Freire Espido - Melocotones Helados [Rtf]

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Espido FreirMelocotones helados

Premio Planeta 1999

Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

Espido Freir, 1999 Editorial Planeta, S. A., 2001 Crsega, 273-279. 08008 Barcelona (Espaa) Diseo de la cubierta: adaptacin de la idea original del Departamento de Diseo de Editorial Planeta Ilustracin de la cubierta: Dos muchachas junto a la ventana, de George Schrimpf, Nationalgalerie, Berln (foto AKG Photo) Foto de la autora: Elena Claverol Primera edicin en Coleccin Booket: abril de 2001 Depsito legal: B. 14.582-2001 ISBN: 84-08-03900-8 Impreso en: Litografa Roses, S. A. Encuadernado por: Litografa Ross, S. A. Printed in Spain - Impreso en Espaa

Biografa Espido Freir naci en Bilbao en 1974. Desde nia estuvo en contacto con el mundo musical, especialmente la msica antigua. Estudi Filologa Inglesa en la Universidad de Deusto, donde fue responsable de diversas actividades culturales literarias. Su primera novela, Irlanda (Planeta, 1998), fue muy bien acogida por la crtica, y los elogios se repitieron con Donde siempre es octubre (Seix Barral, 1999). Tras el xito obtenido con Melocotones helados (Premio Planeta 1999), Espido Freir colabor en el libro colectivo Ser mujer (Temas de Hoy, 2000) y public su primera obra de no ficcin, Primer amor (Temas de Hoy, 2000).

AM.

Escribiste: Voy a ir. Pregunt: Para qu venir. Dijiste: Para conocernos.

No hallaras otra tierra ni otro mar. La ciudad ir en ti siempre (...) pues es siempre la misma. No busques otra, no la hay. No hay caminos ni barco para ti. La vida que aqui perdiste la has destruido en toda la tierra. K. KAVAFIS

1

Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa: es fcil deslizar una seta venenosa entre un plato de inofensivos hongos. Con los ancianos y los nios, fingir una confusin con los medicamentos no ofrece problemas. Se puede conseguir un coche y, tras atropellar a la vctima, darse a la fuga. Si se cuenta con tiempo y crueldad, es posible seducirla con engaos, asesinarla mediante pual o bala en un lugar tranquilo, y deshacerse luego del cadver. Cuando no se desean manchas en las manos propias, no hay ms que salir a la calle y sobornar a alguien con menos escrpulos y menos dinero. Existen sofisticados mtodos qumicos, brujera, envenenamientos progresivos, palizas por sorpresa o falsos atracos que finalizan en tragedias. Existe tambin una forma antigua y sencilla: la expulsin de la persona odiada de la comunidad, el olvido de su nombre. Durante algn tiempo el recuerdo an perdura, pero los das pasan y dejan una capa de polvo que, ya no se levanta. Todo el pueblo se esfuerza en dejar atrs lo sucedido con los puos apretados y la voluntad decidida, y poco a poco, el nombre se pierde, los hechos se falsean y se alejan, hasta que, definitivamente, llega el olvido. Llega la muerte. Es fcil. Una vez habituados a l, el olvido resulta sencillo. La mente, que flaquea con la edad, ayuda a enterrar el pasado. A veces las puertas se abren y surgen los antiguos fantasmas. Otras, la mayora, permanecen cerradas, y los muertos no regresan de la

muerte, ni del olvido. Es fcil. Se olvida todos los das. Olvidaron a Elsa. Juraron que jams permitiran que eso ocurriera, que, pasara lo que pasara, Elsa continuara entre ellos; lo que haba sucedido con tantos no se repetira. Elsa sobrevivira a travs de la distancia, sobre el bosque de cruces del cementerio, entre las acequias con agua y la va del tren que los llevaba a la ciudad. Se equivocaban. No fue culpa de nadie. Sencillamente, pas el tiempo de Elsa y nuevas cosas los tomaron por sorpresa, nuevas cosas que ocuparon su lugar. Se olvida todos los das. Todos los das llega la muerte. Durante la mayor parte del ao los cielos se mantenan azules en Duino, barridos a fuerza de viento y helada. El sol relumbraba sobre las cpulas esmaltadas en dorado, ail y verde, y, a veces, las iglesias parecan esponjarse las plumas como pavos reales. Bajo los azulejos de colores, las paredes viejas mostraban el barro, y despus de la lluvia el aire se llenaba de polvo rojizo: ms bien despus de las tormentas, porque en Duino nunca llova de modo pacfico. Las nubes cargadas de agua se dirigan al mar, y dejaban de lado la zona, como si un hechizo antiguo les hiciera rehuir las torres refulgentes y la vida perezosa de la ciudad. Si llova, el agua llegaba envuelta en truenos. Si nevaba, los copos se confundan con el pedrisco y el granizo. Con ese clima las flores moran pronto, y en cuanto la primavera asomaba aparecan los surtidores. Los habitantes de Duino planificaron parterres bajo la sombra ms tupida de los paseos, con la esperanza de llenar los parques con nios y perros que jugaran y

dieran vida a Duino. Les aterraba volver la vista a las afueras, a las colinas ridas de los alrededores, y descubrirlas peladas y secas, con unos abrojos mseros y cuatro amapolas desangeladas y chillonas. Nadie se haba repuesto an de los estragos qu caus la gran sequa, cinco aos antes, pero la escasez de agua haba terminado, y las fuentes volvan a ser potables; el ro haba recuperado su caudal, y si el verano se mostraba clemente, Duino regresara a la normalidad. Elsa grande, que acababa de llegar a Duino, no se detuvo en esos detalles. Ni siquiera mencion el viento fro cuando llam a sus padres; aun con los calores de agosto, en medio del feroz ataque del sol, no haba manera de librarse de las corrientes de aire en la nuca, de la sensacin de hielo que vena de muy lejos, de las montaas. Tranquiliz a su madre. Slo estoy un poco cansada. Les has dado los regalos al abuelo y a la tata? An no. Despus de cenar. Y les has dicho algo de...? No. Luego march a su habitacin y se dej caer sobre la cama, agotada y con los nervios de punta. En un vaso, sobre la mesilla, haba colocado unas flores que das antes le haba regalado su novio, y que se haba trado consigo con los tallos protegidos por papel de aluminio. Se llev la mano a la frente y escuch en silencio. Despus de abrazarla, el abuelo se haba inclinado de nuevo sobre el peridico; la tata se haba ofrecido para ayudarla a deshacer las maletas y, ante su negativa, sali de la casa a toda prisa, preocupada porque las tiendas cerraran. Haba aguardado hasta el ltimo momento para incluir en la lista de la compra algunas chucheras que agradaran a Elsa.

El detalle la conmovi casi hasta las lgrimas, y no se atrevi a pedir nada. Naranjas, cerezas, si las hay apunt tmidamente ante la insistencia de la tata. El piso permaneci extraamente silencioso cuando la puerta se cerr. El ruido quedaba atrapado en los techos, tan altos, y pareca estancarse durante mucho tiempo. Tambin el olor a madera vieja, a barniz ardiente y a la colonia del abuelo flotaba en grandes vaharadas. A veces se haca tan espeso que las cuchilladas de sol que se colaban entre las cortinas podran cortarlo. El abuelo se encontraba bien, y pareca soportar con facilidad los aos nuevos y el calor. Elsa grande no le vea desde haca dos aos, pero no le not envejecido. Se haba recuperado de los achaques que sufri al superar los ochenta, y mantena la espalda recta y el pulso firme; mostr una alegra comedida al recibirla. No tienes calor, con la chaqueta puesta? fue lo nico que le dijo. Conoca a medias las razones por las que Elsa grande estaba all; saba lo justo, y no quera ir ms all. Lo nico que para l supona un cambio, una molestia amable, pero molestia, al fin y al cabo, era la presencia de su nieta mayor en la casa. Por lo dems, importaba poco si se recuperaba de un desaire amoroso, de una enfermedad grave, o si hua de algn peligro innominado. El abuelo le haba dicho que en la casa encontrara habitaciones de sobra: una grande donde dormir, y otra pequeita y cuadrada, que la tata haba librado de los tiles de planchar para que la empleara como estudio. Si Elsa grande se asomaba a la ventana, vera hileras de tejados con veletas; la calle era estrecha, y poda controlar sin esfuerzo lo que ocurra en las

ventanas desprotegidas del edificio de enfrente. En el cuarto viva un matrimonio anciano. En el tercero se balanceaba an un letrero que anunciaba una pensin de huspedes. Elsa sonri: aquella pensin haba sido de sus abuelos. Luego se propuso comprar tela un poco gruesa para la ventana del estudio. La luz se resentira con ello, pero no podra trabajar si saba que la miraban. De cualquier modo, al abuelo no le importaba una cortina de ms, ni siquiera un tabique menos. T haz lo que te parezca. Esta casa es tuya dijo, y le tendi un llavero de arandela con unas cuantas llaves. Entra y sal cuando quieras, que ni a la tata ni a m nos molestas. Ya eres mayorcita para vivir tu vida. Cuntos aos tienes? Treinta, treinta y uno? Por ah. Elsa grande sonri. El abuelo tambin sonri. Junto con las llaves, le haba otorgado el poder sobre el espacio, sobre las habitaciones. Sin preguntas. En el saln, que an conservaba algn tapete de encaje y un silln forrado de terciopelo rojo, el abuelo se humedeci los dedos y, con pericia de largos aos, abri el peridico exactamente por la pgina de necrolgicas. Casi se haba olvidado ya de Elsa grande. Luego echara una ojeada a los sucesos: asesinatos, reyertas, palizas. Nios que desaparecan. Nias que, a veces, aparecan. El resto del peridico guardaba entre las hojas sus historias no contadas. Durante gran parte de su vida se haba preocupado nicamente por los sucesos y las esquelas. Tambin por los anuncios de espectculos; en el momento en el que comenzaba la temporada en el teatro lea con avidez el programa, e incluso luego, cuando ya saba

que no sera as, que era imposible que fuera as, esperaba encontrarse por casualidad con la noticia de que la compaa de Silvia Kodama pasara ese ao por Duino. Silvia Kodama y su ballet, seoritas emplumadas y cuajadas de brillantina y lentejuelas. Cuando Silvia muri, hara ya veinte o veintids aos, olvid los espectculos. Saltaba lo referente al teatro, que nunca podra ser ya lo mismo, y se refugiaba en sus pginas conocidas, los sucesos, las esquelas, las que ya de antemano le avisaban de que no esperara nada bueno. La tata prepar la cena y reparti los platos como ofrendas sobre un mantel nuevo. Pescado blanco para el abuelo, que gustaba de las costumbres fijas. Un vaso de leche y unos dulces para Elsa, que se encontraba desganada. No he encontrado cerezas dijo, pero me he trado unas fresas. Venan apiladas en un cajoncito de madera, y bajo la primera capa de frutos enormes y brillantes aparecan otros aplastados, de modo que la madera pareca salpicada con manchas de sangre. La tata se neg en redondo a que Elsa tomara naranja por la noche; se mostraba inflexible con ciertas manas alimenticias. A cambio, le coloc casi bajo la nariz el plato con pastelitos. Son de la pastelera de los abuelos insisti, y a Elsa le qued claro que su rechazo no afectara solamente a los pasteles sino que se convertira en una ofensa a la familia. Los he trado de Virto. No has probado unos canutillos como stos en tu vida. El abuelo haba terminado la merluza, y seal con un gesto los pastelitos. Complcele. Si no, no callar en toda la noche. Elsa, obediente, comi. Alguna ventana abierta se

bata, y la corriente le golpeaba directamente en la espalda. Baj la mirada: el vaso de leche se confunda sobre el mantel, y los platos de loza, relucientes, dolorosos para los ojos adormecidos, chocaban contra las manchas de jugo de fresas. Se esforz por bostezar. Esta nia tiene sueo dijo inmediatamente la tata. Un poco minti Elsa grande. Les dio los regalos que su madre le haba metido en la maleta y logr marcharse a la cama. Se senta como una cra, como si el tiempo no hubiera pasado y ella tuviera quince, trece, nueve aos. Nueve aos. La edad de la otra Elsa. De aquella nia a la que haban llamado siempre Elsita. Ella, por supuesto, apenas saba nada de la nia Elsa. Conoca, eso era cierto, que los abuelos haban tenido una nia llamada as. Ella y su prima deban el nombre a esa nia. Lo supieron por sus madres, porque los padres nunca mencionaban nada al respecto, y ellas nunca se hubieran atrevido a preguntar al abuelo. Cuando Elsa grande creci, le pareci de mal gusto bautizar a una nia, a dos, en este caso, a ella y a su prima, con el nombre de otra ya muerta. Si es que estaba muerta. Nunca la encontraron. Por lo que a Elsa grande se refera, una ta con dos sobrinas de nombre y apellidos idnticos podra vagar por el mundo, naufragando en todas las confusiones posibles. Entraba dentro de lo verosmil que la encontraran un da, gracias a un error burocrtico. A Elsa grande la preocuparon esas cosas en plena adolescencia; odiaba su nombre, y se aferraba a la

idea de que demasiados nombres repetidos slo conducan al caos y a la mezcolanza. Si lo que deseaban era perpetuar el recuerdo de aquella nia, ah les quedaba la prima Elsa. Por lo pronto, las haban marcado de por vida: Elsa grande, Elsa pequea, las llamaban, para diferenciarlas. Ella deseaba llamarse Lilian. O Alejandra. Con el tiempo, Elsa le pareci adecuado. Tendran que pasar diecisiete aos para que, de nuevo, quisiera ocultar su nombre. De modo que el remite de la carta que su amiga Blanca recibira slo estara marcado por tres letras, tres iniciales: E. L. V. No senta sueo. Haba querido alejarse de las manchas de sangre de fresa sobre el mantel y de la solicitud cariosa, preocupada, de la tata. Con la maleta ya deshecha y las cosas ordenadas, lo nico que podra distraerla sera escribir a Blanca y, si le sobraba el tiempo, a Rodrigo. Encontr papel, y abri la ventana antes de sentarse. Entonces se concentr en el viaje envuelto en calor, en el olor espeso y familiar del piso del abuelo; esos detalles agradaran a Blanca. Con ella resultaba sencillo despegase de su mscara de frialdad, llorar, y no le importaba que al recibir la carta se advirtiese que haba llorado. No poda contarle que lo que ms le haba impresionado de la ciudad haba sido contemplar unas estrellas pintadas sobre la cpula de una de las iglesias. La tachara de fra, de observar su vida siempre a distancia. No entendera la manera en que le haba sobrecogido al encontrarse, de pronto, en un lugar distinto, en medio de un pueblo con el suficiente tiempo libre, con la suficiente alegra como para decorar las torres ms altas con estrellas doradas, con azulejos pintados de azul y verde.

El abuelo fingi olvidar sus vitaminas, pero la tata coloc los dos botecitos sobre la mesa y le vigil por el rabillo del ojo mientras levantaba la mesa: las fresas en su cajoncito, el vaso de leche vaco, el plato con dos canutillos. Los comera ella. El abuelo no era goloso, y aunque de vez en cuando picaba alguna rosca, o una pasta, no senta especial aprecio por los canutillos. La tata pensaba que se trataba de los recuerdos. Cada vez que el abuelo se llevara un dulce a la boca regresaran para l los tiempos de la pastelera, cundo an vivan su mujer y la nia, cuando no resultaba necesario consultar las esquelas, porque no haba muerto nadie importante, y el inters se centraba en los vivos, y l se llamaba Esteban, y ni siquiera dedicaba un pensamiento a sus invisibles nietos, los nietos que estaban por venir. La tata tena buena intencin, pero se equivocaba, pese a los largos aos compartidos y los hbitos comunes. Al abuelo nunca le haban gustado los dulces, como a la mayor parte de la familia. l y sus hijos, Miguel y Carlos, estaban hartos de verlos en la pastelera. Si algn recuerdo le traan, era el de las conversaciones interminables, los viajes al monasterio para conseguir el chocolate a un precio razonable, los regateos con la fbrica de mantequilla. La elaboracin de los dulces, las ideas y los ensayos delicados quedaban para Antonia; tal vez ella s se sintiera invadida por nostalgias amables cuando los comiera, tal vez por eso ella s fue golosa. Para el abuelo la melancola iba unida a Silvia Kodama, y Silvia se encontraba muy alejada de los avatares de la pastelera. Adems, haca aos que el negocio lo regentaba Csar, y con la firma del contrato el abuelo se haba sentido descargado de gran parte de su

responsabilidad. Nadie conoca la pastelera mejor que Csar, que haba comenzado de aprendiz en ella cuando Antonia decidi abandonar las lgrimas y dedicarse a los hornos; mimara a la clientela y, ante todo, cuidara del nombre de la pastelera. Csar era ya viejo, porque no podan ser muchos los aos que el abuelo le llevara, pero se conservaba bien, con el pelo cano, jovial y obsequioso, los mismos gestos vivos y el hablar grandilocuente de tiempos pasados. En sus visitas semanales al pueblo, la tata no olvidaba pasarse por la pastelera y encargar los pasteles que le pa-reciera; no haba abandonado sus maneras despticas, y sealaba con el dedo los dulces encerrados en los fretros de cristal, sin mirar a Csar. Unas yemas. Unas bolas de coco. Es buena esa tarta? No tiene una pinta demasiado... La tarta hubiera dado envidia a cualquiera, pero la tata no era cualquiera, y para ella, los pasteles haban iniciado su decadencia en el momento en que el abuelo, el seor Esteban, haba abandonado Virto. Csar no rechistaba, y ni siquiera le hubiera pasado por la mente la idea de cobrarle los pasteles. Por muchos aos que transcurrieran, la pastelera nunca sera suya: se haba resignado a ello. Adems, de un modo u otro, siempre supo buscar cmo vengarse de la familia. Cuando aquella semana la tata apareci por la pastelera, Csar esperaba un par de frases comunes, a las que poda responder aun antes de escucharlas. No se imaginaba, de ninguna manera, la noticia de que una nieta de Esteban, del seor Esteban, aparecera por Duino.Una de las Elsas. Qu Elsa? La de Miguel o la de Carlos? La tata tir del ovillo familiar. Elsa grande, la nia de Miguel. Era pintora, y no se haba casado an. Y a qu viene una chica de la capital a pudrirse

en Duino? Con discrecin, la tata call lo poco que le haban contado. Haba condescendido a ensear al que no saba, pero no consideraba a Csar digno de una charla profunda. Se encogi de hombros. Querr cambiar de aires. La juventud se aburre en todas partes. Ponme un cuarto de yemas. Csar, con la curiosidad mordindole tras los labios, se puso los guantes y escogi los dulces. Si la tata hubiera encontrado al maestro o al alcalde, o al menos a la mujer del alcalde, una mujerona que se llamaba Patria, a la que conoca desde nia; tal vez hubiera entrado en detalles, pero el alcalde y la mujer estaban de comida en un pueblo vecino, y el maestro, el pobre, sala poco de casa desde que el asma haba enraizado definitivamente en sus pulmones, y en aquella ocasin no se encontraron ni en la plcita ni en el parque junto a la estacin. Csar, conocedor de su posicin, y con una inquietud que le aceler la respiracin, no quiso saber ms. Recordaba a la nia Elsa prcticamente todos los das; era el custodio de su memoria. Haba atesorado los momentos preciosos de la nia: un vestido blanco y rojo que estren, con un bordado de pajaritos; las conversaciones con los amigos invisibles; la nia intentando llegar a los pedales de la bicicleta; la nia metiendo el dedo en la crema pastelera, y luego en la nata, para conseguir una astrid de dedo; la nia aburrida, rondando el horno en busca de alguien con quien jugar. Juegas conmigo, Csar? Ahora no, Elsita... Espera un rato. Cunto rato? Un rato.

Desde que Antonia, la seora Antonia, haba muerto, l velaba por la pastelera, l se aseguraba de que la fama no decayera. Sin revelrselo a nadie, haba rectificado algunas recetas, haba incluido proporciones mnimas de qumica para alargar la vida de la bollera y que pudiera soportar en buenas condiciones viajes de hasta dos das. Ya no se limitaba, como haban hecho siempre, a vender los dulces en los pueblos vecinos y en Duino. Exportaba trufas y turrones, y varios restaurantes de lujo se surtan exclusivamente en la pastelera. Mantena en secreto el auge de la empresa, temeroso de que el seor Esteban le aumentara la renta, o quisiera recuperar el negocio, de modo que mantena de cara al pueblo una fachada honrada, prspera pero no opulenta, y cargaba de madrugada las furgonetas con los envos. No le remorda la conciencia. El dinero llegara a l, pero el nombre que se engrandeca continuaba siendo el del seor Esteban. Slo dos variedades de pasteles se servan exclusivamente en el local: las estrellas, que deban frerse y servirse en caliente, y que an no haban logrado superar la congelacin en condiciones, y las elsas. Csar aduca que el merengu no soportaba el calor, y se echaba a perder antes de salir por la puerta. Menta. En la carta que Elsa grande escriba a su amiga Blanca hablaba poco del abuelo y mucho de la tata, porque Elsa saba que su amiga considerara ms interesante la existencia de una criada eterna, perteneciente a la familia, que la de un abuelo. Sin embargo, s inclua un retrato colgado en su habitacin, en el que el abuelo apareca vestido con traje de espiguilla y un sombrero en la mano. Tena veintids aos. An no haba comenzado la guerra,

an nadie sospechaba que una guerra se convertira en una guadaa de vidas. El abuelo, pese a su traje y su seriedad, mantena la mirada de un nio. Antes de ser hombre le aguardaba un viaje de doce horas a Desrein y cuatro aos de guerra. La tata, perfectamente ignorante de su importancia en la carta, se recoga el pelo para dormir y se asomaba a la habitacin del abuelo antes de acostarse. Dios mo pensaba, al contemplar la cabeza blanca del seor Esteban sobre la almohada, qu triste es hacerse viejo. Luego aguard en el pasillo ante la puerta de Elsa. Apaga esa luz, nia. Que ya no son horas. Te vas a dejar los ojos. Ya va, tata. Estoy terminando una carta. Una carta? Por qu no llamas por telfono, que terminas antes? Adems, maana tenemos que hablar de muchas cosas. No s ni qu te gusta para comer. Cualquier cosa. Lo que sea. Lo que sea. Qu fcil es decir eso. A la tata le preocupaba tambin la factura de la luz, y el modo en el que podran tratar con delicadeza la cuestin del dinero que aportara Elsa grande para el mantenimiento de la casa. El abuelo no haba querido escuchar ni una palabra sobre el asunto. Para una vez que vienes aqu, vas a hablar de pagar a tu abuelo? Dejemos eso... Elsa grande le haba dicho claramente lo ofendida que se sentira si viva de balde, como una invitada sin fecha de partida. Respecto a la tata, Miguel haba hablado con ella por telfono y le haba ordenado que aceptara el dinero. Si las dudas de la tata hubieran persistido, aquella llamada las habra disipado. As fuera acompaarle al infierno, ella hara siempre lo que dijera Miguel, y ms an si se trataba de atender

a su hija, que se presentaba tan de improviso. Huyera la muchacha de lo que huyera. De una pena amorosa, de una enfermedad maligna o de algn peligro al que no se deba poner nombre. De un peligro al que no se atrevan a poner nombre. Porque en Desrein, unas semanas antes, haban comenzado las cartas en blanco... Cuando Elsa grande recibi la primera carta en blanco pens que haba sido un error. La encontr en medio de las facturas del banco y de una postal de Antonio. Se trataba de un sobre comercial con una etiqueta y su nombre mecanografiado. Mientras suba la escalera a su pisito lo rasg y extrajo la carta, un folio limpio, doblado en cuatro. Crey que se trataba de propaganda personalizada, y que, por descuido, haban introducido un folio no impreso. La segunda carta lleg en un sobre idntico. Elsa grande se detuvo en el tercer piso y observ la hoja al trasluz. Incluso record antiguas argucias infantiles que su hermano y ella empleaban cuando jugaban a los espas, y chamusc el sobre y su contenido sobre una vela, por si haban escrito algo con zumo de limn, o con leche. No encontr nada. Se sent a la mesa de la cocina, con el entrecejo fruncido. Cuando era nia haban; recibido varias cartas annimas. Deban hacer veinte copias, incluir una monedita con cada una y enviarlas sin remite a sus amigos. Un sacerdote haba iniciado la primera haca ya treinta aos; la carta haba dado varias vueltas al mundo, y los instaba a continuar la cadena, para difundir as la amistad y la alegra. De lo contrario, la mala suerte caera sobre ellos y su familia: perderan a seres queridos, se arruinaran, su salud se deteriorara.

Elsa grande y su madre se asustaron mucho ante aquellas cartas y, pese a las burlas del padre y de Antonio, copiaron la carta, pegaron la moneda con una tirita de papel adhesivo y repartieron los sobres por los buzones de los portales vecinos. Aunque haban sorteado la mala suerte, Elsa no qued del todo tranquila: con esa carta extenda las amenazas a gente inocente, que caera ante el poder de la cadena. Repitieron el proceso dos veces ms. A partir de entonces, Elsa grande y su hermano inspeccionaban el correo y palpaban los sobres sospechosos. Si encontraban evidencias de una moneda, la arrojaban a la papelera sin abrir. La segunda carta en blanco que recibi al poco tiempo le hizo revivir aquellos temores, y la tuvo dando vueltas sobre la mesa y el fogn durante varios das. Acababa de mudarse de piso, pero el sobre indicaba muy claramente su nombre, de modo que no se trataba de una confusin. Cuando lleg la tercera carta se lo coment a Rodrigo. Fjate. Y ya es la tercera vez. Tampoco l fue capaz de encontrarle sentido. Revis la carta y volvi el sobre del revs. No ser cosa de Blanca? pregunt, porque la consideraba capaz de cualquier extravagancia. Para eliminar posibilidades, Elsa cogi el telfono y avis a Blanca. No saba nada. Elsa se volvi a Rodrigo con cierto aire triunfal, completamente inadecuado a las circunstancias. Puede ser alguno de tus vecinos. No veo matasellos en el sobre. Lo han entregado en mano. Como el asunto no se repiti, ella no le dio mayor importancia, y apart de su mente la idea de que alguien la espiaba y depositaba en su buzn inquietantes mensajes en blanco. Ms tarde, cuando

record que realmente saban dnde viva, su portal, su piso y su buzn, le entr miedo, y se descorazon ante lo inasible de la amenaza. Aunque hubiera conservado los sobres, no tena nada que presentar, tan slo tres etiquetas con su nombre y tres folios vrgenes. Con las cartas apareci la preocupacin. Las llamadas trajeron el miedo. Era viernes y en premio a lo mucho que haba trabajado en las ltimas semanas, Elsa decidi cerrar el estudio antes de la hora y subir a su casa temprano. Se senta perezosa y se detuvo unos instantes a tomar el sol ante la ventana abierta de la sala. Entonces son el telfono. Sin abrir los ojos, extendi el pie y atrajo hacia s la mesita con el aparato. Diga? pregunt con voz que pareca surgir de una sonrisa, aunque no haba sonredo. Esa argucia perteneca a Blanca. Hubo un silencio. Luego, colgaron. Elsa colg tambin, pero no alej el telfono. La llamada podra proceder de una cabina demasiado voraz que se hubiera tragado una moneda antes de tiempo. Gir la cabeza en direccin al sol y se retir el pelo de la frente. El telfono son de nuevo, y esta vez ella contest casi inmediatamente. Sin embargo ahora no le respondi un silencio, al menos no uno mayor que el empleado en tomar aire, sino una voz masculina que repetira una y otra vez las mismas palabras. Elsa permaneci con el auricular en la mano, petrificada. De pronto, sinti en la cara una fiebre muy alta. Se ha equivocado dijo, y colg luego.

No encontr fuerzas para moverse. Si le hubieran escupido, la sensacin de repugnancia, de sentirse manchada y ultrajada, no sera mayor. Marc el nmero de Rodrigo, pero antes de que el telfono sonara record que era viernes y que no trabajaba por la tarde. Tampoco lo encontr en casa. El telfono son otras tres veces hasta la noche. Dos de ellas se debieron al hombre desconocido, a la misma voz que insultaba y profera amenazas. La tercera vez dej que el sonido se repitiera y se ahogara por s solo. No haba reconocido la voz: estaba convencida de no haberla escuchado antes. Esa noche sali a cenar con Rodrigo, y se esforz al mximo por mostrarse contenta y relajada, aunque l debi de notar algo. Me ests escuchando o no te interesa nada de lo que te cuento? Elsa grande le apret la mano por encima de la mesa. Se ara el brazo con las pas del tenedor. Perdona. Estoy cansada. Si quieres, te llevo a casa. No. No quiero quedarme sola. Vamos a la tuya. No le habl de las llamadas. No fue hasta el lunes cuando, aterrada ante la insistencia, sin atreverse ya a coger el telfono que sonaba cada media hora, desde la maana hasta muy entrada la madrugada, se lo revel a sus padres. Antonio estudiaba ya fuera, pero su presencia no pareci imprescindible, aunque si hubiera sido Antonio el acosado y no ella, sus padres le hubieran pedido su opinin, precavida opinin de hermana mayor sobre el futuro del pequeo. Elsa se lo contara todo con calma, ms tarde. Su padre la mir como si no la conociera. Te has buscado algn lo con alguien? pregunt.

La madre se sobresalt. Elsa neg con la cabeza. Desconfas de tus vecinos? Te has burlado de alguien, has ridiculizado a alguien? Te ha preguntado alguien sobre tu familia o tu direccin? Tiene Rodrigo algn enemigo? Y Blanca? Te ha comentado algo? Quin puede conseguir tu telfono? Ella continu negando. Qu piensas hacer? Nada. Avisar a la polica. Confiemos en que con eso se solucione. El padre removi el cafe. No pareca demasiado convencido. Si no has hecho ninguna tontera, no veo que tengas nada que temer. Ser algn gamberro. Estas cosas suelen hacerlas los novios rechazados, o cualquiera que te haya tomado ojeriza. Quieres que te acompae cuando vayas a denunciarlo? Pero qu te decan? insisti la madre. Qu decan? Nada. Insultos. Insultos, mam. Haban repetido lo mismo una y otra vez, en cada una de las llamadas. Traidora. Hereje. Vendida. Luego: Voy a matarte. A continuacin, silencio. Dos meses antes, Elsa grande haba expuesto en la galera del Museo. Era un buen momento para las artes plsticas. Si se saban mover los resortes, no resultaba muy complicado lograr un hueco y, si uno no olvidaba invitar a la gente adecuada, poda dar en breve el salto a una galera particular; varios compaeros de Elsa lo haban conseguido, y se fraguaban ahora cierto nombre. No ests nerviosa? preguntaba Blanca, cien

veces al da. Por qu iba a estar nerviosa? Hay muchas muestras de stas. La ma pasar desapercibida. Ya sabes, con esa suerte que me acompaa... Pero no fue as: uno de los retratos gust especialmente a Ramiro Espinosa, el crtico de arte ms influyente desde haca varios aos, que alab con generosidad a Elsa. Pincelada minuciosa, admirable introspeccin y profundidad sicolgica. Dos bancos reaccionaron con curiosidad, y se interesaron por ella, aunque el trato con el primero qued en nada, porque ellos buscaban paisajes y edificios relacionados con el banco, y Elsa slo pintaba retratos. El segundo compr varios cuadros, pero eso no se debi tanto a su mrito como a Rodrigo, que aconsej fervientemente a su jefe esa compra. En fin dijo Blanca, levantando una ceja. Al final va a resultar que es til tener novio. Espero que no respondi Elsa: Destrozara tu filosofa vital. Por esa misma poca, el paciente trabajo de hormiguita de Elsa y Blanca comenzaba a dar sus frutos, y cuando entre la buena sociedad de Desrein se renov la moda de hacerse retratar, todos se acordaron de ellas a la vez y los encargos las desbordaron. Blanca, que se creca con la tensin, se desdobl para poder atender su trabajo y ayudar a Elsa: las aterraba pensar qu hubieran hecho de encontrarse en la poca de bodas. Y cuando pase la moda? se preguntaba Elsa, con un punto de angustia. Qu va a pasar cuando se aburran de posar para retratos? Sobreviviremos... No hemos sobrevivido siempre? Cuando decidieron trabajar juntas completaron un ciclo natural. Haban sido amigas desde el colegio,

cursaron la misma carrera; de no ser por el problema de Blanca, que dificultaba enormemente la convivencia, compartiran el mismo piso. Blanca haba derivado hacia la fotografa, y Elsa grande hacia la pintura, pero a veces empleaban tcnicas mixtas, por las que Elsa senta mucha atraccin, y, si una de las dos no poda con todo, la otra le echaba una mano. Eso las diverta. Cuando Blanca completaba alguno de los retratos, rean a carcajadas. Imagnate el desconcierto de los crticos: Hmmmm deca Blanca, imitando la relamida voz de un experto afectado. No creo probable... estas pinceladas... la inconfundible mano... la maestra Elsa... gran hallazgo. Elsa se rea. Qu payasa eres. De momento, les iba bien. Al menos, conseguan lo suficiente para que Elsa no tuviera que vivir de las clases de pintura para jubilados en el centro social, clases que a lo largo del tiempo haba llegado a aborrecer con todas sus fuerzas. Haca un ao que Elsa viva sola, en un piso pequeito, alquilado, y ni se le haba pasado por la cabeza que su situacin pudiera cambiar. Haban invertido casi todo el dinero en el estudio; Blanca ahorraba para un coche, y Elsa para la hipoteca de un futuro piso, porque Rodrigo y ella pensaban casarse pronto. Saban que en Desrein, de vez en cuando, las pequeas mafias, o los rateros, se ensaaban con un comerciante al que las cosas le fueran sorprendentemente bien. Cuando as ocurra, los robos se sucedan, y una de las tiendas atravesaba, de pronto, una temporada de mala suerte. Pero nunca haban molestado a Miguel, el padre de Elsa, y ellas no pensaban que su relativa prosperidad hubiera podido atraer la atencin.

Cuando las amenazas se iniciaron, repasaron concienzudamente la trayectoria de ambas: no se trataban con nadie conflictivo, no deban dinero, no las rondaban admiradores ni novios despechados que las quisieran mal. Las llamadas de telfono haban aparecido de la nada, y parecan regresar a la nada algunos das. Pese a que Blanca, con su avasallador sentido de la amistad, consider que las amenazas alcanzaban a las dos, a Elsa no le caba ninguna duda. Era ella. Iban a por ella. En Desrein ocurran cosas extraas y terribles, como siempre haban ocurrido y como ocurran en cualquier gran ciudad. Sin embargo ni aquel tipo de crmenes ni las amenazas qu Elsa grande reciba hubieran sucedido treinta aos atrs, cuando Miguel, su padre, se haba instalado en la ciudad procedente de su pueblecito. Entonces era joven y crea que escapaba de una situacin desesperada. En parte lo era. Varios aos de sequa y de prdidas en las cosechas afectaron la economa de la zona de Duino, como si la regin no se hubiera despertado an de las hambres medievales. La industria, pobre e insuficiente, estaba en manos de unos pocos capitalistas, y Miguel se vea con demasiada energa como para resignarse a trabajar para otros. Aqu no puedo continuar, y no valgo para la pastelera haba dicho en su casa. Que se encargue Carlos de explotarla, si quiere. Yo mejor me voy. Se march en el tren, con una maleta medio vaca y el traje de los domingos envuelto en papel de estraza. Su padre le facilit los nombres de unos cuantos compaeros a los que haba conocido en la guerra, que le ayudaron a abrir un comercio: una

pequea tienda de muebles. Baratos, funcionales, un poco toscos. La ciudad creca, se edificaba por doquier, y no se peda otra cosa que maderas de bajo precio y frmicas. Con el tiempo, la tienda cambi de gnero, y en los ltimos aos vendan azulejos, baldosas y sanitarios: paneles para duchas, y espejos, accesorios de bao, e incluso figuritas y polveras de porcelana de dudoso gusto. Aunque no haba prosperado tanto como hubiera deseado, no aoraba Virto. Salvo a sus padres, no recordaba con agrado nada de lo que dejaba all. Su hermano Carlos tambin termin en Desrein. Trabajaba en una empresa de autobuses, de la que se deca que haba llegado a ser inspector. Se trataban poco. De no haber sido por sus mujeres, que se llevaban bien y tomaban un caf juntas una o dos veces al mes, hubieran perdido todo contacto. Miguel crea que sus palabras le haban enfurecido, y que por eso no haba querido hacerse cargo de la pastelera. Carlos saba desde muy nio que l prefera morir antes que obedecer algo que Miguel hubiera sugerido. Para Miguel, Carlos era algo que haba dejado en Virto. Para Carlos, Miguel le haba obligado a salir de all. Durante mucho tiempo la preocupacin mayor de Desrein fue la falta de empleo. Los peridicos incorporaban cuadernillos con ofertas y demandas, y si los polticos queran conquistar el corazn de los electores, no tenan ms que aludir al paro y sus soluciones. Sin embargo, cuando Miguel y Carlos, an solteros, llegaron a aquella ciudad treinta y cinco aos

antes, se acoga con los brazos abiertos a quienes desearan trabajar en ella: hacan falta peones, obreros no cualificados, gente que por poco dinero se metiera en las nuevas empresas. Y tambin carpinteros, ebanistas, torneros, ferrallas, albailes. Costureras y sastres, hombres que no sintieran miedo al trepar por los andamios y mujeres que escogieran tornillos en las fbricas. Por fin, tantos aos despus, Desrein se recuperaba de los destrozos de la guerra, y lo haca con el vigor y la urgencia de un recin nacido. Poco a poco, la fiebre se calm; una vez construidos los pisos, y bien asentadas las industrias, necesitaban atraer a gente con dinero: inversores y terratenientes que sintieran debilidad por Desrein y quisieran entroncar con su rancia burguesa. An hicieron falta obreros, porque resultaba imprescindible adecentar las carreteras, planear nuevas vas y autopistas; cuando aquello termin, el engranaje de la mquina haba quedado bien engrasado, y pudo funcionar sin necesidad de ayuda. Pese a la cara lavada y la nueva riqueza, Desrein no haba variado ni un pice: los otros, los forasteros, comenzaron a estorbar. Yo he perdido la confianza al salir a la calle decan las seoras que merendaban en las pasteleras . Da asco ver cmo se est poniendo todo. Y, en otro tono, sus maridos opinaban algo similar, y estaban de acuerdo en que haba que tomar medidas. No fue algo que sucediera de un da para otro: primero puso fin a las facilidades de trabajo. Luego se buscaron modos de restringir el poder de los inmigrantes: como aquello no hubiera resultado justo a los ojos de nadie, optaron por mtodos discretos. Se acallaba a los sindicatos, se daba fin a las facilidades para el ascenso, las horas extras se convirtieron en un recuerdo. Con la misma suave persistencia con la que

atrajeron a la gente cuando la necesitaron, comenzaron a rechazarla. Desrein creca, se desbordaba: los barrios que rodeaban la ciudad se infestaron de malos vientos. Faltaba dinero, sobraba la droga y la violencia. Desrein se divida en anillos bien distintos: el centro antiguo, con su catedral y sus tiendas venerables; la parte nueva, donde tenan lugar los negocios y habitaba la gente diurna; las afueras, las casas de construccin pobre y suelos irregulares, donde gente llegada de fuera, o gente de Desrein que no haba sabido prosperar, que no hallaba lugar, miraba pasar sus das. Poco a poco todos fueron cayendo en la miseria: los mayores, los antiguos peones, los obreros no cualificados, los carpinteros y los ebanistas que sobraron, los torneros, ferrallas y albailes que no encontraban hueco, las costureras y los sastres que fueron sustituidos por las mquinas textiles, los hombres que trepaban audaces por los andamios y las mujeres con la vista quemada tras largas horas de escoger tornillos en las fbricas. Muchos de ellos comenzaron a beber. Era comn encontrar a viejos prematuros que se sentaban en los portales con una botella de vino. Pedan dinero. Algunos se trasladaban de un lugar a otro con bolsas sucias, y estorbaban en los parques y las avenidas. Las mujeres sobrevivieron mejor a la quema. Se vieron de pronto solas, con hijos y sin dinero que entrara en casa. Fregaban suelos, cosan en casa, lograban que las contrataran de tapadillo las mismas fbricas que las despidieron. Aun as, tambin ellas se daban por vencidas. Nadie cuidaba de los ms jvenes, de los nios que ya haban nacido en Desrein pero que no haban llegado a pertenecer a la ciudad.

Se los vea sentados en las plazas, con rostros hostiles, casi siempre con algn perro, y resultaba imposible distinguir a unos de otros. Cuando cundi la desesperacin en sus padres, los muchachos se sintieron vacos y tristes: las antiguas creencias no bastaban. Tampoco les bastaba el alcohol; lleg la droga. En las plazas, en las esquinas, en las zonas ms apacibles de los parques, aparecan jeringuillas, algodones sucios, muchachos dormidos de pmulos aguzados, con el rostro azulado, que no despertaban. Y ms adelante, aparte de los parasos imaginarios que ofreca la droga, necesitaron un tabln al que aferrarse, un smbolo, un dolo. Importaba poco que fuera un poltico, un cantante, un actor o la ltima reina de la belleza. Los hroes haban muerto, y haban dejado el mundo desolado y negro. En la crisis econmica y la lenta conciencia de su pequeez, les era imprescindible creer en algo. Y los jvenes refunfuaban las mismas seoras, aterradas ante su aspecto, quin sabe qu caminos seguirn? Habra que limpiar la ciudad de esa gentuza. Mendigos, miserables, basura. No todo el mundo opinaba lo mismo. Frente a la indiferencia de las autoridades y de los bien pensantes, algunos supieron ver ms all de la pobreza, y adivinaron que la rabia y el resentimiento podran ser armas poderosas si se saban utilizar. Especialmente, entre los jvenes, los ms dbiles y desencantados. Cuando los traficantes de drogas haban exprimido ya todo el dinero y la vida que les podan ofrecer, aparecieron mesas y lderes dispuestos a guiar a los extraviados. Se parecan a los hroes, y ocuparon su lugar. Llegaron las sectas.

Entre ellas, destac una. Un pequeo grupo, que luego fue creciendo. Tmidos primero, ms adelante hinchados por el miedo y el gran descubrimiento que supona el poder. Defendan unas creencias msticas y una vida de guerreros. Con su ideologa atraan a los ansiosos y a los desesperados; haba adeptos que no llegaban a comprobar ms que la cara dulce. Pero junto a la ayuda a los drogadictos, la defensa de una vida sana y estoica, el cuidado de los ms dbiles, tambin eran capaces de rastrear a una persona que los traicionara con el empeo de perros de caza. Defendan su reino con sangre, a capa y espada, y si era preciso atentaban contra los bienes de los que consideraban enemigos quemaban sus casas o sus negocios, propinaban palizas, mataban; ya se preocuparan de la justicia y las justificaciones ms tarde. Al fin y al cabo, eso se esperaba de los hroes. Al principio eran pocos. Luego aumentaron. Se hacan llamar la Orden del Grial. Por supuesto, los comportamientos heroicos de la Orden del Grial constituan un delito. Nadie deba destrozar un coche, o un piso recin amueblado, por muy interesantes que fueran sus creencias religiosas, y mucho menos en la parte nueva, en la que los edificios de cristal y diseo novedoso eran presa fcil para el vandalismo. La polica los persegua. Los jueces dictaban sentencias. Sorprendentemente, los grialistas no se resistan a ello. Callados y dciles, cumplan sus penas y fingan una humildad propia de los injustamente acusados. La cara dulce. Se volvieron ms cautos, aprendieron a elegir a sus enemigos, y despus de las primeras detenciones, los tribunales no dispusieron de suficientes pruebas

contra la Orden del Grial. Cmo acusar a aquella gente que se preocupaba por los desprotegidos, que acogan en sus casas a enfermos terminales, a madres solteras, a nios que nacan ya adictos a las drogas? Quienes los denunciaran deban de ser resentidos, locos, gente que disfrutaba causando problemas a los dems. Las vctimas sintieron miedo, y en muchos casos, ni siquiera denunciaban los ataques. Era preferible perder un coche que el dolor de una costilla rota. Resultaban menos onerosas las reparaciones en la casa que los gastos de un funeral. Como oficialmente los grialistas se dedicaban a la caridad y a la ayuda social en las zonas ms conflictvas de la ciudad, las pruebas eran siempre escasas. Las muertes se producan despus de una pelea callejera, o durante un atraco. Delincuencia propia de las grandes ciudades: habitualmente, reducida a los extrarradios. All no se alzaban altas torres de vidrio y acero, sino pisos baratos con paredes endebles. Lo que all ocurriera, mientras slo ocurriera all, no importaba a nadie. Pero no se limitaban a eso. Cortejaban tambin a otros ciudadanos, gentes que podran aportarles ms ingresos que los desdichados a los que ayudaban. Sus mtodos eran siempre los mismos: se alimentaban de personas desorientadas a las que ofrecan auxilio. Usted decan necesita ayuda. Yo estuve como usted. Necesitaba ayuda y la encontr. Por qu no le va a ocurrir lo mismo? Los invitaban a cursos de meditacin, para que encontraran su autntico ser. Luego llegaban clases tericas sobre temas amenos: qu esconden los sueos, existe vida despus de la muerte, qu significa realmente el Grial, quin puede llegar al Grial, cmo conseguir la vida eterna. Una vez

superada esa fase, venan los Ayunos, despus, las Reclusiones en sedes que pertenecan a la Orden, y por ltimo, cuando se consideraba que el nefito ya era digno de ello, se le bautizaba. se era el primer paso. Despus, llegaban las Purificaciones: estancias al aire libre, en contacto con la naturaleza, largos paseos y convivencias siempre bajo la vigilancia de miembros de la Orden que haban conseguido un Rango superior. Y si se seguan con severidad y devocin todos los pasos y los mandatos de la Orden, podran llegar a la pureza mxima. Alcanzaran el Grial. Mientras la Orden del Grial escogi a sus adeptos ntre las capas ms bajas de poblacin, nadie se enter del problema. Las seoras acaudaladas se haban cansado ya de renegar de la sociedad y de sus males, y comentaban otras cosas en sus meriendas. Incluso cuando sorprendieron a adolescentes de buenas familias matando a puntapis a sus compaeros de colegio mientras jugaban a ser Caballeros del Grial, con las habitaciones plagadas de folletos y consignas de la secta, movieron la cabeza y renegaron de la violencia juvenil. No repararon en que los grialistas se haban extendido como las sombras con la noche, y se haban aposentado slidamente en el cogollo de la buena sociedad. Los asesinatos existan, pero eran ms numerosas las justificaciones. Algunos se hartaron de callar, y un buen grupo de afectados, de familias que haban arrancado a sus miembros de la secta, respaldados por desreinenses influyentes y por organizaciones religiosas y caritativas, denunciaron la situacin. Lograron publicar un peridico, fundaron una asociacin de damnificados y armaron tanta bulla que consiguieron

atraer la atencin. Desrein, el coloso dormido, se volvi hacia ellos, los olfate y les mostr su desprecio. Pero todo era confuso. Demasiados grupos empleaban las mismas tcnicas, y los profesores de yoga y meditacin se quejaban por encontrarse de pronto en el punto de mira por unas razones tan injustas. Un titular de prensa que habl de su misin se refiri a ella, a la asociacin, como La nueva Cruzada. Los cruzados. El nombre se populariz pronto. Como era lgico, pronto se convirtieron en el objetivo de los grialistas. Las amenazas no cesaron cuando Elsa grande cambi el nmero, ni siquiera cuando renunci definitivamente al telfono. En una ocasin, al regresar a casa, encontr la ventana de la sala rota, y una lata llena de lquido sobre la alfombra salpicada de cristales. La arroj a la basura. De la noche a la maana, asaltaron el estudio y rociaron con pintura roja el interior: las paredes, las estanteras, dos cuadros inacabados, los caballetes viejos que Elsa conservaba, el interior del cuartito de revelado. Unos das ms tarde estall un pequeo artefacto en la tienda de Miguel, aunque apenas hubo daos, porque fue a parar dentro de una baera, y el fuego no se extendi. Elsa palideci al verlo. Se trataba de una lata requemada similar a la que haba encontrado en su piso. Aun as, estaba dispuesta a quedarse. Aqu he nacido. En Desrein tengo mi negocio, a mi familia y a los amigos que conozco. Fuera quien fuese el que la atacaba, con el tiempo y su indiferencia se aburrira y escogera otra vctima. De no haber sido por Antonio, hubiera permanecido all alguna temporada, pero por esos das, despus de

dos meses sin acordarse de su familia, Antonio llam, y Elsa grande le puso al tanto de la situacin: le habl de las llamadas, de los ataques a las dos tiendas y de su decisin de no dar ms importancia al asunto. Antonio, a travs del telfono y de los tres mil kilmetros de distancia, call por un momento. Ests loca dijo. Te confunden con Elsa pequea. Ella s que est metida hasta el cuello en esa mierda de los grialistas. Ella tard en comprender. Cuando lo logr, pas el telfono a su padre y retrocedi hasta la pared. Dos das ms tarde cenaba con su abuelo en Duino. Les haba parecido lo ms adecuado. Elsa grande se notaba temblorosa; se le caan las cosas de las manos mientras haca las maletas, a ella, habitualmente tan serena y duea de s misma. Estaba empaquetando las cosas que se llevaba, y su piso, que no haba acabado de amueblar, pareca desangelado y fro. Su madre haba ido a echarle una mano, y se sent un momento en el borde de la cama. Con el abuelo estars bien. Te quiere mucho, ya lo sabes. Y yo no me quedo tranquila si no s que hay alguien de confianza contigo. Est bien contest ella, que hubiera respondido lo mismo a todo. Al cabo de un momento, la madre entr de nuevo en la habitacin. Quieres que vaya yo contigo? Tu padre puede arreglarse bien sin m. No, mam. Ya vers, todo esto se acabar antes de que nos demos cuenta. Bueno aadi, no muy convencida. Como t quieras. No llevara mucho peso en esa ocasin porque haba pensado marcharse a Duino en autobs. La

aterraba que la siguieran si alguien la llevaba en coche, y ella no saba conducir. No te preocupes. Te enviaremos lo que necesites en cuanto nos lo pidas. Y dentro de dos semanas ir a verte. Ahora coge slo lo esencial. Ya llevo slo lo esencial. Era difl de decidir qu resultaba imprescindible y qu no. Su ropa vieja, la que empleaba para sentirse cmoda en casa, las horquillas nuevas con las que se sujetaba el pelo, unos tiestos esmaltados que haba llenado de plantas. Podra comprar nuevos tiestos all. En realidad, podra comprar prcticamente de todo en Duino. Pero en su piso cerrado quedaban las otras cosas imprescindibles: cuadros sin terminar, libros, fotos, un paquete de arroz a medias. Los objetos que hasta entonces haban conformado su vida se alejaban, y quedaban sueltos, sin nombre, flotando en la memoria. Rodrigo la encontr sentada en el suelo, escribiendo una lista de tareas pendientes que Blanca deba terminar por ella. Era da cinco, y le traa un ramo de flores, como todos los cinco y diecisiete de cada mes. Elsa grande levant la cabeza y seal a su alrededor. No quiero irme. Si me marcho, ellos habrn ganado. Vern que me han asustado, y continuarn asustando a otros. No seas terca. Ya has odo a los expertos en seguridad. Lo que deberan hacer los expertos es protegerme, en lugar de obligarme a tomar unas vacaciones lejos de aqu. Rodrigo se sent junto a ella y le dio las flores. Callaba. De pronto, Elsa se volvi a l. Ven conmigo. Vamonos a Duino, pero vamos los dos juntos. Podemos coger un piso, y as yo no

tendr necesidad de vivir con mi abuelo le abraz. Apoy la cabeza sobre el hombro del chico y le empuj, como un cordero que peleara contra otro. No es as como habamos pensado que iran las cosas, pero otros han decidido por nosotros. Puede ser una oportunidad si sabemos aprovecharla. En realidad, quera decir: demuestra que me amas, scame de aqu, s mi hroe, Contigo? pregunt Rodrigo. A Duino? Hay que pensar con calma estas cosas, Elsa. Supongo que estars nerviosa... Adems, qu le vamos a decir a tu familia? En realidad, quera decir: qu demonios hago yo en Duino? Es verdad... el trabajo... tu trabajo, quiero decir dijo Elsa grande, y baj la cabeza. No tienes la misma movilidad que yo. En realidad, preguntaba: es que yo no te importo? Te prometo que ir a verte siempre que pueda. De todos modos, si la situacin dura ms de la cuenta, puedo intentar que me destinen a alguna oficina en Duino. No crees que es lo ms sensato? En realidad, imploraba: no ves que yo no sera capaz de defenderte? Elsa cogi el ramo de flores y lo dej en el suelo. Busc con la mirada extraviada un jarrn, algo en lo que mantenerlas vivas. Por un momento, pareci que iba a mencionar algo, a liberarse del peso de las palabras no dichas. Pero continu mirando fijamente el papel con la lista de tareas por hacer y slo dijo: S. Esa tarde Elsa haba acudido a la residencia de ancianos en la que trabajaba como voluntaria de vez en cuando. Haca compaa a algunos de los internos,

y sobre todo, los escuchaba. Recordaba la temporada en la que haba dado clases a jubilados en el centro social como una pesadilla, sin embargo, le gustaba ir a la residencia. Era un edificio amplio, con unos jardines muy cuidados: un hogar exclusivo, con mensualidades altsimas. La mayor parte de los ancianos haban sido personas de cierto abolengo, y la edad haba dulcificado su altivez y la haba transformado en dignidad. Habl con el director de la residencia, y, con toda franqueza, le revel lo que pasaba, y le asegur que deba irse. Elsa grande esperaba sorpresa, gestos de cario y comprensin; tambin, aunque eso no quera reconocerlo, cierta admiracin por su valor y su honestidad al no desaparecer de pronto sin dar ms aviso. Slo obtuvo la sorpresa. No entiendo nada dijo el director. Si todo esto no va contigo, por qu te marchas? Elsa se qued sin saber qu decir. Porque eso es lo que la polica me ha recomendado... Bueno, bueno... si te lo han aconsejado, t sabrs lo que es mejor. Imagino que ya sabrs que nos dejas en una situacin muy desairada. Ella le miraba, estupefacta. En una situacin...? Ahora, en el verano, todo el mundo encuentra cosas ms importantes que hacer. Precisamente cuando la temperatura sube, y hacen falta ms voluntarios para llevar a pasear a los residentes y gente que est pendiente de ellos... No es algo que yo haya elegido. No, por supuesto dijo el director, en el mismo tono de voz desabrido. Si tienes que irte, tienes que irte. Pero todos tenemos problemas. Todos vivimos

situaciones difciles. Slo que unos nos enfrentamos a ellas, y otros nos escondemos. Elsa grande no encontr nada ms que hacer all. Se senta tan furiosa que le hubiera estampado contra la pared. Baj la escalera y se march sin despedirse de los tres ancianos con los que tena ms trato: Mara Segura, Juan Bastan y Melchor Arana. No hubiera soportado que ellos tambin la acusaran de abandonarlos. Como si ella tuviera la culpa. Como si la culpa no fuera de la irresponsable, la cabeza loca, la caprichosa y consentida de Elsa pequea, que jams, en toda su vida, haba pensado en algo que no fuera ella misma.

2

Cuando Elsa pequea naci, Elsa grande tena cuatro aos, y daba saltos con los pies juntos por los pasillos de la maternidad, entusiasmada con la nueva primita, que luego sera la nica. Prefieres nia o nio? le haban preguntado los mayores. Nia contest ella sin dudar. No tena las ideas demasiado claras, pero supona que haban ido al hospital a comprarla, por lo que se qued bastante decepcionada cuando no le dejaron llevrsela a casa. Ya all, su madre describi a la nena mientras cenaban. Es rubita, como nuestra Elsa, pero no la he visto despierta, de modo que no s cmo tiene los ojos. Gordita, con unas piernitas... Loreto dice qu se pasa el da durmiendo. Miguel, su padre, no dijo nada. Pareca concentrado en Antonio, que tomaba su bibern pacficamente.

En el mundo de Elsa grande, lo que importaba, lo que haca que una fuera respetada y considerada en el parvulario, eran los bebs y un pauelo bonito. En los recreos, las nias se juntaban y enseaban su pauelo bien planchado; quedaban excluidos de la competicin los viejos o los de colores apagados; se preferan los bordados a los estampados, sobre todo

los que lucan flores o muequitos antes que los de iniciales. Elsa haba quedado entre las tres primeras durante un par de semanas, con un pauelo rosa lleno de payasitos. Los domingos por la noche, cuando su madre le preparaba las cosas para el colegio, ella la observaba sin perder detalle. El pauelo de payasitos, mam. Pero en aquella rgida clasificacin, todos los pauelos del mundo desaparecan ante un hermanito nuevo. Su prima recin estrenada supuso una gran baza para Elsa, en una poca especialmente rcana en nacimientos, en la que ningn hermano se dign aparecer. Ms adelante, cuando todos los nios de la clase comenzaron a tener hermanos, las cosas importantes cambiaron: importaba hacer bien los deberes, ser escogido para la fiesta de final de curso, ser rubio, tener un coche. Lo esencial para las chicas no tena nada que ver con lo que preocupaba a los chicos: el disco nuevo, tener pechos, el lpiz de labios rosa, conseguir permiso para quedarse hasta la una, un novio agradable, entrar en la universidad, salir con honor de la universidad, lograr ese empleo, casarse, continuar trabajando, continuar casada. Tener un beb a quien enviar a la escuela con un bonito pauelo bordado. Hubo que luchar vehementemente por lo que importaba. Entonces, cuando naci la prima Elsa, el beb regordete y dormiln que le hizo llamarse de ah en adelante Elsa grande, las cosas que contaban, los hermanitos, los fragantes pauelos, se conseguan sin esfuerzo: llegaban de los ngeles, del cielo, de mam. De las conversaciones quincenales con la ta Lreto mam regresaba griscea y malhumorada. Elsa

grande y Antonio procuraban rehuirla, porque ni siquiera saban cmo tratarla. Si se colgaban de ella y le daban besos, los: apartaba, molesta. No tenis nada con qu jugar? Si se mostraban cautos y silenciosos, ella irrumpa en la habitacin. Ya ni siquiera le dais un beso a vuestra madre? Cuando la irritacin cesaba, la madre comenzaba a preguntarse cosas: primero para s misma, mientras limpiaba el polvo, mientras ordenaba distradamente l saln. Luego a media voz, en un murmullo que suba poco a poco de tono. Por fin, se enfrentaba a su marido. Se preguntaba, por ejemplo, cmo era posible que Carlos y Loreto compraran un coche nuevo; cmo consegua vestir siempre a la ltima y llevar a la nia de punta en blanco; cmo era que pensaban comprar ua casita junto a la playa. Una casita en Lorda, en primera lnea de playa, con tres habitaciones. Me ha enseado los folletos. Con fotos y todo. Habitualmente, mam no sacaba el tema delante de los nios, que jugaban en su cuarto, pero cuando las preguntas conseguan sacarla de quicio, las paredes no ocultaban su furia. Ella utilizaba los zapatos hasta que se deformaban y parecan bolsas viejas, y se arreglaba el pelo en casa. Cmo logra administrarse Loreto con un solo sueldo? La maldita tienda... La maldita tienda. En lugar de aportarles un mnimo de holgura, absorba todo, devoraba todo, hasta su sueldo, el que lograba despus de ocho horas clavada a una mquina de escribir, descuidando para ello a los nios. O bien Miguel era un inepto, un completo negado para los negocios, o un estpido: se aprovechaban de su buena fe, de su ingenuidad. Iba

siendo hora de que se diera cuenta de que el mundo no se mova por pactos entre caballeros. Mam no callaba, y no se conmova ni siquiera cuando Miguel comenzaba tambin a gritar y abandonaba la cocina. Al contrario, le segua por la casa, y terminaba en la habitacin de los nios, a los que abrazaba como consuelo, en compensacin por haberles buscado un padre inepto o estpido. No llores, mam deca Antonio, haciendo pucheros. Su madre le sonrea valerosamente. No estoy llorando, tesoro. Cuando la tienda de muebles se transform y comenz a vender sanitarios, las quejas de la madre disminuyeron. Ella abandon su trabajo, y se dedic tambin a la tienda. Preparaba el escaparate, redactaba cartas y preparaba facturas. Cuando se hartaba de un par de zapatos, los esconda en el fondo del armario y se olvidaba de ellos, con obvia satisfaccin, pero no llegaba a arrojarlos por la ventana. Una cosa era cumplir los sueos tanto tiempo anhelados y otra muy distinta derrochar. Despus de saber que su sobrina Elsa no estudiara en la universidad, porque no haba conseguido notas altas, sus protestas cesaron definitivamente. Con toda atencin sigui los altibajos y los tumbos que fue dando, una nia tan inteligente, tan sensible, echada a perder por los mimos y la excesiva proteccin de sus padres. No lo crees? le deca a su marido. Han sido Loreto y Carlos los que no han sabido criarla. Parece mentira, con lo que se parecan las dos nias de pequeitas, y lo que las ha alejado el tiempo. Y suspiraba aliviada, ante lo distinta que era su sensata, reposada y laboriosa hija de aquella nia atolondrada. Para entonces, Elsa grande terminaba

Bellas Artes, y Antonio planeaba continuar la carrera en el extranjero. Aunque se guard mucho de comentarlo con nadie, y menos con su cuada Loreto, mam senta que la vida le devolva con generosidad los sacrificios pasados; para desquitarse, comenz a declarar, a diestro y siniestro, que los estudios de sus hijos haban resultado su mejor inversin. La modesta venganza de su madre alcanz tarde a Elsa grande y a Antonio, a los que ya no abandonara la idea de la riqueza de sus tos. Incluso cuando supieron que la prima Elsa trabajaba de cajera en un supermercado, y que el puesto del to Carlos dentro de la compaa no era tan gran cosa como les haban hecho creer, la impresin continu. A ellos les tocaba luchar y permanecer todo el ao en la tienda, mientras sus tos veraneaban en su casita junto al mar. Ellos eran los culpables de que mam tuviera que vestirse con harapos, mientras la ta vesta como una duquesa. En algn lugar, por mucho que trataran de ocultarlo, los tos deban de guardar enterrado un cofre con monedas de oro. Su pobreza no les impeda ser los favoritos de su abuelo: Elsa porque era la mayor, la que ms se pareca a l; Antonio, ahijado de los abuelos, porque como nico varn transmitira el apellido. Elsa pequea reciba los mimos de los otros abuelos, los padres de la ta Loreto, y un corts inters por parte del abuelo Esteban. No haca distinciones con el dinero, ni con los regalos, pero Elsa pequea presenta muy bien su situacin en la casa, y nunca se mostr tan afectuosa como en otros ambientes. Adems, ella era la nica a la que la abuela Antonia no haba conocido.

Puedo irme? preguntaba apenas haba dado un beso al abuelo, cuando los mayores amenazaban con enfrascarse en las terribles conversaciones de adultos: muertes, bodas, salud, negocios. Vete, vete. Corre a jugar con los primos. Y la tata les daba a las nias la mueca con el pelo natural, para que se turnaran y fueran sus mamas. Si haca dos aos que el abuelo no vea a Elsa grande, su otra nieta dej de visitarle en la adolescencia. Aquello haba decepcionado a mam, que disfrutaba ntimamente al presenciar el desapego del abuelo, y tambin a la ta Loreto, que nunca haba perdido la esperanza de que aquello cambiara. Qu duro que continen su camino suspiraba Loreto, que se guardaba para ella los disgustos con su hija. Segn se alejaban de la infancia, los primos encontraban menos que decirse: jugaban al parchs sobre la mesa camilla, hundiendo los dedos en el terciopelo verde que la cubra, o inventaban adivinanzas hasta morirse de aburrimiento. Era una casa sobria, de techos altsimos, sin juguetes: una mueca descacarillada y dos barajas de cartas. Un lugar en que las tardes de domingo recalaban sin atreverse a marchar. Cuando llegaban las siete, las madres recuperaban sus paraguas, sus abrigos y a sus hijos y se despedan del abuelo. Las dos mujeres modernas se movan sin sus maridos, conducan y se pintaban las uas de rojo encendido. Cuando la habitacin quedaba en silencio, la tata se apartaba de la ventana y suspiraba: deseaba haber sido ms joven, haber nacido quince, al menos diez aos ms tarde. Slo Antonio mantuvo cierto trato con su prima cuando los nios crecieron y los dems comenzaron a envejecer. Elsa pequea se haba ganado ya fama de

rebelde, una muchachita inquieta que fumaba compulsivamente, beba caf a todas horas y ocultaba el resto de sus vicios a la familia. Pero no a Antonio, que comprenda la desesperacin vital de su prima, y la comparta. Se entendan bien casi sin hablar, y alguna vez haban salido juntos, en la misma cuadrilla. Las dos Elsas se saludaban con cario si se encontraban por casualidad, y prometan estrechar el contacto. Luego se olvidaban. Los aos de su amistad haban quedado en la casa de Duino, la casa del abuelo, en las tardes aburridas de la mueca descascarillada, cuando eran nias, y rubias, y tan parecidas. A Elsa grande la sorprendi el tremendo desorden de la casa cuando lleg. Pese al cuidado, pese a la limpieza de la tata, nada continuaba en el lugar en el que lo haba dejado en la memoria: para los nietos, aqulla era una casa en formol, un piso inamovible y congelado. El abuelo sonri mientras raspaba con la ua una maderita que haba arrancado de una silla. Tuvimos termitas. Una plaga de termitas. Comenzaron en el barrio viejo, y saltaron luego de casa en casa. Durante varios das llegaron los empleados de plagas y fumigaron la casa. Llenaron los desages de un lquido oloroso, nos avisaron por si veamos cucarachas, y nos recomendaron que nos deshiciramos de los muebles viejos. Por las termitas. Ella quiso saber qu fue de las cortinas con flores que separaban el pasillo en dos estancias orientales y del tapete de la mesa camilla, con sus flecos de seda, con el que jugaba a disfrazarse. El abuelo se encogi de hombros. La tata, la tata sabe. Total, eso de poco serva. Acumulaba polvo, y si no eran las termitas, pronto les entrara la polilla. Compra t cosas nuevas, busca

telas que te gusten. Llvate a la tata. Podra dar una mano de pintura a algunos muebles... Como t veas. Lo que t quieras. La sorprenda esa despreocupacin del abuelo, que hubiera vivido muy bien con la mitad de las cosas qu posea; se haba resignado a la ausencia de sus recuerdos como a las arrugas que le oxidaron la piel, a la progresiva huida de la juventud. Para ella, en cambio, la casa que recordaba intacta haba sido saqueada, y echaba en falta una enorme caja de msica con una bailarina que giraba sobre un lago de espejo y la mueca descascarillada, con expresin atnita y un fastuoso vestido de gasa violeta y rosa. Una mueca con pelo autntico. Qu fue de aquella mueca, tata? Ay, hija. Cualquiera sabe. A lo mejor est en la pensin. Junto a su cama, la tata le haba colocado una mesita panzuda, con un cajn y una portezuela, que durante muchos aos estuvo en la habitacin de los abuelos. Cuando, ya ms descansada, la abri para guardar en ella su neceser, encontr papeles viejos, y unos tarjetones impresos en papel satinado, apenas envejecido. Encontr tambin un trozo regular de tela fina, que debi de ser rosa y que haba amarilleado. Se sent en el suelo y comenz a rebuscar. Acarici una astilla que haba saltado en la madera, junto a la cerradura. La puerta de su habitacin permaneca entreabierta, y ella estaba dispuesta a abandonar su curioseo si el abuelo se lo pidiera. No haca nada malo, pero el corazn le palpitaba como si fisgoneara cartas de amor. Eran mens, invitaciones a banquetes de bodas y a festejos de postn. Elsa saba que los pasteles de la abuela haban sido muy apreciados en su tiempo, pero

los tarjetones parecan anteriores; tal vez la abuela Antonia los hubiera tomado como referencia para componer sus propios platos, o tal vez fueran fiestas a las que asisti despus de la guerra, cuando an mantena sus antiguas amistades de altos vuelos. La enumeracin de exquisiteces continuaba inacabable, como si hubiera sido planeada para resarcirse de una larga hambruna. Enlace de la seorita PILAR SDABA DE PRADA con el seor IGNACIO LVAREZ Y TRIGUEROAperitivos varios Entremeses reales Berenjenas a la imperial Filetes de merluza verde Perdices al jerez con patatas canasta Melocotones helados Tarta remilgada Caf, copa y puro

Despleg otra carta: Almuerzo de Hermandad de EXCOMBATIENTES RO BESRA, con motivo del aniversario de la gloriosa accin del Frente de BesraConsom Salmn a la parrilla con mantequilla y finas hierbas Tomates en guarnicin Medallones de rape al aroma de trufa Verduras de temporada en guarnicin Solomillo Besra con salsa Victoria Guisantes del pas en guarnicin Melocotones helados Tarta milhojas Delicias de almbar Caf y copa

Solomillo Besra. Salsa Victoria. Medallones de rape. Los lujos de aquellos aos, los nicos permitidos despus de la guerra. Delicias de almbar, tarta remilgada. Melocotones helados. Elsa grande no era la primera de la familia que haba tenido que huir de Desrein. Sin saberlo, repeta el mismo viaje que su abuelo haba hecho al terminar la guerra. Tambin l, cuando haba perdido del todo la esperanza, haba abandonado Desrein y se haba refugiado en la tranquilidad de Duino. A diferencia de sus amigos, los otros ancianos que vivan detrs de los peridicos, Esteban nunca rest importancia a los sucesos que vinieron ms tarde: no se aferr a la guerra para reprochar nada a los jvenes, ni su cobarda, ni su desinters, ni el desdeoso ademn con que acogan las comodidades. Supona que si la situacin se repitiera, surgiran hombres que actuaran del mismo modo que ellos haban hecho: con docilidad, sin conviccin, con un vago orgullo por cumplir con lo que se esperaba de ellos y un miedo feroz que paralizaba las piernas y los dedos. Haba salido con bien de la empresa. No haba muerto, ni siquiera result herido; aprendi grandes lecciones sobre el valor y la ruindad, y en su mente se abri paso, inquebrantable, la certeza de que nada podra ser peor que aquello. Cuando estall la guerra haba cumplido veintids aos. Todava la semana anterior se haba hecho un retrato: flaco, la mandbula cuadrada y unos ojos azules muy alabados. Como su padre, trabajaba de viajante para la misma fbrica de tejidos. Los rumores y los peridicos manchados de tinta indicaban un recrudecimiento de las tensiones. Los trabajadores estaban inquietos, y haca das que los estudiantes repartan octavillas por las calles, pero nadie esperaba

una guerra. De ah que por esos das Esteban hubiera viajado con toda tranquilidad, sin extraarse en exceso por la presencia de uniformes en las estaciones y en los alrededores de las fbricas. Mientras yo no me meta en los se deca no tiene por qu sucederme nada malo. Eso es lo nico que trae la poltica: problemas, huelgas y desocupados. Viva en una pensin que ola a repollo y a gato viejo. A veces uno de los gatos se colaba en su habitacin a oscuras y se despertaba, sobresaltado; la noche en que la guerra comenz estaba tambin despierto, y escuch los tiros y los gritos que insultaban y maldecan. Permaneci inmvil, con una sensacin gaseosa en el cuerpo, como si de un momento a otro pudiera volar. Todo lo vivido hasta entonces desapareci. Cuando se present en la fbrica, dos obreros que esgriman unas palancas le anunciaron que haban encerrado al gerente, y que, si no buscaba problemas, era mejor que no insistiera. Pero hombre cmo os metis en estos fregados? les dijo. Los dos obreros le miraron de arriba abajo y apretaron con mas fuerza las palancas, seguros de su situacin. Esteban perdi la confianza. Qu hago? pregunt, desorientado. Lo que todos hacen. Correr a un lugar seguro. Al abandonar la pensin, con la maletita con la que viajaba siempre, le robaron la documentacin; en esos momentos hubiera sido libre para perderse, o para montar en algn tren e intentar cruzar la frontera, pero no era un hombre resuelto, y la idea de que pudieran detenerle o matarle por indocumentado, por sospechoso, le aterraba. Como muchos otros, no encontr modos para evitar alistarse; le raparon el

pelo, le asignaron un nmero y un uniforme y lo metieron durante doce horas en un tren junto a otros novecientos jvenes, camino a un lugar secreto, donde recibiran una instruccin mnima. En el vagn abarrotado, algunos, los ms sensatos, aguardaban acontecimientos sin perder la calma; unos cuantos, que deberan de haber sido rechazados, por debilidad mental, o por excesiva sensibilidad, lloraban y se desesperaban, pero la mayora cantaba a voz en cuello y se diverta dando patadas en el suelo al ritmo de una cancin. Mrame, que me entierro en esos ojos negros... patada, patada mrame, mujer, que te pesar tu crueldad luego... Eran jvenes, y partan con unas botas nuevas y un fusil a la aventura. A la mayora, la guerra los sacaba de casa por primera vez. El uniforme despertaba un inters insospechado en las mujeres, y ellos zapateaban por las calles, mientras las botas crujan y, en el norte, en las tierras del interior, los caones comenzaban a desgranar otra cancin que no hablaba de ojos negros pero que saba mucho de amores imposibles. Durante mucho tiempo Esteban se ocup de trabajos administrativos. Redactaba cartas, y se encargaba de conducir los coches de los militares de rango superior y de mostrarse discreto, casi invisible. Luego lo movilizaron. Segn le dijeron, se preparaba una gran batalla, la batalla que decidira el final de la guerra. Esa contienda se llam luego la batalla del Besra. El horror. En esa primera campaa, camino del frente, Esteban trab amistad con un compaero: se llamaba Jos, y hablaba con el acento suave de los desreinenses. Sus ademanes desenvueltos y

calculados apenas escondan una brutalidad encubierta, al acecho. El uniforme no disimulaba el pecho cubierto de vello, que le poblaba tambin las manos. La guerra le tena muy contrariado, porque acababa de casarse; se dieron muchas bodas precipitadas en los primeros das de la guerra y a lo largo de los tres aos que dur; las mujeres sentan miedo al contemplar la carnicera a la que enviaban a los hombres. Mejor viudas que solas. Y los soldados repartan sonrisas, chocolate, pequeas prendas robadas, un anillo, con tal de aferrarse por unos das a una atadura, por una foto a la que mirar cuando se encontraran lejos; por una excusa por la que regresar. Por una sonrisa tuya voy voluntario a la muerte decan, an vivos, y sin pensar en nada que no fueran los ojos frescos y la vida que estallaba. El de Jos no haba sido un enlace de ese tipo: la novia se llamaba Rosa, y la conoca desde haca aos, gracias al teatro; ella era bailarina, l, acomodador. Cuando la guerra terminara, Jos alimentaba la esperanza de convertir un local que haba comprado por cuatro perras en una cafetera de postn, o una sala de baile, y las amistades de Rosa le resultaran tiles. De entre ellas pensaba conseguir artistas, cantantes y mujeres con las que los clientes pudieran tomar una copa y alquilar una habitacin. Durante las tardes de calma chicha, en las que no haba otra cosa que hacer ms que esperar rdenes, Jos animaba a Esteban a que se asociara con l. Estos negocios jams decepcionan. Despus de estos aos difciles, la gente correr a divertirse. Esteban mova la cabeza, divertido, y le daba largas. Pregntamelo maana. Despreciaba a su amigo por querer aprovecharse as de su mujer, a la que consideraba una bestia de

trabajo ms. Adems, l no se encontraba completamente libre de compromisos, y as lo recordaba en los momentos ms inoportunos, cuando no poda dormir, o cuando los trabajos rutinarios la limpieza, cavar o limpiar las armas invitaban a escapar. Y para una conciencia escrupulosa como la suya, sentirse cercano a Jse de otra manera que no fuera la militar le rebajaba y humillaba. Varios meses antes de la guerra, en Duino, haba conocido a una muchacha; la encontr ante un escaparate. Tena el perfil bonito y la cintura fina. Despus de cavilar durante un buen rato, se acerc a ella. Perdone la libertad, seorita... la calle del Monasterio? Viva en ella desde nio, pero no se le ocurri otro modo de trabar conversacin. Luego, para corresponder a la amabilidad, la invit a un helado; ella, sorprendentemente, acept, y haban pasado la tarde ante la copa de helado derretida, hablando de buen modo y riendo. Cuando se despidieron, ella se neg a que la acompaara, pero, a cambio, le permiti que le estrechara la mano, tal vez para que reparara en el guante de cabritilla, de corte moderno y muy caro. Espero verle de nuevo haba dicho, y luego hizo que sus pestaas aletearan como una mariposa mareada antes de alejarse de la heladera. Esteban ya haba cado en la cuenta de que se trataba de una chica de buena familia, alegre y un poco vacua, pero a la que, si le quedaba un poco de buen juicio, no deba mirar ms de dos veces. Sin embargo, no pudo arrancrsela de la cabeza: senta una devocin infinita por la gente con dinero, y, adems, la muchacha le gustaba. Repas durante das

enteros la conversacin de la heladera, los graciosos hoyuelos en las mejillas y cmo el cabello, muy claro, con un aspecto casi vivo, con el brillo de una manzana jugosa, caa sobre ellas. Puso a un par de amigos sobre aviso, y averigu que la chica no le haba engaado: realmente se llamaba Antonia, viva en el portal que le haba dicho y frecuentaba las amistades sacadas a colacin en la conversacin. Busc ocasiones con ella, y ella no las rehuy. Se conoca que le agradaba el descaro de Esteban, un descaro poco habitual en l y que no volvi a repetirse. Se vieron varias veces, y lo que ms lament cuando estall la guerra fue que no pudo despedirse de ella. Cuando, en un viaje en que l conduca, pas de nuevo por Duino, l hizo lo posible por verla. Una tarde, la esper en el portal, y ella se qued en pie, con el llavn en la mano y la mirada incrdula, antes de abrazarle. Recuper en seguida las formas, y se apart de l. La sonrisa le haba cambiado, y provocaba pliegues tristes alrededor de la boca. Todo un comandante del ejrcito mayor se burl, tirando de las solapas del uniforme. Entonces l se atrevi; la cit para el da siguiente. Quera verla a solas. Ella se retorca las manos, y las llaves tintineaban como campanitas. Dnde? En la heladera del primer da, No, no replic ella, y movi la cabeza. Venga usted aqu. A mi casa. A eso de las cinco. No nos molestar nadie. Luego ech a correr escaleras arriba. Esteban dud durante todo el da si aparecer por la casa o no. Algo no le cuadraba: o la chica no era lo que l haba supuesto, o realmente la guerra trastornaba las mentes y las costumbres.

Antonia no viva sola en la ciudad, como haba llegado l a pensar: su madre y una criadita joven la acompaaban. A media tarde el piso quedaba vaco: las tres acudan al rosario de la catedral, por todos los soldados de la guerra, y en especial por su padre y su hermano. Esa tarde ella no se encontr bien. Se tumb en la cama con una botella de agua caliente y una manzanilla. La madre se sinti confusa por unos momentos, tironeada entre el deber maternal y la devocin. Id vosotras les rog Antonia, y encended una vela por m. A las cinco en punto Esteban llam a la puerta; llegaba escamado, y pronto a huir ante la menor sospecha de trampa. No tuvo necesidad de escapar. Antonia, temblorosa, le hizo pasar al saln, y all continuaron charlando muy modosamente, aunque con la manita entregada entre las de Esteban. Debe prometerme que tendr cuidado, y que regresar para verme. Esteban hinch el pecho casi sin darse cuenta. Ni todas las guerras del mundo impedirn que nos volvamos a ver. Pero aun as, no estaba muy tranquilo, y tema a cada momento que alguien entrara y los sorprendiera. El no tuvo valor para pedirle nada ms. Se le haban olvidado las canciones sobre los ojos negros en los que los soldados se enterraban y que tan buenos resultados parecan dar. Cuando supusieron que la madre y la criada regresaran, la chica le acompa hasta la puerta, y se dej besar all, en la escalera. Afortunadamente, quedaban ya pocos vecinos, y no eran demasiado curiosos. se era el gran secreto. Antonia le haba escrito

varias veces, y l haba contestado sin esperanza de volver a verla. Querido Esteban: espero que al recibo de sta... Querida Antonia: espero que al recibo de sta... La muerte jugaba al escondite, y aunque llegara a esquivarla, aunque la guerra terminara y le permitiera escabullirse por esa vez, con la paz llegara el orden establecido: deseaba regresar a su vida, al trabajo montono pero seguro de representante de tejidos, conseguir una maletita idntica a la que le acompaaba en sus viajes y descansar tranquilo por las noches. Pero tal vez, si deseara casarse, si el desorden hubiera irrumpido con tanta fuerza en la existencia que nada pudiera ser ya igual, la suave Antonia fuera un cauce tranquilo por donde navegar. Entonces entraron en combate. El frente del Besra. En medio de la agitacin, un extrao silencio: por primera vez mat a un hombre, soport el retroceso del fusil sabiendo que para salvar su vida deba rasgar la de aquel hombre. El resto fue barro, sangre, la lluvia incesante que desorient a los oficiales y que convirti aquella batalla en una matanza. Muri Jos, el desreinense. Rosa podra agotarse esperndole en vano. Muchos otros, algunos de los jvenes que haban golpeado el suelo del tren con las botas nuevas, quedaron all, con los ojos llenos de barro. A l, a Esteban, le toc retirarlos, supervisar despus de la batalla la lista con muertos y bajas mientras los heridos y los oficiales descansaban. Se hizo cargo de las cosas de Jos, y se propuso entregrselas a su viuda, la bailarina. Se jur tambin no intimar con nadie ms: hablara con todos, y tratara bien a todos pero no permitira que nadie le contara su vida, que trazaran planes que llegaran ms all del desayuno, de la cena, de la siguiente guardia. Por el permiso de Navidad, con la alianza de boda

de Jos en el bolsillo y cuatro frusleras ms rescatadas del desastre, se dirigi a Desrein; conoci a Rosa, a quien los retoques de la foto haban privado de una piel de leche y una mirada expresiva. Conoci tambin a Silvia Kodama. Conoci otra vida. Pero tambin esa vida termin a su debido tiempo, y cuando sus avatares en Desrein finalizaron, se despidi de la Kodama, regres a Duino y busc a Antonia; la encontr, como a todos los duineses, calentndose las manos al calor de los escombros de la ciudad. De su fortuna, que nunca fue tanta como se haba supuesto, la familia perdi la mayor parte. Les quedaron las posesiones en un pueblo cercano, en Virto, y dos solares. El piso en el que Esteban haba entrado mientras arda una vela por la vida de los soldados se haba desvanecido. Antonia se enfrentaba a la reconstruccin con las manos casi tan vacas como las suyas. Nunca pens, ni por un momento, que hubieras muerto dijo ella, llorosa. Entonces aadi l, en voz baja tenas ms confianza que yo. Se cas con ella porque era lo que deba hacer. Para las bodas que siguieron a la guerra la gente desenterr sus tesoros, las cuberteras de plata escondidas, un broche antiguo, latas de melocotones en almbar y tabletas de chocolate. Antonia logr comprarse un vestido muy sencillo de lino claro, que fue confeccionado para una mujer ms gruesa, y un sombrero adornado con violetas. Us el sombrero durante muchos aos, y la nia Elsa, de pequeita, jugaba con las violetas supervivientes. El vestido, sin embargo, no volvi a lucirlo jams. Antonia era una sentimental. Juntos tuvieron seis hijos, de los que entonces sobrevivan dos. Se entendieron sin problemas, y

nunca hubo malas palabras entre ellos. Esteban se port bien con ella, y Antonia pareci ser feliz. Treinta y seis aos ms tarde, cuando la enterr ante los dos hijos, y los tres nietos, y los vecinos, que lloriqueaban o atendan nerviosos, aburridos, su mujer no haba cambiado: en el atad la boca se le arrugaba en una sonrisa triste, y continuaba con el mismo pelo jugoso y el vestido sobrio, enternece-dor, de sus veinte aos. Porque Antonia, a los veinte aos, cuando Esteban apareci, bien vestido y con dinero en el bolsillo, crey que, definitivamente, la vida era justa; desde haca algn tiempo haba comenzado a rondarle la idea de que era una novia de guerra, una de aquellas mujeres melanclicas que lucan luto por el novio y deban esforzarse en rehuir la mirada del resto de los hombres ansiosos. Y, francamente, la situacin no le haca ninguna gracia. Pero... dnde has estado? Tantas noches sin dormir. tantos malos ratos que me tengo pasados... Qu has hecho? Dnde te habas metido? Todo este tiempo, por ah perdido... Esteban no aclar del todo su ocupacin durante los primeros meses de paz. En un principio, Antonia no quiso remover recuerdos acaso dolorosos. La guerra pensaba hiere a los hombres en ms sitios que en el cuerpo. Dejmosle olvidar... ya hablar de ello cuando le parezca adecuado. Pero bien porque Esteban no olvidara, bien porque no le pareci nunca el momento apropiado, no volvieron a tocar el tema. Ms tarde, cuando debieron mudarse a Virto y vio la facilidad con la que su marido se mova para encontrar suministros y materias primas, le rond de nuevo el inters, pero el trabajo intenso y el nacimiento de la nia Elsa enterr

definitivamente la curiosidad. No relacion nunca aquellos meses en los que Esteban desapareci despus de la guerra con su insistencia para que ella, en la pastelera, lograra descubrir la receta de los melocotones helados. Muchos trucos se haban perdido en aquellos aos, muchas recetas y cocineros haban desaparecido para siempre. De los platos que figuraban en aquellos mens que Elsa grande lea tanto tiempo despus, no podran componerse ya ni la mitad. Y eso con la mejor voluntad. Quiz en algn lugar de Desrein podra encontrarse alguien que supiera darle el toque necesario al Solomillo Besra, sangrante, con la Salsa Victoria que se populariz tan rpidamente despus de la guerra; pero, por desgracia, se perdi el modo de preparar los Melocotones helados, casi crujientes, como si la pulpa se hubiera convertido en hebras de caramelo muy finas. Luego, cuando la cuchara llegaba al interior perfumado, al secreto hueco del hueso, brotaba un hilillo de chocolate caliente, que se abra camino entre la carne helada e inundaba finalmente el plato. Pese a sus esfuerzos, y ante la resignacin de Esteban, ni Antonia ni nadie en la pastelera lograron nunca dar con el modo de inyectar el chocolate en el fruto limpiamente, sin quebrarlo, o de congelarlo sin que los dientes se estrellaran luego contra un bloque rgido o pajizo. El secreto de los melocotones se haba esfumado. Era el postre preferido de Silvia Kodama, muy capaz de comerse tres o cuatro de una vez, sin importarle los problemas que luego le traera la gula.

Sufra del estmago, y el dulce del melocotn le amargaba terriblemente esa noche, hasta que se purgaba y concillaba el sueo; pero en la siguiente ocasin caa de nuevo, y se chupaba los dedos y se manchaba el velo del sombrero al comerlos. De modo que cuando Esteban deseaba seducirla la llevaba al hotel Camelot, cuyas cocinas misteriosas producan el codiciado postre. Y Silvia, aunque torca el gesto y se mostraba despectiva, incluso desagradable, con Esteban, corra a vestirse para la ocasin; cuando apareca en el saln de t del Camelot nadie la hubiera distinguido de una nia de buena familia. Llevaba las medias zurcidas y limpias, el abrigo dado vuelta y un anillo de oro muy fino, con una perla, en el dedo ndice, idntico a uno que Antonia luca en el anular. Y aunque Silvia, a diferencia de aquellas jvenes, posea un par de medias buenas, y descaro suficiente como para escandalizar a todo el saln, echaba mano de sus recursos, de su actitud de buena chica, y se dedicaba, durante una hora, a comportarse como era debido y a comer melocotones. Esteban la haba visto tambin desmembrar el soporte helado y verterse el chocolate caliente por la boca y el pecho, tumbada boca arriba sobre la cama, medio desnuda y tensa. Ms deca. Todo termina tan pronto... quiero ms. A veces le obligaba a vestirse, a recorrer media ciudad hasta el Camelot y regresar con dos melocotones envueltos en papel de estraza. Eso no te pasara si... Ya, ya s. Ya s lo que vas a decir. Silvia trataba de obligarle a que alquilara una habitacin en el Camelot, una de las prestigiosas suites adornadas con flores y botellas de champn con

las que ella soaba y que pasaba horas describiendo. Pero en parte porque Esteban malinterpretaba el salvaje deseo de Silvia por el lujo y en parte porque eso le hubiera arruinado, nunca lo llev a cabo. Un da, cuando el sencillo aro con una perla fue sustituido por una esmeralda que le ocupaba toda la falange, conoci a la verdadera Silvia. Conoci las dimensiones de la ambicin que esconda tras los labios desdeosos y los ademanes de princesa vulgar, una ambicin an mayor que la suya propia. Y hubiera hecho cualquier cosa por alquilarle una habitacin en el Camelot, una planta entera del sagrado hotel. Por entonces, se conformaban los dos, l como si se dirigiera al paraso, ella a regaadientes, con lugares ms modestos, con tal de que las sbanas estuvieran limpias y planchadas, y no pusieran pegas porque se las dejaran arrugadas y llenas de manchas. El lugar natural de Silvia Kodama era el lecho: en l cantaba, ensayaba, coma. Saba crear lindos chitones y peplos, y disponer las mantas delgadas en pliegues micnicos bajo su pecho. Se dejaba caer sobre los codos y se abstraa peinando su pelo con los dedos. Esteban la contemplaba, desesperado por su incesante actividad y por el inters superficial, momentneo, que mostraba hacia las funciones propias de la cama. No dorma ms de tres horas seguidas, y se escurra como un pez entre los dedos para huir de abrazos y carantoas. Djame. Hace calor. No te he dicho que me dejes? Durante los ltimos meses Silvia y l ni siquiera salan del caf en que vivan. Esteban haba conseguido una radio que hipnotizaba a Silvia. Sin pestaear, escuchaba lo mismo msica que noticieros, consejos de belleza y largos seriales sentimentales; y

si Esteban ocupaba o no la misma cama, si introduca su pierna entre las de ella para obligarla a prestarle atencin, ella ni siquiera lo notaba. Mujer pez; mujer anguila, haba escapado de su lado definitivamente. Pero si se vean fuera, regresaban por separado al caf, inventaban tareas que los habran ocupado la tarde entera y cenaban plcidamente con Rosa, la madre de Silvia Kodama. En la cocina, la lmpara de tres brazos se balanceaba con una sola bombilla, y si fijaban mucho tiempo la vista en un punto fijo se mareaban. En la parte pblica, en el pequeo saln reservado del caf, la iluminacin no fallaba; pero ese saloncito,