Gonzalo Garcés, "La parálisis de la crítica"

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Artículo de Gonzalo Garcés, "La parálisis de la crítica" (Revista Ñ, 2010)

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Lunes 31 May

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RANKING DE NOTAS

1. Dalí en los tribunales

2. El asesinato de Aramburu: los espectros de una

historia

3. Murió Avello, uno de los fundadores de Proa

4. Los ambiguos objetos del deseo

5. Touraine y Bauman, premiados con el Príncipe de

Asturias

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Complaciente, perezosa, acomodaticia. Así define Gonzalo Garcésa las reseñas literarias en español y traza una radiografía de losdefectos y las virtudes del análisis de libros. Opina Martín Kohan.

La parálisis de la crítica

Por : Gon zá lo Ga r cés

SCOT T : “ A qu ellos de n osotr os qu e som os m en os m odestos qu e Fr a n k n os

com pla cem os en pr ocla m a r lo u n Hom br e Repr esen ta t iv o, u n Hér oe

Cotidia n o, u n r elu cien te ejem pla r del Gr a n Cu a lu n qu e A m er ica n o.”

Yo leo crítica literaria para divertirme. Encuentro que la reseña,como género, no está muy por debajo del cuento o el ensayo. Dichoesto, las reseñas que leo por placer están casi siempre en inglés.Alguien dirá que soy un esnob. Es una posibilidad. Pero cualquieraque conozca el New York Times Review of Books, o el New Yorker,entiende que la razón es otra. La verdad es que la crítica enespañol, con excepciones, es aburrida. Con esto quiero decir:complaciente, perezosa, acomodaticia. En inglés a veces también esestas cosas, pero en conjunto no. ¿Por qué?

Aclaro que la reseña en castellano no es, hasta donde llega miconocimiento, la peor del mundo. Esa palma le toca a Francia,donde la prosa de cotillón, el provincianismo y el amiguismo lavuelven derechamente ilegible. En Francia, la reseña sueleconsistir en una recapitulación mimosa de la carrera del autor yuna descripción lírica del libro. Si el escritor es hombre, elreseñista puede decir cosas como: "Noguez lava sus textos anoventa grados." Si es mujer, que su pluma "acaricia, como lasuñas antes de arañar." Los dispositivos preferidos son laclasificación en seudocategorías ("Guyotat pone en juego unateología del deseo"), la banalidad en forma de díptico ("Nothombimpone su propia concepción del mundo, con una desenvoltura quecontrasta con la profundidad del tema") y el guiñote culto ("Unanovela que nos pone cara a cara con el Otro"). Por otro lado, está lacrítica en profondeur ; es peor. Ahí la obra desaparece bajo losescombros de la teoría posestructuralista, y de allá abajo no hayrescate posible.

En España, la crítica suele ser igual de descerebrada, pero al

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menos tiene el encanto de lo rústico. Después del amaneramientofrancés, reconforta leer al agramatical Francisco Solano (quien, enuna reseña reciente, elogia a Julian Barnes por escribir "con unacompleta desconfianza al estilo solemne") o al hilarante RicardoSenabre, que termina todas sus reseñas con una andanada decorrecciones escolares. Uno casi puede oír el acento de maestrorural, estilo Amanece que no es poco , cuando Senabre deplora enuna novela "ciertos anglicismos de moda", asevera que no debedecirse "no sufras" sino "no te preocupes", y termina despachandoal autor con una palmadita en el hombro: hala, ahora a jugar,chaval, y no hagas trastadas. En la Argentina, la barra estácolocada un poco más alto. Al menos suele haber cierta noción dehistoria literaria, cierta idea de que un libro debería situarse en uncontexto. Pero, a la hora de la verdad, la crítica argentina padecelas mismas taras que la española. Es chirle; casi nunca transmite laimpresión de que hay algo importante en juego.

En este punto, supongo, se podría protestar que en España yLatinoamérica hay críticos admirables. Los hay, por supuesto. Alos nombres evidentes (Domínguez Michael, Faverón, Carrión,Gandolfo) podría agregar otros menos conocidos (Walter Cassara,Osvaldo Gallone). Pero no se trata de eso. Es en las constantesdonde se manifiesta el estado de la cultura. Y el hecho es que cier-tas nociones, y sobre todo ciertas inhibiciones, hacen de la críticaen castellano algo más débil de lo que podría ser.

¿Quién te creés?

¿Qué autoriza al crítico a decir lo que dice? Robert Musil escribió(y a Ignacio Echevarría le gusta repetirlo) que la autoridad delcrítico le viene de la capacidad de tener razón. Muy bien. ¿Perorazón sobre qué? Se puede tener razón al decir que un libro esmalo, pero eso no basta para hacer interesante una reseña. Ahorabien, los críticos españoles establecidos –cuando no están adulandoabyectamente a un autor publicado por el mismo grupo editorialdel diario que les paga el sueldo–, están interesados en una solacosa: el control de calidad.

A tono con esa suerte de servicio de protección al consumidor,usan esos modismos que suelen dar un aire tan cómicamente al-midonado a los suplementos españoles: "Echase en falta unamayor agilidad..." "No se puede en modo alguno aprobar..." Apropósito de esfuerzos ridículos por esconder la propiasubjetividad, me acuerdo de un compañero de colegio que una vez,jugando a las escondidas, cuando lo descubrieron gritó: ¡No, yo noestoy acá! Si eso fue motivo de risa durante toda la primaria, noveo por qué merece menos quien intenta ganar autoridaddesapareciendo detrás de la figura pétrea del Custodio de laCultura.

Pero su par argentino no lo hace mucho mejor. Es curioso cómo,partiendo de un tono muy distinto, termina por causar un efectobastante similar. El crítico argentino típico se reconoce por unrasgo: no critica. Si formula reparos, lo hace sobre el final y comopor cumplir, se queja de la falta de agilidad de algún diálogo o lainsuficiente definición de un personaje, y nunca como problema aindagar. Por lo demás, procura exponer lo que cree la intención dela obra, omitiendo cuanto puede los juicios de valor. Si la autoridada la que aspira el crítico español es la del árbitro del gusto, la quebusca el argentino está más ligada a cierta pretensión positivista,la autoridad del profesor. Este modelo también tiene sus peligros.

¿Cómo construye sus reseñas el crítico argentino? Típicamente, elprimer párrafo anuncia la "propuesta". Se hace una descripción delestilo, se menciona una tendencia general en la que se inscribe o separafrasea una de las escenas. Leemos: "La saga familiar parecehaberse vuelto una tradición literaria hindú..." (Nina Jäger,Página/12, para introducir una novela de Anuradha Roy)."Escenas breves, mínimas iluminaciones y un estilo seco,

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despojado." (Susana Rosano, Ñ, para introducir un libro de JamesSalter). "Alonso Cueto [...] profundiza en las ramificaciones de laculpa y la persistencia del pasado." (Clara Albertengo, ADNcultura). En la revista online El Interpretador, una reseña de unlibro de Alan Pauls, firmada por Micaela Cuesta y MarianoZarowsky, se abre con una cita de Rodolfo Walsh: "Un intelectualque no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es unacontradicción andante".

Nada que objetar a todo esto. El malestar empieza al comprobarque el autor de la reseña no procede a examinar en qué medidaesas propuestas o modelos tutelares se realizan, o no. Hablo de lafalta de una estructura retórica ("Parece que hay esto; ¿es lo queparece?") que, aunque no hiciera otra cosa, ofrecería una ilusión deindagación en acto; pero en realidad ofrece mucho más. Parecementira que haga falta recordarlo, pero en política, en arte, en elmercado, en el sexo, las relaciones de poder están marcadas por elintento de unos por parecer algo, y el intento simétrico de otrospor discernir la verdad detrás de esa apariencia. Barthes escribióque la función de la escritura no es sólo comunicar o expresar, sinoimponer "un más allá del lenguaje que es al mismo tiempo laHistoria y el partido que tomamos en ella." ¿Y cuál sería laprimera función del crítico, si no es discernir ese partido tomadoque la escritura delata, pero que el escritor prefiere ocultar, o de-rechamente ignora?

Pero el crítico promedio en este país, por alguna razón, se prohíbeespecular sobre las intenciones del autor (o la generación, o elgénero sexual, o la clase social, o el grupo editorial) activas detrásdel libro. Hace como si la intención o el anuncio o el programa fueralo mismo que el resultado. En el desarrollo de las reseñas que citéantes, resulta que el libro de Cueto, en efecto, profundiza en lasramificaciones, que la novela de Roy es en efecto una saga familiar,que los cuentos de Salter en efecto son secos y despojados, y que lanovela de Pauls, en efecto, responde bastante bien a la frase deWalsh. ¿Y cómo iba a ser de otro modo, si todo el esfuerzo delcrítico estuvo consagrado a afirmar esas relaciones? Es comobuscarle formas a las constelaciones y después felicitarse de haberdescubierto que en el cielo hay un centauro.

Como se ve, esto excluye toda posibilidad de hacer crítica real. Si elcrítico cree que toda su misión consiste en glosar la forma en que laobra ilustra una consigna formulada por un prócer literario, o lassupuestas intenciones del autor, entonces tiene todo el interés delmundo en ayudar activamente al libro a rendir, como frutosesperados, esas ilustraciones. Esto se llama colusión de intereses.El libro le provee al crítico la ocasión de mostrar su buenaformación, y éste, a cambio, lo presenta como un artefactoinobjetable, sin fisuras, un sistema de correspondencias tanperfecto como un crucigrama resuelto o un dibujo de Pictionary .No digo nada de lo apasionante que resulta, presentada de estaforma, la literatura.

Dos versiones de Ford

Quizá no es necesario que sea así. Tengo a mano dos reseñas de lanovela Acción de gracias , de Richard Ford. La primera apareció enel diario español El Mundo y la firma José Antonio Gurpegui; laotra la escribió A.O. Scott para el New York Times.

La reseña de Gurpegui es representativa. Desde la primera frasedescarta la crítica en favor del cholulaje: "Richard Ford fue uno delos invitados estrella durante la última edición de la feria deFrancfort." Siguen tres párrafos de sinopsis; en el cuarto, se afirmaque cierta frase del protagonista de Acción de Gracias "podíahaberla pronunciado el inefable Conejo Armstrong de Updike, o elsingular Nat Zuckerman de Philip Roth". Que Ford se parece aRoth y Updike es una de esas ideas que corren por las redaccionesy se repiten a falta de opiniones propias. Gurpegui no intenta

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COMENTARIOS (5) Escriba su comentario

02:1302.JUN .10

¡Bravo!

Enviado por Rodrigo Morlesin Denunciar

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someterla a examen. Sobre el final, advierte que hay en la novelapersonajes "que plantean complejos interrogantes": se refiere altibetano Mike Mahoney. Dicho lo cual, cambia de tema. Por lovisto, los interrogantes son tan complejos que mejor ni tocarlos. Son 706 palabras. No hay una que no pudiera estar en la solapa dellibro.

La reseña de Scott toca casi los mismos puntos que Gurpegui. Peroahí donde el español reproduce acríticamente, Scott indaga. Enrealidad, basta el primer párrafo para establecer –y, de nuevo, nohay crítica sin esto– que estamos ante un problema. Scott cita dellibro: "Ojalá pudiera decir que tengo una fórmula para convertir lacualidad de lo grande en pequeño." Esta frase resume unavoluntad muy presente en la novela: presentar lo cotidiano comolo que vale la pena narrar de la experiencia humana. Frank Bas-combe, el protagonista, insiste en presentarse como un tipo nor-mal. Scott toma nota, pero duda. En la práctica —dice—, el autoramplía hasta lo monumental lo que normalmente sería pequeño.Cada sándwich que se come, cada subida a la autopista, estátratada como un hecho épico. Pese a las protestas de normalidad,el mundo de Frank tiende al gigantismo. Scott nota que esto puedeser halagador para los lectores, que se encuentran, al mismotiempo, con un personaje excepcional y con permiso paraconsiderarlo como su igual: "Aquellos de nosotros que somos menos modestos que Frank noscomplacemos en proclamarlo un Hombre Representativo, unHéroe Cotidiano, un reluciente ejemplar del Gran CualunqueAmericano."

En menos de una página tenemos una discusión en marcha acercade la identidad colectiva, los arquetipos nacionales, la nociónconsensual de "normalidad" y los juegos más o menos diestros queun escritor puede intentar a partir de esto. Sería absurdo sostenerque esto agota lo que una reseña puede hacer; decir que no resultamás estimulante que el ejercicio publicado por el español seríamala fe.

Por otra parte, la reseña de Scott pone de manifiesto, porcontraste, las inhibiciones que paralizan al sistema crítico ar-gentino: la repugnancia a preguntarse por la recepción, por lasteclas que el libro tocará en el lector común, y la renuencia atomarse a sí mismo como campo de pruebas válido para inferir esarecepción. Ni siquiera aceptamos el concepto de "público"; nos re-sulta demagógico, sospechoso de mercantilismo. Pero el público,sin preocuparse de lo que pensemos, existe; y en cambio el libro noexiste plenamente hasta que entra en contacto con él. Consideradoesto, que el crítico tome sus propias reacciones comoaceptablemente representativas y las incluya como prueba decargo, sin esconder su necesaria subjetividad, sin el "nosotros"clerical ni la impostación positivista, no es un acto de soberbia sinode humildad, apropiada y provechosa humildad. Cuando el críticose resigna a decir "yo", se puede empezar a construir algo.

En el caso de Scott, le permite plantear la disparidad entre la cosaque Acción de gracias pretende ser y lo que resulta en la lectura.Bascombe (concluye Scott) no es un personaje representativo; co-mo a una persona real, sólo podemos aceptarlo o rechazarlo comoser humano. Yo no estoy seguro de compartir esa conclusión. Locual, si algo prueba, es que una reseña ni siquiera necesita con-vencer para resultar interesante.

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13:5501.JUN .10

Excelente crítica de la crítica. Es de lo que hacefalta no sólo en El Mostrador, sino en los medios engeneral. Diré por qué es excelente, haciéndomecargo del llamado que hace el autor del texto acomprometerse con una opinión: emite juicios y lossustenta con argumentos y ejemplos concretos,reastreables. Y opinables, por supuesto, para esoson las opiniones. Y las críticas, por naturalezapropia. Invita a leer y enjuiciar. Es lo que haré yomisma, me dieron ganas de leer a Scott y a losotros aludidos.

Enviado por Ana María Campillo Bastidas Denunciar

09:2501.JUN .10

La Crítica literaria es todo un "modus vivendi" quepractico desde un Blog dedicado a la literatura. Tuvisión me recuerda a los chistes estos de "está unespañol, un francés, un argentino y unamericano...". Bravo por el trabajo. Todos vamosen busca de la Realidad, pero hay grados, estáclaro. Yo doy prioridad al poder de transformaciónque posee la novela. Te invito a descubrirlo:Huracanes en papel™. No pertenezco a ningunaeditorial. Lo hago por hobby. Me sientocompletamente libre. Saludos, Gonzálo.

Enviado por Tránsito Blum Denunciar

06:5801.JUN .10

Lo que Garcés no dice. que la crítica literaria en losmedios masivos argentinos, se paga a precio vil.Que por ese valor muchos prefieren sercondescendientes y ganar amigos, no enemigos.Que las escasas críticas condenatorias estánreservadas a comentaristas novatos que buscanllamar la atención por esos medios. Que los medios,o sea el dinero, ordenan: a un avisador no se lejuega sucio, o dejará de serlo.

Enviado por Daniel Damonte Denunciar

19:1930.MA Y .10

Criticar la crítica también debería ser consideradoun género literario. De todas maneras el artículo secentra en la crítica que aparece en la prensa escritay olvida que hasta hace poco había una especie decrítica literaria más o menos libre en la red. Detodas maneras ésta se está contagiando delcorporativismo y el amiguismo de la críticatradicional. Podeís encontrar un ejemplo derusticidad en torno a Richard Ford enellamentodeportnoy.blogspot.com /2005/01/el-periodista-deportivo.html

Enviado por Javier Avilés Denunciar

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La fin a lida d de este ser v icio es su m a r v a lor a la s n ota s y esta blecer u n con ta cto

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