Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el genocidio - rev NOMADA

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 Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el genocidio Contar la masacre Del Holocausto a la dictadura argentina, la historia y el arte frente al desafío de representar la barbarie. Lo injustificable y lo irracional de la masacre como estrategia de dominación, el papel del perpetrador como negador y las heridas abiertas en las sociedades modernas, según la mirada de este historiador de la UNSAM.  Hugo Montero 12    n      ó    m    a      d    a   a   g   o   s   t   o    d   e    2    0    0    7    /   n    ú   m   e   r   o    6    F   o    t   o    /    I   v    á   n    M   a   n    t   e   r   o

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Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el genocidio

Contar la masacre

Del Holocausto a la dictadura argentina, la historia y el arte frente al desafío

de representar la barbarie. Lo injustificable y lo irracional de la masacrecomo estrategia de dominación, el papel del perpetrador como negador y las

heridas abiertas en las sociedades modernas, según la mirada de este

historiador de la UNSAM.

 Hugo Montero

12

   n     ó   m   a     d

   a

  a  g  o  s  t  o   d  e   2   0   0   7   /  n   ú  m  e  r  o   6

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E

n los márgenes de la lógica, irracional, incom-

 prensible, la masacre no sólo multiplica las difi-cultades para trabajar su representación desde

historiadores y artistas. También provoca en el tejido

social un desgarramiento incurable, un “agujero negro”

en las relaciones humanas, tal como señala el historia-

dor Gastón Burucúa, estudioso de la relación siempre

traumática entre el arte y la barbarie humana, además

de director de la Maestría en Sociología de la Cultura y

 Análisis Cultural en el Instituto de Altos Estudios Socia-

les (IDAES) de la Universidad Nacional de General San

Martín (UNSAM). “Apenas la masacre es considerada

un acto extremo y reprobable en la historia del devenir

humano, se genera como consecuencia la dificultad decontarla, de representarla”, explica Burucúa.

 Abundan las marcas en la historia, la matanza surge

cada tanto y recorre las vastedades del mapa a lo largo

de siglos de injusticia y abuso de poder. De la Conquis-

ta de América al genocidio armenio, pasando por Ruan-

da y el Holocausto nazi. Frente a la barbarie humana, el

lenguaje queda a mitad de camino y deja vislumbrar sus

limitaciones para referirse a hechos dramáticos desde

una mirada estética o historiográfica. Pero no siempre

la masacre se ubicó por fuera de los límites de la razón

humana. En la antigüedad la aniquilación masiva (o la

amenaza de masacrar) se utilizaba como método paralegitimar el poder del soberano sobre sus súbditos, co-

mo estrategia de dominación y hasta como derecho na-

tural, según define Burucúa: “Lo que los griegos perci-

ben es que despojada de toda legitimidad, la masacre

no puede incluirse en una secuencia lógica de aconteci-

mientos. Puede comprenderse la violencia, la matanza

en la guerra. Pero lo que no puede explicarse es la ma-

sacre. Lo que existe entonces es una disparidad radical

entre el perpetrador y la víctima. La víctima está iner-

me, en inferioridad de condiciones y sin capacidad de

reacción. Esa disparidad es lo que define a la masacre.

La víctima no puede resistirse, no puede contestar. En-tonces, la dificultad de representación tiene que ver

con la imposibilidad de explicarla racionalmente”.

Negar para ocultar

Para el historiador –que desde marzo de 2004 también

dirige la Maestría en Historia del Arte del IDAES, es

 profesor en la Escuela de Humanidades de la UNSAM y

co–director del Centro de Producción e Investigación

en Conservación y Restauración Artística y Bibliográfi-

ca– ni siquiera desde el punto de vista del victimario es

  posible justificar, y muchas veces tampoco compren-

der, las razones del asesinato en masa: “En la masacrede los habitantes de la Isla de Melos, en la guerra del

Peloponeso, la narración de los hechos la hace un ate-

niense que pertenece al partido de los perpetradores, y

él mismo se encuentra ante esa dificultad. No puede

dar razón. Es decir que el hecho de que se trate de ocul-

tar, de tergiversar y minimizar, implica que ni siquiera

ellos pueden dar una razón de la matanza”. “En el Holo-

causto, en Camboya, todo se hacía en secreto. La repre-

sión en Argentina era clandestina, secreta, se ocultaba.

Que eso no podía defenderse era evidente por la enver-

gadura del fenómeno, y por eso aún hoy algunos perpe-

tradores niegan haber hecho lo que hicieron. Quiere de-cir que el perpetrador no puede encontrar una justifica-

ción, a menos que la convierta en algo que no fue, que

la convierta en un hecho de guerra”, agrega.

Esta incapacidad del genocida para explicar sus pro-

 pios actos provoca la necesidad de manipular los he-

chos para variar la sustancia de la historia, y es allí don-

de surge entonces el concepto de “negacionismo”; no

como justificación de la masacre sino como recurso

que se propone modificar la narración histórica, su re-

  presentación: “El negacionismo pretende explicar lo

sucedido mediante una redefinición que no se corres-

 ponde con lo realmente acontecido. Por tal motivo loshistoriadores que estudian el fenómeno no pueden dia-

logar con los negacionistas. No puede haber diálogo

 porque lo que se está negando es la verdad concreta.

No hay discusión posible porque no se pueden aceptar

sus argumentos ya que refieren a una negación de lo

ocurrido. Entonces, si yo niego la existencia de los he-

chos diciendo que es todo producto de una mala inter-

 pretación, de una manipulación de los datos, ya no hay

discusión posible”.

La pregunta que se impone es qué es lo que sucede

con el punto de vista del perpetrador a la hora de revi-

sar los crímenes del pasado, hasta dónde es posible va-lidar la justificación de aquel que precisa ocultar sus

 propias atrocidades para justificar sus actos cuando lle-

ga el momento de dar explicaciones. Según Burucúa:

“Para la comprensión del hecho yo no puedo aceptar el

 punto de vista del perpetrador. Puedo estudiarlo para

entender más la excepcionalidad y la aberración del

asunto, pero no puedo aceptarlo en términos de un de-

bate político. No puedo convertir al perpetrador, o a sus

ideas, en un argumento de su justificación. No hay jus-

tificación posible, ahí está el asunto. Uno puede enten-

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der la ferocidad del hombre y de la guerra, pero hay una

frontera que tiene que ver con la gratuidad de la matan-

za. La gratuidad absoluta no se puede explicar”.

La masa y el Estado genocida

El engaño y el ocultamiento del hecho, la destrucción

de pruebas, el ahogo y la presión sobre el testimonio,

la exacerbación intencionada de diferencias étnicas oreligiosas, la deshumanización del otro o su animaliza-

ción, la categorización de la víctima como ser inferior

e “impuro”, son algunos de los elementos que sinteti-

zan un fenómeno tan común en el pasado como la ma-

tanza colectiva de personas. Pero la aparición del Esta-

do y de sus agentes como victimarios, a partir de una

mínima justificación ideológica, es lo que permite tra-

zar una delgada frontera entre la masacre antigua y el

genocidio moderno. También dos elementos novedo-

sos revelan una mutación en los últimos casos registra-

dos: la planificación previa de la masacre y el surgi-

miento de la masa como protagonista espontánea enlas filas de los victimarios. Allí irrumpe la figura del ge-

nocidio, con la intervención del Estado y el pasaje de

la masa de espectadora pasiva (aun apoyando la ani-

quilación, pero dejándola en manos de los militares), a

 participante activo, como brazo armado del líder que

empuja la matanza.

Burucúa sitúa en la aparición del fascismo ese cam-

bio de paradigmas alrededor del asesinato en masa co-

mo herramienta de dominación: “El cambio tiene que

 ver con esta impregnación ideológica que es el fascis-

mo, aunque por supuesto allí se utilizan prejuicios mu-

cho más antiguos y tenaces, como podría ser el antise-mitismo. El antisemitismo no es una invención de los

nazis, pero ellos lo convierten en una máquina de ma-

tar. De todos modos, como fenómeno aparece bastan-

te antes. Lo que surge entonces es esa relación patoló-

gica del líder con las masas, como una especie de pro-

tector que tiene contacto directo con la multitud en

las grandes reuniones, esos discursos encendidos. Es

ahí donde se produce una distorsión muy profunda a

escala masiva y aparecen estas ideologías sencillas, al-

go pedestres. El antisemitismo como ideología es de

una simplicidad trivial, pero también de allí se explica

cómo se convierte en un credo fácilmente transmisi-ble y utilizable para fines de las minorías que manipu-

lan a las masas”.

En muchos casos, la autocrítica, el replanteo por las

atrocidades cometidas se debaten y analizan en el seno

de la misma sociedad que, tiempo atrás, apoyó y hasta

ejecutó la matanza. Entonces la mirada crítica hacia el

 pasado mezcla la decisión efectiva y honesta de revisar

las miserias propias como sociedad, pero también la

consecuencia lógica de la derrota del perpetrador que

siempre genera un reacomodo general y un rechazo por

las ideas que se defendían hasta entonces: “Las socieda-

des hacen las tomas de conciencia, la asunción de las

responsabilidades colectivas y está bien que lo hagan.

Es complicado pero hay que hacerlo. Es fundamental

que la sociedad donde ocurren los hechos se haga car-

go del problema. Pero eso está atado a la derrota del

responsable y es lógico que así sea. Si no hay derrota

del perpetrador es imposible cualquier revisión crítica”.

El caso argentino

 A la hora de detenerse a seleccionar los casos de paí-

ses que mejor transitaron el camino hacia la resolución

de una masacre en su interior, Burucúa destaca: “Los

 procesos de revisión más justos han sido el sudafricano

 y el argentino, cada uno dentro de sus limitaciones”. Más

allá de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y de

los posteriores indultos presidenciales, el juicio a los ex

comandantes en 1985 representa un antecedente inédito

  para la historia de un continente como el americano,

donde sobran ejemplos de dictaduras militares genoci-das que gozaron de impunidad y privilegios incluso des-

 pués del retorno de la democracia parlamentaria. “Aun

con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en vi-

gencia, al momento del indulto había más de 400 expe-

dientes judiciales abiertos con personas que no podían

ser comprendidas en esas dos leyes. Por eso el indulto es

absolutamente ilegal. Primero, porque los delitos de lesa

humanidad quedan por fuera de la capacidad de un pre-

sidente para indultar, ya que al ser imprescriptibles no

 pueden ser favorecidos con ese recurso. Y en segundo

lugar, se indultó gente que todavía no estaba condenada,

 y según la justicia se trataba de presuntos inocentes. Esun absurdo, porque un presidente no puede intervenir en

cualquier etapa del proceso judicial. De todos modos y

comparado con el resto de América Latina, en el caso ar-

gentino se ha hecho justicia, aunque parcialmente. Y me

 parece muy bien que ahora se reabran las causas, se anu-

len las leyes del perdón. Creo que también es correcta la

reciente decisión de anular el indulto”, asegura.

Prohibido olvidar

Con respecto a aquellos que sin defender posturas ne-

gacionistas frente a masacres como la cometida por la

dictadura argentina, postulan un rechazo visceral a re- visar conductas ligadas con aquellos años (que podrían

sintetizarse en el concepto de “dejar atrás el pasado pa-

ra mirar hacia delante”), Burucúa subraya que la tarea

de los historiadores es justamente rechazar la preten-

sión de negarse a reconstruir la propia historia como

 país, por atroz que ésta sea: “Olvidar no, de ninguna ma-

nera. Ahí yo reivindico el papel del historiador. Nada

 para olvidar, hay que mantener la necesidad de cono-

cer, entender y representar lo sucedido, ahí está la fun-

ción del historiador. Mientras haya historiadores cons-

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Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el genocidio

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cientes de cuál es su papel como científicos sociales ol-

 vidar es inaceptable. La razón del historiador no tiene por qué ser totalizante ni abarcadora, sino selectiva. La

memoria acorta, exalta, atrofia. Y no hay memoria sin

olvido, entonces el territorio de la memoria es para que

el historiador explore y vaya más allá, para hacer la crí-

tica de la memoria que es hacer la crítica de su propia

 parcialidad. Se sabe que el historiador no alcanza la to-

talidad pero tiene que esforzarse y eso es lo que la so-

ciedad argentina tiene que exigirle”.

Por último, Burucúa establece las diferencias entre

historia y memoria como herramientas para la cons-

trucción de una identidad como sociedad, como un ne-

cesario paso adelante para revisar las aberraciones del pasado y proponerse desandar un destino sin cuentas

 pendientes: “Una sociedad global no tiene memoria, lo

que tiene es una historia. No hay una memoria porque

no puede haber una sola. Puede tener una ciencia total,

 pero no puede haber una memoria de algo tan comple-

 jo como la sociedad argentina. Puede haber una histo-

riografía que debata estas cuestiones abiertamente y

con honestidad entre los polemistas. Pero la memoria

surge de cada parcialidad. Los que piden la memoria to-

tal están exigiendo un absurdo”.

Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el geno

      

Matanza de los Santos Inocentes, Matteo di Giovani, Iglesia de Sant’ Agostino, Siena