GAVIA 4

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Voces latinoamericanas Escritora invitada 5 Fuerza y fraude: 6 La lingüística de la guerra y la ecología del discurso MARY LOUISE PRATT Germán Espinosa: tejedor de la historia entre alas de literatura y realidad 16 ROLANDO FRANCO Del ciclo tebano 22 SERGIO RUBIANO ROMERO Belano sin Bolaño: un lustro 25 DIEGO ORTIZ Onirismo crítico 28 WILLIAM ALEXANDER ROMERO La poesía de César Vallejo guitarra oscura de la vida y elegía de la muerte 33 SERGIO ANDRÉS SANDOVAL El hipo de Aristófanes 37 (Apuntes sobre un fragmento de El banquete de Platón) CHRISTIAN CAMILO VILLANUEVA OSORIO Spinoza: el hombre como unidad entre afección e ideas adecuadas 41 YINETH RIAÑO BAYONA El devenir de la inclusión: de la diferencia objetivada y la integración 46 DANIEL ALEJANDRO TABORDA C O N T E N I D O RECTOR Carlos Ossa Escobar VICERRECTOR Orlando Santamaría FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN DECANA Clara Inés Rubiano Zornosa COORDINADOR GENERAL David Ricardo Tarazona Callejas GRUPO EDITORIAL Carolina Cárdenas Jiménez (Directora Fundadora) David Ricardo Tarazona Callejas Diego Ortiz Valbuena - Rolando A. Franco Christian Camilo Villanueva Osorio Julie Paola Rodríguez - Carolina Ochoa COLABORADORES Fabio Chávez - Juliana León Suárez Sergio Rubiano Romero - Jhon Santamaría Useche Aida Gutiérrez - William Romero DISEÑO Y CARÁTULA Guillermo Peñaloza Martínez EDICIÓN E IMPRESIÓN Sección de Publicaciones Universidad Distrital Francisco José de Caldas Miembro de la Asociación de Editoriales Universitarias de Colombia (Aseuc) AGOSTO DE 2008 N Ú M E R O 4 [email protected] 6 74 28 28 REVISTA g avia PALABRAS DE MÁS Aled, Van Dijk en la Universidad Distrital 57 PAOLA RODRÍGUEZ BAQUERO Carlos Castillo Quintero 61 Escritora invitada Mónica Lucía Suárez Beltrán 74 Poemas en tres pasos 69 Ciudad cardinal 72 Alma resuelta 74 La poesía o el vuelo de la muerte 75 Poética traviesa 76 Sanando heridas 78 Es ansiedad, lo sé 79 Cincel de arena 80 Despierto 80 Perdón 81 Todos coleccionistas 81 Inesperado 81 Vagabundo 81 A la mujer a la que siempre le he escrito 82 Kyoto 82 Este es el desandar y los desencuentros 83 Entre páginas 84 Voces y susurros 84 La ciudad en silencio 84 Poemas vitales 85 Lecturas, revelaciones, maestros y palimpsestos 86 Recuerdo nocturno 87 Qué poco eres 88 Esa tarde te buscaba 88 Escritores Invitados 90 Noche de quema 92 RICARDO ABDAHLLAH El patio de las Rosas 101 MARÍA CONSUELO ROJAS CARRILLO Cualquiera, encuentro sutil 105 FABIO ALEJANDRO CHÁVEZ MUNÉVAR Mi pequeña niña muerta 106 YULY RODRÍGUEZ AMAZO Juanito el cumpleañero 114 JOSÉ DIONISIO CALDERÓN Acá vienen 115 VICENTE RODRÍGUEZ María, la de Magdala 117 GABRIEL XIRGUI JAVALOYES Ángeles caídos 119 JOSÉ AMÍN SUÁREZ EDITORIAL CUENTO POESÍA ENSAYO 90 90 22 22 25 ENTREVISTA

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Gavia, Palabras de más… es una publicación de distribución gratuita por medio impreso y digital. La propiedad intelectual de las obras pertenece a sus respectivos autores y son publicadas bajo su autorización.

Transcript of GAVIA 4

EDITORIAL

Voces latinoamericanas

Escritora invitada 5

Fuerza y fraude: 6La lingüística de la guerra y la ecología del discurso MARY LOUISE PRATT

Germán Espinosa: tejedor de la historia entre alas de literatura y realidad 16

ROLANDO FRANCO

Del ciclo tebano 22SERGIO RUBIANO ROMERO

Belano sin Bolaño: un lustro 25DIEGO ORTIZ

Onirismo crítico 28WILLIAM ALEXANDER ROMERO

La poesía de César Vallejo guitarra oscura de la vida y elegía de la muerte 33

SERGIO ANDRÉS SANDOVAL

El hipo de Aristófanes 37(Apuntes sobre un fragmento de El banquete de Platón)

CHRISTIAN CAMILO VILLANUEVA OSORIO

Spinoza: el hombre como unidad entre afeccióne ideas adecuadas 41

YINETH RIAÑO BAYONA

El devenir de la inclusión: de la diferencia objetivada y la integración 46 DANIEL ALEJANDRO TABORDA

C O N T E N I D O

RECTOR

Carlos Ossa Escobar

VICERRECTOR

Orlando Santamaría

FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN

DECANA Clara Inés Rubiano Zornosa

COORDINADOR GENERAL

David Ricardo Tarazona Callejas

GRUPO EDITORIAL

Carolina Cárdenas Jiménez (Directora Fundadora)David Ricardo Tarazona CallejasDiego Ortiz Valbuena - Rolando A. Franco Christian Camilo Villanueva OsorioJulie Paola Rodríguez - Carolina Ochoa

COLABORADORES

Fabio Chávez - Juliana León SuárezSergio Rubiano Romero - Jhon Santamaría UsecheAida Gutiérrez - William Romero

DISEÑO Y CARÁTULA

Guillermo Peñaloza Martínez

EDICIÓN E IMPRESIÓN Sección de Publicaciones Universidad Distrital Francisco José de Caldas Miembro de la Asociación de Editoriales

Universitarias de Colombia (Aseuc)

A G O S T O D E 2 0 0 8 N Ú M E R O 4r e v i s t a g a v i a @ u d i s t r i t a l . e d u . c o

6 74

2828

R E V I S T A gavia P A L A B R A S D E M Á S

Aled, Van Dijk en la Universidad Distrital 57

PAOLA RODRÍGUEZ BAQUERO

Carlos Castillo Quintero 61

Escritora invitada Mónica Lucía Suárez Beltrán 74

Poemas en tres pasos 69

Ciudad cardinal 72

Alma resuelta 74

La poesía o el vuelo de la muerte 75

Poética traviesa 76

Sanando heridas 78

Es ansiedad, lo sé 79

Cincel de arena 80

Despierto 80

Perdón 81

Todos coleccionistas 81

Inesperado 81

Vagabundo 81

A la mujer a la que siempre le he escrito 82

Kyoto 82

Este es el desandar y los desencuentros 83

Entre páginas 84

Voces y susurros 84

La ciudad en silencio 84

Poemas vitales 85

Lecturas, revelaciones, maestros y palimpsestos 86

Recuerdo nocturno 87

Qué poco eres 88

Esa tarde te buscaba 88

CUENTO

Escritores Invitados 90

Noche de quema 92RICARDO ABDAHLLAH

El patio de las Rosas 101MARÍA CONSUELO ROJAS CARRILLO

Cualquiera, encuentro sutil 105FABIO ALEJANDRO CHÁVEZ MUNÉVAR

Mi pequeña niña muerta 106YULY RODRÍGUEZ AMAZO

Juanito el cumpleañero 114JOSÉ DIONISIO CALDERÓN

Acá vienen 115VICENTE RODRÍGUEZ

María, la de Magdala 117GABRIEL XIRGUI JAVALOYES

Ángeles caídos 119 JOSÉ AMÍN SUÁREZ

EDITORIAL

CUENTO

POESÍA

ENSAYO

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ENTREVISTA

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De nuevo la Gavia se iza en busca de horizontes encarnados en palabras. El arte y la reflexión humanista se suben al barco a punto de levar anclas, y con las armas que posibilita el lenguaje emprenden la labor de multiplicarse. A estas alturas la Gavia, que surgió a partir de reflexiones estudiantiles universitarias que buscan su continua vigencia, sigue su rumbo ascendente al punto de cruzar la ciudad, el país y el continente. Mantenemos la propuesta de exponer reflexiones a partir de la palabra y el lenguaje. Las voces que se oyen hoy

en Gavia se encuentran esparcidas más que nunca, pues las propues-tas presentadas en esta edición arriban de más allá de los lími-

tes territoriales y oceánicos. Evidencia de esto es la

participación en esta con-voca to -ria de es-

c r i t o r e s colombianos residentes fuera del país y de otros americanos que también están pensando su cotidianidad a partir de sus propuestas simbólicas particulares. Colombia, Chile, Perú, Estados Unidos hablan a través de estas voces.

Son visiones de mundo que permiten que el lenguaje renazca y recree nues-tra lengua, nuestro territorio latinoamericano. Son éstas las que buscan incansablemente su propio tono y consolidan una experiencia reflexiva sobre el mundo. Estas voces promueven, en tierras propias y ajenas, un despertar como cultura compleja gracias a su diversidad. Latinoamérica está compuesta de varias culturas que representan la hibridación del sujeto mestizo que habita sus latitudes. En este número de Gavia dichas manifestaciones surgen y se arrojan al horizonte. N Ú M E R O 4

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E.D.I.T.O.R.I.A.L

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En esta Gavia emergen poéticas que surgen a partir de objetos y cotidiani-dades que pueden ser determinantes de nuestros rumbos. Los versos de esta publicación están permeados por el sentir de los creadores que evidencian un futuro indescifrable, que muestran Andes explotados, hambre latinoa-mericana reflejada en desarrollo de países industrializados, pero también jesucristos negros, “indios y mestizos hermosos”, vuelos infinitos de muerte, en fin, voces literarias latinoamericanas.

Las narrativas vienen cargadas también de reflexión latinoamericana sobre la violencia engendrada en la historia occidental. Son voces diversas y comple-jas que muestran los vientres concebidos de desgracia, guerras, explotación, hambre, dolor, muerte. Aun así, también encontramos jóvenes que proponen la reivindicación de la mujer, de la tierra, del amor, de la vida, de la alegría. Y esto a través de la reivindicación del sujeto latinoamericano que deja su existencia grabada en el tiempo. Es importante esta apuesta porque por medio de las letras se sigue buscando ese tesoro perdido que hay en América Latina, ese que necesitamos para dejar de ser territorios violados y convertirnos en tierras autónomas. Las voces quieren ser universales y mostrar las propuestas engendradas aquí y ahora, en la Universidad Distrital, en Bogotá, en Colombia, en América a inicios del siglo XXI.

Así mismo, las propuestas expositivas muestran al lector gaviero varias posibilidades de autores que han dejado con su obra la universalización de nuestra cultura; de principio de siglo, como César Vallejo y Rafael Arévalo Martínez; de generaciones más próximas a ésta, como los colombianos R.H. Moreno Durán y Germán Espinosa, y el chileno Roberto Bolaño. Escritores que son creadores de gritos americanos, gritos mestizos, cantores de hambres y de soledades, de propuestas universales surgidas desde Latinoamérica. En-contramos textos que reivindican los estudios de la cultura latinoamericana a partir de la literatura, el lenguaje y la pedagogía.

En fin, otro viaje interoceánico empieza y esperamos que los lectores se sien-tan satisfechos de la visión de horizonte que Gavia pretende mostrarles.

Ahora dejemos que vuelva a encarnarse dicho viaje en las palabras…

Ensayo

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REVISTA gavia P A L A B R A S D E M Á S

ESCRITORA INVITADA

Mary Louise Pratt

Profesora en la Facultad de Artes y Cien-

cias de la Universidad de Nueva York,

donde enseña en los campos de Estudios

latinoamericanos y Teoría de la cultura.

Su libro Ojos imperiales: literatura de viajes

y transculturación aparecerá en el 2008 con

el Fondo de Cultura Económica en Méxi-

co. El texto publicado a continuación se

presentó como conferencia plenaria en el

congreso de la Asociación Latinoamerica-

na de Estudios del Discurso realizado en

Bogotá en septiembre de 2007.

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E N S A Y O

FUERZA Y FRAUDE:La lingüística de la guerra y la ecología del discurso

POR MARY LOUISE PRATT

Conferencia plenaria presentada en la Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso en septiembre 20071

A finales de los setenta la filósofa de la ética, Sissela Bok, escribió un libro titulado Lying2 (la mentira). Respondiendo a la epidemia de engaño, espionaje y clandestinidad por parte del gobierno norteamericano du-rante la época de Watergate y Vietnam, 1 Agradezco a David Lauer y a Anabella Contreras Castro por su

ayuda indispensable en la preparación del texto en castellano, y sobre todo a Elvira Maldonado, que se encargó del primer borrador.

2 Bok, S., Lying: Moral choice in public and private life, New York, Vintage, 1978.

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la época de Watergate y Vietnam, Bok buscaba conceptos normati-vos que permitieran demostrar el daño causado por la mentira entre gobiernos y ciudadanos y dentro de las colectividades ciudadanas. Comienza equiparando la mentira con la violencia física, como formas de asalto: “El engaño y la violencia —dice Bok— son dos formas de asal-to deliberado a los seres humanos. Los dos pueden forzar a las personas a actuar en contra de su voluntad.” Ambos causan daño:

“De los daños que una victima pueda sufrir por causa de la violen-cia casi todos también pueden ser ocasionados por el engaño. Pero el engaño ejerce un control más sutil porque actúa sobre las creencias y no sólo sobre las acciones”.3

Maquiavelo, parece, hubiera reco-nocido la equivalencia que propone Bok. Según él, la guerra consiste en la aplicación combinatoria de dos herramientas básicas: la fuerza y el fraude, o sea otra vez, violencia y engaño. Elaine Scarry, autora del importante libro The Body in Pain, nos ayuda a aclarar.4 La guerra, según Scarry, se compone de dos elementos principales. Primero, tiene la estructura de un certamen o una contienda —contest— en el cual dos bandos opositores se enfrentan para que un lado venza sobre el

3 Ibíd., p. 18.

4 Scarry E., The body in pain: The making and unmaking of the worl, s.l., Oxford UP, 1985.

cosas. Primero, que “la mentira es un hecho genuinamente universal, practicado con habilidad en todo el mundo”6 y segundo, que, aunque “normal” en este sentido, la mentira no puede ser entendida sino como una excepción. Para Lynch el com-portamiento lingüístico está regido por una “expectativa de veracidad”7. De igual forma, Sissela Bok postula un “‘principio de veracidad’ que es una base de las relaciones entre los seres humanos”8. Sin este prin-cipio, dice Bok, “las instituciones se derrumban.” Todos están de acuerdo en que la desaparición de la expectativa de veracidad pronto produciría el caos en las colectivida-des humanas.

Un “principio de veracidad” pa-recería favorecer la verdad sobre la mentira. Pero también favorece la mentira, porque los individuos y las colectividades muchas veces aceptan mentiras como si fueran

verdades justamente para evitar el caos o el colapso de relaciones o ins-tituciones. El principio de veracidad se sostiene también de esa forma

6 Lynch, M., True to life: Why truth matters, Cambridge, MIT, 2004, p. 46.

7 Ibíd., p. 151.

8 Bok, S., op. cit., p. 30.

otro (como en muchos deportes). El certamen, para citar la acertada frase de Scarry, es “una actividad recíproca dirigida a producir resul-tados no-recíprocos”5. Segundo, (a diferencia, por ejemplo del tenis) lo que lleva una guerra hacia su reso-lución es el daño. Cada lado actúa para causarle un máximo de daños y lesiones al otro hasta llegar al punto en que uno de los opositores decide ya no aceptar más daño y elige la derrota. La guerra entonces movi-liza la fuerza y el fraude justamente como “formas de asalto deliberado a los seres humanos” (Bok, 1978).

Hoy propongo ref lexionar muy especulativamente sobre las di-mensiones lingüísticas de estos dos elementos de la guerra, la fuerza y el fraude. Por ejemplo, ¿cómo se moviliza la lengua como un arma de guerra? ¿En cuales aspectos las lenguas humanas se prestan a estas funciones, y en cuáles no?

Empecemos por el “fraude”, cuya forma lingüística más evidente es la mentira. Las personas que reflexionan acerca de la mentira (como el filósofo Michael P. Lynch en un libro reciente) parecen estar de acuerdo en por lo menos dos

5 Ibíd., p. 85.

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torcida entre parejas, parientes, go-biernos, ciudadanos (pensemos en las elecciones estadounidenses en el 2000, por ejemplo). En el año 2002 el entonces Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, fundó una Oficina de Influencia Estratégica destinada a difundir en los medios extranjeros reportajes falsos que apoyaran los intereses estratégicos de Estados Unidos. Era evidente que la información falsificada terminaría entrando en los medios estadounidenses, enga-ñando al público doméstico tanto como a los extranjeros enemigos. La protesta dentro de Estados Unidos fue tan grande que pocas semanas después anunciaron la suspensión del programa. Surge la pregunta: ¿por qué les creímos? Nos dieron todas las razones para no hacerlo. Pero ¿cuál era la alternativa? La formuló Hannah Arendt hace unos años cuando contemplaba el efecto del lavado de cerebro. Dijo Arendt: “El resultado de una substitución consistente y total de mentiras por la verdad facticia no es que la men-tira será aceptada como verdad y la verdad difamada como una menti-ra”. Más bien, dice, se produce “una clase peculiar de cinismo, el rechazo absoluto a creer en la verdad de algo, sin importar qué tan bien pueda estar establecido”.9 Los pú-blicos pueden enfrentar situaciones en las cuales, para evitar esa “clase peculiar de cinismo” sostienen el principio de veracidad aun cuando

9 Citada en Bok, p. 142.

falta justificación para hacerlo.

La relación entre la mentira y la veracidad es a veces caracterizada como “parasitaria” (Lynch: “El poder que se consigue a través de la mentira es parasitario al poder de la verdad”10). Es posible también pensar la relación como mimética: una mentira imita una oración verídica. Harald Weinrich, basán-dose en San Agustín, sugiere una relación sustitutiva. Para calificar como mentira, dice, una oración debe presuponer la existencia de otra oración contradictoria que es verídica y que el hablante sabe que es verídica pero que elige no enun-ciar.11 Todas estas caracterizaciones dependen de un hecho lingüístico obvio pero importante: en cuanto a rasgos lingüísticos formales una ora-ción falsa es indistinguible de una verídica. En su forma ejecutada, una oración verdadera es estrictamente idéntica a una falsa y esa identidad es la condición de posibilidad de mentir: para el receptor no puede haber diferencias perceptibles.

I. LA LENGUA EN LA GUERRA

La guerra pertenece a un conjunto de situaciones marcadas por el hecho de que el principio de la veracidad está suspendido entre

10 Lynch, M., op. cit., p. 152.

11 Weinrich, H., The linguistics of lying and other essays, Seattle, U. of Washington Press, 2005. El ensayo es de 1965.

los dos bandos combatientes. En una interacción normal, dice Lyn-ch, el peor efecto de la mentira es cuando “logro convencerte de creer algo que es falso con el fin de hacerte daño”12. Pues en el caso de la guerra, lo peor se convierte en lo mejor. El propósito es causar daño; el engaño, la información falsa, la simulación o el bluff son armas legí-timas y deseables. Dice Scarry: “El objetivo de cada diseño estratégico es ocultar activamente significados al oponente... el enemigo tiene que creer que estás mintiendo cuando estás diciendo la verdad y vicever-sa”.13

Sin embargo, según los psicólogos de la guerra, es igualmente esencial sostener el principio de veracidad al interior de cada uno de los bandos. Al analizar las causas de la derrota estadounidense en Vietnam, el ex-soldado y psiquiatra Jonathan Shay encontró que un factor importante fue la pérdida de confianza por parte de las tropas en la honesti-dad de sus propios líderes. Según Shay14, la valentía del guerrero, la capacidad psicológica de enfrentar peligros y riesgos extremos se diluye inmediatamente con la sospecha de que uno puede estar engañado

12 Lynch, M., op. cit., p. 148.

13 Scarry E., op. cit., p. 133.

14 Shay, J., Achilles in Vietnam: Combat trauma and the undoing of character, New York, Atheneum, 1994. Ver también otro del cual Shay, J. es coautor: Odys-seus in America: Combat trauma and the trials of homecoming, New York, Scriben-er, 2004.

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por sus propios líderes. En ese punto habría que modificar la afirmación de Clausewitz que dice: “La guerra es un terreno en el que todas las consideraciones éticas no son sólo innecesarias sino también peligrosas”.

Por encima de estos regímenes de veracidad, mentira y engaño, sin embargo, está la regla de la Verdad con mayúscula, la Verdad Superior en cuyo nombre cada bando acepta que vale la pena matar y morir. Las colectividades humanas legitiman las guerras, según nos dicen los teóricos, al representárselas como luchas entre Verdades distintas e incompatibles, entre creencias, valores, valores o modos de vida opuestos —como “constructos cultu-rales en competencia” para citar las palabras de Scarry15—. La victoria en una guerra, según este análisis, afir-ma la Verdad Mayúscula (el término es mío) el constructo cultural del lado triunfante, y descalifica aquella que fue derrotada —el nazismo y el fascismo después de la segunda guerra mundial; el comunismo al final de la guerra fría—. La invasión (imposición de estado de guerra) es una herramienta atractiva, sabemos, para los gobiernos que quieren esta-blecer una nueva Verdad Mayúscula para una sociedad, como fue el caso de Thatcher en las Malvinas.

La Verdad Mayúscula en cuyo nombre se lleva a cabo el intercam-bio recíproco de daños, es decir,

15 Scarry E., op. cit., p. 137.

la guerra, debe ser afirmada y elaborada amplia y continuamente por medio del discurso. Scarry pro-pone el término “framing language” —lengua-marco— para referirse a las construcciones verbales que utiliza cada uno de las colectividades en guerra para representar las razones por las que manda luchar y morir a sus soldados.16 Esta lengua-marco o framing language, según Scarry, se distingue por su carácter “desancla-

16 Scarry E., op. cit., p. 136.

do” (unanchored). Es un lenguaje que no se refiere a realidades tangibles, sino más bien evoca categorías ideo-lógicamente saturadas y referencial-mente abstractas: los que para un lado son terroristas, para el otro son freedom fighters (libertadores) y viceversa.17 Bush y su equipo luchan en nombre de términos desanclados como “libertad”, “democracia,”

17 Se puede citar por ejemplo, los nombres retóricos con los cuales se bautizan las operaciones militares: Tormenta del Desierto, Libertad Iraquí, etc.

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“mundo libre” o hasta “civiliza-ción”. Proliferan categorías como “combatiente ilegal”, “actor no estatal”, “rendición”, que generan limbos existenciales, éticos y legales. Una nueva lengua-marco legitima la tortura redefiniéndola sin referen-cia al dolor o al sufrimiento.

¿En qué consiste la capacidad del lenguaje para actuar de manera “desanclada”? Jean-Jacques Lecercle examina esto en su audaz estudio acerca de “les fous littéraires”18. Les fous littéraires son individuos que usan el infinito poder generativo de la significación para llevar a cabo proyectos interpretativos completa-mente locos, como el que comprobó textualmente que Lewis Carroll era Jack el Destripador, o los que de-

muestran con pruebas textuales que el holocausto no ocurrió. El poder del lenguaje desanclado, me parece, no está en su distanciamiento de

18 Lecercle, J. y Riley D., The force of language, Londres, Palgrave, pp. 76-83.

la realidad sino en su capacidad de adherirse a casi cualquier cosa. El “terror” y las “amenazas” saturan el aire como seres sin cuerpo capaces de materializarse en cualquier lugar en cualquier forma: una cartera olvidada sobre una banca, un pa-sajero en un aeropuerto hablando farsi en su celular, un brasileño con gabardina en el metro de Londres. El desanclaje nutre el temor. “Si ves algo, di algo” dice hoy la propagan-da del Ministerio de Seguridad en el metro de Nueva York. ¿Ver qué? ¿Decir qué?

Lo que de modo inequívoco ancla el sentido en la guerra es la carne humana. Hasta ahora las heridas corporales siguen siendo la moneda principal que decide las contiendas

en la guerra. Las Verdades Mayúsculas se afirman a través de carne humana destrozada y cuerpos muertos (149). Caro-lyn Marvin y David Ingle, en su impactante libro Blood Sacrifice and the Nation (“El sacrificio de sangre y la nación”), agregan una dimensión radical al análi-sis de Scarry19. Lo que importa en la guerra, proponen, no es el derramamiento de sangre que un grupo infringe a su enemigo, sino la sangre que llegan a derramar sus propios

integrantes. No son los muertos enemigos, sino los propios los que afirman la Verdad Mayúscula. Éste, dicen Marvin e Ingle, es el gran se-

19 Marvin, C. e Ingle, D., Blood sacrifice and the nation: Totem rituals an the American flag, s.l., Cambridge UP, 1999.

creto detrás de las guerras. Marvin es comunicóloga, e Ingle es psicólogo y ex-militar de operaciones especiales y combate antisubmarino. La guerra, plantean los dos autores, usando un paradigma de origen antropológico, es un mecanismo a través del cual las colectividades humanas se renuevan y se revitalizan sacrificando a sus pro-pios integrantes. Las fuerzas armadas según este análisis son una “clase expiatoria” especialmente designa-da y ritualmente preparada para el sacrificio cuyo fin no es afirmar una Verdad, sino simplemente reforta-lecer la continuidad y la integridad del grupo mismo,20 algo que no es ni verdadero ni falso, sencillamente es. Igual de esencial es el tabú colectivo que prohíbe reconocer este hecho. Este tabú, argumentan Marvin e Ingle, “exige que actuemos como asesinos que no quieren matar... el enemigo es la causa del sacrifi-cio”.21 “Cuanto más verosímil sea la amenaza, cuanto más ocultos estén nuestros motivos, cuanta más sangre podamos exigir, más unificador será el ritual”.22 Estas palabras fueron escritas en 1990; su resonancia en 2007 es fuerte y compleja.

II

Volvemos ahora a la dupla aliterada de mi título: fuerza y fraude, pen-sados aquí como formas de asalto y

20 Ibíd., p. 71.

21 Ibíd., p. 80.

22 Marvin, C. e Ingle, D., Blood sacrifice and the nation: Totem rituals an the Ameri-can flag, p. 79.

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armas de guerra. Hemos hablado hasta ahora del lado lingüístico del fraude: la mentira. Preguntemos ahora por el otro término: ¿cuál es la forma lingüística de la fuerza, del ataque? Veamos un ejemplo:

A principios de octubre de 2005, Steven Dupont, fotógrafo y pe-riodista australiano, filmó un epi-sodio en Afganistán que hizo eco en la prensa internacional (y que se encuentra en YouTube).23 En el video, narrado por Dupont, éste acompaña a un convoy de soldados estadounidenses y afganos cuando éstos entraron en una población afgana en busca de unos talibanes que por la víspera los habían ata-cado. Revisan las casas del pueblo sin encontrar nada y entonces el especialista en operaciones psi-cológicas, el sargento Jim Baker, elige otra táctica. En una colina sobre la población, ordena a sus hombres extender los cadáveres de dos talibanes muertos en el enfrentamiento anterior, y pren-derles fuego. Mientras los cuerpos arden, el intérprete lee a través del altavoz una letanía de insultos que el Sargento Baker había redactado en un cuaderno, acusando a los talibanes de cobardes afeminados y falsos musulmanes por permitir este sacrilegio a los cadáveres de sus compañeros. Las leyes islámicas

23 El video de Dupont se encuentra en YouTube. El relato fue publicado en el New York Times (Eric Schmitt) y en el International Herald Tribune (Carlotta Gail y Eric Schmitt) el 20 de octubre de 2005.

prohíben la cremación y exigen que los muertos sean enterrados en dirección hacia La Meca. Los cuerpos incinerados fueron una provocación concebida para enfu-recer al enemigo motivándolo a salir a campo abierto. En el campo discursivo, el arma ofensiva fue justamente el acto de ofender. El plan no dio resultado. La filmación de Dupont, por otra parte desató un torrente de indignación inter-nacional, obligando al Pentágono a condenar el abuso de los cadáveres y a ordenar una investigación. En el video de Dupont, sin embargo, es evidente que el sargento Baker está ejerciendo su oficio, para él, de manera rutinaria.

Los insultos proferidos a los taliba-nes sobre los cadáveres en llamas no fueron aserciones sino interpelacio-nes. El mensaje confeccionado por Baker interpeló a los combatientes talibanes usando lo que en inglés se denomina fighting words —palabras combativas— una categoría que adquirió estatus legal en Estados Unidos en 1942 con una determi-nación judicial que el derecho de libre expresión no protegía palabras que “por su mera pronunciación son injuriosas o tienden a incitar una ruptura inmediata de la paz”24. Dichos actos cristalizan la propuesta que hacen Deleuze y Guattari de

24 Estas palabras fueron tomadas de Chaplinsky vs New Hampshire 315, U.S., 1942, 568, 572. Citado en Matsuda et al., Words that Wound: Critical race theory, assaultive speech and the First Amendment, Westview, Boulder CO, 1995, p. 60.

que la interlocución es “un lugar para la contienda de fuerzas, no para el intercambio cooperativo de información”. “El componente básico (building brick) del lenguaje —proponen— no es la oración pre-dicativa, la afirmación, sino el eslo-gan, el mot d’ordre: la violencia de la interpelación está presente desde el mismo principio. Es constitutiva del lenguaje”.25 La interpelación es el acto de “poner a la gente en su lugar”, es decir, en un lugar especificado por el hablante. La interpelación no necesariamente es injuriosa, pero, como bien lo saben los que analizan los insultos racistas, es el mecanismo por excelencia para producir daño a través del lenguaje. En la tortura y la interrogación, la interpelación humillante y ame-nazante es un ingrediente esencial para producir el estado deseado de la abyección.

En la guerra, como lo ilustra el incidente de Afganistán, la interpe-lación es el principal trabajo de las llamadas Operaciones Psicológicas, definidas oficialmente como “el uso planificado de las comunicaciones para influenciar las actitudes y el comportamiento humanos” en apo-yo de “los objetivos nacionales”26.

25 Deleuze, G. y Guattari, F., L’Anti-oedipe, citado en Lecercle, p. 71.

26 El Ejército de los Estados Unidos de-sarrolló su primera “Loudspeaker and Leaflet Company” en 1953 durante la guerra de Corea. Un año después, cuando la CIA organizó un golpe en Guatemala, hizo uso amplio de pan-fletos, programación radial y artículos

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Sus instrumentos son crudos: el al-tavoz (como en el ejemplo citado), el panfleto, la radio, en nuestros días la televisión, el video y los especia-listas como el Sargento Baker.

Como mecanismo para producir el daño, la interpelación se basa en un aspecto de la lengua que la lingüística casi nunca problematiza:

el hecho de que tenemos mucho menos control sobre nuestro oído que sobre nuestra habla. Como dijo elocuentemente el ex-prisionero po-lítico uruguayo Mauricio Rosencof, “a Dios se le olvidó ponerle párpa-

periodísticos. En 1998 fue establecido el primer Regimiento de Operaciones Psicológicas, en Fort Bragg, Georgia.

dos a los oídos”27. La interpelación es en gran medida “in-evitable”. Es, con frecuencia, materialmente imposible para los sujetos rehusarse a oír y, al oír una expresión en una lengua que conocemos, es casi im-posible evitar decodificarla. Denise Riley, en su profunda reflexión sobre el habla interior, observa

que “el discurso injurioso, años después del momento en el que fue proferido resuena incesantemente en la mente de aquel a quien fue dirigido”.28 Riley refleja con elocuencia los efectos de “este sonoro aspecto invasor de las palabras ven-gativas”. Las palabras bellas y amorosas también tienen su poder de permanencia pero, dice Riley, “el tra-bajo del amor palidece en comparación con el trabajo del odio” porque el último hace daño y requiere cura o sanación.29

No puedo dejar este tema sin comentar un reciente avance tecnológico desti-nado a refinar el papel de

la interpelación en la guerra. Se

27 Rosencof M. y Fernández E., Memorias del calabozo, Montevideo, TAE Editores, 1987.

28 Lecercle, J. y Riley, D., The force of language, New York, Palgrave Macmillan, 2004.

29 La interpelación opera, como dice Ri-ley, con “una profunda indiferencia en donde el lado de lo bueno puede des-cansar”.

trata de un aparato desarrollado en los noventa por la agencia DARPA —Defense Advanced Research Agency— en Washington, y bauti-zado el Phraselator. El Phraselator es un aparato manual más o menos del tamaño de una Palm Pilot que traduce oraciones pre-seleccionadas del inglés a otro idioma. En reali-dad, no traduce. Uno enuncia la oración en inglés en un micrófono y la máquina emite una versión grabada de la oración correspon-diente en la lengua destinataria. Para cambiar de idiomas o para instalar otra serie de oraciones se cambia la tarjeta de memoria. El Phraselator se utilizó por primera vez en Bosnia en 1997. Después del 11/S se produjo masivamente en anticipación a la guerra. Miles de Phraselators, programados con el árabe, están en uso en Irak. Lo interesante para mí del Phraselator es que, aunque habla, no comprende nada. Es una máquina casi de pura interpelación. Si lo usas para hacer una pregunta, no te puede dar la mas mínima ayuda para entender la respuesta. Puedes dar una orden, pero si alguien quiere explicar por qué no puede obedecer o por qué tu orden es una mala idea o está basada en información errónea, la máquina no ayuda. La asimetría lingüística del Phraselator cristaliza el papel privilegiado de la interpe-lación en la guerra.30

30 Es difícil no pensar en el Phraselator cuando alguien le pregunta al Presidente cómo piensa relacionarse con los otros

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III. LA GUERRA TRANSLINGÜÍSTICA

El Phraselator introduce otra dimen-sión al tema que hasta el momento he pasado por alto: la dimensión multilingüe. El escenario filmado en Afganistán es un escenario translingüístico. Los insultos com-puestos por el sargento Baker fueron enunciados en la lengua local por un intérprete. También es un escenario transcultural: la incineración de los cadáveres es posible únicamente porque Baker y sus hombres no son musulmanes: si lo hubieran sido, sus acciones violarían sus propios principios religiosos. La interpela-ción ofensiva de los talibanes fue realizada desde fuera de la matriz religiosa-cultural del adversario.

No es inevitable que los escenarios de guerra sean ni translingüísticos ni transculturales, pero es común; dada la naturaleza de la guerra, y de los es-tados-nación, es sobredeterminado.31 ¿Cómo opera, entonces, la lengua como arma de guerra en escenarios translingüísticos y transculturales? Mis reflexiones sobre este tema, que por el límite de tiempo serán breves,

países y él responde: “Me dirijo a los otros y les explico por qué tomo las decisiones que tomo” The Economist 1/15/05.

31 La diferencia lingüística siempre puede producir la otredad necesaria para iniciar una guerra. A menudo la lengua distingue un Estado de otro, y casi siempre la diferencia lingüística está presente en el caso de proyectos imperiales o expansionistas llevados a distancia.

están basadas en una observación cuidadosa del papel protagónico, contradictorio e imprevisible que ha jugado la diferencia lingüística en la denominada guerra contra el terror de los últimos seis años.

Desde la época de Theodor Ro-osevelt, el monolingüismo inglés ha sido un elemento constitutivo de la propuesta nacional estado-unidense. Elemento “desanclado” por excelencia, puesto que el país desde sus inicios se ha desarrollado económicamente por medio de la importación de mano de obra de otros lugares, práctica que garantiza un nivel permanente de multilingüis-mo entre la población. Esa enorme contradicción atraviesa toda la historia norteamericana desde fines del siglo XIX, y cuando hay crisis de seguridad nacional se impone de manera muy específica. Por un lado, el monolingüismo dogmático significa que el país no desarrolla el personal multilingüe que necesita para sostener relaciones eficaces con el resto del mundo. Por otro lado, los ciudadanos que tienen capacidades translingüísticas, por ese mismo hecho, están bajo per-manente sospecha. En septiembre de 2001, el número de personas en universidades norteamericanas que estudiaban la lengua pashtun era, se-gún las estadísticas disponibles, cero. El último equipo del Cuerpo de Paz en la región había sido retirado en 1967. En Hayward, California, vivía y vive una extensa comunidad afgano-

americana, incluyendo el novelista Khaled Hosseini, quien en aquel momento escribía su best-seller The Kite Runner. Muchos adultos de esa comunidad, incluyendo Hosseini, hablaban pashtun pero casi ninguno era elegible para un security clearance, precisamente por tener parientes o amigos nacidos en Afganistán, por haber viajado al país, o por tener do-ble ciudadanía. Mientras tanto, las políticas educativas monolingüistas garantizaban que los hijos de esos afgano-americanos no tendrían nin-guna oportunidad de desarrollarse en su lengua materna. El proyecto educativo nacional era eliminar el multilinguismo lo más rápido posible. Cien kilómetros al sur de Hayward, en la principal Escuela Mi-litar de Lenguas (la Defense Language School) en Monterrey, California, a los soldados que estudiaban ruso y japonés rápidamente se les reasignó al pashtun y al árabe, sabiendo que, aún con un estudio intensivo y a tiempo completo, tardarían dos años en adquirir una capacidad comunicativa funcional. Vean las paradojas.

Según el Pentágono, en escenarios de guerra multilingües, el objetivo es hacer de la lengua un “multiplicador de fuerzas” (force multiplier), una he-rramienta que aumente el poder de causar daño al enemigo. Pero, como han descubierto, no es fácil movili-zar la diversidad lingüística con este fin porque el lenguaje no es una arma cualquiera. Los encargados de

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hacer de la lengua un multiplicador de fuerzas enfrentan al menos cuatro dilemas que no pueden ser resueltos dentro del marco de la guerra o de la crisis de seguridad:

Dilema 1: las temporalidades de la guerra y del aprendizaje de un idioma son muy dispares. Aprender un idioma toma años. No es posible prepararse lingüísticamente para una guerra, a menos de que ésta se haya planificado con muchos años de anticipación. Pero en el orden geopolítico moderno, la guerra solamente puede legitimarse como un estado de excepción, algo que se da cuando se han agotado las vías no violentas. La invasión a Irak en el año 2001 aparentemente fue pla-nificada con años de anticipación,

te esta temporalidad no-táctica del aprendizaje de idiomas.

Dilema 2: a diferencia de los tan-ques, las granadas o las botas, el armamento lingüístico pocas veces puede transferirse de un escenario a otro. Los hablantes de árabe en-trenados para Irak no servirán en una invasión a Irán o a Kazajikstán, con o sin Phraselator. En el momento actual, esta realidad está ayudando activamente a evitar dichas inva-siones.

Dilema 3: el lente de la seguridad centra su atención en los idiomas de aquellos que se ven como posibles adversarios o enemigos. En cuanto a políticas lingüísticas, esto significa identificar un grupo reducido de

no son los que van a ser críticos en el futuro. Las crisis futuras serán crisis justamente porque no fueron anticipadas. La crisis es siempre la situación que no se logró anticipar, como ocurría con el pashtun en 2001. Este dilema no tiene solución dentro de un marco de confronta-ción o de guerra.

Dilema 4: los esfuerzos para movili-zar la lengua dentro del marco de la seguridad y la guerra siempre van a encallar en un hecho lingüístico simple, que los aparatos de seguri-dad perciben de la siguiente ma-nera: las circunstancias necesarias para que las personas adquieran las competencias translingüísticas y transculturales que necesitan los aparatos de seguridad son las circunstancias que convierten a las personas en riesgos de seguridad. El conocimiento que permite a al-guien hacer el trabajo de intérprete o traductor lo vuelve peligroso, por-que lo que se necesita para llegar a ser bilingüe o multilingüe es una larga o intensa experiencia vivida con quien ahora es el enemigo. La ruta hacia la competencia trans-lingüística y transcultural pasa por el conocimiento y las relaciones interhumanas. Por allí tiene que pasar, forzosamente.

Como en el caso de los afgano-ame-ricanos de Hayward, esta contradic-ción impregna y compromete todos los esfuerzos para hacer de la lengua una herramienta de seguridad y un arma de guerra. Dentro del marco

pero sólo pudo ser legitimada como un último recurso. Notemos que la paz, por otra parte, sí puede planifi-carse con años de anticipación. Los gobiernos siempre pueden justificar una inversión en las lenguas con el fin de evitar la violencia. En los contextos de crisis y de guerra, se requiere confrontar continuamen-

lenguas “críticas” o “estratégicas” y dirigir una inversión concentrada hacia ellas, como está ocurriendo ahora en Estados Unidos. Pero aquí también la óptica de la seguridad genera una contradicción que ella misma no puede resolver. Porque los idiomas que parecen “críticos” en un momento dado casi indudablemente

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de la (in)seguridad, los ciudadanos que serían los multiplicadores de fuerza ideales, se convierten en el mayor riesgo. Las operaciones y las aptitudes translingüísticas en y por sí mismas generan inseguridad. Los mediadores lingüísticos (traductores, intérpretes) se vuelven, de manera si-multánea, urgentemente necesarios e irremediablemente sospechosos. Los enemigos cohabitan en ellas. Son puntos de infiltración y de contagio.32

32 Nadie sabe esto mejor que el capitán James Yee, capellán militar y converso al Islam. En el 2002 fue enviado a atender a los detenidos en Guantánamo, para “mediar los malentendidos entre los prisioneros y las autoridades” y para “distender las tensiones”. En septiembre del 2003 el ejército lo arrestó, lo encarcelaron incomunicado con grilletes en los pies durante 6 días, acusado de espionaje. Dos traductores árabe-estadounidenses en Guantánamo fueron arrestados al mismo tiempo, acusados de tomar fotografías sin autorización, de pasar información confidencial al “enemigo” y de distribuir baclava ilegalmente a los detenidos. Durante los dos años siguientes, casi todos los cargos contra estos hombres fueron retirados, pero lo que me interesa reflexionar aquí es esto: fueran o no culpables, las habilidades por las cuales los contrataron y por las que los valoraba el ejército eran precisamente las que los hacían sospechosos y peligrosos. Y esto era inevitable dentro del contexto de la guerra. A pesar del hecho de que todos habían recibido las autorizaciones de seguridad del más alto nivel, para el capitán Yee y para los dos traductores la posición de intermediarios nunca estuvo a más de un paso de distancia del encierro en solitario y encadenado. Ver el libro de Yee, J., For God and country: Faith and patriotism under fire, con Aimée Molloy, New York, Public Affairs, 2005.

La imposibilidad de “asegurar” el lenguaje en el contexto de la guerra tiene muchas implicaciones. Si un estado va a ser fanáticamente mo-nolingüe, quizá debería evitar tener enemigos, o emprender proyectos imperiales. Si busca armar un impe-rio, quizá debería invadir únicamente pueblos que hablen la misma lengua (aunque esto puede implicar que a lo mejor ya los invadió antes). No debe sorprendernos que el pensa-miento militar fantasea con una utopía lingüística propia, una utopía tecnológica. Un anuncio reciente de DARPA (Defense Advanced Research Projects) solicitaba propuestas para un nuevo programa de investigación y desarrollo llamado GALE (Global Autonomous Language Exploitation) con el fin de eliminar la necesidad de lingüistas y analistas, proveyen-do rápida y automáticamente a los comandos y al personal militar, de información relevante, sintetizada y útil para tomar decisiones. Existe, claro, la alternativa de invertir en las facultades translingüísticas humanas para evitar que las confrontaciones surjan, o para resolverlas de manera no bélica.

IV. CONCLUSIÓN

Inicié esta conferencia citando la identificación maquiavélica de la fuerza y el fraude como dos medios principales para hacer la guerra. En el terreno lingüístico, sugerí que es-tas dos herramientas corresponden

a la mentira (fraude) y la interpela-ción (fuerza). Concluyo preguntan-do si estas dos formas de hacer daño requieren diferentes mecanismos de sanación. En las últimas décadas, en respuesta a las guerras internas, varias naciones-estado han expe-rimentado ampliamente con un mecanismo de sanación intersubje-tiva: la Comisión de la Verdad. El nombre mismo sugiere un intento de corregir los daños causados por la mentira, el engaño y el secreto. Pero si Dense Wiley y otros tienen razón, la verdad por sí sola no puede curar los estragos deshumanizado-res de la interpelación violenta: el insulto, la humillación, el terror, el envilecimiento, la animalización. Estos daños, plantea Riley, no re-quieren de la verdad sino de una “objetivación” del lenguaje: los términos injuriosos son repetidos una y otra vez hasta que pierdan sus poderes de subjetivación, hasta que al caer en los oídos que no tienen párpados, ya no tienen fuerza. ¿Será que este trabajo de objetivación —la desactivación del lenguaje violen-to— se deba incorporar en proyectos de reconciliación social, junto con la búsqueda de la verdad? Ésta no sería una condición suficiente para eliminar las líneas del conflicto que produjeron la violencia, pero puede ser necesaria.

NEW YORK UNIVERSITY,SEPTIEMBRE DE 2007.

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dijo haber encontrado un planeta, el pequeño planeta Genoveva, igual que su amor, Genoveva Alcocer. Ella, igual que el astro que ahora llevaba su nombre, parecía insignifi-cante, pequeña luz verde que a veces parecía no existir, aunque no se sabía lo importantes que llegarían a ser, tanto el pequeño planeta, ahora Urano por capricho de la historia, como la gran tejedora de coronas, Genoveva Alcocer: caminante en la gran ola blanca de la historia de

Occidente como Mason, tejedora de momentos y lu-gares, Cartagena, París, España, Italia, Alemania, Las colonias Británicas, y después hechicera que deshace todo en recuerdos, en momentos y lugares que fueron, que ahora deshechos en la historia vuelven a nosotros para tejer la voz de la cultura universal.

La novela —La tejedora de coronas— del escritor colombia-no Germán Espinosa incluye de manera fantástica al Caribe colombiano, a la mujer y a la razón atravesada por el sentimiento y la sensualidad que pertenecen al sur del continente americano. Los involucra en el complejo tejido de la historia de Occidente, partiendo de cambios radicales en el pensamiento de la huma-nidad, reflejados en los estudios y sueños de Federico Goltar y posteriormente pensados y realizados por Genoveva Alcocer. Es en ella, en la tejedora de coro-nas, donde la historia refleja la voz universal que sale de Latinoamérica, no sólo haciéndose partícipe sino además protagonista.

Viviendo la invasión de la armada francesa a Cartagena en abril de 1697, al mando del Barón de Points y los filibusteros de la Tortuga, viendo morir a sus seres queridos y conocidos —su padre Emilio Alcocer, su hermano Cipriano, la madre de Federico, Cristina, y su esposo Lupercio Goltar y hasta su amor Fede-rico Goltar—, quedando prácticamente sola en una

GERMÁN ESPINOSATEJEDOR DE LA HISTORIA ENTRE ALAS DE LITERATURA Y REALIDAD

ROLANDO FRANCO

ESTUDIANTE DE LICENCIATURA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

Entretejiendo el tiempo

Montando en una ola blanca…

Pero a más de coronas deEspinas, de coronas fúnebres,Yo parecía estar destinada a

Tejer guirnaldas de ignominia…La tejedora de coronas

El pequeño lente de uno de los hijos de Galileo se arrastra entre el polvo de la ca-sona, en el altillo donde alguna vez funcionara el pequeño observatorio del desdichado y desilusiona-do Federico Goltar; as-trónomo frustrado por el peso de la irracionalidad, no le creyeron cuando

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ciudad semidestruida, sitiada y asaltada, además, siendo vulnerada por el filibustero Leclerq, quedando únicamente con los sueños de Federico como única esperanza y apropiándose de estos, logra dar sentido a una vida que había perdido todo horizonte. Ahora ella, la sobreviviente, se convierte en la estudiosa de los libros que poseía Federico. Intentaba mirar lejos, tanto como se pudiera, y de pronto su vista y sus es-peranzas estaban en París, aunque su cuerpo, su man-cillado cuerpo, estaba dispuesto en Cartagena para Bernabé. Este boga se convierte en el único contacto con la realidad que había vivido y único apoyo para afrontar un entorno mendicante que la reclamaba para el claustro o la hoguera. Sólo el tiempo revelaría el destino, no el camino.

Gracias al estratégico punto en el que estaba situado el puerto de Cartagena, se convertía en paso obligado para los extranjeros. Por eso conoce a Pascal de Bignon y a su compañero Guido Aldrovandi, quienes se con-vierten en su boleto a París con momentánea escala en Quito y después en Marsella. Ya estando en París conoce a François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, quien la contacta con la logia masónica en la calle de Notre Dame, después trabaja como ayudante en el observatorio de París y entabla relación con Jean Trencavel y es gracias a él que conoce a Mary, niña ensimismada, silenciosa y enigmática, renacimiento del amor de Genoveva. Todo esto ha pasado 30 años después del asalto a Cartagena, Genoveva, ya una mujer madura, ha llegado más lejos que cualquiera de su género en su época: es una mujer que habita el siglo XVIII y puede ser algo más que maravilloso o algo normal para la emancipación del “hombre”.

En 1720 se encuentra en Alemania, allí muere Mary. Alrededor de 1727 funda la logia Matritense y conti-núa sus misiones de la logia Mason. En 1743 es conde-nada a 10 años de prisión en la Bastilla en la ciudad de París, donde gracias a los cuidados de François Marie y la logia, no resultan ser tan penosos. Al salir de prisión en 1757 viaja a Roma, donde se entrevista con el Papa

Benedicto XIV, para pedirle que se pueda implantar como cátedra la teoría heliocéntrica; posteriormente en 1758 viaja a Nueva York a las colonias inglesas donde es contactada por George Washington. En 1766 viaja a Norfolf desde donde parte al mar Caribe y naufraga, cae irónicamente en las islas de la Tortuga, de la cual es rescatada por el negro Apolo Bolongolo, que revive su erotismo. A estas alturas ya sólo una anciana podría decirse sabia, cuando su belleza y su juventud ya eran un recuerdo lejano. Después regresa a Cartagena para ponerse en contacto con los intelectuales con ideas de emancipación y lucidez, pero es encarcelada por la Inquisición, donde es torturada y luego condenada por brujería. La tejedora muere a los 93 años de edad en 1773, después de haber convencido a la historia de que la dejara participar en primer plano de su tejido siempre inconcluso.

A partir de esta vacua sinopsis, que por supuesto no refleja en lo absoluto la intrincada armazón que presen-ta la estructura de la novela, vemos claras muestras del carácter histórico de la novela y también el importante papel de la narradora: nuestra protagonista que cuenta cómo la decisión de llevar sueños prestados a cabo la empujan a desenvolverse en los intrincados hilos de la historia, anudados estos en el vaivén de las acciones y decisiones, tomadas no sólo por ella sino ayudada por personajes ficticios e históricos.

¿Cómo construye el autor el camino que recorre Geno-veva? ¿Cómo la mirada voyerista del lector se convierte también en tejedora de tiempo y espacio? La novela se encuentra escrita sobre una sintaxis no tradicional donde cada capítulo de los 19 que la componen son una sola y larguísima oración únicamente separada por comas que dan coherencia a los diálogos y claridad al relato interior. Se debe entender que no se encuentra una linealidad en la narración, por lo que el lector tiene que estar atento a los cambios espacio-temporales que presenta cada capítulo. Debido a la narración úni-ca de Genoveva Alcocer, se depende de sus recuerdos y la organización que ella hace de éstos para enterar-

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La materia que entrega sustento a la anterior estructura es el ca-rácter histórico retrospectivo de la narración. Espinosa ubica la historia entre 1697 y 1773 en di-ferentes lugares del mundo: desde Cartagena, pasando por España, Francia, Alemania y las colonias inglesas, entre muchas otras partes donde se logra de cierta manera la reelaboración de la historia. Como lo menciona Seymour Menton, esta es una presentación de “la nueva novela histórica” que no se limita a recrear un realismo social, ni tampoco pasa a la creación mágico-mística ubicada en cierto punto de la historia. Más bien el autor intenta entrelazar momentos y personajes reales de la historia por medio de la creación ficcional, logrando así una mirada alterna de un hecho real, que se ha presenta-do como univoco. Ejemplo de esto es Genoveva Alcocer, personaje de ficción que logra protagonismo en el Siglo de las luces, viajando, haciendo parte de una logia ex-clusiva de hombres, expandiendo su conocimiento y hacer parte de la historia universal de manera transversal y casi invisible, refleján-dose en que es amante de Voltaire, personaje clave en la historia de la humanidad. En esta medida se genera una “liberación imposible en el siglo de las luces” como lo menciona Beatriz Espinosa. Con base en lo anterior, se evidencia una reelaboración literaria de la historia, donde no se aleja de ésta

y tampoco se limita a convertirse en simple relato historiográfico de una unívoca “verdad” histórica.

Ahora, además de la estructura y la argamasa histórica está el pun-zón caliente que los entrelaza, que los teje en medio de su recorrido biográfico: Genoveva Alcocer, paradigmático personaje protagó-nico, que pasa de la inocencia, la belleza, de su juventud y erotismo a la vejez, la sabiduría y hasta la bru-jería, generando en la historia una transgresión del orden establecido, queriendo libertad a la hora del acceso al conocimiento y el disfrute del cuerpo. Muestra de esta forma que la razón puede nombrar una era pero que no domina lo humano. Por ello, Genoveva Alcocer es la ola blanca que, como la espuma, irrumpe en un vaivén en el mar de la historia, incluyendo el universo en el Caribe, en el mare internum de la cultura universal.

BIBLIOGRAFÍA

Espinosa, G., La elipse de la codorniz-ensayos disidentes, Bogotá, Pana-mericana Editorial, 2001.

Espinosa, G., La tejedora de coronas, Bogotá, Editorial Alfaguara, 2002.

Espinosa oral- las 24 mejores entrevistas a Germán Espinosa, Barranquilla (Colombia), Fondo de publica-ciones de la Universidad del Atlántico, 2000.

nos y lograr entrelazar la narración. Este recurso ayuda a mantener el suspenso y obliga de alguna forma al lector a continuar la lectura y a seguir escuchando la voz interior, su monólogo o “corriente de concien-cia” o, como lo llama Jairo Morales Henao, “el tejido plástico y musical, en un acierto sensual de la luz y el sonido”. En esta medida y gracias a la libertad del lenguaje, se perciben saltos cronológicos que liberan a la obra de una linealidad fragmenta-da, obra que necesita de un lector despierto que enlace y permita la continuidad de la narración.

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SU BIOGRAFÍA

Del Caribe al universo oscuro y sin tiempo

Fue en abril, el día 30, tal vez en la vespertina bienvenida que el plane-ta verde le daba a Germán Espinosa, como la vieran muchos años antes Genoveva y Federico, o después en la imaginación de uno de los más grandes escritores que haya presentado el Caribe Colombiano. Sí, fue el 30 de abril de 1938 en la ciudad custodiada —Cartagena de Indias— que la señora del periodista y poeta Lázaro Espinosa Gonzales, doña María Teresa Villareal Franco, daba a luz a su hijo. A los 7 años la familia del escritor se residencia en el pueblo de Corozal en Sucre; después de haber estudia-do sus primeras letras en Cartagena, se matricula en el Instituto Corozal. En 1948 regresa a Cartagena a casa de su abuela mater-na, de donde según él no ha salido, ni de su patio ni de su biblioteca.

En 1954 publica su primer libro Letanías del crepúsculo, poema-rio prematuro aunque promisorio para lo que iba a ser su carrera y su vida. En 1957 se instala en Bogotá y se convierte en asiduo visitante de los cafés y la bohemia bogotana. Es-tando en esta ciudad ingresa como redactor político en las oficinas de la United Press International. En el año 1961 publica en el semanario

Sucesos los cuentos La orgía y La noche de la trapa; además, publica la antología Lo mejor de Luis Carlos López. En 1965 contrae matrimonio con la pintora Josefina Torres y dos años después nace su hijo León. Mientras tanto escribe en el sema-nario El siglo, y dirige las oficinas de la agencia mexicana de noticias en Bogotá. En 1969 su cuento Una esquela para María es traducido al alemán por Ana Maria Broch; tam-bién en ese año comienza a concebir su afamada novela La tejedora de coronas, después de observar cómo el hombre llegaba a la Luna. Es en 1970 cuando publica su primera novela Los cortejos del diablo, que tres años después es traducida al italiano como Le corti del diavolo, por Lucrezia Cipriani Panuncio.

Poco después publica Reinvención del amor, donde se reúne parte de su obra poética y en 1976 publica una colección de relatos con el nombre de Los doce infiernos.

Un año después se posesiona como cónsul general de Colombia en Nairo-bi, Kenya. En 1979 publica su novela El magnicidio y en 1980 la antología Tres siglos y medio de

poesía colombiana. Dos años más tarde, después de casi doce años de

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haber concebido la idea, publica La Tejedora de coronas. En el año de 1984 ingresa como comentarista cultural en la cadena radial Caracol, cargo que desempeñará durante dos años. En el año de 1987 publica su novela El signo del pez, basada en la vida de Pablo de Tarso y los comienzos del cristianismo. Más tarde aparece su colección de relatos Noticias de un convento frente al mar, y los libros Gui-llermo Valencia y Luis Carlos López. En 1990 sale su novela Sinfonía desde el nuevo mundo, además de un libro de ensayos titulado La liebre en la luna.

En 1991 incursiona en el género de-tectivesco que lo fascinó desde joven, con la novela La balada del pajarillo. Publicada en el 2000, y juzgada por algunos críticos tan afortunada como La tejedora de coronas, es un relato de suspenso psicológico que ahonda en las fantasías paranoicas de un personaje devastado por el al-cohol y la droga. En sus novelas más recientes, Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón, de 2003, Cuando besan las sombras, de 2004, y Aitana, de 2007, Espinosa ha acusado una tendencia hacia temas esotéricos que señala en él, al parecer, una preocupación por la necesidad de que el ser humano re-grese al espiritualismo, aunque libre de ataduras religiosas. Sus sucesivas colecciones de relatos cortos como Romanza para murciélagos, de 1999, insiste en lo fantástico y lo psicoló-gico, pero asimismo en señalar con mirada crítica ciertos aspectos de la vida latinoamericana, especialmente

del mundo político y literario. En el año 2003 aparece El sueño ético en Atenas y otras prosas, en los cuales en-cara con admirable erudición temas del pasado o del presente. Su obra La aventura del lenguaje, de 1992, consti-tuye un itinerario asombroso por los secretos históricos y estructurales del lenguaje humano, en tanto La vida misteriosa de los sueños, de 2005, lo es por los océanos de esa segunda vida conformada por las experiencias oníricas. Ha biografiado a personajes colombianos y universales, tal como en Torquemada, el fraile diabólico, de 2005.

En el verso ha sostenido el tono lírico introspecti-vo, en obras como Libro de conjuros, de 1991, o Quien se aleja soy yo, de 2001. En 2003 pu-blicó un tomo de memorias titulado La verdad sea dicha, donde denuncia aspectos de la his-toria de su país y hace memoria de amistades litera-rias y artísticas. En su vida personal, Espinosa ha sido también periodis-ta, catedrático y diplomático. Que-dan en su bibliografía constancias del primero de esos desempeños: Crónicas de un caballero andante,

de 1999, y Los oficios y los años, de 2002, este último una colección de artículos de fondo. Numerosos comentaristas han elogiado su capa-cidad de desplegar ante el lector una vasta erudición sin caer jamás en el exceso o en la pedantería.

Germán Espinosa murió el 17 de octubre del año 2007, después de ser internado de urgencias en la clínica Colsanitas, al norte de Bo-gotá, luego de haber sido víctima de un paro respiratorio ocasionado por una neumonía que lo aquejaba. Padecía un cáncer en la lengua, que prácticamente le impedía hablar. Él murió, pero, como los grandes

escritores de nuestra época, nos queda su legado, que no es más que el eco de su voz.

Epitafio para mí mismoFui una página de Rubén DaríoQue me alegró en la infancia profunda.Fui una aliteración de Verlaine.Fui un autorretrato de Van GoghQue es el más bello reproche que se me hizo.Fui el rosa pálido de un crepúsculoO el instante en que, al concluirla,Reinicié la lectura de Ulises.Fui esa noche en tus brazos.Fui la suma de mis instantes felices.

Germán Espinosa (Libro de conjuros)

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SU OBRA

Por orden cronológico, obedeciendo a la fecha de la primera edición:

Letanías del crepúsculo, Bogotá, Imprenta Prag, 1954.

La noche de la Trapa, Bogotá, Editora Continente, 1966.

El Basileus, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1965.

Los cortejos del diablo, Montevideo, Editorial alfa, 1970.

Anatomía de un traidor, Bogotá, Editores y distribuidores asociados, 1973.

Claridad subterránea, s.e., s.l., 1974.

Reinvención del amor, Bogotá, Ediciones Alcaraván, 1974.

Los doce infiernos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976.

El magnicidio, Bogotá, Plaza y Janés, 1979.

Tres siglos y medio de poesía colombiana, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1980.

La tejedora de coronas, Bogotá, Editorial Pluma, 1982.

El signo del pez, Bogotá, Editorial Planeta, 1987.

Noticias de un convento frente al mar, Bogotá, Editorial Planeta, 1988.

Guillermo Valencia, Bogotá, Procultura, 1989.

Luis Carlos López, Bogotá, Procultura, 1989.

Sinfonía desde el Nuevo Mundo, Bogotá, Editorial Planeta, 1990.

La liebre en la luna, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1990.

Libro de conjuros, Roldanillo (Colombia), Ediciones Embalaje, 1990.

La tragedia de Belinda Elsner, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1991.

La aventura del lenguaje, Bogotá, Editorial Planeta, 1992.

Los ojos del basilisco, Bogotá, Altamira Ediciones, 1992.

La lluvia en el rastrojo, Bogotá, Arango Editores, 1994.

Canciones interludiales, Bogotá, Arango Editores, 1995.

Coplas, rentintines y regodeos de Juan, el mediocre, Bogotá, Arango Editores, 1995.

Diario de circunnavegante, Bogotá, Arango Editores, 1995.

Obra Poética, Bogotá, Arango Editores, 1995.

El naipe negro, s.l., s.e., 1998.

Lino de Pombo, el sabio de las siete esferas, Bogotá, Pana-mericana Editorial, 1998.

Federico Lleras Acosta, la guerra contra lo invisible, Bogotá, Colciencias, 1998.

Cuentos completos, Bogotá, Ministerio de Cultura-Aran-go Editores, 1998.

Crónicas de un caballero andante, Bogotá, Ediciones Aurora, 1999.

Romanza para murciélagos, Bogotá, Editorial Norma, 1999.

La balada del pajarillo, Bogotá, Alfaguara, 2000.

La elipse de la codorniz: ensayos disidentes, Bogotá, Pana-mericana Editorial, 2001.

Cuentos escogidos, (selección del autor), s.l., Universidad de Antioquia, 2002.

Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2002.La verdad sea dicha, Mis memorias, s.l., s.e., 2003.

Cuando besan las sombras, Bogotá, Editorial Alfaguara, 2004.Aitana, Bogotá, Editorial Alfaguara, 2007. g

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SERGIO RUBIANO ROMERO

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

DEL CICLO TEBANODEL CICLO TEBANOTal vez el cuento llamado Del ciclo tebano haga parte de otro ciclo

que se mueve dentro de Metropolitanas, pues como bien es sabido, cada relato que hace parte de esta obra vive en una ciudad, en un establecimiento urbano que confina cualquier cantidad de recuer-dos y sucesos constantes pero a la vez diferentes; bien pueden ser cotidianidades que, sin embargo, encierran algo singular. Esto es quizá algo caracte-rístico en cualquier urbe y fue interpretado por R. H. Moreno-Durán a través de sus narraciones.

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Muy probablemente el nombre del cuento (Del ciclo tebano) evoque a primera vista, a primera lectura, los recuerdos de aquella mítica y legendaria ciudad: Tebas, fundada por Cadmo y que sufrió un período de calamidades por parte de sus des-cendientes, conocido por el mismo nombre de la narración. Sin embar-go, dentro de los tantos infortunios acaecidos en dicha ciudad, resalta el más conocido por la mayoría: la historia de Edipo, quien asesina a su padre y se casa con su madre mientras es nombrado rey de Te-bas. Y es precisamente este punto donde Mo-reno-Durán se centra para desarrollar su historia.

Aunque hay que tener en cuenta que el desa-rrollo de la misma no se lleva a cabo en la ciudad griega, ni en aquellos tiempos, todo se consuma entre las regiones alema-nas de Renania-Palatinado y Hesse, principalmente en las ciudades de Maguncia y Frankfurt respectiva-mente, capitales de dichos estados (por cierto, ubicados en la región occidental de Alemania), esto en un tiempo probablemente actual (siglo XX), bajo un cielo modernizado y mediado por problemáticas propias del ser humano contemporáneo. A un lado quedan las pujas a favor o en contra de los dioses, las monarquías discutidas y deseadas, las adverten-

cias de los oráculos, y tal vez —aun-que se podría poner en cuestión— el peso del destino que aguarda para actuar de forma irreversible.

La incapacidad de procrear aparece como un inconveniente vigente en nuestra época que no ha encontrado una solución lo suficientemente fuerte y efectiva, situación que afecta a la pareja protagonista, principal-

mente a la mujer, que anhela tener un hijo y que únicamente guarda la esperanza cumpliendo con la única terapia recomendada por su médico de cabecera: la constante práctica del sexo con su marido. Y mientras aguarda por un milagro, en medio de la ansiedad y la consternación, esta mujer comienza a obsesionarse por un niño, Clemens Altenberg, que le hace pensar en cómo sería su vida con un hijo que tuviese las características similares de ese ser admirado y a la vez tan enigmático que se presenta ante sus ojos.

De esto surge algo llamativo, la narración es elaborada por una mujer, entonces, de cierta manera, es visible una parte femenina del autor. Aquí Edipo no es protago-nista, por lo que se pudiese decir que esta mujer es quien contempla a un hijo que no tiene. No obstante, la verda-dera madre de aquel infante,

Vera Altenberg, mujer madura pero inexorable-mente hermosa, se ajusta a las ca-racterísticas de la reina de Tebas, poseedora junto con la narradora de un sentimiento compartido que daría paso a una sola Yocasta con-temporánea. Aun-que la diferencia

se genera en que quien relata es testigo de un caso edípico, extraño y macabro.

La extraña familia Altenberg, probablemente de vacacio-nes en los territorios antes nombrados, topa constante-mente con “nuestra” pareja que deambula por cuanto sitio turístico y cultural se le atraviese. Estos encuentros casuales permiten un acer-camiento entre las mujeres, aunque no pase más que de

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una fría conversación de contextos y coincidencias, como la de estar establecidos en el mismo hotel, en el mismo piso y a unos cuantos metros de distancia entre las habi-taciones.

La pareja Altenberg, Vera y Helmut, manejan una relación convencional de marido y mujer, aunque lo que más llama la atención es el escaso trato entre Clemens y “su padre”, si es que existe algo entre ambos: nunca cruzan palabra y mirada. Con la mujer ocurre lo contrario, y se refleja en la alegría y disposición casi romántica entre madre e hijo. Sumando además la nocturna y fantasmagórica imagen del niño de diez años sentado en el corredor del hotel, frente a la habitación de sus padres cual guardián, observado por la pareja que añora con asegurar su linaje, primero por la mujer y después por Axel, su esposo, ambos tratan de buscar una respuesta acer-cándosele, pero obtienen la fuga del pequeño hacia la habitación. Algún corto tiempo después, en su habitación, se encuentran los cadáveres de la pareja Altenberg, al parecer asfixiados por la inhalación (o el consumo) de extrañas toxinas, y junto a ellos Clemens, sumido en un silencio misterioso, según nos cuenta la narradora-testigo.

Tales acontecimientos recuerdan de una u otra forma, la tragedia tebana de Edipo, que demuestra un agrado correspondido a la vez por Yocasta. Sin embargo, Layo “Altenberg” ejer-

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ce su papel de antagonista frente a su desconocido hijo, y es la muerte, una vez más, quien liga ambas histo-rias, los padres muertos y el hijo a la merced de la desgracia, pero esta vez, ignorada por él e incluso por el propio autor. Bien cabría consi-derar estos hechos funestos como un “ciclo alemán o de Maguncia”, testigo urbano, arquitectónico, cultural (y ¿por qué no?, etílico), que también escuchó los lamentos y discusiones de una mujer estéril y su marido impaciente y, hasta cierto punto, infeliz.

Pero hay que decir que tal relato no termina con la muerte, paradójica-mente nuestra pareja descubre la existencia de una pequeña semilla de vida que comenzará a germinar en el vientre de la mujer cuyo nom-bre jamás conoceremos. Sorpresiva-mente, ésta rechaza con desespero y locura tal noticia, temiendo tal vez correr con la misma suerte de sus vecinos de habitación; entonces el ferviente deseo de engendrar un hijo inesperadamente se transforma en el rechazo del mismo. La silueta de un ser grotesco, monstruoso, se dibuja en el pensamiento, es Cle-mens que lucha por no ser expul-sado; mientras que Axel agradece a la vida, a Dios, (o a los dioses —después de todo, tal vez siempre es-tuvieron presentes—), por prolongar su sangre sin pensar en un momen-to si ésta pudiera ser derramada por la misma en un constante círculo que podría no tener fin.

BELANO

SIN BOLAÑO:

UN LUSTRODIEGO ORTIZ.

ESTUDIANTE DE LICENCIATURA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

No soy dado a las exactitudes, así que diré que en julio se conmemoran los primeros cinco años de la muerte

del escritor chileno Ro-berto Bolaño. Y es bastante lo que de él se ha comentado en el ámbito literario en este lapso de tiempo,

entre ellas que es un premio Nobel fugado.

Son tres obras póstumas las que se han publicado desde entonces (2666, La universidad desconocida y El secreto del mal), demostrando así su prolijidad en el quehacer de las letras; son varios los lamentos de escrito-res latinoamericanos que han quedado sin su tótem, como bien se expresaría Rodrigo Fresán de Bolaño, con motivo del Encuentro de Escritores

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Latinoamericanos, convocado por la editorial Seix Barral en Sevilla, a finales del mes de junio de 2003.

ANTES

Y en este evento Roberto Bolaño hace hincapié una vez más en el estado de las cosas en materia de literatura, preocupación constante durante su vida. Para el chileno, muchos de los autores de la con-temporaneidad entran al mundo del mercado editorial porque son fáciles de entender, en su contenido, y esto radica en lo que él ha llamado pensa-miento débil. “Hitler, por ejemplo, es un ensayista o filósofo, como queráis llamarle, de pensamiento débil. ¡Se le entiende todo! Los libros de autoayuda son en realidad libros de filosofía práctica, de filosofía amena, en la calle, filosofía inteligible para la mujer y para el hombre”.33 Desde su formación como poeta, como pre-fería referirse a sí mismo, sentía que las letras en general, y la literatura en particular, estaban tomando un camino sencillo, el de las ideas claras y carentes de contenido. Y esto se da, según Bolaño, por el origen mismo de los escritores en la actualidad. “Venimos de la clase media o de un proletariado más o menos asentado o de familias de narcotraficantes de segunda línea que ya no desean más balazos sino respetabilidad”.34 Es

33 Bolaño, R. y otros, Palabra de América, Barcelona, Editorial Seix Barral, 2004, p. 27.

34 Ibíd., p. 17.

una denuncia más que justa, pues la literatura latinoamericana dejó de ser motora de reflexión y contra-cultura para ser un sillón mullido desde dónde apreciar el espectáculo mediático de la vida. Bolaño hace referencia a los actuales escritores como “señoritos [no] dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadap-tados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabili-dad, deseosa de respetabilidad. […] No rechazan la respetabilidad, la buscan desesperadamente”.35

En la última entrevista concedida a la periodista Mónica Maristain, pu-blicada en la edición mexicana de la revista Playboy y de circulación libre en Internet, Bolaño, para lo que nos interesa, se burla socarronamente de las esferas del poder en su relación con la literatura, afirmando que “los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de lite-ratura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodra-mático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es”.36 En otra referencia similar habla de su visión de la Real Academia, siempre con el sarcasmo de su personalidad. “La Real Academia es una cueva de

35 Ibíd., p. 33.

36 Maristain, M., La última entrevista de Ro-berto Bolaño, Estrella distante, julio 23 de 2003, disponible en: http://sololite-ratura.com/bol/bolanolaultima.htm

cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña”.37

Es una actitud que hace falta dentro de las letras latinoamericanas. Es el vacío que quedó con la muerte de Roberto Bolaño, a sus 50 años.

DESPUÉS

En 2005, Villegas Editores publi-ca un pequeño libro dedicado a la memoria de Roberto Bolaño, elaborado por su mano derecha y uno de sus grandes amigos, el editor Jorge Herralde. En él se encuen-tran reunidos textos tales como el leído el día de su entierro, un par de semblanzas, una revisión de su obra literaria, sus periplos con las editoriales y los editores, y un par de entrevistas realizadas a Herralde tiempo después de la muerte de Bolaño, en el que se espera encon-trar respuestas a los enigmas de un extraordinario escritor fallecido en un punto alto de su creación.

Es de resaltar, dentro del libro, un intento de “Diccionario de Bola-ño”, en el que se reúnen, de diversas fuentes, la definición de algunos

37 Ibíd.

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conceptos que para Bolaño fueron importantes a la hora de hablar de sí mismo y del mundo literario que lo rodeaba. Dos de ellas quiero citar textualmente, a modo de pequeña muestra, y como ejemplo de la mor-dacidad que siempre caracterizó a este maestro de las letras:

“POLÍTICA: Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de izquierdas me parecían infames”.38

“GARCÍA MÁRQUEZ: Un hom-bre encantado de haber conocido a tantos presidentes y arzobispos”.39

Con este corto texto lo que preten-do es motivar a un acercamiento concienzudo a la obra de Roberto Bolaño, un escritor que todavía es poco reconocido en nuestro país y sobre todo en el entorno académico. Seguimos manejando como referen-cia el boom latinoamericano, y no nos hemos dado cuenta de que de ese fenómeno hasta el día de hoy han pasado más de 40 años, tiempo en el

que ha surgido una nueva generación de escritores de gran talla, y cuyo máxi-mo representante es este chileno, que escribió la mejor no-vela mexicana de los últimos 20 años: Los

detectives salvajes.

38 Herralde, H., Para Roberto Bolaño, Bogotá, Villegas editores, 2005, p. 98.

39 Ibíd., p. 97.

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ONIRISMO CRÍTICOWILLIAM ALEXANDER ROMERO

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

Zoo-lógica40 del hombre por medio del sueño

“Soy solamente un corazón que piensa.”RAFAEL ARÉVALO MARTÍNEZ

En la fábula se personifica a los animales, es decir, se les hace actuar como hombres en el velo de la ficción, dejando entre letras alguna enseñanza moralizante.

Rafael Arévalo Martínez41, en su obra El hombre que parecía un caballo y otros cuentos, hace un ejercicio antagónico: ve

al hombre como un animal en la cotidianidad de la realidad, criti-cando o exaltando

vicios y virtudes a partir de una minuciosa e inactiva descripción desde el sueño, que hace que sus personajes hablen de lo que

40 Esta categoría nace del griego zöon (animal) y del griego lo-gos (discurso) y es la base del presente escrito.

41 Rafael Arévalo Martínez nace en Quetzatenalgo (Guatema-la) en 1884. Fue secretario de la revista hondureña Centro-américa, delegado ad hoc ante la Unión Panamericana en Washington, miembro de la Real Academia de la Lengua y de la Asociación Nacional de Escritores de Guatemala, donde muere en 1975. Recibió la condecoración “Rubén Darío” y la “Orden del Quetzal” en su país. Sus letras se ca-racterizan por un acentuado lirismo y despliegue imaginati-vo, a pesar de coincidir temporalmente con el Modernismo tiende a ser una figura independiente, con personalidad romántica, originalidad y voz propia.

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es notorio en el hombre latinoame-ricano de comienzos del siglo XX, mezclando humanos, animales, movimientos literarios, sueño y psicología develados por medio de la literatura y voz propia del autor y sintetizada en la categoría que titula este escrito.

¿LÓGICA O ZOO-LÓGICA?

El hombre, visto por Arévalo en sus observaciones cotidianas, es escrito y descrito en y con su parte animal, adquiriendo las características de estos últimos, bien sea en la virtud o en el vicio, como una caricatura del ser que no es lo que se ve, sino lo que parece; un animal que en-gendra al hombre en su interior y que eclosiona en la realidad y es descrito como un sueño del autor, que puede sentir los movimientos naturales y narrarlos, someterlos al escarnio de quienes pueden sentir-se identificados con ellos. Arévalo descubre a los animales más comu-nes dentro de las junglas de asfalto reflejados y parecidos a las caras de sus portadores, cuyo portavoz es el descriptor soñador del autor.

Caballos, serpientes, leonas, perros, tigres… de ellos nace la lógica ani-malizada –o zoo-lógica del hombre psicológicamente develado en sim-biosis con su yo animal-, descrita como el resultado de dicha convi-vencia; con su parte animal cultu-ralmente mostrada y literariamente demostrada, esbozada en trazos de

sueño que nacen de la observación real del hombre-animal como pun-to de partida, no sólo del texto de Arévalo, sino de una introspección personal del lector, animal quizá, como se observa en este apartado: “Después, la segunda visión; el mismo día. Salimos a andar. Y de pronto percibí, lo percibí: el señor de Aretal caía como un caballo. Le faltaba de pronto el pie izquierdo y entonces sus ancas casi tocaban tie-rra, como un caballo claudicante. Se erguía luego con rapidez; pero ya me había dejado la sensación. ¿Habéis visto caer a un caballo?”42

El guatemalteco hace un análisis de la psique desde el hábito animal. El hombre es un animal de hábitos o, simplemente, el hombre es un animal habituado a tratar de ser el mismo. Actúa frecuentemente como tal, es cierto, pero es el lenguaje el que lo separa de ellos y le permite descubrir dentro del ser cuál es el animal que se lleva dentro, anfibo-logía43 de lo absurdo que magistral-mente Arévalo abarca en la obra, manejando la plurisemia del hom-bre con la del animal; especulando reflejos críticos en la observación de cada uno por medio del espejo de la lectura y que se puede realizar en la mirada onírica de los que se es en la cotidianidad.

42 Arévalo, R., El hombre que parecía un caballo y otros cuentos, Guatemala, Editorial Universitaria, 1951, p. 6.

43 Relativo a la manera de hablar a la que se le puede dar más de una interpreta-ción, popularmente conocida como ex-presión de doble sentido.

Lo onírico es el prisma que permite ver la realidad desde otra perspecti-va más mágica, lo crítico es la manera como la descripción literaria pone de relieve lo contemplado en el sue-ño, siendo posible ésta gracias a la zoo-lógica, que es la que da las catego-

rías para matizar física, topográfica y psicológicamente a los personajes, desde lo humano y lo animal, como componentes del ser arevalista: “Y de pronto, ante unos más hermo-sos que los demás, como ante una clarinada, se levantó nuestro noble huésped, piafante y elástico. Y allí, y entonces, tuve la primera visión: el

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señor de Aretal estiraba el cuello como un caballo. Le llamé la aten-ción: —Excelso huésped, os suplico que adoptéis esta y esta actitud. Sí, era cierto: estiraba el cuello como un caballo”.44

La cita textual nos introduce en la forma de percepción del autor guatemalteco, la visión como el espectro onírico de la observación y la que permite ver al otro como un caballo desde la invitación a com-portarse como tal, es decir, el sueño

sentan en el imaginario de las personas, junto con la pobreza del hombre de este momento, que se zahiere, artistas adoloridos por las guerras, la reciente muerte de Dios y a su decadencia existencial que les conmueve. El Modernismo49 se ve en el artificio y refinamiento del lenguaje, la crisis que se siente en

44 Arévalo, R., op.cit., p. 5.

permite desplegar un conjunto de persuasiones que se traducen en la creación de una realidad posible, en este caso, el modo como se ve a un hombre convertido en caballo.

INFLUENCIAS LITERARIAS DE ARÉVALO45

El sincretismo, característico de la obra de Arévalo Martínez, está for-mado, entre otros, por las influen-cias del Realismo46 y esa minuciosa

descripción de los detalles de los personajes, de los hechos y de

los ambientes; el Romanti-cismo47 se siente en el vuelo de las palabras subjetivas y

oníricas que fantasean en el personaje que narra,

haciéndole huir de todo momento

(no olvidar e l des -tierro y

exilio de los escritores románti-cos, producto de las críticas hechas a las

dictaduras en las inci-pientes naciones libres latinoamericanas) es-cribiéndolo adjetival y libremente en un tono melancólico y retros-pectivo.

El Simbolismo fran-cés48 se denota en la analogía con los anima-les y los que estos repre-

45 Las influencias más importantes de Arévalo fueron el ruso Fedor Dostoievski con sus brillantes y profundos análisis psicológicos, la sobria tristeza de Franz Kafka en El proceso, el simbolismo de Arthur Rimbaud con su rayo aniquila-comedias de sus Iluminaciones y las descripciones adustas y pormenorizadas de Stendhal en Rojo y negro, y hacían parte de sus lecturas en las tertulias de Quetzatenalgo.

46 Este movimiento se proponía describir o representar la realidad con un máximo de detalle y un mínimo de subjetividad.

47 Se caracteriza por su entrega a la imaginación y la subjetividad, su libertad de pensamiento y expresión y su idealización de la naturaleza. El término romántico se empleó por primera vez en Inglaterra en el siglo XVII con el significado original de ‘semejante al romance’.

48 El Simbolismo l i terar io fue un movimiento estético que animó a los escritores a expresar sus ideas, sentimientos y valores mediante símbolos o de manera implícita, más que a través de afirmaciones directas.

49 Movimiento literario encabezado por Rubén Darío. El preciosismo, el exotismo, la alusión a nobles mundos desaparecidos, la mención de objetos preciosos, crean el paisaje modernista, reacciona contra el positivismo, interesándose por la teosofía, En narrativa, se opone al realismo, optando por la novela histórica o la crónica de experiencias de alucinación y locura, y la descripción de ambientes de refinada bohemia.

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la atmósfera de los cuentos propia de la época y la tendencia al sin-cretismo.

La realidad se describe, simboliza, desdibuja, envuelve, critica y se sien-te en el guatemalteco. Bellas letras heteróclitas que se acercan a lo que es el hombre y su contexto: multi-dimensionalidades en encuentro y choque; concreción y abstracción de la memoria en la visión animalesca de los personajes observadas por un foco onírico, un faro de sueño alumbra al lector en el encuentro con sus leídos; seres míticos creados por la realidad animal del hombre, románticas superposiciones críticas que desangran el texto inactivo en la redundancia de emociones lexicamente elaboradas, evasión del dormir que sólo en el sueño literario confluye en imágenes im-plícitas y se monta en lo que parece inenarrable:

“Y luego cien visiones más. El señor de Aretal se acercaba a las mujeres como un caballo. En las salas sun-tuosas no se podía estar quieto. Se acercaba a la hermosa señora recién presentada, con movimientos fáciles y elásticos, baja y ladeada la cabeza, y daba una vuelta en torno de ella y daba una vuelta en torno de la sala… Porque indefectiblemente el señor de Aretal reflejaba el espíritu de su acompañante. Un día lo en-contré, ¡a él, el noble corcel!, enano y meloso”.50

50 Ibíd., s.p.

En este fragmento confluyen las influencias citadas, la descripción realista de ambientes, el simbolismo del caballo conquistador, el lenguaje refinado y arcaico del Modernismo y el tono triste y reflexivo propio del Romanticismo. El estilo propio de Arévalo, exaltado y perfectamente delimitado, matizado y observable, demuestra que su obra seduce y provoca tanta variedad expresiva como enigmas en la tentación de leerlo y desentrañarlo.

FAMOSO ANIMAL

En El hombre que parecía un caballo, se encuentra a Ricardo Arenales51, que se identifica de inmediato con el señor de Aretal —protagonista del cuento—, quien le prohíbe al guate-malteco su publicación. El autor en un ensueño escribe la obra en 1914, despachándose contra Arenales sin saberlo, haciendo peligrar su amistad y causando conmoción en Ricardo, que le confiesa la verdad de sus vicios a Rafael, desilusionan-do a Arévalo y coincidiendo con el cuento: “Pronto el alma chata del señor de Aretal empezó a hablar de cosas bajas. Todos sus pensamientos tuvieron la nariz torcida. Todos sus pensamientos bebían alcohol y se materializaban groseramente”.52

Cuando las historias están en la experiencia de vivir, el lenguaje es el

51 Mejor conocido como Porfirio Barba Jacob, poeta colombiano, gran amigo de Arévalo Martínez.

52 Arévalo, R., ibíd., s.p.

impulso de la conciencia fantástica de la descripción, haciendo que el lector enfrente su enciclopedia —en palabras de Umberto Eco— con la plurisemia de lo que es ser al tiempo hombre y animal.

Además de este autor —Barba Ja-cob—, Arévalo conoce, entre otros, a Gabriela Mistral, protagonista tácita de La signatura de la esfinge; personajes perfilados con su estilo psicologista y la fisiognómica53 que le ayudaba en la creación de personalidades por medio de las facciones del rostro, a la vez que las enlazaba con características análo-gas de algún animal, volviendo a los míticos seres mitad hombre mitad animal, tales como el centauro, el minotauro, el tritón y la sirena, entre otros.

A GUISA DE CONCLUSIÓN NO CONCLUYENTE

Arévalo, sin decir lo que significa ser hombre y animal a la vez, no permite que se acceda a la interpre-tación sin antes haber vivido las dualidades que significa el acciden-te de haber nacido —nacer para mo-rir y nacer hombre para convertirse en animal— (dualidad que se vive en la lectura y en la provocación). Con ayuda de la teosofía54, el autor sigue en la búsqueda de la santidad

53 Arte de conocer el carácter de los seres humanos por sus rasgos físicos.

54 Doctrina religiosa que tiene por objeto el conocimiento de Dios revelado por la naturaleza y la elevación del espíritu hasta la unión con la divinidad.

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y de la comprensión de la vida, pero es en sus letras donde descifra, con ayuda del sueño, muchas de las significaciones del vivir como relación biunívoca de sentidos entre la naturaleza y el hombre, diálogos que Arévalo pone en dinámicas de interpretación —del lec-tor— mas no de acción, pasividad del sujeto que las contempla y descubre en este ejercicio las opcio-

que se puede ver algo más de lo que pueden percibir los ojos. Sólo con intenciones artísticas, no morales, se puede ingresar a este imaginario que nos enseña a observar las am-bigüedades en el hombre más allá de su limitada naturaleza humana

y su hermandad actoral con los animales.

El fin de la fábula impide dicho proceso,

pues la moral está basada en que se puede ver; es el artista el que debe introducirse en es-tas superposiciones de sentido, donde no existe lo bueno o lo malo, existe el arte y la forma de narrarlo, evitando caer en modelos o unicidades formales, generando múltiples e infinitas interpretacio-nes, comprensiones y sentimientos tanto desde la emisión como desde

la recepción del arte y en este caso de la literatura.

Hasta este punto, es en la catego-ría de Onirismo Crítico donde se reúnen todas las partes del mundo arevalista, que se entretejen en el sueño del arte despierto que contempla con la ayuda del lenguaje y la fic-ción, quizás, a lo que es el hombre mas allá de sus sentidos concretos y de su apariencia variable; además de realizar una crítica compartida a sus amigos, desde lo que hace iguales a los hombres: el vivir como experiencia colectiva. Darwin y Arévalo recuer-dan el pasado animal del hombre y el presente salvaje que ha olvidado en el hábito de asimilar una reali-dad proyectada hacia un futuro so-ñado… ¿Animal o humano? Habrá que escribirlo para configurarlo, o vivirlo para olvidarlo.

BIBLIOGRAFÍA

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Arévalo, R., El hombre que parecía un caballo y otros cuentos, Guatemala, Editorial Universitaria, 1951.

Barba Jacob, P., La tristeza del camino, Bogotá, Salón XXI, s.f.

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Lonteen, J., Interpretación de una amistad intelectual y su producto literario, Guatemala, Editorial Landívar s.f.

Oviedo, J., Historia de la literatura hispanoamericana II, Madrid, Editorial Alianza, 1997.

nes del conocer al otro como dis-tinto de mí para la obtención de un sincretismo literario —aunque tácito— de diversos movimientos convergentes en El hombre que pare-cía caballo.

Este sincretismo se extiende hasta la configuración de una fauna humana que recorre las calles y lleva en su seno al animal, al cual se accede desde el sueño de creer

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LA POESÍA DE

CÉSAR VALLEJO

GUITARRA OSCURA DE LA VIDA Y ELEGÍA DE LA MUERTE

SERGIO ANDRÉS SANDOVAL

ESTUDIANTE DE ESTUDIOS LITERARIOS. UNIVERSIDAD JAVERIANA

GUITARRA

El placer de sufrir, de odiar, me tiñela garganta con plásticos venenos,mas la cerda que implanta su orden mágico,su grandeza taurina, entre la primay la sexta y la octava mendaz, las sufre todas.

El placer de sufrir… ¿Quién? ¿a quién?¿quién, las muelas? ¿a quién la sociedad,los carburos de rabia de la encía?¿Cómo sery estar, sin darle cólera al vecino?

Vales más que mi número, hombre solo,y valen más que todo el diccionario,

con su prosa en verso,con verso en prosa,tu función águila, tu mecanismo tigre, blando prójimo.

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El placer de sufrir, de esperar esperanzas en la mesa,el domingo con todos los idiomas,el sábado con horas chinas, belgas,la semana, con dos escupitajos.

El placer de esperar en zapatillas,de esperar encogido tras de un verso,de esperar con pujanza y mala poña;el placer de sufrir: zurdazo de hembramuerta con una piedra en la cinturay muerta entre la cuerda y la guitarra,llorando días y cantando meses.”

CÉSAR VALLEJO

“La elegía de la muerte

y la guitarra os-cura de la vida,

múltiple, trágicaLa poesía desnu-

da que sufre riendo un dolor desgarrador… “

César Vallejo

Lunático laberin-to de guitarras oscuras y vitales, elegía desnuda y pura de la muerte, clandestino pri-sionero de las cár-celes intransigen-tes, voces trágicas y sapienciales de la vida, alquimia poética del dolor, arte trágico, libre y múltiple. Enig-ma sin fin, palabras insondables y

música hermética, César Abraham Vallejo, lado oscuro de la luna, voz doliente de vitalidad, selva andina de símbolos universales y de ins-tantes particulares. Pan doloroso y sangriento, Dionisos de sangre de vino, palabras desnudas y mujeres trágicas, Cristo poético y moderno, Job peruano y músico, Nietzsche mestizo y pleno, Miguel Hernán-dez del inmenso sufrimiento que siembran los heraldos negros y las prisiones, muriendo con tres heri-das y renaciendo en las flores negras de los poemas. Hogar de la ruptura

y eucaristía erótica de las palabras, esencia trágica, vital y sapiencial de la poesía, dolor inefable de la

belleza. Cruz fúnebre del silencio y espergesia enamorada de la vida, trilce locura de descifrar la lluvia insondable del sufrimiento, amada mujer de senos de agua lunar y ojos de noche misteriosa. Chamán que canta plegarias blasfemas, Biblia del dolor y la poesía, viento fugitivo que perdura en las sombras de los hombres y la sangre de las mujeres. Inca nostálgico y cristiano vanguar-dista, corazón poético del Perú y esencia de la literatura universal… insondable, inescrutable, indesci-frable, inexorable, incomprensible,

intenso, sensual, único, orgiásti-co, dionisiaco, maldito, fatal y vital… canción última del artis-ta trágico, pala-bra desnuda del hombre anfibio, poesía trágica del ser humano. Poe-ta arquetípico y particular, heces bellas y cucha-ras de hambre, sangre del dolor, vida de la vida y muerte de la muerte, riqueza de los pobres, lágrimas de la tierra, elegía de Dios y búsqueda

de la redención poética. Símbolo desnudo y múltiple de la poesía, César Vallejo es el artista trágico

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y el poeta moderno, su poesía es la guitarra oscura de la vida y la elegía de la muerte… Haravicu del dolor, enamorado de la mujer trágica y vital del arte, profeta de su propia lluvia fúnebre y alma hereje embriagada de palabras desnudas. Umbrío por la pena, dionisiaco en la escritura, desnudo en la orfandad y puro en el silencio. Muerte y resu-rrección de la poesía en la cruz de la modernidad, amante intrínseco de la mujer trágicamente hermosa de la belleza, mestizo de dolor inmenso e ineluctable, guitarra oscura de la vida, elegía de la muerte, rebelión triste de soledad fraternal, canto del desgarrado ser artista y trilces versos insondables…

César Vallejo es sin duda uno de los poetas más profundos, enigmáticos, proféticos y universales de Latino-américa. Su poesía oscura, desgarra-dora, transgresora y vanguardista es inclasificable e inescrutable. Único e inaprensible, en Vallejo se plas-man con total plenitud el artista trágico de Friedrich Nietzsche y el artista anfibio de Hegel retomado por Rafael Gutiérrez Girardot. Sin duda un poeta que escribe su muerte en Piedra negra sobre una piedra blanca no deja en las palabras más que un silencio respetuoso, misterioso, embriagado y extático… la inefable magia de lo poético. La poesía después de Vallejo, como después de Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé, no será nunca la misma, porque el ritual del ritmo poético

junto con la ruptura de la vanguar-dia hacen que la poesía renueve su forma, creando de nuevo su ser: la poesía crea de nuevo las palabras. La desnudez de la palabra y la dolorosa redención contenida en ella crean la poesía de César Vallejo, que es la humanidad poética escrita. Pablo Neruda recuerda en su poema Oda a César Vallejo la piedra andina en su rostro con su frente gigantesca sobre su cuerpo frágil, el crepúsculo negro en sus ojos recién desenterrados, su encuentro en París quedándose en el humo, en el aire, en las luces polvorientas de las calles rotas de invierno, con su muerte y su vida, desterrado del Perú, insurrecto de España, viviente, cristal de tu cristal, fuego en tu fuego, rayo de piedra púrpura. Inolvidable entre los muertos, bienadmirado, bien-querido, viejo combatiente de la esperanza, crecimiento esencial del espectro de nuestra martiriza-da América en la libertad y en la pasión, terrenalmente profundo cantor de las muchas hambres, las muchas soledades, las muchas lenguas de viaje, pensando en los hombres, en la justicia sobre esta tierra, en la cobardía de media hu-manidad, interior y grande palacio de piedra subterránea con mucho silencio mineral, con mucha esencia de tiempo y especie, fuego implaca-ble del espíritu, serio y puro gran poeta y humano al que Neruda de-dica Elogio Fúnebre y Vallejo sobrevive: “Magro, cetrino, sombrío, hierático, como un árbol deshojado: César

Vallejo. Fue un genio. Bregó con la palabra hasta vencerla. Se peleó con el diccionario y salió victorioso. Vanidoso como todos los poetas, humano hasta los huesos húme-ros.” Hermético y coloquial, puro y oscuro, el poeta peruano es una de las revelaciones literarias más grandes que han surgido en Amé-rica. Múltiple como Walt Whitman y desgarradamente poético como Raúl Gómez Jattin, lluvia de hu-manidad doliente que embriaga hasta los huesos húmeros y los jueves parisinos, clamor de vida que surge de la sangre de la muerte, fénix que renace con la vitalidad de la palabra desnuda: “Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias ¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte”.55 El poeta es el albatros vitalmente fúnebre y fatalmente trá-gico, su poesía el canto doliente de la guitarra pura, desnuda y oscura que como en el poema de Federico García Lorca, es atravesada por cin-co espadas. Poeta moderno y artista trágico, hombre anfibio y escindido, vitalista mortuorio, las palabras que plasman su vida en la poesía necesi-tan morir para renacer:

55 Vallejo, C., Poemas escogidos, Poemas en prosa, Caracas, Edición de Julio Ortega, 1991, p. 42.

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En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte.

Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra.

Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del tiempo.

¿Por qué la cuerda, entonces, si el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí solo?

César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta.

César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de orna-mentales áspides y hexagonales ecos.

Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo antro-poide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena.

¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera urbe que el amor!

¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas!

¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente!

¡Que ya no doy gusanos, sino breves!

¡Que ya te implico tánto, que medio que te afilas!

¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas!

Pues el afecto que quiébrase de noche en mis bronquios, lo trajeron de día ocultos deanes y, si amanezco pálido, es por mi obra; y, si anochezco rojo, por mi obrero. Ello explica, igualmen-te, estos cansancios míos y estos des-pojos, mis famosos tíos. Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres.

César Vallejo, parece

mentira que así tarden tus parientes,

sabiendo que ando cautivo,

sabiendo que yaces libre!

¡Vistosa y perra suerte!

¡César Vallejo, te odio con ternura!56

Poéticamente nietzscheano, César Abraham Vallejo es el artista trágico y el poeta moderno, el ser humano anfibio y el latinoamericano des-garrado, el hombre particular y el ser universal, la poesía desnuda y la palabra hermética, la pureza extrema del lenguaje y la naturaleza coloquial de la ruptura, el dolor in-sondable y la literatura inescrutable. Poeta vitalista, elegíaco, enamo-rado, nihilista, doliente y trágico, cigarrillo de versos narcóticos y humeantes, artista renacido en la muerte y en la palabra, tristeza dulce

56 Ibíd., p. 74.

de los crepúsculos y luces oscuras de los amaneceres. Azul ideal y negro impenetrable, laberinto y símbolo, claridad hermética y multiplici-dad infinita, libertad clandestina y prisionera, llanto que brinda cantando por la alegría y canción que anda riendo por la tristeza. Intensamente poeta, artista trágico y desgarrado, hombre umbrío por la pena y húmero por el hambre, profundo por la tierra y lunar por la mujer. Poesía sexual y sacramental, blasfema y dolorosa, fúnebre y mu-sical, incomprensible y universal, latente y sombría, astral y sapiencial, erótica y cristiana, vital y derrotada, desnuda y hermética, pura y oscura, guitarra amando el odio, gozando el sufrimiento, haciéndose múltiple hasta la contradicción, español e indígena, gallega e inca, mestiza y simbólica, hierática y profética, insondable e inefable…

XV

(A un poeta dueño de la muerte C.V).

La muerte te besó un jueves,

En un París lluvioso,

Lluvia como plumas mojadas que caen de un ángel que vuela y sangra,

Una espada desnudada en palabras.

Tu poesía es tanta vida, tan diosa,

Que hasta la muerte sedujo.

El lado oscuro de la luna.

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S“No te preocupes: del amor sólo es posible tener ideas aproximadas”

“El amor es como la astrofísica: entre más se conoce, menos se sabe.”

CÉSAR DE NARTÉS. LAYES Y PENSAMIENTOS.La pregunta por la naturaleza del amor, sus efectos y con-secuencias siempre será un asunto que dará para muchas discusiones y respuestas posibles. Una de ellas es el acercamiento que hace Platón en El Banquete, que en su forma composicional se aleja un poco del estilo dialógico usual en el filósofo griego (aunque en un corto pasaje Agatón y Só-crates discurren de esta forma) para presentarnos una serie de discursos donde sus personajes expo-nen sus ideas sobre el origen, la naturaleza, las bondades y desgracias de este ser. En este escrito intentaré una aproximación somera a uno de esos discursos sobre el cual ha recaído mi atención: el pronunciado por Aristófanes.

1. Aristófanes en El banquete

Platón hace figurar al autor cómico ateniense dentro de los invitados

al banquete ofre-cido por Agatón para celebrar su victoria en el tea-tro. Pero ¿cuál es el perfil del Aris-tófanes “verda-dero”, histórico, y en qué difiere

de aquel que nos es presentado por Platón? Ante todo el cómico es un personaje que goza de alta estima-ción en el contexto ateniense debi-do a la popularidad alcanzada por sus obras; una de ellas precisamente está dirigida a criticar el papel que empiezan a jugar los filósofos en la ciudad: Las Nubes, obra en la que un padre, desesperado por las deudas adquiridas a causa de la afición des-medida de su hijo por los caballos, decide aprender la forma de ganar los pleitos en los tribunales en casa de los “cavilopensadores” (filóso-fos) donde habitan los argumentos Mejor y Peor, este último “capaz de ganar los pleitos defendiendo las causas injustas”.57 Allí Sócrates y los filósofos son presentados como unos “fantasmones, paliduchos y descalzos”58 que emplean el tiem-po en cuestiones tan importantes como medir la distancia saltada por

57 Aristófanes, Las Nubes, Madrid, Alianza editorial, 1987, p. 42.

58 Ibídem.

EL HIPO DE ARISTÓFANES(Apuntes sobre un fragmento de El banquete de Platón)

CHRISTIAN CAMILO VILLANUEVA OSORIO

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

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una pulga o saber si los mosquitos cantan por la boca o por el ano; además de achacarles cosas como la impiedad (entendida como desco-nocimiento de los dioses olímpicos) y la perversión de las costumbres tradicionales. Quizá esto último es lo que reprocha Platón a Aristófa-nes en la Apología cuando Sócrates recuerda al jurado lo que han visto en la comedia “en la que se repre-senta un cierto Sócrates, que dice que se pasea por los aires y otras extravagancias semejantes”59, cul-pándolo, quizá indirectamente, de la acusación que generó la muerte de su maestro. Así podríamos su-poner (con algunos críticos) que la idea que tenía Platón al hacer que Aristófanes figurara en el texto era tomar una sutil venganza de éste,

haciéndolo parecer amigo de los filósofos y asistiendo a sus sabias di-sertaciones. Pero tal vez esto no era lo que pretendía Platón al ubicar al cómico como un personaje dentro del diálogo, quizá la verdadera in-tención estriba en el hecho de dotar la discusión alrededor de un tema

59 Platón, Diálogos, Bogotá, Panamericana editorial, 1999, p.11.

tan grave como el amor con una voz de un matiz diferente; era hacer partícipe a un verdadero símbolo de la creación poética y literaria, un punto de vista necesario si se quiere abarcar con universalidad la temática erótica. Así, el Aristófanes presentado por el filósofo resulta un verdadero maestro del arte creativo, ingenioso en su respuesta y mesura-do en sus palabras. Algo distante de la imagen clásica del poeta-charlatán que tanto aborrece Platón y al que expulsa de su Ciudad-Estado ideal en la República. Pero también creo que representaría el polo opuesto a la solemnidad y al hieratismo del resto de los personajes, sobre todo Agatón, autor trágico embebido en las corrientes de la sofística y la retórica. La inclusión de Aristófanes sugeriría, por tanto, la intención platónica de dotar a su discurso con un elemento distinto que haría una especie de contrapunto en la compleja polifonía propuesta por el texto.

2. El discurso de Aristófanes

Ahora hagamos propiamente el análisis de los elementos propues-tos por Aristófanes en su discurso. Empecemos por el carácter mismo de la respuesta del cómico: el dis-curso pronunciado por éste resulta distinto de los demás pronunciados por los simposiastas. Es de carác-ter poético, un mito de creación

personal del poeta; distinto de la elaborada retórica empleada por algunos de los participantes (Fedro, Pausanias, Erixímaco y Agatón), de la reminiscencia dialógica de Sócrates y Diotima y la apasionada alabanza dirigida por Alcibíades a Sócrates. Es, como lo decíamos anteriormente, la posibilidad de considerar el amor, el Eros, desde un punto de vista distinto al razo-namiento y al diálogo. Aristófanes empieza su discurso luego de haber superado un inconveniente propio de la comedia: el hipo. Erixímaco, el médico pedante presente en la cena, le ha dado varios “remedios” para que se alivie y le ha precedido en el turno para hablar. El cómico empieza resaltando el hecho de que los hombres desconocen el poder del amor, pues los ayuda y es su médico (¿velada e irónica alusión a Erixímaco?) en enfermedades “de las que, una vez curados, provendría la mayor felicidad para el género humano”.60 Pero lo que le interesa realmente al poeta es el conoci-miento de la naturaleza humana y sus vicisitudes y desde allí va a partir para proponer su respuesta que se remonta a los tiempos de antaño. Con la descripción de la naturaleza de los ανδρογενοι (seres esféricos que contienen en sí los dos sexos), Aristófanes establece un claro simbolismo, propio de los relatos míticos: en el principio de los tiempos existió una especie de

60 Platón, El banquete, Madrid, Alianza editorial, 2001, p. 80.

Aristófanes concluye pues que

esa es la naturaleza del amor: una

fuerza innata que habita en cada

uno de los hombres y que los

obliga a buscar el restablecimiento

de la antigua naturaleza

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“superhombres” autosuficientes y poderosos, cuya soberbia los llevó a desafiar a los dioses, lo que originó un castigo ejemplar: la división de estas esferas en seres independientes, perfectamente conscientes de su limitación (“vean su seccionamiento”). Pero algo sale mal: las mitades al encontrarse se abrazan y permanecen allí quietas hasta morir de inanición. Zeus se compadece y traslada sus genitales al frente, para que como resultado del abrazo haya procreación y se asegure la continuidad de la es-pecie. Aristófanes concluye pues que esa es la naturaleza del amor: una fuerza innata que habita en cada uno de los hombres y que los obliga a buscar el restablecimiento de la antigua naturaleza, “trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana”.61 Así pues, el ser humano es una especie de contraseña, de συμβολον que busca continuamente su otra mi-tad. Como consecuencia de esto resulta que el amor no puede ser tachado de moral o inmoral: el amor siempre es puro, pues una mitad buscará siempre su corres-pondencia sin importar ésta a qué sexo pertenezca, se encuentra más allá de cualquier catalogación que pueda hacer la sociedad. También lo que busca el amor, una vez se ha encontrado la mitad perdida, es el restablecimiento de la unidad, no solamente a través de los placeres sexuales, como podría suponerse

61 Ibíd., p. 84.

ingenuamente al creer que ésta es la única y más perfecta forma de unión; sino la unión de veras permanente, el estar el uno junto al otro (“todo el día juntos” según una expresión que oí algún día por ahí), en la vida y en la muerte; llegar a ser total y verdaderamente uno: “unirse y fundirse con el amado en un solo ser de dos que eran”.62

Pero atención: esta búsqueda de la unidad a la que se le da el nombre de amor tiene aún un peligro: si no so-mos ordenados y piadosos en nues-tras relaciones con los dioses, esto es, si el recobrar la unidad perdida, si el amor nos lleva de nuevo a perder los estribos y ensober-bece rnos , c o r r e m o s el riesgo de una nueva d i v i s i ó n q u e n o s dejaría de-mediados. Hay que ser, pues, me-surados en materia de amor. Aquí surge una pregunta necesaria, ¿entonces el amor es un dios o una fuerza inherente al ser humano? Aristófanes deja ver que es las dos cosas: si bien es un deseo puesto en el alma del hombre, no es menos cierto que es un dios que

62 Ibíd., p. 86.

permite que el encuentro con la otra mitad sea afortunado y tenga corres-pondencia. De ahí la exigencia de la piedad para con los dioses. También es notorio que para Aristófanes la felicidad para el género humano sólo será posible en la medida que cada uno pueda encontrar su mitad perdida, curándose así de su terrible enfermedad hasta hacerse dichoso y feliz.

3. Relación con los demás discursos

del diálogo

Empecemos este tercer apartado con el discurso de Fedro: Aristófanes

habla del origen del amor al igual que éste, pero no lo remite a la mi-tología clásica, a citar a Homero y a Hesíodo; él mismo crea su propia mitología y a partir de allí puede explicar los fenómenos concernientes al amor. Es pues en

ese aspecto mucho más original que el muchacho, pues no depende de las fuentes externas y posee un discurso más desarrollado, propio de un gran creador.

Sigamos con lo afirmado por Pau-sanias: a diferencia de éste, Aristó-fanes no distingue entre un amor

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“recto” y uno “perverso”; sino, como ya hemos dicho, deja ver que el amor es una fuerza irrefrenable, una especie de magnetismo que atrae naturalmente a los amantes (pues Aristófanes tampoco distin-gue entre Amado y Amante, ya que las dos mitades son tanto lo uno como lo otro al mismo tiempo) y los libera de las condiciones y leyes estable-cidas. También evita el matiz intelectualista y discriminato-rio que podría tener la consi-deración hecha por Pausanias, al poner la pureza del amor dentro del terreno de lo sexual, pues esta atracción tiene como objetivo la procreación y no simplemente el goce de los pla-ceres carnales.

En relación con el discurso de Erixímaco la postura de Aristófanes es clara: el amor nunca puede ser el equilibrio entre contrarios, que son cosas que por su propia naturaleza jamás podrían llegar a amarse. Si el amor es búsqueda de lo semejante para establecer la unidad perdida,

no es siquiera concebible que dicha unidad nazca del equilibrio de naturalezas diferentes. “Nuestra raza sólo podría llegar a ser feliz si lleváramos a su culminación el amor y cada uno encontrara a su propio amado, retornando a su

antigua naturaleza (...) lo mejor ha de ser lo que esté más cerca de ello, esto es, encontrar un amado cuya natu-raleza corresponda a nuestro carácter”.63 El amor es entonces la búsqueda de lo que nos es más afín, no aquella tontería de que “polos opuestos se atraen”.

Frente a la propuesta de Agatón, meramen-te retórica e idealista, Aristófanes responde con una buena dosis de pragmatismo: las cosas ocurren en la realidad así, los hom-bres y las mujeres se buscan para restable-cer una unidad perdi-da y el amor facilita y

permite esta unión. No se trata de una fuerza mágica, de una cosa que vive entre flores (¿un caso de hippis-mo adelantado a su tiempo?) y que resuelve todo de manera milagrosa como sostiene Agatón, sino que es una lucha constante. Poco importa

63 Platón, El banquete, pp. 87-88.

que este sea justo, templado, valien-te o sabio; lo realmente importante es que el encuentro sea satisfactorio y correspondiente, pues de lo con-trario estaríamos condenados a la infelicidad perenne “porque si nos hacemos amigos del dios, descubri-remos y nos encontraremos con nuestros amados correspondientes, cosa que ahora sólo logran unos pocos”.64

Para finalizar, nos referiremos al discurso de Sócrates resaltando que los puntos de contraste con el discurso aristofánico están marca-dos por Diotima al afirmar que en efecto Eros es una fuerza, un demón que está a mitad de camino entre lo divino y lo humano, cuya función es hacer que el Todo quede unido consigo mismo. Además de esto el Eros es considerado también por Diotima como un deseo, pero no de recobrar algo perdido de antemano como en Aristófanes, sino de tener algo que no se posee, que todavía no se es. Pero entra en evidente oposición con Aristófanes cuando la adivina afirma que “el amor no es de mitad ni de todo, a no ser que de algún modo, amigo, resulte ser bueno, ya que incluso sus propios pies y manos están dispuestos a amputarse los hombres, si les parece que esos miembros suyos son per-niciosos.” Es decir, el amor como correspondencia está bien mientras todo funcione, porque apenas haya diferencias o notorias dificultades,

64 Ibíd., p.87.

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hasta ahí llegará el más fuerte de los amores. Además el amor, para Diotima, no es el deseo de las cosas particulares, sino el “deseo de po-seer el Bien y esto para siempre”.65

Al final del texto, luego de la irrup-ción y el discurso de Alcibíades, quedan en pie Agatón, Aristófanes y Sócrates, quien convence a los dos anteriores de cuestiones re-lativas al arte de escribir tragedia y comedia, aunque estos, a causa del vino, no podían seguirle muy bien. Finalmente nuestro personaje se queda plácidamente dormido, como corresponde a quien se ha divertido en una larga noche de juerga, distinto a la adusta postura del filósofo, que sale de la casa hacia el Liceo para lavarse y “pasar el día como otras veces, y , tras pa-sarlo así, al atardecer se fue a casa a descansar”.

Bibliografía:

Aristófanes, Las nubes, Lisístrata, Dinero, Madrid, Alianza edito-rial, 1987.

Diccionario de la mitología clásica, Madrid, Espasa, 1999.

Platón, El Banquete, Madrid, Alian-za editorial, 2001.

———, Diálogos, Bogotá, Panamerica-na editorial, 1999.

Vivas, S., Análisis de “El Banquete”, Bogotá, Terranova editores, 2003.

65 Ibíd., p.113.

SPINOZA:

ELHOMBRE COMO UNIDAD ENTRE AFECCIÓN E IDEAS ADECUADASYINETH RIAÑO BAYONA

LICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

Este texto presenta algunas indagaciones acerca de la génesis e implicación de los conceptos de libertad, poder y autoridad en el pensamien-to político-filosófico de Spi-noza, expuesto en su Ética demostrada según el orden geométrico y en su Tratado teológico-político. En Spi-noza, estos conceptos se articulan en tor-no al concepto del bien, potencia de obrar, perfección o primera virtud de la naturaleza que poseemos como seres huma-nos, y en razón de la cual buscamos perseve-rar en nuestro ser en tanto nos

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resulta útil. Por consiguiente, se muestra cómo la ética de Spinoza tiene como fundamento tanto la libertad que tiene el hombre —virtud, o capacidad para moderar los afectos— de elegir o rechazar el sufrimiento, como una disposición a afectar su relación con los otros, y conducirse en pro del fin o de la perfección de su ser —que también involucra el conocimiento de las causas de las cosas y de las acciones mismas—. En otras palabras, la vir-tud como realización de la potencia

(o aquello que por naturaleza le compete y conviene al ser).

1. INFLUENCIAS

Baruch Spinoza, 1632-1677, filósofo holandés de ascendencia judía, reci-bió la influencia de la filosofía judía medieval de Maimónides en cuanto al fin último del hombre como fun-damentación racional de la verdad; la escolástica cristiana de Giordano Bruno, respecto a la inscripción de la concepción cristiana en lo real, y

la consideración del hombre como el único ser racional y libre de la creación, cuya determinación sólo está dada por quien lo crea; la de concepción acerca de la libertad del hombre como la excelencia que conforme a su naturaleza le ofrece la grandeza de moldearse a sí mismo de Pico de la Mirándola, rechazó la teología judía ortodoxa, —razón por la cual fue considerado marra-no—, y adoptó como fundamento de su filosofía la idea de que existe solamente una substancia, la subs-

tancia divina in-finita, la cual se identifica con la naturaleza (Dios o la naturaleza). La idea de Spi-noza acerca de Dios es la de una substancia que se constituye por infinitos atribu-tos, cada uno de los cuales expre-

sa una esencia eterna e infinita... Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse (Spinoza, 1966). De modo que, al ser Dios causa eficiente y primera su existencia es necesaria y se da en razón de la misma naturaleza del hombre. Así, de su concepción acerca de Dios, Spinoza elabora una filosofía del sino o Destino del hombre como causa sui, —cau-sa de sí mismo—; destino en el que también se admite la influencia de causas exteriores.

Otra de las influencias recibidas por Spinoza en la formación de su pensamiento filosófico es la de Descartes en lo referido tanto al método como a sus concepciones acerca de la substancia y el atributo. Así mismo, es posible que Spinoza fuera influido por la afirmación de Descartes de que en filosofía deben investigarse solamente las causas eficientes, y no las finales, así como por su empleo del argumento ontológico para probar la existencia de Dios (Copleston, 1984, p. 196).

2. LA LIBERTAD EN EL PENSAMIENTO

DE SPINOZA

Afirmar que el pensamiento de Spinoza y, por consiguiente, su ética obedecen a un carácter meramente racionalista, se pone en entre dicho cuando se toma en consideración que sus proposiciones y demos-traciones acerca de la virtud, la libertad y los afectos también invo-lucran al conatus —deseo—, como un elemento trascendental en el obrar del hombre, en la medida que no sólo moviliza su ser sino también garantiza su preservación en el mundo. Según Spinoza, el apetito es causa y fin en sí mismo en tanto primer principio de alguna cosa. De ahí que el hombre conoce las causas que lo determinan al apetecer algo, dicho apetito sea entendido en pri-mera instancia como causa eficiente y, en segunda instancia, como causa deducida.

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En Spinoza, la comprensión de la perfección humana aparece no como acabamiento o completud de una obra sino, más bien, como la obra que ha sido llevada a cabo de acuerdo con el propio designio de su autor; este planteamiento es sustentado en su concepción acerca de que la naturaleza no obra a causa de un fin en la medida que el ser eter-no e infinito al que llamamos Dios o Naturaleza obra en virtud de la misma necesidad por la que existe; o, lo que es lo mismo, el acto humano como necesidad, posibilidad de ser o existir. De hecho, Spinoza demuestra que la necesidad de la naturaleza, por la cual existe, es la misma en cuya virtud obra. Así pues, la razón o causa por la que Dios, o sea, la Na-turaleza, obra y la razón o causa por la cual existe son una sola y misma cosa (Spinoza, 1987, p. 246).

No obstante, Spinoza considera que reconocer al hombre como parte de la naturaleza implica también reconocer la relación que el hombre establece con las demás partes de ésta en condiciones recíprocas, y no como sometido a éstas. Además, Spinoza admite que la realidad contiene en sí misma a todo ser y que, por tanto, no puede ser ajena al mundo o aislada de éste.

Para Spinoza, la libertad parte del conocimiento del hombre sobre aquello que le resulta útil para desplegar su potencia de obrar, en tanto éste se concibe racionalmente como parte constitutiva de la natu-

raleza. Es decir que Spinoza asocia la libertad con aquella obra que por naturaleza tiende a la perfección humana o, si se prefiere, a la conser-vación del ser; y de la cual tenemos la certeza de que nos facilita poseer dicho bien.

Este planteamiento de Spinoza acerca de la certeza de obrar es sustentado en su concepción acer-ca de la concordancia existente entre la naturaleza y los hombres, cuando vivimos según la guía de la razón; idea que también corresponde, en el pensa-miento de Spinoza, a una “reflexión racional sobre los afectos”, puesto que la fuerza de éstos coarta nuestra libertad cuando nos convertimos en seres serviles e impotentes que en muchas ocasiones nos sentimos obligados a ha-cer lo peor, aún viendo lo que nos resulta mejor.

Según Spinoza, la libertad se consti-tuye como la potencia que deviene de la razón, el alma, o entendimien-to frente a las pasiones. En otras palabras, la elección de los afectos positivos que nos resultan útiles en virtud de nuestra naturaleza —aque-llos que posibilitan la expresión de nuestra potencia—, puesto que dada la naturaleza, en el hombre se fraguan los afectos —positivos y negativos—, requieren ser modifica-dos, según la emergencia particular de éstos a través de la razón. Así,

Spinoza afirma que: un afecto que es una pasión deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta; y está más bajo nuestra potestad, y el alma padece tanto menos por su causa, cuanto más conocido nos es (Spinoza, 1987).

De hecho, el pensamiento de Spino-za se articula en torno a una concep-ción de la virtud como causa y fin en sí misma. Pero, ¿cuál es entonces su idea de virtud? En Spinoza, la

De hecho, la autoridad soberana replanteará siempre su palabra en pro de reconocer como ley suprema la seguridad de los ciudadanos mismos;

así, cuando se ha previsto cumplir un determinado acto, y después los acontecimientos

o un determinado razonamiento muestran o parecer mostrar que dicho acto producirá

un perjuicio en el beneficio general de sus súbditos,

su deber es romper la promesa.

virtud es entendida como las ideas adecuadas en razón de las cuales el alma obra en su más alto grado; esta concepción también implica la modificación de nuestros afectos a la luz de los dictámenes de la razón, puesto que, para Spinoza, el bien y el mal no son más que modos de pensar, o nociones que formamos a partir de la comparación de las cosas entre sí, existiendo la posibilidad de que una cosa puede ser al mismo tiempo buena, mala e indiferente (Spinoza, 1987, p. 248).

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Otra interpretación de Spinoza acer-ca de la libertad está encaminada a considerar que cuando el hombre es sometido a los afectos pierde su independencia, puesto que se siente obligado por sí mismo a utilizar dichos afectos en el alcance de la mayor perfección de su potencia de obrar, o en la exoneración de éstos (Spinoza, 1987, p. 259). En Spinoza la libertad humana, o el poder, se define entonces como la determi-nación de nuestra conducta por afectos surgidos de la razón, o más precisamente, moderados por esta vía, al ser la razón la guía necesaria para frenar las pasiones, evitar o disminuir el padecimiento y alcanzar la felici-dad o libertad del alma.

uso de la razón sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño, ni se hagan la guerra con ánimo injusto (Spinoza, 1966).

Según Spinoza, el derecho de cada ciudadano será menor en cuanto mayor es el poder de la República en la medida que ejecutar cualquier

acción o poseer un bien requiere de que todo ciudadano invoque un decreto general de la República, puesto que la autoridad se constitu-ye a partir de la suma de poderes o grados para extender los deseos de cada uno de los ciudadanos. Ésta se convierte entonces en una idea rectora para lograr comprender que el poder efectivo o supremo del Estado se halla impedido para autorizar a cada ciudadano a vivir según su gusto: esto implicaría su propia destrucción.

Para Spinoza, el hom-bre actúa en el Esta-do de acuerdo con las leyes de su naturaleza y en búsqueda de su propio bienestar. De ahí que en el estado político tanto el mie-do como la seguridad y la forma de vida sean idénticos para todos, sin que esto implique aniquilar la facultad que posee cada uno de juzgar. De hecho, el Esta-do político aparece

como el lugar donde se hace posible la reconciliación entre los hombres que por natura-leza son enemigos, al poseer éste la voluntad de hacer la paz o romper una alianza cuando así lo deseen los ciudadanos.

Además, el hecho de que el Estado sea guiado como un solo espíritu im-

derecho que se mide por el grado de su poder.

Según Spinoza, el ser humano contiene este poder como potencia de obrar en sí mismo, admite su capacidad para crear y transformar. De ahí que Spinoza también declare a la libertad como fin último del Estado... puesto que no es el fin del Estado convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autó-matas, sino por el contrario, que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre

En Spinoza, las re-laciones existentes entre los elemen-tos constitutivos de la naturaleza son perpetuadas por los hombres en la sociedad política. De modo que el derecho de Estado, o sumo poder, no es otra cosa que el propio de-recho natural determinado por el poder de la multitud que se aúna como si fuese una en espíritu —lo mismo que cada hombre en su esta-do natural—, y se conduce también en cuerpo y espíritu gozando de un

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plica que la voluntad de la República es tenida por la voluntad de todos los actos, declarados justos y buenos por la República, que es también, por este hecho, cada uno de los súbdi-tos. De ahí que el Estado político se haya instaurado como una solución natural que disipa el miedo general y elimina las miserias a las cuales todos los ciudadanos están expues-tos, y que de por sí se esforzará por libertarlos del miedo para que éstos vivan con seguridad y conserven su derecho natural a existir, sin daño propio ni ajeno (Spinoza, 1966).

De hecho, la autoridad soberana re-planteará siempre su palabra en pro de reconocer como ley suprema la seguridad de los ciudadanos mismos; así, cuando se ha previsto cumplir un determinado acto, y después los acontecimientos o un determinado razonamiento muestran o parecer mostrar que dicho acto producirá un perjuicio en el beneficio general de sus súbditos, su deber es romper la promesa, pues, según Spinoza, el poder del Estado, en cuanto es equivalente al poder de la razón, no enseña nada contrario a la naturaleza y, por ende, la sana razón no podría exigir que cada uno de ellos fuese libre (Spinoza, 1966).

En Spinoza, la ética se articula con la política a partir de una reflexión práctica, o más precisamente, razona-miento práctico acerca de la natura-leza humana y, por ende, aquello que resulta necesario para suscitar lo que con certeza sabemos que nos es útil:

la felicidad proveniente del apetito o fin a causa del cual obramos en la perseverancia de nuestro ser. De ahí que en el Estado civil los ciudadanos estén obligados a obedecer por las leyes y el poder de conservarse a sí mismos.

3. CONCLUSIONES

En consecuencia, cuando Spinoza afirma que el hombre es consciente de sus deseos aunque no lo es de las causas de las cuales provienen éstos, admite como criterio ético el hecho de que el hombre, al igual que cualquier otra cosa en el mundo, se conduce según su naturaleza. De ahí que tanto la explicación natural de las pasiones —como expresión de la naturaleza humana—, el pa-decimiento a causa de éstas o su modificación en afectos dependan de la libertad con la cual el hombre decide admitirlas como ajenas a vicios o sentimientos impropios a su naturaleza, depurándolas según la misma necesidad en razón de la cual aparecen. Así mismo, el pensa-miento de Spinoza contribuye a la

configuración de una ética secular que aislada de una fundamentación religiosa de la moral, instaura la razón como principio articulador de la autoridad en torno a una con-cepción de libertad y soberanía tanto por parte de la sociedad como por parte del hombre o el individuo.

Sin embargo, estos planteamientos de Spinoza conducen, a su vez, a cuestionar la idea de que todo el conocimiento acerca de la naturaleza del ser humano construido a través de la razón sea determinantemente en relación con la idea del bien. Puesto que esta concepción de Spinoza presupone que la perse-cución del bien para los demás es equivalente a la persecución del bien para sí mismo —los bienes del cono-cimiento y el conocimiento de las afecciones de sí mismo—. También, al implantar la razón del Estado como eje de las relaciones sociales, ésta se convierte de por sí en el juez de las acciones propias y ajenas. De hecho, la elección del individuo y su responsabilidad para con la sociedad en la cual se halla inmerso representa una provocación obligada.

Bibliografía:

Spinoza, B., Ética demostrada según el orden geométrico, Vidal Peña García (trad.), Madrid, Alianza Editorial, 1987.

_______________, Tratado teológico-político, Tierno, E. (trad.), Madrid, Editorial Tecnos, 1966.

Copleston, F., Historia de la filosofía, vol. 4: de Descartes a Leibniz, Barcelona, Ariel filosofía, 1984.

Vásquez, M., Spinoza, Barcelona, Ediciones Península, 1986.

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EL DEVENIR EL DEVENIR DE LA INCLUSIÓN:DE LA INCLUSIÓN:

DE LA DIFERENCIA OBJETIVADA DE LA DIFERENCIA OBJETIVADA Y LA INTEGRACIÓNY LA INTEGRACIÓN

DANIEL ALEJANDRO TABORDA

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

“La diferencia huele,

porque está encarnada en sujetos,

y los sujetos huelen.”

ADOLFO ALBAN ANCHITE (2007)

I

Inicialmente, quisiera admitir que una entrada de este talante compromete al texto con la satisfacción del lector en términos filo-sóficos, éticos, políticos, teó-ricos y prácticos si se quiere. Y es además una solicitud de licencia anticipada en términos de lo que él en sí mismo no pueda lograr. Pero comienzo por ello para poder, con más tranquili-dad, acercar estas palabras a los presentes en un ambien-tede complicidad iniciática.

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No para el encubrimiento o el silen-cio, no para la licencia por las faltas; sino para que este espacio sea hoy ejemplo del funcionamiento poten-te que sobreviene a la integración educativa.

Es este escrito, anclado a este tiempo y a este espacio académico, uno de los productos que del cierre de mi primer proceso de formación profe-sional he querido dar a conocer, y que a bien han tenido mis maestros posibilitarme. Son reflexiones que han surgido desde varios frentes: el primero, mi práctica docente; el segundo, mi profundización en los procesos de atención educativa a población con necesidades educati-vas especiales; y el tercero, referido a la formulación y el desarrollo de mi trabajo de grado. La experiencia en aulas, la búsqueda teórica y la reflexión profesional y académica me han permitido hacer unas apues-tas personales por unas formas muy concretas de discursivisar la diferencia y la diversidad.66 Y son precisamente esas ideas las que dejé correr en estas líneas para hoy hacer-las circular nuevamente por medio de la potente palabra, más intimista y más mía, por ser la primera. Pero no por eso más o menos confiable, más o menos contundente.

66 Según la Dra. Catherine Walsh debe entenderse como la objetivación epistémica y política de la diferencia. Walsh, C., “Interculturalidad Crítica y Pedagogía Decolonial”, [conferencia magistral], Seminario Internacional: Diver s idad, intercul tura l idad y construcción de ciudad, s.l., 2007.

De las primeras cosas por decir es que aunque la denominación que gobierna este texto abre un sinnú-mero de posibilidades de enuncia-ción sobre la condición humana, sobre la diferencia, el texto está pensado en un campo particular: el de la discapacidad. Y lo es porque precisamente ha sido la línea que he escogido de las múltiples existentes en el campo de lo diverso. Quizás por capricho, pero también por la convicción de que todo maestro debe pensar-se para aulas abiertas, reales y humanas, donde lo único que no pueda entrar sea la idea que como infección envuelve a los pueblos: la del desconocimiento del otro, que es en últimas la que hace que vivamos en la civilización más bárbara y más enferma de la historia.

El des–conocimiento del que hablo es el que supone en sí mismo la exis-tencia de esos “otros”, porque en su dinámica de negación los nombra y por ende los señala. Y al hacerlo empiezan a existir para las “mayo-rías” por el simple hecho de estar ahí gracias a la palabra. El ciego, la sorda, el homosexual, el mutilado, el transafricano, todos siempre han estado dentro de los límites de los pueblos y de sus lenguas. Han sido conocidos e incluidos gracias a los rótulos y no por lo que son. Estos rótulos surgen de la extrañeza que carga el sufijo des- a la experiencia incómoda que supone el des-co-nocer–los. Los hemos incluido por medio de las palabras que más

distancian. Esas que hablan de la ignorancia, como cuando los eu-ropeos llegaron a las Américas y lo primero que hicieron fue nominar a las mujeres, a los hombres y a los niños; a los animales, a las cosas, a las plantas y a los sitios como el primer paso para acceder a ellos. Desde el primer encuentro volvie-ron objeto de sus discursos tanto el espacio desconocido, como lo desconocido que lo habitaba.67

Precisamente en esa dinámica de des–conocer la diversidad, y que supone la nominación de todo lo que existe para incluirlo y de paso regularlo, es que se ha dado el devenir de la diferencia. Ahora bien, la acción de nombrar está afectada, como es de suponer, por las especificidades de los momentos históricos, sociales y culturales, más si se entiende que los sentidos, los significados y los regímenes de verdad son construidos y puestos en circulación en el marco de las cosmovisiones y las lenguas parti-culares. Por eso es que no pode-mos hablar de discapacidad en el Medioevo o en la antigua Grecia,

67 Esto se da, según la antropóloga cultural Mary Douglas, porque frente a lo desconocido y lo anómalo, las sociedades reaccionan “con una reducción de la ambigüedad, con un control físico sobre ella, reduciéndola, etiquetándola de peligrosa o adoptándola como ritual”. Citado por: Barnes, C., “Las teorías de la discapacidad y los orígenes de la opresión de las personas discapacitadas en la sociedad occidental”, en Barton, L. (comp.), Discapacidad y sociedad, Barcelona, Ed. Morata y Paideia, 1998, p. 64.

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pero tampoco podemos decir que en esos momentos de la historia no haya habido insuficientes, al contra-rio. Colin Barnes defiende la idea de que las insuficiencias son tan antiguas como el cuerpo mismo, es decir, que son una “constante humana”68 y que las visiones que hoy existen en Occidente de las personas que las tienen, ya sean físicas, sensoriales o psíquicas son producto del imaginario heredado de la tradición grecorromana: “Es evidente que la opresión cultural de las personas con insuficiencias se puede remontar hasta el mismo nacimiento de la sociedad occiden-tal. En su núcleo reside el mito de la perfección corporal e intelectual o el ideal de ‘cuerpo capacitado’ ”.69

Sin embargo, como se advierte en la propuesta del sociólogo de la Uni-versidad de Leeds, la posibilidad de restringir los sentidos construidos a los momentos históricos en los que surgen es una falsa ilusión, por ser innegables las herencias y las trans-ferencias culturales.

II

En esta dirección, y dicho lo ante-rior, pretendo ahora entrar a señalar los grandes momentos que la teoría sociológica ha establecido para delimitar las visiones sobre los/las insuficientes, como mapa general

68 Albrecht, s.n., 1992, p. 36, citado en ibíd., 1998, p. 65.

69 Barnes, C., 1998, p. 73.

del devenir de la inclusión, hasta llegar al momento que también es objeto de esta presentación: el del surgimiento de la discapacidad como una categoría social que objetiva la diferencia y justifica de paso la necesidad de integrarnos desde el re–conocimiento70 de la diversidad.

LA ELIMINACIÓN FÍSICA

Los griegos, y posteriormente los ro-manos por adaptación, practicaban la eliminación física de los insufi-cientes. En Esparta, por ejemplo, los neonatos eran sometidos a un riguro-so examen para buscar debilidades y de ser halladas eran abandonados a la intemperie, pues no cabían en el ideal de hombre o mujer construido como el óptimo para los fines de la sociedad. Lo anterior se justificaba también desde la misma mitología de estos pueblos que prefiguraba el hombre ideal como aquel que se asemejase con mayor fidelidad a los dioses y diosas, siempre represen-tados como dechados de gracias, virtud y belleza; es más, sólo existió un dios, Hefesto, hijo de Zeus y de Hera, que evidenciaba un cuerpo maltrecho y un andar desgarbado y cojo, que lo hizo ser –véase aquí el detalle– objeto de desprecio de sus padres y merecedor del destierro del Olimpo.

70 Entiéndase como un volver a conocer, un volver a nombrar.

La eliminación física refiere enton-ces a lo expuesto anteriormente. A las prácticas como las de los espartanos que no permitieron el desarrollo de sujetos insuficientes. En sus dinámicas sociales y cul-turales, para este caso la cultura guerrerista, no se permitía ningún tipo de disfunción corporal, pues ello les representaba pérdidas de capital humano fundamental para los objetivos de la Polis. Había, sin embargo, algunas excepciones. En Atenas, por citar un caso, donde las costumbres no eran belicistas como en Esparta, vivieron algunos ejem-plos de coexistencia de insuficientes con los demás conciudadanos. Encontramos entonces al poeta Homero y algunos de los relatos en torno al oficio de Tiresias y otros oráculos que eran objeto de respeto y consulta entre los atenienses.

EL ENDIOSAMIENTO

Refiere fundamentalmente a una atribución de cercanía con lo divino que se le empezó a hacer a los insu-ficientes. Se debió principalmente a la tradición griega de los oráculos, anteriormente referenciada y al pos-terior surgimiento de la cristiandad. Con este último suceso surge la idea de que todos somos “hijos de Dios”, y se comienza a hablar entonces de que el insuficiente, al ser hijo tam-bién de ese único Dios, o bien podía estar más cerca de lo divino por la potenciación de su espiritualidad gracias a los tiempos de meditación

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que su situación le propiciaban; o bien, su condición era una prueba impuesta por Dios para probar su fe y su amor hacia él como padre, comprometiéndolo más con el aca-tamiento de sus leyes.

En efecto, “San Agustín, el hombre a quien se atribuye haber introdu-cido el Cristianismo a la isla de Gran Bretaña a finales del siglo VI, proclamaba que la insuficiencia era un castigo por la caída de Adán y otros pecados”.71

EL OCULTAMIENTO VERGONZANTE

Sobre el ocultamiento vergonzante se debe decir que corresponde a una evolución de las ideologías que predominaron en los periodos ante-riores. Consistió o consiste, porque no se puede decir que ya no se den este tipo de prácticas y creencias, en la disposición de espacios físicos en los que se encerraban o encierran a los insuficientes. Se corresponde entonces con el nacimiento de los hospicios, lugares que dirigidos por el clero se destinaban a mantener fuera de las calles a aquellos que eran la evidencia del pecado y por ende motivo de vergüenza para las familias y las sociedades.

¿Por qué hablar de que aún hoy se da el ocultamiento vergonzante? Porque las instituciones de este

71 Ryan, s.n. y Thomas, s.n., en, Barton, L. (comp.), op. cit., p. 71.

tipo aún prevalecen con algunas variaciones en su funcionamiento, pero con la misma finalidad: man-tener a los “anormales” lejos de la sociedad. Además, porque aún hoy circula la idea de que un hijo o hija con insuficiencia son producto de las malas actuaciones de sus padres y por ende son la materialización de lo vergonzante.

LA REFLEXIÓN COGNOSCITIVA

La reflexión cognoscitiva fue el mo-mento posterior, y corresponde al nacimiento de la discapacidad como

categoría. Se ubica en los “finales del siglo XVII y persiste hoy, par-ticularmente en grupos científicos y profesionales” (AZULA y RUÍZ, INCI). Es el instante en el que los individuos insuficientes encerrados en hospicios, manicomios y hos-pitales empiezan a ser objeto de la reflexión médica. Ésta se encontraba animada por la pretensión de hallar

métodos científicos y terapéuticos para su “normalización”. Además de estar ubicada en el campo de la Biomedicina, la reflexión cognos-citiva se encuentra también en los trabajos que con la misma inten-ción se desarrollaron en el campo pedagógico–terapéutico, como los que se conocen de la médica María Montessori (1870-1952).

La eliminación, el endiosamiento y el ocultamiento en tantos discursos, junto a la primera reflexión cognos-citiva, conocida también como etapa de individuación y medicalización (Barton, 1998), han tenido como objeto de enunciación a los insufi-

cientes. Pero en el sentido en el que han ido apareciendo las perspectivas sobre la minusvalidez y los insufi-cientes, pareciese que fuese algo lineal y de continua yuxtaposición de ideas y códigos de creencias. Sin embargo, y como se dejó entrever en el apartado que habla del ocul-tamiento vergonzante, cada uno arrastra significados, si no todos

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por lo menos algunos, del momento histórico que le precedió.

En este movimiento de contextos, discursos y sentidos llegan ellos a disentir de estos significados cons-truidos por los “normales”, pues les son ajenos en tanto los niegan como sujetos sociales. Y en este proceso de contestación, de movimiento hacia el cambio de visión, la teoría socioló-gica se presenta como el campo más fértil, pues es en él donde han veni-do a germinar las discusiones que los propios discapacitados le han hecho a la identificación, denominación y/o caracterización que de ellos han hecho las comunidades científicas y las sociedades. Es en este campo don-de “se ha producido un cambio en el objetivo del análisis teórico, que ha

pasado –ya– de los individuos y sus insuficiencias”72 al empoderamiento de ellos mismos como responsables de liderar el cambio epistemológico y social que la discapacidad exige.

72 Barnes, C., “Las teorías de la discapacidad y los orígenes de la opresión de las personas discapacitadas en la sociedad occidental”, en Barton, L., Discapacidad y sociedad, Barcelona, Ed. Morata y Paideia, p. 59, 1998.

IIIOTRAS REFLEXIONES, OTROS DISCURSOS EL SUJETO DIS-CAPACITADO Y LA DISCAPACIDAD COMO CATEGORÍA SOCIAL

La Discapacidad en tanto categoría es otro producto de la modernidad, del “progreso social y el utilitarismo liberal”73 de las sociedades industria-lizadas de Occidente (Barton, Oliver, Finkelstein, Drake, 1998), producto del surgimiento de los hospitales, los manicomios y los hospicios. Al llegar al siglo XVIII con las ideas positivis-tas y racionalistas, que son las que anidan el último momento descrito, el de la reflexión cognoscitiva, y don-de la insuficiencia es ya una categoría de análisis, se puede decir que ésta empieza a correr de la mano con el desarrollo de los paradigmas del co-nocimiento. Sin embargo, sólo hasta el momento de la consolidación de las Ciencias Sociales, e incluso hasta la superación de su segunda crisis a mediados del siglo XX,74 se da una exitosa domesticación de los movimientos contestatarios que responden al modernismo clásico y aparecen los que vienen a dar luces sobre nuevas perspectivas u opciones de observación y reflexión de la

73 Ibíd., p. 72.

74 Véase: Rainbow, P., “Las representacio-nes son hechos sociales: Modernidad y posmodernidad en la Antropología”, en Clifford, J. y Marcus, G., Retórica de la Antropología, Ed. Júcar, 1991. También Geertz, C., “Géneros confusos: la recon-figuración del pensamiento social”, en Conocimiento local, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1994.

discapacidad. Éstas fueron las que sacaron del cerco normalizante al insuficiente.

Producto de un contexto puramente capitalista y con un fuerte aburgue-samiento social, estos movimientos comienzan a teorizar sobre la disca-pacidad, poniéndola a dialogar en otros contextos que más adelante po-sibilitarían dar cuenta no sólo de las visiones históricas y culturales que ya he nombrado en este documento, sino también de unos enfoques concretos para teorizarla, y de donde poco a poco emergen ideas como la del insuficiente como sujeto. Ésta, por ejemplo, supone la obligación que los Estados tienen para con la formulación de unas políticas que garanticen el ejercicio de esta nueva condición: la de ciudadanos y ciuda-danas con discapacidad.

En consecuencia, antes de decir más, considero importante conocer los enfoques casi paradigmáticos que subyacen al devenir de la categoría, pues además de servir como elementos de peso para la exposición, terminará también contextualizando mi discurso, que aunque ya algo develado, no ter-mina de indicar desde dónde dice. Encontramos entonces:

EL ESENCIALISTA

El esencialista es el que da por sentado que la insuficiencia con-diciona al sujeto por serle inhe-

De este modo, la discapacidad es producto de las construcciones que hace cada sujeto en interacción con el entorno. De ahí que

ahora sea necesario “tomar una posición estructurada en forma de bucle

que articule las ciencias biológicas, las ciencias sociales, las artes, las ciencias

humanas y la filosofía

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rente, connatural. Desde allí, las valoraciones que sobre él o ella se hacen son establecidas por la distancia arriba o abajo que de la media general demuestre el discapacitado. Los pará-metros construidos desde lo médico buscan hacer esta clasificación para determinar la intervención rehabilitadora y terapéutica que permita una adaptación fun-cional del paciente. Por lo anterior es que a este enfoque también se le conoce como funcionalista.

EL CONSTRUCCIONISTA SOCIAL

Es el que entiende al discapacitado no como un sujeto con una insufi-ciencia que lo determina, sino como aquel que es condicionado por su entorno. Concretamente refiere a que la discapacidad es el producto de la construcción de un sistema de creencias basado en el prejuicio que recae sobre el “anormal” y que obviamente es construido por sus congéneres.

EL MATERIALISTA

El Materialista es el enfoque donde la discapacidad no se da por la dife-rencia fisiológica o el estigma social, sino por la imposibilidad de entrar a los medios de producción. Den-tro de los que siguen este enfoque circula la idea de la discapacidad como respuesta a las condiciones

económicas y sociales, es decir, que el trato al insuficiente es producto de las dinámicas del capitalismo y el

proceso de industrialización. Sin embargo, sus detrac-

tores hacen énfasis en el desconocimiento de factores como el lugar de origen, el género,

y la particularidad que acompañan a la insuficien-

cia (AZULA y RUIZ).

EL POSMODERNO

Es aquel donde se ve la discapacidad como la experiencia respon-sable del sujeto frente a la sociedad de acuerdo a su insuficiencia, es decir, donde ésta implica un ejercicio de poder coherente con sus condi-ciones particulares, y donde la sociedad simplemente se ocupa de dar ciertas facilidades de in-clusión, pero recalcando que la experiencia de la discapacidad es única y exclusivamente de carácter individual. Algo como que “Si eres discapacitado es porque quieres”. Enfatiza el hecho de que el asunto de la discriminación es producto de las dinámicas de denominación que de los diferentes, de los “otros”, hacen los “normales” y por tanto se circunscribe a un problema de representación cultural y del len-guaje, que debe ser objetivado con miras a la deconstrucción para la comprensión y la transformación de las estructuras opresoras.

EL MOVIMIENTO DE LA DISCAPACIDAD

Finalmente está el enfoque denomi-nado Movimiento de la Discapacidad, donde los discapacitados se empo-deran, pues son concientes de que han sido víctimas de la invisibiliza-ción social, del estigma y, además, de que son ellos mismos los que de-ben decidir. ¿Pero decidir sobre qué? Pues en primera instancia, sobre lo que es la discapacidad, sobre lo que es ser discapacitado y por ahí dere-cho sobre qué es lo que necesitan, qué quieren, dónde están y para dónde van. Se entiende entonces

que a diferencia del enfoque posmoderno, la cuestión

de la acción y la ref lexión no es un pro-blema indivi-

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dual sino colectivo. Es un pensar-se desde la escena social por medio del ejercicio pleno de la ciudadanía.

por los sujetos con insuficiencias se construyen en un momento socio-histórico y cultural concreto. Si miramos u oímos con atención, esta idea ha corrido precisamente porque se ha hablado de insuficien-cias y discapacidad, y de diferentes concepciones construidas en mo-mentos específicos de la historia. ¿Pero de dónde parte la distinción que nos orienta? De la planteada en 1976 por la Unión de Personas con Insuficiencias Físicas contra la Discriminación (UPIAS), que dice: “Es la sociedad la que incapa-cita físicamente a las personas con insuficiencias (…) Así, definimos la insuficiencia como la carencia parcial o total de un miembro, o la posesión de un miembro, órgano o mecanismo del cuerpo defectuosos; y discapacidad es la desventaja o la limitación de actividad causada”.75

Aunque la distinción es necesaria, obviamente sólo es una parte. Al no ser ya una patología, sino un pode-roso movimiento hacia el cambio de los estilos de vida de unos sujetos76 concretos, se deja esa visión de una presunta “inferioridad biológica o fisiológica de las personas disca-pacitadas” (Hahn, 1986, p. 89) y

75 UPIAS, 1976, pp. 3-4.

76 Véase que aquí ya no se habla de indi-viduos, sino de sujetos; y ya no se habla tampoco de sus insuficiencias como determinantes de la reflexión, sino más bien de los discapacitados como un mo-vimiento social que pretende cambiar su estilo de vida, o sea que se está reco-nociendo, ahora, a los discapacitados como sujetos racionales y en tanto co-lectivo en sociedad.

empezamos a hablar del insuficiente en tanto es sujeto, es comunicación, pero sobre todo reconocimiento del otro (Touraine, 1994) y por ende es “resultado de las interacciones sociales”77. De este modo, la dis-capacidad es producto de las cons-trucciones que hace cada sujeto en interacción con el entorno. De ahí que ahora sea necesario “tomar una posición estructurada en forma de bucle que articule las ciencias bioló-gicas, las ciencias sociales, las artes, las ciencias humanas y la filosofía”78 de modo que se puedan establecer las conexiones entre las condiciones estructurales y la realidad vivida de las personas en unas condiciones sociales determinadas.

IV

LA INTEGRACIÓN EDUCATIVA DE LOS NECESITADOS: DE TODOS

De cada uno, según su capacidad,a cada uno según sus necesidades.

K. Marx.77 Grupo de Investigación De

Rehabilitación e Integración Social de la Persona con Discapacidad, La discapacidad como una categoría social, Lb. núm. 5, Bogotá, U. Rosario, 2005, p. 6.

78 Morin, s.n., 1999, citado por Grupo de Investigaciones De Rehabilitación e Integración Social de la Persona con Discapacidad, La discapacidad como una categoría social, Bogotá, U. Rosario, Lb. núm. 5, 2005, p. 4.

Después del enfoque esencialista, que refiere a la etapa conocida como de individuación y medicalización o primera reflexión cognoscitiva, todos los enfoques han sido producto del trabajo en los campos disciplina-res, inter y transdisciplinarios de las Ciencias Sociales y Humanas. O sea, han sido otras reflexiones cognoscitivas producto de las cua-les la categoría discapacidad dejó de ser privilegio del campo médico y empezó a ser pensada teniendo en cuenta las múltiples dimensiones de sujeto, donde lo médico y los pro-cesos rehabilitadores entran como un componente más de la vida del discapacitado. Pero, ¿cuál ha sido de fondo el verdadero cambio de visión? En primera instancia y qui-zás la que moviliza la idea de que es una categoría social y, además, ha corrido durante estas páginas, es que no es una patología sino más bien una representación que de y

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La discapacidad, los discapacitados, las insuficiencias y los insuficientes se han ido ubicando paulatina-mente, y a veces de manera no tan explícita, en la escuela. Y como precisamente este es el espacio que nos enmarca, es un deber entender este emplazamiento sistemático y algo soterrado. Para ello es nece-sario, pienso, ir descubriendo las múltiples vías de acceso a la realidad social, para de este modo poder abrir el abanico de posibilidades desde las que el fenómeno social de la educación puede ser pensado y re–pensado cuando entra en la dinámica, como es de usanza en la actualidad, con la discapacidad.

En este orden de ideas, pretendo ahora caminar sobre lo andado en otros espacios, poniendo en la mesa las nociones que regulan esta rela-ción escuela–discapacidad. Aborda-ré entonces la idea de Necesidades Educativas Especiales (NEE), así como las prácticas y procesos que le subyacen y validan: Integración/In-clusión. Sin embargo, como podrá advertir el lector, desde el título del apartado se anticipa una apuesta particular por una de las denomi-naciones que sobre las prácticas subyacentes a la relación objeto se manejan: el de integración.

La moda de vincular a la institución escolar la discapacidad se lee, y por ende se justifica, cuando se esta-blecen correspondencias entre el devenir de la categoría discapacidad con las dinámicas políticas tanto

nacionales, como de orden supra e internacional. En consecuencia, la primera precisión que quiero hacer aquí es que estas dinámicas entre lo escolar y lo aún discriminado se vienen dando gracias a las transformaciones de los discur-sos hegemónicos. Es decir, en términos de las acciones e interacciones de unos sujetos que, situados de frente a lo que es ser y estar en situación de discapacidad, han gestado.

Producto de estos movi-mientos surge la noción de Necesidades Educati-vas Especiales. Es ésta la que sustenta la entrada de la diferencia a la escue-la, que es lo que, pienso, nos interesa. ¿Cuándo se da? El desplazamiento que permite la memoria de los libros y la de las comunidades académicas nos lleva hasta los finales de la década de 1970, con la presentación del informe Warnock, traba-jo construido desde los proce-sos de investigación que se venían adelantando al interior del grupo de Mary Warnock, a quien debe su nombre, y donde se socializan las conclusiones que determinarían la evolución de la Educación Es-pecial y en general los procesos de reivindicación y visibilización de lo “anormal” en marcos más allá

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de los impuestos por el enfoque biomédico de individuación.

Después de este momento, en 1978 para ser más exacto, se enfilan los discursos hacia la interactividad y apertura educativa en términos del re-conocimiento de los que “deberían” ser los principios de la escuela en una sociedad demo-crática. Como principio rector aparece entonces el que reconoce la igualdad de los seres humanos en su condición de diferencia: “Todos los seres humanos somos iguales, en tanto cada uno es diferente y único”. Y desde allí se empieza a ubicar el imperativo de respuesta a las necesidades de aprendizaje que la situación particular de cada sujeto impone como central en la

actividad educativa. Es, en últimas, una manifestación universalizante de unas necesidades que subyacen a la configuración de sujeto.

La aparición de esta necesidad gene-ral manifiesta no fue otra cosa que una exigencia a la escuela en térmi-nos de acciones y reflexiones, para responder a la realidad insurgente

de que todos y todas tenemos necesida-des educativas, en tanto cada quien aprende diferente. Pero lo que más tensión produjo es que a la idea se le sumó el carácter de especialidad con miras a la justificación de los pro-cesos educativos para las personas discapacitadas, al decir que:

• Los logros de aprendizaje y desarrollo dependen de las experiencias de aprendizaje posibilitadas y no sólo de la capacidad o naturaleza del sujeto;

• La educación en tanto derecho, no puede permitir por princi-pio, en sus formulaciones más generales, la vulneración de las libertades individuales y sociopolíticas;

• El desarrollo biosicosocial pretendido por la acción pe-dagógica y didáctica se alcanza por medio de un conjunto más o menos amplio de ayudas, las cuales son requeridas por “todos, absolutamente todos” (Arroyave, D., 2002, p. 19);

• En las experiencias de apren-dizaje están implicadas inelu-diblemente las relaciones del sujeto con su entorno físico y su entorno social.

Así apareció y se mantiene la noción en el mapa académico y pedagógico como una apuesta por una acción interactiva y reflexiva, coherente y sistemática, que garantiza la aten-

ción educativa prestada al insufi-ciente (físico, sensorial o psíquico), que no puede seguir “el ritmo nor-mal de los procesos de enseñanza y aprendizaje” (ibíd., p. 19).

Décadas después, ya en 1994 en Salamanca (España), se reafirma esta idea pero con propuestas más potentes en términos de las pro-yecciones de acción y reflexión. Al evaluar y diagnosticar lo acaecido desde Warnock hasta entonces, y aunque la noción de NEE posibilitó unas formas más interactivas de ver, ser y estar, a los insuficientes y con los insuficientes; se encontró que el movimiento generado los mantuvo en el cerco invisibilizador de la Institución Especial (acción-materialización de la ref lexión cognoscitiva y del ocultamiento), pero ya no exclusivamente desde la medicalización, sino más desde lo terapéutico-pedagógico.

De ahí que los esfuerzos estén orientados, de unos años para acá, en consolidar unas estrategias que derroten las prácticas segregado-ras. Por eso oímos hablar “que si integración”, “que si inclusión”, “que si social”, “que si política”, “que si educativa”, en fin. Por todo lado aparecen documentos para formular la política pública, nos convocan, nos crean instancias de acción como los observatorios de la discapacidad. Pero se entiende, porque lo que está de moda, ya es sabido, nos lo meten hasta en la sopa, más por el afán de mostrar

La aparición de esta necesidad general manifiesta no fue otra cosa que una

exigencia a la escuela en términos de acciones y reflexiones, para responder

a la realidad insurgente de que todos y todas tenemos necesidades educativas,

en tanto cada quien aprende diferente.

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que sí se hacen las cosas, que por cualquier otra razón, como podría ser la de actuar en derecho.

En esta dinámica he visto que para el caso de las acciones orientadas a garantizar el ejercicio pleno de la ciudadanía por parte de los discapaci-tados se han suscitado unos cambios en la denominación. Como algo casi natural, nos han vendido la idea de que después de la integración, las sociedades están llamadas a incluir a los “otros”. Ahora, todo es inclusión, he ahí la panacea, nos dicen. Sin em-bargo, dije muy arriba que siempre han estado ahí, y en consecuencia, le apuesto a la integración, pues sospecho que este cambio no es más que el pro-ducto de un fenómeno del lenguaje y de la lengua (de nominación), que surgió en la coyuntura de la inoperan-cia de un proyecto.

¿Pero en qué consiste? Básicamente en que ha habido históricamente unas dinámicas problemáticas para la nominación de lo diferente. Y recientemente más agudo desde el movimiento de la diversidad. Se ha terminado, por el afán, no innovan-do, sino reformando las dinámicas de discriminación sistemática carac-terística de las sociedades occiden-tales. La “transformación” que dice movilizar se ha limitado a una repro-ducción de las lógicas reformistas que con tanto arraigo circulan en países como Colombia.

De una u otra forma, en el texto he ido dejando marcas de las ideas que tejen la unicidad temática del docu-

mento alrededor de este fenómeno de nominación, ideas que vienen dadas por la incomodidad que me generan los procesos circulares. De su reflexión a la luz de las teorías y la práctica, me vi avocado a darle una ojeada bien intencionada al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Allí encontré, para mi agrado, que la sospecha no era en vano. Encontré que la inclusión (Del lat. inclusio, -onis), se debe entender como la “ac-ción y efecto de incluir”. Y si incluir (Del lat. includere) supone “poner algo dentro de otra cosa o dentro de sus límites” o también, cuando se dice de una cosa, el “contener a otra, o llevarla implícita”, entonces no me equivoqué al decir que esos “otros” han estado allí ya para ser eliminados, etiquetados, endiosa-dos, ocultados o estudiados. Pero han estado.

Así mismo, cuando pasé unas pá-ginas en busca de esa palabra que aquí hago mía, la de integración (Del lat. integratio, -onis), se apareció ante mis ojos como “acción y efecto de integrar o integrarse”. Y con un movimiento casi involuntario de los ojos pude ver que integra (Del lat. integrare) aparecía como la acción, cuando se dice de las partes, de “constituir un todo”; también como un “completar un todo con las partes que faltaban”; y finalmente como el “hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo”.

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Entonces sí, integrar sí es la acción y la denominación más potente. En todas sus acepciones refiere, o mejor, evoca la pretensión que se tiene de que los “otros” constituyan realmente este todo que es nuestra sociedad; son las partes que falta-ban, no por no estar, sino por haber sido ubicadas en las periferias, en los bordes de este tejido como lo que no servía. Y sólo por medio de este proceso, ya resignificado, pueden ser integrados, pero sobre todo, pueden ellos integrarse. Y he aquí el último detalle al respecto: la integración sólo es posible en tanto se entienda como un proceso bidi-reccional. Porque quien no quiere integrarse, no puede ser integrado por decreto (Rosich, N. y otros,

1996); y el que se quiere integrar no puede hacerlo si no hay unas condiciones, unas actitudes y unos espacios que lo propicien.

De los marcos de referencia puestos en evidencia surgen más interrogan-tes, discusiones y problemáticas. Mas agotar el amplio campo que la discapacidad comprende no es el objeto de este documento. Lo que busqué fue orientar al posible lec-tor, en términos muy generales, para que disponga sus construcciones epistemológicas, éticas y políticas actuales hacia la reflexión pedagó-gica y didáctica disciplinar en torno a la discapacidad, de modo que este trabajo no sea un infructuoso ejercicio de escritura monológico,

sino, por el contrario, un potente movimiento dialogal dentro de los marcos que nos pueden reunir: el lenguaje, la pedagogía, la didáctica. Y esto lo digo porque la compren-sión de la discapacidad, desde una perspectiva histórico-filosófica y física, de la mano con el conoci-miento de los requerimientos y los recursos existentes con que cuenta la escuela y sus sujetos, supera los contextos de reproducción instru-mental y conceptual irreflexiva del aula, y pone a la institución y a sus actores en situación de tensión y cambio permanente. Movimiento que sustentado en y hacia el cono-cimiento y el re-conocimiento de la diferencia y sus contingencias es de una potencia inconmensurable.

BibliografíaBarton, L. (comp.), Discapacidad y sociedad, Barcelona, Ed. Morata y Paideia, 1998.

Geertz, C., “Géneros confusos: la reconfiguración del pensamiento social”, en Conocimiento local, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1994.

Rainbow, P., “Las representaciones son hechos sociales: Modernidad y posmodernidad en la Antropología”, en Clifford, J. y Marcus, G., Retórica de la Antropología, Ed. Júcar, 1991.

Walsh, C., “Interculturalidad Crítica y Pedagogía Decolonial”, [conferencia magistral], Seminario Internacional: Diversidad, interculturalidad y construcción de ciudad, s.l., 2007.

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ALED, VAN DIJK EN LA UNIVERSIDAD DISTRITAL

PAOLA RODRÍGUEZ BAQUEROPAOLA RODRÍGUEZ BAQUERO

LICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANALICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

EEn la Universidad Nacional sede Bogotá se realizó n la Universidad Nacional sede Bogotá se realizó del 17 al 21 de septiembre del año 2007 del 17 al 21 de septiembre del año 2007 el VII Congreso de Análisis del Discursoel VII Congreso de Análisis del Discurso en Colombia, apoyado financieramente en Colombia, apoyado financieramente por la Universidad Francisco José de Cal-por la Universidad Francisco José de Cal-das. ALED,das. ALED, evento de gran importancia evento de gran importancia para la academia, buscó dar a conocer para la academia, buscó dar a conocer las últimas investigaciones en el lengua-las últimas investigaciones en el lengua-je. Así se dieron lugar encuentros entre je. Así se dieron lugar encuentros entre enfoques comunicativos, semánticos, enfoques comunicativos, semánticos, pragmáticos y culturales de la filosofía pragmáticos y culturales de la filosofía del lenguaje encaminados al análisis del del lenguaje encaminados al análisis del discurso en sus distintas perspectivas. discurso en sus distintas perspectivas. g

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En este evento se presentaron ponencias, exposiciones y trabajos que fueron el resultado de inves-tigaciones en diversas disciplinas; jóvenes escritores y profesores de gran trayectoria visitaron nuestro país: Teun Van Dijk, lingüista fundador del análisis crítico del discurso, catedrático de la Univer-sidad de Ámsterdam y profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona; Jesús Martín Barbero, maestro español considerado uno de los teóricos más importantes en el estudio de la comunicación; María Cristina Martínez, profe-sora de la Universidad del Valle; Mary Louise Pratt, profesora de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Nueva York, donde enseña en los campos de estudios latinoamericanos; también hicieron presencia jóvenes investigadores que enseñaron sus trabajos con el fin de presentar nuevas propuestas en análisis del discurso, investiga-ción y docencia.

Del 17 al 21 de Septiembre el profesor Teun Van Dijk visitó la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, sede Macarena A. El tema planteado en su discurso fue acerca de “la ideología”; en su inter-vención, el profesor manifestaba la inquietud a partir de la cual inició su conferencia: “¿cuál es la función del discurso en la reproducción social? (siendo la ideología la base de la dominación pero también de la resistencia social)”.

Estos son algunos de los postulados que presentó en su conferencia en la Universidad Distrital:

“La ideología funciona bajo tres tó-picos: 1) el discurso: necesito apren-der ideología a través del discurso, la cual se manifiesta en un diálogo; 2) la ideología: es una cognición social que se comparte dentro de un grupo social, ideas sobre otros; y 3) la sociedad: se actúa en una sociedad, hablar con gente de un mismo grupo, adoctrinar a otros, persuadir. La ideología tiene mu-chas funciones sociales, puedes usar tus ideologías para dominar o para resistir la dominación. Entonces la ideología sirve para ordenar las ideas que sustentan los grupos, para organizar actos y prácticas sociales de un grupo para dominar”.

El profesor Van Dijk hacía referen-cia a la falta de investigación sobre la estructura interna de la ideología e indicaba que las nuevas teorías realizaban una explicación global y no detallada, lo cual conlleva a una limitación muy importante. Así, “la Teoría de la ideología tiene que ver con lo que tenemos nosotros den-tro de un grupo en general, es una estructura común en la cognición social y está relacionada con identi-dad, con un grupo, por ejemplo los periodistas colombianos crean una auto imagen cognitiva de su propio ser: “periodismo”. La ideología es también relaciones entre grupos (nosotros y ellos). Los recursos, por otro lado, son lo más importante;

en este caso es la información, se protege lo que se quiere, la libertad de pensar. Nada más tratar de limi-tar el uso de la información en el periodismo produce una reacción muy fuerte ya que es parte de la integridad del grupo, si se limitan los recursos de un grupo se va a producir resistencia”.

“Entonces la ideología son prin-cipios básicos de un grupo, es la axiología, debe ver con los valores y las normas fundamentales de un grupo, debe ser general, debe ser abstracta, debe ser axiomática; la ideología se constituye como la base de nuestra vida social. Así mismo, la ideología se encarga de organizar actitudes sobre temas sociales im-portantes como migración, aborto, divorcio; la ideología construye un tipo de coherencia ideológica.

Cada vez que se habla sobre un tema se actúa, se activa una de las actitudes generales y complejas en el discurso, es algo sobre lo que se tienen ideas, actitudes más concre-tas; ideología es actitud de grupo y el modelo mental personal que tiene que ver más con la experien-cia personal.

El discurso ideológico no siempre es una relación directa, sino que también es multidirecta que depen-de de elementos concretos. Así, la gente que habla con otros grupos finge o se adapta a la situación, todo depende del contexto en que se habla; es decir, se usa la misma

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ideología con la gente pero se adap-ta con el discurso a un público.”

Estos son sólo algunos fragmentos que retomamos de la conferencia del profesor Teun Van Dijk en la Universidad Distrital. El maestro concluye su conferencia diciendo: “la ideología sirve para producir y reproducir la desigualdad social, o también para resistir y luchar contra ella”.

La visita del teórico hizo pensar en cómo aplicar análisis de discurso de una manera crítica frente a ideologías dominantes. Es nece-sario pensar como docentes en que el discurso no sólo sirve para dominar sino también para crear nuevas ideologías, es posible resistir al discurso por medio de estrate-gias de contrapoder: el discurso es generador de pensamiento creador de mundos.

El VII Congreso de Análisis del Dis-curso llevado a cabo en Colombia cumplió con su finalidad de dejar en el tapete las reflexiones no sólo teóricas sino humanas acerca del papel de los docentes, de estudian-tes y de actores presentes en una sociedad que se expresa a través de teorías culturales, comunicativas y lingüísticas. Así mismo, confirmó que el mundo evoluciona cada día que pasa y que en Latinoamérica se fortalece cada vez más la inves-tigación.

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ENTREVISTA CON AUTORES CONTEMPORÁNEOSEn esta nueva sección nos preocupamos por presentar a los lec-

tores el trabajo y obra de escritores contemporáneos colombianos que vienen desde hace tiempo incidien-do en las letras nacionales.

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Carlos Castillo Quintero

Ha publicado los poemarios Piel de recuerdo

(1990), Burdelianas (1994), Rosa fragmentada (1995),

el libro de cuento Los inmortales (2000), la antología

El placer de la brevedad/Seis escritores de minificción y un

dinosaurio sentado (2005) y el libro de poemas Sin el azul

del día (2008), con el cual obtuvo el premio del CEAB-

2007. Con Saga de los amantes (inédito) obtuvo en el

2002 el Premio Nacional de Poesía Universidad Metro-

politana de Barranquilla, y con Estación nocturna (in-

édito) el Premio a la Mejor Obra Boyacense en el VIII

Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinqui-

rá. En el 2006 se diplomó en Creación Narrativa en el

Taller de Escritores de la Universidad Central de Bo-

gotá (TEUC). Fue incluido en la Antología Internacio-

nal de Cuento La flor del día/Trofeos de la lectura (Raúl

Brasca y Luis Chitarroni (comp.), Editorial Desde la

Gente, Buenos Aires, Argentina, 2007); y en la Segunda

Antología de Cuento Corto Colombiano (Harold Kremer y

Guillermo Bustamante (comp.), Editorial Universidad

Pedagógica Nacional, Bogotá D.C., 2007).

• David Tarazona Callejas: ¿En qué momento decide dedicarse de lleno a la Literatura?

• Carlos Castillo Quintero: Asumir el oficio de escritor no es una decisión fácil. En este país o en otro, en esta época o en otra, porque siempre está presente la incertidumbre. ¿Tengo talento? ¿Puedo llegar a las editoriales, es decir, a los lectores? ¿Puedo sostenerme y sostener a mi familia con este oficio?, preguntas que toman diferentes matices dependiendo

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del momento en que se formu-len. Recuerdo a Enoch Soames, el magnífico cuento de Max Beerbohm, en donde su prota-gonista, un escritor en ciernes, le entrega su alma al diablo a cambio de cinco minutos en el futuro para verificar si ha logra-do ser un autor reconocido.

De otro lado, cabe preguntarse quién elige a quién. ¿Es el escri-tor el que decide dedicarse a la Literatura, o es la Literatura la que lo toma para sí, como a un condenado? En mi caso vale lo segundo. Después de haber in-cursionado con relativo éxito en la Economía, la vida me encara de lleno al abismo y allí, en su médula, reencuentro la Litera-tura, o ella lo hace conmigo. Han pasado trece años desde entonces y aquí estoy, como Sherezada, cumpliéndole a mi verdugo.

• DTC: ¿Cómo fue su proceso y qué libros o autores lo marca-ron ese camino definitivo?

• CCQ: En mi formación como escritor puedo señalar dos épo-cas. Una primera marcada por la Revista “Rapsoda” de Arte y Literatura, publicación que iniciamos en la ciudad de Tunja con Pablo Montoya, en 1987, y en torno a la cual estuvieron escritores como Víctor López Rache, Guillermo Velázquez Forero y Guillermo Bustaman-

te Zamudio, entre otros. Con Pablo Montoya y Guillermo Velázquez conformamos algo parecido a un grupo literario en el que se compartían lectu-ras pero en donde, ante todo, hacíamos taller con nuestros textos. Por entonces me dedica-ba a la lectura de Rilke, Lorca, Rimbaud, Jhon Keats, Verlaine, Walt Whitman, Baudelaire, T.S. Eliot... así, sin orden espe-cífico, sólo atendiendo a mis apetitos.

La segunda época, que tiene que ver con el abismo ya referido, inicia después de un periodo de silencio en el cual habiendo renegado de la Literatura, me dedicaba a mi familia y a mi tra-bajo como asesor empresarial. A diferencia de mi primera eta-pa de formación marcada esen-cialmente por la poesía, ahora mis intereses estaban divididos entre la narrativa y la teoría literaria. Como ya conjeturaba que este iba a ser mi oficio defi-nitivo, me entró una necesidad enorme por estudiar, entender y diseccionar cada obra buscan-do comprender plenamente “la carpintería” según la cual se había concebido. Pasaron por mi mesa Borges, Rulfo, Onetti, Cortázar, Vargas Llosa, Bioy Casares y, particularmente, José Donoso con ese libro maravillo-so que es El obsceno pájaro de la noche y que considero la novela

mayor del denominado boom de la Literatura Latinoamericana. Así mismo, Umberto Eco, Italo Calvino, Yasunari Kawabata, Philip Roth y Ray Bradbury, ese hombrecito de Illinois que, al decir de Borges, hace que sus episodios de la conquista de otro planeta nos llenen de terror y de soledad. A todo lo anterior es necesario sumarle los clásicos. Shakespeare, ante todo.

• DTC: Su trayectoria literaria evidencia que ha incursionado en varios géneros. Según esta experiencia ¿cuál es la relación de un escritor con los diferentes géneros literarios... tiene usted uno preferido?

• CCQ: Cada texto responde a una particular necesidad, y esto incluye al género literario en el cual se escriba. Un poema so-lamente puede ser eso: poema, si no, está mal escrito. Una novela no podría vaciarse en la estructura de un cuento pues, quizá, moriría de asfixia. Pero esto es un asunto secundario. Lo importante es escribir bien y escribir aquello que nuestras vísceras, nuestro corazón y nuestra cabeza exigen que sea escrito. ¿A quién le interesa si La metamorfosis de Franz Kafka es un relato largo o una novela corta?, igual para El perseguidor de Cortázar. En otros casos, como en la minificción o en

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la poesía en prosa, los géneros borran sus límites. La Reseña de los hospitales de ultramar, ese poemario en prosa tocado de eternidad que escribiera Álvaro Mutis hacia finales de los años 70, décadas después se desa-rrolla en una serie de novelas en las que Mutis se trasmuta definitivamente en Maqroll el Gaviero (a propósito de Gavia) conformando un corpus narra-tivo en donde los géneros poco importan.

En lo que tiene que ver con mi obra, hasta el momento he pu-blicado cuatro poemarios a los que se suman dos inéditos que merecen mencionarse porque, casualmente, ambos han sido premiados en concursos nacio-nales. He publicado, además, un libro de cuentos cortos y una antología de minificción, pero mi trabajo de los últimos años ha estado orientado a la narrativa, particularmente a la novela. Así, puedo decir, sin ninguna pretensión, que me muevo en los diferentes géneros literarios con comodidad, sin tener preferencia por alguno, escribiendo según me lo exija cada texto.

• DTC: Su trabajo de escritor se complementa y amplía con el de director de Talleres Li-terarios. ¿Cómo ha sido esa experiencia?

• CCQ: Al inicio de esta entre-vista decía que parte de la in-certidumbre de quien está por asumir el oficio literario, es si podrá sostenerse y sostener a su familia con esa actividad. Así, el escritor, mientras su obra toma fuerza y atrae el interés de las editoriales comerciales y de los lectores, se ve en la necesidad de desempeñar otras tareas que van del periodismo cultural, reseñas de libros, corrección de estilo y similares, a la docencia o la dirección de Talleres Literarios, como en mi caso.

Del año 2003 al 2007 me desem-peñé como director del Taller de Creación Literaria de la Universi-dad Pedagógica y Tecnológica de Colombia – UPTC y es, quizá, una de las experiencias más ambi-guas que he vivido ya que, de una parte, me resultó grato y renova-dor el contacto cotidiano con los jóvenes (y más con quienes están interesados por la literatura), pero de otra, dicho contacto me generó una abismal sensación de desesperanza al corroborar de primera mano lo deformados e ignorantes (literariamente ha-blando) que llegan los jóvenes a la universidad. Recuerdo en este punto a Bernard Shaw cuando dijo: “Interrumpí mis estudios a los seis años, al ingresar a la escuela”.

• DTC: Para aquellos lectores que no están muy enterados... ¿Qué

es RENATA y cómo ha sido su participación en ella?

• CCQ: A partir del año 2007 me vinculé a la Red Nacional de Talleres Literarios – RENATA, Programa de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultu-ra, como director del Taller de Narrativa de la ciudad de Tunja. Esta experiencia me permitió compartir con otros escritores de la región que, como parti-cipantes del taller, sumaron su experiencia y conocimientos para construir entre todos una aventura literaria que hoy sigue su curso. Ya en el 2008, y también a través de RENATA, inicio la tarea de dirigir el Taller de Cuento Ciudad de Bogotá, con resultados que todavía es-tán por verse pero que dadas las calidades de quienes participan en el taller se presume serán muy satisfactorios.

Así, en esencia, RENATA es una plataforma metodológica que reúne al país literario y en donde los directores de taller, los talleristas participantes, y los escritores asociados al programa se encuentran con un solo ob-jetivo: la Literatura. RENATA busca que en ese encuentro se genere un proceso dinámico de producción textual que posibi-lite la proyección de nuevos au-tores, y que la permanencia de los talleres esté dada en razón de su aporte a la Literatura y a

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la cultura del medio en el cual se desarrollan.

• DTC: Usted, además de escri-tor de minificciones, ha sido antologista del género en un libro titulado “El placer de la brevedad / Seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado”. ¿Qué es, en defini-tiva, la minificción, cuáles los autores que usted recomendaría y qué puede contarnos de la citada antología?

• CCQ: Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo mile-nio, hablando de la brevedad, anticipó a la minificción como el género narrativo del tercer milenio. La minificción es un género proteico que toma ele-mentos del cuento, del aforismo, de la fábula, de la poesía... pero que es en sí mismo una obra única, con una estructura y unos elementos que la diferencian de las demás. Puede decirse que es un género en construcción que, a pesar de haber estado presente desde el inicio mismo de la Literatura, y haber sido cultivado por escritores de la talla de Kafka o Hemingway, es apenas hacia finales del siglo XX cuando empieza a tomar forma en Latinoamérica con au-tores como Julio Torri, Augusto Monterroso, Eduardo Galeano y Juan José Arreola, entre los más importantes. En Colombia han cultivado la minificción Manuel

Mejía Vallejo, Marco Tulio Agui-lera Garramuño, Jairo Anibal Niño, Guillermo Velázquez Forero, Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer y Juan Carlos Botero, entre otros.

En El placer de la brevedad / Seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado se incluye a Guillermo Velázquez Forero, Guillermo Bustamante Zamu-dio, Gonzalo Márquez Cristo, Maribel García, Pablo Montoya y Carlos Castillo Quintero, cada uno con una muestra significativa de textos (17 mini-ficciones) en donde es posible seguir el estilo, los temas, las preocupaciones estéticas, las posturas ideológicas y demás aspectos que constituyen la obra de un escritor. Esta anto-logía contradice de esta forma a otras de minificción en las que apenas se incluye uno, dos, o máximo tres textos por autor, sin que el lector alcance a hacer-se siquiera una idea remota del escritor que está leyendo. Con-siderar los nombres de estos seis escritores para esta antología es la manera más explícita de reco-mendar su lectura, pues todos ellos se encuentran hoy en ple-na actividad, y con su obra están marcando un derrotero para la minificción en Colombia.

• DTC: El pasado mes de febrero salió al mercado su libro Sin el azul del día, con el cual obtuvo

en el 2007 el Premio de Poesía del Consejo Editorial de Au-tores Boyacenses-CEAB. ¿Qué significa ese libro en su carrera literaria?

• CCQ: El poemario Sin el azul del día corrobora aquello de que quizá sea la Literatura quien eli-ge al escritor y no lo contrario. Estaba yo inmiscuido en mis asuntos que en lo concerniente con el oficio tenían que ver con mi segunda novela en donde una sonámbula repite un ab-sorbente monólogo, cuando los poemas de Sin el azul del día llegaron, y sin mediar negocia-ción alguna, confiscaron mi atención durante los 14 meses que duró su escritura, retornán-dome a la poesía, género que tenía abandonado y con el que espero haber saldado cuentas con este libro.

• DTC: ¿Qué viene ahora, cuáles son sus próximas publicacio-nes?

• CCQ: Tengo listo un libro de cuentos: Carroñera y otras fic-ciones perversas, que está siendo evaluado por algunas editoria-les y espero se publique pronto. Pero mi objetivo en el mediano plazo se centra en la novela, ya veremos qué pasa.

• DTC: ¿Cómo ve el presente y cómo avizora el futuro de la Literatura colombiana?

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• CCQ: En el presente lo positivo está dado por el mini-boom editorial que ha permitido que algunos autores se vayan consolidando y que sus obras se reediten y se lean gracias a que muchas de ellas han sido llevadas al cine. Habría que ver quiénes logran sacudirse el destino fatal de Enoch Soames. Del futuro no tengo dudas de que será muy saludable. Basta mencionar, entre muchas otras posibilidades, a dos obras de reciente publicación y a sus au-tores: Lara, de Nahum Montt, y Lejos de Roma, de Pablo Monto-ya. Siendo estos escritores aún muy jóvenes, se percibe en sus novelas una escritura seria, con oficio, lo que permite decir que se aproximan buenos tiempos para la Literatura colombiana porque, al igual que ellos, otros autores han asumido su trabajo lejos de urgencias mediáticas o comerciales, respondiendo solamente al ritmo de quienes con la palabra construyen cate-drales. Ojalá dentro de una o dos décadas estemos aquí para dar testimonio de ello.

Bogotá D.C., abril 2 de 2008.

TRAVESÍA

Para tu frente amplia

he trazado en la tiniebla una línea, un beso, luz

del amor joven.

Y mientras mi anhelo viaja

a tus muslos

los marca el deseo

los llama exaltado un duende

los fisura

una voz que regresa del sueño.

Para tu espalda insaciable

he viajado por la noche inmóvil, faro, alcázar

que custodian tus senos.

Y mientras tu cuerpo (mar

desbordado en mis manos) se abre,

a tus labios

los recorre el frenesí

los cerca excitada una tempestad

los ahoga —de piel—

el elixir de la felicidad a secas. g

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OBRA COMPLETA

…ejo …s rojos. …a una

…traño mundo: …rofundo

…la luna. …el Eterno. …l infierno.

JORGE LUIS BORGES

Tus manos, sonámbulas,toman el libro y multiplican el laberinto,la herida del que con su bastón niegaen cada páginael desierto que gime en el fondo del mar —en el azogue—,la orilla siniestraen donde un abatido con cabeza de torodescifra tu enojo.

Y las hojas mutiladasc a e n sobre el gris de mi habitación —en mi rostro—vencidas por la furia exhiben su muñón,y la eternidad dueleen cada página rotaque insiste en repetir tu nombre.

(Poemas tomados del libro Sin el azul del día, Consejo Editorial de autores Boyacences, Tunja, Boyacá Colombia, 2008.)

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P O E S I A

ESCRITORA INVITADA

Mónica Lucía Suárez Beltrán es Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia con interés en la investigación enfocada a una poética del espacio y de las cosas. Educadora en el área de Lenguaje. Autora de Ritual de poesía y exorcismo de demonios nuestros y vuestros, Universidad Nacional, 1997; y Cuadernillo de Escritura hacia la Significación, FIGSA, 2004. Coautora del libro Lectoescritura y autonomía, editado por el IDEP. Dramaturga, con textos teatrales y obras inéditas

como Esmeralda y Noche gitana. Sus poemas En la casa y El escribidor fueron publicados en la revista literaria Palabras Diversas, que es editada de forma virtual en España. Igualmente la revista Destiempos de la Universidad Nacional Autónoma de México publicó En la calle. Fue seleccionada por la Edi-torial Nuevo Ser de Argentina para participar en una antología latinoamericana de poesía. Será publicada como representante de poesía joven his-panoamericana por la editorial española Anidia. Actualmente cursa la Maestría en Educación en

el área de Literatura en la Universidad Nacional de Colombia y desarrolla su trabajo poético inédito Cinco poemas y medio en el espacio y Tonos y tenues: Colorario de Ciudad.

Sobre estos poemas:

La exploración del movimiento a través de la palabra me lleva a imaginar los pasos que daría con certeza para llegar a esa ciudad imaginada, “Ciudad Cardinal”, que siempre ha existido en mi camino poético. Los espacios cotidianos son motivos para observar quienes habitan los poemas. Ellos permanecen día a día en esos lugares comunes: la tienda, la calle, el edificio. Y así también permanecen en los espacios de los textos. Entonces, ¿dónde está la Ciudad Cardinal? No creo que solamente en mi imaginación. Está alrededor de cualquier espacio cotidiano y todos somos los seres que la habitan. Estos poemas inéditos son parte de mi investigación en la poética del espacio y los objetos.

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POEMAS EN TRES PASOS

TRES PASOS Y MEDIO HACIA LA VENTANA

Primer paso: la cortina

Desprendida del rielse advierte su traslucidez.

Sin embargo ella solaoculta lo que de adentro hacia fuerano se quiere mostrar.

Revela la intimidad de la paranoia del tiempo.

Separa lo que somosde lo que podemos ser ante el mundo.

Nos envuelve el espacio disimulado del vidrioque dice ser transparenteY en realidad agranda las cosas—el silencio de los secretos—.

La cortina se observacomo una diva de tela y veloluciendo uno a unolos pliegues que la forman.

Segundo paso: la mano hacia las rendijas

El marco de madera dibuja el paisaje atrapado por las rendijasEl sol se escondió hace tiempo tras la paredy refleja las sombras.

Ella poco a poco traslada su mano a la rendijaque se percibe como una sombra detrás de la cortinaAún espera liberarel huracán de pájaros que lleva dentro.

Entabla una conversación con los recuerdosa través de la mirada vertical.

Es mejor observar de pronto por la ventanaporque de ese modo el marco simula un balcón.

Y la puerta en cambio sugiere una calle sola.

La ventana se abre de vez en cuandoy miles de pájaros dibujan un vuelo libre.

Tercer paso: el asomo

Desde abajose observa una certeza

Dos ojos aferrados a la rendijavierten miradas a quien pasa.

Aquellaque encontró la manerade cerrar las horas

se prolonga a través de la ventana.No recuerda

la esperaporque su búsqueda ya está encontrada.

Su asomo es el reflejo de lo que mira.

El vilo de los ojos aferrados a la rendija.ocupan todo lo que busca ser perduradoen el transcurrir del párpado en el tiempo.

Medio paso: el acecho

No importa hacia dónde caminemosla ciudad nos observa con sus ojos de vidrio.

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TRES PASOS Y MEDIO HACIA EL BARRIO

Primer paso: la reverencia

Los cuerpos inclinadoshaciendo reverencia suben las aceras en desfile de afanesy esperan llegar pronto al hastío cotidianodel perseguir esquinas exactasy escalar en tacones y bolsosen un paso más hacia el cielo.

Nadie se para entonces desde arriba a observar el paisaje.

De casas y edificios De neblina entre árbolesDe luces que se cuelan en las avenidas.

Todos le dan la espaldaa lo que abajo quedaporque van adelantehacia la acera que quieta divisala inclinación de la conformidadal caminar calle arriba

Segundo paso: cruzando el parque

Parece estar en la mitad de lo que seríael abandono y la eternidadde cada mirada oxidada al rodaderoque ya cruje en sus latas por haber sostenido los años hace mucho.

La rueda que estática se sostiene apenas del suelo.

Las sillas grises de cemento que acogieronde algún modo los secretos.

Ahora él cruza vestido igual que las sillasY no se percata en el lugar que andaporque ahora es un pasajeuna avenida más y no el umbral de antesen que solía quedarsesin pensar en el tiempo.

—El pasto largo y sin cortar ocultó las huellasde los balones y las canicas—.

El parque solitarioahora separa el lugar del que sale cada mañanade aquel al que no quisiera llegar.

Tercer paso: espera en el paradero

El parqueadero de gente está repletolo extraño es que no se cruzan las miradas.

Prefieren mirar el relojarreglarse el cabellolimpiarse los zapatosobservarse a sí mismos en el espejo.

Esperan que alguien los lleve a su destinoErguidos como pequeños postes de luz.

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Añoran que alguien los saqué de ahí y los transportede lado a lado.

Aguardan un lugarParados.

Para dos.

Evitan que los miren y mantienen sin embargo los ojos abiertos.

Es la espera segura de un sino cotidianoEn el paradero.

Medio paso: el descubierto

Nada puede ser más desafiante para el tiempoque el regreso al barrio de la infanciacada calle es una marca cierta de lo que ya no somos.

Tres Pasos Y Medio Hacia La Avenida

Primer paso: desde el puente peatonal

El río de asfalto recorre la calle de lado a lado.

Quisiera uno ser un caminante Subido en el puentecomo si las barandas no existieran y sin embargo tuviera de donde sostenerse.

Al moverse el puente parece tambalear la Ciudad que está ahí abajo llena de tonos.

El puente peatonal es un observatorio.

Las orillas de los andenes parecen bahíaslas escaleras contunden su dicotomíade subir o bajar.

Desde el puentese siente uno a salvo de sí mismoPorque puede que abajoal pisar el suelo de la Ciudadse brinde un sísmico encuentrocon los otros.

Segundo paso:semáforo en verde

La osadía de lanzarse y cruzar se vuelve una coreografía desconcertada.

Guiados por una señallos pasos cortos y largosen desfile de afanesque a pesar de todo no se estrellany lo logran sin voltear siquiera los ojos.

El espectáculo ocurre cada espacio de tiempo.

La improvisación de los peatonesque peregrinan en la avenida y

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Se precipitanSe esquivanSe abalanzan.

El semáforo cambia.

Quizás en un respiroalguna mirada se quede en rojo.

Tercer paso: la maroma

Para llegar a la avenidacamina semidescalzopor andenes que reflejan las marcas de sus pies.

Su sombrero está listo—aunque él no del todo— Su lugar de trabajo es ruidoso y convulso.

La maroma es más pulcra en cada presentaciónYa calcula los ánimos en horas de la tardeal igual que las figuras de las esferas cayendo.

Ya sabe qué ojos van a posarse a verloy entiende la indiferencia de lo rutinario.

No escucha los aplausos porque el sonido eterno de la avenida se lo lleva todo.

Incluso la sonrisade otro hombre que labora con horario extendido.

Medio paso: entre la acera y la calle

El abismodel día adía.

CIUDAD CARDINAL

Así para la ciudad, tras las noticias fundamentales enunciadas con vocablos precisos, seguía un comentario mudo, al-zando las manos de palma, de dorso o de canto, en movimientos rectos u oblicuos,

espasmódicos o lentos…Italo Calvino

Gris al norte.

El concreto se sostiene firme de alguna parte del aireLas calles parecen atónitas porque de alguna maneraaprendieron a permanecer en silenciocomo las casas, que seguras de sí mismasse mantienen en pulcritud asiduaen blancura pureza.

Los árboles apenas parecen asomarsedetrás de la rectitud de los postesY los farolesque adornan las acerascasi vírgenes de pasos.Junto a las montañas de edificios se perfila la modestia de los ventanales. —las palomas se fueron a alguna partey las pocas que quedan buscan migas en los techosque ilusos creen tocar el cielocon sus manos parabólicas—.Norte grisViento canteraCena de asfalto y salón.

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Cardinal norteCardenal

Escaleras eléctricas al infinitoCaminos rodantes en los que no se ven las sombras nocturnasporque descansan en su moraday en los aparcaderos.Nortífero descanso de los sueños de algunos.

Norte gris espejosabor a transparencia diluidafluido que llega a tocarcon manos frías la piel de algún desnudoAndén que trae de nostalgiaalgún muro –impasable-algún charco –incorregible- Andén o no andenGris espejo.

Ocre al sur.

La cal y el barro abrazan las paredesLas calles despiertan a la madrugadapara recibir los pasos afanados que cubrencon una multitud de huellas los días.

Sube y baja de caminos roídos,prometidos e incumplidosTodas las voces se encuentranen las esquinasY los ladridos en coroacompañan las luces apagadas. Casas malabaristasjugando al gato y al latón.

Transversal ceroOcre surBuscador de nuevas tierrasPotrero colonizadoEl tiempo afanado persigue las horasque pasan con los ojosllenos de cansancio.

Cardinal sur

Marginal

Camino que inclina los cuerpos

Carrera contra el viento y el sueño.

—Se escuchan los pasos de los gatos

en la habitación del niño

que sueña con un techo

para que los gatos caminen sobre él—.

El piso apenas se percibe debajo

de las casitas de naipes

Algún río baja

arrastra, lava, baña

Y el agua queda color ocre

Ocre sur.

Azul al centro

Los balcones salen a saludar al viento

observando abajo las calles empedradas

que han visto pasar todos los minutos

vueltos viejos sobre ellas

Armarios que guardan un olor a polillas

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Azul centroÁtomoAlma en pena transeúnteTumulto de hedores.

Encuentro solitario de caminoscantando, leyendo, actuandoGerundio universoque convoca y evocaLluvia de arroz en la plaza—El hambre pasa enfrente de la puertadonde los carros blindados tienen techo y comida—.

Cardinal centro Carnaval.

Paño y andrajosCharol y epidermisTamal con chocolateRecuerdos y nacimientosLas pulgas se convierten en objetosque terminan rascando las mesasy los corredores.

Cordón umbilicalCalles con nombresy sin apellidosEstatuas que se mueven al son del hierro y el estaño.

CentroAzul centroGris espejoOcre ríoAzul átomoCiudad norte ciudad sur ciudad centroLínea paralela no abarcadoraCardinalCardenal Marginal Carnaval Ciudad.

MÓNICA LUCÍA SUÁREZ BELTRÁN

ALMA RESUELTA ¿A qué luz te apegas? Mira la oscura montaña en el día,mira la borrosa senda de tu futuro. ¿Ahí está?Nuevamente la honrosa tempestad te lo recuerda.Cae lluvia, cae,entrégate al desfile llorón de tu llegada...ni un paso atrás, valiente ánimo pues no serás ni los despojos de su mirada no serás ya nada,lluvia cae, nuevamente lluvia, reacuérdame cuando no eras más que lluvia,lava las huellas y el presentederrumba su montaña.No vuelvas los pasos, palpitanteno vuelvas la mirada, anhelante,sé nuevamente día,hasta que el invierno te pida deponer tus armas.

ALEJANDRA PACHECO

LICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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Pertenezco a una raza sentimental, / a

una patria fatigada por sus penas, / a

una tierra cuyas flores culminan al ano-

checer, / pero amo mis desventuras, /

tengo mi orgullo, doy vivas a la vida bajo

este cielo mortal / y soy como una nave

que avanza hacia una isla de fuego.

SEBASTIÁN SALAZAR BONDY

¡Oh mágico relente / de los años! Olvi-

do... / Ya todo está dormido.

FRANCISCO BENDEZÚ

Hasta que sentimos sobre nuestros ojos /

Las primeras paladas de tierra / La última

caricia inacabable / Y nos reconciliamos

con nuestra procedencia

CÉSAR CALVO

El amor es idéntico / a sí mismo, yo soy /

una multitud sobre la tierra.

WASHINGTON DELGADO

Y cuándo si no ahora la luz empie-za su travesía hacia el olvido...

Catarsis de líos erráticos son las manos desnudas, la escarcha de las manchas te faltan en la vida y sólo las miradas te guardan la imagen encontrada, en tu figura de sueño y poesía. Efectos de montaña están llamando hacia las selvas y las lluvias ya te mojan, las caídas de una cima

en una piedra, poesía muerta. Todo lo que planta el vuelo de una nube en el recuerdo. La vida, el retorno de una espera infinita.

Varado en las casas destruidas por un tiempo ya el falso humano; la muerte de la llama azulada en los cielos de la vida. Acopiadas las pírricas mareas en las vidas de la tierra, heridas en la sierpe andan la suerte del que aguarda en la luna, zorra preñada, su despegue hacia la vida.

Amarillo muerte son las estaciones de un acierto ciego y demencia la letra escrita para toda la tierra. Universos de spondyllus: las perlas halladas en la perdición de la vida. Inefables jesucristos negros, el alma sentida en figuras, pensamientos todos los vacíos de una pugna: la que gana, el que pierde, la que sube o el que baja. La que vive o el que muere. La metáfora, parnaso de los indios hermosos. El tártaro prendido al pensar la existencia: la materia buscada en la ciencia de la imagen. Concepto meditado en una vida, tres, seis, mil, cero vidas. La mortífera experiencia deletreada; desterrado del pasado y del futuro. El omnipotente a la vida de su muerte, en el recuerdo un salvaje y puro.

Fariseo del tormento la ilusión del que todo piensa, en una vida solamente hembras, la existencia asociada a la vida de una idea. Una palabra en las alas de la muerte. El sentido de lo ausente, las sangres sonriéndome en las falsas alas de la muerte. En el vuelo sin el cuerpo, en la mirada. El sentido está pro-hibido. La presencia extinguida a lo lejos: cavilando perdido en un recuerdo hermoso. La existencia de lo impropio. Lo abyecto y lo vano, lo infame y lo blasfemo del tejido de una planta virgen en el cielo. De un niño violado en la mente, de las alas muertas jamás tocadas en el vuelo.

Amanecer sentido en un punto extraño en el recuerdo; inmaculada belleza india en las cero vidas: el ente más imaginario en la carne. La sexta existencia en matemática. Paralizarse con el silencio y pensar el milagro de la extinción: animal, raza o corazón. Será nueva creación,

LA POESÍA O EL VUELO DE LA MUERTE

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mi sentido del animal natural. Humanidad. Copulado, promis-cuo, enamorado y muerto en su universo en la tierra. Religión para saber morir y matar, una necedad vivir. Su sensibilidad emparentada a todo lo que existe, muerto. Más allá el sobrevivir de sus conceptos, más acá asesinar el pensamiento.

Que nuestra parte humana se tor-ne un abstracto, muerto, una idea hervida en el vuelo fétido; el vuelo sin las falsas alas. Que nuestra carne deje ya la mortandad de manos, el finiquitar de adioses, el olvido del presente en el futuro y en el pasado; el vuelo muerto sin las falsas alas. Que nuestro ente no sea obstáculo en lo creado muerto, en el tiempo muerto; el vuelo sin las falsas alas muertas. Que nuestra imagen sea ya el reflejo de las cumbres en el vuelo despedazado. Cuando sentimos la presencia yerta de lo ausente: el muerto que vuelo sin las falsas alas. Que la guerra sea carne ya creada en la última batalla, cuando pasemos a ser la existencia ultrajada, lo no presente en las figuras inocentes. El vuelo sin las muertes falsas.

El vuelo, vuelo muerto será en la falsedad: cuando dejemos la conciencia en la idea difundida, nuestra utopía de existencia en nuestro último reflejo. Aún sobre la tierra agonizante. En tu vuelo de muerto, en mi vuelo de muerte. En nuestro vuelo matando el vuelo de la muerte: vuelo que será en el infinito.

POÉTICA TRAVIESA

Beberemos en su cráneo Nos adornaremos con sus dientes

Sus huesos usaremos como flautas Bailaremos al son de su piel estirada en un tambor.

Canción de guerra79

Una gran explosión domina los Andes Filmamos la película de los mestizos Cimentación conquista La tierra florece de andenesEl hambre es olvido La raza una real fiera Educación permiso vencida quimera Esto no es un asunto de bandera

79 Felipe Guamán Poma de Ayala. Trascrito en inglés por E. C. Hills, “Hispanic Studies”.

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Astucia belleza holocausto Abigeo riqueza turismo Por mirar y no hacer he perdido un ojo Camaleón cuervo avispa Yo no soy el cojo que ha llegado en barco Yo no tengo prisa Límpido cielo alegría tristeza Esto no es un asunto de realeza Por ciego por sordo por tonto me dicen te falta belleza Viracocha Uechiri Thonapa Flirteo vestido inocencia Nadie podrá destruir mi consciencia Alucinación divinidad franqueza Verticalmente todo parece una proeza Que el hombre corriente en mí se reconozca No soy ningún rey ni general de las moscas Cao Sipán Caral Machu Picchu Mi belleza ya no estará escondida Yawar Fiesta Inti Raymi chasqui Camino que caminas respiras Carrera que corres revives Quipu estela tectónica que abrazas Todos quieren ver mis maravillas Vilcabamba Ayacucho Junín Angamos Posición infinita Aunque muera nadie me la quita Mañana en las montañas del charlatán Naufragios de Goethe en el Hoffnung A toda velocidad batalla Mi corazón es una metralla Centesimal vecinal la muerte siempre ha estado cerca Capitalismo sorpresa mi muerte es una represa Cuy gallito de las rocas vizcacha maca Amor mitología orgullo Mi odio no es ningún perogrullo Compás prisma poeta Esta belleza es una sagita Mi memoria traviesa es un cometa Martín cohete planeta motor La poesía es el punto de apoyo Miren traumados que fácil es mover a Plutón

Sócrates Micaela Caupolicán Coca cacao tabaco café El mundo es el hambre de nosotros Choclo tarwi papa maní Soy el inquieto y bello colibrí sangriento Aunque mis poderes también vienen del convento Zampoña pututu pincullu Ruge en clave de tocapus No te me acerques soy brujería de los Apus Mejor corre y sálvate Mira que estoy yendo a buscarte Paleación invasión fortuna búscame bajo la duna Niño arquetipo noche hay que evitar el derroche Rosa cantuta manzana Nos quieren ocultar el mañana Perfil roca chaveta Seremos el nuevo imperio del mundo Guamán Poma Melgar Vallejo Arguedas Rivera Martínez El fracaso y todo sinónimo no existe Masacrar es siempre despertar una nueva belleza Marinera Huaylas y huayno bailemos por ésta y por ésa ¡Todos somos inmortales!

SALOMÓN VALDERRAMA CRUZ

(LA LIBERTAD, CHILIA, PERÚ, 1979). REALIZÓ ESTUDIOS EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Y EN LA UNI-VERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL. DIRECTOR DE LA REVISTA ANTÍNFELIZ Y COLABORADOR DE LAS REVISTAS ÓMNIBUS, KONVERGENCIAS LITERATURA, CIBERAYLLU, LETRALIA, GALERNA, EL COLOQUIO DE LOS PERROS, ENTRE OTRAS. HA SIDO ANTOLOGADO EN GENERACIÓN DEL 2000?: MUESTRA DE POESÍA JOVEN (CÍRCULO ABIERTO EDITORES, LIMA, 2006) Y EN POESÍA PERÚ S. XXI: 60 POETAS PERUANOS CONTEMPORÁNEOS (ESCUELA DE LIMA DEL C.C. YACANA EDITORES, LIMA, 2007). EN LA ACTUALIDAD PREPARA EL POEMARIO LA CATEDRAL SUMERGIDA Y DIRIGE LA BITÁCORA MÚSICA DEL FUTURO FRÍO HTTP://MUSICADELFUTUROFRIO.BLOGSPOT.COM.

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SANANDO HERIDAS

Los pies encallados nos cuentan historiasy los ojos cansados, dibujan memorias;Unos días de solesy muchas noches de frío: Los derrumbes gloriososde nuestros intentos fortuitos;los montes pobladosde palabras que no se han dicho.

Es entonces cuandoel polvo invade los pulmoneshaciendo una parodia internade nuestros dolores.

Llenando las sonrisas:de acostumbrados calambres.

Retorciendo las picadas enconadasen nuestras intenciones

Es entonces cuandoese reflejo propio, te carcome las sensacionesy te vuelve consciente del tiempo;los minutos esparcidos en el suelosucios por el barro… olvidados, perversos.

Recobrando el alientosentándose por un momentoen la espina de la realidad:aún quedan unos años,o unas cuantas semanas con sus días.

Aún, tal vezse pueda hacer algo por sanar estos callos,y las futuras heridas.

LUZ ANGÉLICA VELÁSQUEZ CASTRO.

DOCENTE DE PREESCOLAR Y PRIMARIA. ESTUDIANTE DE DI-PLOMADO EN LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

Amo dos fisurasdel mundoy la paciente pátinaque las visita,

un par de sombras vegetalesque se vuelven saviade luz,verdadero silenciode agua cuando despiertas,amo el tiempo, el musgode tus ojos.

Cómo te nombrosi la palabra putapoco aire se llevay tu voz tan limpia.

Cómo te llamo ¿niña mujermi hetaira ligeraque me regala sus muslosla luz de sus pechos?

Cuántas veces la palabraMujercabe en tu cuerpoparmúltiplo del míoimparsólo unosi cae la nochey nos encuentra.

DANIEL ANDRÉS BUITRAGO

ESTUDIANTE DE LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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PA

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BR

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DE

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ES ANSIEDAD, LO SÉ

Así no lo hagas de forma consciente,El calor de tu vientre me persigue,Es inevitable sentir tu presencia en mis noches,Largas y lúgubres noches,En las que te deslizas —bueno, no realmente, ¡qué se yo!—Como sombra por debajo del portón,Te quitas esos inconfundibles y extraños zapatos,Subes las escaleras blancas hasta llegar a la puerta azul, Mi puerta—en este punto mi presión está 130/90—De un golpe seco cual desierto la abres y la cierrasMientras todo alrededor se humedece…

Casi sin astucia, descubres tus intenciones y las mías,Me tomas como lo hace un solista a su flauta amadaY tocas nuestra canciónImpactando todo mi inconsciente con tu parte más conscienteDejándonos llevarPor vientos confusos y temerarios que atraviesan existencias.

¡Maldita sea, mortuoria sea!La ilusión se desvanece en el fondo del todo y de la nada:Abandonas, huyes, colapsas…Te vas—perdón, te fuiste—Y sólo me quedaron recuerdos de una sombra,Unos inconfundibles y extraños zapatos,Un golpe cual desierto en mi puerta.

Hoy, traje tu estorbosa y difícil personaA la bóveda de mis erroresY te arrojé allí.

Lo sé,Otra vez…Es ansiedad.

KATHERINE VILLALOBOS DÍAZ

ESTUDIANTE DE LICENCIATURA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTE-LLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

HOMBRE DE NIEBLATarde, era tardehabía algo en mi camarespiraba.Un hombre hecho de nieblaen el bosquesi le digo que no, él me persiguepor un intrincado azulviene lágrimas de niebla y al abismo no me lanzoabajo está mi cuerpo lleno de malezatemo el vacío de sus ojos claros

el agua clara donde me veo tan clarame llamanllenos de horror, osito de papelme llaman por un intrincado azulme llaman, oh, me llaman

Hombre de niebla, había tanto solcuando te vihabía tanto sol,

y ahora me pierdopor un intrincado azulhabía tanto solhombre de nieblay había tantas sombras.

VALENTINA VILLASEÑOR

ESTUDIANTE DE SECUNDARIA

SANTIAGO DE CHILE

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CINCEL DE ARENA

Roca cubierta de siglos,enmienda de derrumbes tallados;anacoreta de piedra, de pedazos de arena,de metales heridos, de trozos de madera.Los ojos, taladran las sobras,las manos surcan abismos,descubren distancias absortas, lejanas y en el bronce se aparean, con la fuerza y con las alas de un buitre.Tocar la hora, agujerear el ahora,ser la gruta, que se bebe despacio burbujea al insomnio, mirando a la ventanacon una espina, metida en las ojeras.El cincel se detienetraspasa la recta,mira el perfil y le sumerge las manos en la espalda;la gubia convexa y cóncava la mueca de un verso reteñidoy el afán del aire respira un poco de su miedo, entre carcajadas;la lima, modela con nostalgiasla lanza que danzaen la carne, en la sangrey en las guerras que rezan a los amuletos con sus religiones.Colgado de las arandelas del solcrepita el horno, los transeúntes contienen la respiraciónse seca la arcilla,y la contradicción escurre la cera del molde que reposacomo un felino. De Policleto a Leonardolas simetrías labran el aguay los músculos dormidos reparanla conciencia paralelade la piel vagabunda y sedente, de la rebeca; deseo entre dudas y certezas que en la última vértebra lumbar

es el pozo, en que ella, se baña.El eco del martillo deja entrar la luz que traga partituras de huesos y tendones y un giro de desiertos beduinosafuerasus hambres atracan; con el trépano de quejas perplejasse arañan la piel quienes miran otra roca, roca y obraobra.

DESPIERTO

Ancla de la noche, sombra de la luna.Animales maullando versos,chorreando la esperma de los resquicios, que vuelven a empezarpor el revés de los acontecimientos.La piel se abre, abriga los cuerposdescorre los labios;el silencio andasobre el fuego de los espigos que nacen mientras llueves ríosy mueren un poco mis desiertos.

PERDÓN

Salgo con un cartel a gritar mis indocumentados besos; protesto,protesto por las fronteras escritas en el papiro de los siglos. Cuando giras el amor que me das me da miedo.Me hundote beso desde mi abismo.

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TODOS COLECCIONISTAS

En el último burdel del barrio viejodonde el coleccionista de mariposasembriagó sus recuerdos de gran cazador,hay una caja de esquirlasque lo esperan;allí descargaron su tiempo los insomnes,los conocidos de los filos altos del reloj,los de las caras que se repiten en los espejos sucios;en medio las velas, el humo penetra a los suicidas... ellosescurridos con lágrimas y todoentre las copas rotas;una mujer reza con las ganas abiertasporque sabe que su Dios está en todas partesmientras llora sobre el cadáverque le prometió amor para todos los días;en el patio trasero de la casa contigualos niños de las señoras de la plazacuelgan lazos para ver las tetas de la luna,creen ellos en sus adivinanzas,le ponen un beso alargadoa las ventanas donde se pueden vertodas las novias de sus primeros añosellas, que aún no los conocen;al otro día nadie sabe nada de nadani nadie de nadieen estas calles y paredes colgantes.

INESPERADO

Embarca mis heridas en un instante y, sin alarma alguna,abandona su risa detrás de un precipicio…para seguirme.

VAGABUNDONo conocía el significado de esa palabra; qué le iba a preocupar si su vidaera un ir y venir.Sus zapatos siempre brillantes de barro,su vestimenta corroída por las polillas de otros que hacen caridad,Y su olor no era más que el de su eterna compañía.Hasta que a otro lo conmovió Toby,le gustó su colita y lo atento que era,se lo llevaron a un mejor o peor lugary Pacho se quedó solo, sin su olor a perro;ahí conoció lo doloroso de la tristeza.

MILDRED VACA DAZA

EGRESADA DEL TALLER DE LITERATURA EFAPA, ORGANIZADO POR LA ALCALDÍA DE PUENTE ARANDA Y EL IDEXUD DE LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

VICTORIA CÓRDOBA

LICENCIADA EN CIENCIAS SOCIALES. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS. EGRESADA DEL TALLER DE LITERATURA EFAPA, ORGA-NIZADO POR LA ALCALDÍA DE PUENTE ARANDA Y EL IDEXUD DE LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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A LA MUJER A LA QUE SIEMPRE LE HE ESCRITO

El hielo de tus manos se desnuda en ondas de papel.El calor es intenso y la soledad me acompaña. Si estuvieras tú, habría sol y habría arena Y no esta masa de leche condensada Con ese sol que se coagula y no sabe que su calor es una hostia amarga.

No estás tú, estarás con otroY ese otro soy yo que se repite sin conciencia en el dolor de tus besos.Te he perdido para siempre. Y en el fondo de mi corazónEsta plaza no es la plaza por la que caminamos cogidos de la mano,Sino una sucesión que se repite sin sentido.

SIDARTA MELO

ESTUDIANTE DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD COLEGIO MAYOR DE CUNDINAMARCA. EGRESADA DEL TALLER DE LITERATURA EFAPA, OR-GANIZADO POR LA ALCALDÍA DE PUENTE ARANDA Y EL IDEXUD DE LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

KYOTO

El espacio preciso para una cara.

Todo se sentía como la tela rosadacometí el error dejé la puerta abierta;me congelé, pero el final parece más corto.

¿Hace cuanto no había un beso?preguntó la sorprendida máscara que ajuicia,del agite rodaron por el filo los colores de la tinta.

Han pasado dos años.

Todo pasa lento como el bermellóncon el color de la madera hueca.

Quiero enfrentarme a esas islas, fragmentarlo.

Pensando en un encuentro de luciérnagas,jugar con las pestañas, salpicar fiambre y más luciérnagas.

Allá los niños y las niñas,huelen a ropa limpiales doy agua y es un grito.

Voy a dormirhan pasado dos díasque no duermo.

No entendía la velocidad de cicatriz, quieto me sacudían las mentiras.

Vi un pájaro en la mañanapelear con el aire libre,qué hacersino pisar duro toda la noche.

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Pude enfriarme los párpadoscon un mugir lunático,lacónico al sentir la piel roja que es la sangre.

liberé el peso de mi piernalo puedo, me hago reír.

Quietos, ahora soy persona más feliz.

Hola de nuevo, recuerden que me voy,dejo mi cicada rota,que ya el sonido sentadoacá con la flauta en la manono en la boca.

No llegué de noche sino de madrugada,y subiendo esta colina me di cuentaque es así como caminamos,es la hora de tomar té.

RAÚL ALEJANDRO MARTÍNEZ

EGRESADO DEL TALLER DE LITERATURA EFAPA, ORGANIZADO POR LA ALCALDÍA DE PUENTE ARANDA Y EL IDEXUD DE LA UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

Este es el desandar y los desencuentrosEl caminar de los tiempos,zapatos masticando arena Y la vuelta al parque,vida yéndose con el soplo del viento.

La Infancia está jugando en el sube y baja con la muertesalta mi corazón mientras le ve caery un hilillo de sangre recorre su tierna frente.

Una juventud reparte cartas, sentada en el morrito del potreroEn círculo, la saña le pasa una reina de corazones y un as de tréboles para la veintiuna de la fortunaVa ganando la partida mientras fumapero todos saben que hace trampa.

Una adultez en silencio,escondiéndose bajo el árbol primigenio del amorespía estática su pasada condicióndesanda los pasos, las prisas, las pusilánimes risas desanda los rostros, las manos, las remembranzas enfermizas.

Paso de melancolía, de zapatos masticando arenauna vuelta más al parque y la vejez se admira pero ya no llega.

JULIANA PATRICIA LEÓN SUÁREZ

LICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS. g

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ENTRE PÁGINASLa vidaLibro cruel de arena Donde está escrito todoLo que se deshace entre los Dedos del tiempo.Está escrito con puñoFirme, el destinoEl silencio funeral final.Y el transcurrir borrosoSólo permite una lecturaDe vuelos y saltosAlegrías y tristezas.El libro Danza cansada de la vida, Coro apagado de mil vocesDías y días Escritos a fuerza De acciones, pasionesY olvidos.Todo leído en voz alta Ante un público que pideA gritos, silencio…

VOCES Y SUSURROS

Voces que dicen ser poéticas Caen como lluvia incandescente Sobre los sentidos, no Se diferencian del grito comúnQue penetra en el alma cansada.O el susurro ilusorioQue tiembla en la garganta.Todo ello cae en cascada, En bofetadas y aleteos, de alas Indiferentes en su fin o misión. Quieren atravesar las almasY las sombras para reanimar El latido perdido.Y las voces moribundasDesfallecientes en el alientoDel viento, comienzanA perder sus pétalos,Se rinden ante tal indiferenciaParten a un lugar de silencio…

Pero despiertan atadas A los bolsillos.El camino recorrido Termina en un nuevo comienzo,Que no lleva a ninguna parte.Los ojos interroganOtros ojos,Otros cuerpos. Construyendo con el barroDe lo soñadoUn recuerdo que jamás fue realUna sonrisa que aborto enUna boca que no existió.El cartel es más real Que la sombra que se recargaSobre él.No se distingue,Entre fantasma y fantasma.El espejo derritiéndose No soporta el peso de la imagen Y la arroja a la calle.Donde el viento Acaba con ella, La reparte entre el ruidoDe los carros, las lucesSomnolientas, la cansadaMirada de los transeúntes,Y la eterna despedida de Los perros en la calle.Ya no hay descanso frente A tu irreal miradaMás que el deambularPor las aceras ya recorridasY tratar de acabar con ellas Con total indolencia.

ROLANDO FRANCO

ESTUDIANTE DE LICENCIATURA EN HU-MANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNI-VERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

LA CIUDAD EN SILENCIO

Los pasos acabando con el pavimento, Las palabras que se ahogan En la garganta.Las manos que creen abrazarteCuando las roza el viento,

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POEMAS VITALES

2 DE SEPTIEMBRE (Bernardo Sandoval)I Él me entregó la bendición de la vida,Me trajo al incomprensible mundo.Ahora yo lo veo partir,Lo devuelvo, Tácitamente,A la muerte.

IIYa nada será lo mismo,Mi padre ha muerto.Sus cálidas manos de sol no tocarán de nuevo mi saqueado corazón.Su precioso humor no calentará otro de estos crueles días.Sus sueños de aire no compartirán conmigo otra vez sus mieles.

Helada está la luna.Polvo son mis huesos, silencio mi garganta.

Me serán vedados sus brazos de mango,Me serán prohibidos sus besos y su sonrisa.La muerte borrará implacable el sagrado santuario que es el amor de mi padre.

Ahora busco en la inmensa noche el infinito mar de su ser,Persigo ansioso en el viento sus palabras.

La vida que deja es ahora el tamaño de mi herida.Y me duele el aire que no respira,La luna que ya no mira,El agua que no bebe.Y me ahorca el sol que no derrama sus rayos sobre su piel,Y me arde el cuerpo que ya no compartimos.

Me está matando la tierra que lo cubre, suelo sin piso.

La muerte desobediente no llega a juntarme con él.La soledad me hunde como un mar de recuerdos.El tiempo es una soledad, una lluvia de ausencias.

Ha fallecido el hombre que más he amado,Él que más me amó…

IIISoñador,Ahora sueñas para siempre.Ahora brillas en el cielo cada noche,Como una estrella loca de diamantes,Como un hermoso fuego celeste.Soñador, ahora eres el sueño.

IVSe acabó tu dolor,Besa la inmortalidad,Como una dulce medicina,Del tedio incesante de estas cárceles.

VEspero que la muerte ponga alas en tus hombros,Y que ella sea la libertad.Espero que sea dulce el sueño eterno,Espero vanamente que no te hayas ido.

De una secreta e íntima manera,Aún te siento vivo.

VI¿Nunca...?Muerte,¿Nunca volveré a ver al creador, al dios que me otorgó la vida?

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VIIQuiero olvidar que has muerto,Quiero olvidar que he nacido.Quiero olvido, muerte, respirando tierra, dulce y sagrado olvido.

VIIIELEGÍA

Este poema que sangro ahora es el rastro de la muerte.Es recoger los pedazos de vida, de recuerdos, de soledad.Mis ojos son aguas de dolor,Un ardor inmortal.Abismo...Padre, en mis manos levantó un corazón,Una elegía sedienta de tu sangre, de tu alma.Levanto una legión de gritos que buscan rescatar tu presencia.Levanto un imperio insondable que conquista la tierra con san-grientas armas,Con espadas de silencio, con el nombre de tu muerte.

IXAun si la muerte olvidada te retiene con cadenas negras,Silencio, fin, dolor, ausencia, nada,Seguirás latiendo en mis venas,Porque mi sangre palpita el ritmo esencial de tu vida enamorada.

La vida muere para renacer.

LECTURAS, REVELACIONES, MAESTROS Y PALIMPSESTOS

La lectura es vida…

Vivir es leer el universo de la Biblioteca…

Vivir es soñar leyendo, leer es soñar viviendo…

La lectura es crear…. Crear vida.

La vida es crear… Crear lectura.

IV(María Mercedes Carranza)¿Qué más son las palabras sino mentiras?Putas, monedas de falsa costumbre, trampas de olvido.Pero ¿qué pasa si les das tus sueños?¿Si las haces tu vida misma?Si son tu sombra, tus recuerdos, tus alas, tu sangre.Cuando se convierten, como un gusano en mariposa,En los pétalos del sexo, las nodrizas del amor,Las amantes de la luna, la victoria ante el tiempo desolador.Si las queremos para matar o morir.Si al leer un poema de un viejo maestro nos tiembla en las entrañas, y comienza a rugir por dentro algún espíritu, un tigre y paloma que quiere levantar el vuelo entre negros e infectados ríos.¡Qué pasa cuando te embriagas!De una narcótica alegría y cuando ellas ahorcan los dolores.¡Qué pasa si ellas hacen soportable la existencia!Si haces de la poesía los dioses que adoras,La bala del suicidio, la fuga de escape,Besos y mordiscos, caricias y colores.Si las haces la música que quieres escuchar el día de tu funeral.Si son tu único tesoro en vida.Si ellas, las putas de Shakespeare, son las espadas

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contra el mundo,Las flores que caen de un libro que está vivo, y nunca muerto.¿Qué pasa cuando haces de las palabras tu santuario?Te consumen la carne como el amor y el tiempo.

VIII(Alejandra Pizarnik)Las mujeres son rojos ángeles de fuego,Poetisas hermosas de la vida, espejos inocentes de la muerte,Y amantes sin cordura del amor.

X(César Vallejo)Hay espadas tan frías que nos desgarran la vida… ¡Yo tampoco sé!La lluvia moja la calle, convirtiéndola en un espejo,Que recibe con puños cerrados a miles de ángeles que llora el cielo.Pero cae hermosa, como un fin, una nostalgia partida en mil lágrimas.La lluvia es una mística, una metafísica,Cada gota parece una palabra que se estrella con un mundo.La lluvia son mil sueños oprimidos contra un muro.La lluvia es la muerte vital, la vida musical e insondable del poeta,La lluvia es la poesía desnuda y oscura que renace en sus letras.

XVIII(Juan Ramón Jiménez)Y ahora que me ahorca el silencio,Hay que transgredir las palabras.Crear las legiones que en su fuego puedan expresar,El rugido del dios que arde dentro.

SERGIO ANDRÉS SANDOVAL

ESTUDIANTE DE ESTUDIOS LITERARIOS. UNIVERSIDAD JAVERIANA.

RECUERDONOCTURNO

Hueles a tierra húmeda entre las piernas,cuando encuentro el color de la nochecon ellas tensas y suaves… delicadas, imponentes.

Sabe a sangre tu espaldaIntangible, mientras absorto de ansiasarrojo el poder de mis manospequeñas, sobre los hombros del tiempo.

Sientes espinas clavándose en la pielestimulada, satisfecha por la constantebúsqueda de escudos incrustados en el cuerpo.

Tomo de entre tus dedos el aguatorrencial, que envuelve tus formas estilizadas sobre la camadeshecha en la estancia sudorosa.

Sigo explorando entre la playadesierta, tu borrosa imagen,buscada, entre la niebla deliciosa.

Aún hoy, entre capas de plataforjada, deseo seguir entre la tierraque encuentra el color de la noche.

DAVID TARAZONA CALLEJAS

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVER-SIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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Esa tarde te buscaba, con la desesperación de la tierra que anhela la tormenta en medio de la nada.Suspiré, deliré tu nombre entre la conciencia y el recuerdo que se posaba en mi mente.Más con la seguridad de que los caminos se bi-furcan en cualquier momento, recogía tus pasos, esos pasos borrados por la lluvia, por el polvo, pero sobre todo por el tiempo.

Vacía estaba la calle, vacío era aquel lugar en el que te tomé, en el que te succioné, en el que de-jaste de ser tú para convertirte en lo que yo amé; el gemido del viento acompasaba la tarde, su frío penetraba mi cabeza y me recordaba que el amor cambia y que el tiempo no sólo marca sino borra.

Confabulé cerca de dos horas.Jugué con el destino y dediqué mi último pensa-miento a la moción de encontrarte, peroel destino también jugó contigo y conmigo, sin que ninguno lo supiera.

Te trajo de un lugar remoto y saciando su sar-casmo te dejó caer allí, justo frente a mis ojos, entonces todas las sendas se juntaron y la calle se hizo tan angosta que solo dejó un pequeño espacio entre los cuerpos, pero cómo ocultar el asombro tan contaminado por la dicha de verte. Aquí es cuando uno trata de dejar de ser huma-no.Evité parpadear procurando no perder un minu-to de tu contemplación, te capturé en mi memo-ria por última vez, ese instante fue sublime ¡tus ojos se cristalizaron! y ocurrió algo imposible: El tiempo volvió.Nuestro tiempo regresó. Aunque sólo fue un instante…

PAOLA RODRÍGUEZ BAQUERO.

LICENCIADA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVER-SIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

QUÉ POCO ERES…

Esta mañana no desperté sola, ella estaba ahí, Me hacía sentir su dolorosa presencia, no desconocida; al contrario, muy cotidiana.Para que no olvidara con alegrías pasadas que habita conmigo,Que su intención no es tomarme en un momento para procurar mi descanso,No, ella se complace paralizándome, secándome el alma,Eliminando toda luz que en mis ojos se pueda adivinar.

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RICARDO ABDAHLLAH

Nació en Ibagué el año de 1978. Publicó sus primeros textos en los diarios Protexto y Vanguardia Liberal de Bucaramanga y se dio a

conocer en 1999, cuando su libro Noche de Quema ganó el Premio Metropolitano

de Cuento de esta ciudad. Fue duran-te dos años profesor de Literatura en la Universidad Industrial de Santan-der y el Instituto Caldas. En el 2001 vivió un periodo en Estados Unidos y en el 2005 se trasladó a París, donde reside actualmente escribien-do para las revistas Rolling Stone, La

Hoja, El Malpensante, Don Juan, y oca-sionalmente para Credencial, Puesto de

Combate y Gatopardo. Ha publicado los libros de cuentos Noche de Que-ma (1999) y El Desierto (2003), la novela corta Licantropía (2001) y la biografía Kurt Cobain, el Rock estaba muerto (2006). Su relato La historia de Elizabet Bathory fue llevado al cine por el direc-tor Leonardo Carreño, quien dirigirá la adaptación cinema-

tográfica escrita por Abdahllah, de la novela Opio en las nubes del

autor Rafael Chaparro Madiedo. ES

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MARÍA CONSUELO ROJAS CARRILLO

Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad

Santo Tomás. Actualmente cursa la Maestría en Litera-

tura de la Universidad Ja-veriana. Ha sido profesora de literatura en los grados

noveno, décimo y once du-rante más de treinta años. Es autora del texto Voces 2 de Español de Intermedio Editores, y coautora de la

Antología para niños Pala-bras Mágicas de Intermedio

Editores. Ha publicado ensayos sobre obras teatra-

les en la revista En Escena, y en el diario El Tiempo sobre

la obra completa del escri-tor brasilero Timochenco

Webi. Tiene una numerosa obra inédita que consta

de poemas, cuentos y una novela.

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NOCHE DE QUEMA

POR RICARDO ABDAHLLAH

No hay un cielo de brillante gloria,ni un infierno donde los pecadores se quemen.

Anton LaVey

El martes desperté en el parque y la borrachera no me había pasado del todo. Los últimos días habían sido una sola borrachera solitaria de vino barato en los parques de Nirvana. No quería encontrármela en algún bar antes de tiempo. De hecho nadie, al menos nadie co-nocido, sabía que yo había llegado a la ciudad el viernes anterior, ocho días antes de la Noche de Quema, ocho días antes de un aniversario más del día que la conocí.

Alejandra de Merak (la he visto es-cribir su nombre de varias maneras) era amiga de Federico y yo iba con él cuando nos la encontramos por casualidad en la Plaza de los Héroes, frente a la catedral. Todos llevába-mos en la mano o en el morral las listas de los sucesos malos del año en la vida de cada uno y la idea era arrojarlos a la enorme hoguera que unos minutos después se encendería en la plaza. Para mí era la primera vez; ellos, que habían pasado en Nir-vana toda la vida, lo hacían año tras año y cuando se iban de la ciudad, porque había que irse de Nirvana para ser alguien, trataban de volver a finales de octubre para estar en la ciudad esa noche. Federico arriesgó alguna explicación sobre el origen

de la celebración, pero no lo escuché porque

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yo ya estaba bobo mirando a Ale-jandra. A sus ojos sobre todo, que destacaban por grandes y por un color particular que yo terminaría por definir como “aguapanela cla-rita”. Como uno nunca imagina lo que va a pasar con las personas que conoce, puede que en realidad yo sí escuchara la explicación de Federico “era una fiesta pagana que luego de la llegada de la iglesia siguió siendo pagana” o algo así; pero ahora mi recuerdo es mirando los ojos de Alejandra que miraba a otra parte, a la gente que iba hacia la Plaza con los papelitos en la mano, por ejemplo, que se iban a quemar en la hoguera, que se iban a convertir cenizas más o menos uniformes y luego en barro gris cuando cayera la lluvia. Siempre llovía en la Noche de Quema, eso era lo que Federico anunciaba mientras yo miraba la mirada de Alejandra.

“Desde temprano hay que saber dónde va uno a terminar la noche con los amigos.” Una cosa que uno no sabe nunca. Ni siquiera se sabe la hora a la que la noche termina.

Yo terminé la noche empapado junto a Alejandra y desde entonces, cuando había que romper ese cierto silencio cómplice, en los encabeza-dos de las cartas, cuando ella lloraba y se me recostaba en el hombro pidiéndome que le cantara alguna canción y en los momentos en los que uno cree que dos palabras pue-den traer a una mujer de regreso, la llamé “Alejandra de la Lluvia”.

A veces he dicho que esa noche la besé por primera vez. Otras veces, y ha sido con cierta rabia desde que se fue, he dicho que esa noche hicimos el amor bajo la lluvia.

Lo cierto es que hablamos de cual-quier cosa. Le conté de mi tío Jaime, que siempre llevaba una botella de whisky en su Fiat y coleccionaba multas de tránsito, lo que lo hacía el segundo coleccionista más ex-céntrico de mi familia porque mi tío Hernando coleccionaba cajas de pollo asado. Le conté que mis padres coleccionaban discos de Leo-nardo Favio (pero siempre ponían el mismo) y yo no coleccionaba nada pero viajando en autostop había llegado a Nirvana.

“Pensé que habías venido con Fe-derico” dijo ella, “que él te había invitado”.

No eran amigos cercanos, pero tenían esa cierta relación que se da entre las personas de ciudades pequeñas que a fuerza de verse durante años terminan por sentir-se amigos. A Federico, cualquiera recordaría sobre todo que adoraba la salsa clásica, yo lo conocía de Bucaramanga y sólo hasta que lo encontré por casualidad en una esquina supe que había nacido en Nirvana y jamás se perdía la opor-tunidad de regresar para la Noche de Quema.

De todas maneras yo no hablé toda la noche, Alejandra me contó por ejemplo:

Que estaba en último año del co-legio y Federico había salido hace tres, lo que me dejaba en la mitad de los dos.

Que su abuelito era escandinavo, “de Noruega para ser exactos”, lo que no encajaba para nada ni con el color de sus ojos ni con el de su piel por el que uno le atribuiría más bien ancestros hindúes o moldavos.

Que de vez en cuando escribía para Texto Diario. Que la mamá era abo-gada, se había metido a cristiana y no había ido a la Noche de Quema y que ella había escrito eso “Mi mamá se volvió cristiana” en su lista de cosas a quemar.

Que tenía una amiga en Buca-ramanga, que se llamaba Ilana, que la había visitado o que la iba a visitar pronto, que podríamos vernos allá.

Que podríamos vernos más tarde si yo la llamaba.

En todo caso nos vimos mucho des-de entonces. Primero en la sala de su casa en Nirvana y luego en el cuarto de su casa en Nirvana, cuando mamá y hermana (tenía una hermana y se llamaba Adriana) se iban a dormir y no soportábamos más la estática del televisor después del mal final de una mala película en un mal canal peruano. Uno nunca sabe lo qué va a pasar cuando conoce a alguien (aunque ya había cierta atracción, es cierto), y por eso no tenía idea de que viajaríamos en autostop por

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todo el país pagando la comida con lo que nos daban por canciones traducidas que vendíamos como poemas escritos por nosotros, que a punta de pulgar levantado y poemas falsos conoceríamos las playas del Tayrona y los desiertos junto al mar que hay en la Guajira, dormiríamos bajo las estrellas en la Mesa de Los Santos y un par de veces íbamos a terminar bañándonos desnudos en los pozos de Curití. Yo acabé por decirle que la había besado en todos los pisos térmicos (lo que era cierto), y arrendamos en Bucaramanga un apartaestudio en el edificio que cons-truyeron en Love Street 16-66, luego de tumbar la casa donde ella había tenido una habitación hasta que nos encontraron durmiendo juntos.

Y un día se fue de ese apartamento. Yo me había ido antes pero volví, lo que no hace ninguna diferencia por-que cuando volví ella ya no estaba.

Hace tres meses de eso y a pesar de que sabía que la encontraría en Nirvana aplacé mi regreso hasta la Noche de Quema. Por eso, aunque la guerra ya había comenzado, me bajé de un camión en la glorieta del ciclista desconocido, compré dos garrafas de Moscatel y desperté todavía medio borracho en el par-que la mañana del martes, después de una siesta que había comenzado desde la noche del domingo y que sólo había interrumpido un par de veces para tomar un poco más de Moscatel y otro par de veces para ir a orinar al árbol más cercano.

Cuando acabé de abrir los ojos vi que había un tipo dormido en otra de las bancas del parque. Tenía la cara tapada con un papel, que retiré con cuidado para no despertarlo. Lo había visto antes. Se me ocurrió que era alguien de Texto Diario y que Alejandra me lo había presen-tado. Ella siempre me presentaba gente, pero yo nunca recordaba sus nombres. Al lado de la banca había tres botellas de whisky Indio Pedro —“The Best Scotch from Valledupar”—. Recor-daba la marca, la había tomado alguna vez (un par de veces en realidad) y todavía tenía presentes su bajo precio y su aún más baja calidad. Lucas Wall, el novio de una amiga de Alejandra, de-cía que era una mezcla de alcohol de farmacia con la juagadura de los tone-les donde se preparaba el whisky de verdad. Como licor era un asco, pero había una botella sin destapar a los pies del borracho durmiente y aún faltaban tres días para la Noche de Quema, y de todas maneras el Indio Pedro me había dado algunos buenos momentos. El whisky sabía tan mal como siempre. La Noche de Quema iba a volver a verla, a Alejandra no a la botella. Un trago y estaba pensando en ella, aunque estaba pensando en ella antes de empezar. Dos tragos para recordar que no tenía un peso para comer y

era preferible quedarme dormido antes de empezar a sentir el hambre. El tipo se veía molesto por el sol, así que recogí el papel para volver a ta-parle la cara. Mi madre dice que yo leo cualquier basura que encuentro en la calle. Mi madre dice también que tengo mala memoria, pero las primeras líneas del comunicado las recuerdo bastante bien:

SE INFORMA A LA POBLACIÓN EN GENE-RAL QUE LA CIUDAD DE NIRVANA HA QUEDADO BAJO EL CONTROL OPERACIO-NAL DE LA JUNTA DE GOBIERNO LOCAL, PRESIDIDA POR EL COMANDANTE FRAN-CISCO ANZOÁTEGUI. CONSIDERANDO QUE AÚN SE PRESENTAN COMBATES EN INMEDIACIONES DE LA CIUDAD Y QUE EL OBJETIVO PRIMORDIAL ES LA DEFENSA DE LA MISMA, EL ROBO Y EL HOMICIDIO SERÁN CASTIGADOS CON LA PENA CAPI-TAL Y SE PROCEDERÁ A LA EJECUCIÓN EN UN TÉRMINO MÁXIMO DE 48 HORAS. SE HAN TOMADO ADEMÁS LAS SIGUIENTES MEDIDAS:

El resto no lo recuerdo tan bien. Tal vez mi madre tenía razón. Ha-blaba de la prohibición del porte de armas, lo que no me importaba porque no tenía ninguna, y de una hora más allá de la cual nadie podía estar en la calle, lo que me importaba un montón porque no tenía dinero para un hotel. No sé si es porque tomé un trago de W. I. P. antes de leerlo, porque el final lo recuerdo bien:

COMUNÍQUESE Y CÚMPLASE.

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Lo que no es nada original como final para un comunicado.

Me pregunté quién era Francisco Anzoátegui, un tipo al que imaginé iguazo y de gafas oscuras aunque nunca hubiera oído hablar de él. El hecho de no saber en manos de cuál de los dos bandos estaba la ciudad (dos es un decir, podrían ser tres o cuatro) no se me convirtió en una preocupación vital hasta el día siguiente, porque ahora tenía una botella nueva de whisky y de la botella dejé caer unas gotas al piso. Dije en voz alta “para las almas”, como debí haber hecho desde el primer trago, y volví a ponerle el co-municado en la cara al hombre que dormía porque el sol de clima frío le estaba dando de frente. Y dije otra vez “para las almas” y luego recordé que es de mala suerte brindar dos chorros a los muertos. Cinco o seis tragos después (“para las almas, qué diablos”) intenté terminar la botella de un golpe y fracasé en el intento. A estas alturas de la vida vomité por primera vez sobre mi ropa.

O eso creo.

Porque no supe en el momento qué día era, sólo que tenía un guayabo brutal, todo me daba vueltas y “me ardía la gastritis” como Alejandra decía a veces. No había acabado de abrir los ojos cuando sentí la primera patada, luego un par de golpes más hasta que medio reac-cioné. Golpes y gritos, que levántese hijueputa y luego le-ván-te-se-hi-jue-

pu-ta. Para entonces tenía la cara contra el suelo y uno de los solda-dos, aunque puede que no fueran soldados, me amarraba las manos a la espalda. Les iba a decir que ha-bían olvidado leerme mis derechos o algo que sirviera para romper la tensión, pero sentí en la boca sabor a sangre y como no me dolía pensé que estaba reventado por dentro. Los tipos que ahora me levantaban por los bra-zos, me habían pateado la cara en el proceso de despertarme. Lo primero que vi fue al borracho de cejas grandes. Lo segun-do que el borracho tenía el cuello cortado casi de lado a lado, y lo tercero un charco de sangre que me hizo pensar en una foto que había visto en El Espacio de dos mujeres a las que les habían sacado toda la sangre para llenar una bañera. En el diario habían atribuido la muerte de las mujeres a no sé qué clase de ritual satánico y el tipo se veía tan pálido como las mujeres de la foto. En mi vida sólo había visto un par de muertos y ese par debidamente arreglados y perfumados. El tipo no lucía tan mal, pero la herida era asquerosa. La sangre es asquerosa después de un rato, cuando deja de ser roja y brillante y se convierte en una cosa casi negra como la que manchaba en mi suéter. Lo que pensé en ese instante fue:

EN ESTE MOMENTO SU DINERO PUDE ESTAR EN EL LUGAR EQUIVOCADO

Que era el eslogan de un banco. Es curioso lo que uno puede pensar cuando tiene enfrente a un tipo más bajito que uno, que le muestra una navaja ensangrentada sin decir nada. Los soldados eran dos. Uno tenía cara de indio y una boca enor-

me, el otro más bien cara achinada. Los dos olían mal. Como no decían nada me sentía prisionero del ejér-cito vietnamita. El que tenía cara oriental (pero no era de Vietnam, qué iba a hacer un vietnamita en Nirvana) le quitó la navaja al otro, me la volvió a mostrar y dijo “¿Por qué lo mató?”

Yo estaba seguro de que no lo había matado. Uno tiene que saber cuan-do ha matado a alguien. Imaginé que alguien había venido en medio de la noche y como el borracho

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número uno (el muerto) y yo (el borracho número dos) estábamos dormidos no nos habíamos dado cuenta. Que ese alguien le había cortado el cuello al borracho núme-ro uno y que habría que encontrarlo y preguntarle.

“Puede mirar las huellas en la na-vaja” dije. Los dos tipos se rieron con ese tipo de risa de pandilla, que no nace sino busca ser ofensiva y termina de repente. “Qué huellas ni qué nada. No somos CSI” dijo el otro.

De hecho tenían brazaletes que decían CSI y no les gustó que se los hiciera notar, pero mientras salía-mos del parque (después de que los dos soldados requisaran al muerto sin encontrarle ni dinero ni docu-mentos) me dijeron que en este caso particular CSI quería decir Central de Seguridad e Inteligencia.

“En mi vida he escuchado eso” dije.

“Es un cuerpo nuevo, especial” dijo el cara de indio. Estaba orgulloso de pertenecer al CSI (volví a mirar el brazalete, era de tela y las letras es-taban en marcador) pero yo podría jurar que él tampoco sabía de qué se trataba.

Por un lado, es difícil caminar con las manos atadas a la espalda; por otro, con los pies atados a la espalda es imposible. Los tipos me llevaban de los brazos. Los muros donde siempre había visto carteles

de corridas de toros, conciertos de vallenato o jornadas de adoración de la Sagrada Iglesia del Reino (el hermano Pedro debía llegar de Cos-ta Rica esa semana, eso había leído), estaban tapizados con cientos de copias del comunicado que el borra-cho de cejas grandes había utilizado para taparse la cara y carteles que decían “FRANCISCO ANZOÁ-TEGUI ESTÁ CON USTEDES”. No vi una sola persona en la calle en los diez minutos que caminamos hasta el colegio donde estudiaba Aleja cuando la conocí. Cruzando la puerta había mucha gente y mucho ruido, el opuesto exacto a la soledad de las calles. Puede ser que los edificios se acostumbran a ser ruidosos, porque de cuando Alejandra estudiaba allí recuerdo sobre todo el ruido y es todo un descubrimiento que el ruido de un patio de recreo sea tan parecido al de un colegio convertido a las carreras en centro de detención. La diferencia se nota cuando uno trata de aislar los sonidos. Dentro del ruido de mis recuerdos distinguía un partido de fútbol, un tipo tocan-do guitarra que tal vez era Andrés Aldebarán y a Alejandra corriendo para recibirme diciendo “Viniste, Dani”. Para poder meterme en ese ruido había cerrado los ojos. Para descomponer el ruido presente tuve que volverlos a cerrar. Se escuchaba a alguien gritando que quería ir al hijueputa baño o se iba a cagar ahí mismo y a otro diciendo “cuidado te cagas porque te molemos”, se

escuchaba una puerta pesada que se abría o se cerraba en algún lugar y un golpe de tacones casi simultá-neo del cara de indio y el cara de chino que me presentaban a otros dos tipos con brazaletes de CPD. El aindiado me dijo al oído que era Centro de Prevención del Delito, que ahora estaría a cargo de ellos. Luego volvió a golpear los zapatos contra el piso y dio la vuelta.

Antes de tomarme a su cargo, los del CPD me preguntaron mi nom-bre y ocupación y el propósito de mi estadía en Nirvana. Contesté que me llamaba Dani Cobain, que era periodista y que estaba en Nirvana buscando a mi novia. La primera respuesta era cierta en un cuarenta por ciento, la segunda en nada, pero Alejandra, que lo era en cierta forma aunque estudiara ingeniería, me decía que a los periodistas siem-pre les dan cierto trato especial. En cambio era completamente cierto que estaba en Nirvana buscando a mi novia y eso fue lo único que no me creyeron.

“Y de paso matar al doctor Ville-ta”

Los nombres suelen activar la memoria mejor que los rostros. El borracho era Arturo Jersey Villeta, había dirigido Texto Diario y cuando el whisky le dejaba tiempo escribía alguna columna. Alejandra me lo presentó un día que lo encontramos tomando en el Soul Kitchen. Ese día me pareció un alcohólico con

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clase, no imaginé que tomara Indio Pedro en los parques. El que parecía el jefe del CPD me habló como quien pide disculpas: “Usted no sabe el daño que nos está haciendo. Van a empezar a decir que bajo el mando de mi coronel Anzoátegui en Nirvana se están matando pe-riodistas”.

Alejandra de Merak, tendría que decirte que en la ciudad de Nirvana el trato preferencial es sobre todo para los periodistas muertos.

Sin embargo tuve cierto trato prefe-rencial, porque en lugar de meterme en las (j)aulas del primer piso donde la gente hervía como gusanos ven-cidos, me llevaron al cuarto de los elementos deportivos en el segun-do. Cuando me empujaron hacia adentro caí de cara sobre un guante de béisbol. Una pesa hubiera sido un desastre. El tipo que me había hecho el pequeño interrogatorio me levantó dejándome de rodillas y con una navaja soltó (ya era hora) la cuerda que me amarraba las manos. Luego cerró la reja y volvió a bajar las escaleras.

Había una repisa de cemento en la parte de arriba. Con algo de trabajo logré subirme. Me acosté boca arri-ba y me quité el suéter para ponerlo de almohada. El techo estaba húme-do y manchado. Ya no sentí el sabor a sangre y eso me tranquilizó bas-tante. En una borrachera, Andrés Aldebarán había “compuesto” una canción que decía que los colegios

eran prisiones, y aunque esto ya era demasiado literal a mí también cuando estaba en el colegio me da-ban ganas de hacer una hoguera y quemar a tal o a cual profesor.

No debe haber peor muerte que quemado. Tuve dos segundos de compasión por los papelitos de la Noche de Quema antes de caer en cuenta que las cosas estaban bastante mal. Yo estaba encerrado y comencé a pensar si sería posible que me soltaran antes del viernes. Era el viernes cuando tenía que volver a verla. El día de la Noche de Quema, inevitable contradicción. Con su cierta vocación de Juana de Arco, tal vez estaba en algún sótano de la Avenida Continental impri-miendo en fotocopias la edición clandestina de Texto Diario, pero la imaginé bailando en alguna parte. Tal vez Soul Kitchen seguía abierto. Tal vez Charlie le estaba sirviendo un whisky en el Soul Kitchen, tal vez tomaba una cerveza con alguna otra amiga llegada para la Noche de Quema. El hecho de pensarla me dio cierta tranquilidad. Alejandra de la Lluvia estaba en algún lado. Alejandra tenía abiertos sus ojos enormes en alguna parte de la ciudad.

Ayer, jueves, duré todo el día pidien-do un lapicero y una hoja de papel que nadie quiso darme. Quería escribirle una carta a Alejandra para entregársela personalmente cuando la viera. El primero que vi en el día fue un tipo del DAB. “Es el Depar-

tamento de Alimentos y Bienestar del CPD” dijo. Su brazalete era tan artesanal como de costumbre. Llegó puntual a eso de las seis y me trajo un pan y una naranja que vomité puntualmente a las siete y media. A él fue al primero al que le pedí un lapicero, dijo que me lo traería más tarde. El tipo que entró a las doce con un balde de agua que tiró por el piso para limpiar el vomito tenía tam-bién un brazalete del DAB y tampo-co quiso traerme el lapicero que le pedí a cuanto guardia, soldado o lo que fuera pasara frente a la reja del cuarto de implementos deportivos. Luego no pude dormir. Comenzó a llover poco después del atardecer y como no aguanté el frío tuve que ponerme el saco y tratar de dormir con la cabeza sobre el cemento. Eso fue lo más pasable, luego volví a imaginar a Alejandra y entre pensamientos, porque no fue un sueño exacta-mente, me imaginé que hacíamos el amor llorando, y el mundo que se extendía más allá de la puerta del cuarto de los implementos deportivos era exactamente una mezcla de sexo, lluvia y lágrimas. Entonces se me ocurrió que, aun-que todo seguía dependiendo del

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bando al que perteneciera, quizás no habría Noche de Quema este año. Lo siguiente que pensé, fue que ya debían haber identificado al que había matado al doctor Villeta y que en algún momento alguien con un brazalete de la DBNYRA (Dirección de Buenas Noticias y Reencuentros, hay que ver cómo me pongo de cursi cuando pienso en Alejandra) iba a entrar para decirme que me largara y a lo mejor que en unos días pasara para recibir una indemnización. Y aunque llegara al final de la tarde, no iba a importar. Y aunque no haya Noche de Quema yo salgo corriendo, bajo corriendo por la Avenida Continental hasta su casa, timbro y ella sale con esa cara cincuenta por ciento de “pensé que no iba a volver a verte” cincuenta por ciento de “sabía que vendrías para la Noche de Quema”, le digo que no me diga nada todavía y pren-demos una fogata pequeñita en el patio, y allí puedo verme de nuevo en sus ojos grandes iluminados por el fuego, y ella va a tener esa mirada que a mí tanto me gusta y entonces yo sabré que estamos empezando de nuevo, que somos la excepción a lo de Nothing lasts forever y luego esperamos a que llueva y el agua apague la fogata y nos vamos a caminar hasta el mirador y ahí, lavados y contentos nos acostamos en el suelo y esperamos hasta que amanezca y el sol nos encuentre, dormidos, entrelazados y desnudos sobre la hierba.

El guardia sin brazalete que había llegado hizo cara de no entender “¿Cuál mirador?” dijo. Llevaba un pan y una gaseosa que comí/tomé en segundos. El guardia ya se había ido y yo jugaba a darle vueltas en el piso a la botella cuando escuché los disparos. En el patio del primer piso había siete cuerpos. Tal vez eran más, yo podía ver siete desde la reja del cuarto de los implementos de-portivos. Varios soldados se acerca-ron con unas bolsas y comenzaron a empacarlos. Yo saqué los brazos por la reja y comencé a gritarles. Gritaba que tenía que irme, que no podía pasar la noche sin que viera a Alejandra de Merak.

Y duré así, gritando, un rato largo. Un par de soldados pasaron varias veces sin voltear a mirar. En el pri-mer piso también se escuchaban gritos. Nadie respondió. Me arro-dillé en el suelo y me puse a llorar. Y llorando duré un rato todavía más largo.

Desde las cuatro comenzó a oírse afuera un murmullo que se fue haciendo más fuerte, y me hizo pensar en el ruido que se escucha en un estadio antes de que empiece el partido. La siguiente persona que abrió la puerta del cuarto de los implementos deportivos fue un cura. Dijo que en alguna época él había sido el párroco de la iglesia de San Francisco en Bucaramanga y creo que eso lo hizo sentir más cercano. A su favor diré que no perdió la paciencia con todo lo mal

que yo pude hablar de Dios, y que se despidió antes de salir y después de que yo lo mandara a la mierda. Un guardia con brazalete del SPAE no lo tomó tan bien. Cuando el cura se fue dijo que no tenía por qué insultar a los representantes de la fe, que el cura había ido para que yo estuviera tranquilo durante la ejecución.

“¿Qué quiere decir SPAE?” pre-gunté.

“Servicio de Protección a las Auto-ridades Eclesiásticas”.

Mi peor pesadilla en las dos horas que le sobraron a esa tarde fue que ya no iba a ver a Alejandra, mi se-gunda peor pesadilla, que en el otro mundo la gente usara brazaletes con siglas. Un guardia entró cuando ya había oscurecido.

“¿Todavía le ponen a uno un pañue-lo rojo en el corazón para que los tiradores puedan apuntar o es puro mito romántico?” pregunté.

“Las cosas en la ciudad están bas-tante mal. Anzoátegui pidió que cambiáramos los fusilamientos en el colegio por una ejecución públi-ca en la Plaza de Los Héroes. Algo ejemplar. Hoy van a ejecutar a un asesino, o sea a usted, a un ladrón y un tipo o una mujer, no estoy seguro, que estaba difamando en público de Anzoátegui. Eso no lo sé bien. Es cosa de lo del SCPI”

“Servicio de…”

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“… Control de la Polución Ideo-lógica”

El guardia terminó enredándose para explicarlo, pero la idea era que para evitar que las balas de los tiradores alcanzaran a alguien y para darle a la gente la Noche de Que-ma que varias personas le habían pedido por escrito no cancelar, el método de fusilamiento había sido remplazado por la hoguera.

No me gustó que hubiera utilizado la palabra “método” pero no fue eso lo que le pregunté mientras entraba otro guardia (brazalete AHF, no me importaba qué quería decir), me ponían de pie atándome las manos con la mayor delicadeza y bajába-mos las escaleras para atravesar el patio hacia la calle.

“¿De parte de quién está Anzoáte-gui?” fue lo que pregunté. Como no me respondió traté de explicarle por qué era fundamental saberlo. Un dictador orwelliano, me había atra-pado en un pueblo macondiano.

“Si me ejecutan sin que y o s e p a a

qué poderes obedece mi muerte, le estaríamos añadiendo no poco Kafka” dije.

El guardia me dio una cachetada. Mi primera nota mental para mi próxima vida es no hacerle a un militar chistes para intelectuales de izquierda.

Así que la Noche de Quema ha llegado. A estas alturas Alejandra ya habrá huido de la ciudad y yo ya nunca saldré de Nirvana. Alejandra volverá algún día, en autobús ya no en autostop, deshaciendo pasos con un tipo a su lado a quien le dirá “aquí estudié, aquí vivía” pero no le dirá “aquí besé a Dani por primera vez, en ese bos-que nos fotografiamos desnudos”. Después de mucho preguntar le dirán que maté a un borracho en el parque y que por eso me quemaron, que eso pasó en los pri-meros días de la guerra. Esa será la verdad oficial

y por asesino de borrachos nunca me harán una estatua, a pesar de los vivas al mártir que los prisio-neros del primer piso me lanzaron cuando pasé. La Noche de Quema ha llegado y morir no es la gran cosa porque sabía que me iba a morir algún día, porque fantaseaba con la muerte en los autobuses, en los cruces de calles. Morir no es la gran cosa, aunque debí haber roto la botella de gaseosa y haberme cortado las venas para no darles el gusto. Morir no es la gran cosa. La gran cosa es que no podré ver los

ojos de Alejandra de Merak a la luz de la fogata, diciéndome

con la mirada que éramos la excepción a eso de

Nothing lasts forever, que iríamos esa no-

che al mirador y de ahí estaríamos juntos para siem-

pre. Morir no sería la gran

cosa si no tuv iera

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urgencia de salir corriendo por la Avenida Continental para ver a los ojos a Alejandra de la Lluvia. Doblamos en una esquina, el ruido de la gente se hace más fuerte y yo imagino que vienen a salvarme. Son miles. Toda la ciudad de Nirvana. Mis amigos en la primera fila. Alejandra de Merak a la cabeza. Van a descuar-tizar a los que me llevan y luego irán por la cabeza de Anzoátegui. Llegamos a la plaza. Ahí está la multitud pero nadie se mueve. ¿Dónde está la es-taca donde van a clavar la cabeza de Anzoátegui? Ne-cesitan una estaca para la cabeza. La gente nos abre paso para que podamos pasar. Algunos me gritan “asesino” pero la mayoría permanece en silencio con los ojos muy abiertos. Los guardias me llevan hasta un poste con un montón de leña en la base. Un hombre comienza a hablar por un micrófono, lo escucho bien. La Plaza de Los Héroes jamás tendrá en otra Noche de Quema un sistema de sonido como ese. “A continuación se dirigirá a ustedes mi comandante Francisco Anzoátegui, jefe de la Jun-ta de Gobierno Local…”. La gente aplaude. Los mismos que debieron salvarme aplauden. Anzoátegui co-mienza a hablar y dice que debemos mantener el orden aunque para eso tengamos que llegar a extremos, y que es una lástima que estos tres

jóvenes hayan desviado el camino hasta terminar así. Que el robo, el asesinato y la difamación eran intolerables en la nueva época que comenzaba en la ciudad, porque de ellos nacían y se alimentaban la destrucción y el terrorismo, y

por eso esa noche se ejecutaría a un hombre que habían atrapado en el segundo piso de una cafetería luego de atracar un camión que repartía alimentos a los refugiados, a otro que había asesinado a un ciudadano tan distin-guido como el doctor Arturo Jersey Villeta por robarle una botella de whisky y a una mujer que fue encontrada re-partiendo un periódico con versiones equívocas de lo ocurrido desde la

caída de la ciudad. El discurso de Anzoátegui no dice de qué lado está. Su rostro tal vez tampoco lo diga pero tengo que verlo. Intento darme la vuelta, pero uno de los guardias me lo impide. Anzoátegui termina su discurso y la gente aplau-de. Bajo la cabeza y miro el suelo de la plaza. Cualquier cosa menos los rostros de la gente. Entre dos guar-dias sin brazalete me desnudan y me levantan sobre los leños. Opongo una resistencia inútil mientras me amarran los brazos detrás del poste. Los guardias se retiran y comienzan a rociar gasolina sobre la madera. El

olor es fuerte y pienso “huele a una estación de servicio” y me imagino una estación de servicio abando-nada en medio de la carretera y en medio de la noche. Una estación que marca el límite del desierto y donde los forajidos y las parejas que huyen beben agua sucia y licor ilegal. Alguien se acerca con una antorcha. Quiero conocer a mis compañeros de muerte. A mi dere-cha, amarrado a un poste un poco más bajo que el mío, hay un hombre que parece inconsciente y tiene los ojos vendados. Quizás corrió con suerte y ya esté muerto. Los leños comienzan a arder lentamente, al principio es como una fogata de campamento, perfecta para una noche tan fría. La gente se acerca, quizás para calentarse, quizás para poder ver de cerca y sentir mejor el olor de la carne quemada. Miro hacia el otro lado, es una mujer muy joven, por el color de su piel casi del todo desnuda que brilla por el sudor no podría decirse que es de Nirvana. Uno le atribuiría más bien ancestros hindúes o moldavos.

“Mi abuelo es escandinavo, de No-ruega para ser exactos” dijo Alejan-dra de la Lluvia en la primera Noche de Quema que pasamos juntos. En sus ojos grandes brillan las llamas que se van haciendo más altas pero también puedo ver mi reflejo, ella sonríe y con su sonrisa me dice que no importa, que morir no es la gran cosa si de todas maneras vamos a estar juntos para siempre.

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EL PATIO DE LAS ROSASPOR MARÍA CONSUELO ROJAS CARRILLO

EN LA COMISARÍA

Observó con terquedad una mancha en la pared, un poco por no pensar, otro para no recordar. Pero decirle no a los pensamientos que traen los recuerdos es imposible. Los pensamien-tos son insidiosos, tercos, van y vienen como las caravanas en el desierto.

Pensó en Nazir. Por primera vez no experimentó rencor, sólo un inmen-so vacío. Se sentía sin entrañas. Oyó siempre la expresión “hombre sin entrañas” con la que se calificaba a quien perpetraba las peores cosas, a alguien incapaz de bondad, ter-nura, afecto, amor, y como el amor le era tan ajeno como la vastedad del mundo, entonces tampoco debía albergar, como las personas desalmadas, la clase de órganos, que en este momento se le antojaban amorfos e insípidos.

En cambio tenía 53 años de hermo-sura silenciosa y conjugaba lo sere-no y lo trágico en sus ojos grandes, negros, memoria de las mujeres de su raza, que pasa de manera miste-riosa, más allá de los genes, de ge-neración en generación. Unos ojos que cuentan más que las palabras a pesar de su velo de mansedumbre. Al ser fotografiada no miró a la cámara, por lo cual quedó en un ángulo extraño, pero más conmove-dor, porque la postura aumentaba el desamparo y al mismo tiempo la resolución. Miró por debajo de las luces y de los aparatos, desprovista de intención como lo hizo minutos antes con la pared.

Mientras las rutinas se sucedían en la comisaría, un poco de piedad la invadió. Para alejar a Nazir de su mente se fue a los corredores de la infancia y determinó que jamás olvidaría cuando a los trece años la sacaron de su casa. Jamás olvidaría el olor de los jazmines del segundo

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patio, ni el sabor entrañable de los dulces preparados por las mujeres, ni los recuerdos confusos de las explicaciones generales, dadas por su madre, sobre su próxima boda con un hombre mayor, que parecía tener todos los años. Sonrió ante la imagen de la abuela desdentada, que en ese momento de la conver-sación con la madre, hablaba sobre la jaula de los pájaros de la casa paterna y sobre la variedad infinita de los colores de sus plumas, que repasaba diciendo “no, ese era azul con amarillo en las puntas” “no, el que tenía amarillas las puntas era el negro” y así tantas veces hasta que se confundía. La madre sólo le repitió que pasara lo que pasara debía per-manecer callada y obediente.

—Las mujeres no nacimos para pensar ni discutir —le dijo al termi-nar mientras salía de la habitación y disimulaba su propia carga de penas.

—Nacimos —reiteró casi para sí misma—, para ordenar el mundo alrededor de los hombres, sin que se note nuestra presencia, de forma tan suave como el aleteo de las mariposas.

Recordó cómo practicó lo apren-dido durante treinta años y cómo aguantó más allá de la capacidad con la que había nacido para asumir las desgracias. Si las huellas de los golpes se borraban en el cuerpo, se iban sumando una tras otra en el alma. ¿Qué era el alma? ¿Era

la memoria misma? Y si el alma era lo que quedaba después de la muerte, que lugar tan espantoso era ese “después de la muerte” en que seguirían vigentes todas las imá-genes horribles en las almas de los desencarnados. Las humillaciones diarias se prolongaban en las lentas pesadillas que invadían los sueños. Los hijos varones eran del padre, del mundo de afuera, de la luz del sol, de la vida. Las hijas heredaron su tristeza y se fueron con el marido no elegido, con sus hermosos cuerpos paralizados con anterioridad para el placer, y la conciencia de ser vientres para concebir de nuevo la desgracia. Le dolió la perpetuidad de lo que no tiene sentido.

Un día, hacía poco, se llenó de la fuerza que dan tantas horas de es-pera, tantos deseos de un milagro. Fue con las autoridades y denunció el largo y constante abuso del es-poso, con voz fría se paseó por el itinerario de la crueldad, mientras pensaba en el canto libre de los pájaros de la abuela, cuando les abrieron las puertas de alambre de sus jaulas. No sucedió nada. Quienes la oyeron eran hombres que amparaban a los hombres, algunos bostezaron, ninguno se interesó. El que parecía el jefe, le dijo casi sin mirarla, que estudia-rían la denuncia. Acostumbrada al infortunio, como a un vestido usado, supo que no lograría nada en una sociedad cuyas leyes prote-gen sólo a los varones, a menos que

recurriera a uno de ellos, no como posible protector ni como delegado de la justicia, sino como verdugo. Reunió sus ahorros, 3750 dólares y se los pagó a un asesino para que apuñalara a su marido. Una vez que el hombre cumplió con su trabajo salió corriendo, y ella se quedó a la espera. Lo aceptó y tanto ella como el asesino, quien seguramente era un novato, porque fue encontrado al poco tiempo mientras compraba muchos electrodomésticos en una tienda de segunda, fueron juzgados y sentenciados a muerte. Sólo se dio cuenta de cómo sucedieron de rápido las cosas, cuando miró la mancha en la pared y olió el aroma a café, quizá era la hora en la que lo preparaban en el primer piso porque de allí venía el olor, y también la desesperanza.

En otro lugar

El hombre oyó la historia y para defenderse de algo que lo desaco-modaba, sonrió. Una sonrisa sin ton ni son. Se reconfortó al pensar que estaba lejos de pasarle lo mismo al tiempo que recordó que su esposa le había recriminado su relación reciente con otra mujer. Notó la mezcla de miedo y de dolor que salía de ella como un vaho cuando se lo preguntó. Él gritó que la ley lo amparaba, podía tener hasta cuatro esposas si quería y además un sigeg, una relación temporal hasta que se cansara.

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Vociferó. Quién era ella desde su ignorancia y oscuridad, sólo una mujer, lo más ínfimo, el origen de la caída, y además, le dijo, no tenía por qué dar más explicaciones. En el último momento la golpeó. Un color púrpura inundó la cara de la mujer, la humillación la hizo caminar despacio y perderse en la penumbra solitaria de la habi-tación. El hombre experimentó la duda como si entrara en su pecho lentamente la punta de un cuchillo. ¿Estaría haciendo lo correcto? Al salir pasó por el patio de las rosas, pero su olor ya no le inspiró el de-seo de atesorar aromas de mujeres; le pareció que olía a podredumbre y caminó rápido, como si el movi-miento le ayudara a alejar la moles-tia, gusano incrustado en alguna parte de sí mismo.

Encuentro

El grupo de amigos se encontró en un lugar de juego en uno de los barrios viejos de la ciudad. Mien-tras caminaba para reunirse con ellos, pensó en cómo se sabía de memoria la estrechez y antigüedad de las calles por las que caminaron sus antepasados, quienes no se pre-ocuparon por reclamos ni llantos de mujer. En el sitio el tema era el mismo, la misma historia que pulu-laba con la insistencia y la gradación de una tormenta, trasmitida por emisoras y canales de televisión. Manida por periodistas, de esos que

rastrean una noticia, como lo hace un hombre hambriento con un plato de comida. Vio temerosos a los cuatro y les dijo que estaban lle-nándose de cobardía. Protestaron. El último muerto era muy cercano y el número de maridos asesinados subía a veinte en siete meses. ¿Y qué? ¿Es que acaso ellos no las some-tían? No. Esto era distinto, cundía como una epidemia en la ciudad. ¿Cómo podrían estar seguros? To-das poseían la misma cara inasible, todas eran silenciosas y lo que era peor ¡potencialmente suicidas! Pero había que encontrar soluciones: no dejarles dinero, descubrir sus aho-rros, vigilarlas, perseguirlas como ratas en una madriguera estrecha. Estaba furioso, pero acaso tanta ira ¿no era en el fondo el miedo que crecía descontrolado? Recordó la piel enrojecida, el único ojo negro y quieto que pudo ver en la penumbra, la mirada que sólo hasta ahora relacionó con el sentimiento desagradable de su miedo.

Sometimiento

Abrió los ojos y tomó posesión del lugar con lentitud. De niño le costaba ubicar el espacio que perdía con el sueño. Se preguntó por qué ella no estaba allí, simplemente a la espera. El equilibrio se rompía sin que, como en la recuperación del espacio, él entendiera la razón. Se levantó nervioso y cubrió el trayecto hasta la mesa en la que le dejó el pe-

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riódico, sin presentarse con el café. Cuando una obsesión toma cuerpo cada suceso la alimenta. Abrió en cualquier parte y leyó sin prestar mucha atención, pero entonces leyó dos veces más y experimentó un viejo temblor en la manos: “El asesinato del esposo es un nuevo fenómeno en la sociedad iraní, que está do-minada por el hombre, afirma el sociólogo Mohammed Ahmadi”. Se puso peor. Quería ejercer su fuerza, su poder, citar con la altanería de siempre, la contundencia de la ley, qué sabía él allende de las puertas del almacén, acerca de las majaderías de los sociólogos. Cuando la puerta de la habitación se entreabrió lo suficiente para dar paso al cuerpo alto y delgado, ya no supo qué decir y lo que dijo, le carecía a él mismo de sentido. Una pregunta apresurada, que sonaba tonta en el ámbito cada vez más ajeno, como si un efrit invisi-ble, se hubiera instalado, robándole cada día una porción de piso, de techo, de paredes, en una palabra, de lo suyo:

— ¿Tienes dinero?

— ¿Para qué?

— Maldita sea ¿lo tienes?

— No

— ¡Mentira! ¡Si tratas de matarme lo hago yo primero!

Se mantuvo silenciosa y lejana como una sombra. Él no supo qué hacer y salió profiriendo barbaridades, desahogándose en la calle. El edifi-

cio ideológico construido durante siglos por su género, antiguo como las construcciones más viejas, se tambaleaba. ¿Le mintieron acaso su abuelo, el padre, los tíos acerca de la inmutabilidad del mundo?

Confusión

En la calle el calor era insoporta-ble. La ciudad se confundía en un juego de laberintos. Dejó atrás la parte antigua y pasó por las amplias avenidas de trazado europeo, para internarse otra vez en mercados ati-borrados y enfrentar el tono arena de las paredes de las casas aledañas. Se recostó. Sobre su cabeza un par de ventanas pequeñas lo miraban. Se secó el sudor y caminó dejando atrás puertas y más puertas. Cada puerta cerrada aumentaba el hecho de no sentirse bien. Experimentaba una gran pesadez, una lentitud nunca antes vivida que por lo mis-mo no podía definir. La ciudad se hacía cada vez más confusa, porque las calles como en los sueños, se acababan antes de lo previsto y todo adquiría una insoportable blancura herida por el sol. Encontró a dos niños que lo miraron aterrados y salieron corriendo perdiéndose por una esquina movediza. —Debo tener fiebre, deliro en una ciudad blanda e imprecisa —pensó. Era imposible encontrar el café, por más vueltas que daba, sólo conocía la angustia intrínseca del círculo. Al fin oyó las voces de sus amigos que lo llamaban con premura, pero

antes de alcanzarlo y en medio de la blancura surgió la sombra oscura del hombre que lo apuñaló varias veces. Resbaló por la pared que se manchó poco a poco y vio encima caras, brazos, cuerpos solícitos, mientras caía al piso con la película fragmentada de su vida, y pensó que la perpetuidad de las costumbres… de las tradiciones… era…

En la comisaría

— ¿Sabe que lo que hizo la conde-na a muerte?

— De todas maneras ya lo estaba.

— ¿Qué quiere decir?

— Que una vida como la mía es una lenta y gradual condena a muerte.

— ¿Por qué no pidió ayuda?

— ¿A quién?

— A las autoridades por supues-to.

No pronunció más palabras. Som-bría ingresó en la celda. Deseó un pedazo de las montañas de Elburz. Estudiar en la universidad, porque desde niña le gustaron los libros y el recorrido de sus claves secretas, y también deseó el amor, la dulzura al menos de una sola caricia de las tantas imaginadas. ¿Qué era el amor? Ninguna mujer mayor o de su edad supo explicarle. Quizá ellas tampoco lo conocían. La puerta se cerró y el lugar quedó aun más oscuro.

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CUALQUIERA, ENCUENTRO

SUTILCCieloielo sabía que tenía que dejar esa exhor-

tante melancolía. El hombre, hijo de Rusia, quería acariciarle todo su exterior; quería saber si ella tenía algún perfume de presencia.

Él se deja llevar por su hedo-nismo, subiendo cada vez más. Cielo lo siente cerca. Él tiembla en ese calor sofocante. Cielo se siente violada. El hijo de Rusia ha salido, descubre que el espa-cio donde está es muy grande para acariciarlo solo. Cielo ya no es virgen, ahora hay un as-tronauta en su universo.

FABIO ALEJANDRO CHÁVEZ MUNÉVAR.

ESTUDIANTE DE LICENCIATURA EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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C U E N T O

BÁRBARABárbara. Dulce como la vida misma, tus

ojos recorren la habitación. ¿En qué piensas? Amanece, la escarcha juega con el sol en los cristales, la casa trémula y vacía se sienta junto al fuego en la chimenea y humea el café sobre la mesa puli-da, tan perfecto como le gusta al señor, amargo, cargado, espumoso, con un aroma penetrante que

inunda el corredor. Te acercas a la puerta para oír su respiración profunda y tran-quila, no pareces esperar nada, el instante no es eterno para cuando despierta. Es entonces cuando te alejas rápida y discreta a tu rincón, el lugar de siempre al lado de la puerta, lista para cumplir el mandato del señor. ¡Cuánto esmero en los detalles más delicados y tiernos irradiaban las flo-res sobre la mesa! Aquellos gladiolos rojos

que cortaste al alba se veían hermosos en el florero, divinos, pero pasaron inadvertidos frente a sus ojos can-sados de mirada dura y fría. Él tiene tantos problemas, está tan solo, dices excusán-

dolo. Y te empeñas en serle agradable, en darle alegría con la frescura de tus actos. Parece que no te das cuenta que le eres totalmente indiferente. No sabes que ya es feliz con otra hace más de seis meses, que quiere proyectar su vida y sus sueños

con ella, una persona atractiva y de clase, no como tú, que es ella quien lo escucha y lo abraza en las frías noches que lo esperas despierta para servirle la cena. No sabes que este noble señor nunca pensó refugiar-se en los brazos de una vulgar criada enamoradiza, que vio tras esas cejas pobladas de experiencia la ilusión de un ser hermoso y perfecto que te amaría y te salvaría de la miseria emocional en el que este horrible mundo te ha dejado, un mundo que insis-tes en colorear. Pero no, niña. No, Bárbara.

Ay, Bárbara. Triste como la vida misma, tus ojos recorren la habitación. Los gladiolos rojos que florecieron una mañana se han marchitado, y en la ventana es noche oscura ya. La luz se apagó en su habitación, como se apagó en tu corazón la espera de los sueños, y ahora sabes que no está solo en este mundo, ya hace tiempo. Te has quedado sola, sen-tada en el suelo del corredor, en esa casa vieja llena de reflejos tristes. Sal de ahí, Bárbara. ¿No ves que desde afuera te miro por la sucia ventana? Vamos, niña, te invito a un café, como los que te gustan a ti, dulces, y olvida la amargura de los suyos, que ya no preparas tan a su gusto como esa mujer. Salgamos a pasear por este pueblo apagado en medio de la nada y vaguemos por ahí, como antes. ¿Te acuerdas cuan-do íbamos al río congelado en invierno, a mirar las estrellas? ¿Recuerdas la primavera, un lugar lejos de aquí, en el campo? Abrígate bien, eso sí. Hace frío acá afuera, el aire está helado, pero se está bien, como para esconderse en un callejón oscuro y reírnos de nuestras vidas desgraciadas, y sé que ésta será nuestra última, para nunca más, como para ver caminar en medio de la noche la ternura de un par de narices rojas y frías, sentir los ojos abiertos y fijos al viento, vernos escapar... Ay, Bárbara. Te he esperado hace tanto rato ya. Vamos, niña. Vamos a caminar.

VALENTINA VILLASEÑOR

ESTUDIANTE DE SECUNDARIA. SANTIAGO DE CHILE.

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CCuandouando la conoció, él todavía era joven, aunque ella ya era vieja. Fue una cálida noche de verano en un baile a campo abierto. Estaba extasiado, inquieto. Nunca antes se había sentido tan como en casa. Algunos bailaban, otros tocaban música. Junto a la hoguera, una anciana tiraba las cartas. Más hacia la periferia, la Compañía representaba una obra en la cual la barrera en-tre participantes y espectadores se difuminaba en una confusión magistral: aunque no venga al caso tengo que decir, que la obra continuó hasta mucho después de que los actores, con cierta frustrada satisfacción si es que alguna vez hubo tal cosa, volvieron cabizbajos y sonrientes a su cuartel. Incluso hay quien dice que la obra terminó sólo un poco antes que la historia que aquí relato, la cual no es corta, ya lo verán, pues es casi la historia de una vida.

Quién era él antes de conocerla poco nos importa (aunque en su momento fue crucial), si podemos tener fe en que, por obra y gracia del destino, los eventos anteriores de su

MIMI PEQUEÑA NIÑA MUERTA

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vida lo llevaron a estar de buena gana aquella noche bailando entre el fuego y las sombras. Estaba ebrio de entusiasmo, pero neuróticamen-te intranquilo. Se movía de un fuego a otro buscando, buscando, probando suerte, tratando de encontrar eso que era lo mejor de todo, aquella fogata cuyo fuego era más brillante, y comenzaba a perder-se de mucho; cuando la vio.

Tuvo el recuerdo de noches aún más jóvenes, cuando él era poco más que un niño y ella era igual: igual de joven y, entonces lo supo, igual de vieja. Tuvo el recuerdo de historias que él no fue capaz de escuchar, en una buhardilla perdida entre tejados empinados, pues no le dejaron. Y volver caminando en una noche sin luna a una cama poco amable, con los ojos húmedos por la expectación. Ahora sus ojos están húmedos por el humo de leños y hierbas, pero la ve claramente sentada, ausente junto a un árbol, pareciendo sólo un poco más vieja que él mismo. Y decide acercarse y preguntarle, al fin, de qué iba esa historia que él nunca pudo escuchar entonces, en la buhardilla. Y ella como si nada, como si tuviera un marca páginas en la memoria, comienza su cuento sin reparos ni pide explicaciones. Al escucharla, lentamente se olvida de los otros fuegos.

La gente de sus historias está muer-ta. Pero no como ella. La suya, es una muerte sobreviviente. Muerte en vida, le llaman algunos, pero la

verdad es que ya es toda una vida, una vida en muerte. Un vampiro, piensa él sin complicarse mayormen-te, con el extraño pragmatismo del que le imbuye la noche, el bosque y las fogatas. Esa dilatación de su cordura que le ayuda a compren-der sin miedo. Es curioso, piensa, siempre imaginó a los vampiros (y no hace mucho ha visto uno que lo confirmaba) como seres de una perfección fría y hosca, de rostros angulosos y dentaduras perfectas, piel blanca, es verdad, como la de ella, pero limpia y nunca, en ningún caso, con pecas. La curvatura de su nariz y el desorden de sus dientes lo distraen, un poco, de la historia. Es una bella historia, pero no deben sa-ber de ella nada más que lo esencial: que a él lo encantó y que ella disfrutó contándosela, durante horas, entre las sombras y el fuego. Y cada vez que una llama nueva bailaba junto a su rostro, ella era otra, asombrosamente parecida pero radicalmente distinta. Él supo después que ella era muchas, y muchas más sería, pues tenía vidas completas para dedicarse a ser todas cuantas quisiera. Y le gustó.

Cuando los fuegos se apagan el claro queda solitario, y es como si el bosque se lo fuera comiendo lentamente. Algunas hojas caen y lo cubren, y durante las largas lluvias la tierra se hunde y sólo los pastos sobresalen cual ciénaga, y nadie recuerda que alguna vez bailamos alegres en el verano la música im-provisada de nuestra fantasía, y la

noche no es ya cálida y su misterio no es sino siniestro y tenebroso. Y cuando las fogatas se vuelven a encender, ardua su lucha contra la tierra húmeda, él vuelve cansado y sin ánimos, pensando quizás en ver por última vez los fuegos. No es sino hasta que sale la primera estre-lla que recuerda, casi como en un sueño (pues todo aquí tiene la sus-tancia efímera de lo onírico), a su pequeña niña muerta. Ha olvidado ya cuándo fue la última vez que la vio, en la noche del verano anterior, ha olvidado, incluso, por qué dejó que se fuera. Ahora tiene algo que contar. Ahora ha guardado tiempo, entre decepción y decepción, para comprarle una historia, y esperar que ella la aprecie.

Ella reaparece, allí donde la dejara, tan igual y distinta como siempre, pero ahora le sonríe y en esa sonrisa él encuentra la recompensa por ha-ber aguantado todas sus decepcio-nes, que tan bajas le parecen ahora. Trae una historia para contarle y comienza, las palabras agolpándose en su garganta, apenas se sienta a su lado. Ella escucha paciente, eterna, convertida en mujer ahora que él es un hombre, y sonríe. Expectante, nervioso, termina y le pregunta si le ha gustado la historia, si la conocía, si le sorprendió.

—La conocía —dice—, pero nunca me la habías contado tú.

Él sólo sonríe, seguro, porque ha decidido que esta vez, esta noche,

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donde quiera que ella vaya él irá también.

Cuando le preguntaron a Filippo por qué lloraba, al principio no supo responder. Demoró un rato en recuperar la compostura y apuntar, sin mucha determinación, hacia la oscuridad. Sin mucha determina-ción lo hacía, porque al apuntar no quería indicar un lugar específico, sino todo el conjunto de la noche, adonde fuera, decía él, que se hu-bieran llevado a su amigo.

—Son primas de las sirenas —llora-ba—, son primas de las sirenas que vienen para robarse a los náufragos de las sombras... Él se ha marchado con ella, y ya no volverá, y si vuelve será otro.

Siguió delirando hasta dormirse, con su máscara de payaso borrada por las lágrimas, compadecido por los pocos que le entendieron, llorando a su amigo perdido en la noche. Pero cuando el Sol asomó su cabeza entre las copas de los árboles, él estaba allí, sonriente, abrazando a Filippo como tantas otras veces lo hacía. Una araña del bosque los vio. Me lo relató con ternura, cómo se había deslizado silenciosa hasta el cuello de ella y la había escuchado quejarse, pero sin llanto.

— ¿Es que acaso no sabes quién soy? ¿No sabes a dónde me llevan mis pasos tras la caída de la noche?

—Eso ya no importa —él tampoco lloraba, como si estuvieran ensa-

yando un drama que no les impor-taba— no voy tras de tus pasos sino tras de ti, y a donde vayas tras la caída de la noche poco me incum-be. Sólo quiero saber que mañana, cuando las estrellas se enciendan nuevamente, tú estarás aquí para contarme otra historia, o quizás, tejer una conmigo.

—Eres tonto o valiente, o quizás tan sólo joven. Da igual, nunca he sido tonta, ni valiente, ni joven...

—Pero eres mi pequeña —se adelan-tó, con una pizca de preocupación asomando en su voz—, eres mi pe-queña niña muerta.

Ella calló. Él se adelantó otro paso, y otro. Ella miró su cuello sabiendo que no lo tocaría, no de esa manera, esta noche ni muchas otras noches por venir. Él también lo supo. Y la besó, mientras una araña asus-tada corría vestido abajo por sus caderas.

¿Que más podemos decir de ellos? Que se hicieron amantes. Amantes de la noche. Amantes de los cuen-tos. Amantes de las azoteas y de los árboles frondosos. De las ciudades vivas de noche y muertas de día, como ella. Amantes del pequeño pedazo de mundo que podían compartir. ¿Se hicieron amantes el uno del otro? Nadie aún ha podido ponerse de acuerdo.

Pero se vieron, no noche tras noche, pero sí más seguido que antes. Ella dejó de ser una memoria borrosa

de la noche de las fogatas. Él pensó que, al cabo, se volvería cotidiana. Conocida. Que cada noche sería como volver a un hogar caliente junto a una esposa tierna. Pero ella era demasiado grande, inmensa, la verdad, si es que alguna vez hubo algo inmensurable como su vida en muerte, para caber en esa simple fantasía. Enorme. Una puerta a la noche. Ella pensó que él acabaría por agotarse, por perderse en las intermi-nables conversaciones al borde de la cordura, por desistir al comprender que ciertas cosas él nunca podría comprenderlas. Pero esta misma comprensión se le escapaba. Él era un niño aún, y ella siempre había sido una vieja. Y aún así, juntos en una cama sin sábanas, desnudos a la luz de las estrellas que se filtraba por el techo derruido, él la abrazaba con la mayor ternura de la que se sentía capaz, y la llamaba tiernamente, al oído, “mi pequeña, mi pequeña niña muerta”. Ni por un segundo ella lo creyó. Nunca. Ni tuvo el corazón para mentirle. Y desesperado lo repetía tratando de conmoverla, de convencerla y de convencerse pero la honestidad de ella era brutal. La suya, simplemente bruta.

Con los años esa cama se ganó sába-nas e incluso frazadas. La comenzó a acompañar un guardarropa y hasta una repisa. El descubrió que muchas historias jamás pasaban de boca en boca, demasiado frágiles para soportar la frecuencia del so-nido. Abstractas. Páginas y páginas

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de historias se amontonaron en esta guarida. Su guarida, la de él, que siempre trató fuera la de ambos.

Pero él tampoco vivía aquí. Tenía su propia casa, que nunca le satisfizo. Incluso un hijo que por un tiempo le avergonzó. Un retoño maldito que creció junto a su madre y que después, muchos años después, des-cubrió que la herencia de su padre era más preciosa que toda una vida de cuidados maternales, y que nadie, nunca, se la podría quitar. Pero esa historia es otra historia y sus porme-nores llenarían páginas que nada nos incumbe. Sólo importa que él tuvo una vida, a los ojos del mundo, que dio crédito de su paso por estas tierras en las que nunca se sintió a gusto. Y que aún es recordado, por súbitos biógrafos que poco lo cono-cieron, como uno que podría haber sido grande. Como uno que debería, incluso, haber sido grande. Eterno. Una antorcha que se consumió sin haber ardido tan brillantemente como podía. Ellos no saben que él ocupó todo su combustible no en brillar para enceguecer, sino simple-mente para mantenerse encendido lo más que pudo, junto a ella.

Y ella siempre estuvo. Ausente-mente allí. Latente, él le decía. Mi compañera latente, pensando en ti durante las largas noches de invierno cuando de ti nada sé, apa-reciéndome en nuestra (le temblaba la voz al decir esta mentira) guarida durante el día gris para buscar una señal de tu presencia, y huyendo

raudo, precipitado, apenas el sol comenzaba a ocultarse. “Porque no sé” comentaba agitado, inseguro, “no sé lo que haría si la noche me encontrara a mi y a ti no, en este lugar. Sería demasiado siniestro, de-masiado doloroso. No quiero saber lo que es pasar una noche solo en esta cama, temo matarme yo mismo para acallar el dolor.” Y ella sonríe, con una de sus mil caras de alegría, para hacerlo pensar en otra cosa. Pero la mentira siempre subyace, y él la puede ver. Aún así se besan, y ambos lloran pues sólo cuando llo-ran los besos son realmente dulces, porque son besos de verdad, y no engañosas mordazas de carne.

El tenía sus primeras canas y ella seguía siendo igual. Rostros infi-nitos, todos parecidos pero todos distintos, junto a él cada noche y durante el día nunca nadie supo dónde. Nadie vivo, al menos. Él se tapaba con una sábana ocultando una desnudez que nunca le enorgu-lleció, pero que de un tiempo a esta parte le avergonzaba. Libros tirados alrededor de la cama, un cuaderno abierto entre los dos con bosquejos de un mundo ideal, aunque en nin-gún caso perfecto. La perfección, le había enseñado ella, es mucho más fácil de alcanzar y mucho, muchísi-mo menos satisfactoria de lo que la gente cree. Los murciélagos que vivían en el ahora remendado techo los escuchaban, noche tras noche:

— ¿Estarás aquí mañana? —su voz rebo-sante de abandono y resignación.

—Nadie lo sabe —ella ya no sonreía. Sabía que el veía a través de sus más-caras. — ¿importa realmente?

Él callaba, porque no sabía la res-puesta. Quería mentir, quería decir que sí. Quería decir que moriría si ella no volvía nunca más, pero algo dentro de él le decía que no era verdad. Que todo cambiaría, pero que él seguiría siendo el mismo. Siempre el mismo. Y por momentos se odiaba. O, reflexionó después en su lecho de muerte (que fue este mismo lecho), por momentos se daba cuenta de cuánto se odiaba realmente.

—Sabes —un día perdió la pacien-cia— no necesito la verdad. No nece-sito honestidad brutal, sino alguien que se atreva a mentirme, y decirme que siempre estará conmigo.

—Yo no soy esa persona... —ella qui-so decir pero él la cortó en seco.

—Lo sé.

En el silencio incómodo nuevamen-te comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos. Ella, impasible, era incapaz de llorar. Él en el fondo siempre quiso saber si, en situaciones como esta, ella hubiera llorado de ser capaz.

—Sabes —comenzó tragándose el nudo de su garganta—, en el fondo nunca he sabido por qué vuelves, si no me echas de menos. Podría mo-rir y tú seguirías eternamente sin mí, y eso me carcome poco a poco,

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porque cada vez me cuesta menos olvidarme de que moriré. Es un recuerdo cada vez más cercano.

— ¿Y no te basta con que yo esté aquí, para ti?

—Quiero que estés aquí para ti, y sólo para ti. Quiero que mates a mi hijo y a todas las mujeres que me han compartido contigo. Quiero que me apreses en esta buhardilla y no me dejes salir nunca. Nunca más. Quiero que me hagas tu escla-vo y que me liberes de mí mismo.

—Tu sabías quién era yo antes de conocernos… —por primera vez en años el desconcierto asoma a su semblante.

—Pero no lo entendí, hasta mucho después. No entendí que iba a ser mi necesidad de tenerte la que nos iba a mantener juntos, y nada más. Sin mi carencia, ¿qué me obliga a venir aquí noche tras noche, impotente ante la idea de no en-contrarte?

—A mí nunca me obligaron.

—Y por eso te vas cuando quieres, y me dejas solo por días —en silen-cio, reúne valor—...y si sólo estás aquí por mí, no sé si quiero seguir con esto.

Esa cara de pena él nunca antes la ha visto, y tiene unos minutos para observarla mientras ella lo mira di-recto a los ojos, eterna, con todo el tiempo del mundo para reflexionar, antes de ponerse de pie y caminar

hacia la noche. Él sabe que nunca la volverá a ver, pero se engaña. Aún así, tendrá tiempo para vivir una corta vida sin ella antes de que lo encuentre de nuevo.

En el departamento falso que con poco esmero cultivó se encierra a pasar una vejez solitaria. Alguna vez le dijeron que cuidar a un viejo era como cuidar a un recién nacido, y aunque a él nadie lo cuida, comien-za lentamente a entender. Cuando lo visitan calla y mira al suelo por horas tímidamente, como lo hiciera alguna vez en las faldas de la mujer que vagamente recuerda como su madre. Sus frases son cortas, desprovistas de toda elaboración que las eleve sobre el umbral de la coherencia. Sólo se baña cuando quiere sentir el agua en su piel, y no pone atención a la ropa que usa. Una vez le trajeron una cena que no quería y se puso a llorar. Sabe lo que opinan de él, que se ha vuelto senil, casi como volver a ser un niño. Pero él sabe la verdad, que nunca en toda su vida dejó de ser un niño.

Un día se levantó con gran esfuerzo y cubrió su desastrosa desnudez que ya no le enorgullece ni le avergüenza con un abrigo largo, que ella le rega-lara. Partió rumbo a su guarida. La de él, no intenta ocultarlo, donde se ha dado cuenta, queda el único peda-zo de su vida que aún no ha muerto. Y no es que quiera aferrarse a la vida. Por ningún motivo. Simplemente quiere dejarlo morir en paz. Quiere liberarse por fin de sí mismo.

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Alguna vez le dijo que la noche en esa cama, sin ella, lo mataría. Quiere comprobar si es cierto. A duras penas llega a la buhardilla alguna vez derruida, luego remenda-da y derruida de nuevo. Los libros siguen abiertos en las páginas en que él los dejó, y la cama aún sin hacer. Aun con su bastón le cuesta llegar hasta ella. Meterse entre las sábanas polvorientas y esperar a que la luz deje de filtrarse por la ventana ovalada. Esperar, por vez primera, a la noche sin ella.

¿Delira en el lecho solitario, o es esta la muerte? La noche llegó pero también ha llegado ella. Junto a su cama, no sabe si es real o no, y por primera vez se da cuenta de que quizás ella nunca lo fue, que quizás sólo fue una excusa para soportar su vida, su otra vida, la vida mediocre.

— ¿Vamos a comenzar de nuevo? —su voz es tan áspera como el arrastrar de sus pasos— ¿es que no sabes que estoy viejo?

—Las cosas sólo se comienzan una vez —es la misma voz, el mismo rostro—. No importa cuántos finales ilusorios creas que tengan, cuando terminan, es una vez y para siempre.

— ¿Y tú, cuándo terminarás?

—Yo no sé, siquiera, si alguna vez tuve un principio. Soy eterna, se ha dicho, ¿acaso no lo sabías desde la primera vez que me besaste?

—Lo sabía, pero no lo entendí —duda en su voz—… hasta mucho después... pero antes ya tuvimos esta conver-sación.

Ella calla. Él sabe que, si lo hace, es porque ya no tiene nada que decir, así que continúa.

—No importa. Sabes, —algo, no sabe bien qué ni dónde, le duele al comenzar a recordar— alguna vez te dije que quería que me mintieras, y que me dijeras que siempre estarías conmigo. Mentiría si te digo que me arrepiento de haberlo hecho. Me hizo pensar. Pensar en tantas co-sas... Hace tiempo que partimos con el juego de la honestidad brutal, tú y yo, pero es fácil dejar de mentir. Es tan fácil que me pregunto a veces si el mérito no estará en las mentiras... porque yo dejé de mentir, de un día para otro, lo decidí… dejar de fingir que me preocupa la sociedad, dejar de fingir que soy uno más, dejar de fingir que soy normal y encerrarme a pasar mis noches contigo. Dejar de fingir que soy un padre... y ahí, de paso, renunciar a la única mentira que pudo haber valido la pena —de nuevo el dolor, por un momento—… Pero no basta con eso —una deter-minación repentina lo envuelve—. No basta con levantarse un día y decidir que de ahora en adelante, ya no fingirás más porque para que sea realmente verdad debes no sólo parar de mentir, sino desmentir tus anteriores engaños. Desmantelar esas mentiras que has vestido desde tu niñez como un manto alrededor

tuyo... esas mentiras que me con-virtieron en lo que era, aún antes de conocerte, que me hicieron un hombre, que me enseñaron moda-les, que tejieron un mundo a mi al-rededor... que me convencieron de que quizás, algún día, podría llegar a amarte —por primera vez desde que sintió su mano fría sobre las sábanas la mira a los ojos—… pero tú, eras tan inmensa, tan verdaderamente inmensurable, que no te podría ha-ber atrapado con ninguna mentira. ¿Cómo podría amarte, si en todos mis años nunca alcancé siquiera a conocerte? Y por eso, a pesar de to-das mis mentiras nunca me atreví a decir que te amo. Y aún ahora no lo digo, porque he mentido tanto que dejé de creer en mí. ¿Te imaginas algo peor que eso?

Ella lo mira apenada, sin disimulo, incapaz, en verdad, de pensar en algo más terrible que eso.

— ¿Pero amarme sin compromisos, sin ataduras? ¿Amar al mundo y amarme porque soy parte del mun-do? —ella aventura.

—Podría haber aprendido a amar al mundo a través de tus ojos, sí. Eso es lo que siempre vi a través de ti, un mundo hermoso. Pero estuve contigo siempre por las razones equivocadas, y reconocer que estaba equivocado era reconocer que no había razón para estar contigo, y a esa mentira fue a la que más le temí siempre. Y aun ahora le temo.

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Y con el silencio mutuo la discusión parece llegar a su fin, a pesar de que nadie se siente conforme. Él decide que ya es tiempo de pasar a otros temas. Ya es tiempo de dejarlo estar y despedirse.

—Oh mi pequeña— sonríe, una sonrisa tan desoladora que el llanto se siente celoso—. Mi pequeña niña muerta. ¿Fuimos felices juntos al menos? Yo sé que lo fuimos, aun-que nunca haya conocido el amor, y aunque haya sido por todas las razones equivocadas. La felicidad, déjame decirte, es bastante más fácil de conseguir y bastante me-nos satisfactoria de lo que hubiera creído —ella sonríe. En silencio, ambos escuchan la nada, y él vuelve a interrumpir—. Pero dime, aquella noche en que te fuiste, tu cara me mostró un rostro que nunca antes había visto, ¿era el rostro de tu ver-dadera tristeza?

—Ninguno de mis rostros es más verdadero que otro —su voz ya casi carece de inflexiones, sus gestos se distorsionan de manera que a él se le hacen extrañamente conocidos—, tú ya dijiste que soy demasiado gran-de como para caber en una mentira. Ese rostro que viste entonces es tu rostro. Tuyo, porque es el rostro que forjé para ti, a través de los años. Es un rostro triste —ella se interrumpe y calla, él la aprieta con la poca fuerza que queda en sus brazos—… ¿Ves? —pareciera decirle, pero no lo hace— ¿Ves como pudiste forjar con tu vida un rostro en la cara de

la eternidad? Tú que pensaste que yo era demasiado inmensa para caber en tu vida, he sido marcada por ella por el resto de las noches, hasta que el tiempo deje de ser tal. Eres inmortal en mí, ¿acaso no es suficiente?

En la buhardilla oscura ella lo abra-za y él se deja. “Oh mi pequeña, oh mi pequeña niña muerta”, sus sollozos se agolpan en la garganta hasta que lentamente su respiración agitada por el llanto se hace más y más trabajosa. Él todavía es un niño en sus brazos mientras muere, y ella es igual de vieja. Eterna.

Ella lo suelta cuando se da cuenta de que la vida por fin lo abandonó. Impasible, no bota ni una lágrima, aunque viste el rostro que forjó para él. Sus pasos livianos apenas se escuchan mientras se va, esta vez para nunca más volver. ¿Estuvo alguna vez realmente aquí? Nadie lo sabe. Y si se amaron o no, si ahora él está muerto y si ella siempre lo estuvo, la verdad es que a nadie le importa.

YULY RODRÍGUEZ AMAZO.

ESTUDIANTE DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA.

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JUANITO EL CUMPLEAÑERO

El niño estaba de cumpleaños. Sus padres le prepararon una fiesta, de aquellas celebraciones en las que los invitados deben ponerse un gorrito de cartón para poder entrar, en aquellas en las que alguien sale lesionado, ya sea por un palazo durante la estrangulación de la piñata o durante la estampida para atrapar jugue-tes. El padrino del niño esperó hasta último momento para mostrar su regalo, aguardó pacientemente hasta cuando la familia se re-unió alrededor del presente. El niño lo tomó pocos minutos en sus brazos, después proce-dió al fatal despedazamiento de envoltura y, finalmente, encontró el disfraz de algún utópico superhéroe. La capa azul y con el largo rozando el suelo, calzoncillos también azules y en el pecho una no poca desapercibida “S”.

Después de las fotos y de los abrazos el niño vistió la sobrena-tural prenda de superhéroe, abrió la puerta del dormitorio y corrió por el largo corredor, desviándose por el pasillo, hacien-do marcados movimientos para sacudir la capa. Apenas se le vio en la sala, se despertaron las risas y las burlas que en un pequeño instante hicieron disgustar al festejado; pero eso no importó, el niño se había convertido en un ser diferente y no le prestaría atención a tales comentarios. Todo lo contrario, subió a la terraza, caminó en círculos como intentando tomar impulso, luego aceleró el paso y saltó sobre el pequeño muro de la fachada, desplomándose lentamente hacia la calle y gri-tando la frase célebre del Superhombre.

JOSÉ DIONISIO CALDERÓN.

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.

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ACÁ VIENENPara Edén Quezada

Mi madre, Diogenesia, siempre solía decir que el abuelo era el exclusivo culpable de su obstinada ausencia: que la había criado con esa forma tan particular y revolucionaria; que por ese motivo jamás tuvo incorporado en su voca-blo la palabra mamá, así, a la clásica, con las manos reventadas en detergente y cloro, con el olor sempiterno de comida pe-gado en la ropa y el cabello. Ella siempre decía que los sueños de las mu-jeres estaban lejos del valle hogareño: que esos sueños se en-contraban más bien en las colinas, o en despeñaderos celes-tes que ella bautizó, a falta de un mejor nombre, como ideales. Pero también decía que debido a eso yo era una causa perdida, un algo extraño y salvaje pero reconocible en el paraje citadino, ile-gible para el común mortal: un indómito y también un errante y un loco.

Por eso es que conservo tan nítido en mi pecho cuando dijo que ya era hora de marcharme. Tuve miedo. La noche habitaba desnuda en las aceras, mientras nosotros per-manecíamos sentados en el sofá, fumando y mirándonos frente a frente. Ella se me confundía con el humo, y yo me mezclaba entre la luz baja de la sala. Tratando de hacer eterno aquel instante (en su infinito amor filial), musitó que mi derrota era también la de ella. Fue entonces cuando me puse a temblar. Me sentí como la niña que mamá nunca tuvo y que siempre deseó tener, y que envían a responder ante poderosos e irascibles jueces por sus luchas, por luchas que no le pertenecie-ron en ningún principio diluido

por la memoria, pero que sin embargo, cobijó

entre sus ideales y sus esperanzas,

justo cuando todo indica-ba que lo que menos q u e d a b a en aquellas luchas era

precisamente eso, esperanza,

y ahí, a pesar de todo, a pesar de la

muerte y la desespe-ranza y la locura y también,

desde luego, a pesar del desengaño y el olvido, mi madre vivió inten-samente por su amuleto hasta que las balas no la alcanzaron, aunque

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cobraran infames la vida de sus hermanos y herma-nas, niños que como ella, regalaron su juventud a una causa perdida de antemano que les permitía soñar con los ojos abiertos y el pecho cubierto por llamas. Ella fue quien me obsequió aquel sueño y aquella de-rrota. Ella fue quien me entregó, espléndidos, todos los secretos que necesitaba conocer para ofrendar la vida a esa locura tan nuestra, y al común empeño por conseguir un mundo mejor, aunque eso a todo el mundo le importase un carajo. Me vi allí, en ese segundo interminable por el que caminaron todas las vidas, la mía, la suya, las de quienes lucharon y las de quienes murieron luchando, la de nuestros muertos, me vi allí, como dije, nuevamente, absorto, pálido, limitando mis temores, ajeno, con el alma erguida, generoso, en silencio, con el arma en las manos, como aquella noche. Me descubrí de improviso entre las faldas maternales, cerca del sillón, percibiendo aquel calor neonato que jamás queremos perder, bebiéndo-lo en su vientre. Me vi cobarde e incapaz de salir de sus brazos, que me colmaron prestos y tiernos cuando empecé a llorar. En ese momento no sabía nada. No entendía que no me iría solo. Mi madre se levantó y me dejó llorando a sus pies. Unos tipos golpearon la puerta, y ella les abrió rápidamente, auscultándolos con desprecio. Avanzaron hasta donde yo estaba y me pusieron de pie. Un tipo gigante tomó mi maleta (que ya estaba lista), caminando triunfal y pedante hacia la calle y la subió al automóvil. Sólo cuando tuve puestas las esposas le pregunte a mamá si ya era hora, si ya habían llegado, y si es que alguna vez, quizás en mis sueños o en los suyos, podría volver a verla. Mi madre me entregó de vuelta una sonrisa.

VICENTE RODRÍGUEZ.

ESTUDIANTE DE PEDAGOGÍA EN LITERATURA EN UPPSALA, SUECIA. ES CHILENO. REALIZÓ, ADEMÁS, ESTUDIOS DE LITERATURA HISPANO-AMERICANA EN LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, CUBA. REDACTOR Y EDITOR DE MAKIKA, REVISTA REGIONAL DE POLÍTICA Y ARTE, Y ¡CHANGOS!, PROYECTO ACTUAL QUE DESARROLLA CON EDICIONES EL GRAN PRADO.

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MARÍA, LA DE MAGDALA

Así pudo ocurrir: Cuando María lo vio por primera vez, caminaba solo por la rada del puerto. Ella venía con sus doncellas. La cadencia de su andar, diferente al de los hombres de mar y en el balanceo de su cuerpo, tenía un equilibrio mágico, un encanto comparable al de un dios grecorromano.

Los hombres no pisan la tierra de ese modo. No pudo recordar, si él caminaba rápido o despacio.

Dicen que se llamaba Jesús, venía del otro lado del mar, cantaba canciones de cuna y sabía amar. También dicen que, su fama crecía por las tabernas de Magdala.

Se reunía con prostitutas, pescadores y ladrones. No reconocía la Ley de Moisés y a los sacerdotes, solía llamarlos sepulcros blanqueados.

Las doncellas murmuraban, unas al oído de las otras. María se detuvo un instante y tendió la mano para saludarle. Él ni se dignó mirarla. Sintió odio. Se aver-gonzó de sí misma y de sus costumbres. Tiritó como si la acometiera una ventisca de otoño. Tembló de la cabeza a los pies.

Esa noche le vio en sueños, insultado y flagelado por los soldados romanos. Le dijeron a María que, mientras dormía, estuvo llorando y revolviéndose en el lecho.

En agosto lo volvió a ver desde el balcón de su alcoba. Estaba sentado a la sombra de un álamo. Inmóvil, pa-recía un alto relieve de piedra, como los que vio en los templos de Roma.

Su aya, la egiptana, vino a decirle: Ese hombre está aquí, otra vez. Ahí sentado al frente de tu jardín.

Al mirarlo, sintió la alegría y el miedo. El sentimiento confuso que provocan los vagabundos musican-tes. Empero le vio bello. Su presencia irradiaba un hálito de gracia.

Se vistió con las mejores prendas. Dejó la casa y fue a su encuentro: — ¿Qué me impulsó hacia él?: ¿Mi soledad o su presencia? ¿La avidez de mis ojos o la luz ciega de mis pupilas, buscando al amante?

Todavía lo ignora.

Caminó hacia él. Lucía vestidos perfumados y las doradas sandalias que, el capitán romano, le había regalado. Al llegar a él, dijo: Buenos días. Jesús le contestó: Muy buenos días, María.

Cuando Jesús la miró, sus ojos negros acariciaron el corazón de María, como nunca lo había hecho otro hombre. De pronto, se sintió desnuda, indefensa yavergonzada. Hasta ese momento, sólo le había dicho: Muy buenos días, María.

Ella lo invitó: ¿Deseas honrar mi casa?. Y Jesús le respondió: ¿Acaso, ya no estoy en tu casa? En aquel tiempo no entendía, como después, el sentido de sus palabras.

María insistió: Ven a degustar el vino y a partir el pan conmigo. Sonrió: Ahora no, María. Ahora no. En estas palabras, se sumaban las voces del mar,

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del viento y del bosque. Le pareció que en los labios de Jesús, había un diálogo de la vida con la muerte.

Entonces, estaba muerta. Aunque vivía, como una mujer que ignora su alma. No tenía el espíritu que hoy la vivifica. Pretendida por todos los hombres,

coqueteaba, aunque nunca tuvo ne-cesidad de ser prostituta. Tampoco

estuvo poseída por siete demonios. Por el amor de Jesús, fue envidiada y maldecida por todos.

La aurora de los ojos de Jesús, ilu-minó a María: Todas las estrellas de mi larga noche, desaparecieron. Me convertí en María. Sólo en María, la de Magdala. La mujer perdida para el mundo. Y a la vez, la santa en los lugares de peregrinaje.

Se fue con Jesús: El mediodía de sus ojos se posó sobre ella, con el fluir de las palabras: Tienes muchos

amantes. Pero, sólo yo te amo. Los demás se aman a sí mismos en tu compañía. Yo te amo por ti misma. Ellos ven en ti, una belleza quepasa, tan rápido como sus años. Mas yo veo en ti, la belleza que jamás declinará.

La que en el otoño de tu vida, no temerá contemplarse en el espejo y nunca será ofendida. Amo lo invi-

sible que hay en ti.

Jesús fue perseguido y cruci-ficado, por haber nacido Rey de los Judíos. Por predicar el amor de Dios a todos los hombres. Yo sentí el amor de su boca de granada, en mis labios. La fusión de su espíritu en el mío. Con su muerte venció a la muerte. Retornó del sepulcro a la vida, en espíritu y poder. Vela por nuestro bien y sitia los jardines de nuestra pasión.

Jesús es el Cristo de los gitanos. Le amamos y contemplamos con nuestros ojos que él, nos abrió para ver lo invisible. Está más cerca que nuestras manos que él, nos enseñó a extender para el bien del prójimo.

Muchos van a los templos, adoran los crucifijos, pero no creen en él. Los gitanos discernimos los espí-ritus y lo sabemos. No juzgamos. La mayoría que, al decrecer en sus fatuas seguridades humanas, se acercará al Jesús que anduvo sobre la mar.

¿Será necesario romper la trompeta o la lira, para hallar su música? ¿Ta-lar el árbol para creer en sus frutos? Odian a Jesús, por ser hijo de Dios, alegan que Dios no existe. Pero se odian más, unos a los otros. Cada uno se considera

demasiado importante, para ser hermano de su prójimo.

Odian a Jesús. Les han dicho que nació de una virgen y no de simien-te humana.

Pero ignoran a las madres que van vírgenes a la tumba. Y a los hombres que descienden al sepulcro, ahoga-dos en su propia sed. Olvidan que la tierra se

ofrece, a diario, en matrimonio al sol. La tierra por donde peregrina-mos los gitanos, ligeros de equipaje, aunque posesos de los que sabemos de María, la de Magdala. Ella con su voz que sobrepasa el tiempo nos dijo: Jesús hizo en mí, su obra de amor. Y para siempre lo llevo prendido en la piel, el vientre y mi alma.

GABRIEL XIRGUI JAVALOYES.

BOGOTÁ (1960). FORMA PARTE DE UNA FAMILIA DE GITANOS CALDEREROS RESIDEN-CIADA EN EL MUNICIPIO DE FUSAGASUGÁ - CUNDINAMARCA. HASTA EL MOMENTO HA REALIZADO LA PUBLICACIÓN DE LOS LIBROS: MEDIODÍA DE CENIZA, ED. TORBELLINO, BO-GOTÁ EN 1.998 Y LETRAS MÍNIMAS, SEVILLA ESPAÑA 1.999. SACRAMENTO Y EL MUERTITO DE AMOR, ED. DOMINGO ATRAZADO, BOGO-TÁ, 2004. Y NUMEROSOS ARTÍCULOS ENTRE LOS QUE SE DESTACAN LOS TRADUCIDOS Y PUBLICADOS EN 16 IDIOMAS PARA LA UNIÓN DE GITANOS.

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ÁNGELES CAÍDOS

La última vez que los vi fue una noche de enero. Mi mamá acostumbraba a darles la comida que quedaba en el restauran-te, a cambio de que sacaran la basura que resultaba en el día. Mientras el más fornido entraba y salía hasta tres veces del restaurante, afuera el otro charlaba con mi mamá. La cita la cumplían pasadas las diez, todos los días. Así, mi madre se había con-vertido en su confidente; sin ahorrar detalles pero sin decir nombres le contaban sus andanzas. Y aquella noche, ni siquiera mi llegada les hizo obviarlos.

Sus nombres de infancia empezaron a olvidar-se tiempo atrás cuando ya caminaban con ade-manes. Para el pueblo quedaron nombrados como Carmela y Victoria o como “el mudo” y “la torcaza herida”, como también los apoda-ron debido a que el primero no podía decir muy bien algunas palabras y el segundo, siendo muy pequeño, había recibido sobre su canilla y su pie izquierdo un baño de aceite hirviendo que le causó el encogimiento de los tendones y la piel, por lo que, al dar el paso con esta pier-na, su cuerpo se alzaba unos centímetros más

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de lo normal; era objeto de risa el hecho de que, a pesar de estas anomalías, el uno pronunciara claramente los insultos y el otro se contoneara al caminar con movimientos que trataba de hacer sensuales resultándole exagerados; «eso sí lo dice clarito, ¿no, Carmela?» Le decían al primero, y al otro: «¡uy, Victoria, qué tumba’ o!» Y ellos respon-dían con la indiferencia el uno y con una risita coqueta el otro.

Quien sabe de dónde sa-caron esos nombres. Un día, cuando comenzaban a exagerar los movimien-tos al caminar, alguien los llamó por sus nombres de cuna y respondieron: «no, ya no nos llamamos así, ahora somos otras» y desde ese instante fue pasando de boca en boca el rumor hasta que todos, más por gracia que por reconocimiento, acepta-mos llamarlos de aquella manera.

Los niños del pueblo que no pasan de la pre ado-lescencia, acostumbran a sentir adrenalina huyendo de la bravura de aquellos que perma-necen la mayor parte del tiempo deambulando por las calles y de casa en casa en busca de algo que comer a cambio de algún mandado. Con ellos no fue la excepción. Varias

veces, sobre todo en las tardes, vi cómo los niños se amontonaban en las esquinas del parque central a chocarlos y también vi las piedras que pasaban con furia a la altura de las ventanas de las casas antiguas en busca de alguno de los infantes. Los domingos en las horas de la

mañana, mientras se preparaba el almuerzo, los gritos y las zancadas de los niños también aparecían pero en mayores cantidades, y las mamás tenían que interrumpir de repente sus labores en la cocina y se asomaban a la calle a gritarnos

que dejáramos de joder con tanta chocadera, que quién va a pagar los vidrios si un loco de esos se descachaba, que miren cómo me chuparon la puerta de la casa por su culpa guambitos cansones.

Muy pocos en el pueblo supieron con quienes satisfacían su deseo. La mayoría creía que entre ellos había comenzado la atracción homosexual y que así mismo continuarían te-niendo sus relaciones sexuales. Aquella noche que llegué a acompañar la charla entre mi mamá y Victoria me enteré de su manera de prostituirse, que había empezado, sin embargo, en Neiva cuan-do tuvieron la necesidad de conseguir dinero fácil que les permitiera satisfa-cer sus ganas de las sensa-ciones y la distancia del mundo que les brindaba la marihuana, y se fueron a probar suerte a la carre-ra segunda de la capital. A la salida del pueblo se le encaramaron a la chiva que viajaba de Planadas,

en el momento en que pasaba los reductores de velocidad y a cambio de que el cotero no los delatara uno de ellos le practicó sexo oral. No estuvieron durante mucho tiempo, no más de una semana, al cabo de la cual regresaron a probar suerte en

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la plaza de mercado transportando los víveres hacia las casas de familia a cambio de dinero o comida. Allí empezó su contacto con los campe-sinos que bajaban de las veredas a vender sus productos agrícolas.

Dos o tres veces se les vio distan-ciados. Nos parecía muy extraño, pues desde que tomaron ese rumbo se habían distanciado del resto de la gente que los rodeaba. La razón siempre fue algún campesino que un fin de semana decidió cambiar al uno por el otro, provocando la furia del que tenía que aguantarse las ganas. Lo consideraban una «traición entre amigas».

En las mañanas se les veía ir y venir por las calles del pueblo con mer-cados sobre sus hombros. Los fines de semana, aprovechaban la tarde calurosa para ir a darse un chapuzón en “El boquerón”. Un sábado, re-cuerdo, pasadas las cuatro, Victoria llegó sólo a bañarse. Tan pronto puso un pie en el agua, la gallada de niños y jóvenes se salió del charco acusándolo de “tirarse el baño”. Por esos días ya vestían con ombligueras y jeans descaderados. Victoria no hizo más que reírse mientras se sentaba y cruzaba, insinuante, la pierna izquierda: «ay pues mejor. Que se vayan. Me queda el charco para mí solita» y ante los insultos que recibió como respuesta agregó: «qué les pasa pirobos, quieren que los chuce un día de estos que estén por ahí descuidados. ¿Sí ve Suárez? —dijo con su voz ronca y aturdida,

dirigiéndose a mí que me encontra-ba desde su llegada vestido sobre el puente—, yo no les estoy haciendo nada…» Y los que lo habían insulta-do me miraron sin alguna extrañeza y se fueron. Yo los seguí.

Después del baño llegaban al par-que a conversar con los ancianos que hacía mucho tiempo, desde la muerte de “pajarito”, el conserva-dor más apreciado por los pocos liberales, no se dedicaban a hablar de los tiempos de la violencia y de las noches en “la bodega” sino a dar cualquier moneda a cambio de verle los cucos a las niñas de los barrios más pobres y a desvestir con la mirada a las jóvenes mejor puestecitas del pueblo. Se sentaban en cualquier silla del parque a un cuerpo de distancia, pero se sabía que cruzaban palabras pues de vez en cuando sus labios se movían sin desprender la mirada de algún punto en el horizonte.

Entre semana permanecían hasta altas horas en las calles, solitarios, abrazados por el silencio. Los fines de semana de quincena se desapa-recían desde tempranas horas de la noche.

A cambio del placer que daban a los campesinos recibían dinero y ese dinero se convertía en marihuana. Aquella noche que escuché todo esto que cuento, a Victoria no le alcanzó la mano para indicar la longitud de los porros que se fuma-ban y no tuvo reparos en escenificar

aquellos momentos de fascinación. Ante los ojos de mi madre y los míos transformó el andén en una roca grande, negra y húmeda y la calle en un río pedregoso, bajo la luz de la luna, señalando su semidesnudez, sintiendo el frío resquebrajando fibra por fibra su espalda. « ¡Ay, pero una vez! —exclamó después de una pausa—, casi me caigo cuando volvíamos del río, por el lado de la acequia. Estaba muy obscuro, eran como las doce de la noche y teníamos sólo una linternita…» «Y habían soplado, me imagino» Intervino mi mamá, Victoria sonrió como apenado: «Pues dos porros nos habíamos fumado», dijo y se rió con picardía. Luego continuó con-tándonos: «cuando estábamos en la parte alta de la acequia… antecito de llegar a las rejas esas en las que uno de niño ponía ramas para represar la acequia y que abajo queda la orilla de la “Guagüita” me da un mareo… ay, doña Lucecita, me tocó tirarme al agua y la corriente me estrelló contra las rejas», y se rió con la boca bien abierta justo cuando el otro salía a descargar el último bulto de basura. « ¿Les ta otando lo e la ez te tasi e tae e la cetia?», y acompañó al otro en la risa. «Llegué toda em-papada a la casa ¡y con ese frío que hace a esa hora…!». Mi mamá y yo nos miramos y también sonreímos levemente.

Vivían en casas distintas, separadas por el sector central del pueblo. Eran de aquellas casas que en la ex-pansión del municipio se quedaron

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entre las de familias de clase media que buscaron distanciarse del cen-tro que año tras año se volvía más ruidoso. Por ello era inevitable que sus vidas se pusieran en boca de todos, sobre todo aquellos últimos años de juventud que se hicieron tan polémicos y que les significó el miramiento por la gente más conservadora del pueblo. «Esos degenerados», era lo que se escu-chaba de la boca de las señoras que acompañan al cura hasta en las homilías de las cinco de la mañana. Y sin embargo el cura, que desde su llegada hacía pocos años se echó a cuestas la responsabilidad de im-pedir el surgimiento de conflictos políticos entre nuestros mismos compueblanos desde el púlpito, el día del sepelio conjunto exhortó a sus feligreses a cambiar de actitud señalándolos como responsables, en parte, del estado al que llegaron los dos jóvenes.

Tuvieron una infancia difícil. No fue la de los juegos callejeros eternos que interrumpían nuestras mamás a la hora del almuerzo, de la cena o de dormir. Les tocaba muchas veces rebuscarse la comida de casa en casa implorando la caridad o a cambio de ir a hacer un mandado al centro. Carmela era el tercero de seis hermanos que, terminada la escuela, se dedicaron a trabajar en oficios domésticos, o en alguno de los supermercados o ferreterías del pueblo. Sus padres se separaron cuando aún el mayor no llegaba

a los trece años. Vivían con el padre paralítico, que se dedicaba a coser rotos, botones, cremalleras y las botas a los pantalones de sus coetáneos. Cuando el hijo menor cumplió los 18 años, murió ino-cente de las andanzas de Carmela, como tampoco se enteró nunca de que su hijo mayor se dedicaba a vender droga para sostener a su esposa y su hijo.

Victoria era el menor de dos herma-nos. Su hermana trabajaba en una casa como empleada doméstica, y su madre vivía con un tipo borracho al que mantenía con un trabajo igual al de su hija y con el que tenía otro hijo que no pasaba de los cinco años. Recuerdo que mientras los demás jugábamos al fútbol él se acercaba a la puerta de las casas a mendigar una librita de arroz, unas papitas, un platanito o un pancito para comer. Una vecina soltera, de unos cuarenta y cinco años, que llegó al pueblo como profesora de filosofía luego de licenciarse en la capital del país y de quien se decía había dedicado su juventud al servicio de los menos favorecidos con la misión de las hermanitas de la caridad, desde el día que lo vio llegar a su puerta le garantizó todos los días el almuerzo y hasta le regaló muchas veces ropa. Pero su traslado a la capital fue meses antes de que empezara a correr el chisme de que “la torcaza herida” y “el mudo” no sólo se habían volteado sino que hasta metían vicio.

Una noche Auro, que visitaba a la hermana menor de Carmela, se vio sorprendido por la desesperación con que entró Carmela a su casa. Entró rápidamente a su cuarto diciendo: «toy esesperao, neesito soplar» y cuando empezaba a mor-derse una uña quitó la cobija de su cama, la dobló a medias, la metió en una bolsa negra y se precipitó de nuevo a la calle.

Los dos no pasaron de los veinte años, Carmela era un año mayor que Victoria. Aunque Carmela mantenía la fuerza adquirida durante los años de cargar víveres, su rostro ya estaba demacrado y sus labios al igual que los de Victoria habían adquirido ese color morado que hace pensar que si se les toca tan sólo con la punta de un alfiler la sangre brotaría a borbotones. Victoria siempre había sido de contextura delgada pero estos últimos años se decía que le faltaba poco para desaparecer, su boca sobresalía como un volcán de su rostro y sus pómulos sobresalían sobremanera. Su cabello largo en forma de afro lo hacía ver como un bom bom. La mañana que los encon-traron sin vida, sus dedos tenían las huellas del constante consumo de droga.

Días antes de que los asesinaran, ha-bía llegado al pueblo un circo muy pequeño que tenía por show princi-pal a una burra que se enamoraba de alguien del público y lo besaba. Victoria y Carmela tuvieron una discusión con el dueño del circo,

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un hombre delgado, de profundas secuelas del acné en su rostro. El día siguiente a esta discusión la sentencia del hombre hacia los dos ya andaba deambulando por todo el pueblo. Algunos se atrevieron a dar una versión de la causa del altercado: «dicen que dizque lo que pasó fue que el dueño del circo les encargó unas papeletas de bazuco, pero que “la torcaza” y “el mudo” se le quedaron con la plata y el dueño del circo los buscó y se los encontró en la calle para hacerles el reclamo y como ellos no dijeron nada, él antes de irse les gritó: «hijueputas, no me voy de este pueblo sin antes verlos muertos, maricones de mierda». La mañana del entierro había basura en el lugar del circo.

Las campanas de la torre dieron las doce quebrando el silencio. Era un día de principios de junio. Cuando sonó el último campanazo se levantaron de la silla frontal al restaurante, atravesaron el parque, pasaron frente a la estación de policía, dieron vuelta a la derecha, anduvieron una cuadra y luego dieron vuelta a la izquierda, otra más y de nuevo giraron a la derecha dando cinco pasos para encontrarse con una saliente curva en concreto de la acequia ya subterránea en ese tramo de unos tres metros de larga, pasaron por el centro de ella para encontrarse con el tramo cúbico curvo que funciona también como puente sobre la quebrada y llegar a la parte descubierta. Las calles

estaban desoladas. Bordearon la acequia por el lado izquierdo, la dejaron después de unos setenta metros, subieron por la ladera y llegaron a “el plan”. Se metieron entre unos matorrales que inspec-cionaron con una linterna pequeña. La luna estaba llena. Carmela sostuvo la linterna mientras Victoria armaba el primer cigarrillo. Las primeras bocanadas fueron sucedidas por expresiones de placer, después la risa incontenible y el acostarse en el pasto a contemplar las estrellas. Pocas palabras circulaban. Victoria dijo: «escu-cha», « ¿qué?», «Es-cucha», « ¿peo qué?», «El silencio», y tu-vieron que sentarse porque sentían que se ahogaban de la risa. Aun así queda-ron con la carcajada entre los pulmones y tuvieron que poner-

silencio sepulcral, sus ojos parecían querer desprenderse de sus órbitas mientras se quitaba unos pedacitos de marihuana de los labios. Carmela interrumpió de súbito la risa, que había vuelto de repente, y con la luz de la luna respaldando su mirada

vio la cara de asom-broso terror de Victo-ria y luego la sombra que se acercaba len-tamente hacia ellos con las manos en su espalda. «¿Ie nés?», preguntó asustado volviendo al rostro de Victoria, pero sus palabras fueron para uno de los arbustos, pues Victoria ya to-maba el camino de regreso. La sombra seguía acercándose lentamente, ahora a sus espaldas. Carme-la tomó el sendero hacia la ladera detrás de su amigo. Iban a empezar a bajar, pero se dieron vuelta y ya no vieron a nadie. « ¿Será que no era

nada?», «ió no je, e toos moos mámonos que toi muy asustao», contestó Carmela. Bajaron despa-cio, al ritmo de Victoria. Tenían la respiración entrecortada. Constan-temente Carmela miraba atrás pero no veía a nadie. Les faltaba poco para terminar el descenso cuando se dieron vuelta nuevamente. En la

se de pie y mover sus extremidades

para recuperar el aliento. Cuando

se calmaron empezaron a armar el

segundo cigarrillo de marihuana del

mismo tamaño del primero en un

papel de Piel roja.

Habían fumado la mitad cuando

Victoria quedó suspendido en un

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cumbre alcanzaron a ver ya no una sino dos sombras altas que se preci-pitaron como perros hambrientos. Carmela se esforzaba por mantener las pisadas de Victoria, estaban a punto de llegar a la acequia cuan-do sintieron que las fuerzas se les desbordaban por la espalda, como si los asesinos fueran uno el espejo del otro, sincronizaron las primeras tres puñaladas, dejando entre cada una un espacio para el dolor. Las piernas les flaquearon y Carmela recibió una patada que lo tendió en el suelo. Se arrastró distanciándose de la acequia. Victoria llegó cuando le flaqueaban las piernas hasta el borde de la acequia y se dio vuelta para ver a su asesino, pero este en-terró su cuchillo en uno de sus ojos, en seguida su cara quedó bañada en sangre y sus manos temblorosas entre chillidos buscaron un punto donde se detuviera el dolor. Carmela se arrastró hacia el monte, bordean-do la ladera, pero su trayecto fue interrumpido por una cuchillada que le quebró algunas vértebras lumbares y su cara se estrelló contra unas piedrecitas. Después fue el “no” ahogado y casi simultánea-mente los dos exhalaron su último aliento. Sin embargo, los asesinos se ensañaron con sus cuerpos inertes. La cuchillada en el pecho no les fue suficiente. Hasta en las manos asentaron su salvajismo. «Marico-nes hijueputas», fue lo único que dijeron al terminar y empujaron el cuerpo de Victoria al agua.

Carolina despertó luego de soñar con la nieve y tan pronto abrió los ojos, sintió un frío que venía de adentro. «Henry no vino a dormir», se dijo y sin revisar la cama de su hermano se echó agua en el rostro y salió a la calle. No era mucha la distancia que tenía que recorrer, apenas andar media cuadra, bajar por una calle empinada, girar a la izquierda y andar una cuadra para llegar a la acequia. Alcanzó a ver parte de Victoria que flotaba soste-nido por las barras de metal, que los niños aprovechaban para represar la acequia, cuando un campesino anciano que no dejaba de mirar el cadáver se dio vuelta y le dijo: «allá detrás de ese montecito está el otro», « ¿no será que fue usted el que los mató?», dijo ella y no escuchó la respuesta del anciano pues sus sentidos ya estaban turbados por el sentimiento de desprecio al pasado. Cuando llegó a donde estaba su hermano las lágrimas se le atoraron en la garganta y el pecho parecía que le iba a colapsar. Aspiró muy profundo y con ese nuevo aliento le dio vuelta al cuerpo, como quien no cree que la muerte exista hasta no verle el rostro. Le limpió la cara con su propia blusa y se deshizo en lágrimas aferrándolo a su pecho.

Todos querían verlos antes de rea-lizar el levantamiento y no decían más que «pobrecitos, miren dónde pararon». El velorio fue muy solita-rio. La alcaldía se encargó de todos los gastos del funeral conjunto. El

padre mismo se sorprendió de que hubiese llegado tanta gente como la que se reunía en las misas de sanación de cada último domingo del mes y en la que los demonios se alborotaban. Por ello no desaprove-chó la ocasión para dar un sermón prolongado y contundente en cada palabra.

Uno ve aquellos sepelios memo-rables de los caudillos, de los presidentes, de los grandes poetas, de los políticos, en fin de grandes personalidades, en los que sacan el féretro en hombros, y no entiende el significado de esa marcha fúne-bre. Después de lo sucedido la con-fusión puede aumentar: tal y como les digo que llevan los cadáveres de las grandes personalidades así llevaron a Victoria y Carmela hacia su última morada.

Serían las doce del día cuando la gran marcha fúnebre atravesó el parque y tomó la vía hacia la ciudad hasta llegar al cementerio a las afue-ras del pueblo. Quizá las palabras del cura hacían un eco agudo en el alma del pueblo y la gente sintió que reparaban algún daño con aquel último gesto. Un gran silencio los acompañaba y a su paso por las ca-lles muchos sintieron un vaho frío que seguía la caravana.

JOSÉ AMÍN SUÁREZ.

ASPIRANTE AL TÍTULO DE LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS.