadie leimportaba demasiado lo que ocurriese amiles de kilómetros, pero la matanza deciviles en Cataluña era otra cosa.Finalmente, los republicanos, que

pretendían reincorporar a los catalanes ala política central, vieron que laestrategia de tierra quemada de Weylerno iba a serles útil. El Gobiernoreprendió a Weyler por sucomportamiento en Cataluña.

Desde un punto de vista político,Weyler era liberal, quizá inclusorepublicano de corazón y su reputaciónsufrió un serio revés cuando unaconspiración monárquica liderada porMartínez Campos y Cánovas delCastillo derribó el Gobierno de la IRepública en diciembre de 1874.Weyler, con el paso cambiado, duda a lahora de dar la espalda a la república y,

en consecuencia, se gana la desconfianzade los monárquicos. Más adelante,empeora las cosas al intentar defendersus acciones en la prensa, una forma deintervención política que, lógicamente,desagradó a la nueva monarquía. El reyrecién coronado, Alfonso de Borbón, ledestituye el 6 de agosto de 1875. Aúnbajo arresto domiciliario, Weylervuelve a Mallorca para huir del alborotopolítico madrileño del primer año de laRestauración borbónica.

En cualquier caso, los errorespolíticos de Weyler quedaron olvidadospronto. Con el país aún agitado tras larebelión carlista y con todas las

vacantes que había por la purga deoficiales republicanos, Alfonso XIInecesitaba a Weyler. El rey le recuperaen 1876 como general de división de lasfuerzas estacionadas en torno aValencia. En 1878, a la edad de treinta ynueve años, es ascendido a tenientegeneral, ya completamente rehabilitadoa ojos de la monarquía restaurada.Entretanto, la insurrección en Cuba sehabía venido abajo a causa de lasdiferencias raciales, sociales, regionalesy políticas. Los líderes cubanossolicitan el inicio de conversaciones depaz con el general Martínez Campos enenero de 1878. El 10 de febrero de ese

mismo año firman la Paz de Zanjón ytermina así la Guerra de los Diez Años.

Durante los años siguientes, Weylersirvió en distintos puestos; el másimportante fue el de capitán general deFilipinas, desde 1888 a 1891, dondepuso a prueba algunas de las tácticasmilitares que más tarde desarrollaría enCuba. En el archipiélago, especialmenteen la isla de Mindanao, había tomadoimpulso una guerrilla de poca intensidadcontra el dominio español, y Weylerestaba decidido a aplastarla. Weylerlogró restablecer el gobierno español enMindanao con una campaña de cuatromeses de duración, en el año 1891.

Parte de su estrategia en esta victoriarequería la construcción de una líneamilitar, o trocha, que aislara a losinsurgentes de la población civil. Elingeniero jefe de la trocha filipina, JoséGago, llevaría a cabo esta misma laboren Cuba. Weyler creó ciudades ypueblos fortificados en Mindanao yreasentó en ellos a los civiles para supropia protección contra los «piratas».Se trataba de un aperitivo de lasreconcentraciones masivas queimpondría en Cuba. Weyler fue muycriticado en España a causa de su brutalcomportamiento en Filipinas. Su plan desacar a la población nativa de

determinadas zonas y repoblarlas conespañoles peninsulares e inmigrantesparecía inhumana, pero el Gobiernoespañol necesitaba un hombre comoWeyler para el trabajo sucio demantener a raya a sus colonias. Toda unacarrera basada en el combate contrainsurgentes en los trópicos habíaconvertido a Weyler y a suscolaboradores más cercanos en algo quea los españoles no les gustabacontemplar, pero a lo que los Gobiernosrecurrían siempre que lo necesitaban.

Al final, Weyler sacó muy pocoprovecho de su ambicioso plan enFilipinas. Descubrió que algunos de sus

hombres habían sido destinados a lasislas por motivos disciplinarios y que noeran de fiar. Los habitantes y losfilipinos realojados necesitaban nuevospuentes, carreteras, pozos, canales deirrigación, casas y fortificaciones, peroWeyler no disponía de fondos paraconstruirlos. Además, justo cuandoestaba arrancando, terminó su mando.Por ley, el destino de capitán generalduraba sólo tres años, una norma queprácticamente aseguraba un alto gradode incoherencia de la política colonialespañola[8].

En noviembre de 1891, Weylervuelve a España y se instala en Madrid,

ya que había sido elegido senador porlas Islas Baleares. En 1893, los canariosle eligen senador también, pero Madridnecesitaba su talento militar otra vez, enesta ocasión como capitán general en laproblemática Cataluña, donde una clasetrabajadora revolucionaria amenazabacon acciones directas contra el Estado.Weyler arrestó a cientos de trabajadoresy se convirtió en el niño mimado de laburguesía catalana, mientras una ciudadtras otra lo nombraba hijo adoptivo. LaCorona le hizo senador vitalicio comorecompensa por su papel en la«salvaguarda de la civilización» antelos «bárbaros» trabajadores[9]. La

represión de las asociaciones laborales,a principios de la década de 1890, hizode Weyler un símbolo de la violenciareaccionaria en todo el mundo. Entre1896 y 1897, esta parte del pasado deWeyler contribuiría en gran manera a lacreciente percepción internacional deque España no era apta para gobernar enCuba. Sobre este tema volveremos másadelante.

Weyler tenía cincuenta y cinco añosy se encontraba en la cima de su carreracuando los revolucionarios cubanosproclamaron la independencia en Baire,en febrero de 1895. Cuando, a finales deaño, queda claro que Martínez Campos

no sería capaz de derrotar a los cubanos,todos señalaron a Weyler, el duroenemigo de la insurrección, comosustituto y, en diciembre de 1895,Cánovas empezó a negociar con él.Afecto al bando de los liberales deSagasta, Weyler dudaba en volver aCuba, a no ser que el Gobiernoconservador le diera carta blanca. Alprincipio, Cánovas se opuso a estaexigencia, pero, a medida que lasituación en Cuba iba deteriorándose,tuvo que ceder y el 18 de enero convocóa Weyler a Madrid.

El 19 de enero, Weyler se reúne conel gabinete para recibir instrucciones y

ofrecer un análisis de la situacióncubana al ministro de la Guerra. En sudocumento, Weyler indica que la claveestaba en el reasentamiento de lapoblación. Los civiles habrían de serobligados a trasladarse a ciudades ypueblos donde pudieran ser vigilados,ya que esto permitiría aislar a losinsurgentes y al mismo tiempo podríareunificarse a las dispersas fuerzasespañolas para crear varios cuerpos deejército con más número de tropa, quese usarían de manera coordinada paraatrapar y destruir a las principalesfuerzas cubanas. Ésta era la receta deWeyler para la victoria en el momento

de ser nombrado en su puesto, y nocambió ni un ápice tras su llegada aCuba[10].

Una semana después de esta reuniónen Madrid, Weyler se encontraba enCádiz preparándose para embarcarrumbo a su nuevo destino. Allí, seencuentra con algunos de los hombresque llevaría consigo a Cuba, como elgeneral Juan Arolas, que habíacombatido junto a Weyler en Filipinas.Weyler le promete a Arolas quedemostrarían al mundo que «quienesestuvimos en Filipinas servimos paraalgo bueno» en Cuba, y que darían «unalección dura a aquellos bandidos»[11].

Este tipo de alardes son de esperar entreoficiales, aunque resulten ofensivos,pero Weyler fue demasiado lejos alhablar con la prensa. En declaraciones aun reportero, aseguraba que «terminaríala guerra en poco más de dos años», unapromesa precipitada que nos sugiere lopoco informado que estaba acerca de lascondiciones en Cuba, incluso después delos encuentros a alto nivel en Madrid[12].

Mientras Weyler realizaba lospreparativos de última hora para suviaje a Cuba, Martínez Campos volvía acasa. Desembarcó en A Coruña, el 2 defebrero de 1896, de la manera másdiscreta posible, pero fue abucheado por

la multitud en cada una de las estacionescamino a Madrid, donde se produjo unamanifestación masiva en su contra, el 7de febrero. Un oficial incluso lo desafíaa un duelo, que se canceló en el últimomomento. A Martínez Campos, elpacificador de Zanjón, el hombrepolítico y la figura militar con másresponsabilidad en la Restauraciónborbónica en 1874, finalmente le habíaderrotado Cuba[13].

El 10 de febrero, Weyler llega a LaHabana y es recibido con un entusiasmonunca visto en la ciudad, pero no iba aconformarse, en ningún caso, con lasopiniones de los fanáticos pro españoles

que abundaban en la capital. Mientrasviajaba desde España, en San Juan dePuerto Rico, había recibido informaciónfiable y alarmante de oficiales de Cuba:excepto La Habana y otras ciudades,decían, la sociedad colonial españolahabía quedado destruida por el EjércitoLibertador. De un extremo a otro de laisla, el humo de los edificios y lascosechas en llamas llenaba el aire.Maceo incluso había puesto a prueba lasdefensas de La Habana misma. Aunquetenía pocas tropas, escasas municiones yninguna artillería, y no podía ser unaamenaza seria para la ciudad, MartínezCampos se asustó y declaró allí la ley

marcial el 6 de enero. Se podía decir,sin faltar a la verdad, que Maceo habíallevado la guerra hasta la misma capital,aunque fuera sólo psicológicamente. Alno poder tomar La Habana, habíacontinuado hacia el oeste, hacia Pinardel Río, incendiando la mitad de lospueblos de la zona y obligando a huir amiles de personas hacia las ciudadesbajo control español. Gómez, entretanto,permanecía en las provincias deMatanzas y La Habana saboteandotrenes, saqueando localidades eincendiando cosechas. Otras fuerzascubanas dominaban las provincias delcentro y el oriente, y hubo expediciones

procedentes de Estados Unidos quedesembarcaron sin oposición en el este.A finales de marzo, Calixto Garcíaarribó a Baracoa: era el hombredestinado a reorganizar la insurrecciónen oriente y llegaría a ser, en los dosaños finales de la guerra, el general másexitoso del bando cubano.

Weyler admitía estar sorprendidopor el impacto que le producía la«situación extremadamente grave» quehabía heredado. Era, decía, peor de loque nunca había imaginado, y sabía quetenía que actuar con rapidez. Nada másllegar a La Habana, impuso una férreadisciplina en la isla: el 16 de febrero,

llevó ante jurisdicción militar a quienes«de palabra, por medio de la prensa oen cualquier otra forma, depriman elprestigio de España». Estas accionesserían juzgadas en adelante portribunales militares y tratadas con lamayor severidad[14]. Este mismo día,anuncia una estrategia en tres partes parapacificar Cuba[15]. En primer lugar,promete eliminar las guarniciones decientos de plantaciones y aldeasindefendibles para crear grandesejércitos que puedan forzar batallasdecisivas con los cubanos. En segundolugar, dedicará sus energías y recursos auna sola parte de Cuba a la vez,

comenzando con un asalto a Maceo enPinar del Río, para luego desplazarsehacia el este, empujando a los rebeldeshasta que pudiera combatirlos a travésde la trocha y hacia oriente. La trochasería reconstruida, privaría a larevolución de recursos y la destruiríacuando llegara el momento. En tercerlugar, Weyler realojaría a los civiles delas zonas rurales en las ciudades, donde,por un lado, no podrían ayudar a losinsurgentes y, por otro, le evitaría tenerque proteger cientos de pequeñasciudades y aldeas. A esta parte del planla denominaba «reconcentración», ydedicaremos un capítulo más adelante a

este controvertido tema. En el resto deeste capítulo y en el siguiente veremoscómo Weyler puso —o intentó poner—en marcha las dos primeras partes deeste plan, la reorganización de susfuerzas y la destrucción del EjércitoLibertador.

La primera parte de la estrategia deWeyler requería la retirada yreorganización de guarniciones ydestacamentos. Estos no habían sidocapaces de proteger los campos de cañade los incendios, ni las ciudades yaldeas sin fortificar, y tanto éstas comolas caravanas que las abastecían nohabían sido sino objetivos fáciles —

además de una fuente de armas ymuniciones— para la insurgenciacubana. Weyler planeó reunir a lastropas que Martínez Campos habíadividido y formar grandes columnasmóviles que completaría con nuevosrefuerzos procedentes de España. Elobjetivo ya no sería la protección de laspropiedades, sino la persecuciónagresiva y la destrucción del EjércitoLibertador[16].

Sobre el papel, ésta fue siempre laidea, pero lo cierto es que Weyler nopudo reorganizar sus fuerzas lo rápida ycompletamente que le hubiera gustado.Reunir las tropas dispersas obligaba a

abandonar a los cubanos de las zonasrurales a su propia suerte, y esto produjomuchas protestas por parte de laspersonas leales a España, quepresionaban a Weyler, como habíanpresionado a Martínez Campos, paraque protegiera sus familias,comunidades y propiedades ante losinsurgentes. Recibió una avalancha decartas en las que se le pedía que seconservaran las guarniciones, que es loque hizo finalmente Weyler, en contra desu más acertado juicio militar[17]. Estoayuda a explicar por qué mantuvo laguarnición de Cascorro hasta octubre ypor qué siguió ocupando lugares

vulnerables y estratégicamente inútilescomo Bayamo y Las Tunas en el este.

De hecho, la lógica de la guerra deguerrillas demostró ser superior alimperativo deseo de Weyler dedesencadenar batallas decisivas congrandes ejércitos enfrentados. Todavíael 23 de marzo de 1897, más de un añodespués de la entrada en escena deWeyler, aún podía encontrarse alpequeño destacamento del tenienteSantiago Sampil escoltando alsupervisor de un gran hacendado quevolvía al abandonado ingenio Esperanzapara recuperar unos objetos personalesque había dejado allí. Se suponía que la

política de Weyler iba destinada a evitarsituaciones como ésta, que únicamenteservían a los propietarios y convertían asus soldados en objetivos fáciles antelos ataques de, incluso, pequeñasfuerzas insurgentes. De hecho, losinsurgentes emboscaron a los setentahombres de Sampil, mataron a tres y sehicieron con catorce Mauser antes deevaporarse[18].

De cualquier manera, estassituaciones eran inevitables, dadas lastradiciones del cuerpo de oficialesespañol. Los mal pagados oficiales de laparte baja de la cadena de mando, comoSampil, tenían buenos motivos para

ayudar a los propietarios: con estasmisiones privadas, reunían dinero parasí mismos y para sus hombreshambrientos. La práctica era tan comúnen Cuba que sólo a los extranjeros o alos muy ingenuos podía sorprenderles.Los oficiales españoles siempre sehabían beneficiado del trabajo de sushombres como policías rurales, ¿por quédebería ser diferente en Cuba? De ahíque, cuando Weyler anunció su plan deretirar guarniciones de las zonas rurales,encontrara resistencia en dos frentes:por un lado, de los cubanos, que exigíanprotección y, por otro, de los oficialesde rango inferior, que obtenían

beneficios protegiendo a los anteriores.Ambos eran importantes apoyos de losque Weyler no siempre podíaprescindir. Es significativo que enoctubre de 1897 el sustituto de Weyler,Ramón Blanco, encontrara que muchasde las fuerzas que había heredadoestaban, de hecho, aún dispersas. Aligual que Weyler, su prioridad erareunir las fuerzas dispersas enguarniciones para disponer de unpotencial ofensivo, pero, también aligual que Weyler, su éxito sólo fueparcial.

Al intentar privar de protección a lasplantaciones de tabaco y azúcar, Weyler

se encontró con algunos problemasespeciales. Pinar del Río era el centrode la producción tabaquera de Cuba ylos pinareños producían la hoja másapreciada del mundo. Los trabajadoresde la industria eran dueños de unaimpresionante tradición de activismoque desafiaba directamente la autoridadde Weyler. Los puros se hacían a mano yno había maquinaria ni línea de montaje.El trabajo requería habilidad, pero noera tan absorbente como para que eltrabajador no pudiera concentrarse ennada más; para pasar mejor el tiempo,los trabajadores elegían a un lector paraque leyera las noticias del día e

introdujera temas de discusión mientrasellos liaban los puros o realizaban otrastareas. Saturnino Martínez, un inmigranteprocedente de Asturias, inventó latradición en la década de 1860, casi almismo tiempo que fundaba La Aurora,el primer periódico de trabajadores deCuba[19]. Con los lectores que difundíanlas últimas noticias y los editoriales deperiódicos como La Aurora, el centrode trabajo se convirtió en un lugar dondeuno recibía educación política y moral,y las lecturas se convertían en unaespecie de púlpito subversivo. Elparalelismo con la iglesia se completabamediante la práctica de pasar una

bandeja de colecta en apoyo de causasradicales ya que, como muchos otrostrabajadores artesanos, los cigarreros sesituaban políticamente en la extremaizquierda. Los sueldos bajos, losaranceles que subían el precio de lospuros cubanos y daban ventaja a lacompetencia extranjera, el gustomoderno por los cigarrillos liados amáquina: todo amenazaba a lostrabajadores de la industria del purocubano. Muchos se habían hechoanarquistas, un movimiento de la clasetrabajadora tan importante en el mundohispánico y entre trabajadoresartesanales como lo era el socialismo

entre el proletariado industrial de otrospaíses. Como anarquistas, lostrabajadores del tabaco tenían otra razónpara odiar a Cánovas y a Weyler,responsables ambos, como veremos, dela bárbara represión de los trabajadoresespañoles —muchos de ellosanarquistas— en Barcelona y en otroslugares de España. Consciente de todoesto, Weyler no tenía duda de que lostrabajadores de la industria cubana deltabaco estaban apoyando a losinsurgentes y, en consecuencia, prohibióla producción comercial de tabacomanufacturado para librarse de estostrabajadores radicales. Así se avivó el

intenso odio que ya sentían lostrabajadores por este militar.

El 16 de abril, Weyler fue aún máslejos, prohibiendo la exportación aEstados Unidos de tabaco sin procesar.Los inmigrantes cubanos en localidadescomo Tampa habían formadoimportantes comunidades que sebasaban económicamente en laelaboración de puros confeccionadoscon hoja cubana. Estas personas, comosus hermanos cubanos, tenían tendenciaal radicalismo político y también usabanel sistema de lectores y colectas. Comoya hemos visto, eran una fuente derecursos importante para Martí hasta

1895, y lo fueron posteriormente para lainsurrección. Weyler había prohibidolas exportaciones de tabaco en brutopara dañar a las comunidades cubano-estadounidenses en lugares como CayoHueso o Tampa. Esperaba que, aislandoa la insurrección de sus fuentes derecursos y suministros en EstadosUnidos, podría derrotar a los insurgentesy, razonaba, si los trabajadores cubano-estadounidenses perdían sus trabajos, nopodrían contribuir con su ayudaeconómica a la revolución, como habíanestado haciendo durante años[20].

El problema de esta prohibición deWeyler radicaba en que dañaba la

economía cubana aún más que a losinmigrantes afectados en EstadosUnidos, donde el ciclo comercial habíaentrado en una fase robusta tras unosaños difíciles. En cuanto a lostrabajadores de Cuba, probablementehubieran sido menos problemáticos paraEspaña mientras liaban puros yescuchaban arengas políticas queestando desempleados, con todo eltiempo en sus manos para dedicarlo aprovocar incendios y a actividadessubversivas.

Además, ¿qué ocurría con loshacendados y empresarios de laindustria del tabaco? Éste era un gran

negocio si se consideraba en suconjunto, pero las operacionesindividuales se realizaban a pequeña omediana escala. Los hacendados nodisponían de ingresos diversificados nide ahorros que les permitieran pasar losaños difíciles, así que el acto de Weylersignificaba la ruina. Weyler se encogióde hombros como respuesta: loshacendados debían culpar a lainsurrección de sus problemas y no a losdifíciles pero necesarios pasos queestaba obligado a dar para combatir alos insurrectos. En retrospectiva,podemos ver que la destrucción porparte de Weyler de la ya enferma

economía del tabaco no tenía sentido:jugaba a favor de los revolucionarios.Los hacendados y los trabajadores,muchos de ellos emigrantes canarios yde otras partes de España,supuestamente más inclinados a serleales a la madre patria, aprendieronque las armas españolas podíancolaborar en su destrucción en vez deayudarlos. Llegados a este punto, seconvirtieron en reclutas potenciales parael Ejército Libertador o, másprobablemente, en refugiados enciudades superpobladas. De cualquiermanera, era una situación que agradabaa Gómez y Maceo y que Weyler podría

haber evitado por completo si hubieraactuado de forma diferente. Pero eso erapedir un imposible: su experiencia comocapitán general en Cataluña, donde sutrabajo consistía en detener elterrorismo anarquista, había impreso enWeyler una profunda aversión por lasclases trabajadoras, en especial poraquéllas influidas por el anarquismo.Sólo era capaz de aplicar medidasextremas, y no le importaban lasconsecuencias.

Con la industria del azúcar elproblema era parecido. En la campañade invierno de 1895-96, los insurgentesdestruyeron totalmente la cuarta parte de

las instalaciones de almacenamiento yrefinado de las plantaciones de azúcar,pero el resto sólo había perdido la cañaplantada, que se podía reemplazarfácilmente. La caña de azúcar es unaplanta perenne que se regenera cada añoa partir de sus profundas raíces. Porello, la quema de cosechas sólo afectabaa la producción del año. Mientras losingenios siguieran en pie, no resultaríademasiado costoso reorganizar laeconomía azucarera. En el verano de1896, los insurgentes, a falta de fondos,prometieron respetar las cosechas de loshacendados a cambio de un impuestorevolucionario. Era un momento

delicado para Weyler: si continuaba consu promesa de retirar las guarnicionesde las zonas rurales, los hacendados notendrían más opción que aliarse con larevolución a cambio de una licenciapara cosechar y moler su caña. La únicasolución era prohibir totalmente laproducción de azúcar. Si no había cañaque cosechar, los hacendados notendrían la opción de molerla ni depagar el impuesto a los insurgentes. Notendrían que preocuparse de que losinsurgentes incendiaran sus campos decaña porque los españoles lo harían porellos. Con todo esto en la cabeza,Weyler clausuró la industria del azúcar

por decreto, en septiembre de 1896.Los hacendados se quejaron

amargamente. Algunos incluso acusarona Weyler de enemigo de la propiedadprivada. Los insurgentes estabanencantados de ver cómo los españoles,al hacer suya la política de tierraquemada de Gómez, ayudaban a éste aalcanzar una de sus metas más deseadas,que era la destrucción de la industria delazúcar. Y tenían más razones para estarsatisfechos: las acciones de Weylerimpedían a éste mostrase como defensorde la propiedad y cargaban de razones alos que pedían la intervenciónestadounidense. Incluso algunos

hacendados, de los que se hubieraesperado que se alinearan unánimementea favor de España, empezaban a abogarpor la implicación de Estados Unidos.

De este modo, la estrategia de guerratotal de Weyler se enfrentaba a laoposición de muchos sectores de lasociedad y era un fracaso en muchosaspectos. Tuvo éxito, no obstante,reorganizando las tropas para lograr unmejor potencial ofensivo. Todo lo quese necesitaba era la resolución deutilizar estas fuerzas agresivamente.Incluso antes de llegar a la isla, Weylerhabía sustituido a algunos de loshombres de Martínez Campos por

oficiales dispuestos a «luchar sucio».Con Weyler, los españoles comenzarona tratar a los cubanos como si las leyesde la guerra no fueran con ellos. Loscapturados eran bandidos y asesinos, nosoldados, y Weyler los quería muertos.Sus familias eran arrestadas, sus casas ycosechas quemadas y su ganadorequisado o sacrificado. Cuando hastalos españoles lo acusaron de crueldadexcesiva, Weyler resumió su punto devista acerca del asunto diciendo que «laguerra no se hace con bombones». Laspersonas que observan una fotografía deWeyler a menudo reparan en sus ojos.Parecen muertos, como si lo que hubiera

detrás de ellos no fuera del todohumano. Se podría pensar que es unefecto fotográfico o una impresiónsubjetiva nacida del conocimiento de suposterior comportamiento despiadado enCuba, pero sus contemporáneos tambiénlo notaban. Los ojos de Weylerasustaban incluso a sus amigos, quesabían que era un hombre duro y cruel.Desde el principio, cuando se dispuso areagrupar sus fuerzas, puso al mando aoficiales tan duros como él, que notuvieran ningún escrúpulo a la hora depacificar Cuba.

Bajo la dirección de Weyler, lastropas españolas empezaron a combatir

más coordinadamente. La moral de latropa aumentó de la noche a la mañanacon su llegada y tras la marcha deMartínez Campos. El asistente deGómez, Bernabé Boza, anotaba en sudiario la «actividad y acomentimiento»que desarrollaban los españoles desdeel mismo momento en que Weyler sehizo cargo de Cuba[21]. El 19 de febrero,durante la breve reunión entre Maceo yGómez, un ataque español terminó conun centenar de insurgentes heridos omuertos, y obligó a ambos generales adispersar a sus fuerzas. El 23 defebrero, en el primer aniversario de laguerra, Maceo y Gómez se separaron

para no volverse a encontrar más.En marzo, Gómez fue hostigado y

expulsado de La Habana y Matanzashacia el este hasta Puerto Príncipe.Durante la retirada, con sus hombres«muertos de hambre y de cansancio»,Gómez sufre una seria derrota el 9 demarzo y llega a estar tan cerca delcombate que el «generalísimo» perdió adieciséis hombres de una escoltapersonal de cuarenta. Los civiles de laszonas que atravesaba se habían unido ala causa española. El tono del diario deBoza durante estos días sombríos sehace especialmente estridente, mientrastodo se derrumba alrededor. Amontona

insultos contra España y contra Weyler,pero guarda sus dardos másenvenenados para los «nauseabundos ycobardes» reptiles que colaboran conlos españoles. La «unidad patriótica»conseguida durante la campaña deinvierno de 1895-96 había estadocondicionada, al menos en parte, por lapresencia de las victoriosas fuerzasinsurgentes y por la ausencia de lastropas españolas[22].

En abril, Gómez está de vuelta enSanta Clara. Allí intenta aguantar, perosus hombres no estaban en condicionesde entablar lucha alguna. Lacorrespondencia de Gómez en la

primavera de 1896 ofrece una imagendeprimente del estado de sus fuerzas.«En vista de la situación actual de larevolución en las comarcasoccidentales», anunciaba al ministro dela Guerra Carlos Roloff, y «en atenciónal estado presente del ejército invasor»que había visto cortadas sus líneas desuministro y era incapaz de «emprendercon nuevos bríos, cual correspondehacerlo» la acción, Gómez envía unemisario al este para suplicar másrecursos al Gobierno Provisional. «Sonpreciosos los momentos, y no hay paraqué decir que es preciso aprovecharlos.Sin cargos ni quejas, lamento el no

envío de refuerzos, por ese gobierno, alejército invasor, abandonado a su propiasuerte y recursos»[23].

Gomez ordena al general José María(«Mayía») Rodríguez que lleve lacaballería de Puerto Príncipe hacia eloeste para ayudarlo a emprender una«segunda invasión», pero el GobiernoProvisional había asignado ya unamisión diferente a Rodríguez[24]. Enmayo, Gómez renuncia a conservarSanta Clara y vuelve a cruzar la trochaJúcaro-Morón, para regresar a larelativa seguridad del oriente, dondepodría descansar del acoso constante delos españoles. No obstante, también allí

la moral de las tropas había sufridoconsiderablemente. Nada menos quequinientos hombres habían desertado delEjército Libertador y Gómez tuvo queasignar a su ayudante más cercano, elgeneral Serafín Sánchez, la tarea dehacer frente a esta crisis[25]. Entretanto,la organización militar que Gómez habíadado a La Habana y Matanzas durante subreve estancia se mantenía en teoría,pero las unidades que había dejado atrásse habían dispersado para evitar que lasdiezmaran y su cohesión y disciplina sehabían roto.

Mientras Gómez viaja hacia el este,Maceo vuelve a Pinar del Río sólo para

encontrar a las derrotadas ydesorganizadas fuerzas que habíanquedado allí al mando de QuintínBandera. A medida que los españolesempujaban a Bandera hacia el interiorde las montañas, se dedicaban también areconstruir las ciudades costeras queMaceo había incendiado en enero yfebrero. Bahía Honda, Bramales,Cabañas y Cayajabos habían sidoparcialmente reconstruidas yfortificadas. Las tropas y lostrabajadores de Pinar del Ríopreparaban el terreno y construíanfuertes para los milicianos cubanos de laciudad y del interior[26]. La energía que

Weyler había inspirado en las fuerzasespañolas estaba teniendo efecto inclusoantes de que hubiera puesto en marchagran parte de su plan[27]. En el resto delmundo no se sabía nada de esto: laprensa estadounidense actuaba comoaltavoz de una hábil y bien orquestadacampaña de propaganda cubana einformaba de cualquier pequeño éxitocomo si se tratase de una victoria en unagran batalla. Por ejemplo, el 6 de juniode 1896, el New York Times informabade que Maceo había atacado la trochaoccidental con veinte mil hombres ycuatro compañías de «amazonas» quehabían «luchado ferozmente con sus

machetes contra los españoles». Nadade esto había ocurrido, por supuesto,salvo en las mentes calenturientas de losperiodistas de Nueva York[28].

Uno de los problemas a los que seenfrentaba Weyler era la imposibilidadde trasladar hombres y material deguerra por ferrocarril. En parte, elproblema era estructural, ya que las víasférreas en Cuba se habían diseñado paratransportar materias primas, no parafacilitar los viajes a larga distancia. Laslíneas principales enlazaban minas eingenios con las instalacionesportuarias, pero utilizarlas para ir deuna ciudad a otra resultaba más

complicado. La red estabarazonablemente completa en lasprovincias de La Habana y Matanzas,era muy básica en Santa Clara y Pinardel Río, y primitiva en Puerto Príncipe ySantiago. No había ninguna línea desdePuerto Príncipe a Santa Clara, ni enlacehacia el este, a Santiago. De hecho, entodo Santiago, la mayor provincia deCuba, sólo había dos cortas líneas queiban de Guantánamo a la costa y desdeSantiago hasta casi las cercanías de SanLuis. Las únicas vías en Puerto Príncipe,aparte de la línea militar que dividía laisla desde Júcaro a Morón, cubrían unadistancia corta desde la capital a

Nuevitas, en la costa septentrional[29].

Valeriano Weyler, conocido por sus enemigoscomo El Carnicero, combatió a la insurgenciade forma brutal e hizo retroceder al Ejército

Libertador durante el verano de 1897.Fotografía usada con permiso del Archivo

Nacional de Cuba, La Habana.

Para complicar aún más las cosas, laadministración de la red estabadescentralizada. La compañía de unaprovincia no podía asegurar que hubieracarbón en las estaciones de la siguiente,pues no era ésa su responsabilidad. Deahí que incluso los trenes quetransportaban al personal militar y lossuministros tuvieran que esperar en lasestaciones durante horas, mientras se

negociaba una entrega de carbón con losproveedores locales. A veces, lospasajeros y el cargamento tenían que serdescargados y trasladados por tierra aotras líneas que nunca se habían unido altrazado ferroviario. La frase «desdeaquí no se puede», jocosa cuando sedice con un deje de Nueva Inglaterra,era la descripción perfecta de un viajeen tren por la Cuba colonial.

Sólo en La Habana, Matanzas ySanta Clara occidental podía decirseque el viaje por vía férrea resultabarazonablemente eficaz. En cualquiercaso, a principios de la primavera de1896, los insurgentes habían volado

tantas vías en el oeste que los trenesiban, por orden de los militares, adiecisiete kilómetros por hora, de formaque pudieran pararse a tiempo de evitarobstáculos como los puentes o lassecciones de vías destruidos. Enocasiones, las locomotoras marchabanincluso más despacio para que hombresa caballo pudieran explorar enavanzadilla por si hubiera problemas, unabsurdo que recuerda los primeros díasdel ferrocarril en Gran Bretaña. En otrasocasiones se enviaba por delante a una«locomotora de exploración» conequipos que reparaban las vías y tropaspara proteger a estos trabajadores. Los

trenes de atrás viajaban en grupos y sinperderse de vista, como un convoy debarcos mercantes, contra el que losinsurgentes hicieron de submarinos.Weyler había ordenado a los oficialesque llevaran un registro exacto de loshorarios de los trenes, de forma que élpudiera conocer los problemas yacelerar las cosas, pero lo cierto es quelas medidas provisionales no eranrespuesta. La única solución real eraderrotar a los insurgentes y tender másvías, en ese orden[30].

Una vez que Weyler huboreorganizado sus fuerzas, comenzó lasegunda parte de su estrategia.

Empezando por la parte más occidental,planeaba «limpiar» las provinciascubanas una a una, empujando a losinsurgentes hacia el este paraarrinconarlos allí. El primer paso eraaislar y perseguir a Antonio Maceo.Para ayudarse en esta tarea, ordenócrear una nueva trocha militar que seextendería unos cuarenta kilómetrosdesde Mariel a Majana, a lo largo deleje norte-sur, al oeste de La Habana. Laconstrucción de esta barrera occidental,más moderna que la antigua trochaJúcaro-Morón, requirió muchos mesesde trabajo, pero, incluso mientras estabaaún en construcción, proporcionaba una

presencia formidable de los españolesen Pinar del Río que logró obstaculizara Maceo. Weyler puso al mando de lalínea occidental a su amigo el generalArolas, con más de once batallones deinfantería, seis escuadrones decaballería y voluntarios y guerrilleroscubanos, quince mil hombres en total. Laidea era acordonar Pinar del Río conestas fuerzas estacionarias y, al mismotiempo, lanzar refuerzos masivos en posde Maceo. Weyler encomendó estaúltima tarea al general Arsenio Linares,otro veterano de la campaña deFilipinas. Linares organizó trescolumnas de persecución que

comenzaron a infligir serios daños aMaceo. Éste disponía de unos cuatro milhombres en Pinar del Río, la mitad deellos bajo mando directo del generalQuintín Bandera[31]. El 15 de marzo, unacolumna al mando del general debrigada Julián Suárez Inclán derrota aBandera, empuja a éste al interior de lasmontañas y limpia la costa septentrionalde rebeldes. Maceo estaba tandisgustado que relevó a Bandera delmando, pero ni él mismo podía hacergran cosa contra un número tan elevadode tropas españolas.

Las localidades que Maceo habíaocupado antes sin oposición se estaban

pasando a los españoles. Que lohicieran por convicción o por miedo alas tropas españolas es algo que carecede importancia: lo esencial era queMaceo había empezado a perder elcontrol de Pinar del Río. Su únicarespuesta, ya que en realidad no podíaenfrentarse al cuerpo principal de lasfuerzas españolas, fue castigar a lospueblos que habían traicionado la causarepublicana. El 19 de marzo de 1896,ordenó al general de brigada EstebanTamayo que «procure evitar ser atacadopor el enemigo» para esquivar las«desastrosas consecuencias» deenfrentarse a los españoles. Por el

contrario, debía saquear HoyoColorado, localidad que se había unidoa Maceo sólo para volver a los brazosde los españoles más tarde. Maceoescribía a Tamayo que esperaba quefuera capaz de «meterse en el pueblo deHoyo Colorado, el cual espero quedestruya por completo por medio de latea […] Concluida la operaciónindicada, que debe ser rápida,manténgase a la defensiva, y procureincorporárseme». En efecto, el 26 demarzo, la caballería cubana invadeHoyo Colorado a medianoche«saqueando y quemando cientocincuenta casas» según el diario de uno

de los comandantes del escuadrón. Acontinuación, los cubanos huyeron antesde que los españoles pudieranintervenir. Los hombres de Maceotambién incendiaron otras localidadesde Pinar del Río y La Habana. Entre laoleada de destrucción inicial de enero yla segunda, en marzo y abril, sólo cincociudades de Pinar del Río, entre ellas lacapital, se salvaron de la antorcha, y nodebido a que Maceo las pasara por alto,sino porque las tropas cubanas y losvoluntarios cubanos lograrondefenderlas. La campaña de destrucciónde Maceo provocó que miles de civileshuyeran al puñado de ciudades que

quedaban intactas, inaugurando de estaforma en Pinar del Río la fase dereconcentración que ya estabaproduciéndose en el resto de la isla[32].

Maceo acantonó su fuerza principalen Sierra de Rubí, en el centro de Pinardel Río. Allí, en un paso de la montañajunto a una localidad llamadaCacarajícara, tuvo lugar una de lasbatallas más enconadas de la guerra. Enla mañana del 30 de abril, Suárez Inclány su columna de infantería de milquinientos hombres dejaron la ciudad deBahía Honda en busca de Maceo,guiados por un civil que afirmabaconocer el paradero del Titán de

Bronce. Poco después del mediodía, lacolumna comienza a recibir una «lluviade plomo que partía de todas lasmaniguas», pero sin embargo continúaadelante en formación, subiendo por lacarretera de la montaña. Habíanencontrado al hombre que buscaban.Maceo mantenía a sus efectivos «medioenterrados entre la vegetación» u ocultostras las rocas, de tal manera que losdisparos de los españoles resultabaninútiles, mientras que la compacta yexpuesta formación española seguíasufriendo bajas a medida que avanzaba.Al atardecer, la columna se aproxima ala cumbre en Cacarajícara y comienzan

a disparar salvas hacia la que pensabanque era la principal posición cubana. Unveterano español recuerda haber visto alos insurgentes caer «en montones, comocereales segados con guadaña». Enrealidad, los cubanos estaban llevando acabo una retirada táctica de la cumbre.Al caer la noche, Suárez Inclán toma laposición, pero descubre entonces que seencontraba en el borde de una zonapreparada por los hombres de Maceocon una elaborada red de trincheras,pozos y puntos fuertes, y que estabanapostados allí. La auténtica batalla aúnno había comenzado[33].

Maceo estaba inusualmente bien

preparado para el combate gracias a queel 20 de abril una expedición defilibusteros había desembarcado enPinar del Río. El Competitor, aunquemás tarde fue capturado junto a sutripulación, descargó miles de cartuchosde munición, suministros y cuarenta ycinco reclutas que Maceo había llevadoa Cacarajícara. A bordo del Competitorhabía llegado un hombre procedente deFlorida, que traía la intención decombatir y lograr una vida mejor enCuba. Se incorporó a las filas alprincipio de la batalla de Cacarajícara,pero murió luchando algunos díasdespués. En su diario, no obstante, nos

ofrece algunos otros detalles delcombate[34].

En la mañana del 1 de mayo, SuárezInclán ordena un asalto a bayoneta sobrelas trincheras cubanas. Sus hombressufrieron muchas bajas. Los cubanosapuntaban a los oficiales, de manera talque pronto sólo quedaron sargentos paradirigir el ataque. Finalmente, losespañoles lograron expulsar a loscubanos. Pero, una vez que losespañoles tomaron las trincheras, nosupieron qué hacer con ellas. Laposición en sí misma era inútil si no sereabastecía continuamente, y loscubanos se retiraron a una zona más

segura, sin intención de recuperar lastrincheras ocupadas por los españoles.A las dos de la mañana del día 2 demayo, Suárez Inclán levanta elcampamento y hace volver a su columnahacia Bahía Honda bajo el fuego de losfrancotiradores; había perdido a quincehombres y otros veintidós habíanquedado heridos. Según sus números,sus hombres hirieron o mataron acuatrocientos cubanos, pero, como todoslos cálculos de pérdidas del enemigoque hacían los españoles, este númeroresulta muy exagerado. El premio, sipuede llamarse así, fue que los soldadosde a pie españoles, al hacer de dianas

de los disparos cubanos, habíanconseguido que Maceo agotara lamunición del Competitor. Por fortuna, lainminencia del verano prometía undescanso en las hostilidades[35].

La posición de Maceo trasCacarajícara se había hecho precaria.Aún lograba alguna victoria que otracontra los milicias de las ciudades, peroeste tipo de actividades se ibanhaciendo más costosas a medida que lamoral crecía entre los aliados de losespañoles. El 3 de mayo, por ejemplo,los hombres de Maceo intentaron tomarEsperanza por la fuerza, pero sólolograron incendiar parte de la ciudad.

Los voluntarios cubanos que luchabanjunto a los españoles les habían causadoonce bajas y se vieron obligados adispersarse ante la llegada de fuerzasespañolas más numerosas.

El problema, en parte, era queMaceo disponía de poca munición. Lasépocas de saqueo fácil, cuando con losmachetes y unos pocos disparos sepodían tomar ciudades indefensas —ylas reservas de armas y munición queproporcionaban— habían pasado a lahistoria; ya no podía esperar nada eneste sentido. Al mismo tiempo, la mayorparte de las expediciones procedentesdel extranjero desembarcaban en la

Cuba oriental y central, donde la costaestaba peor defendida. Lo que Maceonecesitaba era una forma de conseguirestos suministros del este, pero elcamino que conducía a La Habana y alresto de Cuba estaba cortado. Aunque lalínea Mariel-Majana no quedaríafinalizada hasta octubre, aun a medioconstruir era ya una barrera formidable.Un corresponsal del Times de Londresobtuvo un permiso especial para visitary examinar la línea en junio de 1896. Lasección del sur parecía realmenteinexpugnable y la del centro casi lomismo. La única parte débil estabacerca del extremo septentrional, donde

discurría a través de terreno abrupto ydifícil y no de forma continua[36].Gracias a la nueva trocha, los refuerzosy suministros del este que solicitabaconstantemente Maceo no llegaban, eincluso las comunicaciones eranprecarias. Maceo estaba prácticamenteaislado.

Gómez estuvo escribiendo a Maceotodo el verano, suplicando al Titán deBronce que volviera al este, pero estoscomunicados no llegaron a su destino,como prueba el que consten en losarchivos militares españoles. El 28 dejulio, Gómez escribe a Maceo condolorosas noticias: su hermano José

había caído en combate el 5 de julio enLoma del Gato. Al mismo tiempo, lerecuerda «que son repetidas las órdenesque le tengo dadas de trasladarse dellado acá de la línea Mariel» y acudir aLa Habana y Matanzas. Ni este mensajeni ninguna de las «repetidas órdenes» ala que aludía Gómez llegaron hastaMaceo, como tampoco los posterioresmensajes de corte similar, todos ellosinterceptados por el firme control quelos españoles estaban imponiendo día adía en el oeste. Maceo no supo de lamuerte de su hermano hastaseptiembre[37].

El aislamiento de Maceo en Pinar

del Río también era fruto de ladecadencia de la insurrección en laszonas próximas de La Habana yMatanzas. Como ya hemos visto, Gómezhabía evacuado las dos provincias enmarzo y se había retirado a Santa Claray luego a Puerto Príncipe. Había dadotres motivos para esta retirada: losespañoles estaban demasiado fuertes, elGobierno Provisional no había enviadolos refuerzos y suministros solicitados, yla insurgencia había empezado a sufrirreveses incluso en Puerto Príncipe ySantiago, donde se requería supresencia[38]. La «tierra de la caña»había sido poco acogedora, después de

todo. Se trataba del corazón de la Cubaespañola, con demasiadas ciudades ypueblos grandes, demasiados amigos deEspaña y, sobre todo, demasiadas tropasespañolas. El Gobierno revolucionariono había hecho nada para reforzar aGómez en el oeste, en parte por falta derecursos, pero también porque el este noestaba libre de problemas.

El diario de Eduardo Rosell yMalpica sugiere que las fuerzas quehabían quedado atrás en el este, cuandoGómez y Maceo habían invadido eloeste, habían hecho poco por su parte, aexcepción de evitar a los españoles[39].En Puerto Príncipe el entusiasmo se

había evaporado. Un oficial cubano,Fermín Valdés Domínguez, sostenía quela mezquindad y la falta de patriotismode las gentes de Puerto Príncipe en esteperiodo le habían hecho pensar que «enel mapa de mi Cuba yo encerraría en unparéntesis esta parte de la patria»[40]. Lasituación por todo oriente requería lapresencia de Gómez e, insistía, la deMaceo, siempre que éste pudiera salirde Pinar del Río.

La llegada de Calixto García junto alas tan necesarias provisiones mejoró deforma significativa la situación en eleste durante el otoño de 1896. Al mandode los tres primeros cuerpos del ejército

estacionados en Santiago y PuertoPríncipe, García proporcionó un nuevoímpetu a las tropas. Sus tres «cuerpos»en realidad constaban como mucho deunos pocos miles de efectivos y estabandispersos por toda la zona oriental. Lamayor parte del tiempo sólo podíaejercer el mando directo sobre unosseiscientos hombres, pero aun asíGarcía hizo maravillas con su magroejército y lo llevó a la ofensiva contralas guarniciones y caravanas de losespañoles.

En diciembre de 1896, tras laofensiva contra Cascorro, García haceretroceder hacia Veguitas, su punto de

origen, a una caravana españolaprocedente del río Cauto. La caravanavolvería a intentarlo, esta vez reforzadacon un total de cuatro mil soldadosespañoles. García no podía enfrentarsedirectamente a una fuerza de estascaracterísticas, así que se dedicó aacosarla por los flancos de tal maneraque ésta tuvo que abandonar su misión yrefugiarse en la pequeña aldea deBueicito, a diez kilómetros de sudestino, Bayamo. Mientras tanto, Garcíahabía destacado a unidades preparadaspara la emboscada, armadas con losMauser capturados a los españoles y«que tirotean de día y de noche» sobre

las guarniciones de Jiguaní, Santa Rita,Guisa, Cauto Embarcadero y Bayamo,«haciendo fuego sobre todo lo que vive»hasta que las guarniciones creyeron estar«sitiadas por grandes fuerzas» y no seatrevían a abandonar sus fuertes «ni paraenterrar [a] los que se les mata». Conobjeto de hacer creer a los españoles deJiguaní que disponían de una fuerzamayor de lo que realmente era, Garcíahizo que unos civiles desarmadosvestidos de soldados desfilaran a unadistancia prudente, pero a la vista de laguarnición. En diciembre, murieroncatorce hombres de García y otrosochenta y seis resultaron heridos, pero

las bajas españolas son al menosequivalentes, y además el hambreempieza a hacer mella en las ciudadesespañolas. Hasta el ganado moría, antela imposibilidad de sacarlo a pastar[41].

En cualquier caso, mientras García yGómez actuaban en la parte occidental yMaceo aún más al este, la insurgencia sehabía visto detenida en La Habana,Matanzas y Santa Clara. Los españoleshabían pacificado la zona en torno aCienfuegos y ahora estaba patrullada porcontrainsurgentes pro españoles[42]. Elcorazón de la insurrección en SantaClara era Siguanea, una localidadsituada en la montañas entre Cienfuegos

y Sancti Spíritus. El coronel EnriqueSegura estaba allí al mando de unacolumna con una misión: la «destrucciónde lo que a su paso hallaran». El diariode Segura describe los ataques a loscampamentos enemigos, los incendiosde cosechas y la incautación de víveres.La república en armas había llegado aestablecer en Siguanea una organizaciónpolítica que coordinaba las producciónde alimentos y ropa para la insurgencia.Segura lo destruyó y expulsó a losciviles de la zona. Luis de Pandoescribió al general Weyler,recomendando el ascenso de Segura yresumiendo sus logros: la región había

sido «el retiro seguro y sagrado de lashordas enemigas», su «lugar derazonamiento y de etapa en las marchas»hacia el oeste. A causa de los «montesescarpados de su interior, y los abismosabiertos por el correr de sus ríos»,Siguanea había sido siempre un«misterio impenetrable» para las fuerzasespañolas. Segura, según Pando, habíaresuelto el misterio y la región ya noserviría como ruta para las fuerzasinsurgentes y los suministros que iban deeste a oeste[43].

Entretanto, la insurgencia no sehabía hundido por completo, pero sunaturaleza era ahora diferente. Las

fuerzas cubanas se habían dispersado ycarecían de municiones, dos motivosque les impedían atacar a nada que nofuesen unidades españolas muypequeñas. Sin embargo, continuabanusando el machete, la antorcha y ladinamita con buenos resultados: elmachete para los colaboradores de losespañoles y el ganado, la antorcha paralas cosechas y las casas, y la dinamitapara objetivos de más importancia.

El comandante de una compañía delregimiento de Calixto García llevó unregistro diario de las acciones de suunidad desde abril a finales de julio de1896, momento en el que él y su diario

fueron capturados[44]. Este extracto deldiario del mes de mayo esparadigmático de lo que sucedió:

14 de mayo. «Se destruyó un tramode la vía férrea entre [G]uana y Duran.P. [Pernoctó] en potrero “SanFrancisco”».

15 de mayo. «I. [Ingenio]“Merecedita” encuentro con lasguerrillas combinadas de éste y delIngenio San José causando 4-6 bajasenemigas. P. [Pernoctó] “El Caimán”».

16 de mayo. «S.N. [Sin novedad]. P.[Pernoctó] Pimienta».

17 de mayo. S. [Salió] 5 a.m. «Sedestruyó la vía férrea entre Pozo

Redondo y Batabanó. C. [Campó] 9 a.m.finca “Dolores” en Seiba del Aguadestruyendo la vía férrea entre Guira yAlquizar y quemando una casa demampostería próxima a la línea. 2 p.m.S. [Salió] a Guanajay destruyendo lafinca y alcantarilla entre Gabriel yRincón, p. [pernoctó] en Guira».

18 de mayo. Se quemó el caserío«Capellanía» compuesto de unas sesentacasas, algunas de ellas de mamposteríade donde salimos a las 5 t. [tarde] c.[campó] Puerta de Guira.

La «brigada», cuyo tamaño era algomenor que el de una compañía regular,evitaba de manera estudiada a las tropas

españolas, pero se vio inmersa en variosencuentros con fuerzas privadas a sueldode los hacendados del azúcar. Aprincipios de junio, atacan Ceiba delAgua, pero encuentran que estádefendida por unos ciento cincuentamilicianos, de forma que prenden fuegoa quince o veinte casas de losalrededores antes de retirarse. El 12 dejunio tienen mejor suerte contra laindefensa localidad de Batabanó, dondeincendian ciento cincuenta casas.

La experiencia de Raúl Martí en LaHabana es parecida. El 16 de febrero,Martí se encuentra al mando de unescuadrón de cuarenta y cinco hombres

cerca de esta región, pero durante lasiguiente semana pierde a veintiuno endos combates inesperados con losespañoles. El 29 de febrero se le ordenaque ocupe diferentes localidadescercanas a La Habana, y Martí descubreque no puede hacerlo a causa de la«mucha aglomeración del enemigo» y elescaso número de sus hombres.Asimismo, se encuentra «muy escaso deparque» y así la mayor parte de loshombres que habían sobrevivido a losencuentros con los españoles«dispersos», eufemismo que podíasignificar cualquier cosa, desde lamuerte o la deserción, a una separación

accidental y temporal. Martí continúacon operaciones de otro tipo: incendiatres puentes y algunas casas y campos decaña. Pero hasta esto resultaba difícil y,finalmente, «la caballería cansada y […]la dispersión» lo obligan a ocultarse.Contrae la fiebre amarilla y pasa variosdías en cama, escondido por loscampesinos y «sin saber nada» delparadero de lo que queda de sus fuerzas.«Sigo muy mal», escribe en su diario,«no me puedo mover, estoy paralizadosin recursos ni auxilio». Una patrullaespañola casi llega a atraparle, pero loscampesinos que le han ocultado logransubirle a un caballo y conducirle a la

seguridad de los bosques.Martí se recuperó, pero no sus

hombres. Había perdido tantos a causade las muertes y las deserciones que loque quedaba bajo el mando de Martí yano podía considerarse una fuerza decombate seria. La brigada de Martípertenecía al regimiento de CalixtoGarcía que comandaba José MaríaAguirre, pero estaba tan mermada queincluso Aguirre estaba empezando a usartérminos como «brigada» o«regimiento» entre comillas. Con todo,Aguirre conducía una campaña agresivaque incluía la destrucción de puentes,vías férreas, líneas del telégrafo y

edificios.En la mañana del 26 de abril, los

insurgentes hicieron explotar una bombaen el sótano del palacio del capitángeneral, muy cerca del dormitorio delpropio Weyler, pero éste se encontrabaya trabajando en su oficina y escapóileso del atentado. La dependencia delos cubanos respecto a la dinamita enéste y otros ataques —en especial losrealizados contra los pasajeros de lostrenes— dieron mala prensa a lainsurgencia. La táctica era prácticamenteterrorista: era el tipo de cosas quehacían los anarquistas para conseguirsus fines. De hecho, el intento de

asesinato de Weyler se realizó encolaboración por un nacionalista cubanoy dos anarquistas. La perspectiva de quepudieran ser comparados con terroristaspreocupaba a los líderes cubanos, peroel mundo pronto perdonó estos métodos;la comunidad internacional parecíaaceptar la idea de que en una guerra deliberación popular se podían permitirciertas prácticas poco ortodoxas,incluso dinamitar trenes con confiadospasajeros en su interior o atentar contralos líderes enemigos mientras dormían.Después de todo, ¿acaso no cometían losespañoles los mismos crímenes? EnEspaña, desde luego, no hubo olvido.

Los insurgentes pasaron a ser llamados«dinamiteros anarquistas» en la prensa ysu uso del terror sólo pareció reforzar ladeterminación de Weyler y de lospartidarios de la línea dura.

En cualquier caso, los muypresionados insurgentes de La Habanano tenían muchas opciones al respecto.Aguirre tenía poca munición en laprimavera de 1896 y la mayoría de sushombres había desertado, así que siguiócontribuyendo a la liberación de Cubacon una campaña de incendios ydestrucción tremendamente efectiva.Maceo felicitó a Aguirre por su usocreativo de la dinamita y el fuego y lo

animaba con nuevas órdenes de «que sedestruya todo edificio que pueda ofrecerrefugio y defensa al enemigo, así comose inutilice todo el tabaco y maíz que seencuentren depositados en eseterritorio».

Parecía que iba producirse un puntode inflexión cuando, el 7 de julio de1896, en Boca Ciega, cerca de LaHabana, el yate Three Friendsdesembarca unos trescientos cincuentamil cartuchos de munición y a sesenta ycinco hombres armados. Con todo,Aguirre seguía teniendo problemas parausar este alijo, porque no era capaz dereunir a sus fuerzas. Aguirre había

autorizado a sus oficiales, como elcapitán Jesús Planas, para quereclutaran a su discreción y operaran deforma independiente. Planas habíarecibido de Aguirre lo que equivalía auna «patente de corso», que le dabaderecho a «reclutar e incorporar a susfilas a todo disperso y grupo deindividuos» que no tuviera otras órdenesen la jurisdicción de San Antonio de losBaños. Estas dificultades en laprovincia de La Habana impidieron aAguirre ayudar a Maceo o atacar a losespañoles, fracasos que prontoprovocarían su sustitución por BrunoZayas[45].

La dispersión de las fuerzasinsurgentes en La Habana contribuyó engran medida al aislamiento de Maceo enPinar del Río. Se suponía que las armasy la munición que llegaban a La Habanay Matanzas se enviarían a Maceo através de Aguirre, pero el transporte víaLa Habana se había vuelto complicado.Las provisiones solían ir menguandosegún iban hacia el oeste, y la granabundancia de fuerzas españolas hacíainviable el envío de caravanas grandes.Asimismo, se había hecho imposiblecruzar por la fuerza la trocha Mariel-Majana.

Raúl Martí, recuperado de su

enfermedad y harto de huir y esconderseen La Habana, trata de cruzar la trochaoccidental en abril de 1896, para unirsea Maceo, y se da cuenta de lo difícil queresulta. Junto a varias docenas dehombres, el resto de su brigada, lointenta por primera vez el 16 de abril.Es rechazado y durante la huida agota sumunición. Al día siguiente vuelve aintentarlo, pero fracasa de nuevo.«Siempre encontramos balas ysoldados», escribía Martí en su diario.«Retrocedo para intentar pasar por lacosta sur, a donde se me dice que es másfácil». Pero no lo era tanto. En elextremo sur, la línea discurría por

pantanos que podían ser tan letales paralos cubanos como para los españoles.Martí se quedó empantanado y, como lamayoría de sus hombres, contrajo lamalaria. Por seis veces, de abril a mayo,intentó Martí cruzar la trocha Mariel-Majana y en todas ellas tuvo que dar lavuelta y sufrió muchas bajas.Finalmente, el 25 de mayo, es atacadopor fuerzas españolas que matan acuatro de sus hombres y hieren a treintay uno, incluyendo al propio Martí, quees alcanzado en la rodilla. No hay másentradas en su diario[46].

Por mal que fueran las cosas en LaHabana para los insurgentes, más al

este, en Matanzas, las cosas iban aúnpeor. El diario de la brigada queoperaba en Matanzas describe a unospocos cientos de hombres incendiandocaña, disparando al azar a los trenes depasajeros y destruyendo estructuras eningenios abandonados. El puntoculminante del verano llega cuando usancinco cartuchos de dinamita paradescarrilar un tren cerca de unaplantación llamada Crimea[47]. Elgeneral José Lacret, jefe provincial,informa que sus oficiales estándesertando con su tropa y sus armas. Enjunio, el teniente coronel PedroMiquelina utiliza un salvoconducto

emitido por Lacret para volver aSantiago con cincuenta y tres hombres.El momento no era el adecuado, ya queEspaña se encontraba en plena ofensivaen la zona de Matanzas, donde sesuponía que debía estacionarseMiquelina. El resto de sus hombres sehabía quedado sin provisiones nimandos y veinte de ellos se habíanpasado al bando español con suscaballos y armas.

Cuando el orden se vino abajo enMatanzas, los oficiales empezaron arobar a la república en armas,capturando y ocultando, incluso, lossuministros que con tanta dificultad

traían los expedicionarios procedentesde Estados Unidos. El barcoCommodore, por ejemplo, habíadesembarcado en marzo un cañón defuego rápido, doscientos rifles yquinientos mil cartuchos de Remington,pero casi todos estos pertrechosdesaparecieron misteriosamente despuésde ser recogidos por insurgentes bajo laautoridad nominal de Lacret. En cartas aGómez y Maceo, Lacret admitía supropia culpabilidad por haber confiadode forma ingenua en el acicate delpatriotismo sin darse cuenta de que teníaque vigilar a sus propios oficiales paraevitar robos. Otros oficiales de Lacret

simplemente se negaban a hacer nada,aunque éste intentaba empujar a sushombres a la acción. En una carta del 29de julio de 1896, reprende al tenientecoronel Aurelio Sanabria: «Me causasuma extrañeza la inercia que vienenotándose en Vd. El parque que le heentregado no es para que lo guarde, sinopara que lo emplee contra el enemigo».

El problema no era únicamente labaja moral y la escasa fiabilidad de losoficiales. Los hombres de Lacret estabanmuriendo. El general de brigadaEduardo García informaba de que lamayoría de sus hombres estabanenfermos de malaria y muchos habían

fallecido: «El poco personal que quedase ha hecho cargo de los enfermostambién. No ignora Vd. que no tenemostan sólo una píldora de quinina paracontener tan terrible enfermedad que seha hecho crónica entre nosotros». Enagosto, ni el propio Lacret teníamunición. Cinco de los ochosescuadrones de caballería de su«división» habían desaparecido y lostres restantes estaban diezmados. El 10de septiembre, en una carta a laSecretaría de Hacienda del GobiernoProvisional, Lacret escribe: «Midistinguido amigo: en situación apuradame dirijo a Vd. Tengo heridos y

enfermos y no tengo medicinas paraellos. Tengo 250 fusiles Mauser sinparque». Tampoco tenía dinero paracomprarla, ya que los funcionariosciviles de la provincia que se suponíaniban a ayudarlo se habían ocultado ohabían sido detenidos. «Necesito queVd. me preste hasta 10.000 pesos». El21 de septiembre, Lacret hace saber aMaceo que no está en condiciones deunirse a él para la campaña de invierno.Matanzas se había perdido; las fuerzasinsurgentes se habían deshecho. La tropaque quedaba estaba «descalza en sumayor parte y casi desnuda y enferma depaludismo que reina con carácter

epidémico; los hospitales de sangreabandonados por los facultativos ydesprovistos en absoluto demedicamentos», debido a que losfuncionarios cubanos de Matanzas nohabían podido recaudar los impuestos.Un hospital de campaña levantado enenero de 1896 tenía ciento veintisietepacientes enfermos o heridos eseverano, pero ningún médico o personalsanitario, ya que todos habíanabandonado sus puestos. Pocos mesesdespués, Lacret escribe a Tomás EstradaPalma, entonces a la cabeza de ladelegación cubana en Nueva York,admitiendo: «No puedo ocupar

militarmente ni un solo lugar sin atraerla atención del enemigo»[48].

Este estado de cosas en La Habana yMatanzas, técnicamente bajo el mandode Maceo, nos sirve para entender doscosas: la insistencia por parte de Gómezen que Maceo volviera a cruzar latrocha Mariel-Majana para salvar lasituación en estas dos regiones, y el casoomiso que Maceo hizo de estas órdenes,así como la desastrosa situación al estede la trocha. Los mensajes que pudieronpasar en otoño de 1896 llegarondemasiado tarde. La trocha Mariel-Majana se había hecho demasiado fuertey Maceo ya no podía cruzarla[49].

Aunque la correspondencia internanos revela el deprimente estado de lainsurrección en La Habana y Matanzas,Aguirre y Lacret sólo mostrabanpúblicamente las noticias másoptimistas. La administración Clevelandrequería informes de campo paraaclararse respecto a la situación cubana,así que Lacret y Aguirre ordenaron a sussubordinados que suministraran listas dehombres e informes de las batallas. Sino había hombres o batallas de las queinformar, pedían a sus oficiales que lassuministraran igualmente. Había queevitar decepcionar a losestadounidenses, así que se hizo creer a

éstos que la insurrección se manteníafuerte en el oeste de Cuba.

De hecho, Lacret se habíaconvencido, a medida que Weyler vertíarecursos en las provincias occidentales,de que una victoria cubana sin algún tipode intervención de Estados Unidos ya noera posible. En una carta del 3 deagosto, escrita a un simpatizanteestadounidense, Lacret describe lalamentable situación en Matanzas yconcluye: «… aún mayorresponsabilidad cabe a la naciónmentora, a la poderosa y grande naciónamericana, que acaso tan sólo confruncir el ceño arrojaría de este país [a]

la raza infernal». Si no ocurriera esto yla guerra continuara, «el último generalespañol victorioso en la lid mandarásobre un montón de escombros y todocubano habrá muerto»[50]. Elpensamiento apocalíptico habíareemplazado a la confianza de 1895[51].Era un momento peligroso para larevolución. La invasión de 1895 a 1896había consumido casi todos los recursosy gran parte del entusiasmo inicial. Seiba imponiendo la idea de que se tratabade una guerra de desgaste, como la de1868 a 1878, y lo peor aún estaba porllegar.

E

XIII

La muerte de Maceol verano de 1896 fue duro paraAntonio Maceo. Tras

Cacarajícara, apenas le quedó municióny se vio forzado a adoptar una actitudmás pasiva. La ayuda le llegó en formade una expedición comandada por elcoronel Leyte Vidal, que habíadesembarcado en junio con unostrescientos mil cartuchos en CaboCorrientes, en la punta suroccidental deCuba. En cualquier caso, estos

suministros se agotaron rápidamente enuna serie de combates en julio, puesWeyler no concedía tregua a Maceo. Enuna de estas batallas, Maceo sufrió unagrave herida en la pierna que leincapacitó durante semanas. Escaso demuniciones, con la estación de lluvias enpleno apogeo y su propia salud enpeligro, Maceo ordenó a sus fuerzas, porsu propia seguridad, que se dispersaran.

Es en este momento cuando Maceoconoce la muerte de su hermano. Afinales de 1895 y principios de 1896,José Maceo había estado al mando de laprovincia de Santiago. A finales demarzo, Calixto García entra en escena y

el Gobierno Provisional decideasignarle el mando general de lasfuerzas cubanas del este, una posiciónque, según los hermanos Maceo, tendríaque ocupar José, ya que había estadocombatiendo a los españoles durante unaño para cuando Calixto García logródesembarcar en Cuba. En efecto, elmenor de los Maceo había sido«degradado» y había visto reducidas susresponsabilidades en los alrededores dela ciudad de Santiago. En cualquiercaso, siguió recogiendo dinero a supeculiar modo, aunque era muy poco elque les llegaba a García o a Gómez.Finalmente, la paciencia de Gómez llegó

a su fin. En abril, ordenó a José Maceoque se dirigiera con cuatrocientoshombres hacia el oeste para luchar a lasórdenes de su hermano, pero finalmenteesta orden fue cancelada[1]. Paraempeorar las cosas, Gómez acusó a JoséMaceo de esconder munición yprovisiones. La expedición a cargo deRafael Portuondo Tamayo quedesembarcó cerca de Baracoa, a finalesde primavera, se había encontrado conJosé Maceo y éste había usado cienmulas y tres mil soldados y civiles paradescargar y ocultar las provisiones, queconsideraba como propias. Gómezcriticó duramente esta conducta en

diferentes cartas enviadas al hermanomayor durante ese verano[2].

La pérdida del prestigio y de laposición de José deprimió al Titán deBronce. Sin embargo, para comprenderel impacto que le causó la situación desu hermano es importante conocer unavieja disputa que existía entre García yel Maceo mayor. Antonio Maceo habíasido una de las figuras militares de máséxito y popularidad en la Guerra de losDiez Años. A diferencia de muchosotros insurgentes, había rechazado laPaz de Zanjón en su «protesta deBaraguá», donde rehusaba aceptar lastibias medidas que ofrecía Martínez

Campos. Esta postura ética le convirtióen una figura reverenciada en su orientenatal, en especial por los negros.Entretanto, Calixto García, que tambiéncombatiera con valentía en la Guerra delos Diez Años, había sido arrestado yencarcelado antes de que ésta terminara.García intentó suicidarseinfructuosamente disparándose bajo labarbilla, pero la bala salió por la frentey le dejó una cicatriz característica quepasó a ser, con un simbolismo irónico,un distintivo de lo que él precisamenteno había demostrado: la determinaciónde combatir hasta el final. Tras la paz,García emigró a Nueva York y allí pasó

a encabezar la red de exiliados cubanosque recogían fondos y planeaban unanueva guerra de liberación.

En 1879, García incluyó a Maceo enestos planes, haciéndole creer que ledaría el mando del nuevo levantamientoen oriente. No obstante, en el últimominuto cambió de idea y excluyó aMaceo del proyecto. Parece ser que fuepor motivaciones racistas: losseguidores más incondicionales deMaceo eran negros y mulatos. Éste habíasido identificado en todo el mundo nosólo como un líder de la revolución,sino también como el líder de la«revolución negra» en Cuba.

Tristemente, esta caracterización,fomentada por los españoles, laasimilaron al menos una parte de losrebeldes cubanos blancos. García erablanco, pero lo verdaderamenteimportante es que también lo eran losadinerados patriotas de Nueva York yJamaica que financiaban el futurolevantamiento. Fueron ellos los quepidieron a García que sustituyera aMaceo por Gregorio Benítez, cuyavirtud más evidente parecía la de sertambién blanco. Fue un ejemplo de cómolos asuntos raciales seguían dividiendoa los cubanos, y también un gran error.El levantamiento de mayo de 1879 no

inspiró a nadie y, para agosto, ya habíaterminado. La fallida empresa pasó aconocerse como «la guerra chiquita»[3].

La historia pareció repetirseentonces, en 1896, cuando José, elhermano menor de Maceo, quedórelegado en beneficio de García. Sinembargo, la decisión resultó acertada,puesto que García era un comandantemuy capaz. A pesar de todo, AntonioMaceo recibió la subordinación de suhermano como un agravio para símismo. No estaba nada satisfecho con laderiva que había tomado la revolución ysentía que, como en el pasado, losprejuicios raciales estaban dividiendo

fatalmente la república en armas.Mientras acontecía todo esto, los

ingenieros de Weyler habían terminadola línea militar Mariel-Majana. Ésta noera impenetrable: pasaba a través depantanos y terrenos accidentados endiferentes puntos, y no resultaba difícilcruzarla en pequeños grupos. Noobstante, hacer cruzar a fuerzas de ciertaentidad ni se planteaba. El ejército deMaceo estaba atrapado, aunque éste aúnno se hubiera dado cuenta.

Los dos intentos de relevar a Maceoen 1896 mediante nuevas «invasiones»del oeste habían resultado inútiles. Enmayo, Gómez había asignado al general

Mayía Rodríguez el mando de la nuevacolumna expedicionaria, pero elGobierno Provisional desvió esta fuerzapara su propios fines[4]. En otoño,Gómez proporciona a Mayía un nuevo«cuerpo» de trescientos hombres paraque lo intente una segunda vez, pero enese momento los españoles estabanequipados para detener cualquier nuevointento de avance hacia el oeste cubanopor parte de los orientales. Mayía fuesorprendido en un ingenio en ruinasllamado Colorado, al oeste de SantaClara y en una zona controlada por lasfuerzas españolas. Él, entre otros, quedóherido y Gómez tuvo que abortar de

nuevo la «segunda invasión»[5]. Maceotendría que buscar la manera de salir dePinar del Río sin ayuda.

A medida que se aproximaba lacampaña de otoño, Maceo seguía sinmunición y con la mayoría de sushombres desperdigados. Por el este,llegaba un flujo constante de provisionespara los cubanos. Por ejemplo, en unasemana de agosto de 1896, el Dauntlessdescargó dos cañones, 500 proyectilesde artillería, 2.600 rifles y 858.000cartuchos de munición[6]. Pero, comosiempre, nada de este material llegó amanos de Maceo, que era quien más lonecesitaba. En esto, el 18 de septiembre,

una importante expedición al mando delgeneral Juan Rius Rivera en CaboCorrientes con las provisiones tantotiempo prometidas. Rius Rivera llegóacompañado de Pancho, hijo de MáximoGómez, que llegaría a ser el compañeroinseparable de Maceo en el futuro. Elencuentro, no obstante, no fue del todoafortunado, ya que Rius Rivera traíamalas noticias: José Maceo había caídoen combate, el 5 de julio, en Loma delGato. Tres meses había tardado enllegar esta noticia a oídos del Titán deBronce, lo que da una idea de suaislamiento en Pinar del Río.

Por lo menos, Maceo volvía a

disponer de munición, incluyendocientos de miles de cartuchos y un cañónneumático que estaba deseando probar.Los suministros habían llegado justo atiempo, pues Weyler se hallaba a puntode comenzar su ofensiva de otoño enPinar. Maceo reunió a parte de susfuerzas y marchó hacia el oeste con laintención de reavivar la insurrección yavanzar en dirección a la ya terminadatrocha occidental. El 4 de octubre, en unlugar llamado Ceja del Negro, situadoen las montañas cercanas a Viñales, seencontró con una fuerza española deochocientos hombres al mando delgeneral Francisco Bernal,

complementada con doscientosvoluntarios cubanos de Viñales quepretendían detener a Maceo.

La batalla de Ceja del Negro acabópor ser una de las más sangrientas de laguerra. El encuentro tuvo lugar de laforma acostumbrada. Los cubanoscombatían semienterrados desdeposiciones defensivas, disparando a lacompacta formación española, queavanzaba en columna hacia ellos. Loshombres de Bernal llegaron a tomar lastrincheras cubanas, pero sólo una vezque los cubanos se hubieron retirado.No hubo lucha cuerpo a cuerpo y lacaballería no participó, así que los

españoles ese día no recibieron heridasde sable, machete ni bayoneta, si bienlos proyectiles explosivos de lostiradores cubanos causaron un dañoconsiderable.

Asimismo, como era habitual, elavance español hacia las posicionescubanas fue estéril. Bernal había tomadounas trincheras que no podía conservar,de forma que se retiró de inmediato, yMaceo pudo continuar avanzando haciael oeste. Una vez más, la lógica de laguerra de guerrillas había derrotado alos españoles, que sufrían y morían porpequeños pedazos de terreno inútil quedebían abandonar a continuación. El

único logro de Bernal fue hacer queMaceo gastase cincuenta mil cartuchosde preciosa munición.

Ceja del Negro salió caro paraambas partes. Los cubanos habíanperdido a cuarenta y tres hombres yciento ochenta y cinco habían resultadoheridos, según sus propias cifras. Comosiempre, exageraban las cifras de lasbajas españolas y afirmaban habermatado o herido a cientos, quinientossegún el imaginativo testimonio de JoséMiró[7]. Las cifras reales eran bastantemenos abultadas. Según el médico jefeque registró y trató las bajas, losespañoles perdieron a treinta hombres y

ochenta y tres quedaron heridos,números sólo un poco más altos que lasestimaciones de Bernal y Weyler. Contodo, seguía siendo un precio alto, sobretodo teniendo en cuenta que no se habíaganado nada. Es más, sesenta y tres delos heridos lo estaban de gravedad, enparte porque los cubanos habían usadobalas explosivas de la expedición deRíus Rivera procedente de EstadosUnidos. Parece ser que Maceo usó elcañón neumático también de formaeficaz en Ceja del Negro. Los cubanosconsideran la batalla una victoria, enparte porque permitió a Maceoproseguir su avance hacia la línea

Mariel-Majana[8].A lo largo de todo el camino, Maceo

se vio inmerso en un serie de pequeñasbatallas. Su objetivo ahora parecíaobvio —salir de Pinar del Río—, y losespañoles pudieron prepararse. Weylerreforzó a los hombres estacionados a lolargo de la trocha occidental y destacóla recién formada División del Norte enla ciudad de Bahía Honda, en la costaseptentrional de la provincia. Los sietebatallones de la división tenían órdenesde controlar el litoral del norte y tomarlos pasos de las montañas, hastaentonces en manos de Maceo.

El 21 de octubre, una columna al

mando del coronel Julio Fuentes tomósin oposición la plaza fuerte cubana deCacarajícara y pasó las siguientessemanas cavando, preparandotrincheras, fuertes, un heliógrafo,almacenes y todo lo que los españolesiban a necesitar para conservar elemplazamiento. Esta operaciónproporcionó a los españoles una base enel corazón de lo que había sidoterritorio insurgente; desplegándosedesde Cacarajícara, comenzaron adestruir o incautar cosechas y ganado deforma sistemática con objeto de matarde hambre a las tropas de Maceo yalimentarse a ellos mismos y a los

muchos refugiados que habían huido a laCuba española. También habíandescubierto e incautado un alijo dearmas y dieciocho mil cartuchosabandonados en una cueva no lejos deCacarajícara. En total, en 1896 losespañoles arrebataron casi veinte milrifles a los cubanos[9].

A finales de noviembre, Maceoempezó a extender rumores sobre unaposible intervención de los EstadosUnidos, para elevar la frágil moral desus tropas. El resultado de laselecciones presidenciales creabagrandes expectativas, pensaba, porqueMcKinley, que sería presidente en

marzo de 1897, había sido siempre másproclive a la causa cubana queCleveland. Maceo dijo a sus oficialesque «oficialmente es un hecho laintervención» y que con ello se acabaríala guerra en el «plazo improrrogable detres meses». Maceo pedía que las«buenas noticias» se difundieran a lamayor brevedad para animar a lasdecaídas fuerzas insurgentes. Debíanalegrarse, decía, del próximo «triunfodefinitivo» y lucharían aún con mayorentusiasmo «en los pocos días que aúnnos quedan de ruda prueba»[10].

Hay que recalcar que esta posturaacerca de la implicación estadounidense

era nueva en Maceo. Ese mismo año, élmismo había quitado importancia a laayuda norteamericana, en parte, no hayduda, porque con Cleveland apenashabía posibilidades de que ocurriera,pero también porque a principios de1896 aún era posible imaginar lavictoria sin ayuda exterior[11]. La nuevaactitud de Maceo hacia la intervenciónestadounidense era, en consecuencia, unsigno más de lo desesperada que sehabía hecho la posición de losinsurgentes en Pinar del Río.

Los españoles, mientras tanto, noencontraban apenas oposición mientrasdestruían campamentos y hospitales de

campaña de los insurgentes, incendiabancasas aisladas, reunían ganado, tomabanel control de los pasos de la montaña ytrasladaban civiles en Pinar del Río. Ladespoblación de las zonas rurales ya eracasi total cuando empezó la campaña deotoño. Cuando las tropas españolasentraron en Las Pozas, en noviembre,por ejemplo, sólo quedaban tresfamilias: la ciudad había sidoincendiada meses antes por Maceo yestaba en ruinas. Sus últimos habitantes,que aparentemente asumieron la llegadade los españoles como un hechopositivo, mostraron a éstos los lugaresde los bosques donde habían escondido

objetos de culto y de valor paraponerlos a salvo de los insurgentes y lesentregaron a un soldado español heridoal que habían protegido. Luego, sefueron con los españoles hacia lo quepensaban que era un lugar seguro y queresultó una desgracia nueva, aún mayor:pasaron a ser los últimos«reconcentrados», los últimos de LasPozas.

Los españoles sufrieron grandespenalidades durante su ofensiva deotoño, pero no a causa del combate. Lasmarchas constantes por caminosembarrados, bajo aguaceros tropicales yrodeados de mosquitos eran un severo

castigo. Cada caravana que llevabaprovisiones a puestos comoCacarajícara volvía con hombresenfermos a Bahía Honda, Artemisa y lasdemás bases, y un batallón completollegó a estar tan enfermo que tuvo queser relevado. La fiebre amarilla hacíaestragos en Bahía Honda, afectando alas tropas y a los refugiados civiles ental grado que la División del Norte tuvoque dejar de visitar lo que había sido sucuartel general. Es posible que Maceoperdiera Pinar del Río en el otoño de1896, pero no está claro si losespañoles la recuperaron. Laenfermedad y la muerte hacían mella en

los organismos de toda la provincia, conindependencia de sus ideas políticas.

Noviembre trajo malas noticias. Elgeneral de división Serafín Sánchez, unode los generales cubanos másrespetados, había muerto en combate acausa de un disparo de Mauser que leentró por el hombro derecho y leatravesó el pecho para salir justo sobreel hombro izquierdo. «Eso no es nada.Sigan la marcha», fueron sus palabras almorir[12]. Al fin, Maceo se habíaconvencido de la necesidad deabandonar Pinar del Río y volver aleste, tal y como Gómez le había estadopidiendo durante meses. Maceo envió a

varios de sus oficiales de confianza,entre ellos Quintín Bandera, por delantede él a La Habana, para reactivar allí lainsurrección. Resultó un movimientopoco afortunado, porque alertó a Weylerdel plan de Maceo e hizo que el generalespañol destacara tropas en la zona[13].

Maceo comenzó a sondear la líneaMariel-Majana en busca de puntosdébiles, pero lo que descubrió fue unabarrera con focos, artillería, nuevasfortificaciones y tropas destacadas deforma que creaban zonas de fuegocruzado. La nueva trocha parecíaimpenetrable. Pero tenía que cruzarla,tanto para escapar del callejón sin

salida de Pinar del Río como paraayudar a Gómez en el este, donde lainsurrección también pasaba momentosdifíciles y las disputas entre autoridadesmilitares y civiles amenazaban la unidadde la revolución. Gómez, incluso, habíallegado a presentar la dimisión en dosocasiones, ambas sabiamente rechazadaspor el Gobierno Provisional.Finalmente, Maceo llegó a la conclusiónde que tendría que rodear la trochasigilosamente y con unos pocos hombresde confianza.

Pero, en el último momento, Maceoencontró la forma de atravesar la trochay no tuvo que rodearla. Tras ceder el

mando de Pinar del Río al general RiusRivera, seleccionó a veintitrés hombrespara que le acompañaran en bote através de la bahía de Mariel, en la nochedel 4 al 5 de diciembre. La pequeñaembarcación tuvo que hacer cuatroviajes para transportar a todos. Aquellanoche había tormenta, así que la lanchacañonera española que normalmentepatrullaba aquellas aguas estabafondeada y se pudo realizar el cruce sinproblemas. A pesar de todo, Maceo seencontró entonces en una posiciónextremadamente vulnerable. No habíapodido llevar caballos ni reservas demunición; numerosas tropas españolas

ocupaban la zona y el lamentable estadode la revolución en La Habana habíahecho imposible reunir fuerzas derelevancia para que lo recibieran a sullegada. Finalmente, unos doscientoscincuenta soldados cubanos, con algunasmonturas, se unieron a Maceo, pero nofue suficiente para que éste superara supesimismo, que era quizá una depresiónsi hay que creer lo que escribe JoséMiró acerca del humor de Maceo enesos momentos.

En la tarde del 7 de diciembre, elbatallón San Quintín, integrado porcuatro compañías de infantería y algunosgrupos guerrilleros locales, localizó a

Maceo cerca de San Pedro. Maceo y sushombres montaron rápidamente en suscaballos bajo el fuego de los españoles.Cogido por sorpresa y con pocamunición, Maceo ordenó una carga amachete contra las filas españolas, en laesperanza de que un contraataqueatrevido creara los espacios suficientespara recuperarse, o al menos poder huir.Las cosas no salieron bien para loscubanos. Los hombres del San Quintíneran veteranos: tomaron posiciones trasuna valla y dispararon a discreción, noen descargas cerradas. Un impacto logróderribar a Maceo. Uno de sus ayudantes,Alberto Nodarse, consiguió volver a

subirlo al caballo, pero otra bala leatravesó el corazón. Pancho Gómezentró entonces en escena y, junto aNodarse, intentó arrastrar el cuerpo deMaceo, aunque sólo consiguió que leatinaran también a él, y caer muertosobre el cadáver del general. Nodarse yel resto lograron huir, mientras losespañoles se hicieron con el terreno.Curiosamente, las tropas españolas queconfiscaron las pertenencias del lídercubano no lo reconocieron, ni tampocoal hijo de Máximo Gómez. Abandonaronsus cadáveres, que serían recogidos másadelante por los cubanos[14].

La noticia de la muerte de Maceo no

tardó en extenderse. En La Habana, eltañer de las campanas de las iglesiasanunció el acontecimiento y losfeligreses dieron gracias a Dios porquepensaban que la muerte del Titán deBronce podría significar un pronto finalde la guerra. En Madrid, lasmanifestaciones populares fueron de talíndole que la policía hubo de intervenirpara controlar el entusiasmo de lasmasas[15]. Los españoles siempre habíansabido que Maceo era su enemigo máspeligroso. A principios de la guerra,habían enviado asesinos para que seinfiltraran en las filas de Maceo yacabaran con él[16]: ahora, esperaban

que su muerte tumbaría la insurrecciónen la Cuba occidental.

Para la insurgencia, el golpe fuetremendo. Maceo era su líder militarmás dotado y carismático y, con supérdida, lo que quedaba de larevolución en el oeste se vino abajo. Enel transcurso de unos pocos meses, elgeneral Rius Rivera y otros líderesinsurgentes de Pinar del Río cayeron enmanos españolas. En una carta a supadre, un aventurero inglés llamadoJames revelaba bastante acerca delestado de las fuerzas insurgentes enPinar del Río, en los meses posterioresa la muerte de Maceo. El 23 de marzo

de 1897, James había desembarcado,con otros expedicionarios, diecisietekilómetros al oeste de la trocha Mariel-Majana. Era vital que la insurgencia dePinar del Río recibiera provisionesdirectamente de Estados Unidos, porqueel contacto con el este se había vuelto yavirtualmente imposible. James ayudó allevar a tierra cuatrocientas cajas demunición, además de rifles y machetes.Todo debía realizarse a mano, con loshombres caminando sobre un lecho deroca volcánica y por una colina cubiertade arbustos espinosos. Al final, Jamestenía «la cara, la espalda y los brazoscompletamente arañados y llenos de

sangre, lo que ofrecía un gran banquetepara los mosquitos, que acudían enenjambres». Finalmente, lograronentregar el alijo al coronel BaldomeroAcosta, a cuyas órdenes tendrían queservir. La vida en el campamento no erasencilla: tenían poco que comer, apartede fruta y batata. Los insurgentesacudían al campamento solos o enpequeños grupos de «rezagados yenfermos, sin chaquetas ni camisas,algunos de ellos con lo que habían sidoen algún tiempo pantalones, con aspectode animales más que de humanos».James y otros recién llegados estabanimpresionados por el estado de las

tropas cubanas y tenían elpresentimiento de que en breve tendríanel mismo aspecto. De hecho, losespañoles destruyeron las fuerzas deAcosta poco después de que Jamesenviara la carta[17]. En La Habana yMatanzas la insurrección también sehabía hecho furtiva. Matanzas era unhervidero de tropas españolas y lapoblación parecía haberse vuelto encontra de la revolución[18]. La mayorparte de los insurgentes ya había muertoo se había ido a casa cuando llegó lanoticia de la muerte de Maceo, y los quepermanecían en la ciudad «carecían enabsoluto de recursos»[19], iban

«descalzos y desnudos» y se ocultabanen los impenetrables bosques ypantanos. Incapaces de defender lascosechas que cultivaban para su propiosustento, morían de hambre yenfermedades. «Ya no éramos nisoldados, ni nada, sino la misma muerteen botella», recordaba un insurgente.Estos hombres deseaban el combate,pero no por buenas razones: lo queesperaban, sobre todo, era que lesmataran algún caballo, porque «sinpelea, no había caballo asado. Antes detodo se necesitaba una docena decaballos asados, con o sin sal»[20]. Elteniente coronel Benito Socorro

informaba de que los setenta y sietehombres de su «brigada» en Matanzashabían pasado dos meses «descalzos ydesnudos» y buscando equipamiento yarmas. A medidados del verano de1897, el Quinto Cuerpo, PrimeraDivisión, brigada Colón, consistía entreinta y dos «hombres valientes»,menos de la mitad que una compañíanormal[21].

El coronel Porfirio Díaz comunicabaa su superior, el general de divisiónFrancisco Carrillo, que sus tropas seencontraban en un estado de «grandesmoralización», y que «a diario sedesertan dos o tres hombres», para irse

con los españoles. Las fuerzas quecontinuaban sufrían «las mayoresprivaciones» y a menudo pasaban «díassin comer»[22]. Los rebeldes aúncontrolaban partes de Ciénaga deZapata, un enorme pantano en la partesur de la provincia, donde sesenta ycinco años después los cubanosrechazarían la invasión de BahíaCochinos respaldada por losestadounidenses. Pero los campesinos alos que la insurgencia había trasladadoallí vivían en la más terrible de lasmiserias. Su aspecto era el de«esqueletos cubiertos por pielamarillenta, seca y rugosa […],

hinchados por la fiebre o cubiertos deúlceras, en las cuales se agitaban losgusanos royendo la podredumbre de unacarne descompuesta». Los insurgentesde toda la Cuba occidental comenzarona rendirse en gran número, y no estabanen mejores condiciones que loscampesinos de los pantanos. Comovestimenta, muchos no tenían otra cosaque sacos agujereados: cortabanaberturas en los extremos de los sacospara la cabeza y los brazos, paraconfeccionarse una suerte de blusón,pero sólo los más afortunados teníanzapatos y pantalones que completaran elatuendo[23].

Más al este, en Santa Clara, lainsurgencia también había perdido sucapacidad de defender sus zonas decultivo e impedir la producción deazúcar[24]. El teniente coronel JoséPérez comunicó al general de divisiónCarrillo que no se sentía capaz decumplir sus órdenes de destruir losingenios y los campos de caña enCienfuegos. No disponía de munición,así que no podía arriesgarse a unencuentro con las milicias localescontratadas para proteger el azúcar.Calculaba que en la zona había catorceingenios en funcionamiento[25].

De esta forma, la revolución empezó

a retroceder a sus cuarteles generales dePuerto Príncipe y Santiago, aunqueincluso allí tenía dificultades lainsurrección. Fermín Valdés-Domínguez, que había combatido junto aGómez en el este, recordaba el sombríomes de febrero de 1897 en su diario.Pasaba muchos días sin comer y a vecessin beber, puesto que las fuerzasespañolas patrullaban los cursos deagua. Al menos, escribía, siempre teníaalgo de tabaco y podía retirarse a suchinchorro por la noche «a esperar, asufrir y a pensar» acerca de lo quepodría haber ocurrido si Maceo nohubiera muerto. En este punto de la

guerra, recordaba, no había quien nopusiera su «esperanza en la soluciónpronta de todos nuestros anhelos,gracias a la intervención americana»[26].

En 1897, Frederick Funston, unestadounidense partidario de la causacubana que también había combatido enel este, era consciente de que loscubanos se encontraban al borde delcolapso. Si el espectáculo de loshombres hambrientos y desmoralizadosenterrando sus armas y deambulando enharapos en busca de comida no le habíaconvencido, su participación en unaserie de derrotas sí que lo hizo. Enoctubre de 1896, Funston había

presenciado cómo ochocientos cubanosatacaban una pequeña fuerza deinfantería española en El Desmayo, sólopara perder a cientos de hombres por elfuego enemigo y no causar daño algunoen la formación española. El 13 demarzo siguiente, vio cómo el ejército deCalixto García, por entonces la únicafuerza considerable de la que disponíanlos insurgentes, asaltaba una guarniciónen Jiguaní y perdía a cuatrocientoshombres sin llegar a tocar en absoluto alos españoles. Funston llegó a laconclusión de que España era una«valiente dama» y de que sólo laintervención estadounidense podría

sacar a esta «macabra y vieja madre denaciones» de Cuba[27]. A finales delverano de 1897, Weyler atravesó orientecon una escolta de sólo ciento veintejinetes, algo que los cubanos nuncahubieran permitido un año antes[28].

En estas condiciones, los cubanos yano podían imponer su voluntad sobre laeconomía, y el comercio de las ciudadescomenzó a recuperarse. Los hombres delEjército Libertador encargados decustodiar el ganado y los caballoscomenzaron a venderlos a los españoles,cuando no se los comían. Se llegó a unpunto en el que los insurgentes nopodían proteger sus propias

plantaciones en ninguna de lasprovincias occidentales, y de ahí que nodispusieran de alimentos. Incluso SantaClara desertó de la causa. Sólo PuertoPríncipe y Santiago seguían conservandoalgunas zonas de cultivo para larepública en armas[29]. Se puedeapreciar el grado de frustración quesentían los oficiales cubanos por esteestado de cosas en su insistencia paraque se crearan y defendieran nuevaszonas de cultivo y para que sebloquearan las ciudades en manosespañolas. En enero de 1897, losfuncionarios de Matanzas admitían que«no obstante las continuas disposiciones

dictadas» acerca del asunto, «aúncontinúan los llamados pacíficosentrando y saliendo de los pobladosocupados por el enemigo, comerciandocon los mismos y, lo que es más grave[…] la mayoría llevan sobre suspersonas las cédulas de vecindadexpedidas por las autoridadesespañolas» y no obedecían al GobiernoProvisional cubano. Esta «situaciónescandalosa» requería una justiciadraconiana. Los civiles a los que seencontrara este tipo de documentaciónserían arrestados y procesados. La penaera la muerte y su mercancía seríadistribuida entre las tropas hambrientas

del Ejército Libertador, estipulaciónfinal que hacía más atractiva la denunciade los infractores. Afortunadamente paraéstos, las fuerzas de la insurgencia noestaban en condiciones de imponer talesedictos. Los oficiales cubanos de PuertoPríncipe expresaban su horror ante elhecho de que los campesinos acudierana las ciudades para llevar alimentos afamiliares suyos que habíanpermanecido con los españoles. Elhambre y la solidaridad familiarparecían estar venciendo al patriotismotambién en la Cuba oriental[30].

Como recordaba un combatiente, «lasuerte de los cubanos era cuestión de un

hilo, y de un hilo ya al alcance del sableweyleriano»[31]. Gómez comprendióinmediatamente que, tras la muerte deMaceo, se encontraba en una posiciónpeligrosa[32]. Los acontecimientos del 7de diciembre de 1896 habían sidoespecialmente devastadores para él:había perdido no sólo a su mejorgeneral, sino también a su amadoprimogénito Pancho. La dolorosasituación de la insurgencia y la penapersonal de Gómez ayudan a explicarlas cartas que envió al presidenteestadounidense en la primavera de 1897,solicitando la intervenciónnorteamericana. No está claro si Gómez

deseaba o no la intervenciónestadounidense en ese momento, perolas cartas sin duda reflejan cierto gradode desesperación por parte del general.El «cruel y sanguinario» Weyler habíadestruido la Cuba occidental, escribíaGómez, y ahora se dirigía al este para«esparcir el crimen y la desolación portodas partes, asesinando a los civiles ensus hogares, matando niños,persiguiendo y violando a las mujeresdespués de destruir cada casa que seencuentran en su camino». Esto era loque Weyler llamaba «pacificación», yera lo cabía de esperar de un pueblo«que expulsó a los judíos y a los moros;

que instituyó la terrible Inquisición; queestableció el tribunal de sangre en losPaíses Bajos; que aniquiló y exterminó alos indios pobladores» de América. Losespañoles en Cuba eran, si acaso,peores, porque habían experimentado«una especie de degeneraciónpsicológica» que les había hecho«retroceder siglos enteros en la escalade la civilización» humana. Gómezadmitía que para los insurgentes sehabía hecho «de todo punto imposibleevitar esos actos de vandalismo».Estados Unidos, «que tan alto sostiene elestandarte de la civilización», tenía quehacer algo. Los estadounidenses eran los

líderes de Occidente y no debían«tolerarpor más tiempo los fríos y sistemáticosasesinatos» de los indefensos cubanos.Si permitían que la guerra continuase,predecía Gómez, era posible que «lahistoria les impute participación en estasatrocidades»[33].

Hipérboles aparte, Gómez teníarazón. Weyler acababa de terminar conel oeste y ahora se preparaba para ir trasGómez en el este, y poca cosa podíanhacer los cubanos para impedirlo. Amedida que proseguía la reconstrucciónde la trocha Júcaro-Morón, losinsurgentes de Puerto Príncipe ySantiago estaban cada vez más aislados.

José Gago supervisaba el enormeesfuerzo de actualizar la vieja trochaañadiendo potentes focos y otrasmejoras modernas para que no pasaran«ni ratones», según la pintorescaexpresión de Máximo Gómez[34]. Enpúblico, los funcionarios cubanosdespreciaban la trocha, pero tanto lalínea Júcar-Morón como otras trochasdefensivas eran, según el juicio másmoderno de un historiador cubano,«complejas obras ingenieras defensivas,difíciles de superar a pesar de quemuchos investigadores menosprecian sujusto valor»[35]. La rediseñada trochaoriental sí encajaba ya en la descripción

de un oficial cubano, Manuel de la Cruz:«un coloso de hierro, poderosoobstáculo, indefinible, extraño, trampade pradera, abismo, castillo, sierraartificial artillada y aspillerada […]Finisterre de Cuba libre, escrito por laespada legendaria de los leones de laConquista […] y a sus espaldas […]rebullía ‘media España’, armada hastalos dientes»[36]. La modernización de laantigua trocha era la penúltima tarea enla lista de Weyler para derrotar a losinsurgentes. Se suponía que la última erala ofensiva hacia el este.

El 14 de enero de 1897, un Weylerlleno de confianza por la derrota y

muerte de Maceo concedió unaentrevista a un periodista de La Lucha.En respuesta a la pregunta de si habíaterminado de pacificar Pinar del Río,replicó: «Casi, casi; sólo falta realizarciertas operaciones a cuyo efecto saldrémuy en breve, contando con que enveinte días quedará aquella provinciatotalmente pacificada». Weyler nuncahabía sido muy hábil en las relacionescon la prensa, como ya se había vistopor su precipitada promesa de terminarla guerra en dos años que realizó antelos periodistas antes de partir haciaCuba, en febrero de 1896. La expresión«casi pacificada» fue una de las más

insensatas que pronunció, y nunca llegóa verla hecha realidad. Prometer unplazo de veinte días para la pacificaciónde Pinar del Río era innecesario yabsurdo: incluso en sus momentos másbajos, aún quedaban en Pinar unospocos insurgentes capaces de resistir.Debido a esta precipitada promesa,Weyler fue conocido más adelante porsus oponentes como el «general CasiPacificada», probablemente el menosofensivo de sus apodos[37].

Ha habido siempre una ciertaconfusión en torno al término«pacificación» y acerca del grado depacificación que logró Weyler en la

Cuba occidental. Si entendemos lapalabra como la eliminación de todaresistencia, Weyler no pacificó nada.Hubo pequeños grupos de insurgentes enla Cuba occidental durante toda laguerra, si bien es cierto que fueronpocos. El Tercer Escuadrón de laantigua brigada de Raúl Martí de LaHabana enviaba el siguiente informeacerca de su estado, el 1 de noviembrede 1897: el comandante Trujillo y elcapitán Estenoz habían sido heridos y seencontraban ausentes mientras serecuperaban. El teniente José Salina sehabía unido al enemigo. El jefe principalDomingo Molina se encontraba enfermo.

El jefe Rafael Mursuli había desertado yse había unido al enemigo. El sargentoAntonio Díaz había sido trasladado. Elsargento segundo Domingo Jiménez sehallaba enfermo. Tres soldados estabanenfermos y otros cuatro habíandesertado y se habían unido al enemigo.Esto dejaba al sargento segundoRosendo García (el autor del informe)junto al cabo Joaquín de la Rosa y aonce soldados, como los únicospreparados para la acción, aunque dosde ellos ya no vivían en el campamento,sólo cuatro tenían caballos y ningunodisponía de munición[38].

Incluso una unidad como ésta podía,

no obstante, realizar pequeños actos desabotaje, y no era difícil encontrarnoticias de este tipo de acciones en1897: alguien detonaba un cartucho dedinamita en las vías del tren de Regla aGuanabacoa, o grupos de insurrectosinvadían brevemente las ciudades deG¸ines y Bejucal, cerca de LaHabana[39]. Con todo, se trataba deproblemas de orden público nodemasiado diferentes a los que Españahabía padecido durante décadas enCuba. Lo cierto es que, tras la muerte deMaceo, ya no se libraban auténticasbatallas en el oeste. «Casi pacificado»era exactamente el estado que se había

alcanzado en el occidente de la isla.El comandante José Plasencia, al

mando en abril de 1897 de unacompañía que había huido de Pinar delRío tras la muerte de Maceo, afrontabatambién una tarea complicada. Loshombres estaban desnudos, descalzos yno habían comido nada durante días.«En vista del afligido y pobre aspectoque presentaban las fuerzas a mi cargo,diezmadas y fatigadas por las largasmarchas y habiéndose pasado escasez dealimentos, determiné salir en marcha aPozo Salado» en busca de reses. Loshombres encontraron un yugo de bueyesde unos granjeros que habían encontrado

refugio en Cabezas. Aunque se le habíaordenado que evitara el contacto con losespañoles para ahorrar munición,durante el mes siguiente Plasenciaconsiguió mantener unidos a sushombres gracias al cuatrerismorealizado en Cabezas. Al menos,comieron mejor que los civiles aquienes les robaban el ganado. A finalesde mayo, sin embargo, el botín se habíaacabado. Los hombres se comieronentonces a sus caballos; esto complicóla tarea de obtener nuevas reses con lasque alimentarse y empezaron a desertar,y no se podía perseguir a los desertoresdebido a la falta de caballos. En esta

situación, Plasencia envió una comisióna otras unidades solicitando ropa,comida y provisiones. Su gestión fuefructífera, y, a mediados de junio,recibieron provisiones y ciento sesenta ynueve fusiles Remington con munición.Esto le permitió retomar la lucha, perotodo salió mal en el encuentro que tuvocon los españoles una semana después:sus fuerzas fueron superadas y el restode su compañía se retiródesordenadamente a los pantanos quehay a lo largo de la costa. En julio, devuelta en Cabezas, robaron de nuevo elganado de la ciudad y obtuvieron dosmulas como alimento, pero la zona de

cultivo de Cabezas estaba ya mejordefendida y una fuerza local devoluntarios les expulsó, destruyendo suunidad y recuperando las mulas. Asíterminó el mando de Plasencia sobre sucompañía[40].

El 4 de septiembre de 1897, ArturoMora, del diario de La Habana LaLucha, escribió a Rafael Gasset,director del periódico madrileño ElImparcial, para comunicarle el«quebranto de la revolución». En laprovincia de La Habana, al menos,parecía «como si el país estuviese enplena paz»[41]. La tranquilidad querodeaba La Habana era lógica: las

fuerzas cubanas habían estado aisladasdurante varios meses, incapaces decomunicarse con Gómez debido a que laahora modernizada trocha Júcaro-Morónse había vuelto infranqueable. No teníanmunición y la mitad de los hombresestaban afectados por la malaria[42]. Dehecho, habían perdido tanta importanciaque Weyler ya no les prestaba atención yen el verano de 1897 dedicaba susesfuerzos a la campaña de otoño, queestaba planificada para la Cuba oriental.

En la primavera de 1897, Gómezintentó organizar la última ofensiva, unatercera «segunda invasión» de la Cubaoccidental para intentar rescatar a los

insurgentes. Nuevamente, puso a MayíaRodríguez al mando de la empresa, en laconfianza de que lo haría mejor que enlos dos intentos anteriores. Pero Mayíano pudo reunir a hombres suficientesesta vez; a finales de marzo, el grueso dela fuerza de la invasión consistía endoscientos hombres, sólo cincuenta deellos con monturas[43]. Mayía avanzócon su pequeño ejército y llegó a la zonade Trinidad, en la provincia de SantaClara, a mediados de mayo, pero losespañoles y sus colaboradores cubanoshabían establecido un firme control de lazona, así que Mayía se ocultó en lasmontañas, donde, a falta de otro

alimento, sus hombres se vieronobligados a comerse sus propias mulas.El posterior avance como columnaorganizada quedaba así descartado. Ladesmoralización de este pequeñocontingente del destrozado EjércitoLibertador era completa[44].

Normalmente se considera laenfermedad como el azote del ejércitoespañol, pero también causó muchasbajas en el Ejército Libertador. De lossoldados cubanos que murieron durantela guerra, casi el treinta por ciento cayópor enfermedad. La peor era la malaria.Obligados a vivir entre la vegetación y ala carrera, los cubanos apenas hubieran

podido evitar al mortal mosquitoanopheles que porta el parásito de lamalaria, en caso de que esta idea se leshubiera pasado por la cabeza. Además,carecían de un suministro adecuado dequinina para controlar la enfermedad. Sibien la sufrían menos que los españoles,su número era inferior, así que nopodían permitirse perder ningún hombre.El Tercer Cuerpo, estacionado a lolargo de la trocha, se llevó la peorparte: mes tras mes, los comandantes delcuerpo suplicaban nuevos reclutas conlos que rellenar los huecos, pero nollegaba ninguno y, a finales de 1897, elTercer Cuerpo se había visto reducido a

un puñado de hombres[45]. Cuando nomata, la malaria deja a su víctima enestado de postración; esta enfermedad seconvirtió en epidemia durante el otoñode 1897[46]. En octubre, por ejemplo,trescientos hombres de García habíancontraído la enfermedad. García noquería perderlos de ningún modo, asíque, en lugar de enviarlos a hospitales,se los llevó consigo en su ejército, locual lo hacía muy vulnerable. Comoobservaba Gómez, «si el enemigosaliera a su encuentro acaso pudieradefenderse con dificultades»[47].

Gómez prometió hacer lo quepudiera para ayudar a García, pero él

también tenía a su cargo a unamuchedumbre hambrienta y enferma a laque atender. Sus generales tampoco eraninmunes, y Gómez sufría tantosproblemas en este sentido que, confrecuencia, él mismo tenía que emitir lasórdenes a sus regimientos y gestionar lasoperaciones de cada día[48]. En laprimavera de 1898, muchas unidadesexistían sólo en teoría. Por fortuna, losespañoles habían decidido evitar, porrazones políticas que se examinarán enbreve, los combates durante el otoño de1897. Los cubanos estaban eufóricos. Elgeneral José María Rodríguezcomentaba que incluso en Pinar del Río,

donde «el enemigo […] tanto haoperado […] en otra época», losespañoles estaban «quitando los fuertesy destacamentos» y concentrándose enlas ciudades. Algunas columnasespañolas salían de estos puestos paraactuar «de tarde en tarde», pero lohacían con «con notorio desaliento».Rodríguez dejó descansar a sushombres, que aún no estaban encondiciones de entablar combate. Sedaba cuenta de que los argumentospolíticos que respaldaban la decisión delos españoles podían cambiar encualquier momento y ordenó a susoficiales que aprovecharan el reposo

para convalecer de sus enfermedades.Los hombres tenían que estar sanos ypreparados «en caso de que el enemigoempiece campaña» de nuevo[49].

Como siempre, los civiles eran losque más sufrían. Las epidemias entre lastropas se extendían a los nocombatientes de ambas zonas. Lareconcentración no encontró apenasoposición en la Cuba occidental en 1897y, a finales del verano, se ampliófinalmente a las partes central y orientalde Cuba. Los hambrientos«reconcentrados» no tenían defensasante la malaria, el tifus y la disentería.Algunos que habían vivido toda su vida

en ciudades del interior, donde no sedaba la fiebre amarilla, sucumbieron aella una vez trasladados a ciudades quedurante mucho tiempo habían sido focosendémicos de la enfermedad. Y comolos civiles realojados tambiéndesfallecían a causa del hambre, inclusolos virus e infecciones más levesacababan con ellos. La reconcentraciónhabía entrado en su fase final, la másmortífera. Esta trágica historia es eltema del siguiente capítulo.

L

XIV

Reconcentracióna estrategia más controvertida deWeyler a la hora de pacificar

Cuba adoptó el nombre de«reconcentración», y consistía en eltraslado forzoso de civiles a ciudades ypueblos controlados por las tropasespañolas y sus aliados cubanos. En unaguerra, ya de por sí bastante cruel, lareconcentración está muy cerca de loque se ha denominado genocidio, ydesde luego fue una de las mayores

catástrofes en la historia de América. Aprincipios de la primavera de 1896, conun repunte en 1897, las tropas españolasdesarraigaron a medio millón de civilesy los condujeron a barraconesconstruidos a toda prisa, a vecesagrupándolos en lo que se denominaban«campos de concentración». El Ejércitosuministraba raciones de comida, lassuficientes para prolongar elsufrimiento. Aunque los estudiososdiscrepan en el número de civiles quefallecieron como consecuencia de lareconcentración, ciertamente murieronmás de cien mil reconcentrados, algunosde inanición y otros a causa de las

epidemias, que alcanzaron su apogeo enel otoño de 1897. En noviembre de estemismo año, el Gobierno español dio porterminada la reconcentración, pero loscampesinos famélicos y enfermos nopodían ser «desconcentrados» pordecreto a unas zonas rurales devastadasy calcinadas, de forma que siguieronmuriendo a cientos cada día, enciudades como Matanzas, La Habana,Cienfuegos y Santa Clara. Las ciudadesaprobaron ordenanzas especiales paraampliar los cementerios. Cuando esto nofue suficiente, se empezó a enterrar a losreconcentrados en fosas comunes y,cuando enfermaron los enterradores y

los que transportaban los cadáveres, loscuerpos fueron devorados por los perrosy las aves carroñeras.

Los contemporáneos de Weyler amenudo malinterpretaron lareconcentración y a veces publicaronfalsedades deliberadas sobre el tema.Desde luego, esto no tiene nada deextraordinario. Había naciones eimperios en juego y los civiles muertoseran una propaganda valiosa. Pero ahoraesto significa que tendremos quetransitar por un laberinto dedesinformación y que se habrán deaportar fuentes históricas nuevas paraafrontar el problema, si es que se

pretende entender la reconcentración.¿Qué era? ¿Qué papel jugó Weyler enella? ¿Qué impacto tuvo en los civiles?En este capítulo trataremos todas estascuestiones.

Weyler ordenó la primerareconcentración el 16 de febrero de1896, inmediatamente después de sullegada a Cuba. Se aplicó solamente enlas provincias orientales de Santiago yPuerto Príncipe, así como en la zona deSancti Spíritus, en la provincia de SantaClara. El 21 de octubre de 1896, Weylerla impuso en Pinar del Río. El 5 deenero de 1897, en La Habana yMatanzas. Unas semanas después, el 30

de enero, ordenó la reconcentración enel resto de Santa Clara y el 27 de mayode 1897 renovó la orden en PuertoPríncipe y Santiago[1].

Las órdenes de reconcentraciónconcedían a los afectados ocho díaspara trasladarse a la ciudad o pueblocon guarnición española más cercano, unmargen muy estrecho que garantizaba suno cumplimento y las consiguientessituaciones de violencia. Weylerpublicaba los decretos en la Gaceta deLa Habana, el órgano oficial delGobierno, y los periódicos locales losreimprimían. En una sociedad rural, conun alto grado de analfabetismo, las

órdenes de Weyler llegaron confrecuencia al mismo tiempo que lastropas destinadas a hacerlas cumplir,que materialmente arrastraban a estaspersonas fuera de sus hogares y lasllevaban a las ciudades, al otro lado delas trincheras y el alambre de espino,donde estarían «protegidas».

Weyler ordenó la creación de«zonas de cultivo» fortificadas ydefendidas por tropas españolas,mientras que los voluntarios cubanosdebían trabajar junto a losreconcentrados a cambio de su propiosustento. Las cosechas plantadas fuerade estas zonas debían ser destruidas. El

ganado que se encontrara fuera de laszonas de cultivo debía ser sacrificado, orequisado para llevarlo junto a laspersonas. Los civiles que se opusieran aestas órdenes y permanecieran en elcampo serían considerados aliados delenemigo.

Había ciertas excepciones. Lospropietarios de grandes empresasrurales podían solicitar la exención. Siposeían un título de propiedad claro,pagaban los impuestos, mostrabansignos de resistencia a los insurgentes,cercaban y cuidaban de su ganado ydisponían de los recursos necesariospara el mantenimiento de una guarnición,

ellos y sus trabajadores quedabanexentos. Con esta disposición, Weylerarrojaba un hueso a los magnates delazúcar, grandes granjeros y otrosempresarios rurales que apoyaban a laCuba española. Este apéndice deldecreto nos recuerda que lareconcentración tenía algo de guerra declases. Por su propio diseño, funcionabaen contra de los intereses de loscampesinos pobres, muchos de loscuales no poseían tierras ni teníancontratos de arrendamiento. Por elcontrario, poseían derechos de usufructo—derechos tradicionales y noregistrados en documento alguno— para

trabajar en unas tierras que no eransuyas y complementar así sus ingresoscomo braceros en la industria del azúcaro en otras empresas rurales. Esto lesconcedía un estatus legal apenassuperior al de un ocupante ilícito.Además, muchos pequeños propietariostenían pendiente el pago de ciertosimpuestos que nunca podrían hacerefectivos en tiempo de guerra. Enconsecuencia, los requisitos de Weylerpara evitar la reconcentración(propiedad de la tierra y el pago deimpuestos al día) excluían a todos salvoa los ricos. Federico Ochando, jefe delEstado Mayor de Weyler, entraba en

más detalles acerca de este tema paraasegurarse de que todo el mundocomprendiera que «el espíritu» de lareconcentración «no se refiere a losgrandes establecimientos», sino sólo apequeñas «tiendas, estancias y bohíos»que no se encontraran bajo protecciónespañola. Se trataba de las personas queeran más susceptibles de apoyar a losinsurgentes por decisión propia o porcoacción. A estas personas había quesacarlas de la partida[2].

Aun así, no se debe exagerar niinterpretar la reconcentraciónexclusivamente como una guerra declases. Los intereses estratégicos y

militares eran siempre prioritarios.Weyler no excluía a los dueños degrandes fincas cuyas propiedades seencontraran en zonas que no pudieranprotegerse de los insurgentes y, si lascondiciones militares lo permitían, elgobierno podía tener una consideraciónespecial con pequeños granjeros ytenderos, algunos de los cuales, lejos deser separatistas, eran inmigrantesespañoles recientes y admiradores deWeyler[3]. No se cuestionabannecesariamente sus sentimientos delealtad, sólo su capacidad de resistirseen la práctica al Ejército Libertador ypermanecer leales. El general Agustín

Luque, por ejemplo, se preocupó depermitir que quedara «mucha gente enlos bohíos» para que tuvieran «víverescon que matar al hambre»[4]. Pordesgracia, este enfoque flexible deLuque no era lo habitual. El efecto de lareconcentración fue, generalmente,convertir a los pobres en refugiados, conindependencia de sus ideas políticas.

El decreto del 16 de febrero de1896, el primero que afectaba al este, seaplicó de forma tan relativa (de aquí surenovación, el 27 de mayo de 1897), quea veces es ignorado cuando se analiza elfenómeno de la reconcentración. Pero esun detalle importante y revelador el

hecho de que Weyler lo hiciera públicoa la semana de llegar a La Habana, puesesta premura es un claro indicio de quela reconcentración estaba planificadahacía tiempo.

La reconcentración tiene precedentesen el pasado, tanto lejano como cercano,en Cuba y en todo el mundo. A lo largode la historia, los Ejércitos hantrasladado a los civiles de las zonas enconflicto para evitar que el enemigo losutilice como elementos de apoyologístico. Algunos contemporáneosestadounidenses, entre ellos el oficialnaval y erudito French Ensor Chadwick,sostenían que la reconcentración no era

excepcional y que se atenía a las leyesde guerra tal y como se entendían en ladécada de 1890[5]. En 1902, el Gobiernode Estados Unidos, tras considerar elasunto detenidamente y a la luz de supropia guerra contrainsurgente enFilipinas, llegó a la conclusión de que lareconcentración de Weyler en Cuba nohabía violado, después de todo, lasprácticas militares aceptadas[6].Dejando a un lado lo que indiquen estasdeclaraciones acerca de las normasaceptables en la guerra, Chadwick y elGobierno de Estados Unidos teníanrazón: la reconcentración no era nadanuevo. Estados Unidos la había

practicado en sus guerras con losnativos norteamericanos al encerrarlosen reservas. Y Weyler, como se havisto, ya había ordenado el realojo deciviles en Filipinas de 1888 a 1891.

Los términos «concentración» y«reconcentración» se usaron de maneraindistinta en Cuba, y su significadoestuvo claro mucho antes del 16 defebrero de 1896. De hecho, no esnecesario ir a lugares tan lejanos comoEstados Unidos o Filipinas para buscarantecedentes de la reconcentración. Lamisma reubicación deliberada de civilesse había producido en Cuba durante laGuerra de los Diez Años[7]. En aquel

conflicto, los insurgentes también habíanelegido como objetivos las plantaciones,ranchos y granjas. En 1870, habíanlogrado perturbar tanto la agricultura, eincendiar tantas aldeas y granjas en eloriente de Cuba, que se produjo unproblema alarmante con losrefugiados[8]. «Sabido es de todos»,escribía el gobernador de PuertoPríncipe el 26 de abril de 1870, «quelos insurrectos no sólo se han declaradoenemigos de la patria, sino también de lapropiedad, destruyendo cuantoencuentran a su paso». El resultado eraque «multitud de familias» del campo,«se acojen al amparo que les prestan

nuestros destacamentos», y buscaroncobijo en las ciudades y pueblosespañoles, donde se encontraron «en elmayor estado de miseria» y carentes de«todo recurso para buscar medios desubsistencia». La situación requería unaintervención creativa del Gobierno pararescatar a los refugiados y restaurar laeconomía. Esto se parecía mucho a unaguerra total, donde el capitán generaltendría que dedicarse «a crear nuevoselementos de producción» con igualenergía que a la campaña militar. Parahacerlo posible, a las autoridades de laCuba oriental se les dio vía libre paraponer en marcha algunas medidas

radicales, entre ellas la incautación depropiedades privadas —en especial siestaban sin cultivar— para crear zonasde cultivo que se cedían temporalmentea los refugiados. En el campo insurrectotambién se tomaron medidas similares.Estas disposiciones pretendían salvarvidas, pero también eran oportunasdesde un punto de vista político ymilitar. Resultaba necesario convencer alos reconcentrados de que, sipermanecían fieles al régimen español,no se iban a encontrar «peor que en elmonte». Una gestión adecuada de lacrisis de los refugiados podía servircomo antídoto contra la revolución tanto

como una victoria militar sobre losinsurgentes, pero, para conseguirlo, elEjército español tendría que trasladar alos refugiados a ciudades españolasprovistas de barracones yadecuadamente fortificadas, y tambiénreservar terreno para este fin.Inevitablemente, esto introducía unelemento de fuerza en el plan[9].

El plan de 1870 nunca llegó aimplantarse de forma sistemática, asíque su existencia es poco conocida.Weyler, sin embargo, sabía de él, ya quelo cita en sus memorias[10]. Asimismo,debemos recordar que, en 1870, Weylerse encontraba combatiendo en Puerto

Príncipe, la posición ideal paraobservar cómo funcionaba lareconcentración, y se valió de estaexperiencia cuando ordenó lareconcentración en 1896 y 1897. Lavaloración que, en ocasiones, se hahecho de Weyler como «el único generalespañol en aportar algo novedoso en dossiglos» es, en consecuencia, inexacta,pues la reconcentración tuvo muchosartífices[11].

Uno de ellos era Arsenio MartínezCampos, que, como hemos visto, yausaba la palabra «reconcentración» enuna carta enviada en julio de 1895.Sostenía que sus «creencias superiores»

le impedían realojar a la población demanera forzosa, por muy necesario quefuera para la victoria, si bien estosescrúpulos morales no fueron unobstáculo para recomendar a Weylerpara el trabajo sucio. Con todo,contradiciendo su promesa anterior deno hacer la guerra contra los civiles, el4 de noviembre de 1895, MartínezCampos emitió órdenes directas a loscomandantes de la región acerca delasunto de la reconcentración. En estasdirectivas, el capitán general indicabaque la práctica insurgente del realojoforzoso de los civiles en zonas ruralesfuera del alcance de los españoles

confería «un carácter especial» a laguerra, al producir el efecto contrario:«la concentración en los poblados deuna porción de habitantes pacíficos»cuando éstos huían de la justiciarevolucionaria. Este flujo de refugiadoshacia las ciudades había provocado unacrisis. «Es claro», continúa MartínezCampos, que esto «nos impone lapenosa carga de alimentarlos cuandocarezcan de recursos, porque nopodemos abandonar al hambre y a lamiseria a pacíficos ciudadanos». El«deber ineludible de humanidad y degobierno» era proporcionar ayuda y,para ello, el Ejército tenía que

asegurarse de «que las concentracionesa que obliga el enemigo se verifiquen enlos poblados que tengan guarnición yestén en la línea férrea». Esto, a su vez,requería que las tropas españolasdirigieran a los refugiados a los lugaresadecuados; lo cual, de nuevo, implicabael uso de la fuerza.

Martínez Campos prometió que, unavez que los reconcentrados quedaranrealojados, el gobierno cuidaría deellos, pero él por sí solo no podíaacometer esta ingente tarea. Por un lado,carecía de los recursos necesarios, y porotro, sería necesario organizarcaravanas para transportar provisiones

que, a su vez, podían convertirsetambién en objetivos para losinsurgentes. En consecuencia, losreconcentrados tendrían que satisfacerellos mismos la mayor parte de susnecesidades. Martínez Campos ordenó alos funcionarios militares y civiles quefacilitaran el acceso de los refugiados a«todos los terrenos incultos» que seencontraran cerca de ciudades conguarnición, «ya sean del municipio, yade particulares». Estos terrenos seríandivididos «en porciones para que seanlabrados y aprovechados por losemigrantes», a los que seproporcionarían herramientas y

cualquier otra ayuda que pudierannecesitar. Martínez Campos enviócopias de esta orden a los Ministeriosde la Guerra y de Ultramar para suaprobación, que obtuvo el 29 denoviembre. Nunca llegó a ejecutar elplan porque le quedaba poco para serrelevado, pero está claro que todos loselementos de la reconcentración estabanya delineados antes siquiera de queWeyler hubiera sido nombrado capitángeneral de Cuba[12].

La crisis de los refugiados que losespañoles afrontaron ya en el verano de1895 nos recuerda, asimismo, que elEjército Libertador cubano también hizo

uso de la reconcentración. Las tropascubanas expulsaban a las personas quevivían cerca de ciudades y caminos bajocontrol español y confiscaban sus bienespara que los españoles no pudieranutilizarlos en su beneficio. Algunoscooperaron con esta «desconcentración»y se unieron a la insurrección, pero lamayoría buscaba el amparo de losespañoles. El alcance e intensidad de lacrisis de los refugiados provocada porel Ejército Libertador está biendocumentada en los diarios y en lacorrespondencia de cubanos yespañoles, y debe tenerse en cuentacomo un antecedente e, incluso, un

motivo para la reconcentración deWeyler[13].

El veterano cubano Serafín Espinosarecordaba que el Ejército Libertadorconfiscaba o destruía propiedadesdonde quiera que se encontrase, deforma que «los labradores de la tierranada podían tener como suyo». Estoobligaba a todo el mundo, peroespecialmente a mujeres y niños, a huirhacia las ciudades, y convertía la Cubalibre en un lugar sombrío para los que sequedaban. Los hombres, al menos, teníanla opción de unirse a la insurrección,pero las mujeres y los niños no podíanmás que convertirse en

reconcentrados[14].El proceso fue más allá en Pinar del

Río, adonde Maceo había llegado enenero de 1896, incendiando la mitad delas poblaciones, como hemos vistoanteriormente. Juan Álvarez, uno de loscomandantes de la compañía de Maceo,dejó constancia de sus impresiones de laprovincia tras esta orgía de destrucción.Las zonas rurales se habían despoblado,las casas estaban vacías, las cosechasdesatendidas y el ganado abandonado acausa de la huida de los campesinos anteel avance de Maceo. Álvarez dedicómucho tiempo a incendiar casas quehabían quedado vacías en los idílicos

tiempos de la invasión de enero de1896. Incendiar casas vacías no parecíaexcesivamente duro; sus propietarios,después de todo, se habían «ido a lasciudades con los soldados». A veces, noobstante, Álvarez escogía viviendas queaún estaban ocupadas. Incendió, porejemplo, cuarenta de ellas en losalrededores de Luis Lazo, obligando asus ocupantes a huir a la ciudad. Lafrontera entre la Cuba insurgente y laCuba española discurría a lo largo delas afueras de Luis Lazo y cientos delugares parecidos. El objetivo de losinsurgentes era convertir estas tierrasfronterizas en lugares calcinados y

yermos que separaran las dos Cubas —la urbana y colonial y la rural yrepublicana— sin ningún espaciointermedio entre ellas. Cuando Álvarezno estaba incendiando casas, estabareuniendo ganado para restarlesrecursos a los españoles. Los animalesse habían quedado atrás, pero suspropietarios podrían volver con tropaspara reclamarlos, así que lo mejor erallevárselos, o incluso matarlos, antes deque tal cosa ocurriera. De esta forma,los primeros reconcentrados perdieronun ganado que les habría servido comoalimento en sus penosas circunstancias yllegaron a las ciudades españolas

totalmente dependientes de la caridad.Esto que detalla Álvarez en sus

informes de Pinar del Río sereproduciría en todas partes. El tenientecoronel Gerardo Machado dedicaba suescuadrón de caballería a reuniranimales, «sin tener consideración conlos que posean los pacíficos», ya queéstos habían estado vendiendo ganado,así como leche, huevos y otros alimentosa las ciudades. Se requisaban inclusocabras y gallinas, y todo se llevaba a lasmontañas o se sacrificaba en el lugar[15].Esteban Montejo recuerda que a lo quemás se dedicó en la guerra fue a capturary sacrificar animales, especialmente

cerdos, durante la noche. «Íbamos acaballo, y a caballo cogíamos loscochinos, que eran bastante jíbaros.Andaban sueltos. No los tenían paracebar. Le caíamos atrás al primero queveíamos. Para nosotros eso era un juegoy, desde arriba del caballo, después quelo habíamos cansado, le dábamos unmachetazo fuerte en una pata. La patavolaba y el cochino no podía seguircorriendo. Nos tirábamos rapidísimos ylo agarrábamos por el cuello. Lo malode eso era que el cochino sangraba ychillaba mucho»[16]. En un abrir y cerrarde ojos, como observaron aquellos quevisitaron Cuba entonces, no quedó ni un

cerdo en el campo… ni vacas, mulas,caballos, perros, gatos ni, finalmente,personas.

Los refugiados llegaban a lasciudades no sólo despojados de susanimales, sino también sin semillas,herramientas, ropa ni dinero. En zonasdonde la presencia insurgente eraimportante, la mayor parte de losreconcentrados eran mujeres y niños, yaque los hombres se encontraban con losinsurrectos, o con los españoles comovoluntarios o contraguerrilla. Ladivisión del trabajo en Cuba, como enmuchas otras comunidades campesinas,confería su cometido a cada sexo: los

hombres realizaban trabajos asalariadosfuera de casa y se encargaban de lalabranza, mientras que las mujeres seocupaban de los animales y los huertosde las casas. En consecuencia, ladestrucción y confiscación del ganado yde las casas separaba a las mujeres desus medios tradicionales desubsistencia. Cuando éstas llegaban alas ciudades españolas, los funcionarioslocales podían asignarles tierras quelabrar, pero no estaban acostumbradasal arado y tampoco disponían deanimales de tiro. Esto se traducía en lalamentable situación de las mujeres ysus hijos, harapientos y con hambre,

rastrillando con palos la dura tierra enun inútil intento de preparar el terrenopara la siembra. En enero de 1896, lasituación se había deteriorado tanto queMartínez Campos pidió a sus oficiales ysoldados que ayudaran con su trabajo yparte de su paga a estas desdichadasmujeres y niños. Fue un gesto inane, yaque casi nadie se presentó voluntariopara este altruista cometido, pero reflejael alcance que había tomado elproblema de los reconcentrados antes deque Weyler entrara en escena[17].

Los insurgentes impusieron supropia desconcentración de civilesdurante todo el conflicto, intentando

contrarrestar la de Weyler. En el veranode 1896, Máximo Gómez pudo ver cómose violaba su prohibición de comerciarcon las ciudades españolas si el EjércitoLibertador no la hacía valer por lafuerza. Los peores lugares eranCascorro, Guaimaro y otras localidadesa lo largo de la trocha Júcaro-Morón.«En esos pueblos», escribía Gómez alsecretario de la Guerra, «sus habitantesconsumen muy buena y abundante carney viveres del país, y eso tiene que entrarde sus alrededores»[18]. A veces, pareceque incluso los funcionariosrevolucionarios rompían el bloqueo, porsimpatía hacia los hambrientos

habitantes de las ciudades o porbeneficiarse de los altos precios quealcanzaba cualquier producto en elmercado[19]. Estas prácticas, decíaGómez, tenían que acabar. Enconsecuencia, ordenó que «todas lasfamilias que vivieran cerca de lospoblados enemigos» y que estuvieran«justificando su situación» con la excusade tener que enviar comida paragarantizar la supervivencia de susrelaciones con la ciudad, debían sersacados de allí. Las unidades delEjército Libertador debían llevárselos einternarlos «a largas distancias» de sushogares, para asegurar que perdieran

«toda esperanza de relacionespacíficas» con sus amigos y familiaresde las ciudades, Gómez dispuso«también que se incendien sus casas». Yconcluía: «Es necesario que al salir losespañoles a campaña no encuentren másque el desierto y el vacío total a sualrededor»[20]. Los oficiales ordenaron asus hombres que persiguieran «con lamayor severidad a los que sostenganaquel tráfico y comercio» con lasciudades españolas. No hace falta decirque estas medidas crearon lascondiciones para una hambruna y unamiseria generalizadas y produjeron unrío de refugiados caminando hacia las

ciudades[21].Como hemos visto, Gómez y Maceo

nunca consideraron que la función delEjército Libertador fuera derrotar a lastropas españolas. Por el contrario, suobjetivo prioritario había sido siempreel control de los recursos del campo y elbloqueo de las ciudades españolas. Estaestrategia tenía mucho sentido en elcontexto de la economía cubana. Lalogística necesaria para llevar alimentosa los mercados se complicaba en granparte de Cuba por el hecho de quegrandes extensiones de tierra se habíandedicado a una única cosecha —azúcaro tabaco—, lo que implicaba una

producción insuficiente de alimentosbásicos y que se necesitara recurrir alsuministro de provisiones por parte deproductores relativamente distantes. Enconsecuencia, las ciudades eran másfáciles de bloquear. En los díasanteriores a la llegada de Weyler, losinsurgentes habían cabalgado «hasta lasmismas puertas de La Habana» paraevitar que entraran alimentos en laciudad[22]. En la ciudad de Pinar delRío, alrededor de la cual los insurrectosde Maceo eran especialmentenumerosos, los verduleros y los lecherosllegaron a ser una «especie en peligrode extinción» a principios de la

primavera de 1896: eran ahorcados porel Ejército Libertador, como a cualquierotro civil que intentara introduciralimentos en la capital de laprovincia[23]. En abril de 1896, Maceoordenó la destrucción de todas las vallasen Pinar de Río, con la esperanza deevitar el cercado de un ganado que másadelante pudiera llevarse hasta lashambrientas ciudades[24]. Incluso ya en1896 y 1897, cuando el EjércitoLibertador había perdido la capacidadde hacer algo estrictamente militar,conservaron siempre el poder deinterrumpir el trasiego de productoshacia las ciudades españolas, y

cumplieron de esta manera con la misiónprincipal.

Esta forma de guerra convertíainmediatamente los alimentos en un bienescaso, con lo que el problema de lasupervivencia se hacía realmente serio.Un corresponsal del Times de Londrescomentaba el atroz problema del hambreen la región de La Habana ya en laprimavera de 1896, de nuevo, antes dela llegada de la reconcentración oficial:

España tiene que afrontar otro gravepeligro además de la rebelión en sí. Lasciudades están atestadas de refugiados,la mayoría mujeres y niños. Lasprovisiones locales de alimentos estáncasi agotadas y lo estarán por completo

en pocos meses. Poco o nada se cultivapara las necesidades del lugar y losrebeldes no permiten que los productosdel campo se vendan en las ciudades, asíque los habitantes de las ciudadesdependerán de lo que puedan comprarfuera […] A no ser que se les ayude dealguna forma, la hambruna acabará conuna gran parte de la población en pocosmeses[25].

Pero los intentos de ayuda quellegaban desde el exterior sóloencontraban obstáculos. Por ejemplo, aprincipios de 1898, la goleta británicaJ.W. Durant intentó desembarcar diezbarriles de maíz, pero los funcionariosde aduanas exigían una tasa y el maíz

tuvo que quedarse en el barco. FitzhughLee, cónsul de Estados Unidos en laHabana, presentó una protesta oficial aRamón Blanco, el hombre que habíasustituido a Weyler en el otoño de 1897,y finalmente el maíz fue descargado[26].Entretanto, el Congreso español seguíadebatiendo qué hacer para solucionar elproblema del hambre en Cuba. ¿Podríala reducción de aranceles ayudar a losrealmente indigentes? ¿Era unahumillación aceptar la ayudaestadounidense? ¿No equivalía eso aadmitir que España era incapaz degobernar Cuba sin la ayuda del colosonorteamericano? ¿Llegaría este grano

barato a manos de los insurgentes? Pero,mientras en Madrid se debatían estascuestiones, el hambre de los cubanos sehacía más acuciante a medida que seendurecía el bloqueo de las ciudadespor parte del Ejército Libertador.

Se suponía que este bloqueo debíaser total, y Gómez se ponía furiosocuando se hacían excepciones. En lapráctica, los funcionarios cubanoscerraban a veces los ojos ante losinfractores o permitían que pasaranciertos artículos básicos como loshuevos[27]. Los comandantes de lasunidades, más en contacto con lascondiciones locales que Gómez, dejaban

que los «individuos que están connosotros y tienen sus familias en elpueblo» introdujeran allí comida paraellos. Con permisos adecuadamentefirmados, se les permitía entregar a susfamiliares directos cuanta carne yvegetales pudieran «caber en unseronsito fino que cargue el caballo quemonta». Esta restricción aseguraba queningún alimento fuera a parar aelementos proespañoles. Con todo, estosactos humanitarios constituían merosgestos simbólicos. El embargo sobre elcomercio siguió siendo un aspectofundamental de la estrategia de Gómez, yya hemos visto cómo actuaba el general

contra aquellos funcionarios cubanos oneutrales que comerciaban con lasciudades. De hecho, oficialmente, larepública en armas exigía la destrucciónde todas las propiedades cercanas a lasciudades y reiteró en repetidasocasiones su posición de que la penapor «la introducción a las poblacionesde todo artículo» era la muerte. Elregistro de los juicios contra losinfractores muestra lo sumaria que podíaser la justicia con los traficantes dealimentos[28]. El sistema era cruel, peronegar a los habitantes de las ciudades elacceso a los productos del campoconstituía uno de los pilares de la

estrategia cubana.Una vez que Weyler impuso la

reconcentración, las ciudadesdesarrollaron nuevas zonas de cultivopara alimentar a los refugiados. Estasituación era un nuevo desafío para lainsurgencia. Ahora tenían que sabotearesos cultivos cerca de las ciudades. Elasalto insurgente a estas nuevas zonas decultivo tenía una doble finalidad: por unlado mataba de hambre a los españolesy a sus aliados cubanos, y por otroproporcionaba al Ejército Libertador elavituallamiento que tanto necesitaba. Laadministración civil de los insurgentes,los prefectos y subprefectos de la

república en armas, hacían lo quepodían para montar sus propias granjasy proporcionar alimento al EjércitoLibertador. En el este, el sistema tuvo unéxito razonable[29]. En occidente, por elcontrario, en 1897, los españoles y lasguerrillas leales habían destruido lasprefecturas y la producción de alimentosdel Ejército cubano, así que las tropasdependían de lo que robaran en laszonas de cultivo destinadas a losreconcentrados[30]. De hecho, las fuerzascubanas habían empezado incluso arobar en sus propias zonas de cultivo. El26 de agosto de 1897, AndrésRodríguez, un prefecto de la insurgencia

de la ciudad de Higuanojo, escribía alteniente coronel Rafael Soriz paraquejarse del comportamiento de lastropas cubanas en la zona. Habían sidodispersados y se habían convertido ensimples bandidos que asaltaban lascosechas y el ganado sin ningún control.Rodríguez escribía: «Me tomo lalibertad de manifestarle que creo muyconveniente [que] mande Vd. unacomisión de regular número y concarácter enérgico para que recojanindividuos del General José MaríaRodríguez y del General QuintínBanderas que no son nada útiles en estazona y sí perjudiciales»[31].

La dependencia de la insurgenciacubana respecto de las zonas de cultivode los reconcentrados había llegado aser tal que la derrota de los españoles amanos de los estadounidenses en 1898constituyó un serio problema para elejército cubano en este sentido. Tal ycomo observaba Mayía Rodríguez enagosto de 1898, la paz había hechoprácticamente imposible elavituallamiento de las tropas, para lascuales «hasta el presente, sualimentación ha dependido de las zonasenemigas». El fin de las hostilidadestuvo como consecuencia el quitar «a lasfuerzas de nuestro ejército el medio

peculiar de atender a su subsistencia» yamenazaba con matar de hambre a losdispersos restos del EjércitoLibertador[32].

Incluso en oriente, donde el sistemade prefecturas se había desarrolladomás sólidamente, el Primero y elSegundo ejército se encontraron con esteproblema. Como en el oeste, losreconcentrados habían establecido zonasde cultivo y los insurgentes se vieronobligados a sobrevivir requisando enellas lo que podían. El sistema funcionómientras la guerra seguía su curso pero,cuando Estados Unidos forzó un acuerdode paz, surgieron los problemas. A

finales del verano de 1898, el general dedivisión Jesús Rabí, al mando delSegundo Cuerpo en torno a Manzanillo,se quejaba de que sus hombres estabanhambrientos debido a que los términosde la paz con España les impedían elrobo del ganado de las ciudades. Dehecho, un gran número de soldadosdesertaba diariamente a causa delhambre provocada por la paz[33].

En 1897, cuando Weyler empezaba adesplazar su centro de operacioneshacia el este, los insurgentesintensificaron su campaña dedestrucción de las casas y las granjas delos «pacíficos» que vivían cerca de los

centros dominados por los españoles enla Cuba oriental. En enero de 1897, JuanCastro, capitán en el puesto español deCabaiguán, junto a la trocha oriental,comunicaba a su comandante de divisiónque en aquellos días se estabanpresentando allí muchos pacíficoscampesinos buscando protección. ¿Quées lo que debía hacer?, preguntaba. Losrefugiados le decían que los insurgentesles habían quitado sus pases y losdocumentos que les habían dado losespañoles identificándoles comopersonas neutrales; les habían dicho quetenían que abandonar sus hogares yunirse a la rebelión, y que si no lo

hacían se les confiscarían todas suspropiedades y la seguridad de susfamilias se vería amenazada[34]. Lomismo que Gómez y Maceo habíanobligado a hacer en la Cuba occidental,estaba pasando ahora en el este. Porsupuesto, una gran cantidad de nuevosrefugiados acudieron a Cabaiguán y aotras ciudades de la Cuba centro-oriental. La respuesta de Weyler fueanunciar su propia reconcentración en eleste, en la primavera de 1897. Ahora lasciudades del este se habían convertidoen lo que hacía mucho que eran las deloeste: centros de refugiados acosadospor el hambre. Todo esto produjo una

bien justificada protesta en todo elmundo contra estos métodos de hacer laguerra, pero toda la culpa fue a parar aWeyler, mientras que la participación delos insurgentes en la reconcentraciónpasó inadvertida para la mayor parte delmundo.

El Gobierno Provisional, noobstante, se daba cuenta de esto y seopuso a algunas de las exigencias másestrictas de Gómez. En el otoño de1896, el secretario del Exterior, RafaelPortuondo, pedía a Gómez quepermitiera la entrada de comida para losciviles. Gómez rechazó no sólo estapropuesta de Portuondo, sino también su

autoridad para inmiscuirse en ese tipode asuntos. Esta disputa se agravó tantoque, el 8 de diciembre de 1896, elGobierno Provisional obligó a Gómez adimitir como comandante en jefe y fuesustituido por Antonio Maceo. En unacarta formal a sus compañeros degabinete, Portuondo recomendabaaceptar la dimisión de Gómez.«Entiendo que debe aceptársele», elretiro a Gómez, escribía, «porque sonmuchas las cargas fundadas que contraél existen», y de ellas tenía el Gobierno«perfecto conocimiento». Peor aún, eraalgo sabido por todo el país. El pueblo«vejado en su dignidad», había

empezado a «revolverse contra aquel enquien cree ver aspiraciones a ladictadura». De ahí que resultara«conveniente para la salud de la patriaaprovechar» la oferta de dimisión deGómez y apartarle «de manera suave»para «satisfacerse a esa opinión públicaque de otra manera exigiera tal vez sucaída violenta.»[35]. Gómez y elGobierno habían tenido problemas en elpasado, pero ésta era una crisis másgrave. Si Maceo no hubiera muerto pocodespués de la dimisión de Gómez, esmuy posible que al viejo caudillo se lehubieran exigido cuentas por su trato alos civiles.

Weyler tenía mucho que decirrespecto al tema de la reconcentración.El 30 de diciembre de 1897, después dehaber sido relevado del mando y de quesu nombre se asociara a una crueldadgenocida, redactó una defensa quemerece citarse con cierta extensión:

«Las órdenes que dicté relativas a laconcentración de los campesinos, enzonas de cultivo, no pudieron horrorizara la opinión universal porque nadatuvieron de crueles. Fueron medidasimpuestas, y sólo en ciertos territorios,por las necesidades de la guerra yencaminadas a privar al enemigo de losrecursos de todo género que esoscampesinos les facilitan,

voluntariamente unas veces y obligadosotras por las amenazas y la violencia.Estos recursos han sido para losinsurrectos de importancia extrema.Consisten en el cultivo de los frutos yen el cuidado de los ganados con que seaprovisionan y alimentan; el empleo delos prácticos locales que les guían; en lautilización de las noticias que dirigensus operaciones y en el uso de losespías que descubren y anulan losmovimientos de nuestras columnas».

«[…] la reconcentración en ciertaszonas se hizo en virtud de órdenes mías[…] En otros territorios lareconcentración se produjo por elmovimiento libre y espontáneo de lapoblación rural fugitiva ante el incendiode los pueblos que las partidasamenazaban. Aquellos habitantes al

refugiarse en nuestros campamentosfueron siempre socorridos en suespantosa miseria, con alimentos yraciones que el Estado ha satisfecho, yasistidos en sus enfermedades yepidemias por los médicos de nuestrosbatallones y hospitales. En abril y mayode mil ochocientos noventa y seis, alpenetrar por vez primera las columnasespañolas en las zonas tabacaleras deVuelta Abajo, más de quince mil almasse cogieron y concentraronvoluntariamente en nuestras estacionesdel litoral, cuando totalmentedestruidos los poblados y villas delinterior por la tea de las negradasinsurrectas, se hallaban convertidasaquellas aglomeraciones humanas engrupos errantes y miserables quevagaban por los campos, dejando

marcada la huella trágica de su caminopor regueros de cadáveres de niños,mujeres y ancianos»[36].

Ningún juicio, por supuesto, puedeser más parcial que el de Weyler.Cualquier cosa que dijera o escribieraacerca de lo que llamaba «las negradasinsurrectas» de Cuba debe verse conescepticismo. De todos modos, y a lavista de lo que sabemos por otrasfuentes acerca de los antecedentes de lareconcentración y de la participación delos insurgentes en ésta, es evidente quealgunos elementos del análisis deWeyler son correctos. No es unatenuante para su responsabilidad

reconocer que existían, también, otrosresponsables. Cuando Weyler llegó aCuba, ciertos lugares como Luis Lazo ysu interior ya habían sido transformadospor la guerra. Sus habitantes se habíanvisto obligados a elegir: dirigirse hacialas colinas con los insurgentes o huir alas zonas controlada por los españoles.Los que elegían esta última opción seconvertían en tutelados del Estadoespañol. Esto beneficiaba a Gómez, yaque los refugiados constituían unproblema para los españoles,menoscabando sus recursos y ofreciendoante la prensa mundial un espantosoespectáculo de hambre y muerte. Era así

como los depauperados refugiadoscontribuían a la liberación nacional.Gómez y Maceo, como Weyler, nohacían la guerra con actos de altruismohacia el enemigo, y no hay por quéesperar de ellos un comportamiento máshumanitario que el de los españoles. Nose trataba de un juego en el que lossoldados que luchaban para liberarCuba de los españoles pudieranpermitirse ser magnánimos.

Entre los diferentes responsables dela reconcentración se encontraban losoficiales españoles y los voluntarioscubanos que luchaban por España y quea principios de 1896, sin indicaciones

de Weyler al respecto, obligaban a losrefugiados a huir a las ciudades de laCuba occidental. Los españolesinterpretaban esto como «ayuda» o«protección» de los civiles. Lostelegramas militares del periodocontienen frases como «Envío columnaproteger familias», «Regresaron ahoracon familias» o «Regresaron 7 nochecon familias que protegieron y sinnovedad»[37]. El general Álvaro SuárezValdés escribía a Weyler parainformarle del envío de una columna a lazona de Consolación del Sur para«auxiliar la reconcentración de familiasque deseaban pasar a aquel poblado por

haber quedado sin casa ni hogar».Suárez Valdés se lamentaba de no poderacoger a todos los campesinos quenecesitaban protección, pero nodisponía de la suficiente caballeríacomo para perseguir a las «partiditasenemigas que continúan molestando alas gentes del campo». En esta situación,estaba claro que el número derefugiados iba a aumentarprogresivamente. Afluían sin cesar a laciudad de Pinar del Río y él no podíadetener un proceso que amenazaba conhacer insoportable la vida en la capital.La carta tiene fecha del 23 de marzo de1896, siete meses antes de que Weyler

impusiera la reconcentración en Pinardel Río[38].

De hecho, resulta curioso queWeyler esperara tanto para emitir laorden formal de reconcentración en laCuba occidental. Para explicar esto esnecesario prestar atención a lacronología. Gómez abandonó la parteoccidental de Cuba en mayo de 1896 yse retiró a las montañas de Pinar del Ríoa finales de la primavera y durante elverano. En el tiempo que duró estedescanso, los refugiados comenzaron avolver sus casas y abandonaron lareconcentración. Las provisiones queantes interceptaban los insurgentes ahora

empezaban a llegar a las ciudades deloeste. Además, ninguno de los bandosestaba llevando a cabo campaña algunadurante el verano, así que la situación noparecía requerir nuevos edictos dereconcentración. Todo esto cambiócuando mejoró el tiempo, en septiembrede 1896. El día 8 de ese mes, elincansable Three Friends desembarcóuna expedición en la parte másoccidental de la isla y Maceo volvió ala ofensiva casi de inmediato. Elproceso de reconstrucción de laeconomía se detuvo y los refugiadosvolvieron a las ciudades. La únicasolución parecía ser dotar de un cierto

método a esta afluencia de civiles ycrear zonas de cultivo para su sustento.Esto explica la elección del momentopara emitir la orden del 21 de octubre.Weyler promulga la orden dereconcentración en Pinar del Río comorespuesta a la crisis de los refugiados ya la renovada amenaza militar deMaceo. En ese momento empezaba enserio el realojo de civiles y ladestrucción de todo lo que dejaban trasde sí.

En unos pocos meses ocurriría lomismo en La Habana, Matanzas y SantaClara. En 1896, las tropas españolas, denuevo sin una orden de reconcentración

previa, habían comenzado a evacuar delas zonas rurales a todos los habitantesque no hubieran huido ya a las ciudadeso a zonas bajo control insurgente. Lasguerrillas de voluntarios alineadas conEspaña se habían especializado en estetipo de operaciones. Una vez que habíanevacuado una zona, destruían loscultivos y el ganado para que losinsurgentes no pudieran aprovecharlos.Luis Díez del Corral indicaba que suunidad de voluntarios había pasado casitodo el tiempo localizando ydestruyendo cosechas en la zonacircundante a Minas Ricas, donde elEjército Libertador disponía de granjas.

De forma parecida, el «principalobjetivo operativo» de las fuerzas delgeneral Manuel Prats, que combatían entorno a la pantanosa península deZapata, era «destruir las siembrashechas por el enemigo y […] recoger elganado». Las formaciones devoluntarios renunciaban a estas misionesde localizar y destruir, en parte porque,con el derrumbe de la economía,dependían del botín para su propiasupervivencia[39]. En cualquier caso,estas prácticas eran anteriores a lareconcentración formal que instauróWeyler en La Habana y Matanzas.

La reconcentración de Weyler debe

verse, en consecuencia, como unarespuesta a la guerra total quepracticaba la insurgencia y a la reacciónde su propio ejército ante ésta. Laconcentración era la imagen reflejada dela estrategia de Gómez: se habíadiseñado para negar a los insurgentes elacceso a los civiles y a sus recursos,pero no para atender las necesidades delos pobres refugiados que ya habían sidodesplazados por Gómez y Maceo,aunque a Weyler y sus seguidores lesgustara pensarlo. No había nada dehumanitario en la reconcentración.Incluso las zonas de cultivo eran de másutilidad para los intereses de España

que para los refugiados. Cada una de lasórdenes de reconcentración ibaacompañada de instrucciones detalladasrelativas a las zonas de cultivo y, enestos detalles, se puede reconocer algodel modo de pensar de Weyler. La ordendel 30 de enero de 1897, de aplicaciónen Santa Clara, incluía lo siguiente: «Encada una de las poblaciones fortificadasde la provincia de Santa Clara (CincoVillas) se señalará una zona de cultivo[…] con objeto de que los vecinos queya había antes y las familias presentadassiembren viandas, exceptuándose de estaconcesión […] aquéllas cuyo padre oesposo estén en la insurrección». La

demarcación de la zona de cultivo sedejaba a un comité o junta compuestapor el comandante militar de la ciudad,el alcalde, el párroco y seis residentescon propiedades. Esta junta teníafacultades para obligar a la gente acultivar la tierra de su jurisdicción. Losreconcentrados retendrían derechos deusufructo de las parcelas que se leshabían asignado hasta seis mesesdespués de la finalización de la guerra,para que no se vieran privados de estemedio de vida de un día para otro. Losterrenos municipales se asignaríanlibremente, mientras que los privados sedividirían entre los refugiados,

compensando a los terratenientesmediante un impuesto que gravaba todaslas propiedades del municipio. Laúltima condición rezaba: «No se podrácobrar, a estos colonos durante eltiempo de la guerra, contribución ni otroimpuesto de ninguna clase por el disfrutey cultivo de los solares»[40].

Hay varios puntos en estasinstrucciones que merecen comentarse.En primer lugar, la negación de tierras ysocorro para las familias vinculadas alos insurgentes hizo que lareconcentración de Weyler fuera másbrutal de lo que él había previsto yllevado a cabo —al menos en parte— en

oriente, en la década de 1870. De hecho,significó la pena de muerte para unaparte de los refugiados.

En segundo lugar, la gestión de laszonas de cultivo se dejó en manos de laselites locales y no del Ejército. Estoeliminaba posibles conflictos con losdueños de las propiedades. En este tipode guerras, puede suceder que lasacciones militares causen perjuicios a lapropiedad privada. Weyler estabadispuesto a hacer y a sacrificar muchascosas para que Cuba siguiera siendoespañola, pero no a ir tan lejos comonacionalizar los medios de producción oamenazar seriamente a los propietarios.

El propósito del régimen español enCuba era, ante todo, proteger un sistemade propiedad privada que habíaevolucionado a partir de la épocaesclavista, pero que mantenía grandesdesigualdades. En este contexto, nosorprende que, entre la salvaguarda dela propiedad y la vida de los cubanos,Weyler se decantara por la primera.

En algunos aspectos, la ley eragenerosa, como, por ejemplo, en laprohibición de cobrar alquileres,impuestos y tarifas por el uso de latierra o la ampliación de los derechossobre la tierra durante seis meses, unavez finalizadas las hostilidades. Sin

embargo, Weyler puso el control de laszonas de cultivo en manos de lospropietarios locales, lo que reducíaconsiderablemente las posibilidades deéxito en la aplicación de esta ley. Losfuncionarios municipales, desbordadospor la afluencia de refugiados, apenaspodían reunir los recursos necesariospara construir alojamientos oproporcionar la ayuda prevista en eldecreto de Weyler. Y por respetuosoque éste quisiera ser con la propiedad,fueron los vecinos con tierras quienestuvieron que echar una mano a loscampesinos refugiados. En esencia, unbando de un conflicto militar tenía que

ocuparse caritativamente de personassospechosas, con razón o no, de apoyaral enemigo.

Eso de «poner la otra mejilla» era irdemasiado lejos para algunosterratenientes, que controlaban lapolítica municipal y tenían medios pararesistirse a la aplicación del decreto.Las tropas reunían a la gente y laconducían a las ciudades, para luegoconstatar que los barracones prometidospara los refugiados no se habíanconstruido. Los propietarios de lossolares y edificios vacíos exigían dineropor cedérselos a los reconcentrados. Lasjuntas que supervisaban el plan

seleccionaban para las zonas de cultivolos terrenos más yermos, y,normalmente, no eran suficientes. En laprovincia de La Habana, por ejemplo,los funcionarios españoles comprobaronque sólo la quinta parte de losreconcentrados obtenían un terreno.Finalmente, el plan se llevó a cabo sintener en cuenta el tiempo que requería sudesarrollo; de hecho, éste se agotó caside inmediato. El plan requería que gentehambrienta —la mayoría, mujeres yniños—, que no disponía de animales detiro, preparara para el cultivo unosterrenos áridos, y que los hicieraproductivos de un día para otro. Sólo

alguien como Weyler, sin ningúnconocimiento de agricultura y sin uninterés real por el destino de losreconcentrados, podía esperar que unplan de estas características saliera biendejando su aplicación en manos de laselites locales.

También hay que destacar la terceradisposición del plan de Weyler, queprohibía a los dueños de las tierrasasignadas a los reconcentrados cobraralquileres y cuotas por su uso, o que losmunicipios les hicieran pagar impuestos.Esta disposición, en sí misma positiva,sugiere que algo siniestro estabateniendo lugar, y, ciertamente, los

municipios cobraban cuotas a losrefugiados, de tal manera que todas laspropiedades que éstos habían logradollevarse les eran confiscadas por losfuncionarios a cambio de la «ayuda» queles prestaban.

Pero siempre hay excepciones a laregla. Los archivos administrativosindican que algunos municipios crearonzonas de cultivo que funcionaron. En elotoño de 1897, algunas estabanproduciendo excedentes. Naturalmente,cuando los insurgentes sabían de laexistencia de una zona de cultivo que ibabien, intentaban destruirla para mantenerla presión del hambre en las ciudades.

De igual manera que el ejército españolno podía proteger el azúcar y el tabaco,tampoco podía defender algunas zonasde cultivo[41]. Para destruir cosechas nohacían falta grandes contingentes ni unacompleja organización: hasta los restosdel Ejército Libertador presentes en eloeste eran capaces de ello. Los diariosde los oficiales cubanos están llenos dereferencias a quemas de cosechasplantadas por los refugiados durante1897[42]. Sólo en las ciudades másgrandes y con guarniciones de entidad sepodían proteger los nuevos cultivos,pero, en estos casos, las mismas tropasespañolas y sus aliados «gravaban» con

impuestos a los reconcentrados parasatisfacer sus propias y acuciantesnecesidades.

Estos problemas no parecíanpreocupar en exceso a Weyler. Dehecho, las zonas de cultivo se habíandiseñado, sobre todo, para ahorrardinero y tropas, y al menos para esto síservían. Weyler proporcionaba algunasraciones a los refugiados, pero, enúltima instancia, el plan de las zonas decultivo hacía responsable a losrefugiados de su propia subsistencia. Deesta forma, se libraba deresponsabilidades a los españoles y seliberaban recursos para las tropas. Las

zonas de cultivo también tenían lamisión de suplir a las caravanas en elabastecimiento de las ciudades, evitandoel riesgo de que éstas fueran asaltadaspor los insurgentes, y ahorrándose supeligrosa y costosa protección.

Hay que tener en cuenta que lareconcentración fue siempre, y porencima de todo, un asunto militar.Apartar a los civiles que pudieranapoyar o informar a los cubanos era unaestrategia razonable. Después deldecreto de reconcentración del 21 deoctubre de 1896, las tropas españolasbarrieron Pinar del Río y trasladaron atodas las personas que quedaban en el

campo a ciudades fuertementecontroladas por las tropas españolas.Para entonces, de veinticinco municipiosde Pinar del Río, nueve habían quedadoprácticamente destruidos por losinsurgentes. Más que dar cobijo a losrefugiados, los creaba. Otros diez seencontraban en diferentes fases dereconstrucción y sólo podían admitir aunos pocos reconcentrados. Estasituación convirtió Artemisa —centro deoperaciones de las fuerzas de la trochaoccidental— en lugar de acogida de losreconcentrados, igual que Consolacióndel Norte y Bahía Honda en la costanorte, seguidas, en este orden, por

Consolación del Sur, San Cristóbal yMantua. La capital, Pinar del Río,aunque respetada por los insurgentes,nunca aceptó su cuota de refugiados. Encualquier caso, el éxito de lareconcentración fue uno de los motivospor los que Maceo tuvo que huir dePinar del Río, en diciembre de 1896,incapaz ya de mantener un ejército enesta zona.

Nunca sabremos el número exactode civiles cubanos que murieron durantela reconcentración. El político liberalespañol José Canalejas sostenía en 1897que habían muerto cuatrocientos mil yque otros doscientos mil fallecerían

probablemente antes de que se dejaransentir los efectos de la política deWeyler. Ramón Blanco corroboró losdatos de Canalejas y cifró en quinientossetenta mil los cubanos muertos en laguerra, sobre una población de1.700.000 habitantes. Estas cifras, deser ciertas, significarían que Weylerexterminó a un tercio del pueblo cubano,un porcentaje superior,proporcionalmente, a los muertos enRusia en la Segunda Guerra Mundial, yuna pérdida demográfica mayor que laque causó Pol Pot en Camboya. Noobstante, las cifras de Canalejas yBlanco no son absolutamente fiables,

puesto que ambos eran enemigosdeclarados de Weyler y Cánovas, ysuministraron estos «datos» paradesacreditar a sus predecesoresconservadores y consolidar el poder,que en el otoño de 1897 se encontrabaen manos de los liberales. Ninguno deellos estaba realmente en posición deacceder a una información precisa sobreel tema de la reconcentración en elmomento de publicar su informe[43].

Los cálculos estadounidensestambién eran interesadamenteexagerados. A medida que losinfluyentes ultrapatriotasnorteamericanos incrementaban sus

esfuerzos para convencer al públicoestadounidense de la conveniencia deuna intervención en Cuba, Fitzhugh Leeinformaba de la muerte de setenta ycinco mil reconcentrados, sólo en LaHabana, y de que al menos trescientosmil habían fallecido en toda la isla.¿Qué mejor razón para desplegar a lastropas estadounidenses en la zona[44]?Otras investigaciones norteamericanasconcluían en resultados que coincidíancon los de Lee. En 1897, el presidenteMcKinley solicita al ex congresistaWilliam J. Calhoun que examine lascondiciones en Cuba. En junio, tras unavisita de tres semanas a la isla, en la que

no consulta ninguna fuente oficial,Calhoun publica un informe acorde conlas cifras de Lee: los españoles habíanrealojado a quinientos mil civiles ytrescientos mil ya habían muerto. Sudescripción resultaba conmovedora:«He viajado en tren desde La Habana aMatanzas. Las zonas rurales fuera delalcance de los puestos españolesestaban prácticamente despobladas.Todas las casas han sido incendiadas,los bananos han sido talados, loscampos de caña quemados y todo lo quetenga algo que ve con comida ha sidodestruido […] No he visto una solacasa, hombre, mujer o niño, ni un

caballo, ni una mula, ni siquiera unperro […] El campo está envuelto en laquietud de la muerte y el silencio de ladesolación». Estas palabras se hancitado a menudo, para hacer patente laresponsabilidad de los españoles en ladestrucción haciéndolas extensivas atoda la isla, no sólo a lo que veíaCalhoun desde la ventanilla del tren.Pero, ciertamente, ésa fue la forma en laque los contemporáneos de Calhouninterpretaron la situación[45].

Las fuentes de Calhoun no estánclaras, pero, a partir de su informe, sepodría llegar a la conclusión de que, enel momento en que la reconcentración

finaliza —en noviembre de 1897—, elnúmero de sus víctimas habríaaumentado a bastante más de trescientosmil, aproximándose quizá a las cifras delos liberales españoles[46]. El 17 demarzo de 1898, después de cumplir consu misión de recogida de datos, elsenador Redfield Proctor publicó uninforme en el que describía conemotividad las dificultades de losreconcentrados y afirmaba que más detrescientos mil habían muerto, la mismacifra que Lee y Calhoum habían hechocircular. No es raro que estas misionesde «recogida de datos» se «busquen»unas a otras en lugar de investigar los

hechos reales. Como veremos másadelante, el informe de Proctor sirviópara dar el empujón final a ladeclaración de guerra de EstadosUnidos, pero no se basaba en nadasólido[47].

Los historiadores a menudo citan loshallazgos de Canalejas, Blanco, Lee,Calhoun y Proctor, aparentementeignorantes de las limitaciones de estasfuentes históricas. El resultado es queunas cifras de muertosextraordinariamente altas —normalmente, entre trescientos mil ycuatrocientos mil— se han aceptadocomo veraces por algunos eruditos sólo

porque se han repetido sin cesar[48]. Losdatos censales, no obstante, pruebantodo lo contrario. El censo de 1899,realizado por funcionariosestadounidenses, indica que en esemomento la población de Cuba era de1.572.797 habitantes, en comparacióncon los 1.708.687 de 1895. Una simpleoperación aritmética nos indica quedurante la guerra murieron oabandonaron Cuba 135.890 personasmás las que nacieron o llegaron a la isla.Los demógrafos cubanos Juan Pérez dela Riva y Blanca Morejón, así como elhistoriador Julio Le Riverend, usaronestos datos del censo —si bien

calcularon la cifra de 1.730.000 para lapoblación de Cuba en 1895— yconcluyeron que la pérdida de poblaciónfue de 157.203 personas. Tambiénadscriben todas estas muertes a lareconcentración, excluyendo las bajasde guerra, emigraciones, muertes porinanición y enfermedades nodirectamente atribuibles a lareconcentración. Le Riverend, todavíainsatisfecho, «redondeó» hacia arriba elnúmero resultante de muertes hasta lasdoscientas mil y las atribuyó todas a lareconcentración[49].

Si se puede redondear hacia arriba,se puede redondear hacia abajo.

Algunos estudiosos, usando los mismosdatos del censo, han reducido el númerode muertes debidas a la reconcentración.Sostienen que hay que tener en cuenta laemigración desde Cuba durante laguerra, el menor crecimiento debido a lamenor inmigración proveniente deEspaña, y otras causas de pérdida depoblación. Considerando todos estosproblemas, el historiador de laeconomía Jordi Maluquer de Motes hapropuesto una cifra entre 155.000 y170.000 cubanos muertos a causa de lareconcentración. Éstos son los cálculosmás cuidadosos hasta la fecha, teniendoen cuenta los datos del censo[50]. Pero

estas cifras resultaban demasiadoelevadas para otros historiadores. DavidTrask y Joseph Smith consideran que lacifra debe de estar más cerca de cienmil. Ivan Musicant opinaba que fueronnoventa y cinco mil las víctimas civiles.El erudito cubano Tiburcio PérezCastañeda llegaba en 1925 a laconclusión de que sólo eran noventa mily, recientemente, Carmelo Mesa-Lagopropuso la cifra de sesenta mil[51].

Desde luego, algo profundamenteerróneo debe de haber en unasmetodologías que llegan a conclusionestan dispares. Por fortuna, existen datosen la documentación elaborada por los

administradores a cargo deldesmantelamiento de la reconcentración,desde noviembre de 1897 a enero de1898, que pueden cotejarse con los delcenso. El 28 de noviembre, RamónBlanco, que acababa de sustituir aWeyler como capitán general de Cuba,envió un cuestionario a losgobernadores de las provincias. Lo quequería saber era: 1) ¿Cuántas personashabían sido reconcentradas en laprovincia? 2) ¿Cuántos hombres,mujeres y niños seguían aúnreconcentrados? 3) ¿Cuántos habíanmuerto? 4) ¿Cuáles eran las condicionesde los reconcentrados que quedaban? 5)

¿Qué medidas podían tomarse paraayudarles? La tabla 4 es unarecopilación de los datos que losgobernadores enviaron a Blanco. Estosdatos, aunque incompletos, ofrecennueva información para el debate sobrela reconcentración[52].

Los gobernadores de Puerto Príncipey Santiago no dieron datos sobre elnúmero de muertos a causa de lareconcentración, pero calculaban que enSantiago sólo hubo 6.800reconcentrados y 2.245 en PuertoPríncipe. Estos números son tanreducidos porque los españoles nuncaaplicaron plenamente los decretos de

reconcentración en el este. Ciertamente,muchas personas «huían»voluntariamente a las ciudades del este yes posible que escaparan al recuentooficial de reconcentrados, pero lasituación de estas personas enManzanillo y Santiago difiereconsiderablemente de sus iguales enlugares como La Habana y Matanzas.Nunca fueron tan numerosos y, enconsecuencia, no estaban hacinados enenormes barracones, donde lasenfermedades devastadoras como lamalaria, la fiebre amarilla y el tifuscausaban estragos. En un censo de 1907,se reflejaba un mayor porcentaje de

niños entre diez y trece años en las dosprovincias orientales que en el resto deCuba, lo que indica que la gente habíalogrado sobrevivir a los años de guerray habían tenido hijos en el este. Sindatos firmes, sólo podemos conjeturar, apartir del escaso número dereconcentrados oficiales, que lamortalidad en Santiago y PuertoPríncipe tuvo que ser bastante baja.

Muchas víctimas de la reconcentración eranniños, como el de esta imagen.

Fotografía usada con el permiso del ArchivoNacional de Cuba, La Habana.

Las cifras de Matanzas y,especialmente, de Pinar del Río, son lasmás fiables y útiles, ya que estándesglosadas por municipios, edad, sexoy otras categorías analíticas. Esto esfruto del celo de los gobernadoresprovinciales Francisco de Armas yFabio Freyre, que al parecer hicierontodo lo que pudieron por losreconcentrados.

En Pinar del Río, como en las demáslocalidades, la mortalidad más alta se

produjo tras la reconcentración quefinalizó oficialmente en noviembre1897. Según Freyre, el número dereconcentrados alcanzó su máximo ennoviembre, con 39.495 víctimas. Unospocos meses después, quedaban menosde dieciséis mil. Freyre opinaba que ladiferencia, 23.495, correspondía casi ensu totalidad a personas fallecidas. Decíaque era «un hecho indiscutible que lagran mayoría de esa masa de individuosha sucumbido, sin que pueda hoyrecogerse ninguna noticia oficial sobrelas difunciones ocurridas, porque en lageneralidad de los casos no se observóninguna formalidad para las

inhumaciones, que se verificaban aveces donde ocurrían las defunciones».Era «tan crecido […] el número de losque morían a diario» en el otoño de1897, y la «indiferencias» ante sudesaparición tan completa, que nunca seha podido hallar una cifra precisa defallecidos. En diciembre de 1897 yenero de 1898, sin embargo, Freyresabía de la existencia de cinco milpersonas enterradas en el cementerio. Enuna estimación aparte, documentó47.000 reconcentrados en la provincia,cifra equivalente al veintiuno por cientode la población de Pinar del Río. Sihemos de creer a Freyre, y no parece

haber motivos para desconfiar de suinvestigación, más de la quinta parte dela población fue reconcentrada en Pinardel Río y al menos 23.495 personasmurieron[53].

En La Habana, la reconcentracióncomenzó más tarde, pero con mayorintensidad. José Bruzón, gobernador deLa Habana, envió un informeespeluznante acerca de las condicionesde los reconcentrados en la capital. Losfosos que rodeaban la ciudad viejaofrecían un espectáculo aterrador: elGobierno municipal los había cedido alos reconcentrados y allí vivían ymorían a millares, entre cuerpos sin

enterrar que eran presa de perroshambrientos y aves carroñeras. Pero,con todo lo mal que pudieran ir lascosas en la capital, Bruzón eraconsciente de que estaban mucho peoren otras ciudades. En 1897, muy pocoslugares se habían preocupado de crearlas zonas de cultivo previstas. Bruzónopinaba que sólo una quinta parte de losreconcentrados podía acceder a estastierras que, a falta de animales yherramientas, prácticamente cultivabancon sus manos desnudas. Calculaba que«miles» morían cada mes desde quehabía comenzado la reconcentración yque el setenta y cinco por ciento había

muerto o vuelto al campo. Por otrasfuentes, sabemos que en la provincia deLa Habana se hallaban no menos deciento veinte mil personasreconcentradas. Si el porcentaje defallecidos fuera similar al índice demortalidad de Pinar, Matanzas y SantaClara, obtendríamos una cifra decuarenta y dos mil muertos. Con todo,debido a que es una mera especulación,no hemos incluido esta cifra en la tabla.Los datos de Bruzón no sonconcluyentes.

Los datos de la provincia deMatanzas son los más completos ydetallados e inspiran gran confianza.

Francisco de Armas proporciona la cifraexacta de 25.977 muertos obtenida delos informes de las juntas localesresponsables de los reconcentrados.Este número es aproximadamente uncuarto de las casi cien mil personasrealojadas en ciudades y pueblos deMatanzas.

Por deprimentes que sean las cifrasde Pinar, La Habana y Matanzas, ciertosfactores relativos a la cronología de loscombates limita en ellas la mortalidad.Weyler decreta la reconcentración enPinar del Río en octubre de 1896, peroésta no se impone hasta finales de año,especialmente tras la muerte de Maceo,

en diciembre. Fue entonces, también,cuando se aplica en La Habana yMatanzas. Sólo unos pocos mesesdespués, y especialmente en el veranode 1897, las fuerzas insurgentes fueronexpulsadas de las tres provinciasoccidentales y, por lo tanto, no pudieronactuar contra las zonas de cultivo quealimentaban a los reconcentrados.Algunas ciudades incluso producíanexcedentes para el comercio local, algoque fue posible desde el momento enque las fuerzas españolas aseguraron lascarreteras y las vías férreas, en laprimavera y el verano de 1897. Dehecho, en ciertas partes del oeste los

reconcentrados estaban volviendo alcampo antes incluso de la llegada deBlanco a La Habana, en octubre 1897.Las ciudades de Pinar del Ríodestruidas por los insurgentes habíansido reconstruidas o lo estaban siendodurante el verano de 1897, mientras quelas plantaciones de tabaco habían vueltoal trabajo en la mayor parte de laprovincia. En 1897, las plantaciones ylos ingenios de La Habana y Matanzas,al menos aquéllos que no habíanquedado totalmente destruidos por elEjército Libertador, estaban activosnuevamente. En suma: por dañina quehubiera sido la reconcentración en estas

provincias, la pacificación de la regióny el comienzo de la recuperacióneconómica redujeron algo la mortalidad.

Muchas víctimas de la reconcentración fueronmujeres, como la de esta imagen, a las que laguerra obligó a vivir en ciudades españolas

fortificadas y campos de concentración.

En el centro de la isla, en SantaClara, la gente sufría incluso más que enel oeste. De los ciento cuarenta milciviles que fueron reconcentrados,murieron más de cincuenta y tres mil,según el informe del gobernador de laprovincia. Este alto porcentaje —eltreinta y ocho por ciento— precisa dealguna explicación: Santa Clara pasa aser «línea del frente» en 1897. A medidaque las fuerzas españolas avanzan haciael este, hacia la trocha Júcaro-Morón,iban imponiendo reconcentraciones en laretaguardia. Pero las zonas de cultivo nose podían preparar tan rápidamente nidefenderse bien en una provincia que

aún se encontraba en litigio con loscubanos. En el este, menos desarrollado,los insurgentes controlaban la situación,mientras que los españoles dominabanel oeste. Santa Clara ocupaba unainestable y peligrosa zona intermediaque no controlaba ninguno de losbandos. Los civiles son siempre lasvíctimas en situaciones como ésta, ySanta Clara no fue la excepción. Pormotivos que analizaremos en el capítulosiguiente, los seguidores conservadoresde Weyler en España empezaron aperder el poder en agosto de 1897.Weyler supo entonces que sus días enCuba estaban contados, pero, para

desgracia de los habitantes de SantaClara, los liberales españoles noformarían Gobierno hasta dos mesesdespués y, entretanto, Weyler ejecutó lareconcentración con vigor renovado,decidido a completar la pacificación dela isla hasta donde pudiera antes de quelo relevaran. La destrucción de SantaClara fue su despedida de Cuba.

Durante la reconcentración murieron tantosciviles que resultaba imposible enterrar los

cuerpos, como muestra esta alta pila deesqueletos.

Fotografía usada con el permiso del ArchivoNacional de Cuba, La Habana.

Como una paradoja más de estaguerra terrible, el mayor número demuertos como consecuencia de lareconcentración se produjo tras lamarcha de Weyler, bajo el Gobiernoliberal encargado de desmantelarla.Weyler había sido apartado de su puestoel 9 de octubre, pero Ramón Blanco nollegó a la Habana hasta el 31 de esemismo mes. A esto siguió otro retraso dedos semanas, antes de que Blancoordenara oficialmente el final de lareconcentración, el 13 de noviembre.Por el decreto de Blanco, granjeros,

trabajadores del campo, artesanos y susfamilias podían regresar a sus hogares.Además, Blanco, para proteger elregreso de los reconcentrados, vuelve adesplegar tropas españolas y voluntariosen las guarniciones de docenas depropiedades rurales y pueblos antesabandonados; creía que, con lainsurrección reducida a sus bastionesoriginales de oriente, había llegado elmomento de repoblar las zonas ruralesde la Cuba occidental.

Pero devolver a los concentrados alas zonas rurales no resultó tan sencillo.La prueba es que, un año más tarde, enoctubre de 1898, funcionarios militares

estadounidenses se quejaban de que lareconcentración aún estaba en vigor[54].Miles de personas enfermas ymalnutridas, muchas de ellas viudas yhuérfanos, no podían ser devueltas sinmás a sus casas. Antes había quecurarlas y darles de comer y despuésreintegrarlas a su vida anterior conalgunas posibilidades de reconstruirla.Para gestionar esta transición, Blancoordenó la creación de «juntas deprotección» que se hicieran cargo de losreconcentrados. Cada municipio debíaformar una junta de notables locales queadministraría las raciones deemergencia y las medicinas, y

supervisaría la construcción yreparación de hospitales y casas paralos reconcentrados que no habíanpodido volver de inmediato a sus vidasanteriores.

El plan de Blanco de poner fin a lareconcentración tuvo poco éxito alprincipio, pues las «juntas deprotección» no disponían de recursossuficientes. Las elites locales queformaban las juntas, inclusopresumiendo que estuvieran dispuestas aemplear sus propios bienes para ayudara los reconcentrados, habían quedadoesquilmadas a lo largo de los casi tresaños de guerra. De hecho, salvo en

casos concretos, la gravedad de la crisisexcluía las soluciones locales y LaHabana tenía que proporcionar el dineropara gestionar la desconcentración. Ennoviembre, Blanco recibió un sinfín decartas de queja acerca de las personasque morían en las calles mientras losfotógrafos estadounidenses sacabanfotografías de todo. La situación sólopodía cambiar si Blanco proporcionabael dinero necesario.

Finalmente, el 23 de noviembre,Blanco recapacita y ordena un créditode cien mil pesos para que sedistribuyera en las provincias, pero estamedida no sólo llegó muy tarde, sino

que el mismo Blanco la dificultó. Lasjuntas tenían que emitir unosjustificantes de gastos tan detallados queayudar a los reconcentrados se hacíacasi imposible. En última instancia,Blanco repartió el crédito de formamezquina, asignando partes del dinero acada provincia el 29 de noviembre, peroreteniendo la mitad hasta el 23 dediciembre. Además, combinó estaasignación monetaria con un nuevacarga: el Ejército dejaría deproporcionar raciones de emergencia,que hasta entonces habían sido la únicafuente de alimentación para algunosreconcentrados. En lo sucesivo, todas

las ayudas tendrían que proceder de lasjuntas y del uso que hicieran delsubsidio de Blanco.

Uno de los mayores obstáculos parala desconcentración seguía siendo lainsurgencia. Los cubanos se alarmaroncuando Blanco empezó a facilitar elretorno de los campesinos al campo.«Dado que el enemigo está tratando depermitir que los reconcentradosabandonen las ciudades y vuelvan alcampo», rezaba una proclama, elEjército Libertador tendría que ser másriguroso para hacer respetar el «sistemade guerra» impuesto por Gómez. No sedebía permitir que la gente del campo se

ausentara de sus lugares, a no ser quefuera para dirigirse a un campamentorevolucionario. No podían volver a suscasas. Por el contrario, «los cabezas defamilia y los hombres de más dedieciséis años de edad» deberíanplantar cosechas en las zonas protegidaspor la república en armas y, si senegaban, serían «expulsados» de laCuba libre y devueltos a las ciudades. Silos españoles no imponían lareconcentración, lo harían losinsurgentes[55].

La prensa estadounidense ofrecía asus lectores una ración diaria del temade los reconcentrados, con unos

testimonios que hacían alarde detruculencia. El 17 de mayo de 1896, elcorresponsal del New York World ,James Creelman, intentaba satisfacer elmorbo de sus lectores ante la miseriaajena de esta forma: «[…] sangre en losbordes de las carreteras, sangre en loscampos, sangre a la vuelta de cadaesquina, sangre, sangre, sangre.Ancianos, niños, desamparados einválidos, todos ellos masacrados sinpiedad [por los españoles]». Lashistorias del holocausto cubano gustabana los estadounidenses, no sólo porquebuscaran consuelo en la miseria deotros, sino también porque reforzaban el

familiar estereotipo del español cruel,lascivo y perezoso, la antítesis históricadel ser austero y trabajador anglosajón,cuya misión era salvar a lahumanidad[56]. La «leyenda negra» deEspaña, heredada de las víctimas de suhegemonía de los siglos XVI y XVII,acusaba a los españoles de exaltados,fanáticos, perezosos, inconstantes y conuna desaforada sed de sangre[57]. Amedida que su imperio seresquebrajaba, España se ibaconvirtiendo en la quintaesencia de«nación agonizante», según lamemorable frase de lord Salisbury; cadavez más caprichosa y peligrosa, como un

león que envejece y que, orgulloso, noadmite que ya no es el machodominante[58]. Ésta era la España quesacrificaba niños y que hacía la guerracontra mujeres sin ningún tipo demiramientos. El World de JosephPulitzer advertía de que «hay una nuevaArmenia a cien kilómetros de la costaamericana», mientras el Times-Heraldpredecía una matanza continuada hastaque no quedara nadie en Cuba si EstadosUnidos no intervenía, porque nuncahabría un número de civiles muertos losuficientemente alto como para aplacar«la sed de sangre inherente a losciudadanos toreros de España»[59].

Estos escabrosos testimonios de lareconcentración, unidos al menor preciode los periódicos, y a la inclusión demás fotografías y tipografías muyllamativas, permitieron a Pulitzeraumentar las suscripciones al World de400.000 ejemplares en 1895 a 822.804en 1898. Con más énfasis aún, WilliamRandolph Hearst empleó la mismatécnica para aumentar la tirada de suNew York Journal , de 150.000 en 1896a casi 800.000 en 1898. Los principalesdiarios de Atlanta, Boston, Chicago,Nueva Orleans, San Luis, San Francisco,Washington y otras ciudadesestadounidenses compraban y

reimprimían lo que publicaba la llamada«prensa amarilla» en Nueva York. Elresultado fue que, día tras día, losestadounidenses leían una historiainterminable y despiadada del genocidioen Cuba. Hubiera sido muy difícil viviren Estados Unidos y no tener una ideamuy afianzada, si bien falsa, de lareconcentración.

A la prensa amarilla le encantabaacosar a Weyler. Era un objetivo fácil.Como un tirano arrogante, Weylerpersonificaba al español altanero. Supersonalidad no estaba hecha paramanejar las preguntas de la prensa y,cuando se le pedían declaraciones o

explicaciones, lo más probable era quetuviera salidas destempladas y pocoamables, como si intentara conservar sureputación de duro y cortante en lasconversaciones. En el mejor de loscasos, delataban su famosodonjuanismo, se reían de su escasaestatura, o le ponían apodos como el«general Casi Pacificada». En el peorde los casos, socavaban la seguridad delEstado español. El desagrado que leprovocaban a Weyler los periodistas eraconocido, y no es extraño que le pagaranesta aversión con la misma moneda.

Para ser justos con la prensa,Weyler hacía muy difícil obtener otra

versión de los hechos que no fuera lacubana. Intentaba crear un apagóninformativo imponiendo controlesestrictos sobre las comunicaciones portelégrafo y restringiendo la presencia deperiodistas que querían ver la guerradesde dentro. Con esta actitud,conseguía que al público estadounidensesólo llegara la versión cubana de loshechos. El puñado de reporteros que fuea Cuba para ver la guerra en primeralínea tenía que buscar anfitrionescubanos. Periodistas como Grover Flintmarchaban junto a Gómez, García oMaceo, y no con los españoles, en parteporque Weyler no les daba otra opción.

Telegrafiaban sus crónicas sobre Cubadesde Jamaica o Florida, a partir denotas escritas a mano que sacaban aescondidas, ya que la censura españolahacía imposible mandar los artículosdirectamente desde la isla, y lo queescribían reflejaba su frustración con laEspaña oficial y el mejor trato que lesdaban los insurgentes. De esta manera,el control que Weyler pretendió ejercersobre la prensa se volvió en su contra.

Lo que escribían los reporterosestadounidenses acerca de lareconcentración procedíaprincipalmente de fuentes cubanas. Lospatriotas cubanos no sólo eran

excelentes guerrilleros, sino tambiénconsumados propagandistas. Losfuncionarios del Gobierno Provisionalproporcionaban información sobre losabusos españoles contra los derechoshumanos a cualquiera que quisieraescuchar, especialmente a losperiodistas. La parcialidad política dela información era evidente, pero esto anadie parecía importarle. Pocosreporteros estadounidenses sabíanespañol, y eran aún menos los quequerían ir a Cuba. Con estaslimitaciones, apenas podían seguirpistas o comprobar hechos con ciertorigor. La mayor parte enviaba cualquier

noticia que les proporcionaran losagentes cubanos de la república enarmas y se contentaban llamando a esto«periodismo». De hecho, muchosperiodistas dependían de los despachosdel llamado «club de los cacahuetes»,donde Horatio Rubens, Tomás EstradaPalma y otros líderes cubanos de NuevaYork emitían diariamente notas deprensa que detallaban las victoriascubanas y las atrocidades españolas[60].

Los funcionarios de la república enarmas, tanto en Cuba como en EstadosUnidos, habían comprendido el papelfundamental que jugarían la prensa y laopinión pública mundial en el resultado

de la guerra, mientras que estaba claroque Weyler y el régimen español no lohabían hecho. Donde los cubanosparecían solícitos y dispuestos a hablar,Weyler se mostraba altanero y esquivo.Inevitablemente, fue la perspectivacubana la que llegó a dominar lapercepción del público respecto a lareconcentración en todo el mundo.

A veces, los propios periodistaseran miembros de la junta cubana enNueva York. El Daily Inter-Oceanpublicó un artículo de SalvadorCisneros-Betancourt en el quepreguntaba a su audienciaestadounidense: «¿Acaso la continuidad

de la supremacía [de España] en Cubano significa la perpetuación detradiciones medievales […] y laconservación de todo lo que esdegradante y bárbaro para los hombresdel siglo XIX?»[61].

E l World prestó sus páginas a otromiembro de la junta para quedescribiera su testimonio «imparcial»de la forma en que las tropas españolas«acuchillaban de forma inhumana» a lospatriotas cubanos y los hacían pedazos«con una furia diabólica yvengativa»[62].

Henry Sylvester Scovel tuvo mayorimpacto en la opinión pública

estadounidense que cualquier otroperiodista. Sus aportaciones másfamosas al debate público en EstadosUnidos fueron los artículos publicadosen el World el 21 y el 30 de noviembrede 1896, que resumían varios meses detrabajo de campo en Cuba. El«propósito firme» de España de llevar acabo la reconcentración era, segúnScovel, «el exterminio del pueblocubano bajo el disfraz de una guerracivilizada». Scovel cautivaba a suaudiencia con el detalle de lasatrocidades que cometían los señoresespañoles contra los civiles, en especialmujeres y niños. Scovel empleaba la

retórica de los derechos humanos y lastécnicas del periodismo sensacionalistay al mismo tiempo preparaba a laopinión pública de Estados Unidos parala guerra[63].

No todos los periodistasestadounidenses creaban historiasfavorables a la causa cubana. GeorgeBronson Rea, tras pasar un mes conMaceo y Gómez, llegó a la conclusiónde que la mayor parte de los relatossobre las victorias cubanas y lasatrocidades españolas eran inventados.De cualquier manera, lo inusual era elcaso de Rea, que trabajaba para el NewYork Herald , uno de los pocos

periódicos que mantenían una ciertadistancia crítica con la propagandacubana. E incluso el Herald seabstendría de publicar cierto material deRea porque cuestionaba hechos queresultaban emocionantes, truculentos yrentables. Al final, Rea tuvo quepublicar sus hallazgos en un libro, queno tendría impacto alguno en la opiniónpública ni repercusión en la políticaestadounidense sobre la guerra[64].

Los periodistas europeos tambiéninyectaban una nota de escepticismo enlos informes cubanos. El Times deLondres había destacado en Cuba a unhombre que sostenía que «los periódicos

de Estados Unidos repitenincansablemente tales historias deatrocidades y barbaries cometidas por elrégimen español, que los españolestendrían que estar por méritos propiosmás allá de lo aceptable por lacivilización si la mitad de lasacusaciones que se les hacen fueranciertas. No encuentro ninguna pruebaque corrobore las gruesas palabrasacerca de estos actos bárbaros […] Encuanto a las acusaciones realizadascontra Weyler personalmente, creo queson demasiado ridículas como paraprestarles atención». Las «gruesaspalabras» hablaban de tropas españolas

que desnudaban para cachearlas amujeres cubanas, las violaban, matabana sus bebés, y torturaban y asesinaban asus maridos a sangre fría, y desupervivientes encadenados, presos trasun alambre de espino, en mazmorras, sincomida ni medicinas. Se contaba queWeyler era especialmente aficionado ala violación y la tortura. La mayor partede los periodistas de investigaciónconfirmaban estas y otras prácticas queles contaban los cubanos. Lareconcentración era un asesinato enmasa a escala gigantesca perpetrado deforma deliberada por el satánico Weylery sus demonios españoles[65].

En una investigación del ministro deUltramar español sobre una siniestrahistoria publicada en Estados Unidos afinales de 1897 se desvela cómo loscubanos suministraban testimoniosfalsos a los periodistas estadounidenses.Uno de estos periodistas informabaacerca de un comandante de laguarnición de Nuevitas, un dictadorzueloque aplicaba la pena de muerte a todoslos que abandonaran su casa y queordenó disparar contra aquéllos quesalieran a buscar comida. Según sedecía, una mujer de Puerto Príncipehabía sido víctima de esta disposición,lo que desató una protesta de diferentes

consulados extranjeros en La Habana yprovocó un escándalo en Madrid. Parael público estadounidense, esto setraducía en la creencia de que nadiepodía pisar la calle sin arriesgarse a quelo mataran. La imagen del pueblocubano saliendo de forma furtiva arespirar y ocultándose de los centinelasespañoles resultaba atractiva para elpúblico estadounidense: había queliberar a aquella gente. La historia realque saca a la luz la investigación delministro de Ultramar, SegismundoMoret, y de Ramón Blanco, no fue tanmerecedora de la atención de la prensa:el comandante de la guarnición de

Nuevitas había decretado la pena demuerte para los civiles que abandonaransus hogares durante un ataque de losinsurgentes, como disposición rutinariade la ley marcial. El ataque nunca seprodujo y esta medida nunca se aplicó.Pero, para entonces, el crédulo puebloestadounidense estaba convencido deque los españoles eran capaces detodo[66].

En otro ejemplo, el senador RogerMills acusó públicamente a losespañoles de capturar y asesinar aAntonio Maceo y a Pancho Gómez, apesar de todas las pruebas en contra.Como sabemos, los dos ilustres cubanos

murieron en combate y los soldadosespañoles ni siquiera reconocieron suscuerpos, que fueron recuperados por suspartidarios. Con todo, incluso despuésde que se conocieran los detalles, lamayor parte del público estadounidenseseguía convencida de que los españoleshabían asesinado al Titán de Bronce y aljoven hijo de Máximo Gómez[67].

Los patriotas cubanos de NuevaYork recurrían a todo con tal depersuadir a los estadounidenses paraque intervinieran en Cuba. En uno de loscientos de ejemplos, Ricardo Delgadoescribe, el 23 de agosto de 1896, unlargo artículo en el New York World ,

que hacía las veces de altavoz de lapropaganda cubana en Estados Unidos.En él describe cómo logró escaparcuando uno de los campamentos deMaceo en Pinar del Río fue atacado porlos españoles. Explicaba cómo inclusocon ochenta mil hombres armados, elEjército Libertador no había podidoevitar que los españoles asesinaran a losciviles. Él «sabía» que al menos diezmil personas habían sido asesinadas:«Los mataron en sus propias casas y alborde de los caminos y dejaron suscuerpos para que los comieran las avesde presa». También conocíapersonalmente los asaltos sufridos por

muchas mujeres: «incluso niñas de diezaños, por parte de estas brutales ysanguinarias tropas españolas». Contabacómo Weyler había obligado adesnudarse a la esposa de un insurgentey cómo, con las botas de montar aúnpuestas, montó sobre ella, clavando lasespuelas en su carne mientras laobligaba a caminar a cuatro patas.Después, entregó a ésta y a otrascubanas capturadas a los soldados, queabusaron de ellas hasta que murieron,para mutilar después los cadáveres.«Que Dios impida que continúen estasinfernales atrocidades que se producencada día y cada hora en Cuba […] ¿Es

que el pueblo americano no va aayudarnos?»[68].

Los funcionarios estadounidensesdependían tanto de las fuentes deinformación cubanas como la mismaprensa. La junta cubana en Manhattantenía estrechos vínculos con diferentesfiguras de la Administración,especialmente con Wilkensen Call yWilliam Sulzer, representantesparlamentarios de Florida y NuevaYork, así como con Don Cameron yHenry Cabot Lodge, senadores porPensilvania y Massachussetts. Unalegación cubana en el hotel Raleigh deWashington disponía de un millón de

dólares con los que ejercer toda lainfluencia necesaria en el Congreso y enla Administración[69].

Uno de los aliados más importantesde los cubanos fue el cónsulestadounidense Fitzhugh Lee, nieto deRobert E. Lee, destacado general decaballería del Ejército Confederado y exgobernador de Virginia. Fitzhugh Leeera un activo político indispensable. Suignorancia de España, Cuba y el idiomaespañol resultaban perdonables eincluso deseables, especialmente contantos comandantes de campo cubanosque sabían inglés y estaban encantadosde mantenerlo al día acerca del

problema de la reconcentración[70]. Sudesprecio por todo lo español y por lacultura hispana no lo hacía precisamenteamigo de Weyler, quien trataba a Leecon frialdad[71]. A las preguntas de Leeacerca del sufrimiento de los civiles,Weyler respondía que «en la guerra valetodo», una línea argumental destinada aenfadar a Lee más que a cortejarlo[72].No es sorprendente que Lee, y cualquierfuncionario estadounidense en Cuba,buscara la información relativa a lareconcentración en fuentes cubanas. Estoaseguraba que Washington tuviera lasherramientas de propaganda quenecesitaba para vender al público

estadounidense una intervención enCuba.

Resumiendo lo que conocemosacerca de la reconcentración, los datosdisponibles, detallados anteriormente enla tabla 4, indican que fueronreconcentrados 195.375 cubanos,excluyendo a los de la provincia de LaHabana, de la que no hay datos. Ciertoes que, si dispusiéramos de datossólidos de esta provincia, el númerototal de reconcentrados sería superior.Por las cifras de mortalidad deMatanzas, Las Villas y Pinar del Ríosabemos que 102.469 reconcentradosmurieron. Los gobernadores de la

Habana, Puerto Príncipe y Santiago noproporcionaron datos fiables; de haberlohecho, especialmente en el caso de LaHabana, el número total dereconcentrados que murieron en Cubapodría aproximarse a los cálculos noadulterados basados en los censos y alos de Jordi Maluquer de Motes, quecalculaban entre 155.000 y 170.000 losreconcentrados muertos.

Aunque no sean ni mucho menos lostrescientos mil o cuatrocientos mil de lapropaganda, la cifra de 155.000 a170.000 bajas civiles es enorme,aproximadamente un diez por ciento dela población total de Cuba (1.700.000).

Aunque es cierto que Weyler no fue elprimero ni el último en realojar civilesen tiempo de guerra, y aunque resulteindudable que los revolucionarioscubanos, entre otros, tienen una parte deculpa en la reconcentración y laextensión de la guerra a la poblacióncivil, la empresa acometida por Weylerno tenía precedentes en su tiempo por suamplitud, intensidad y eficacia. En añosposteriores, Weyler y sus defensoresresaltaban el hecho de que, apenasacabada la guerra de Cuba, losbritánicos impusieron una brutal formade reconcentración sobre la poblaciónBóer en el Transvaal y en el Estado

Libre de Orange, y «todos loencontraron natural[es] sin lanzar lamenor protesta»[73]. Lo mismo ocurrióen Filipinas, donde los estadounidensesencerraron a los civiles en camposfortificados para ahogar la resistencia ala ocupación y provocaron más muertosque los españoles, con una crítica quefue prácticamente un murmullo. Dehecho, esto explica que en 1902 elCongreso de Estados Unidos, como situviera facultades para hacerlo, eximieraa Weyler de sus errores. Podemosañadir que en 1940, en Vietnam, losfranceses tenían sus agrovilles, que seconvirtieron en lo que los

estadounidenses llamaron «aldeasestratégicas» en la década de 1960. Sepodrían citar muchos ejemplosparecidos, pero el caso es que lareconcentración de Weyler formabaparte de una larga tradición de combatecontra la insurgencia, y no sería correctootorgarle ningún genio militar, nisiquiera de maldad. Por otro lado, laadministración española de Cánovas ysu servidor en Cuba, Weyler, llevaron acabo una campaña de guerra contraciviles en la isla que causó la muerte deldiez por ciento de la población. Queotros contribuyeran a ello y que existanejemplos parecidos de atroces prácticas

militares en otros países no exculpa alrégimen español. A veces, las «leyendasnegras» tienen algo de verdad y, cuandoes así, hay que aceptarlas sin más.

La reconcentración pretendía, antetodo, socavar las bases de la insurgenciacubana, pero tuvo el efecto contrario alservir de cobertura para una poderosacampaña de propaganda en EstadosUnidos contra la «barbarie española».Cuando un estado, en especial unarepública populista, se embarca enaventuras militares en el extranjero, esfundamental que se maquille laintervención con el lenguaje de losderechos humanos y la misión

civilizadora. La reconcentraciónproporcionó a los poderososultranacionalistas estadounidenses laherramienta que necesitaban para ello, yel resultado fue que la opinión públicaestadounidense apoyó la intervención desu Gobierno en Cuba, convencida de lajusticia de la causa. Incluso así, laintervención no era inevitable: requeríauna fuerte crisis en España para queocurriera.

L

XV

El monstruo y elasesino

as acciones individualesimprevistas pueden, en ocasiones,

modificar el curso de la historia. Es algoque inocula en los asuntos humanos unacomplejidad frustrante para losestudiosos, que pretenden reducir laexperiencia humana a una ciencia socialpredecible, manipulable y segura. Sinembargo, a los historiadores les

encantan estas complejidades, quecumplen además el papel importante derecordarnos que somos agentes denuestro propio destino, libres para serángeles o demonios.

El acontecimiento impredecible quecoadyuvó a la derrota de España enCuba fue el asesinato de AntonioCánovas del Castillo, el gran hombre deEstado y jefe del Partido Conservador.En 1874, Cánovas había escrito elManifiesto de Sandhurst para el jovenAlfonso, documento fundacional de laRestauración borbónica en España. Fueél quien diseñó la Constitución españolade 1876 y quien creó el ingenioso

sistema de ilusionismo electoralconocido como la «alternacia pacífica».Cánovas restauró el orden en España einauguró el régimen parlamentario másestable que el país había tenido hastaentonces. Muchos hombres de Estadoeuropeos y americanos lo tenían en altaestima: Bismarck, por ejemplo,consideraba a Cánovas una de las pocaspersonas con las que podía mantener unaconversación[1].

Al igual que Bismarck, pero a menorescala, Cánovas usaba la políticaexterior para unir a la complejasociedad española y resolver las crisispolíticas internas. En 1860, por ejemplo,

estaba exultante por la rápida y decisivavictoria sobre Marruecos, no tantoporque le interesara la ocupación deTetuán, sino porque ésta generaba,aunque fuera circunstancialmente, unsentido de comunidad y misión nacionalen España. Cánovas se opuso a queEspaña se retirara del proyecto franco-español de apoderarse de México en ladécada de 1860, y también rechazó laidea de abandonar la RepúblicaDominicana en 1865, a pesar de quemexicanos y dominicanos habían dejadobien claro que no iban a tolerar lapresencia española. A la vista de loshechos, este empecinamiento parece

insensato: Cánovas argumentaba que,una vez que España había decididointervenir manu militari en empresasinternacionales, la retirada sólo serviríapara menoscabar el prestigiointernacional del país, y recuperar eseprestigio saldría aún más caro que lapropia intervención. En un famosodiscurso ante el Congreso español, el 29de marzo de 1865, Cánovas se refirió enestos términos a la guerra en laRepública Dominicana: «Lo que no sepuede es desnudar la espada, tremolar labandera e ir al combate con unmiserable ejército de soldadossemisalvajes a las playas de América, y

retirarse derrotados, dejando hechasjirones nuestra reputación y nuestragloria». Esto, decía, enviaría al mundouna señal de que España estaba en unaprofunda crisis y que los expansionistasde Gran Bretaña y Estados Unidos notardarían en caer sobre las posesionesespañolas, y quizá incluso sobre lapropia España. Por encima de todo,temía que los signos de debilidad delEstado español animaran a los cubanosa reclamar su independencia. En esto, almenos, tenía razón[2].

En parte, estas posiciones deCánovas tenían su fundamento en unaconcepción casi teológica de la nación.

Creía que «las naciones son la obra deDios» y no el resultado de la acciónhumana. Permitir que se menoscabe elpoder de España, madre de naciones,sería en consecuencia un crimen contraDios. Paradójicamente, aunque Cánovasamaba a su país, no parecía tener en altaestima a sus compatriotas. El españolera «radicalmente ingobernable yesencialmente anárquico» y necesitabauna mano firme que lo guiara. Por estemotivo, había que preservar y defenderla monarquía borbónica, a la queidentificaba con la propia integridad dela nación española. Ceder en Cuba,Marruecos o Filipinas tendría, según

Cánovas, consecuencias nefastas en laPenínsula, pues podría animar a lasgentes de Cataluña o de las provinciasvascas a exigir más autonomía.

En 1891, como presidente delGobierno, Cánovas pronuncia undiscurso ante el Congreso de diputadosen el que promete que, si se produce unainsurrección en Cuba, su Gobiernoluchará «hasta el último hombre y hastala última peseta», una afirmación quemarcaría la posición española en elconflicto cubano. En la oposición alGobierno liberal entre 1892 y 1895,Cánovas se opuso al proyecto dereforma de Maura, argumentando que no

debían hacerse concesiones a loscubanos hasta que hubieran mostrado suadhesión y lealtad a España. Con todoesto, cuando Cánovas asume el poder enla primavera de 1895, a nadie sorprendeque adopte una política de línea durahacia Cuba y no admita discusiones onegociaciones hasta haber asegurado lavictoria militar. Cánovas era el poderdetrás de Weyler, y todo el mundo sabíaque la Cuba española resistiría o caeríacon él[3].

En los asuntos internos, Cánovastambién se opuso a cualquier tipo dereformas. Trataba a los nacionalistasvascos y catalanes que reivindicaban

más autonomía como a terroristasdecididos a destruir España, y nomostraba más que desprecio por lasreivindicaciones de la clase trabajadora.En 1883, el Gobierno liberal destapóuna conspiración anarquista enAndalucía llamada La Mano Negra cuyofin era, según los más alarmistas, acabarcon la civilización cristiana. Cánovascreyó ver en este episodio una lecciónpolítica: la tolerancia liberal con laoposición radical había permitido a losanarquistas realizar accionesencaminadas a destruir España. CuandoCánovas retoma el poder en 1884, nadiese sorprende de las enérgicas medidas

que adopta contra todas las revueltas detrabajadores y campesinos.

Su elitismo social lo impelía aalbergar una gran desconfianza hacia lasclases populares. «Tengo la convicciónprofunda», escribía, «de que lasdesigualdades proceden de Dios, queson propias de nuestra naturaleza». Laselites eran completamente diferentes alas masas. Su propia superioridad semanifestaba «en la actividad, en lainteligencia y hasta en la moralidad» y,en consecuencia, «las minoríasinteligentes gobernarán siempre elmundo, de una u otra forma». Laecuación que equiparaba riqueza,

inteligencia y aptitud como condicionespara gobernar tenía para Cánovas unvalor absoluto. Como sintetizaba uno delos amigos de Cánovas en el Gobierno,en un discurso en el Congreso: «Lapobreza, señores, es signo deestupidez». La misión de Cánovas en lapolítica doméstica consistía en evitarque los hombres pobres y estúpidosgobernaran. Dios había dotado alhombre con la desigualdad, «el grantesoro de la humanidad» y el Estado nodebía transgredir los designios divinos.Las dificultades que afrontaban lasclases trabajadoras sólo podían tratarsede dos maneras: mediante la caridad

privada o mediante la represión pública.Con esta concepción, era evidente que laclase obrera no podía esperar gran cosade Cánovas[4]. En consecuencia, lostrabajadores españoles odiaban aCánovas tanto como los patriotascubanos, y lo conocían simplementecomo El Monstruo, un apodo que lopersiguió fuera de España,especialmente entre la clase trabajadorade Cuba.

En 1897, Cánovas fue asesinado porel anarquista italiano MicheleAngiolillo, que contó con la ayuda deobreros españoles y de patriotascubanos, un asesinato que se interpreta

como una consecuencia directa de lapolítica intransigente de Cánovas enCuba y España. Las fuerzas que en estospaíses habían luchado durante dos añosy medio para preservar la presenciaespañola en la isla pasan de inmediato ala defensiva y abren la puerta a lareactivación del movimiento deindependencia cubano y a laintervención de Estados Unidos. En estecapítulo veremos esa convergenciadramática que se produce entreAngiolillo y Cánovas y examinaremoslas secuelas políticas del asesinato delpolítico español, que afectó a losdestinos de España, Cuba y Estados

Unidos en un grado que no siempre sevalora adecuadamente. La historia deestos hechos servirá para recordarnosque la independencia cubana precisó dela intervención de muchos factores, yque no era inevitable, sino un resultado,al menos parcial, de accidenteshistóricos.

España pasaba por momentosdifíciles en la década de 1890[5]. Lalarga depresión mundial que comenzó en1872 afectó a España menos que a otrospaíses con economías capitalistas másavanzadas, como Alemania. De hecho,las décadas de 1870 y 1880 fueronrelativamente prósperas para la mayoría

de los españoles. Pero, a comienzos dela década de 1890, la brusca caída delos precios al final de un largo ciclodeflacionario produjo una crisis que síles afectó. La bajada de los precioscausó mucho sufrimiento en todo elmundo, especialmente entre losgranjeros y los pequeños fabricantes. Acausa de ello, algunos de los mejoressocios comerciales de Españaimpusieron aranceles restrictivos, conobjeto de recuperar sus propiasindustrias y granjas, con la consiguientecaída en la demanda de productosespañoles. Incluso los artículos con unaproducción más consolidada, como el

aceite de oliva y el vino, perdieroncuota de mercado. La industria pesada,las plantas textiles y otras empresasmanufactureras, que además eranineficaces y poco competitivas,perdieron tantos pedidos que tuvieronque interrumpir la producción ydespedir a los trabajadores[6].

Esta crisis tuvo un efectoespecialmente devastador en laindustrial región de Cataluña, donde losproblemas económicos tenían unaproyección política, porque el sistemade alternancia ya no funcionaba bien enBarcelona ni en otras ciudadesindustriales catalanas. Las elites

tradicionales —los caciques quecontrolaban el corrupto sistema políticode la Restauración— carecían deinfluencia sobre los trabajadores de laindustria catalana. Éstos habían creadosus propias cooperativas y otrassociedades fraternales, organizacionesaún incipientes pero que ya loscapacitaban para defender sus propiasopciones políticas. Una pujante prensa,en la que se incluían periódicos de claraorientación de izquierda como ElSocialista o La Solidaridad,denunciaban la corrupción política yexponían ante los trabajadores, que cadavez leían más, la hipocresía del sistema

electoral en su conjunto. Algunosllegaron a la conclusión de que tendríanque buscar otras vías de expresiónpolítica. Rechazaron los cauces de lademocracia parlamentaria en sutotalidad y, en el contexto de ladesesperación económica de la décadade 1890, buscaron el cambio políticomediante la acción directa: huelgas,manifestaciones y violencia callejera.

Muchos se hicieron anarquistas. Elanarquismo tiene su origen comomovimiento organizado en Españadurante los caóticos años que van de1868 a 1874. Como el anarquismo erailegal, no hay cifras fiables de sus

miembros. El sindicato anarquista, laConfederación Nacional deTrabajadores (CNT), llegó a ser lamayor organización obrera de Españaantes de que Franco desmantelara lasinstituciones de la clase trabajadora en1939. Muy poco después de sufundación, en 1910, la CNT teníaochocientos mil afiliados, lo que sugiereque existían ya antes muchos anarquistasentre los trabajadores. El número realde anarquistas no se sabrá nunca, pero lacifra no es lo importante, ya que losanarquistas no tenían ningún interés enlos procesos democráticos, basados enel sufragio que se consiguiera en las

elecciones.Lo que los anarquistas creían y lo

que practicaban tenía que ver, sobretodo, con asuntos prácticos y locales:organizaban sindicatos, huelgas,boicoteos y otras acciones en interés delos trabajadores, cuando nadie másquería o podía hacerlo. A diferencia delsocialismo, el anarquismo no seidentificaba con la «clase trabajadora»como tal, sino con todos lostrabajadores pobres, incluyendo losagricultores y los campesinos queposeían pequeñas parcelas de terreno,los pequeños artesanos y tenderos, losestudiantes, los profesores, etcétera.

Estos grupos de actividad superabanampliamente en número a lostrabajadores industriales en España,donde el capitalismo industrial no sehabía implantado del todo. La estrechaidentificación entre el socialismo y elproletariado industrial y el abandonopor parte de este movimiento de losartesanos y los campesinos en el pasadolos hacía irrelevantes para muchostrabajadores españoles. El anarquismoen España, en cambio, tenía una visiónmenos excluyente y en consecuenciaresultaba más atractivo.

Incluso los trabajadores industrialesespañoles eran diferentes a sus

homólogos de países más desarrollados.Los españoles trabajaban en talleres yfábricas de menor tamaño, vivían en unpaís todavía acusadamente rural, dondelas relaciones personales y lasnecesidades e identidades locales regíansu vida de manera casi absoluta. Estasituación dificultaba el que lostrabajadores se organizaran con finespolíticos que fueran más allá de loestrictamente corporativo. La presenciadel Partido Socialista alemán en lapolítica nacional, en las décadas previasa la Primera Guerra Mundial, no teníaparalelismo en España. Enconsecuencia, los esfuerzos de

socialistas y republicanos por presentarcandidatos y luchar en las urnas nomovilizaban a los trabajadores como erade esperar, o no tanto como lo hacía laatención que prestaban los anarquistas alos asuntos locales[7].

La grandes doctrinas filosóficas yespirituales del anarquismo tambiénatraían a los españoles de una forma queno conseguía el socialismo. Losintelectuales anarquistas tenían una ferousseauniana en el «hombre natural», yvaloraban y confiaban en los impulsosespontáneos y no instruidos del hombredel pueblo. La «autenticidad» era paraellos algo importante, la participación

en la política estatal podían estar bienpara los burgueses o los autoritariossocialistas, pero no para los anarquistaslibertarios.

Esta exaltación anarquista delindividualismo y la espontaneidad eranya valores reconocibles de la culturaespañola. Como los conquistadores queescaparon de las restricciones delEstado para conquistar un nuevo mundo,como las guerrillas que combatieron aNapoleón, como proverbiales quijotes,los anarquistas creían en la libertad ydignidad absolutas del individuo y semostraban suspicaces ante cualquierempresa o iniciativa que viniera del

Estado. Estaban convencidos de queningún proyecto de mejora del mundojustificaba el sacrificio de la integridaddel individuo ni el sometimiento de ésteal Estado. En esto no se diferenciabanmucho de los católicos, que creen en lairrenunciable posición central del almaen el drama de la vida. Los anarquistasdespreciaban la Iglesia, pero esto nosignifica que no estuvieran influidos,como cualquier persona en España, porla venerable cultura católica del país. Alas personas que carecían de mediospara emprender acciones colectivas aescala nacional y que necesitabansoluciones inmediatas para sus

problemas de subsistencia, el énfasisanarquista en el individuo sonaba mejorque los mensajes de sacrificio y lentatransformación que proclamaban en todoel mundo los reformistas de clase mediay los socialistas, y no chocaba con suconcepción básicamente cristiana de lavida. En resumen, el anarquismo parecíahecho para los españoles y llegó a serun movimiento importante entre lasclases trabajadoras en la España definales del siglo XIX.

Los anarquistas rechazaban lademocracia parlamentaria, nopresentaban candidatos a las eleccionesy, por lo general, no votaban. En

cualquier caso, sabían que la policíaarrestaría a cualquier anarquista confesoque se presentara como candidato y quelos caciques no permitirían que secontabilizara ningún voto en el haber depolíticos cercanos a la causa anarquista.De esta forma, una fracción minoritariadel movimiento anarquista optó por laviolencia, en coherencia con sucompromiso filosófico respecto a laacción individual y espontánea. Creíanen lo que denominaban «propaganda porlos hechos»: un anarquista asesinaba auna figura pública y, si tenía el valorsuficiente, esperaba a ser arrestado,torturado, juzgado y ejecutado. Su

propósito durante el juicio era usar lasala como escenario donde dartestimonio público de la miseria y de lospadecimientos de las masas, y ofrecerlas soluciones anarquistas para acabarcon esa situación. Entregando suscuerpos a la tortura y la ejecución, losanarquistas buscaban desenmascarar laverdadera naturaleza del sistema ymostrar cómo se basaba en la violenciay no en el consentimiento del pueblo.

En la década de 1890, la violenciaanarquista alcanza nuevas cotas con unaserie de espectaculares asesinatos yatentados en Barcelona. En 1893, unjoven trabajador llamado Paulino Pallás

arrojó una bomba a Martínez Camposmientras éste asistía a una procesiónreligiosa. Pallás no intentó escapar, sinoque buscó la muerte del mártir, quefinalmente consiguió, aunque su bombatan sólo llegó a herir levemente aMartínez Campos. Momentos antes demorir por garrote vil, una forma demuerte más espantosa que elfusilamiento o la horca, hizo unaadvertencia profética: «La venganzaserá terrible»[8].

Pallás tenía razón; un mes después,fue vengado por su amigo SantiagoSalvador, que arrojó dos bombas en unteatro abarrotado, matando a dieciséis

personas e hiriendo a muchas más. Adiferencia de Pallás, Salvador huyó dela escena y no fue arrestado hasta enerode 1894. Entretanto, el Gobierno,asustado, había colocado a Weyler almando de Cataluña, con licencia paracazar anarquistas. Weyler declara la leymarcial y arresta a centenares detrabajadores. En las mazmorras deMontjuïc, tras las más atroces torturas,varios confiesan el crimen de Salvador.Incluso después de que el verdaderoautor del atentado en el teatro fuerajuzgado, los detenidos permanecieron enprisión y seis de ellos fueron ejecutados.Al igual que Cánovas, Weyler no hacía

muchos distingos entre los elementosradicales de la clase trabajadora, fueranviolentos o no.

El 7 de junio de 1896, tras dos añosde relativa calma y con Weyler en Cuba,un anarquista francés llamado Giraultarrojó una bomba contra una procesiónreligiosa que recorría la calle CambiosNuevos de Barcelona, con el resultadode seis muertos y gran cantidad deheridos. El autor del crimen logró huir aFrancia y luego a Argentina. PeroCánovas no iba a permitir que laausencia de un autor material leimpidiera tomar las medidas que élconsideraba procedentes: ordenó el

arresto en masa de obreros en Barcelonay la policía arrojó a decenas de ellos alas mazmorras de Montjuïc, dondevolvieron a resonar los alaridos de lostorturados. Quienes tuvieron la suerte decontemplar la competición de salto detrampolín en los Juegos Olímpicos de1992 pudieron disfrutar de laespectacular vista de Barcelona desdelas laderas del Montjuïc, de sumagnífico estadio y de los museos yparques de los alrededores, pero cienaños antes, el nombre Montjuïc erasinónimo de barbarie, un lugar terriblepara los obreros y obreras que tuvieronla desgracia de ser conducidos allí. Los

acusados de participar en el atentado deCambios Nuevos pasaron días en estelugar, sin comida ni agua. Luego, suscarceleros les dieron bacalao sindesalar para hacer su sed aún másinsoportable. Los desnudaron yobligaron a permanecer despiertos y acaminar en sus celdas con pesos en lospies. Cuando se desmayaban, losdespertaban con hierros al rojo. Lostorturadores arrancaron las uñas a lostrabajadores, aplastaron sus genitales ypies, usaron diabólicos aparatos paracomprimir sus mandíbulas y cráneos, lesaplicaron corriente y apagaroncigarrillos en su carne torturada[9].

Para diciembre ya tenían susconfesiones. No obstante, eran tantos losque habían confesado ser los autores delatentado que el fiscal tuvo que solicitarveintiocho sentencias de muerte ycincuenta y nueve cadenas perpetuas.Incluso el tribunal militar que juzgaba elcaso encontraba inaceptable el absurdode tal número de autores, así quefinalmente se firmaron cinco sentenciasde muerte que fueron ejecutadas el 4 demayo de 1897. Otras veinte personasrecibieron penas de cárcel, y losrestantes sesenta y tres prisionerosfueron absueltos y, sin embargo,deportados[10].

Estos deportados pudieron emigrar aFrancia y a otros países europeos, desdedonde iniciaron una campaña depropaganda contra el régimen español.La prensa internacional publicabaartículos que detallaban los «crímenesde Montjuïc». Fernando Tarrida delMármol, un anarquista nacido en Cuba yuna de las víctimas del terror deMontjuïc, redactó un libro influyente,Les inquisiteurs d’Espagne (Montjuich,Cuba, Philippines), que desveló elcarácter represivo del régimen de laRestauración y las barbaries del sistemacarcelario español. Muy presionadainternacionalmente por su trato a los

civiles cubanos, Madrid perdió su yaescasa credibilidad internacional. EnGran Bretaña, Estados Unidos y otrospaíses, los represaliados de Montjuïc sepresentaban ante audiencias numerosasy, en un clima de reconocimiento ypiedad, mostraban las huellas de latortura. Ahí estaban las pruebasvivientes de la barbarie española. Eranfamosos, la gente examinaba horrorizadalas marcas de la tortura y luego elsilencio daba paso a expresiones queclamaban venganza.

Los delegados de la revolucióncubana en Europa acogieron a lostrabajadores anarquistas, aunque en su

país el anarquismo no era tan importantecomo en España. Los anarquistascubanos no siempre habían ido de lamano de los separatistas, pero lacolaboración de Martí con lostrabajadores de Florida y la llegada deWeyler a Cuba cambiaron la situación.Los anarquistas de todo el mundoconocían la campaña represiva queWeyler llevó a cabo en Barcelona, en1894. Para ellos era El Carnicero y leodiaban casi tanto como habían odiadoal hombre que había detrás de él,Cánovas, El Monstruo. En 1896, lasdiferencias que existían entre lospatriotas burgueses y los anarquistas

cubanos se habían olvidado gracias a suaversión compartida hacia Weyler yCánovas[11].

En París, la rama del PartidoRevolucionario Cubano (PRC) creadapor el patriota y doctor puertorriqueñoRamón Betances dio la bienvenida a losexiliados anarquistas españoles, aunqueel Gobierno francés, que también habíasufrido la violencia anarquista, no tardóen expulsarlos. Aun así, gracias aBetances se organizó una campañapública en París contra la barbarie y elatraso español, temas siempre popularesen Francia. El Comité Londinense delPRC, fundado por Francisco J. Cisneros

y José Zayas Usatorres en 1895,organizó un mitin masivo en el HydePark. El 30 de mayo de 1897, un grupode anarquistas británicosautodenominado «Comité de lasatrocidades españolas» organizó otromitin de enormes proporciones enTrafalgar Square, cuyo propósito no erasólo denunciar las torturas de Montjuïc,sino también presionar al régimenespañol en Cuba. De esta forma, se creóuna especie de «frente popular» mundialcontrario a España, que unía a lostrabajadores y a la clase mediasimpatizante de la causa cubana[12].

Estados Unidos no fue inmune a este

movimiento. Las mismas personas que nihabían rechistado cuando el Gobiernoestadounidense ejecutó a anarquistas conacusaciones inventadas tras el incidentede Haymarket Square de 1886, seescandalizaron entonces ante la bárbararepresión del régimen español. EnFiladelfia, la renombrada anarquista yfeminista estadounidense Voltairine deCleyre publicó un panfleto, The ModernInquisition in Spain, con el queintentaba, entre otras cosas, convenceral público estadounidense de lanecesidad de una intervención en Cuba.Se vendieron todos los ejemplaresimpresos. En Nueva York, Emma

Goldman y otros anarquistasestadounidenses convocaron unamanifestación ante la embajadaespañola. A la pregunta de si opinabaque alguien debería asesinar a losdiplomáticos españoles de la embajada,responde: «No, no creo que ningúndiplomático español en América sea lobastante importante como para matarlo,pero, si estuviera en España ahora,mataría a Cánovas del Castillo»[13].

Michele Angiolillo estaba pensandoen lo mismo. Angiolillo, un hombre deveintisiete años, apuesto, inteligente yreservado, había huido de su país natalen 1896, tras ser acusado de escribir

literatura subversiva. Desde Francia,viajó a Suiza, donde nuevamente llamóla atención de la policía. De allí se fue aBarcelona y se alojó con anarquistaslocales, que le cuentan los truculentosdetalles de los recientes acontecimientosde Montjuïc. En 1897, Angiolillo viajó aLondres, donde trabajó en un negocio deimpresión residiendo en casa de unanarquista español en el exilio, JaimeVidal; allí presenció el mitin deTrafalgar Square, donde losrepresaliados de Montjuïc sepresentaron ante una masa entregada.Esa misma noche, en casa de Vidal, dosde las víctimas de Montjuïc, Juan

Bautista Ollé y Francisco Gana, lemostraron de nuevo sus cicatrices,narrándole detalles íntimos de susuplicio. Angiolillo se levantósúbitamente y, sin decir palabra,abandonó la casa. Nadie volvió a verlevivo.

Angiolillo logró llegar hasta laoficina parisiense de Ramón Betances,la principal figura del PRC en Europa.Se reunieron en dos ocasiones yacordaron un plan para asesinar aCánovas. Según el testimonio deBetances, al principio Angiolillo queríaasesinar al niño rey o a su madre, laregente, pero fue Betances quien le

convenció para hacer de Cánovas suobjetivo. Aunque no hay pruebas sólidasde que Betances diera a Angiolillo milfrancos —una suma enorme para unviaje de ida en tren en tercera clase aEspaña—, la conexión entre elanarquista y el patriota puertorriqueñoestá clara. Angiolillo dejó la oficina deBetances el 30 de julio de 1897 y tomóun tren para San Sebastián[14].

Cánovas acababa de abandonar labella ciudad guipuzcoana tras reunirsecon la reina regente. Había tomado lacarretera de montaña hacia Mondragón,una pequeña ciudad vasca del interiordonde se encontraba el balneario de

Santa Águeda, con sus aguas termales yel aire fresco de sus montañas, un lugarfrecuentado por hombres y mujeres deposición que buscaban aliviar sucansancio y escapar del ardiente veranomadrileño. Angiolillo, que lo ibasiguiendo, se alojó en el balneario el 4de agosto. La presencia de un extranjerocon un atuendo un tanto descuidadollamó la atención, pero todos, hasta losguardaespaldas de Cánovas, cometieronel error de olvidarse del desastradoitaliano. El domingo 8 de agosto de1897, al mediodía, cuando Cánovas seencontraba sentado en un banco fueradel hotel del balneario leyendo el

periódico, Angiolillo se aproximósigilosamente y le disparó a quemarropaen la sien derecha. La bala le atravesó elcerebro y le salió por la sien izquierda.Angiolillo volvió a dispararle, esta vezen el pecho, y Cánovas, ya muerto, cayóde bruces. Aún disparó una tercera balaen la espalda de El Monstruo, antes deque la policía y la esposa de Cánovaspudieran llegar a la escena del crimen.Entonces, Angiolillo entrega el armadiciendo: «He cumplido con mi deber yestoy tranquilo; he vengado a mishermanos de Montjuïc»[15].

La muerte de Cánovas alteró deforma radical la situación política en

España y en Cuba. El Partido Liberal dePráxedes Sagasta había estado en laoposición desde la primavera de 1895 yansiaba volver al poder. Normalmente,las diferencias entre liberales yconservadores eran mínimas, pero laguerra de Cuba y la amenaza de EstadosUnidos habían creado una situaciónanómala que influyó decisivamente en laevolución del sistema bipartidistaespañol. La política exterior, cuyaimportancia podía ser decisiva en lassiguientes elecciones, se colocó en elcentro de un debate sin concesionesentre los partidos. De hecho, el auge enBarcelona y otras ciudades de un

movimiento republicano liderado por elpopular demagogo Alejandro Lerroux,junto con una campaña de prensarealizada por republicanos, socialistas yotros críticos a la guerra de Cuba, habíaempujado en 1896 y 1897 al PartidoLiberal hacia la izquierda, al menos enlo que se refiere a la política exterior.Los liberales nunca fueron tan lejoscomo otros radicales en sus críticashacia el Gobierno; por ejemplo, nuncadefendieron la retirada unilateral deCuba ni la independencia de la isla, sinoque tomaron prestados el lenguaje y eltono de la crítica más populista paradistinguirse de los conservadores.

Demonizaban a Weyler como a uncarnicero al que había que apartar ennombre de la humanidad y hacían suyaslas críticas a Weyler que se vertían enCuba y Estados Unidos[16].

En la primavera de 1897, el hombrevenerable del Partido Liberal, PráxedesSagasta, había arrojado la toalla en sulucha con Cánovas. Pero trasla muertede éste, rectificó su intención,compartida con los conservadores, deluchar hasta la última peseta y la últimagota de sangre española, y comenzó aatacar a los halcones conservadores delCongreso de los Diputados. El 19 demayo de 1897, Sagasta propone otras

medidas. «Después de haber enviadodoscientos mil hombres y de haberderramado tanta sangre, no somosdueños en la isla de más terreno que elque pisan nuestros soldados». Quizá,sugería, era el momento de usar lazanahoria en vez del palo. Quizá era elmomento de negociar. El 19 de julio,Segismundo Moret, un conocidoeconomista, liberal moderado yenconado enemigo de Weyler y de lareconcentración, comunicó al Congresoespañol que en caso de que el PartidoLiberal llegara a gobernar, redactaría deinmediato un estatuto de autonomía paraCuba. Con la muerte de Cánovas, todo el

mundo esperaba que los liberalesasumieran el poder e hicieran buenasestas promesas. En resumidas cuentas,Angiolillo había preparado el escenariopara una iniciativa unilateral de paz porparte de España[17].

Los cubanos seguían losacontecimientos de España con interés.El discurso de Moret y la muerte deCánovas crearon un renovadoentusiasmo entre los insurgentes, queorganizaron una impresionante ofensivaen agosto de 1897[18]. Calixto Garcíaatacó la ciudad de Las Tunas con milochocientos hombres. La pequeñaguarnición española de setenta y nueve

hombres y algunos voluntarios localesdisponían de unas pocas piezas deartillería anticuadas que se estropearontras realizar cincuenta disparos. García,por el contrario, tenía un cañón nuevo yunas ametralladoras procedentes deEstados Unidos que manejaban artillerosde este país. El 30 de agosto, superadapor la mayor potencia de fuego y por elnúmero de asaltantes, Las Tunas serindió[19]. La pérdida de Las Tunas, unalocalidad de cuatro mil habitantes sinimportancia estratégica, no fue en símisma un gran golpe desde el punto devista cuantitativo, pero Weyler, en elcrepúsculo de su mandato, comprendió

las implicaciones que iba a tener sobrela moral de los españoles y sus aliados.García fusiló de forma sumaria a losvoluntarios pro españoles de Las Tunasy el apoyo a los españoles en la zona,que ya era escaso, se evaporó. Lapérdida de Las Tunas acabó con elprestigio que le pudiera quedar aWeyler.

Los liberales de Sagasta formaronGobierno el 4 de octubre de 1897, conMoret a cargo del Ministerio deUltramar. Lo primero que hizo el nuevoGobierno fue relevar a Weyler, decisiónque Moret anunció el 9 de octubre.Sagasta había dado un giro de ciento

ochenta grados con respecto a Cánovasy, de hecho, el nuevo lema de losliberales, «ni un hombre ni una pesetamás», fue justamente el contrario del quehabía adoptado Cánovas[20]. Lospatriotas cubanos tenían motivos pararegocijarse: Weyler casi había llegado aeliminar el movimiento deindependencia cubano, junto a gran partede la población de la isla. El sustituto deWeyler, Ramón Blanco, prometía unapolítica más conciliadora y, casi deinmediato, dio por finalizada lareconcentración, si bien el sufrimientode los reconcentrados duraría aún mesese incluso iría a peor durante un tiempo,

como ya hemos visto. Blanco dejó deenviar columnas y de buscar al enemigo,y sacó a las tropas de las posiciones devanguardia, con la esperanza de evitarescaramuzas que pudieran estropear lasnegociaciones con los cubanos.

Washington había hecho su partepara asegurarse de que los liberales nose echaran atrás en sus promesasrespecto a Cuba. La administraciónMcKinley aumentó la presión sobre elGobierno español de una forma que nohabía hecho con Cánovas. McKinley, através del embajador estadounidenseStewart L. Woodford, ofrece los«buenos oficios» de Estados Unidos

para convencer a los cubanos de quedejen las armas si España accede a unaserie de demandas. Si España anulaba lareconcentración, perdonaba a losrebeldes y concedía un gradosignificativo de autogobierno a loscubanos, la situación podría resolversepacíficamente y se evitaría la guerrahispano-estadounidense. Los españolesaceptaron. A fin de cuentas, conCánovas fuera de escena, era lo quequerían los liberales[21].

En noviembre, el Gobierno liberalpromulga una nueva Constitución quegarantiza la autonomía para Cuba y, el 1de enero de 1898, un nuevo gabinete

asume oficialmente el poder en la isla.Junto al presidente José María Gálvez,había secretarios de Justicia, delTesoro, de Educación, de ObrasPúblicas y de Agricultura y Comercio.España conservaba su capitán general,con control sobre el Ejército, la Marinay las relaciones exteriores, así como elderecho de veto sobre las decisiones delGobierno cubano. Y, lo que quizá seamás significativo: la aprobación finaldel presupuesto y de los impuestosquedaban en manos del Congresoespañol. Era una autonomía con límitesestrictos. Con todo, el nuevo GobiernoAutónomo representaba un peligro para

los separatistas. Las elecciones,programadas para mayo de 1898, daríanlegitimidad al Gobierno Autónomo deCuba. ¿Qué pasaría si Estados Unidosdaba su visto bueno al resultado de laselecciones? ¿Se encontrarían losinsurgentes interpretando un papeldiferente, como terroristas y bandidosenfrentados a un gobierno elegidodemocráticamente?

Los separatistas cubanos tomaroninmediata conciencia del peligro y seaprestaron a responder con sus propiasreformas a las iniciativas españolas. Larepública en armas bosquejó una nuevaConstitución que anulaba el poder

independiente de Gómez y ponía enmanos de los civiles los asuntos de laguerra. Hicieron esto para convencer alos críticos de que una Cubaindependiente no derivaría en unadictadura de Gómez. El delegado de losinsurgentes en Estados Unidos, TomásEstrada Palma, también actuó conrapidez para contrarrestar el impactopropagandístico de la concesión deautonomía. Era consciente de que no sepodía permitir que la opinión pública yel Gobierno estadounidenses pensaranque la autonomía satisfaría a loscubanos; eso resultaría nefasto, puestoque la insurgencia cubana dependía más

que nunca de la ayuda moral y materialde los estadounidenses[22]. EstradaPalma, menos cauteloso que Martí conEstados Unidos, decía «no temer» queMcKinley diera marcha atrás y apoyarala autonomía como solución para Cuba.Para el delegado cubano, McKinley sóloestaba fingiendo, para ganar tiempo, quecoincidía con los liberales españoles.Escribía: «En cuanto al PresidenteMcKinley, mis noticias confidencialesme hacen creer que no está dispuesto adejarse engañar por la política falaz delGobierno de España. Por otra parte, elCongreso prestará su apoyo decidido alPresidente o lo obligará» a seguir

adelante si su determinaciónflaqueara[23].

De hecho, la frenética actividad deEstrada Palma contra la autonomía en elotoño de 1897 sugiere que ya estaba,cuando menos, preocupado por lapostura que pudiera adoptar el Gobiernoestadounidense. Estrada organizómanifestaciones de cubanos en NuevaYork en contra de la autonomía y animóa los inmigrantes cubanos a firmar unapetición prometiendo su «incondicionalapoyo al Ejército Libertador para lucharsin tregua hasta coronar la obra deredención», mediante una victoriaabsoluta. Solicitó reuniones de

emergencia y, el lunes 1 de noviembrede 1897, unos doscientos hombres sereunieron en la casa de John JacobAstor. Hubo discursos de ManuelSanguily, Enrique José Varona y eldoctor Diego Tamayo entre otros.Estrada Palma aseguró a todos lospresentes que demostraría a la opiniónpública estadounidense que laautonomía era una trampa destinada amantener las cadenas de Cuba. La juntade Nueva York publicó un panfleto degran tirada y lo distribuyó entre laprensa y entre todos los miembros delCongreso[24].

Mientras Estrada Palma mantenía su

pulso con la política estadounidense, elembajador de España en Washington,Enrique Dupuy de Lôme, mantenía unaactitud pasiva. Los funcionariosestadounidenses, como el secretario deEstado William R. Day, hacían creer aDupuy que la autonomía satisfacíaplenamente a McKinley. El 17 deseptiembre de 1897, Dupuy escribe alviceministro español y le comunica queMcKinley no intervendrá, «dejando aEspaña desarrollar una política queaprueba y que merece sus simpatías».Day le había dicho que «en vista delcambio de gobierno, había cambiado lapolítica del Presidente republicano».

Con letra destacada, Dupuy añadía unanota al despacho enviado a Madrid:«Los Estados Unidos no intervendrán enla política de Cuba»[25].

Existen ciertas dudas acerca de lapostura de McKinley a finales de 1897 ya principios de 1898. Sabemos que suadministración nunca intentó impedirseriamente el tráfico de armas condestino al Ejército Libertador cubano,que nunca medió con los cubanos y quenunca emprendió ninguna negociaciónpara acabar con la guerra. ¿Significaesto que McKinley sabía con antelaciónque la autonomía fracasaría? ¿Laapoyaba para ganar tiempo mientras

preparaba política y militarmente a supaís para la guerra[26]? Lo más seguro esque todavía no hubiera llegado a unaconclusión respecto a Cuba: sabía quelos rebeldes no aceptarían la autonomía,pero no era tan tonto como paraconfundir la insurgencia con la totalidaddel pueblo cubano, y quería ver cómoiba a responder éste. Dupuy podía noconocer las dudas de McKinley, pero elgrupo de presión cubano en EstadosUnidos sí. Prueba de ello es lo muchoque trabajaron para desacreditar laautonomía ante los ojos de la clasepolítica y la opinión públicaestadounidenses[27].

Pero lo cierto es que la autonomíaganaba popularidad incluso entre loscubanos antes comprometidos con laguerra. El número de desertores cubanosque se entregaban a los funcionariosespañoles crecía a un ritmo alarmante aprincipios de 1898. El 17 de enero deese año, el capitán Néstor Álvarez habíaconvencido a todo su escuadrón pararendirse en Zarza: su plan era mantenerunidos a sus hombres para crear unaguerrilla que combatiera en defensa delGobierno Autónomo, al que considerabalegítimo. Ramón Solano, el superiorinmediato de Álvarez, supo de latraición y detuvo a Álvarez y a su

cómplice, el sargento Tomás Orellane, alos que hizo fusilar sumariamente.Luego, al informar a su superior sobreestos hechos, le avisaba de que se habíallegado a «el colmo de la traición» en elregimiento, y le prevenía para que «seresguarde como tenemos que hacerlohoy todos los que tenemos unpuesto»[28].

Incluso algunos oficialesimportantes, como Bartolomé Masó yCayito Álvarez, optaron por irse con losespañoles[29]. Uno de estos oficiales erael coronel López Marín. Largo tiempofrustrado por la política racial de lasfuerzas insurgentes y el comportamiento

de Gómez, López Marín había acabadopor convencerse de que la guerra estabaperdida en la Cuba occidental, de modoque aceptar el régimen autonómico era«una transacción honrosa». El 28 deenero de 1898 explicaba esto en unacarta a un amigo. El odio a Weyler lehabía hecho luchar por Cuba a pesar delos crímenes de «los hunos cubanos —los invasores orientales—». Ni siquiera«el ensañado racismo» de la insurgenciale había hecho abandonar la lucha.Escribe acerca de la invasión de Pinardel Río cuando «el elemento negrobrutal» habían dominado a los blancos,que entonces estaban «vigilados por los

negros». Esta emergente «repúblicanegra» ni siquiera confiaba en susoficiales blancos, y hacía que algunossuboficiales negros espiaran einformaran acerca de sus superioresblancos. Ni siquiera esto hizo que seentregara al enemigo, aseguraba LópezMarín. Ahora, sin embargo, con el oestepacificado y con Weyler fuera de juego,lo único que veía en Cuba era un paísarruinado donde la inmensa mayoría dela población quería la paz, pero se veíaobligada a permanecer en guerra contraun Gobierno Autónomo, que no era tanmalo, por culpa de una minoría armada«ignorante» y «poco humanitaria». Esto

constituía una «amenaza horrorosa delporvenir de Cuba». Sólo la autonomíapodía salvar la situación. MayíaRodríguez pensaba que a López Marín lehabía dado una «distracción cerebral».Pero la deserción de un oficial de laimportancia de Marín nos recuerdaalgunos hechos relevantes: que losasuntos relacionados con las diferenciasraciales seguían dividiendo ydebilitando a la insurgencia, y que laderrota militar en el oeste, de hecho,había pacificado gran parte de Cuba[30].

Sin Weyler y sin reconcentración,con la concesión de la autonomía yluego con la creciente disensión en las

filas del Ejército Libertador, el futuro dela república cubana resultaba incierto.Ante esta situación, no es sorprendenteque McKinley dudara.

Con todo, hay que dejar claro que, apesar de algunas deserciones ydiscrepancias, la mayor parte de losoficiales y soldados del EjércitoLibertador permaneció fiel al ideal de laindependencia. Gómez, García y otroslíderes cubanos eran categóricos enesto: se negaban a hablar con el otrobando a no ser para aceptar la rendicióninmediata de las fuerzas españolas. Ysus perspectivas de éxito eranrazonablemente buenas: la actitud pasiva

que habían adoptado los españoles enCuba tras la destitución de Weyler lesproporcionaba tiempo para reconstruirel Ejército Libertador, que, aunquenunca volvió a tener la fuerza de la quehabía disfrutado en el invierno de 1895-96, al menos sí había conservado elcontrol de la mayor parte del este[31]. Noen vano, en la primavera de 1898 Garcíay Gómez disponían de,aproximadamente, cuatro mil hombresactivos en esa parte de Cuba[32].

Los líderes de la revolución cubanaestaban empeñados en unaindependencia sin condiciones, y granparte de los oficiales y soldados

compartían esta determinación. Unsoldado llamado Orencio escribía a suamada Carmela Viñagera, en Matanzas:«Yo me encuentro relativamente bien,ansioso de dar término (con laindependencia, se entiende) a estaguerra inacabable, pues amiga ya estiempo de que cese esta vida salvaje,llena de miserias y sinsabores». Noobstante, garantizaba a la señoritaViñagera, «estamos dispuestos a morir ovencer. Nos reímos de todas lasindignas ofertas de España y nodudamos de obtener en breve el éxitocompleto»[33].

La mayor parte de los líderes y

soldados del Ejército Libertadorcompartía la firmeza de Orencio, demodo que el único efecto práctico quehabía tenido la iniciativa del GobiernoAutónomo, amnistía a cambio de paz,fue el de dar a los insurgentes el respiroque tanto necesitaban y debilitar lacohesión de los seguidores españolesmás radicales. En aquel momento, conlas fuerzas españolas retiradas aposiciones defensivas, los cubanosempezaron a actuar más libremente: elfracaso de la «zanahoria» del PartidoLiberal resultaba obvio para cualquiera.Esto, a su vez, convenció a McKinley deque la guerra en Cuba no iba a terminar

pronto. Sabiendo que los líderesinsurgentes cubanos nunca aceptarían laautonomía, estaba claro que sólo unaintervención estadounidense podríadeshacer el empate.

Así fue cómo el programa liberal deautonomía y negociación sirvió comoestación de paso para la independenciacubana. Dado que la autonomía se hizoposible tras la muerte de Cánovas,eruditos como Donald Dyal han llegadoa la conclusión de que la guerrahispano-estadounidense no se habríaproducido de vivir Cánovas[34]. Sólopor esta razón, se podría decir, comosostiene el historiador Frank Fernández,

que la independencia de Cuba de 1898fue, en cierta medida, obra de las tresbalas de Angiolillo[35].

L

XVI

Los Jingosas tres balas que mataron aCánovas llevaron al acorazado

Maine a La Habana, el 25 de enero de1898. Y la destrucción de esteacorazado proporcionó el pretextoinmediato para la intervenciónestadounidense. A continuación veremoscómo ocurrió.

Cuando los liberales españolesdestituyeron a Weyler, los cubanos queapoyaban el dominio español de la isla

se inquietaron. Durante los tres añosanteriores, los partidarios de laintegración lo habían apostado todo auna victoria española; habían combatidopor España, incluso habían cometidocrímenes en defensa de la metrópoli, yahora se sentían traicionados. Paraellos, la autonomía era un paso decisivohacia una Cuba independiente, de la cualno esperaban precisamente un tratoamistoso. Junto a los oficiales delEjército español, hicieron todo loposible por socavar el programa liberalde reformas y compromisos.

Ya a principios de octubreempezaron a circular informes acerca de

una extensa organización de guardiasciviles y otros partidarios de Weyler,que se preparaban para participar en unacontramanifestación a la llegada deRamón Blanco. El cónsul de EstadosUnidos, Fitzhugh Lee, tuvo noticia deestas protestas de los partidarios de laintegración contra lo que estos entendíanque era una sumisión ciega de Madrid aEstados Unidos[1]. Este clima adversode La Habana se extendió a otrasciudades occidentales, como Matanzas,Pinar del Río, Cárdenas o Cienfuegos.Todo esto alarmó a Ramón Blanco y, enuna nota de alto secreto dirigida algobernador de Matanzas, fechada el 12

de diciembre de 1897, advertía de quelos partidarios de la integración estabanplaneando ataques contra la propiedad,los civiles y los residentes extranjerosde la ciudad de Matanzas «y hasta contrala residencia oficial de losrepresentantes de naciones amigas,especialmente de los Estados Unidos».Este tipo de acciones, ocurrieran dondeocurrieran, serían tremendamentepeligrosas, ya que podrían propiciar laintervención inmediata de EstadosUnidos en defensa de las vidas y laspropiedades de sus ciudadanos[2]. El 22de diciembre, Fitzhugh Lee escribe alDepartamento de Estado de Estados

Unidos solicitando el envío a La Habanade uno o dos barcos de la Marina, con lamisión de proteger a losestadounidenses[3].

Los seguidores de Weyler odiaban ala prensa liberal casi más que a losinsurgentes cubanos o que a EstadosUnidos. La prensa cubana habíaprosperado con Blanco debido a queéste había levantado la censura impuestapor Weyler. En el invierno de 1897-98,periódicos como El Reconcentrado y LaDiscusión publicaban artículos quevilipendiaban a Weyler y a quienes loapoyaban. Uno de los artículos de ElReconcentrado, titulado «Fuga de

granujas», decía adiós a los compinchesde Weyler y describía su marcha haciaEspaña como el vuelo de vuelta al nidode unos ladrones y aventureros cobardesde baja estofa. Esto fue demasiado parael sector más duro de los partidarios dela integración en La Habana.Exasperados por la «campaña criminal»de la prensa liberal y autonómica, unnúmero aproximado de cien oficialesespañoles y otros partidarios de Weylerasaltaron la redacción de ElReconcentrado en la mañana del 12 deenero de 1898, destruyendo lasimprentas y los archivos. Cuando hacenlo mismo con La Discusión, Blanco

obliga a la multitud a dispersarse, peropronto vuelve a agruparse y, a los gritosde «Muerte a la autonomía», «VivaEspaña» y «Viva Weyler», marchanhacia las oficinas del principalperiódico, El Diario de la Marina.Afortunadamente, estas oficinas ya sehabían protegido anticipando un posibleataque y sólo sufrieron la rotura de unaspocas ventanas.

Con este nuevo ambiente, EstadosUnidos decide responder a las repetidassolicitudes de Fitzhugh Lee de enviaruna escuadra a La Habana. Y así, lastres balas que habrían acabado conCánovas y Weyler fueron también

responsables de unos disturbiosiniciados por los extremistas másdescontentos de La Habana, y de queestos eventos llevaran al barco deguerra Maine al puerto de la capitalcubana. Madrid y Washingtonexplicaron la llegada del Maine comoun símbolo de las nuevas y amistosasrelaciones entre España y EstadosUnidos, y algunos historiadores handado pábulo a esta explicación oficialcomo si fuera cierta[4], pero losmiembros del Gobierno Autónomo,como José Congosto, no eran taningenuos.

Ellos sabían que la presencia del

Maine era un modo de incrementar latensión entre España y Estados Unidos.Por ejemplo, al mismo tiempo queenviaba el Maine a La Habana, EstadosUnidos ordenó a la escuadra delAtlántico Norte que se dirigiera al Golfode México para realizar «maniobras decombate»[5]. Por entonces, nadie en LaHabana interpretaba estos actos comogestos amistosos.

Ramón Blanco intentó mantener ensecreto la visita del Maine hasta elúltimo momento, porque él tambiénsabía que sería interpretada como unacto hostil. Ni siquiera los miembros delGobierno Autónomo supieron de su

llegada el 24 de enero. Blanco no queríaque se filtraran noticias que pudierandar tiempo a los extremistas paraorganizar una manifestaciónantiestadounidense[6]. El 25 de enero, eldía que atracó el Maine, Lee escribe aCongosto exhortándole a reforzar laseguridad del consulado estadounidense,que se encontraba cerca de la plazacentral, en el hotel Inglaterra, igual queotros lugares donde se congregaban losciudadanos de Estados Unidos porque,según sus informaciones, algo seorganizaba contra los norteamericanos.Advertía a Congosto de que «talmanifestación haría que la situación

llegara de una vez a un puntodecisivo»[7]. La realidad es que en lassiguientes dos semanas no ocurrió nadaen La Habana, aunque el ambienteseguía tenso. La impresionante visióndel Maine en el puerto de La Habanaprovocaba incluso cierto entusiasmoentre los habaneros. Un flujo constantede ciudadanos lo visitó entre finales deenero y principios de febrero, e inclusounos pocos oficiales españoles fueroninvitados a bordo para ver el barco bajouna atenta supervisión. Los miembrosdel Gobierno Autónomo realizarontambién su propia visita el 14 defebrero.

A la noche siguiente, pasadas lasdiez, el Maine explotaba, lanzando alaire una lluvia de metal y cadáveres yreventando los cristales de las ventanasde la ciudad. La explosión acabó con lavida de doscientos veintiséisestadounidenses e hirió a muchos otros,algunos de gravedad. Algunos estabanen tierra y otros, como el capitánCharles Sigsbee, se encontraban en suscamarotes de popa, lejos del centro dela detonación, y salieron ilesos[8].

La opinión actual de los expertos esque la causa más probable de ladestrucción del barco fue una explosiónaccidental interna desencadenada por un

incendio de carbón. Debido a defectosde diseño, este tipo de fuegos seproducía con frecuencia a bordo de losbarcos del mismo tipo que el Maine,especialmente en aguas tropicales y,sobre todo, cuando iban cargados, comoéste, con carbón bituminoso. Losinspectores habían reprendido ya en dosocasiones a Sigsbee por el desorden dela nave y por violar los protocolos dearmamento y material. Se trataba deinfracciones graves, ya que lacolocación del depósito de carbón juntoal polvorín a bordo de barcos como elMaine requería un cuidado extremo paraevitar que pudiera producirse una

combustión espontánea. En 1975, unacomisión encabezada por HymanRickover, padre de la marina nuclear,reabrió el caso y llegó a la conclusiónde que no había pruebas de la presenciade un dispositivo explosivo en elexterior del casco. El problema sepodría haber evitado con una vigilanciaadecuada[9].

Pero en 1898 prácticamente nadie enEstados Unidos vio las cosas de estamanera. La idea de la «perfidia»española había calado hondo en laopinión pública estadounidense, que noesperaba nada bueno de España. Nohacía ni una semana, el 9 de febrero, el

Journal de Hayes había publicado unacarta escrita por el embajador español,Enrique Dupuy de Lôme, en la queinsultaba al presidente McKinley y alpueblo estadounidense. Existía lacerteza de que un pueblo capaz demasacrar en masa a inocentes cubanosno iba a renunciar a volar por los airesun acorazado. Tampoco resultó de ayudael que el único testimonio del desastreque llegó a Estados Unidos esa noche,aparte del anodino mensaje oficial deSigsbee, en el que informaba de lapérdida del barco, fuera el informe deSylvester Scovel. Éste había hechocarrera trabajando codo con codo con la

insurgencia cubana para producir todotipo de noticias sensacionalistas sobrelas siniestras actividades de losespañoles, y su mensaje del 16 defebrero insinuaba que la explosiónpodría haber sido provocada por undispositivo externo. El titular del Worldde Pulitzer se lavaba las manos: «noestá claro si la explosión se produjodentro o DEBAJO del Maine». El usode mayúsculas en la palabra «debajo»sugería exactamente a los lectores quédebían pensar[10].

Para no quedarse atrás, el Journalpublicaba al día siguiente, con grandestitulares: «Destrucción del Maine

provocada por el enemigo» y «Buque deguerra Maine partido en dos por infernalmáquina secreta del enemigo». No seponía nombre al enemigo, pero todo elmundo sabía que se referían a España.E l Evening Journal decía tenerinformación acerca de la denominadamáquina infernal y de que no se tratabade una mina, como sostenía el Journal,sino de un torpedo. El Journal insistíaen que se trataba de una mina yaseguraba disponer de información,según la cual los españoles la habíancolocado y la habían hecho detonardurante la noche para provocar másmuertes. ¿Qué otras pruebas se

necesitaban para demostrar la «brutalnaturaleza» de los españoles? El World,no tan convencido de la causa,preguntaba en un titular de grandesdimensiones: «La explosión de Maine,¿una bomba o un torpedo?». Lo quenadie quiso ver en los dos primeros díasposteriores al desastre era laexplicación alternativa, la que ahoraconsideramos más probable, que es quela explosión se produjo por un incendioaccidental del carbón que hizo estallarla santabárbara. Por el contrario, eldebate se centró en si se había colocadouna mina o si se había disparado untorpedo contra el casco de la nave[11].

La historia se animaba con otrosdetalles: el World sostenía que losoficiales españoles habían brindando yalardeando de que cualquier barcoestadounidense que arribara a LaHabana terminaría de esa forma, falaciaque ocultaba la verdadera reacción delos oficiales y marinos españoles, quetrabajaron incansablemente pararescatar a los supervivientes en la nochedel 15 de febrero. Pero la línea editorialadoptada por los principales diariosestadounidenses era demasiado lucrativapara que la verdad la cambiase. En lasemana posterior al desastre, Hearstaumentó la tirada del Journal de

cuatrocientos mil a un millón deejemplares. La destrucción del Maine sehabía convertido en motivo de guerra y,casi igual de importante, en la gallina delos huevos de oro, más productiva aúnque el tema de la reconcentración.Ahora, el problema era encontrar algunaprueba de la implicación española en elsabotaje[12].

La Marina estadounidense creó untribunal de investigación paradeterminar la causa de la explosión. Hoydía, los estudiosos coinciden en afirmarque el tribunal sufrió presiones de todotipo para que determinara que laexplosión se había debido a una causa

externa. El secretario de la Marina, JohnD. Long, se aseguró de excluir a los quemantenían que la explosión había sidoaccidental —entre los que seencontraban el principal experto deldepartamento de armamento y materialde la Marina—, y el tribunal, presididopor el almirante William T. Sampson,eliminó las pruebas que sugerían unaexplosión interna. El capitán Sigsbee,uno de los principales testigos, teníamotivos personales para descartar unacausa accidental y, aunque susdeclaraciones demostraron su pococonocimiento del barco y unanegligencia suprema en las operaciones

cotidianas, el tribunal coincidió con élen que nadie de la tripulación eraresponsable de los hechos. Pero,curiosamente, cuando en el futuroSampson llegó a comandante de laescuadra del Atlántico Norte durante laguerra con España, destinó a Sigsbee aun barco mercante reconvertido, el St.Paul. Otro miembro del tribunal, FrenchEnsor Chadwick, comandante del NewYork a comienzos de la guerra, seaseguró de instalar mamparasadicionales entre los depósitos decarbón y la santabárbara en su barco.Todos estos detalles sugieren que eltribunal conocía la causa real de la

explosión: la negligencia de Sigsbee ylos defectos de diseño inherentes alMaine. Pero su conclusión fuetotalmente distinta. El informe, que llegaa McKinley el 25 de marzo y que éstecomunica al Congreso tres días después,sostenía que la destrucción del Mainehabía sido consecuencia de «laexplosión de una mina submarina»[13].

Hubo pocas voces discordantes,aunque, por supuesto, los españolesargumentaban que la explosión habíasido interna. De forma aún mássignificativa, el capitán Philip Alger, elprincipal experto estadounidense enexplosivos, pensaba también que la

explosión debía de haberse producidocomo consecuencia de un incendio enlos depósitos de carbón. Evidentemente,esta afirmación no fue bien acogida enlos círculos oficiales. TheodoreRoosevelt, secretario adjunto de laMarina, había llegado ya a la conclusiónde que la tragedia representaba «un actode sucia traición» de los españoles, yacusó a Alger de ponerse del lado deéstos. La historia de la perfidia españolaera demasiado conveniente para elpoderoso grupo de belicososultranacionalistas (Henry Cabot Lodge,Theodore Roosevelt, Alfred ThayerMahan, el senador Redfield Proctor y el

almirante William T. Sampson), quellevaban años pidiendo la intervenciónen Cuba. Simplemente, se negaron aconsiderar los hechos que no conveníana su tesis. Junto a William RandolphHearst y millones de estadounidenses, sulema era «Recuerda el Maine y aldiablo con España»[14].

Incluso con las conclusiones deltribunal en sus manos, McKinleydudaba. Aún tenía la esperanza de unasalida negociada a la guerra de Cuba y,el 29 de marzo, presionó al Gobiernoespañol para que realizara una serie deconcesiones adicionales y declarara unarmisticio unilateral que, dada la

intransigencia de Gómez y el EjércitoLibertador, equivaldría a la rendición deEspaña. Sabiendo esto, el Gobierno deSagasta accedió a todos los puntos yprometió considerar también elarmisticio, si bien solicitó un plazo dealgunas semanas por motivos políticos:las primeras elecciones libres de laCuba autónoma se realizarían aprincipios de mayo y Sagasta quería queel gobierno cubano fuera parte delproceso de paz.

Los congresistas estadounidenses,sin embargo, no estaban dispuestos atolerar más retrasos. Tenían sus razonespara querer actuar antes de la

instauración del primer gobierno elegidoal amparo del estatuto de autonomía. Ungobierno investido de esta legitimidadse habría opuesto a la intervenciónnorteamericana. El carácter deliberación democrática que se queríadar a la invasión no tendría entoncessentido, y complicaría su justificaciónante la opinión pública. Se desencadenóasí una fuerte reacción contra elprecavido enfoque de McKinley, quederivó en un debate en el Congreso aprincipios de abril. Ante esta situación,el Gobierno de Sagasta fue conscientede que tenía que optar entre lasuspensión de las hostilidades o una

guerra con Estados Unidos, así que, el 9de abril, España declaró un alto el fuegounilateral. Pero ya nada iba a satisfaceral Congreso de Estados Unidos; la ideade una guerra se había hecho muypopular en el país, y los senadores ycongresistas sabían que su reeleccióndependía de que demostraran una firmedeterminación a la hora de castigar a losespañoles.

El 13 de abril, la Cámara deRepresentantes autorizó a McKinleypara intervenir en Cuba y establecer allíun gobierno amigo. Tres días después, elSenado ratificó la intervención, pero unaenmienda del senador David Turpie

pidió que se reconociera a la actualrepública revolucionaria como gobiernolegítimo de la isla. McKinley encontróinaceptable esta condición, ya que noconsideraba la república en armascubana un gobierno legítimo y no queríaverse limitado a actuar con el vistobueno de los cubanos. Algunos han vistoen esto la prueba de que McKinley teníapropósitos ocultos sobre Cuba: queríatener las manos libres para actuar conindependencia de los deseos cubanos,puesto que su intención última era laanexión de Cuba[15].

Pero lo cierto es que la posición deMcKinley no estaba falta de razón.

Ningún comandante en jefe hubieraquerido asociarse a la repúblicarevolucionaria de Cuba en 1898, puestenía poco poder y no representaba a lamayoría de los cubanos. Ni siquiera aMáximo Gómez le gustaba trabajar conel Gobierno Provisional, y coincidía conMcKinley en que no era legítimo. En unacarta que escribió a Tomás EstradaPalma en junio, Gómez se ríe de «esaspersonas» del Gobierno cubano cuya«gran preocupación» era que McKinleyrehusara reconocerlos. Simpatizaba conMcKinley porque el Gobiernorevolucionario cubano no era «obra deuna asamblea del Pueblo sino del

Ejército». Añadía que él siempre habíaconsiderado «absurdo leer ‘Republicade Cuba’» en la correspondencia oficial.El hecho es que los insurgentes cubanostenían poco control sobre sus propiasfuerzas, y mucha menos capacidad degobernar la isla. Nuevamente, dejaremosque sea Gómez quien explique esteasunto: en una carta que escribió enmayo al secretario de Defensa interino,Gómez le informó de la anarquía quereinaba en las ciudades que habíanquedado bajo control de las fuerzasinsurgentes, una vez que los españolesse retiraron para hacer frente a losestadounidenses. «Si Vd. quiere

convencerse de la verdad de miapreciación, monte Vd. a caballo y vayaa las ciudades abandonadas por elenemigo y hoy en poder nuestro y veráque todas son focos de inmoralidad».Los crímenes que se producían en lazona republicana contra las personas ylas propiedades eran «naturalesresultados de la guerra», los guerrilleroshambrientos saqueaban y robaban lo quedurante tanto tiempo habían estadoprotegiendo los españoles y sus aliadoscubanos: «Aún no estamos en paz y notenemos la República que todo lonormalizará». Hasta que llegara esemomento, según Gómez, los

estadounidenses tenían derecho a actuarsin tener en cuenta al Gobiernocubano[16].

El Congreso estadounidense habíallegado a un acuerdo: la enmiendaTeller dejaba las manos libres aMcKinley para intervenir y no reconocíaal Gobierno insurgente, pero prometíadevolver en el futuro «el gobierno y elcontrol de la isla a su pueblo». El 19 deabril, amparado en este acuerdo, elCongreso aprobó una resoluciónconjunta que autorizaba la guerra y queMcKinley firmó el día siguiente. Lamarina estadounidense, ya destacada enaguas de la isla, inició el bloqueo de los

puertos cubanos el 22 de abril. El 25 deeste mismo mes, el Congresoestadounidense declaró formalmente laguerra a España, aunque fecharetrospectivamente la declaración en eldía 21 para legalizar el bloqueo que yaestaba en vigor en la práctica[17].

Los norteamericanos teníandiferentes motivos para apoyar la guerracon España, y el poder y el dinero noeran las menos importantes. Losexpansionistas norteamericanos habíanpuesto sus ojos en Cuba desde antes deque existiera Estados Unidos. Durante laGuerra de Independencianorteamericana, pese a que España

ayudó a las trece colonias contra GranBretaña, los líderes norteamericanosconsideraban la posibilidad deanexionarse los territorios de la Floridaespañola y Louisiana. Florida era porentonces una provincia de Cubagobernada desde La Habana, así que¿por qué no tomar Florida y la propiaCuba, que era un premio aún mayor? Eslo que deseaba hacer, por ejemplo,Jefferson, que fantaseaba con«engordar» la Unión incorporando Cubacomo un nuevo estado. En 1823, elsecretario de Estado, John QuincyAdams, expresaba ideas parecidas enuna carta al embajador estadounidense

en Madrid. «Apenas puede resistirseuno a la convicción de que la anexión deCuba a nuestra república federal seráindispensable para la continuidad eintegridad de la propia Unión […] Perotambién hay leyes de gravitaciónpolítica y física, y al igual que unamanzana arrancada de su árbol originalpor la tempestad no puede sino caer alsuelo, Cuba, separada a la fuerza de supropia e innatural conexión con España,e incapaz de valerse por sí misma, sólopuede gravitar hacia la Uniónnorteamericana, que por la misma leynatural no puede arrojarla de suseno»[18].

En 1825, ya como presidente,Adams intentó comprar Cuba y losespañoles respondieron indignados.Adams y otros funcionariosestadounidenses aparentaban noentender la reacción española; despuésde todo, se habían desprendido de laFlorida sin demasiado alboroto. Perotendrían que haber sabido que Cuba eradiferente; Colón había desembarcadoallí en 1492 y, durante casicuatrocientos años, La Habana habíasido uno de los centros más importantesde la cultura española en el NuevoMundo. Es posible que los españoles noconocieran la Cuba real, pero la fantasía

de un paraíso terrenal y de la fuente deriquezas en las Antillas habían pasado aformar parte de la identidad española:nadie consideraba seriamente en Españala posibilidad de intercambiar Cuba pordinero o abandonarla sin luchar; y nadatiene esto de raro, pues ninguna potenciaeuropea renunció a sus colonias hasta laSegunda Guerra Mundial. El propiohecho de que en la corte española sediscutiera el tema se mantuvo en secretopor temor a causar una revuelta.

En 1847, la administración Polkofreció cien millones de dólares por laisla. No se trataba de una ofertamiserable, pues veinte años después

Estados Unidos compró Alaska a Rusiapor siete millones. Dada la necesidad dedinero que tenía España, debió deresultar una oferta tentadora, pero nadiela tomó en consideración. Cuba eraemocionalmente valiosa para losespañoles, de una manera que entraba encolisión con las consideracionespolíticas de John Quincy Adams. ElGobierno de Pierce hizo otra oferta en1854 y Buchanan intentó reanudar lasnegociaciones en 1858. En 1859, elSenado de Estados Unidos comunicabaque «la adquisición definitiva de Cuba»se había convertido en una meta«respecto a la cual la voz del pueblo se

ha expresado con una unanimidad quesupera cualquier cuestión de políticanacional que haya llegado alpensamiento público». La guerra civil yla conquista del Oeste distrajeron alpúblico durante los siguientes treintaaños pero, en 1890, el año en el que elcenso declara cerrada oficialmente lafrontera, los estadounidenses habíanempezado a buscar nuevas tierras queconquistar[19].

Entretanto, Estados Unidos habíaintentado colonizar económicamenteCuba sin gobernarla directamente. LaLey del Azúcar de 1871, por ejemplo,permitía determinar los precios del

azúcar en Estados Unidos y colocaba alos productores cubanos en una situaciónde dependencia neocolonial respecto alos intereses comerciales de NuevaYork[20]. En 1881, Estados Unidos yEspaña firman un tratado dereciprocidad que abre Cuba y PuertoRico a las exportaciones industrialesnorteamericanas. A cambio, EstadosUnidos promete comprar bienes,especialmente productos de laagricultura, de España y de las Antillasespañolas. Con esta ley, Estados Unidossometía Cuba y Puerto Rico a suvoluntad. Es lo que venía a decir elprincipal negociador del Departamento

de Estado, John Foster: «Será comoanexionarse Cuba de la mejor formaposible»[21].

A principios de la década de 1890,cuando la «Depresión» —caracterizadapor los efectos de la renovaciónindustrial, la sobreproducción, el excesode ahorro y los bajos precios— entra ensu tercera década, el Gobiernoestadounidense tuvo que hacer frente apresiones de toda índole para encontrarnuevos horizontes para el comercio y lainversión y aliviar a losnorteamericanos de los excedentes de suproducción y de capital. «Loscomerciantes ven ahora en la

adquisición de colonias una soluciónparcial para deshacerse de los bienes yahorros excedentes»[22]. Sólo por estarazón, se hacía necesario encontrarterritorios colonizables en cualquierparte del mundo.

El secretario de Estado de BenjaminHarrison, James G. Blaine, hacíacampaña constantemente a favor de laexpansión, llegando a aconsejar a su jefeen 1891 que, simplemente, tomaraHawai, Cuba y Puerto Rico[23]. Eso esjustamente lo que hizo Estados Unidosdurante los años siguientes. En 1893,durante la segunda administraciónCleveland, los hacendados blancos y las

tropas estadounidenses destronaron a lareina Liliuokalani de Hawai, para evitarla adopción de una nueva Constitucióndemocrática que daría el poder a lamayoritaria población nativa. Enprincipio, a Washington le bastó coneste arreglo, pero el gobierno de la eliteblanca resultó frágil y Estados Unidos seanexionó directamente Hawai en el año1898. La toma de Cuba y Puerto Ricopor McKinley puede verse como partede este proceso. En el discurso del Díade la Hispanidad de 1898, en laexposición Trans-Mississippi deOmaha, McKinley había afirmado:«Tenemos mucho dinero, abundantes

beneficios y un crédito internacionalincuestionable, pero necesitamos nuevosmercados y, como el comercio sigue a labandera, parece claro que vamos a teneresos nuevos mercados». Existían otrosfactores, aparte de las necesidadeseconómicas, en la decisión de McKinleyde ir a la guerra en Cuba, pero,ciertamente, arrebatar estos mercados alos españoles ya era suficiente motivode satisfacción[24].

También es importante tener encuenta que las razones mercantiles de laguerra con España iban mucho más alláde lo que Cuba podía representar. En laera del vapor y el carbón, los países

buscaban posesiones alejadas de lametrópoli donde establecer estacionesde suministro de carbón para sus barcosmercantes y militares. Estados Unidoshabía obtenido Midway y Alaska en1867, y los derechos de una estación decarbón en Samoa, en 1878. Washingtonintentó la adquisición de territorios enHaití, la República Dominicana y otrasislas del Pacífico y el Caribe en ladécada de 1880, sin conseguirlo.Establecer bases en Cuba y Puerto Ricofacilitaría las operaciones en todaLatinoamérica. También estabapendiente el tema de Filipinas. Aunquela guerra hispano-estadounidense tuvo

lugar principalmente en Cuba, los«jingos» —los ultranacionalistasestadounidenses partidarios delimperialismo económico— ansiabanconseguir mercados y concesionesterritoriales en Asia, y Filipinas era sinduda un ansiado objetivo de estapolítica.

El Partido Republicano, enparticular, se había comprometido en«la consecución del destino manifiestode la república en su sentido másamplio». Para los jingos republicanos,esto significaba el engrandecimientoterritorial a una escala que superabatodas las expectativas. Henry Cabot

Lodge predecía que Estados Unidostomaría Canadá, Cuba y Hawai yconstruiría un canal a través de AméricaCentral con el que el país podríacompetir por los «lugaresdesperdiciados de la tierra», que para éleran Latinoamérica y Asia. Loseuropeos, e incluso los japoneses,estaban ganando en la lucha por lasupervivencia y Estados Unidos teníaque presentar batalla. La supremacíanorteamericana era el resultado de la«selección natural», pero el Gobiernodebía actuar de inmediato. ProsigueLodge: «cuatro quintas partes de lahumanidad tendrá sus raíces en los

antepasados ingleses» en el futuro, y asíes como, según él, debía ser. Elimperialismo norteamericanocontribuiría al perfeccionamiento de laespecie humana. Josiah Strong, otrojingo y darwinista social, predijo quelos anglosajones conquistarían todaLatinoamérica y África. La construcciónde este imperio no sería posible singrandes conflictos, pero el resultadosería «la supervivencia del más apto», yStrong no tenía duda de que los blancosnorteamericanos eran los seres humanosmás aptos. La lucha sería genocida, peroesto resultaba natural e inevitable; nohabría «derechos humanos para los

bárbaros»; por el contrario, lo correctoera que las personas civilizadassometieran a los bárbaros[25].

Los motivos racistas y económicospara la expansión se complementabancon objetivos políticos de índoleinterna. Estados Unidos afrontabadesafíos complicados en la década de1890. Como afirmaba, con el respaldopopular, Frederick Jackson Turner, lalibertad y la democracia de EstadosUnidos se conservaban gracias a quetenía una frontera. Cerrarla, enconsecuencia, planteaba un grave riesgopara las instituciones democráticas: loque necesitaba Estados Unidos para

preservar la democracia era una nuevafrontera. Con esta línea de razonamiento,se hizo posible que Estados Unidosfuera partidario de un gobierno populary, al mismo tiempo, imperialista, unacombinación que ya se habíademostrado potente en la antigua Atenas,en Roma, en la Francia revolucionaria yen Gran Bretaña, mucho antes de queEstados Unidos entrara en juego[26].

Una amenaza diferente para laestabilidad política procedía de lospopulistas, que desafiaban los valoresoccidentales en la década de 1890 conla exigencia de más democracia. Losgranjeros del oeste, los trabajadores del

norte y de otras zonas del país sufríanterribles privaciones en estos años. Nilos demócratas ni los republicanospodían proporcionarles lo quenecesitaban —precios más elevadospara los granjeros y mejores salarios ycondiciones laborales para lostrabajadores— sin comprometer almismo tiempo los intereses de la granindustria, que era la base de su poder.Sin embargo, sí que se les podía dar unimperio. El expansionismo comofórmula para desviar la atención de losproblemas internos era una tradición yabendecida en 1898. El político texanoThomas M. Paschal definía

perfectamente este uso del«imperialismo social» en una carta alsecretario de Estado Richard Olney en1895: «Piense, señor Secretario»,explicaba Paschal, «en lo inflamado queestá el forúnculo anarquista, socialista ypopulista que aparece en nuestra pielpolítica […] Un disparo de cañón […]sacará todo el pus que podría inocularsey corromper a nuestro pueblo durantelos próximos dos siglos». Washingtonusaba los conflictos que tenía con GranBretaña a causa de Venezuela, porejemplo, para desbaratar los planes delos oponentes políticos, especialmentelos populistas y los demócratas. Una

guerra con España funcionaría aúnmejor, restañaría las heridas quequedaran de la guerra civil uniendo alnorte y al sur, al este y al oeste, en ungran proyecto nacional, y proporcionaríaun objetivo común para trabajadores,granjeros, industriales y financieros.Una buena guerra podía forjar unanación[27]. En resumidas cuentas, en1898, la administración republicana, apesar de la inocente precaución deMcKinley, junto a la mayoría delCongreso y a muchos interesespoderosos de Estados Unidos,necesitaban desarrollar una políticaexpansionista, si no para resolver de

inmediato los problemas económicos, sípara garantizarse «un lugar bajo el sol»en el futuro y solucionar los problemaspolíticos internos[28].

La reconcentración y el desastre delMaine sirvieron bien a los planes de losjingos, posibilitando la movilización delpueblo estadounidense para la guerra.Incluso los regímenes autoritariosnecesitan la propaganda para hacervaler la idea de la guerra, ¿cuánto másnecesario no será en el caso de unarepública democrática? Algunosestudiosos se muestran escépticosacerca del papel de la reconcentración yde la explosión del Maine. La causa

«real» de la intervención, dicen, era lanecesidad de mercados y de grandezaimperial, y no la campaña en pro de losderechos humanos y contra lareconcentración, ni la indignación por elsuceso del Maine. Otros han sugeridoincluso que todo el alboroto por ladestrucción del Maine sólo sirviódistraer a la opinión pública de la causareal de la intervención: el interés a largode plazo del Gobierno de EstadosUnidos en expandirse hacia Cuba. Dehecho, este tipo de controversias son laauténtica distracción. Los jingos, quequerían una guerra por motivospolíticos, estratégicos y económicos,

obtuvieron en 1898 una granrentabilidad de ambas tragedias: lapolítica de reconcentración y laexplosión del Maine. Se salieron con lasuya bajo el disfraz de una misiónhumanitaria para salvar a Cuba y lavenganza de los marinos que murieronen el Maine. Los «merosacontecimientos» acaecidos entre 1895y 1898 no deben borrarse de la historiade la intervención estadounidense, en unesfuerzo pueril por encontrar las causassubyacentes de la guerra con España.Hacer esto es obviar el trasfondo real deun momento histórico importante ytrágico.

T

XVII

Frascuelo contraEdison

ras la catástrofe del Maine, losespañoles se prepararon para una

guerra más. La vida en Madrid seguía sucurso: Richard Strauss empuñaba labatuta de la orquesta sinfónica comodirector invitado, y la pertinaz sequíaque afectaba a Castilla era el tema deconversación más recurrente. Pero unsentimiento de exaltación patriótica loinvadía todo. Los aficionados a los toros

de la capital de España organizaron unacorrida entre un toro, que simbolizaba aEspaña, y un elefante que hacia lopropio con Estados Unidos (al parecer,usar un cerdo no pareció de buen gusto).Esta cómica expresión de patriotismopopular y antiamericanismo, sinembargo, resultó tediosa ya que «elcolmillo [el elefante] estuvofrancamente cobarde, y el cornúpeta [eltoro], en verdad, comedido». No huboenfrentamiento, y el público abandonó elruedo de muy mal humor[1].

Los aficionados de Madrid quedaronaún más abatidos cuando, el 8 de marzode 1898, murió su gran ídolo,

Frascuelo[2]. Los amantes del toreoconsideran a Frascuelo, cuyo verdaderonombre era Salvador Sánchez, uno delos mejores toreros del siglo XIX.Ciertamente, era el más popular: unbiógrafo le describe como el «mesías» yel «salvador» de España, pues, no envano, este personaje inspiraba a susseguidores una devoción casireligiosa[3]. En el ruedo, Frascuelousaba un lenguaje muscular y dramático,mientras sus rivales toreaban al estiloclásico, caracterizado por el control y latécnica. Otros toreros intentaban salirdel ruedo tal y como habían entrado, sindespeinarse y con el traje de luces

impoluto, mientras que Frascuelo lohacía con el traje roto y empapado en susangre o en la del toro. No complacía alos puristas de la fiesta, peroemocionaba a la mayoría: Frascueloincitaba a los toros a cornearle, lo queocurrió en veinticuatro ocasiones en susveinticuatro años de profesión, hasta quese retiró en 1890.

El súbito fallecimiento de Frascueloa causa de una pulmonía produjograndes y expresivas manifestaciones deluto. Los españoles, especialmente losmadrileños, amaban a Frascuelo porqueveían reflejados en él dos elementosmuy representativos de la autoestima

nacional: un estoico valor ante elpeligro y el predominio de la bravurasobre los artificios de la técnica. Comomuchos otros toreros, Frascuelo habíanacido de cuna humilde, pero eso lohacía aún más querido: representaba alindividuo capaz de llegar a lo más altosólo por su esfuerzo y su talento, y nopor su origen social. Miles de personasde toda condición, desde aristócratas alos más humildes campesinos, acudierona su funeral en Madrid[4].

A la hora de morir, como en su vida,Frascuelo sirvió de arquetipo nacional.Un hombre que se había enfrentado a lamuerte cientos de veces y que había

sobrevivido a espectaculares cogidas,finalmente había fallecido a causa deuna enfermedad, al igual que soldadosespañoles como Eloy Gonzalo, que,habiendo combatido de forma heroica,finalmente morían a causa de lasenfermedades tropicales. El paralelismocon la situación cubana era demasiadoobvio para ser ignorado, de forma quelos españoles volcaron su pena porFrascuelo en un catártico lamento por elfracaso de las virtudes marciales antelos implacables mosquitos de lospantanos cubanos.

Pero no todo era derrotismo; losespañoles también celebraban en

Frascuelo las virtudes nacionales queéste personalizaba. En marzo, losespañoles aún albergaban ciertasesperanzas de que las viejas virtudesmilitares vencerían, que el valor y elheroísmo estoico superarían a la fuerza,la tecnología y el dinero. El poetaportugués Abilio Manuel GuerraJunqueiro se aproximaba a estapercepción española del inminenteconflicto cuando definía la guerra de1898 como «la extraña y extraordinarialucha entre Frascuelo y Edison». En unacontienda de este tipo, ¿quién sabía loque podía ocurrir[5]?

Los españoles llevaban algún tiempo

esperando la declaración de guerra deEstados Unidos y aceptaron el hechoconsumado casi con alivio. Si se ha deconfiar en la memoria de Manuel Corral,un soldado que combatió en Santiago,las tropas de Cuba recibieron la noticiade la guerra con Estados Unidos con una«alegría indescriptible»[6]. Esto puedeparecer raro, a una distancia de más decien años y sabiendo como sabemos queEspaña afrontaba una de las guerras másdesiguales de la historia y lo hacía comobando débil. ¿Se daban cuenta de estolos líderes políticos y militaresespañoles del momento? Los estudiosossuelen responder afirmativamente a esta

pregunta: los gobernantes españolessabían que la guerra con Estados Unidossería en vano, pero la hicieron de todasformas, pues estaban convencidos deque rendirse sin lucha supondría taldescrédito para el régimen monárquicoque podría conllevar su derrocamiento amanos de oficiales y patriotashumillados y descontentos[7].

La valoración de la situación militarque hizo el almirante Pascual Cerveracorrobora este argumento. Al mando dela escuadra española enviada a Cuba,Cervera no se hacía ilusiones de poderderrotar a la flota norteamericana uhostigar el litoral oriental de Estados

Unidos, como pedía el pretencioso planestratégico del ministro español deMarina, Segismundo Bermejo.Igualmente, opinaba que las fuerzasterrestres españolas ya habían sidoderrotadas por los insurgentes y noestaban en condiciones de hacer frente alos americanos. En resumen, pensabaque la guerra con Estados Unidos sería«seguramente, causa de la ruina totalpara España»[8].

En la correspondencia diplomáticatambién aparecen testimonios quesugieren que España fue a la guerra pormotivos políticos internos y sin ningunaexpectativa de victoria. El 26 de

febrero, el embajador estadounidenseStewart Woodford escribe a McKinleypara informarle de que el sentimiento delos funcionarios españoles era que «nopodían abrirles más concesiones sincorrer el riesgo de que les destituyeran».Temían especialmente a losultrapatriotas del Ejército, que podríanformar una alianza con los carlistas,partidarios de una rama absolutista delos borbones. «Quieren la paz si puedenconservarla salvando su dinastía», pero«prefieren los riesgos de la guerra, y lapérdida segura de Cuba, alderrocamiento de la Corona». El 9 demarzo, Woodford escribe de nuevo a

McKinley para hacerle partícipe de unaconversación mantenida en una cenainformal con un importante hombre denegocios español que «sabía de lo quehablaba» y le había informado de doscosas: en primer lugar, que Españahabía hecho todo lo que había podidopara apaciguar a Estados Unidos y, ensegundo lugar, que España nuncavendería Cuba. Según su informador, elGobierno español sabía que perderían laguerra, pero «aceptaría el conflicto sinvacilar» para evitar el deshonor y lasposibles consecuencias revolucionariasque tendría una retirada unilateral[9].

Produce una extraña atracción ver a

España como una especie de DonQuijote que se embarca en una batallaperdida con el gigante americano. Sinembargo, aparte de la visión pesimistade Cervera y algunos otros, la mayoríade los funcionarios españoles, junto conla prensa y gran parte de la opiniónpública, parecían creer que la victoriaera, al menos, posible. Las razones paramantener esta esperanza eran diversas, yaunque algunas de ellas resultan hoyridículas, otras parecen justificadas.

Como hemos visto, los militaresespañoles tenían una elevada idea de símismos, del soldado español y del«carácter nacional». Este concepto era

el que se transmitía en la prensa, en laliteratura o en los sermones dominicalesque celebraban los aniversarios debatallas históricas. Según la mitologíanacional, los españoles eran poseedoresde un genio innato para la guerra,especialmente para la guerra deguerrillas.

Esta sobrevaloración del«guerrillerismo» español se remonta ala lucha contra Napoleón, cuando ciertosgrupos y líderes guerrilleros como ElEmpecinado combatieron eficazmentecontra el ejército regular francés. Deesta experiencia procede un mito tribalsegún el cual el pueblo español era

ferozmente independiente, capaz desoportar grandes privaciones, eimprudentemente generoso con su vidaen defensa del honor. El historiadorFrancisco Rodríguez Solís expresabaesta idea en un aforismo: «Al nacer elespañol, nació el guerrillero»[10]. FelipeNavascués afirmaba: «Tiene nuestrosoldado fama de ser el mejor delmundo»[11]. Según Vicente Cortijo, todaslas naciones «envidian nuestro soldado,y nuestra oficialidad es de las másinstruidas de Europa»[12]. Otro ensayistamilitar, Florencio León Gutiérrez,tranquilizaba con tono grave a suslectores cuando escribía que el soldado

de infantería español «luchatenazmente» y, cuando se ve superado,sabe morir «con la huesosa manoaferrada al arma, con el coraje de laraza marcado en el rostro, con la sonrisadel martir en los labios». Pero Españano sería vencida: «Dios, siempregrande, siempre hermoso y siempreespañol […] velará por su España y nopermitiría, no, que el Derecho, la Razóny la Justicia se vulneren ni se burlen»por parte de los yanquis[13].

El pensamiento racial y el religiosose combinaban de forma curiosa en lasinterpretaciones que hacían lasautoridades militares españolas. Carlos

Gómez Palacios, por ejemplo, teorizabaacerca de la idea de que Dios habíadado a cada raza «su espiritualorganización, formada para cumplirfines distintos» en el mundo. Dios habíadado a la raza latina el valor, el honor,el sentido del deber, la fuerza y ladignidad, «todo lo que les ha negado alas otras, especialmente a la razasajona». Estas cualidades morales yfísicas otorgaban a los españoles unasuperioridad manifiesta en el campo debatalla. Al final, como la luz conquistala oscuridad, España prevalecería sobrelos bárbaros norteamericanos, cuyoúnico Dios era el dinero. Toda la

historia del progreso espiritual humanoera la historia de la raza latina, elpueblo elegido de Dios. Dios noabandonaría ahora a España en su luchacontra los adoradores de Mammon[14].

Por otro lado, según los españoles,el pueblo americano eran unas masas«formadas por emigrantes que, conhonrosas excepciones, fueron y siguensiendo lo peor de cada casa». EstadosUnidos era un lugar «sin tradición, sinnada propio», un país «sin ciencias, sinartes ni literatura», que sólo destacabaen el comercio. Eran los «cartaginesesmodernos» que intentaban algo fuera desu alcance: dominar el mundo.

Cualquiera sabía que «la humanidad esuna planta exótica en la raza de losyanquis» y que «si no comprenden elsentimiento humanitario, por defectos desu constitución moral, menos puedentener el sentimiento de la gloria, que esel sentimiento antitético del interés»,mientras que esta última era lacaracterística más notable de la mente yel espíritu anglosajón. La naciónamericana «compuesta de la escoria delmundo», era incapaz de formar unejército coherente y eficaz; ni siquierapodía «dársele el nombre de ejército auna inmensa reunión de hombres que nofueron sometidos jamás al régimen

militar y en donde, como esconsiguiente, no existe la disciplina, niel amor a la institución, ni el respetocariñoso a los que mandan». Losoficiales americanos, al igual que sussoldados, no estaban cualificados y«entendían de negocios» más que deguerra. De este modo, unas personas quehabían aprendido a valorar sólo elbeneficio y el propio interés nunca searriesgarían en combate. «No tenemosmás que desplegar nuestras virtudes»para «arrollar y vencer» a talenemigo[15]. No sólo los ensayistasmilitares predecían una victoriaespañola, la prensa de España también

se apuntaba confiada a la campaña de laguerra y auguraban el triunfo. No podríahaber sido de otro modo: la condenaestadounidense de la barbarie españolaen Cuba había dañado el orgulloespañol y había provocadomanifestaciones contra Estados Unidos,lo que imposibilitaba a los periódicospara adoptar un tono que no fueraradicalmente antiamericano si queríanvender ejemplares[16]. Incluso la prensaliberal se vio inmersa en este juego. Así,el 27 de diciembre de 1896, y a pesar decondenar la línea dura de Weyler conlos cubanos, El Liberal deleitaba a suslectores con la fascinante historia de «El

viaje de novios de Mister Bigpig»: unapareja estadounidense llega a Cádiz deluna de miel. El marido, Mister BigPig,sólo piensa en el dinero y quiereregresar cuanto antes a casa para volveral trabajo. Mientras, su joven esposa,que juega al tenis y va camino devolverse tan marimacho como el restode sus compatriotas, empieza aexperimentar una transformación entierras gaditanas. En presencia delhombre español, se hace mujer.«Deshechada la ropa de paño y elsombrerito masculino, vestía de seda» yempieza a ponerse flores en el pelo. Seenamora de España y, más al caso, de

los hombres españoles y pierde elinterés por el aburrido y afeminadoMister BigPig[17]. Descripcionesparecidas de la mujer americana,alejada de su feminidad natural, eranfáciles de encontrar en la prensaespañola de la década de 1890, asícomo la imagen porcina del varónestadounidense. El primer premio delcarnaval de Madrid de 1898 fue a parara manos de una persona disfrazada decerdo con los colores de la banderaestadounidense[18]. ¿Por qué temer a unpaís desnaturalizado, habitado pormujeres masculinizadas y varones dehábitos porcinos? ¿Cómo no reírse?

Tras la declaración de hostilidadesde Estados Unidos, incluso la prensaradical que había pedido laindependencia de Cuba adoptó unaactitud belicosa. Blasco Ibáñez, elinfatigable republicano, viró hacia ellenguaje de un nacionalista exaltado,condenando las acciones del «yanquiarrogante» y defendiendo a su propia«noble nación»[19]. El Imparcialcomenzó a publicar artículos quealababan al Ejército español, antes sublanco preferido. Los sacrificios enCuba se veían ahora como ejemplo de la«la tenacidad probada de una raza quesólo cuenta las victorias cuando son

difíciles»[20]. El periódico aseguraba asus lectores que el asunto de la guerraestaba provocando la división deEstados Unidos entre el norte y el sur. El19 de abril, el periódico publicaba unacarta, supuestamente escrita por la viudade un tal Jefferson Davis, en la que sequejaba: «Nosotros, los habitantes delos Estados Unidos del Sur tendremosque sufrir todo el peso de la campaña[…] Nuestras ciudades y nuestras costasserían destruidas», mientras que el nortequedaría incólume. La mayor parte delos sureños «abominamos de la idea deuna guerra, que sólo podría en sumafavorecer a esos miserables mulatos

cubanos». La carta de la viuda de Davisexpresaba de forma «elocuente elsentimiento y la irritación predominantesen los Estados Unidos del Sur contra losdemás estados»[21].

Estas fantasías sobre las propiasposibilidades y las debilidades delenemigo iban a veces demasiado lejos:el general Luis de Pando pensaba que sepodrían movilizar unos veinte milcubanos sólo en Pinar del Río pararepeler la invasión estadounidense, siEspaña les proporcionaba armas ymuniciones[22]. Los cubanos «conservanun afecto a España que puedefomentarse y crecer» para crear

regimientos propios, ahora que EstadosUnidos había mostrado su verdaderorostro[23]. Asimismo, otroslatinoamericanos se unirían a la defensaespañola de las Américas ante laamenaza yanqui[24]. Otro autor añadíaque los europeos también intervendríanpara detener al coloso americano:España podría entonces pasar a laofensiva y reclamar el territorio españolde Florida con cien mil hombres. Losestadounidenses tendrían las manosatadas a causa de la insurrección de lossioux y de los cien mil mexicanos que,se decía, se habían reunido a lo largo dela frontera sur de Estados Unidos[25].

Incluso el ministro de la Guerra españoltenía sus propias aunque modestasfantasías: en una carta a Blanco, enjunio, le comunicó que estaba enposición de reclutar a mil trescientosmexicanos para combatir en Cuba[26].

Pero lo cierto es que España notenía aliados ni influencia internacionalen 1898 y, en buena parte, era culpa deCánovas, cuya declaración másconocida acerca de los asuntosexteriores había sido que «la mejorpolítica internacional que debe tenerEspaña es no tener ninguna»[27]. Enconsecuencia, ningún país le ofreció lamenor ayuda en su guerra con Estados

Unidos. O casi nadie. En 1896, uncongreso católico pidió la ayuda deSantiago, pero, visto que el viejomatamoros no dio señales de vida porlos alrededores de la ciudad homónima,ni en ningún otro campo de batalla,habrá que suponer que su apoyo santo noinfluyó demasiado. El papa León XIIIbendijo a los ejércitos españoles, peroesto tampoco parece que fuera muyefectivo contra las balas y lasenfermedades. Finalmente, en 1898, elpapa se ofreció como árbitro entreambos países, pero no sirvió de nada,principalmente porque nadie se molestóen consultar con los cubanos[28].

Lejos de ofrecer ayuda, laspotencias europeas hacían cola paraaprovecharse de la derrota de España.Los británicos, por ejemplo, planearonhacerse con toda la bahía de Algeciraspara ampliar su soberanía sobreGibraltar a las zonas adyacentes y exigirel desmantelamiento de toda artillería enla zona del alcance del peñón.Británicos y franceses esperaban quetuviera lugar una redistribución de lascolonias, así que la esperanza de Españade obtener ayuda de las dos grandespotencias europeas resultó un tremendoerror[29]. Los planes británicos requeríanque Estados Unidos ocupara Filipinas

además de Cuba, Puerto Rico y lasCanarias. En compensación, franceses yrusos se repartirían las islas Baleares,mientras que Inglaterra se haría con lasposesiones norteafricanas y estableceríaun protectorado informal sobre el restode España[30].

Cuando su aislamiento se hizoevidente, los españoles respondieroncon un sonoro «no importa». Losespañoles, con su peculiar genio para laguerrilla, se volvían realmentepeligrosos cuando se jugaban lasupervivencia, así que mejor ir solos. Laactitud popular, tal y como la resumíaFernández-Rua, era: «¿Qué los Estados

Unidos quieren la guerra? Pues venga enbuena hora, que a quien supo derrotarlos ejércitos de Napoleón poco leimporta MacKinley»[31]. A losespañoles se les ocurrieron ideasdisparatadas para sacar dinero para lacausa: el ilusionista Doctor Fittini, porejemplo, ofreció hacer una gira y donartodo lo recaudado al Ejército, una señalno sólo de patriotismo, sino también deque la gente era consciente de cuántonecesitaba el Gobierno fondos para laguerra de Cuba. Los toreros y picadoresde Madrid quisieron celebrar unacorrida patriótica y donar larecaudación al Ejército español; José

Crespo planeaba producir sus propiasobras de teatro y enviar el dinero a losveteranos y a las viudas de guerra. El 2de abril de 1898, una carta de un lectorde Granada al director de El Imparcialincluía cinco pesetas como ayuda paralos heridos. «Hay mucha genteesperando que El Imparcial pida dineropara barcos de guerra», decía la carta,«porque de otros no se fían, si sonpolíticos menos» a la hora de usar esosfondos para adquirir barcos deguerra[32].

A falta de dinero, abundaban losllamamientos a la intervención divina.Una mujer que se llamaba a sí misma

«María la Loca» pensaba que podíainvocarse la ayuda divina para salvarCuba. Esta mujer escribe al rey deEspaña y lo emplaza —aunque era sóloun niño— a que, junto a otros miembrosde la casa real, lidere una santa cruzadapara redimir a «la raza del Cid». Deactuar así, decía, el favor divino traeríala victoria, como ocurría en losromances caballerescos que habíaleído[33]. Otros ofrecían unas másprácticas «armas secretas». Una cartaescrita en junio de 1898 por un profesorde primaria al director de El Imparcialincluía una oferta sorprendente: elprofesor decía tener un colega que

también era inventor y que podía ofrecerdos dispositivos a la Marina española.En primer lugar, había diseñado unoschalecos salvavidas mucho mejores quelos que usaban los españoles. Elsegundo invento era un pequeñosubmarino, tan barato que por el preciode un barco se podría fabricar unaescuadra completa, «suficiente paravencer las más poderosas escuadras»enemigas[34]. Sin duda, a la Marinaespañola le hubieran venido bien ambosinventos, especialmente el primero, peroera demasiado tarde. El 1 de mayo, elalmirante George Dewey habíaaniquilado a la escuadra asiática

española, en la bahía de Manila, y, enjunio, dos escuadras norteamericanastrataban de dar caza al resto de la flotaespañola en el Atlántico.

Incluso tras la derrota de Manila, lagente que acudía a misa en la catedral deMadrid escuchaba atentamente unossermones que alababan la capacidad derecuperación y de lucha de losespañoles. Las noticias de la derrotanaval circulaban por todas partes, pero,para la creencia popular, estecontratiempo no afectaría a ladeterminación de las fuerzas españolasde tierra en Filipinas y Cuba. Ellosaguantarían y mostrarían a los

americanos cómo se lucha hasta el fin.Se comparaba 1898 con 1808, cuandolos españoles se habían levantado contraNapoleón en Madrid, Zaragoza, Gerona,Sevilla y otras ciudades. Era unacomparación común: en julio, al conocerque los americanos habían rodeadoSantiago, Blanco dijo: «somosdescendientes de los inmortalesdefensores de Gerona y Zaragoza»,posiblemente esperando que losciudadanos y soldados de Santiago sedefendieran a cuchillo casa por casa delas tropas estadounidenses. Resultó queSantiago no era Zaragoza, y creer quepodía serlo no era más que una fantasía.

En esto parecían concentrarse losespañoles durante la primavera de 1898:en fantasear[35].

A veces el patriotismo se mezclabacon amenazas veladas a un Gobierno alque muchos consideraban demasiadodébil como para hacer frente a lasamenazas de Estados Unidos. LeopoldoBararille Corral, un estudiante deCiudad Rodrigo, expresaba bien estossentimientos en un poema, en partelamento, en parte bravata y en parteambigua amenaza: «Tu gloria acabó enla Tierra / Finis Hispania pondré / en uncartel/ si al yanqui / no le declaras laguerra. / Porque está el león dormido / y

si despierta… hay de ti»[36].Se han hecho algunos intentos de

demostrar que, en realidad, losespañoles no tenían ninguna confianza enla victoria[37], pero este argumento no hasido corroborado con testimonios y, dehecho, resulta difícil encontrar en laEspaña de la época signos de oposicióna la guerra. Las cifras de deserciones yevasiones del servicio militar fueronsignificativamente bajas, e incluso seredujeron entre 1895 y 1898[38]. Algunosestudiosos sostienen que elnacionalismo español emergió sólo apartir de 1898, y que el apoyo popular ala guerra era un invento de la prensa

monárquica[39]. Aunque pudiera haberalgo de cierto en este argumento, nodebe exagerarse su importancia. Debidoa la manipulación y a la censura que elGobierno hizo de la opinión popular enEspaña, resulta difícil formarse una ideasiquiera aproximada de la popularidadreal de la guerra. Aun así, en 1898, y apesar de las preocupaciones de lospolíticos monárquicos, lainsubordinación y los motines —tancomunes entre las «patrióticas» tropasfrancesas y alemanas durante la PrimeraGuerra Mundial— no tuvieron sucontrapartida entre las tropas españolasen Cuba. Los disturbios internos que se

produjeron en 1898 estuvieronrelacionados con la terrible sequía queasoló los campos y con los altos preciosde los alimentos; no se trataba deprotestas contra la guerra.

Fuera cual fuese la popularidad dela guerra con Estados Unidos, losespañoles tenían al menos algunosmotivos de confianza. La armadaestadounidense, con apenas veinticincomil hombres, no podía constituir unaamenaza seria para los ciento cincuentamil españoles que permanecían en Cuba,o eso se pensaba. Asimismo, losespañoles poseían un rifle básicosuperior al de los americanos. Es cierto

que, con la creación de la fábrica dearmas del Ejército y el crecimiento delos fabricantes privados, como Colt, enla década de 1890, el Ejércitoestadounidense había empezado asolucionar el viejo problema de suinadecuada producción de armas.También habían empezado a fabricar unarma de primera calidad: una versióndel rifle de diseño sueco Krag-Jorgensen, que disparaba a granvelocidad, usaba pólvora sin humo ytenía un alcance apenas inferior al delMauser español. No obstante, elEjército carecía de fusiles de este tipopara los veinticinco mil soldados

regulares, y de munición para losmismos. Si la guerra hubiera duradounos meses más, el ejércitoestadounidense habría tenido que hacerfrente a una grave escasez de cartuchos.Sin duda, la industria nacional habríasido capaz de reaccionar y solucionareste problema, pero, al menos alprincipio, el arsenal de la Armada deEstados Unidos no parecíasuficientemente abastecido. El resultadoera que casi todos los voluntariosamericanos llevaban arcaicos riflesRemington y Springfield, que teníanpoco alcance y usaban pólvora negra,que delataba a los tiradores, los hacía

toser y los cegaba. Los españolesconocían estos problemas de losestadounidenses. De hecho, tras larendición española, el general Pandoprotestaba diciendo que el «podermilitar de los Estados Unidos no era, niaún es hoy, lo bastante fuerte ycimentado para imponer condiciones aEspaña ni a nadie»[40].

Por otro lado, la cruda realidad delpotencial militar de Estados Unidos sehizo evidente cuando el Congresoaprobó en marzo, sin problemas, unpresupuesto de cincuenta millones dedólares para la campaña que seavecinaba. Con destino a ésta, la

petición de McKinley de cientoveinticinco mil voluntarios se tradujo enun número superior al millón deaspirantes. Aunque, por supuesto, serechazó a la mayoría, de la noche a lamañana el Ejército estadounidensedisponía de un número de efectivos másque suficiente para luchar contraEspaña. Eran signos preocupantes, perolos norteamericanos seguían teniendoproblemas que justificaban cierto gradode optimismo en los españoles. Porejemplo, no disponían de suficientesoficiales para instruir a sus escasasfuerzas, y mucho menos para organizar yentrenar a un ejército de tamaño europeo

con tan poca antelación. De hecho, elEjército de Estados Unidos no habíainstruido a suficientes hombres para unabrigada (de cuatro mil a seis milhombres) en treinta años, y no tenía enabsoluto suministros operativos para unadivisión (de ocho mil a doce milhombres). Dicho claramente, losespañoles no estaban totalmenteequivocados al pensar que teníanposibilidades de derrotar a losamericanos en tierra[41].

Ésta es una de las razones por lasque los soldados de Cuba reaccionaronante la declaración de guerra con«alegría indescriptible». Odiaban a los

estadounidenses por haber ayudado a losinsurgentes de forma encubierta durantetres años y creían que, en una guerrafrontal con Estados Unidos, podríandemostrar finalmente sus auténticascualidades bélicas[42]. La creenciaespañola en su propia superioridad y enla debilidad de los americanos resultapintoresca vista con la perspectivaactual. En las batallas que tuvieron lugara las afueras de Santiago, unaametralladora Gatling valía más quetodo el arsenal de los españoles, y losamericanos tenían varias de estasdevastadoras nuevas armas, contraninguna de los españoles.

Y, finalmente, fue en el combatenaval donde los estadounidensesdemostraron disponer de una potenciade fuego infinitamente superior, que eraen lo que los españoles más confiaban,hasta los propios norteamericanos teníanciertas dudas sobre su superioridadnaval.

Según la interpretación convencionalde la guerra hispano-estadounidense enel mar, España, debido a su atrasoeconómico y cultural, tenía una marinaacusadamente desfasada y todo el mundosabía que los modernos americanos y sunueva armada serían los vencedores.Esta afirmación refuerza determinados

convencionalismos, como la fe en losdioses modernos, la tecnología y elprogreso; confirma la suposición casiuniversal de que los resultadoshistóricos —en última instancia, lo quesomos— son el fruto de un procesoinexorable llamado modernización yrefuerza unos prejuicios, muchas vecessubyacentes, relativos a la comparaciónentre la aptitud cultural de los puebloslatino y anglosajón. Los españoles sehabrían quedado atrás porque estaba ensu naturaleza hacerlo. Como latinos,tenían una mentalidad «medieval» queles incapacitaba para ganarse un lugarentre las naciones modernas. Estados

Unidos, por el contrario, era elparadigma de la modernidad y delprogreso tecnológico. La derrota deEspaña a manos de Estados Unidos era,por supuesto inevitable, una historia conecos de Prometeo, un paso necesariopara llegar a lo que el país es hoy.

Pero, de hecho, el desequilibriofundamental entre las fuerzas navalesamericanas y españolas no era el frutode un determinismo inexorable, sino dela serie de decisiones políticas ytécnicas tomadas por uno y otro país enlos diez años anteriores a la guerra, yque se habían visto traducidas en dosArmadas bien diferentes, muchos veían

ya entonces la disparidad de talesdecisiones.

En la década de 1870, EstadosUnidos tenía una armada de tercera yprobablemente hubiera sido inútil contrala de España, incluso cuando ésta seencontraba en un estado dedecadencia[43]. Los americanos siemprehabían confiado en la idea de unaarmada de «agua marrón», esto es,pequeños barcos para defender la costay los estuarios de los ríos del país.Luego, una serie de nuevas tecnologías—los motores de vapor con una mejorcombustión del carbón, los cascos deacero y la artillería más potente—

produjeron una revolución en el diseñode los barcos. Gran Bretaña habíacomenzado la era de los acorazados deacero y Estados Unidos pronto siguió suestela. En 1883, el Congresoestadounidense autorizó la construcciónde los primeros barcos con casco deacero del país: tres cruceros y un navíode transporte, los llamados ABCD acausa de sus nombres (Atlanta, Boston,Chicago y Dolphin). Un año después, elcomodoro Stephen B. Luce fundó elInstituto de Guerra Naval, para formar ala nueva generación de oficiales en laguerra marina. El vicepresidente delinstituto, Alfred Thayer Mahan,

convirtió la institución en una tribunanacional desde la que reivindicar lanueva armada de «agua azul» y susgrandes acorazados, algo que él creíafervientemente necesario para queEstados Unidos se convirtiera en unagran potencia. La influencia de Mahanabarcó toda la edad de oronorteamericana y Roosevelt, Lodge ymuchos otros se convirtieron en«mahanitas». En 1890, uno de losadmiradores de Mahan, el secretario dela Armada Benjamin F. Tracy, solicitóun ambicioso programa de construcciónnaval y el Congreso contestóautorizando la construcción de nueve

naves de gran tamaño para el curso delos años siguientes[44].

Era necesario contar esta pequeñahistoria porque destaca a la perfecciónlo novedoso de la flota americana en1898. Muchos de los barcos de laarmada estadounidense todavía nohabían sido probados y tanto losoficiales como la marinería carecían deexperiencia. Aparte de Mahan y delpuñado de hombres que habíanpromovido la nueva flota, nadie sabíaqué esperar de ella, ni en EstadosUnidos ni en ninguna parte del mundo.El poder de la armada norteamericana,que hoy sabemos impresionante para la

época, era desconocido para suscontemporáneos, incluso para losespecialistas en asuntos navales. John D.Long, secretario de la Marina durante laguerra hispano-estadounidense,recordaba cómo, hasta 1898, la flotaespañola «parecía formidablecomparada con la nuestra. Las batallasde Manila y Santiago» fueron las quedemostraron a todos que esto no eraexactamente así[45].

España inició la década de 1880 conuna marina de guerra casi tan inútilcomo la de Estados Unidos[46]. Ungabinete liberal reformista propuso unproyecto a largo plazo para crear

astilleros privados modernos, donde sepudieran construir barcos de acero denueva generación. El primero de estosastilleros, La Carraca, fue inaugurado enel puerto de Cádiz para trabajar concontratos oficiales. Los liberalesquerían impulsar la economía, formar aingenieros y mecánicos y hacer deEspaña una fuerza naval a largo plazo.En 1885, el ministro de Marina, JuanBautista Antequera, envió al Congresoespañol un proyecto de ley que habríaproporcionado a La Carraca y a otrosastilleros contratos para construir docenuevos acorazados y otros navíos, en unprograma que duraría diez años y

costaría 231 millones de pesetas.El plan no llegó a buen puerto por

varios motivos. En primer lugar, losGobiernos de España cambiaban a losministros de Marina con más asiduidadde lo debido, casi como un juego. Y dehecho, eso es lo que era, en cierta forma,la política de la Restauración: un juego.Entre 1876 y 1898, España tuvoveintiséis ministros de Marina; muchosde ellos iban y volvían cuando ya otrohabía enmendado sus planes, y estoacabó con cualquier posibilidad decontinuidad en la planificación yejecución de los planes de construcción,fundamental para la creación de una

armada. Como era de esperar,Antequera cayó en desgracia y un nuevoGobierno echó por tierra sus planes.

En segundo lugar, el Gobierno deEspaña no tenía los fondos necesarios.Este problema afectó a Madrid durantetodo el siglo XIX, pero fueespecialmente acuciante en la década de1880. En medio de una larga depresiónmundial, el Gobierno español no podíapermitirse ser tan ambicioso comoesperaba Antequera. Es más, la falta dedinero se producía justo cuando eldiseño de los barcos experimentaba unadrástica transformación. Ha habidoacorazados y portaaviones antiguos de

la Guerra de Corea, que aún estuvieronen buen uso para la Guerra de Iraq, yalgunas naves de madera del siglo XVIIIsucumbieron a los gusanos y a laputrefacción sin haberse quedadoobsoletos; sin embargo, el ritmo de laevolución tecnológica en el diseño debarcos a finales del siglo XIX fue tanrápido que un barco podía pasar devanguardista a anticuado en el tiempoque se tardaba en construirlo. Porsupuesto, en este contexto, losGobiernos se lo pensaban antes deinvertir en una nueva generación degrandes barcos y los países más pobres,como España, se arriesgaban a esperar

unos años hasta que se estabilizara eldiseño naval, en especial el blindaje ylos sistemas de armamento. Una apuestaque perdieron, como sabemos, pero queno era resultado de una especial«irracionalidad» o mentalidad«medieval» por parte de España. Entercer lugar, y ahondando en el problemade los recursos, el Ejército y la Armadacompetían en España por los fondosdisponibles, y fue el Ejército quienganó, ya que resultaba fundamental paramantener la paz interna en España.

En cuarto lugar, España se habíaalineado con la teoría de la guerra navalde la jeune école francesa que se

asociaba al trabajo del almiranteHyacinthe-Laurent-Théophile Aube. Estaescuela se mofaba de las ideas deAlfred Thayer Mahan y su teoría de lamarina de agua azul, que era la seguidaen Gran Bretaña y en Estados Unidos.Mientras Mahan predecía que las futurasbatallas navales se decidirían porgrandes acorazados disparando agrandes distancias en alta mar, losseguidores del almirante Aube pensabanque las armadas del futuro seríanpequeñas. Para ellos, los acorazadosserían como dinosaurios perseguidospor rápidas lanchas y destructores yfáciles objetivos para los torpedos, una

nueva arma de finales del siglo XIX queen general tendía a ser sobrevalorada.La teoría de Aube venía a decir que lospaíses pobres, como España, no debíanimitar los programas de construcciónnaval de Gran Bretaña o de EstadosUnidos. Los nuevos acorazados no sóloserían demasiado caros, sino queademás estarían mal concebidos, ya quepor el precio de uno de ellos se podríaconstruir una escuadra completa delanchas torpederas, pequeñas y frágiles,pero rápidas y armadas con torpedosmortales. La guerra naval del futurosería una especie de «guerrilla en elmar», como insistía la comisión

española encargada de actualizar laarmada. El torpedo era un «arma queequilibra hoy las fuerzas de los débilescontra el poder de las escuadrasacorazadas»[47].

A finales de la década de 1880, enun momento en que la propia Franciahabía abandonado la teoría de Aube, losexpertos navales españoles empezaban acreer en ella fervientemente[48]. En larevista casi oficial de estrategia navalLa Correspondencia de España, ciertosartículos empezaban a alabar lasuperioridad de las «fuerzas ligeras»,esto es, el uso de lanchas torpederas ycruceros ligeros contra los

acorazados[49]. El ministro de Marina,Rafael Rodríguez Arias, presentó en1887 un proyecto para construir cientoveinte lanchas torpederas y oncecruceros de mayor tamaño, rápidos ycon blindaje ligero. El plan nocontemplaba la construcción de ningúnacorazado. En resumidas cuentas, ydebido a diferentes motivos, en nadarelacionados con el atraso secular deEspaña ni con la modernidad de EstadosUnidos, la armada de España era de uncarácter muy diferente a la de losnorteamericanos.

Hasta 1898, la teoría de la jeuneécole sólo había sido puesta a prueba en

una ocasión. En 1894, en la batalla deYa-lu, una flota de acorazadosjaponeses había destruido una flotachina constituida por cruceros y otrosbarcos pequeños, haciéndolos volar agran distancia antes de que los chinospudieran acercarse lo suficiente comopara causar el más mínimo daño.Algunos observadores se habían dadocuenta de las implicaciones: loscruceros ligeros, los destructores y laslanchas torpederas eran inútiles contralos acorazados. Sólo unos barcos con unbuen blindaje podían soportar laartillería naval moderna. Unos pocosexpertos, entre ellos el director de la

sección de ciencia de El Imparcial,entendieron la lección de Ya-lu, pero noasí el Gobierno[50].

La mayor parte de los expertosnavales no sacaron conclusionesgenerales de la experiencia de Ya-lu. Enprimer lugar, nadie podía afirmar queese caso no fuera excepcional y, porotro lado, pensaban que ni la escuadrachina tenía la calidad de la española, nilos marinos chinos eran tan buenos comolos españoles. De cualquier manera, uncombate entre asiáticos al otro lado delglobo no podía considerarse un desafíoserio al paradigma naval de los blancoseuropeos. El racismo y la arrogancia

cultural, en este caso, sirvieron paraocultar a los españoles —y a muchosotros europeos— la evidente lección deYa-lu. En 1895, Felipe Navascués, unpopular escritor de temas militares,seguía pensando, aun conociendo losdetalles de Ya-lu, que los crucerosrápidos y numerosos eran el armaidónea para combatir en la «guerracomercial del futuro» que anticipaba.Podrían bloquear puertos enemigos yhundir barcos mercantes civiles,paralizando su economía y forzando asísu rendición. Los acorazados seríandemasiado grandes y poco numerosospara llevar a cabo esta tarea, y no

podrían resistir el ataque de laspequeñas lanchas torpederas[51].

La fe española en sus lanchastorpederas tenía su contrapartida en elobsesivo miedo que sentían losestadounidenses de unas embarcacionesante las cuales, pensaban, su armadapodía ser extremadamente vulnerable.¿Quién podía asegurar que la jeuneécole no tenía razón después de todo?En 1898, Henry Cabot Lodge se quejabaamargamente ante el Senado y elpresidente McKinley de la pocapreparación de Estados Unidos: «SeñorPresidente, si a día de hoy tuviéramos,como deberíamos, veinte acorazados y

un centenar de lanchas torpederas, nuncahabría habido una cuestión cubana;hubiéramos estado preparados y con lafortaleza necesaria para haber agarradoa España por las solapas y haber dicho:‘detente’; y la contienda hubiera estadotan fuera de lugar que nunca se habríaproducido. Pero, señor Presidente,principios más conservadoresprevalecieron y no disponemos de lagran armada que deberíamos tener»[52].Analizando con cuidado las palabras deLodge, se puede llegar a variasconclusiones; entre ellas, que noconsideraba que la posición de Españafuera desesperada y que tenía a las

pequeñas lanchas torpederas en altaconsideración.

Otros oficiales de la Marinanorteamericana compartían estapreocupación por las lanchastorpederas. El capitán French EnsorChadwick opinaba que los furtivosespañoles usarían sus torpedos en unataque sorpresa para destruir losgrandes cruceros estadounidenses, comoaparentemente habían hecho con elMaine[53]. Richmond Pearson Hobson,uno de los principales expertos entecnologías navales, publicó en mayo unmemorándum para el almirante WilliamT. Sampson en el que le advertía de que

la flota era especialmente vulnerable alataque con torpedos[54]. De hecho, fueeste miedo el que hizo que Hobsonllevara a cabo en junio su famoso intentode bloqueo de la boca del puerto deSantiago, acontecimiento que veremosmás adelante. A Charles E. Clark, quecapitaneó el Oregon en su épica travesíadesde la costa oeste hasta el Caribe porel Cabo de Hornos, le preocupaba unataque de la lancha torpederaTemerario, que se sabía que navegabapor la costa de Chile o Argentina[55].Así, cuando España envió a seis de susnaves —híbridas de destructor y lanchatorpedera— a las Canarias como

preparación de las hostilidades, losoficiales norteamericanos seobsesionaron con localizarlas ydestruirlas[56]. Washington temía enviartransportes de tropas a Cuba hasta quese confirmara la localización de losbarcos españoles. Era sólo porprudencia, pero retrasó la invasión deCuba varias semanas.

Al igual que sus oficiales, losmarineros estadounidenses tenían unagran confianza en la capacidad de suspropios destructores para derrotar a losbarcos españoles de mayor tamaño, perotemían a las lanchas torpederas. HenryWilliams era un alférez a bordo del

Massachusetts, uno de los mejoresacorazados de la flota estadounidense.Junto a los acorazados Texas e Iowa yalgunos barcos de menos tamaño, elMassachusetts formaba parte de lallamada escuadra volante, al mando delcomodoro Winfield Scott Schley. Estaescuadra, estacionada en HamptonRoads, Virginia, partió para Cuba afinales de abril. En la abundantecorrespondencia que mantuvo con supadre, Williams anotaba cada detalle dela vida a bordo de la nave, y su obsesiónera el miedo, que todos compartían, alos torpedos españoles. Tras bloquear elpuerto de Matanzas la noche del 21 de

mayo, la tripulación tomó «todas lasprecauciones posibles contra ataques detorpedos y hubo una vigilanciaconstante. Todos los cañones estáncargados, con las dotaciones prestas ycon focos. Hacemos las guardias conprismáticos nocturnos todo el tiempo»;se sentía, por tanto, confiado en poderdetectar a una lancha torpedera contiempo de evitar lo peor. Aun así, elmiedo a los torpedos provocabaconstantes alarmas y fatigaba a lastripulaciones de la escuadra volante[57].

El 29 de mayo, Schley supofehacientemente que la flota españolaestaba en Santiago y estableció el

bloqueo de esta ciudad. «Tenemosembotellada a la flota española aquí»,escribía a su padre el 30 de mayo.También predecía su destrucción,

«[…] a no ser que alguna lanchatorpedera logre salir y dispararnos denoche. Nos afanamos en buscar laslanchas torpederas. Tenemos alMarblehead y al Vixen costeando ytratando de localizar lanchas torpederasy esperamos que llegue algo más deayuda en esta tarea; nos quita un granpeso y es prácticamente la únicasalvaguarda contra ellas. La nochepasada, el Vixen hizo sonar la alarma detorpedo (dos bengalas rojas y unaverde), encendimos nuestros focos deinmediato y nos dirigimos al cuartel

general. Yo acababa de volver, pueshabía realizado la guardia central.Realizamos dos disparos para hacerlessaber que estábamos despiertos y otrosbarcos se acercaron a gran velocidad aeso de las 10.30».

El incidente quedó en nada; loshombres del Vixen, en alerta ante laposibilidad de un ataque con torpedos,habían visto el humo y escuchado elsonido de un motor de vapor que alguienestaba usando cerca de la playa y, conórdenes de estar en alerta máxima antela posibilidad de un ataque español contorpedos, supusieron que se trataba deuna lancha torpedera.

Esta preocupación por los ataquescon torpedo fue la causa de una serie deincidentes nocturnos en los que algunosbarcos pequeños estadounidensesresultaron dañados por fuego amigo. Unremolcador contratado por un periódicode Nueva York se aproximó a uno de losbarcos de noche y le faltó poco para irsea pique. El capitán del remolcadorcomunicó el incidente, pero, lejos deprovocar simpatía, fue objeto de lasburlas de los marinos por haberasustado a todo el mundo. «Mal lollevan si se dedican a navegar denoche», escribía Williams, «cuando esseguro que se les disparará. Hay

demasiadas torpederas como para quenos paremos en ceremonias».

El 8 de junio, Williams escribe denuevo acerca de su miedo a las lanchastorpederas españolas. Ese «algo más deayuda» a la que aludía anteriormente sehabía convertido en un sólido cordónentre las grandes naves norteamericanasy la boca del puerto de Santiago. Losveloces barcos exploradores disponíande pequeños cañones para repeler a laslanchas torpederas, pero Williamsseguía pensando que los acorazados lopasarían mal si les atacaban en laoscuridad: «Son las lanchas torpederaslo que más nos preocupa. Las noches de

guardia, tenemos los nervios en plenatensión por esta causa. Si alguna noslocaliza, sólo tendrá que dispararnos ymarcharse». También informaba acercade dos torpedos que «habían sidorecogidos flotando. Se cree que fuerondisparados […] durante uno de nuestrosnumerosos ataques con torpedos. Encualquier caso ahí están, y nosotros nodejamos de prestar atención a todo loque flota». Los americanos recogieronestos peligrosos objetos del agua. El 15de junio, Williams recibe la orden depresentarse a bordo de uno de losbarcos que realizaban la tarea demantener a raya a las lanchas

torpederas. Es en este momento cuandoconoce que toda la alarma era exageraday que los españoles, de hecho, noestaban atacando por las noches contorpedos. «Tienen una gran cantidad delanchas torpederas», comentaba, «elporqué de que no intenten atacar por lasnoches, no lo entiendo».

De hecho, los españoles sólodisponían de unas pocas lanchastorpederas en Santiago, ya que muchasde ellas estaban en reparación o nohabían logrado cruzar el Atlántico. Lasdisponibles en Santiago tampoco servíanpara demasiado: el 31 de mayo, Plutóny Furor, destructores rápidos armados

con torpedos, intentaron salir del puertoy atacar la escuadra de Sampson, pero,ante el intenso fuego estadounidense, nolograron acercarse lo suficiente comopara disparar. El 16 de junio, un barcoespañol logró salir del puerto el tiemposuficiente para disparar un únicotorpedo al barco explorador Porter,pero el torpedo se desplazaba tanlentamente que un alférez pudo tirarse alagua, nadar hacia él, desactivarlo eizarlo a bordo. El 22 de junio, el Terrorsalió de San Juan de Puerto Rico paraatacar al St. Paul, pero sólo consiguiósaltar en pedazos ante los grandescañones del barco estadounidense, sin

poder situarse a una distancia adecuadapara usar sus torpedos.

En resumidas cuentas, los torpedosse demostraron menos temibles de loesperado. Esta misma conclusión esaplicable a las lanchas torpederasnorteamericanas. El 11 de mayo, laWinslow bombardeó Cárdenas, pero unleve cañoneo procedente de las bateríasde costa hizo estragos en ella, matando acinco marineros e hiriendo a cinco másde una tripulación de veintiuno. Lasarmas de la Winslow, por su parte, nolograron causar apenas daño. Fueronactuaciones de este tipo las que llevaronal Boston Herald a afirmar que «ni una

sola lancha torpedera ha provocado elmás mínimo daño a los españoles». Hayque hacer notar que, a pesar de todas lasprecauciones que tomó Sampson contralas lanchas torpederas españolas, nuncase planteó seriamente usar sus propiaslanchas en el bloqueo de Santiago[58].

Contra su propio interés, Españademostró que Mahan, y no Aube, teníarazón. Las lanchas torpederas no iban aafectar al transcurso de la batalla navalde Santiago, como veremos pronto, peronadie lo sabía hasta que se produjo.Todo el mundo dudaba del resultado delcombate. En palabras de una de lasprincipales autoridades de la historia

naval de España: «En 1898, lainferioridad naval de España encomparación con Estados Unidos sóloera obvia para unos pocos observadoresexcepcionalmente bien informados»[59].En mayo y junio de 1898, los españolesrazonables aún podían albergar ciertaesperanza de derrotar a la flotaestadounidense.

Para España, el mantenimiento yaprovisionamiento de los barcos queposeía era un problema. La mayoría delos barcos que había en Cuba en 1898tenía algún tipo de defecto. En enero,Blanco se quejaba de que la mayor partede sus naves se encontraba en dique

seco y en reparación. A algunos barcosde Cervera les faltaba parte de suarmamento o habían sufrido daños en lossistemas de propulsión y no eran másque lentas carracas[60]. En todas lasunidades faltaban obuses de artillería ysus tripulaciones no podían practicar eltiro, lo que hacía a los barcos españolesmucho menos aptos para la batalla[61].

Todos estos problemas también eranresultado de las decisiones tomadas porlos líderes políticos y militares y nocarencias seculares de la idiosincrasiaespañola. En la década de 1890, losministros, más preocupados por resolverlos problemas inmediatos que por el

desarrollo a largo plazo de una industrianaval, decidieron comprar barcos en elextranjero, en lugar de realizar contratoscon los ineficaces y pocoexperimentados constructores españoles.Ésta es la razón por la que Españacarecía de astilleros modernos en 1898.

El astillero de La Carraca, en Cádiz,era el mejor y más nuevo y, aun así, eraun desastre. En una serie de artículospublicados en octubre de 1896 en ElLiberal, se narraban las tribulaciones deLa Carraca durante la botadura del grancrucero Princesa de Asturias. Diseñadopara barcos de dos mil toneladas, elmuelle se hundió lentamente bajo el

peso de las siete mil toneladas delPrincesa. Esto hizo que la rampa debotadura dejara de tener suficientecalado. En lugar de deslizarlosuavemente hasta el mar, el Princesatuvo que se izado el día de su botadura,el 8 de octubre. La proa salió del puertoy quedó suspendida en el aire sobre elagua, para decepción de la multitud quese congregaba en torno al emocionanteacontecimiento. Este osado ejercicio deequilibrio duró más de una semana,hasta que la parte sin apoyo del barcoempezó a separarse por las junturas acausa de su propio peso. Finalmente,una marea inusualmente alta resolvió la

situación el 18 de octubre: el barco cayóal mar en plena noche, bajo la atónitamirada de unos pocos trabajadores.

Resulta interesante ver cómo losdirectores de El Liberal explicaban lachapuza de la botadura del Princesa.Era, decían, emblemática de «nuestraimprevisión característica» comopueblo. España sufría, según El Liberal,de una «terrible enfermedad crónica»que abocaba a la nación a «una malamuerte». Los errores concretos de LaCarraca se convirtieron en símbolo delos problemas nacionales. Retomando lafamosa frase del escritor satíricoMariano José de Larra, pero sin nada de

su ironía, el periódico decía a suslectores que las botaduras fallidas, laspruebas insatisfactorias y el que laproducción fuera lenta en los astilleroseran de esperar, que eran «cosas deEspaña», como si los españoles fueranpor naturaleza incapaces de construir unbarco moderno[62].

¿Por qué molestarse, entonces, endesarrollar equipos de ingenieros ymecánicos españoles? Resultaba másfactible comprar barcos en el extranjero,donde se fabricaban con mucha mayoreficacia. Esto, desde luego, no impidióque, en 1895, el mejor de los barcoscomprados fuera de España, el Reina

Regente, de fabricación británica, sehundiera a causa del mal tiempo. En1898, el mejor buque de la armadaespañola era el Cristóbal Colón. Habíasido fabricado en Italia, y bien podía serel barco mejor blindado de ambasarmadas. En 1898, se estaba reparando yreacondicionando, pero los españolesesperaban terminar pronto con estastareas y tenerlo preparado en caso de unconflicto con Estados Unidos. Encualquier caso, unos problemas técnicosrelacionados con algunos sistemas delarmamento hicieron que los trabajos seretrasaran y, finalmente, el barco fuecaprichosamente reclasificado como

destructor —quizá esperando que esto lohiciera más útil— y despachado aCervera. Pero su artillería pesada nofuncionaba.

Los norteamericanos también teníanalgunos destructores con problemas. Eraun momento de incesantes cambios en eldiseño de los barcos, y los nuevosnavíos necesitaban frecuentes arreglos yreacondicionamientos en dique seco, unimperativo tecnológico que la Armadaestadounidense no podía ignorar.Algunos de los barcos norteamericanosno tenían un gran blindaje en proa ypopa, ni la artillería ligera adecuadapara defenderse de las lanchas

torpederas. La frecuencia de disparo dela artillería pesada era lenta (un disparocada diez minutos de promedio) y pocoprecisa. No podía disparar en salvas,como lo harían los grandes acorazadosen el futuro. De hecho, la artilleríapesada estaba concebida para dar ungolpe de gracia a corta distancia, unavez que las armas medianas hubieranhecho el trabajo de inmovilizar al barcoenemigo. Los tubos lanzatorpedosestadounidenses tenían un únicoproyectil cada uno, mientras que losespañoles tenían tres. Los crucerosespañoles tenían ocho tuboslanzatorpedos, un número superior a lo

habitual en los barcos americanos. Unestudio neutral realizado por expertosbritánicos, franceses y alemanespredecía que los españoles derrotarían alos norteamericanos si los barcosespañoles, más pequeños, lograbanatacar de noche y a poca distancia de losacorazados estadounidenses[63].

Como siempre, la propagandaespañola exageraba este tipo de estudiosindependientes, y presentaban unasituación en exceso optimista. Unnúmero de Blanco y Negro de marzo de1898 comparaba las dos armadas yllegaba a la conclusión de que laestadounidense podía ser ligeramente

superior a la española, pero que estadiferencia se compensaba con losmarinos españoles, que estaban «a ciencodos de ellos»[64].

Esta reconfortante fantasía se hizomás difícil de mantener después del 1 demayo. Ese día, el almirante GeorgeDewey, tras viajar desde su puesto enHong Kong, entró en la bahía de Manilacon seis barcos, cuatro de ellos crucerosde casco de acero y cubiertas protegidascon planchas de blindaje. El almirantePatricio Montojo disponía de sietebarcos en su escuadra, pero ningunoestaba protegido y el mayor de todos, elCastilla, era de casco de madera. Es

más, los cañones de ocho pulgadasamericanos podían disparar sobre losespañoles a una distancia segura, ya quelos españoles carecían de un armaequivalente y, además, muchos de loscañones españoles eran de avancarga,inútiles en una batalla naval moderna. Elencuentro dio comienzo a las 5.40 de lamañana, con la famosa orden alcomandante del buque insignia Olympia:«Puede abrir fuego cuando esté listo,Gridley». Desde una prudente distancia,los barcos americanos hicieron pedazosa la escuadra española. Los españoleslograron acertar algunas veces cuandoDewey se arriesgó a acercarse a sus

maltrechos barcos, pero sin causardaños de relevancia. No hubo bajasentre los marineros estadounidenses ysólo nueve resultaron heridos. Fue unode los combates navales más desigualesde la historia, pero lo peor aún estabapor llegar[65].

En España se debatía ahora la ideadesesperada de combatir comocorsarios, esto es, plantear una versiónmarina de la guerrilla contra losmercantes norteamericanos; con ello, secreía, se paralizaría al gigante, que severía obligado a firmar la paz[66]. Seadmitía, de facto, que probablemente, enuna contienda abierta entre grandes

barcos, la tecnología estadounidensesería muy superior, por eso, esta otraforma hacer la guerra en el mar podíaconvenir más a los españoles. Españapodría atacar a los navíos mercantesnorteamericanos e infiltrarse en lospuertos orientales para sembrar el caos.Este tipo de acciones aprovecharían nosólo el supuesto talento innato para laguerrilla de los españoles, sino tambiénel tipo de barcos que estos tenían. En laera del acorazado, y antes de la era delsubmarino, el resultado de una guerracorsaria en alta mar era una incógnita,pero no una idea absurda, tan sólo algoque aún no se había intentado. Había

comenzado la era del acero, y losoficiales de todas las Armadas, incluidala británica, tardaron en acostumbrarseal nuevo escenario de la guerra en elmar. Por ejemplo, resulta notable,aunque poco conocido, que losbritánicos siguieran equipando susbarcos con ganchos de abordaje en1905, y que entrenaran a los marinospara abordar navíos enemigos y lucharcuerpo a cuerpo. En consecuencia, elconcepto de guerra corsaria contraEstados Unidos puede haber sido unaseñal de desesperación, pero noproducto de ningún atraso peculiar porparte de los españoles.

Así pues, antes de Manila, e inclusodespués de esta derrota, unacomparación racional de las fuerzasnavales de Estados Unidos y de Españaotorgaba a los españoles cierto margenpara la victoria. Sus deficiencias eran elresultado de decisiones previsibles,pero incorrectas, de sus expertosnavales. Después del 1 de mayo, losobservadores españoles seguíanpensando que «con nuestros aguerridos ydisciplinados marinos, Dios nosprotegerá y nos enviará días de paz y degloria para nuestra querida España»[67].Era en este momento cuando a lossoldados de Santiago se les entregaban

«unos álbumes iluminados dondeaparecía una fantástica cantidad debarcos», de los que España carecía,pero al menos «sirvió deengañabobos»[68]. El 7 de abril, elministro de la Guerra, Manuel Correa,entendiendo quizá la inutilidad decomparar la armada española con laestadounidense, comentaba: «¡Ojalá queno tuviésemos un solo barco! Ésta seríami mayor satisfacción. Entoncespodríamos decirles a los EE.UU., desdeCuba y desde la Península: ¡Aquíestamos! ¡Vengan ustedes cuandoquieran! […] ¡Aquí estamos, dispuestosa no perder ni un átomo de nuestro

territorio!»[69].En todos los estratos de la sociedad

española, la idea poco realista de símismos y del enemigo no podría habersido ni más completa ni más peligrosa.Tal y como un autor cubano decía pocodespués de la guerra, «Un pueblo que seentrega a tales locuras, bien puededecirse de él que es capaz de suicidarse[…] épicamente»[70]. Los españolesfueron a una guerra suicida deproporciones épicas, es cierto, pero enaquel momento no eran conscientes deello. Estaban engañados por su propiomito de guerrillerismo y por unas ideaserróneas acerca de la falta de carácter

de su enemigo, así como por la vanaesperanza de que los barcos rápidospudieran superar a los barcos grandes.

Pero ¿qué pasaba en Cuba? El 27 demarzo, un día antes de que McKinleyhiciera públicas las conclusiones deltribunal naval relativas al Maine,Ramón Blanco resumía la situación enCuba en un cable enviado a Madrid:«Nunca se ha presentado la campañabajo mejores auspicios que los queofrece en estos momentos», escribía.Según él, Máximo Gómez y losinsurrectos cubanos «sólo piensan enocultarse a nuestras columnas». Habíaenviado cinco columnas a oriente que

habían «arrojado al enemigo de susprincipales posiciones en la SierraMaestra y en la Chaparra; destruido sussiembras, sus industrias y recursos detodo género […] Calixto Garcíahuye»[71]. Igualmente, Máximo Gómez yotros líderes del movimiento deinsurgencia cubano sostenían que nuncahabían estado tan fuertes como en losprimeros meses de 1898. Los españolesestaban «haciendo maletas» y la victoriaestaba a la vuelta de la esquina. Larealidad de ambos ejércitos era biendiferente.

Los españoles sufrían terriblementepor las enfermedades y el hambre, como

durante toda la guerra. La moral se vioaún más dañada tras la destitución deWeyler, cuando la misión de losespañoles se redujo a esperar ysobrevivir, en lugar de combatir alenemigo. En cualquier caso, hasta ladeclaración de guerra de EstadosUnidos en abril de 1898, la condicióndel ejército español no era tandesesperada. El general Antonio Parejallegó a Guantánamo el 27 de diciembrede 1897 y dividió a quinientos cincuentahombres en tres columnas, que utilizópara destruir las casas y las cosechas defuera de las zonas de control español ypara construir una nueva trocha que

protegiera los ingenios y las granjas delas afueras de la ciudad. Los soldadosse habían convertido en jornaleros, unabuso que no era raro en el ejércitoespañol y, de cualquier forma, no habíaotra cosa que hacer. Entre enero y abril,Pareja no encontró resistencia por partede los insurgentes, así que tampocohabía tareas militares propiamentedichas que realizar[72]. Algunos cubanosempezaron incluso a plantearse hablarcon los españoles.

En los alrededores de Holguín, enfebrero de 1898, las fuerzas españolashabían desalojado once pueblos ociudades que se creían ocupadas por el

enemigo. Aunque tuvieron que hacerfrente a disparos de francotiradores, nohubo combates propiamente dichos[73].En marzo, estas tropas, así como lasfuerzas de Santiago y Manzanillo,lograron otras «conquistas» sobre unainsurgencia que apenas luchaba. Segúnel general al cargo, «las fuerzasinsurrectas de oriente tenían queabandonar sus centros principales yrefugiarse en Las Tunas, con sólo mildoscientos hombres de los cinco mil conque contaban en noviembre»[74]. Enenero de 1898, el regimiento de MáximoGómez incluía a ciento dieciséishombres armados y otros cincuenta y

dos oficiales y soldados sin armas, nisiquiera el equivalente a dos compañías.Durante ese mes sin apenas combates,sólo unos pocos murieron o fueronheridos. No obstante, cuarenta y doshombres habían desertado al enemigollevándose consigo sus armas paraentregarlas a cambio del perdón. Lasituación era peor en otros regimientos:el teniente coronel Antonio Jiménez, alfrente del regimiento de caballeríaHonorato, disponía sólo de ochenta ycuatro hombres a su mando, entre ellosalgunos individuos enfermos, heridos ydesarmados, demasiado pocos comopara entrar en combate[75]. Se mirase

donde se mirase, los insurgentes sehabían disuelto según la útil costumbredel Ejército Libertador durante losperiodos de ofensiva española y,simplemente, esperaban una situaciónestratégica mejor.

Y fue la declaración de guerra deabril la que la propició. De hecho, elalto el fuego español del 9 de abrilhabía cambiado la situación de losinsurgentes de forma drástica. En marzo,según un insurgente que combatía enMatanzas, los cubanos estaban viviendoen pantanos y se morían de hambre.Luego, con la tregua ofrecida el 9 deabril, de la noche a la mañana

descubrieron que los españoles ya noestaban. De repente, podían «acampar aquinientos metros de cualquierciudad»[76]. Dos semanas después, alsaber que Estados Unidos se había unidoa la refriega, los insurgentes de PuertoPríncipe salieron de sus escondites ycomenzaron de nuevo a «tirotear losfuertes de la trocha», que no había vistoninguna acción en meses. Estos hombres«aún llegaron a probar muchas vecesasaltar puntos del interior, lo cual obligóa reforzar la defensa y establecerpatrullas», según un oficial español. Laofensiva cubana «no nos dejaba ni dedía ni de noche, apareciendo de continuo

donde menos se la esperaba». La mayorparte del tiempo, los hombres de latrocha se empleaban en apagar incendiosen los campos de caña. Como erahabitual, los cubanos no infligierondemasiadas bajas, pero mantuvieronocupadas a las tropas en pesadas tareas,en una zona donde los mosquitos seguíancausando grandes daños. Tambiénhicieron lo que estuvo en sus manos paraevitar que llegara comida a lasciudades[77].

Blanco, y Weyler antes que él,siempre había esperado la intervenciónnorteamericana, o al menos eso sostuvodespués, igual que Weyler [78]. El 17 de

abril, y anticipándose a la declaraciónde guerra estadounidense, Blanco habíaordenado el repliegue de sus fuerzas deoriente, abandonando las posiciones devanguardia para hacer frente a laamenaza de un desembarco de losestadounidenses. Esto ayudó a losinsurgentes a rehacerse[79]. El este,«donde las partidas empezaban adividirse y apenas hacían frente anuestras columnas» durante el mes demarzo, vio como los insurgentes volvíana tomar la iniciativa en abril[80].

Por otro lado, los insurgentes bajolas órdenes de Gómez en la Cubaoccidental no tenían salvación. Cuando

el Gobierno Provisional cuestionó lainactividad de Gómez en la campaña deSantiago, éste se quejó al vicepresidenteDomingo Méndez Capote diciendo queno tenía ni oficiales, ni hombres, niequipamiento, ni comida y que no podíahacer nada para ayudar a García o a losestadounidenses en el este. Aunquemolesto, tenía la «conciencia tranquila»sobre esta inactividad y protestaba: «Nodaré una explicación a la opiniónpublica, pues yo no tengo la culpa de nopoder hacer más. Con un ejércitoimposible de movilizar y con generalesque no pueden, no se puede ir a ningunaparte». Gómez quería que el Gobierno

Provisional se desplazara al oeste paraque estuviera cerca de su cuartelgeneral, pero reconocía que, en lorelativo a cruzar la trocha, «no se puedeni plantear, al menos por ahora», porqueera infranqueable. Diez días más tarde,totalmente aislado, Gómez ordenó aalgunos lideres de oriente que cruzaranla trocha como pudieran, «aunque seacon las tripas en la mano». Les dijo quehabía pedido alimentos a losestadounidenses, que era lo que másnecesitaban sus hombres antes deconvertirse de nuevo en un ejército[81].Finalmente, Gómez recibió alguna ayudade Estados Unidos, aunque los

norteamericanos abortaron un plan paradesembarcar un gran envío desuministros cuando supieron que Gómezno podía proporcionarles la seguridadnecesaria en la operación[82].

La fuerza de los cubanos en oriente ysu debilidad en occidente tuvoprofundas consecuencias, ya que sirviópara determinar el lugar en el que seproduciría la invasión estadounidense.Ya el 7 de abril, el ministro de laGuerra, Manuel Correa, envió un cable aBlanco: «Sabemos de fuente interna enEstados Unidos que varios transportescon tropas están listos para salir dePunta Gorda y desembarcar en Santiago

Cuba protegidos por seis crucerosescuadrón Portugal. Los insurgentesayudarán en los puntos de desembarcocercanos a la ciudad»[83]. El escenariopara un enfrentamiento en Santiagoestaba preparado.

T

XVIII

El magnífico desastreras una lenta y penosa travesía delAtlántico, el almirante Cervera

eludió el bloqueo norteamericano deCuba y, el 19 de mayo, llegó a Santiagocon los mejores barcos de la flotaespañola. Escaso de carbón yperseguido por dos escuadrasestadounidenses, ambas superiores a lasuya, poco más podía hacer.

Los rumores de la presencia deCervera en Santiago alarmaron a

McKinley, ya que planteaba un posibleriesgo para los planes norteamericanosde desembarco de tropas en la zona[1].El comodoro Schley navegó haciaSantiago a todo vapor, confirmó lapresencia española el 29 de mayo einició el bloqueo total del puerto.Intentando evitar que se escaparaCervera, y al mismo tiempo protegersede una salida de lanchas torpederas, elalmirante Sampson decidió, el 3 dejunio, hundir el carbonero Merrimac enun estrecho paso al puerto. El fuego delas baterías de costa españolas evitó queel capitán Hobson hundiera su barco enel lugar adecuado, pero la valentía de

haberlo intentado lo convirtió en unpersonaje popular en Estados Unidos[2].

Algunos especialistas españoles yestadounidenses sostienen que Cerverase equivocó en su decisión de entrar enSantiago. Esta decisión, dicen,determinó que la invasiónnorteamericana se produjera en el este,una zona que los españoles nunca habíancontrolado y donde los cubanos almando de Calixto García podían ser demucha ayuda[3]. De hecho, los españolestenían menos fuerzas de lo normal en laregión, ya que Blanco acababa detrasladar tropas desde Santiago paraproteger los puertos occidentales de

Cárdenas, Cienfuegos, La Habana yMatanzas[4]. En el este, Blanco disponíade treinta y dos batallones, y en el oestede setenta y ocho, que además estabanen mejores condiciones y mejorabastecidos y pertrechados[5]. Losestudiosos especulan con la idea de que,si Cervera hubiera ido a cualquier otrolugar que no fuera Santiago, la campañaposterior se habría desarrollado en eloeste, con la ventaja del lado de losespañoles. Como no fue así, losnorteamericanos hubieron de enfrentarsetan sólo a la hambrienta y exiguaguarnición de Santiago, con lo que laderrota de España estaba asegurada.

Lo cierto es que este argumentocarece de sentido desde el momento enque los norteamericanos habíandecidido desembarcar en Santiago antesde saber de ninguna presencia naval allí.Como hemos visto, Blanco habíarecibido algunas indicaciones aprincipios de abril, antes de que EstadosUnidos declarara la guerra, que sugeríanque los estadounidenses estabanpensando comenzar la invasión por eleste. Al general de división NelsonMiles, que llevaba el departamento deDefensa, y al secretario de éste, RussellAlger, nunca les había gustado la ideade desembarcar en el oeste. Sabían que

el ejército de Estados Unidos no estabaen condiciones de medirse contra losveteranos ejércitos españolesdestacados en torno a La Habana; de ahíque Miles estuviera a favor de unenfoque más indirecto. Propuso variosplanes y, tras ciertas dudas, eligióSantiago como el lugar idóneo para eldesembarco. Los norteamericanos teníanbuena información sobre la situación deloriente cubano, ya que García habíaenviado a varios oficiales a Washingtonpara colaborar en la planificación de lainvasión. En el oeste, losestadounidenses tendrían que habercombatido en zonas rurales, donde los

españoles disponían de muchospartidarios y se movían con totallibertad. En el este, García y sus tres milhombres podían ayudar y proporcionarinformación. Definitivamente, éste fue elfactor principal a la hora de que losnorteamericano eligieran Santiago comoteatro de operaciones, no la decisión deCervera de refugiarse en ese puerto.Resumiendo, la decisión dedesembarcar en Santiago se habíatomado en abril, y los planes seremontaban al menos al 28 de mayo, undía antes de que Schley confirmara lapresencia de Cervera en Santiago. A losfuncionarios del Ejército siempre les ha

gustado culpar de todo a la Armada, yviceversa, así que los funcionariosmilitares españoles (y algunoshistoriadores) echaron la culpa aCervera. El almirante elegido comocabeza de turco había cometido muchosfallos, pero no fue culpable de atraer alos norteamericanos a Santiago[6].

El motivo real del mal rendimientodel ejército español en suenfrentamiento con los estadounidensesfue la falta de imaginación estratégicaque mostraron sus oficiales, anclados enlas tácticas de guerra contrainsurgentede los tres años anteriores. En susintentos de combatir a un enemigo

escurridizo que raramente presentababatalla, los españoles habían destacadola mayor parte de sus tropas enubicaciones estáticas, guardandociudades, pueblos, las carreteras másimportantes y las vías férreas. En abril,cuando España intentaba impedir laintervención norteamericana declarandoun alto el fuego unilateral, este estatismose hizo aún más pronunciado. Losespañoles abandonaron las guarnicionespequeñas y otros lugares perfectamentedefendibles, para concentrarse en unpuñado de ciudades importantes, con laesperanza de evitar a los cubanosmientras hablaban con los

estadounidenses. En Guantánamo, porejemplo, una brigada española de 7.086hombres al mando del general Parejarenunció a mantener las guarnicionesmás distantes y se reagrupó en torno alperímetro de las fortificaciones querodeaban a la ciudad. Permanecieron eneste lugar desde abril hasta agosto ynunca emprendieron una acciónofensiva. En consecuencia, siete milhombres dejaron de estar disponiblespara hacer frente a la concentración defuerzas estadounidenses en Santiago, nomuy lejos hacia el oeste[7].

Resulta exagerado decir que lasfuerzas cubanas tenían a los españoles

«clavados» en Guantánamo o encualquier otra parte de oriente, comosostienen algunos estudiosos[8]. Elgrueso de las fuerzas cubanas en el esteconsistía en tres mil hombres, bajoórdenes directas de García en Santiago.La correspondencia de García indicaque al menos había otros mil hombresalistados en el resto de la Cuba oriental,pero no eran enemigo para losespañoles, «por lo estropeada que sehallaba la infantería y por la granescasez de medios de alimentación paratanta gente»[9]. No existen pruebas deacciones en Guantánamo por parte de lasconsiderables fuerzas cubanas que

operaban por las cercanías, y tampocohubieran podido alimentar y armar a unafuerza que mantuviera en su sitio aPareja. Además, ¿por qué molestarse?Las órdenes de Pareja de defenderGuantánamo contra un posible ataque deEstados Unidos ya eran motivo para queéste no se moviera de donde estaba.Sólo eran necesarios unos pocosescuadrones de guerrilleros vigilandolas carreteras, para evitar que Parejaenviara emisarios a Santiago y otrasguarniciones. Ésta fue la principalcontribución cubana al aislamiento deGuantánamo y de otras guarnicionesespañolas en el este.

La campaña se inició el 7 de junio,cuando los cruceros estadounidensesMarblehead y Yankee entraron en labahía de Guantánamo. Los fuertesespañoles que defendían la bocana delpuerto no pudieron en absoluto impedirel desembarco con sus viejos cañonesde avancarga y un artefacto fundido en1668, que tenía el ridículo alcance de750 metros si el viento soplaba afavor[10]. En consecuencia, para losespañoles no hubo forma de responderal fuego de artillería estadounidense,que pronto redujo sus defensas aescombros. El combate en tierracomenzó cuando una pequeña fuerza de

infantes de Marina y marinerosdesembarcaron en Punta del Este ydestruyeron allí la estación decablegramas. Las fuerzas del generalPareja quedaron totalmente aisladas. El10 de junio, los norteamericanos con ungran contingente realizaron el primerdesembarco en Cuba. El primer batallónde infantería de Marina —una fuerza deelite de 647 hombres equipada conartillería de fuego rápido, unaametralladora y los modernos riflesKrag—, ocupó las colinas al este de laciudad y, junto a algunos cientos deinsurgentes, rechazó un ataque de losespañoles con la ayuda de la artillería

del Marblehead y el Yankee. Una vezque las fuerzas combinadas de cubanos yestadounidenses aseguraron la posición,comenzaron a probar las defensasexteriores de los españoles, un ampliosistema de trincheras y fuertesconstruidos para proteger una zona decultivo en torno a Guantánamo.

Pareja consideraba crucial retenereste perímetro, ya que las cosechas allíplantadas eran lo único que procuraba lasubsistencia de sus hombres. Desde elinicio del bloqueo norteamericano, el 22de abril, un barco alemán habíadescargado diecisiete mil sacos de arrozen Santiago, lo que permitió que la

guarnición subsistiera con dos tazonesde arroz hervido al día durante lassiguientes doce semanas. Pero loshombres de Guantánamo ni siquierallegaban a esto. Cuando comenzó elbloqueo, el suministro de alimentos serealizaba día a día. Hacía nueve o diezmeses que no recibían la paga, de formaque los soldados no podían adquirirnada en el mercado negro[11]. Laguarnición no cedió ni un palmo deterreno, pero Pareja continuabaempecinado en la defensa de la zona decultivo. En ningún momento se leocurrió salir con sus tropas y hacer algoútil.

Además, no había comida suficientepara andar moviéndose. El 14 de junio,dos desertores españoles confesaron asus captores norteamericanos que nohabían comido nada en tres días[12]. Yen julio las cosas fueron a peor. Parejaenvía un conmovedor cable a Blancodonde le informa del suplicio de sushombres: «Agotados recursos embargocomercio aproveché caballos, mulas,maíz verde alimentar fuerzas.Privaciones todas, especialmente trochabahía aumentándose mortalidad cifraterrible. Desde mayo fin julio 756muertos ascendiendo este mes 400consecuencia trabajos mala

alimentación. Nueve emisarios enviadosCuba dando cuenta situación fueronahorcados. Ignoraba todo hasta 25 julioque recibí oficio General Toralordenándome capitular nombreGobierno y V.E. obedecí falta mediossubsistencia». En combate, Pareja habíaperdido a diecinueve hombres, teníaheridos a noventa y ocho y dieciochohabían desaparecido durante todo estetiempo. Pero anteriormente 1.156hombres, el dieciséis por ciento de subrigada, habían perecido de hambre y acausa de las enfermedades, sinmencionar a los miles que estabanimpedidos a causa de las fiebres[13].

Ni siquiera entonces, los insurgentesy los infantes de Marina estadounidensesdisponían de las fuerzas suficientes paraevitar que Pareja saliera de la ciudad, siéste lo hubiera intentado. El caso es que,sin poder acceder a la información delexterior, Pareja no estaba dispuesto atomar esa decisión en contra de lasórdenes explícitas de permanecer dondeestaba. Si hubiera sabido del avancesobre Santiago durante la última semanade junio, o hubiera tenido la suficienteimaginación e iniciativa, podría haberintentado marchar hacia Santiago,atrapando a los norteamericanos entredos fuegos. Pero no fue esto lo que

ocurrió. Obedeció órdenes y se quedódonde estaba, muerto de hambre ycontribuyendo con ello a acelerar el findel conflicto en Cuba. Así pues, labrigada de Guantánamo se encontrabafuera de combate, no por lo que hicieronlos cubanos o los estadounidenses, sinopor ceñirse a la suicida estrategiadiseñada por Blanco, de protegermuchos lugares al mismo tiempo. Enconsecuencia, el gran golpe que estaba apunto de sufrir Santiago cogió a laguarnición española aislada ydesprevenida.

El 14 de junio, 819 oficiales y16.058 soldados norteamericanos

salieron de la bahía de Tampa haciaSantiago, adonde arribaron el 20 dejunio. El comandante de la expedición,el general de división William Shafter,junto con el almirante William T.Sampson, a cargo de la escuadra delAtlántico, desembarcaron con unpequeño grupo unos treinta y doskilómetros al oeste de Santiago. Allí sereunieron con Calixto García paraacordar la estrategia del desembarco.García recomendó bajar a tierra lastropas estadounidenses en la playa deDaiquirí, pocos kilómetros al oeste deSantiago, y se comprometió a asegurarla zona con antelación para ayudar a la

fuerza invasora. El 22 de junio, seis milhombres llegaron remando a la costa.Inmediatamente, avanzaron hasta unlugar llamado Las Guásimas, en elcamino que conducía a Santiago,mientras el resto de las tropasnorteamericanas desembarcaban enSiboney, localidad situada a ochokilómetros en línea recta de Santiago.

Los observadores criticaron muchoesta táctica. El ejército no disponía detransportes suficientes, motivo por elque el desembarco completo duró cuatrodías, un periodo muy largo en el que unenemigo menos pasivo que losespañoles podría haber organizado un

contraataque. Los norteamericanoshicieron un uso muy deficiente de suartillería de campo, si bien lasametralladoras demostraron ser un armadecisiva. Al mando del ejército sobre elterreno estaba el antiguo generalconfederado Joseph Wheeler, queactuaba como un cowboy y seextralimitó en sus atribuciones poniendoen peligro a las tropas de Las Guásimas,sólo para cosechar la gloria de ser elprimero en entrar en combate. Todo estoera innecesario, ya que losestadounidenses disponían deinformación precisa acerca de laintención de los españoles de evacuar

Las Guásimas pronto. Los RoughRiders, que nunca se habían vistoenvueltos en combates serios,cometieron un error garrafal al iniciodel combate y se situaron en unaposición precaria, de forma que tuvieronque ser rescatados por el Décimo deCaballería, los jinetes negros que tanimplicados se vieron en las guerrasimperiales de Estados Unidos en Cuba yFilipinas.

El Ejército de Estados Unidosaprovisionaba a sus hombres de unaforma escandalosa. El Gobiernopermitía que unos gánsteresespeculadores, especie característica

del alocado capitalismo de la edad deoro americana, suministrara lasraciones, pero el alimento queproporcionaban no era apto ni para loscerdos[14]. Uno de estos gánsteres llegóincluso a suministrar carne de desechoque hacía enfermar a los soldados. Unsoldado llamado John Kendrick, quehabía trabajado en un almacén de carne,no recordaba este asunto en particular,pero sí que fue obligado a comer lo queél llamaba «sebo»: los tejidoscorreosos, insípidos y de nulo valornutricional que quedaban después deconvertir los peores restos de la carneen caldo[15]. Éstas y otras críticas

estaban perfectamente justificadas. Si elejército español no hubiera estadomedio muerto de inanición por elhambre y la enfermedad, si hubiera sidoalgo más que los abatidos restos delejército de 1897, si hubiera podidodefender Santiago con más ahínco, losgraves y numerosos problemas delejército estadounidense hubieran tenidofunestas consecuencias para laintervención.

Fuera como fuese, en la últimasemana de junio los americanos, bajolas órdenes de Wheeler, avanzaronrápidamente desde Las Guásimas hacialas colinas de San Juan, de tal manera

que, el 1 de julio, la totalidad de susfuerzas se plantó ante los españoles. Elgeneral Arsenio Linares había perdidotodas las comunicaciones conGuantánamo y con otras fuerzas cercanasdesde principios de junio, a causa de laslluvias de verano —que habían dejadolos caminos intransitables— y de laspatrullas cubanas que vigilaban laspocas rutas que quedaban abiertas[16].Los españoles usaban a los habitanteslocales como mensajeros, pero estosnunca volvían, y las partidas deexploración no podían arriesgarse arecopilar información. En efecto, acausa de la meteorología, de su propia

estrategia y de la vigilancia de loscubanos, los españoles operaban aciegas incluso antes de que losnorteamericanos desembarcaran, y estoafectó a su capacidad de respuesta.Linares disponía de 319 oficiales y9.111 hombres en Santiago, una fuerzaconsiderable, al menos sobre el papel.Se trataba de un ejército de veteranosque no iba a cohibirse ante los disparos.Por otro lado, muchos de ellos erandespojos hambrientos y febriles. Entrequince y veinte hombres morían cada díahacia finales de junio de 1898[17]. Losreclutas, que inocentemente habíancreído que su destino en Cuba sería

poco menos que un viaje de placer,conocieron el significado de la palabra«miseria», que se vería empeorada porel bloqueo de dos meses que habíaprecedido al asalto americano. Aquellosveteranos que habían reaccionado conjúbilo ante la noticia de la guerra conEstados Unidos y que esperabanparticipar en auténticos combates —enlugar de las constantes emboscadas y elfuego francotirador de los cubanos—,habían cambiado de actitud. La moral sedesplomó. Aislados del mundo,subsistiendo con mínimas raciones dearroz y agua y esperando Dios sabe quéde los americanos, se vieron invadidos

por un espíritu derrotista[18].Sorprendentemente, Linares no usó

las tropas que estaban en mejorescondiciones para enfrentarse a losnorteamericanos. Por el contrario, losdispersó en un delgado perímetro entorno a la ciudad, aunque sabía que losamericanos estaban avanzando desdeDaiquirí. Quizá Linares, por lacostumbre de los años anteriores,combatiendo a un enemigo que nuncaatacaba trincheras ni ciudadesfuertemente defendidas, no llegó aentender que estaba ante una guerraconvencional. Sea cual sea el caso,Linares mantuvo la línea defensiva al

este de Santiago con una fuerza menor.Situó a unos quinientos hombres en lacolina denominada Kettle Hill por losestadounidenses y en los cerros de SanJuan, y un número similar en los cerrosde El Caney, unos pocos kilómetros alnorte. Contra ellos, los americanosoponían ocho mil hombres[19].

En estas condiciones, la derrota eraya prácticamente inevitable cuando losestadounidenses atacaron el 1 de julio.Los españoles, atrincherados en ElCaney y Kettel Hill, lucharonvalientemente durante algún tiempo. Susfusiles Mauser tenían mayor alcance quelos Krag-Jorgensen de los americanos y,

durante los primeros minutos de lacontienda, abatieron a cientos desoldados. Pero los estadounidensesdisponían de otra ventaja decisiva,además de su número: aunque fracasarona la hora de transportar su artillería, síhabían llevado consigo cuatroametralladoras. Una vez colocadas,fueron de tal efectividad contra losespañoles que estos apenas pudieronsacar la cabeza de las trincheras paraver la carga de Teddy Roosevelt y losRough Riders desmontados de suscaballos[20]. Otro asalto en El Caneytuvo resultados similares, con losespañoles retrocediendo a la ciudad de

Santiago tras un día de intensoscombates. Los españoles sufrieron 95bajas, 376 heridos y 123 prisioneros enestos encuentros, aproximadamente unsesenta por ciento de las fuerzasimplicadas[21]. Dieron todo lo quetenían, en cualquier caso, y losamericanos sufrieron 441 bajas en ElCaney y 1.385 en el asalto a los cerrosde San Juan[22].

Completamente rodeadas ya, lastropas españolas permanecían entrincheras anegadas de agua,estremecidos por el hambre, el frío y lafiebre, mientras esperaban el final[23]. Ano ser que la ciudad recibiera refuerzos

y provisiones, o que la flota españolaatrapada en el puerto lograra el«milagro» de romper el bloqueo pormar, la situación era desesperada. Dehecho, una columna española de apoyo,compuesta por tres mil quinientoshombres y al mando del coronelFederico Escario, había partido deManzanillo el 22 de junio, pero tardótrece días en realizar un trayecto detrescientos kilómetros. Las desaliñadastropas de Escario llegaron a Santiago el3 de julio, sin provisiones y demasiadotarde para ayudar. Es más, estas otrasbocas que alimentar sólo sirvieron paraagravar la situación. Si la columna

hubiera llegado antes del 1 de julio y sehubiera desplegado en la colina de SanJuan, podría haber conseguido algo,aunque esto, por supuesto, no deja de seruna mera especulación.

Los insurgentes cubanos tuvieronparte de culpa en la lenta marcha deEscario, ya que habían acosado a losespañoles durante todo el camino,obligándolos a detenerse y a formardefensivamente en varias ocasiones.Algunos historiadores dan muchaimportancia a este episodio, e inclusoafirman que los insurgentes evitaron queEscario invirtiera el curso de la batallaen Santiago. Se trata, no obstante, de un

argumento indefendible. Los cubanos nodiezmaron a las tropas españolas, comollegaron a afirmar las autoridadescubanas de entonces y como siguensosteniendo algunos historiadores[24].Escario había perdido a veinte hombresy había visto cómo otros setentaresultaban heridos en la marcha. Esto yaera lo suficientemente malo, y losheridos ralentizaron el avance deEscario, pero la causa real del retrasofue el penoso estado de los caminosentre Manzanillo y Santiago, que laslluvias habían dejado intransitables.Hasta tal punto era así, que Escariodecidió desviarse y abrirse camino a

través de la jungla, siguiendo el curso delos ríos, un atajo que alargó el viajevarios días. Fue un tremendo error.Incluso así, resulta difícil ver cómohabría podido Escario inclinar labalanza de la batalla de Santiago a favorde los españoles. Cuando llegaron, loúnico que hicieron fue consumir parte delos escasos recursos de la ciudad[25].

La llegada de Escario, aunque inútila largo plazo, contribuyó a ensanchar ladistancia entre cubanos yestadounidenses. Shafter había sabidoque Escario se aproximaba y asignó alos tres mil hombres de García la tareade detenerlo. Cuando Escario se deshizo

de los hombres de García y entró en laciudad casi incólume, Shafter montó encólera[26]. Tras haber escuchado duranteaños las historias de las épicas batallasganadas por los cubanos, losestadounidenses se quedaron de piedraal ver que los insurgentes no sabíancombatir en una guerra convencional deposiciones fijas. Expertos enemboscadas y acciones dehostigamiento, los cubanos no tenían, sinembargo, experiencia en operaciones deasedio o en batallas a campo abierto. Nose trata de criticar a los hombres deGarcía, simplemente de reconocer larealidad, pero los estadounidenses

vieron la fácil entrada de Escario enSantiago como una afrenta al honor y ala valentía de los cubanos.

García se defendía, con razón,diciendo que el plan estadounidenseideado por el general Shafter no le habíadado la flexibilidad necesaria paraenfrentarse a Escario, así que tuvo queemboscar a la columna en las montañas,como era su costumbre. Sin duda, es unaexplicación sensata del caso. Shafter nicomprendió ni orientó correctamente asus aliados cubanos, y sólo consiguióque lucharan como ellos sabían,haciendo guerra de guerrillas. PeroGarcía también exageró sus habilidades

ante los norteamericanos por motivospolíticos, cuando podría simplementehaber admitido su impotencia paradetener a una columna de la fuerza de lade Escario. Nada extraño, pues éstahabía sido siempre su forma de actuar.Por ejemplo, más adelante afirmó quehabía luchado «siempre en lavanguardia» de El Caney y la colina deSan Juan, cuando de hecho los cubanosapenas tomaron parte en dichoscombates[27].

Esta controversia con el papel quejugaron los cubanos en los combates de1898 puede parecer absurda aposteriori, pero era un asunto que

preocupaba bastante entonces. Losnorteamericanos intentaron llevarse todoel mérito de la liberación de Cuba comouna forma de justificar su intervención yla posterior ocupación de la isla tras laderrota española. Los cubanos searrogaban todo el mérito por la razónopuesta: intentaron caracterizar laintervención norteamericana como unentrometimiento innecesario en losasuntos cubanos por parte de unapotencia imperial.

Desde un punto de vista másimparcial, hay que reconocer que todoslos hombres que combatieron, cubanos yestadounidenses, merecen

reconocimiento por la liberación deCuba. No hay duda acerca de lacontribución de los cubanos, y nodebemos dejar que la campaña deSantiago menoscabe su imprescindibleaportación a la derrota de España.Durante tres años, habían luchado paraobtener el control de la población civily de los recursos, habían agotado a losespañoles, acosándolos y haciendo quelas condiciones ambientales hicieran sulabor de zapa. Los cubanos nuncatuvieron grandes ejércitos capaces deluchar en batallas de entidad, y tampocopodían empezar a hacerlo en 1898,sobre todo si carecían de alimentos,

ropa, zapatos y un equipamientoadecuado. No es una ofensa para elhonor de los cubanos reconocer esto;por el contrario, constituye un tributo alos hombres del Ejército Libertador que,sin los medios necesarios, fueroncapaces de mantener la lucha durantetanto tiempo, colocando a los españolesen una posición tan extrema dedebilidad, que el pequeño ejércitoexpedicionario estadounidense pudoderrotarlos fácilmente.

Las tropas norteamericanas tambiénliberaron Cuba. Incluso después de surecuperación parcial en abril de 1898,los insurgentes cubanos nunca podrían

haber derrotado a las fuerzas españolas,más numerosas en lugares comoSantiago. El intento cubano de atribuirseel mérito de «inmovilizar» a losespañoles durante el avance sobreSantiago resulta cuanto menospretencioso. Los insurgentesparticiparon en los combates deDaiquirí, Guantánamo, Santiago y otroslugares, pero su contribución fue demero apoyo táctico[28]. Sólo losestadounidenses estaban en condicionesde vencer al ejército español enSantiago y decir lo contrario es falsearla realidad.

Además, el renacimiento de la

insurgencia cubana en 1898 no se puedecomprender exclusivamente como elresultado del patriotismo y el sacrificiode los cubanos. El Gobierno y losciudadanos de Estados Unidos, junto ala campaña antibélica en España, tienentambién parte. El Gobierno liberalespañol sustituyó a Weyler por Blanco,finalizó la reconcentración, concedió laautonomía a Cuba, retiró guarniciones yevitó acciones ofensivas durante lacampaña de invierno de 1897-98, paraapaciguar a McKinley en EstadosUnidos y a los liberales contrarios a laguerra en España. Cuando esto no bastópara aplacar a los norteamericanos, el

Gobierno liberal intentó un alto el fuegounilateral el 11 de abril. Todas estasacciones, consideradas en su conjunto,son las que dieron al Ejército Libertadorcubano la posibilidad de reagruparse.

Con la ciudad de Santiagoamenazada por las tropasestadounidenses, Ramón Blanco seimpacientaba ante la poca disposiciónde Cervera para hacer una salida delpuerto. Finalmente, se hizo cargo delmando de la flota y ordenó que entraraen combate. El 3 de julio, a las 9.35 dela mañana, los barcos españolescomenzaron a salir del puerto. Elresultado es bien conocido: en media

hora de combates a lo largo de losochenta kilómetros de costa al oeste deSantiago, todos los barcos de laescuadra española quedaron hundidos oencallados. Sólo tres de los siete barcosamericanos sufrieron algún tipo de daño,y siempre de índole menor. Murió unmarinero y otro fue herido[29]. Por elcontrario, Cervera perdió seis barcos y323 hombres, y 151 de los 2.227efectivos a su mando fueron heridos[30].

A pesar de lo desigual de la batalla,sólo 122 de los 9.433 obuses lanzadospor los norteamericanos dieron en elblanco, pero fueron suficientes[31].Cinco factores determinaron la victoria

americana. En primer lugar, la artilleríaespañola fue incluso peor que laestadounidense. Muchos de sus cañonesno funcionaban y para otros no habíamunición. Con objeto de ahorrarpólvora, tampoco se había permitidoque los artilleros realizaran prácticas detiro, así que no sorprende el alto númerode disparos errados. En segundo lugar,como la boca del puerto era tanestrecha, los barcos españoles teníanque salir de uno en uno, lo que permitióa los americanos concentrar sus ataquesindividualmente. En tercer lugar,Cervera decidió salir de Santiago aplena luz del día, aunque su mejor

opción, según la valoración de cualquierautoridad naval, habría sido realizareste escape por la noche. La explicaciónpara esta decisión parece radicar en ladecisión de Cervera —eterno pesimista—, de abandonar Santiago en unamañana soleada, porque, seguro comoestaba de la derrota, quería que sushombres tuvieran más posibilidades dealcanzar la costa a nado y volver aSantiago. La cuarta razón es que losespañoles ya habían usado su carbón debuena calidad durante la travesíaatlántica, y el que quedaba disponible enSantiago era el peor. Los motores de losbarcos funcionaron siempre por debajo

de su capacidad, lo que impedíaresponder a los americanos con lasmaniobras adecuadas, situaciónimprobable en cualquier caso.Finalmente, los barcos españoles teníancascos blindados, pero las cubiertas ylas superestructuras eran de madera.Unos pocos disparos bastaban paraconvertir la parte superior de estosbarcos en un infierno, causando elpánico entre las tripulaciones, que seveían obligadas a combatir el fuego envez de al enemigo[32]. Tras encallar subuque insignia, Cervera fue hechoprisionero, pero los americanos lepermitieron comunicar el resultado de la

batalla a Madrid: «Hemos perdidotodo», comunicaba, añadiendo que habíasido «un desastre honroso […] la Patriaha sido defendida con honor, y lasatisfacción del deber cumplido dejanuestras conciencias tranquilas»[33].

Con la escuadra perdida y la ciudadde Santiago hambrienta y rodeada,rendir la guarnición era lo único que sepodía hacer. Linares había sido heridode gravedad en la batalla de los cerrosde San Juan y su sustituto, el generalJosé Toral, aguantó durante unos díasmás. Aceptó un alto el fuego para quelos civiles pudieran abandonar Santiagoy, una vez que los veinticuatro famélicos

desdichados huyeron hacia filasestadounidenses, se reanudó el asedio.Entonces, los grandes cañones de losbarcos americanos se unieron al fuegode artillería y ametralladora desatadosobre las posiciones españolas, deforma tal que las tropas apenas podíanasomarse para disparar desde lastrincheras. El 13 de julio, los generalesShafter y Miles se reunieron con Toralpara solicitar su rendición. Losamericanos habían empezado a contraerla fiebre amarilla y otras enfermedadesque habrían diezmado el ejércitoexpedicionario en unas pocas semanas,pero, por fortuna para ellos, el

comandante español no lo sabía y, encualquier caso, sus propios hombresestaban en peor estado. El 14 de julio,Toral rindió la ciudad[34].

Las aplastantes derrotas en tierra ymar convencieron a los españoles de lafutilidad de continuar con la guerra conEstados Unidos. Aunque Madridnecesitó algún tiempo para solicitarformalmente la negociación de la paz, elGobierno de Sagasta había estadotrabajando durante semanas parapreparar a la opinión pública ante unarendición total. El 26 de julio, lapropuesta española llegó a Washingtony, tras dos semanas de negociaciones, se

logró un protocolo de paz, el 12 deagosto de 1898. La guerra habíaacabado. El tratado de paz formal tuvoque esperar hasta el 10 de diciembre de1898, cuando, tras nuevas negociacionesen París, España cedió Cuba, PuertoRico, Filipinas y Guam, y, dos semanasmás tarde, vendió algunas pequeñasislas del Pacífico a Alemania. Fue untriste final para un imperio que habíallegado a ser el mayor del mundo. ParaEstados Unidos —que de improviso seencontró con un imperio entre las manos—, el conflicto cubano había sido, enpalabras de John Hay, embajador deEstados Unidos en Gran Bretaña, «una

magnífica guerrita».El periodo entre la firma del

protocolo de paz, el 12 de agosto, y lafirma del Tratado de París en diciembre,muestra aspectos interesantes de lanaturaleza de la guerra y de la paz que lasiguió. Tras la capitulación de Santiago,el resto de las fuerzas españolas no serindió de inmediato, e incluso la brigadadel coronel Pareja, en la cercanaGuantánamo, que estaba incluida en lacapitulación de Toral, siguió luchando.De hecho, las noticias de Santiago nollegaron a Pareja hasta el 25 de julio,pero aun así, en principio rehusóobedecer a Toral y no rindió la ciudad

hasta el 16 de agosto. Como explicó aBlanco más tarde: «Mi brigada no hacapitulado, ha obedecido no al Generaldivisión capitulada, sino a Gobierno deS. M. y a su general en jefe». Lasórdenes de Blanco y de Madrid, y no lapérdida de Santiago, fueron lo queobligó a Pareja a entregar las armas. Enel resto de la isla ocurrió algo similar:Blanco tuvo que convencer a loscontrariados oficiales y a los hombresque aún querían combatir para querespetasen el protocolo de paz firmadoel 12 de agosto. Finalmente, se vioobligado a destituir a algunos oficiales ya actuar con rigor ante los habitantes de

las ciudades que pretendieron seguircombatiendo[35].

Nada de esto se aplicaba a losinsurgentes cubanos, sin embargo. Comodecía Blanco, «no son beligerantes».Los consideraba bandidos no incluidosen el protocolo de paz. De hecho, «nadapuede pactarse con ellos». Blanco sereservaba el derecho «de obrar contraellos», incluso tras el 12 de agosto[36].Por su parte, los cubanos seguíanatacando posiciones españolas a finalesde este mes. Según Blanco: «insurrectoscontinuas hostilidades atacandopoblaciones, robando y saqueando»[37].El 19 de agosto, una partida de

abastecimiento española repelió unataque de los insurgentes cubanos cercade Matanzas[38]. El 10 de septiembre,las guerrillas cubanas seguíanimpidiendo que llegaran alimentos aPuerto Príncipe y Blanco se sintiótentado, a pesar de lo delicado de lasnegociaciones de paz, de organizar unaofensiva a gran escala contra ellos si noencontraba otra forma de evitar que loshabitantes de la ciudad murieran dehambre. Todavía el 1 de octubre, losinsurgentes cubanos seguían impidiendola llegada de ganado y alimentos aHolguín, y continuaron con susescaramuzas en torno a la ciudad. Los

norteamericanos no disponían desuficientes hombres en Cuba paraocupar el país y tampoco se fiaban delos cubanos para esta tarea, así que seprodujo una incómoda situación en laque los españoles seguían gobernandolas ciudades con el consentimiento y lasupervisión de los estadounidenses,mientras los cubanos, que habíancombatido durante tanto tiempo,permanecían al raso. Era una situaciónen sí misma extremadamenteconflictiva[39].

Parece que los estadounidenseshabían cambiado de idea respecto a losinsurgentes, en parte por el racismo de

los oficiales y soldados blancos. Hayque recordar que la tropa del EjércitoLibertador estaba compuesta, sobre todoen oriente, por afrocubanos. A pesar delpapel clave que jugaron los soldadosnegros en el ejército expedicionario deSantiago, la mayor parte de los oficialesy soldados eran blancos y muchos deellos procedían del sur y no admitíantratos con los insurgentes cubanos decolor. En palabras de un historiadornorteamericano: «Era un ejército deblancos y no había sitio para los‘negros’ extranjeros». Así, el generalSamuel Young pensaba que losinsurgentes eran «degenerados

desprovistos por completo de honor ygratitud. No son más capaces degobernarse a sí mismos que los salvajesde África». Grover Flint, que habíapasado algún tiempo combatiendo juntoa Gómez, pensaba que los soldadosnegros que luchaban en oriente erancómicos, «siempre sonriendo ymostrando sus dientes de marfil y susojos blancos». Sin embargo, eran loshombres que tenían la audacia dereclamar su derecho como vencedores yel autogobierno. La situación eraexplosiva[40].

Dejando a un lado el racismo, losnorteamericanos también quedaron

verdaderamente sorprendidos por lamiseria de las guerrillas cubanas. Encierto sentido, la campaña depropaganda cubana, que había mostradouna imagen halag¸eña ante la audienciaestadounidense, se volvía ahora contraellos. Un soldado pensaba que losinsurgentes eran «la gente más dura quehe tenido oportunidad de conocer. Lamayor parte no tiene ni ropa, y en elcaso de los que la tienen no se trata másque de harapos»[41]. A ojosestadounidenses, los cubanos eran«canallas, cobardes y bandidos, gentemás dada a asaltar caminos que a hacerla guerra». Se sabe incluso que robaban

a las tropas estadounidenses, lo que noes de extrañar dada su precariasituación[42].

McKinley nunca había considerado«ni sabio ni prudente» reorganizar larepública cubana de la guerra por miedoa que no fuera capaz de mantener la pazuna vez finalizadas las hostilidades. Estemiedo parecía ahora bien fundado paralos estadounidenses que se encontrabanen Santiago. Según Shafter, losinsurgentes amenazaban no sólo a losespañoles, sino también a los propioscubanos, muchos de los cuales habíanpermanecido en las ciudades y al ladode los españoles durante toda la guerra.

Los líderes estaban «irritados porque nose les permitía tomar parte en laconferencia previa a la capitulación yporque no se les permitió entrararmados en la ciudad». Lo que Shaftertemía era que saquearan Santiago yasesinaran a sus habitantes, en especiala los nacidos en España. Estosespañoles eran jueces, policías, clérigosy otros funcionarios del Gobierno, cuyaayuda necesitaban los americanos paragobernar la isla. Shafter se daba cuentade que, tras una larga guerra civil, eracomprensible que hubiera sentimientosencontrados, pero se propuso aplicartodas las precauciones posibles para

evitar que los insurgentes tomaranrepresalias en las ciudades.

El problema, según Shafter, era queno había «nada que los hombrespudieran hacer en el país. Su regreso aun estado salvaje ha sido casi absoluto yes necesario reconstruirlo de nuevo. Laactitud de los insurgentes cubanos eshostil. Hasta el momento no hanmostrado disposición alguna adesbandarse y volver al trabajo», enocupaciones propias de tiempos de paz.Para demasiados hombres, la guerra depillaje y emboscadas se habíaconvertido en una costumbre y, como nofueron capaces de readaptarse

inmediatamente a la vida civil, losamericanos los rechazaron como genteingobernable[43].

Enfurecido por no poder establecerde inmediato un gobierno cubano enSantiago, García marchó con sushombres hacia el interior, donde alunirse con Gómez prometía crear«graves complicaciones», según Shafter.Podría ser necesario incluso, pensabaShafter, emprender acciones militarescontra los cubanos. Por su parte, estostemían que Estados Unidos se echaraatrás en su promesa, de abril de 1898,de permitir que se gobernaran a símismos, y se escucharon voces que

llamaban a retomar la guerra deliberación, esta vez contra EstadosUnidos. Por fortuna, Gómez, cuyainfluencia y prestigio permanecíanintactos de momento, se mantuvo firmecontra esta corriente suicida de opinión.«Creo que el pensar que los americanostengan intenciones de anexarse a Cuba,es un insulto que se hace a la grannación que libertó Washington», decía.De esta forma, se evitó un nuevoconflicto. Los nacionalistas cubanosacusarían más tarde a Gómez deaquiescencia con la marginalización yposterior desmovilización del EjércitoLibertador en este momento crucial de la

historia cubana, pero la verdad era queno le quedaba mucho ejército quedesmantelar, y pocos recursos con losque alimentar y vestir a los hombres quetenía[44].

Entretanto, las tropas de EstadosUnidos reaccionaron de manera muydiferente frente a los antes «bárbaros»españoles. Ahora eran valientes yhonorables, y habían actuado comodefensores de la civilización contra losinsurgentes. Y, por encima de todo, eranblancos. Los españoles, por su parte,sintieron una admiración parecida porlos americanos una vez que la luchahubo terminado. Ambos bandos

confraternizaron «en un espíritu demutua admiración» y desprecio por loscubanos[45]. Pedro López de Castillo, unsoldado de infantería de la guarnición deSantiago, redactó una elocuente cartaabierta a los americanos el 21 de agostode 1898, una parte de la cual decía:«Han combatido ustedes como hombres,cara a cara y con gran valor». Esto,decía López, era «una cualidad que nohe encontrado durante los tres años enque he conducido esta guerra». Lópezaseguraba a los americanos que losespañoles no sentían sino un «elevadosentimiento de aprecio» por su llegada,porque ahora «el deber del hombre

blanco» reposaba sobre los hombros deEstados Unidos. Concluía su cartadeseando a los nuevos ocupantes lamayor felicidad y salud en esta tierra,pero les advertía de que «losdescencientes del Congo y de Guinea»no serían «capaces de ejercer o disfrutarsu libertad, porque les resultará unacarga plegarse a las leyes que gobiernanlas comunidades civilizadas»[46].

Así pues, el escenario estabapreparado para que Estados Unidoscomenzara a inmiscuirse en los asuntoscubanos durante la primera mitad delsiglo XX, con el pretexto de que era porsu bien. Estados Unidos había llegado a

Cuba en una «misión civilizadora», unode los mitos imperiales más antiguos ysocorridos. En 1902, Estados Unidosevacuó la isla, no sin antes obtener laconcesión de una base en la bahía deGuantánamo, como recompensa por sussacrificios en la guerra, e imponer unacláusula a la Constitución cubana que legarantizaba el derecho a intervenir enlos asuntos de la isla para protegerpropiedades y vidas en caso de quefueran amenazadas por una nuevarebelión. Por ello, en cierta manera, serobó a los cubanos la redención queMartí consideraba objetivo primordialde la gran guerra de independencia de

Cuba. Lo que pudo haber sido unahistoria de insurrección anticolonial eindependencia, se quedó en un nuevomodo de ocupación para los cubanos[47].

La guerra también tuvo un granimpacto en Estados Unidos. De hecho,en lo que se refiere a efectos a largoplazo, la guerra hispano-estadounidensepudo haber sido tan crucial para losnorteamericanos como las contiendasmundiales del siglo XX[48]. La guerraunió al país como nada había hechoantes. Los «azules» y los «grises[**]»habían combatido juntos, superando lasdiferencias entre facciones que habíanpartido al país hacía sólo treinta años.

Estados Unidos adquiría un territorio enel Caribe que le permitía desempeñar supapel de imperio en América Latina, altiempo que se hacía con Filipinas yotros territorios en el Pacífico, paracontrarrestar la amenaza emergente deJapón. Todo este poder fuera de susfronteras servía para distraer a losciudadanos estadounidenses de losproblemas internos, restañando lasheridas causadas por las desigualdadessociales y económicas de la edad de orode Estados Unidos con el bálsamo delimperio. En Cuba, los funcionarios delservicio de sanidad públicoestadounidense, al mando de William

Gorgas, actuaron según losdescubrimientos del médico cubanoCarlos Finlay e implantaron medidaspreventivas contra la fiebre amarilla, loque hizo de la ocupación norteamericanade la isla algo mucho menos peligrosoque en el pasado. Unos pocos años mástarde, Gorgas siguió los mismosprocedimientos para erradicar la fiebreamarilla en la zona del Canal dePanamá, otra adquisición clave para elimperio americano.

Pero ¿qué pasó con España? Entrelos hispanistas, el dogma actual dice queel resultado de la guerra no fue tannegativo para España. La economía se

recuperó rápidamente a partir de 1898 yla vida intelectual floreció. El sistemapolítico sobrevivió al golpe. El grandesastre para España se encontraba enel futuro, en la guerra civil de 1936-1939 y en sus consecuencias, cuando elpaís se sumió en una insondable tragediaque lo condujo a un retraso degeneraciones. Todo ello es cierto, pero,en cualquier caso, los españoles quesobrevivieron a la guerra de Cuba lavieron como una catástrofe sinprecedentes, y aquí se ha intentado noignorar sus voces. En las experienciasvividas en primera persona hay unaautenticidad sobre la que deben insistir

los historiadores, si es que quierenconsiderarse como tales[49].

España perdió un ejército, una flotay un imperio entre 1895 y 1898. Peroincluso más allá de esto, la derrota enCuba tuvo consecuencias psicológicas einstitucionales a largo plazo. Losespañoles perdieron su orientación en elmundo. En la era del darwinismo social,se consideraba natural y saludable quelas naciones y las razas lucharan deforma que sólo los más aptossobrevivieran. Los españoles, quehabían extendido su idioma, su cultura ysu carga genética por medio mundo,habían demostrado, sin embargo, una

gran ineptitud en Cuba, se habíandelatado como «raza agonizante», porusar un término de moda en la época. Lapérdida de prestigio y confianza sesentía aún más entre las elites, y estoayudó a implantar en sus instituciones(Corona, Iglesia, Fuerzas Armadas) unquisquilloso y defensivo sentido de sumisión de regenerar España. Esta culturareaccionaria duró bastante y ayudó, a suvez, a que tuviera lugar la guerra civilde 1936, acosando al país hasta lamuerte de Franco en 1975. Inclusodespués de ésta, continúamanifestándose de forma ocasional,como en el frustrado golpe derechista de

1981 contra una España democráticaque daba sus primeros pasos.

El impacto de la guerra de Cuba enlas instituciones militares españolas fueespecialmente acusado. Cuba fue elVietnam de España, con una diferencia:el Ejército español no tuvo que afrontaruna rebelión cultural generalizada contrala guerra que desafió a la doctrinamilitar estadounidense en Vietnam.Cierto es que un pequeño número deespañoles hicieron oír su oposición,algunos de forma elocuente y porgenuinos motivos humanitarios, otros demanera calculadora: ser contrario a laguerra era prácticamente lo único que

diferenciaba a los liberales de losconservadores en 1897. Esta oposiciónliberal a la guerra jugó en parte su papela la hora de decidir el destino delrégimen español en Cuba, como hemosvisto. En el periodo que siguió alasesinato de Cánovas, los liberalesestaban listos para asumir el poder quehasta entonces detentaba el PartidoConservador. Pero los críticos de laguerra cubana eran una vanguardia sinseguidores; nunca hubo un movimientoantibélico extendido que desafiara a losmilitares. La responsabilidad por lapérdida de Cuba recayó exclusivamentesobre la administración liberal, que

había destituido a Weyler y se habíarendido ante los americanos. No es queesto no sea cierto, pero los militarestambién fracasaron. En primer lugar, nofueron capaces de tratar con losinsurgentes cubanos a tiempo y, ensegundo lugar, no supieron enfrentarse alos estadounidenses. Por desgracia,pudiendo culpar de la derrota a lospolíticos, el Ejército no escarmentó conla experiencia y los oficiales de carreraque habían combatido en la guerravolvieron a España con su fanfarroneríaintacta.

O casi intacta. Su orgullo habíaquedado herido y requería un bálsamo.

Lo que necesitaban, y rápido, erannuevos enemigos a los que pudieranderrotar. Los encontraron en los obrerossediciosos y en los separatistas vascos ycatalanes, a los que reprimieron sinmiramientos a principios de la décadade 1920. Cualquier cosa antes queafrontar la reforma a fondo de unejército que se había mostrado incapazen el terreno operativo. Contra estos«enemigos» internos, y contra losmiembros de las tribus marroquíes, losveteranos de Cuba ayudaron a crear unacultura militar autoritaria en España,cuyos soldados de elite se llamarían a símismos «novios de la muerte» en los

años posteriores y cuyo cruel lema,entonado mientras masacraban a losobreros españoles en huelga, era elabsurdo «¡Viva la muerte!». Laexperiencia del Ejército español enCuba formó el pensamiento de lasiguiente generación de oficialesespañoles, entre ellos Francisco Franco.De hecho, la casi autobiográficapel í cula Raza comienza, de formasignificativa, en Cuba, con la muerte delpadre del protagonista. Una muerte queexigía venganza eterna y que hizo que laguerra cubana dejara su amargo fruto enEspaña para las décadas que estabanpor venir.

Bibliografía

Archivos y coleccionesde manuscritos

Cuba

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JOHN LAWRENCE TONE. Es profesorde Historia en la Facultad de Historia,Tecnología y Sociedad (HTS) de laUniversidad Georgia Tech de EEUU.Especialista en historia militar españolay cubana y en historia de la medicina.Imparte cursos sobre La RevoluciónFrancesa y Napoleón, historia

intelectual, España y Cuba modernas yla historia de la medicina.

Notas

Prefacio

[1] Como ejemplo de la antiguainterpretación, según la cual el papelque jugaron los cubanos en su propialiberación sería escaso, véase el clásicode Frank Weidel, The Splendid LittleWar. La «leyenda negra» de ladecadencia española es un tema que setrata en un capítulo posterior. Paraconsultar un ensayo acerca del tema,véase López Ibor, El español y sucomplejo de inferioridad. <<

[2] Para una crítica del proyectoestadounidense de «construir la ausenciacubana», véase el capítulo «Constructingthe Cuban absence», Pérez, War of1898. <<

[3] El mito del «pueblo en armas»cubano fue consustancial a la propiaguerra. Con todo, al menos doscombatientes cubanos lucharon contraeste mito. Al general Piedra Martel leparecía ridícula la opinión de que unaconciencia nacional tuviera nada que vercon la génesis o el éxito de los cubanosen la guerra: «Un espíritu nacional deindependencia nunca estuvo biendesarrollado en Cuba. No lo estaba en1868, tampoco en 1895» […] «pese aque algunos historiadores quieran ver enellos la tendencia separatista yadefinida» […] «La guerra del 68 la

sostuvo una minoría heroica, que sebatió por espacio de diez años ante laindiferencia —quizá ante la reprobación— de una inmensa mayoría, e igualocurrió en la del 95». Véase ManuelPiedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 9-10. El general Miró descartabapor absurda en 1895 la corriente del«grave error», que afirma que losinsurgentes armados eran por naturalezamejores combatientes porquepersonificaban el espíritu innato delpueblo. Véase Miró, Cuba, p. 23.Desafortunadamente, el conocimiento deMiró y Piedra no se ha visto reflejadoen la historiografía. <<

[4] La versión clásica a este respecto esla obra de Emilio Roig de Leuchsenring,en especial Cuba no debe, cuyo título lodice todo. Para ejemplos más recientesde esta tradicional interpretaciónnacionalista, véase Amado Palenque, Lacampaña de invasión, p. 10, donde lavictoria cubana sobre los españoles seatribuye al desarrollo del nacionalismocubano. Véase también Ibarra, Ideologíamambisa, pp. 10, 21 y 49; Botifoll,Forjadores de la conciencia nacionalcubana, p. 5; Opatrn’y, Antecedenteshistóricos, pp. 59, 237 y 243; y Bosch,De Cristóbal Colón a Fidel Castro, p.

560. <<

[5] Pérez, War of 1898, pp. 88-89;Manuel Moreno Fraginals(Cuba/España, España/Cuba, p. 282)niega la importancia de lasenfermedades en la destrucción delejército español, una opinión que hoydía contradicen por completo laspruebas existentes. La idea de que loscubanos derrotaron a los españoles ellossolos es aceptada por algunos eruditosespañoles, en especial Elorza ySandoica en su libro de divulgaciónhistórica La Guerra de Cuba. <<

Capítulo I

[1] Los datos de Gonzalo, a no ser que seespecifique lo contrario, proceden deAMM, EP, microfilmes nº 25 y 26. <<

[2] Ferrer, Cuba insurgente, p. 100;Steele, Cuban Sketches, acerca de lascondiciones rurales en el este. Acercadel bandolerismo, véase Pérez, Lords ofthe Mountains; Schwartz, LawlessLiberators; y Paz Sánchez et al., Elbandolerismo en Cuba. <<

[3] Informe de un ingeniero: «Trocha deJúcaro. Observaciones oportunasrespecto a su deficiencia, sobre todo sisobreviniera una guerra,» 10 de junio de1893, AMM, CGC, microfilme nº 14;Díaz Benzo, Pequeñeces, p. 66. <<

[4] Burguete y Lana, ¡La guerra!, pp. 57-58, véase también Álbum de la trocha.<<

[5] Pando Despierto, «La defensa deCascorro», pp. 8-16. <<

[6] Weyler, Mi mando, 2, pp.18-19. <<

[7] Diego, Weyler, p. 204. <<

[8] Pan-Montojo, Más se perdió enCuba, p. 320, plancha 6. <<

[9] Véase, por ejemplo, Pérez Guzmán,Herida profunda. <<

[10] Para una de estas excepciones, véaseOffner, Unwanted War. <<

[11] Los cálculos de las bajas españolasen Cuba varían mucho. Las cifraspublicadas en el Diario Oficial delMinisterio de Guerra indican 3.101muertos en combate y 41.288 porenfermedades. Según el informeentregado al Congreso español en 1899,53.541 hombres murieron durante laguerra, pero aquí se incluyen las bajasen el mar, en Filipinas y en Puerto Rico,de forma que las cifras de este informeno deberían ser muy diferentes de laspublicadas en el Diario (AMM, CGC,legs. 4 y 155). La cifra másconservadora de bajas por todas las

causas, realizada poco después de laguerra por el Instituto Geográfico yCatastral de España, es de 32.247muertes, pero aquí no se incluyen losespañoles residentes en Cuba quelucharon y murieron por el régimen.Tampoco incluye las pérdidas en el marni los españoles que murieron en elviaje de vuelta. Algunos estudiososaceptan una cifra muy alta de cien milbajas españolas, pero no hay evidenciasque la respalden. Una estimacióncuidadosa y reciente sugiere cuarenta ycinco mil hombres, una cifra que tiene lavirtud de estar basada en pruebassólidas y de coincidir con los

parámetros de la estimación oficialrealizada en la época (Maluquer deMotes, España en la crisis, pp. 41-43).<<

[12] Bergad, Cuban Rural Society, pp.314 y 318. <<

[13] Los historiadores cubanos insistenen que el Ejército Libertador cubanoestaba a punto de ganar sin necesidad dela intervención estadounidense. Estaaseveración se basa en una visiónexagerada de las penalidades de losespañoles (aunque fueran muchas) y enla falta de evidencias de la lamentablecondición de los insurgentes. Souza(Máximo Gómez, p. 212), por ejemplo,sostiene que «el abandono de la isla porlos españoles era sólo una cuestión deunos pocos meses» desde el momento dela intervención estadounidense. Elhistoriador que más seguro está de la

inminente victoria cubana sin necesidadde la ayuda estadounidense es EmilioRoig de Leuchsenring, entre cuyasmuchas obras se incluye la obviamentetendenciosa Cuba no debe. Muchoscubanistas de prestigio aceptan hoy lalínea de razonamiento de Roig. VéasePérez, War of 1898 , pp. 10-11. No essorprendente que casi todas lasversiones de primera mano decombatientes cubanos predijeran lavictoria, en especial después deconseguirla. Pero, como veremos, losdiarios inéditos y la correspondenciaexpresan pesimismo hasta el invierno de1897-1898, cuando los acontecimientos

políticos de España y la presión deEstados Unidos detuvieron al ejércitoespañol y causaron su declaraciónunilateral de alto el fuego. Entre lasobras más importantes de loscombatientes cubanos se encuentran lasde Bernabé Boza, José Miró y MáximoGómez. <<

[14] Espinosa y Ramos, Al trote, p. 279.<<

[15] Véase, por ejemplo, la obra TraskWar with Spain en 1898 , la mejorhistoria militar de la guerra hispano-estadounidense, donde el conflictohispano-cubano queda reducidoeficazmente a un corto capítulointroductorio. <<

[16] Por ejemplo, Moreno Fraginals,Cuba/España, España/Cuba, donde laguerra desde 1895 a 1898 se trata enunas pocas páginas al final, en uncapítulo con el significativo título de«La guerra inevitable». <<

[17] Thompson, The Making of theEnglish Working Class, p. 12. <<

* Rough Riders era el nombre con el quela prensa estadounidense bautizó alPrimer Regimiento Voluntario deCaballería de Estados Unidos, queparticipó en la guerra de Cuba y encuyas filas se encontraba TheodoreRoosevelt. En el último capítulo de estelibro se detalla su participación en lacontienda. [N. del T.] <<

Capítulo II

[1] Thomas, Cuba, pp. 1-71 <<

[2] Moreno Fraginals, El ingenio, 3, pp.35-38. Hay una serie de buenos artículosacerca del tema en Naranjo et al., Lanación soñada. <<

[3] Scott, Slave Emantipation, p. 7; Eltis,Economic Growth, p. 249; Tomich,«World Slavery and CaribbeanCapitalism»; Schmith-Nowara, Empireand Antislavery, p. 4. Véanse dosejemplos de relatos clásicos sobre lasociedad esclavista en Cuba, en Klein,Slavery in the Americas, y Knight, SlaveSociety in Cuba. <<

[4] Para una visión general de esteperiodo, véase Pérez, Cuba, caps. 1-7.Acerca de las líneas ferroviarias, véaseZanetti y García, Sugar and Railroads.<<

[5] Durnerin, Maura et Cuba; CayuelaFernández, Bahía de Ultramar. <<

[6] Urquía y Redecilla, Historia negra,XIV, p. 3 <<

[7] Fabié, Mi gestión, p. 27. <<

[8] Tortella, El desarrollo de la Españacontemporánea, p. 155; Roldán deMontaud, «La hacienda cubana»;Maluquer de Motes, «El mercadocolonial»; Giberga y Gali, Apuntessobre la cuestión, p. 196. <<

[9] Véase, por ejemplo, Ringrose,Madrid and the Spanish Economy, yC r u z , Gentlemen, Burgueois andRevolutionaries. <<

[10] Acerca de la economía española,véase Prados de la Escosura, Deimperio a nación; Sánchez-Albornoz,ed., Economic Modernization of Spain.Para una visión anterior y máspesimista, véase Nadal, El fracaso de larevolución industrial en España. <<

[11] Historias políticas clásicas deEspaña son las de Artola, Los orígenesde la España contemporánea, y Carr,España. <<

[12] Serrano, Final del imperio, pp. 4-5;López Segrera, «Cuba», pp. 77-93. <<

[13] Zanetti, «Las relaciones comercialeshispano-cubanas», pp. 95-117, tabla I.<<

[14] Durnerin, Maura et Cuba, pp. 32-33<<

[15] Fabié, Mi gestión, p. 20. <<

[16] Serrano, Final del imperio, p. 6;Pérez, Cuba and the United States, pp.2-12. <<

[17] Pérez, On Becoming Cuban, cap. I.<<

[18] Le Riverend, Historia económica, p.136; Roderick Aya ( Missed Revolution,pp. ix-x) tenía razón cuando, en suestudio acerca de la revolución rural enSicilia y Andalucía, escribía: «Losorprendente es la moderación ydebilidad de los movimientos agrariosde base proletaria en comparación conla movilización defensiva de loscampesinos que aún poseían, al menosparcialmente, unos medios deproducción y una organizacióncomunitaria cohesionada». <<

[19] Cayuela Fernández, Bahía deUltramar, pp. 4-6. <<

[20] Muñiz de Quevedo, Ajiac, pp. 32-40;Montesinos y Salas, Los yankees enManzanillo, pp. 11-12. <<

[21] AHN, Sección Ultramar, leg. 4483.<<

[22] Véase Barnett, Biografía de uncimarrón. <<

[23] Gómez, La insurrección por dentro ,p. 19. <<

[24] «Cuestiones cubanas», BN, ms.20064/10; Ablanedo, La cuestión deCuba, pp. 17-20; Montesinos y Salas,Los yankees, pp. 10-11. <<

[25] Schwartz, Lawless Liberators, p. 40.<<

[26] Armiñán, Weyler, pp. 62-64. <<

[27] Scott, Slave Emancipation, pp. 27-46. <<

[28] Para un análisis del impactoecónómico de la emancipación enMatanzas, véase Bergad, Cuban RuralSociety, pp. 188-189 y 263-279. <<

[29] Roldán de Montaud, «La haciendacubana», p. 137, Mariano, Cuestioneshispano-norteamericanas, p. 9. Segúnun cubano contemporáneo, el gobiernocolonial gastó casi once millones dedólares un año antes de la guerra parapagar la deuda, otros trece millones engastos militares y administrativos, y sólo771.000 en lo demás, sin dejarprácticamente nada para asuntos como laeducación primaria (Izaguirre, Asuntoscubanos). <<

[30] Estévez Romero, Desde el Zanjón,pp. 24-595. <<

[31] Véase Ablanedo, La cuestión deCuba. Para otras críticascontemporáneas de la corrupciónespañola, véase Blasco Ibáñez,Artículos; Moreno, El país delchocolate; y Merchan, Cuba. <<

[32] Garralda Arizcún, «La guerrahispanocubana», p. 1221. <<

[33] Véase Moreno Fraginals et al. (eds.),Between Slavery and Free Labor, enespecial los ensayos de MorenoFraginals e Iglesias. <<

[34] Pérez, Cuba and the United States,p. 74; LaFeber, New Empire, p. 286. <<

[35] Menéndez Caravía, La guerra enCuba, p. 13 <<

[36] Trask, War with Spain, p. 4 <<

[37] Pardo González, La brigada, p. 13<<

[38] Correspondencia de Peralta enGarralda Arizcún, «La guerrahispanoamericana», pp. 1230-1237. <<

[39] Fabié, Mi gestión, p. 23. <<

[40] El Imparcial, octubre de 1894, pp.1, 3, 6 y 8. <<

[41] Para más detalles, véase ANN,CGC, microfilme nº 14. <<

Capítulo III

[1] Mañach, Martí. <<

[2] Dirección política de las FAR,Historia de Cuba, pp. 220-221. <<

[3] Maceo a Juan Arnao, 14 de junio de1885, y Gómez a Arnao, 20 de enero de1885, documentos de Juan y NicolásArnao, LCMD. El texto de la carta deGómez es lo suficientemente interesantecomo para citarlo por extenso:

«Estimado Amigo: su grata del15 me favorece hoy y quedoenterado de lo que ya yo mesuponía: New York siempreflojo. Marty (sic), desde elprimer día que me conoció enNew York, se hubiera separado[…] por que él no es hombre que

pueda pisar en ninguna esfera sinla pretención de dominar […] Sedijo para sus adentros ‘con esteviejo soldado es imposible hacereso, y lo que es peor me puedover al fin hasta en el compromisode seguirlo hasta los campos deCuba […] Este hombre hacepoco caso de los oradores y lospoetas y lo que solicita espólvora y balas y hombres quevayan con él a los campos de mipatria a matar a sus tiranos’. Heaquí, amigo mío, ni más ni menoslas reflexiones de ese jóven aquien es preciso dejar tranquilo,

que ya iremos a luchar porhacerles patria para sus hijos.No nos ocupemos más de esaspequeñeces, esos son átomos quenada influyen en los destinos delos pueblos».<<

[4] Martí, En los Estados Unidos, p. 10.<<

[5] Mañach, Martí, p. 230. <<

[6] Toledo Sande, Cesto en llamas, pp.189 y 259-260. <<

[7] Fernández, Cuban Anarchism, pp.24-35. <<

[8] Pérez (ed.), José Martí in the UnitedStates. <<

[9] Poyo, «With All and for the Good ofAll». <<

[10] Guerra y Sánchez et al., Historia dela nación Cubana, pp. 7 y 121. <<

[11] Véase Anderson, ImaginedCommunities; Hobsbawm, Nations andNationalism since 1780; Hobsbawm,Ranger et al., Invention of Tradition;Anthony Smith, Theories ofNationalism; y Woolf et al.,Nationalism in Europe. <<

[12] Estrade, «José Martí», pp. 17-88;Elorza, «El sueño de Cuba en JoséMartí», pp. 65-78. <<

[13] Liss, Roots of Revolution, p. 49. <<

[14] Sepúlveda Muñoz, «¡Viva CubaLibre!», pp. 263-277. <<

[15] Tortella, El desarrollo, p. 34. <<

[16] El mejor ejemplo de este tipo deliteratura en inglés, aunque data deprincipios del siglo XX, es Brenan, Alsur de Granada. <<

[17] Barón Fernández, La guerrahispano-americana, pp. 23-24. <<

[18] Juan Gualberto Gómez, Por CubaLibre, pp. 12-15. Para otro ejemplo,véase Manuel de la Cruz, Episodios dela revolución cubana, pp. 1-2. <<

[19] Izaguirre, Asuntos cubanos, pp. 174-181. <<

Capítulo IV

[1] Informes consulares, AMM, CGC,legs. 140 y 141. <<

[2] Heredia y Mota, Crónicas, 1, pp. 8-14. <<

[3] Mariano y Vivo, Apuntes en defensa,p. 23. <<

[4] Monfort y Prats, Historia de laguerra, pp. 33-46; Juan GualbertoGómez, Por Cuba Libre, pp. 45-48. <<

[5] Cortijo, Apuntes para la historia, p.19; Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, p. 26. <<

[6] Maura, Proyecto de Ley. <<

[7] Diego, «Las reformas de Maura». <<

[8] Tussell, Antonio Maura, p. 29.Tussell cita una carta del general Luque,testigo de las manifestaciones de apoyoa Maura y Calleja, parte de la cual dice:«Yo […] sé muy bien distinguir losentusiasmos fabricados de losentusiasmos espontáneos y el entusiasmodesde Santiago de Cuba a La Habanapor las reformas es verdaderamenteimponente, por lo espontáneo». <<

[9] Mañach, Martí, p. 317 <<

[10] Durnerin, Maura et Cuba, p. 191;Souza, Máximo Gómez, p. 129. <<

[11] Núñez Florencio, El ejércitoespañol, pp. 36-37. <<

[12] Elorza y Hernández Sandoica, LaGuerra de Cuba, p. 186. <<

[13] Las versiones cubanas de la guerraen ocasiones tratan a Cuba como «unanación en armas» en 1895. Véanse, porejemplo, Palenque, La campaña deinvasión; Ibarra, Ideología mambisa; ocasi cualquier obra de Roig deLeuchsenring, por ejemplo, en sudescripción de la «guerra de lamayoría» contra España de laintroducción a Juan Gualberto Gómez,Por Cuba Libre, p. 68. Este enfoqueparte de algunos combatientes; porejemplo, véase Valdés-Domínguez,Diario, 3, p. 84, donde sugiere que lapérdida de todos los líderes

revolucionarios carecería deimportancia porque la insurrección erala emanación imparable de la nacióncubana. Los estadounidenses tambiénhan exagerado esta «unanimidad» delpueblo cubano. Henry Proctor visitóCuba y habló del «espectáculo de millóny medio de personas, toda la poblaciónnativa de Cuba, luchando por laliberación» de España (Millis, MartialSpirit, p. 124). Para un estudio delpoder del mito del «pueblo en armas»,véase Moran y Waldron (ed.), People inArms. <<

[14] Helg, Our Rightful Share; Ferrer,Insurgent Cuba. <<

[15] Miranda, Antorchas de la Libertad,p. 30. <<

[16] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 10 y 13. <<

[17] Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 155. <<

[18] Heredia y Mota, Crónicas, 1, pp.10-37. <<

[19] Maluquer de Motes, España en lacrisis, p. 33. <<

[20] Los asaltos de los militares a losperiódicos se hicieron tan frecuentes apartir de 1895, que un historiador lodescribía como «el deporte de laépoca». Finalmente, las batallas legalesentre civiles y militares a causa de estosasaltos condujeron a una mayorautonomía de los tribunales militares y ala exención de los oficiales de la leyordinaria, con terribles consecuenciaspara el futuro del país (NúñezFlorencio, «Las raíces de la Ley deJurisdicciones»). <<

[21] Núñez Florencio, Militarismo yantimilitarismo, pp. 150-157. <<

[22] Maceo, Ideología política, 1, pp.346-347. <<

[23] Souza, Máximo Gómez, pp. 150-153<<

[24] AMM, CGC, microfilme nº 28. <<

[25] Un veterano pensaba que Maceohabía ordenado la muerte de Key, peroluego, en una nota al pie, sugería que sehabía tratado de un accidente. VéaseRossell y Malpica, Diario, 1, p. 37. <<

[26] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 5-39; Foner, Antonio Maceo, pp.166-167; Monfort y Prats, Historia de laguerra, p. 78. <<

[27] Roig, La guerra de Martí, p. 29. <<

[28] Curnow, Manana, p. 172. <<

[29] Llorens y Maceo, Con Maceo, p. 20.<<

[30] Boletín oficial, 10 de mayo de 1895.<<

[31] Curnow, Manana, pp. 178-179. <<

[32] Bartolomé Masó era vicepresidentey Severo Pina, Santiago GarcíaCañizares, Carlos Roloff y RafaelPortuondo fueron secretarios deHacienda, Interior, Guerra y Exterior,respectivamente. <<

[33] Ramiro Cabrera, ¡A Sitio Herrera!,pp. 157-58. <<

[34] Salas, La Guerra de Cuba, p. 11;Calleja Leal, «La muerte de JoséMartí»; Baquero, «Versiones yprecisiones». <<

[35] Curnow, Manana, pp. 175-77 <<

[36] Heredia y Mota, Crónicas, 1, p. 39.<<

[37] Boletín Oficial, 20 de mayo, 1895;Montfort y Prats, Historia de la Guerra,pp. 92-95. <<

Capítulo V

[1] AMM, CGC, leg. 138; Miró, Cuba, p.64 <<

[2] Souza, Máximo Gómez, p. 3. Laentrada del 25 de agosto de 1877 deldiario de Gómez dice: «Sigue eldesorden y ya está perdida ladisciplina». Más adelante, los líderesmilitares de la república en armascubana olvidarían el ruinoso estado dela insurgencia y echarían la culpa de laderrota a los políticos civiles, unaespecie de «puñalada en la espalda»cubana similar al mito de la «traición»socialista al Ejército alemán deLudendorff. Véase Pérez Guzmán ySerrano, Máximo Gómez, pp. 33-35. <<

[3] Souza, Ensayo histórico, pp. 72-73.<<

[4] Fomer, Antonio Maceo, p. 175.Acerca de Cuba y la economía española,véase Cayuela Fernández, Bahía deUltramar, y Maluquer de Motes, «Elmercado colonial». <<

[5] Pérez, Cuba, pp. 163-164. <<

[6] García-Cisneros, Máximo Gómez, p.11. <<

[7] José Gómez a Santiago GarcíaCañizares, 12 de febrero de 1897, ANC,GR, leg. 16, exp. 2254. <<

[8] García-Cisneros, Máximo Gómez,pp. 11 y 18; Souza, Máximo Gómez, pp.60-64; Griñán Peralta, «El carácter deMáximo Gómez». <<

[9] Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 153. <<

[10] Weyler, Mi mando, 1, pp. 70-79;Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 153; Palenque, La campañade invasión, p. 3. <<

[11] Fomer, Antonio Maceo, p. 175. <<

[12] Miró, Cuba, p. 175. <<

[13] Heredia y Mota, Crónicas, 1, p. 24.<<

[14] Rodríguez Demorizi, Papelesdominicanos, pp. 41-42 y 48. <<

[15] Fomer, Antonio Maceo, p. 175. <<

[16] García-Cisneros, Máximo Gómez,pp. 15-16. <<

[17] Pérez, Cuba, p. 124. <<

[18] Buznego, Mayor General MáximoGómez, 1, p. 10. <<

[19] Souza, Máximo Gómez, pp. 169-172y 188. <<

[20] En el diario de José Maceo, junio de1895, se hace evidente que su papel eraestablecer la autoridad de la insurgenciaen el este, ANC, GR, leg. 14, exp. 1892.Véase también su correspondencia,ANC, GR, leg. 14, exp. 1863. <<

[21] José Maceo a Severo Pina, 10 deoctubre de 1895, ANC, GR, leg. 14, exp.1924. <<

[22] Emilio Latanlade, por ejemplo,recaudó él solo cuarenta y cuatro mildólares; Latanlade a Maceo, 16 defebrero de 1895, ANC, GR, leg. 14, exp.1924. <<

[23] Hay registros de algunas de estascompras de armas en AMM, CGC, leg.104. <<

[24] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, pp. 15-17. <<

[25] Circular del 20 de marzo de 1896,reproducida por Fernando Gómez, Lainsurrección por dentro , pp. 21-23;Flint, Marching with Gómez, p. 25. <<

[26] Orden de Roloff, AMM, CGC,microfilme nº 28. <<

[27] Valdés-Domínguez, Diario, 3, p. 85<<

[28] Boza, Mi diario, p. 52; FernandoGómez, La insurrección por dentro , pp.15-17. <<

[29] Boza, Mi diario, pp. 30-31 y 46-47.<<

[30] Ibid., 169. <<

Capítulo VI

[1] Izaguirre, Asuntos cubanos, pp. 9-10.Para una paranoica pero interesanteversión del papel de la masonería en lacaída de la colonia española en Cuba,véase Villalba Muñoz, La gran traición.<<

[2] Pando, Cuba’s Freedom’s Fighter, p.4. <<

[3] Foner, Antonio Maceo, 2, pp. 7-8 y20; Piedra Martel, Campañas deMaceo, pp. 20-21. <<

[4] Piedra Martel, Campañas de Maceo,p. 86. <<

[5] Circular de Weyler en Boletínoficial, 10 de junio de 1897. <<

[6] Pando, Cuba’s Freedom’s Fighter, p.13. El sombrío informe de MartínezCampos se ha citado, como en el librode Pando, como una valoración de lasituación en Cuba en su totalidad. Nopretendía que se aplicase sólo a oriente,como queda claro por el contexto delinforme. <<

[7] Maza Miguel, «Betweeen Ideologyand Compassion»; Pardo González, Labrigada; Véhrahz, Los Estados Unidosvencidos, p. 11. Para las influenciasafricanas en la religión en Cuba, véaseBarnet, <<

[8] Burguete y Lana, ¡La guerra!, pp. 74-76. <<

[9] Pardo González, La brigada, p. 15.<<

[10] Armiñán, Weyler, p. 113. <<

[11] Saíz Cidoncha, Guerrillas en Cuba,p. 12. <<

[12] Souza, Ensayo histórico, pp. 109-110. <<

[13] Corral, El desastre, p. 149. <<

[14] Reparaz, La guerra de Cuba, p. 42.<<

[15] Cortijo, Apuntes para la historia, p.22; Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, p. 10. <<

[16] Amante de la nación, Estudio de laguerra, p. 8. <<

[17] Souza, Ensayo histórico, p. 65. <<

[18] Gómez Núñez, La acción dePeralejo, p. 8. <<

[19] Souza, Ensayo histórico, pp. 54-55.<<

[20] Cardona, Historia del ejército, pp.116-117; Izaguirre, Asuntos cubanos, p.15. <<

[21] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 25-36. <<

[22] Gómez Núñez, La acción dePeralejo, p. 16. Miró daba una versióncompletamente diferente de esta parte dela batalla, sosteniendo que fueron loscubanos quienes cogieron la municiónde los soldados españoles. Véase Miró,Cuba, pp. 74-81. Hay dos razones paradudar de Miró. En primer lugar, aunquepretende haber estado presente en labatalla, sabemos que no estuvo. Ensegundo lugar, en su relato de 1909,Miró copió palabras y frases completasdel testimonio del español GómezNúñez en 1895, simplementereemplazando «cubanos» por

«españoles» donde lo creía necesario.<<

[23] Souza, Ensayo histórico, p. 55 <<

[24] Weyler, Mi mando, p. 124. <<

Capítulo VII

[1] Souza, Ensayo histórico, p. 32;Souza, Máximo Gómez, pp. 180-184. <<

[2] Máximo Gómez a Rafael Portuondo,ANC, GR, leg. 11, exp. 1458. <<

[3] Llorens y Maceo, Con Maceo, pp.28-30. <<

[4] Fité, Las desdichas de la patria, p.45. <<

[5] Rodríguez Mendoza, En la manigua,p. 19. <<

[6] Informes consulares, AMM, CGC,leg. 159. <<

[7] Adán, El lobbyismo, p. 5. <<

[8] Juan Gualberto Gómez, Por CubaLibre, p. 68. <<

[9] Adán, El lobbyismo, pp. 6-7. <<

[10] Dupuy al viceministro, AMM, CGC,leg. 159. <<

[11] AMM, CGC, microfilme nº 28. <<

[12] Foner, Antonio Maceo, p. 173 <<

[13] Véase Heredia y Mota, Crónicas,para fotos reveladoras de los barcosespañoles. <<

[14] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 28-70. <<

[15] La siguiente historia se basa en eldiario requisado a Rutea, AMM, CGC,leg. 134, y en las memorias publicadasde otros expedicionarios en RodríguezMendoza, En la manigua, y RamiroCabrera, ¡A Sitio Herrera! <<

[16] Orden de Máximo Gómez, AMM,CGC, leg. 159. <<

[17] Boza, Mi diario, p. 28. <<

[18] Lubián, Episodios de las guerras, p.53. Véase también Carrillo Morales,Expediciones cubanas. <<

[19] Crouch, Yankee Guerrillero , pp. 23,37 y 110. <<

[20] En AMM, CGC, legs. 134-138pueden encontrarse quejas de losoficiales cubanos por la dispersión desus hombres entre combates. <<

[21] Boza, Mi diario, p. 28. <<

[22] Correspondencia de Maceoquejándose de las órdenes de Masó,AMM, CGC, leg. 135. <<

[23] «Diario de las operaciones»,Regimiento de Infantería de La Habananº 66, AMM, CGC, leg. 290. <<

[24] Souza, Ensayo histórico, pp. 108-109. <<

[25] Saíz Cidoncha, Guerrillas en Cuba,p. 69. <<

[26] Miró, Cuba, pp. 95-99. <<

[27] Rodríguez Demorizi, Papelesdominicanos, p. 47. <<

[28] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 47-48. <<

[29] Weyler, Mi mando, 1,p. 294. <<

[30] Pérez, Cuba, p. 146. <<

[31] Espinosa y Ramos, Al trote, pp.36-38. <<

[32] Juan Gualberto Gómez, Por CubaLibre, p. 224. <<

[33] Maceo a Dimas Zamora, AMM,CGC, leg. 135. <<

[34] Miró, Cuba, p. 28. <<

[35] Cuadros de la guerra, p. 19. Paracaracterizaciones parecidas, véaseFrancisco Cabrera, Episodios de laguardia, p. 118, y Amante de la nación,Estudio de la guerra, pp. 1-2. <<

[36] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 48-53. <<

[37] Souza, Ensayo histórico, p. 116. <<

[38] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 53-59; Miró, Cuba, pp. 147-149;Weyler, Mi mando, 1, pp. 39-40. <<

[39] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 61-68. <<

[40] Boza, Mi diario, p. 74. <<

[41] Moreno Fraginals, Cuba/España,España/Cuba, p. 266. <<

[42] Miró, Cuba, pp. 200-201. <<

[43] Foner, Antonio Maceo, p. 172. <<

[44] Boza, Mi diario, pp. 196-197. <<

[45] Menéndez Caravía, La guerra enCuba, pp. 5-11. <<

[46] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 10-13. <<

[47] Weyler, Mi mando, 1, p. 14. <<

[48] Philip Foner insiste en que «larevolución cubana estaba totalmenteintegrada», pero es difícil encontrarpruebas de esto. De hecho, a medida quela guerra se alargaba, los blancos yoccidentales empezaron a reemplazar alos negros y orientales en los puestos demando del ejército, señal de que lajerarquía racial y social se habíareafirmado dentro de la revolución. <<

[49] Se estima que los afrocubanoscomponían hasta un ochenta por cientodel Ejército Libertador (Thomas, Cuba,p. 323). Posiblemente este procentajesea demasiado alto, y la cifra delsesenta por ciento se haya más cercana ala realidad. Véase Ferrer, InsurgentCuba, p. 3. <<

[50] Ferrer, Insurgent Cuba, pp. 96-97.<<

[51] Muñiz de Quevedo, Ajiaco, pp. 42-43. <<

[52] Listas de regimientos requisadas,AMM, CGC, leg. 136. <<

[53] Bandera tenía una reputación decrueldad e inmoralidad que finalmenteacabó con su carrera militar. Losinformes de sus crímenes llegaron aGómez, que le destituyó y nunca pensóen reponerle en su puesto, citando su«repetida conducta inmoral» y su«insubordinación» (ANC, CGC, leg. 11,exp. 1516). Ferrer, no obstante, sugiereque la destitución de Bandera se debió amotivos racistas. Véase Ferrer, «RusticMen, Civilized Nation». Véase tambiénFerrer, Insurgent Cuba, p. 3. <<

[54] Heredia y Mota, Crónicas, 2, p. 50.<<

[55] Saíz Cidoncha, Guerrillas en Cuba,p. 69. <<

[56] Miró, Cuba, p. 122. <<

[57] Miranda, Antorchas de la Libertad,pp. 100 y 243. <<

Capítulo VIII

[1] Algunos afirman que el número deespañoles muertos por enfermedadesestaba cerca de cincuenta mil. VéaseRodríguez González, Operaciones, p.22; Alonso Baquer, «El ejércitoespañol», p. 306; Feijóo Gómez,Quintas, pp. 310-311; y «Casualties»,pp. 106-108. Para datos publicadossobre la salud del ejército español,véanse Brunner, «Morbidity andMortality», pp. 409-412; España,Ministerio de la Guerra, Estados de lasfuerzas; Larra y Cerezo, Datos para lahistoria; y Larra y Cerezo, Les hôpitauxmilitaires. Para una lista de los muertos

en el bando cubano, véase Roloff,Índice alfabético. <<

[2] Corral, El desastre, pp. 73 y 124. <<

[3] Pando, Documento, p. 7. <<

[4] Ramón y Cajal, Recuerdos de mivida, 1, pp. 331-50. <<

[5] Tone, «How the Mosquito (Man)Liberated Cuba», pp. 277-308. <<

[6] Montaldo y Peró, Guía práctica, p.82. <<

[7] Harrison, Mosquitoes, Malaria andMan. <<

[8] Correspondencia entre MartínezCampos y el Ministerio de la Guerra, 15de noviembre y 7 de diciembre de 1895,AMM, CGC, leg. 114. <<

[9] Ministro de la Guerra a MartínezCampos, AMM, CGC, microfilme nº 30.<<

[10] Hernández Sandoica, «Polémicaarancelaria», pp. 279-308. <<

[11] Existe correspondencia entreMartínez Campos y otros miembros delgabinete español acerca de este asunto,AMM, CGC, leg. 114 <<

[12] Frieyro de Lara, «La situación delsoldado», pp. 161-171. <<

[13] Corral, El desastre, pp. 18-24 y 56-58. <<

[14] Carrasco y Sandía, Pequeñeces,caps. 1-2 <<

[15] Alonso Baquer, El ejército, pp. 161-169. <<

[16] Valera Ortega, Los amigos políticos.<<

[17] La mejor obra acerca del nivel devida de los españoles es de MartínezCarrión (ed.), El nivel de vida. Losautores de esta colección están deacuerdo en que las primeras etapas delcapitalismo agrario generaron una agudacrisis, seguida de una recuperación lentaa finales del siglo XIX y un rápidoavance a partir de 1900. <<

[18] Véase, por ejemplo, NúñezF l o r e nc i o , Las raíces de lasJurisdicciones, pp. 185-198. <<

[19] Ballbé, Orden público, pp. 227-234.<<

[20] Feijóo Gómez, Quintas, pp. 116-124. <<

[21] Núñez Florencio, Militarismo, p.24. <<

[22] Ballbé, Orden público, pp. 248-252.<<

[23] Díaz Benzo, Pequeñeces, pp. 12-13.<<

[24] Headrick, Ejército y política, pp.74-75. Acerca de los militares, véasetambién Christiansen, Origins ofMilitary Power in Spain. <<

[25] Barado, Nuestros soldados, pp. 43-47. <<

[26] Feijóo Gómez, Quintas, pp. 310-311; Ovilo y Canales, La decadencia, p.13. <<

[27] Serrano, «Prófugos y desertores».Serrano intenta mostrar que losespañoles se resistían al reclutamientoen parte por oposición a la guerra, perosus propias estadísticas cuestionan estaafirmación. Véanse también las pruebaspresentadas por Feijóo Gómez, Quintas,p. 51, donde se muestra un descenso delas deserciones y de la resistencia alreclutamiento durante la guerra. <<

[28] Ovilo y Canales, La decadencia, p.9. <<

[29] Jensen, «Moral Strenght»; Jensen,«Military Nationalism». <<

[30] Feijóo Gómez, Quintas, pp. 287-289, 301-303 y 313-314. <<

[31] Carta a Weyler, AHN, SecciónDiversos, Títulos-Familias, leg. 3177,nº 5. <<

[32] Corral, El desastre, p. 34. <<

[33] El Imparcial, 31 de diciembre de1896. <<

[34] Cable a Weyler, AMM, CGC, leg.159. <<

[35] Larrea, El desastre, pp. 163-169 y184. <<

[36] Blasco Ibáñez, Artículos, p. 11. <<

[37] Avelino Delgado, «Spanish Army inCuba», 1, p. 105. La cita es de AlonsoBaquer, El ejército, pp. 199-205. <<

[38] Muñiz de Quevedo, Ajiaco, p. 171.<<

[39] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 91-92. <<

[40] Vehráhz, Los Estados Unidosvencidos, p. 12. <<

[41] Weyler, Mi mando, 1, p. 43. <<

[42] Álbum de la trocha, p. 11. <<

Capítulo IX

[1] Los registros de la campaña españolaresultan una lectura conmovedora acercade este asunto, AMM, CGC, pp. 228-384. <<

[2] Carta de Fernando Carvajal, 21 deseptiembre de 1895, AGM, secc. 6, div.3, leg. K-4. <<

[3] Flint, Marching with Gómez, p. 45;Corral, El desastre, pp. 68-73. <<

[4] Yriondo al coronel Aldave, AGM,secc. 6, div. 3, leg. K-4. <<

[5] Muñiz de Quevedo, Ajiaco, p. 28. <<

[6] Corral, El desastre, pp. 16-17. <<

[7] Burguete y Lana, ¡La guerra!, pp. 57-58. <<

[8] Cartas del 24 de noviembre, 29 defebrero, 9 de mayo, 26 de mayo y 21 deoctubre de 1896, AGM, secc. 6, div. 3,leg. K-4. <<

[9] Carta de Marcelino Soler, 21 deagosto de 1896, AGM, secc. 6, div. 3,leg. K-4. <<

[10] José Aldave, órdenes del 7 y 12 denoviembre de 1895, AGM, secc. 6, div.3, leg. K-4. <<

[11] Weyler, Mi mando, 1, pp. 26-28. <<

[12] Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, p. 37. <<

[13] Un ejemplo de este enfoque es el dePardo Rodríguez, La brigada. <<

[14] Estévez Romero, Desde el Zanjón,pp. 4-6. <<

[15] Forcadell Álvarez, «El lúcidopesimismo», pp. 31-57. <<

[16] Carta de Martínez Camposreproducida en Weyler, Mi mando, 1,pp. 28-32. <<

Capítulo X

[1] Boza, Mi diario, p. 74. <<

[2] Miró, Cuba, pp. 169-172. PiedraMartel comentaba el comportamiento delas tropas españolas: «He de declarar,en honor del ejército español, que niantes ni después en el curso de lacampaña vi a sus soldados perder lamoral y desorganizarse». (Campañas deMaceo, pp. 68-71); véase tambiénPiedra Martel, Memorias de un mambí,p. 76; y Souza, Ensayo histórico, pp.144-151. <<

[3] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.154. <<

[4] Acerca de las pérdidas españolas,véanse los informes de operaciones deoctubre a diciembre de 1895, AMM,CGC, leg. 290; y la discusión de Miró,Cuba, pp. 144-145. Las bajas cubanaslas proporciona el general SerafínSánchez, citado en Dirección política delas FAR, Historia de Cuba, p. 197;Bernabé Boza sugiere cifras ligeramentedistintas, cuatro muertos y cuarenta ydos heridos en Mi diario, p. 60. <<

[5] Elorza y Hernández Sandoica, Laguerra de Cuba, p. 227. <<

[6] Boza, Mi diario, pp. 41-91. <<

[7] Dumpierre, introducción a Gómez,Diario de campaña, pp. 10-13. Véasetambién Roig, La guerra de Martí, p.63. <<

[8] Barquín, Las luchas guerrilleras, pp.10-11. <<

[9] Clark, Cuba and the Fight forFreedom, pp. 418-422. <<

[10] Foner, Antonio Maceo, pp. 20, 37 y174; Foner, Spanish-Cuban-AmericanWar, 1, pp. 19-26. <<

[11] Joseph Smith, Spanish-AmericanWar, pp. 12-13. <<

[12] Carrasco y Sandía, Pequeñeces, cap.13. <<

[13] Jiménez Castellanos, Sistema, p. 30.<<

[14] Barrios citado en Souza, MáximoGómez, pp. 74-75. <<

[15] Saíz Cidoncha, Guerrillas en Cuba,pp. 48-49. <<

[16] Para una buena discusióncontemporánea sobre la tendenciaespañola a inflar las bajas enemigas ensus informes, véase Larrea, El desastre,pp. 193-207. <<

[17] Souza, Ensayo histórico, p. 151. <<

[18] Burguete y Lana, ¡La guerra!, pp.95, 105 y 137; Morote, En la manigua,pp. 13-14. <<

[19] Espinosa y Ramos, Al trote, pp. 60 y78-79. <<

[20] Gómez, Diario, p. 394. <<

[21] Fuente y Hernández, El fusil Mauserespañol. <<

[22] Crouch, Yankee Guerrillero , p. 107;Flint, Marching with Gómez, p. 240. <<

[23] Boza, Mi diario, p. 27. <<

[24] Francisco Argilagos deja esto bienclaro en Prédicas insurrectas, pp. 32-48. El uso de balas explosivas apareceen los registros de los hospitalesmilitares a principios de 1896. Véase,por ejemplo, AMM, CGC, legs. 172,173, 174 y 175. <<

[25] «Reglamenta susinta», AMM, CGC,leg. 138. <<

[26] Boza, Mi diario, p. 27. <<

[27] Bellelises, Arming America. A pesarde la campaña para desacreditar aBellelises y su uso de registrosauténticos, la tesis de Arming America—que la historia de amor de losamericanos con las armas fue unaconstrucción social premeditada delsiglo XIX y no un legado orgánico de laera colonial— sigue siendoincuestionable. <<

[28] Feijóo Gómez, Quintas, pp. 307-308; Corral, El desastre, pp. 35-36;Cassola, Establecimiento de colonias,p. xi. <<

[29] Jiménez Castellanos, Sistema, pp. 96y 114-115. <<

[30] Boza, Mi diario, p. 84. <<

[31] Batalla que se narra en la carta delgeneral Luque expuesta en el Museo delEjército de Madrid. <<

[32] Guerra y Sánchez et al., Historia dela nación cubana, 6, p. 230. <<

[33] Crouch, Yankee Guerrillero , p. 68.<<

[34] Cuadros de la guerra, pp. 24 y 31.<<

[35] Informes de batalla, AMM, CGC,legs. 171-180. <<

[36] Véase Larra y Cerezo, Datos para lahistoria. <<

[37] Informes de hospital, AMM, CGC,legs. 171-180, y AGM, secc. 2a, div. 4a,leg. K1. <<

[38] Informes de batalla, AMM, CGC,legs. 171-180. <<

[39] Informes de hospital, AGM, secc.2a, div. 4a, leg. K1; AMM, CGC, leg.173. <<

[40] Muñiz de Quevedo, Ajiaco, p. 65. <<

[41] Pardo Rodríguez, La brigada, p. 24.<<

[42] Souza, Ensayo histórico, p. 144. <<

[43] Ibid., pp. 149-150. <<

[44] Martínez Campos a Sabas Marín, 20de diciembre de 1895, AMM, CGC, leg.140. <<

[45] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 79-85. <<

[46] Souza, Máximo Gómez, pp. 202-204. <<

Capítulo XI

[1] Carta de Luisa a su madre, AMM,CGC, leg. 136. <<

[2] «Diary of Fourth Corps, Second Div.Third Squad», AMM, CGC, leg. 140. <<

[3] Miró, Cuba, pp. 100-101. <<

[4] Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 147. <<

[5] New York Times , 6 de junio de 1896.<<

[6] Para una interpretación estructural delnacionalismo cubano y de por qué laidentidad nacional estaba másdesarrollada en Puerto Rico, véaseIbarra, «Cultura e identidad nacional».<<

[7] Diario de José Hernández, AMM,CGC, leg. 139, Arbelo, Recuerdo, p. 57.<<

[8] Souza, Ensayo histórico, p. 32. <<

[9] Flint, Marching with Gómez, pp. 85-88. <<

[10] Núñez Jiménez, «Los primeros enllamarse cubanos», citado por Serrano,Final del imperio, p. 6. <<

[11] Acerca del tema de la problemáticaidentidad nacional cubana, véaseFernández y Cámara Betancourt (eds.),Cuba, the Elusive Nation. <<

[12] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 9-10. <<

[13] Miró, Cuba, p. 23. <<

[14] Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 155. <<

[15] Daily Inter Ocean, 20 de enero,1896. <<

[16] Pérez Guzmán, Herida profunda, pp.33-23. <<

[17] Correspondencia de Lacret, AMM,CGC, leg. 140. <<

[18] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, pp. 17-18 <<

[19] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.158. <<

[20] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 148-149. <<

[21] Weyler, Mi mando, 1, p. 30. <<

[22] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.158. <<

[23] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 148-49. <<

[24] Souza, Máximo Gómez, pp. 154-57.<<

[25] Diario de batalla de Acosta, AMM,CGC, leg. 139. <<

[26] «Documentos incautados delenemigo», AMM, CGC, legs. 138-140.<<

[27] Monfort y Prats, Historia de laGuerra, p. 269. <<

[28] Flint, Marching with Gómez, p. 80.<<

[29] Arbelo, Recuerdo, pp. 12-17 y 43-44. <<

[30] Crouch, Yankee Guerrillero, pp. 118y 80-83 <<

[31] Véase Roig de Leuchsenring, Cubano debe, p. 23. <<

[32] Barnet, Biografía de un cimarrón,pp. 182-83. <<

[33] Telegrama de Manuel Rodríguez SanPedro, gobernador provincial de Pinardel Río, a Martínez Campos, AMM,CGC, microfilme nº 28, leg. 101. <<

[34] Piedra Martel, Campañas de Maceo,pp. 85-120. <<

[35] Weyler, Mi mando, 1, p. 65. <<

[36] Amante de la nación, Estudio de laguerra, pp. 4-5. <<

[37] «Extract from a Letter», PhillipsPapers. <<

[38] Weyler, Mi mando, 1, pp. 28-31. <<

Capítulo XII

[1] Diego, Weyler, pp. 35-39. <<

[2] Martínez Carrión et al., «Creciendocon desigualdad», pp. 405-460. <<

[3] Armiñán, Weyler, p. 137. <<

[4] Cardona y Losada, Weyler, pp. 20-23. <<

[5] No parece haber pruebas que apoyenla leyenda que sitúa a Weyler enWashington D.C. en estos años, donde,supuestamente, habría consultado conSherman y otros veteranos de la guerracivil estadounidense acerca del tema dela contrainsurgencia. Véase Diego,Weyler, pp. 59-61. <<

[6] Diego, Weyler, pp. 66-68. <<

[7] Armiñán, Weyler, pp. 145-146. <<

[8] Véase la correspondencia de Weylercon Gago (en especial la nº 107), AHN,Sección Diversos, Títulos-Familias, leg.3175. <<

[9] Diego, Weyler, pp. 178-179. <<

[10] Véase la introducción de Weyler aFernando Gómez, La insurrección pordentro, p. viii. <<

[11] Cardona y Losada, Weyler, p. 176.<<

[12] Weyler, Mi mando, 1, p. 178. <<

[13] Cardona y Losada, Weyler, p. 177.<<

[14] Weyler, Mi mando, 1, p. 178. <<

[15] Ibid., pp. 130-131; Mariano y Vivo,Apuntes en defensa, pp. 42-82. <<

[16] Díaz Benzo, Pequeñeces, pp. 25 y59-60. <<

[17] Cartas de funcionarios locales aWeyler, AGM, secc. 6, div. 3, leg. K-4;Corral, El desastre, p. 60. <<

[18] Informe de batalla, AMM, CGC, leg.159. <<

[19] Fernández, Cuban Anarchism, pp.17-18. <<

[20] Véase Poyo, «With All and for theGood of All». <<

[21] Boza, Mi diario, pp. 210-221. <<

[22] Ibid., p. 220. <<

[23] Máximo Gómez a Carlos Roloff, 13de abril de 1896, ANC, GR, leg. 11,exp. 1444. <<

[24] Ibid., 28 de abril de 1896. <<

[25] Hernández (ed.), Apuntesbiográficos, p. 137. <<

[26] Weyler, Mi mando, 2, pp. 7-8. <<

[27] Boza, Mi diario, pp. 210-21. <<

[28] Phillips Papers, LCMD. <<

[29] Acosta Quintana, Planos decomunicaciones. <<

[30] Disposiciones de Weyler relativas alos viajes en tren, AMM, CGC, leg. 441.<<

[31] Weyler a Suárez Inclán, AMM,CGC, leg. 140 <<

[32] Correspondencia de Maceorequisada, AMM, CGC, leg. 136; diariode Baldomero Acosta, AMM, CGC, leg.139. <<

[33] Muchos de los detalles de estabatalla están extraídos de Cuadros de laguerra, pp. 15-35. <<

[34] AMM, CGC, leg. 134. <<

[35] En un cable al general Bernal,Weyler informa sólo de sesenta bajasespañolas. Los registros del hospitalindican que cuarenta y nuevesupervivientes necesitaronhospitalización, todos ellos por heridasde bala, AMM, CGC, leg. 482. <<

[36] Times de Londres, 3 de junio de1896. <<

[37] Weyler, Mi mando, 2, p. 61. <<

[38] Ibid., 1, pp. 341-342. <<

[39] Rosell y Malpica, Diario, 1, pp. 33-37 y 73-79. <<

[40] Valdés-Domínguez, Diario, 2, p. 5.<<

[41] Calixto García a Máximo Gómez, 19de diciembre de 1896, ANC, GR, leg.11, exp. 1042. <<

[42] Flint, Marching with Gómez, p. 80.<<

[43] Informe de Pando acerca de lasactividades de Segura, AMM, CGC, leg.440. <<

[44] Diario de un oficial cubanodesconocido, AMM, CGC, leg. 134. <<

[45] Correspondencia de Aguirre, AMM,CGC, leg. 136. <<

[46] Diario de Martí, AMM, CGC, leg.136. <<

[47] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, p. 50. <<

[48] Correspondencia de Lacret, AMM,CGC, legs. 138 y 140. <<

[49] Weyler, Mi mando, 2, p. 406. <<

[50] Correspondencia de Lacret, AMM,CGC, leg. 140. <<

[51] Un libro reciente destaca el papeldel Gobierno Provisional y de sudelegado en Nueva York, TomásEstrada Palma, en animar a laintervención estadounidense, pero hayque añadir que muchos oficialescubanos, incluso Maceo, como veremos,pensó en un momento u otro que laintervención norteamericana era elcamino más probable para el éxito.Véase, Hidalgo de Paz, Cuba. <<

Capítulo XIII

[1] José Maceo al ministro de la Guerra,ANC, GR, leg. 14, exp. 1941. <<

[2] Gómez a Maceo, ANC, GR, leg. 14,exp. 1946. <<

[3] Foner, Antonio Maceo, pp. 96-103.<<

[4] Souza, Máximo Gómez, p. 237. <<

[5] Weyler, Mi mando, 2, pp. 386-393.<<

[6] Crouch, Yankee Guerrillero , p. 37.<<

[7] Los cálculos cubanos de las pérdidasespañolas no son más fiables que las delos españoles respecto a las de loscubanos, pero algunos estudiosos noparecen darse cuenta de esto. VéaseElorza y Hernández Sandoica, Laguerra de Cuba, p. 253. <<

[8] Compárese el cálculo de Bernal enWeyler, Mi mando, 2, p. 304, con elinforme médico en AMM, CGC, leg.136. <<

[9] Rioja, En la manigua, p. 30. <<

[10] Circular enviada por Maceo, AMM,CGC, leg. 136. <<

[11] Para ejemplos de la actitud anteriorde Maceo hacia la intervenciónestadounidense, véase Grinán Peralta,Maceo, pp. 193-195. <<

[12] Loinaz del Castillo a MáximoGómez, 19 de noviembre de 1896, ANC,GR, leg. 11, exp. 1401. <<

[13] Weyler, Mi mando, 3, pp. 22-30. <<

[14] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, incluye versiones sobre lamuerte de Maceo de Miró, Nodarse yCosme de la Torriente. Estas partes dela obra de Gómez se han reimpresotambién en Weyler, Mi mando, 3, pp.256-285. <<

[15] Álvarez Angulo, Memorias, pp. 169-170. <<

[16] José Maceo a Antonio Maceo, 22 dejunio de 1895, ANC, GR, leg. 14, exp.1892. <<

[17] Correspondencia requisada, AMM,CGC, leg. 136. <<

[18] Valdés-Domínguez, Diario, 3, p. 49.<<

[19] Betancourt a Mayía Rodríguez, 17 deseptiembre de 1897, AMM, CGC, leg.159. <<

[20] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 49-50, 64-75, 170, 184 y 202. <<

[21] Socorro a Mayía Rodríguez, 16 deagosto de 1897, AMM, CGC, leg. 159.<<

[22] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, p. 11. <<

[23] Corral, El desastre, pp. 91-134. Seencuentran descripciones parecidas deestas condiciones en Flint, Marchingwith Gómez, p. 21. <<

[24] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.169. <<

[25] Pérez a Carrillo, AMM, CGC, leg.137. <<

[26] Valdés-Domínguez, Diario, 3, pp.63, 85, 161 y 183-184. <<

[27] Crouch, Yankee Guerrillero , pp. 68,85-87, 92 y 100. <<

[28] Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, p. 95. <<

[29] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.169. <<

[30] Carta firmada por el general dedivisión Francisco Carrillo, el coronelRosendo García y el teniente coronelJosé Acosta, 19 de enero de 1897,AMM, CGC, leg. 138. <<

[31] Rodríguez Mendoza, En la manigua,p. 15. <<

[32] García Cisneros, Máximo Gómez, 2,p. 8. <<

[33] Gómez a Cleveland, 9 de febrero de1897, y a McKinley, 1 de marzo de1897, AMM, CGC, leg. 136. <<

[34] Elorza y Hernández Sandoica, Laguerra de Cuba, p. 206. <<

[35] Buznego, Mayor General MáximoGómez, 2, p. 8. <<

[36] Souza, Máximo Gómez, p. 91. <<

[37] Boza, Mi diario, pp. 331-332. <<

[38] Correspondencia de Martí, AMM,CGC, leg. 138. <<

[39] Giberga y Gali, Apuntes sobre lacuestión, p. 180. <<

[40] Diario del comandante JoséPlasencia, AMM, CGC, leg. 138. <<

[41] Mora a Gasset, 4 de septiembre de1897, BN, ms. 21381/61. <<

[42] Mayía Rodríguez a Gómez, 6 deoctubre de 1897, AMM, CGC, leg. 159.<<

[43] Fernando Gómez, La insurrecciónpor dentro, pp. 134-140.Aparentemente, Gómez tomó estas cifrasdel diario de Quintín Bandera. <<

[44] Valdés-Domínguez, Diario, 4, p. 45.<<

[45] Correspondencia del Tercer Cuerpoa funcionarios del Gobierno, ANC, GR,leg. 16, exps. 2270, 2273 y 2285. <<

[46] Roloff, Índice alfabético. Las cifrasde mortalidad son el total de muertes,4.848; de enfermedad, 1.321; porcentajede muertes por enfermedad, veintisietepor ciento. Fueron revisados yaumentados algo por estudiososposteriores hasta 8.617, 3.437 ycuarenta por ciento, respectivamente.Véase Foner, Antonio Maceo, p. 174.<<

[47] Gómez a Portuondo, 10 de octubrede 1897, ANC, GR, leg. 16, exps. II,462. <<

[48] Gómez a Mandulay, 27 de junio de1896, ANC, GR, leg. 16, exps. II, 1.147.<<

[49] Mayía Rodríguez a AlejandroRodríguez, 20 y 21 de octubre de 1897 y9 de enero de 1898, ANC, GR, legs. 14,1895. <<

Capítulo XIV

[1] Órdenes de Weyler, AMM, CGC, leg.114. <<

[2] Pérez Guzmán, Herida Profunda, pp.46-47. <<

[3] Ibid., p. 17. <<

[4] Morote, En la manigua, p. 4. <<

[5] Chadwick, Relations, 2, pp. 493-494.<<

[6] Pérez Guzmán, Herida profunda, p.256. <<

[7] AHN, Sección Diversos, Títulos-Familias, leg. 3176, nº 107; Gómez, Lainsurrección por dentro, p. 19. <<

[8] Gutiérrez de la Concha, Memoriasobre la guerra, p. 89. <<

[9] Circulares fechadas el 6, 8 y 26 deabril de 1870, AMM, CGC, leg. 61. <<

[10] Weyler, Mi mando, 1, p. 9. <<

[11] Cardona y Losada, Weyler, p. 12. <<

[12] Correspondencia entre MartínezCampos, el ministro de la Guerra y elministro de Ultramar, AMM, CGC, leg.101. <<

[13] Las órdenes de «desconcentración»cubanas se encuentran en AMM, CGC,leg. 138. <<

[14] Espinosa y Ramos, Al trote, pp. 69 y253. <<

[15] Correspondencia de Machado,AMM, CGC, leg. 136. <<

[16] Barnet, Biografía de un cimarrón, p.162. <<

[17] Weyler, Mi mando, 1, p. 56. <<

[18] Máximo Gómez a Rafael Portuondo,8 de septiembre de 1896, ANC, GR, leg.11, exp. 1451. <<

[19] General José M. Capote al generalde brigada Cornleo Rojas, n.d., ANC,GR, leg. 16, exp. 2207. <<

[20] Máximo Gómez a Rafael Portuondo,8 de septiembre de 1896, ANC, GR, leg.11, exp. 1451. <<

[21] General de brigada Javier Vega alministro de la Guerra, Rafael Manduley,18 de julio de 1896, ANC, GR, leg. 16,exp. 2219. <<

[22] Carta del 3 de abril de 1896,Phillips Papers, LCMD. <<

[23] Informes de comandantes cubanos,AMM, CGC, leg. 140. <<

[24] Órdenes de Maceo, AMM, CGC,leg. 138. <<

[25] Times de Londres, 17 de julio de1896. <<

[26] AMM, CGC, microfilme nº 33. <<

[27] Pardo Rodríguez, La brigada, pp.36-37. <<

[28] Registros procesales, AMM, CGC,leg. 136. <<

[29] El gobierno civil del estado deoriente detalla cientos de nombres deprefectos, subprefectos y otrosfuncionarios civiles en 1897, ANC, GR,leg. 14, exp. 1648. <<

[30] General de brigada José Gómez aSantiago García Cañizares, 14 defebrero y 5 de marzo de 1897, ANC,GR, leg. 16, exp. 2255 y 2262; generalde brigada H. Espinosa a Cañizares, 17de abril de 1897, ANC, GR, leg. 16,exp. 2269. <<

[31] AMM, CGC, leg. 138. <<

[32] José María Rodríguez al generalMiles, 17 de agosto de 1898, yRodríguez a Bartolomé Masó, n.d.,ANC, GR, leg. 11, exps. 1851 y 1852.<<

[33] Jesús Rabí a García Cañizares, 19de septiembre de 1898, ANC, GR, leg.16, exp. 2197. <<

[34] Correspondencia de Castro, AGM,secc. 6A, div. 3a, leg. K3. <<

[35] Gómez a Portuondo, 21 denoviembre y 8 de diciembre de 1896, yPortuondo al Consejo de Gobierno de10 de diciembre de 1896, ANC, GR,leg. 11 exps. 1468, 1469. <<

[36] Archivo personal de Weyler, AMM,EP, microfilme nº 53. <<

[37] Diferentes telegramas de campo,AMM, CGC, leg. 482. <<

[38] AMM, CGC, leg. 440. <<

[39] Corral, El desastre, pp. 43-44, 81-85 y 97. <<

[40] Instrucciones de Weyler, AMM,CGC, leg. 482. <<

[41] Millis, Martial Spirit, pp. 75-77. <<

[42] Véase, por ejemplo, Espinosa yRamos, Al trote, pp. 156-157. <<

[43] Romanones, Sagasta, p. 192; FrancosRodríguez, La vida de Canalejas, pp.156-158; Pérez Guzmán, Heridaprofunda, p. 10. <<

[44] Offner, Unwanted War , pp. 92-93.Lee revisó más tarde esta estimación ala baja, dejándola en doscientos mil. <<

[45] Morgan, America’s Road, p. 25. <<

[46] Offner, Unwanted War , pp. 42-48.<<

[47] Russell et al., Illustrated History.<<

[48] Véanse ejemplos en Golay, Spanish-American War , p. 5; Pérez Guzmán,Herida profunda, p. 10; Romanones,Sagasta, pp. 192-195; y Roig deLeuchsenring, Cuba no debe, pp. 18-21,y La guerra libertadora, p. 145. Roigveía la concentración como «elexterminio de la población campesinapor la barbarie de Weyler y sus hordasde asesinos», y cuando se trataba dehacer un recuento de las víctimas de lasreconcentración, eligió las cifras másaltas posibles proporcionadas porBlanco y Canalejas. La cita es de laintroducción de Roig a Juan Gualberto

Gómez, Por Cuba Libre, p. 45. <<

[49] Pérez de la Riva y Blanca Morejón,«La población de Cuba»; Le Riverend,Historia Económica, pp. 491 y 563. APhillip Foner también le gustaba la cifrade doscientos mil. Véase Foner,Spanish-Cuban-American War , 1, p.115. El número de muertos podríaaumentarse redondeando hacia arriba lapoblación de 1895 a 1.800.000 y haciaabajo la de 1898 a 1.500.000, comoparece haber hecho Hugh Thomas(Cuba, p. 423). Ni siquiera esto lespareció suficiente a Fernando Portuondodel Prado y Óscar Pino-Santos, quienes,usando los mismos datos del censo

insistían, sin embargo, en que murieroncuatrocientos mil reconcentrados, unacifra que supera con mucho a suspropios datos redondeados. VéasePortuondo del Prado, Historia de Cuba,p. 587, y Pino-Santos, Cuba, p. 231. <<

[50] Maluquer de Motes, España en lacrisis, p. 39. Las deliberaciones deMaluquer acerca de los datos del censoson las más hábiles que he visto. <<

[51] Trask, War with Spain , p. 9; JosephSmith, Spanish-American War , p. 19;Musicant, Empire by Default, p. 70;Pérez Castañeda, La explosión; Mesa-Lago, «El trabajo en Cuba», pp. 36-37.<<

[52] Los datos y la discusión siguientes(excepto cuando se indica lo contrario)proceden de los informes acerca de lareconcentración en AMM, GCG,especialmente el leg. 167, y AMM,Fondo Documentación sobre Cuba, leg.61. <<

[53] AMM, CGC, microfilme nº 45. <<

[54] AMM, CGC, leg. 159. <<

[55] Circular a los prefectos, noviembrede 1897, AMM,, leg. 136. <<

[56] New York World , 17 de mayo de1896. Véase también Wilkerson, PublicOpinion, pp. 29-40. Losestadounidenses relacionaron elcomportamiento de Weyler en Cuba conla ocupación despiadada de los PaísesBajos por parte del duque de Alba afinales del siglo XVI. Fue entoncescuando, según Henry Cabot Lodge, losingleses y los holandeses, representantesde la «Europa civilizada», habíancomenzado a desmantelar el decadenteimperio católico español de losHabsburgo, y era deber de losestadounidenses finalizar esta tarea.

«Representamos el espíritu de lalibertad» escribía Lodge, «y el espíritude los nuevos tiempos, y España estácontra nosotros porque es medieval,cruel y agonizante» (Lodge, Interventionon Cuba, pp. 8-9). <<

[57] Julián Juderías usó por primera vezel término «leyenda negra» en el títulode su libro La leyenda negra, 1914. Elmomento del trabajo resulta interesante.Juderías había presenciado el mayordesastre de la historia de España, algode unas proporciones que el mundo nocontemplaba desde la Guerra de losTreinta Años. Un ensayo interesanteacerca de la imagen de España enAmérica es el de Kagan, «Prescott’sParadigm». <<

[58] Robert Cecil, Marqués de Salisbury,pronunció su discurso sobre las«naciones agonizantes» en el RoyalAlbert Hall tres días después de queGeorge Dewey destruyera la flota deEspaña en Asia en la bahía de Manila el1 de mayo de 1898. Más adelante, en unataque de diplomacia, negó que Españahubiera sido el objeto de su discurso,pero nadie creyó su retractación. Lostérminos de naciones «vivas» y«agonizantes» se habían hecho yafamilares en la era del darwinismosocial. Y en Estados Unidos nadiedudaba de cuál era la nación viva

(Estados Unidos) y cuál la agonizante(España). Hay un buen análisis delimpacto de este discurso en España enBallbé, Orden público, pp. 175-179. <<

[59] Thomas, Cuba, p. 336: Wilkerson,Public Opinion, pp. 7-9, 29-32 y 42.Acerca de este asunto, véase tambiénWi sa , Cuban Crisis. Acerca de lostoros, Mary F. Lowell, de la Liga de laTemplanza, declaraba en público que lacrueldad española procedía de la fiestanacional, que creaba monstruos comoWeyler habituados a la violencia másextrema y que, en consecuencia, teníanmás tendencia a emplearla porcostumbre. La sociología amateur deLowell recibió una interesante réplicade la ilustre escritora española EmiliaPardo Bazán en La vida, pp. 31-37. <<

[60] Millis, Martial Spirit, pp. 40-43. <<

[61] Daily Inter Ocean, 10 de febrero de1896. <<

[62] New York World , 26 de mayo de1896. <<

[63] Brown, Correspondent’s War, p. 49.<<

[64] Rea, Facts and Fakes. <<

[65] Times de Londres, 21 de mayo de1896. <<

[66] Moret a Blanco, AMM, CGC, leg.1896. <<

[67] Armiñán, Weyler, p. 15. <<

[68] New York World , 23 de agosto de1896. <<

[69] LaFeber, New Empire, pp. 287-288.<<

[70] AMM, CGC, leg. 145. <<

[71] Morgan, America’s Road, p. 23. <<

[72] Lee, «Cuba under Spanish Rule». <<

[73] Pardo González, La brigada, p. 14.<<

Capítulo XV

[1] Para nuevas valoraciones de Cánovasque tratan todos los aspectos de su viday de su tiempo, véase Bullón deMendoza y Togores (eds.), Cánovas ysu época. <<

[2] Conde Fernández Oliva, «Sobre elpensamiento», pp. 143-144. <<

[3] Comellas, Cánovas, pp. 95, 153 y330-334. Para su visión de lamonarquía, véase también Raga Gil,«Cánovas ante la Gloriosa», pp. 44-45.<<

[4] Comellas, Cánovas, pp. 130-131 y227; Raga Gil, «Cánovas ante laGloriosa», pp. 44-45. <<

[5] La discusión siguiente se apoya endos excelentes testimonios de la crisispolítica de principios de la década de1890 en España; Serrano, Le tour dupeuple, y Álvarez Junco, El emperador.<<

[6] Serrano Sanz, El viraje. <<

[7] El anarquismo era más complejo delo que puede tratarse aquí. VéanseÁlvarez Junco, La ideología políticadel anarquismo; Esenwein, AnarchistIdeology; y Kaplan, Anarchists ofAndalucía. <<

[8] Álvarez Junco, El emperador, p. 148.<<

[9] Francisco Argilagos, Prédicasinsurrectas, pp. 32-48. <<

[10] Álvarez Junco, El emperador, p.154. <<

[11] Fernández, Cuban Anarchism, pp.31-35. <<

[12] Fernández, La sangre, pp. 23-29. <<

[13] Ibid., p. 30. <<

[14] Ibid., pp. 80-94. <<

[15] Ibid., p. 34. <<

[16] Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, pp. 93-95. <<

[17] Cita de Sagasta reproducida en Roigde Leuchsenring, Cuba no debe, p. 30.<<

[18] Armiñán, Weyler, p. 165. <<

[19] García Acuña, Impresiones yantecedentes, p. 6. <<

[20] Pando, Documento, p. 6. <<

[21] Offner, Unwanted War, p. 57. <<

[22] Adán, El lobbyismo, p. 11. <<

[23] Estrada Palma a García Cañizares,AMM, CGC, leg. 155. <<

[24] Correspondencia de Estrada Palma,AMM, CGC, leg. 155. <<

[25] Correspondencia de Dupuy, AMM,CGC, leg. 155. <<

[26] Ésta es la posición de RoblesMuñoz, 1898, pp. 104-107 <<

[27] Véase Offner, Unwanted War , paraun examen detallado de la diplomacia eneste periodo. <<

[28] Carta de Ramón Solano, 22 de enerode 1898, AMM, CGC, leg. 138. <<

[29] En Jiguaní, once insurgentes seentregaron a principios de febrero. Enmarzo, Cayito Álvarez y otros oficialescubanos intentaron rendirse pero fueroninterceptados y ejecutados por otrabanda de cubanos. En Sancti Spíritus, aprincipios de abril de 1898, el coronelRosendo García se rindió con tresoficiales y veintidós hombres, todosarmados y con caballos. Estos son sóloalgunos ejemplos de lo que estabasucediendo, Como escribía el generalPando a Blanco desde Manzanillo el 13de marzo de 1898: «Deserción continúay acusada desmoralización del enemigo

en esta jurisdición» (AMM, CGC, legs.155 y 159). <<

[30] López Marín a Gustavo, Guanajuay,28 de enero de 1898, AMM, CGC, leg.155. <<

[31] Corral, El desastre, pp. 136-138. <<

[32] Hay una valoración detallada de lasfuerzas cubanas en AMM, CGC, leg.159. <<

[33] Orencio a Viñagera, AMM, CGC,leg. 155. <<

[34] Dyal, Historical Dictionary. <<

[35] Fernández, La sangre. <<

Capítulo XVI

[1] Fitzhugh Lee a Blanco, AMM, CGC,leg. 155. <<

[2] Blanco al gobernador civil deMatanzas, 6 de diciembre de 1897,AMM, CGC, leg. 155. <<

[3] Rickover, Battleship, p. 27. <<

[4] Véase, por ejemplo, Robles Muñoz,1898, pp. 7-8. <<

[5] Díaz Plaja, 1898, p. 30; Offner,Unwanted War, p. 96. <<

[6] Congosto a Moret, AMM, CGC, leg.155. <<

[7] Lee a Congosto, 25 de enero de 1898,AMM, CGC, leg. 155. <<

[8] Informe de Blanco, AMM, CGC, leg.155; Dyal, Historical Dictionary, pp.200-202. <<

[9] El mejor estudio acerca del incidented e l Maine es el de Rickover,Battleship. <<

[10] Milton, Yellow Kids, p. 220. <<

[11] Ibid., pp. 222-36; Brown,Correspondent’s War, pp. 114-128. <<

[12] Feuer, War at Sea, pp. 6 y 8-10. <<

[13] Rickover, Battleship, pp. 43-74. <<

[14] Golay, Spanish-American War , p.12; Rodríguez González, Operaciones,pp. 26-29. <<

[15] Véase, por ejemplo, Foner, Spanish-Cuban-American War , 1, pp. XI, 208-209, 217 y 260. <<

[16] Rodríguez Rodríguez, Algunosdocumentos, 32, n. 2, p. 35. <<

[17] Offner, Unwanted War, pp. 159-193.<<

[18] Adams a Hugh Nelson, 28 de abrilde 1823, en Adams, Writings, 7, pp.372-373. <<

[19] Thomas, Cuba, 229. Véase también,ibid., caps. 17 y 18 acerca de los planesde Estados Unidos para Cuba en el sigloXIX. <<

[20] Véase Moreno Fraginals et al. (eds.),Between Slavery and Free Labor, p. 19.<<

[21] LaFeber, New Empire, p. 49. <<

[22] Pratt, Expansionists, p. 276. Prattenfatizó la presión para ampliarmercados a partir de 1898, pero estáclaro que al menos algunos grandesempresarios y políticosestadounidenses, en respuesta a la menordemanda interior de sus productos,estaban pensando en asegurarse losmercados exteriores ya antes de esafecha. <<

[23] LaFeber, New Empire, pp. 105-120.<<

[24] Morgan, America’s Road, p. 92. <<

[25] Pratt, Expansionists, pp. 2-9. <<

[26] Williams, «Frontier Thesis», pp.379-395. <<

[27] LaFeber, New Empire, pp. 173-176y 264-281; Millis, Martial Spirit, p. 44,Golay, Spanish-American War , p. 33.<<

[28] Damiani, Foreign Economic Policy.Damiani llega a la conclusión de que lareconcentración y la destrucción delMaine fueron el detonante de la guerraentre Estados Unidos y España, y quelas razones económicas, raciales ypolíticas del imperio no fuerondecisivas para el inicio del conflicto. <<

Capítulo XVII

[1] Francos Rodríguez, El año, p. 69. <<

[2] La carrera, la muerte y el funeral deFrascuelo fueron el tema favorito de lasprincipales publicaciones periódicas enla primavera de 1898, hasta que laguerra con los Estados Unidos dejó ensegundo plano al torero. Un buentestimonio aparece en El Liberal, 9 demarzo de 1898. <<

[3] Ontañón, Frascuelo, p. 30. <<

[4] Francos Rodríguez, El año, pp. 79-96. Véase también Fernández-Rua,España. <<

[5] «Otro Salvador, otro Mesías sepresentaba al mundo». La cita de GuerraJunqueiro («la pelea singular, extraña,entre Frascuelo y Edison») es utilizadapor Ontañón, Frascuelo, p. 105. <<

[6] Corral, El desastre, p. 176. Véasetambién Urquía y Redecilla, Historianegra, pp. viii-ix. <<

[7] Unos pocos ejemplos: Varela Ortega,«Aftermath of Splendid Disaster», pp.317-344; Torre, «El noventa y ochoespañol», pp. 79-90; Feuer, War at Sea ,p. 18; y Balfour, End of the SpanishEmpire, p. 26. <<

[8] Cervera a Víctor Concas, 26 defebrero de 1898, en Concas y Palau,Squadron, pp. 74-76. Cervera publicósu correspondencia en Guerra hispano-americana, traducida por elDepartamento de la Armada de losEstados Unidos como Spanish AmericanWar. Las opiniones de Cervera se hancitado en muchas traducciones al inglés,como en Joseph Smith, Spanish-American War , pp. 65-69, y Trask, Warwith Spain, pp. 60-71. La visiónespañola más pesimista probablementesea la publicada por el escritor militarMariano y Vivo, que en una carta al

Diario de Tarragona , 10 de abril de1898, predice que Estados Unidosaplastaría a España y se quedaría conPuerto Rico, Cuba, Filipinas y las IslasCanarias. Una «guerra con los EstadosUnidos», escribía, era garantía de «laabsoluta aniquilación de nuestro podercolonial» (Mariano y Vivo, Apuntes endefensa, pp. 5-6). <<

[9] Departamento de la Armada deEstados Unidos, notas manuscritas, HL,ms. <<

[10] Rodríguez Solís, Los guerrilleros de1808, 2, p. 27. <<

[11] Navascués, ¡¡La próxima guerra!!,p. 4. <<

[12] Cortijo, Apuntes para la historia, p.32. <<

[13] León Gutiérrez, España y losEstados Unidos, pp. 6, 18. <<

[14] Gómez Palacios, La raza latina, pp.5-6. <<

[15] Ablanedo, La cuestión de Cuba, p.51; Cortijo, Apuntes para la historia, p.4; León Gutierrez, España y los EstadosUnidos, pp. 7-8 y 15-17; GómezPalacios, La raza latina, pp. 13, 45. <<

[16] Blasco Ibáñez, Artículos, p. 10. <<

[17] El Imparcial, 27 de diciembre de1896. <<

[18] Tuñón de Lara et al. (eds.), Eldesastre del 98, p. 7. <<

[19] Blasco Ibáñez, Artículos, p. 10. <<

[20] El Imparcial, 22 de abril de 1898.<<

[21] Ibid., 19 de abril de 1898. <<

[22] Pando, Documento, p. 16. <<

[23] Benzo, Pequeñeces, p. 110. <<

[24] León Gutiérrez, España y losEstados Unidos, p. 17. <<

[25] Lluhi y Taulina, El conflicto deEspaña. <<

[26] Ministro de la Guerra a Blanco, (s.f.) junio 1898, AMM, CGC, leg. 159. <<

[27] Fernández-Rua, España, p. 7. <<

[28] Roig de Leuchsenring, La guerralibertadora, p. 161. <<

[29] Jover Zamora, 1898. <<

[30] Ballbé, Orden público, pp. 389-457.Véase también Torre del Río, «Laneutralidad británica». <<

[31] Fernández-Rua, España, pp. 4-5. <<

[32] Esta correspondencia se encuentraen BN, ms. 21363/4. <<

[33] BN, ms. 21356/3. La alocada cartade María a Carlos, en verso, era muylarga e incluía una nota que en partedecía: «Estoy presa en mi casa hacecinco días; con guardias a la vista ¡porloca! Se están cometiendo horroresconmigo a instancias del P. Canaya.Suplico venga al [ilegible] a mibuardilla, Princesa 47. La entrada estáfranca y aunque soy loca ¡No muerdo!».<<

[34] Carta a El Imparcial, BN, ms.21363/4. <<

[35] Francos Rodríguez, El año, pp. 143y 231-232. <<

[36] Esta carta se encuentra en BN, ms.21356/3. <<

[37] Serrano, Le tour du peuple, p. 39.<<

[38] Serrano, «Prófugos y desertores».<<

[39] Junco, El emperador, p. 222. <<

[40] Pando, Documento, p. 19. <<

[41] Golay, Spanish-American War , p.41. <<

[42] Corral, El desastre, p. 176. <<

[43] Long, New American Navy, 1, p. 7.<<

[44] Hobson, Sinking of the Merrimac,pp. x-xi. <<

[45] Long, New American Navy, 1, pp. 1-2. <<

[46] Las mejores obras sobre este temason de Rodríguez González, Políticanaval, pp. 61-65, y Gárate Córdoba yManera Regueyra, La armada, pp. 118-120. Acerca de la marina de agua azulestadounidense véase Hagan, People’sNavy. <<

[47] Rodríguez González, Política naval,p. 175. <<

[48] Véase Rapallo, Ensayo deestrategia naval, para una versiónespañola contemporánea de la teoría dela jeune école. <<

[49] Armiñán, Weyler, p. 162. <<

[50] El Imparcial, 19 de octubre de 1894.<<

[51] Navascués, La próxima guerra.Navascués se equivocó en casi todo loque predijo sobre la «siguiente guerra».Hay que decir a su favor que terminó elmanuscrito de su libro en 1892, antes deYa-lu. <<

[52] Lodge, Intervention on Cuba, pp. 7-8. <<

[53] Chadwick, Relations, 1, p. 178. <<

[54] Hobson, Sinking of the Merrimac, p.3. <<

[55] Feuer, War at Sea, pp. 37-45. <<

[56] Ibid., p. 17. <<

[57] Ésta y otras citas de lacorrespondencia de Williams procedende los documentos de Henry Williams,LCMD. <<

[58] Feuer, War at Sea , pp. 73, 96-99,107 y 150-156. <<

[59] Rodríguez González, Política naval,p. 485. <<

[60] Chadwick, Relations, 1, p. 213. <<

[61] Blanco a Moret, 7 de enero de 1898,AMM, CGC, leg. 114; Feuer, War atSea, p. 21. <<

[62] El Liberal, 9-18 de octubre de 1896.<<

[63] Rodríguez González, Política naval,pp. 33-38. <<

[64] Fernández-Rua, España, p. 12. <<

[65] Trask, War with Spain , pp. 101-5.<<

[66] Francos Rodríguez, El año, pp. 125-128. <<

[67] Ollero, Teatro de guerra, p. 28. <<

[68] Pardo González, La brigada, p. 18.<<

[69] Rodríguez Puértolas (ed.), Eldesastre en sus textos, p. 21. <<

[70] Miró, Cuba, pp. 265-66. <<

[71] Blanco al ministro de la Guerra,AMM, CGC, leg. 155. <<

[72] Pardo González, La brigada, pp. 44-47. <<

[73] Informes de batalla, AMM, CGC,leg. 159 <<

[74] Pando, Documento, pp. 10-11. <<

[75] Correspondencia de Jiménez, AMM,CGC, leg. 138 <<

[76] Rodríguez Mendoza, En la manigua,pp. 203, 207. <<

[77] Pardo González, La brigada, p. 56.<<

[78] Correspondencia de Blanco alrespecto, AMM, CGC, leg. 159; véasetambién Weyler, Mi mando, 5, pp. 546-548. <<

[79] Órdenes de Blanco, AMM, CGC,leg. 159, car. 12. <<

[80] Blanco al ministro de Ultramar, (s.f.)abril 1898, AMM, CGC, leg. 159. <<

[81] Francos Rodríguez, Algunosdocumentos, pp. 26-34. <<

[82] Feuer, War at Sea, p. 138. <<

[83] Correa a Blanco, 7 de abril de 1898,AMM, CGC, leg. 156. <<

Capítulo XVIII

[1] Trask, War with Spain, p. 126. <<

[2] Hobson, Sinking of the Merrimac. <<

[3] Documento, p. 15; Trask, War withSpain, p. 353, Chadwick, Relations, 1,p. 62. <<

[4] Órdenes de Blanco, AMM, CGC, leg.159, <<

[5] Blanco a Correa, 6 de mayo de 1898,AMM, CGC, leg. 159; Pando,Documento, pp. 10-15. <<

[6] Trask, War with Spain , pp. 126-127.<<

[7] Pardo González, La brigada, pp. 57 y62. <<

[8] Chadwick, Relations, 1, pp. 367-377,Balfour, End of the Spanish Empire, p.40. Un autor cubano, en un rapto defantasía, aseguraba que García tenía aveinte mil hombres armadosinmovilizando a los españoles en susfortines (Torriente, Fin de ladominación, p. 19). <<

[9] Academia de la Historia de Cuba,Parte oficial. <<

[10] Pardo González, La brigada, p. 21.<<

[11] Ibid., pp. 36-37. <<

[12] Feuer, War at Sea, pp. 120-136. <<

[13] Cable de Pareja, AMM, CGC, leg.67, car. 18. <<

[14] Cosmas, Army for Empire, 5, p. 11.<<

[15] George Kendrick, «The MidsummerPicnic of 1898», HL, ms., pp. 109-110.<<

[16] Linares a Blanco, 15 de junio de1898, AMM, CGC, leg. 158; PardoGonzález, La brigada, p. 20. <<

[17] Chadwick, Relations, 1, pp. 376-377. <<

[18] Álvarez Angulo, Memorias, pp. 178-201. <<

[19] La disposición de las fuerzasespañolas se detalla en el documento,AMM, CGC, leg. 158. Véase tambiénChadwick, Relations, 2, pp. 72-73. <<

[20] Pardo González, La brigada, p. 118;Golay, Spanish-American War, pp. 59-63. <<

[21] Estas son las cifras comunicadasoficialmente, AMM, CGC, leg. 155. <<

[22] Trask, War with Spain , pp. 237-245.<<

[23] Álvarez Angulo, Memorias, pp. 225-228. <<

[24] Balfour, End of the Spanish Empire.<<

[25] Blanco al ministro de la Guerra, 3 dejulio de 1898, AMM, CGC, leg. 159. <<

[26] Golay, Spanish-American War , p.74. <<

[27] Academia de la Historia de Cuba,Parte oficial; Chadwick, Relations, 2,pp. 77, 85 y 194. <<

[28] Álvarez Angulo, Memorias, pp. 221-225. <<

[29] Trask, War with Spain, p. 265. <<

[30] Concas y Palau, Squadron, p. 83. <<

[31] Golay, Spanish-American War , p.99. <<

[32] Véase Rodríguez González,Operaciones. <<

[33] Cervera al ministro de la Guerra, 4 y9 de julio de 1898, AMM, CGC, leg.155. <<

[34] Golay, Spanish-American War , pp.74-82. <<

[35] Blanco al ministro de Ultramar, 14de agosto de 1898, AMM, CGC, leg.159. <<

[36] Ibid., 14 de agosto de 1898. <<

[37] Ibid., 14 de agosto de 1898. <<

[38] Blanco al ministro de la Guerra, 19de agosto de 1898, AMM, CGC, leg.159. <<

[39] Blanco a March, 10 de septiembrede 1898, y Blanco al Comité deEvacuación, 1 de octubre de 1898,AMM, CGC, leg. 155. <<

[40] Flint, Marching with Gómez, pp. 20-21. <<

[41] Entrada del diario, 26 de junio de1898, Documentos de Henry Williams,LCMD. <<

[42] Corral, El desastre, pp. 232-263. <<

[43] Shafter al ayudante del generalCorbin, 18 y 23 de julio, 4 y 17 deagosto de 1898, Correspondence, pp.158, 175, 203 y 231-232. <<

[44] Rodríguez Demorizi, Papelesdominicanos, p. 73. <<

[45] Millis, Martial Spirit, pp. 362-263.<<

[46] Correspondence, pp. 249-250. <<

[47] Espinosa y Ramos, Al trote, p. 279.<<

[48] Como propone Donald Dyal enHistorical Dictionary, pp. viii-ix. <<

[49] En 1998, artículos académicos ylibros se agolpaban en las imprentasespañolas con motivo del centenario deldesastre cubano. La calidad era muyvariable, pero todos enfatizaban unaspecto: España había superadofácilmente la derrota, de manera que1898 no había sido tan desastroso alfinal. Este nuevo enfoque se habíageneralizado tanto que el historiadorespañol José María Jover tuvo querecordarse a sí mismo y a sus colegasque «no podemos ni debemos olvidarque [1898] fue una catástrofe» (citadoen Núñez Florencio, «Menos se perdió»,

pp. 11-13). <<

** El autor hace referencia al color delos uniformes de los ejércitos federado yconfederado, respectivamente, en laGuerra Civil americana. <<

Abreviaturas usadasen las notas

AGM Archivo General Militar(Segovia)AHN Archivo Histórico Nacional(Madrid)AMM Archivo General Militar de

MadridANC Archivo Nacional de Cuba (LaHabana)BN Biblioteca Nacional (Madrid)car. carpetaCGC Sección Capitanía General deCubadiv. divisiónEP Sección Expedientes Personalesexp. expedienteGR Sección Gobierno de la RevoluciónHL Huntington Library (Pasadena)LCMD Library of Congress,Manuscripts Division (WashingtonD.C.)leg. legajosecc. sección