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ÁFRICA DE COLORES

Pedro María Casaldáliga

2006 FUNDACIÓN EDUARDO BONNÍN AGUILÓ

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1961 Promoción Popular Cristiana (Primera Edición) 2006 Fundación Eduardo Bonnín Aguiló (Segunda Edición)

CIF: G57019986 C/ Enrique Lladó, 3 1º A E-07002 Palma de Mallorca – Baleares - España www.feba.info [email protected]

Pedro Casaldáliga

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ÁFRICA DE COLORES

MINI-PRÓLOGO 2006......................................................5 ATERRIZANDO .................................................................7 EL CUERPO MÍSTICO Y LA ESCUELA DEL SERVICIO

AGRONÓMICO ...............................................................10 CRISTO SUBE EN COCHE HASTA MUSOLA ...........................12 SEVILLA DE NIEFANG, TIERRA DE ELEFANTES, ¡Y OLÉ! .........14 ULTREYAS EN “PICHINGLIS”............................................17 FALDAS A BORDO DEL REINO DE DIOS...............................20 DE COLORES, RODADO EN NEGRO .....................................22 TESTIMONIOS DE FUEGO .................................................25 EL “ESCÁNDALO” MARAVILLOSO .....................................28 ¡SE HA ABIERTO UNA PUERTA AL EVANGELIO EN ÁFRICA! ....31

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Mini-Prólogo 2006

Cuarenta y cinco años después…

Me alegra mucho saber que habéis descubierto mi “África de colores”. Gracias por el interés que habéis puesto en volver a la luz a ese hijo mío de papel con calor de África. Yo me quedé sin un solo ejemplar, hace tiempo.

Han sido toda una sorpresa y emoción estas comunicaciones recientes. Son muchas las evocacio-nes y muchos los motivos de agradecimiento.

Sirva para reanimar la "caminada de colores" en el Espíritu del Crucificado Resucitado y sirva para despertar nuestro creciente y constante compromiso con el África mártir. Todos nosotros debemos asumir África con primerísimo deber de solidaridad.

Recuerdo con mucha amistad a Eduardo, a Damián, a José María Casas… Dadles muchos recuer-dos; también de una manera especial a Maite Agustí.

Veo que la “caminata” continua. No desfallezca nuestra fidelidad, que Él no falla nunca.

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Seguiremos unidos en esas luchas y esperanzas por las causas del Reino de Dios.

Un fuerte abrazo y —ahora y siempre— la paz militante de la Pascua.

Pedro Casaldáliga

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Aterrizando

Siete horas y treinta minutos de vuelo —de lluvia y de baches, según dijeron—, y despertamos en Niamey, un aeropuerto solitario del Alto Volta, resplandeciente de luz encarnada y pululante de insectos —para tener ya “complejo de bichos”— en el trenzado moderno de los ladrillos blancos. Al salir del avión nos apretó la piel, como una boca humana, el aliento de África…

Un negro, alto y enjuto, nos saluda muy amable, y en la gran sala vacía del aeropuerto nos saluda África entera desde un cartelón francés de propa-ganda turística: “El camino de las estrellas os ha sido un buen guía. Vuestra presencia entre nosotros aumenta nuestra alegría. Pasad: nuestras ciudades y pueblos os están abiertos”. El cartelón se lo decía a los turistas, invitándoles a un sensacional “tourisme dinamique”, a base de fauna mayor, pero nosotros entendimos que nos lo decía a nosotros, oportuno y conmovedor, como una espléndida gracia actual.

Nos quedaba una hora de vuelo hasta Santa Isabel, en un aparato más casero. Yo, estimulado por el “adelante por favor”, me senté en el mismísimo asiento reservado a su Excelencia. A mi lado venía un joven matrimonio peninsular, con un pequeño recién nacido. El abuelo había hecho una larga campaña en Guinea, y ahora los hijos tienen unas buenas factorías en Santa Isabel. El chavalín aquel continuaría la cadena del negocio seguramente… Sobrevolábamos

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ya la capital, coqueta y pulcra. Dimos una vuelta de reconocimiento y de presentación. Con nosotros llegaba el correo, y el correo es un jugoso aconte-cimiento en África. Y dimos otra vuelta. Y otra. Hasta siete. Como en Jericó. La mamá del bebé, con el último apóstrofe a la isla en la boca, se echó a llorar horrorizada. Otros disimulábamos. José María agoni-zaba, viéndose ya de bruces en su octavo accidente mortal. Luego resultó ser que un camión, un vulgar camión, atascado en la pista, nos impedía el aterriza-je… Aunque, por si las cosas, el párroco de la cate-dral había salido al aeropuerto con los Santos Oleos.

Un puñado de cursillistas —los “adelantados de peregrinos” en África— nos salen a recibir. Alonso, Ramón, Alejandro, Torres, Bilbao: seglares, herederos de aquellos antiguos seglares de la España misionera, sus nombres nos iban ya a ser para siempre inolvidables, porque eran imprescindibles. Un sacer-dote negro remacharía después en una clausura: “Se nos ha dicho que nosotros —los sacerdotes— somos los responsables de África. Lo que aquí se ha visto es que no somos los únicos responsables. Me refiero a vosotros, seglares, seáis del color que seáis...”

Una inyección —vacuna contra la fiebre amarilla—, mi buen salacoff, yo —que es un casco de guardia urbano de Terrasa— y unos ridículos trajes peninsulares mis camaradas, y nos vamos a comer. En coche, además; en Santa Isabel los coches no faltan.

Por la tarde su excelencia —el “Padre Obispo”, hablando mejor— nos recibe oficialmente. Y nos

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otorga carta blanca “para trabajar, para hacer cristianismo”, dice él con un gesto amplio. Desde aquel momento —desde mucho antes, en los preparativos de esta aventura “de colores” a su gran paso por Barcelona—, el Excmo. P. Francisco Gómez, c.m.f., nos iba a dar las máximas facilidades para los Cursillos en la Guinea, para los Cursillos en África. Las Ultreyas de Santa Isabel se celebrarían en su propio palacio después. Nos arrodillamos y recibimos su bendición. Muy poco antes en la catedral, deslumbrante de luz africana, nos habíamos arrodi-llado cerquita del Señor, que se fiaba así de nosotros para dejar una levadura en aquella tierra fértil.

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El Cuerpo Místico y la Escuela del Servicio Agronómico

Montamos nuestra oficina de rezos, de risas, de planes, de miedo, de esperanza, y de sueño también, en la Escuela del Servicio Agronómico, a las afueras de Santa Isabel, frente a un parque que sintetiza toda la flora de la isla. Y allí, al atardecer, el “ge-gen” —invisible y numeroso— nos cosía la piel a alfilerazos. Allí empezó el flujo y reflujo de la correspondencia con la península “de colores”. Allí aprendimos, mejor que en parte alguna, la función de cuerpo místico que pueden cumplir las cartas. ¡Qué penetrante y alentadora se hacía allí la presencia de los hermanos junto a la Presencia de Dios! Todos ellos estaban a medio paso, detrás de cualquier palmera. Su oración y sus “palancas”: sus hermosas locuras hasta los límites de la salud, los duros ayunos de tabaco, las noches en el suelo, los rosarios brazos en cruz, las comidas escuálidas, los cilicios… Los Cursillos de Cristiandad en la Guinea no son más que el resultado lógico de una enorme “intendencia” sobrenatural. “Yo he palpado como nunca esa verdad maravillosa de la omnipotencia de la oración en la comunión de los santos —exclamaba el consiliario en una clau-sura—. “Ya no creo en la eficacia de la oración…, porque la he visto con la evidencia de lo que se palpa.”

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Un christmas de la Virgen María Negra, con su “keyouwa” a la espalda, presidía maternalmente la oficina y la aventura.

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Cristo sube en coche hasta Musola

Por el camino sorbíamos, ávidos, el paisaje cerrado de fincas de cacao. De vez en cuando, una alta ceiba. Y, de pronto, un tornado de fin de temporada que nos obligó a parar el coche. Los braceros nigerianos caminaban impasibles bajo la lluvia, con la hoja-paraguas de un bananero sobre la cabeza. Cruzamos la bahía salvaje de San Carlos, por donde el mar se come la carretera, y llegamos a la Misión. Y entonces fue cuando Cristo en persona subió, sacramentado, a nuestro coche y marchamos con Él —cantando, rezando y disfrutando como bien-aventurados— hasta el parador de Musola. Llegamos anochecido ya. Yo me quedé en el coche, con el Señor, hasta que vino a buscarnos la pequeña proce-sión, con luces, y pudimos entrar en la capillita de San Jorge, que sería el rincón sacrosanto de tantas confidencias y lágrimas y alegría... Un bracero anó-nimo, con mirada de niño, trajo al altar un puñado de flores silvestres, empapadas de lluvia y de fe.

El primer Cursillo de África se dio allí, en el parador de Musola. Y allí se irían dando los demás Cursillos de la isla. El Real Albergue de San Jorge, a unos 700 metros de altura y a 60 kilómetros al interior, es un paraje ideal por su clima fresco. Montaña arriba, hacia Moca, África se convierte en Santander, por ejemplo, con helechos palpitantes y manadas de caballos. Zona de máxima lluvia en la

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Tierra, los distintos Cursillos de Musola han sido muy bien regados, por cierto.

El comedor-bar servía de sala de rollos, y en los entreactos se templaban “los espíritus” con la “Gin Gordon” y el “whisky” de ley, tan fáciles en África.

¡Cuántas cosas sabe Dios de aquellos Cursillos de Musola, broncos de sinceridad, vanguardistas en tantos pasos buenos, prodigiosos! Yo no puedo recordarlos sin un temblor en el alma. Aquellas noches, sobre todo, de Musola —o de Niefang luego, o de cualquier lugar de África—, carretera arriba y carretera abajo, delante del parador, cruzándonos con los braceros silenciosos, bajo las estrellas ávidamente claras, y confesando... Las noches reveladoras de un Cursillo y las noches apoteósicas de las clausuras, con unas despedidas sin fin. Una de esas noches, ya en el Continente, un moreno hijo de paganos bautizado él mismo siendo ya mayor, me cogió del brazo fuertemente, me sacó a la galería y, mientras toda la noche de África zumbaba como un corazón inmenso hecho de músicas, volcó su cabeza impresionante sobre mis hombros, sollozando: “África no se poder salvar... África no se poder salvar... ¡Ahora, sí! ¡Ahora sí! ¡Ahora, sí!”...

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Sevilla de Niefang, tierra de elefantes, ¡y olé!

El Padre Obispo empujó un poquito hacia el continente y nosotros, por nuestra parte, teníamos todas las ganas de ir. —Un guardia civil cursillista diría después que “la Guinea es el desembarco de Cristo en esta reconquista del gran Continente africano”.— Íbamos a la improvisada, pero Dios proveería: ¡creíamos en “la fuerza terrible de la oración”! Boni, el maestro pamúe, entrañablemente enrolado, venía con nosotros para ser el primer profesor negro de Cursillos de Cristiandad.

Pero, ¿dónde se hacía el Cursillo? ¿Cómo se dormía? ¿Con qué se comía y qué? ¿Quién asistía...? Visitamos un pabellón libre del hospital —el hospital de Bata es un soberbio hospital de varios pabellones independientes, uno de los mejores de todo el Conti-nente africano—; visitamos el Club de Caza —muy mono, pero muy pequeño para la caza mayor a la que íbamos— y nos lanzamos, por fin, hacia el Interior, en un “Land Rover” de la Benemérita. Aquel paisaje insondable, con toda la gama de los verdes, poblado de elefantes y de gorilas, era una sorprendente revelación. Aquello era África, África. Un milagro de Dios, exuberante, y también un milagro de los hombres —a pesar de todos los pecados que los hombres de este milagro han come-tido en África, contra África—. Todo es inmediato aun allí. Todavía por los años 1930 —contaban—, un

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letrerito colgado en el puente de la salida de Bata advertía, muy formal: “a partir de aquí no se responde de la vida de ningún blanco”. La labor de los misioneros, sobre todo, ha sido fabulosa. En 1883 llegaba a Fernando de Poo el primer grupo de claretianos. Se encontraron con una inmensa selva, 100.000 habitantes, una iglesia y 500 católicos. Allí han agotado sus vidas unos 150 misioneros en sesenta y cinco años…, pero el 80 por 100 de sus habitantes —208.478 ahora— son católicos ya. El vicariato es una geografía del tamaño de Galicia aproximadamente —con Fernando Poo, Río Muni, “el continente”, en familia— y las islas de Corisco y Annobón. En las noventa y cuatro iglesias y 218 capillas que los misioneros claretianos han construido en la Guinea —desde aquellos tiempos heroicos, sin carreteras, sin medicinas, sin hielo, a pulso todo bajo el sol mortal y las fiebres tropicales, en distancias recorridas a golpe de machete— la vida cristiana tiene expresiones de fervor que avergonzarían a muchas pomposas cristiandades europeas: en ciertas comuniones de tantos hombres como mujeres, en esa fidelidad global en asistir a misa, en esa recóndita fe inquebrantable de las buenas mujeres “fangs”, que se andan sus 25 kilómetros a pie y en ayunas todo el día para comulgar a las seis de la tarde de un Primer Viernes —yo mismo les di la comunión—, en esas cuestaciones del Domund, “record” de cuestaciones de las diócesis españolas…

De regreso a la misión de Sevilla de Niefang, tierra de elefantes ¡y olé!, descubrimos la providencia de

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Dios en forma de casa ideal de Cursillos. Una gracia actual de bastantes metros cuadrados, y la más espléndida acogida de los misioneros residentes allí. ¡Qué camino luego, contra el cortinón torrencial de un tornado, y que borracha alegría! El buen chofer Lluch comentaría después, sorprendido de si mismo: “De pronto… me encontré rezando”.

En la Misión de Niefang, efectivamente, se darían los Cursillos del Continente, a excepción del Cursillo cuarto, que se celebró en el solemne Colegio de Artes y Oficios de Bata, regentado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas —un tal hermano Francisco, entre otros— del 26 al 29 de diciembre, con fuego y aroma de Navidad.

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Ultreyas en “pichinglis”

Las Ultreyas empezaban a funcionar y la fuerza condensada del Cursillo se expandía. En Bokoko, cortado sobre el mar en una punta de Fernando Poo, con misa y confesiones para los finqueros y un tembloroso estreno en “pichinglis”; en las Ultreyas “episcopales” de Santa Isabel; en Mikomeseng, fron-tera de la Guinea y leprosería, o en las Ultreyas de Bata y de Niefang y de Nkué, o en el bar de la Guardia Civil de Bata, con charlas al aire libre y unas confesiones por la playa inolvidables, bajo la organería de las olas nocturnas, mientras los cangrejos bordaban la arena blanda. O en Añisoc, o despidiendo de rodillas sobre el polvo de la carretera, al P. Obispo, o en el entierro de Ángel del Pozo, cuando por el cielo de la tarde caída se cernían las “aves de Navidad”, estilizadas, inefablemente puras… ¡Cuántas cosas, Señor, en pocos días nos hacías disfrutar, sabrosas de Ti como una piña en sazón! Una tarde me llamó, por la espalda, un mu-chacho atlético; lloraba a lágrima viva: “acababa de oír a Dios en aquella siesta”. La gente se rendía a la Gracia con facilidad insospechada. Por los caminos, en las “guaguas”, en un refresco ofrecido al paso por una finca, en el aeropuerto… En esos viajes de turismo “por lo alto” comprobé mejor que nunca, la sed de Dios que consume a África.

Los cursillistas de la Guinea —hombres y mujeres—, en este mismo régimen de correrías, se están lanzando en campañas de impactación por los

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poblados, y el Reino de Dios se pone de mucha actualidad en la Guinea. “Esta última hornada de cristianos está haciendo verdaderas maravillas”, escribe un misionero. “El domingo acompañé a los Apóstoles de los Bosques” —dice un gaditano, muy gitanillo, de Santa Isabel—. Al término de las alocuciones “pichinglescas” de Paco y Ramón, sacaron a la palestra a uno de los calabares del auditorio. Y dio un auténtico rollo…, que rezumaba la Presencia del Espíritu por todas partes. “Grupos de cursillistas van y piensan ir —o seguir yendo— a poblados a dar “rollitos”en “pichinglis” —siempre en armonía con el padre misionero respectivo— a los trabajadores nigerianos (50.000 en Fernando Poo) de las fincas limítrofes”. Los misioneros ceden “la palabra” a los apóstoles de pantalón corto, porque también ellos son necesarios.

Los Cursillos, quiero decir. O el Cristianismo, como queráis. Y no es que los Cursillos sean “el” Cristianismo, claro. ¡Pero como los Cursillos —los de verdad— no pretenden más que el Cristianismo…! Hacer vivir a los hombres de nuestro tiempo —sin distinción de sexo, ni de raza, ni de latitudes, ni de categorías sociales— “lo fundamental cristiano”, la nueva vida que Dios nos ha dado sin distinciones ni categorías. Resucitar para esta vida a los muertos y darles para adelante un seguro de vida: “la reacción y el cauce para la reacción”, el Cursillo y el Postcursillo, con sus reuniones de grupo y sus Ultreyas. Hacer vivir el cristianismo en las veinticuatro horas del día corriente; hacerlo vivir en plural, en unidad de

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cuerpo, en amor de caridad, porque el cristianismo es Cristo y Cristo es Dios y Dios es amor.

¡África naturalmente también puede, ¡y debe!, vivir ese cristianismo! Los Cursillos de Cristiandad, niños aún en la Guinea, le están ayudando a vivirlo.

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Faldas a bordo del reino de Dios

Como también para “ellas” se ha hecho el cristianismo, también ellas pueden encontrar, a través de los Cursillos, “la vivencia de lo fundamental cristiano”. Por otra parte, mientras ellas no la encuentren, ellos —los maridos, los novios, los hijos, los prójimos a secas— difícilmente la podrán vivir con perseverancia, con holgura, en toda su natural expansividad. Por eso hay Cursillos de Cristiandad para mujeres. Y por eso los Cursillos de mujeres se han implantado en África. Dios sabe con cuántas dificultades, al borde de lo imposible humanamente. De una parte, la heterogeneidad de razas y culturas, de mentalidades y costumbres, en la misma alimentación, por ejemplo: la mujer es muchísimo más racial y cerrada que el hombre. De otra, la cerrazón familiar propia de los matrimonios blancos en zonas coloniales; y en las morenas, el hecho de que la mujer está “subconceptuada”… (Aún sigue siendo la mujer “algo que se compra”… Pocos católicos están convencidos de que la mujer morena puede ser una seglar-seglar con un sentido apostólico de la vida entera.) Luego se daban los recelos, los niños, las dificultades corrientes, agudizadas en esta tierra “de miedo”…

Pero Cristo, redentor de las mujeres también, y “la” Mujer —María— han podido más que todos los prejuicios y dificultades. Y las faldas “de colores” han

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entrando también en el Reino de Dios en África, para vivir de lleno la vida y para irradiarla apostólicamente.

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de colores, rodado en negro

Desde que Dios se ha encarnado con rostro de judío, la vida divina participada por los hombres tiene sabor social y color de piel, dentro de la gran unidad orgánica que da a todos los hombres este Hombre universal, Jesucristo.

El Cristianismo debe ser africano en África además de ser católico.

Los Cursillos de Cristiandad, por su mismo ser realista y simplemente cristiano, han destacado pode-rosamente en la Guinea esta versión africana del cristianismo.

“Vivo en negro y siento en negro —proclamaba en una clausura un maestro de Fernando Poo, ahora profesor de Cursillos—; y ellos mis hermanos están en confusión y siento mi responsabilidad”. Una responsabilidad que todos los mejores comparten con una aguda sensibilidad apostólica. Hemos oído, a este propósito, testimonios conmovedores. “Siempre desde que fui a Cursillos, tengo un mapa ante mí: África. Está falta de alegría. Nosotros somos felices con Cristo, porque le conocemos tal cual es. Si pudiéramos darle a conocer a África, África sería para Cristo, como nosotros somos para Él.“ “África tiene muchas almas. ¡No lo olvidéis!” “¡Pagaré en almas hasta llenar África de Dios!”

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El negro, que no es aún nacional, es muy continental, sin embargo. Un negro es un africano. Y el negro siente vitalmente en si todo el dolor inmenso de África. “Falta algo por aquilatar aquí en esta tierra… El Evangelio practicado aquí lo encuentro como el Antiguo Testamento…” “Tan con Cristo te escribo que no sé que hiciera para que esta África sea del todo para quien es su dueño.” “África está en tinieblas y aquí está la solución, ¡la única solución!”

Y la vida del Postcursillo —la vida cristiana “consciente y creciente”— se hace, naturalmente, fruta del país, hasta en los detalles más pintorescos. “Aunque aquí no usamos cilicio, Dios se encarga de darnos, por medios naturales, buenas palancas: los mosquitos se han debido enterar de nuestra nueva vida… También es bueno el beber el agua sin hielo…” Ya vamos preparando personal-ceiba para los próximos Cursillos”.

Una tarde, terminada la Ultreya, los cursillistas se van, invitados a casa de un “hermano” a comer carne de elefante, como quien va a tomarse un “chato” con olivas. En pleno “rollo” místico, dado por un sacerdote moreno, se levantó un día un cursillista y “le atizó al reverendo una soberana bofetada”. “Tendré que poner la otra mejilla, como dijo el Señor”. “Cristo no contaba con que tuviera usted en su mejilla una mosca del sueño…”

El “de colores” se canta en pamúe: “Abuiñ misin”. Se les puede predicar a los cursillistas africa-nos, con plena oportunidad, que “vuestra misión es ir

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“chapeando” con el machete de vuestra vida y vuestra palabra el terreno de las almas para Cristo”… Un blanco “colonial” se sorprenderá de ver los blancos en África con una postura nueva: “Es la primera vez en África que se reúnen unos hombres y pasan tres días sin hablar de dinero”. Después, más adelante, el arte litúrgico será africano y el pensamiento católico dirigente será africano también, ¡y África será cristiana con toda su prodigiosa alma, distinta, inefable! ¡Cristo será africano!

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Testimonios de fuego

“Ha sido un volver a nacer” “Vine sin Cristo y me voy con Él” (una mujer). “Este ha sido mi primer paso consciente hacia mi salvación”. “Ahora sé qué es ser cristiano”. “Intentaré acreditar con mi vida la Gracia de Dios” (un jefe de poblado). “Seguimos muy animados, viviendo nuestro “cuarto día” con muchos planes y orientando nuestro apostolado en todas direcciones.” “Nunca es tarde —dice una magdalena negra—. He obtenido treinta y pico hermanas de golpe.” “las maravillas del Señor se van extendiendo por África.” “Al comenzar me emocionó esto de poner ilusión, entrega y caridad: fue como una lanzada al corazón… No sé como explicar la alegría que uno siente al ver confirmarse una verdad: cómo hay que amar y además saber lo que es un clérigo y lo que es un seglar.” (Un catequista negro) “Ha sido como un parto de tres días”, ponderaba una cursillista. “Desde nuestra separación hasta hoy, fecha todavía, voy conservando mi Gracia del Cursillo… No he faltado a ninguna de nuestras “australlas” —ultreyas— ni reuniones de grupo; Cada vez voy muy contento y alegría…” “Es la primera vez en treinta y seis años que he encontrado a Cristo con cariño.” “Las mujeres trabajan muy bien y hay mucha unión entre ellas.” (Un misionero.) “Se nos había presentado una Iglesia raquítica, chata. Este Jesús vivo que nos habéis presentado y nos habéis hecho amar, debemos servirle toda nuestra vida.” (Un toledano factor.) “Gracias a Dios, cumplo

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todavía con mi hoja de servicio, y con respeto a la labor de apostolado tampoco puedo permanecer inactivo… Estamos todavía fuertes… Las palancas están puestas… Se aumenta el número de críos.” “A 7.000 kilómetros de España he recibido la mayor alegría de mi vida. Aquí he encontrado un amor más grande todavía que el de mi esposa, que era hasta hoy lo que más amaba en el mundo. He encontrado el amor.” “Me vine con el propósito de alegar paludismo al segundo día y marcharme. Ahora estoy contentísimo. Mis amigos se extrañarán sólo con ver mi cambio. No “importará” que hable, pues verán que algo raro ha sucedido en mí. ¡Este algo “raro” es Jesucristo!” (Un militar.) El Hermano N. está destina-do ahora en un poblado a cinco kilómetros… y viene cada semana tres o cuatro veces a la iglesia para cumplir con sus compromisos de cursillista-cristiano. “Hay casos hermosos de ellos y ellas para seguir la nueva vida”. De alguna sé que ha tenido que luchar físicamente hasta herir o herirse para que no le hieran el alma. ¡Y antes era muy distinta!” (Un misionero.) “El Cursillo es teología viviente, y los profesores teología vivida.” (Un sacerdote moreno.) “Un día aparecieron unos cuantos, entre ellos X, por mi poblado a explicarnos qué eran Cursillos y que debíamos venir. Me animé, vine y vi a X, un hombre igual que yo, que había estado en los mismos follones dando “rollos”…”Los de X están a una temperatura envidiable, estupendos, buenos de verdad… Aquella buena gente del interior trabaja, lucha y vence. Podrían trasmitirse anécdotas estupendas.” “Ha sido como un renovar las hojas de un árbol caduco.”

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“Creí que era cristiano y apenas si era “cucumano-catecúmeno.” “Vivo en Gracia, soy feliz… ¡Ya no sé vivir en pecado, no puedo vivir!” (Un Guardia Civil). “He visto dos obras del Espíritu Santo y un ciclón suyo: las obras han sido la fundación de la primera Misión y lo de 1936… ¡El ciclón han sido estos tres días de fe!” (Un veterano misionero) “Resulta verdaderamente extraordinario oír a un sargento de la Guardia Civil hablando de Cristo como un jesuita.” “Un espíritu suficiente para tragarse 100 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, por estas malignas carreteras, para acudir a una cita: Claro que la cita era nada más que con Dios vivo —en la Ultreya—.” “Es maravilloso pensar que soy hijo de Dios y hermano de Cristo.” “Pido fuerzas para seguir estando en Gloria.”

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El “escándalo” maravilloso

Los Cursillos en África han sido quizá principalmente un “escándalo” maravilloso de cari-dad. En África se ha pecado mucho contra el amor, y el odio —o el recelo— por el desprecio y la injusticia, han ido echando raíces desde siglos en el corazón de África. Cuando las circunstancias han obligado a ceder y a tener consideraciones, con demasiada frecuencia ha habido mucho fruto egoísta de las circunstancias, “coexistencia pacífica” de compro-miso, paternalismo olímpico tal vez. Eran muy pocos los que creían en unos Cursillos para blancos y negros conjuntamente. Y fueron bastantes los que intentaron atraernos al absurdo de unos Cursillos de Cristiandad en la línea de la segregación. Pero el amor se impuso.

En el primer Cursillo asistieron cinco morenos; en el segundo, siete; 15 en el tercero; en el cuarto y en el quinto, 18, ¡22 en el sexto! Negros y blancos, “café con leche” decíamos allí, “cocktail” de caridad; paisanos y militares, guardias civiles y jefes de tribu, finqueros del “Malaspina” o de la “Descubierta” —magníficos hombres de mar, con el Páter, fuera de serie, del “Malaspina”—, pamues y bubis, peninsu-lares de todas las regiones de España; hombres de carrera y casi analfabetos. Desde el presidente de una asociación piadosa, hasta un soltero con catorce mujeres; desde una figurilla de metro cuarenta hasta la talla de ébano de dos metros diez.

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“Sobre todas las cosas buenas que hemos aprendido en nuestro Cursillo de mujeres perdura la de la hermandad entre todas…” “Estos Cursillos han dado un fruto enorme de unidad.” (Un sacerdote negro, catedrático del seminario.) “He sacado el mandamiento olvidado: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.” (Una cursillista). Y tiene un gran valor el testimonio de las mujeres, porque advertía a tiempo un misionero: “Con lo tiquismiquis que son las señoras —y más tratándose de ambos colores—, no sé qué pegas supondrá esto…” “El Cursillo es el cielo en pequeño, donde nos amamos unos a otros.” “¡Mis hermanos de colores todos!”, apostrofaba un catequista moreno. Y un maestro, moreno también, exclama: “Esta unión que hemos vivido aquí gente de varios colores es maravillosa”. “La amistad y la fraternidad que me han ilusionado en Cristo.” (Un negro.) “Me parece maravilloso que ocurran estas cosas aquí, cuando en mi tierra están ocurriendo tales calamidades”. (Uno de Angola.) “Ahí los tenéis, todos mezclados. Yo he luchado 21 años precisamente por esta unión… Acuso a los blancos y acuso a los morenos porque ninguno quiso hacerme caso. Aquí, en tres días, se ha resuelto sin hablar de ello… ¡Ha bastado hablar de Dios en verdad!” (Antes de que terminara de decir toda su admiración este negro imponente, saltó un capitán de la Marina, profesor de Cursillos, por encima de la mesa y le dio un abrazo, y saltó luego otro moreno y abrazó al capitán blanco por el otro lado, mientras lloraban hasta los “boys” del bar…) El secreto es éste: Dios. “Ha llegado un momento en

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que mi alma se ha transformado al toparme no sólo con Cristo, sino con mi prójimo…” “Es muy consolador saber que ciertamente comulgamos el mismo Cristo todos los miembros de su Cuerpo Místico: Los negros cristianos de África; Los cristianos de Europa, de América, Asia, Oceanía… ¡Somos la Iglesia!... Muchos males del mundo se evitarían si todos los hombres fuéramos en pos de Cristo cogidos de la mano: manos blancas, manos negras, manos amarillas…” (Un maestro negro)

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¡se ha abierto una puerta al Evangelio en África!

“Al día siguiente de terminar el Cursillo de Niefang, salimos Bonifacio y yo a dar una vuelta por el pueblo —cuenta Gamundi, el capitán marino, también metido en los mares de Dios—. Nos encontramos con un moreno, nuevo cursillista, que se acercó a nosotros para decirnos lo contento que estaba… Le eché el brazo sobre los hombros y fuimos paseando, compartiendo su alegría. Llegamos al comercio de un europeo cursillista y, mientras yo me separaba a saludarle, al moreno se le acercaron dos braceros nigerianos que hablaron con él en “pichinglis”. Me causó extrañeza la seriedad con la que hablaban los nigerianos y las risas que él daba; por lo que me explicó que aquellos braceros nos habían seguido por todo el pueblo, extrañados de que un blanco estuviese en tan alegre camaradería con un negro, y le preguntaron si yo era mulato —¡y no querían creer la respuesta negativa!—. Le dije que le tradujera en “pichinglis” que nuestra hermandad y cariño nacían en Cristo, que para los cristianos no hay colores, ya que el mandamiento principal de nuestra religión es amarnos los unos a los otros como Él nos ama. Mientras él les decía estas cosas, yo les mostraba el crucifijo. Sus rostros se transfiguraban y sedientos de amor, ansiosos de cariño, me repetían una y otra vez: “¡Yo cristiano! ¡Yo católico! ¡Yo cristiano!” La efusión de mi abrazo les demostró cómo es capaz de amar un cristiano, y mis lágrimas

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de emoción cayeron sobre los hombros de un Cristo negro, desarrapado y sudoroso…”

San Pablo lo diría así. “El año de África”, voceado por la Prensa, puede haber sido más que otros, gracias a esta levadura de los Cursillos, el año de Dios en África… Esto sentía yo, casi con lágrimas cuando iba a coger el avión, sin volverme demasiado a la terraza del aeropuerto de Bata, aquella vigilia de Reyes —tan llena de epifanías—, mientras la radio de Iberia, cursillista, iba cantando por “micro” el “De colores”…

Del avión pasaría a una tercera de la RENFE, en un Madrid metido de pleno en invierno, y me iba a despertar en Barcelona sin acabar ya nunca más de despertarme de este sueño de África. Porque lo cierto es que Damián, José María, Eduardo, Margarita, Antonia y yo —¡y ojalá que vosotros también, amigos lectores! — nos quedamos en África para siempre, con la nostalgia, en la oración. La “llamada de África” es verdad; sobre todo cuando es Dios quien llama desde África. ¡Y Dios ahora nos llama, a todos, desde allí, con clamor de tornado, en esta hora de África, convulsa, feracísima, pascual!...

CON CENSURA ECLESIASTICA DEL OBISPADO DE MADRID - ALCALA

Texto de Pedro Mª Casaldáliga, c.m.f.