Gaceta del Centenario nº 02 - 14 de Junio de 2001

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    N 02 - 14 de Junio de 2001

    SUMARIO

    1.APUN TES SOBRE JOS ANTONIO "Semblanza de Jos Antonio,joven" por Ramn Serrano Suer. Conferencia pronunciada en el CrculoMedina el 19 de Noviembre de 1958.

    APUNTES SOBRE JOS ANTONIO

    PorRamn Serrano Ser

    "Semblanza de Jos Antonio, joven"

    EN LA UNIVERSIDAD

    Cuando lleg a la Universidad Jos Antonio era casi un adolescente y an lo parecams por su aspecto un poco tmido; por su pudor irnico, por su relativo desalio de

    entonces y por una cierta ingenuidad con la que se asomaba por primera vez a la vidaintelectual. Para ir a la vieja Universidad tombamos los dos el mismo tranva -elnmero 11, que haca el recorrido Retiro Argelles-, pues l viva en Serrana y yo enClaudio Coello.

    Se incorpor como alumno oficial a nuestra promocin con un ao de retraso porhaber dedicado el anterior a estudiar matemticas (mientras aprobaba por libre otrasasignaturas) con propsito de hacerse ingeniero, por lo que a nosotros, introducidosya en el ambiente universitario y bien situados, nos dio la impresin de un noveldesorientado y para muchos, cargados con losprejuicios (valga la paradoja) de aquelambiente liberal, su condicin de hijo del General Primo de Rivera -todava no

    Dictador pero ya figura muy conocida- le haca sospechoso. Tanto fue as, tan fuertefue este recelo, que algunos (profesores y alumnos, incluso inteligentes) tardarontiempo en aceptar, aun cuando se hizo patente en seguida, que aquel joven era ununiversitario autntico, brillante y agudo, con una personalidad original yextraordinaria.

    Recin llegado, estuvo, como era corriente entre estudiantes, ms pendiente l denosotros que nosotros de l. Un da, nuestro inolvidable y gran maestro don FelipeClemente de Diego me pregunt sobre un tema de obligaciones que desarroll conamplitud; y al salir de clase Jos Antonio se me acerc y me dijo: Oye, todo eso quehas dicho no est en los apuntes, querras decirme por dnde lo has preparado?. Leentregu una monografa que haba utilizado y le habl de otros libros que consultabaen la biblioteca del Ateneo a la que inmediatamente se incorpor. A los pocos mesesdestacaba entre los primeros y mejores.

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    SU CARCTER

    Las notas ms salientes de su carcter pronto empezaron a hacerse visibles con granintensidad, pues tena una personalidad fuerte que slo la envidia, los prejuicios o laceguera podan dejar de percibir. Me llam siempre la atencin su espritu de orden,

    aun dira que su meticulosidad. Era ste un aspecto -el ms exterior sin duda- de sucarcter, del rigor extremado que pona en todo, que exigira en todos y queempezaba por exigirse a s mismo. Conservo an los cuadernos donde pona enlimpio -la noche misma de tomarlos- los apuntes de Poltica Social, asignatura delDoctorado que explicaba Olariaga. Son -incluso caligrficamente- un prodigio declaridad y cuidado. Sin duda haba tambin en este primor material algo de aquelespritu infantil que -l, tan hombre- tal vez no perdiera nunca en el transcurso de sucorta vida. (Este atildamiento lo llevara ms tarde, aunque sin afectacin, a suatuendo y a su participacin en la vida mundana -aunque con una fuerte dosis dereserva crtica, de irona y a veces de directismo-, despus de la que propiamentefue su primera experiencia social en Barcelona, cuando su padre fue all CapitnGeneral).

    En esta misma lnea de las manifestaciones externas de su gusto por el rigor y lapuntualidad estaba su cortesa, pues Jos Antonio era un hombre muy cumplido.Jams se le pasaba sin felicitar un santo, nunca dejaba de expresar su congratulacinpor e1 triunfo o por el xito -grande o pequeo- de un amigo, ni de hacerse presenteen su infortunio. Y esos deberes los cumpla puntualmente hasta en los tiempos msduros de su vida, estando preso en la crcel de Alicante. (Nunca olvidar la carta -ejemplo de delicadeza, de comprensin y de ternura- que desde all me escribi a lamuerte de mi padre, cuando era ya inminente el estallido revolucionario, en estashoras -me deca- tan cargadas de ansiedad.) Las enseanzas, a veces crueles, de su

    propia sensibilidad le hacan estimar y cuidar la sensibilidad ajena. Tambin sinafectacin, con autenticidad, era generoso y leal; y nunca he visto en l un solomovimiento que cupiese atribuir a la envidia y mucho menos a un inters bastardo.Estimaba todo lo que era estimable; y s de un amigo se trataba, su estimacin noconoca retraimientos ni reservas, y era muy expresivo en su alegra por el bien de laspersonas que quera. Con todo esto no pretendo decir -Dios me libre!-, que fuerasiempre y para todos cmoda y fcil. Corts, delicado, generoso, y, por supuesto,inteligente y comprensivo, poda ser si quera -y a veces lo quera- incmodo yantiptico. Esta era una consecuencia de su exigencia y su rigor; no pasaba pormovimiento mal hecho y le deca las verdades al lucero del alba. Claro es que, segnacabo de decir, estaba legitimado para tanta exigencia porque lo que exiga de losdems empezaba por exigrselo a s mismo y su tensin autocrtica, como su tensincrtica, podan llegar a la ferocidad. No soportaba lo vulgar ni lo inautntico, perosobre todo le ponan fuera de s los aproximativos pretenciosos. Soportaba bien, aveces incluso con cariosa simpata, a los ignorantes confesos, pero no toleraba a losalfabetos satisfechos. Esa exigente pasin por lo depurado y verdadero desembocabaa veces en la iracundia. Sus tormentas fueron proverbiales entre parientes, amigosy secuaces. Pero me urge decir que cuando esto ocurra sin razn (todos tenemos ennuestra relacin con los dems altibajos, momentos buenos y otros desafortunados enlos que herimos), saba arrepentirse y pedir perdn con la misma generosidad con laque l perdonaba, porque tena un alma grande incapaz de permanecer en el rencor.(Otra cosa es que mantuviese en una recta estimativa sus juicios hasta el finaladversos, pero sin odiar a las personas a quienes se referan, como a l le odiaron y

    algunos le odian todava).

    Era sincero, y, por serlo, implacable con toda suerte de simulaciones y duplicidades.

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    Detestaba muy particularmente a las personas solemnes y especialmente a las que dela sensatez o de cosas ms altas hacan profesin o carrera. Tena un sentimientoreligioso muy hondamente humano -se saba un pobre pecador-. No era, pues, uncatlico profesional, de esos que han sido recientemente aludidos por un Cardenalinsigne -Ottaviani- que se sirven del catolicismo y lo utilizan para sus asuntos yconveniencias personales, polticas, econmicas, et sic de quam plurimis.

    No puede negarse que. era orgulloso y no slo por temperamento sino tambin de unmodo consciente y fundamentado. Pero se defenda, se vigilaba cuidadosamente parano caer en el mayor pecado del hombre que es, sin duda, la soberbia. (Sola decirque, adems de gran pecado, era la soberbia algo despreciable, de lo que estaban biendotados los hombres inferiores y ms an los asnos que a las buenas razonescontestaban con coces). De tal manera fue la solemnidad infatuada una de los temasde su mayor aversin que en ella se apoyaron algunas da sus enemistades, y aun creoque stas fueron las ms profundas, siquiera en ocasiones pienso que no fueron lasms justas.

    Con aquel orgullo consciente y con su exigencia, tanto como con su pudor y sutimidez, pero tambin can su temperamento de intelectual, hay que relacionar una delas notas ms acusadas del carcter de Jos Antonio, patente ya -e inclusohipertrofiada- en aquellos aos de su formacin: la irona. Por de pronto, la ironacomo instrumento y como actitud para nivelar el nfasis o atenuar la exaltacin

    juvenil de una inteligencia muy brllame -como la suya- frente a todo; pero tambincomo camino hacia el humorismo e incluso hacia el sarcasmo. Camino en el que aveces llegaba a ser cruel, especialmente consigo mismo, poniendo en solfa suspropios actos cuando podan resultar demasiado ruidosos. Este correctivo irnico -autocorrectivo- no le abandonara nunca. Recuerdo dos ancdotas expresivas que serefieren ya a los tiempos de su accin pblica y que subrayan la doble direccin -

    orgullo y pudor- que su irona sola adoptar. Dir que en sus primeras actuacionesparlamentarias no consigui -pese a la elegancia de su lenguaje y aun por exceso deella- entonar con el ambiente. Al fin, un da intervino con xito rotundo en un debatesobre problemas universitarios. (Su pasin por la Universidad fue la ms genuina desu vida, y por ello siempre sera su musa ms feliz. Conocimos nosotros unaUniversidad polticamente descarriada, pero con existencia y presencia tan ciertas enlo cientfico y docente que toda la vida la hemos recordado con gratitud). De talmanera acert en aquella ocasin, que las personas ms reacias y distantes acusaronel xito; y como alguna de stas se manifestara con engolado elogio, en un grupo delos que se formaron en los pasillos, Jos Antonio, en voz suficientemente alta comopara que lo oyeran, me dijo: Pero tan mal lo habr hecho para merecer tantaadhesin?. (Sin duda se acordaba de aquel orador griego que cuando era aplaudidopor la multitud deca: Alguna estupidez ha salido de mi boca).

    La otra se produjo con ocasin de una conferencia importante -meditada y extensa-que pronunci con mucho xito en el Crculo de la Unin Mercantil sobre unanueva estructura de la economa nacional al servicio del destino de Espaa; y alterminar, cuando me descubri entre las personas que acudan a felicitarle,salindome al encuentro, con aquella cordialidad infantil que muchas veces tena, medijo: Has visto, Ramn, la cantidad de libros que he trado en mi cabeza? Heestado hecha un pozo de ciencia. Tambin le diverta dar a sus expresiones irnicasy a sus ademanes humorsticos un cierto tono de patosidad; era una especie de irona

    sobre la irona, y hay que decir que aquel aire adolescente que nunca perdi del todole ayudaba a conseguir su propsito. Unas veces la frmula de su irona consista ensobrecargar de nfasis burln una frase cualquiera y otras en aligerar o minimizar unaexpresin realmente grave. As, cuando terminadas las clases nos dedicbamos a

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    poner en orden los problemas de la Asociacin escolar que los dos dirigamos, y nossorprenda en esa tarea la hora de almorzar, Jos Antonio pona trmino a aquellasituacin de retraso diciendo una y otra vez: Vmonos, vmonos, porque mis tasme estarn esperando. Pronto no fue l quien tuviera necesidad de hacer estaconsideracin cuando se acercaban las dos de la tarde, pues alguno de loscompaeros que all trabajaba con nosotros le recordaba que le estaran esperandosus tas, y l, con aquel gusto que tena por gansear en la intimidad, exclamaba:

    Verdaderamente que mis tas tienen una gran personalidad universitaria! .

    Cuando algn compaero propona cosa desatinada o inconveniente, Jos Antoniomordindose las uas deca: Hay que tener cuidado de no desacreditarnos antes dehabernos acreditado. Y en una huelga escolar, cuando el fotgrafo de un peridico,con fines polticos que no nos interesaban, quiso retratarnos reunidos con losdirectivos de otros centros de enseanza con los que nuestra coincidencia erapuramente tctica y ocasional, Jos Antonio adems de negarse conmigo a aquellapequea maniobra, cuando aquellos censuraban nuestra actitud, contest con estagraciosa impertinencia :Es que nosotros queremos conservar la autonoma denuestra imagen. Luego, ms tarde, ya en los aos de una lucha poltica en la quesaba muy bien que arriesgaba la vida, en el turbulento parlamento republicano,caricaturizaba en coplas de humor desenfadado cuanto all encontraba hinchado,convencional, grotesco o rampln. Y es que sta era su trepidante espontaneidad yera precisamente por eso por lo que no pasaba por el gracioso profesional (cargadocon un repertorio de ingeniosidades en conserva, ene veces repetidas), y le fatigabanlos dicharacheros de oficio.

    Pese a la vigilancia a que la someta, su violencia no dej de desatarse en ms de unaocasin, como en aquel juicio oral donde, asumiendo su propia defensa, arroj latoga al suelo al or la sentencia condenatoria (por tratarse de un procedimiento de

    urgencia se notificaba en el mismo acto, en estrados), y censur al ponente su falta devalor para aceptar, por la Justicia, el riesgo de un traslado; o en aquel debateparlamentario promovido para fijar la posicin de Espaa en relacin con lassanciones que las potencias aplicaron a Italia durante su guerra de Abisinia y en elque el Ministro de Estado (un radical llamado Rocha), impermeable a lasfundadsimas consideraciones que l hiciera en su interpelacin, con suscaractersticos estilo y mtodo rigurossimos, cometi la imprudencia de pretendercontestarle -brindando al sol- de manera a la vez incoherente y destemplada, siendorpidamente atajado por Jos Antonio, quien le lanz un Vyase Su Seora a hacergrgaras que son all coma un trueno; y cuando estremecidas las vestalesparlamentarias y la presidencia solemnemente congestionada quiso obligarle a queretirase esas palabras, contest: Ni una coma, ni un acento y luego coment Si esel discurso de mayor adecuacin!.

    EL ESTILO

    Se ha hablado mucho del estilo de Jos Antonio. En los primeros meses de la guerracivil se us y abus de este tema -el estilo de la Falange- incluso por personaspintorescas que repetan por boca de ganso lo que ni remotamente eran capaces deentender; y llegaron a convertir en cosa ridcula algo tan serio, importante ynecesario como es y ser siempre el estilo. Estilo que Jos Antonio tena y perseguacon verdadera obsesin. Cuidar el estilo fue nuestra permanente preocupacin.

    Nos impusimos como el ms estricto deber el de conservar sobre todo, an en lasmanifestaciones ms speras de la lucha, dos cosas que casi son una: el rigorintelectual y el estilo. Y a un estudiante que se quejaba de que el peridico FE nofuera bastante duro le contest: Camarada estudiante: revulvete contra nosotros si

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    ves que un da descuidamos el vigor de nuestro estilo. Vela por que no se oscurezcaen nuestras pginas la claridad de los contornos mentales.

    Lo que l llamaba estilo -buen estilo-, era un esfuerzo, y un gran cuidado que serefera al modo espiritual de sentir, pensar y expresarse y que abarcaba tambin elgesto y la conducta entera. Un esfuerzo para lograr una sntesis humana de las

    perfecciones en apariencia ms opuestas como son la delicadeza y el vigor, laprecisin intelectual y la gallarda fsica, la inteligencia y el valor, y, en lo que serefiere a la expresin, la sencillez y la profundidad. El estilo sera la prueba -elcontraste- del hombre autntico y de las cosas autnticas. Aquella sntesis suya, luegotan manoseada, de lo religioso y lo militar, poda tambin adoptar otros muchos paresde cualidades integradoras: lo intelectual y lo deportivo, la elegancia y el rigor, lapasin y la veracidad, el mpetu y la delicadeza. Y esta exigencia de estilo fue, desdesus aos juveniles, uno de los imperativos de aquel hombre, jams satisfecho de smismo. Era un imperativo tanto esttico como moral, fundado en una doblerepugnancia por la zafiedad y la retrica (que tantos cultivan, amorosamente, a lavez), la improvisacin y la pedantera, la hipocresa y la jactancia.

    Era un hombre muy capaz de sufrir y sufri mucho con las defecciones ydeslealtades de amigos y seguidores suyos o de su padre, con las interpretacionestorcidas y con los ataques deliberadamente injustos. Ms de una vez en lasdepresiones y tristezas de su lucha, he recibido confidencias suyas amargas ydesilusionadas. S que quien asume la direccin de un movimiento poltico no tienederecho a la tranquilidad ni al descanso; pero hay momentos en que me parece queme va a saltar la cuerda como a un reloj>. Le causaba especial amargura la egostainasistencia de personas que por su situacin personal u oficial estaban ms obligadasa ayudarle; las que luego -deca- se aprovecharn de mi sacrificio. Tambin mehabl de la soledad en que muchas veces se encontraba en el cabal significado de su

    lucha. Si no hubiera ya muertos por mi causa, me retirara definitivamente. Perosu idea de la responsabilidad y la conciencia de aquellos sacrificios le impedanentregarse a esa actitud de renuncia a la que, a veces, le empujaban su sensibilidad ytambin el recuerdo de su vocacin abandonada.

    SU VOCACIN Y SU DESTINO

    Porque es hora ya de detenernos en la afirmacin que antes hiciera de que la polticano fue ni la primera ni la ms ntima vocacin de Jos Antonio. Ms de una vez se hadicho que Jos Antonio fue, principalmente, un intelectual, lo que es cierto; pero yodir que antes de llegar a ser otras cosas fue un universitario apasionadamenteentregado a su vocacin. Ya expliqu antes cmo la vida universitaria absorba lanuestra casi por completo. Trabaj principalmente el Derecho civil -que era,entonces, el centro de gravedad de un bufete- con dan Felipe Clemente de Diego ycon Snchez Romn, a la vez. Su formacin jurdica fue concienzuda y extensa;metdicas y escogidas sus lecturas fueron rigurosamente dirigidas al fin de supreparacin profesional. Es cierto tambin que Jos Antonio intervino -y de maneramuy importante- en la poltica escolar de entonces, aunque por nuestra parte era msbien aquella intervencin empeo en defender a la Universidad de un peligrosointrusismo poltico, que nosotros denunciamos -todava a tiempo- contra la queresult imprudencia efectiva de personas rectas y bien intencionadas con las quenoblemente luchamos, y tambin de algunos -entonces- profesionales de la

    prudencia. Es ste grave tema del que ya me ocup -un poco ocasionalmente- en otrolugar, y sobre el que un da quiero volver con el detenimiento que merece. Pero loque pudiramos llamar nuestra actividad poltica no nos apart nunca de lo principal:

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    los estudios, las clases, los seminarios, las bibliotecas. No haba entonces elprofesionalismo (aunque pronto lo inaugurara el clebre Sbert) que luego servira atantos estudiantes para no serlo o para serlo eternamente.

    La vocacin universitaria de Jos Antonio dio su fruto: por de pronto le convirti enel escritor, el orador y el ensayista cuyas delicadas y tersas cualidades de estilo han

    aportado al acervo de la literatura poltica espaola indudables virtudes derenovacin, en buena parte continuadoras de las que iniciara Ortega y Gasset que fue,en lo intelectual, su maestro tal vez ms prximo y decisivo. Naci y vivi JosAntonio en un momento altsimo de las letras espaolas. Utiliz expresiones polticasrigurosamente inditas. Desarroll una profunda labor de profilaxis sintctica en ellenguaje poltico; y, con la propiedad, la precisin y el rigor del suyo, marchitmuchas expresiones que hoy ya no pueden utilizarse -gente de orden, derechas,izquierdas, etc.-. Como despus de Azorn no puede escribirse como se escribaantes, tampoco despus de Jos Antonio no se pueden emplear en el lenguaje polticolas formas anteriores. Para m tanta verdad en esto, como que muchos de susseguidores (ms todava entre los nuevos), se dedican a cultivar un remedo falso yridculo; una retrica falsa, manejando de manera hipertrfica -opportuneinopportune- las bellsimas imgenes que l usara con tanta parquedad. Estaactividad literaria de Jos Antonio quiz hubiera alcanzado otros aspectos (de hechoensay gneros literarios puros como la novela) si en lugar de ponerla al servicio dela poltica se hubiera limitado a acompaar de manera marginal su ms grande yprofunda vocacin; aqulla para la que se haba preparado con pasin y metdicoesfuerzo en sus aos universitarios: mi oficio de abogado, tan profundamentequerido y cultivado con tanta asiduidad como dice en su testamento con palabrasque conmueven transidas de nostalgia. Cuando termin su carrera Jos Antonio notuvo, en este aspecto de su vocacin, ninguna clase de vacilaciones. Y an antes deconcluirla su decisin era firme: ejercera la profesin coma abogado libre, sin buscarla proteccin, el seguro, el cauteloso amparo de un puesto en algn escalafn a travs

    de unas oposiciones, ese monstruoso instrumento de tortura -deca- que nadaselecciona de verdad, pero que aniquila, disminuye o limita tantas capacidades.(Casi ri conmigo cuando dije que estaba preparando unas).

    Con motivo de esta actitud suya frente a la lucha profesional es oportuno recordarque, pese al autoritarismo de su concepcin poltica, se dijo de l alguna vez que enel fondo era un liberal, lo que slo ser en alguna medida exacto si matizamosdebidamente esa afirmacin, ya que tericamente, doctrinalmente, es evidente que nolo era. Jos Antonio, que irrumpe en la vida pblica cuando liberalismo y capitalismoestn en crisis en todo el mundo cmo iba a defender ni lo uno ni lo otro? Pens,por el contrario, en la urgente necesidad de un movimiento nacional que replanteasey transformase enteramente la vida de nuestro pas y concibi el Estado -no hay quetener miedo a decir la verdad- como un instrumento totalitario al servicio de laintegridad de la Patria. (No es sta ocasin de explicar cmo luego -viva en unproceso de constante maduracin- se liber de esa influencia italiana). Fue s liberalpor la va del temperamento y de la sensibilidad, esto es, por donde el liberalismosignifica un nobilsimo valor humano. Y lo fue, al menos, en el sentido de que untemperamento verdaderamente liberal (no un mero beato del liberalismo) ms quepor otra cosa se distinguir por su inclinacin a enfrentarse a cuerpo limpio con lavida, sus luchas y problemas, sin tutelas, protecciones ni seguros. Para tomar esapostura hay que sentirse sobre todo fuerte y seguro de s mismo como Jos Antoniose senta. Sin tener entonces una posicin econmica brillante, la renuncia a aquellas

    precauciones de un empleo seguro, de una colocacin como base, era un acto devalor y de confianza en s mismo. Y por lo mismo tambin aspiraba a ganarse la vidalimpiamente y sin ventajas. Quiso que sus ganancias nacieran legtimamente de su

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    trabajo profesional, al aire libre de la calle, en noble competencia limpia de polvo ypaja y de concomitancias con el Poder, desde el cual, o por el cual, todas resultaranbastardas. Su padre haba accedido ya a la Dictadura y ella determin en JosAntonio una preocupacin casi obsesiva: liberarse profesionalmente de su honrosoapellido, para evitar toda ayuda o provecho que su condicin de hijo del Dictadorpudiera depararle. Fue en esto implacable hasta la susceptibilidad. Ms de un casoconozco en el que plant en la calle a los clientes que a l acudieran esperando algo

    de su condicin de allegado al Poder. Aun con tantas trabas y escrupulosasautolimitaciones, pronto su rigor intelectual, su excelente formacin, su seriedad, suresponsabilidad y su expresin elocuente y precisa, ab usu dicendi remota,hicieron de l un gran abogado. (Bergamn -el ms lcido- Snchez Romn -el mstcnico- de los abogados de aquel tiempo -polticamente enemigos suyos los dos-dieron de ello pblica y autorizado testimonio). Su amor por la abogaca se apoyabaen el profundo y verdadero respeto que senta por el Derecho como disciplinahumana y en el deleite espiritual que le proporcionaba la penetracin en su contenidoracional, ordenado en sistema de verdades, en el que se hermanan la perfeccinformal con la solidez lgica. Admir la teora pura del Derecho de Kelsen -entoncesmuy en boga- principalmente por la belleza formal de su explicacin de la unidad de

    aqul. Y tenan sus escritos tanto rigor que para ellos tambin conserva vigencia lafrase que Leibniz dedic a los escritos de los grandes juristas de Roma. Qu lejostodo esto de la idea que el vulgo (aqu especialmente necio y extenso) tiene de lo quepuede ser, de lo que en esencia es -independientemente de lo lamentable que confrecuencia, histricamente, pueda resultar, moral e intelectualmente-, tan elevadaprofesin!

    EL HIJO

    Hay un captulo en la juventud de Jos Antonio del cual, histricamente, no podra

    yo dar fe, pero de cuya certeza moral no me cabe la menor duda. Pese a la confianzacon la que de todo me habl es sta una intimidad que yo no conozco; el cario, elrespeto, el sentido de la dignidad familiar de Jos Antonio, la mantuvieron siempreen el mayor secreto. Me refiero a la discrepancia del hijo, del Jos Antonio joven,para con su padre -el Dictador- en punto a opiniones, criterios y maneras en loataente a la vida pblica, que alguna vez los enfrent. Estoy seguro, repito, de queesto ocurri y es natural que ocurriera, por sus diferencias de formacin ytemperamento, dentro siempre de la reverencia, la sumisin y el acatamiento enltima instancia, del hijo para con el padre. Lo que no quiere decir que Jos Antoniono estimara la obra de gobierno del General Primo de Rivera; pues, muy, alcontrario, con toda conviccin, la consider y calific siempre como obra de buengobierno. Y personalmente tuvo gran admiracin por l, de quien dijo que tena lamisma exuberancia de espritu, la misma alegra generosa, la misma salud, el mismovalor y la misma sugestin sobre las multitudes que un gran capitn delRenacimiento.

    Crey en su talento natural e incluso en su sentido poltico, aunque yo pienso quecrey mucho menos en su imaginacin poltica. Ms adelante -hombre ya- despusde afirmar, recordando con orgullo palabras de Ortega y Gasset, que la Dictaduraestuvo encarnada en un hombre que tena clida el alma, templado el espritu y clarala cabeza, seal que a la Dictadura le falt una gran idea central, una doctrinaelegante y fuerte. Esta reserva que honestamente formul de modo privado primero,

    y pblicamente despus, no fue obstculo para que el sagrado deber de defender lamemoria de su padre -su honor, su patriotismo y su buena fe-, decidieradramticamente su destino, arrastrndole a la accin poltica. Sin ese tirn moral esms que probable que hoy siguiera entre nosotros, formulando recursos de casacin

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    en el ejercicio de la profesin que tanto am.

    En su manifiesto electoral dijo al pas: La memoria del General Primo de Rivera enlas Cortes tendr cuatrocientos acusadores y ningn defensor. Los demsacusadores podrn, al menos, designar quien los defienda; mi padre, no, porque,muerto ya, no es siquiera parte en el proceso de las responsabilidades. Y eso es

    una tremenda injusticia. Slo para eso quiero ir a las Cortes Constituyentes: paradefender la memoria sagrada de mi padre....

    ...No me presento a la eleccin por vanidad ni por gusto de ta poltica, que cada vezme atrae menos.... Porque no me atraa pas los seis aos de la Dictadura sinasomarme a un Ministerio -ejemplar y excepcional discrecin y delicadeza- ni actuen pblico de ninguna manera. Bien sabe Dios que mi vocacin est entre mis librosy que apartarme de ellos para lanzarme al vrtigo punzante de la poltica me cuestaverdadero dolor. Pero sera cobarde o insensible si durmiera tranquilo mientras lasCortes, ante el pueblo, sigan lanzando acusaciones contra aquella sagrada memoria.Quiero ir a defenderlo [...] necesito defenderlo, aunque caiga extenuado en el

    cumplimiento de ese deber, y no cejar mientras no llegue al pueblo la prueba de queel General Primo de Rivera merece su gratitud. Y termina: El General Primo deRivera pacificador de Marruecos [...] servidor de su pas en seis aos de gobierno,que le vio subir al Poder con todo el empuje de su madurez vigorosa y salir del Podera los seis aos rendido, viejo y herido de muerte [...] hombre bueno que se fue de lavida sin el remordimiento de una crueldad y al que mat ms que el cansancio de seisaos de trabajo la tristeza de seis semanas de injusticia.

    Fue, pues, preciso que se acumularan las injurias, las calumnias, las apreciacionesms torpes e injustas, pero sobre todo que se multiplicasen las defecciones, lascobardas, y las negaciones de quienes deban fidelidad a la causa derrotada, para que

    l se sintiera en el deber de asumir, casi solo, una carga tan pesada. (Hubocolaboradores ilustres y leales pero tan enconadamente perseguidos, expatriadosalgunos, que apenas pudieron hacerlo). Quiz si todos los que estaban obligados aello se hubieran mantenido en su sitio no habra sentido l ese deber de modo taninexcusable. (Es la turba de los fieles a todas las causas victoriosas, capaz de pasar enun instante de la sumisin servil e incondicional a la tambin borreguil desbandada.Era la hora incmoda y del riesgo, no la de los gestos serviles y adulatorios. Losleales disueltos, quedaba uno: el que discrep, el que discuti, el que advirti; elverdadero leal!: el hijo).

    El hecho es que fue el nombre de su padre quien le oblig a torcer su vocacin de

    luchador en el campo de una profesin independiente y acaso tambin a la ms gravetorcedura de su constitucin espiritual. Porque lo cierto es que su constitucinespiritual y mentad era la de un intelectual que anhelante buscaba la verdadhabituado a la problemtica, a la duda metdica, que su persecucin exige. Y frente aesta actitud del intelectual, la otra actitud del poltico que ha de decir sus palabras -nunca del todo maduras- del todo y para siempre -lanzar robustas afirmaciones sintitubeos-, y en pos de ellas ha de embarcarse sin retorno posible, estoy seguro (haymil muestras de ello en sus escritos) que no fue para Jos Antonio una perspectivadeseable. Y si afront, virilmente, ese deber lo hizo en tal concepto: como deber!

    Su vocacin fue, pues, intelectual y su destino poltico; aunque en su accin polticase condujera luego con arreglo a su constitucin intelectual, por lo que tuvo con losdems no diferencia de grado sino de esencia. (Por ello no puedo estar de acuerdocon la tesis que de su vocacin poltica sostuvo en esta misma tribuna un joven

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    inteligente y de muy slida formacin -Director otro tiempo de las revistas Alcaly La Hora-, estableciendo la identidad vocacin=destino, a travs de laconstruccin de un teologismo, no s si del todo seguro, para llegar a la demostracinde su tesis. Que Dios nos llama, precisamente, a travs del mismo quehacer para elque nos enva).

    Otra prueba de mi tesis es sta: no es corriente en los hombres con vocacin polticao con pasin de mandar (como dira Maran), estimar y sobreestimar a los rivaleso concurrentes en el ejercicio o en la aspiracin del Poder. Pues bien, en la vida deJos Antonio es constante lo que, usando un lenguaje jurdico mercantil, pudiramosllamar el sueo del endoso o de la transferencia: constantemente desea que seaotro quien realice sus propios ideales en servicio del pas; que otro encauce el propioproyecto que l tiene para la vida pblica, y que se alumbre un Jefe nacional pararealizar la revolucin que considera necesaria. Y as despus del triunfo de la Uninde Derechas en 1933, atrado por las condiciones parlamentarias de Gil Robles -alque considera prisionero de una mala escuela- le exhorta para que convierta aquelresultado electoral favorable en la ocasin de realizarla. Ante el triunfa de Azaatampoco vacila en exponer sus esperanzas de que aquel intelectual desapacible aquien considera dotado de una dialctica severa, traicione a los demagogosinsolventes y se convierta en el Csar que el Estado espaol necesita para cumplir sumisin histrica. (Azaa intelectual de minora, escritor selecto y desdeoso [...],dialctico exigente y fro.... Pero el atenesta arisco y misterioso que llegaba enocasin propicia para realizar experiencias sorprendentes y recortar un pueblo a sutalante... se dedic a una especie de esteticismo de la poltica que acab por ser unesteticismo de la crueldad. Espaa pas por sus manos de Dictador, atormentadacomo por las de un masajista asitico...) Otra ocasin perdida para Espaa! y...para que l pudiera, con tranquila conciencia de espaol, abandonar su empresapoltica, y regresar a sus aficiones ms gratas. Otro da, sentados juntos en losescaos del Congreso, escuchbamos un discurso que, con motivo de la discusin del

    presupuesto de Obras Pblicas, pronunciaba Indalecio Prieto. Al principio, JosAntonia, que no senta respetos humanos para nada que no pareciera verdadero, serea de los trmolos, del retoricismo y de los ademanes mitinescos del lder socialista.Pero de pronto la voz del tribuno adquira acentos clidos de sinceridad y de pasinante la idea de un gran futuro espaol, buscando la revalorizacin y la redencin denuestras tierras pobres por medio de los grandes planes de obras hidrulicas. Aquelloya era otra cosa; difirase que aquella tarde la sombra gigante de Joaqun Costacruzaba el hemiciclo donde resonara el eco de su voz profunda y lejana; y desdeaquel punto Jos Antonio sigui el discurso con creciente atencin. Al terminarlo,con su habitual independencia, coment: Qu lstima! Un hombre capaz deemocionarse, de exaltarse as, con verdadera elocuencia cuando habla de la grandeza

    de Espaa, mientras esos otros energmenos que le rodean slo piensan en sudestruccin y su hundimiento, debera tener la consecuencia y el valor de tirar por laborda todos los lastres de plebeyez y de vulgaridad demaggicas. Qu lstima!,porque l sera el jefe natural de un fascismo espaol, de un socialismo nacional, quenos ahorrara toda la sangre y los sacrificios que han de venir. Y cunto ms cmodole resultara a l que a m, puesto que tiene de un modo inmediato lo que a m mefalta; yo para las masas seguir, an durante mucho tiempo, siendo un seorito, elhijo del Dictador.

    SU CONSECUENCIA

    Tuvo Jos Antonio una esencial consecuencia -nada parecida, por cierto, alempecinamiento-, que no exclua, sino al contrario, inclua, evoluciones yrectificaciones, aunque sin avenirse jams al oportunismo. Esa nota de su carcter fue

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    sin duda acentuada al decidirse por la accin poltica que tuvo que endurecer porfuerza su espritu de consecuencia; lo que es evidente que no ocurri sin dura luchaconsiga mismo, con su forma mental ms flexible, la propia de un intelectual (dichosea en trminos generales, claro est, que no excluyen la grantica posicin dealgunos que por tales intelectuales pasan), que ha de ser consecuente consigo mismoen cada momento, pero con posibilidades autocrticas y revisoras infinitamentemayores y con mrgenes de rectificacin mucho ms amplios. (He recibido con

    motivo de este acto una carta de Azorn en la que dice que Jos Antonio eracuriosidad intelectual y gusto de la accin.) Buena prueba de cuanto digo era lapatente insatisfaccin, la perplejidad que a veces producan a Jos Antonio algunasde sus ideas o posturas y que (esto extraar muchsimo a los que creen conocerlo ysin embargo lo desconocen esencialmente) pocos hombres han sido menos propensosque l al fanatismo, al absolutismo y a la inflexibilidad. Su preocupacin por unestilo intelectual de vida -incluso dentro de la accin- se mantuvo siempre y ella lellev a estimar las cualidades intelectuales de los dems, de los que realmente lastenan. Su repulsin por lo vulgar, su probidad y su lealtad para con la inteligencia, leimpusieron la admiracin, el olvido y el respeto por hombres que haban sidosaudos enemigos de su padre y que tampoco aprobaban su propia poltica, aunque

    es seguro que no desconocan su elevacin. Se renda a los valores ciertos con lamisma sinceridad con que despreciaba a los falsos, donde quiera que estuvieran unosu otros. Recuerdo, a propsito de estas estimaciones, la actitud de Jos Antonio alregresar de su viaje a la Italia fascista. Admiraba mucho a Mussolini -al hombre y alpoltico extraordinario que fue el Duce y que tanta influencia ejerciera sobre l-; y suconocimiento personal aument esa admiracin. Pero el conjunto del sistema y desus hombres (pese a que all reconociera realizaciones y progresos considerables) nole dej enteramente satisfecho y dudaba si aquello tendra la aprobacin deimportantes sectores del pas. Me hubiera gustado pulsar el humor -me deca- deotra gente elevada en los planos del pensamiento, de la cultura y la conducta, parasaber cmo juzgaban el sistema. l, que nunca padeci esa beatera intelectualista

    que destruye la independencia de la inteligencia y que saba muy bien que la pasinpoltica corrompe con frecuencia el juicio de los espritus ms agudos, pensaba quetampoco se poda llegar a dar por definitivamente sancionado un sistema del queestuvieran absolutamente desentendidos o al que fueran hostiles los mejores. De aquque no se dispensase esfuerzos para obtener en alguna medida la aprobacin deaquellos a quienes tambin en algn aspecto consideraba espritus superiores y ascreo que debe ser interpretado su clebre y hermoso escrito de homenaje y reproche aOrtega y Gasset, su visita a Unamuno en Salamanca y su encuentro con Maran enMadrid.

    Es que el universitario sensible a los verdaderos valores persisti siempre en l.

    (Hay muchos universitarios fuera del recinto oficial de la Universidad y dentro de lalgunos que no lo son. Y me urge matizar esa faceta de su personalidad con estasrotundas palabras suyas: Seamos universitarios, pero tambin partcipes en latragedia de nuestro pueblo). No se olvide que Jos Antonio, aparte de su profundosentimiento espaol, llega al patriotismo por el camino de la razn y de la crtica ypor eso aun a los que, a su juicio, no vieron del todo la verdad o vindola no sedecidieron a entronizarla -reproche a Ortega- les agradece el que deshicieran acuchilladas muchos espantapjaros armados con mentiras, y slo les reproch queno aadieran a su crtica mayor efusin. Porque l tampoco amara ni el optimismodesvergonzado, ni las confusas vegetaciones, ni patrioteras ni faramallas dedescadencia, ni el panegrico y laudo incesante de Espaa, de na Espaa

    mediocre plegada al gusto zafio y triste. Y frente a las mentiras y terceras, querauna Espaa limpia y elevada, proclamando su amor por la eterna e inconmoviblemetafsica de Espaa.

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    (Por cierto que Maran seala, muy certeramente, en su prlogo al libro de DazPlaja Modernismo frente a noventa y ocho, que cuanto Jos Antonio le refiri sobresus proyectos -sus sueos- en relacin con la reorganizacin de la vida espaola, a loque ms se parecan era a la poltica de Costa. Eso es verdad, pues aquel colosoaragons aviv sin descanso la conciencia nacional en torno al gran problema delcampo que tanto preocup a Jos Antonia. Y hermanando tradicin y progreso abog

    por la reconstruccin de los patrimonios comunales, por la extensin de los regadosy de la repoblacin forestal, por los sistemas jurdicos en los que la propiedadfamiliar no se disgrega, por la instruccin de las gentes del campo como medio deredimirlas de la servidumbre caciquil y de la miseria usuraria.

    Hace tiempo comenc un trabajo para la Academia de Ciencias Morales y Polticas,que benvolamente me eligi veinte aos atrs, estudiando el paralelo entre elregeneracionismo de Costa y la Revolucin nacional de Jos Antonio; o por lomenos el antecederse que aqul constituye en relacin con ste).

    Pero advierto, como todos habris advertido, que aquel joven barbilampio de ojos

    claros, iluminados por la fe y la ilusin o velados por la melancola, con quien un da,camino del viejo casern de San Bernarda, inici un dilogo sobre Espaa que slo lamuerte cortara, se nos ha convertido ya en un hombre, un hombre hecho, seguro dehaber asumido un destino penoso, trgico e ineludible. Es ya el jefe de unmovimiento poltico en marcha. -Un poco despus se convertir en un mito pblico-.Por hoy dejmoslo all; en el punto desde el que arranc para su irremediablesacrificio; donde ser por unos olvidado, exaltado, confundido o transformado porotros. Y cabe preguntarse si al fin de tanta historia pasada no se nos habr escapadoel hombre. Y tambin si el hombre ha sido comprendido y aceptado en su verdad.(Tal vez lo que l dijera, amargamente, de su padre, puede decirse de l con mayor

    justicia: que padeci el drama que Espaa reserva a todos sus grandes hombres, el

    drama de que no los entiendan los que los quieren y no los quieran los que podanentenderlos).

    Pero aunque lo dejemos en aquel punto, para volver otro da sobre su persona y suabra, no podemos dispersarnos ahora sin recordar que maana se cumplen veintidsaos de su muerte. Un testimonia escrito -su testamento-, documento admirable, nospermite afirmar que hasta su hora ltima fue acompaado y sostenido por las mejoresvirtudes de su vida: el decoro, el rigor y la sencillez, la .elegancia y la firmeza. Y enella, con estremecedora serenidad, sin debilidades ni jactancias, con la armoniosamedida de la que hizo ideal y disciplina toda su vida, pasa revista a sus afectos, pesasus culpas, vierte en criterios de gran sobriedad sus ideales, pide perdn y perdona y

    se dispone -en la definitiva soledad- a consumar su ofrenda.

    Por encima de todos los tpicos su recuerdo queda, quedar; y cuando la accinimplacable del tiempo haya arrumbado muchas cosas, incluso muchas de la que serefieren al mito sobrepuesto a su persona, quedar el valor puro de su figura humana,de su grandeza verdadera.