Genta. Acerca de La Libertad de Enseñar y de La Enseñanza de La Libertad

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Jordán Bruno Genta (1909-1974) fue un escritor y filósofo nacionalista católico argentino, profesor de filosofía y letras durante 40 años. Incursionó en el periodismo y escribió numerosos libros de amplia difusión en el nacionalismo católico. Fue rector del Instituto Nacional del Profesorado (en Buenos Aires).

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  • JORDAN B. GENTA " -A

    EX-RECTOR V EX-PROFESOR DEL INSTITUTO NACIONAL DEL PROFESORADO SECUNDARIO DE LA CAPITAL

    ACERCA DE LA LIBERTAD DE ENSEAR Y DE LA ENSEANZA

    DE LA LIBERTAD (DOCUMENTOS NO CONSULTADOS

    POR UNA INVESTIGACION)

    B U E N O S A I R E S - 1 9 4 5

  • . I N D I CE .

    Pg.

    La formacin de la inteligencia tico-poltica del militar argen-tino (5 de Septiembre de 1941) . . . . . . . . . . 13

    La funcin militar en la existencia de la libertad (30 de Junio de 1943) 37

    La funcin de la Universidad argentina (17 de Agosto de 1943) 59 Fu despedido por sus alumnos el Profesor Jordn B. Genta

    (4 de Julio de 1944) 75 Misin del profesorado argentino (6 de Junio de 1944) . . . 81 El magisterio de los arquetipos de la nacionalidad (20 de Junio

    de 1944) 95 Inauguracin Oficial de la Escuela Superior del Magisterio

    (Io. de Agosto de 1944) 105 La educacin tico-poltica del militar argentino (23 de Agosto

    de 1944) 119 Discurso pronunciado el 2 de Abril de 1945 en el Instituto Na-

    cional del Profesorado Secundario de Buenos Aires . . 135 Decreto de cesanta -. 143

  • P R E F A CIO

    IAS conferencias y discursos que se publican en este volumen, documentan la obra docente del autor en ===== los aos ms discutidos de su actuacin. Se inicia justamente con la conferencia pronunciada en el Crculo Mili-tar, el 5 de Setiembre de 1941, en circunstancias de encontrarse bajo proceso por supuestas actividades antiargentinas; y ter-mina con el discurso ledo en el Instituto Nacional del Profe-sorado Secundario de la Capital, el 2 de Abril del ao en curso, en circunstancias de una sorpresiva y tumultuosa agresin verbal, en trminos anlogos a los que haban servido de pre-texto para la persecucin judicial.

    Claro est que el discurso fu ledo' ntegramente gracias a la entereza de veinte muchachos de la mejor juventud de la Patria. Lo mismo en el ao 1941, la decisin de los distin-guidos jefes y oficiales que integraban la Comisin Directiva del Crculo Militar y un gesto hidalgo del general D. Benjamn Menndez, neutralizaron los empeos perturbadores de la lla-mada Comisin Investigadora de Actividades Antiargentinas de la Cmara de Diputados de la Nacin y de toda la prensa nativa al servicio del extranjero.

    Se agregan algunos testimonios sobre las actividades do-centes del autor, de quienes las auspiciaron o las juzgaron dignas de un educador argentino. Finalmente se publica el texto del Decreto de Cesanta de sus cargos de Rector y Pro-fesor del Instituto Nacional del Profesorado Secundario de la Capital, de fecha 5 de Mayo.

    El ms alto honor que pueda corresponder a un ciuda-dano, es el privilegio de dar testimonio de la Verdad con ries-go de su vida, de su fama y de su hacienda.

    Quiera excusar el lector las repeticiones que abundan en estas pginas; se trata de conferencias y discursos que el autor escribi para leer ante distintos auditorios, explicando siempre la misma Idea pedaggica que debe realizar la Argentina grande, soberana y justa, para la cual vive y por la cual quisiera saber morir.

    Mayo de .1945. JORDAN B. GE NT A

  • L A F O R M A C I O N D E L A INTELIGENCIA ETICO - POLITICA D E L M I L I T A R A R G E N T I N O

    Conferencia Pronunciada en el Crculo Militar el 5 de Septiembre de 1941

    \

  • De la Revista Militar de Setiembre de 1941 Como estaba anunciado, el da 5 de septiembre el distinguido profesor, Dr. Jordn B. Genta, dict la hermosa conferencia que reproducimos en este nmero y que mereci un clido aplauso de la concurrencia, que colm la gran rotonda.

    Previo a tan interesante disertacin, el seor Presidente del Crculo, General Pertin, bizo la siguiente presentacin del conferenciante:

    " La tribuna del Crculo Militar, honrada por brillantes personalidades, ser ocupada hoy por el Dr. Jordn B. Genta, gran patriota, quien se ha destacado con caracteres ntidos en el crculo de nuestros catedrticos y que, por los numerosos trabajos publicados entre los que pueden citar-se: "Sociologa Poltica", "Los Problemas Fundamentales de la Filosofa", "Sentido y Crisis del Cartesianismo" y "Concepto Moderno del Estado", se ha revelado como un filsofo espiritualista de la escuela clsica, que ha sabido interpretar con acierto los grandes problemas humanos, exponindolos en sus trabajos con claridad de concepto y fluidez de palabra.

    " Basta enunciar, por otra parte, para poner de relieve los mritos de la personalidad que disertar hoy en nues-tra casa, la brillante serie de xitos profesionales obtenidos por el doctor Genta en su carrera docente, que hallaron su ms clara expresin en los cargos que supo conquistar, todos por concurso, ya que fu nombrado en el Instituto Nacional del Profesorado de Paran, para dictar las si-guientes asignaturas: Lgica y Epistomologa, Crtica del Conocimiento, Sociologa y Metafsica y, con carcter interino, el Seminario Pedaggico - Filosfico. Profesor adjunto de Sociologa de la Facultad de Ciencias Econ-micas de la Universidad del Litoral, dictando la ctedra de Lgica en el Colegio Nacional de Santa Fe y siendo, ade-

  • 16 ms, miembro honorario del Instituto de Sociologa de la Facultad de Filosofa y Letras de Buenos Aires y del Insti-tuto de Derecho Pblico y Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Econmicas de Rosario. Todo esto a los 31 aos.

    " El tema que va a desarrollar el profesor Genta en su conferencia de hoy, es de honda significacin y toca de lleno las ms nobles preocupaciones de los buenos argen-tinos.

    " Est ntimamente relacionada con los ms puros sen-timientos de argentinidad, encarnados en forma integral en el arquetipo fundador de nuestra nacionalidad que fu el General D. Jos de San Martn.

    " Su vida puesta al servicio de la libertad de Amrica, fu y ser un modelo para las generaciones argentinas del presente.

    " Austero, limpio, disciplinado y heroico, no confundi la libertad con la licencia. Comprendi que la garanta mayor de la libertad de un pueblo es el orden, la discipli-na, la jerarqua, el cumplimiento del deber, elementos in-dispensables para ejercer el derecho de vivir con honra y dignidad, sin tutelas de adentro ni de afuera, fuertes en el pensamiento y en la accin.

    " Hagamos de San Martn y de su noble vida, ejemplo altsimo, que sea nuestra mejor leccin de cada da y en esa forma la Repblica Argentina ser respectada por to-das las naciones de la tierra. Y ahora escuchemos la pa-labra del Dr. Genta, que sabr interpretar sabiamente el tema que ahondar en nuestro espritu las ms puras preo-cupaciones de los que deseamos afirmar los mejores senti-mientos de argentinidad. Doctor Genta, quedis en pose-sin de esta tr ibuna".

    Seores Jefes y Oficiales del Ejrcito de mi Patria. Seoras y Seores:

    D'eseo expresar, en primer trmino, mi gratitud a las autoridades del Crculo Militar, por el honor que signifi-ca para m, hablar a los Jefes y Oficiales del Ejrcito Ar-gentino y en este ao que se cuenta entre los decisivos para el destino de las naciones. Espero justificar ante voso-tros este privilegio y esta confianza que tan ntimamen-te agradezco. :

  • Despus de haber velado sobre .las armas y sobre la concincia de la Ciudad las horas necesarias; despus de haber merecido se lo estimara el ms sabio y el ms vir-tuoso de los hombres, Scrates ciudadano de Atenas es calumniado por los demagogos, acusado de corromper a la juventud con sus enseanzas y condenado a muerte por los Magistrados.

    Este choque violento con la Ciudad no lo vuelve en su contra ni tampoco lo aleja; por el contrario, se recon-cilia con ella y se dispone a. acatar la sentencia en el ol-vido absoluto de s y con la sola preocupacin de sus hijos que dejar,para siempre. Ruega a los jueces que acaban de condenarlo, su cuidado y vigilancia, con estas sublimes palabras: "Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguis, los atormentis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren las riquezas o cualquier otra cosa a la virtud; y si se creen algo no siendo nada, no de-jis de sacarlos a la vergenza pblica, pues no se aplican a lo que deben y creen ser lo que no son; porque as es como yo he obrado con vosotros. Si me concedis esta gra-cia, lo mismo- yo que mis hijos, no podremos menos que alabar vuestra justicia" (Platn: "Apologa de Scrates").

    Tal fu el ltimo favor que pidi el ms sabio y el ms virtuoso de los hombres para aquellos que ms amaba y a quienes primero se deba.

    Esta exigencia encierra todo el contenido de la edu-cacin del ciudadano; ella define el entero nropsito de mi disertacin, que pongo bajo los auspicios del magis-terio socrtico.

    *

    Las conclusiones de esta exposicin, que no es posi-ble demostrar rigurosamente en el breve curso de la mis-ma, pero que se ilustran con los testimonios ms escogi-dos de la filosofa perenne y de la ejemplaridad histrica, son las siguientes:

    1? No es lcito contraponer el orden civil al orden militar como si fueran dos regmenes excluyentes entre s. Por el contrario, el estado o condicin militar es la for-ma ms elevada de la ciudadana; como dice Platn en "La Repblica" (Lib. V): "Los guerreros son la clase ms es-

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    timable del Estado". La Nacin entra en la existencia poltica mediante la

    guerra y prueba su derecho a subsistir, en la guerra; lo cual no significa en absoluto, como veremos, que la gue-rra sea la razn de ser y el fin para el cual existe el Estado.

    La falsa oposicin entre lo civil y lo militar es una consecuencia de la filosofa positiva y de la poltica libe-ral, es decir, de la concepcin burguesa del hombre y de su destino, que exalta los medios econmicos al rango de fines y estima la seguridad material como la suprema fe-licidad humana.

    2? La formacin de la inteligencia tico-poltica del militar argentino tiene que fundarse necesariamente en el cultivo de la filosofa y de las humanidades clsicas. Slo estas disciplinas intelectuales elevan al verdadero concep-to del orden poltico y hacen posible una conciencia pro-porcionada de la tradicin nacional en sus contenidos esen-ciales: la verdad absoluta y las normas objetivas que de-finen la razn de ser y el fin de la poltica, junto con los testimonios y monumentos levantados por la fidelidad a ese saber ltimo, que constituyen la memoria perenne y encierran todo el honor de la Nacin. Su custodia pertenece a los guardianes del Estado que fijan su san-gre el recinto de la libertad poltica y conquistan con la espada, el privilegio de iniciar un tiempo propio que se cuenta con fechas propias, con das fastos y nefas-tos donde el espritu de la Nacin se recuerda a s mismo; su merecimiento en la hora del triunfo y la voluntad de ser todava, de resurgir en la pasada grandeza, en la hora de la humillacin y de la derrota.

    La vocacin poltica, seores Jefes y Oficiales del Ejrcito de mi Patria, es la voluntad de eternizar ese tiem-po nuestro que los hroes nacionales conquistaron para siempre y que debemos y queremos continuar mereciendo. Esta inmortalidad de la gloria, este derecho a ser recor-dado en el tiempo histrico mientras haya hombres dig-nos de tales recuerdos de honor, lo conocieron los paganos de la Grecia de al Sabidura y de la Roma de los Csares que fundaron la Ciudad y el Imperio, inaugurando la li-bertad poltica y el decoro humano sobre la. tierra. Por es-

  • antx

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    to los filsofos, los poetas y los hroes de la Ciudad gua son los maestros definitivos de toda iniciacin enTa vida de la inteligencia y de la libertad. Por esto los jve-nes argentinos, los futuros ciudadanos rectores del Esta-do militares, maestros, profesores, magistrados y go-bernantes, deben aprender su mensaje decisivo; deben ser sometidos a la severa disciplina de los estudios clsi-cos, antes de la preparacin profesional especfica de ca-' da funcin poltica'

    Pero el magisterio de las Humanidades no es suficien-te; no bastan la sabidura ni la prudencia, ni el valor ni la justicia, que resplandecen en la tierra iluminada de la Antigedad, porque estn ante nosotros las ruinas de las Ciudades y de los Imperios que fueron edificados para la eternidad.

    La serenidad ante la muerte y el olvido que triunfa magnfica pero fugaz, en la conducta de sus hroes, no .po-dra alejar de las almas el eco funesto de la respuesta del viejo Sileno a la pregunta del rey Midas, sobre qu era lo mejor y preferible para el hombre; 'son palabras de desesperanza y de muerte: "Raza efmera y miserable, hi ja del azar y del dolor, por qu me fuerzas a revelarte lo que ms te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para t, lo imposible: es no haber nacido, no "ser", ser la "nada". Pero despus de esto, lo que mejor

    . puedes desear e s . . . morir pronto". Hace falta el aliento divino de la Caridad que infun-

    de en la inteligencia y en el corazn la alegra, la fe de que nada existe en vano y, menos que ninguna otra cosa, la vida esforzada de los sabios y de los hroes. Esta ale-gra de ser y de querer lo ms elevado y difcil para s mismo, en la plenitud de la esperanza, es el encumbra-miento moral de una juventud que aprende en la filoso-fa, en el arte y en el estilo heroico de la Antigedad gre-co-romana, el sentido de la proporcin, la respuesta ade-cuada que la Patria exige de cada uno de nosotros.

    39 As como Platn quiere que los futuros guerre-ros de su Repblic sean alejados de toda influencia ideo-lgica perniciosa, de todos aquellos sofismas que pertur-ban la mente y envenenan el alma, nos ocuparemos en se-

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    alar las ficciones conceptuales ms peligrosas para la edu-cacin de la juventud argentina y que se difunden, tanto sin advertir sus consecuencias, como deliberadamente, por medio de la ctedra, del libro, de la prensa y del cine.

    Es preciso defender principalmente al futuro soldado de esas falsas representaciones, de esas tablas de valores que construye el resentimiento, destinadas a corromper o debilitar la virtud poltica especfica de los guardianes del Estado: el valor.

    4 El General D. Jos de San Martn, fundador de la nacionalidad argentina, es la imagen fiel, el modelo viviente de la Repblica.

    La personalidad moral que conquista su genio, es la misma personalidad poltica que debe realizar la Nacin ceida por su espada vencedora.

    San Martn, como Scrates, es lo que es, lo que debe ser, en todas las circunstancias de su vida: en el soldado al servicio de la madre patria; en la creacin del Ejrcito Argentino; en la fidelidad a su misin libertadora; en la alegra de sus triunfos; en la necesidad de la renuncia y del alejamiento definitivo de lo que constituye la pasin de su vida; en el destierro que le imponen los demago-gos y los tiranos de su Patria; en la tentacin del poder que le ofrecen las facciones; en el nuevo y voluntario des-tierro; en el olvido de sus compatriotas; en la pobreza cu-yo decoro protege la generosidad de un espaol; en la edu-cacin de su hija; en su ofrecimiento' a Rosas para luchar contra el imperialismo extranjero, en la plaza que se le destine; en la declinacin a la propuesta de Rosas para que represente a la Repblica en Europa, porque l slo puede aplicarse honestamente a lo suyo y teme no servir con eficacia los intereses de su patria; en fin, en la pru-dencia, en la sobriedad, en el valor y, sobre todo, en la virtud entera, en la justicia de su vida.

    Prudencia, valor, sobriedad y como perfeccin final, la justicia de la generosidad de s y del merecimiento; tales son las virtudes polticas que fundamentan y sostienen el Estado.

    Por esto, seores Jefes y Oficiales, lo que la filosofa ensea a la inteligencia en sus ltimas razones, es perfec-

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    cin lograda, excelencia cumplida, en el ethos heroico-la conducta ejemplar del hroe es el modelo y el testimo-nio de la libertad y de la justicia.

    San Martn es el maestro de conducta, el educador del ciudadano argentino.

    El hombre es un animal poltico, segn la definicin de Aristteles; lo cual es como decir que es un animal' metafisico. .

    Lo poltico o moral se distingue esencialmente de lo natural o fsico. El ser fsico es un ser dado, hecho segn una ley que se realiza como una forma determinada en una materia propia: mineral, planta o animal.

    El artfice de la naturaleza fsica es Dios. Todas las formas creadas se repiten siempre las mismas en la suce-sin de los individuos que advienen y devienen, que na-cen y perecen. Tambin el hombre es una criatura que nace y muere como los dems animales; y su especie per-dura en la sucesin biolgica de los individuos.

    Pero con la vida animal, el hombre recibe los dones ms preciosos y ms delicados: la razn y la libertad.

    La razn y la libertad no son cualidades simplemente naturales, al modo de la sensacin, del instinto, de la nu-tricin, del crecimiento y de la reproduccin, las cuales caracterizan a los animales y a las plantas; como todas las facultades naturales, realizan espontneamente su esen-cia en el ejercicio. El ser fsico existe en acto tal como es en potencia: una semilla, por ejemplo, puede corromper-se si le falta alimento o las condiciones adecuadas, pero si se desarrolla resulta necesariamente la planta que ya es en germen.

    El hombre, en cambio, que por sus dones esenciales es un ser de razn y de libertad, puede existir, puede vi-vir fuera de la razn y de la libertad, como una imagen contrahecha de s mismo, como "la peor de las bestias",, dice Aristteles.

    "La criatura intelectual, por ser criatura, tiene supe-rior, a cuya providencia y ordenacin est sometida; y por ser intelectual, es capaz de gobierno moral, que se hace por el imperio. . . ; la criatura racional tiene la potes-

  • tad del mal" (Surez: "Tratado de la Ley y de Dios Legislador", Cap. III).

    Las cualidades de inteligencia y de libertad, pues, son metafsicas; ellas le confieren al individuo el poder de crear. Lo que en Dios es libertad absoluta, acto puro que crea un mundo diverso de s, por generosaidad de su misma plenitud, por una suprema abundancia que impri-me en la ms amada de sus criaturas, en modo de poten-cia o de facultad, su misma excelencia creadora: el poder de conocerlo como su fin ltimo, como el Bien absoluto y de escoger los medios proporcionados para obrar en con-formidad con el modelo divino, para emplear la materia animal en la vida de la razn y de la justicia, que es la vida de Dios, es decir, para hacer que su tiempo de muerte sea el reflejo fluyente, "la imagen mvil de la inmvil eternidad".

    Por esto el hombre es un animal poltico y el Estado una necesidad de su razn y d su libertad.

    Y todava el "divino" Platn nos recuerda: "U!n Esta-do no puede ser feliz hasta que su plan de organizacin haya sido trazado por estos artistas que trabajan sobre un modelo divino" (La Repblica).

    El hombre aislado en el individuo, no puede bastarse a s mismo; no slo en lo que respecta a sus necesidades materiales, sino tambin para su mejor ser, para su per-feccin espiritual, le es menester la asistencia de los de-ms. Es en la vida del Estadola sociedad perfecta, por-que se basta a s misma, donde existe normalmente co-mo debe ser, como exige la ley moral de su naturaleza.

    El Estado o la razn existente no se funda, ni puede fundarse razonablemente, en una voluntad simplemente comn, en un convenio arbitrario o pacto social de los in-dividuos, como sostiene la ideologa liberal, cuyos doctri-narios ms representativos histricamente son Locke y Rousseau.

    El hombre es naturalmente un ser social, en moda anlogo a que desea naturalmente saber. Pero as como la simple curiosidad espontnea de la inteligencia tiene que perfeccionarse necesariamente en la pura especulacin conceptual para ser lo que es; lo mismo, la natural so-

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    ciabilidad del hombre tiene su necesaria perfeccin en f f existencia poltica.

    Fuera del Estado, el individuo vive fuera de la. razn y de la libertad. El hombre es ciudadano por su naturale- :. za, por necesidad racional; por eso no es funcin de su arbitrio o conveniencia ingresar en la sociedad poltica o separarse de ella. Puede el Estado consentir que un indi-viduo se incorpore como ciudadano, pero no . depende de su arbitrio hacerlo.

    El libre arbitrio es el poder de la voluntad individual de vivir en la justicia o de actuar en su contra; esto sig-nifica que somos eficaces u obramos consecuencias tanto en el bien como en el mal, las cuales pueden incluso deci-dir el destino poltico de la nacin a que pertenecemos.

    Se comprende que as sea, puesto que el orden polti-co se sostiene en las virtudes que la educacin incorpora como hbitos, en la conducta del ciudadano.

    La eficacia poltica del arbitrio en el error y en la ini-quidad, depende, en gran parte al menos, de la educacin del individuo. Si bien no es posible lograr, ni fuera razo-nable pretenderlo, una infalible buena voluntad, se puede, en cambio, elevar al individuo a una vida habitualmente universal, disciplinando su mente y su cuerpo hasta reves-tirlo con el noble acero de los hbitos de virtud: la pru-dencia del juicio, la entereza del valor, la sobriedad de los apetitos, la soltura de los movimientos y, completando to-das estas perfecciones en su necesaria culminacin y en su florecimiento ltimo, la justicia de la generosidad de s y de la proporcin; la conciencia del lugar propio y la apli-cacin a lo suyo. "La justicia es una virtud social que lle-va tras s o consigo todas las dems virtudes" (Aristteles: Poltica, Lib. III, Cap. ni) .

    Entonces las almas son serenas y armoniosas, reposan en la verdad y permanencen inmunes a los cambios e in-fluencias exteriores. "Todo ser perfecto, ya sea que su perfeccin emane de la naturaleza o del arte, o de en-trambos, est menos expuesto a los cambios que proceden de una causa extraa", ensea Platn en el libro segundo de La Repblica.

    El hombre imbuido en la mentalidad liberal, se cree

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    libre cuando puede obrar segn su arbitrio y su inters particular; no reconoce en su representacin de la justi-cia, otras leyes que las restrictivas del contrato social. En verdad, la conducta arbitraria denuncia la condicin servil.

    Cuando queremos lo racional, aquello que corresponde al bien de la Repblica o a la propia perfeccin, no obra-mos como individuos particulares y contingentes, sino co-mo individuos universales, como ciudadanos y personas ticas. La accin moral hace valer la norma objetiva, no la propia singularidad o el particular inters. Slo cuan-do obramos contra la verdad y la justicia, es decir, siguien-do a la opinin y al arbitrio, resalta exclusiva nuestra par-ticularidad; tal es el comportamiento egosta de quienes se aman con exceso a s mismos y slo -viven para el placer, estimando que los dems slo existen para el propio bienestar.

    El cultivo de la inteligencia y de las cualidades m o -rales en los futuros ciudadanos, debe ser el primer cuida-do de un gobierno. El fin de la educacin poltica es ha-cer que los hombres posean la libertad de la autoridad verdadera, el dominio y la desenvoltura en la profesin que ejerzan en el Estado.

    La autoridad para mandar y conducir, en los ciuda-danos rectores militares, educadores, magistrados y go-bernantes, "se aprende obedeciendo, como se aprende a mandar la caballera o la infantera desde simple solda-d o . . . ; para saber mandar es preciso haber obedecido"

    v (Aristteles: Poltica, Lib. III, Cap. III), La voluntad de quien ignora la norma objetiva y ver-

    dadera, es una voluntad encadenada que carece de liber-tad para realizar su fin. Por esto slo en la obediencia, en la larga y dura disciplina, se va dejando informar por la voluntad lcida de la autoridad magistral, hasta que se la apropia y la hace enteramente suya: entonces se obe-dece a s mismo y puede mandar a los otros.

    Hegel, el ms profundo de los filsofos modernos, in-siste aristotlicamente en que "la obediencia es el princi-pio de toda sabidura y prudencia" (Fil. del Esp., agreg. al 397); y puede aadirse, de toda libertad.

    Es absolutamente necesario para la educacin polti-

  • ca de la juventud, principalmente en quienes se consagra-rn a las armas, evitar que su formacin intelectual se haga en base a los conocimientos tiles que orientan ha-cia la sordidez, el clculo y la estimacin econmica de ls cosas. El cultivo exclusivo o primordial de las ciencias exactas y experimentales de la naturaleza, estructura una mentalidad que se opone a la virtud tica, restndole al pensamiento la libertad y la elevacin. No ver en las co-sas que nos rodean nada ms que el uso o el provecho qi'e podemos obtener de ellas, es impropio del hombre que se educa para la libertad.

    La filosofa es el saber que eleva a la contemplacin de las cosas en su esencia, es decir, en lo que son en s mis-mas, al margen del inters o del partido que podemos ob-tener de ellas. La disciplina filosfica de la inteligencia habita a estimar y a obrar en todo, conforme a lo que es y a lo que se debe y no segn lo que nos parece o nos conviene.

    l na cosa es la formacin de la inteligencia tico-pol-tica y otra la preparacin en los conocimientos tcnicos d cada una de las profesiones; claro est que esta ltima se subordina y se ordena a la primera, en la misma forma que las ciencias que finalizan en el uso de las cosas, se su-bordinan y ordenan a la ciencia que nos eleva a la verdad que debemos servir en la prudencia, en el valor, en la so-briedad y en la justicia de nuestra vida civil.

    La inmovilidad del alma que contempla las cosas di-vinas y humanas en su universalidad y en su orden inmu-tables, es la misma inmovilidad del alma intrpida del guerrero que vela por la Verdad que el filsofo medita en su estancia serena y por todo lo que vive en la Verdad. Es la vigilancia de todas las horas: en la morosidad de la vida indolente que debilita la energa y en la tensin de la vida riesgosa que agotan trabajos y fatigas interminables; en la vida muelle y en la muerte violenta.

    La virtud especfica del soldado es el valor, la serena intrepidez. Platn nos ensea en La Repblica que el valor es una constancia, un olvido de s por fidelidad a ese saber, a esa dignidad y a esa justicia que constituyen el fundamento de la Patria, en todas las circunstancias, la

  • ms fcil y la ms difcil; es la misma entereza en el placer, en el dolor, en el temor, en la certeza de la muerte inmi-nen te . . . (1).

    " Es preciso escoger los que van a ser guerreros con toda precaucin y prepararlos por medio de la filosofa y de la gimnasia. . ; ; nuestro propsito es que ellos adquieran un tinte indeleble de la Justicia que funda la Repblica; y que su alma bien educada se eleve a un juicio de tal modo firme sobre las cosas que deben respetarse y sobre todas las otras, que nada pueda borrarlas jams: ni el placer, que en estos casos produce mayores efectos que el color y los lavados; ni el dolor, ni el temor, ni los deseos, que son los disolventes ms activos. Es a esta potencia y a esta conservacin del juicio, verdadero y justo, sobre las cosas que debn respetarse. . . a lo que yo llamo valor y coloco en primer trmino" (Lib. IV).

    Es fcil advertir que ni las matemticas ni las ciencias fsico matemticas, que constituyen la base de la prepa-racin tcnica del militar, tienen nada que ver con el Bien y con el Mal, con la Justicia y con la Injusticia, con la Belleza y con la Fealdad; esto significa que se descartan absolutamente en la formacin de la inteligencia moral, que fundamenta las virtudes polticas del guerrero y de los dems ciudadanos.

    El conocimiento matemtico y experimental del mun-do fsico no se realiza en accin moral, sino en actividad tcnica, mecnica, industrial. Slo se ocup de objetos des-tinados a servir de instrumentos o de medios para un uso, es decir, que son moralmente indiferentes.

    Incluso las ciencias que estudian al hombre en su mundo propio de la intimidad, d la sociedad y de la his-toria la psicologa, la sociologa y la historiografa, cuando se construyen y se. ensean en el modo del cono-cimiento exacto y experimental- de los fenmenos exterio-res; lo cual significa tratar la vida del hombre como si fuera algo indiferente a su facultad de razn y de volun-

    (1) El valor no se confunde con la pasin irascible, el mpetu de la clera, que slo constituye la materia del nimo esforzado; tampoco es la te-meridad ni el vano alarde de coraje que slo representan su exceso y su desorden.

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    tad; como si los fenmenos de la conducta no fueran mani-festaciones de un ser moral, del animal poltico, sino una especie ms de fenmenos naturales. Por supuestas razo-nes metodolgicas, se deja de lado toda consideracin de fines queridos u obligados, es decir, de responsabilidad en las acciones humanas; de ah la retrica usual sobre la ciencia que slo estudia hechos; que se atiene a lo dado sin anticipar preconceptos; que se limita a las descripcio-nes puras, que observa una rigurosa imparcialidad y que deja hablar a los documentos; que se esfuerza por deter-minar las leyes independientes de la voluntad que rigen

    i ? los acontecimientos sociales e histricos, que explica los hechos fijando sus antecedentes en el tiempo con toda exactitud, etc. Retrica puritana para eludir la responsabi-lidad de las definiciones ltimas qu exigen las ciencias del hombre, cuando se plantean en conformidad con su sentido tico y se proponen iluminar y dirigir su conducta en la libertad y en la responsabilidad.

    El hombre necesita conocer el mundo exterior y cono-cerse a sj mismo en su verdadero ser y en su fin ltimo, para ocupar el lugar que le pertenece, tanto en el Cosmos como en la Polis.

    En lo que se refiere, a la Historia universal y nacio-nal, este espritu tico se expresa maravillosamente en una sentencia de Nietzsche: "La palabra del pasado es

    A siempre palabra de orculo. No podris entenderla si no sois los constructores del porvenir y los intrpretes del presente" (De la Utilidad y de los Inconvenientes de los Estudios Histricos para la Vida).

    Esa seudoconciencia del hombre que se escuda tras la supuesta objetividad de la indiferencia y de la neutralidad moral, es una de esas falsas ideologas que es preciso des-terrar de la escuela y de todos los medios que concurren a la formacin de la inteligencia tico-poltica del futuro ciudadano argentino y, muy especialmente, del ciudadano militar.

    En el mismo sentido negativo y disolvente, obran to-das las genealogas animales del hombre que fueron tan

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    vencer al hombre de que no es hombre y que no procede de Dios, sino que es un animal ms, con el menguado pri-vilegio de ser el ltimo de la escala, pero sin presentar ms que diferencias de grado y no de esencia, con los de-ms animales.

    La tarea minuciosa de esos sabios modernos, celos-simos de la exactitud y de la precisin, es el empeo por rebajar y desestimar lo que es propio del hombre, su in-teligencia racional; mostrando que esta facultad la tiene en comn con los otros animales, slo que ms desarro-llada. Y, al mismo tiempo, hacen el elogio del instinto que. identifica a la vida propiamente animal, destacando las maravillas del comportamiento instintivo en las diver-sas especies inferiores, as como su corrupcin en el hom-bre civilizado.

    Estas hiptesis sobre los orgenes que proponen lo que es inferior y subordinado, como principio de lo que es superior y dirigente, la animalidad como razn de ser de la humanidad, encuentran un eco propicio y entusiasta en las almas resentidas y plebeyas, enemigas de toda gran-deza y elevacin; por esto, cuando prevalecen en la edu-cacin de los jvenes, van preparando la inteligencia para que slo pueda atender a lo que nivela y confunde, para que se habite a explicar lo ms acabado y perfecto por lo ms incompleto y precario; as, por ejemplo, se pretende explicar la posicin de la nacionalidad, que es un fin, por-que constituye la soberana y la dignidad poltica de una comunidad de hombres libres, por los antecedentes o las circunstancias econmicas, que slo tiene el valor de me-dios o de instrumentos en la existencia humana; como si lo circunstancial y pasajero las condiciones econmicas en un momento dado , pudiera explicar lo que es esen-cial y permanente: la Nacin.

    Vosotros sabis hasta qu punto ha penetrado en la historiografa argentina este modo de interpretar los he-chos decisivos d la Patria; y tambin comprendis hasta qu punto confunde la inteligencia y desorienta la volun-tad de los jvenes, debilitando su capacidad para la vene-racin y el entusiasmo por las cosas elevadas. Porque, se-ores Jefes y Oficiales, slo cuando se quiere la grandezas.

  • se recuerda la grandeza pasada; slo cuando se quiere ser merecedor de una estirpe heroica, se recuerda a los hroes en el principio y en el fin de la Patria; slo cuando se quiere ser como Dios, se recuerda la ascendencia divina del hombre. (2)

    Ahora podemos explicar la razn de ser y el fin del Estado. As cmo la naturaleza es una generosidad de Dios, el mundo moral del Estado es una gratitud del hombre hacia Dios y la donacin gratuita de s a los prximos.

    Esta justicia de la abundancia es la justicia misma de Dios: se consuma en el sacrificio, en la vida que se pro-diga entera sin exigir nada. Es el pago ntegro, de una sola vez, de la deuda que tenemos con nuestros semejan-tes y que se mide por el lmite de nuestras fuerzas.

    El sacrificio del hroe est en 1 nacimiento de la Na-cin y del Estado y tambin en su trmino histrico, cuan-do los ltimos fieles mueren abrazados a su bandera. So-bre el sacrificio, la justicia primera y total, se levanta la Polis; por eso hemos anticipado que el Estado nace de la guerra y se mantiene, en ltima instancia, con la gue-rra.

    La guerra es una despiadada, irona, contra la repre-

    (2) Suponed, por ejemplo, que el afn de riquezas y de podero puso a los hijos de Espaa en los anchos caminos del Nuevo Mundo. Suponed que eran hombres ansiosos y urgidos por la codicia, aquellos que emprendieron la gran aventura de la conquista y del imperio sobre esta tierra de encrucijadas, hasta entonces en el silencio de la historia. Decidme si al cabo de tan duras jornadas, despus de haber afrontado todos los riesgos y de haber resistido todas la soledades, no quedaran anulados y superados los mviles pequeos que hemos supuesto en el comienzo. Decidme si el esfuerzo de esos varones no se fu enno-bleciendo en el peligro hasta asumir toda la dignidad de la empresa: la con-quista de un mundo para el espritu y para la libertad, para Dios y para el rey.

    El fin de esta epopeya de Amrica, su razn de ser verdadera y decisiva, est en la obra realizada; con ella se identifica, lcida, la voluntad de los misioneros y de los capitanes de Espaa.

    E l efecto no puede contener ms que la causa: s en el principio fueran, en verdad, las especies, el poder y la tentacin de la riqueza -como pretende explicar la historiografa liberal o la historiografa marxsta, en el fin encon-traramos todava a las especies, en la forma de una factora o de un mercado; nunca la Ciudad de rancio abolengo que se fund para vivir en la justicia y paTa proteger el pudor de los hombres, sostenida por la Iglesia que se le-vanta en 3u centro, vigilante y dominadora; nunca la Universidad donde existe l espritu que se piensa a s mismo y se prepara para la libertad; nunca las acciones heroicas ni las obras bellas. Y toda esta generosidad y abundancia de; espritu es la Amrica que hicieron los espaoles, el pasado ilustre de Xa na-cionalidad argentina que continuaron y enriquecieron sus hijos ms fieles y que bemos- de querer mientras tengamos conciencia de lo que somos y seamos capaces -de merecerlo.

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    sentacin del egosmo y de la facilidad, que apoya la vida en lo que est muerto, que pretende sostener el alma en el cuerpo. Esa aparente seguridad material de la existen-cia, esa proteccin ficticia del bien espiritual por los bie-nes exteriores de la comodidad y del bienestar, que el ideal econmico y burgus eleva a fin ltimo de la vida, es revelado en toda su miseria y nulidad por la guerra.

    Y esto, seores Jefes y Oficiales, porque hay algo peor y ms horroroso que la "guerra: la vida sin esfuerzo y sin lionor, en la servidumbre de la sensacin y de los apeti-tos inferiores; vida egosta y muelle, que, como deca el seor Almirante Scasso en la conferencia inaugural de este ciclo, "es el camino seguro hacia la decadencia y la sumisin".

    Esto no significa el desprecio de los bienes materiales; se trata, por el contrario, de establecer el justo lugar que les corresponde en la vida del ciudadano. Aristteles, maestro de la proporcin, nos ensea: "La vida ms per-fecta, tanto para el individuo como para el Estado, es la que une a la virtud los bienes exteriores suficientes para poder hacer lo que la virtud nos manda" (Poltica, Lib. IV, Cap. I).

    La justicia que abunda en los hroes fundadores de la Patria es la justicia del merecimiento, la igualdad de pro-porcin, que sostiene y acrecienta en el tiempo, la gran-deza del Estado.

    Tal es la verdadera justicia, la virtud entera, porque se refiere al bien que hacemos a los prximos, antes que el que procuramos para nosotros mismos.

    Ser justo quiede decir aplicarse cada uno a lo que debe para realizar la correspondencia necesaria con todos los dems, en la vida una y armoniosa de la Repblica.

    Pero hay otra especie de justicia que slo se refiere negativamente al semejante, la cual no consiste en el bien que le hacemos, sino en el mal que no le hacemos. Aqu todo el cuidado y la preocupacin del individuo es para s mismo y por eso se limita a no hacer a los dems lo que no quiere le hagan a l. Esta es la justicia restrictiva y represiva del contrato, que regula las transacciones li-bres entre los particulares. Es la justicia que Aristteles

  • llama de la igualdad aritmtica: el limite de nuestra deu-da con otro, es exactamente lo que hemos recibido de l. Nuestra obligacin para con los dems, slo alcanza a lo que hemos convenido y fuera de ello exigimos libertad de accin. Es la justicia obligada por el egosmo y la usura de los hombres; divide y excluye, ms bien que une y concilia; desata antes que anuda las voluntades.

    Cuando falta la justicia de la generosidad y del esfuer-zo y este principio de la igualdad abstracta y aritmtica rige por s solo las relaciones entre los hombres, se con-vierte en la ms monstruosa de las injusticias, porque toda verdad que se desquicia del orden jerrquico a que per-tenece, degrada en falsedad y en locura. Entonces cada uno se estima y procede como si fuera el fin ltimo de todos los dems; es el reinado del egosmo que corrompe la vida de los hombres y de las naciones.

    Lo primero es la justicia del que conoce su lugar y el de los otros; slo despus es el arbitrio del inters, de lo que nos place en cada momento. Es razonable dejar que un hombre haga lo que quiera, cuando es un hombre justo. San Agustn lo dice con expresin evanglica: "Ama y haz lo que quieras".

    Esta previedad es la que olvidan los demagogos de la plaza pblica cuando declaman sobre las libertades in-dividuales y silencian lo que constituye su fundamento necesario, la verdad y la realidad de esas libertades y de esos derechos: el sacrificio y el mrito.

    La justicia que define la razn de ser y el fin de la Repblica no es, ni puede ser, nada convenido arbitra-riamente entre particulares. Es un error y una injusticia contra quienes se elevaron por el sacrificio y el mereci-miento a la soberana poltica, reclamar exclusivamente los derechos que se refieren a los individuos sin haber, cumplido, sin estar cumpliendo constantemente, el deber de merecer.

    La libertad moral de la persona y la libertad poltica, de la ciudad, pues, no se fundan en un contrato o conve-nio de todos con todos, como sostiene la doctrina liberal; se conquistan y se conservan en el merecimiento. Dios es la fuente de toda razn y justicia.

  • p La ideologa liberal que hace resultar el Estado de

    un convenio entre particulares, en modo anlogo al de la constitucin de una sociedad annima; que divide lo mi-litar de lo civil, considerando que la sociedad donde el guerrero es ciudadano rector, pertenece a una etapa infe-rior y superada en el progreso de la humanidad, por la sociedad industrial, donde el hombre econmico es el ar-quetipo civil; la ideologa liberal, repito, es una d esas ficciones peligrosas que es preciso eliminar de la educa-cin de la juventud. Ningn sofisma ms funesto para la virtud del guerrero, como ste que consagra como forma representativa de la ciudadana, a "esos solitarios del di-nero, hombres internacionales sin patria, que, dada su na-tural carencia del instinto estatal, han aprendido a utili-zar la poltica como instrumento burstil y el Estado y la sociedad como aparato de enriquecimiento... El Estado no ha nacido por el miedo a la guerra y como institucin protectora de intereses individuales egostas, sino que, inspirado en el amor de la Patria, constituye, por su natu-raleza eminentemente tica, la aspiracin hacia ms altos ideales" (Nietzsche: El Estado Griego),

    La sociedad poltica, seores Jefes y Oficiales, es una asociacin de hombres libres para realizar la perfeccin del hombre.

    Las reflexiones sobre la justicia que fundamenta la Repblica, nos permiten comprender por qu dice Platn que los guerreros son la clase ms estimable del Estado: y por qu hemos concluido que el General San Martn es el educador del ciudadano argentino, el modelo perenne d la Repblica.

    Slo nos resta exponer cmo ha sido realizada esa jus-ticia del sacrificio y de la fidelidad al deber en el soldado argentino, as como mostrar su continuidad de la exce-lencia y del mrito, con la estirpe de los claros varones de la Espaa Imperial, iniciadora de la Libertad y de la Justicia en Amrica.

    Es el soldado de Espaa en el que hemos de buscar el antecedente ejemplar del herosmo y de la sobriedad del militar argentino, que guerre tantos aos por la inde-pendencia sin pausa de descanso, hecho a las marchas

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    largas de la pampa que le dieron polvareda de distancias y que en el vivac cantaba en lengua gaucha la aventura sin fin de las jornadas.

    Iban los soldados de Belgrano con los uniformes ya rados en aquella marcha de la pobreza y de la dignidad ejemplares. Tambin los hombres del Cid en sus primeros encuentros, eran motejados "los mal calzados", pero con sus rsticas botas gallegas dieron alcanc al rabe del corcel ligero y supieron vestir despus, como seores, el terciopelo cortesano que les entreg plaza conquista-da, Valencia la opulenta.

    Sobriedad de Minaya Alvar Fez puo y corazn recios, hubo en nuestros soldados que no pensaban en la paga; como el amigo de Ruy Daz no reclamaba la ga-nancia: "Ilustre Campeador, mucho os lo agradezco. De esta quinta que me ofrecis, hasta el castellano Alfonso quedara bien pagado; pero os la devuelvo. Y de aqu pro-meto a Dios que est en lo alto,, que yo me satisfaga de lidiar en camp con los moros sobre mi caballo, emplean-do la lanza y metiendo la mano a la espada, hasta que cho-rree la sangre por el codo, delante de Ruy Daz, el gran combatiente, no he de aceptar que me paguis ni un mal dinero".

    Estos hombres que nos iban conquistando el terreno de la Patria, no tenan ni un pequeo solar; nada pedan, slo solicitaban para s las fatigas y el esfuerzo sostenido y la gloria desnuda y sin vanas pompas de la victoria, que no enriquece con el botn del .vencido, pero que entrega leguas y leguas a la sacrosanta integridad territorial de la nacin.

    Asombran las marchas de nuestras expediciones liber-tadoras, que contaban con medios tan exiguos y tenan ante s los caminos interminables de nuestra tierra; pero no debemos olvidar, sin mengua, claro est, de la reite-rada hazaa de nuestras tropas, las marchas de aquellos hombres frreos que conquistaron Amrica atravesando sus selvas, sus llanuras, sus montaas y sus pramos, en marchas que an hoy son difciles y riesgosas.

    Tresnadas del Cid o tropas del Gran Capitn D. Gon-zalo de Crdoba, hubo tambin, en continuidad espiritual,

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    si no en paridad de circunstancias, en este suelo nuestro. Fueron las montoneras que seguan a su caudillo lanzas libres y tan argentinas , y fueron las tropas regulares ceidas a la ms austera regla militar, aquel primer Regi-miento de .Granaderos de San Martn, primero en el orden del tiempo de la Patria libre nuestro tiempo esencial , y en todos los rdenes, porque fu, en cierto modo,>, el brazo ejecutor del Gran General.

    Nuestros Jefes fueron, como aquellos hidalgos de Es-paa, todos d la orden de la Caballera. Hidalgos, hijos de alguien, pertenecientes a una familia cuyo claro nom-bre hay que mantener sin mancha.

    Y el hecho de ser hijos de alguien no quiere decir que se erigieran como un guardin de museo, en custodios magnficos de retratos plidos y de viejas panoplias de armas o de solares semiabandonados; custodios s, fueron, pero en el sentido cabal de la palabra, asumiendo toda la grandeza de ese pasado y tratando, para mantenerla viva, de acrecentarla. Por eso dice el Quijote que cada cual es hijo de sus obras y a la sobrina "una rapaza que apenas sabe mover sus doce palillos de randas", le endereza sus sublimes razones, cuando ella hace burla de su condicin, diciendo: "Y que con todo sto, d en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida, que se d a enten-der que es valiente siendo viejo y que tiene fuerzas estan-do enfermo y que endereza tuerto estando por la edad agobiado y sobre todo que es caballero, no lo siendo, porque aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los pobres".

    Don Quijote le contesta, sosegado y con sbita me-sura no le hizo ejemplar escarmiento slo porque era hija de su hermana, cuando se atrevi a dudar de la exis-tencia de los caballeros andantes, con una disquisicin sobre las,tres maneras de linaje, mostrndole que .los dos caminos que puede seguir el hombre que quiere hidal-go pobre, llegar a la fama, como sus Amadises y Es-plandianes, son el de las letras y el de las armas.

    Y dice:_ "Del linaje plebeyo no tengo qu decir, sino que sirve slo para acrecentar el nmero de los que viven ,sin que merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas".

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    Este despreciable plebeyismo de los que no conocen la decisin que pone la vida al servicio de una causa por la que se puede y se debe morir, este plebeyismo de condi-cin misrrima y vegetativa, no existi en nuestros hom-bres de la Independencia, que quisieron participar todos en la gesta de la Patria por propia y suprema decisin, sin deserciones cobardes; porque todos comprendan desde el soldado al capitn, que as sus vidas asuman significado y trascendencia y que morir con gloria es vencer a la muerte.

    Es en este destino heroico de la hidalgua espaola donde hemos de buscar la resolucin de nuestros Jefes de pelear hasta morir y as comprenderemos tambin aquel grito montaraz y viril: "Federacin o muerte!"; y la re-solucin de nuestros hombres, de mantener intacto el sue-lo de la Patria, como el hidalgo defenda su. heredad, con aquella clarividente desconfianza que le hizo dudar de lo extranjero cuando quera imponerse con boato y atraccio-nes deslumbrantes y que lo impuls a defender lo castizo: sea el romance popular, que pareca tan desnudo frente a los alambicados versos extranjerizantes; sean sus costum-bres sencillas y su austeridad, frente a la tentacin de la frivola magnificencia de otras cortes; sea su arte hondo, definitivo y libre, que no quera agradar a los espritus superficiales y que es, casi siempre, una confesin de fe, una justificacin de vida.

    Porque es San Martn el primero de los argentinos, el modelo que tiene ante s la Repblica alta y clara som-bra reflejada a la manera platnica, en una "incorruptible altitud"; es que los militars argentinos pertenecen a la Orden de los Caballeros de San Martn.

    A raz de esta conferencia, el disertante recibi de las auto, ridades del Crculo Militar la siguiente nota:

    Buenos Aires, Septiembre 2' de 1941. Seor Profesor Doctor Don Jordn B. Genta. - Paran.,

    Tengo el agrado de dirigirme al seor profesor para expresarle en nombre de la Comisin Directiva que pre-sido y en el propio, las ms sinceras felicitaciones por la conferencia que pronunci en esta institucin el 5 del co-

  • rrente, sobre la "Formacin de la inteligencia tico-po-ltica en el militar argentino".

    El contenido de la conferencia as como el conoci-miento del joven y distinguido profesor que la desarroll, han constituido un motivo de satisfaccin para los ofi-ciales que lo escuchamos. Expres Vd. en alguna ocasin, que las ideas que enunciara en aquella son las mismas que desde la ctedra se encarga Vd. de difundir entre la juventud que lo escucha diariamente en las aulas. Ojal fueran muchos los maestros argentinos que buscando ins-piracin en la noble escuela espiritualista y en las cum-bres del pensamiento filosfico griego como lo hace Vd., mantuvieran encendido en la juventud civil, el culto de la patria y el espritu de abnegacin necesario en ciertas cir-cunstancias, para perpetuarla. En pases como el nuestro, en los que el trabajo pacfico, el culto del derecho y una noble tradicin de justicia internacional, aplicada como norma, pueden crear la ilusin de que la historia se labra con postulados de buenas intenciones solamente y no con stas y el respaldo de la fuerza necesaria para darles cum-plimiento, es necesario que tribunos civiles estructuren la conciencia de los ciudadanos que en la nacin se dedican al trabajo, a las industrias y a las disciplinas y artes de la paz, en un sentido tal que la guerra, fatalidad insepa-rable de los hombres, hasta hoy, y quizs en el futuro, como una de las formas de la lucha que es competencia y sta sinnimo de progreso, por oposicin a la paz ab-soluta que es la muerte, en un sentido tal digo, que la guerra si estallara, encuentre a la colectividad nacional en plena cohesin de voluntades y de sentido para con-servar su existencia actual y su herencia histrica. Vd. ha demostrado con su conferencia que posee las caracters-ticas del maestro para formar el fondo patritico de nues-tra juventud.

    Por ello y por el elevado plano intelectual en que se desarroll su disertacin le reitero mis sineeras felicita-ciones y me complazco en saludarle con la ms alta esti-ma y particular consideracin.

    Emilio Forcher Basilio B. Pertin Teniente Coronel General de Divisin (R)

    Secretario Presidente

  • LA FUNCION MILITAR EN LA EXISTENCIA BE LA LIBERTAD

    Conferencia Pronunciada en el CCHIO M i t o * - e l 3 0 de J u n i o de 1 9 4 3

  • Presentacin del doctor Jordn B. Genta por el coronel D. Laureano O. Anaya

    El Crculo Militar, escenario propicio para la difusin de toda manifestacin, netamente argentina, se complace en recibir una vez ms al Dr. Jordn B. Genta,,filien ya prestigiara su tribuna, con su autorizada palabra, en sep-tiembre de 1941.

    Por ello y a fin de no pecar en redundancia, rego al amable, distinguido y calificado auditorio, me exima de la presentacin de estilo, pues no haramos ms que corro-borar el encqmiable desempeo y constante superacin del conferenciante en su vida docente y profesional.

    No obstante, considero un imperativo de mi parte, se-alar un aspecto interesante del pensamiento y del esp-ritu del Dr. Genta, puesto en evidencia en todas sus mani-festaciones.

    El es ms importante an, en esta hora de crisis por-que atraviesa el mundo, cuanto por la situacin que vive y siente la masa de la colectividad argentina.

    Me refiero al hondo y puro sentimiento patriota que anima todos los actos del Dr. Genta.

    Es un argentino "de veras", diramos para caracteri-zarlo con propiedad y exactitud.

    Con un afn y tesn admirables, ajeno a todo inters material, brega sin desmayo porque impere en nuestra tierra, todo aquello que sea autnticamente nacional.

    Sus convicciones y sus creencias fluyen de su acen-drado amor por la Patria, a la que sirve con su ejemplo y con su obra.

    Su prdica argentinista es constante y profusa, por lo que merece el reconocimiento y gratitud de todos sus com-patriotas.

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    No se trata de un militar versado en los problemas de la guerra, sino de un hombre que ha consagrado su vida a la elucidacin de los problemas de la inteligencia. Y; al propio tiempo, cosa particular de las nuevas generaciones argentinas, ha consagrado su capacidad e ilustracin a los problemas nacionales, especialmente a aquellos que tocan en manera directa a la formacin de la inteligencia y con-ciencia de la juventud, de la patria.

    Para las fuerzas armadas, a las que secunda caluro-samente en la obra que realiza, dentro de la sociedad, constituye un activo e inapreciable colaborador.

    El tema de la disertacin de hoy: "La funcin militar en la existencia de la libertad", de permanente actualidad, aunque no siempre comprendido, representa una demos-tracin ms de la importancia de su esfuerzo, en el sentido que acabamos de indicar.

    Por todo ello, seoras, seores y camaradas, al dejarlo en posesin de la palabra, pido para el Dr. Genta un clido y afectivo aplauso, como ratificacin de nuestra aprobacin por su actuacin pasada y como anticipo de lo que escu-charemos.

    L A C O N F E R E N C I A Una vez ms tengo el honor de. discurrir ante vosotros,

    seores Jefes y Oficiales, sobre aquello que os concierne decisivamente y por derecho de primaca:. la existencia de la libertad.

    Permitidle a quin no tiene el privilegio de ceir ar-mas, ; pero conoce su razn de ser, insistir en el elogio de las armas.

    Cmo podra honraros mejor, soldados de mi Patria, que demostrando lo que os debe la libertad a vosotros, a los que os han precedido y, sobre todo, al Gran Capitn, D. Jos de San Martn, el primero y el superior?

    Habr logrado mi aspiracin si las razones tan anti-guas que vais a escuchar, consiguen desvanecer un equ-voco funesto para el destino de la Nacin que los peda-gogos del Liberalismo han enseado durante generaciones, hasta confundir las almas en la falsa creencia de que toda libertad cesa donde empieza el rgimen militar*

  • El pedagogo liberal tiene la obsesin del Ejrcito. La persistencia de esta antigua institucin en un mundo su-jeto al cambio y al progreso infinitos, le resulta un ver-dadero contrasentido.

    Si fuera posible su destruccin, el insoportable magis-terio del hroe sera reemplazado por el del propio peda-gogo y sus pequeas virtudes burguesas; por su espritu tolerante, moderado y conciliador; por su falta de ambi-cin y la esperanza de morir tranquilo despus de una vida sin sobresaltos, fcil y confortable.

    El pedagogo liberal refirindose, entonces, al lejano tiempo en que se veneraba la memoria de los hroes, les dira a sus jvenes alumnos: Era la Edad oscura y br-bara de los violentos; ciertos hombres eran presa de gran-des pasiones y no vacilaban en acumular vctimas inocen-. tes para adquirir la gloria y los honores del poder. Pero esa pesadilla pas para siempre, en esta Edad nueva, cien-tfica, progresiva y humanitaria; ahora el individuo, libre de riesgos intiles y de severas disciplinas ,puede alcanzar la plena expresin de su personalidad de un modo pacfico y seguro.

    El Liberalismo no ha conseguido destruir al Ejrcito; en cambio, ha trastornado el juicio de la multitud con el equvoco de que el estado militar es una disminucin de la dignidad humana; una prdida transitoria o permanente de los derechos y libertades individuales, cuyo ejercicio sera el acto supremo de la ciudadana.

    De donde se sigue que el espritu de subordinacin y la entereza del carcter que constituyen la disciplina del soldado, humillan al hombre y anulan la libertad de su arbitrio en el rigor y en la servidumbre.

    Es el conflicto entre la libertad nueva que hace del derecho a la duda y a la abstencin, el primero y ms sa-grado de los derechos; y la libertad antigua que consiste en un estado de obediencia.

    El Ejrcito es una libertad antigua; no admite la duda ni soporta a los tibios. Es un orden estable e inmvil don-de cada una de sus partes tiene un lugar preciso y est subordinado a otra superior, hasta una suprema autoridad que ordena la pluralidad de partes en la unidad del fin

  • necesario. Desde el soldado hasta el general todos partici-pan en- la perfeccin del estado militar, pero no en el mismo grado.

    El sentido de la libertad que conviene a la milicia, lo define Sto. Toms: "estar libres del mal y en servicio de la justicia, es la verdadera libertad; por lo uno y por lo otro el hombre tiende al bien conforme a su naturaleza" (Suma Teolgica, Cuest. 183, art. 4).

    El hombre de ls ideas modernas se siente libre en la duda o en la negacin del orden y no quiere que ninguna regla se afirme en la existencia porque quedara limitado por ella.

    El soldado se siente libre en el cumplimiento del de-ber. Saber obedecer: he ah la regla. Soportar an la in-justicia porque rebelarse o desertar sera responder a la injusticia con la injusticia, y el hombre libre no debe ser injusto jams.

    La justicia del Ejrcito no puede verse comprometida por el arbitrio de quien abusa de su autoridad, ni tam-poco por el arbitrio de quien padece a causa de ello. Una cosa es la falibilidad de los individuos y otra el orden in-falible de la Ley que instituye toda libertad real y ver-dadera.

    Es el problema que Scrates resolvi para siempre con k i muerte ejemplar. En acto de suprema obediencia a las Leyes de la Ciudad, acata el fallo del tribunal que abus de las leyes para condenarlo.

    Lo mismo que en la ocasin inolvidable de mi prime-ra conversacin en esta Casa, donde la inteligencia reposa en una realidad definida e inmutable, mi discurso ser un comentario de las palabras que le recordaron a Scrates el deber hacia la Patria.

    Nadie las comprendera mejor que vosotros; ni exis-te lugar ms digno donde puedan ser pronunciadas:

    " . . . es necesario honrar a la Patria ms todava que a una madre, ms que^ a un padre, ms que a todos los antepasados; ella es ms respetable, ms sagrada y tiene el ms alto rango en el juicio de Dios y en el de los va-rones prudentes. Es necesario venerarla, ceder, complacer-la, cuando ella se irrita, ms todava que a un padre. Es

  • P I M H

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    necesario hacerla cambiar de idea o ejecutar lo que orde-na; sufrir serenamente lo que ella quiere que se sufra-dejarse si es preciso golpear, encadenar o llevar al com-bate para ser herido o para morir. Todo esto debe hacerse porque es justo" (Platn, Critn).

    Fueron hombres de guerra quienes conquistaron con el sacrificio el derecho a la Soberana, la libertad prime-ra que hace posible las otras libertades. Y son ellos los encargados de su custodia en el tiempo de una justa paz.

    Por esto, el Ejrcito es la realidad ms antigua de la Patria y el fundamento de todas las otras realidades. Es un orden anlogo al de esa preciosa libertad que le est confiada y cuyo verdadero nombre revela su origen divi-no: Fidelidad.

    El Ejrcito de los Andes, esa primera certidumbre de la Patria, conducido a la victoria por el Giral. San Martn, fu un acto de fidelidad. El desacato al gobierno de Bue-nos Aires y la renuncia de Guayaquil respondieron a esa misma fidelidad. No desembarc en Buenos Aires en 1829 y se desterr nuevamente a Europa para continuar siendo fiel. Y en el testamento fu su expresa voluntad que el sable de Maipo fuera entregado al Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, celoso defensor de la soberana nacional contra la prepotencia extranjera, para rendir ho-menaje en la hora misma de la muerte, a la fidelidad de toda su vida: la Libertad de la Patria que fund su espa-da vencedora.

    La libertad del hombre no es absoluto albedro ni autonoma. infinita de la voluntad; duras necesidades y exigencias definidas limitan su poder de iniciativa y de creacin.

    El hombre recibe la vida y su tendencia hacia el fin necesario. Hasta las iniciaciones egregias de la Historia Universal responden a un llamado preciso.

    El hroe de las conquistas y de las fundaciones es el escogido para una difcil obediencia, para una suprema fidelidad. La misin que debe cumplir no es obra de su arbitrio ni tiene su origen en el tiempo, eh algo eterno que hace suyo en el pensamiento y que honra actuando

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  • rPS^"""

    SSlilffllISSSSS

    en la existencia. La multitud siente la atr'accin irresistible del indi-

    viduo histrico y marcha detrs de sus banderas porque slo l conoce la respuesta adecuada y quiere verdadera-mente lo que es justo y digno de ser recordado.

    La libertad no es un comienzo sin precedentes ,ni una perspectiva de posibilidades infinitas que se abre a la an-siedad de los ojos y del corazn.

    " Todo es viejo", ensea Aristteles, mientras sus ma-nos solcitas rompen los sellos y despliegan el pergamino de la antigua aristocracia del mundo; el linaje remoto y la esencial distincin de cada cosa; toda la riqueza de las formas existentes, cada una con su propia excelencia y je-rarqua dentro del orden que subordina lo inferior a lo superior hasta encumbrarse en Dios, el primero y el ms antiguo, la Forma de las formas, principio y fin de todo decoro de ser.

    Y en esas manos que tienen el hbito de las cosas no-bles y de su dureza de eternidad, se deshacen las noveda-des en su polvo de muerte. Las cosas nuevas, aquellas que no estn en ninguna memoria, tienen la inconsistencia del puro accidente; slo existen el instante fugacsimo de su aparicin.

    El principio de la Revolucin, seores Jefes y Oficia-les, es esa preferencia de lo nuevo y de lo extrao; de lo que no ha llegado a ser todava frente a lo que ya es y, sobre todo, a lo que siempre ha sido y ser como es en el da de hoy. Es la negacin del ser y del acero de sus no-bilsimas cualidades: identidad, constancia, firmeza, pro-porcin, universal validez.

    La libertad del hombre no es el poder de innovar ni de progresar indefinidamente, sino el de realizar en la conducta lo que hay de inmutable en su alma. Tiene que recoger en la mano firme, todas las virtudes de la inteli-gencia y de la pasin, para existir habitualmente en la unidad de su ser. La libertad es un estado de disciplina); no podra citar ejemplo ms adecuado ni ms cumplido de este modo eminente de ser libre, que el estado o con-dicin militar.

    E l orden que debe ser realizado, el fin de la accin,

  • existe primero en la idea como algo abstracto y universal La preferencia reflexiva del alma lo identifica con el in-ters subjetivo y la pasin del individuo se vuelca entera en el fin de la razn, lo hace su voluntad, su carcter.

    El carcter es la forma que reviste en el individuo, el sello de su unidad ontolgica; se corresponde con lo qu denominamos polticamente, estado o corporacin.

    All donde no se verifica esta identidad del individuo con el fin razonable, se degrada a la existencia servil del hombre sin carcter y de las masas gregarias sin estado.

    La libertad de obediencia es, pues, el margen de inde-terminacin reservado a la voluntad, el lmite de nuestro albedro que es potestad para ser lo que debemos ser o no ser nada, como dira el primer soldado de la Patria.

    He aqu el verdadero amor propio de que habla el Filsofo en su Etica: el libre consentimiento al mejor ser, "querer ms bien vivir un solo ao gloriosamente que arrastrar muchos aos oscuros; preferir una accin bella y grande a una multitud de actos vulgares" (Lib. IX. Cap. VIII).

    Y la libertad de soberana es esa misma obediencia realizada en comn: una promesa mantenida, una lealtad de generaciones, una tradicin de dignidad nacional que se contina idntica en el tiempo.

    Esta es la verdadera libertad, el honor de la criatura racional que se deja arrebatar por el divino imperio de una voz que silencia a todas las otras: "Sed estables e in-mviles".

    Es la libertad que los antiguos conocieron y honraron en acciones memorables. La misma que presidi las fun-daciones espaolas de la Conquista y el glorioso naci-miento de la Nacin Argentina.

    Pero no es la que el Liberalismo promueve desde hace tres siglos; no es la libertad de la Revolucin que arranc al hombre de las realidades consistentes del pasado y lo entreg a la inquietud de un futuro infinto que est siem-pre ms all del presente. Los modernos condenan el res-peto y la veneracin de la Antigedad como una forma de servilismo y de regresin; el tiempo verdadero y valioso sera siempre el que est por venir, puesto que representa

  • 46

    la oportunidad de nuevos valores y de mundos nuevos. Es preciso tener la audacia de la Revolucin, para su-

    perar el lmite de toda piedad y abrirle paso a las vanguar-dias de la Civilizacin y del Progreso.

    Y el hombre nuevo, absolutamente libre de compro-misos divinos y humanos, hace su entrada triunfal en el tiempo que se llam a s mismo: Edad de las Luces o Ilu-rninisnw>.

    La Revolucin dice: "Sed inestables y cambiantes". Toda identidad en el ser o en el valor es opresiva y humi-llante para el hombre que nace libre y que no reconoce otras obligaciones fuera de las expresamente contradas por l mismo.

    Acaso sera justo, pregunta el hombre nuevo, que se me impusieran responsabilidades anteriores a mi nacimien-to o que gravitarn despus de mi muerte?

    Dios, la Patria, el Estado, la Familia, una tradicin de inteligencia y de honor, todo eso que es ms antiguo que yo, pero que no se ha justificado ante el tribunal de mi conciencia ni ha sido resuelto por mi arbitrio, puede constituir la autoridad legtima que debo reconocer y acatar?

    Declaro que no y desde este momento de la definitiva liberacin, slo existe y tiene autoridad sobre m, aquello que concibo con claridad y apruebo sin reservas.

    Reivindico como sagrado el derecho a la duda univer-sal. Si puedo dudar de todo, el nico cierto e indubitable soy yo que dudo. Si puedo discutir a Dios, a la Patria, al Estado, a la Familia, a la Tradicin, entonces yo soy due-o y seor absoluto de todas esas cosas que han gravitado pesadamente sobre las espaldas del hombre humillado. Por esta magia de la duda infinita me convierto en el primero y ms antiguo de los seres y todos los dms dependen de m para existir y para valer.

    Si pienso y quiero que Dios exista, hace su aparicin en el profundo cielo; por el contrario, si me es indiferente o me disgusta, se desvanece como una nube del mismo cielo. En cuanto a la Patria, elijo la que ms me satisface y me conviene. El Estado es un artefacto inventado por m, para asegurarme sin riesgo la mayor suma de placer

  • penoso

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    posible, y, sobre todo, para evitar el peor y el ms de los males: ia muerte violenta.

    La Familia no es ms que un simple convenio; un nudo que ato y desato segn mi arbitrio y mi gusto. He supri-mido a casi todas las antiguas corporaciones porque eran una traba para mi libertad de accin y para el desarrollo de mi personalidad, con su disciplina y sus grados, sus privilegios y responsabilidades definidas y, principalmente, con el pesado espritu de cuerpo y su sentido del honor. Slo tengo que lamentar la supervivencia de la vieja ins-titucin de las armas; pero confo en que podr reducirla con el tiempo, a una excelente fuerza pblica para garan-tizar el cumplimiento de los contratos y proteger el goce de los bienes privados.

    No hay otra vida cierta y real fuera de la ma y de lo que a ella le interesa. En verdad, yo me haba preferido desde el comienzo mismo y el recurso de la duda univer-sal, slo fu un juego para complacerme infinitamente con mi sola y exclusiva presencia.

    !Qu libertad se respira en esta soledad de mi indife-rencia hacia toda verdad y hacia toda regla que no sea yo mismo!

    He aqu la libertad que los modernos oponen a los an-tiguos. Una libertad toda hecha de abandono, de egos-mo, de sucesivas abstenciones y traiciones. Su mxima fundamental expresa: Todo debe ser por el individuo y para el individuo.

    El hombre nuevo no necesita de Dios, ni tener Patria, ni familia, ni estado, para existir en la libertad y en la perfeccin de su ser; por el contrario, todas esas instan-cias son disminuciones de su libertad originaria, lmites que deben ser reducidos al mnimo, a fin de que el fuero del arbitrio individual sea el ms amplio posible. Su ideal de vida lo encarna el "Self-made-man", aquel que se ha hecho solo y que no le debe nada a nadie.

    Fichte, en las importantsimas lecciones sobre: "Los Caracteres de la Edad Contempornea", explica magistral-mente la mxima del Liberalismo moderno, cuyo repre-sentante dice: "Yo no concibo absolutamente nada ms que aquello que se refiere a mi personal existir y bienestar;

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    luego, tampoco existe otra cosa; y el mundo entero slo existe a fin de que yo pueda vivir y encontrarme bien. Aquello que no concibo como pueda referirse a este fin, no existe ni me afecta en nada" (1^ Lect., pg. 23).

    Este creyente de las ideas modernas desprecia por ociosa y estril a la Contemplacin, porque ella es el tes-timonio de la existencia de lo eterno y de la verdad inmu-table y superior que el hombre debe servir hasta el lmite de sus fuerzas.

    El nico conocimiento legtimo, fecundo y que respon-de a la exigencia del tiempo, es el que procede de la expe-riencia externa y del clculo. En la experimentacin, el individuo se encuentra presente en el contenido mismo de lo que experimenta; es- como si fuera obra suya, algo hecho por sus propias manos. Esa experiencia que opera en la materia sensible y que consiste en el manejo instru-mental de las cosas que va desde la simple manualidad hasta la tcnica cientfica, le da al hombre la sensacin del poder infinito, la embriaguez de aprovecharse y de usar todos los conocimientos que obtiene por esta va prctica.

    Nada ms lgico que esta pasin por la experiencia externa en el hombre nuevo, para quien la verdadera vida es no tener asideros y bastarse a s mismo; es el espritu de usura que slo ve en cada cosa o persona, lo que tiene de aprovechable para su seguridad y bienestar individuales.

    La Verdad, la Belleza, el Bien, todos los valores, se resuelven en el nico que tiene sentido para este hombre que se prefiere absolutamente a s mismo: La utilidad.

    En una sociedad estructurada econmicamente, sobre la base de relaciones tiles entre sus miembros, impera la justicia negativa del contrato, es decir, una identidad abs-tracta, formal y externa entre voluntades ticamente in-diferentes.

    Los antiguos ensean, que el vnculo contractual resul-ta ser "una unin que es una separacin" (Aristteles: Poltica, libro 3?, cap. 5?).

    La razn de este aparente contrasentido es que los deberes fundamentales, se hcen depender del arbitrio del individuo que slo se interesa por l mismo en sus rela-ciones con los dems. Esta disposicin interna es recproca;

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    de ah que la unidad fundada en el contrato, sea puramen-te accidental y se limite a las obligaciones convenidas.

    Cuando la Ciudad se edifica sobre la arena de las mu-tuas conveniencias, se excluyen las asociaciones interme-dias (corporaciones), la familia degrada a la forma del uso recproco y, en consecuencia, la educacin del ciudadano se plantea como una preparacin para la lucha por la vida, es decir, para la "incruenta" guerra econmica de todos contra todos, la libertad es u.n principio de muerte; la ne-gacin infinita que se devora a s jnisma en la quiebra de todas las alianzas de amistad y de devocin. Es la libertad liberal que ha perdido hasta el extremo toda significacin tica, degenerando en un valor econmico: el libre cambio; aplicado a todas las relaciones humanas.

    La poltica deja de ser la ciencia arquitectnica de la Moral y pasa a ser un apndice de la Economa. La anti-gua virtud prudencial que cuida del Bien Comn se sus-tituye por la moderna "habilidad tcnica de existir a gusto" (Fichte).

    De ah que el siglo XIX haya proclamado la verdad del Materialismo Histrico, que actualmente los marxistas emboscados disimulan con giros acadmicos y pretenden justificar como mtodo de investigacin cientfica de la Sociedad y de la Historia.

    Esta iedologa se representa la forma y el cambio po-lticos como una consecuencia del proceso econmico de la produccin y de la distribucin de la riqueza. Fueron sus profetas, los empristas y materialistas del siglo XVII y sus clsicos, si se me permite esta nueva licencia expresiva, los fundadores de la Economa Poltica, planteada como una ciencia nueva e independiente de la Etica, tanto en sus ini-ciadores burgueses (A. Smith y los manchesterianos), co-mo en sus crticos socialistas (Marx y sus continuadores)..

    El principio de utilidad, el nico que tiene sentido pa-ra el hombre de las ideas modernas, le hace reconocer y acatar las necesidades externas y las llamadas leyes de la naturaleza, a fin de prever y dirigir el curso de la expe-riencia fsica. En cambio, ese mismo principio aplicado al dominio de la Moral y de la Poltica, lo lleva al repudio-de toda disciplina de obediencia y de toda obligacin de

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    soportar dificultades y sacrificios. La regla de los antiguos deberes contrara el prop-

    sito de utilidad inmediata y del mximo aprovechamiento de las oportunidades presentes. Ocurre, pues, que este hombre se somete a las razones externas y mecnicas del mundo fsico y desconoce, al mismo tiempo, toda razn en el mundo moral. Admite el orden en la naturaleza in-ferior, pero considera lesivo para su dignidad, afirmar un orden inmutable en su conducta que es la actuacin de una naturaleza racional y libre.

    Es el reinado del egosmo que se destruye en el extre-mo desarrollo y se cambia dialcticamente en su contrario. La Nacin que no cuida su libertad de soberana, some-tiendo a los individuos a la disciplina continuada de los deberes que son anteriores y superiores al arbitrio y a los derechos de la particularidad, termina obedeciendo a una fuerza extranjera que le impone desde fuera el rigor que rehus como conquista y gloria suya y que ahora acep-ta en la forma humillante de una conquista y de una glo-ria de otro.

    Pero queda todava un agravio mayor del hombre; la suma de todas las negaciones y el fin de la Revolucin li-beral: El Comunismo.

    Las sucesivas traiciones que los modernos llaman li-beraciones, culminan' en la contradiccin absoluta de la teora y de la prctica marxistas.

    La Revolucin bolchevique, pretende superar el anta-gonismo existente entre el ideal burgus de vivir a gusto y la real situacin de la multitud que ni siquiera puede vivir, apresurando el advenimiento que, por otra parte, se juzga necesario, de las condiciones econmicas que ase-guren a todos los hombres el goce de la vida.

    Esas nuevas condiciones sociales significarn la libe-racin cierta y definitiva de la necesidad material que ha determinado todo el proceso de la Historia. Y, por primera vez, el individuo ser enteramente dueo de su vida y de su destino. Es "el salto a la libertad de que habla Engels en el Anti-Dhring.

    Pero la realidad implacablemente irnica, obliga al hombre econmico a convertirse en hombre de guerra; lo

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    somete al rigor de la disciplina y le hace soportar incre-bles sufrimientos, hasta el sacrificio de lavida en el campo de batalla; de esa misma vida, seores Jefes y Oficiales, que los idelogos

    marxistas se representan dominada por las necesidades materiales y la tendencia al mayor placer con el mnimo esfuerzo posible.

    Esta es la justicia de la guerra; su misin regenerado-ra por el sacrificio que ensea el verdadero valor de la vida: lo que est destinado a perecer y lo que en ella, es eterno. La guerra lleva las cosas a su proporcin adecuada; pone en un primer plano candente, lo decisivamente im-portante para el hombre y deja a la vera de sus caminos Reales las vanas susceptibilidades y las ocupaciones fri-volas de su cotidianidad. La guerra es, en este su sentido cabal, una escuela de ascetismo.

    "Todo es viejo", repite la voz de la Sabidura. No es posible introducir la menor innovacin, el cambio ms mnimo, en el orden fundamental de la realidad. El hom-bre puede desobedecer; es todo lo que le permite su liber-tad de albedro. Pero solo consigue introducir el desor- . den en su alma y en la Ciudad de sus prximos, hasta que las cosas vuelven finalmente a su quicio y el orden queda restaurado por la sangre y el fuego de todas las redencio-nes.

    La Revolucin se convierte en reparacin, y la volun-tad que quiere negarlo todo, termina afirmndolo todo en la muerte generosa.

    La guerra es santa, seores Jefes y Oficiales, cuando los adversarios luchan por necesidad de justicia y para res-taurar su imperio; claro est que despus de haber agota-do los medios para mantener una justa paz.

    La guerra es diablica cuando su fin es el provecho; lo cual significa especular con la abnegacin y el sacrifi-cio. La guerra econmica resulta infinitamente cruel, aun-que no haya violencia externa ni efusin de sangre.

    Dante en su tratado "De Monarqua", transcribe los versos de Ennio que revelan la absoluta contradiccin en-tre el sentido militar y el sentido econmic ode la existen-cia o, lo que es lo mismo, entre antiguos y modernos.

    " As Pirro, de nimo generoso en razn de la sangre y

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    las costumbres heredadas de los Ecidas, cuando recibi a los embajadores romanos que iban a rescatar a los prisio-neros, les respondi: No busco dinero, no me pagaris precio alguno; no somos mercaderes de guerra, sino combatientes: es el hierro, no el oro, quien decidir entre nosotros. Si es mo o vuestro el reino que Hera tiene en sus manos,

    [declrelo nuestra virtud. Y en cuanto al resto, escuchad lo que os

    [digo: La libertad de aqullos cuya vida perdon la fortuna, no quiero coartarla, estn libres vuestros prisioneros, lle-

    nadlos". Los querreros son los fundadores de la Patria y del

    Estado. Una tierra de libertad y de honor jams fu des-cubierta ni conquistada por mercaderes.

    En el principio no son las especies. Todos los comien-zos histricos le pertenecen al hroe.

    El herosmo no es desbordamiento momentneo, sino la fra seguridad que de pronto deviene llamarada. Como hemos dicho ya, es la conciencia del fin necesario y la capacidad de realizarlo de una manera acabada y ejem-plar, por encima de las contingencias y a pesar de ellas. Se ha dicho que el hroe es un produtco de las circuns-tancias; nada revela tanto la disminucin de la verdad y la moralina filistea que envilecieron al siglo XIX.

    El hroe es la entrada de la razn y de la justicia en la existencia; su fuerza eleva a los pueblos hasta merecer la grandeza de su misin y los hace capaces de conquistar la libertad de la soberana y el derecho a un nombre pro-pio en la Historia Universal.

    El riesgo mximo del hroe, su obstculo ms difcil de vencer, es que su accin no se manifiesta segn derecho reconocido, sino como una voluntad particular. Por esto sus hechos importan una violencia contra lo que est ad-mitido o aprobado por la generalidad de los hombres. Pero es una violencia plenamente justificada porque responde a la necesidad de restaurar la Ley olvidada.

    El prestigio del hroe es antiguo, aun ms antiguo que la costumbre, puesto que es el origen de la costum-

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    bre y de la ley. En pocas de normalidad banal, de prolongado equi-

    librio en la vida interna y externa de las Naciones, sobre todo, si el halago de una prosperidad material creciente se apodera de los espritus, entonces se extiende el silen-cio sobre los hroes nacionales, protagonistas d todas las horas decisivas y definitivas de la Patria. Se los despoja de actualidad, relegndolos al museo de antigedades ilus-tres; y, a veces, no se disimula siquiera el fastidio que los hombres representativos de la cotidianidad, principalmen-te los pedagogos, experimentan hacia el hroe.

    Es el momento en que abusando de los trminos e in-virtiendo la tabla de los valores, se exaltan las virtudes del trabajo y los rendimientos tiles de la tcnica cient-fica, obra de esos esforzados investigadores que son, se dice, los verdaderos hroes y sus descubrimientos la glo-ria verdadera de la humanidad. Y los pregoneros de este nuevo herosmo de los hombres que traen seguridades y facilidades para la vida, en lugar de riesgos y de dificul-tades, osan sugerirle a los pueblos los ltimos propsitos de la Revolucin que triunfa en los espritus adormecidos por la facilidad: "en lugar de las estatuas con que los re-yes glorifican a los cmplices de sus devastaciones, los pue-blos tienen el derecho de erigir las estatuas de los glo-riosos vencedores de la oscuridad, del espacio, del abismo de los mares, de la pobreza, de las fuerzas de la natura-leza puestas al servicio del hombre, como el calor, la elec-tricidad, el gas, el vapor, el fuego, el agua, la tierra, el hierro, etc.

    " Los nobles hroes de la ciencia en lugar de los brbaros hroes del sable. Los que extienden, ayudan, re-alzan, dignifican la vida, no los que la suprimen so pre-texto de servirla; los que cubren de alegra, de abundancia, de felicidad las naciones, no los que las incendian, destru-yen, empobrecen, enlutan y sepultan" (Alberdi: El Cri-men de la Guerra, Cap. VI.-8) .

    En stos y parecidos trminos, se ha hablado a la ju-ventud de la Patria durante generaciones, como si tuvi-ramos la vida para conservarla y asegurarla indefinida-mente y no para perderla por aquello que vale ms que la

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    vida; como si la vida fuera un fin en s mismo y no un bien que se posee para ofrecer a otros bienes ms altos: Dios, la Patria, el honor de los suyos. Como si la vida no fuera en el hombre, una preparacin para la muerte, para saber morir cuando llega la hora en que es preciso afrontarla, tal como se dice en las "Coplas por la Muerte de su Pa-dre" que escribi Jorge Manrique:

    " y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura".

    La representacin libertal, burguesa y utilitaria consi-dera llegada la hora del pacifismo mercantil; cada Nacin y el conjunto de Naciones debe asumir la forma de una sociedad comercial, donde se multipliquen al infinito las transacciones libres entre los competidores. Es notorio que tal ambiente no puede tolerar al hroe que impone a la multitud la norma del sacrificio. Se trata de dejar hacer a la naturaleza, a fin de que el juego de los intereses indi-viduales obre espontneamente la armona entre los hom-bres y los pueblos. De ah el anacronismo del hroe en tiempos de marcaderes y el criterio tan difundido de que el comercio es el gran pacificador del mundo.

    La moral de los modernos responde a un imperativo del miedo gregario: "queremos que algn da no haya nada que temer".

    Nosotros hemos llegado a estar dominados por el esp-ritu de la Revolucin, hasta el extremo de juzgar que la "admiracin y la imitacin de San Martn, no es el miedo de elevar a las generaciones jvenes de la Repblica Ar-gentina a la inteligencia y aptitud de sus altos destinos de civilizacin y libertad americanos. (Alberdi: El Cri-men de la Guerra, Cap. 9).

    La confusin de la mente y el extravo del corazn lleg a ser tan grande que nos hemos vanagloriado de constituir el granero y el frigorfico del mundo, como si el ideal de grandeza de la Nacin pudiera realizarlo una prspera factora.

  • Es que nos habamos olvidado del precio de la libertad poltica, bajo cuyo amparo nos es posible, incluso, comer-ciar y rodearnos de comodidades. Hemos vivido largamen-te en la abstraccin de las duras realidades y habamos dado en creer que la libertad consiste, slo, en disfrutar los derechos que las generaciones de la Independencia y de las Luchas Civiles, conquistaron haciendo de su vida "una tierra de dificultad y de trabajos agobiadores" (San Agustn).

    El hombre acta como persona, en mutua solicitud con sus prjimos; esto significa que no se basta a s mismo, aislado en el individuo. Tanto en lo material como en las necesidades de su espritu, les son imprescindibles los otros y, ms precisamente, la Ciudad donde impera la Justicia que es la virtud social por excelencia y el origen de todas las virtudes morales.

    Slo en la existencia poltica el hombre es tratado nor-malmente como un ser racional y libre; y l mismo, para hacerse acreedor a este reconocimiento, tiene que supe-rar el estado natural y arbitrario de su voluntad por medio de la disciplina y de la obediencia a la Ley.

    La educacin es, como ensea Hegel, el arte de hacer ticos a los hombres.

    Por otra parte, toda la dignidad del ciudadano pro-cede del estado o forma de elevacin de su ser que asume dentro de la Polis, de su grado de responsabilidad social y de su idoneidad en la profesin que desempea; as co-mo de su comportamiento habitual en todos los rdenes de la vida pblica y privada que son dos momentos de una y la misma vida.

    Ser libre es, pues, vivir en la justicia. El precio de la libertad poltica es el hroe y e l pueblo capaz de respon-der a su llamado; adems, la deuda se renueva ntegra-mente cada vez que se nos exige perderlo todo para me-recer esa libertad de la soberana, de donde derivan las li-bertades y los derechos individuales, los cuales son se-gundos y tienen. legtima vigencia durante la paz. Esas libertades y esos derechos son las determinaciones de la particularidad y las necesarias concesiones al arbitrio del individuo que no deben comprometer, jams, las exigen-

  • tam

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    cias permanentes del Bien Comn. Y cuando llega la hora de la prueba se suspenden las

    libertades segundas y la vida entera con todas sus poten-cias, queda comprometida en aquella libertad primera que es el cumplimiento del deber hacia la Patria. La Nacin vuelve a ser lo que fu en el comienzo, lo que es siempre fundamentalmente, una realidad militar.

    Una realidad militar, seores Jefes y Oficiales, eso es la Patria en peligro: una voluntad unnime, discipli-nada y lcidamente conducida por la prudencia del que manda.

    Las Fuerzas Armadas constituyen la potencia de la Nacin y su ser en la plenitud del existir, cuando estalla la guerra que no es lcito provocar y que slo debe deci-dirse cuando as lo exige la Justicia.

    Estas son las razones por las cuales la Revolucin se ha estrellado contra el Ejrcito y no ha podido destruir la aristrocracia de la disciplina y del valor que definen su ser. Habra significado suprimir los fundamentos mismos de la Patria y nada subsistira de sus tradiciones ni de sus glorias; y menos todava las libertades y los derechos indi-viduales, puesto que su institucin y su ejercicio es una funcin de la Soberana, es decir, del Estado que entra y se sostiene en la existericia por medio de la fuerza militar.

    * * *

    Veamos, por ltimo, el significado del Ejrcito en la existencia de la libertad Argentina.

    Una guerra justa est en el origen de nuestra naciona-lidad; ella fu una exigencia de la Justicia que haba de-jado de brillar en el Imperio de las Espaas donde no se pona el sol y del cual tuvimos el privilegio de ser vasa-llos libres.

    El Movimiento de Mayo no fu propiamente una Re-volucin, sino una restauracin de la libertad que la Es-paa Borbnica, vencida y dominada por un prinicipio ex-tranjero, haba renunciado mucho antes de ser invadida por Napolen.

    El espritu de la Revolucin, el Liberalismo, con sus verdades dispersas de la unidad fundamental, con sus li-bertades destituidas del orden inmutable Conde tienen

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    real significado y valor. El espritu de la Revolucin re-pito, se haba apoderado de la grande y generosa Espaa que, por un momento, dej de ser idntica consigo misma; dej de ser fiel a su sentido misionero y caballeresco y s perdi en la contradiccin de su ser. Durante el reinado de Carlos III y de sus ministros liberales, la Justicia del Po-der Imperial degener en despotismo Ilustrado.

    Y los pueblos de la Espaa Indiana reasumieron, en la hora oportuna, la Justicia de la soberana que haba caducado en la Metrpoli. De las cenizas del Imperio sur-gieron las nuevas y gloriosas Naciones de la. Amrica eter-namente hispnica y romana. Las sanciones de la Historia Universal son irrevocables.

    La libertad Argentina en su ms profundo significado, es una restauracin de la Justicia que Espaa ense para siempre en esta Amrica nuestra. Las proclamas y los do-cumentos del Libertador, en sus constantes referencias a la causa emancipadora, insisten en una expresin, la ms adecuada y perfecta: "la regeneracin poltica de los pue-blos".

    El General don Jos de San Martn es el hroe fun-dador de la nacionalidad Argentina; el individuo escogido para restablecer el imperio de la justicia, en esta tierra de varones fuertes que Espaa haba educado para la ii-bertad. Y el rgano necesario para llevar a cabo la rege-neracin polti