G6 El Dios de Jesús

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________________________________ GUÍA # 6 EL DIOS DE JESUS El Dios de Jesús es cercano y solidario con el hombre como un buen padre. Es éste un rasgo esencial que lo diferencia del, un tanto egoísta, dios de las religiones. El da el primer paso poniéndose al servicio del hombre. La palabra aramea «abba», que en ocasiones cita sin traducir el Nuevo Testamento, la usaba Jesús para referirse a Dios. El término significa “papá”. Lo mismo que el Antiguo Testamento, el judaísmo pa - lestinense de los tiempos anteriores a Jesús se resistía mucho a dirigirse a Dios como padre. Las veces que lo hace es para recalcar la obligación de obedecerle. Jesús, sin embargo, se dirigía a Dios como a mi padre». Ni un solo ejemplo de esto encontramos en el judaísmo. La palabra era usada fundamentalmente por los niños para llamar a su padre. Queda clara la especialísima relación de Dios con Jesús. El nos enseñará a llamarlo también nosotros así, y hacerlo de verdad será estar ya dentro del reino. 21

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________________________________ GUÍA # 6

EL DIOS DE JESUS

El Dios de Jesús es cercano y solidario con el hombre como un buen padre. Es éste un

rasgo esencial que lo diferencia del, un tanto egoísta, dios de las religiones. El da el primer

paso poniéndose al servicio del hombre.

La palabra aramea «abba», que en ocasiones cita sin traducir el Nuevo Testamento, la

usaba Jesús para referirse a Dios. El término significa “papá”. Lo mismo que el Antiguo

Testamento, el judaísmo palestinense de los tiempos anteriores a Jesús se resistía mucho a

dirigirse a Dios como padre. Las veces que lo hace es para recalcar la obligación de

obedecerle. Jesús, sin embargo, se dirigía a Dios como a mi padre». Ni un solo ejemplo de

esto encontramos en el judaísmo. La palabra era usada fundamentalmente por los niños

para llamar a su padre. Queda clara la especialísima relación de Dios con Jesús. El nos en-

señará a llamarlo también nosotros así, y hacerlo de verdad será estar ya dentro del reino.

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__________________________________ _____ ___________1. UNA NUEVA EXPERIENCIA DE DIOS

Para Israel, Yavé es el único y verdadero Dios. Yavé Es “el innombrable” el Dios que se revela a Moisés como “yo soy el que soy”; un Dios que no podemos reducir ni siquiera a un nombre. Jesús tiene fe en todo ello. Él es un verdadero israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios que toma características totalmente nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen de Dios mucho más clara y concisa. El respeto de Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús pero no es su centro. Para él, Dios es ante todo Padre. Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre, pero con Jesús esta paternidad recibe acentos nuevos. La experiencia de Jesús ante Dios es totalmente original. Cuando Jesús habla de Dios quedan superadas todas las creencias del Antiguo Testamento.

La vida de Jesús, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal manera por la realidad "Dios", que adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes para los que tratan con él: "¿quién es éste?" (Lc 8,25). Es imposible comprender a Jesús y su mensaje sin Co nocer al Dios en el que creyó y del que se dejó penetrar hasta las últimas consecuencias.

Jesús designa a Dios como el que rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa: actuando él de este modo proféticamente, como destructor de toda opresión, es como se atreve a llamarlo Padre. Porque siente así a Dios como Padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre.

Por ello su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del dios oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del templo y de la ley. Jesús no ve a Dios encerrado dentro del Templo o sometido al cumplimiento exacto del culto, o midiendo el cumplimiento detallado de todas las normas de las complicadas leyes judías. El abre nuevas ventanas, nuevos horizontes por los cuales descubrir la presencia de Dios.

El no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano) ni al Dios de los sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero, fraternidad. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. El Dios que prefiere estar entre los marginados de este mundo, (los pobres, los enfermos, los pecadores...) y rechaza a los que ocupan los primeros puestos en esta vida. Jesús ofrece un Dios sin los intermediarios de la ley, el culto, las normas, los sacerdotes, el templo. El Dios del Jesús es un Dios–loco para los representantes del Dios oficial Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor.

Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los ingratos y malos, los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de la ley que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera

ansioso la venida del hijo difícil y lo recibe en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.

2. ACTITUD FILIAL DE JESUS ANTE DIOS.

La experiencia que Jesús tiene de Dios se concreta en el nuevo sentido que da a su relación con "su" padre. La actitud filial de Jesús ante Dios Padre es fundamental.

Cumplir la voluntad del Padre se convierte en el núcleo central de la vida de Jesús. Su Padre le ha dado una misión, y él tiene que llevarla a cabo. Jesús se siente hijo de Dios metiéndose en la marcha de la historia, allá donde él ve que está presente la acción de su Padre. Se siente hijo ocupándose de lleno en la construcción del Reinado de su Padre.

Predica la esperanza al mundo a partir de su experiencia de Dios como Padre; un padre que abre un futuro de esperanza a la humanidad; un padre que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el hombre; un padre que quiere liberar a la historia del dolor humano. Su experiencia de la paternidad divina es una vivencia de Dios como potencia que libera y ama al hombre. Si prescindimos de la vivencia que Jesús tiene del Padre Dios, su imagen histórica quedaría mutilada, su mensaje debilitado y su práctica concreta privada del sentido que él mismo le dio.

3.PARA JESÚS DIOS ES ABBA

En tiempo de Jesús se había oscurecido bastante la imagen de Dios. La gente no se atrevía a pronunciar su nombre. Dios era "el Innombrable". Los contemporáneos de Jesús se dirigían normalmente a Dios en tono solemne, acentuando siempre la distancia entre él y los hombres.

En su oración, Jesús no llama "Dios" a aquel a quien se dirige, a no ser que citara palabras textuales del Antiguo Testamento, como en Mc 15,34. El siempre llama a Dios como Padre. Y, según parece, lo hacia usando la palabra aramea "abbá".

Es la primera vez que encontramos una invocación al Padre hecha por una persona concreta en el ambiente palestino, y es también la primera vez que un judío al dirigirse a Dios lo invoca con el nombre de "Abbá". Este es un hecho de suma importancia. Mientras que en las oraciones judías no se nombra ni una sola vez a Dios con el nombre de Abbá, Jesús lo llamó siempre así. Abba' era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres. Más o menos corresponde al “papito” castellano o al "yaya" quichua. Invocar a Dios como Abbá constituye una de las características más seguras del Jesús histórico. Nada menos que 170 veces ponen los Evangelios esta expresión en labios de Jesús. Evidentemente Jesús conoce también los otros nombres dados a Dios por la tradición de su pueblo. No le asusta la seriedad, como muy bien puede verse en muchas de sus parábolas, donde Dios aparece como rey, señor, juez, vengador...; pero manteniéndose siempre bajo el gran arco iris de la inconmensurable bondad y ternura de Dios como Padre querido. Todos los demás nombres se le aplican a Dios. Abbá es su nombre propio.

La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús. Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Esta palabra resume también todo lo que Jesús quería decir.

CONVERSIÓN Y SEGUIMIENTO

La cosa empezó en Galilea. Las palabras de Jesús sonaron así: «Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios, convertios y creed la buena noticia» (Mc 1, 15). La gente se quedaba asombrada porque enseñaba como quien tiene autoridad propia~ no como los expertos en religión de aquel tiempo.

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A partir de entonces, fue habiendo personas que no sólo lo vieron y escucharon físicamente, sino que también lo «encontraron» a un nivel más profundo. La verdad es que fue él quien les salió al encuentro. Fue él quien les llamó para que lo siguiesen. Pero sus palabras no se dirigían exclusivamente a sus discípu los, sino a todos, porque no se trataba de seguirle por los caminos polvorientos de Palestina, sino de aceptarlo a él como «camino verdadero y viviente» Un 14, 6).

Cuando Jesús pide a sus oyentes que se conviertan y lo sigan, la única reacción lógica por parte de éstos es decidirse por él o, en el peor de los casos, abandonarlo. Desde luego que no basta conocer su doctrina o haber oído su llamada. El pide discípulos, no espectadores u oyentes.

Pero, ¿qué quiere decir la expresión «convertíos»? ¿Qué supone en realidad el seguimiento?

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1. LA CONVERSION

Convertirse significa, en el lenguaje bíblico, cam-biar de mentalidad (meta-noia). Supone que el hombre adopta en su interior una nueva escala de valores, que piensa y siente de manera distinta a lo que antes ocurría. Esta nueva sensibilidad es tan distinta de la anterior como puede serlo un corazón de piedra deun corazón de carne (Ez 36, 26-27). Por su propia naturaleza, todo lo dicho lleva consigo, no de forma mecánica, pero sí de forma lógica, un cambio exterior. Al pensar y sentir de otra manera, lo normal es que se actúe externamente también de manera distinta. Zaqueo, que ha comprendido que lo importante no es el dinero, decide devolver cuatro veces lo defraudado (Lc 19, 8).

La conversión afecta por tanto al hombre entero comenzando por su interior. No es una nueva ley que se impone desde fuera, ni se trata en primer lugar de una conversión o cambio ético externo. Lo primero es encontrar el motor de este cambio, el porqué, en el interior del hombre. No es hacer o dejar de hacer determinadas cosas. Convertirse implica en primer lugar encontrarse con él, aceptarle convencida y voluntariamente, estar de acuerdo con sus senti-mientos y su concepción de la vida, y de estas raíces saldrán en último término los frutos de una actuación externa coherente con lo que en el interior se siente y se vive. Se le llama cambio radical o fundamental porque son las raíces, los cimientos, los «porqué» lo que ha de cambiar esencialmente. Convertirse es el primer paso de la vida cristiana. En nada se diferencian en este aspecto fe en Jesús y conversión.

También el bautista predica la conversión, pero el contenido no es exactamente el mismo que el que Jesús le da. Juan no pide a los que lo escuchan que lo sigan a él, sino que interioricen la ley de Moisés según la predicación de los antiguos profetas, para escapar de este modo al castigo próximo. Llama a abandonar el pecado, a dejar la vida «no según Dios». Los evangelistas nos traen ejemplos de cómo esta llamada es seguida en unas ocasiones y es desoída en otras. Mientras que el recaudador de impuestos le sigue, el joven rico se echa atrás (Lc 5, 22-28 y Mt 19, 16-30).

La adhesión que Jesús pide es incondicional y total. La entrega ha de ser de todo el hombre y en todos los aspectos de la vida; no basta con un asentimiento intelectual o una parcela de la existencia. Creer en él es instalarse en la desinstalación. «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 57). Pero además esto ha de hacerse sin nostalgias o resignación, porque «quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de Dios» (Lc 9,62). El resultado, contra todo lo que se pudiera pensar, es una gran sensación de alegría.

2. EL SEGUIMIENTO

Tras este primer paso de encuentro, conversión y fe en Jesús, la dinámica de la vida y la misma palabra del Señor piden algo más: el seguimiento. Esta con versión continua, este ajustar siempre el rumbo al pensamiento y a la acción del maestro es lo que define al discípulo. Hacer las mismas opciones que él, repetir sus gestos significativos, asumir sus pensamientos, inspirarse en sus criterios y tomas de postura, tener sus preferencias, en suma, poseer su mismo espíritu.

Pero ser discípulo de este maestro está en conso-nancia con el carácter peculiar que tiene. No tendrá el discípulo mejor suerte que su maestro (Mt 10, 24-25).

La cualidad de discípulo implica una llamada de Jesús, pero también una libre respuesta por parte del llamado. A todos -Jesús no llama a una élite se les propone la misma meta: seguir sus pasos mantenién-dose fieles a la palabra del maestro Un 8, 31-32). Se trata de un seguir obediente y un obedecer creyente.

Llamando a la gente, a la vez que a sus discípulos,

les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). El seguimiento es para el cristiano una cuestión de ser o no ser. Sin resolverla positivamente, no podrá con rigor evangélico llamarse cristiano.