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El Jardinero

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A Nandy, compaera del sendero, custodia del misterio de la simplicidad.

A Benjamn, navegante eterno de los ocanos de la Vida.

A Mara, mi madre.

A Harold Sammuli, mi amado Hayo, maestro de armas en la bsqueda del Santo Grial.

Y a Nuestra Seora la Soterraa, seora ancestral de las sagradas tierras de Requena.

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urgio de la nada, como el rojo manto de las amapolas en la primavera; con unas sandalias de cuero y un largo bastn de madera de roble.

Deambul por las plazas y por el mercado, preguntando por alguien que estuviera dispuesto a venderle una tierra espaciosa. Y encontr su lugar en las afueras del pueblo, junto a un arroyo cantor de destellos dorados. Levant una cabaa. Y a su alrededor un jardn; grande como las estelas del viento; bordado con hiedras, clemtides, pasionarias y madreselvas; salpicado de azucenas, violetas, lirios y pensamientos. Y se sent a la puerta de su jardn, ofreciendo su belleza y su paz a todo el que quisiera gozarse de ellas. Les dijo que aqul era el jardn de la vida, y que todo el que quisiera hallar su paz en l tendra siempre la puerta abierta. Los pjaros y las ardillas hicieron sus nidos en los rboles, las hadas y los elfos buscaron refugio entre sus plantas, y los hombres encontraron cobijo para su corazn entre sus flores. Y el jardinero se dedic a cuidar de plantas y rboles, ardillas y pjaros, hadas, elfos y hombres.

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o es de sorprender que el jardinero resultara un tanto extrao para sus vecinos. Muchos das le vean hablar con sus plantas, acariciarlas y tratarlas con cario. Y por otra parte, no obtena dinero con ellas, lo cual resultaba an ms extrao para aquellas gentes. Por qu acaricias y les hablas a tus plantas si no pueden sentir tu mano ni orte? le pregunt por fin uno de sus vecinos. Y cmo sabes que no me sienten ni me oyen? respondi el jardinero. El vecino qued perplejo. Hombre, todo el mundo sabe que las plantas no son capaces Tampoco la mayora de los hombres sienten ni escuchan a Dios le interrumpi el jardinero y no por eso Dios deja de hablarnos y cuidarnos. El vecino se encontraba cada vez ms confundido, y con cierta molestia volvi a preguntar: Y cmo sabes que existe Dios? Yo nunca lo he visto, ni le he odo. Ni siquiera he notado los cuidados de los que me hablas. El jardinero bajo la mirada con tristeza y guard silencio, y cuando el vecino ya pensaba que no iba a poder responderle, le mir a los ojos con ternura dicindole: En las noches de luna slo te das cuenta de que los grillos cantan cuando se callan, y es el silencio el que te advierte de la presencia de esa vida escondida. Dios nunca ha dejado de cantar, nunca ha dejado de hablarnos y mimarnos, y es por eso por lo que la mayora de los hombres no advierte Sus caricias. Si Dios dejara de cantar, al instante siguiente sera demasiado tarde para darnos cuenta de que estaba all. Y, sonriendo, agreg: Pero no te preocupes, Dios jams dejar de cantar.

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Entonces, jams podremos convencernos de que Dios existe respondi el vecino pon una sonrisa triunfante. El jardinero comenz a rer, y poniendo su mano en un hombro de su vecino, le dijo: Igual que sucede con los grillos Si haces el silencio en tu interior, el silencio te revelar los cantos de Dios.

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ardinero llam la nia desde la valla del jardn, por qu hay rboles que pierden su vestido de hojas en invierno, mientras otros se cubren del fro con las mismas hojas del verano?

Por qu te lavas la cara cada maana en el Manantial de las Miradas? Por qu arreglas tu lazo ante el espejo cada da cuando el sol se asoma por tu ventana? El jardinero guard silencio mientras la nia le observaba con una mirada inocente de extraeza. El agua con la que te lavas tu cara por las maanas es diferente cada da continu el jardinero. Y el lazo con el que adornas tus cabellos es el mismo cada da. No entiendo, seor. El jardinero se acerc a la valla y, sealando los rboles del jardn, le dijo a la nia: No existe rbol que no pierda sus hojas. Unos desnudan sus ramas bostezando cada otoo, y otros dejan caer sus hojas poco a poco a lo largo del ao, mientras hacen salir hojas nuevas que ocupan el lugar de las anteriores. Por eso a ti te parece que no cambian su ropaje verde. Y no sera ms fcil tener siempre las mismas hojas, sin tener que hacer el esfuerzo de cambiarlas cada vez? pregunt la nia mientras miraba un roble cercano. Acaso no te hace tu madre vestidos nuevos cada primavera para que ests ms hermosa y puedas dejar de ponerte los viejos? Srespondi la nia mirndole a los ojos. Y cuando un vestido se te queda viejo, qu hace tu madre con l? Lo convierte en trapos o en retales, para hacer colchas para mi cama. Pues, mira bien. Con las hojas viejas de los rboles hacen una colcha de retales a su alrededor, alimentando el suelo del que luego tomarn sus sustento y dando vida a otras plantas y animales. 6

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Un gesto de alegre asombro se dibuj en la cara de la nia. Cunto saben los rboles, jardinero! Un estremecimiento, disparado desde los ojos inocentes de la nia, recorri la espalda del hombre. S, pues, saba como los rboles, y cuando la vida te pida que dejes caer las viejas hojas de tu mente y de tu corazn, no dudes en hacerlo, para que tu alma pueda disponer de un vestido nuevo cada primavera.

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n cierta ocasin en que el jardinero se dispona a arrancar una mala hierba que creca justo al lado de una de las plantas ms valiosas y singulares del jardn, le pareci escuchar dentro de su pecho algo similar a una voz que deca:

No, por favor, no me arranques! Djame seguir viviendo! El jardinero, confundido, se detuvo, abriendo los ojos con asombro. Quizs mi imaginacin desea jugar conmigo. O quizs esta planta tiene algo que mostrarme, pens mientras miraba con extraeza a aquella disonancia de su jardn. Si les hablo yo a las plantas y a los rboles, por qu no me van a hablar ellos a m dijo en voz alta. De manera que decidi no arrancar aquella mala hierba que, con el tiempo, sigui creciendo hasta llegar a cubrir bajo sus hojas a la tan estimada planta. Una tarde de mayo se desat una tormenta, y un fuerte granizo arruin gran parte del jardn. Al terminar de llover sali el jardinero a recorrer sus senderos, lamentndose resignadamente de lo sucedido, entre flores deformes y hojas perforadas. Casi no se atreva a mirar cuando lleg al lugar en donde se encontraba la preciada planta que, por sorpresa, se mantena intacta, mientras la mala hierba que la cubra yaca destrozada a sus pies. El jardinero mir con ternura aquella mala hierba a la que haba intentado arrancar, y reflexionando para s, dijo en voz baja: A veces, lo que nos parece feo, disonante y errneo realiza hermosos trabajos que no superara la ms bella de las criaturas.

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e veo triste y pensativa le dijo el jardinero a la silenciosa muchacha. Ella le mir con los ojos apagados y, sin contestar, volvi a bajar la cabeza.

Qu te ha pasado por estar hoy tan sombra? Todos los das vienes a mi jardn al atardecer, y todos lo s das te conviertes en la flor ms tierna y fragante No soy ninguna flor hermosa interrumpi la muchacha. El jardinero call. Hoy he visto mi imagen en el lago del Espejo continu ella sin levantar la cabeza. Por fin me hice mujer... pero no poseo la belleza con la que tanto so. El jardinero entendi. Todo el mundo dice que las rosas son las flores ms hermosas Y en verdad lo son! afirm, mientras la muchacha volva la cara hacia l. Y, sin embargo, a m me gusta la pequea verbena que crece a los pies de los rosales, y disfruto contemplando los traviesos pensamientos, los estirados e introvertidos tulipanes, y las margaritas del campo, libres bajo el sol. Quieres decir, jardinero, que hay ms belleza en las verbenas que en las rosas? El jardinero mir hacia el cielo del atardecer. Quiero decir que la Belleza no est realmente en esa o aquella flor ms que aqu o all. La Belleza est en la mirada que contempla. Si la mirada es lo suficientemente atenta, encontrar a la diosa Belleza all donde mira, porque Ella dio a la luz todo lo que existe. Ms, si an as desearas ser ms hermosa y convertirte en una imagen de la diosa en la Tierra, mira al cielo, contempla las grandes nubes que surcar majestuosamente por el azul, y mira que las brillantes nubes algodonosas de formas redondeadas y perfectas palidecen en belleza ante aquellas otras, que perforadas por los vientos permiten el paso de los rayos del sol. El jardinero call un momento mientras diriga su mirada hacia la muchacha, que ahora observaba las nubes. Deja que la luz de tu alma salga por todos los poros de tu piel, y todo el mundo ver en ti la ms radiante Belleza.

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a llegada del otoo comenzaba a anunciarse en el vergel del jardinero. Los robles y los arces haban empezado a desnudarse tmidamente, dejando caer una hoja por aqu, otra por all, en el verde csped de las inmediaciones del estanque.

Una pareja de jvenes que acostumbraban a buscar sus arrullos en las soledades del jardn, fueron a ver al jardinero. Perdona que te molestemos, jardinero, pero te tenemos por persona sabia y buena, y nos gustara que nos dieras consejo para la nueva vida que mi amada y yo vamos a comenzar. Muy pronto vamos a unir nuestras vidas en matrimonio, y te agradeceramos que nos dijeses cmo debemos cuidar nuestro amor para que no se marchite con el tiempo. No hay nadie sabio y bueno respondi el jardinero con una sonrisa, pues la sabidura y la bondad son como un agujero en el suelo: cuanto ms grande es, ms vaco lo encuentras. Pero, ya que me peds consejo, os dir lo que la Vida tuvo a bien mostrarme, a veces con golpes duros, a veces con una caricia. E invitndoles a sentarse en el csped les dijo: Ved que vuestro amor no sea como el del murdago hacia el roble, que hunde las races en su tronco para chupar su savia y su fuerza. Que no sea como el de la aliaga con el retoo del pino, que crece y lo envuelve hasta asfixiarlo entre sus espinas. Buscad, ms bien, que vuestro amor sea como el de los rboles. Cada uno abrazando la tierra con sus propias races, elevndose al sol de la maana con los brazos extendidos al cielo, dando gracias por cada nuevo amanecer. Y llevad cuidado en asentar vuestras races a suficiente distancia, no sea que la fuerza de las ramas de uno haga huir a las ramas del otro torciendo su tronco e impidindole buscar las nubes. Velad, pues, por mantener en cada momento la distancia justa, para que la tierra humedezca sobradamente vuestras races y el viento pueda limpiar de hojas secas vuestras ramas. Para que podis hacer una copa amplia y robusta que d sombra al caminante y nido a los pjaros del cielo. 10

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Y as, cuando crezcis y hayis esparcido vuestras semillas al viento, las puntas de vuestras ramas se tocarn en las alturas, para que bailis con regocijo al son de la Danza de la Vida.

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El calor, sensible como la mano de un amigo sobre el hombro, pareca invitar al jardinero a tomar un descanso en la umbra del manantial. Los esfuerzos quedaban atrs. El sentido que haba llevado su vida hasta aquel momento se desperezaba al final de su siesta estival; y la suma de sus logros y fracasos se desvanecera como una mariposa en la espesura del bosque. Con el sosiego en la mirada y el corazn desnudo, el jardinero se recost en el tronco de un olmo, aspirando el aliento del bosque entre los helechos. En un instante eterno, la semilla de un pino se lanz al vaco desde el rbol que le diera vida, y cay haciendo torbellinos con su aleta hasta el suelo frtil de la umbra. Dos lgrimas trmulas asomaron a los ojos del jardinero, que en voz muy baja le dijo al rbol: Gracias, hermano pino, por mostrarme el ms profundo misterio de la Vida.

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l bosque engalanaba su alma ante la clida paz del verano con un entramado de troncos de luz creados por el sol, en su intento de perforar la espesura de su dosel.

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n las noches apacibles el jardinero gustaba de dar lentos paseos por los senderos de su jardn.

Una noche en que la luna se miraba en el espejo del estanque, el jardinero vio un tenue resplandor entre las azaleas. Se acerc a ellas, y al apartar los tallos que le impedan ver el origen de aquella luz, se encontr con una hada minscula que iba de aqu para all por entre las flores. El hada se volvi hacia l al or el rumor de las hojas. Hola, jardinero le dijo. Y dndole la espalda continu con lo que estaba haciendo. Quin eres t? le dijo suavemente el jardinero. El hada se volvi de nuevo y, con un gesto de impaciencia, le contest: Un hada. No lo ves? Y sigui con su quehacer. El jardinero se qued observando el estilizado cuerpo con alas de la liblula del hada, y su largo cabello negro como la noche, mientras revoloteaba por aqu y por all entre las flores de las azaleas. Y qu ests haciendo? se anim a preguntar al cabo de un instante. Estoy buscando mi diadema de polen dorado le contest sin detenerse esta vez. La perd esta maana mientras pintaba estas flores, y no se dnde ha podido caer. Djame que te ayude le dijo el jardinero. Y ponindose a cuatro patas, se meti cuidadosamente entre los arbustos. Apartando las hierbas y las piedrecillas con las puntas de los dedos, dio por fin con un evanescente aro dorado del tamao de un anillo. Es esto? dijo, sin atreverse a tocarlo por temor a desgranarlo. S! contest el hada saltando de alegra. 13

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Con un veloz revoloteo se precipito sobre la diadema, y con un gesto delicado se la puso en el cabello. Una preciosa sonrisa apareci en su cara mientras miraba al hombre. Gracias, jardinero! Oh!... Bueno no tiene importancia! dijo l un tanto turbado. Sin darle tiempo a comprender lo que estaba sucediendo, el hada se puso ante su cara con un rpido vuelo y con una dulzura exquisita, deposit un beso en su nariz. Le miro brevemente, y despareci revoloteando entre las frondas del jardn. El jardinero se qued un largo rato sentado en el suelo, intentando asimilar lo que haba ocurrido. Al da siguiente, toda la gente del pueblo hablaba del resplandor dorado de la nariz del jardinero.

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n monje lleg al jardn cuando las tardes de otoo tien de rojo el horizonte.

Sin decir ni una palabra se aposent en la cabaa del jardinero, y all estuvieron durante tres das y tres noches, compartiendo los dos hombres el pan, los trabajos del jardn y los atardeceres en el viejo roble de la fuente. Ni una palabra se cruz entre ellos: tan slo miradas de simpata y alguna que otra palmada en la espalda. Cuando el monje parti, se estrecharon las manos y, sin decir ni una palabra, se prometieron amistad para siempre.

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n hombre que acostumbraba a buscar solaz en el jardn del jardinero, le dijo a ste en cierta ocasin:

Jardinero. Muchas veces te veo trabajando con las plantas que con tanto halago ests cuidando ahora. A lo que veo, stas deben de ser tus plantas preferidas, cuanto mimo y cuidado les prestas. El jardinero le mira con el semblante amable. El que me veas dedicarle tanto tiempo a estas plantas no significa que sean mis preferidas. En realidad, todas las plantas y rboles de mi jardn estn en mi corazn. Lo que ocurre es que a cada planta y rbol debo dedicar un tiempo diferente, segn su crecimiento y sus necesidades. Pero habr alguna planta que sea tu preferida insisti el hombre. Bueno es cierto que hay una planta por la que siento algo especial dijo el jardinero bajando la cabeza. Me podras mostrar cul es, jardinero? Es una pequea plante de flores blancas que se encuentra junto a la puerta de mi cabaa contesto el jardinero. Sabes que vengo a menudo a tu jardn, y sin embargo, nunca te he visto cuidar esa planta dijo el hombre con un gesto de perplejidad. El jardinero esboz una sonrisa. Hay plantas que necesitan ms cuidados que otras. Cuando una planta crece desgarbada y no da flores, hay que podarla y alimentarla. Cuando un rbol crece torcido, hay que enderezarlo con una vara. Pero cuando una planta da lo mejor que hay en ella no es necesario hacerle nada, sino dejarla que por s misma crezca y se llene de flores. As es mi pequea planta de la cabaa. Cuando en las noches de verano salgo a sentarme a la puerta de mi casa, hablo con ella; y le cuento mis esperanzas y anhelos, mis derrotas y mi dolor, mis sentimientos y mis sueos. Y ella 16

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me comprende desde el guio de sus pequeas flores, y me alivia con el aroma de su perfume. Y cuando entro y salgo, y cuando voy y vuelco, ella siempre me est esperando para decirme adis o darme la bienvenida. E invitando al hombre a pasear con l por los senderos del jardn, dijo el jardinero: Todas las plantas y rboles de mi jardn estn en mi corazn, pero slo mi pequea planta de la cabaa conoce mi alma.

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l jardinero sumergi su espritu en la soledad del estanque, y el crepsculo de aquella tarde de abril abri su alma para componer una dulce meloda:

Oh, Dios. Amada Vida. Tibia brisa de luz que esparces los lamentos tristes de mi alma. Amor insondable que abres los labios de mi corazn al esplendor dorado de tu dulzura. Concdeme volver a sentir el calor sagrado de tus palabras en mi pecho, la caricia suave de tu sonrisa ante mis ojos. Estrchame entre tus brazos para que pueda esconderme en tu corazn y desparecer en la profundidad abismal de tu presencia; lejos de la desgarradora ilusin de la separacin, lejos de los lastimosos gritos del alma abandonada. Oh, Dios. Mi Amor. Mi Vida. Qu largo es el camino que lleva hasta tu trono! Qu cruel la dulce herida de tu llamada en mi corazn, de tu recuerdo en todo lo que mis ojos miran! Dios mo Alma ma Vida ma El ocaso cubri dulcemente con su mano prpura la espalda del jardinero. Y la primera estrella de la noche visti sus lgrimas con destellos de plata. A travs del cielo la noche extendi sus guirnaldas de luces, y los pjaros. Mudos en sus nidos, escucharon la suave voz del jardinero cantando su oracin entre los lamos: Dulce Amado Me gustara ser como el roble, firma sobre la tierra, para que nunca desfallecieran mis pies por el sendero. Me gustara ser paciente como el olivo, para que los nuevos tallos de la Vida pudieran renacer de mi vieja y rugosa alma. Me gustara tener la sabidura de la encina antigua, la de las altas ramas que miran los amaneceres serenos, para conocer tus caminos silenciosos. Me gustara ser como el generoso almendro, que ofrenda sus flores en la corteza desnuda y reseca, y gozar de la alegra del cerezo, que llama en la distancia a las aves para que coman de sus frutos. 18

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Me gustara tener la voz cantora de los lamos y la gratitud del abedul, que alza sus blancas manos al cielo, para seguir entonando tus alabanzas. Quisiera ser humilde como las violetas, y puro como las rosas bellas. Quisiera ser sencillo como las margaritas y frtil como el trigo del campo, para s poder cubrir la tierra con la luz de tu Amor. Mas ha sido tu voluntad que fuera un simple hombre, y ya que no puedo aspirar a ser ms de lo que t quisiste de m, ensame al menos a aceptarme como simple humano, y permteme abrazarme a tus pies, como abraza la hiedra el tronco del roble, para que pueda sumergirme en el aroma a jazmn de tu presencia.

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n elfo de mediana estatura se apareci una noche al jardinero saltando desde las ramas de un nogal.

Hola, jardinero le dijo con una amplia sonrisa. Vengo como mensajero de los espritus de la naturaleza de esta comarca para pedirte que te unas a nosotros en la fiesta que daremos maana por la noche en este jardn. El jardinero, una vez repuesto de la sorpresa de tan inesperada aparicin, le dijo al elfo: S bien los trabajos que habis estado haciendo a lo largo de toda esta primavera. Por todas partes han salido ms flores que nunca, con los ms hermosos colores; y en todos los rboles he visto multitud de tiernos brotes que han ido creciendo fuertes y bellos. Bien est celebrar el trmino de vuestros esfuerzos con una gran fiesta. Aunque no s cmo puede encajar un ser humano en vuestros festejos y alborozos. Bueno dijo el elfo ladeando la cabeza, es cierto que nunca invitamos a los hombres a nuestras fiestas, porque los hombres no respetan nuestro trabajo ni la vida que les rodea. Pero t eres diferente u nos ayudas en nuestras labores, y nos gustara que nos acompaaras ahora que hemos terminado con ellas. El jardinero reflexion durante un momento sobre las palabras del elfo, que esperaba su respuesta sonriendo nuevamente. De acuerdo dijo por fin. Maana por la noche me unir a vosotros en vuestra fiesta. Y el elfo, dando un pequeo salto de alegra, desapareci entre el follaje del jardn. Hasta maana, jardinero! le oy decir mientras se alejaba.

Al da siguiente, por la noche, acudieron al jardn todos los espritus de la naturaleza de la comarca: gnomos, silfos y ondinas, ninfas y elfos, minsculas hadas y duendes traviesos. Y el jardinero se uni a ellos en su celebracin, cantando y bailando hasta el amanecer. Das despus un pastor cont que le haba visto danzando solo entre los fresnos y las madreselvas de la noche de San Juan. 20

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n joven de hermosas ideas que sola buscar los consejos del jardinero, fue a su cabaa en una noche fra y lluviosa.

Como si hubiera estado esperando su visita, el jardinero le invit a pasar nada ms abrir la puerta; le ayud a quitarse el abrigo mojado y le invito a sentarse frente al fuego del hogar. Cuando se hubo calentado un poco las manos, el joven le dijo: Buen amigo, siento una profunda desazn en mi pecho. Desde que dej de ser nio y comenc a pensar como hombre ha venido observando el mundo que me rodea, y he encontrado buenas y hermosas cosas entre los hombres y en la naturaleza que me rodea, pero cada vez ms he encontrado otras que desgarran mi alma y me entristecen. He visto que el mundo hay injusticia y desamor, he visto la desesperanza en los ojos de los pobres y los enfermos, he visto la garra de la avaricia hacer presa en el corazn de los hombres y las brumas del odio nublando la razn entre hermano y hermano. Y cada vez que veo estas cosas, mi corazn confundido llora, y grita mi alma a los cielos buscando la razn de tanta desdicha. Y pienso que me gustara cambiar este mundo, que todos pudieran vivir en el gozo y la armona, pero qu puede hacer un solo hombre ante tanta afliccin y desolacin? El joven call, ocultando su cara entre las manos. T puedes cambiar el mundo le dijo el jardinero con una voz suave. El joven levant la cabeza y mir al hombre desde sus ojos cansados. Cmo puede cambiar el mundo un solo hombre? pregunt. Cambindose a s mismo fue la respuesta del jardinero. No entiendo, Si cambia un solo hombre, cmo puede cambiar la humanidad? Cada hombre es la humanidad entera, lanzando su reflejo a las ardientes profundidades del cosmos dijo el jardinero mirando al fuego. Cuando un hombre se sumerge en el ocano de la Luz, todos los hombres son alcanzados por la bondad de su fulgor. Sigo sin entender, jardinero dijo el joven con la inocencia de un nio. No es necesario que entiendas. El pjaro no entiende de los mecanismos del vuelo y, sin embargo, vuela. Est en su naturaleza volar, como est en la naturaleza del hombre alcanzar el Amor. 21

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El fuego crepit con intensidad con la ltima palabra del jardinero, y ambos guardaron silencio durante un momento, extasiados con la danza de las llamas en el hogar. El joven mir al jardinero, y dudando volvi a mirar las llamas. Giro su cabeza de nuevo hacia el hombre y por fin se decidi: Y qu debo hacer para cambiarme? No intentarlo respondi el jardinero con una sonrisa. Un gesto de asombro cruz la cara del joven que abriendo la boa no atinaba a pronunciar palabra. Si no lo intenta no lo conseguirs continu el jardinero. Has de desear el cambio en ti, estar abierto a que la transformacin tenga lugar en tu interior. Pero si intentas provocarla comenzar una guerra en tu corazn que te dejar maltrecho y herido. Simplemente, abre tu corazn y deja que la transformacin tenga lugar cuando la Vida lo considera oportuno. Al pjaro nadie le explica cmo debe volar. Al pez nadie le explica cmo debe nadar. Sencillamente, un da se lanzan al viento y a una marea, y su propia naturaleza hace el resto. En la naturaleza del hombre est escrito amar; con un amor grande como el ocano, un amor que todo lo abarca. El hombre tan slo debe lanzarse a las mareas de la Vida con el corazn abierto, y su propia naturaleza har el resto. Es el Amor el que traer la transformacin en tu alma, y con ella vendr la transformacin del mundo. Y ensimismado en sus pensamientos, el jardinero termin diciendo en voz muy baja: Cuando un hombre alcanza el Amor, el universo entero se estremece en su gloria.

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Para que cuando bebis en l os miris en el espejo de su alberca le respondi el jardinero. Y para qu quieres que miremos nuestro reflejo en el agua? Para que veis la Verdad fue la escueta respuesta del hombre. No comprendo lo que quieres decirme, jardinero. El jardinero dej escapar una sonrisa. Al llamarle Manantial de las Miradas os incito a que busquis vuestra mirada en la superficie de la alberca, y cuando encontris vuestros ojos en el agua enmarcados por las nubes del cielo, os encontris a un solo paso de ver la Verdad de vuestra existencia. Pues yo me he mirado en el manantial muchas veces y no he visto lo que me dices le dijo la mujer confundida. Mrate bien, mujer. Mrate bien contest con ternura el jardinero.

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or qu le llamas Manantial de las Miradas al nacimiento de agua que tienes en tu jardn? pregunt la mujer del jardinero.

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n comerciante fue a ver al jardinero cuando ste se encontraba descansando a la puerta de su cabaa.

Buenas tardes, jardinero le dijo. Vengo a ofrecerte un negocio que a buen seguro te va a interesar. Y ante la pasividad del jardinero comenz a contarle lo beneficioso que podra resultar un trato entre ellos, en el que el jardinero se comprometiera a cultivar una gran extensin de terreno exclusivamente de rosas que luego el comerciante vendera en los mercados de la ciudad. Con las manos que tienes para las plantas, jardinero. Nuestras rosas sern las mejores de la ciudad concluy con un gesto de satisfaccin el comerciante. Gracias, pero no me interesa le dijo el jardinero con su habitual sonrisa. Pero, si puedes ganar mucho dinero arguy el sorprendido mercader. No me interesa el dinero. Pero a todo el mundo le interesa el dinero A m no. Cmo puedes decir eso? El dinero es necesario para sobrevivir Oh, bueno! Como y duermo todos los das, tengo ropa para vestirme y una cabaa que me acoge en las noches de invierno dijo tranquilamente el jardinero. El comerciante no poda creer que aquel hombre rechazara un negocio como el que le estaba proponiendo. Adems insisti, trabajaras en lo que te gusta, jardinero. Ya trabajo en lo que me gusta. Pero

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El comerciante se quedo con la boca abierta y luego la cerr; y levantndose se fue del jardn diciendo entre dientes: Jams comprender a los que tan obstinadamente se empean en vivir en la miseria y perderse lo mejor de la vida. Aquella tarde la paso el jardinero escuchando el canto de los pjaros y contemplando la maravillosa puesta de sol que el universo le ofreca.

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uchas personas, de las que solan ir por el jardn, hablaban de los ojos del jardinero. Decan que, en algunos momentos, su mirada cambiaba y se haca profunda como las inmensidades del cosmos, y que a travs de ella se podan ver las estrellas del firmamento.

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Un da, unas mujeres del pueblo que le solan llevan leche y harina, le hicieron notar al jardinero lo extrao de aquella mirada. Oh bueno balbuce un tanto turbado el jardinero, ya alguna vez me haban dicho algo de esto. Y se quedo callado, sin saber cmo explicar lo que senta cuando cambiaba la expresin de sus ojos. Una de las mujeres insisti: Siempre se ha dicho que los ojos son el espejo del alma, y si esto es as, en tu mirada se puede ver un alma grande y hermosa. Tu mirada Esa mirada no es ma la interrumpi el jardinero. Las mujeres quedaron confundidas por lo sorprendente de su declaracin. El jardinero, ya ms tranquilo, baj la cabeza intentando encontrar las palabras que le permitieran explicar lo que senta cuando suceda aquello. Es tan difcil de explicar que se interrumpi un instante. Hay veces en que de pronto siento como si alguien, mucho ms grande y perfecto que yo, fuera aduendose suavemente de mis manos y mis labios, y entonces yo me convierto en espectador silencioso de lo que ese ser hace o dice a travs de m. Y siento una gran paz que me invade, y me gozo contemplando la perfeccin de los gestos de sus manos y la pureza de sus palabras. Es tambin entonces cuando siento que a travs de mis ojos l irradia toda su dulzura y amor, y cuando percibo que sus palabras llegan hasta lo ms profundo del corazn de todo aquel con quien habla. 26

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Es eso lo que ocurre cuando veis que mi mirada cambia. En realidad, no soy yo el que os mira a travs de mis ojos, sino alguien sublime y perfecto al que observo extasiado y al que amo en lo ms ntimo de mi corazn. Desde aquel da, las mujeres dejaron de ir por la cabaa a llevarle la leche y la harina.

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adie saba de lo que haba sido la vida del jardinero hasta el da en que apareci una tierra en donde crear su jardn. Nunca haba hablado con nadie de sus das pasados, de su familia, ni de las tierras ha haba visitado.

Una maana, un vecino amigo del jardinero le pregunt: Qu fue de tu vida hasta el da en que llegaste aqu? Nunca me has hablado de ello, y supongo que, como en la vida de cualquier persona, habrs pasado por momentos intensos que alguna vez te agradar recordar. El jardinero bajo la cabeza, y su cara se ilumin con la sonrisa que nace del recuerdo hermoso de lo vivido. El pasado es una ilusin que guardamos en nuestro corazn como guarda el bodeguero su mejor vino, esperando una ocasin especial que merezca su paladeo, pero que nunca acaba de llegar a medida que pasan los aos. Mas quiz sea sta esa ocasin especial. La que viene de la mano de los corazones unidos por la amistad. El amigo del jardinero sonri con un gesto agradecido, mientras ste le invitaba a dar un largo paseo por el jardn. Hace muchos aos part de la tierra en la que viva con mi familia y mis amigos, y recorr el mundo buscando el mayor tesoro que ojos humanos pudiera ver. Camin por verdes campias cubiertas de csped y altas montaas de majestuosa presencia, hund mis pies en las arenas del desierto y lav mi cara en las olas de todos los mares. Y buscando mi tesoro viv el miedo, la angustia y la soledad, y penetr en el corazn de la Vida oteando sus horizontes hasta que por fin di con las almenas del castillo en donde se esconda lo que tanto anhelaba. Abr sus puertas, vi y regres; sin saber por qu no haba guardado el tesoro en mis alforjas. Despus de aquello segu caminando, yendo de un lugar a otro sin un rumbo fijo, hasta que comprend que el tesoro haba sido la excusa para lanzarme a caminar, y que en la sucesin de las huellas sobre la arena se encontraba su alma inmaculada y fecunda. Y mis pasos, y con ellos mi tesoro, me trajeron a este lugar, en donde decid dar cuerpo a lo que el camino me haba enseado. Por eso hice este jardn, la imagen viva de un tesoro inalcanzable y por siempre mo. 28

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Los dos hombres guardaron un largo silencio, mientras contemplaban los giles juegos de las liblulas dando saltos sobre la superficie pulida del agua del manantial. Y tus amigos? rompi el silencio el amigo del jardinero. Con tantas tierras como has conocido, supongo que habrs hecho muchos amigos en tu sendero Oh, s! Muchos amigos! respondi el jardinero. Amigos profundos, amados hasta el xtasis de la ternura en lo ms hondo de mi pecho. Algunos me hicieron dao cuando nuestros caminos se separaron. Tal vez no supe entenderlos. Quin sabe. Un da, en tu camino aparece alguien, y compartes con l tu vida, tus esperanzas, tus gozos, tus dudas y tus recuerdos; por un tiempo, la entrega mutua crea un palacio de cristal en donde los duendes del amor brincan y juegan. Luego, llega un da en que los caminos de nuestras vidas se separan, y con el dolor del alma en la mirada extiendes los brazos intentando tocar una vez ms las yemas de sus dedos en la nada. Quizs algn fa vuelvan a encontrarse los caminos, y los duendes del amor vuelvan a danzar en su palacio de plata. Quizs nunca ms encuentre sus pisadas, y la imagen del amigo en la distancia me devuelva el hechizo de los das pasados. Pero, en cualquier caso, mis amigos me acompaan siempre. Me encuentro con ellos a menudo en las frtiles planicies de mi imaginacin; y les vuelvo a hablar de mis esperanzas y mis dudas, y ellos me escuchan con el amor que brota de su corazn. Y juntos planeamos nuevas aventuras, nuevos viajes por los senderos del alma infatigable; y nos volvemos a fundir en un abrazo, para que los corazones en contacto se hagan uno en el tapiz inmenso de las estrellas. El jardinero dej reposar su mirada en el horizonte, como si en la lejana viera a todos los amigos encontrados en su largo sendero. Y de sus labios brot su alma en un susurro: Mis amigos Mi camino Mi tesoro

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on la llegada del otoo el viento comenz a azotar las tierras de la comarca. Las hojas secas bailaron sus danzas rituales en las vaguadas de las colinas, y los mantos desnudos de las tierras rojas tejieron bordados escarlatas con el fulgor de los ocasos.

El jardinero cogi su olvidado bastn y tom el sendero que llevaba a la cima de la montaa ms alta del lugar, un inmenso dragn acostado sobre su panza, con ms batallas vencidas que las cicatrices de su piel pudieran revelar y ms sabidura que los erguidos milenios de su apariencia hiciera sospechar. Entre sus crestas, pens el jardinero, podra encontrarse mejor con los dulces silencios de la soledad. All estuvo tres das y tres noches, al abrigo del espritu de la montaa, conversando con la obstinada mudez de su Hacedor. Y el tercer da el espritu del viento fue a hablar con l. Grande como dos hombres, sus ojos rasgados trasmitan la dulce paz de los seres anglicos. Buenos das, jardinero le dijo en su interior. Los espritus de los bosques de aqu me han hablado mucho de ti. Y mi curiosidad me ha llevado a buscarte durante tres das, hasta que al fin he dado contigo. Buenos das, poderoso amigo de las llanuras contest el jardinero. Bien sabe Dios que no esperaba tan grata visita. Y debo decirte que mucho me agradara conversar largamente contigo. Y haciendo un gesto amable con su mano, le dijo: Por favor, sintate aqu conmigo y concdenos al espritu de la montaa y a m la gracia de compartir la sabidura de tus largos viajes te han deparado. Y el espritu del viento, posando las azules transparencias de su cuerpo en una roca cercana, le dijo al jardinero: Mucho es lo que nos tenemos que contar unos a los otros. Permitidme que me establezca unos das aqu con vosotros, mientras mis silfos recorren la comarca.

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Y estuvieron all juntos los tres mientras dur la luna llena, hablando de tierras y de hombres, de hadas y de ngeles, de mares tormentosos y montes sagrados ante la atenta y muda presencia de Aquel que los haba creado.

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n extranjero lleg al pueblo atrado por la fama del jardinero. Buscando la forma de llegar a su jardn, advirti que las actitudes de sus vecinos hacia l eran de lo ms dispares. Unos advertan al extranjero dicindole que sera mejor no encontrarse con el jardinero, que era un hombre de ideas extraas y peligrosas, y que su influencia poda resultar nefasta en aquellos que no tuvieran la suficiente fortaleza de espritu. Otros decan que el jardinero era un ser bondadoso y santo, sabio como un rey de la antigedad, y tan puro que era impensable el mar en l.

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Cuando por fin el extranjero dio con el jardinero, le cont lo que en el pueblo se deca de l. Quin dice la verdad? pregunt luego, los que dicen de ti que eres peligroso y malvado, o los que dicen que eres un santo de nuestros das? Ni unos ni otros fue la simple respuesta del jardinero. Ni soy un santo, ni soy un malvado. Soy, simplemente, un hombre ms. Y cmo se explica que levantes pasiones tan encontradas entre tus vecinos? insisti de nuevo el extranjero. El jardinero sonri cansadamente. Cada uno ve las cosas a travs del tapiz de sus miedos y ansiedades, de sus dudas y esperanzas. Mis palabras parecen peligrosas para aquellos que no quieren ser turbados en su sueo, para los que temen despertar y darse cuenta de que la vida es diferente de lo que ellos siempre pensaron. Saben que si escuchan con el corazn abierto lo que sale de mis labios, se vern obligados por su alma a cambiar el rumbo de sus vidas hasta el extremo que no estn dispuestos a aceptar. Y por esa razn, para justificar su miedo y su ceguera, me apartan de sus vidas con la condena y el rechazo. Para otros, mis palabras con un canto a la esperanza en la oscuridad de sus vidas, pero un canto que, en el fondo, ellos creen que no pueden cantar. Por eso, justifican su pereza diciendo que eso slo lo pueden hacer los santos, y no el comn de los mortales. An hay otros que sin atreverse a caminar solos por la vida, se aferran, como el nufrago a un madero, a quien les muestra una puerta hacia la luz, con la esperanza de que sea otro el que 32

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les saque del dolor y el sufrimiento, sin darse cuenta de que nadie puede hacer el camino por ellos, sino tan solo mostrarles el sendero. Por esta razn unos ven en m un peligro, otros un santo, y otros su personal tabla de salvacin. Y ninguno de ellos es capaz de ver la verdad. Y cul es la verdad, jardinero? pregunt interesado el extranjero. La verdad es que todo hombre es como la danza de luces y sombras del fuego del hogar en una habitacin oscura. Las llamas le elevan a las nubes de su condicin divina, al tiempo que crean temibles sombras informes en las paredes de la habitacin. Es la doble naturaleza de la que todos participamos; las dos mscaras que todos usamos en el teatro de la vida.

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Urarezas.

na maana mientras se lavaba la cara, el jardinero se qued mirando fijamente su imagen reflejada en el espejo. Y sonrindose a s mismo, se dijo: Sabes una cosa? Creo que con el tiempo acabar acostumbrndome a tus

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n amigo del jardinero excesivamente preocupado le estaba dando un sermn para que cambiara de vida.

No puedes vivir as eternamente. Deberas sentar cabeza y plantearte el conseguir un trabajo seguro. Ya no tienes edad para andar jugando con la vida. No se puede vivir en la inseguridad de si maana tendrs para comer o no. Por cierto le interrumpi el jardinero. El otro da vino a pasear por el jardn tu patrono, y o que le deca a otro que le acompaaba que no estaba muy contento con tu trabajo. Por el resto del amigo del jardinero cruz un gesto de preocupacin. Cmo? Es verdad lo que dices? El jardinero solt una carcajada por su travesura y le dijo a su amigo: Quin vive en la inseguridad?

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a soledad reinaba majestuosa en la espesura del jardn, y el jardinero, vido de la negra seda del cielo bordada de estrellas, se tendi en la suave hierba de la noche de esto.

La paz del firmamento busc un rincn en su pecho, y desde l surc sus labios con el sereno canto de los hijos de la Tierra.

Lejanas estrellas que alcanzis mi corazn perdido en un rincn del infinito; tan cercanas a m y tan ausentes en vuestra ignorada belleza. Si las alas de mi espritu pudieran levantar mi pesado cuerpo mortal, cruzara el firmamento para presentaros mis saludos de una en una; y os pedira humildemente que me concedierais el don de vuestros tenues rayos, para con ellos hacerme una guirnalda de destellos plateados. Y la guardara entre mis flores ms queridas, esperando el sublime momento en que la Vida me llamara a cruzar el umbral insondable de la muerte. Entonces, la pondra sobre mis hombros cansados, y me presentara con ella ante el Rey del Universo. Y le dira: Seor, ha ah la luz de tu presencia en la oscuridad de mis noches. La trence con los dedos de la esperanza nacida de los ecos de tu voz; y la guard como el traje de una novia que espera la llegada del amado, para vestir mi alma desnuda en el da de nuestro encuentro. No me pidas que me despoje de ella para ver mi corazn, pues bien sabes que como hijo de las estrellas que soy, slo encontrars en l tu propia luz en las tinieblas. Ms bien djame que con ella me funda contigo en el abrazo final, para que cuando me desvanezca en tu pecho, el cielo cante su regocijo entre una lluvia de estrellas.

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urante un largo paseo por las colinas, el jardinero se encontr con el tocn de tronco de un viejo olivo recin cortado. Lamentndose por la poca sensibilidad del dueo del olivo, capaz de segar en un momento la vida de un rbol muchos siglos mayor que l, el jardinero se sent en una roca recordando la poderosa estampa del rbol, mecindose al viento con sus hojas plateadas.

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Tiempo despus volvi a pasar por all, y comprob con alegra que de los lados del tocn haban salido nuevos brotes, creciendo hacia el cielo con insolente vigor. El jardinero sonri, y medit en su interior sobre la soberbia del hombre, vindose dueo del mundo que no le pertenece; y sobre la fresca rebelda de la vida, capaz de resucitar una y otra vez frente a la obstinada mala voluntad de los humanos. Acariciando los tiernos tallos del viejo olivo, susurr: Existe una voluntad ms fuerte que la de los hombres. Quin puede, viejo olivo, con tu insistente voluntad de vivir?

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n hombre, casado pocos aos atrs, se lamentaba ante el jardinero de las dificultades en su matrimonio.

Al principio rodo haba ido bien. El primer ao despus de la boda los esposos se haban dado todo el amor y la ternura que en sus tiempos de noviazgo ya haban compartido. Pero, incomprensiblemente, la relacin entre la pareja haba ido deteriorndose ms tarde hasta llagar a un punto en que el amor que se profesaban se haba convertido en rechazo y distanciamiento. Hay momentos en que creo que la odio le dijo el hombre al jardinero, y creo que ella tambin me odia. Cmo puede convertirse el amor en odio? pregunt el jardinero. El hombre guard silencio. Has pensado que quiz lo que sentais no era un amor puro y verdadero, sino simplemente el sentimiento surgido de la mutua complacencia y gratificacin? volvi a preguntar. El hombre miraba al suelo. En verdad ahora no lo s. Los dos hombres paseaban por el camino de los tilos, sobre una alfombra de hojas rojas que acompaaban con su murmullo los silencios de su conversacin. El jardinero insisti con sus preguntas: Qu es lo que buscabas cuando te casaste con ella? Buscaba la felicidad dijo resueltamente el hombre, y pensaba que la podra encontrar viviendo con ella. Ah est el error dijo el jardinero pausadamente. Durante los aos de noviazgo os habais complacido en todo mutuamente, y llegasteis a haceros una imagen idealizada cada uno del otro. Pensasteis que, una persona con tantas virtudes, os podra hacer feliz toda la vida, y no quisisteis ver la realidad de que delante tenais a una persona que no slo tena virtudes, sino tambin defectos. No quisisteis ver la sombra. Con el tiempo, y la convivencia, esa sombra apareci, ya hora os habis situado en el lado contrario, en donde slo veis los defectos y no las virtudes. 38

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S. Parece que nos ha ocurrido algo as dijo el hombre cabizbajo. Vuestro error ha estado en haber buscado la felicidad cada uno fuera de s mismo, u no en su propio corazn continu el jardinero. Si hubieras buscado la felicidad en el mismo sentimiento de amor que llena tu corazn, tu amor no habra estado a expensas de sus virtudes o defectos, sino que habra crecido en comprensin y ternura hacia las faltas que, como todo ser humano, tiene tu compaera. Y as, os habrais transformado mutuamente uno a otro. No a travs de la exigencia y el reproche, sino a travs del amor firmemente instalado en vuestro pecho. El hombre empez a comprender que quizs haba un rayo de esperanza para su situacin. Entonces dijo, qu puedo hacer ahora? Busca la felicidad dentro de ti mismo y no esperes que sea ella la que te la proporcione, porque a nadie le puedes exigir que te d lo que t mismo debes conquistar. Busca el amor que en un tiempo sentas en tu corazn y encuentra tu complacencia slo en l, y no en el amor que ella pueda sentir por ti. Y absorbe la vida por todos los poros de tu piel, tanto si es plcida y venturosa como si es dolorosa y triste, porque en la aceptacin total de la vida, con sus das esplendorosos y sus oscuras noches, se encuentra la felicidad que no pasa, la que est en buen puerto, a resguardo de tormentas y temporales. Lo que me dices no es fcil dijo el hombre con una triste sonrisa. El jardinero se detuvo y le mir con ternura. No. No es nada fcil respondi suavemente. Y necesitars el valor de un guerrero para alcanzar el premio del torneo de la vida.

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u debo hacer, jardinero, para alcanzar la felicidad? dijo la hermosa joven. El jardinero dej escapar su risa inocente. No la busques respondi.

La muchacha qued confusa. Cmo puedes decirme eso? pregunt un tanto molesta por sus risas. Todo el mundo busca la felicidad Y muy pocos la encuentran la interrumpi el jardinero riendo todava. La irritacin de la impulsiva joven iba creciendo, y eso no haca sino aumentar la diversin del hombre. Vers continu el jardinero intentando calmarla.. Todo el mundo busca la felicidad. Unos la buscan en la persona amada, otros en la acumulacin de dinero y bienes, otros en la consecucin de sus sueos Todo el mundo se pasa la vida persiguiendo un sueo por realizar y, cuando lo consiguen, alcanzan una felicidad que ellos creen que durar eternamente. Pero pasado un tiempo vuelven la monotona y la desilusin, y todo el mundo vuelve a buscarse un nuevo sueo que cumplir, hasta que lo consiguen y vuelven a caer en otra desilusin, y as sucesivamente. Quieres decir que no es posible alcanzar una felicidad duradera? le volvi a interrogar la muchacha. Oh, no! No he querido decir eso. Entonces, cmo se alcanza la felicidad duradera? insisti la joven con visibles muestras de impaciencia. El jardinero le hizo un gesto para que se calmara. No se alcanza le respondi. No se puede alcanzar algo que siempre ha estado contigo. Jardinero, me vas a volver loca. Si siempre ha estado conmigo, cmo es que yo no la noto? Acaso notas la flor que llevas en tus cabellos? pregunt el jardinero. 40

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Cuando me detengo a pensarlo, s respondi levantando su mano hasta la flor. Acaso no te das cuenta de que eras feliz cuando te detienes a pensar en tu pasado? Bueno S balbuce. Pero Pues detente a pensar en la felicidad que sientes ahora la interrumpi el jardinero. Todo el mundo se comporta como aquel hombre que se pas el da buscando sus gafas, para terminar dndose cuenta de que las llevaba puestas. Siempre hemos sido felices, pero slo nos damos cuenta cuando ha pasado el tiempo, y la distancia nos permite ver la totalidad de los vivido. La felicidad siempre ha estado en ti; nunca te ha abandonado. Ni siquiera cuando la vida te ha hecho pasar por el dolor y la amargura. Slo que no la veas, tu obcecacin por encontrarla y por huir del dolor no te dejaba verla. Pon atencin a tu vida, a lo que te rodea, a lo que sientes y descubrirs que eres feliz ya, en este momento, que la felicidad forma parte de ti, porque la felicidad es como una verde pradera en donde baila la vida sus danzas de vida y muerte, de amor y soledad. Y acariciando la mejilla de la muchacha, le dijo con ternura: No busques la felicidad. Si deseas buscar algo busca la vida.

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na noche estival en que el viento de tierra adentro no dejaba a la tierra refrescarse con el roco, sali el jardinero de su cabaa con la intencin de darse un bao. Estaba ya bien entrada la madrugada, pero despus de muchas vueltas en su lecho intentando intilmente conciliar el sueo, el jardinero decidi levantarse para ir a refrescarse en el estanque.

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Por el camino, cuando pasaba junto a una masa de prmulas, descubri de pronto a un hada sentada sobre una flor. El jardinero se detuvo a observarla, pero el hada pareca no percatarse de la presencia del hombre. Con los codos sobre sus rodillas, mantena apoyada la cabeza entre las manos, con el semblante triste de un nio. Buenas noches, pequea le dijo el jardinero, provocndole al hada tal sobresalto, que se cay de la flor desapareciendo entre el follaje. Perdona que te haya asustado le volvi a decir cuando la vio asomar de nuevo entre las hojas. No te preocupes, jardinero dijo el hada. Ha sido culpa ma no reparar en tu presencia. Y volvi a sentarse en la misma flor y en la misma posicin en la que haba encontrado el jardinero. Qu te pasa? pregunt ste. Te vio triste y abatida. El hada le mir como quien sale de un sueo, y tard un instante en contestar. Oh bueno... es que no me gusta ser un hada. Por qu? pregunt el jardinero sorprendido. Porque me gustara ser lista como los gnomos o inteligente, como vosotros los hombres. El jardinero medit por un momento la respuesta del hada, al cabo del cual le dijo: La inteligencia es til para unas cosas, pero no para otras. Cmo que no? La inteligencia es muy importante para todo en la vida No, no, no! la interrumpi el jardinero. Lo importante no es ser inteligente, sino sabio! No te entiendo le dijo el hada moviendo la cabeza. 42

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El jardinero se sent en el suelo delante del hada. El roble no es inteligente, pero s es sabio; cuando es capaz de crear semillas llenas de vida que no el hombre ms inteligente podra crear. El guila no es inteligente, pero s es sabia; cuando, al criar un polluelo, sabe exactamente lo que tiene que hacer para que crezca sano y se convierta en un ave majestuosa. Sin embargo, hay muchos hombres que son muy inteligentes pero que no son sabios; cuando se enzarzan en odios y guerras, y utilizan su inteligencia para descubrir nuevas formas de destruir y hacer mal a otros hombres. No confundas la inteligencia con la sabidura, y no desees tener algo que no necesitas para cumplir la misin que la Vida te ha encomendado. Ella le da a cada uno lo que necesita para hacer lo que tiene que hacer, y le da esa sabidura en su propia naturaleza para que, sin ningn esfuerzo, pueda hacer las cosas necesarias en el momento necesario. El hada dibuj una hermosa sonrisa. Creo que te entiendo. El jardinero suaviz el tono de su voz, y con palabras cargadas de ternura, le dijo: No desees ser otra cosa que lo que eres: una delicada y hermosa hada. Porque con tu belleza llenas los bosques de encanto y alegra, y porqu con tu sabidura salpicas los campos con los colores de las flores y la fragancia de las plantas aromticas. Qu sera de nosotros los hombres sin la frescura de nuestro trabajo? Para qu queremos tanta inteligencia si no somos capaces de darle su aroma a una flor ni magia intangible al bosque profundo? Y el hada, dando un salto de alegra, se lanz en un rpido vuelo a la cara del jardinero, y dndole un beso en la punta de la nariz desapareci por entre las ramas de unos cedros cercanos. Al da siguiente, una vez ms, los vecinos del pueblo se preguntaron qu haba pasado con la nariz del jardinero, que tanto le brillaba con aquel resplandor dorado.

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adie saba qu le haba pasado al jardinero.

Durante una semana nadie lo vio despegar labios, y cuando sus amigos le preguntaban la razn de su mudez simplemente les sonrea y levantaba los hombros en un gesto resignado. En el pueblo nos decan que estaba afnico, otros que Dios lo haba dejado mudo para que no siguiera extendiendo el mal con sus palabras, y otros decan que estaba loco y que sera uno ms de sus disparates. Al cabo de diez das volvi a hablar, y cuando un amigo le pregunt el motivo de aquel prolongado silencio, le dijo: Los ltimos meses mis labios han dicho demasiadas palabras a unos y a otros, y es entonces cuando se corre el peligro de que las palabras se queden vacas de sabidura como las conchas de la playa, que aunque puedan parecer hermosas, no tienen alma ni vida. Por esta razn mi boca ha estado cerrada, reposando en el silencio del Espritu; porque es del silencio de donde surge la palabra que nutre y alimenta.

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en el silencio de su alma en aquellos das, el jardinero oraba as:

No dejes que se enturbie mi canto dorado del ayer con la nube pensativa de una maana sombra. Ni sueltes mi mano infantil en medio de este desierto callado. Que aunque la Luna sonriente me acompae en la soledad de mi corazn, mi alma espera cautiva el cegador destello de tus ojos. No olvides las promesas que me hiciste cuando del sueo baldo viniste a despertarme con un beso. No es sino la sangre de mi alma la que te ofrend en el cuenco de mis esperanzas, perdidas ahora en el recuerdo del inevitable ocaso. No te alejes de m no te escondas en mi pecho. Y no dejes que las flores cristalinas de mi llanto se pierdan en la arena del pasado. Como escarcha helada en las ventanas del invierno, mi amor espera tu llamada delicada, pegado a los cristales del futuro errante, intentando atisbar la dulzura de tu presencia. Escchame. Vuelve de nuevo tu rostro luminoso. Mrame a los ojos con el dulzor de tu mirada. Y diem que en la llanura blanca me esperas para llevarme entre tus manos al altar del templo de los sacrificios.

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as nubes de la tormenta se alejaban poderosas tierra adentro, y el sol volva de nuevo a su labor por los resquicios de sus masas oscuras.

Un rayo de sol ilumin sbitamente el ribazo del sendero por el que el jardinero caminaba aspirando el aroma de la tierra hmeda, y destac entre las hierbas la figura de un pequeo caracol que lentamente se arrastraba entre ellas. El jardinero se detuvo y se dedic a contemplarlo durante un largo rato, al cabo del cual dijo: Bienaventurados los lentos, porque no se pierden ni el ms mnimo detalle de la vida.

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Un anciano extranjero, alto y de ojos azules, apareci en el pueblo preguntando por el jardinero. Cuando los dos hombres se encontraron se fundieron en un silencioso abrazo, y el jardinero le invit con la mejor de sus sonrisas a alojarse en su cabaa. Estuvo all durante cinco das, y la gente del pueblo les vea pasar por sus calles y por los caminos de la comarca enfrascados en largas conversaciones. Algunos decan que les haban visto charlar hasta altas horas de la madrugada en la puerta de la cabaa, y que en todo momento el jardinero trataba al anciano con respeto y reverencia. Al cabo de aquel tiempo el extranjero parti, despidindose del jardinero con lgrimas en los ojos. Los dos hombres saban que no se volveran a ver en carne mortal, pero ninguno de los dos dijo nada que pudiera revelar lo que saban en su corazn. El jardinero estuvo silencioso y taciturno en los das siguientes, y nadie se atreva a preguntarle por aquel hombre extrao que haba estado en su cabaa. Al fin, una maana, uno de sus amigos se anim a preguntar por el anciano extranjero. Ese hombre era mi Maestro le confes el jardinero, y por eso me visteis tratarle con tanto respeto. Hace ya muchos aos, l me mostr el camino que mis ojos no atinaban a encontrar; dispuso mi corazn y mi inteligencia para enfrentarme a los peligros y dificultades que en el sendero irremediablemente me iba a encontrar; y me dio el valor y la determinacin de un guerrero para que me atreviera a llegar hasta las ltimas consecuencias de la labor emprendida. l me seal el camino, pero no lo anduvo por m. Me enseo a levantarme sobre mis propios pies sin necesitar ms apoyo que el de la propia Vida latiendo en mi pecho. Me educo en los etreos reinos del Espritu para que pudiera hablar cara a cara con las fuerzas invisibles del cielo y de la Tierra. Y me aliment con su amor para que pudiera crecer libre y confiado. Pero lo ms sublime que me pudo dar ese anciano fue el ejemplo de su presencia, su manera de estar en la vida; tierno y fuerte a un mismo tiempo, dulce y severo en su juicio, desafiante ante los vendavales del destino y de la muerte. El jardinero, conmovido, apret los labios mientras dos gruesas lgrimas caan por sus mejillas. 47

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curri en los primeros das del verano.

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ste ha sido nuestro ltimo encuentro expres serenamente. Su alma est dispuesta para el ltimo vuelo el que le llevar a la sagrada montaa de la Luz al palacio dorado de los Elegidos.

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ue un simple sueo, pero el jardinero lo iba a guardar en su pecho durante toda su vida.

So que se encontraba en su jardn, mirando a una Luna entretenida con el canto de los grillos. De repente haba visto cmo su alma se elevaba vaporosamente, y ascenda por el cielo hacia la redonda cara de marfil. Vio su cabaa y el jardn desde el cielo, y ms tarde el pueblo y la comarca; y reconoci los lugares por los que sola pasear y las casas en donde vivan sus amigos, mientras los perros le saludaban con sus ladridos. Sigui ascendiendo en las alturas hasta que el sol se asom por detrs de la tierra, con un estallido de luz que sin embargo no hiri sus ojos. Entonces se dio cuenta de que estaba rodeado del negro terciopelo de una noche eterna, en la que el sol brillaba con un fulgor indescriptible. Les resulta muy extrao estar al mismo tiempo en medio del da ms luminoso y de la noche ms oscura. Cuando lleg a la Luna no poda apartar su mirada de la Tierra: una preciosa media Tierra azul, flotando en la negrura de un universo que pareca latir. Su corazn de conmovi. Y vio con los ojos de su alma el absurdo de las miserias con las que se cubran los hombres en la Tierra, el destino del odio y de la guerra, la necedad de la avaricia, la envidia, la venganza y la mentira, la insensatez de las fronteras y los reinos del mundo... Y su corazn floreci con una pasin desbordante de amor por la Tierra, el origen de su existencia, la madre amante que le haba nutrido y acariciado. Madre, susurraban sus labios una y otra vez a la luz de la Tierra. Madre, susurraron sus labios cuando despert bajo la luz de la Luna.

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a semilla de la sabidura es la ignorancia. Cuando un hombre descubre su ignorancia, acaba de pisar los umbrales del reino de la sabidura.

El jardinero haba dicho esto con una ligera sonrisa, creyendo que el grupo de jvenes que haban ido buscando sus palabras estaran ya cansados de tanta conversacin y desearan dar un paseo por el jardn. Pero se equivoc. Aquellos jvenes no parecan estar dispuestos a irse sin beber algo ms del manantial de su alma. Cul es la semilla de la felicidad, jardinero? pregunt una muchacha. El dolor respondi escuetamente el jardinero. Y la de la alegra? pregunt otro. La tristeza. Y cul es la accin ms perfecta? La que surge de la ms absoluta quietud. Y del origen de la vida? La muerte. Se hizo un silencio con la ltima palabra del jardinero. En algunos rostros se reflejaba la confusin, en otros la duda. El hombre baj la mirada al suelo, y luego, mirndoles a los ojos, les dijo: No os extrae lo que acabis de or de mis labios, pues la verdadera felicidad slo puede nacer de la comprensin profunda del dolor y de sus causas; y la verdadera alegra slo puede crecer en el corazn que ha conocido la oscura noche de la tristeza. La accin ms perfecta es la que nace de la total quietud, por cuanto slo en la quietud de la meditacin puede conocer el hombre los motivos de sus movimientos; y el origen de la vida slo se puede encontrar en la muerte libremente aceptada de una imperfecta existencia anterior. 50

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Ved sino cmo la semilla debe morir como tal para convertirse en n frondoso rbol, y que cuando comience a extender sus tallos necesitar de la descomposicin de la muerte delas hojas secas para alimentar su tierna vida en crecimiento. Ved cmo la marea necesita del reflujo de las olas para tomar impulso y volver a lanzar una nueva ola que vaya ms all que la anterior. Ved cmo la naturaleza necesita del descanso del invierno para recuperar las energas que despus irradiar en la plenitud del verano. No es el mal sino el bien en proceso de crecimiento, el bien que no se ha alcanzado todava su culminacin. Y la muerte no es sino el paso a una nueva vida que alcanzar su culminacin y, con ella, el camino hacia una nueva muerte que llevar a una nueva resurreccin. La Vida, el Universo, el Todo, es un cambio constante, una evolucin perpetua entre dos polos que lleva a una mejor perfeccin. Y de ese cambio constante se deriva la Perfeccin Inmutable, como el incesante vaivn del pndulo nacido del punto fijo del que cuelga la pesa. No son mis palabras extraas sino para aquel que an no se ha sumergido en la paradoja de la vida, la paradoja en la que se encuentra el total sentido y sin sentido de la Existencia, en donde el tiempo detiene su curso, en donde el Sol, la Luna y las estrellas se para en el cielo, en donde todos los seres y la naturaleza entera guardan silencio.

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l jardinero se senta pleno de energa aquella clida tarde de primavera. Haba salido de su cabaa con la intencin de meditar a los pies de la gran encina, pero cuando lleg all no pudo resistir la tentacin de encaramarse a sus gruesas ramas.

Despus de pedirle permiso al rbol, trep por su tronco y se sumergi en el follaje de sus hojas, y cuando se iba a acomodar en uno de los ngulos de las ramas, se encontr con que a poco ms de un metro de l haba un pequeo duende observndole desde sus ojos traviesos. Hola! dijo el jardinero. Hola! le respondi el duende. Qu haces por aqu? El jardinero se encogi de hombros y le dijo: Pues que he sentido un deseo irresistible de subirme a este rbol y aqu estoy. Y t Qu haces aqu? Lo mismo que t le contest el duende con un gesto infantil. He sentido un deseo irresistible de subirme y aqu estoy. Ah! dijo el jardinero moviendo la cabeza. Y no se dijeron nada ms. El jardinero se sent en el cruce de las dos ramas y se qued en silencio unos minutos, el duende sin decir nada, trep por su brazo y se sent sobre unos de sus hombros. Y los dos amigos contemplaron la puesta de sol por un agujero que se abra en la espesura de la encina.

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entados en las piedras de un pozo que haba junto a un albaricoquero, la hermosa joven y el jardinero charlaban sobre un amigo comn, mientras coma plcidamente de los frutos del rbol.

Llegu a amarlo como nunca haba amado a nadie dijo la mujer, pero l se aprovech de mis sentimientos hacindome creer que tambin me quera. El jardinero le ofreci una fruta a la joven, pero sta rehus el ofrecimiento en silencio. Acaso puedes conocer el sabor de una fruta sin haber ido ms all de su propia piel? le pregunt el jardinero. Quiz su sabor sea ms dulce de lo que crees Quiz, simplemente, no has sabido apreciar lo nico que te podra ofrecer La muchacha pareca no escuchar las palabras del hombre, y segua con el pensamiento fijo en el desengao que haba sufrido. Jams le perdonar lo que me hizo! dijo al fin con el fuego que arda en su corazn. El jardinero, acariciando sus cabellos, le mostr el fruto que acababa de abrir diciendo: Has visto? Cuando el fruto est maduro, se desprende limpiamente del hueso.

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olva el jardinero hacia su cabaa despus de una maana de trabajo en el jardn, cuando de pronto se detuvo a observar su sombra, que acostada en el suelo, pareca observarle con desgana.

El jardinero levant un brazo, y la sombra imit su movimiento. Luego levant una pierna y la agit en el aire, y la sombre, fiel a su trabajo, repiti exactamente las mismas acciones. Bajando la pierna y el brazo nuevamente, el jardinero se qued mirando a su sombra, y despus de unos instantes le dijo: Ya podras sorprenderme algn da!

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as puertas del jardn siempre estaban abiertas, aun cuando el jardinero estuviera ausente.

Un amigo de ste y un vecino del pueblo que no haba tenido caso trato con l haban acudido a su cabaa, y al no encontrarlo decidieron dar un paseo entre los rosales mientras esperaban su llegada. No acabo de entender a este hombre le dijo el vecino al amigo del jardinero. Podra vivir mucho mejor de lo que vive si no desdeara tanto el dinero, pues no dudo que es una persona inteligente que podra defenderse muy bien en cualquier trabajo que emprendiera. Y, sin embargo, ah lo tienes, viviendo en esa pequea cabaa, con lo justo para salir adelante. l no entiende la vida como nosotros le dijo el otro, justificando a su amigo. Pero, es que acaso hay otra manera de entender la vida? replic escptico el vecino. Slo hay una manera de entender las cosas en este mundo: cuanto ms dinero y ms posesiones tengas, mejor. Y si alguien se cruza en tu camino para impedrtelo, apartarlo rpidamente. El amigo del jardinero sonri. El jardinero dice que las plantas y los rboles hablan a los hombres de la vida, y que lo hacen con palabras mudas, pero sabias. l dice que el que muchas cosas desea es como el rbol que intenta cargarse con demasiados frutos, que llegado el tiempo de la cosecha no ha conseguido madurar ni uno solo de ellos; y que sus ramas, bajo el peso excesivo de la fruta verde, terminan por curvarse hacia el suelo o desgajarse del tronco en el peor de los casos. Dice que, al igual que hace el labriego con esos rboles, el hombre debe esclarecer sus ramas de deseos innecesarios cuando an est a tiempo, con el fin de que cuando llegue la recoleccin, pueda dar abundante fruta dulce y jugosa. El otro hombre, con el ceo fruncido, se qued pensando en las palabras del amigo del jardinero por un momento, al cabo del cual pregunt: Y a qu se refiere tu amigo con la recoleccin? 55

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Al momento en que el alma de cada uno hace balance de lo realizado con la vida que se le dio fue la respuesta. Entonces, que no se cruce en mi camino exclam speramente. Y dando media vuelta se fue de all sin esperar a que volviera el jardinero.

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n las tranquilas horas que preceden al alba el jardinero sali de su cabaa, y tom el camino que desde el barranco de las tierras rojas suba a la montaa. Con las primeras claridades del horizonte se sent en lo alto de un risco, serena el alma ante la grandiosa majestad del paisaje, que comenzaba a desperezarse con los tmidos cantos de los pjaros.

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El sol despunto en la lejana. El jardinero, embriagado de aire y luz, cerr los ojos. En su alma cantaban sus versos los cien mil poetas que desde el lejano albor de la vida haban sangrado su corazn conmovido ante el arrebato dorado del amanecer. Luz Vida Despertar

El jardinero, en voz muy bajita, como en una ofrenda, se puso a cantar.

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on los primeros calores del verano un ruiseor busc cobijo en la espesura del jardn. Junto al estanque, desde un pino negro, se le oa cantar todas las noches, derramando sus dulces melodas sobre el coro armnico de los grillos.

Desde que oyera su voz por primera vez, el jardinero no haba dejado de acudir todas las noches a escuchar desde las rocas del estanque sus giles trinos. Y all se encontraba ms de una vez con una nia de trenzas rubias, que aprovechando el descuido de sus mayores en las entretenidas charlas nocturnas a la puerta de casa, se escabulla entre las sombras de la calle buscando el sendero del jardn. Una de aquellas noches en que la nia escuchaba extasiada el canto del pjaro, apareci el jardinero y se sent en silencio a su lado. Nunca haba odo algo tan hermoso! dijo la nia, bajito, sin dejar de mirar en la direccin de la que vena la meloda. El hombre sonri a la inocencia de la nia Quizs por eso los ruiseores canten de noche dijo en un susurro, para que apreciemos el tinte de su belleza sin que nos distraiga el canto de otras aves. La nia volvi su rostro hacia el hombre, y con los ojos muy abiertos le pregunt: Jardinero, t has visto alguna vez al ruiseor? Oh, s! respondi. Ayer por la tarde lo vi revoloteando entre las ramas del pino negro. Debe de ser muy hermoso cuando canta esas melodas tan bellas Oh, no creas! dijo el jardinero con una sonrisa. No se diferencia mucho de cualquier otro pjaro de los que ya conoces. Es como un gorrin, pero un poco ms grande. Y cmo puede ser que cantando tan bien no tenga plumas de colores vivos y un penacho en la cabeza? dijo intrigada la nia. Porque la Vida quiere que las mejores esencias se escondan en formas sencillas. La nia le mir con ojos inquisitivos, esperando una respuesta que pudiera comprender su mente infantil. 58

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Oh perdona! le dijo el jardinero al darse cuenta. Mira las rosas, el espliego, el jazmn Dnde encontrars mayor belleza y aroma ms perfumado? Si la Vida hubiera querido darles a estas flores un marco ostentoso las habra hecho crecer en rboles de gruesos troncos que se vieran desde la lejana. Y sin embargo, crecen en humildes plantas de finos tallos, que se ofrecen a la altura de nuestros ojos y nuestras manos. Mira las pequeas abejas, tan diminutas y humildes frente al guila altiva. Y sin embardo, nada puede compararse con la dulzura de su miel. Es en lo pequeo, en lo humilde y lo sencillo, donde la Vida ha puesto la imagen de su Alma. La nia, moviendo la cabeza, le indicaba al jardinero que comenzaba a comprender. Yo soy pequea dijo. Quieres decir entonces que yo soy como el ruiseor? S, respondi el hombre, como el ruiseor, como las rosas, como el jazmn y las abejas Y cuando me haga mayor qu pasar? Cuando te hagas mayor seguirs teniendo dentro la imagen del Alma de la Vida, porqu tambin en la humilde y sencilla forma del hombre puso Ella la esencia del universo. En todo ser humano se oculta la presencia divina, pero no todos los hombres le dejan elevan sus cnticos gozosos. Slo unos pocos, como el ruiseor entre las dems aves, buscan la noche y el silencio de su alma para abrir su corazn a las melodas celestes. No termin de comprender lo que dices dijo al nia bajando los ojos, pero supongo que lo que tengo que hacer es seguir siendo pequea, no? El jardinero se conmovi en su corazn por la sabia inocencia de la nia. S. Debes seguir siendo pequea le dijo en un susurro y sencilla como el ruiseor.

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or qu siempre ests hablando de la vida? le pregunt un amigo. Porque es aquello de lo que todos tenemos en abundancia respondi el jardinero.

S, pero no hace falta recordarle a nadie que est vivo. Ests seguro? Claro! El jardinero exhibi una sonrisa socarrona. Repteme eso la prxima vez que venga el recaudador de impuestos.

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n joven alfarero, vido de las enseanzas del jardinero, le pregunt en cierta ocasin:

Jardinero, hay en el camino que lleva a la Vida alguna herida que el alma no pueda cerrar? El jardinero levant las cejas con un gesto de resignacin. S. Hay una. Y cul es? volvi a preguntar el muchacho. La incoherencia respondi escuetamente el jardinero. La incoherencia? se extra el joven, que esperaba alguna cosa de mayor dramatismo. Moviendo la cabeza, el jardinero dej salir una sonrisa cansada. La incoherencia es la compaera infatigable del buscador infatigable le dijo. Es el comensal no invitado a la fiesta que termina ponindote en evidencia despus de haber satisfecho su apetito. El alma te dice cul es el camino que debes tomar, y t aceptas en tu corazn que es el camino adecuado. Pero luego, no sabes cmo, te ves caminando por el sendero equivocado sin saber cmo explicarte a ti mismo lo sucedido. Uno dice esto o aquello, y poco despus se traiciona a s mismo haciendo todo lo contrario, y cuanto ms hace el propsito de no volver a caer, ms veces cae en el error. Es como una pulga impertinente que cuanto ms te rascas ms te pica. El joven estaba intentando asimilar las que parecan ser enormes dificultades de ser coherente con lo que uno afirma. Entonces, no hay manera de alcanzar la coherencia entre lo que uno dice y lo que hace? pregunt. Puedes alcanzar cierto grado de entendimiento, siempre y cuando no entables una lucha a muerte con ella, siempre y cuando la dejes vivir a tu lado como una sombra que no puedes despegarte de los pies. 61

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Y cuando llegas a hacer amistad con tu propia incoherencia, entonces ella te hace un don que no se esperabas. Cul? pregunt el joven intrigado. La humildad.

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n muchacho de quince aos comenz a trabajar con el jardinero en el cuidado de las flores y los rboles del jardn. Su padre, un viejo amigo de aqul, le haba pedido que lo cogiera para ensearle el arte que l conoca tan bien, con el fin de que algn da pudiera hacer algo con lo cual ganarse la vida.

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El zagal, de buen carcter pero impaciente como un gorrin hambriento, haca los trabajos que le mandaba el jardinero con una rapidez pasmosa, pero carente de cuidado. En una ocasin, en sus primeros das con el jardinero, en que con las prisas planto mal un seto de cipreses, el hombre le llam la atencin con el ceo adusto. Deberas aprender la leccin del chopo y del roble le dijo severamente. El muchacho guardo silencio esperando la letana consiguiente a la leccin anunciada, pero como quiera que el jardinero no se arrancaba a hablar y el silencio se estaba cargando demasiado, le pregunt tmidamente: Y cul es la leccin? El jardinero no pudo fingir ms su disgusto y solt una sonora carcajada, mientras el chico, bastante confuso, intentaba esbozar una sonrisa. El hombre cogi al muchacho por los hombros, invitndole a que le acompaara. Deja tus herramientas ah le dijo. Nos vamos a dar un paseo. Y salieron los dos del jardn tomando el camino que, a travs del pueblo, lleva al ro, hasta que alcanzaron sus orillas en el lugar en donde yacan las ruinas del antiguo molino. Mira. Ves aquel chopo? le dijo sealndole un alto y esbelto rbol. S le respondi el muchacho. Y ahora, ves este roble? le volvi a preguntar mostrndole un joven roble poco ms alto que ellos y con un tronco del grosor de dos dedos. S por qu? inquiri el chico. Estos dos rboles tienen la misma edad afirm rotundamente el jardinero. 63

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El muchacho volvi a mirar los rboles, sorprendindose de que el chopo tuviera el tronco veinte veces ms grueso que el del roble. Y cmo puede ser que tengan la misma edad? pregunt. El chopo es ms grande que el roble S le interrumpi el jardinero, es ms grande porque crece mucho ms rpido El joven hizo una mueca que indicaba que empezaba a comprender. pero su madera continu dicindole es mucho peor que la del roble. Silencio. El muchacho no acaba de vislumbrar a dnde quera llegar el jardinero, y le mir a la espera de que esta vez el hombre se arrancara por s solo. Y as fue. Quieres hacer las cosas demasiado rpido le dijo pausadamente, y quieres aprender demasiadas cosas en poco tiempo. Al igual que el chopo, eres un impaciente. Sin embargo, fjate en el roble y aprende su leccin. El roble tarda ms de cuarenta aos en hacerse adulto, y an entonces necesita muchos ms hasta que consigue hacer un tronco grueso y robusto. Pero su madera es la ms dura y resistente que puedes encontrar en la comarca; una madera que puedes utilizar, no slo para hacer muebles, sino tambin para hacer vigas maestras que soporten el paso de las casas. El jardinero puso su mano en el hombro del muchacho, amablemente, y con mucha dulzura, continu: Esto es lo que quera que aprendieras. Si deseas llegar a tener madera de jardinero tendrs que aprender a dominar el sutil arte de la paciencia, porque un jardinero sin paciencia querr que los rboles y las plantas le crezcan en pocos das, y se es un lujo que la naturaleza no se permite. As que observa bien al roble e imita su parsimonia, para que puedas llegar a dar una buena madera con la que puedas construir una casa para ti y para todos aquellos que a lo largo de tu vida te pidan cobijo. Y despus de aquello siguieron paseando por la orilla del ro, conversando sobre la sabidura de las plantas, y dejando el trabajo para una mejor ocasin.

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olviendo de trabajar en una via que el jardinero haba comprado en las cercanas del pueblo, se detuvo en el mesn que, junto al camino de la ciudad daba provisiones y cobijo a los viajeros.

Despus de pedir un vaso de vino al mesonero se sent en una vieja mesa de roble macizo, en la que un forastero comenzaba a mostrar los primeros sntomas del la embriaguez. El hombre asalt inmediatamente al jardinero con una conversacin trivial sobre los rigores del clima en la meseta por la que en los ltimos das haba estado viajando. No caba duda de que el forastero tena ganas de hablar con alguien, pero el jardinero estaba bastante cansado por las faenas de la via y no encontraba demasiadas palabras que ofrecerle. La vida es aburrida y montona dijo aquel hombre, mirando el vaso de vino que tena entre sus manos. Todos los das lo mismo, un ao tras otro El jardinero lo mir, pero no dijo nada. Baj la mirada tambin hacia su vado de vino y pens que aquel forastero no tena razn. Qu tiene la vida de divertida? continu el forastero. Algn da un momento pero nada ms. El jardinero no quiso levantar los ojos del intenso rojo oscuro del vino. La vida! pens para s. Tan llena de misterios! Tan llena de maravillas! Y por su cabeza comenzaron a pasar los recuerdos de muchos aos de encanto y esperanza; recuerdos que sola compartir slo con los amigos ms allegados; ese pasado misterioso, anterior a su llegada al pueblo, que envolva la vida del jardinero. Record cmo haba empezado todo, despus de una juventud inquieta y llena de experiencias fascinantes. Record la voz que haba escuchado en su corazn llamndole a un destino que an no haba acabado de vislumbrar; y cmo llor desconsolado a la orilla del camino, ante la fuerte impresin que le causara aquella voz en su pecho. Record aquellos primeros aos con un grupo pequeo de amigos, fervientes adoradores de la Vida, perdidos en las montaas en largas conversaciones con las fuerzas de la naturaleza. Record las profecas que de distintas y extraas personas les haban llegado, hablndoles de una esperanza en el maana que en la larga bsqueda siempre quedaba lejana.

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Record a su maestreo, aquel alto nrdico de ojos azules, y sus asombrosas enseanzas espirituales. Record aquel da en que se fundi con la Luz en la cima de una montaa, y todas aquellas veces en que se haba sentido posedo por el Espritu de la Vida, mientras una paz que iba ms all de toda comprensin le sumerga en las moradas celestes. Record sus amores y sus desilusiones, sus conquistas y sus fracasos, sus esfuerzos sobrehumanos por alcanzar el origen de la Verdad. Record a los que en sus viajes haban aparecido con un corazn grande y generoso, para luego desaparecer en las neblinas de la distancia; y tambin a aquellas primeras jvenes almas que haban escuchado sus palabras con la esperanza puesta en un mundo mejor; y record a aquella extraa sacerdotisa de los cultos antiguos que involuntariamente le sumergi en el mar de la confusin y le dio aquel prodigioso collar que, desde entonces, guard consigo como smbolo de su espritu inalcanzable. Record su exilio en las islas del norte, libremente buscado y aceptado, y su vuelta al seno de su familia en el espritu, la maravillosa aventura de la amistad, y el agrio sabor de la separacin. Y por fin record su llegada al pueblo y la creacin del jardn, despus de un prolongado ayuno en el que comprendi que todo era Uno. Haban sido tantos prodigios, tantas aventuras, tantas maravillas Cmo poda decir aquel hombre que la vida era aburrida y montona? Quiz su vida lo hubiera sido, pero no dudaba que si eso era as, se deba a que no haba osado lanzarse al ocano de la existencia con el atrevimiento del que habla con Dios de igual a igual. Quin sabe si, simplemente, no quera reconocer que su vida tambin haba sido prodigiosa. El jardinero sali de su ensoacin en los recuerdos, y se encontr con que el forastero continuaba con su largo monlogo sobre el tedio de la vida. No lo cree usted as? le dijo al fin con el aliento del vino. El jardinero le sonri, y le dijo: No, buen hombre. No lo creo as.

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mo ser la vida de un rbol? le dijo una maana el aprendiz de jardinero. Qu sienten? Cmo pasan su tiempo? De verdad lo quieres saber? le pregunt el jardinero.

Oh, s! Me gustara mucho saberlo. Y el jardinero le hizo quedarse de pie, quieto, absolutamente inmvil, en medio del bosque durante toda la maana.

Cuando el muchacho volvi a la cabaa a la hora de comer, le pregunt el jardinero: Qu tal? Ya sabes cmo sienten los rboles? Y el aprendiz respondi: S y nunca cre que aprendera tantas cosas en una sola maana. Has comenzado a comprender la sabidura de los rboles le dijo el jardinero satisfecho.

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ntre las quebradas montaas que se extendan al norte del pueblo haba un silencioso lago que, de cuando en cuando, sola visitar el jardinero. Era un lugar especialmente hermoso, rodeado de bosques y riscos, desde donde las aguas tranquilas ofrecan una visin embriagadora de paz y belleza.

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El jardinero amaba aquel lugar, y muchas veces haba buscado su clida proteccin cuando la duda y la confusin opriman sus pensamientos. Pero el ltimo verano, un espantoso incendio haba arrastrado los bosques que otrora hubieran presenciado los arrebatos de su espritu. El jardinero, entristecido, haba recorrido las negras laderas de las montaas cuando los tocones de los rboles an humeaban, y se haba prometido volver a dar vida a aquel desolado lado en la medida en que las fuerzas de un solo hombre pudieran alcanzar. Poco antes del invierno ya haba estado recorriendo el lugar con una bolsa llena de semillas en encina y de roble, acomodando lo mejor posible las bellotas en los sitios ms hmedos que encontraba. Y continu espordicamente su trabajo a lo largo de aquel invierno, esperando que las lluvias de la primavera dieran vigor a las semillas para que comenzaran su andadura por la vida. Poco antes del siguiente verano volvi a visitar el lago, buscando entre las nuevas hierbas y los retoos de pino, las seales de la nueva vida que l haba sembrado. Su alegra fue inmensa cuando vio que entre los brotes de romero aparecan las tiernas hojas de un roble cuya semilla recordaba bien haber plantado. Sigui caminando y se encontr con ms y ms brotes, de roble y encina, y el jardinero pens que haba valido la pena el esfuerzo de aquel invierno. Fue entonces cuando record la imagen del primer puado de semillas que sac de su bolsa, y los sueos que surcaron su esperanzada mente teniendo aquel puado de vida entre sus manos. Vio un bosque profundo y frondoso, con unos rboles de troncos enormes cubriendo con una espesa sombra la vida que lata en su interior. Plantas aromticas, flores, insectos, aves, animales, viviendo al abrigo del padre bosque, hmedo y nutricio, sabio y responsable de la vida que albergaba. Ahora vea surgir las primeras hojas de aquel enorme bosque, un bosque que jams vera en su esplendor, dado que la vida le iba a negar los siglos que ofreca generosamente a los rboles. 68

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Pero tambin la vida, pens mejor el jardinero, le haba dado la posibilidad de entrar en los frtiles campos de la eternidad cruzando el muro del tiempo entre las dulces brumas de la imaginacin.

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staba el jardinero tomando un vaso de vino con un amigo en el mesn cuando de una mesa cercana se alz la voz de un hombre que, encontrndose de paso por el pueblo, haba entablado conversacin con algunos vecinos.

Dios ha sido generoso conmigo deca con cierta dosis de orgullo, porque siempre que le he pedido algo, me lo ha concedido. Yo era un simple labriego como vosotros. Y cansado de vivir siempre con la inseguridad de perder una cosecha, termin por pedirle a Dios que me diera dinero y bienes en abundancia, para que ya nunca ms tuviera que preocupar por su subsistencia. Y Dios me escuch, y antes de un ao me dio la oportunidad de hacerme rico, y no la desaprovech. Entre los comentarios de los parroquianos del mesn, el jardinero y su amigo salieron a refrescarse con la brisa de la noche. Ya fuera, el amigo le pregunt al jardinero su opinin sobre las palabras del viajero, y aqul le contest: No me cabe duda de que este hombre se equivoc de Dios.

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ul es el camino ms corto para sentirse dichoso? le pregunt al jardinero un hombre acomodado y poco acostumbrado a los esfuerzos. Dar siempre las gracias le contest el jardinero.

Dar siempre las gracias a quin? volvi a preguntar confundido. Dar siempre las gracias a la Vida por todo lo que nos da. El hombre acomodado sonri con arrogancia. Y no te parece que si fuera tan fcil, todo el mundo sera feliz? inquiri nuevamente. Oh, no! No es tan fcil! respondi el jardinero. Ser capaz de agradecer hasta el dolor que la Vida nos manda, no es nada fcil. El hombre dejo de sonrer al ver por dnde iba el jardinero. Entonces, no puede ser se el camino ms corto dijo. Cul es el camino ms coro para subir a la montaa? pregunt entonces el jardinero. Acaso no ser el que, campo a travs, lleva directamente desde donde te encuentras hasta la cima? S. Claro Acaso no ser tambin este camino continuo el jardinero ms difcil de recorrer que el camino que serpenteando asciende poco a poco a la montaa? Bueno S. Pero El camino ms corto siempre es el ms difcil. Y slo lo pueden recorrer los esforzados y valerosos.

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l calor estival haca sentir su peso por los campos de la comarca, mientras la desmedida evaporacin del agua haba formado densas y oscuras nubes que desde el este amenazaban con descargar la tormenta.

El jardinero, dentro de su cabaa, estaba ocupado atrapando moscas que, como suele ocurrir en las horas previas a las tormentas, estaban resultando demasiado molestas y pegajosas. En este trance lleg un amigo y le sorprendi en la ardua tarea de caza emprendida, y pensando que el jardinero estaba comenzando a rebasar los lmites aceptables de lo que se entiende por una persona extraa, le pregunt qu estaba haciendo. Cazar moscas. No lo ves? contest el jardinero. S, claro que lo veo. Pero, para qu ests cazando moscas? Para soltarlas fuera de la cabaa dijo, sin dejar de perseguir a sus rpidas presas. El amigo hizo un gesto de no comprender. Y por qu no las matas? le dijo. Terminars antes con esa molestia! El jardinero se detuvo un momento, y sonriendo contest: Es que todava no ha llegado su hora de morir. El amigo estaba comenzando a pensar seriamente en que el jardinero se haba vuelto loco. Y cmo sabes t su ha llegado su hora de morir o no? pregunt perdiendo la paciencia. Y el jardinero, como si fuera la conversacin ms natural del mundo, le contest tranquilamente: Es muy sencillo. Si puedo evitar que mueran, es que no ha llegado su hora de morir. Y continu cazando moscas.

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esde la gran montaa en la distancia vio venir su imagen poderosa, moviendo las fuertes alas con la elegancia del que se sabe dominador del cielo, y cuando alcanz las copas de los rboles del jardn traz un amplio crculo bajo las nubes.

El jardinero observ al guila largo rato, dando vueltas y ms vueltas sobre l. Durante toda la maana su danza fue un ir y venir por el cielo, despareciendo cada cierto tiempo para volver a aparecer otra vez rondando las inmediaciones del jardn. El silencio se hizo dueo de la vida oculta del vergel. Ya no se vea a las ardillas, y los gorriones, escondidos, haban cesado en su escndalo matinal. Slo el suave murmullo del viento en las copas acompaaba a la muda figura que surcaba en el aire. Ya he comprendido tu mensaje, hermana guila dijo el jardinero observando a la soberbia ave. Puedes volver a tu nido. Y como si hubiera odo las palabras del hombre, el guila se elev en un brusco giro y desapareci en direccin a la montaa. Ya no volvi. El jardinero tena una expresin triste en el semblante. Con las manos cruzadas a la espalda y mirando al suelo, se fue alejando poco a poco de la cabaa por el sendero del estanque. El tiempo toca a su fin dijo en un suspiro para s. Est llegando el momento Y no dijo nada ms.

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l aprendiz de jardinero llevaba ya dos aos trabajando y aprendiendo en el jardn. En ese tiempo se haba convertido en un joven apacible y responsable, dominando en gra