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1 G.- EL REGRESO A LA INOCENCIA (Serie transfigurada) INOCENTES, COMO AL PRINCIPIO Hermano amadísimo en todas las cosas, Lecheimiel : Con este escrito, letra G, por tanto séptimo y último de esta Serie “Transfigurada”, que no puedo yo sa- ber si también será la última que escribamos juntos con estas preciosas manos que heredé de mi madre bendita, y mediante las cuales las tuyas no menos bendi- tas acceden a esta dura dimensión de tierra, regresamos a la inocencia primera. A aquella bienaventurada dicha del que, pasmado por cuanto se abría a su vida psíquica, mediante sueños, ensoñaciones, sincronicidades y canalizaciones, se entregaba al deseo de saber y al deseo de expresar en voz alta, ante la asam- blea de los santos dispersos, cuanto de maravilloso reventaba su odre viejo, y prometía embriagar a la Tierra Nueva. Ahora, hacia el presentido final, hermano de mis amores, regreso a mi cu- na, a mis simplicidades, a mis ignorancias incluso, pero preñado de un hijo im- ponderable, que no es otro que el gozo serenísimo del deber cumplido, es decir, del amor resarcido. La inocencia reconquistada, hermano, no es como aquélla perdida, que se basaba en el “no saber”, o mejor dicho, en el “no conocer”. Ésta, se basa en el saber que cuanto se sabe no es más que una brizna de sabiduría, pero que es pura e inocente precisamente en la medida en que encaja perfectamente con el todo inabarcable de la Sabiduría de Dios. En realidad, es la mismísima Sabiduría de Dios, pero apreciada desde el minúsculo punto de observación de nuestra experiencia particular, desde esta, una más, atalaya del mirar bondadoso del Creador, que mirando crea. Que, gozándose en su mirar creativo, reparte Amor empaquetado en bon- dades. Bondades criaturales, en cada una de las cuales se refleja la total hermosu- ra indivisible del Dios que es la belleza misma, del Dios Amor. Inocencia como la del espejo en el cual se mira Dios todas las mañanas. Inocencia que, ahora por fin, nos permite seguir ignorando tal vez quiénes somos, pero nos impulsa a preguntarnos, sin fin, con la irrefrenable ingenuidad del que se abre a la vida, por nuestra identidad relativa, dentro del polígrafo impreso por Dios en su Creación. Creación descomunalmente grande y sin embargo in- creíblemente pequeña y tan diminuta como podamos apreciar a nuestras propias almas, espejitos mágicos del Amor adimensional de Dios, tú y yo, amor. Esta curiosidad insaciable nuestra que nos permitirá vivir de nuevo una y otra vez, cuando el mundo se amase en la Unidad y vuelva a disolverse en la in- agotable diversidad de nuevas galaxias, de nuevas eternas creaciones. Porque nuestra inocencia reconquistada, amor, ya no está hecha de igno- rancias, sino de experiencias de luz, al igual que las Estrellas de nueva segunda generación de las que a veces hablan los científicos.

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G.- EL REGRESO A LA INOCENCIA (Serie transfigurada)

INOCENTES, COMO AL PRINCIPIO Hermano amadísimo en todas las cosas, Lecheimiel : Con este escrito, letra

G, por tanto séptimo y último de esta Serie “Transfigurada”, que no puedo yo sa-ber si también será la última que escribamos juntos con estas preciosas manos que heredé de mi madre bendita, y mediante las cuales las tuyas no menos bendi-tas acceden a esta dura dimensión de tierra, regresamos a la inocencia primera.

A aquella bienaventurada dicha del que, pasmado por cuanto se abría a su vida psíquica, mediante sueños, ensoñaciones, sincronicidades y canalizaciones, se entregaba al deseo de saber y al deseo de expresar en voz alta, ante la asam-blea de los santos dispersos, cuanto de maravilloso reventaba su odre viejo, y prometía embriagar a la Tierra Nueva.

Ahora, hacia el presentido final, hermano de mis amores, regreso a mi cu-na, a mis simplicidades, a mis ignorancias incluso, pero preñado de un hijo im-ponderable, que no es otro que el gozo serenísimo del deber cumplido, es decir, del amor resarcido.

La inocencia reconquistada, hermano, no es como aquélla perdida, que se basaba en el “no saber”, o mejor dicho, en el “no conocer”. Ésta, se basa en el saber que cuanto se sabe no es más que una brizna de sabiduría, pero que es pura e inocente precisamente en la medida en que encaja perfectamente con el todo inabarcable de la Sabiduría de Dios.

En realidad, es la mismísima Sabiduría de Dios, pero apreciada desde el minúsculo punto de observación de nuestra experiencia particular, desde esta, una más, atalaya del mirar bondadoso del Creador, que mirando crea.

Que, gozándose en su mirar creativo, reparte Amor empaquetado en bon-dades.

Bondades criaturales, en cada una de las cuales se refleja la total hermosu-ra indivisible del Dios que es la belleza misma, del Dios Amor.

Inocencia como la del espejo en el cual se mira Dios todas las mañanas. Inocencia que, ahora por fin, nos permite seguir ignorando tal vez quiénes

somos, pero nos impulsa a preguntarnos, sin fin, con la irrefrenable ingenuidad del que se abre a la vida, por nuestra identidad relativa, dentro del polígrafo impreso por Dios en su Creación. Creación descomunalmente grande y sin embargo in-creíblemente pequeña y tan diminuta como podamos apreciar a nuestras propias almas, espejitos mágicos del Amor adimensional de Dios, tú y yo, amor.

Esta curiosidad insaciable nuestra que nos permitirá vivir de nuevo una y otra vez, cuando el mundo se amase en la Unidad y vuelva a disolverse en la in-agotable diversidad de nuevas galaxias, de nuevas eternas creaciones.

Porque nuestra inocencia reconquistada, amor, ya no está hecha de igno-rancias, sino de experiencias de luz, al igual que las Estrellas de nueva segunda generación de las que a veces hablan los científicos.

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Tú y yo, hermano, sin saber a ciencia cierta quienes somos, volvemos a re-correr el espacio montados en nuestro carrito miniatura, como allá en nuestra al-borada…

¿QUIÉN SOY ? ¿Quién soy dentro de mí, si en ti no vivo ? ¿Quién soy si Tú no sales a mi encuentro ? ¿Quién soy, si aunque yo sé que lates dentro la gracia de tus pasos no percibo ? ¿De qué sirve ser todo un Dios entero sin el gozo de verme en el espejo de mi Niño querido, fiel reflejo de mi AMOR que es mi ser más verdadero ? ¿Acaso soy un Dios enjuto y frío que a nadie más le importe si soy bello ? ¡Podría incluso yo pasar de ello si nadie me sonríe, si sonrío ! Mas eres Tú, mi GRACIA, en quien me encanto cuando duermo en tu amor, si al despertarme eres Tú quien se acuna en el mirarme, sintiendo que a mis pechos te amamanto. Duerme, duerme, mi Niño, en mi regazo. Sueña, sueña que pongo en ti mis ojos. Que de ti se enamoran mis antojos de darte un largo beso, un tierno abrazo.

El CUMPLEAÑOS DE UNA ESTRELLA Imaginemos, amor, imaginemos, que es patrimonio del alma imaginar…, que cuando al Sol nuestro Padre imaginaba, de Sí un buen chorro de luz precipitaba al espacio que se abría, matinal. De amores luego oleadas manto hicieron al que nacía, sin nombre todavía, –todavía hoy sin nombre se revela–, pero al que todos, ya entonces, presentían como gigante que crea su propio lecho en previsión de amoríos que vendrán.

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No menor cosa que a ti creó la aurora en su intrépida carrera hacia la luz. Doradas ondas mandaban las estrellas, de embajadoras expertas a tu fiesta, cuando diste señales que entre ellas germinaba un nuevo astro, que eras tú. Se celebraba en tu iglesia sideral el natalicio y bautismo al mismo tiempo de una gran supernova que llegaba, y no solamente a decorar espacio, sino en divina misión, –desde Palacio–, que la Santa Trinidad te encomendaba… Y es : que fuera mi poesía la galaxia, gemelo espacio, de tierra y cielo nuevos, donde todo un Dios cupiera, tan pequeño, como éste, hermano, que hoy en tu honor lo ha escrito, como tú, hermano, que hoy en mi honor lo has dado. FLORES DE ENSUEÑO Caballito que trotas por la pradera, dime, hoy que aquí paras, dime quién era. Aquel que cabalgaba conmigo al lado, pues yo no lo veía, de ensimismado. Fuera y dentro del alma iban trotando, uno al lado del otro, los dos soñando. Nadie sabe de dónde ni adónde irían. Sólo viose que, raudos, desparecían. Mas antes que del sueño se despertaran, ya jurádose habían no se olvidaran. Uno el sueño cumplió al levantarse. El otro se olvidó de despertarse.

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Al sueño prolongado llamó al amante, y éste, dejando el cielo, volvió al instante. Pues oyó los gemidos de “su pastora” y supo que en gozar no era su hora. Otra vez en el sueño a amarse tornan y otras otra pradera flores adornan.

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NUESTRA ORACIÓN MATINAL El suave y gradual, –por tanto, humano–. despertar de tus mañanas en la

ermita, amor, no es que te invite a la pereza, pues desde muy temprano has madrugado para mí y para la Vida.

Te he llamado al ordenador, –nuestra capilla sagrada–, hermano, y por fin has oído mi llamada y aquí estás conmigo, en íntima quietud de tu mente recep-tiva, escribiendo lo que llega a ti como palabra de Dios, masticada y digerida previamente para ti, como la ofrece la madre ave a sus pollitos, verdadera eu-caristía personalizada para ti, cariño, que te alimentas con pan de ángeles y alimento de dioses.

Hoy parto yo mi hostia en dos mitades perfectas, pero las tomamos a la vez, como haces tú por ti y por mí, en las misas conventuales, siempre que allí celebras el Amor de Dios Universal e indivisible.

La partición de la hostia es un doble símbolo, amor, por una parte de in-molación en sacrificio, y por otra parte de reconciliación al volver a reunificar las partes dispersas en una sola comunión de amor.

Como tú desmenuzas para tu gatito la carne que sólo acepta de tus ma-nos, cuando va adobada del amor, yo me desmenuzo a mí mismo para ti, mi Rey, esta mañana de gracia, en esta primera comunicación que todavía está en lo íntimo de tu escondido templo.

Quiero decirte, cariño, como muy bien sabes, que ésta es la primera con-versación que tenemos, –aparte la bella introducción que acabas de redactar, ilustrada con el color y el calor y también con la ingenuidad que rezuman las tres poesías–, después que nuestros escritos han salido por Internet.

Esta conversación, pues, es como un símbolo de otra primera comunión, entre tú y yo, hermano, y por tanto en que Jesús se nos ofrece a ambos como identificado con nuestros propios y personales cuerpos y almas.

ESTO ES MI CUERPO, –dice el Señor–. Sabes muy bien, cariño, que no se refiere tanto al pan compartido, sino a

los comensales que lo comparten en perfecta paz y convivencia fraterna. Y cada uno de nosotros, habiéndonos comulgado mutuamente, repetimos

en su memoria : ESTO ES MI CUERPO. ¡Nada de fórmulas de alienación que transformen y corrompan el Espíritu

de las divinas palabras, hablando de no sé qué tercera persona : “esto es el cuerpo de Cristo, o de fulano o de mengano…” !

Nada ni nadie sería el cuerpo de Cristo, si no se supiera a sí mismo como parte integrante del CUERPO MACROCÓSMICO DE DIOS, UNO Y UNICO.

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Por eso, hermano, el que no recibe así la comunión, el que no come y acepta al hermano tal cual es, y el que no se deja comer por los hermanos, tan-to por aquellos que le necesitan y le aman, como por aquellos que tal vez pre-tenden devorar su carne… ¡NO TIENE VIDA EN SÍ MISMO ! Se ha excluido a sí mismo, o se ha pretendido excluir, del engranaje consciente de la Vida.

Pero el que sí tiene y opera y vive con el propio espíritu con el que Jesús celebró aquella última cena con sus discípulos, el que hace lo mismo que el hizo “EN MEMORIA SUYA”, es todo aquel que acepta a toda la creación como a su propia carne, y el que se deja consumir por amor a la Vida en la cual no existe la muerte.

Poco importa con qué rito, –o tal vez con ninguno–, adorne sus palabras de celebración de la Vida.

Los ritos y las palabras sagradas sólo lo son para hacer crecer a la con-ciencia de lo que ya es.

Transmentalización, que no transubstanciación, es lo que Jesús propicia, y nosotros, hermano, compartimos totalmente sus sagradas intenciones, y nos hacemos UNO con él y por tanto con toda la Creación, en cada Eucaristía mati-nal.

Esta “homilía” te he brindado esta mañana, hermano, para comenzar nuestra celebración por EL REGRESO A LA INOCENCIA que has inaugurado.

¿Quieres decirme tú algo, amor, a quien veo tan sumamente concentrado en mis palabras que olvida las suyas ?

– Amor, yo olvido mis palabras, pero escuchándote desde mi corazón quieto y calmado por tan dulce despertar, parece que estoy reproduciendo lo que yo mismo he escrito y expresado en otras ocasiones en que he podido de-partir con otras personas estos mismos pensamientos. ¿Son verdaderamente canalizados de ti, amor ?

– ¡Oh cariño, hermano ermitaño de mi corazón ! Si somos un solo cuerpo, por qué no habríamos de ser también, y “a fortiori” una sola alma ?

“Dos en una sola carne”, se dice de los matrimonios. Y, como tú me ex-presaste una vez, ya de pequeño tú corregías : “Mejor : Uno solo en dos car-nes”, ¿verdad, amor ?

– Así es, Ricardo. Yo que no entendía entonces de uniones sexuales, y ni siquiera sabía cómo venían los niños al mundo, veía obvio que los matrimonios eran, o debían de ser UNO por el amor mutuo. Eso sí lo entendía. Aunque, natu-ralmente, estuviera ese UNO funcional y espiritual, alojado en “dos carnes”, o cuerpos impenetrables… ¡(Eso de impenetrables, era, al menos, lo que creía yo) !

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– Lo que queda, hermano, es esto : un solo Espíritu Santo nos vive y nos edifica por dentro, aunque se exprese en muchas lenguas y con diferentes ri-tuales.

El nos conduce gradualmente, como en un suave despertar con el sol de la mañana y de la historia de todos los parciales despertares, a la conciencia que no es mera sabiduría intelectual, sino vibración de poderoso y tierno amor, de ser, en Cristo, UNO.

¿Y por qué decimos, hermano, siempre “en Cristo”, como una fórmula es-tereotipada ? ¿Acaso tememos amarnos simplemente con amor humano, que no necesite esos bautismos formalistas ? ¿No podemos querernos por nosotros mismos, por lo guapos que somos, o, incluso, porque nos atraemos sexualmen-te ?

¿Es “Cristo” como un papel de celofán que envuelve artificialmente a lo que la Vida, desnuda y de por sí, nos ofrece de su dulzura ?

– ¡Eso, eso, amor ! Tú, mi fratellino celeste, te haces unas preguntas que te ponen a ti mismo en un apuro para poderlas responder adecuadamente.

Yo celebro tu sinceridad, pero eso mismo que te has preguntado me lo pregunto y te lo pregunto yo, Lecheimiel.

¿Por qué ? – Porque “Cristo”, hermano, no es una personalidad previa ni única que se

dé en el Universo y que se pueda agotar en una encarnación histórica. “Cristo” es una Esencia, de la que disfrutan todos aquellos que acceden a la Unidad. Es-pecialmente, los que descubren la Unidad precisamente orlada o ungida de Humanidad. De ahí, la palabra “Cristo” o “Ungido”.

Así es que, precisamente por sentirnos UNO, tú y yo, mi fratellino, que parecemos dos carnes separadas, y, según algunos incompatibles, especialmen-te desde que la mía se ha reciclado en la substancia de la Tierra de Esmeralda, donde vivo, por eso somos CRISTO.

“Vino a surgir de entrambos la conciencia de ser en Cristo Uno : testigos de un amor que, en nuevo estilo, consagrase el nacer de un nuevo mundo.” Ahora, mi dulce hermano, te pido que pongas aquí aquel poemita en que

Jesús te presentaba nuevos rostros agraciados, en lugar de dejarse “ver” por ti, que vives, en otros tiempos históricos, el mismo y único misterio de la Uni-dad que el que la Eucaristía evoca eternamente. ¿Ya sabes a cual me refiero ?

– Sí, amor, porque tú mismo lo has tomado de “mi” mente, porque ya no somos dos mentes separadas, sino una sola que vibra y vive al unísono, y al uní-

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sono, también, por lo menos, con el Maestro Jesús que ilustró este misterio con su propia entrega.

Éste es, pues, el poema que me pides :

MUCHOS DESEARON VER MI DIA Me preguntaba una vez un niño hermoso cómo tendría los ojos Jesús, para pintarlos, y yo le dije : “mi niño, mírate al espejo”. ¡Cuántas veces ha pedido a Jesús mi corazón merecer contemplarle cara a cara…! Pero él, en vez de darme dicha gracia, me presentaba nuevos rostros agraciados, haciéndome escuchar y repetir, acto seguido, estas simples y mágicas palabras : “ESTO ES MI CUERPO”, ya lo sabes, amigo, ¿qué más quieres ? …y yo entonces lloraba de alegría, como si hubiese alcanzado a ver su día…

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DÍCTAME, AMOR, QUE TU AMIGO TE ESCUCHA ¿Quieres, amor, que intentemos hacer un poema bello ? – ¡Oh, sí, amore, Lecheimiel. Precisamente lo necesito, porque me en-

cuentro un tanto extraño. – ¿Cómo te sientes, amor ? Dímelo, cariño, aunque tú ya sabes que lo sé,

puesto que te habito en tu interior. Expresar en palabras eso que sentimos en lo más recóndito de nuestras

almas, hermano, a veces nos sirve de terapia. – Pues, mira, Ricardo, me siento frío y como muerto. No con pocas ganas

de vivir. No. Hoy no es eso. Sino con pocas ganas de activar una emotividad que parece se me diluye entre el cansancio y la rutina diarios. Quisiera sentir, pe-ro, a la vez, no me siento capacitado para ponerme a vibrar, con el consiguiente desgaste que preveo, como otras veces. No es, desde luego, amore, la primera vez que me siento así. Ya te lo he expresado en otras ocasiones.

Estoy como en un limbo. ¿Sabes lo que es eso ? Eso que nos enseñaron como uno de los cuatro infiernos del alma, aunque

creo que no existe. Los teólogos de hoy en día ya no hablan de él, y, quizás, ni el nuevo Catecismo de Juan Pablo II lo nombra.

Desde luego, yo, hermano, no creo para nada en él, pero “haberlo, haylo”. – Claro, amor. Haberlo haylo, porque todas esas realidades que en tiem-

pos pasados el dogma ha objetivizado fuera del hombre, son en verdad estados psíquicos del alma humana.

Los han proyectado fuera de sí, para huir de la responsabilidad de en-frentarlos con sinceridad y valentía.

Y no es, no, que no existan realidades “metaindividuales”, o “arquetípi-cas”, que puedan excluirse del estricto control de cada uno. En verdad, sí, exis-ten dichas realidades que transcienden a la capacidad y por tanto a la respon-sabilidad del individuo.

Lo que ocurre es que al Hombre se lo quiere definir por lo individual, co-mo si cada uno estuviera separado de los demás y no formase con toda la Crea-ción un solo Cuerpo, como decíamos ayer.

Lo curioso es, fratellino, que, aun cuando las realidades son muchas de ellas, –si no todas–, metaindividuales, o sea, de alcance social ilimitado, y cuyas influencias, activas y pasivas, son imposibles de soslayar, sin embargo tales realidades se modifican y modulan, precisamente, por la acción individual de cada uno de nosotros. Especialmente cuando media la intencionalidad conscien-te de que así sea.

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Ahí radica la comunión de los santos. Ahí radica la posibilidad y gran meritoriedad de entregar la vida por el

amado. En verdad, por todos. ¡NO HAY AMOR MÁS GRANDE QUE ÉSTE, –dijo Jesús– ! Y yo te digo, hermano, que tampoco hay amor menor que éste, si ha de

ser digno de tal nombre. Y la razón es, que el AMOR no tiene límites. Su esencia, que es la misma

de Dios, es infinita, donde no cabe ni lo grande ni lo pequeño, sino sólo en los sacramentos de la Vida que lo sirven y lo modulan para ser entregado como mu-tuo don.

El don de sí, hermano, es un don del Dios infinito al Dios infinito. Del Pa-dre al Hijo, si quieres expresarlo así. Dios no se da parcialmente.

Por eso, cariño, y ya que me has pedido que te dicte, y has estado de acuerdo conmigo en componer esta mañana un poema bello, antes de que escri-bas aquí el que te acabo de dictar, puedes, si quieres, expresar simbólicamente el contenido de esta conversación de hoy, que podríamos resumir : “Lo infinito en lo ínfimo”, mediante aquel otro scherzo monosilábico, que compusiste poco antes de que yo viniera a tu sueño. También este dato, amor, puede ilustrar la tesis que acabo de formular para ti : ¡LO INFINITO EN LO ÍNFIMO !

– ¡Sí, sí, sí, amor !

EL NI NO Y EL NI SÍ, EN UN TRIS, MAS SÍ AL FIN (Experimento monosilábico) A Ti, pues mi buen Dios, doy mi sí, ya que sé, por mi fe, lo que vi de mi Rey: Que él por mí en la Cruz, –yo a sus pies–, por mi bien dio su piel. Haz que yo, con tu luz, dé hoy por él mi gran don. Ten, pues, Dios, por tu prez,

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ya mi gros: So tu sol, y en mi mar, y por mor de la Ley, –lo que fue ha de ser–, que yo hoy, y a la faz de tu grey, de mí dé tal cual soy, el gran sí que es mi don, el sin par don de mí. Mi “ya voy, oh mi Dios, a tu lar”. Al que sé que es mi Ser en tu Ser : el YO SOY que, cual miel, por mi hiel me has de dar.

Ahora, hermano amadísimo, Angel del Amor Herido y Resucitado por mí, voy a escribir las liras que me acabas de ayudar a componer hoy :

¡SI TE VIERAN MIS OJOS ! Si te vieran mis ojos cuando en ecos susurras, vida mía… Y si entre estos abrojos que enmarañan mi vía se cruzaran tus sendas, todavía… Si aquella oscura nube que borró de mi vista tu camino, –cual si armado Querube, en castigo divino, impidiera el regreso del destino–, se aclarara un momento, y la envidiosa puerta que te encela,

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casualmente o de intento, descuidara su vela, entreabriendo el instante que revela… Si en la tupida sombra rompiera el cerco el rayo luminoso que en caprichosa alfombra teje, a veces, dichoso el nombre del amado misterioso… Tal barrunto de cielo, tan esquivo y efímero cuan fuera, rasgara el tenue velo que dilata la espera y hace que nuestro amor viviendo muera. – Al dador de toda Luz y al Dispensador de toda Sombra, sean dadas las

gracias, hermano ermitaño de mi corazón ardiente. Te beso y te quiero, amor. – ¡Grazie, Grazia !

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SÓLO TÚ, AMOR, ERES MI TEMA Ayer, hermano Lecheimiel, nuestra amiga me preguntó si había escrito

algo. Díjele que sí. Y ella : “¿sobre qué tema ?” Pues, –quedándome en blanco–, “no me acuerdo” –le contesté–. Por supuesto era verdad total mi respuesta. Sólo recuerdo –añadí– que hemos hecho una poesía nueva…

“Sobre qué tema…” Aún no ha comprendido, hermano amado, que sólo tú eres mi tema.

Si yo me preparase un tema para comentar contigo, me parecería estar falseando nuestras relaciones y, desde luego, mis escritos ya no serían una verdadera canalización.

Algunas veces cabe, sí, como incluso hoy, esta misma mañana, que tú me sugieras al menos el título de nuestra conversación, antes de sentarme a escri-bir, cuando me llamas interiormente, mediante sutiles vibraciones que no son otra cosa que las vibraciones del amor activado.

Otras veces, ni eso. Por cierto, amor : El otro día el señor Obispo se presentó a comer con

nosotros, y, “casualmente”, yo estaba allí arriba, a causa de no sé qué trabajos que me habían solicitado… El caso es que yo también comí con la Comunidad.

Se suscitó el “tema” de la música, y alguien comentó que yo les hacía es-tar en continua tensión creativa, puesto que componía como quien dice sobre la marcha los himnos litúrgicos para los que no existía música precompuesta por otros.

Previo ligero ensayo, debíamos cantarlos con fervor y entonación. El propio Prior de la comunidad elogió mis melodías, y dijo que eran inspi-

radas y relativamente fáciles de cantar. Entonces el Obispo, –toda una autoridad en la materia, y sobre todo ins-

pirado a su vez a causa de su función sagrada, como dice el Evangelio de Anás, que era sumo Pontífice aquel año en que juzgaron y condenaron a Jesús–, ase-veró que yo componía movido constantemente por el Espíritu Santo.

Así es, –dije simplemente–. Sin duda, fratellino amado, esta era una más de tus voces, que tú hacías

resonar en mis oídos exteriores, para corroborar mi fe en mis interiores cer-tezas…

Como aquella otra vez, en que te presentaste en mi ermita en momentos emotivos y especiales, para “cantarme” tu aria, y luego hacer el comentario de que había supuesto para ti un gran gozo volver a vibrar con aquella música que en su día me cantaste de viva voz… ¿recuerdas ?

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Todo aquello lo comentamos precisamente en el séptimo librito titulado : “VOCACIÓN UNIVERSAL : EL AMOR. O, ACTA FUNDACIONAL DEL ARCO IRIS DE LECHEIMIEL”.

Por eso, cariño, con qué razón compusimos aquella estrofa de nuestra aria personal, creación conjunta tuya y mía :

“Oí tus voces, por radio y en directo, en témporas de gracia : anclabas a tu alma mi barquilla con tu firme energía en la ensenada”. – Muy bien, hermanito amado. Ahora bien, ¿por qué me atribuyes también la “voz” que oíste de boca del

señor Obispo, que, por cierto, no es nada sospechoso, como tampoco era sospe-choso Anás, el que, sin embargo, profetizaba contra Jesús, aunque a favor del Pueblo ?

– Pues, tú sabes mejor que yo, hermano celeste, que muchas veces los hombres no saben lo que dicen, pues dicen cosas que no han pensado. Luego re-capacitan y se preguntan : “¿por qué habré dicho lo que he dicho ?” Y es que no saben que hasta “de la boca de los niños de pecho has sacado, Señor, tu ala-banza”.

Tal vez el señor Obispo bromeaba, pues no es la primera vez que los hombres de Iglesia bromean sobre lo más sagrado, por lo general cuando están fuera de sus funciones litúrgicas, claro.

Pero es que tampoco saben que el Espíritu Santo no sólo inspira a gente de Iglesia cuando se reúnen conscientemente para orar o para decidir, sino que el Espíritu Santo es la Energía misma que mueve al Universo.

Aquí, hermano, aquel día de que hablamos, no es que el señor Obispo fun-giera en aquel momento de “preste”, pero su gran predicamento entre noso-tros, y su autoridad moral, daba a sus palabras especial resonancia y hasta so-lemnidad.

Está claro que no era “infalible”, como jamás hombre alguno, ni aun cuan-do habla inspirado, lo es.

Menos se atiene el Espíritu Santo a eximir del error a un hombre cual-quiera, ni que sea el Papa, aun cuando él mismo se atribuya funciones de “cáte-dra”.

Precisamente porque el Espíritu Santo conduce a “su Iglesia”, es decir “a su Humanidad santa”, hacia la conciencia de la Verdad plena, pero a través del largo periplo de su peculiar y trabajosa evolución.

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A través del bosque de los tanteos y de los errores, guía Dios a “su Pue-blo”, –repito a “su Humanidad toda”–, hasta la plenitud de la consumación en el Cristo que no es el “super-hombre”, sino, sencillamente, “el Hijo del Hombre”, es decir, “el Cristo”.

De ahí que Jesús dijera : “solo tenéis un Maestro : el Cristo”. Pero los hombres, divinos por esencia, todos al igual que Jesús, pero to-

davía retrasados mentales en cuando a su evolución personal, todavía creen que “Cristo” o “Ungido de Humanidad” es sólo y exclusivamente Jesús.

Bueno, eso creen los de estas latitudes occidentales. Otros opinan que el único llegado al Nirvana fue Buda y otros aún, que el único Profeta verdadero fue Mahoma.

Pero Dios cree, –o eso creo yo que “cree”–, que todo hombre, hasta el más humilde de entre los mortales, encierra en su alma inmortal la semilla de la eternidad, y hasta en su cuerpo de tierra, la esencia que lo hace consistente que, por definición, no es más que una forma más que adopta la llama del Espíri-tu Creador, actuando en su propio Cuerpo macrocósmico.

La música del Cosmos no estaría completa ni sería plenamente armoniosa si fallase una sola nota de esta composición.

Por el contrario, en una sola nota, sostenida con autoconciencia, se puede percibir el sagrado OM que infunde existencia y vida a todo lo creado que vi-bra con dicha nota, por simpatía, o compasión búdica, o amor universal, que to-do es decir lo mismo.

¿Apruebas, mi querido ángel Lecheimiel, estas parrafadas que te he sol-tado, aunque lo he hecho más en función de los futuros lectores que de la inte-gridad de nuestro íntimo diálogo ?

– Punto por punto, y coma por coma, hermano amado, aunque ni tú ni yo seamos infalibles, apruebo y confirmo estos testimonios de “tu” verdad, que son constructivos y edificantes, y partes de la Verdad plena, de la que toman su verdadero sentido.

Y, como tú has dicho, hermano, hace un instante, aun cuando errases en alguna de tus apreciaciones, es tu amor a la Verdad, y tu sinceridad, y la sim-plicidad con que te atreves a exponer tus puntos de vista en un medio que no es tampoco sospechoso de querer “comprar” tus verdades que ni te enriquecen ni son atractivas para el mundo, especialmente para el mundillo de la Iglesia en que vives y te mueves.

LA VERDAD, HERMANO, DICHA CON HUMILDAD, SE HA HECHO PARA TI CANCIÓN DE LIBERTAD.

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Este ha sido hoy nuestro tema, amor. – Sí, sí, sí, amor, EL AMOR A LA VERDAD ha sido hoy nuestro tema.

EL JUICIO DEL AMOR (Comentario al salmo 26-25) Me encomiendo hoy a mis sueños en esta noche de gracia. Ante todo el Universo formulo mi plegaria. Delante del Ungido expongo mi causa. Me someto al veredicto del amor, que no ignora mi templanza. Hoy diré al Señor de mi destino : “Sondéame por dentro las entrañas”. “Ponme a prueba, también, ante tu pueblo, la Humanidad santa, para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay dolo en mi garganta, y que, aun en medio del dolor, mi corazón es el que canta”.

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LOS CAMINOS DE LA PAZ Salgo, amor, a tus caminos, y, “de regreso a casa”, soy tu espada y tu es-

cudo. Relee, amor, el libro de Kryon así titulado : “EL REGRESO A CASA”, y encon-

trarás la respuesta a tu pregunta no formulada : “¿Qué hacemos si nos decla-ran la guerra ?”

– Es verdad, hermano amado, fratellino suave y fuerte en tu delicadeza de Lecheimiel.

Estoy preocupado simplemente, –estas son mis simplezas que forman parte del “regreso a la inocencia”–, porque ha aparecido por las inmediaciones de mi ermita un gato macho que parece dominante, y ha afectado a la vida del Richi, que se siente inseguro y temeroso, aunque también él es un ser fuerte. Creo que, sin embargo, no está acostumbrado a la lucha por el poder. Ya me lo trajeron porque a algunos frailes, que lo descubrieron abandonado, –por algún anterior desaprensivo dueño-, y siempre solo, les daba lástima el que huyera de todos sus congéneres, que se creían con más derechos que él, y al pobrecito no le dejaban comer. Huía de todos y se refugiaba en el parking donde esperaba la compasión de los turistas. Cuando me lo trajeron, –tú, hermano, me lo tenías reservado como reflejo de tus colores, de tu mansedumbre y de tu hermosura–, estaba el pobre muertecito de hambre. Si ahora se vuelve a encontrar en competencia con otro más fuerte de su especie, temo, sencillamente, por él.

¿Qué hacer, hermano ? ¿Tengo que espantar a la otra criatura, que ya le arrebata la comida de

la que ha disfrutado en soledad junto a mí todos estos meses ? Si los frailes, y especialmente quien tú muy bien sabes que hasta en la

predicación pública ha expresado la opinión de que amar a los animales y a las plantas es “ir hacia atrás”, –así, textualmente–, se enterasen de este mi con-flicto casi de conciencia, amor, ciertamente, por lo menos, se reirían de mí. No es que me preocupe en exceso, como fue el caso en otros tiempos en que tam-bién debí atender a unos cuantos animalitos que se multiplicaban y no me deja-ban vivir más que por ellos, el dar a ambos de comer. Lo que me preocupa es si entre sí se pelearán, y qué podría hacer yo para evitarlo.

Desde luego el otro ejemplar advenedizo no parece ser de los que “duerman en mi regazo”, sino un aprovechado, aunque, naturalmente también haga su trabajo de espantar a los roedores…

– Hermano, que has recibido las comunicaciones espirituales y magníficas del Richi Mayor. Tú que sabes que las almas humanas también se encarnan,

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cuando lo necesitan, en cuerpos de animales inferiores para completar su currículum de humildad y por otros motivos, debes amar a todos por igual, pe-ro, por la misma razón, tratar a cada uno según su propia idiosincrasia.

Se te da esta prueba para que aprendas a convivir, incluso cuando el con-vivir suponga algún género de lucha pacífica.

¿No pasó por la misma prueba el profeta y lider Gandi ? No esquivó la lucha, sino que aprendió a enfrentarse con el poder abusi-

vo, mediante la resistencia pasiva. Hermano amadísimo : esta lucha se te ha dado para que aprendas que los

caminos de la paz se cruzan inevitablemente con los caminos de la guerra. De otro modo, la paz no sería meritoria, ni supondría ningún aprendizaje para el alma. Un mundo exento de violencia, o un mar como una balsa de aceite, no ser-ían adecuados escenarios para que el alma aprendiera la verdadera paz, que pasa por el discernimiento y también por la tolerancia.

– ¡Oh hermano ! ¿Es posible que, a mí, pobre y aislado ermitaño, se me ofrezcan también, siquiera sea en símbolo, las mismas oportunidades que se le ofrecieron a Gandi y a otros grandes santos y caudillos de la Historia ?

– Escucha, mi Rey : tú y yo, ya hemos luchado mucho, y aceptado muchos órdagos de la vida, en otras encarnaciones, e incluso en esta actual en que tú aún estás sumergido. Si huyes de la lucha, –lo cual no está necesariamente mal, sino que implica sabiduría adquirida–, es porque te temes a ti mismo. Es porque conoces la veta violenta que esconde tu “sombra”.

¿No escribías ayer : “Si en la tupida sombra rompiera el cerco el rayo luminoso que en caprichosa alfombra teje, a veces, dichoso, el nombre del amado misterioso…” ? Tu “sombra”, pues, forma parte integrante de tu precioso “yo”. ¡Debes

aprender a amarla ! Temes encontrarte con lo más desagradable de tu propio carácter que,

naturalmente, nunca acabarás de tener dominado, mejor dicho, domeñado, mientras lo escondas de ti mismo. Pero si encaras y celebras tus profundas tendencias que arraigan en lo animal, y que medran en lo espiritual sin que se-pas muy bien cómo se desarrolla el proceso, pronto apreciarás el poder vivifi-cador de todo cuanto constituye las fuerzas vivas de tu alma.

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Entonces aprenderás a transmutar los arranques de violencia que vislum-bres en ti como primeros movimientos, en arranques de compasión y por tanto de amor.

Esta es esa virtud que, en serio y en broma, hemos denominado muchas veces : la “paz-ciencia”, la Ciencia de la Paz.

Cuando adquieras maestría en administrar tus propias fuerzas compren-derás, hermano, aquello de LOS MANSOS POSEERÁN LA TIERRA.

Yo, Lecheimiel, ya soy bienaventurado porque sufrí y aprendí mucho en mis vidas pasadas de esta maravillosa CIENCIA DE LA PAZ, que tú llamas siempre HUMILDAD.

Pero soy también bienaventurado, porque te veo, mi fratellino, a ti que antes tenías un carácter violento, como muy bien sabes, muy muy cerca de mis pasos, cuando oras suspirando por esta preciosa margarita por la que has dado todo cuanto tenías.

Por eso orabas también el otro día, con el mismo poema que compusimos juntos “Si te vieran mis ojos” :

“…Y si entre estos abrojos que enmarañan mi vía su cruzaran tus sendas, todavía…” Pues, sí que se cruzan, en verdad, aunque tus ojos no puedan ver mis

blancos pies que pisan la nieve y sangran en tus abrojos… – Hermanito amado de mi ternura, tan grande o mucho más que mi anti-

gua violencia. Hermanito suave como el Richi, hermanito de pies de nívea her-mosura… Escucha tú, mi bien, el poema que ahora te dedican mis labios que be-san la huella de tus pies :

LA NÍVEA BELLEZA DE TUS PIES DESCALZOS Por soneto a tus pies de nieve pura hoy asciendo hasta el monte de tu vida, remontando el glaciar que en decrecida parsimonia deshiela tu figura. Has colmado en tu cima mis antojos : sorber la última gota que destila todo aquello que hirió mi fiel pupila cuando tú te brindabas a mis ojos.

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Que, cual restos de pan multiplicado, no he de perder ni un ápice de aquello que me sirvió el banquete de tu amor : cuanto en un año de abundancia dado guardó mi alma con lacrado sello para libar en tiempos de dolor.

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APOTEOSIS FINAL DE NUESTRO AUTO SACRAMENTAL SOY YO, RICARDO-LEHEIMIEL, TU ANGEL DEL AMOR HERIDO Y

RESUCITADO, EL QUE TE LLAMO ESTA MAÑANA, PARA COMPLETAR EL AUTO SACRAMENTAL QUE HEMOS ESTADO REPRESENTANDO DESDE LOS SIGLOS.

“Esta canción, hermano, no termina con esta pobre letra : que espera partitura más excelsa que un día cantaremos en mi fiesta”. Así, hermanito humilde de corazón de tierra y de cielo, me cantas y yo

te canto a ti, sin necesidad de modificar la letra : “mi” por “tu” fiesta, porque es una obra que representamos conjuntamente, como UNO EN CRISTO, y cuya apoteosis o fiesta final, no ya ahora, sino cuando subas a mi cielo, será una fiesta conjunta, con gran amplitud y resonancia de expectadores celestes.

Aquí en la Tierra, hermano, que también eres mi hermana, y mi padre y mi madre, y mi hijo y mi hija, y mi esposo y mi esposa, aún tienes que dar tes-timonio de nuestro mutuo amor, “en nuevo estilo”, que hará despertar a muchos a la conciencia de la divinidad de todo lo Creado.

– ¡Oh hermanito celestial, ¿acaso te estás despidiendo de mí en esta Tierra, y ya nunca volveremos a hablarnos, –mi casi único modo de comunicación contigo–, mediante estos tiernos y maravillosamente canalizados escritos ?

– ¡Oh no, hermano muy querido de mi alma ! De ninguna manera. Todo lo contrario. ¿No estás notando, amor, que te estoy haciendo señas

sutilísimas, como guiños de amor, para que salgas a la palestra de la comunica-ción abierta, en todos los frentes ?

No sería buen testimonio que ahora lo dejásemos entre nosotros. Estáte preparado, fratellino, para seguirme con fidelidad y devoción in-

condicionales adondequiera te lleven mis pasos que te preceden y te acompa-ñan, ya que en realidad, amor, yo camino con tus propios pies.

– ¿Por qué, fratellino Ricardo, me has borrado del ordenador un principio de esta conversación de esta mañana, algo distinto del que ahora hemos vuelto a recomenzar, y que parecía mucho más solemne ?

– Precisamente por esto, amor. Porque tú y yo somos almas diminutas, y no vamos a alardear de grandiosidad alguna.

Tú sabes, hermano, que tanto en Asís como en Lisieux, han levantado en mi honor enormes y quizás preciosas basílicas. ¡Y no conoces otros voluminosos

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templos, –junto a también pequeñas y humildes capillas–, que, en otras partes del mundo, han consagrado a mi nombre.

Sólo tú, hermanito adorado, has penetrado en el secreto de mi identidad de hermano postergado, humillado y verdaderamente escondido en mi disfraz o “paramento de sirviente”, como tú me cantas, honrándome con la devoción a lo que más califica mi alma : la humildad de mi perfume y color de violetas que tú respiraste junto a mi alma, desde aquella bendita ROMA, donde me aparecí a tus ojos sensibles al amor.

– Pero, Ricardo, si habías de borrar de nuestra conversación aquel prin-cipio apoteósico por el que habíamos comenzado nuestra oración matinal, hoy, ¿por qué me habías permitido escribirlo, como si fuera canalización y hasta dictado literal tuyo, como yo lo sentía y expresaba ?

– Porque en verdad, hermano, era dictado por mí, pero no para que lo di-eses a conocer a los demás, sino exclusivamente para ti, tal como lo registra tu memoria.

Hay muchos sentimientos tuyos, que jamás lograrás expresar. Palabras que te son susurradas directamente en tu corazón, y que ni siquiera puedes reproducir en tu memoria imaginativa. Comunicaciones interiores, que son como la programación secreta y estructural de nuestro amor.

Sentías en tu interior, amor, toda la grandiosidad y divinidad de nuestra realidad amorosa, y te disponías a ofrecerla íntegra a los hombres y mujeres de tu tiempo, como testimonio de la divinidad de sus propios dramas.

Luego, sin embargo, te he invitado a presentarlo todo como un humilde entremés donde nace un Niño Divino envuelto en pobres pañales y aterido de frío.

Una virgen hasta entonces innominada, y un padre “putativo”, fueron, junto con los animales, la humildísima “Compañía de Jesús”, como ahora son nuestros modelos espirituales y nuestros valedores, amor.

Unos sencillos pastores, y unos magos perseguidos por la Justicia, son los que nos rinden pleitesía.

No debes esperar mejor tributo. ¿Recuerdas, amor, el poema que leíste la noche de Reyes, por la Radio

Nacional, poco antes de que yo te visitase en mi “sueño de la Visitación” ? – Sí, amor. Era éste, que sólo había sido compuesto para probar un bolí-

grafo que me había sido regalado como presente :

DIA DE REYES, DIA DE SUEÑOS

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Aprender a escribir, aprender a amar. Estrenar amor, o vivir el hoy. Hoy, día de Reyes, día de soñar. Hoy, día en que sueño : ¡qué feliz que soy ! Estrenar el hoy es morir de amor. Ya dijimos antes lo mismo al revés, y es que el Amor tiene doble dirección y lo mismo en Cristo vida y muerte es. Tiempo ya normal vivimos ahora, eterno presente es saber amar. Del presente emerge el alma amadora, la que todo estrena en su caminar. Pobreza o riqueza son sólo ilusiones del que Todo tiene y a nada se apega : ya nada retiene de todos sus dones, ni se desvanece del Alfa a la Omega. Siendo uno Uno mismo, oro ante Dios es, el Solo al que incienso quema nuestro valle…, mas, envuelto en mirra, el cuerpo, que ves, crece con Jesús, se halle donde se halle.

– Sí, amor. Poco sospechabas que para entonces, y, acelerando los tiempos para que

no sucumbieras a tu postración, yo estaba a punto de finalizar los preparativos para visitarte mediante el inolvidable “sueño de nuestra Visitación”.

Oíste mi voz, como Samuel. Me respondiste con presteza. Te di el “Beso de la Vida”. Me dedicaste el poema de “La Rosa de mis Sueños” :

LA ROSA DE MIS SUEÑOS Viene hacia mí la rosa en cálida noche abre ante mí su boca en néctar profundo… ¿Qué importa si otros labios también supieron, como yo sé ahora, que bien me quiere? Mi ser eterno es el solo recuerdo, –espinas como dardos–, que aún guardo para ella en los míos.

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Mas, oh milagro, ante un enjambre de ojos cómplices, –testigos mudos–, (¿tal vez interesados?), se exhibe el amor mutuo. Poco es decir ternura, es embeleso, es confianza: Es no más que eso, mirar. Amar. Sin desvergüenza… Es el derecho del alma, desde siempre…, ¡para siempre!

Y así, con toda sencillez comenzamos la puesta en escena de este Auto Sacramental que ahora termina, sin que quiera decir, amor, en modo alguno, que finalizamos nuestra relación amorosa, ni tampoco la expresión pública de nues-tro amor eterno.

Estáte preparado, simplemente, amor, para oír mi voz y cumplimentarla con tu fidelidad insobornable, para que sigas mis pasos adondequiera que mi amor te lleve.

– Gracias, amor, Amor, AMOR. Gracias, Gracia. – Sí, cariño. Ahora los dos a una : ¡¡¡AMÉN, ALELUYA, ALELUYA ! ! !

AMOR INEXTINGUIBLE Camina hacia las llamas, mi amor, con pies de plata, y no pierdas de vista mi vacilante paso, porque pienso seguirte a la zaga y sin retraso, hasta donde el desierto ha alzado su fogata. Cuando escribo poemas en que tu nombre ensalzo con cada uno se acrece de esta arena el ardor. Mas es tu llama viva, la que arde en mi interior, lo que enfoga esta tierra en la que me descalzo. Inútil sacramento me parecen, a veces, tantas bellas palabras que encienden tus amores porque ardo de tu fuego, aquí en mis interiores cavernas, en que, oculto, inextinguible creces. ¿Qué me quieres, oh amor, hoguera ineludible, comunicar ahora que me muestras tu fuego por el calor interno que consume mi ego

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mas me deja en rastrojo un gozo incontenible ? En las ondas se queda del aire y sin respuesta, retórica pregunta que he formulado a nadie, pues ningún otro bosque hay que tu amor irradie más que esta humilde zarza que exhibe tu floresta. Mas el grande misterio que ella me representa, es que tampoco existe amor en competencia, que no esté concentrado en esta incandescencia, pues todo el Santo Espíritu es el que la sustenta. Anda y diles, mi amor, que SOY YO el que te manda escribir sin palabras, tal vez, en adelante, porque pongo en tus labios mi fuego en este instante para que encienda en ellos su amor quien te demanda.

FIN DE LA SERIE TRANSFIGURADA