Gonzalo Fragui Poeterias

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Fragui nos muestra una serie diversas de situaciones ligadas a múltiples personajes del ámbito cultural

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  • GONZALO FRAGUI

    Poeteras

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  • Gonzalo Fragui Fundacin Editorial el perro y la rana, 2007

    Av. Panten. Foro Libertador. Edif. Archivo General de la Nacin, planta baja. Caracas-Venezuela, 1010

    Telfs.: (58-0212) 5642469 - 8084492 / 4986 / 4165

    Telefax: 5641411

    C orreos electrnicos:[email protected]

    [email protected]@elperroylarana.gob.ve

    Hecho el Depsito de Ley

    N lf 40220078002965

    ISBN 978-980-396-605-8

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  • e lpe r r o y l a r a n a

    F u n d a c i n E d i t o r i a l

    Presentacin

    Existe un encuentro que se hace golpe sobre papel, en todo lugar estn las voces de nuestra gente que retumban desde tiempos ancestrales y se precisan susurro estridente, grito inevitable, respuesta urgente ante la convulsin de todos los mun-dos que forman al ser humano. Se nos presenta entonces la palabra, ella que edifica los tejidos del sueo, que da contundencia al puo que se defiende, porque recla-ma, hurga, retumba contra las paredes de la realidad, ella que se manifiesta como artefacto peligroso e incontrolable. Es por esta combustin creativa que surge la Coleccin Cada Da un Libro, producto de la masiva participacin a la convocatoria del Certamen Mayor de las Artes y las Letras; esta coleccin es en estricto rigor un merecido acto de reconocimiento a los escritores y artistas de nuestra tierra, es tren y boleto que permite a los lectores viajar indefinidamente hacia los distintos planos que refrescan el imaginario venezolano. Ante la fuerza que exige ese compromiso la coleccin se bifurca en seis series: Poesa construye un amplio campo vibrante a quienes decididamente se lanzaron al abismo de la imagen, de la hermosa locura necesaria; Narrativa se abre al concierto de tintas que convergen en la lucha directa contra el silencio, a los que tienen cosas por contar; Ensayo presta su espacio a la mirada crtica de aquellos que cimientan diversas propuestas y debates inaplaza-bles; Historia se hace eco de esas voces que guardan la memoria que nos perpeta; Encrucijadas rene textos de mltiples naturalezas para el inters general de todo lector; y finalmente Testigos convoca las miradas que han presenciado situaciones que despiertan nuestra atencin, desde crnicas, anecdotarios, entrevistas, hasta testimonios, diarios y reportajes. En tal sentido sirva este espacio a los hermanos que levaron anclas para adentrarse en el picado mar de las publicaciones.

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  • Una noche

    como a las diez de la maana.

    Joaqun Sabina

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    Neruda y Palomares

    A finales de los aos 50, el poeta Ramn Palomares empez sus labores docentes en la isla de Margarita. Tena un carrito, el blido azul, el que una noche desafortuna-da encaram sobre un rbol. El poeta se quem parte de su cuerpo y tuvo que permanecer convaleciente durante varias semanas.

    Por esos mismos das pasaba, en uno de sus muchos via-jes, Pablo Neruda por Caracas. Su gran amigo, Miguel Ote-ro Silva, le dio a leer una noche los poemas del primer libro de un joven poeta llamado Ramn Palomares. Se trataba de El reino.

    Al otro da Neruda estaba tan encantado con los poe-mas, que pidi inmediatamente conocer al poeta. Otero Sil-va le dijo que era imposible porque Palomares no viva en Caracas y no poda viajar porque estaba enfermo. Neruda pidi entonces ir donde estaba el poeta.

    As, la nica vez que Pablo Neruda estuvo en la isla de Margarita fue para conocer al poeta Ramn Palomares.

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    Juan Rulfo

    Cuenta Bryce Echenique que un da haca una fiesta en su casa de Pars. Uno de los invitados habituales era el escritor Juan Rulfo. Por su timidez, Rulfo siempre quera pasar inadvertido, pero no poda. Para colmo de males una funcionaria trepadora se le peg esa noche como un chicle. Rulfo no saba qu hacer para quitrsela de encima. Consul-t entonces a Bryce.

    A la prxima pregunta respndale con una pesadez fue la recomendacin de Bryce.

    As hizo.La seora se le acerc de nuevo y con cara de culta pre-

    gunt al maestro mexicano que si ya se haba ledo El capital, de Carlos Marx. Y ah fue que lleg la oportunidad espera-da por Rulfo.

    No, pero vi la pelcula fue la respuesta del escritor.La seora no se le volvi a acercar durante toda la noche.

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    Arguedas

    Nunca he visto mayor dolor que el del escritor perua-no Jos Mara Arguedas. Todos saban que se iba a suicidar, pero no podan evitarlo. Un da unos amigos cercanos se atrevieron a conversar sobre el tema.

    Arguedas, qu hacemos para que no te mates? pre-guntaron los amigos.

    Y Arguedas respondi con posiblemente la ms triste de las frases en lengua castellana:

    Eviten la llegada de los espaoles.

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    Domingo Miliani

    Un da preguntaron al escritor mexicano Juan Rulfo qu conoca de la literatura venezolana. l respondi que haba ledo a Gallegos, a slar Pietri, a Renato Rodrguez y a Domingo Miliani, entre otros. Repreguntado ahora sobre qu opinaba de Miliani, respondi que le pareca que era un gran ensayista y que haba ledo algunos de sus cuentos.

    Pero fue el remate lo que tuvo caractersticas de estocada:Me cuentan que podra escribir ms, pero se casa

    mucho.

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    Gallegos y Carlos Augusto Len

    Un da, siendo Rmulo Gallegos presidente de Vene-zuela, el autor de Doa Brbara llam al poeta Carlos Augus-to Len para confesarle algo y pedirle un favor. Por esos das el escritor norteamericano William Faulkner haba ganado el Premio Nobel de Literatura y prometa venir a Venezue-la. Gallegos estaba muy apenado porque, siendo l tambin escritor, no haba ledo nada de Faulkner. Llam entonces a Carlos Augusto.

    Carlos Augusto, t no tendrs por ah algo de Faulk-ner, quien parece que va a venir por ah en estos das, y yo no he ledo nada de l.

    El poeta Carlos Augusto, comunista y sin complejos, le respondi al otro lado del telfono.

    Y t crees que l haya ledo algo tuyo?

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    Leonardo Gustavo Ruiz

    Leonardo Gustavo Ruiz se dio cuenta de que estaba un poco gordo un da que necesit tomar un taxi. Se dirigi a la avenida y llam al primero que vio. Se trataba de uno de esos taxis blancos, pequeitos.

    El chofer mir a aquel hombrn, lo recorri de arriba a abajo y se neg a llevarlo.

    Disculpe, seor, yo no hago mudanzas.

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    Caupolicn

    Un da Caupolicn Ovalles sali de un bar con las velas rotas. Camin lentamente por la acera, se detuvo, trastabill un poco, se agarr como pudo de un poste, forceje un rato con l y, cuando ya estuvo seguro de que no se iba a caer, empez a gritar:

    Squenme de aqu.

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    Julio Valderrey

    Hace tiempo el poeta Julio Valderrey fue invitado a un congreso de poetas. Los organizadores, como tenan poco dinero, pusieron a dormir a los poetas en unas literas. Valde-rrey, que se haba tomado unos tragos de ms, se cay y rod por debajo de la cama, donde durmi el resto de la noche y parte del da siguiente.

    A la hora del desayuno, los poetas notaron la ausencia de Valderrey, pero no se preocuparon. Saben que el poeta come poco. Lleg la hora del almuerzo y el poeta tampoco apareca. Entonces lo buscaron por todos lados y nada. Fue la seora de la limpieza quien lo encontr cuando pas la es-coba por debajo de la cama y se encontr con aquel bulto.

    Hasta la fecha, no se tiene conocimiento en toda la his-toria de la humanidad, de otro poeta que se haya cado lite-ralmente de la noche.

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    Harold Alvarado Tenorio

    El poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio dictaba un da una conferencia sobre la poesa. Mir el auditrium y observ que la concurrencia era escasa. Apenas unas vein-te personas desperdigadas por toda la sala. Con resignacin agradeci a los pocos presentes. Dijo que posiblemente se deba a un problema de convocatoria. Y se lanz con la con-ferencia.

    Al cuarto de hora se levantaron unas diez personas y se fueron. Alarmado, y tratando de que no se le fuera nadie ms, estimul a la concurrencia diciendo que el tema era difcil. Se requera de esfuerzo, de inteligencia, de voluntad. Dijo como excusa que la poesa no era para todo el mundo. Luego salpic su charla con citas bblicas como: Son mu-chos los llamados y pocos los escogidos, y otras.

    Sin embargo, a los cinco minutos se fueron otras perso-nas. Desesperado, el poeta ya estaba olvidando hasta el tema de la conferencia, por estar pendiente del pblico.

    Cinco minutos ms y slo qued una persona que es-taba en el ltimo puesto de la sala. Harold no se amilan. Se dirigi al nico presente y le dijo:

    Por lo menos hay alguien que conoce de esta vaina. Hermano, dgame quin es usted.

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    A lo que el seor respondi:Pues la verdad es que yo no entiendo nada de lo que

    usted est diciendo, pero no me puedo ir porque soy el por-tero y estoy esperando que usted termine para cerrar.

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    Un cuento que no va a escribir Alberto Rodrguez Carucci

    Una chica duerme plcidamente. Suea que llega a su apartamento, toma una ducha, se pone ropa ligera y se acues-ta. De pronto siente que alguien sube por la pared y se intro-duce por la ventana. Se trata efectivamente de un hombre desnudo que, arma en ristre, se dirige a la cama, donde ella se encuentra, con intenciones no claras.

    Ella le pregunta asustada:Seor, qu me va a hacer?Y l le responde:No lo s, seorita, la que est soando es usted.

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    Serena

    Serena Vera dirigi durante algn tiempo el Museo Religioso de Ejido. Una noche nos invit amablemente para que leyramos en un recital de poesa. Luego de la lectura y del brindis, Serena nos pase por las diferentes salas del Mu-seo. En cada lugar se detena y explicaba lo que all haba, pero donde se detuvo ms largamente fue en la sala donde, adems de unos grilletes, haba en una vitrina, protegida con vidrio antibalas, lo que era su ms preciado tesoro, el orgu-llo del museo: dos bulas de ahora no recuerdo qu Papa. Nos explic cmo se haban adquirido, los exmenes grafolgi-cos que se le hicieron, el precio. Nos tuvo como media hora dndonos hasta los ms mnimos detalles de tan importante documento. Luego de que Serena termin yo me qued un poco ms pensando en echarle una broma a tanta seriedad. Cuando sal de la habitacin busco a Serena y le digo con cara de preocupacin:

    Serena, a usted la engaaron. Ah no hay dos bulas.S son dos bulas me dijo enfticamente yo traje

    especialistas.S, pero estn incompletas.Y entonces qu tengo ah? pregunt preocupada.Lo que usted tiene ah es una bula y parte de otra.No me volvi a invitar.

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    Benito Mieses

    Una maana el ratn apretaba y estbamos todos se-dientos. De pronto vimos a Benito Mieses con una botelli-ta de agua mineral. Todos nos miramos. Inmediatamente bamos a pedirle que nos regalara un poco de agua, pero conociendo al personaje, sospechamos que lo que podra contener la botellita sera cocuy. Por un rato permanecimos expectantes y con la duda.

    El enigma se disip cuando Benito se dispuso a tomar un trago y alguien dijo:

    Si arruga la cara es agua.

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    Felipe y la viagra

    Felipe es un poeta que slo piensa en el ftbol, la cerve-za y las mujeres. (No necesariamente en ese orden). Y esos son siempre sus temas de conversacin. Un da varios ami-gos suyos conversaban sobre los beneficios de la viagra, pero nadie quera confesar que la usaba. Slo Felipe lo acept, pero a su manera:

    Yo s tomo viagra, pero slo pal segundo tiempo.

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    Gilberto Ros

    Gilberto, ya en su lecho de muerte, una noche se queja-ba muy suavemente. Nosotros, sin saber qu hacer, nos acer-camos a preguntarle qu le dola, qu necesitaba.

    Poeta, desea algo?Y Gilberto respondi:Ay, s, hermanito, un Mercedes Benz.

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    Enver Cordido

    El cineasta Enver Cordido parece la fumarola de una locomotora. Es un caso perdido. Por ms guerra que le da-mos los amigos, no deja de fumar. En broma, en serio, con humor, con dramatismo, tratamos de hacerle ver lo daino del cigarrillo, pero no hay manera. l responde que no es cuestin de voluntad.

    Yo dej de fumar durante catorce aos nos confiesa.Viste que s se puede?, es una cuestin de voluntad,

    de proponrselo le decimos los fundamentalistas antitaba-quistas. Cundo fue eso?

    Los primeros catorce aos de mi vida.

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    El evangelio segn Saramago

    Aquel da la Magdalena y Jess estaban bravos. La Mag-dalena lleg sumisa y slo alcanz a decir:

    Mirar tu sombra si no quieres que mis ojos te miren.Y Jess, que ya se le haba pasado, respondi:Quiero estar en mi sombra si es all donde estarn

    tus ojos.

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    El reloj de puntico

    Una tarde, mi esposa Magally y yo caminbamos un poco aburridos por el centro de la ciudad. De pronto nos detuvimos frente a una joyera. Nosotros no tenemos ex-periencia en estos tipos de establecimientos, pero nos llam particularmente la atencin un reloj plateado, con un diseo semiespacial, que tena un puntico en la mitad. Yo le ped a Magally, quien es ms salida que yo, que preguntara, slo por preguntar, cunto costaba el reloj y que averiguara qu era ese puntico.

    La chica del mostrador fue tajante:Un milln setecientos mil bolvares, y eso no es nin-

    gn puntico, seora, eso es un diamante.Yo me retir unos pasos, mir hacia otro lado y me

    puse a silbar. No me fueran a relacionar con esa seora tan ignorante.

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    Iris Tocuyo

    La poeta Iris Tocuyo, quien armoniza muy bien la poe-sa ertica con la poesa infantil, un da se qued sin aliento al escuchar hablar a algunos de sus familiares.

    Uno de ellos preguntaba, sorprendido, a la madre de Iris:De dnde le habr salido a Iris esa vena artstica?

    Desde chiquitica era as. En la escuela le gustaban los actos culturales, las obras de teatro, y ahora, miren, la gran poeta que es. Ser de ti?

    La madre de Iris inmediatamente se defendi:De m no ser. Yo he trabajado siempre.

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    De cmo mis padres dieron con mi vocacin

    Una noche, durante una cena, sorprend a mis padres conversando de alguien. Dijo mi padre:

    Es un intil. No sirve para la agricultura, no sirve para la ganadera, ayer se mont en un caballo y se desliz por el cuello como si fuera un tobogn, no sabe hacer blo-ques. No sirve para nada.

    S dijo mi madre, vamos a tener que mandarlo a estudiar a la ciudad.

    Hablaban de m.

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    El poeta Acevedo

    Tuve que jurarles que a m me llamaban Angelito, cuando yo estudiaba en el Seminario Arquidiocesano, para que me aceptaran en una angelical mesa en el cafetn de la Facultad de Humanidades, donde estaban Anglica, Angela y Angel Eduardo Acevedo, hablando de lo ms terrenal, una pasta al pesto, por dems divina.

    Cuando las chicas se fueron el poeta se call. Apenas coment en voz baja: Qued esfaratato. Yo respet su si-lencio, y su dolor.

    En el cafetn slo se escuchaban las palabras del pro-fesor Pedro Alzuru, quien disertaba en una mesa contigua, con unos lentes oscuros, muy acordes con la ocasin y con el tema. Hablaba de paraduras y de entierros.

    Del poeta Acevedo sabemos poco. Parece un monje budista, vestido de garza blanca, levitando por el patio de la facultad. Todos creen que naci en La Culebra, pero parece que fue en Garcitas. La fecha de nacimiento tambin es un misterio. Hay como tres partidas de nacimiento con fechas diferentes. Slo sabemos que naci un 29 de noviembre, como don Andrs Bello.

    Cuando tendra unos 18 aos, y para que no se lo lle-varan al cuartel, algn amigo suyo le sac una partida de

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    nacimiento donde deca que tena apenas 17. Al ao si-guiente pas igual. Y as durante varios aos. Pero como no le iban a seguir creyendo, cuando tendra en realidad como 25 aos se hizo operar del apndice sin tener apendi-citis. Menos mal que nunca se incorpor al ejrcito porque las nicas armas del poeta son la poesa, la amistad, y la ms peligrosa de todas, los sueos.

    Interrumpo su actitud contemplativa, casi mstica, pre-agustiniana, para pedirle que me autografe su libro Flor di-versa, publicado por Monte vila. Y l, con la parsimonia caracterstica, toma el ejemplar del libro que le ofrezco y me lo dedica con un latinazo verdaderamente sorpresivo para m: Al buen amigo y especial poeta, rex mucugliforum, Gonzalo.

    Despus corrige y me explica algunas erratas que que-daron en el libro con una voz apenas audible, unos gestos de bailarina y una paciencia que da sed.

    Una alumna comn, Estefana, viene a saludarnos. Nos sonre y se marcha. Hasta luego, profes, se despide con gracia.

    Esa muchacha debe ser mentirosita, me dice el poe-ta. Le pregunto por qu. l responde que en el llano hay la creencia de que la gente que tiene los dientes separados es mentirosa. Y ella los tiene.

    Yo le digo que esas rendijas son las vas de escape que ella nos ofrece a estos dos tmidos poetas que no sabemos qu hacer cuando alguien tan bella, como ella, tiene la ama-bilidad de acercarse a saludarnos.

    El poeta, incrdulo, mesndose la barba dice: No s, y vuelve a su mutismo. Yo lo interrumpo de nuevo:

    Vamos a tomarnos un caf. No puedo. Por qu?

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    Y ah viene su acostumbrada estocada final. Porque maana tengo que reunirme con el poeta

    Carlos Csar y hoy ando rehuyndole a toda clase de subs-tancia txica.

    Y se march.

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    Juan Flix Snchez

    Tirso Melndez le haba ofrecido un perrito a Juan F-lix Snchez. Pasaba el tiempo pero el perrito no llegaba. Un da, en broma, Juan Flix pregunt a Tirso por el perro. Tir-so le dijo que no se preocupara, que ya la perra haba parido y que muy pronto tendra al cachorro.

    Efectivamente, a los das lleg un nio a la hacienda El Tisure con un perrito y una nota de Tirso.

    La nota deca: Juan Flix, ah le envo el perro prome-tido. Saludos. Tirso.

    Epifana, la esposa de Juan Flix, se acerc para ver al cachorro, y pregunt:

    Qu nombre le pondremos?Juan Flix se sorprendi ante la pregunta.Cmo que qu nombre. Pues Prometido, eso es lo

    que manda a decir Tirso.Y as se qued. Prometido.Prometido dur como 18 aos. Cuando Prometido mu-

    ri buscaron otro perrito porque se haban encariado con el animal. Ahora fue Juan Flix quien pregunt a Epifana:

    Ya que Prometido se muri, qu nombre le pondre-mos a este perrito?

    Epifana no dud:

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    Pongmole lo mismo.Y as le pusieron: Lo Mismo.

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    Omar Granados

    Un da salimos de Mrida rumbo a la Bienal Ramn Palomares de Trujillo Omar Granados, Norberto Codina y yo. A la altura de la Vuelta de Lola, Omar Granados nos cont una ancdota que nos caus mucha risa. Tarde nos da-ramos cuenta de que era una especie de premonicin. Ex-plic Omar que algunas veces el Chino Jung lo invitaba a cocinar y a conversar. El Chino permita que Omar hablara un rato y luego, en su escaso espaol maracucho, peda a Omar:

    Descansito, descansito.Entonces sacaba una armnica y se pona a tocar cualquier

    tipo de msica clsica. Despus seguan cocinando y Omar vol-va con sus historias hasta que de nuevo el Chino peda:

    Descansito, descansito y volva con su armnica.Nosotros remos de buena gana y agradecimos a Omar

    la ancdota. Lo nico malo es que Omar habl durante las 4 horas de viaje. Codina y yo nos mirbamos y pensbamos en el pobre Chino.

    Al llegar a Trujillo preguntamos inmediatamente dn-de se poda comprar una armnica.

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    Aureliano Gonzlez

    Aureliano Gonzlez fue un da a caminar por las afue-ras de Bocon. Tom el camino de Las Guayabitas hacia abajo y le dio libertad a sus pasos. Ya alejado de la ciudad se dio cuenta de que haba entrado la noche y sinti miedo. Acababa de regresar de una larga temporada en Caracas y la paranoia de la gran ciudad todava lo acompaaba.

    Cansado y contrariado por el descuido, vio venir a lo lejos un jeep. El chofer se ofreci amablemente a llevarlo. Aureliano agradeci el gesto y acept. De pronto el chofer cambi de ruta, tom por un camino real, se detuvo ante una casa, y pidi a Aureliano que lo esperara un poco.

    Ya regreso dijo tratando de calmarlo.A Aureliano se le dispararon los nervios. Pens que lo

    iban a robar o a matar, o a lo mejor quin sabe.Al rato, el seor sali de la casa, pidi disculpas por la

    demora y dio las razones del desvo.Era que hoy no le haba pedido la bendicin a mi

    mam.

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    Conversacin con Miguel James el Da de los Inocentes

    Poeta, brndame una chicha.Te vas a convertir en chicharra.Coo!, mira esa carajita.Eso no es nada, mira aquella otra.Mira la que viene ah.Y esta negrita.Y la del chorcito.Esto es una yegua.Mira, sa que se est bajando de la buseta.Est medio vejuca, pero todava le queda.Y esa tiernita, a nosotros nos podan llamar la polio.La culpa es de ellas, uno lo que hace es sufrir.Mira sa con el ombligo al aire.Quin fuera aire.Parece que las hubieran soltado a todas.Esa gordita no est nada mal.No, nada mal.Y aquella flaca tampoco.Provoca desarmarle los huesos y volvrselos a poner,

    como un lego.Mira sa, la de la melena suelta, parece una leona.

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    Podramos irnos de safari.Mira esa pequeita.Qu era lo que decan de las casitas de INAVI?Y la de la pantaletica chiquitica.S, mientras ms grande la pantaleta mayor es la tristeza.La de quin?, buenoY has tenido novias andinas?No, chico, las andinas son racistas. El nico negro

    que les gusta es San Benito.Y esa rubia tambin se las trae.Me recuerda al Oro de los tigres de Borges.Mira!!, mira esa belleza que viene ah.Esto es demasiado.Se pas, verdad?Se pas.No se puede.No, no se puede.

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    Norberto Codina

    El poeta venezolano-cubano, Norberto Codina, aprove-ch su estada en Mrida para sacar su cdula de venezolano, como le corresponda, por ser venezolano por nacimiento. Yo, en broma, escrib a los familiares de Norberto en La Habana en estos trminos:

    Gisela, Jimena y Bruja. (Esposa, hija, y la perrita)Tengo dos noticias del poeta. Una buena y una mala.LA BUENA: que ya tiene su cdula de venezolano.LA MALA: que aparece como soltero.Saludos.

    La esposa del poeta, Gisela, quien es un pan de Manza-nillo, respondi con reproches amorosos, y Norberto muy serio me dijo:

    Mira lo que has desatado t, una verdadera tormenta tropical en el Caribe.

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    El fotgrafo William Osuna

    William Osuna quera comprar el libro de Ramonet sobre Fidel, pero ninguna de las libreras del centro de La Habana lo tena. Alguien le sugiri que lo buscara con los libreros de la Plaza de Armas.

    Tranquilo, caballero, que si no lo tienen se lo escriben.Decidimos entonces irnos caminando como dos viejos

    conocedores de aquellas calles, pero qu va. Lo de poe-ta de la calle de mi amigo es pura fama mal ganada. Nos perdimos. En vez de llegar al Parque de la Fraternidad nos encontramos de frente con el malecn. As que, en medio de un sol inclemente que hasta nuestra sombra se negaba a seguirnos, decidimos saludar a un viejo amigo: el mar.

    Luego proseguimos el camino. Yo ya no quera libros sino libar. Pero el poeta es terco, qu poeta no lo es. Lle-gamos y preguntamos uno a uno a todos los libreros por el ansiado libro, hasta que como por arte de magia apareci. El librero empez con su arte. Argument que ese libro no lo tena para venderlo, que formaba ya parte de su bibliote-ca personal, pero en vista de que el compaero venezolano lo requera con urgencia iba a hacer un sacrificio. Era muy bueno. l ya lo haba ledo como tres veces. 25 pesos con-vertibles, dijo.

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    William regate, se movi como un peso pluma, y lo-gr que se lo dejaran en 20. Lo revisamos y nos dimos cuen-ta de que estaba nuevecito, lo ms probable es que nadie lo hubiera ledo.

    Sin ms excusas, nuestras naves de pequeo calado se dirigieron en busca de nuevos afluentes por donde navegar. En realidad eran viejas y conocidas rutas. Primer puerto: La Bodeguita del Medio. Esta vez estaba sola, aburrida, no pa-reca la famosa donde a veces no se puede entrar. Nos to-mamos casi literalmente un obligado mojito, porque estaba peor que los que yo hago. Pasamos entonces a lo seguro. cerveza Bucanero.

    En La Bodeguita nos encontramos a un venezolano y a dos venezolanas. Los venezolanos no pueden verse fuera de Venezuela porque despus de dos tragos terminan siendo familia.

    El periplo continu por todo aquello donde hubiera msica y licor. Como a las tres de la maana el poeta quera regresar a la Catedral de la Virgen de la Caridad del Cobre. Lo nico malo es que a esa hora estaba cerrada. El poeta insista. Y cmo hacer con alguien que le pide la bendicin al ro Guaire. Al fin lo convenc de que finalizramos en El Floridita. Acept. Estaban ya a punto de cerrar, pero nos permitieron tomar unos daiquir.

    Cuando se fueron todos los clientes empezamos a ha-cernos fotos con la estatua de Hemingway que est en un rincn del bar. Primero hice yo unas fotos que titul: El viejo y el mal. William para desquitarse se ofreci como fotgrafo. Yo me coloqu al lado de Hemingway y sonre. El poeta hizo fotos a diestra y siniestra hasta que nos dijeron que tenamos que irnos.

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    Al otro da, en medio del ratn, me pongo a revisar las fotos que William haba hecho. Mesas, sillas, espejos, bote-llas, cielos rasos, era lo nico que apareca en las fotos.

    Hemingway y yo no estbamos por ninguna parte.

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    Laura Antillano y Yevtushenko

    En los mundiales, el ftbol lo invade todo. Comidas llenas de penaltis, amores con pressing, filosofa de los pies.

    Un da conversando con Laura Antillano le digo que en mi reciente viaje a La Habana le en un recital con el poe-ta ruso Yevgueni Yevtushenko. La conversacin se enturbia un poco por el volumen del televisor y Laura decide irse a descansar a su habitacin.

    A la maana siguiente, Laura me cuenta que tuvo un sueo de lo ms extrao con Yevtushenko. So que ella era una nia y que en su cuarto tena pegados muchos afi-ches de Evtuschenko. En short, con balones, como portero, y con franelas de muchos equipos famosos.

    Quin sabe si a Yevtushenko le guste el ftbol.

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    Sardio: hijo de Apocalipsis

    Comamos con Edmundo Aray, y alguien pregunt sobre el nombre Sardio del famoso grupo literario vene-zolano. Codina dijo que en latn sardio significaba lpiz y sospechaba que vendra de all. Edmundo dijo que Sardio era una de las piedras del Apocalipsis. Yo, que no entenda nada, pregunt de qu piedras hablaban. Todos me cayeron a piedra.

    Pachi, por ejemplo, me dijo: Es que t no sabes que all caen piedras y las siete plagas?Meteoritos grit otro. Edmundo aclar: En una oportunidad viajamos a Maracaibo a visitar

    al grupo Apocalipsis, integrado entre otros por los poetas Csar David Rincn, Miy Vestrini, Atilio Storey Richard-son. Al regresar a Caracas fundamos el grupo Sardio.

    Al llegar a casa corr en busca de mi Biblia y consul-t inmediatamente el Apocalipsis. Todos, menos Edmundo, estaban equivocados. Sardio efectivamente es laps en latn. Laps, lapidis, tercera declinacin, que significa piedra, y no lpiz. De all viene, por ejemplo, la palabra lapidar. Y sardio es en verdad una piedra, pero no una piedra que cae sobre los pecadores ni mucho menos un meteorito.

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    En el captulo 21, en lo correspondiente a La Nueva Je-rusaln, se habla de una ciudad resplandeciente que baja del cielo. La rodea una muralla ancha y alta con doce puertas. La muralla de la ciudad descansa en doce piedras de cimientos.

    Los versculos 18 al 21 lo dicen de manera precisa: Las murallas son de jaspe, y la ciudad, de oro fino como el cris-tal. Las bases de las murallas estn adornadas con toda clase de piedras preciosas: la primera base es de jaspe, la segunda de zafiro, la tercera de calcedonia, la cuarta de esmeralda, la quinta de sardnica, la sexta de sardio

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    Error

    Mi computadora marca en rojo la palabra Bar, insi-nuando que podra tratarse de un error. Hay quienes creen efectivamente que los bares son un error. Pero una amiga del bar La Esmeralda me asegur que la nica diferencia que existe entre un bar y una catedral es la pasin de sus fieles.

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    Obsesin

    Soy obsesivo. Muy obsesivo. Cuando tengo una idea, inmediatamente quiero hacer-

    la realidad, lo cual me puede llevar das o semanas. El problema se presenta cuando no tengo ninguna idea.

    Inmediatamente quiero tener una, lo cual me puede llevar meses o aos.

    Tambin, alguna vez fui obsesivo, pero eso fue hace mucho tiempo.

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    El loco de Pregonero

    Cuenta el poeta Antonio Mora que en Pregonero ha-ba un loco, como en todos los pueblos. En una oportuni-dad nadie supo de l por varios das, as que los vecinos del pueblo lo dieron por perdido. Organizaron varios grupos de voluntarios y salieron en su bsqueda.

    Un campesino vio al loco de lo ms tranquilo cami-nando por el campo y le inform que en el pueblo lo crean perdido y que lo andaban buscando.

    El loco empez a rezar de inmediato:Virgen del Carmen, que yo aparezca, que yo aparezca!

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    La avispa

    La avispa lleg como llegan todos los grandes amores. De manera inesperada. Rondaba las frutas, merodeaba por la cocina, bata las alas como los helicpteros de Apocalipsis Now, hasta que un da encontr lo que ella consider el me-jor sitio, cerca del azcar. De all que no fueron pocos nues-tros gritos cuando, al abrir el gabinete, nos encontrbamos con la indeseable husped picante.

    Las semanas siguientes fueron dedicadas por completo a la avispa. Abandonamos nuestros trabajos. Buscamos to-dos los libros que hablaran de guerra, guerra de guerrillas, guerra total, guerra estratgica, guerra sucia, guerra bacte-riolgica. Buscamos asesora en asuntos de armas: blancas, atmicas, nucleares. Recurrimos a la tecnologa en inform-tica y telecomunicaciones. Estuvimos a punto de incendiar el apartamento, destruimos todas las copas y los residuos de lo que alguna vez fue una vajilla. Los vecinos no soportaban el escndalo que significaba lanzar sin puntera todo objeto contundente contra el danzarn animal.

    Nuestra conversacin adquiri el lenguaje militar. Nues-tros apacibles sueos se convirtieron en terribles pesadillas b-licas. El amor se convirti en un campo minado. Luego de que fallaran todas las tcticas y estrategias decidimos un da

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    no hacerle caso, ni la miramos; pasbamos a su lado con vil indiferencia. Cero palabras, cero neurosis, paz y amor, pren-dimos un incienso, nos sentamos en posicin de loto, y deci-dimos compartir el mundo con el inesperado visitante, al fin y al cabo, nuestro hermano.

    La avispa not que haba dejado de ser el centro. Sali de su fortaleza, dio un leve paseo por la sala de la armona universal y se march. Estuvimos varios das expectantes, esperando que la avispa regresara. Despus entendimos que no volvera. Habamos triunfado.

    Slo que, a veces, uno no sabe qu hacer con esta ex-traa sensacin tan parecida al abandono.

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    Carlos Yusti

    Una periodista le pregunta al escritor Carlos Yusti:A usted, cmo le gusta el sexo?Y el poeta le responde sin titubeos:Oral y por escrito.

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    Haba llegado el carnaval

    Sal del apartamento con el baln de futbolito y la fir-me intencin de liberar el stress producto de la tesis de la maestra y de otros abandonos. Esperaba jugar un poco con los nios ms pequeos, los nicos a los que a veces puedo ganarles. Y es que los chicos del edificio cuando escuchan el baln en la cancha abandonan sus quehaceres como abejas en busca de miel.

    Al rato de patear el baln empec a sorprenderme. Na-die bajaba. Entonces met toda la bulla que pude, pateaba fuerte contra el alambrado que sonaba ante el impacto, pero nada. Nadie se asomaba. Ni siquiera el gordito que siempre est solo y de vez en cuando me hace seas para que yo baje con el baln. Yo a veces le digo un poco en broma y un poco en serio, lo dicen algunos nios castigados desde otras ventanas: Es que no me dejan salir. l se re, no me cree.

    Pero hoy no me par. Pas junto a la cancha armado de una gigantesca ametralladora de colores que disparaba agua con la potencia de un camin cisterna. Corra agazapado y asomaba la cabeza con cuidado, como hacen en las pelculas, ansioso de lanzarse a un supuesto combate. Lejano o cer-cano no se saba. Lo cierto era que se escuchaban explosio-nes y gritos de rabia o de victoria por todos lados. Y as mis

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    antiguos y fieles compaeros de equipo ahora ni me vean, corran cegados por esta extraa pasin que es todo tipo de guerra, sobre todo sta donde las armas ms comunes eran las granadas de fragmentacin que explotaban en las espal-das o en las piernas del ms preciado de todos los objetivos: las muchachas.

    Luego de una hora de juego solitario sent que efecti-vamente hoy no iba a venir nadie. Apenas se escuchaba, de cuando en cuando, una algaraba lejana, producto segura-mente de alguna batalla ganada. Ah fue que decid regresar a casa con el baln bajo el brazo.

    Haba llegado el carnaval.

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    El Libro de Arena

    La noche de la inauguracin de la librera El Libro de Arena llegamos tarde a la cita. Esperaba encontrar all el li-bro que considero ms importante y til que se haya publica-do en Venezuela en todos los tiempos: El manual del levante, de Pedro Chacn. Como ya haba comenzado la conferencia de Luis Britto Garca, decidimos irnos a un restaurant chino que quedaba cerca. La Esmeralda, creo que se llama. All nos reunimos Magally, Juan y Eduardo Torres, el escritor tautolgico de Monterroso, con su novia Victoria como si tener una novia no fuera ya una victoria que naci en abril, por ms seas.

    Pasaban en ese momento por la televisin un juego de la Copa Amrica, donde Argentina enfrentaba a Chile. Re-cuerdo tambin que en la rockola sonaba algo de Los Corra-leros de Majagual y que los pocos clientes no entendan las carcajadas de unos locos que pasaban sin permiso del ftbol a la poesa y de la poesa a los vallenatos. Que es como pasar del ftbol al ftbol o de la poesa a la poesa.

    Nos habramos tomado apenas una o dos rondas de cerveza cuando Batistuta hizo un gol de esos que llaman de antologa, como si todos sus goles no fueran de antologa, como si no fuera otra tautologa decir que un gol del Bati es

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    de antologa, porque una antologa de sus goles coincidira perfectamente con sus obras completas. En fin, que en me-dio de la tercera cerveza viene el Bati y nos hace olvidar de Luis Britto, de Borges, de los libros de arena y de todos los desiertos.

    Como si fuera poco, en medio de la algaraba, Los Co-rraleros de Majagual se lanzan con el nico hecho histrico que lamento haberme perdido en la vida: el XV Festival de Guarar.

    Perd definitivamente la esperanza de regresar esa no-che a la librera cuando Juan llam al mesonero y le hizo po-siblemente la ms extraa peticin que no le hiciera nunca nadie en todos sus aos en el oficio:

    Por favor, cinco cervezas ms y otro gol de Batistuta.

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    Veinte puntos

    A finales de junio tuve una experiencia un poco extra-a: fui operado del pene. Concretamente se me cort un pedazo de cuero inservible. (Palabras textuales del ciruja-no). Como yo sospechaba, si haba un pre-pucio deba haber un post-pucio y, por estar de curioso, se patentiz en m.

    Lo cierto del caso es que la operacin vino a producir-me varias situaciones un tanto inditas.

    La primera de ellas tiene que ver con Scrates. La anes-tesia. Por fin sent lo que sinti Scrates con la cicuta. Es decir, nada. Cuando intent explicar algo el todo haba desaparecido.

    Al despertar no slo el dinosaurio ya no estaba all sino que tambin se haban marchado el mdico, la anestesilo-ga y las enfermeras. Incluso llegu a pensar, porque no lo senta, que hasta mi ahora ms pequeo instrumento tambin haba desaparecido.

    Fue el camillero quien vino a informarme. Me dijo que me haban tomado veinte puntos y que todo estaba bien. Veinte puntos, por fin, veinte puntos en algo!

    Pasados los das, al ir cayndose los puntos fueron que-dando una especie de nudos. Pregunt qu se poda hacer. Me recomendaron que me los frotara con una crema en sentido

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    transversal. Es como masturbarse pero hacia los lados, me grafic alguien.

    Una magnfica oportunidad para innovar en los cami-nos del ya prolfico onanismo, pens.

    Lo cual, debo confesar, no impidi que me produjera un terrible pesar. Tener que abandonar, a estas alturas del partido, el amable mtodo tradicional, de tan grata recordacin.

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    Don Trino Borges

    Hace tiempo, en una exposicin de pintores en home-naje a Revern, yo, sin ser pintor, mostr un cuadrito que haba titulado: Al fin tuve mi bicicleta. Cuando era nio haba tenido varios triciclos pero nunca una bicicleta. Muchos ni-os que fueron a la exposicin se quedaban un rato ante el cuadro y les haca gracia. Uno de ellos, el ms pequeo, don Trino Borges, fue muchas veces a montarse en la bicicleta. Es que despus de ver una bicicleta uno ya no es el mismo, comentaba, entre otras cosas porque l tampoco haba podi-do tener una bicicleta cuando nio.

    Unos das antes de cerrar la exposicin un seor vino a comprarme el cuadro. Yo le dije que no se lo poda vender.

    Haba esperado cuarenta aos para tener mi bicicleta, no se la iba a vender ahora.

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    El padre Wuytack

    Conoc al padre Wuytack recientemente en la presen-tacin del libro de Luis Angulo Ruiz, Francisco Wuytack, la revolucin de la conciencia. All el padre cont esta ancdota:

    Yo viva en Rancho Negro, en el barrio El Carmen, antes de mi primera expulsin. Yo lo llamaba as porque las latas de zinc estaban pintadas con asfalto. Yo slo tena all mi cama y unos bales con algunas cositas que haba trado de Blgica. Como llegaba tarde todas las noches, un da me encontr que haban abierto el rancho, haban vaciado los bales y me haba quedado sin cama. Yo dije: esto no es un robo, es slo un cambio de propiedad. Se la llev alguien que la necesitaba ms. As que puse una tabla y all dorm aquella noche y las siguientes. Un da vinieron a verme unos amigos y me preguntaron: Y t duermes en una tabla?, No puede ser!. Eran los mismos que se haban llevado mi cama. Yo les dije: No hay problema, ya me acostumbr. Pero ellos insistieron: No, no puede ser. Un da que yo cumpla aos me estaban esperando con una torta y una cama. Despus me d cuenta que era la ma. Incluso la ha-ban pintado.

    Eso sucede slo en Venezuela.

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    Don Alfonso Cuesta y Cuesta

    Los abandonos suelen traer relmpagos. Dios se descui-da un momento y se le dispara el flash. En realidad sabemos que Dios prepara todos los escenarios. Uno slo agradece si es favorecido en el casting.

    Escena uno. La cmara recorre el restaurant chino, y se queda con un hombre mayor, cuya mirada busca algo a mu-chos kilmetros de distancia. Sobre la mesa unas pocas cer-vezas, todas comenzadas y ninguna sin terminar.

    Escena dos. La cmara se dirige a la entrada en el mo-mento en que un joven un poco extraviado o encandilado busca un lugar, el rincn ms oscuro y distante dentro del citado restaurant.

    La cmara nos olvida.El joven, aspirante a poeta, descubre al hombre mayor

    de la otra mesa, que es nada menos que el escritor Alfon-so Cuesta y Cuesta, amigo suyo. Se le acerca con timidez, slo pretende saludarlo. El escritor se alegra del encuentro y pide al recin llegado que se quede. Quiere conversar. Se da cuenta de mi curiosidad por las cervezas empezadas.

    No puedo tomar cerveza fra, tengo que dejarlas ca-lentar me aclara, y pide una fra para m.

    Luego enciende un cigarro y me dice con picarda:

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    Tampoco puedo fumar, usted sabe, el enfisema hace un gesto de travesura y se re.

    Fuma larga y pausadamente, fuma en silencio, con pla-cer, como si fuera Dios quien se paseara por sus bronquios.

    Me pregunta que si llevo poemas conmigo, le digo que s y me pide que se los lea. l asiente con la cabeza, dice que le gustan y promete hacerme una nota para cuando los vaya a publicar.

    Luego se queda callado. Yo no s qu hacer. Quisiera salir corriendo. Temo haberlo molestado. Digo que necesito marcharme. l se niega. Mis poemas le han removido algo que quiere contarme.

    Cuando l tena unos doce aos, y viva en Cuenca, haba una nia ms o menos de su edad que a l le gustaba mucho, pero no era fcil verla. La ltima vez que la vio fue un domingo. Ella sala de misa con su familia mientras l la observaba desde la plaza. Luego de recorrer unas pocas cua-dras la nia y su familia llegaron a su casa, una casa colonial de teja, pintada de blanco y con zcalo azul. El nio Al-fonso las haba seguido a una distancia prudencial. La nia se qued adrede de ltima y un segundo antes de entrar le hizo adis, as con la mano, al nio que las segua. Nunca la volvi a ver.

    Mire lo que ha hecho usted con sus poemas, he re-trocedido a los doce aos. Yo no he podido olvidar el gesto de la nia, dicindome adis con la mano, y usted ha venido hoy a recordrmela de nuevo me reproch amablemente.

    Despus pidi un cognac para los dos: para celebrar el recuerdo, dijo.

    Luego le ped un taxi y se fue con una sonrisa de esas que slo se pueden tener a los doce aos.

    Slo por eso yo querra conocer Cuenca.

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    De cuando Liberto hizo llorar a La Muerte

    Un da tomaban unos tragos en un bar de Ejido, Liber-to Paredes, Juan Molina, un ex-ciclista a quien apodaban La Muerte, otro ex-ciclista al que le decan La Vaca, y algunos amigos. De pronto, Liberto tom una botella, se la puso de-lante como un micrfono, remed a los locutores de Ecos del Torbes de San Cristbal o de RCN de Colombia, e im-provis una supuesta competencia.

    En el embalaje final de una hipottica carrera peleaban por ganar Nicols Reidtler, Fernando Fontes, Santos Ber-mdez, lvaro Pachn, Martn Emilio Cochise Rodr-guez y, por supuesto, los compaeros de trago, La Muerte y La Vaca. Estos dos ltimos no haban tenido suerte en las ca-rreteras y la verdad es que nunca haban ganado nada, pero les haca gracia verse metidos all con los grandes de todos los tiempos. Liberto segua con su narracin: Cochise, Rei-dtler! Cochise, Reidtler! Cochise, La Muerte! La Muerte, Pachn! La Muerte! La Muerte! La Muerteeee! Les gana la etapa La Muerte, seoras y seores!

    Todos rean de las ocurrencias de Liberto. Todos me-nos uno.

    La Muerte estaba llorando.

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    Lotremn

    Los mitos sern siempre los mismos. Slo cambia la geografa o los instrumentos, depende en todo caso de la tecnologa o de los estados de nimo. Conocido es, por ejemplo, el mito de caro que sigue repitindose con terca puntualidad en nuestras costas. caro quiso escapar del labe-rinto de Creta y para ello vol con unas alas de cera cons-truidas por su padre, pero se acerc demasiado al sol quien derriti las alas e caro fue a dar al mar. Alfredo Lotremn es el caro de nuestros das. En noches pasadas, cumpliendo con su trabajo o pensando escapar de otro laberinto, se elev por los aires sin percatarse de que una luna creciente derreta sus alas y lo traa de nuevo a tierra.

    Es claro que no me refiero a Lautrmont, el poeta fran-cs, el de Los cantos de Maldoror o el de la poesa hecha por todos, me refiero a Alfredo, o Lotremn, como le decimos todos, pero que nadie sabe efectivamente cmo se llama, qu hace ni quin es. Lo de tipgrafo o fotgrafo es apenas una mscara.

    Siempre he credo que Lotremn es el gran nombra-dor, el gran nominador, el gran legislador, del que hablara Platn, pero marcado por una paradoja: el que da los nom-bres no tiene uno para l.

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    Por eso lo vemos algunas veces recorriendo la ciudad como un ngel de la noche dndole nombre a tanto olvido. Un trabajo a tiempo completo. Peleando porque el mundo sin nombrar no se le quede en la garganta. Un trabajito que sin duda da sed. Se seca la boca con tanta nombradera. Y una cerveza nunca ser una mala palabra. Pero a veces las cosas no se dejan ver desde cerca y hay que elevarse para tratar de ver desde arriba. Con las consecuencias ya conocidas.

    Unos das antes de que saliera del hospital fui a visitar-lo. Supona que lo iba a encontrar triste, deprimido en ese horrible lugar de las emergencias. Por el contrario, estaba de lo ms feliz. Al noms entrar me pidi silencio y me seal a una joven pelirroja, muy blanca y pecosa, de largos cabellos ensortijados, que con un vestido amarillo casi transparente estaba sentada en un rincn de la habitacin. Lotremn me explic que la chica vena todas las noches a visitarlo, no deca ni media palabra, slo se limitaba a sonrerle un rato y luego se marchaba. Los mdicos del hospital aseguraban que era una joven con trastornos mentales. Los mdicos, siempre tan cientficos.

    Slo Alfredo saba que se trataba de un ngel.

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    Mike, Mike, the Knife

    Al amanecer, el rey Miguel y Las Diosas de Mar partie-ron por las riberas del ro Chama. Despus de recorrer varias parasangas, el valiente rey fue a encontrarse con dos prnci-pes muy jvenes en los asuntos de la guerra. El rey ofreca como recompensa unos estrngilos de cera de miel de abejas, y los alegres guerreros, vestidos de hoplitas, como Scrates, aceptaron encantados.

    A la altura de Las Gonzlez, el rey Miguel arengaba a sus soldados dicindoles que todo era ilusin. Ustedes ven esa montaa, les deca, esa montaa es ilusin, como ilusin es este camino, estos caballos o nosotros mismos. Luego de caminar toda la maana, en direccin de un pueblo llamado San Jos de Acequias, llegamos a la cima de una roja monta-a donde el andariego rey salud a un viejo amigo suyo de Creta, llamado caro, que, con sus alas de colores que ya no se derretan con el sol, se lanzaba al acantilado y volaba con la majestuosidad de los cndores.

    El rey se alegr con el encuentro. Haca tiempo que se haba volcado a la contemplacin. Atento a las aves y a los r-boles, al cielo y a las montaas, recorra su palacio sealando con palabras lo que sus privilegiados ojos vean, nombrando las cosas como quien est vindolo todo por vez primera,

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    como el da de la Creacin. De all que el rey ya no visitaba a sus amigos. Se pasaba los das y las noches con versos en los labios, con oraciones, con plegarias, sin poder escribir, pero viviendo en poesa. Cantando.

    Despus de unas oraciones en la capilla de San Anto-nio, nos allegamos a una amable pensin, donde un joven anciano, llamado Martn, nos colm de atenciones, comida, canelita, sbanas limpias y agua caliente.

    Al otro da, cuando los rayos del sol encendan uno a uno los pistilos de los frailejones, reanudamos el viaje. Al llegar a un valle llamado La Veguilla, un lugar que hubiera sido la delicia de Epicuro, fuimos recibidos como verdade-ros reyes. A lado y lado del camino se apostaron para dar-nos la bienvenida innumerables cnaros, pero el rey Miguel, quien es un lince en esto de descubrir otras personalidades, por algo lo llaman Mike, the Knife, se dio cuenta inmediata-mente de que en realidad eran mujeres maravillosas de vo-luptuosas formas y delicado color. El rey asegura haber visto entre ellas, sonredas y annimas, a Naomi, Diana y Cari-bay. Nosotros le cremos.

    Agradecidos de tantas bondades, retribuimos bendicio-nes y decidimos acampar a las orillas del gran ro Mucutuy, en un valle donde el Creador tuvo la magnfica idea de sem-brar orqudeas silvestres de variado color y amable fragancia. All vino a obsequiarnos frutos y una extraa bebida llama-da agua-miel-con-limn una dulce viejecilla llamada doa Delia, y en quien el rey Miguel reconoci inmediatamente a la Madre Teresa.

    Despus de vencer en varios combates, Miguel James no pudo soportar tanta belleza. Regres temprano a la ciudad y deambul por las calles, con sus labios de oro, sus ojos profundos y sabios, su piel oscura como Etope y su corona de Nazareno,

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    tarareando, con Louis Armstrong, la Opera de los tres centavos, o recordando los das felices de su reino cuando la lluvia ejecutaba contra el techo de zinc el ms grande concierto de steel band no ejecutado nunca antes por nadie.

    Todos lo vieron. Pocos se dieron cuenta de que se tra-taba de un rey.

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    Santiago

    Lo conocimos en la librera Kuai Mare. Sus arengas sobre el anarquismo fueron rpidamente conocidas por los asiduos visitantes de la librera, quienes nunca compraban nada, pero iban all por saludar a Yuraima.

    Santiago nos cont de sus aventuras por Europa, de sus viajes, sus casas, sus idiomas, sus mujeres amadas. No haba tema que no manejara ni gusto que no hubiera disfrutado. Saba de literatura, filosofa, poltica. Viva en hoteles y ha-blaba de su determinante decisin de no volver a trabajar nunca ms. Tena demasiado dinero. Para gastarlo iba a ne-cesitar varias vidas.

    Vino a Venezuela a hacer algunas investigaciones para sus novelas. Aunque su esencia era la de poeta, (me mostr un libro de poemas erticos que me gust mucho) estaba escribiendo unas novelas que seran el nuevo boom de la li-teratura latinoamericana. Prcticamente nos prohibi que volviramos a publicar en este pas y en ediciones prricas de quinientos ejemplares. Vamos a cobrar derechos de autor en dlares o en euros, deca enftico.

    Despus realiz diferentes gestiones para conseguirnos algunas becas en el exterior. Slo que los ms avezados empe-zaron a sospechar de la veracidad de tales historias y promesas,

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    y decidieron no regresar por la librera. Yuraima me dijo: A lo mejor ni se llama Santiago.

    Despus de la estampida slo quedamos algunos de sus amigos, sin estar muy seguros de sus historias, pero disfru-tando de su amistad. Quin ha dicho que la verdad no puede ser decretada, quin dice que un poeta no puede adivinar u ordenar que las cosas sucedan a su antojo, que se muevan las montaas, que cambie el curso de los ros, como Orfeo, o que se separen las aguas de los mares como Moiss.

    En fin, cuando se march iba tras la estela de unos pes-cadores, ya que su novela as lo requera. Despus perdimos su pista. Esperbamos, eso s, que cualquier da pudiera lle-gar una postal con su firma desde Madrid, Pars o Roma.

    Alguien me cont que vio recientemente a mi amigo Santiago en la isla de Margarita. Venda billetes de lotera en un semforo de Porlamar. Lo creo y no lo creo. Lo haca para desaburrirse o para ayudar a algn compadre que a esa hora necesitaba almorzar. O simplemente no haba tal fortu-na. No importa. Para un poeta la realidad tambin est en su imaginacin y en lo que suea.

    Yo, por lo pronto, sigo creyendo con mi amigo Santia-go que escribiremos los mejores poemas, que estudiaremos en las mejores universidades, que amaremos a las mujeres ms bellas, que libaremos los mejores vinos, que nunca nos faltar una moneda o un abrazo, y que su nombre debe ser efectivamente el de uno de los apstoles de Jess, as como su apellido bien podra ser aqul que habla de un campo de estrellas.

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    Kotepa

    Unos amigos fueron a visitar a Kotepa Delgado, quien estaba muy enfermo. Uno de ellos, para dar nimo a Kote-pa, le dijo:

    Camarada, usted se ve muy bien de semblante.Y Kotepa, quien tuvo un gran humor hasta el ltimo

    de sus das, le respondi:S, pero es que yo no estoy enfermo del semblante,

    yo estoy enfermo de otra vaina.

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    El embajador

    David llam como a las ocho. El bar estaba ruidoso a pesar de que a esa hora todava no hay muchos clientes. Gus-tavo sali del bar para atender la llamada. No poda creer lo que le estaban ofreciendo del otro lado de la lnea. Regres al bar, se sent de nuevo con sus amigos y estuvo silencioso por un rato. No saba qu hacer. Finalmente no aguant la tentacin y decidi contar lo que le acababan de proponer.

    Me acaban de preguntar que si quiero ser embajador en Birmania. Yo no s ni dnde queda, pero dije que s.

    Los amigos no caban en su asombro. Cuando al fin uno de ellos pudo reaccionar lo hizo para celebrar.

    Una ronda para la mesa del embajador.Los brindis empezaron a llegar ahora desde todas las

    mesas. Unas muchachas que durante la noche haban per-manecido indiferentes asomaron tmidas sonrisas. La mesa empez a crecer, hubo que poner nuevas sillas.

    Pasaron varias horas y en el bar no se hablaba de otra cosa. Todo el que llegaba se enteraba inmediatamente. Al-gunos incluso lo felicitaban sin conocerlo. Gustavo agrade-ca y saludaba como un candidato en elecciones.

    Ya, a punto de cerrar, en la mesa del futuro embajador se hablaba de convenios. Uno peda ser agregado cultural o

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    El embajador anotaba minuciosamente los compromi-sos adquiridos. Daba consejos de cmo deban comportarse. A uno le pidi que se fuera con toda la familia, a otro que deba seguir estudiando, a otro que aprendiera idiomas, que no fueran mano suelta con el dinero. Los detalles son del diablo. Al salir del bar no haba una persona de la mesa que se hubiera quedado sin trabajo en la lejansima embajada.

    A la maana siguiente, Gustavo busc en un mapa dnde quedaba Birmania. Luego se meti en Internet y se enter un poco de la historia, personajes famosos, escritores, deportistas y hasta de la gastronoma. Le emocion saber que el mismsimo Neruda haba sido cnsul all. Eso poda ser una buena seal.

    Pasaron los das y David no llamaba para confirmar. Los nervios atacaron al embajador. Dej de dormir, coma poco, gastaba parte de sus reservas econmicas llamando a un celular que nunca responda.

    Al cabo de varios meses, Gustavo se convenci por fin de que no lo volveran a llamar. Regres al bar y se reuni de nuevo con los amigos. Durante un tiempo le jugaban al-gunas bromas pero luego hubo un consenso para no herirlo ms.

    Sin embargo, siempre que llegaba, no faltaba alguien que en voz baja comentara: Lleg el embajador.

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    Serrat y Freire

    Myriam Anzola, por su capacidad de trabajo, ha desem-peado muchos cargos. Cuando fue directora de la Escuela de Educacin, de la Universidad de Los Andes, decidi cambiar los cuadros de ilustres educadores de las paredes de la Direc-cin. Coloc en su lugar alguna foto de su poeta preferido.

    Un ortodoxo colega de Myriam desaprob la medida. Un da se qued mirando la foto de Joan Manuel Serrat joven y muy molesto le manifest seriamente a la nueva directora:

    Espero que esta foto sea, por lo menos, de algn edu-cador importante.

    S, s, claro le dijo Myriam para complacerlo. Ese es Paulo Freire cuando estaba joven.

    El colega se march satisfecho.

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    Ever Delgado y Guillermo Ibarra

    Una seora lleg un da al Centro Cultural de Mrida y pregunt por una direccin a dos hombres que estaban en la entrada. Los hombres se miraron pero ninguno saba. La seora molesta dijo entonces:

    Yo no s qu hace Chvez trayendo bolivianos y cu-banos que no conocen esta vaina.

    Se trataba de los poetas Ever Delgado, quien tiene el cabello largo como indgena boliviano, y Guillermo Ibarra, alto y moreno como cubano, pero ms venezolanos que El Alma Llanera.

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    El Inca Huscar y Nelson Cutipa

    Marlene Morales nos invit a un ritual en la laguna de Mucubaj con el Inca Huscar y un joven llamado Nelson Cutipa. La idea era alimentar a la Pachamama encendiendo una fogata donde todos echaramos nuestras ofrendas. Lle-gamos a la laguna en medio de una tormenta. El Inca dijo que no se poda suspender, as que nos dispusimos a mo-jarnos. En medio del fro y de la lluvia, el Inca llam a su ayudante, Nelson Cutipa. Le dijo en voz baja algo que no pudimos or. Nelson se separ a una esquina de la laguna, toc su guarura, esper un poco y regres con noticias:

    Ya viene inform Nelson al Inca Huscar.Ya viene, quin? preguntamos nosotros.El sol inform el Inca Huscar.Todos nos miramos. El sol? El sol con este palo de agua? No, chico. Estos

    lo que se fumaron fue una limpia dijo alguien incrdulo.De pronto la lluvia cedi y el sol fue entrando hasta lle-

    gar a nosotros. Si no lo hubiera vivido no lo creera.

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    De cmo Utrillo me devolvi a Deniel

    Espero con fastidio mi turno para firmar un documen-to en una notara de la ciudad. Hojeo, para pasar el tiempo, un folleto que Miguel James me regal. Se trata de un pintor francs de apellido Utrillo, quien pinta castillos, sobre todo Montmartre. A mi lado se sienta un ciego con lentes oscu-ros. Lo acompaa una seorita, quien lo ayuda a moverse. Ella le pide que espere y se introduce en alguna oficina. Yo sigo viendo mis cuadros. De pronto siento que alguien mira por encima de mi hombro. Veo de reojo y tengo la impre-sin de que es el ciego el que intenta mirar los cuadros. Va-rias veces tuve esa sensacin pero no estuve seguro. No, no puede ser. Al rato la chica vino a buscarlo y ambos se metie-ron en una oficina. Yo me olvid del ciego.

    Siendo yo adolescente tena un vecino pintor, quien adems era dueo de un fotoestudio. Se llamaba Deniel. Realizaba unos extraos crculos de lectura y era l quien lea en voz alta para nosotros los textos que tambin l esco-ga. Un da nos ley un cuento creo que de Moravia que me impact. Contaba el escritor italiano que Da Vinci cuando pintaba La ltima cena necesit pintar a Jess, entonces sali a la calle y busc a algn hombre con tnicas limpias, aseado, buen mozo. Tiempo despus, cuando ya iba a finalizar el

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    cuadro y necesit pintar a Judas volvi a salir y busc ahora un hombre con tnicas sucias, desaseado, y un poco feo. Da Vinci pidi al pordiosero que no se impacientara, que no iba a tardar. El pordiosero sonri y le dijo que no se preocupara, que l tena experiencia en estos trabajos. Da Vinci se sor-prendi. Le pregunt que si antes haba servido de modelo a algn pintor, a lo que el pordiosero le contest: Claro, yo le serv de modelo cuando usted estaba pintando a Jess. Era el mismo hombre.

    Me llaman para firmar y cuando entro en la oficina tro-piezo con el ciego que va saliendo. Ya no tiene los anteojos negros. Veo que le falta un ojo. Es tuerto. l se pone los len-tes rpidamente y se marcha con la seorita. Yo me quedo pensando. Me parece conocido pero no doy con la persona. Cuando estoy a punto de firmar pego un grito. Claro. Es De-niel. Quiero saludarlo, recordarle las lecturas. Salgo corriendo. Ya no estaba. Las escaleras o los ascensores se lo haban traga-do. Slo un pintor poda haberme trado a otro pintor.

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    Carlos Noguera y Hermes Vargas

    Despus de estar un tiempo en Caracas, Hermes Vargas amenazaba con irse a Mrida, pero no se iba. Llegaba todos los das a las oficinas de los amigos, se despeda, se toma-ba unos tragos con ellos, lloraba un rato y se marchaba. Sin embargo, al otro da llegaba con el mismo cuento, la misma despedida, los mismos tragos, llantos diferentes, pero nada que se iba. Los amigos se dieron cuenta del truco y pensaron qu hacer para que Hermes se fuera definitivamente. Carlos Noguera, quien es psiquiatra o psiclogo, les dijo un da:

    Mndenmelo para Monte vila.Efectivamente, al otro da, Hermes lleg a la editorial

    y, despus de conversar dos minutos y medio con Carlos, sali disparado a comprar pasaje y esa misma noche se fue, por fin, a Mrida.

    Asombrados los amigos fueron a visitar a Noguera para preguntarle cmo lo haba logrado, cmo lo haba conven-cido, qu haba hecho.

    Nada, dijo impasible Carlos. Simplemente le ofrec trabajo.

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    La gata Martina

    Martina era una paisana de Mucutuy que tena unos ojos bellsimos, por eso la llamaban La Gata. Tena adems un especial sentido del humor. Un da la encuentro por los alrededores de la Plaza Bolvar y como tena mucho tiempo sin verla le pregunto:

    Martina, por dnde anda ltimamente?Y ella no tard en responder con picarda:Pues, me ando por ah.

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    Pulitti y el seor de las naranjas

    Por lo menos una vez al mes los ciclistas tenan que re-correr, como parte de su entrenamiento, todas las carreteras del Tchira. Algunas veces lo realizaban en grupo y otras individualmente. En un lugar muy apartado y solitario en-contraban siempre a un seor que venda naranjas. Al noms ver a los ciclistas el seor empezaba a gritarles: Vagos, man-tenidos, vayan a trabajar! Giandomnico Pulitti escuch va-rias veces aquellos improperios y no le qued ms remedio que tragarse su rabia. Hubiera querido demostrarle a aquel seor que ser ciclista no era ser vago y que adems requera de mucho sacrificio.

    Un da que entrenaban juntos unos diez ciclistas de la Lotera del Tchira divisaron a lo lejos al seor de las naran-jas. Los ciclistas contaron que cuando iban solos este seor siempre los insultaba, as que se pusieron de acuerdo para, si esta vez les deca algo, darle un susto entre todos. Los ciclis-tas pasaron frente al naranjero quien no dijo nada, slo que cuando los vio alejarse empez a gritarles las cosas de siem-pre. Los ciclistas de inmediato dieron la vuelta en U y se dirigieron al vendedor quien sali corriendo del camino por un barranco hacia abajo. Cuando sonredos se disponan a reanudar el entrenamiento escucharon unos gritos del seor,

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    al fondo del barranco, quien peda auxilio pues en la carrera se haba fracturado una pierna. Los ciclistas bajaron a ayu-darlo y como el camino era poco frecuentado por vehcu-los improvisaron una camilla con las bicicletas, y as fueron relevndose hasta que un conductor ofreci llevar al herido hasta el Hospital de San Cristbal.

    Los ciclistas se olvidaron del naranjero. Cuando, de nuevo, les toc recorrer los caminos del Tchira, el seor de las naranjas, como siempre, los estaba esperando. Pero esta vez con su pierna enyesada y con jugo de naranja. Algunos creen, como eso fue hace mucho tiempo, que ah empez lo que hoy se conoce como la zona de aprovisionamiento.

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    Pedro Salima

    Cuenta Pedro Salima que la Asociacin de Escritores de Margarita tuvo que tomar un da una difcil decisin. Haba que elegir la nueva Junta Directiva y entre los pro-puestos haba una persona de quien no se tena conocimien-to que fuera escritor, pero el personaje tena una licorera que comparta generosamente con los escritores.

    Alguien objet:Cmo lo vamos a meter en la Directiva si l no es-

    cribe nada.Los dems escritores salieron en su defensa:No importa, no importa. Nosotros le escribimos.

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    Jotamario Arbelez

    Le dedico un poemario mo al poeta colombiano Jota-mario Arbelez de esta manera:

    Por aquSalvo el amor

    la saludy el dinero,todo bien.

    Y l me responde como dedicatoria a un libro suyo de esta otra:

    Por aquSalvo la amistad

    el sexoy la poesa,todo mal.

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    La filosofa de Arnaldo Valero

    Un da encontramos en una mesa del bar La Cibeles a un poeta amigo con una chica que no conocamos. Noso-tros nos sentamos en otra mesa y observamos desde lejos. La chica ha pedido vino. El poeta est contento. Esplndido.

    Mi amor, pida por esa boquita. Enrique, traiga vino, por favor, ac a la seorita.

    Primer viaje al bao. Lo seguimos en cambote. Qu tal. Nada todava, pero ya la tengo en salsa se frota las

    manos. Es cuestin de tiempo.Pasa una hora. La chica ahora quiere cenar. El poeta no

    escatima.Enrique, la cartaSegundo viaje al bao. Qu tal. Ya la tengo lista, cenamos y nos vamos.Pasan dos horas. Ahora la chica quiere postre y despus

    whisky, para bajar un poco la comida. El poeta pone cara de sufrimiento pero a estas alturas no se puede arrugar.

    EnriqueTercer viaje al bao. Qu tal.

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    Bueno, est un poco dura, pero yo creo que s. Prs-tame algo que estoy limpio, yo te pago cuando me pague la plataforma.

    Nosotros le decimos que nos tenemos que ir, pero antes le damos unas palabras de aliento, tomadas del gran filsofo santaelenense, Arnaldo Valero, quien con dudosa experien-cia y sobrada razn ha dicho:

    Insista, poeta, que quien insiste gasta.

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    Schopenhauer y las bibliotecas

    Ser bibliotecario puede parecer algo sin importancia, por lo cotidiano, pero no hay nada como un buen biblio-tecario. Una leyenda cuenta que Eumenes II habra tratado de raptar al competente bibliotecario de los ptolomeos para emplearlo en la biblioteca de Prgamo, sin embargo los reyes egipcios pusieron en prisin al desafortunado bibliotecario. Era la nica manera de no perderlo.

    El principal problema que tienen las bibliotecas es la clasificacin de los libros. Algunas veces porque hay libros inclasificables. Dnde pondra, usted, por ejemplo, Parto de ca-balleros, de Luis Barrera Linares, Sarita, Sarita, t eres bien bonita, de Miguel James, o El bolero se baila pegato, de Ral Cazal.

    En otros casos son los nombres los que nos llevan a co-meter errores, y hasta al mejor bibliotecario se le escapa la liebre. Veamos los siguientes ttulos: Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. (Medicina); Dialctica de lo concreto, de Kosic. (Ingeniera civil); Crimen y castigo, de Dostoievski. (Dere-cho); Casa de hablas, de Ana Enriqueta Tern. (Arquitec-tura); Historia de Garabombo, el invisible, de Manuel Scorza. (Historia), Manual del despecho (Nutricin).

    El caso ms famoso de estos equvocos quiz sea el de Schopenhauer. Su libro De la raz cudruple del principio de la

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    razn suficiente lleg un da a la Biblioteca Central. A qu facultad enviamos este libro? pregunt al-

    guien.Y de qu trata? repregunt otro con desgano.Aqu habla de una raz.Listo. Mndelo pa Forestal.As, el nico libro de Schopenhauer que existe en la

    Universidad de Los Andes est en la biblioteca de Ingeniera Forestal.

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    La espada de Damocles

    Damocles me invit a jugar ftbol en el Club talo-Ve-nezolano. Al llegar al campo de juego, el entrenador, Ren Torres, dijo que el que no tuviera guayos no poda jugar. Yo me haba llevado slo mis gomas deportivas as que no pude jugar el primer tiempo. Camin por las instalaciones del club, trot alrededor de la cancha, observ un poco el juego, ech un ojo a las italianitas que estaban en la piscina y pens que lo mejor era regresar a casa.

    Damocles, un poco apenado, se quit sus guayos al fi-nalizar el primer tiempo y me los prest para que yo jugara. Aunque me quedaban grandes, (me senta como si estuviera jugando con chapaletas), me los puse, toqu unos dos balo-nes y me dispuse a jugar.

    Ya estaba finalizando el segundo tiempo, cuando de pronto alguien lanz un baln al rea grande, yo corr lo ms que pude, (algunos pensaron que estaba fuera de juego pero el rbitro no dijo nada), llegu al baln y solo frente al portero estuve a punto de botar el gol, pero al final lo hice.

    En las gradas, la nica persona que estaba de pblico, Damocles, form una gran fiesta:

    Esos guayos son mos, esos guayos son mos.

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    El sistema mtrico de Domingo Miliani

    Contaba Miliani que cuando su padre se enter que iba a estudiar literatura no estuvo de acuerdo. El padre era cons-tructor y deseaba que Domingo fuera ingeniero civil.

    Literatura? le pregunt Qu es eso? Yo siem-pre dije que usted no iba a servir para nada.

    Aos ms tarde, ya graduado Domingo, el padre le vol-vi a preguntar que para qu servan sus estudios. Domingo le respondi amorosamente:

    Para nada, viejo. De no servir para nada, tambin se hace una profesin. Es una cuestin de sistema mtrico. Usted mide el mundo en metros cbicos de concreto. Yo aprend a medirlo en versos. Ninguno de los dos es mejor. Slo que son sistemas mtricos diferentes.

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    Freddy Fernndez

    El poeta Freddy Fernndez fue un da a hacerse unos exmenes mdicos. Un error de los reactivos o de los tcni-cos dio unos resultados equivocados. El poeta fue a ver a su mdico personal. El mdico se alarm. Freddy pregunt:

    Estoy muy mal, doctor?Muy mal.Y puedo comer carnes rojas?No, no puede.Y unos traguitos?No, tampoco puede.Y fumar?Menos.Y tomar frescolita?Nada.Ya vencido, el poeta se atrevi a preguntar:Pero, por lo menos voy a vivir un poco ms?A lo que el mdico le respondi con una sinceridad

    pasmosa:Bueno, vivir s pero no se lo recomiendo.

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    El campen Esparragosa

    El presidente Chvez cuenta que un da, (siendo toda-va candidato a la presidencia de la Repblica), iba en la par-te trasera de un automvil junto a un periodista francs que lo estaba entrevistando. El periodista iba nervioso por la ve-locidad que el chofer le imprima al carro en medio de una carretera llena de huecos. No soportando la angustia mani-fest a Chvez su preocupacin. Chvez le respondi:

    No tienes por qu temer. T sabes quin va mane-jando? Es el campen Esparragosa, el que esquivaba todos los golpes.

    Esparragosa? Antonio Esparragosa? pregunt el periodista.

    El mismo.No puede ser dijo el periodista, quien pidi pasar

    ahora para el puesto delantero. En otra poca el periodista haba cubierto la fuente de

    deportes y conoca la trayectoria del campen. El periodista pregunt a Esparragosa:

    Qu pas contigo? Te retiraste cuando tenas por delante una gran pelea.

    Entonces el campen respondi con orgullo:Mi gran pelea es sta y seal para atrs.

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    Se refera al proceso bolivariano que se estaba gestando en ese entonces en Venezuela.

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    Madame Berlioz

    Nelson Osorio vino a explicarnos lo que es un arte potica, pero como todos quedamos en la luna nos lo aclar de la siguiente manera:

    Unas personas fueron donde Madame Berlioz y le pi-dieron que les hiciera un lazo. Madame agarr un pedazo de cinta, le dio varias vueltas, hizo el lazo, lo entreg a los visitantes y les dijo:

    Son mil dlares.Las personas, alarmadas por el precio, exclamaron:Mil dlares, por un pedazo de cinta?Entonces Madame Berlioz, sin inmutarse, deshizo el

    lazo y les dijo:No, la cinta es gratis.

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    Los muchachos

    Muchos aos despus, los poetas Miguel Mrquez, Be-nito Mieses, Gonzalito Ramrez y Hermes Vargas formaban una algaraba en las afueras del cielo.

    San Pedro, al escucharlos, corri inmediatamente a abrirles la puerta, con una extraa mezcla de preocupacin y de alegra. Volvi los ojos hacia Dios que lo observaba sonriente y, agitan-do las manos, exclam:

    Llegaron los muchachos!

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  • ndice

    Neruda y Palomares 11

    Juan Rulfo 12

    Arguedas 13

    Domingo Miliani 14

    Gallegos y Carlos Augusto Len 15

    Leonardo Gustavo Ruiz 16

    Caupolicn 17

    Julio Valderrey 18

    Harold Alvarado Tenorio 19

    Un cuento que no va a escribir Alberto Rodrguez Carucci 21

    Serena 22

    Benito Mieses 23

    Felipe y la viagra 24

    Gilberto Ros 25

    Enver Cordido 26

    El evangelio segn Saramago 27

    El reloj de puntico 28

    Iris Tocuyo 29

    De cmo mis padres dieron con mi vocacin 30

    El poeta Acevedo 31

    Juan Flix Snchez 34

    Omar Granados 36

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  • Aureliano Gonzlez 37

    Conversacin con Miguel James el Da de los Inocentes 38

    Norberto Codina 40

    El fotgrafo William Osuna 41

    Laura Antillano y Yevtushenko 44

    Sardio: hijo de Apocalipsis 45

    Error 47

    Obsesin 48

    El loco de Pregonero 49

    La avispa 50

    Carlos Yusti 52

    Haba llegado el carnaval 53

    El Libro de Arena 55

    Veinte puntos 57

    Don Trino Borges 59

    El padre Wuytack 60

    Don Alfonso Cuesta y Cuesta 61

    De cuando Liberto hizo llorar a La Muerte 63

    Lotremn 64

    Mike, Mike, the Knife 66

    Santiago 69

    Kotepa 71

    El embajador 72

    Serrat y Freire 74

    Ever Delgado y Guillermo Ibarra 75

    El Inca Huscar y Nelson Cutida 76

    De cmo Utrillo me devolvi a Deniel 77

    Carlos Noguera y Hermes Vargas 79

    La gata Martina 80

    Pulitti y el seor de las naranjas 81

    Pedro Salima 83

    Jotamario Arbelez 84

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  • La filosofa de Arnaldo Valero 85

    Schopenhauer y las bibliotecas 87

    La espada de Damocles 89

    El sistema mtrico de Domingo Miliani 90

    Freddy Fernndez 91

    El campen Esparragosa 92

    Madame Berlioz 94

    Los muchachos 95

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  • Notas del lector

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  • Edicin al cuidado de Yanuva LenCorreccin Yanuva Len

    Diagramacin Edarlys RodrguezDiseo de Coleccin Mnica Piscitelli

    Los 3000 ejemplares de este ttulose imprimieron durante el mes de agosto de 2007

    en la Fundacin Imprenta del Ministerio de la Cultura

    Caracas, Venezuela

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