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GENERACIONES LITERARIAS JUDEOARGENTINAS: IDENTIDAD Y MESTIZAJE Ricardo Feierstein Escritor y Periodista, Ex Director de la Editorial Milá de la AMIA Resumen La generación inmigratoria (1890- 1950): lengua idish, aclimatación al país, gauchos judíos y luchas urbanas, encuentros y desencuentros idiomáticos. De la primera a la cuarta generaciones nativas (1910- 2000): del español castizo al slang idish- castellano y el dominio del idioma. Cambio de códigos vivenciales y diferencias: integradores y asimiladores, parricidio con visión idílica. Nuevos temas: Israel, el mestizaje judeo-argentino. Minimalismo posmoderno y atentado a la AMIA. Lo que vendrá. Una condición de identidad forjada durante siglos y trasladada al nuevo continente a fines del siglo XIX va decolorándose con el paso de las generaciones, perdiendo peso, dejando su lugar a tonos y confidencias más ligados a la influencia de la tierra americana, a su clima y su lengua, a su realidad cotidiana, social y política. Un análisis comparado de este seriado con su expresión en otros estilos y desarrollos de la literatura argentina revelaría, sin duda, más de un punto de contacto. Este corpus literario funda, por derecho propio, una importante rama de la literatura argentina del siglo XX. Sin pretensión de originalidad, precisamente en las modificaciones de que dan cuenta las sucesivas generaciones literarias encuentra su sentido una cultura mestiza e integradora. Lo que sigue es un intento de desplegar el recorrido por el cual los inmigrantes judíos y sus descendientes se han ido transformando en cabales escritores argentinos. Un

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GENERACIONES LITERARIAS JUDEOARGENTINAS:

IDENTIDAD Y MESTIZAJE

Ricardo Feierstein

Escritor y Periodista,

Ex Director de la Editorial Milá de la AMIA

Resumen

La generación inmigratoria (1890- 1950): lengua idish, aclimatación al país, gauchos judíos y

luchas urbanas, encuentros y desencuentros idiomáticos. De la primera a la cuarta generaciones

nativas (1910- 2000): del español castizo al slang idish- castellano y el dominio del idioma.

Cambio de códigos vivenciales y diferencias: integradores y asimiladores, parricidio con visión

idílica. Nuevos temas: Israel, el mestizaje judeo-argentino. Minimalismo posmoderno y atentado

a la AMIA. Lo que vendrá.

Una condición de identidad forjada durante siglos y trasladada al nuevo continente a fines del

siglo XIX va decolorándose con el paso de las generaciones, perdiendo peso, dejando su lugar a

tonos y confidencias más ligados a la influencia de la tierra americana, a su clima y su lengua, a

su realidad cotidiana, social y política. Un análisis comparado de este seriado con su expresión

en otros estilos y desarrollos de la literatura argentina revelaría, sin duda, más de un punto de

contacto. Este corpus literario funda, por derecho propio, una importante rama de la literatura

argentina del siglo XX. Sin pretensión de originalidad, precisamente en las modificaciones de que

dan cuenta las sucesivas generaciones literarias encuentra su sentido una cultura mestiza e

integradora.

Lo que sigue es un intento de desplegar el recorrido por el cual los inmigrantes judíos

y sus descendientes se han ido transformando en cabales escritores argentinos. Un

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repaso de las cambiantes formas y contenidos de su literatura es reflejo tardío -pero

válido- de los cambios identitarios en los sucesivos descendientes nativos y su entorno

político y social.

La patria puede ser la infancia, según el poeta italiano Giusseppe Ungaretti. La patria

puede ser el idioma, de acuerdo a los registros corporal y cerebral incorporados a la

posibilidad de expresión. Y la infancia y el idioma son las dos cajas de ahorro del

escritor: definen el carácter de aquello que luego escribirán quienes opten por tratar de

recomponer, con el arduo tejido de palabras, una red de relaciones con el mundo que,

en algún momento, fue desgarrada.

Es de esa manera que el autor (o la forma en que su experiencia concreta de vida ha

marcado ese cuerpo y esa conciencia) se introduce en la escritura. Infancia e idioma

forman la base estratégica. Memoria e imaginación ayudan a desplegar esa vivencia

corporal en la obra.

Hacia fines del siglo XIX -coincidiendo con la inmigración masiva al país- comienza el

proceso de identificar la lengua de los argentinos con la nación misma. Ese camino tuvo

como escenario fundamental la escuela pública, que funcionó como la mayor variable

integradora de las corrientes inmigratorias al país. La imposición del monolingüismo

tuvo la difícil tarea de lograr el “crisol de razas”, concepto que por ese entonces tenía

gran aceptación en Estados Unidos.

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Fuente: Revista "Noticias", Buenos Aires.

En este contexto, la cultura de los inmigrantes, así como de los demás grupos socio-

culturales no hegemónicos (como indígenas o proletariado rural) está condenada a

desaparecer a menos que sea debidamente incluida en el marco de las estrategias de

integración dominantes. Así se sucederán la mitificación gauchesca, la del inmigrante

laborioso que acepta diluirse en un “crisol de razas” y otros. Este juego de elementos

organiza campos ideológicos y refleja los cambios inherentes a la propia Comunidad

judía.

Los ejes de lengua y contenido atraviesan la producción de las diversas generaciones

literarias judeo-argentinas y refleja su gradual integración a la patria común. De aldea

europea a campo entrerriano, de gauchos judíos a inmigración urbana, de lucha sindical

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a emprendimiento del comercio o la industria, de docencia vocacional al teatro o el

periodismo expresivo, de la política a la vida cotidiana. En un doble movimiento

dialéctico, el centro creativo fue desplazándose con lentitud, abandonando usos y

lenguajes, adaptando contenidos y códigos locales más cercanos y específicos,

diluyendo gradualmente la fuerza de una huella original para mimetizarse, en muchos

casos de manera legítima, con el entorno pluralista e integrador de un país construido

desde la base inmigratoria, en la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del siglo

XX.

Fuente: revista "Noticias", Buenos Aires. El porcentaje indígena está muy subrepresentado en esta elaboración.

Un doble desplazamiento (en el tiempo interior y en el espacio exterior, el individuo

y su entorno). Para decirlo con una imagen: es la lenta construcción del árbol -raíces,

tronco, flores y frutos- que representa el mestizaje cultural argentino.

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La mera biografía de un grupo de escritores y su circunstancia histórica no agota en

absoluto la interpretación de una producción literaria pero, en este caso, ayuda a

contextualizarla. La lógica literaria no responde fielmente a la geometría de la

periodización histórica y generalmente se revela con retraso. Tiene sus propios

tiempos, relacionados con modos de representación y elecciones estéticas de lenguajes

y contenidos, que a veces aparecen en el mismo autor y, en otras ocasiones, en

escritores generacionalmente separados.

Por eso, una conceptualización generacional posee cierto contenido de abstracción.

Sobre el eje de una constante predeterminada -memoria, identidad, evolución en el

grupo de pertenencia- pueden intentarse clasificaciones para marcar, sólo con

intenciones de transmisión, momentos que ayuden a comprender su proceso evolutivo.

Intentaremos describir un Cuadro Generacional que sintetiza -de manera

necesariamente esquemática- los caminos para el análisis de la Forma (Lenguaje) y el

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Contenido (Temática) de cinco generaciones literarias desde la llegada organizada de la

inmigración judía hasta nuestros días, algo más de ciento veinte años de vida argentina.

LA PRIMERA GENERACION

La primera generación es la de los escritores en idioma idish nacidos en Europa, que

se han criado entre estepas rusas o polacas, melodías jasídicas y estudios religiosos,

gorros de piel y gastronomía posible. Llegados a la nueva tierra con una formación

cultural madura, extienden su labor creativa entre 1889 y 1950. Luego de esa fecha y

por otros treinta años, algunos autores siguen escribiendo en esa “patria portátil” que

es el idioma materno (se trata, sobre todo, de autores llegados en la segunda posguerra,

la mayoría sobrevivientes de la Shoá), pero lo que se va extinguiendo gradualmente son

los posibles lectores.

El núcleo de este grupo se despliega en las primeras décadas de la colonización agrícola

y la inmigración urbana, un repertorio de escritores que dejaron impresa, en su idioma

de origen, la difícil y apasionante tarea de aclimatarse al nuevo hogar, el choque de

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culturas, la gradual integración, la nostalgia de lo que quedó atrás y la esperanza de un

mundo nuevo. Muchos de ellos dejaron impresas sus colaboraciones en revistas y

periódicos, sin que llegaran a alcanzar la forma de libro, lo que hace dificultoso un

rastreo sistemático.1

Abocados a testimoniar su realidad inmediata, estos escritores en idish no andaban con

medias tintas para relatar las penurias de una vida dura, las tragedias inevitables en

una “generación de sacrificio” como las que, habitualmente, componen los integrantes

del primer grupo que llega a un nuevo país. De esta forma, la visión de la colonización

agrícola -por citar un caso paradigmático- es muy distinta si uno la lee a través de los

textos en idish o en la versión en castellano de Gerchunoff y sus seguidores o en los

autores paralelos de origen italiano o español, para no hablar del Don Segundo Sombra

del criollo Güiraldes.

LA SEGUNDA GENERACION

La segunda generación de escritores judeo-argentinos es la primera “nacida” en el

país, por definirlo de alguna manera. Bien porque han llegado muy pequeños a la

Argentina, bien porque efectivamente abrieron sus ojos bajo estos cielos -y en ambos

casos cursaron escuelas públicas en su infancia, junto a muchos niños de muy variados

orígenes-, hay una voluntad explícita de integrarse como escritores (y como personas)

a la vida nacional, en alguna de las dos variantes que se desarrollan aproximadamente

entre 1910 y 1945, el fin de la Segunda Guerra Mundial y la llegada del peronismo al

poder.

1 Existen dos importantes antologías de esos textos en su lengua original, publicadas por los diarios Di Idishe Zaitung (1940) y Di Presse (1944). Esta última agrega un dato singular: en el primer medio siglo de vida judía en el país se habían editado 375 libros en idish (incluyendo 99 tomos de relatos, 198 de poemas, 6 de memorias, 52 ensayos, 2 obras teatrales, 2 Introducciones, 7 libros de visitas, 1 de bibliografía y 8 varios). Existe en castellano una antología narrativa traducida al castellano: Sneh, Simja y Feierstein, Ricardo (1987): Crónicas judeo-argentinas/1. Los pioneros en idish. Buenos Aires, Editorial Milá/AMIA.

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Una de esas líneas puede visualizarse tras la figura emblemática de Alberto Gerchunoff

(Proskuroff, Rusia, 1884-Buenos Aires, 1950) y se encolumna, gradualmente, tras un

proyecto integrador, en consonancia con el medio literario donde activaba el escritor y

una suerte de moda, en esos años, por fundamentar un proyecto que homogeneizaría

las masas inmigratorias (en 1900 habitaban más extranjeros que porteños en la ciudad

de Buenos Aires), detrás de un proyecto estratégico de patria compartida y herencia

criollo-española.

Los gauchos judíos -publicado en 1910 para el Primer Centenario- es un libro que

resume la primera etapa de la inmigración judía en la Argentina, sus sufrimientos y sus

logros. La emblemática figura del “gaucho judío” que inmortalizara Alberto Gerchunoff

representó, en ese proceso de adaptación, una alternativa ineludible del inmigrante: ser

apto para sobrevivir. Esa mimetización con el entorno se prolongará, como ejemplo de

integración a la tierra y las costumbres argentinas.

La visión gerchunoffiana es de una excelsa calidad literaria y documenta un fragmento

indudable de la vida judía en la Argentina. Además de estos “hombres nuevos” que

nacen y se desarrollan en el campo, las cuidadas escenas de Gerchunoff acercan una

profecía para estos judíos rudos y perseguidos, confrontados con la libertad de un

nuevo hogar, como afirma en el epígrafe del libro:

“He ahí, hermanos de las colonias y de las ciudades, que la República celebra sus

grandes fiestas, las fiestas pascuales de su liberación. (...) ¿Recordáis cuando

tendíais, allá en Rusia, las mesas rituales para glorificar la Pascua? Pascua magna

es ésta.

Abandonad vuestros arados y tended vuestras mesas. Cubridlas de blancos

manteles, sacrificad los corderos más altos y poned el vino y la sal en augurio

propicio. Es generoso el pabellón que ampara los antiguos dolores de la raza y cura

las heridas como venda dispuesta por manos maternales.

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Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas, cautivos redimidos,

arrodillémonos, y bajo sus pliegues enormes, junto con los coros enjoyados de luz,

digamos el cántico de los cánticos, que comienza así:

Oíd, mortales...

Buenos Aires, año del primer Centenario Argentino.”

El mismo Gerchunoff recuerda una discusión que ocurre en Moisés Ville, cuando su

padre pide a la comunidad que suprima de los rezos diarios la oración en que se invoca

la misericordia de Dios para que salve de la cautividad al pueblo judío:

“Entonces, mi padre dijo de nuevo:

¿Por qué hemos de rezar tal oración? No somos esclavos, no vivimos en cautividad.

Cuando nuestros hermanos estaban en Babilonia o bajo el poder de los romanos,

suplicaban así a Dios, o bien en Rusia, donde se les mata, persigue y humilla, han

de invocar la piedad del Señor. Aquí somos hombres libres, no estamos en

cautividad, sino en nuestra tierra, puesto que según los sabios de la Doctrina, Sión

está allí donde reinan el bienestar y la dicha.”

El proyecto integrador de Gerchunoff se completa con la Autobiografía (escrita en 1914,

pero publicada póstumamente), donde relata una conmovedora anécdota personal:

tiene diez años y llora por no poder obtener el documento de identidad al igual que sus

compañeros. Entonces, su maestro de escuela lo nacionaliza como argentino ante las

autoridades. Luego llegará su voluntario entronque con el idioma castizo español, a

través de un imaginario circuito que lleva del Siglo de Oro de la península ibérica a la

pampa argentina y lo convierte en un maestro del idioma, lo que se expresa en muchas

obras de ensayo y ficción.

El esquema político-cultural del liberalismo entonces reinante definía a la nacionalidad

como la suma de lengua y territorio. Esta búsqueda idiomática -para manejar un

perfecto castellano- se combina con la aparición de temas como el matrimonio mixto,

la discriminación, el encuentro con la población nativa, la aceptación del otro distinto y

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la necesidad de un pluralismo generoso en una tierra repleta de inmigrantes. En ese uso

sabio y estudioso de la lengua española se inscriben otras figuras contemporáneas

como las de César Tiempo/Israel Zeitlin (Ekaterinoslav, Rusia, 1906- Buenos Aires,

1980) o Carlos Moisés Grünberg (Buenos Aires, 1903-1968), especialmente a través del

género poético. César Tiempo plantea, también, el proyecto integrador en obras

teatrales como Pan Criollo (1938).

Una producción arquetípica de la segunda tendencia enunciada es El Judío Aarón2, del

dramaturgo Samuel Eichelbaum (Entre Ríos, 1894-Buenos Aires, 1967), más citada que

conocida. Este trabajo juvenil representa una síntesis de los enfrentamientos

ideológicos y personales intercomunitarios y su relación con el entorno, hacia la década

del ‘20 del siglo pasado. A ello se une el finísimo oído del escritor, capaz de reproducir

una especie de “cocoliche” judeo-argentino que -hacia la época en que transcurre la

acción- era la jerga habitual utilizada por inmigrantes, que todavía no habían aprendido

bien el castellano, para comunicarse con sus vecinos criollos. Precisamente, el tema de

El judío Aarón resume, en sus diversos personajes judíos, la lucha de ideas, la pareja

exogámica y las alianzas clasistas que trascienden los límites étnicos. En producción

posterior de Eichelbaum no vuelve a aparecer tan claramente esta metáfora sobre una

integración parcial -no comunitaria- a partir de valores e ideas que trascienden el mero

origen inmigratorio o la pertenencia a la colectividad judía.

Gerchunoff comienza con un discurso integrador y criollista, de base idiomática

puramente española y, gradualmente, pasa a asumir posiciones y temáticas más

marcadamente judías y sionistas. Eichelbaum, a la inversa, empieza con un profundo

cuestionamiento interior de su grupo de origen judío; pero el paso del tiempo lo llevará

a ser uno de los más representativos escritores argentinos, sumido en la problemática

del nuevo país y autor esencial del teatro nacional, con obras como Un guapo del 900,

Un tal Servando Gómez y Subsuelo.

2 Escrita en 1923 y publicada sólo en 1967 en Buenos Aires, revista “Talía” 32, pp. 2-17.

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LA TERCERA GENERACION

Así sucede que, algunos años después, en una dialéctica de espejo, la siguiente

generación de escritores judeo-argentinos que escribe directamente en castellano -esa

es su escuela, su paisaje auditivo, su lengua cotidiana- entre, digamos, 1940 y 1980,

incorpora al catálogo de neologismos multitud de expresiones que vienen del idish

escuchado en la casa familiar o en su infancia barrial, lo que se verifica en textos como

La levita gris y otros cuentos de Samuel Glusberg (Kishinev, Rusia, 1897- Buenos Aires,

1987), editado en 1924. Bernardo Verbitzky (Buenos Aires, 1907-1979) en sus novelas

Es difícil empezar a vivir (1941) y En esos años (1947), incluye lo judío como un dato de

sus personajes, mientras que en su obra de madurez, Etiquetas a los hombres (1972),

con su peculiar estilo de montaje ficcional sobre noticias periodísticas, los

protagonistas combinan atracción y rechazo hacia el judaísmo, una escisión porteña y

realista muy bien documentada también en varios de sus relatos cortos. Puede citarse

también en este grupo a Bernardo Kordon (Buenos Aires, 1915-Chile, 2002) o Lázaro

Liacho (Colonia Clara, Entre Ríos, 1897-Buenos Aires, 1969), sefaradíes como

Humberto Costantini (Buenos Aires, 1924-1987) y su uso del judeo-italiano (el léssico

familiare) o hijos de matrimonios mixtos, como el caso de Boris David Viñas (Buenos

Aires, 1929-2011) o Pedro Orgambide/ Gdansky (Buenos Aires, 1929-2003), estos

últimos algo ajenos al idioma idish pero recordándolo como eco, refracción sonora de

cierta experiencia infantil.

El idioma europeo de los primeros inmigrantes había sido reemplazado por el español

limpio y castizo de Gerchunoff y sus contemporáneos. Pero la siguiente generación

transitó una textura fragmentaria, “mezclada” con palabras que vienen de esa lengua

original Ahora es el idish el que penetra, “ensucia”, mestiza de manera particular el

castellano literario de esta producción. A una infiltración lingüística ha sucedido la

contraria. En ambos casos estas idas y vueltas enriquecen los idiomas originales,

producen un mestizaje cultural confuso y prolífico que representa una etapa superior y

de función realmente integradora, sin anular el origen inmigratorio en aras de un ser

nacional único. Es posible proponer, en cambio, que el movimiento inmigratorio

argentino operó sobre la lengua del lugar, le otorgó un especial dinamismo y cargó de

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resultados expresivos a la literatura argentina. En este sentido, cierta “impureza

lingüística” era, también, una forma oblicua de oposición a la pureza racial y xenofóbica

proclamada por grupos que pulularon en esos años.

LA CUARTA GENERACION

Esta negación ideológica del discurso integrador de Gerchunoff se completa en las

décadas que siguen. El “contra-discurso” asimilador está ahora a cargo, literariamente,

de escritores que publican entre los años 1960 y 2000. Acá prevalecerán los temas de

marginalidad, errancia y exilio, antes que encuentros armoniosos con otros grupos

humanos diversos. Esta cuarta camada de escritores tratará de asumir esa hibridez

idiomática -perfección más “impurezas”- como valor positivo, así como incorporar

otras líneas temáticas en una época de nostalgia y revaloración.

Este proceso puede atisbarse en obras como las de Mario Szichman (Buenos Aires,

1945), quien distribuye expresiones en idish (sin traducción) en el contexto narrativo

de varias novelas (Crónica Falsa, 1969, Los judíos del Mar Dulce, 1971) que relatan en

tono humorístico los intentos de asimilación y mimetismo con la clase alta argentina de

una familia judía en el país. Gerardo Mario Goloboff (Carlos Casares, Buenos Aires,

1939) representa una variante -el paraíso perdido” de la niñez en una colonia judía

bonaerense, en su trilogía novelística publicada en los años ’80-, que, en escritores de

la misma generación, se traduce en propuestas de pluralidad y sobrevivencia, paralela

a la aparición del Estado de Israel como centro de referencia para las preocupaciones

sobre la identidad judeo-argentina. Esto es visible también en novelas de Silvia Plager

(Buenos Aires, 1942) o Mauricio Goldberg (Buenos Aires, 1950). Junto al dominio de

los códigos idiomáticos del castellano hablado en Argentina y el uso del lunfardo (el

slang de Buenos Aires) aparecen, de manera creciente, palabras en hebreo.

En el caso de Germán Rozenmacher (Buenos Aires, 1936-1971), el tema de la

asimilación judía al medio argentino (Réquiem para un viernes a la noche, 1964)

presenta raíces conflictivas alrededor del matrimonio mixto o combinadas con un

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phatos judeo-europeo casi en extinción, mientras que Marcos Aguinis (Córdoba,

Argentina, 1935) acerca en algunos cuentos -y en novelas como La gesta del marrano

(1991) y La matriz del infierno (1998)- una mirada más profesional y con cierta

distancia (a la que no debe ser ajena su profesión de psicoanalista), sobre mártires

criptojudíos en Hispanoamérica o la infiltración de grupos nazis en los años ‘30 en

Buenos Aires, construidas como obras rigurosas pero sin dejos biográficos como

aquellos que estamos pesquisando.

Con aristas menos centralmente judías en el grueso de su producción, otros escritores

como Isidoro Blaisten (Concordia, Entre Ríos, 1933-2004), Ana María Shúa (Buenos

Aires, 1951) o Alicia Steimberg (Buenos Aires, 1933-2012) recorren perfiles más

barriales y ligados en general a experiencias propias, escorzos singulares para la

fisonomía de esta generación nativa y su identidad mestizada.

LA QUINTA GENERACION

Para la quinta generación de escritores, nacida en los años ‘60, la realidad que los

rodea se definirá a través de contornos altamente diferenciados. El mundo ha acelerado

de manera vertiginosa y ese veloz transcurrir es difícilmente digerido. Los cambios en

escala planetaria impactaron fuertemente en la Argentina escritural, desde la

emergencia del mercado consumidor como directriz de temáticas y estilos -que fueron

gradualmente eliminando la saludable y extendida vocación experimental de los

artistas nacionales- hasta un posmodernismo casi inevitable en la vida cotidiana,

transmutado en la posibilidad temática de acceder al mundo cosmopolita y ampliar la

visión localista, así como universalizar una forma minimalista de origen periodístico

que acotó el repertorio idiomático a frases cortas, textos breves, muchos punto y aparte,

eliminación de descripciones o psicologismos en personajes y escenarios y sucesión

presurosa de acontecimientos -al estilo videoclip- para garantizar la permanencia del

lector hasta agotar el texto.

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Aunque aún resulta temprano evaluar desemboques textuales de estas experiencias, es

posible avizorar en la figura de Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) ciertos

elementos distintivos. En dos de sus novelas- El alma al diablo (1994) y No tan distinto

(2000)- este autor acciona de manera directa sobre paisajes urbanos y personajes

judíos, en los que resulta posible encontrar algunas variantes de significación respecto

a sus predecesores. En el primer libro, “memorias de infancia”, el protagonista Mordejai

repasará la tentación, el pecado, la historia y sus ecos actuales que lo llevarán, como

conclusión a abandonar los rituales religiosos (incluído el barmitzvá para el que su

familia y él se han preparado) y llegar a una definición: cada uno puede elegir ser

judío a su manera, sin necesidad de repetir formas de identidad al que se han apegado

los antecesores.

Saúl Bluman es el protagonista central de No tan distinto y, como sucede en la novela

anterior, aborda cuestiones alrededor del ser nacional que iluminan de manera

novedosa el enfoque: el peregrinaje existencial de un judío laico, conmovido por la

muerte de su esposa Berta en un accidente automovilístico, a los 40 años, y la necesidad

de encontrar una respuesta al estado de perplejidad en que lo ha sumido esa tragedia.

La posibilidad de elegir la manera de asumir una identidad mediante la mezcla y el

acoplamiento de trozos y experiencias diversas es el desemboque de una manera actual

de entender la relación con sus antecesores. Periplo existencial que finaliza en una

epifanía reveladora: el judío argentino de hoy construye con sus elecciones de vida la

condición que asume.

CONCLUSIÓN: DE CÓMO LOS INMIGRANTES SE TRANSFORMAN EN ESCRITORES

ARGENTINOS

La parábola descripta en el último siglo por la literatura judía en la Argentina encuentra

expresión metafórica en la siguiente correspondencia: en 1919 se publica en Buenos

Aires, la primera antología de escritores judeo-argentinos en idish y se edita,

simétricamente, la primera traducción al español de cuentos de Itzjak L. Péretz. La

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antología se llamó Oif di Bregn fun Plata (“A orillas del Plata”) y ponía de relieve la

consustanciación de los autores allí incluidos (Vital, Helfman, Mendelson, Bendersky,

Brodsky y otros) con el paisaje, las tradiciones y la cultura del país. El profesor Lázaro

Schallman señaló en ese libro, para dar fe del proceso de aculturación, la intercalación

de argentinismos y criollismos. El volumen incluye un glosario idish-idish de

expresiones usuales en el campo y la ciudad argentinos, muchos de los cuales son

adaptados a una especie de “idish rioplatense”, que pasa a ostentar un perfil propio

respecto al idish alemán o estadounidense.3

Décadas después, hacia 1994, un diccionario de Escritores Judeo-Argentinos en dos

tomos reúne fichas bio-bibliográficas de más de 200 (¡doscientos!) autores con obra

publicada, sobre un total de 600 literatos judeo-argentinos censados. Aquellos pioneros

del idish se convirtieron en una de las comunidades que más escritores ha aportado, en

términos proporcionales, a la patria común. A través de estas cinco generaciones,

entonces, un recorrido diacrónico ofrece datos sobre el apogeo, desarrollo y caída de

una cultura inmigratoria y su posterior resurrección, de la mano de un mestizaje

natural que el paso de las décadas aporta como enriquecimiento y diversidad.4

A partir de distintos orígenes, las comunidades inmigratorias que poblaron la Argentina

un siglo y medio atrás se reencuentran en una cultura a la vez común y propia. La

particularidad de origen funciona como enriquecimiento, antes que como gueto

aislado e indiferente a lo que sucede alrededor.

3 Algunos ejemplos que hoy resultan graciosos son definir -siempre en idish- a la “pampa” como una “estepa ancha argentina” (buscando su connotación con algo similar en Rusia); “bombilla” es “un cañito por el cual se chupa el mate hervido”, “cambalach” un “negocio de cosas viejas”, “kinsene” el “día de pago de dos semanas de trabajo” y “mosaikes” son “piedras de colores”. Más complicado resultó explicar “acriollyrt” como “tomando el significado de alguien que se asimiló a la Argentina” y sobre todo señalar que “tzvekes” son “clavos, pero no de clavar en madera, sino la palabra con la que los cuénteniks -vendedores ambulantes- se referían a los clientes que no pagaban sus deudas... 4 Un detalle interesante: en la mayoría de los escritores de este origen, la temática inmigratoria, las costumbres y el estilo familiar judío aparece en sus primeros escritos, tal vez por ser los que contienen datos más cercanos a la autobiografía. Este tema se debilita, a medida que avanzan las generaciones nativas, más integradas a la problemática nacional. O presenta una variante opuesta y simétrica: la de obras de madurez, donde por diversas razones -la experiencia del obligado exilio de Argentina (como en Orgambide o Costantini), o bien la necesidad de “volver al origen” en esa etapa- reaparece tardíamente el nexo con el pasado familiar, como reflejo literario para ir “cerrando” el capítulo de una vida.

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Es posible verificar, así, cómo una condición de identidad forjada durante siglos y

trasladada al nuevo continente por los inmigrantes a fines del siglo XIX va

decolorándose con el paso de las generaciones, perdiendo peso, dejando su lugar a

tonos y confidencias más ligados a la influencia de la tierra americana, a su clima y su

lengua, a su realidad cotidiana, social y política. Un análisis comparado de este seriado

con su expresión en otros estilos y desarrollos de la literatura argentina revelaría, sin

duda, más de un punto de contacto.

Este corpus literario funda, por derecho propio, una importante rama de la literatura

argentina del siglo XX. Sin pretensión de originalidad, precisamente en las

modificaciones de que dan cuenta las sucesivas generaciones literarias encuentra su

sentido una cultura mestiza e integradora.5

No obstante, y para terminar, si hubiera que mencionar un solo rasgo de la cosmovisión

que los escritores judíos trajeron consigo desde su historia milenaria y contribuyeron

a implantar en la Argentina, ese sería el respeto riguroso y el cultivo de la memoria. En

un país que a lo largo del siglo XX fue capaz de integrar en un mosaico pluralista

millones de inmigrantes llegados de todos los rincones del mundo, intuyo que la visión

a largo plazo y el recuerdo del pasado -como rasgo característico de la comunidad judía

argentina- colaboró como cemento catalizador en la necesaria construcción de una

historia en común para todos los ciudadanos.

Historia que quizá sea breve comparada con países europeos, pero está preñada de

esperanza y abierta a todas las posibilidades que genera la libertad.

5 Este ejemplo pertenece al semiólogo italiano Umberto Eco. La integración trata de una inserción plural en la sociedad, que confluye hacia un producto original y distinto de sus componentes primarios. La misma diferencia que existe entre una suma algebraica y un puro amontonamiento adicional de elementos heterogéneos. En álgebra, (a+b).(a-b) es igual a (a2-b2). Es una nueva forma construida críticamente, traduciendo los datos de la primera. Un resultado original que es distinto y superador de cada uno de sus componentes: la definición de un mestizo cultural. En cambio, si sumo tres caballos, ocho conceptos, una máquina de escribir y una píldora anticonceptiva, no ha sucedido nada nuevo, salvo el amontonamiento de diferentes elementos.5