Freddy Guerrero - Experiencias Temporales y Espaciales Campesinas

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TRAYECTORIAS RURALES TRAYECTORIAS RURALES 1

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Monografía Meritoria, tercer puesto en la XIII versión del Concurso Mejores trabajos de grado - Universidad Nacional de Colombia (2003).

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TRAYECTORIAS RURALESTRAYECTORIAS RURALES

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Aproximación a las Experiencias Temporales y Espaciales de una Comunidad Campesina de la Provincia del Sumapaz

(Tibacuy - Cundinamarca)

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TRAYECTORIAS RURALESTRAYECTORIAS RURALES

Aproximación a las Experiencias Temporales y Espaciales de una Comunidad Campesina de la Provincia del Sumapaz

(Tibacuy - Cundinamarca)

FREDDY ALFONSO GUERRERO RODRIGUEZCódigo 94 - 472037

Tesis de grado para optar al título deAntropólogo

Directora de TesisMARTA ZAMBRANO

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

BOGOTÁ D.C. SEPTIEMBRE DE 2002

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INDICE

Agradecimientos

Introducción.......................................... .......................................... .................... 1

Capítulo ITrayectorias y ritmos en la experiencia temporal......................................... .... 6

Aproximaciones.......................................... ................................................. 8

Trayectorias y Ritmos.......................................... ........................................ 9 Escenario y Actores.......................................... ................................. 10 Trayectorias: sentidos y pasos.......................................... ................. 14 Arraigo-desarraigo.......................................... .................................. 16

Capítulo IIDescripción Geográfica: Cruce de trayectos...................................................... 17

Sentidos: Formas y recorridos.......................................... ............................ 17 Recogiendo pasos.......................................... ..................................... 19 Recorridos o conquistas de frontera.......................................... ......... 19 El ritmo del ritual bélico.......................................... .......................... 22 Miradas estacionadas y otras o-posiciones................................................... 23 Un solo "temperamento"?_............................................................................ 27 Tras la ventana: Lluvia y melancolía.......................................... ....... 30 Más allá de la Melancolía_................................................................. 32 Cumaca- Tibacuy.......................................... ..................................... 33 Acto de Contrición.......................................... ................................... 35

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Capítulo IIIPropiedad, Apropiación y Arraigo.......................................... ............... ............ 37

Por el camino de Santiago.......................................... .................................. 37 El inicio del camino.......................................... ................................. 39 La ambigüedad, el reconocimiento y la diferencia en el orden local 45 Diálogos.......................................... ................................................... 48 Abriendo las Puertas.................................. ........................................ 48

Inversiones e incorporaciones.......................................... ............................ 51

¿Dura Lex Sed Lex? .......................................... .......................................... 52 Cambia, todo cambia.......................................... ................................ 53

La Propiedad: Entre lo Público y lo privado? ..................................... 55 La propiedad: Lo mío, lo suyo, lo nuestro........................................... 56

Robinsonadas y Arraigo.......................................... ..................................... 62 Ese extraño objeto del deseo.......................................... .................... 62 Robin Hood.......................................... .............................................. 64 Echando Raíces.......................................... ........................................ 71

Capítulo IVTrabajo, Vida, Modernización.......................................... .................................. 76

El sueño de la razón produce monstruos.......................................... ............ 76

El trabajo y los flujos de la experiencia......................................................... 81 La fuerza del trabajo y la casa domesticada........................................ 81 El mundo recorrido con trabajo.......................................................... 86 La Minga y la “Vuelta de Mano” ....................................................... 91 Las interrelaciones y los intercambios................................................. 96 Antipatías y simpatías: Las medidas de la comunidad........................ 97 Otras vueltas........................................................................................ 99 El pago y el cambio............................................................................. 100 La Cosecha: Entre jornaleado y arrobiado.......................................... 103

Las tramas del café: Inversión de las medidas y cuantificación del tiempo 107 El intermediario: Secar y almacenar.................................................... 108 Asistencia técnica................................................................................ 110Conclusiones

Bibliografía

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Agradecimientos

Agradecer acto tan complejo que tan pronto es soportado sobre un texto deja una gran deuda frente a lo recibido, la extensión de lo escrito no sopesa de ninguna forma la intensidad de lo que se quiere expresar y frente a ello mis disculpas; más aun, cuando para algunos el que agradece es un ingrato. Disculpas también por las contigüidades de nombres que por fuera de líneas antipatizan y seguramente reprocharan en el silencio inclusiones perversas:

De ese viejo colegio “de cuyo nombre no quiero acordarme” no quiero agradecer nada, sólo a Guillermo Tejada amigo de años más mozos y colegiales, de corazón tan noble y extraño a este mundo que en mi vida sólo he encontrado pocos.

En ese camino a través de la Universidad y los trabajos de campo he de recordar a Juan Carlos Forero amigo imprudente pero simpático, soñador de imposibles y realizador de esperanzas y desesperanzas; a Guillermo Peña, otro soñador, aunque un tanto más prudente, buscador de la palabra adecuada, a veces rebuscada, todo un personaje oscilante entre el consejero avalado por la experiencia y el joven inquieto y desaforado, a él mi gratitud por la calma en muchas ocasiones proporcionada. De otras calmas y otros consuelos bien puedo evocar la ternura e inteligencia de Adriana Ramírez, amiga entrañable y sacrificada, palabra consejera e irreverente, oído y oposición de algunas tristezas e inquietudes académicas y profanas, a ella mil gracias y otro tanto de disculpas. A María Fernanda otra grata amiga y otro grato consuelo, de hermoso acento pastuso que recuerdo haber escuchado por primera vez mientras amablemente me prestaba “Los Descubridores” para alguna clase de Historia, a ella agradezco el optimismo que a veces raya en ingenuidad pero que aun así contagia y crea esperanzas. A Catalina Ariza con cuya sonrisa y vitalidad se espantan las tristezas, esas que le he llevado con regularidad y de las cuales me saca como por encanto. A Aniara Rodado, chispazos de alegría que aparecen justo en el momento indicado, a la hora precisa, como si los años de su ausencia sólo fueran pequeños recortes opuestos a la intensidad de los breves momentos en que nos encontramos.

A Adrián Serna, ese otro corazón noble, humilde, de inteligencia aguda y modesta como pocas que yo haya conocido, a él mi gratitud por la guía brindada en tantas ocasiones, por acompañar solidariamente mi partida en ese primer día de campo que comienza oscuro y lluvioso; no menos el agradecimiento a su compañera Andrea que con sus frecuentes burlas, ironías y regaños me han señalado que en situaciones duras el único camino es tener la voluntad de superarlos.

A mi redistributivo hermano Yesid, de quien he de agradecer haber podido redactar ésta tesis sin dificultad alguna, además de haberme proporcionado, sin quererlo, una reflexión sobre esas “robinsonadas” contenidas en ésta tesis; a Alejandro y Yuri, hermanos que tanto han aguantado mi genio y figura; a mi mamá quién a pesar de su rudeza, forjada por una vida dura, realmente dura, ha demostrado su ternura y sacrificio casi eterno para con nosotros; a mi papá quién a pesar de su silencio casi sepulcral ha sido uno de los sostenes

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de la familia, a riesgo por supuesto de mermar su visión bajo esos chispazos de argón que desde joven le han acompañado en esta ciudad.

A la familia Ramírez que me acogió tantos días, tantos domingos en su hogar, como si yo frecuente ingrato de su generosidad, fuese parte de él, mencionarlos tras un apellido no sería justo pues detrás de el está la ternura paternal de doña Alicia y Don Guillermo, el cariño de Mauricio, Yolanda, Olga, Germán, sus parejas y traviesos pero extrañables hijos.

A Marta Zambrano, mi directora de monografía, a sus esfuerzos en comprender mi redacción, corregir mi ortografía, pero sobre todo a su guía que desde el laboratorio de Antropología Social en el año 99 ha sido constante, misma constancia que ha permanecido en su preocupación por las dificultades inherentes a culminar y sustentar el presente texto, acompañamiento que en gran parte me ha dado la seguridad de andar por el camino correcto.

De igual forma agradezco la colaboración de otros amigos entrañables quienes han participado en mis reflexiones, conflictos y alegrías, a Alexandro Martínez, Tatiana Santa Ríos y otros que me perdonaran no traerlos a la memoria. No dejaré tampoco de recordar la ayuda, acogida y tolerancia de Valeria Rodríguez, Benjamín Montejo, a sus hijos, lo mismo que Medardo Martínez, Don José Ángel Martínez y demás miembros de la vereda la Gloria, lo mismo que a Omar Mondragón y otros amigos del Sindicato de Campesinos del Municipio, espero que de alguna forma mi presencia en campo, más que el propio texto, haya sido de alguna ayuda en esas trayectorias vitales que recorren.

... y no podría dejar de agradecer a ese sueño a ese dulce sueño hecho mujer, a Ángela Ramírez, a mi hermosa Angelita, su compañía en estos años no podría ignorarla, su presencia permanece entre las líneas de éste texto aunque para ello no haga falta mencionarla, su ausencia es presencia constante en mis pensamientos, en mi vida... ¿para que más?

Mi trabajo es un retazo de todos los que me han acompañado hasta éste punto del camino, recorrido condensado en éste texto y en éste autor y, es por eso que ellos dos son en esencia responsabilidad mía, pero a su vez culpa, si se puede llamar así, de todos, con ello, ojalá sea consecuente en afirmar que el individuo, la identidad, no es más que una virtualidad y su esencia tan sólo una relación.

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INTRODUCCION

Las trayectorias: método y descripción

Un escalofrío aparece de repente, sin llamado, sin anuncio, se concentra en el vientre cubriendo de ese especial fuego una sensación que aliviana el cuerpo y la razón, al tiempo todo se cubre de ingravidez, de vértigo en ese instante de miedo, de terror, de dolor o de asombro, somnolencia despierta que reduce el impulso a una defensa instintiva que tambalea entre la rabia, el llanto o la resignación, umbral sólo umbral, todo se reduce al vértigo, sin tiempo y espacio, sólo flujo que convierte los objetos de la vista en formas cambiantes: ramas en murciélagos y mariposas juguetonas; espacios abiertos en pasajes veloces, metamorfosis alucinante que de un instante a otro hace del fuego en el vientre no parte sino flujo del yo, ni imágenes u objetos, ni yo separado del deseo, la visión no se distancia del tacto, la mirada toca, huele, oye, la mirada sabe y fornica ... acaso he soñado el vientre... “acaso sueño que he soñado”, he soñado la vida, el amor, la razón misma?

No sólo para la descripción de una experiencia alucinante resultan cortas y confusas las palabras, inconmensurable el mundo y deleznable un solo referente para aglutinar en representaciones orales o escritas la observación de esta u otras experiencias particulares o colectivas, incluso la propia; ni las mejores imágenes o las metáforas más vitales hacen posible un acercamiento efectivo, la diferencia entre la ilusión y lo real rápidamente se disuelve ante la idea de un encantamiento que nos contiene y nos conduce a través del lenguaje y la obviedad de las acciones y sus ilusiones, en razón de ello nuestras miradas de la otredad más que interpretaciones sobre interpretaciones, a la manera que la explica Cliford Geertz (1989: 28), son sueños sobre sueños.

Considerada así la realidad, cada objeto, palabra, acción, puede ser tomada no bajo la certidumbre de la obviedad, sino sobre la duda de las apariencias. El “contexto” mismo, el del encuentro entre el etnógrafo y los sujetos-objetos del trabajo de campo, puede resultar bajo una doble apariencia: la que aparece sobre la visión que proyecta el etnógrafo, dada su peculiar formación sobre la otredad que busca; y la que provoca la irrupción en el discurrir cotidiano. Sobre estas reflexiones, surge la duda como el camino más honesto, la duda sobre lo propio y lo ajeno, la duda sobre el supuesto decantamiento del prejuicio, pero más que a la razón y a la verdad ella conduce a una peculiar angustia de tinte esencialista, incrementada bajo el nomadismo conceptual anidado en teorías académicas y en las mismas categorías locales. Si es cierto que describir al igual que narrar, es ordenar los hechos, los acontecimientos, entonces describir es someter a determinadas coordenadas la acción del Otro ¿ enfoque emic o etic? poco importa pues la distancia permanece tanto en el desde como en el a través de, no existe traducción literal ni del lenguaje ni de la acción, cuando mucho una engañifa que olvida y desplaza la representación por una aproximación

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fenomenológica que confunde la mascara propia y ajena con un encuentro “cara a cara”, de un sueño conducido por nuestro lenguaje, sus categorías y las formas que ella “describe” como realidad y no como sueño de la razón.

En consecuencia, lo que sigue a través de la presente monografía son tartamudeos, intentos cadenciosos de “aproximar” la labor de etnógrafo a una realidad ajena. Así que a pesar de un objeto, un tiempo y un espacio definidos para el trabajo de campo, la inquietud que ronda en cada observación y cada frase y párrafo que la traduce, es el sentido de la descripción. Por ende, los mismos referentes estables en principio, sufren una suerte de transformación y la “naturaleza” inerte de lo campesino, de la propiedad, del espacio mismo, se disponen en una tensión no formal entre “el ser, el deber ser y el quehacer” rural, sentido que incorpora el factor temporal y actualiza la simple mirada sincrónica del etnógrafo.

Sobre estas dificultades tan implícitas a la labor de observar es como me permito concederle a la intención inicial de la presente monografía: describir la experiencia temporal de un “otro” campesino, su propio tiempo y por ello hacer aparecer la reflexión sobre la propia mirada y hacer conciente su formalidad. El primer capitulo pretende, en consecuencia, dar a la mirada y a los conceptos relacionados con la descripción de la experiencia rural, las alternativas que posee no tanto como descripción objetiva aunque si como aproximación prudente y pertinente para el caso del objeto escogido, la experiencia temporal, y los sujetos investigados, una comunidad campesina. En ésta preocupación por desnudar la forma de d-escribir y percibir un sujeto particular pero universalizado bajo los esencialismos económicos y administrativos que los encierra sobre la categoría de “campesinado”, es como surge la alternativa de plantear su movimiento, de pensarlo a través de lo que he denominado “trayectorias”1, concepto caro a esta investigación y un tanto opaco en la definición desarrollada, ello obedece más a una elaboración no concluyente y definitiva, que a una falta de rigurosidad conceptual, es cierto que tal noción ha sido planteada desde varios enfoques teóricos y aplicados y aunque ellos son tenidos en cuenta, incorporados o tangencialmente utilizados, tal vez en si mismos no rindan cuenta del punto de vista aquí contemplado.

La búsqueda de la experiencia temporal, incitación primera de la presente investigación, no se pierde en una abstracción esquemática desbordando la experiencia cotidiana. Surge, así y a pesar de las renuencias iniciales, la pertinente pregunta espacial por él “¿dónde?”, ¿dónde encontrar tal experiencia? El marco conceptual planteado parece otorgar cierta claridad acerca de ello; allí donde las narraciones parecen contener el tiempo y ratificar el acerto de Ricoeur "la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal” o bien, su complemento “el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo” (1995: 39), un itinerario se abre a través de las imagenes creadas en la descripción como un intento de alcanzar lo que el mismo autor denomina metáforas vivas, estas mismas insinuaciones coinciden con sus propios matices en el intuicionismo de Bergson (1985; 1984), así como en la “simpatía aérea” de Bachelard 1 Las trayectorias, más que concepto estático, imagen que ha de remitir al movimiento, a la duración percibida como recorrido, más que como abstracción lógica, como lo recuerdan los viejos puntos de vista heracliteano y eleático (Elias 1987: 20; Bergson 1995: 18-20))

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(1993) pasando por esas criticas al desdibujamiento producido por los conceptos estáticos sobre la imagen de los seres humanos, las sociedades y las culturas en Norbert Elias (1994, 1997).

Los espacios y el trabajo

No existe, pues, narración, que no discurra en un escenario manifiesto o explicito. Lo que se dice, lo que se puede narrar, lo que se observa, acerca de lo que se “hace” no puede tener sentido completo si el aislamiento etnográfico remite nada más que a la narración misma de la etnografía sincrónica. Así, las trayectorias, como forma de ver y describir, como imágenes para recorrer, continúan en la descripción del mismo espacio, en su configuración como lugar que objetiva los esquemas culturales tanto en la escala local como doméstica. El escenario se transforma en elemento fundamental donde se despliegan las acciones, las miradas, el control y las resistencias frente a este: el espacio mismo posee sus trayectorias. Para tal caso, los hitos geográficos del espacio que puebla la actual comunidad son unos referentes propicios para presentar esas rupturas socio-espaciales e identitarias que dan forma a nuevos movimientos en un espacio que no actúa como estructura de larga duración sobre las cuales aparecen y desaparecen evanescentes presencias culturales, sino que este mismo es constantemente configurado, en sus formas, en las diversas maneras de percibir el movimiento a través de él: espacios de resistencia allí, de soberanía en el otro, disposición del tiempo y sus duraciones en el orden que va de los resguardos a las haciendas y las actuales parcelas. Cabe decir, que no hay acto sin escenario y escenario sin acto.

La descripción del espacio lleva más la idea de una configuración del mismo, desde las diversas perspectivas que la constituyen como escenario que como una descripción limitada a lo cartográfico, pero ello no surge desde el interés histórico, sino desde la insatisfacción etnográfica.

El trabajo de campo, claro y ubicado, es un camino presto a conducir, no sólo al narrador, sino a la mirada. Ella no es solitaria, ella se acompaña de la memoria, aquella que provoca los vínculos con la comunidad, y aquella a la que incitan las “huellas” que aparecen en principio como objetos fantasmales: allí Santiago Zapata “familiar” urbano de una familia rural que nos acoge y que en razón de estos vínculos objetualizan al etnógrafo como figura menos neutral e irruptora, también él posee su historia; y al igual que ese camino que acompaña Santiago, también esas huellas que conducen a tensiones pasadas, dejan de ser fantasmales para presentar a través del fique en las veras del camino un referente, semejante a esos hitos geográficos, desde el cual entender los espacios transitados, los movimientos por él y las percepciones cambiantes de unas nuevas identidades rurales, ya no de estancieros, sino de familias parceleras.

El tercer capítulo abordará, entonces, el proceso mediante el cual el nuevo sistema de tenencia es un cambio en las condiciones de existencia rural, especialmente en la relaciones sociales vinculadas con cierta aprehensión y uso de la tierra, su distribución y quehacer; cambios percibidos explicita o tácitamente en la comunidad y entre los herederos de un

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tradición de lucha que conflictuó el antiguo régimen a través de las invasiones, las transgresiones del “quehacer” en la distribución espacial, el uso estratégico de los mismos y una tensión entre el sentido del “ser y deber ser y hacer” rural. Pero tal contexto sólo es posible por la actualización de un presente que sin una mirada histórica no adquiere sentido, en tal caso la labor etnográfica conduce a pensar la experiencia temporal, los trayectos rurales, como parte de un proceso más que como una anatomía presta a ser descrita de forma atemporal en relación con sus funciones sociales y culturales. Para sintetizar este punto la mirada va dirigida a esos procesos de “arraigo” como un proceso por los que se ponen en juego las nociones y prácticas sobre la propiedad y el trabajo.

Un último capítulo, más centrado en lo etnográfico, entendiendo que los capítulos antecedentes le dan mayor sentido a la lógica del espacio y las prácticas en él, en el último, abordo aquella “acción” o “quehacer” que como punto de un tejido se muestra como resultado del proceso de arraigo y a la vez parte de la trama en los vínculos locales de vecindad, compadrazgo, antipatías o simpatías: el trabajo, la concepción sobre él y su distribución dentro del principio de genero organiza la comunidad y sus actividades tanto en él ámbito de lo público, como de lo privado. Además de ello el trabajo constituye elemento fundamental en la construcción de las trayectorias individuales y colectivas, sean las que permiten el cambio en las relaciones con la familia, con la comunidad, con el mundo rural, el trabajo y el espacio donde se realiza son indisociables de las identidades que se construyen. De esta forma figuras como el andariego, el recolector, el zángano, tienen “lugar” en la comunidad, pero siempre tomados en relación con la caracterización que de ellos se hace a partir del trabajo y los espacios que les corresponde. A su vez las formas de “asociación” para el trabajo se presentan como tipos locales donde la misma estructura hace posible la continuidad de “las mingas” o “las vueltas de mano”, formas de trabajo que se matizaran en el capítulo correspondiente.

El trabajo mismo, tiene entonces, más que un sentido económico, un carácter cultural, donde si bien no se prescinde del cálculo, subsiste más dentro de orden local. Estas relaciones dentro de la comunidad, que aparecen casi autónomas respecto al régimen de las haciendas, sin embargo, se ven controlados desde otras instancias que logran maximizar el calculo a través de figuras que vinculan indirectamente el trabajo local, por ende su orden con el mercado: los técnicos y los comerciantes (intermediarios).

Aclaraciones

El lector encontrará a través de los capítulos diferentes resoluciones en la descripción, tanto del espacio como de “la comunidad”, ello obedece a los acercamientos y al tipo de fuentes utilizadas. Para la descripción geográfica se notará un posicionamiento circunscrito y aparentemente coincidente con los actuales límites municipales, sin embargo, la intención es presentar un escenario global en el que las tramas más lugareñas, aquellas delimitadas aun más por las haciendas y las actuales veredas, hacen parte indisociables de esa configuración espacial de las que fuentes documentales y cartografías dan referentes que convergen con los esquemas culturales. No obstante, la idea no es determinar las relaciones

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locales desde el aspecto geográfico, de tal manera que igual de estructural a los espacios son aquellas relaciones que en la cotidianidad promueven vínculos particulares desde el trabajo y el tipo de uso y propiedad sobre la tierra.

Para el aspecto etnográfico se encontraran algunas citas con el número del día, correspondiente al del trabajo de campo, he preferido mantenerlo así debido a cierta fidelidad no tanto con la rigurosidad cronológica como del sentimiento evocado en ese transcurrir de días sin las fechas de las que creí huir para proporcionarme un distanciamiento con mis prejuicios temporales, pero en razón de la orientación del lector he colocado a último momento las fechas correspondientes a píe de pagina.

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CAPITULO I

TRAYECTORIAS Y RITMOS EN LA EXPERIENCIA TEMPORAL

Yo soy de donde hay un río de la punta de una loma 

de familia con aroma  a tierra, tabaco y frío

soy de un paraje con brío  donde mi infancia surtí y cuando después partí a la ciudad y la trampa

me fui sabiendo que en Tampa mi abuelo habló con Martí

Fragmento Yo soy de donde hay un río(Décimas a mi abuelo) Silvio Rodríguez 1990

En principio, la intuición conductora de la investigación sobre la experiencia del tiempo vivido por una comunidad campesina conduce a problemas de resolución de la mirada. ¿Qué mirar? Prácticas, lenguaje, normas, individuos...? Todo ello puede expresar múltiples imágenes del movimiento, pero, ¿su descripción realmente traduce la experiencia del tiempo o permite una aproximación?. No resulta nada fácil domar la mirada, mucho menos sobre la obviedad que manifiesta el tiempo para la experiencia del mismo investigador. En ires y venires la intuición se presenta como la manifestación más clara de la experiencia temporal, pero esta simpatía con la duración, con el tiempo concreto de Bergson lleva a la inexpresibilidad conceptual de tal experiencia.

Para Bergson, lo característico de la existencia humana es el fluir, la sensación de la duración, cercana al embotamiento del sueño que omite en su experiencia el carácter cuantificador y simbólico característico de la razón y del lenguaje. Resulta entonces, la experiencia pura, lo concreto del tiempo real, la presencia constante que enrolla el hilo de la existencia haciendo del presente y la percepción, memoria inconsciente: Ya no pienso luego existo; sino en tanto duro, soy (Bergson 1984, 1985).

¿Cómo entonces asir en la realidad algo tan vaporoso? ¿Cómo traducir esa experiencia concreta, cuando la intención es comunicar, no contemplar?

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El problema de anclar el tiempo, de describir su fluidez, ha conducido la búsqueda por diversos referentes desde los que se pone en escena su existencia, en el espíritu, el lenguaje, la narración o en cualquier otro nicho en el que se pretende interrogarlo.

Casi una afasia disciplinar acompaña al grito de ayuda a nuevos conceptos; se entiende así la cita que al respecto utiliza Norbert Elias y que evoca la angustiante paradoja agustiniana:

“Cuando nadie me pregunta qué es el tiempo, sé lo que es; si alguien lo inquiere, lo ignoro” (1984:11)

Elias señala cómo la emancipación simbólica permite el desprendimiento de un tiempo-espacio (digamos que orgánico y ligado a la necesidad instintiva) fundamentalmente a través del lenguaje, aspecto que faculta la transmisión del conocimiento y la orientación social (Elias 1994). Hallamos hasta aquí dos aspectos del lenguaje: emancipador a la vez que coactivo; se puede traer el pasado al presente, pero también puede sustancializar el devenir, de ahí las ejemplificantes imágenes del río que fluye o el viento que sopla (Elias 1984).

Por otro lado, Bergson afirma que existen dos formas de conocer: Girar en torno a la cosa o entrar en ella, la primera elección señala el camino a lo simbólico -donde por supuesto el lenguaje conceptual es el primer agredido-, la segunda a la simpatía y a la intuición (1984). Sin embargo, su crítica remite al pensamiento occidental y al principio de identidad que sujeta la práctica del pensamiento científico de su época2. Abusando un poco de la propia deformación, espero no tergiversación, de sus apreciaciones quisiera acercar un poco su crítica a lo que aquí se intentará desentrañar desde los recursos que la propia disciplina antropológica aporta. La distancia entre vivir la duración (el devenir) y reconstruirla mostraría dos puntos de vista diferentes: aquel que entra en la cosa y el otro que la mira exteriormente: Entre vivir el trayecto y observar el mapa diría Bourdieu al hablar de la diferencia entre Scheme y Schema (1991).

La intención de convertir en expresable la duración rural, permitirá en principio contestar el interrogante sobre qué mirar; segundo, observar que la experiencia del tiempo es configurada en una relación entre lo interno y externo al espíritu, entre la conciencia, el cuerpo y los objetos que se interrelacionan socialmente. Tal interrelación de la experiencia recoge tanto la memoria como el futuro en imágenes que se construyen y modifican significativa y constantemente. El problema del tiempo, para el caso, no reside en su carácter ontológico universal, sino en la construcción colectiva de sus duraciones, a la vez que de sus intervalos.

2 Cuenta de ello es la crítica que Bergson realiza por medio de su Evolución Creadora al pensamiento de Spencer, precursor del desplazamiento de las analogías orgánicas a la esfera social, éste es percibido por el filosofo como sometido al mismo método cinematográfico que el del racionalismo: “Su doctrina llevaba el nombre de evolucionismo; pretendía ascender y descender el curso del devenir universal. Y en realidad no se trataba de devenir ni de evolución. No tenemos por qué entrar en un examen profundo de esa filosofía. Digamos simplemente que el artificio ordinario del método de Spencer consiste en reconstruir la evolución con fragmentos de lo evolucionado” (1985: 314) 15

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APROXIMACIONES

La “aproximación” es el asomo parcial a esa diferencia temporal difícil de observar, difícil de traducir, difícil de registrar en un texto. Partiendo desde las insinuaciones de Bergson se puede reflexionar sobre las “aproximaciones” que la disciplina antropológica realiza sobre el “otro”, teniendo en cuenta que ella es heredera de las metáforas evolucionistas (Ingold 1991) y sufre en este sentido la ilusión de describir la movilidad por lo inmóvil. Esto lleva a cierta proyección que transmuta la experiencia dinámica en conceptos estáticos (Bergson 1985: 240-241), que más que referenciar, reifican en ese otro prenociones y experiencias típicas del contexto social y teórico en donde se nutre la mirada que observa y describe. Lo “primitivo” lleva, por ejemplo, un marcado sesgo de inmovilidad y atraso que tacita o explícitamente sirve de contenedor a particulares imágenes temporales.

Pero incluso desde la misma producción etnográfica los referentes occidentales pueden perder su seguridad y someterse al vértigo de la otredad3. Miremos algunos ejemplos. Marc Auge mencionará que existen palabras liberadoras del pensamiento y agregará:

“El mejor modo de entreabrir una palabra para hacer salir los pensamientos que cobija es, intentar traducirlos [...] Los pensamientos ajenos están relacionados con la cuestión de las fronteras, del recorte semántico que toda lengua impone a la realidad” (Auge 1998: 14,15)

Además, el sentido4 temporal dado en lenguajes no occidentales hacen posible otra concepción del mundo y su posición en él, en consecuencia también se descentra la representación lineal del tiempo occidental la cual dará al instante cierto estatismo que permea el lenguaje y en consecuencia todo lo que aquel referencia: Cierta disposición del cuerpo, de la dirección óptica coincidentes con un espacio detrás/delante aplicados sobre un sentido temporal antes-después materializan cierto orden temporal en occidente5.

3 Recuerdese la importancia del aprendizaje del idioma nativo como fundamento del trabajo de campo, lo que Mallinowski hace explícito en la introducción de los Argonautas del Pacífico.

4 El termino posee para el caso un doble “sentido”, como comprensión de significado pero a su vez una disposición temporal. Cercano a la “comprensión práctica” –mimesis I- de Ricoeur desde la cual se puede interpretar la temporalidad narrativa y viceversa: “entre la actividad de narrar una historia y el carácter temporal de la existencia humana existe una correlación que no es puramente accidental, sino que presenta la forma de necesidad transcultural. Con otras palabras: el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en un modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal” (Ricoeur 1995: 113).

5 Cassirer referenciando algunos principios de la obra del biólogo Von Uexcüll señala que “las experiencias, y por lo tanto las realidades, de dos organismos son inconmesurables entre sí. En el mundo de una mosca, dice Uexcull, encontramos sólo “cosas de moscas” en el mundo de un erizo de mar encontramos sólo “cosas de erizo de mar”[...] si conocemos la estructura anatómica de una especie animal estamos en posesión de todos los datos necesarios para reconstruir su modo especial de experiencias” (Cassirer 1993: 45-46), la diferencia con la experiencia humana radicaría para Cassirer en la dimensión simbólica, desprendida del circulo funcional sistema receptor-sistema efector. 16

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Estas relaciones no siempre tienen la misma correspondencia, Luis Guillermo Vasco en Jaibanás, los verdaderos hombres, señalando la concepción del tiempo embera anota:

“La palabra tea quiere decir después y atrás. Naa significa al mismo tiempo antes, delante y acá; es decir que tres puntos coinciden en un punto especialmente ubicado. Algunos expresan esto diciendo que el futuro viene de atrás. Y agregan que el pasado está por delante, ratificando de paso la manifestación del tiempo en términos de espacio. Por eso puede decirse que, para los indios, su territorio encierra el pasado y el futuro de la comunidad.” (1985: 139) 6

Existe pues, la posibilidad de esquematizar, traducir los sentidos temporales en un esquema lineal o plantear la coincidencia tempoespacial en un concepto, pero para la mirada lectora tal sentido puede que se reduzca a un juego de imágenes y palabras, dependiendo a su vez de cierta disposición lógica y/o estética tanto del que observa y d-escribe como del que lee. Pero ello reafirma el intento aproximativo, de traducción, en torno a la experiencia temporal dinamizada en la cotidianidad de una comunidad rural. Ese distanciamiento entre la representación hecha en la distancia con lo vivido, bien puede hallarse en otro texto de Vasco donde plantea:

“Desde el punto de vista Guambiano, el caracol, como el aroiris y muchos otros elementos materiales de la vida cotidiana, es el concepto; no se trata de que algo “sea como el caracol” sino que “es el caracol” (Vasco 1993:12).

Por ello mantenerse en el plano de lo que “es” implica conceder al referente occidental del “como sí” un valor egocéntrico que se desestabiliza ante la mirada del otro. De hecho, el autor procede a presentar los trabajos, de los cuales se extraen las citas, bajo la comprensión del punto de vista de los sujetos de la investigación, emberas-guambianos-. (1985:9)

TRAYECTORIAS Y RITMOS

Ahora bien, manteniendo para el caso el carácter de lo simbólico y lo intuitivo como referentes, quisiera además del lenguaje, indagar sobre otros “lugares” de inscripción de la experiencia temporal.

Resulta oportuno afirmar que el tiempo no existe en un lugar específico, él como tal no existe, a no ser por la experiencia que lo circunscribe como producto y productor. Colocándome en esta distancia respecto al tiempo, es más sencillo señalar la naturalización de éste y la creencia en un ordenamiento de las acciones, el lenguaje, la memoria y expectativas como resultado de este constreñimiento. Pero esta incorporación temporal percibida cotidianamente como producto, deja entrever la configuración de cierto orden temporal en una relación entre sujetos y objetos.

6 Énfasis mío. 17

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La aproximación a la experiencia rural parte entonces desde tres elementos fundamentales ligados a la experiencia: el ser, el que-hacer y el deber ser. Por supuesto, ya hemos aclarado que no es ésta una búsqueda ontológica por ello cada uno de estos aspectos se han de ver en su interrelación social y cultural. Para el efecto, tomemos cada una de estos elementos y sus interrelaciones.

Escenario y actores

La experiencia temporal en términos del que-hacer, resultaría un poco más accesible si nos remitimos a tomar un ser predeterminado, más que con una identidad, con el ejercicio de un rol dentro de la esfera social y económica, posición casi estática y teleológica para las trayectorias individuales (importante retener este concepto cuya aclaración haré más adelante). Esto de hecho, nos puede servir de referencia pero en ocasiones remite más a las formas de un deber ser, por ello al hablar de campesinado y cuando a la experiencia que nos dirigimos no se enmarca exclusivamente a la utilización de la fuerza de trabajo y la producción; entonces el rol como hecho sociológico, no deja de incomodar para definir la permanente metamorfosis al interior de la familia, la comunidad y sociedad.

No podemos a su vez prescindir del escenario donde el ser social y su que-hacer se desenvuelve, espacios físicos y sociales, donde se incluye, excluye o se vuelven ambiguos determinados sujetos. Miremos algunas caracterizaciones de lo campesino, la forma de abordarlos y constreñir el espacio de su existencia; por consiguiente, de su hacer y deber ser. En Los Campesinos de Eric Wolf (1971), éste definirá el espacio en que se aloja su objeto así:

“Este libro trata de esos amplios sectores de la humanidad que se encuentran entre la tribu primitiva y la sociedad industrial. Esas poblaciones que abarcan muchos millones de individuos, ni primitivos ni modernos, constituyen la mayor parte de la humanidad. Son importantes desde el punto de vista histórico a causa de que la sociedad industrial ha sido edificada sobre las ruinas de la sociedad campesina. Esta es importante en la época presente porque habita zonas “subdesarrolladas” del mundo, cuya continua presencia constituye un nexo y una responsabilidad para las comarcas que se han despojado de los grilletes del atraso” (1971:5)

Esta ubicación del campesinado señala además de una posición en el espacio de las categorías sociales, un hilamiento lineal que dispone una existencia anacrónica y ambigua. Ahora miremos los límites de este ser, que aunque en perspectivas casi estructuralistas (en cuanto la identidad de esa categoría social no se autorreferencia a sí misma sino en oposición a otros categorías del sistema), parece que existiera no una complementariedad sino una marcada oposición vertical y rezagada del campesinado.

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Bordeemos lo campesino y empecemos por eso llamado “primitivo”. Resulta frecuente una prevención reivindicativa de las comillas sobre lo “primitivo”, pero ello no necesariamente despoja a tal categoría dentro de una clasificación lineal que lleva de lo simple a lo complejo; la contemporaneidad misma de ambas formas sociales parece señalar no una negación o exclusión temporal, sino una referenciación a la diferencia. Pero, reconocerla no imposibilita negarla. Incluso en la mirada romántica la nostalgia prematura niega el futuro de aquello considerado como primitivo o salvaje:

Sólo recordemos el viaje a lo exótico que Lévi-Strauss describe en Tristes Trópicos, la expectativa de encontrar a un “primitivo” aislado parece no un viaje a un lugar distante marcado por la diferencia, sino un viaje a un pasado prístino, en vez de ello el etnógrafo encuentra grupos “contaminados”, “ex salvajes” (Geertz 1989: 287-298). Esta particular relación del tiempo y el espacio no será la misma que James Cliford le atañe a la estadía de Levi-Strauss en New York, allí, el pasado camina por las calles se encuentra en las tiendas de antigüedades (Cliford 1995: 279 ...) el pasado se cruza con el presente: El arte primitivo puede ser contemporáneo.

Se va perdiendo entonces el referente de la distancia como viaje a través del tiempo. Pero si la diferencia con lo primitivo permanece, ¿Cuáles son las estructuras que la fundamentan? (Lévi - Strauss; Charbonier 1969: 17) Para Lévi-Strauss existiran dos puntos de vista el de “afuera” y el de “adentro”, puntos de vista que recuerdan la discusión entre los enfoques etic y emic. Desde el primero la diferencia se puede encontrar mediante los progresos que diferencian en la escala de los avances técnicos al así considerado homo faber; la segunda, y a la que se acoge, lo fundamental no es el escalamiento en los avances materiales que desde “fuera” puede verse como referente de diferencia (la utilización de formas de energía complejas, los avances técnicos, etc.). Por el contrario Levi-Strauss señala como factor importante en lo que considera como progreso, a la escritura y sus condiciones de aparición: El poder, la jerarquización social y por ende el control del saber (1969:17)

En ese sentido, se puede concebir no sólo al excedente y a la acumulación como condición básica en la constitución de una jerarquización social, también la “acumulación” del conocimiento a través de la escritura permite el desequilibrio social liberando esa alta “entropía” y distanciando la unanimidad democrática de los “primitivos” por el poder representativo de la “democracia” occidental (Ibid : 27-37)

La diferencia se funda así en esa analogía que Levi-Strauss hace corresponder con el mecanismo del reloj y la maquina de vapor. Estas expresan no sólo la forma de relación interna de la sociedad, sino su movimiento, de allí que la escritura pase a ser el instrumento mediante el cual la historia se convierte en motor de la civilización y en consecuencia los pueblos ágrafos se ubiquen como pueblos sin historia (Ibid: 33). Así reducido el movimiento y limitada la historia primitiva, la escritura comienza a definir objetos, restringir el método y las disciplinas correspondientes.

Ahora bien, si el aislamiento, el equilibrio, la homogeneidad permiten dotar a lo “primitivo” de su esencia y si retomamos a Wolf y su descripción del campesinado en un

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limbo de sociedades, podemos decir que los sujetos de nuestra investigación no pueden fácilmente enmarcarse sobre las anteriores manifestaciones de la diferencia.

Entonces ¿Cuál podrá ser la naturaleza de lo campesino? ¿el lugar de su tiempo? Si para los “primitivos” la expresión de su reloj social, se presenta en cosmologías, mitos, instituciones sociales que reproducen el equilibrio bajo las “normas” o los “sistemas de clasificación”, para los segundos las unidades que constituyen su existencia se presenta bajo la interrelación de los siguientes elementos: La granja, la familia y la aldea (Shanin 1979:123-196). Unidades que a pesar de su integralidad y relativa autonomía no dejan de reducirse a las condicionantes económicas, y por éste sendero llevar los principios ausentes del cálculo y la racionalidad como referentes desde los cuales traducir tanto la deficiencia de las unidades campesinas frente al capitalismo, como para medir el grado de explotación según su dependencia ante el mercado interno y mundial. Miremos el referente de la renta como elemento importante en la dependencia y organización económica y social campesina:

“Esta carga, pagada como resultado de una situación de inferioridad sobre su trabajo en el campo, constituye lo que llamamos renta [...] Allá donde alguien ejerce un poder superior efectivo, o dominio, sobre un agricultor, éste se ve obligado a producir un fondo de renta. Esta producción del fondo de renta es lo que, críticamente, distingue al campesino del agricultor primitivo” (Wolf 1978: 18-19)

En Colombia, será un especial contexto el que hará de lo campesino un ser visible 7 y relevante en su estudio, ello si tenemos en cuenta fenómenos como la revolución cubana, seguido del impulso consecuente de la Alianza para el Progreso en materia de reforma agraria y la propagada inconformidad que desde principios del siglo XX tenía el sector campesino latinoamericano respecto a sistemas de tenencia, en mayor grado en zonas de explotación agraria que producían para el mercado mundial.

Qué mejor que mirar el interés pragmático por los estudios rurales en las siguientes frases :

“[...] hoy en día en Colombia y en la América Latina se ejerce una fuerte presión sobre los científicos sociales para que presten atención a los hechos y problemas rurales [...]Estos problemas están en el orden del día. Los altos funcionarios gubernamentales y los líderes religiosos, educacionales y cívicos, preocupados con la explosiva situación de los granjeros y campesinos, desean tener a mano soluciones listas. Esta preocupación, sin embargo, es muy reciente; tal vez no data de más de cinco años atrás en aquellos países donde no ha habido movimientos agrarios definidos.” ( Fals Borda 1963: 153-154).

7 Jesús Antonio Bejarano señala que la historiografía agraria del país tuvo hasta la década del sesenta una visión centrada en la institucionalidad por lo tanto un campesino ausente en los análisis: “En cuanto a los campesinos, estos simplemente no existen, existen ciertamente los indígenas, los esclavos, los encomenderos y los terratenientes, es decir explotadores y explotados por la vía de las instituciones, pero no los hacendados, los trabajadores libres ni los pequeños propietarios, cuya evolución, de nuevo, se situa por fuera de la instituciones” (Bejarano 1983:252).

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Estas palabras de Fals Borda durante el Primer Congreso Nacional de Sociología en Colombia hace explicita las motivaciones que deben llevar al estudio de ciertos sujetos y por supuesto con una clara delimitación de los espacios físicos y disciplinares.

“A fin de comprender mejor los grupos campesinos debe lograrse el conocimiento de sus relaciones con los grupos de ciudad; e igualmente, muchos problemas urbanos se enraízan en el problemas emigratorio de las comunidades rurales, y por tanto la ruralidad como factor no puede ser excluido. Sólo en las áreas más aisladas podría garantizarse una investigación “pura” de sociología rural, y entonces muy probablemente las técnicas de investigación serían en buena parte antropológicas y socio-psicológicas.” (ibid: 154)

Espacio y sujetos disponen analítica y administrativamente, en consecuencia lo cotidiano se circunscribe a un quehacer dentro de estos espacios, aunque también ciertas relaciones casi intangibles entren y salgan de allí, sea a través de los vínculos con el poder, la renta o el mercado.

Se puede incluso afirmar que el movimiento interno del campesinado como sector o como clase se circunscribe a los límites de la nación, casi una movilidad sin movimiento en tanto la tierra consideradaen su aspecto mercantil tiene una misma y única función: ser fuente de riqueza y espacio del trabajo rural. Pero cabe preguntarse si esos otros procesos colectivos que conducen a una particular forma de relación social y económica, como la del desplazamiento rural-urbano o el de colonización, no hace que la experiencia “campesina” sufra un proceso autónomo de cambio que se distancia de una línea predeterminada hacía el progreso o desarrollo8; cambio en su economía, en las formas de relación, cambio en las formas de concebir el espacio, cambios que opacados a la luz de los grandes discursos institucionales apenas se asoman como marginalidades y simples retornos a la mismidad.

Como trabajo básicamente etnográfico, las categorizaciones basadas en la clase o en los roles dentro de la división social del trabajo, no nos permite la aproximación que aquí queremos plantear en torno de la experiencia en una comunidad campesina. Bien que algunos de estos referentes no dejan de ser imprescindibles, por ejemplo, no es fácil abandonar lo “campesino” cuando ésta categoría se presenta automáticamente en los diferentes niveles de análisis sobre lo rural y cuyas imágenes no dejan de estar incorporadas en los mismos sujetos “campesinos”. Cabe preguntarse cuáles son las imágenes de eso denominado campesino? ¿Cuál su cotidianidad?

Digamos que existe una imagen inicial del campesinado ligándolo indisociablemente a la tierra, fundada esencialmente en el trabajo y la supervivencia familiar; imagen indisociable sea por la posesión, uso o ausencia de la tierra, materia que romantizada en contextos

8 Independiente de que estas movilizaciones se presenten como consecuencia de proyectos dirigidos institucionalmente. Véase por ejemplo la categorización de estos “ajustes” en Giusti, Jorge “El intento de Reforma Agraria en Colombia” en El Trimestre Económico. Vol XXXVIII, México, enero-marzo de 1971, No 49, pp 107-144.

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poéticos o en reivindicaciones abstractas es a su vez desprovista de éste halo al concebirse como la sólida fuente de riqueza agraria (mantengamos el carácter global de la tierra como minas, aguas, recursos disponibles); he aquí ya un escenario fundamental para un sujeto aislado, dependiente y cercenado económicamente en su ser y que –hacer. Su experiencia cotidiana por lo tanto responde a cierto estatismo apenas movilizado por los calendarios agrícolas o por las transformaciones relevantes de la estructura política y económica.

Sin restringirlo a los contornos determinantes de las unidades productivas sean, parcelas, haciendas o la clásica UAF, se puede alcanzar una resolución mayor de la experiencia campesina concibiendo su constante transformación tanto en la experiencia cotidiana como en contextos sociales más amplios, donde la tierra pasa a ser un elemento vital más que un llano objeto mercantil.

Suponemos a manera de hipótesis, que el primer elemento fundamental en la configuración de la experiencia temporal reside en el espacio, (o bien el “lugar” para los acogidos al planteamiento heiddeggeriano) pero evadiendo y previniendo los apriorismos es bueno recordar la interrelación entre sujetos y objetos con una referencia predilecta por Gaston Bachelard “primeramente el objeto no es real, sino un buen conductor de lo real” (1993:14) para el caso, los objetos dinámicos no son temporales sino buenos conductores de la temporalidad.

En consecuencia, la tierra, la tierrita, el pueblo, denota espacios que se extienden más allá de las cercas de la finca y hacen del espacio un espacio social en que se dispone cierto orden de la experiencia individual y colectiva. Experiencia que se liga a un que-hacer, definiendo el movimiento vital con una identidad específica. Aquí ya lo campesino deja de ser un estado perpetuo para dejarse ver como referente dinámico, aunque no indeterminado.

Trayectorias: sentidos y pasos

Ya más distantes de nuestra referencia inicial sobre Bergson y su “tiempo real”, esperamos acercar más la experiencia al concepto de trayectoria tomado de la siguiente manera por Virilio:

“A pesar de la gran cuestión antropológica del nomadismo y del sedentarismo, que aclara el nacimiento de la Ciudad corno forma política fundamental de la Historia, es poca la comprensión del carácter vectorial de la especie trashumante que somos, de su corografía. Entre lo subjetivo y lo objetivo, no hay lugar, según parece, para lo "trayectivo", ese ser del movimiento de aquí hacia allá, de uno a otro, sin el cual nunca accederemos a una comprensión profunda de los distintos regímenes de percepción del mundo que se han sucedido en el curso de las edades, regímenes de visibilidad de las apariencias ligados a la historia de las técnicas y de las modalidades del desplazamiento, de las comunicaciones a distancia, entrañando la naturaleza de la velocidad de los movimientos de transporte y de transmisión una trasmutación de la "profundidad del campo" y, por tanto, del espesor óptico del medio ambiente humano, y no sólo una evolución de los sistemas migratorios o de poblamiento de tal o cual región del globo” (Virilio 1999).

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Nuestro tema no resiste una apropiación tan amplia, No obstante es posible descubrir ciertas trayectorias que corresponden a la experiencia rural. En ellas el cambio de espacio es un cambio en el orden de la existencia, del ser y el que-hacer. Por ello antes de concretar trayectorias dentro de la comunidad miraré la trayectoria del espacio. Inversión un poco incomprensible, pero esta aparente fetichización permite primero mantener antecedentes claros de las formas del espacio, tanto en los aspectos sociales como económicos y culturales, sobreentendiendo que la referencia se hace sobre un espacio concreto y como tal, soporte del flujo de grupos sociales y escenario en el despliegue del control del tiempo, cuerpos y saberes (Foucault 1980:117-140). Segundo darle sentido al conjunto de la comunidad investigada en relación con su ubicación espacial, su identidad en este escenario dinamizado y las prácticas que se objetivan en sus diferentes niveles de la cotidianidad: la finca, vereda, municipio, ciudad, etc.

El territorio así concebido será un palimpsesto donde el registro de acontecimientos tendrá una especial lectura, una lucha que define la posición y características de los sujetos desplegados en él. Los hitos y fronteras físicas se convierten a su vez en sitios propensos a la objetivación de las diferencias y espacios de reconfiguración de las mismas, no sólo en las formas físico-administrativas sino de las sociales, políticas y culturales

El peso de lo trayectivo caerá sin embargo sobre las trayectorias individuales y colectivas, resurge el interés entonces por el sentido del lenguaje, más que en sus aspectos de significación o de denotación, en la disposición de los hechos a la manera que lo aborda Ricoeur con su noción de mimesis I (1995). En cada punto de estas trayectorias el acontecimiento fundamental será el que pueda explicar las imágenes de cambio, manifiesto tanto en las trayectorias individuales, colectivas como las señaladas para el espacio local Imágenes de los sujetos que en sus desplazamientos cambian además del espacio su identidad y que-hacer, casi una cartografía de esos ritos de paso formalizados o no, que hacen dar un nuevo orden al espacio de referencia9 y su posición en él.

Pero si lo trayectivo, sobre los niveles de análisis de Virilio se da sobre rupturas que modifican la percepción e imagen del mundo, resaltando sobre todo los instrumentos que prolongan los sentidos de la percepción, nuestra entrada se realiza a través del lenguaje y el espacio, pero se hace necesario además poner la mira en esos otros devenires cíclicos que tradicionalmente se hacen corresponder económicamente con lo campesino: Los periodos climáticos, las cosechas, siembras, etc.

La trayectoria, por otro lado, no tiene un sentido delimitado, determinado incluso al final de su descripción, aunque si permite la “aproximación” que buscamos dando cierta precisión a través de los ritmos que movilizan cada punto de paso y sus intervalos en la trayectoria. Para esto último he intentado delimitar dos movimientos específicos. El ritmo, debe tomarse como una manera particular de percibir, en la que existen dos movimientos el primero de relación entre sujetos y objetos, el otro como un presente cambiante desde el cual el sentido de la trayectoria entre memoria y futuro se modifica en el tiempo.

9 Para este punto me apoyo además en el texto de Benjamín El Narrador, a propósito de la obra de Nikolai Leskov (1970) y el concepto de cronotopo como referente de Bajtin para la tipología histórica de la novela de (1989: 200-247)

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Es posible entonces acercar los ritmos a un escenario donde el que-hacer se circunscribe a la aplicación de cortes en la duración (en el devenir); indispensables entonces las taxonomías locales (botánicas, productivas, vitales) necesarias en la orientación social (Elias 1997), bien la manera en que la escritura, la oralidad, el trabajo construyen una particular visión del mundo y de moverse en él. Cada punto en las trayectorias en consecuencia, modifica la relación existente entre los sujetos y la forma de percibir la apropiación y uso de los objetos que construyen la experiencia temporal. Cada punto, cada relación lleva así un sentido diferencial de la memoria, el presente y el futuro.

Arraigo-desarraigo

Si bien éstas trayectorias, por ende los ritmos, no son autónomos, la consideración sobre un deber ser se muestra indispensable en tanto se juega una tensión fundamental sobre el control de un fin necesario para los trayectos sociales y las formas de percibir el trabajo o la vida comunitaria, tensión que a su vez canaliza el uso y percepción del entorno productivo, ambiental y social. Consecuencia de esto las luchas agrarias, las reformas, los procesos de parcelación, invasión, etc., que para la región han representado puntos básicos en la configuración de unas formas del ser campesino.

Alguna de las unidades analíticas que al iniciar el trabajo de campo se constituía como referentes precisos para la investigación eran las determinadas por referentes aparentemente bien demarcados, de hecho, el sistema hacendatario, como unidad económica transforma las relaciones y condiciones rurales al paso de otras unidades, las parcelarias, pero ésta cartografía apenas mostraba el escenario sobre coordenadas jurídicas, económicas y políticas, por supuesto lo cotidiano a su vez se remite a estos dos sistemas pero esto no alcanza dar a los procesos de arraigo su justo valor.

Así la apropiación espacial en términos jurídicos o de hecho forman parte importante pero no integral de una apropiación mayor, que para el caso llamaré de arraigo. Un gran paso en la trayectoria espacial y colectiva sólo describibles por los ritmos movilizados y las formas del deber ser puestas en juego.

Además de ello esta imagen, admitámoslo, un poco sedentaria, arraigo describe el “echar raíces”, no ha de someternos a tal estaticidad: incluso en la distancia permanece el referente espacial de nuestra comunidad, por ello este referente nos puede dar luces sobre el grado de arraigo y desarraigo al que cada trayecto conduce. Tanto en lo individual como en lo colectivo tanto en sus transmutaciones como las del espacio, el retorno no es a la mismidad sino un retorno a la diferencia.

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CAPITULO II

DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA: CRUCE DE TRAYECTOS

“La vida es una evolución. Concentramos un periodo de esa evolución en una visión estable que llamamos forma y, cuando el cambio se ha hecho lo bastante grande para vencer la dichosa inercia de nuestra percepción, decimos que el cuerpo ha cambiado de forma. Aunque, en realidad, el cuerpo cambia de forma en todo instante. O más bien carece de forma pues la forma pertenece a lo inmóvil, y la realidad es movimiento.”

Henri BergsonLa Evolución Creadora

1985: 264

SENTIDOS: FORMAS Y RECORRIDOS

Delimitar, cortar la fluidez, definir contornos e indagar alrededor de esas fronteras construidas sobre un objeto específico, esa parece la primera tarea a favor de una rigurosidad metodológica frente al proyecto de investigación. Tarea nada desdeñable en la construcción del objeto, pero sin la atención permanente esta creación de formas puede mantenerse en una perspectiva cinemática, no dinámica: ciertas categorías se presentan inmutables, las condiciones geográficas permanecen en la larga duración con ciertas cualidades deterministas. En fin, olvidamos que la acción imaginante requiere como facultad el deformar las imágenes suministradas por la percepción (Bachelard 1993: 9).

A esta acción imaginante no se constriñe a la experiencia poética o estética en general; en cierta medida la labor etnográfica entendida como la ubicación en el sentido del otro, ya sea de sus prácticas, su lenguaje, sus normas, debe tomar parte de una perspectiva dinámica no dada en la contemplación intuitiva del mundo, sino en las insinuaciones que aquel otro proporciona durante el encuentro mediante su percepción y visión del mundo. En consecuencia, en la desestabilización de la percepción propia.

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Un esfuerzo por el cambio de las determinaciones estáticas del “proyecto” pone en primera instancia una tensión entre lo previsto y lo actuante; entre lo que se busca, lo que se atiende y lo que se ignora. Veamos un ejemplo de las primeras determinaciones espaciales llevadas a terreno:

En el cuarto día de trabajo de campo, me encontraba alojado en casa de Valeria y Benjamín. El frío penetrante acompañaba la comida; mientras tanto, mirábamos la neblina que en su paso intermitente apenas dejaba vislumbrar la ciudad Fusagasuga. En noches claras y despejadas se dibuja la población sobre un telón de fondo oscuro apenas agrietado por tenues siluetas cordilleranas que dan entrada al páramo de Sumapaz; las luces aglomeradas definen el contorno urbano, otras dispersas configuran en aquel telón la ruralidad, otras se deslizan por la carretera que une Bogotá y Girardot, ese paisaje estrellado, oculto a la vista por la niebla, era “visible” por el sonido distante de fuegos artificiales que rememorabann el aniversario 223 de la población.

A propósito de tal conmemoración, Valeria comentaba sobre lo que algún historiador en una emisora regional mencionaba sobre la historia de Fusa10: éste se refería a un conquistador español, Lazaro Fonte, sus amores y desgracias con una india y cómo algunas veredas de Pasca llevan sus nombres. Al no recordar el nombre de la india preguntó a Benjamín, oriundo de Pasca, cuál podría ser la vereda:

Benjamín empieza con el rosario de veredas de Pasca << ... Corrales, Colorados...>>[...] Benjamín seguía entre tanto concentrado en su Rosario, ahora con las veredas de Fusagasugá.

En algún momento, Benjamín nombró una vereda cerca de los condominios donde Valeria trabaja los fines de semana, y ella replicó "eso ya no es Fusa, sino Silvania porque en los condominios donde trabajo eso ya es Silvania". Yo pregunté mirando a los dos ¿Luego el río Subía no separa Silvania de Fusa? Valeria me dijo que dividía Tibacuy de Fusa. Benjamín intervino y dijo "pues el Chocho va a ser el que separa Silvania de Fusa, eso va a ser, si Señor".11

(Diario de campo, 4to día viernes)

Los cortes espaciales del objeto de investigación se ven incomodados, incomodidad que se convierte en indiferencia, pero cuando el contorno ha sido tocado el énfasis en los hitos ignora “el rosario” para indagar sobre lo pertinente: “¿Luego el río Subia no separa Silvania de Fusa?”. En una nueva mirada del diario y haciendo retrospección, el rosario se transforma en un recorrido, en experiencia narrada que en su momento no fue más que registrada entre puntos suspensivos.

10 Apocopé utilizado comúnmente en la región para nombrar a Fusagasugá.

11 Puede tenerse la imagen de varios río sin embargo el mismo cauce lleva los nombres de Subía, Chocho y Panches desde algunos puntos de su recorrido, en dirección Norte-Sur. 26

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Recogiendo Pasos

Antes de poner en escena los sujetos de la investigación, quisiera señalar la configuración del escenario mismo. Presentar el espacio de la investigación requiere una ubicación menos estática que la de una cartografía fría y sin más contenido que la de servir como telón de fondo. El paso a paso de algunos recorridos visibiliza la trama temporo espacial que ordena el sentido del espacio, miradas que lo descubren y espacios que se presentan.

He anunciado cómo a través de la comprensión de las trayectorias se intentará llegar a desentrañar la experiencia del tiempo ajeno. Siguiendo el paso de algunos recorridos se puede lograr una aproximación a estas trayectorias y ritmos que agentes y espacios desencadenan: la ordenación del tiempo que se encuentra con un pasado vigente en las fronteras y sus intervalos, una nueva cualificación de las formas de ese espacio donde se tensionan en sus límites la idea de un ser y un deber ser.

Las siguientes narraciones pretenden mostrar el sentido temporal de una frontera para diferentes agentes durante la Conquista y la Colonia. La objetivación de esquemas sobre estos espacios en la trama regional y local

puede bien servir de coordenadas provisionales para dar al escenario una coherencia presente dentro de la investigación etnográfica.

Recorridos o conquistas de frontera

Los recorridos de conquista en el altiplano, sobre los que se configura el espacio y los acontecimientos de re-conocimiento, disponen en una trama significativa: la epopeya conquistadora. A falta de instrumentos cartográficos que visibilizaran desde un vuelo artificial y en una suspensión del tiempo lo oculto del recorrido, bien eran suplidos por mapas narrativos de los aborígenes y por las expectativas que en cada paso conquistador brindaba al significado de lo velado físicamente por los pliegues de la cordillera, un sentido colmado por descripciones anticipadas sobre el entonces agreste paisaje y sus habitantes.

Los grandes referentes valle-sabana, en la conquista del interior, presentaban en la corrugada topografía y sus intervalos la sorpresa y el reconocimiento. En ese intervalo se descubrían pueblos

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descritos por los nativos que a su vez delineaban el boceto de una organización social; los recorridos se introducían en la sorpresa de una sabana dentro de tan agrestes terrenos y en el reconocimiento de un paisaje que a pesar de su extrañeza contenía cierta familiaridad. La sabana se presentaba en una primera impresión como el “Valle de los Alcazares”, pero no sólo esta analogía paisajística proclive a la mismidad corre la suerte del reconocimiento, también los territorios y poblaciones fuera de los límites conquistados se cobijaban bajo el manto grotesco del desorden:

“que les dieron sepultura viva [a Muiscas] en sus vientres, convidándose los panches unos a otros a celebrar la victoria, haciendo el plato de las fiestas y borracheras las carnes de los venados y cautivos, así de los que quedaron vivos como muertos”. (Simón 1984: 211-12)

Precisamente al suroccidente de la frontera muisca, región donde se enclava el espacio mismo de la investigación etnográfica, se asoma el intervalo entre Sabana y el Valle del Magdalena que opone a los apacibles Muiscas arriba y los feroces Caribes abajo. Lucas Fernández de Piedrahita (1973) señalaba las guerras libradas entre el zipa Saguanmachica y el Fusagasugá y Tibacuy, guerras prolongadas luego por su descendiente Nemequene quién sometió la provincia de Fusagasuga definitivamente por intermedio de Tisquesusa12. En una como en otra campaña los caminos que siguen el trazado natural de las cordilleras que llevan hacia Pasca o de la sierra que “corre por Subya y Tibacuy” delimitan para el cronista una expansión que al momento del encuentro de los españoles se muestra como frontera absorbida por el Zipazgo y opuesta a Panches y Pijaos.

Relata Fray Pedro Simón que en rumbo de la conquista Panche el Licenciado Quesada envió por diferentes rutas a los Capitanes San Martín y Juan de Céspedes.

“Por la que iba el capitán Juan de Céspedes, le sucedió muy de otra suerte, porque le llevó la suya al cacique del pueblo de Pasca y desde allí al de Fosca, ambos vasallos del de Bogotá, que lo recibieron bien, porque eran de la gente apacible de los moscas” 13(Simón 1981: 212)

Tal “apacibilidad” conquistada en principio desde el centro político del Zipazgo aseguraba el transito seguro durante el recorrido hasta las fronteras del territorio Muisca.

“El cual [Jiménez de Quesada] ordenó luego al capitán Sanmartín que con alguna gente de a pie y de a caballo se fuese a juntar con el capitán Céspedes al pueblo de Tibacuy, para entrar desde allí juntos a los panches, avisando lo mismo a la ligera al Céspedes [...] habiéndolos recibido con buen corazón el Tibacuy y dádoles lo necesario a ellos y a los indios moscas que iban en su servicio”. (Simón 1981: 212)

Hasta allí la apacibilidad, el buen corazón, hasta allí lo conquistado en nombre de Dios y de los reyes. El otro lado de la frontera lo indeseable, al otro lado bestias inhumanas. La

12 Sobre los esquemas de territorialización y sus transformaciones véase a Serna 1999, especialmente el Capitulo 1 Cuerpo del rey, cuerpo del reino: Una Anatomía del campo colonial, pp 23-58.

13 Énfasis mío. 30

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frontera se convierte de esta forma en punto liminal no sólo espacialmente, es allí donde el “ser” y el “deber ser” se enfrentan a sus posibilidades bajo el manto de la incertidumbre, y ello de acuerdo con las particulares reivindicaciones de los Muiscas, Panches y españoles. El registro de acontecimientos sobre los palimpsestos de cerros y cuchillas transforman asì su sentido y bajo la espada se busca la transformación del pagano en cristiano.

En un desplazamiento zigzagueante españoles y Guechas atraviesan una primera cuchilla [hoy Peñas Blancas] y hallan despoblado el pueblo Panche del cacique Conchima, más adelante y con los ojos de Fray Pedro Simón encarnados14 en las huestes de 1538, se visibiliza desde lo alto de una cuchilla “muchas tierras”, y en lo que sigue veamos desde su mirada la siguiente transformación.

“ Y así vieron, a poco de como acabaron de subir la loma, un copioso ejército que al parecer sería de hasta cinco mil indios guerreros, todos con sus altos y descollados penachos de plumería de hermosos colores que causaba alegría el verlos desde aquellos altos...

Un fondo maravilloso y exótico que desde la distancia se presenta como espectáculo maravilloso, pero al que poco a poco se le da acercamiento y detalle a imágenes dantescas e incorporadas en la esencia inhumana del poblador de aquellas tierras:

“...todos apercibidos de sus arcos y flechas de veneno, macanas, lanzas y dardos, toda gente robusta, suelta y bien alentada, de grandes cuerpos y disposición, con rostros horribles, feos y feroces, con las frentes y colodrillos chatos y aplanados, que es la disposición de cabezas de estos indios...

Luego, la batalla, el poder bestial de los Panches con sus horrendos venenos contra los hidalgos conquistadores llenos de bríos dada “la confianza de la victoria en Dios” y la búsqueda de la “honra de España”. La furia y arrojo Panche decae en tanto su líder, el “de confianza de todos y el nervio de la guerra, a imitación del Juan de Sanmartín [...]”, es derrotado a semejanza del Goliat bíblico y así mismo parecen descritos figura y acontecimiento:

“El cual como descollaba sobre los demás por su altura, mostraba más que todos el brío que traía y de la importancia que era, para darlos a los demás. Y así, viendo el Sanmartín sería de mucha para acabar la guerra el despachar aquel, fue advirtiendo alguna buena ocasión para hacerlo, y hallándola, dio de las espuelas al caballo y pasando por junto a él, le metió

14 Más que la veracidad del relato y la distancia en tiempo y espacio, más que la distancia con el acontecimiento debido a que el cronista recopila y bebe de otras crónicas para lograr su trabajo, lo que interesa para el caso, es como se reproduce una mirada, como desde ella el espacio recorrido se ubica sobre unas tramas específicas con sus hitos físicos definidos, los cuales el texto describe, en tal caso la mirada se “encarna” en el ojo conquistador, como si se recorriera la epopeya misma sobre el espacio y la crónica que al ser escrita es reconstruida, lo que pudiera parodiarse como asincrónica pero no por ello fuera de un discurso que en su sutilidad inherente mantiene las mismas oposiciones que exalta lo español y aminora o integra lo nativo.

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su lanza por un hombro y le salió por la espalda, conque quedó sin vida, despidiéndola con un valiente grito. Que fue causa de desmayar todos los indios, como los que antes había dado lo fueron de alentarse. Y así, asombrados todos de ver aquel gigante tendido y oír el grito que dio, procuraron la huída por aquellas medias laderas, como desconfiados ya de todo buen suceso” (Simón 1981:220)

Y así como en el escena bíblica de David, el gigante cae derrotado, ya no por la piedra, sino por la lanza, y aunque la imagen ambigua de este guerrero Panche es el resultado de la no menos grotesca imagen hombre/ caballo que pasa por su lado, el resultado de la crónica neutraliza la innovación bestial del caballo por la caída bestial del gigante. Por supuesto, para el cronista el acto heroico es más visible que la caballeresca quijotada que maximiza las virtudes guerreras en un gigante de ficción.

El ritmo del ritual bélico

En consecuencia, los recorrido narrados15 configuran a su paso un espacio poblado de diferencias objetivadas en la oposiciones naturales, sociales y políticas: Al oriente el páramo, al occidente los Panches y el aquí del cronista una línea que se traza, que encuentra y divide durante el recorrido conquistador por una sierra.

Luego la acción guerrera convertida en acontecimiento significativo para la territorialidad Muisca, Panche y española desenvuelve una lucha por la imposición de un “deber ser” cuya resolución define el nuevo sentido, un nuevo “ser” en el paso liminal de la frontera.

Allí, en la frontera coyuntan espacio, agentes y acciones; allí se intensifica la ambigüedad y la incertidumbre: el rito de paso bélico, a diferencia de otros, no sólo transforma el sentido ser-deber ser de los sujetos en transformación , sino que el mismo espacio liminal transforma su valor en razón del tal o cual victoria. Así, la oposición del espacio, es ambigüedad en el encuentro, y el espacio concebido como escenario para el paso de agentes y acontecimientos, se suspende, se vaporiza, mientras el acontecimiento define el agente de la victoria y lo que este determina para condensar un nuevo estado.

Entre las luchas internas por la porción territorial Muisca y la campaña española contra los Panches, la frontera adquiere un nuevo sentido: Acontecimiento y espacio se modifican recíprocamente dando a la frontera valor de territorio, ello en razón de su existencia como dique protector que separaba Muiscas y Panches; ahora diluyendo esta diferencia para opacarla bajo el dominio y extensión del territorio conquistado, pero a su vez la frontera como metáfora, acontecimiento e hito son transformados en liminalidades que bien hablan

15 Es por cierto, criticable el hecho de señalar en pos de la objetividad una carencia de veracidad en los acontecimientos narrados, consecuencia del uso de cronistas acrónicos con el acontecimiento. En este sentido me acojo a la no diferenciación hecha entre la narración histórica y de ficción realizada por Ricoeur en Tiempo y Narración. En ellas el valor de verdad en lo que se puede denominar fuentes primarias o secundarias pierde relevancia cuando la intención responde a dar al contexto sociogeográfico unas coordenadas que se asientan en la observación etnográfica. 32

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de lo particular, pero a su vez justifican un orden propio, natural, que a instancias del acontecimiento bélico genera nuevas relaciones, nuevos modos de ser, los nuevos recorridos a través del espacio están condicionados por el nuevo sentido que extiende la frontera.

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MIRADAS ESTACIONADAS Y OTRAS O-POSICIONES

Pero sigamos con los hitos. Ahora, sobre ese escenario institucionalizado que durante el periodo colonial intenta reducir las oposiciones y complementariedades a una forma de control específico y a un que-hacer restringido: tributar y adoctrinarse. A esos límites en el que-hacer y ser indio debe sumarse el ordenamiento cultural, el cual no cede fácilmente a pesar de la capitulación política y administrativa.

El acontecimiento bélico-liminar de la conquista ha configurado la imagen colonial del espacio, existe de esta forma un orden oficial que apenas insinúa diferencias más vitales, pero a su vez, marginales a las intenciones de la organización socioeconómica; para el caso, una descripción del visitador Miguel de Ibarra en 1595:

Salió deste pueblo por la parte de atrás el pueblo de los Panches, de la encomienda del capitán Domingo Gómez de la Cruz, y llegó a una loma, que los indios dijeron llamase Chisquisicas desde donde vio vista a un valle que desde allí se hace y que los indios dijeron llamase Chisque y por cima del otro valle, hacía el pueblo de los Panches, se dio vista a otra cuchilla que desciende desde la sierra, cortando hasta el río, que los indios dijeron llamarse Cumequentun donde dijeron parten términos, los pueblos de los Panches, y Tibacuy, y haviendose informado de lo que le parecía ser necesario se volvió a este pueblo de Tibacuy. (AGN, visitas, Folio 812-813)16

La evidencia fronteriza apenas justifica la nominación hecha a éste "Resguardo de Tibacuy con su agregado Panche". Pero ¿qué movimientos internos se disponen? ¿Cuál el sentido implícito en la distribución de dos pueblos antagónicos en principio? En consecuencia ¿dónde y cómo se objetivan las nuevas cualificaciones dadas a dos "parcialidades" como la de los Panches y la de los Tibacuy?

Curiosas visiones llevan a describir nuestro espacio: Sea, a través de la narración de Fray Pedro Simón al seguir los pasos de las huestes españolas, o bien en compañía de Ibarra, sea cual sea, la mayor plenitud de vigilancia y control, donde se "da vista", se ejerce desde las alturas, en las lomas y cuchillas, lugares del espectáculo oficial, de la estrategia y el control. Aun, y bajo un espectáculo casi ligado a la estética del paisaje, sigue un contemporáneo asombro de aquel amplio panorama que se presenta a los ojos de quien observa desde las lomas "...donde podemos divisar, más de 27 pueblos alrededor, gran parte del Valle del Magdalena, los Nevados del Tolima, Ruiz, y Santa Isabel entre otros" (Fund. Quininí 1998: 13)17

Pareciera un sitio condicionado para "mirar", pero sobre todo, para divisar desde allí la oposición o el encuentro: la mirada vigilante del guecha sobre un territorio que ha de mantenerse como frontera muisca; la de conquistadores que intentan reducir los límites dentro de fronteras más amplias. Allí en las lomas, encuentros cara a cara de figuras encarnadas, no bajo la perpetuación de las oposiciones prehispánicas, sino de una lucha irresuelta, de la dialéctica incorporada en el espacio.

16 Enfasis mío. 17 Fundación Quininí. Proyecto Propuesta para la declaración oficial del Parque Natural Arqueológico Regional Cerro Quininí, 1998.

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Cueva del Indio cerca de panches

Una sencilla transposición de lugares a partir de las descripciones, narraciones y cartografías deja vislumbrar movimientos elevados: La Cuchilla del Quininí y la de Peñas Blancas insinúan la tensión que la conquista bélica y la disolución socioeconómica no resolvió; en cada formación natural unos registros que construyen la pareja divina-demoniaca, productos metonímicos de esa representación que se hiciera entre el territorio poblado por lo apacible y fácilmente reducido, y aquel bestializado y resistente al imperio español; el Quininí, en el centro de la actual cartografía del municipio así como del alinderamiento del antiguo resguardo, alberga "la cueva del mohan", "la Piedra del Palco", "la Piedra del Gritadero", "la cabeza del indio"; Peñas Blancas, sierra del encuentro y separación con el territorio Panche, así como de las actuales provincias del Tequendama y Sumápaz, es un nombre relativamente reciente que cubre su antigua nominación como Cresta de San Pedro (Gutiérrez 1839: Ver mapa), contiguo a él, y casi abrigando el centro administrativo y espiritual, el Alto de San Ramón (ver mapa No 03a). Así se mantiene un principio de división basado inicialmente por la diferencia entre dos pueblos que el imperio reduce a un resguardo.

Al final, la mirada permanece, pero las figuras cambian y deforman su función en el espacio, dando un nuevo sentido a ese control en el que-hacer local. Así una figura femenina sutiliza la vigilancia e impone su virtud. Santa Lucia, virgen y mártir, con sus ojos sobre una bandeja que lleva en sus manos, reverenciada como patrona de la vista de los ciegos y de Tibacuy; las peregrinaciones que

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se llevan en la actualidad el 13 de diciembre rumbo a esta antigua figura vigilante, apenas si señala la conducción de otros movimientos durante este ciclo anual.

Este ritual devoto podemos ubicarlo en un periodo que los campesinos locales denominan como "tiempo muerto": Sin trabajo, sin cosechas, un panorama yermo, donde el verde paisaje lleno de frutos que salpican las ramas aun no ha llegado, donde la espera de la época de lluvias se sucede durante un letargo colectivo.

En este "tiempo muerto", periodo sin lluvias, la vigilancia fiscal despliega sus intenciones sobre la percepción estacional y estacionada de un espacio para el control.

"Y havíendo vistto y reconocido en distintos días, sí las tierras del resguardo de este pueblo, como las del antiguo de los Panches su agregado, y que unas y otras son fértiles, y abundantes de frutos de tierra cálida y fría, y que la maior parte de ellas, estava yerma, desierta, y sin cultibo y que esto pendía de ser pocos los yndios por haver venido a notable diminuzión tuve por conveniente restringir, y separar de el referido resguardo un pe // dazo de tierra desde las lomas y cuchilla que los yndios llaman Bogotá asta una quebrada que llaman de San Joseph para que esta se baluase y beneficiase a favor de la Real hazienda, atentto a que desde la dicha quebrada que es lindero fijo hasta el pueblo, les quedava dilatadísima tierra pues según el Relox, ay hora y quarto de camino a paso regular[...]" (En: Tovar 1994: 278, Arostegui, 1761)

Este informe firmado por Joaquín Arostegui y Escoto a 5 de febrero de 1761, recién terminada la visita a los siete corregimientos de la Provincia de Santa Fe, construye un espacio desaprovechado, la imagen que se presenta no corresponde en absoluto a un cíclico "tiempo muerto" sino a un nuevo esquema en el ordenamiento colonial.

El resultado censal será la prueba, más no las condiciones de la perspectiva. Lo "visto y reconocido en distintos días" objetiva el espacio desde una figuración anacrónica, estable a la luz de un censo tan inamovible como el escenario que se estatiza: a tantas almas tanto tributo.

Años después, el 5 de enero de 1776, en visita de Francisco Moreno y Escandón el recorrido ya no surge como evidencia, el relato de vecinos y capitanes de los repartimentos ofrecen otra espacialidad, eso sí a la luz de la producción, mientras tanto el visitador no "ve" sino escucha y sigue la "indagatoria" diseñada para determinar un auto final.

Así, tanto vecinos, alcaldes y almas de los resguardos son llevados a declarar sobre "cuantos pueblos tiene el partido y la distancia...si son iguales o diferentes en temperamento y en los frutos que cosechan...efectos y labores de indios. Y expresar con individualidad aquellos en que hubiese alguna diferencia" (AHN Visitas fl. 881, con firma de 30 de diciembre de 1875).

Sigamos en principio, la respuesta de Josef Ignacio Henriquez, alcalde del partido de Pandi.

"...en el partido cuatro pueblos Fusa, Pasca, Tibacuy y Pandi. Temperamento: que el temperamento de estos 4 pueblos quasi no diferencian en nada; a exepción al de Pasca que en tiempo de lluvias suele hacer algún fresco, y que a excepción de árboles de cacao no se dan en él, pero que los demás frutos que se cosechan en los otros se dan en este y las tierras que cada uno tiene son bastantes y buenas ...ociosidad y poco del cultivo en Fusa, Tibacuy y Pandi...solamente los pascas son más aplicados al trabajo". (AGN Visitas fl. 881)

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Por su parte Francisco Diaz, vecino de Pandi, describe como el maíz, plátano y arracacha se da tanto en Pasca como en Pandi, pero siendo más abundante en el primero, donde tiende haber productos de tierra fría, mientras en Pandi los de tierra caliente. Así Moreno y Escandon reúne las indagatorias para sintetizar:

"He advertido la poca diferencia que en temperamento tienen entre sí los cuatro pueblos ... que se acredita con los mismos frutos que en ellos se cosechan a excepción del de Pasca que por su alta situación y cercanía al páramo es inclinado a temperamento menos templado en tiempo de lluvias, y que con más proporción se cosechan allí las papas" (AGN Visitas fl. 886).

Y posteriormente concluye ante esta aparente unidad de "temperamento":

"...se hace indispensable el reunirlos donde les resulten maiores utilidades en lo espiritual y temporal..." (AHN Visitas fl. 895 896)

Así quedó justificado el traslado de algunos pueblos de indios, entre ellos Tibacuy con su agregado Panche al resguardo de Pasca, tal vez por esa imagen trabajadora que siempre ha otorgado la cercanía del páramo, o bien por la separación de vecinos e indios, frecuente en el concubinato territorial dado en el arrendamiento entre indios y vecinos en tierras del resguardo.

Además de la transposición cartográfica que presenta una encarnación y tensión divina-demoniaca, también, la ciclicidad de la fiscalización social permite observar un particular punto en las trayectorias cíclicas dentro del espacio, el "tiempo muerto" crea una perspectiva, hace que una tierra fértil se convierta en algo yermo y sin cultivos, en consecuencia un espacio desaprovechado; espacio en que el único trabajo tangible es el que realizan los visitadores; a su vez, periodo en que la única recolección es la del tributo, bajo estas peregrinaciones fiscales, un mismo recorrido hacia el recogimiento espiritual, en definitiva un cálculo que lleva a la racionalización de la materia y el alma sobre los calendarios locales: "...recolección de tributos iguales para todos la mitad en San Juan y Navidad" (AGN, Visitas, Escandon, fl. 896)

UN SOLO "TEMPERAMENTO"?

Pero bien, bordeemos la decisión para este proceso de desarraigo y miremos la diferencia de "temperamentos" dentro del Resguardo de Tibacuy con su agregado, distante de la que advierte en principio Moreno y Escandon; para ello retrocedamos a Arostegui y sus indagados y posteriormente examinemos otra descripción basada en el repartimento del resguardo en 1839.

Congregados para la visita de Arostegui el Gobernador indio Don Mauricio Luiba y Tocarema, Don Juan Manuel Dinde y Don Victorino de San Miguel de las Parcialidades de Tibacuy y Panche, señalaron sus problemas en la tributación, en la forma en que se había disgregado entre los pueblos del resguardo el territorio, así como la asistencia a la iglesia. Para empezar Francisco Barragan, vecino con tierras arrendadas en el resguardo afirmaba lo siguiente

"...en las demás que son bastantes hacen sus rozas de maíz, que son dos veces al año, que unos siembran un almud, otros medio, otros dos el que más; y otros se aplican a trabajar de tomineros o jornaleros en las estancias de los blancos igual y que en el resguardo de Panche viven varias personas como Don Ambrosio Díaz de edad muy avanzadas, y tullidas y su hija viuda con hijos todo y blancos , la mulata Jacinta ... y que ni estos de Tibacuy van alla a sembrar [Panches] ni los de allá vienen aquí...dijo: 37

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que así los tibacuies como los panche vienen a oir misa los domingos, y demás días que les obligo, y lo mismo que a la doctrina cristiana; y que las misas una veces, se dice en la santa iglesia de este pueblo, y otras en la de los panches y que no sabe otra cosa". (AGN Visitas fl. 779,782)

Luego la declaración de Mauricio de Luiba, teniente indio de Tibacuy:

"Que nadie les ha quitado sus tierras, que siempre las han poseído, conforme las están gozando, y las tuvieron sus antecesores, por la parte del Chocho, hasta la Cuchilla Bogotá [Chisquisicas en Ibarra], montones de piedras por una lado del río; por el de arriba todo el cerro, y del sale una quebradita, que entra en otro grande llamada Yauta que cuela en el río Fusagasugá y divide las tierras de este pueblo y las de los Panches, que dentro del resguardo de su pueblo tibacui, sólo vive Francisco Barragan, deste lado que llaman la Qubrada San José... y que los indios tienen sus casas cerca del pueblo y otras en sus estancias y que las que están alrededor de la plaza son de los vesinos del sitio del Paguey[?]". (AGN, Visitas fl. 784)

Manuel Dinde, indio alcalde de los panches, hace lo propio refiriéndose a su jurisdicción

"...que las tierras son bastantes las de los Panches, que siempre las han poseído en la misma forma que hasta aquí desde la Quebrada Yauta, hasta la Quebrada Honda que llaman Sotaquirá; y por el lado izquierdo deslinda el río sobre la derecha las serranías y que el pueblo dista de este como media hora, que tienen allá iglesia y que siempre la ha habido, que cada mes[?] se celebra el santo sacrificio de la misa". (AGN, Visitas fl. 784)

Se señalan así límites reconocidos como ancestrales y coincidentes con la división en parcialidades coloniales dentro del resguardo; del mismo modo las instituciones coloniales que los congregan, pero adheridas a las particularidades de los dos pueblos. Se mantiene para el caso cierta desconfianza en la asimilación de lo Panche: más fácil observar allí la trasgresión de la norma, más vecinos allí que en Tibacuy, mayor ausentismo y distancia, mayor conflicto por el pago de lo tributos, Victorino de San Miguel alega ante el visitador de manera más vehemente que sus pares, el hecho de que "El corregidor Juan de la Cadena les hacia ir a jurar a la casa a los alcaldes del pueblo.." al igual que tributar por los indios ausentes 10 pesos, lo que veía como un abuso por parte del corregidor.

Tal vez este reconocimiento de los límites y resistencia sea un acercamiento a una diferencia de "temperamento" que Escandón reducirá a la producción. Examinemos una descripción contigua a un mapa elaborado por P. Gutiérrez en 1839 y que tenía por objetivo la partición del resguardo, donde a su vez el "temperamento" productivo también insinúa diferencias.

"La temperatura varia desde 80º hasta 40º del termómetro del [...] es decir a las orillas del río Chocho se goza de las primeras [...] Los extrebos [¿] se siente la segunda, siendo de una temperatura media la de los pequeños valles en que serpentean las quebradas y arroyos de Yauta, Cumaca, Chusque, Tibacui, San José y Tulutá. En estos Valles se cultiva la caña, plátano, yuca, arracacha y apios, papas [...], mais, frijol y algún cacao y café a cuyo cultivo se han dedicado poco los habitantes. Hay poco ganado vacuno aunque son propios [...] el caballal y asnal está reducido a muy pocas bestias de carga. El comercio es nulo en esta parroquia, más no obstante, tibacui está llamado a ser un pueblo de consideración por la variedad de su temperatura y la fertilidad de su suelo." (AGN Map. 6 ref. 292) 38

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Así, el valle se convierte en la media sacada de esos extremos de temperatura, lo cierto es que la diversificación de productos, como se puede ver en la actualidad, no necesariamente están determinadas por el valle sino por las diferencias de altitud en las que se enclava la calidad y la diversidad de la producción agrícola.

Basta sólo una breve mirada desde la carretera que atraviesa el río Chocho, sube a Tibacuy y baja hasta Cumaca para darse cuenta de las diferencias en la producción, o bien mirar los diagnósticos del municipio para encontrar una marcada especialización en productos de tierra caliente y fría, correspondiendo la primera a las poblaciones que ocupan en la actualidad el contorno Panche, y la segunda lo que se corresponde con Tibacuy.

Claro está, la división básica por las quebradas que separan valles de uno y otro pueblo hará que el referente diferenciador (productivo) de la tierra caliente y fría no sea tan tajante a la hora de intuir un manejo por pisos térmicos, pero, al parecer tal aprovechamiento de la riqueza no corresponde a unas poblaciones con tradiciones productivas diferentes. Sin radicalizar esta interpretación, más aun por la insuficiencia de datos que la sustenten, se ve una disposición de los poblados Muisca y Panche en éste sentido, la misma que lleva la carretera (con un recorrido que atraviesa los valles y que no los abarca en su totalidad) a fuerza del ir y venir de lo frío a lo caliente.

En todo caso, la reducción al resguardo de Pasca, único distante en "temperamento" según las conclusiones de Moreno y Escandón, no deja de ser contradictoria cuando las poblaciones desalojadas de sus pueblos basaban sus relaciones en intercambios locales, produciéndose de este modo un desarraigo que desestructura las relaciones productivas y culturales, es decir un ultraje a las formas en que se sustentaba su ser y que-hacer, una descomposición de estas mismas con la configuración natural de cerros, valles y quebradas que aportaban el sentido de lo ancestral a las formas de existir. ...................................................................................................................................

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Tras la ventana: Lluvia y melancolía

En el espacio se "descubre" y "cubre" la forma de mirar y de sentir. Los Andes tienen "horizontes" diferentes, entendido como una manera de configurar lo distante y lo opuesto, un horizonte no apriorístico ni diseñado en razón de una perspectiva espacial que hace del horizonte lo opuesto a lo vertical, no, este por el contrario es un horizonte como perspectiva cultural que le da volumen y densidad a lo que se ve, a lo que se dice, y por supuesto a lo que se siente, horizonte que como coordenada coincide en muchas ocasiones con su objetivación en el espacio físico más allá de la vista instantánea que mira, más que recorre, por encima de una cartografía grandes regiones y que en consecuencia oculta la cotidianidad que transcurre y refleja esos horizontes construidos.

Dentro de la circunscripción de esos horizontes varios sentimientos que se encarnan, un horizonte que mira a través de la ventana u otro que se desplaza por fuera de ella. Pero no sólo miradas, sino desplazamientos guiados por esta forma de percibir el espacio. Cierta mirada "urbana" se cubre de la lluvia, ésta se asocia a cualidades y movimientos que no convienen a lo urbano, este mundo urbano le esquiva bajo los aleros, tan sólo el piqueteo de las gotas se toleran para exaltar cierta nostalgia y melancolía que invaden el exterior.

Así como se buscan y se miran las jurisdicciones coloniales durante las visitas fiscales y administrativas en períodos secos, también se hace presente una distancia sobre sentimientos enclaustrados, cubiertos, que no logran ver en su condición pasiva una proyección activa durante la descripción de lo que se moja18; en este sentido, cierta melancolía, cierta lluvia melancólica, ciertos campesinos caminando melancólicos bajo la lluvia parecen invadir el altiplano; las imágenes del campesino, que digo, del mestizo campesino de la primera mitad de siglo XX pareciera coincidir con esas viejas películas en las que voces y color desaparecen, donde es el espectador que mirando desde la carretera imprime a esas imágenes un particular movimiento:

“Cuando el turista pasa de noche por la carretera solitaria y ve a lo lejos, en las lomas, una luz que tiembla en la tiniebla muda, debe pensar en la miseria, en el hambre, en el vacio de estas existencias balbucientes, donde la inteligencia, por fortuna tal vez, apenas se insinúa con trémula debilidad” (Solano 1983: 32)

Los caminos trazan así no sólo el recorrido; desde allí se observa la diferencia y se presencian los cambios, lo que ha de sentirse cuando se ve a lo lejos puede hacerse descender a esos destellos de progreso que acercan el mundo rural y urbano. Es en estos signos de la modernización donde se aceleran las revoluciones de las imágenes proyectadas, es allí donde se hace más tangible a los ojos del viajero el cambio social:

“La gente que vemos en los paraderos del ferrocarril, tiene un aire urbano, un aire de miseria ciudadana, de miseria disimulada y maliciosa, que no habíamos conocido en aquella tierras” (Solano 1983: 198)

18 Bien se podría decir "mojaniza" atendiendo esas figuras míticas, pero revitalizadas que surgen durante los periodos de lluvia, sobre todo en las narraciones de raizales y que María Teresa Carrillo describe en su tesis Los Caminos del Agua (1998); en tal caso miradas conservan cierto horizonte que dividen el mundo agrario del urbano. Inversamente proporcionales en su sentimiento y movimiento durante los periodos secos o de lluvias.

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Finalmente, el principio melancólico marca el movimiento y define los contornos del espacio recorrido, el cambio mismo no deja de permanecer lúgubre y frío, toda percepción de "lo campesino" en el altiplano ésta marcado por éste sentimiento: ropa negra, silencio sospechoso, mirada acongojada y paso lento como manifestaciones melancólicas que exalta no sólo el poeta, el literato o la línea costumbrista, sino que se expele desde otras percepciones cuya labor empírica y categorías científicas propenderían a matizar los "rasgos típicos" del campesino.

El mismo Fals Borda, predicador del desarrollo y del cambio social hasta los 50’s, en ese sentido, manifestaba adhesión a definiciones que López de Mesa utilizaba para contornear la nación: Lo mestizo, resultado de lo Hispano-chibcha, ello mismo definiendo una "Cultura de Vertiente", que en Fals fácilmente es traducible a la Gemeinschaft de Tönnies, a la solidaridad mecánica de Durkheim, o a la Sociedad Folk de Redfield, por supuesto bajo el soporte de un detallado trabajo de campo en la población de Saucio donde matiza la forma y sus cambios19:

"... las barreras del aislamiento están derribadas, no hay jefe omnipotente, no hay tradición oral exclusiva, y el proceso asociado exurbis del racionalismo está en su etapa inicial" (Fals Borda 1961:46)

Percepción de categorías o categorías de percepción sumergen bajo el mismo halo existencialista, basado en la sin razón y en la melancolía, al altiplano; tanto en la imagen literaria como en la desarrollista nuevas formas de ser para un sujeto alineado en las fila del dependentismo y del subdesarrollo (Escobar 2000).

En el exabrupto aparente de someter las coordenadas geográficas a un sentimiento, como la melancolía, existe todo un proceso de objetivación, de reificación de la diferencia y de lo incomprensible, máxime en las etapas tempranas que buscan definir la Nación. López de Mesa advertirá las diferencias regionales a lo largo del país rural así.

"La clase campesina colombiana no puede definirse unívocamente...la función económica de tales grupos los diferencia fundamentalmente en carácter, en conducta, en aspiraciones, en eficacia personal, familiar y cívica. El campesino de origen chibcha es más subordinado que el descendiente de Panche o de calima; el mulato del Valle no puede estudiarse bajo el mismo rotulo que el concertado pastuso..." (López de Mesa 1934)

Pero ellas no habrán de prescindir de la percepción profunda o evidente de las miradas "cubiertas", del sentido proporcionado por ellas a las poblaciones agrarias:

"Tal vez no fuera exagerado enlazar algunas cualidades en encadenamientos más sutiles; digamos que el ritmo taciturno, la pereza mental y la cortesía por algún aspecto psicológico se hermanan. Desde luego la melancolía y la "bradiferia" (o lentitud del pensamiento) van ligadas y en estrecha relación con la fácil fatiga mental; con la pereza se relaciona curiosamente la cortesía, por transposición de sentimiento del que habla al interlocutor ("no se moleste usted"; "hágame el favor de sentarse" etc.), como ocurre en intoxicaciones en que ambas resultantes aparecen, en la de hachis (o beleño), v.gr., y en la psicología normal de algunos pueblos orientales". (López de Mesa 1934: 55,56)

Pero esa mirada apesadumbrada que causa la lluvia, lo que ella evoca y estatiza para algunos, no deja por ello de ser agitación a esos otros "espíritus" raizales que le conceden y relatan otros movimientos y relaciones con ella, mirada agraria que no evade la lluvia, que la busca no en la

19 El continuum folk-urbano para otras investigaciones contemporaneas (Redfield ?????)41

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tristeza o melancolía sino en la alegría de su fluidez. María Teresa Carrillo sostiene a propósito de las narraciones raizales en su tesis los caminos del Agua:

“El esquema repetitivo en la narración es un intento de copia del movimiento del agua, primero de su localidad y luego de la sabana. Cada discurso local logra enlazar los fenómenos pluviométricos y fluviales del norte del territorio (Fuquene por ejemplo) con los de la zona sur (pantanos y río Bogotá). Al hacerlo, el centro discursivo pleno de detalles y movimientos es el de su zona específica. El ciclo del agua es esta forma contextual de construir discurso, recorriendo un enmallado físico local y macroterritorial. Pero como los fenómenos físicos tienen vida, se convierten en un enmallado temporal y social. La temporalidad histórica está representada en las acciones de los personajes, que corresponden a momentos históricos y acciones de las comunidades” (Carrillo 1997: 12)

Más allá de la melancolia

El sentimiento así encarnado en paisajes, sujetos, periodos y actitudes tienen sus límites, tienen su lugar, el "horizonte melancólico" llegará hasta la entrada de las vertientes; el antaño referente de la "Boca de Monte" abría sus fauces a otro tipo de sentimientos a otra forma de sentir y de actuar, un horizonte diferente se presenta, digamos, un horizonte vertical en el que comienza su despliegue la "tierra caliente".

Ya hemos anotado extensamente esa percepción de conquista y aquella colonial acerca de esa porción de vertiente que rodea el espacio de nuestra comunidad actual, demos un salto y encontremos otros cambios sobre esta geografía para el siglo XIX.

Con la colonización de la vertiente occidental, vinculada a la explotación de la quina y a la producción del café para el mercado internacional, se presenta una tensión entre la percepción de la vertiente y de los actores que se encuentran y llegan allí. Medardo Rivas loará en Los Trabajadores de Tierra Caliente a esos "trabajadores" que por la inversión económica y el contagio de sus valores parecieran llevar el "progreso" (Rivas ) a esas regiones que en adelante serían el lugar apropiado para "temperar" (Camacho Roldan ). Otros trabajadores más opacos en esta vanagloración social, los colonos, representan, sin embargo, el triunfo sobre lo agreste de las vertientes. Pero estas figuras, a pesar de los valores que llevan para la modificación de la imagen económica y social de la vertiente, configuran un nuevo tipo de relaciones que a la luz del determinismo parecieran colocarlos "fuera de lugar", ocultando las causas estructurales y cotidianas del conflicto:

"La variación de sangre aborigen determina a su vez una sorprendente modificación del carácter, y entenderemos la índole de los pueblos que en Cundinamarca y Boyacá radean en las vertientes oriental y occidental al grupo hispano-chibcha: Muzos, Calimas, Panches, tribus guerreras que habitaron los países que dan su frente al Magdalena desde Santander hasta el Tolima, caribes del levante hasta las planicies remotas del Orinoco ... esto nos explica en mucha parte la sicología del campesino que hoy habita esas regiones, su tendencia a la combatividad, sobre todo su animo litigante, individualismo e indisciplina que tantas perturbaciones produce entre terratenientes y colonos y a tanta delincuencia da ocasión. Muzo, Coper, Viota, Fusagasugá, Sumapaz, etc. corresponden a ese origen étnico". (López de Mesa 1934: 57 ??) 42

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Cumaca- Tibacuy

Bueno, todo ello nos lleva a preguntar ¿ese espacio donde se asienta la comunidad de Tibacuy donde se encontrará? ¿en ese espacio melancólico o en ese de "tierra caliente"? y ¿que implicaciones tiene ello para la forma de organización actual?

Por lo pronto esta diferenciación lleva a pensar que estos horizontes expuestos, se convierten en unos referentes móviles, contextuales y cíclicos. Lo que nos ocultan los cerros y lo que separan las cuchillas, pueden hacer reposar diferencias basadas en el referente "étnico", mítico-religioso, político, socioeconómico.

Volvemos sobre la idea arriba expuesta acerca de los hitos geográficos como palimpsestos. Tibacuy contiene algunos referentes físicos que ordenan las diferencias regionales y locales; la Cuchilla de Peñas Blancas aunque no divide ya Panches y Muiscas, ahora separa dos provincias, la del Tequendama y Sumapaz, provincias que con anterioridad al periodo de "la Violencia" parecía disponer espontáneamente la filiación por un lado del Comunismo y por el otro del Unirismo, en un extremo de este determinismo encontramos una jocosa referencia al origen de los partidos liberal y conservador:

"Un historiador comentó ayer: "partidos los hubo desde antes de la conquista. Los Muiscas eran conservadores, y los Panches liberales. Aquellos atormentados por los otros, se aliaron con los españoles en varias ocasiones, para defenderse"". (El Siglo. Columna Telefonazo y Respuesta. Sábado 15 de octubre de 1966, pp2)

Bien, en el apéndice sur de la mentada cuchilla se daba lugar a la separación de las parcialidades del resguardo, de ellas se mantienen dos cascos urbanos: Cumaca y Tibacuy, el primero corregimiento y el segundo Cabecera municipal.

Los cerros mantienen como en abanico la diferencia de cada uno de los pliegues, algunas percepciones locales sobre ellos señalan que Tibacuy es tierra fría, mientras Cumaca y Bateas de tierra caliente; los "calentanos" presentan actitudes diferentes a los de tierra fría, menos recatados, ofendosos, descendientes de Panches, en fin toda una serie de encadenamientos a nivel local que pueden dar idea de tensiones viejas entre las poblaciones, en especial como consecuencia de la polarización de la época de "La violencia" y de la fragmentación de las haciendas.

Así, los linderos por los que hemos hecho un somero recorrido siguen manteniendo su función, pero han modificado su sentido, en ellos nuevas peregrinaciones, nuevos encuentros concilian y exaltan las diferencias. De hecho, hace pocos meses se daba una fuerte oposición local, pasiva y de hecho, debido a las intenciones de repartir el municipio de Tibacuy entre los municipios de Silvania y Nilo

Tomemos la diferencia más explicita en la comunidad de Tibacuy20, aquella que separa Cumaca de Tibacuy. Algunas diferencias infraestructurales en el poblado de Cumaca están ligadas a la prosperidad de las haciendas, aunque de hecho ya existían algunas durante la época del resguardo,

20 El objeto de la descripción geográfica es poder especificar los contornos del escenario que compone la comunidad de Tibacuy (para evitar confusión esta unidad ira señalada en itálica) , aunque aparece como evidente la separación entre poblaciones ubicadas en espacios diversos, no así puede dejarse de tomar como unidad a estos segmentos.

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allí las haciendas como unidades económicas proveían de una nueva racionalidad la localidad. El patio de la hacienda se convertía en el nuevo lugar de peregrinaje, lugar simbólico para distensionar y desplegar la autoridad, allí se convocará al intercambio y al encuentro:

"Ellos [los Holguines] venían por ahí cada seis meses.

Había 3 administradores [de la Hacienda Calandaima], uno era el que permanecía ahí dentro de la hacienda dirigiendo la gente, poniéndoles oficio, poniéndoles a trabajar y el otro administrador era el que daba contratos, y iba por allá por el lado de los contratos a ver como los estaban dejando...y el otro administrador que era... ah don Mario Holguin, un primo de los... ese si era pobre de verdad, le trabajaba a los primos, el prácticamente no hacía nada, o sea que lo tenían era como por lástima.

Y los señores Holguin, por lo menos en Calandaima que era la hacienda más cerquita que quedaba a Cumaca, eso tenían un botica, y tenían un señor ahí que lo llamaban el Boticario, pero un puesto de salud la berraquera, cuando llegaban de verdad los propios dueños de las haciendas, pues era como si llegara Dios, toda la gente de Cumaca, aquí de Tibacuy eso corrían a que les dieran droga, la droga no la cobraban, pero ellos preferían más a los que vivieran dentro de la hacienda, pero cuando llegará otra persona fuera de aquí de Tibacuy o de Cumaca o de otra parte ahí los atendían, les daban droga, si había que hacerles una curación, les hacían la curación, pero ellos no pagaban nada, los Holguines le pagaban al boticario.

Ahora para las nochebuenas, las navidades, eso era todo ese patio, lo que era el patio de la Hacienda, era como ver aquí la plaza de Tibacuy, y eso se llenaba ese patio, la plaza se llenaba de gente de toda, grandes, niños y pequeños, de todo. Y los Holguines en Cumaca se compraban era por cargas de panela, llegaban y mandaban a uno o dos arrieros: "váyanse a tal parte, tráiganse tantas cargas de panela, que ya esas quedaron pagas" y llegaban y ponían a 3 o 4 trabajadores ahí a partir la panela pequeña y a todo el mundo le daban.

Ahora para las navidades le traían regalitos ...mejor dicho eso era llenado ese patio de casi sólo niños, y repártale regalos, ropa, de todo, todo les traían." (Entrevista con Don Ricardo, Vereda La Gloria, día 72 jueves)

Esta homogeneidad de una población beneficiada e indiferenciada por la mano generosa del patrón, no se ve matizada por otras diferencias y otras tramas que se componen en contextos diferentes. Cuando irrumpe "La Violencia" la oposición entre una y otra población se enciende, los de Cumaca liberales, los de Tibacuy conservadores, y aunque no se menciona masacres o conflictos mayores, como sí sucediera en otras localidades del Sumapaz o en la Hacienda el Chocho 21, sin embargo si se producía un tipo de agresión significativa, aquellos que de una localidad pasasen a otra debían besar una pañoleta roja o azul, según el caso, so pena de una agresión mayor.La relajación o tensión de las oposiciones se ven así ligadas a sistemas económicos o coyunturas políticas con efectos de largo plazo. Otros encuentros cíclicos que se pretendían conciliadores de las diferencias, realzaban las oposiciones.

Piedra del Diablo

21Hacienda que colindaba de Tibacuy a través de la quebrada San José, hasta allí llegaba la jurisdicción de la Colonia Agrícola del Sumapaz.

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Regresemos a un punto de inserción, no el bélico, sino el religioso, donde el recorrido de las procesiones se desplaza por una carretera ahora pavimentada, donde uno de los brazos de la cuchilla de Peñas Blancas, cerca de la Quebrada San José, corta una de las curvas de la carretera ¿o debería decir donde la carretera corta la cuchilla...?Los referentes han variado, el camino comienza a descender hasta el Río Chocho, abajo cientos de condominios, el Club el Bosque donde se encuentra la Casa de la Antigua Hacienda el Chocho. Allí existe una cavidad que el puño de Dios o el Diablo dejó como recuerdo de una pelea entre ambos22, dentro de ella se aloja la Virgen del Carmen marcando el cruce y recordando además del antiguo duelo, que de "La Virgen para allá son los mafios y de para acá los pobres campesinos".

Procesiones religiosas se turnan año por año, las actividades de la iglesia se turnan y las relaciones y actitudes con los párrocos que les dispondrían como mediadores les incorporan en el entramado socio-espacial.

"Valeria me contaba que el día siguiente la Minga iba a trabajar medio día para la casa cural. Decía que estaban haciéndola para que el cura se instalará en Tibacuy, porque a pesar de ser Tibacuy Cabecera Municipal, el cura vivía en Cumaca, que incluso la Caja Agraria y la Oficina de la Federación funcionan allí" (Diario de campo, día 38)

Dos años y medio después, con otro cura a bordo, mientras se celebraba la Fiesta de la Virgen de Santa Lucia, la misma campesina me relato que el cura actual no la lleva bien con los de Tibacuy porque no le colaboran, que prefiere los de Cumaca y que se la pasa más allá, incluso que como represalia no iba a hacer la procesión, sino sólo la misa.

Otras tantas formas de encontrar y distanciar las localidades de Tibacuy se pueden ver en otros puntos, allí donde la Cuchilla separa las veredas colindantes entre Tibacuy y Cumaca dos piedras en concubinato son nombradas como la Piedra del Diablo y de la Diabla. En el cerro de la Cruz, entre Quininí y Peñas Blancas, se organizaron las invasiones a algunas haciendas, a su vez en ellas la disputa entre los invasores "comunistas" y los antiguos trabajadores "conservadores" disponen en el corregimiento de Bateas un despliegue y conflicto por el espacio. En fin puntos de encuentro y espacios de desencuentro con referentes y contextos diversos.

Acto de Contrición

A la luz de una insatisfacción que me incomoda no sería justo poner las oposiciones referidas como permanentes en todo momento y lugar. Para ser honesto, cuando un referente se muestra evidente en la cartografía o en los relatos, cierta seguridad me lleva a disponer la interpretación espacio-temporal sobre ellas, en ocasiones el control sobre las coordenadas construidas se invierte y son ellas las que controlan la mirada hasta que cierta desestabilización me rompe las estructuras y los mismos referentes en nuevas o en las mismas escalas abren una nueva luz y opacan la anterior.

22 Lamento no poder hacer referencia al duelo, una negligencia con el registro del Diario de Campo no me permite volver sobre el relato. Este me lo contó un joven campesino que a su vez lo escuchó de su abuelo, esto lo hacía mientras asistíamos a un curso en un centro del Comité de Cafeteros desde donde se ve la el corte de la carretera y el cerro.

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Pareciera que ciertos hitos espacio-temporales permiten someter a su justo valor las oposiciones; los rituales locales, el bélico, el religioso, el institucional, el económico, aparentan concretar la evidencia de los dualismos: Estos se presentan como encuentros que concilian y explicitan la diferencia, pero a su vez una descripción tan apretada hace que se piense en si ciertos principios o referentes tienen incidencia en lo cotidiano, si tuvieron su pertinencia y la muerte moderna de las estructuras tradicionales los han sepultado. En fin si ya no importa la filiación política, si tras ella ya no se oculta la disposición cultural de un espacio apropiado a fuerza de oposiciones y complementariedades de carácter o “temperamento”, si finalmente la individualidad ha sumido esta ruralidad en una masa de individualidades de la cual lo único que queda es la integración aun mayor de una globalización cuyo referente predominante es el económico.

Sin más rodeos, que den a este vértigo espacial un mayor sin sentido, espero haber sometido la lectura de esta descripción geográfica a una maraña, de la que yo mismo no he salido ni he pretendido comprender en totalidad, tan sólo, como lo sigo reiterando, aproximarme.

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CAPÍTULO III

PROPIEDAD, APROPIACIÓN Y ARRAIGO

“Compañeros de historiatomando en cuenta lo implacable

que debe ser la verdad, quisiera preguntar- me urge tanto -

¿Qué debiera decir, qué fronteras debo respetar?

Si alguien roba comida

Y después da la vida, ¿qué hacer?¿Hasta dónde sabemos?

¿Hasta donde debemos practicar las verdades?

Que escriban, pues, la historia, su historia,los hombres de “Playa Girón”

Fragmento Playa GirónSilvio Rodríguez 1969.

POR EL CAMINO DE SANTIAGO

La aproximación exige búsqueda, la búsqueda transformación, sea del conocimiento, de la percepción, de la perspectiva... y, no es en el punto final donde adquiere sentido el recorrido, es el recorrido mismo el que envuelve, contiene, somete al peregrino a la transformación; el inicio de la búsqueda misma es un sinsentido, si acaso un prejuicio que apenas intuye la experiencia alquímica que conduce a la iniciación, pero no más que prejuicio sinsentido, porque, en realidad, los misterios ni siquiera son revelados al final; este apenas es un golpe de bombo que sacude nuestra atención, así pues, ni principio, ni final; sólo existe aproximación a través de la duración, allí la intuición y las imágenes reveladas son halladas por el camino, sólo por el camino; un aire vitalista se percibe y nada más oportuno que la siguiente invocación:

“El auténtico viaje de la imaginación es el viaje al país de lo imaginario, al dominio mismo de éste. No entendemos por ello una de esas utopías que consiguen, de golpe, un paraíso o un infierno, una Atlántida o una Tebaida. Nos interesaría el trayecto y nos describen la estancia.”(Bachelard 1993:13)

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¿La nuestra no es otra de esas tantas peregrinaciones? Por gusto, por placer, por necesidad o por capitalización lo es; el campo, el trabajo de campo las más de las veces es sometido a esas coordenadas mediatizadas y realizadas sobre las áreas consideradas de orden público, en consecuencia, la zona roja tiñe de epopeya los trayectos que la cruzan, pero esa alquimia sólo legitimada y enaltecida por fuera del escenario transitado, permite evocar a esa figura que Benjamín evoca en el marino mercader, quién narra su experiencia no tanto en la tradición como en la exoticidad de lo lejano “Cuando se sale de viaje bien se puede contar algo” (Benjamín 1961: 190). Pero, este especial mercader conduce a la experiencia ajena, la tradición subsiste, es el centro de la búsqueda en el “lugar”, la tradición puede así estar presta a ser transportada, por supuesto traducida y para ello no importa si la mirada es histórica o estructural, la sola existencia de la descripción señala antecedentes en causas objetivamente demostrables o culturalmente construidas, y quien podría afirmar que es lo uno y que lo otro?

Para nuestro caso particular y dentro de la variopinta de profesiones modernas, el campo, nuestro “trabajo de campo” traduciría al taller medieval de Benjamín (1961: 190-191), un lugar para el encuentro de las experiencias entre el sedentario y del vagabundo, pero a diferencia del taller medieval la divergencia se haya en el sentido y el orden de lo contado: la tradición no es arrancada al azar y comunicada de boca en boca espontáneamente, el encuentro físico, empírico, escudriña la tradición para atraparla y disponerla en el orden que exige la otra tradición, la originaria del mercader cultural; y mercader porque ya la etimología del etnógrafo no da suficiente razón sobre la forma en que es atrapada la experiencia, transformada en hecho y, como ya mencioné, ordenada, modernizándose de está manera lo lejano en el tiempo y el espacio.

Además, el taller reunía las dos experiencias y la relación dialógica se mantenía y reproducía durante generaciones, aquí el encuentro de trayectorias se obsesiona por el hecho y su registro, sea para describir, interpretar, explicar. Y ello sólo en cuanto se vislumbra el final del camino, donde los intervalos construidos dirigen a una conclusión, donde la linealidad inicial ha cegado la duración, donde el campo es un lugar de paso y no para el paso. He ahí el sentido y la tendencia de nuestras trayectorias.

A pesar de ello, entre la salida y la llegada a través del encuentro, la observación etnográfica no escapa al implicamiento en el orden local, aquel que le da un lugar, una identidad, una caracterización a la trayectoria del etnógrafo, y ello en el encuentro con las tramas espaciales y los relatos locales que lo contienen (Auge 1998) y transforman. Con recurrencia, la mirada pretendidamente neutral es neutralizada localmente para cubrirla sobre una presentación coherente dentro de las coordenadas cotidianas. Antipatía o simpatía, cualquiera de estas relaciones no son originadas o conseguidas al azar, la forma de entrar al campo, de ubicarse allí posibilitan o no que el sentido local se aleje o aproxime, que pueda ser descarnado.

Sea pues un motivo para presentar ese encuentro de trayectorias contemporáneas, con sus ritmos particulares y sus sentidos correspondientes.

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El Inicio del Camino

Varias veces he estado en Tibacuy, recorrido algunas veredas y hablado con algunos pobladores23; sin embargo, recorridos de paso, de aprehensión somera de esa comunidad repartida en el espacio que ocuparan hace mucho dos sociedades prehispánicas, un resguardo colonial y unas haciendas no tan distantes en el tiempo. Ese y otros tartamudeos cuasi etnográficos se comienzan a consolidar en ese primer día de campo “oficial “, en esa primera y ruinosa hoja de un cuaderno con función de diario, con la seriedad que apenas irrumpe la portada infantil de un cuaderno de Iberica que presenta a un oso jugando tenis.

Ahora sí, ¡un etnógrafo! su experiencia vital en un registro a veces acartonado, a veces teñido del color cotidiano, en cualquier caso, fragmentos de tiempo atrapados en el vaivén de un lápiz negro, rojo, un esfero azul, verde... recuerdos de mi desorden escolar y del enfado de mi mamá por tener que comprar nuevos cuadernos para pasar en limpio mis grotescos cuadernos de primaria.

Y entre lo que registro como espectáculo en una función que cierro y abro durante el pasar las hojas de diario, remonto a esa primera hoja, con tachones, correcciones e insatisfacciones por esa carencia de disciplina en el escribir; allí, entre líneas, los recuerdos evaden la descripción insípida y formal para reestablecer en parte las sensaciones que invadían mi ingenuidad. Ya no es lo descrito, lo externo, lo que contengo en el papel, lo objetivo de la experiencia; es el recuerdo de la llegada la que me restablece como contenido en unos relatos y más que el diario las evocaciones de éste me ubican en ese trayecto, que por su misma condición de no ser solitario, se convierte, como ya lo he dicho, mejor, escrito y recorrido, en peregrinación académica y social:

Ese primer día subo con Santiago Zapata, recordar donde le conocí sería tanto como tratar de evocar las imágenes perdidas de mi infancia abrigada por los brazos y el pecho materno, he crecido con Santiago sin importar su pasado, tal vez hasta que la vista reflexiva sobre la familia cercana surgiera como alternativa de investigación histórica y etnográfica, de hecho cada vez me acercaba a esa posibilidad por el constreñimiento económico que me exigiría una búsqueda lejana de sujetos de estudio más pertinentes para la antropología; pero más que estas dificultades aún presentes, la pasión por una mirada de lo cercano me llevan a retomar insinuaciones de un amigo muy cercano, Adrián Serna, quien más que en sus escritos, en sus comentarios recurrentes me hacen ver como lo más cercano, la familia, se vincula en las tramas culturales y sociales.

Así, Santiago es el principio de este camino que nos aproxima a esa vida rural a la que el mismo no pertenece, si acaso desde un mundo evocado por la devoción católica o en la oración infantil en la que pedía protección desde ese miedo nocturno a la oscuridad:

23 Una primer salida de campo con intenciones etnográficas se dio en el corregimiento de Bateas, por iniciativa de las profesora Gloria Pérez contactada por medio del encuentro en un curso de extensión dictado por Adrián Serna en Fusagasugá a maestros de la región.

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“San Silvestre, del monte mayor,líbranos la casa, por todo enrededor,

brujas y hechicerasy el hombre malhechor”

Sus hábitos y trayectorias han estado ligados a esa vida de ciudad que su madre, Marina Rodríguez de Zapata y su padre, Alfonso Zapata Sánchez construyeron luego de dejar el campo a finales de la década del sesenta, él, el Callejón de Guaduas en el Guamo, Tolima; y ella Tibacuy en ese rincón de Cundinamarca.

Precisamente, por ello, la búsqueda continua desde Marina, ahora, con sus 47 años de edad y mientras descansa de sus infatigables jornadas en el hogar de Santiago, sus narraciones sobre su niñez y adolescencia campesina son más escuchadas que antes, cuando parecía que el viento y la indiferencia se las llevaran.

Pero Santiago sigue siendo la clave de entrada al mundo rural, más por los vínculos que mantiene en la comunidad que por sí mismo; en Tibacuy, en la Vereda San José se encuentra la finca donde habita su tía, Valeria Rodríguez, dos años menor que Marina y madrina de bautizo de Santiago; en esa finca aun no repartida entre los herederos de Martín Rodríguez y Carmén López, sus abuelos, viven Valeria y Benjamín Montejo junto con sus dos hijas menores, Clara y Angela, y el hijo mayor, Alejandro, allí, ellos como último refugio campesino de una antigua familia extensa que se reparte entre la comunidad misma y la ciudad La condición de Santiago como ahijado de Valeria y también de Benjamín, así como sobrino, nos brinda garantías de alojamiento y alimentación, de acceso seguro y fluido entre la población.

Esa finca es nuestro destino, ese pedacito de terreno de apenas 3 o 4 fanegadas y que mantuvo a sus seis tías y dos tíos, a sus fallecidos abuelos, a sus bisabuelos y tatarabuelos, estos últimos que llegarían a su vez de Junin, Cundinamarca, a fines del siglo XIX o principios del 20, en pleno auge de la hacienda, según cuentan las diferentes versiones familiares. Allí la finca, la parcela, otrora estancia, es nuestro destino y hacía allí continuamos.

En ese camino acompañado por Santiago, algunos de sus recuerdos acompañan la mirada del antropólogo, se podría decir que se coyuntan, en ocasiones no se sabe qué mirada domina más, él recuerda y siente, yo todo lo presiento como un escrito. Trato de preguntarle sobre sus recuerdos, algunas veces no recuerda muy bien, otras no contesta, de todas maneras se que a través de él puedo acomodarme y fluir con más facilidad en la comunidad: se le reconoce como el hijo de... sobrino de...nieto de... y referenciado Santiago presentado el autor: Su acompañamiento inseparable parece restringirle a una sola función: presentarme; no es propiamente un informante pues su cotidianidad es igual de urbana a la

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mía, son sus vínculos familiares los que me permiten acceder a su familia, a la gente de la vereda y a otros tantos habitantes de Tibacuy.

Una profunda aflicción de Santiago hace que el campo sea el recurso para su consuelo y en este ritual del olvido, de transformación, lo acompaño yo, el etnógrafo y su diario; así el campo para uno y el diario para el otro se muestran como linderos donde sólo los cruces, los encuentros y desencuentros han de conducir a la otredad rural y al re-conocimiento propio, que ha de ser, la otredad de si mismos.

La búsqueda del etnógrafo y su acompañante son diversas, pero nada impide que se contagien; la depresión se difunde y penetra el trayecto a través del espacio y del papel, la atmósfera gris y la lluvia cadenciosa durante la salida de Bogota se daban continuidad con la densa niebla que se observa desde la carretera central, cerca de Silvania y, que cubre los cerros cercanos al casco urbano de Tibacuy, el halo mágico que me representaba algunas veces la esponjosa neblina ahora sólo sirve de espejo a la tristeza de mi acompañante, otras veces, la búsqueda del etnógrafo, pienso ahora, influían en las acciones espontáneas de Santiago, un saludo, una sonrisa, un encuentro cualquiera desviaba la inicial espontaneidad para traicionar el hecho y convertirlo en acontecimiento descrito, en un dato coleccionable.

Al llegar a Tibacuy, a pocos minutos de ponerse la tarde, el pueblo aparece como oasis entre la niebla que inundaba y había acompañado el recorrido desde Bogotá y abajo en Silvania, el parque despejado aunque mojado y con el aire frío se presenta solitario, aun así, algunas tiendas permanecen abiertas, cerca de ellas, como arrinconando el frío, algunas personas esperan el colectivo que pasa cada media hora hacía Cumaca o hacía la carretera central; soldados vestidos de camuflado caminan silenciosos en los alrededores, entre tanto, otros ríen entre escena y escena de “La Locademia de Policía” transmitida por el televisor de una de las tiendas.

En la parte superior del pueblo, como conteniendo los cerros y contemplando el horizonte, a veces visible tras la niebla, se ubican en su orden los cimientos de una casa cural, una sencilla iglesia con sus campanas (otras veces también un altoparlante que pareciera disputarle al ding dong su fuerza de llamamiento), al lado, el colegio y la escuela. Santiago mira lo mismo, aunque sus sentimientos llenan todo de nostalgia; nostalgia por la ausencia, la distancia y la soledad; luego de una gaseosa ascendemos cerca de allí; la esquina de la escuela primaria, el centro de salud, la casa de la cultura, dos casas más y una pequeña tienda hacen calle de honor para iniciar el camino que conduce hacía la finca de Valeria Montejo, tía y madrina de Santiago, ella vive en la vereda La Gloria, es allí, en la finca de Valeria y Benjamín donde hemos de alojarnos.

Cada inicio de cualquier recorrido ampliaba su significación, la salida de Bogotá, el ascenso hasta Tibacuy, pero allí, en el inicio de ese último tramo del viaje, se siente el vacío en las entrañas de Santiago y un nudo en su garganta que de cuando en cuando deja estallar en sollozos lo que reprime. Cada paso se sentía como la búsqueda de la extensión, aquella que permite en el espacio la distancia; y aquella que en el tiempo permite el olvido, o bien, la costumbre. Otro sentido y en el mismo recorrido llevan los pasos del etnógrafo; allí la

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extensión se recorta, se inicia el trabajo de campo y el tiempo no hace presente la pérdida sino la búsqueda de la memoria y el tiempo que el mismo escenario desplegará.

Panorámica del pueblo de Tibacuy24

Dos caminos de acceso conducen hacía arriba, uno empinado, estrecho y empedrado, muy resbaloso durante las lluvias; el otro más amplio, carreteable hasta algunos puntos donde la inclinación del terreno y la misma dificultad en algunas curvas hacen imposible el paso del esporádico transporte; algunos de estos puntos han sido habilitados con “cintas”, franjas de concreto paralelas que se extienden sobre tramos de la carretera haciendo posible el transporte en lugares de difícil condición; en ellas se aprecia el registro de la fecha de terminación escrito con alguna rama cuando la mezcla aún permanecía fresca.

Unos palos de guayaba abren el ascenso, cerca se observan palos de naranja y limón, más arriba plantaciones de café y en los cultivos de las fincas un color amarillento y yerto que rompe el verde predominante, resultado de la pérdida de la cosecha de habichuela en virtud de una helada reciente.

En ese día particular el camino llama a la fatiga, el olor de la humedad, de la hierba, del café en rama se respira tan profundo que pareciera quedar atrapado hasta en el último rincón de los pulmones, por supuesto un computador, ropa y unas fotocopias abundantes no aligeran la subida, la ilusión perpetua de leer durante las salidas a campo permanecen intactas, aunque los libros y textos fotocopiados siempre funcionan como el peso de un conocimiento silencioso, porque por lo general son sólo eso, peso y compañía.

Poco más arriba, un poco más allá de la mitad del camino, que en ocasiones normales arrebatan hasta allí unos 20 minutos, ya se prolongaba a 50, cerca se encuentra una descerezadora grande de café, a pocos metros casi disimulada está la entrada a “un camino de atajo” conocido como “malpaso”, igual que el empedrado ya mencionado aunque este es más estrecho por la invasión de la vegetación y por los brazos de unas viejas matas de fique

24 Foto descargada de www.sitio.de/tibacuy52

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que en su presencia fantasmal25 quisiera alcanzar el otro lado del lindero. El fique, entre las fincas y el camino apenas significan algo, la descripción está hecha, pero el sentido que recupera sólo se me hará posible después, cuando el paisaje adquiera vida, y se transforme en signo del tiempo local y en huella de su sentido.

Dos horas entre marcha y parada nos acerca a la finca de Valeria, algunos perros salen a recibirnos con latidos, reconocen a Santiago y comienzan a brincar, correr y batir la cola. Adentro, apenas si esperaban la sorpresiva visita; de la cocina sale el humo que emana de la estufa de leña, su olor se funde con el aroma que expele la caña recién molida; un poco más cerca de la casa, detrás de unos palos de plátano y de una frondosa pero vieja mata de café arábigo se observa un pequeño molino de madera, utilizado por Alejandro Montejo y Andrea, su compañera; él, hijo de Valeria de 24 años, alto, moreno y robusto; ella con 14 años, tez blanca, ojos verdes y con el cabello dorado sobre sus hombros, exalta más la figura de una niña que de una mujer o una próxima madre; juntos muelen la caña de azúcar para obtener el dulce con el que se prepara el café y el guarapo para las dos casas.

Andrea y Alejandro viven unos metros más arriba de la casa de Valeria y Benjamín. El frente de la casa de unos 12 metros se reparte de izquierda a derecha por los cuartos, el comedor y la cocina. Dos pequeños cuartos con el piso de madera se levantan del suelo unos 50 a 60 centímetros, una piedra grande improvisa como escalón para acceder a la entrada, adentro, periódico con noticias viejas empapelan las paredes de madera impidiendo que se filtre el viento entre las ranuras, unos recortes de santos enmarcados sencillamente y una estatuilla pequeña de la Virgen María reposan sobre una simple repisa que hace las veces de altar, otra repisa sirve para apoyar algunos adornos, cuadernos, credenciales, el betún... en este cuarto se disponen dos camas y un armario, en una esquina cerca del techo un palo atravesado sirve para colocar alguna ropa; otra cama doble y una alacena se emplazan solitariamente en el cuarto contiguo, donde han de dormir Valeria y Benjamín.

Por supuesto, esto lo observé luego de descargar las maletas y de pasar algún tiempo allí, pero durante la llegada es el comedor el que se presenta en su amplitud a los visitantes, apenas limitado por las paredes que lo separan por un lado de los cuartos y en el otro de la cocina; recostados en una de estas paredes (la del cuarto) se encuentra los arreos para el caballo, bultos mermados conteniendo los últimos kilos de abono, el azadón, las peinillas, alambre de púas colgados de un palo, un soporte para el molino y un “chopo” amarillo, este es un garrafón plástico que puede contener entre 3 y 4 litros de liquido, Benjamín le utiliza para “batir” el guarapo, así se llama al proceso en el cual se agregan a los “cunchos” de guarapo el liquido de la caña de azúcar molido para que su fermentación le de un punto específico al sabor de la bebida; en el otro extremo, en la esquina que se recuesta a la cocina, una vieja banca de madera y cuero desgastado, otra tabla de metro y medio apoyada sobre dos troncos hace compañía a una mesa para completar el comedor adornado por un almanaque de alguna panadería de Fusa y por un Bristol asido y sostenido sobre la misma puntilla, el piso de tierra se desnivela en la parte que da a un patio frontal separando la casa de una gran alberca, único inmueble que permanece enraizado en el sitio desde su

25 Y bien vale la metáfora, Bajtin refiriéndose a Goethe sobre sus ideas y aprehensión del tiempo, menciona su repulsión por los fantasmas, aquellos elementos que no tienen tiempo, que no dicen nada del pasado y no tienen incidencia en el presente (Bajtin 1989: 224)

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construcción; cuentan que la casa ha sido construida tres veces desde los bisabuelos de Santiago, sus abuelos y su tía y padrino.

En la cocina, espacio más estrecho se ubica la estufa sobre un soporte en el que se asienta tierra y piedras que hacen de “cama” para la leña y aíslan el calor de la madera, bajo la estructura se apilan unos montones de leña seca mientras de cuando en cuando son tomados para aprovisionar el fogón, al lado una mesa donde se encuentra la loza, un frasco de agua hervida, trapos...en una repisa, los condimentos, la panela, el chocolate y azúcar; en el suelo, frente a la estufa, bajo una tabla y en un cajón, papá, gualandays, plátano y yuca.

Bien, llegando allí, a la casa, sale Clara mientras saluda y pregunta por sus familiares en Bogotá y por las condiciones del viaje, entre tanto el guarapo ya se acerca a nuestras manos, Santiago contesta con la respiración entrecortada y así el saludo se alarga mientras esperamos a Benjamín y Valeria que se encontraban trayendo una carga de abono.

Al rato, asoma por el camino Valeria; se alegra al ver a su sobrino y ahijado Santiago. Comentan sobre nuestra estadía prolongada y con la amabilidad que siempre la caracteriza no puso inconveniente y se disculpa de antemano por no poder ofrecer más que la comida acostumbrada en la casa, minutos después arribaría Benjamín, también padrino de Santiago, llega arreando un caballo, casi con 50 años deja notar las canas que escapan por debajo de un maltrecho sombrero, saluda mientras descarga el abono con su menudo y bajo cuerpo, pero con la fuerza de unas manos gruesas y una espalda firme, luego se sienta en el espacio dispuesto para el comedor, abre el chopo tapado con un trozo de madera moldeado a la boca del recipiente y atado con una cabuya que se anuda a la manija, sirve un pocillo de guarapo y comienza a beber, situación regular que la mayoría de veces llevaría a discusión: el guarapo para la sed comenta siempre él, una “pichera” para emborracharse reniega Valeria.

Esa primera noche pernoctamos en casa de Valeria y Benjamín. Al día siguiente nos acomodamos en un cuarto disponible arriba en la casa de Alejandro y Andrea, el frío entumece hasta los huesos, el viento entra más fácil y el frío es más frío pues a diferencia de la casa de abajo donde varios árboles y plantas rodean el espacio, arriba, por el contrario se está más al descubierto, ni siquiera el periódico que colgamos en las paredes con Alejandro, cubren totalmente del frío diario. Y el otro diario, el del etnógrafo, apenas si resiste la intención de expresar allí ese dolor de cuello de 20 días unido a la desesperación y al tedio que me señalaba un mundo consentido para mi investigación, pero ajeno a mis ritmos habituales; Santiago, entretanto, mientras yo observaba y escribía, mantiene sus sentimientos puestos en la ciudad y a veces, con la mirada perdida detrás de la niebla nocturna sólo recuerda lo que pretende olvidar.

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La ambigüedad, el reconocimiento y la diferencia en el orden local

El trabajo de campo permite que coincidan en el espacio las diferentes trayectorias, y ello hace que el reconocimiento inicial se de bajo las actitudes y características concebidas localmente. La neutralidad ha desaparecido como idea, la referencia a ese espacio de llegada, a una familia de la comunidad, permite que el extraño se ubique en las tramas del lugar, se le niega o se le informa, se le trata con confianza o se le mira con malicia, en todo caso comienza a desvelar su rostro, que ahora se me antoja en máscara.

La constante pregunta dirigida por el extrañamiento “¿quién es?” Y la respuesta, “un antropólogo” necesariamente debía acompañarse con el señalamiento de la familia que acoge al personaje que irrumpe. Allí y entonces, las trayectorias se hacen evidentes y la incorporación de un espacio de origen hacen del ser en cuestión un ente particular y organizado localmente, se le da su lugar. Pero las categorías exceden la simple nominación e identifican más allá de una referencia dada en el rol social:

Un trabajo anterior en el cual colaborábamos en la preparación de los muchachos de undécimo grado del Colegio de Tibacuy y de Bateas para el examen del ICFES, me situó junto con un compañero como “profesor”, acepción un tanto excesiva para la limitada labor realizada, con todo y ello la categoría permaneció. Al subir y bajar la vereda durante los primeros días del trabajo de campo el saludo de los pobladores iba acompañado de “profesor, buenos días, buenas tardes...”.

Una semana después de haber iniciado el trabajo de campo y mientras colaboraba con los miembros de una “Minga”26 que correspondía ese día servir en la finca que don Ricardo Martínez administra; él con sus 65 años, separado hace muchos años y sin hijos, dedica gran parte de su tiempo en las labores agrícolas dispuestas en esa finca de apariencia turística por el cercamiento de piedra que le dan aspecto rustico, por su gran puerta que parece hecha para los autos que de cuando en cuando la familia de la propietaria conducen hasta allí, por esa casa de ladrillo y teja fina. Pues bien, en el lugar para lo agrícola embolsábamos tierra en unos paquetes negros para las chapolas de café, una señora seria, doña Irene, con unos 48 años de edad, de actitudes recias y voz fuerte me preguntaba con extrañeza “¿al profesor no le da cosa ensuciarse las manos?”. Al indagar el porqué de la pregunta señala que los profesores no suben al campo a trabajar, ni siquiera en las épocas de recolección del café, que bien manejan carros, tienen alguna tienda, pero que no trabajan en el campo, hacía así referencia específica a algunos profesores del pueblo que realizan otras actividades fuera de la docencia.

Las manos anchas y duras, el acento, el vestir, la forma de expresarse pueden indicar desde el simple saludo la diferencia entre el habitante de la vereda, el del pueblo y la ciudad. No es la regla general, pero incluso quienes se dedican a las actividades agrícolas y se han educado en la ciudad o que vienen de allí, son reconocidos inmediatamente, y su actitud

26 La minga allí es una asociación no formal entre miembros de la vereda (La Gloria-San José) que rota el trabajo en las fincas cada martes, sociedad un tanto racionalizada con ayuda de técnicos del Comité de Cafeteros que colaboraron en poner el apelativo.

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dentro de la comunidad es exaltada o criticada tanto para integrarlos como para diferenciarlos. Se reprocha, por ejemplo, a niños o adolescentes, que se les facilita estudiar en Bogotá o Fusa, que se les subió la Capital o Fusa a la cabeza; esto cuando en el retorno al campo su trabajo no es intenso o bien se manifiesta desganado, que “las manos no les sirve para el trabajo en el campo y tan sólo basta con mirarlas para darse cuenta”. Por lo general, la sutileza de la ciudad no compagina con el diestro y menos elegante manejo de labores como desyerbar el rastrojo, recoger las cosechas, ordeñar o simplemente caminar entre la hierba. Las manos no se ensucian igual, al saludar se reconoce al “zángano” o al trabajador, entre las manos suaves y las ásperas se registra y se indica si labora en el campo o no.

Pero hay más en esas sutiles percepciones locales que construyen la diferencia. Varias veces bajamos con la Familia de Valeria al pueblo. Unos zapatos viejos, apenas para la piedra y el barro durante las lluvias, o el polvo durante el tiempo seco, usan hasta cerca de la entrada del pueblo, en el sitio cercano a ese palo de guayaba que nos dio la bienvenida el primer día, entre el rastrojo cercano se esconden los zapatos y se reemplazan por otros limpios que son traídos en alguna bolsa o paquete desde arriba; si se trae pantalón se desarremanga y las adolescentes cambian el paso montañero por el vaivén de cadera apropiado para el pueblo, mientras los adultos sólo les interesa ir “presentados”.

Por ejemplo, el 15 de mayo de 1999, durante la celebración del día de San Isidro Labrador, registré lo siguiente:

Aproximándose el momento de la misa la gente comienza a acercarse a las puertas de la iglesia, llega mucha gente pero se pueden distinguir los campesinos de los que no lo son, los primeros aunque no llevan ni ruanas ni sombreros y pocos tienen ese distintivo, se muestran con rostro trajinado pero dominguero, los vestidos de nylon y dril manifiestan el cuidado que se les ha tenido para el uso en las actividades por fuera de la parcela, las mujeres los lucen mientras la sonrisa solidariza con el saludo a “don...” o “doña...” o bien al compadre o las comadres, esto acompañado de un paso lento y con ritmo montañero.

Por otro lado algunas personas llegan en autos con placas de Bogotá, sus rostros aparecen blanqueados o quemados durante el fin de semana, usan ropa informal pero “de marca”, el vaivén en las caderas de las mujeres y la rectitud en el paso de los hombres señalan el buen manejo y desenvolvimiento de las superficies planas y bien dispuestas. Además no es costumbre de los campesinos hablar en términos como... “papi, le da tanta vida al pueblo el San Isidro”. (Diario de Campo, jueves, día 13)27

Y la “comunión” de la misa expone más la diferencia. En las sillas de adelante se ubican en su mayoría los devotos no campesinos, aléguese sobre el prejuicio de la apariencia, pero al finalizar la ceremonia el sacerdote solicitó que los que no fueran de “la parroquia” (entiéndase como los que no viven en el campo) levantasen la mano y como si fuese un

27 15 de mayo de 1999.56

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cuadro estadístico podría decir que la tendencia de brazos levantados estaban adelante, junto al púlpito.

Diálogos

Y así como los distingo y me distinguen, la labor del etnógrafo no puede ser anónima, su ubicación dentro de las redes locales le hacen partícipe. No es posible exteriorizar al etnógrafo, cuando más me permito distanciarme de él en ésta condición de autor, pero su diálogo con el paisaje, con los pobladores, con él mismo, no pueden conducir a la desaparición de esa primera persona, que como tal es incluida dentro de esos pedazos de vida rural que roza su trasegar. No hay pues, intención de persuadir o convencer desde el ocultamiento de las condiciones en el campo y la omnipresencia narrativa (Clifford 1995: 11-33), el proceso de involucrase por el contrario, es esencia y razón de las manifestaciones u ocultamientos durante la búsqueda académica. Pero tampoco la presencia de quien recorre puede sincronizar sensaciones, percepciones, significados y sentidos asumiéndose una vana condición de “sujeto ubicado” (Rosaldo 1989: 15-31). Podría señalar más un acercamiento a esa dialógica bajtiniana; en ella los sujetos parlantes son a su vez receptores y emisores, la comunicación, sin embargo, no es espontánea y equivalente, existen, siguiendo a Bajtin, esferas de comunicación donde los involucrados manejan un estilo y una estructura particular dentro del discurso (Bajtin 1989).

Así, se amplifica más la noción de encuentro de trayectorias, cada una con sus propios enunciados dentro del diálogo, el espacio dice cosas, aunque en principio no se le entienda, no se escuche su sentido como con el fique; las identidades que acoge se sumergen en las tramas organizadas con él, las respuestas que se reciben, sean verbales o no, aparecen como resultado de lo percibido y concebido acerca del buscador, del mercader.

Mientras el etnógrafo hace su trabajo, la función de la figura del antropólogo explota en varios significados y se le entregan las respuestas que se vislumbran como necesarias: “¿Antropólogo? ¿Los que estudian huesos y todo eso? ¿Los que estudian los indios?” Noción que resume la definición local de lo que se imaginaban allí era un antropólogo. Curiosas las respuestas a unas preguntas presumidas en la comunidad, ya no respecto al “profesor” sino aquel caracterizado como antropólogo: espontáneamente se me quería en ocasiones llamar la atención sobre esos objetos en los que ubicaban mi rol, me mostraban “ollas” encontradas en “guacas” de alguna finca cercana, se me mantenía en la distancia sobre otras excavaciones pues algún detector metálico colmaba esperanzas ajenas, se me anunciaba que en las “chambas” de la casa cural se encontraron varios esqueletos que indicaban un cementerio antiguo, “de indios”... en fin sobre esos objetos se me preguntaba y se me informaba. Tal vez, sólo así, eran más comprensibles mis manos en la tierra.

Abriendo las Puertas

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Trasegando en la comunidad, Al subir y bajar el camino, identificando e identificado en un proceso sin terminar, las representaciones que en principio parecieran extensibles a toda la comunidad, tan sólo por el hecho de su contigüidad espacial y temporal, por los ritmos agrícolas que podrían verse determinantes, son sin embargo, desestabilizados:

Mientras el día ilumina lo observado y permite tomar con optimismo manotadas del flujo cotidiano, la noche que a veces sorprendía por el camino mermaba la vista, la puerta de la escritura se cierra y la de la evocación se abre, en alguna de ellas, un olor de noche en penumbra agita en Santiago imágenes infantiles de esas vacaciones detestadas en finca de su abuelo Martín; el temor de la noche, recuerda, apenas se espantaba por la luz del fogón en la cocina y de algún mechero, extinguiéndose al mismo ritmo en que se vaciaba el plato de la cena; así día tras día, noche tras noche, jornadas eternas que en la inexistente noción de fechas apenas tenía el referente de su primer imagen conciente de la ausencia, la de su madre lejana; ahora encarnada en otra mujer; y esa antigua y nueva imagen le dan a ese olor frío de noche en penumbra la sensación de angustia y desesperación que ahora si cuenta los días devotamente.

Y durante esas evocaciones las representaciones del mundo destellan en compañía de Valeria, Benjamín y dos de sus hijas, mientras las imágenes de Santiago, podrían contenerse bajo la idea de “y aun así el mundo gira y gira”, en el camino otras formas de narrar el mundo se movilizan mientras la obsesión del registro es aplacada con la noche: Benjamín detiene nuestros pasos, ignora los “giros” mientras pregunta como preocupado “¿verdad que debajo de esta tierra vive otra gente... que hay otro mundo?” me dio un poco de risa, arrogante pienso ahora, y contesté con la misma risa que no, le interrogué sobre el por qué de su pregunta: "¿Pues por qué el sol se esconde por ese lado -me señaló detrás de las montañas- y sale por otro?" Le dije que porque la tierra es redonda y entonces... sin terminar Valeria intervino y continúa con la explicación diciendo que como la tierra gira parece que el sol saliera por un lado y se escondiera por otro. Además agregó que "en la Biblia dice que {... no sabe en qué día} nuestro Señor separó las aguas... " Su hija clara agregó " pues claro, con eso dejaba separado el agua y la tierra".

Benjamín, campesino pasqueño, conocedor de la región y sus veredas a fuerza de recorrerlas y trajinar en ellas durante su vida, él, de un momento a otro desestabiliza la obviedad de un mundo redondo, pero allí mismo, en ese encuentro de sentidos diversos acerca del mundo, las respuestas surgen a borbollones presentando en Dios o desde la imagen de una esfera la explicación precisa para “ubicar” a Benjamín en la tierra, aunque para el caso no importa si las versiones son comprendidas por él o no.

Ya en la finca un bombillo prolonga un poco más la hora de ir a dormir, aunque la luz ya no espanta nada, porque a Santiago ya no le espanta el croar de las ranas, el canto de los grillos o el piquetear de la lluvia en el tejado, pero el diario si se abre a la luz mientras la discusión entre Valeria y Benjamín continua, ella con cuaderno en mano revisa los apuntes que lleva durante las reuniones del Comité de Cafeteros28, señala que en ese día habían aprendido cuales eran los cuatro recursos utilizados para un buen cultivo: el humano, el natural, el de 28 En ese día habían asistido a la reunión del “Grupo de Amistad” organizado por el Comité de cafeteros para algunas veredas y coordinado por técnicos de la misma institución que prestan asistencia técnica y otorgan a través del grupo auxilios a los pequeños cafeteros.

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capital y el tecnológico; se ríe mientras recuerda y relata que alguien solicitó a Benjamín que les recordara uno de los recursos y el muy seguro de sí contesto que el sol; ante la risa de Valeria mientras contaba lo sucedido, Benjamín replicó enfadado pero con la seguridad de la experiencia:

¿De dónde recibe una plantita la luz, sino es del sol? ¿Con qué se calientan los animalitos sino es con el sol? (diario de campo, tercer día, jueves)29

Valeria le dijo que claro, que el sol si es un recurso pero que eso no era lo que le estaban preguntando. Benjamín no asistiría más a las reuniones, pues desde antes de ir a la del tema de los recursos ya le parecía “perdedera de tiempo”-.

La referencia hacía el conflictivo astro permite acompañar su percepción en niveles concretos como abstractos, entre estos dos una visión del mundo que bien podría clasificarse de tradicional, marginal a la luz de los procesos modernizadores como el que se incorpora a través de la asistencia técnica, de no ser porque las múltiples representaciones desbordan un solo modelo para verificar la concepción temporo espacial en la comunidad: por supuesto, como ya se expuso no hay una misma comprensión desde las determinaciones espaciales, existen diferencia de percepciones y prácticas hasta en la misma pareja; él, con una educación precaria durante su niñez, con su vida ligada al trabajo agrícola y con una alfabetización que apenas le permite distinguir las marcas de abono, fertilizantes y otros insumos para los cultivos; ella, con unos pocos años más de educación, aunque ambos no sobrepasen la primaria, y un hábito de lectura que excede el promedio de la comunidad, siempre con su cuaderno tomando notas que revisa y consulta regularmente.

29 06 de mayo de 1999.59

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INVERSIONES E INCORPORACIONES

Detalle de Cumaca y su iglesia con el Cerro Quininí al fondo30

La diferencia en las representaciones del mundo, por supuesto señalan una diferencia en las trayectorias locales, pero ¿entonces cuáles son los lugares comunes en que la “medida” del tiempo local se hace visible?

Allí, donde los presentía, el lenguaje, las narraciones, los ciclos vitales, agrícolas, me regresaban al problema de la tierra y de allí a las diversas concepciones sobre la propiedad. Pero...¿dónde se vincula el tiempo? ¿qué tiene que ver un principio jurídico inmutable y natural con las percepciones y prácticas campesinas respecto al tiempo? ¿la discusión sobre la propiedad no se mueve luego en esferas más formales que la cultural?

Las fantasmales matas de fique nos servirán como huella de un proceso local y regional, son ellas signos del tiempo. Un recuerdo mientras trasegaba por el camino señaló que las matas que se extienden en los linderos de “malpaso” llevan allí varios años, décadas. Acaso sus brazos largos digan más que el café, acaso lo complementen, lo que no significaba nada en el inicio del camino, ahora, después de notas, preguntas y revisiones, es la excusa para entender la relevancia de su ambigüedad entre lo público y lo privado de un lindero; la duración misma de ella desestabiliza e inclina hacía algún lado la ambigüedad; por supuesto, se presienten unas tensiones en el orden espacial, pero, también el régimen temporal es conflictuado como veremos.

30 Foto descargada de www.sitio.de/tibacuy60

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Vano sería entender la existencia del viejo fique en el camino, si no se recorriese las nociones señaladas sobre la propiedad, si no se introdujera al fique, y al lector, en las tramas que vitalizan su valor dentro de la estructura temporal local.

¿DURA LEX SED LEX?

La tarde soleada de ese domingo 8 de agosto de 1999 acompaña a Clara, a Santiago y al etnógrafo hasta la vereda la Cajita; poco más de dos horas gastamos en el recorrido mientras caminábamos desde Tibacuy y pasábamos por Cumaca: corregimiento ubicado al lado opuesto de Tibacuy, con la Cuchilla de Peñas Blancas como lindero, las casas y locales comerciales se extienden a lo largo de una de las dos carreteras que atraviesan el pueblo, el ambiente de tierra caliente se respira en el entorno recorrido, en la gente que revolotea por las aceras y en los frutos que por el camino se observan; un poco más allá, el caserío Los Ocobos final de la carretera pavimentada y bifurcación de los caminos que conducen al cerro del Quininí y al que continua hacía Viota. Ya cerca de allí la vereda la Cajita, lugar donde se realizaría una reunión del sindicato, a la que uno de sus miembros, Fernando Martínez31, me hubiera invitado días atrás.

Frente a una cantera, apenas separada por el camino, se encuentra la casa de Don Isidro Sosa; algunas canastas de gaseosa se recuestan contra las paredes mientras los asistentes, hombres, mujeres y algunos niños, compran la bebida para reducir el bochorno de la tarde. Fernando llega al rato y me presenta con Don Isidro. La vejez no debilita su postura, la firmeza de sus acciones durante la época de las luchas por el libre cultivo y las parcelaciones parece emanar de su figura, el prestigio como “luchador” parece bien ganado, los que van llegando le saludan con preferencia y respeto, en la Gloria ya había escuchado de él, su cortesía y humildad abruma mientras, desde un lugar cerca de la entrada de su casa, señala como eran las haciendas de los Holguín (poseían para el año de 1926, 4 haciendas, Calandaima, La Vuelta, La Cajita y Albania que tenían entre sí 1´295.000 palos de Café), y en pocos minutos parece sintetizar sus luchas, sus compañeros y sus logros.

Al rato se hace el llamado a la reunión, que se realiza en un patio adyacente a la casa, un espacio muy amplio y cubierto, varias sillas y algunas tablas dispuestas como bancas apenas si alcanzan para la cantidad de asistentes. En una tarima se ubican dos sillas en las que se sienta Omar Mondragón, presidente del Sindicato de Tibacuy; lo acompañan el presidente del Sindicato de Pequeños Agricultores de Cundinamarca y Alfonso López residente en Cumaca y líder campesino del municipio. Omar, en actitud un poco tímida, con lentitud angustiante en el hablar pero con el carisma que lo legitima en su cargo, saluda a los asistentes, presenta a sus acompañantes en la mesa se dirige a ellos como “grandes luchadores” y lee la orden del día.

Luego de las protestas y marchas campesinas en el Sumapaz durante 1997, éstos, el INCORA y algunos hacendados negociaron varias parcelaciones en la región, entre ellas la

31 Hermano de Ricardo Martínez, este último esposo de Carmen Montejo, hija de Valeria y Benjamín. Fernando vive más arriba de la finca de Valeria, en una donde comparte techo con su esposa, hija y su padre, Don José Ángel Martínez.

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Hacienda los Cauchos, en la ladera que cae del Quininí al río Chocho, cerca del corregimiento de Bateas. En la reunión habla Alfonso López y Omar Mondragón de la parcelación y se hace una breve descripción del sitio y la forma en que el INCORA organizó su distribución para la producción y así mismo entre los beneficiarios: se habla de 6 vías de acceso con 7 hectáreas de carretera, 1 hectárea de tierra no comunitaria (por familia); 200 hectáreas de pasto; 60 hectáreas tecnificadas, 150 has caña panelera, 25 de frutas, 30 de plátano, 20 de maíz. Señala que es un modelo productivo aprendido de Brasil y aplicado en el ámbito nacional, algunos reniegan por la obligación de trabajar en áreas comunales para la producción panelera; Alfonso López, cuya estampa robusta basta para silenciar el auditorio no se opone a estas apreciaciones pero señala una estrategia más cómoda: recibir como se ordena y luego dar la lucha por otras exigencias que respeten la idiosincrasia.

En otro punto, se hablaba a propósito del ordenamiento territorial en la posibilidad de que en la alcaldía se tuviera en cuenta la nueva parcelación y también que se dieran desde allí solución a los problemas de parcelas en las partes altas cercana a la cuchilla del Quininí, aludían al presidente del Concejo como gran colaborador pero además, Omar recomendaba actuar con prudencia para no involucrarse en política, consideraba que esa no era labor y el objeto del Sindicato.

Al momento pidió la palabra Don Isidro y con aire paternal, pero reprendiendo al líder campesino en su apreciación, le indica que la participación en política no puede disociarse del sindicato, ella le da apoyo e integralidad tanto en sus luchas como en las que se refieren al municipio. Ante la lección del viejo luchador, Omar calla y acepta las palabras.

Cambia, todo cambia

Luego del trabajo de campo inicial, las visitas a la comunidad fueron menos prolongadas, así en dos años, del 99 al 2001, los cambios no se hacía esperar: la administración municipal estaba delegada en otro funcionario; nuevas cintas aparecen en otros lugares de la carretera que conduce a la finca de Valeria; las chapolas que estuvieran en las bolsas ahora crecen en un espacio privilegiado dentro de las parcelas, el mismo Santiago cambia, en ese periodo, distancia la ausencia y desecha el olvido.

En una de esas cortas visitas, el 10 de diciembre de 2001, asistí a una reunión en la Casa de la Cultura de Tibacuy, dentro, algunos pobladores de las diferentes veredas se encontraban reunidos, aunque no recuerdo cuantos asistían, si podría decir que más de 50 entre asistentes interesados en la reunión, un representante de los campesinos de la parcelación “Los Cauchos”, algunos miembros del Sindicato de campesinos, los concejales (entre ellos Omar Mondragón, anterior presidente del Sindicato de Campesinos de Tibacuy), dos funcionarios de la CAR, el alcalde y el arquitecto de la Secretaria de Planeación que hacía la presentación del Esquema de Ordenamiento Territorial. Mientras se exponía cuales eran las áreas destinadas como reserva forestal, y en tanto tal del Estado y no Propiedad Privada,

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algunos asistentes comenzaban a exaltarse, pero el orden de la reunión sólo dejaba replicar, preguntar o hablar luego de la presentación; se mostraba el diagnóstico y se planteaban las problemáticas, se definieron las áreas urbanas de las rurales, etc. en fin un cuidadoso aunque muy prolongado estudio por el que habrían pasado ingenieros, arquitectos y dos administraciones municipales.

Un punto resultó ser el más problemático, aquel que delimita las áreas de reserva forestal de aquellas para uso agrícola y de propiedad privada, allí se desarrolla el inconveniente fundamental, pues entre esos límites, en las cotas más altas y cercanas al Cerro del Quininí y Peñas Blancas algunas parcelas sobrepasan el artificioso lindero.

Uno de los presentes, don José Noe, levanta la voz y alega “...que se nos indemniza, que se nos paga...pero es que no somos semovientes, tenemos familia, educación....” para rechazar los supuestos paliativos a dueños de parcelas en las zonas de reserva lo que considera un menosprecio a los logros del campesino. Otro tanto agrega Julio Cesar (..) actual presidente del Sindicato, se levanta de su silla y con bastante elocuencia agrega que en una economía bloqueada no se puede sembrar y cita repitiendo y reprochando las palabras de algún ministro que diría “los campesinos no son viables” argumentando así la tendencia y la representación que se tiene de las áreas y pobladores rurales y a ello replica “para que nos hemos capacitado, estudiado, en ningún momento queremos ser desplazados...lo que tenemos nuestros padres lo consiguieron con esfuerzo y trabajo...” (Diario de Campo 10 de diciembre de 2001), recuerda que si había que volver a lo de los años 50 se hacía; seguramente contexto no vivido por el líder campesino que no alcanzará los 35 años, pero prolonga de este modo la tradición familiar de los primeros luchadores y su extensión en aquellas luchas locales opacadas ante la Violencia y los relatos nacionales.

El alcalde ante las protestas y con todo un despliegue de ufanación profesional (es abogado) proclama en latín dura lex sed lex, luego traduce con lentitud y énfasis “la Ley es dura pero es la ley”, su misma actitud pareciera incorporar la autoridad del aserto, poco a poco su tono cambia y lo que incorporaba flota en el ambiente, por fuera de él como si la norma se transformará en un maná que todo lo recubriera; con la misma rigidez los funcionarios de la CAR señalan su función concerniente a las zonas de reserva y al conflicto con los campesinos “nosotros no sustraemos: reponemos”.

El viejo aforismo utilizado provincialmente para resaltar la imagen de autoridad suprema, tanto de los principios y competencias jurídicas, como del administrador local, igual que las premisas de los funcionarios ambientales, trae a consideración esa interminable discusión sobre la propiedad territorial que no concilia en ocasiones con los criterios locales y regionales.

Y desde ese objeto de lucha local, la tierra, cambios aquí y allá: unas expectativas cambiantes que llevan de la ingenua aversión hacía la política por parte de Omar a su participación plena dos años después; del recuerdo de las luchas de la década del sesenta, dadas por la defensa al mismo derecho a la propiedad y la subsiguiente estrategia del olvido del funcionario local: “muy bien la historia, pero si no hacemos el ordenamiento territorial

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como exige la ley no se nos da presupuesto y ahí la historia no sirve de nada” (Diario de Campo 10 de diciembre de 2001), estrategia de olvido del mismo funcionario que HACE pocos años asistía como abogado a “invasores” de la actual parcelación “Las Delicias”, correspondiente a 11 hectáreas que a principio de los noventa fuese propiedad del señor León Pabon, (espacio circunscrito dentro de la vereda La Gloria); contexto en el olvido del ahora funcionario que se somete a la “dura ley”...en fin cambios, sólo cambios, y en el centro de todo ello la propiedad como objeto de contienda e interpretación.

Ciertamente el Sumapaz, región a la que pertenece el municipio y la comunidad, se mantiene como estandarte de las luchas agrarias campesinas, como referente para mostrar ese cambio entre dos sistemas productivos y dos regímenes de tenencia, el hacendatario y el parcelario, región privilegiada para la comprensión histórica de la violencia, la lucha por la tierra y el cambio social (Marulanda 1991, Sánchez 1977).

La Propiedad: Entre lo Público y lo privado?

Llegados a este punto, la búsqueda ha llevado a replantear el sentido de ese recorrido inicial que presenta en esencia instantáneas; entendidas como miradas estáticas, descripciones pasivas, que circunscriben espacios, pero no involucran su configuración en el tiempo y las relaciones que sobrepasan la apariencia formal de una demarcación precisa: las cercas que delimitan las fincas, las casas que parecen erigirse vigilantes ante la parcela, los variados cultivos que se disponen en estas mismas y que dan a las imagen de parcela su pleno sentido, fragmentación, división de los espacios, una familia aquí, otra allá, una comunidad ligada por la estructura social visible en la institucionalidad representada en asociaciones, comités y juntas. Pero esos linderos han de ser traspasados, aunque en principio haya que flotar sobre las instantáneas que reproducen.

Repasando las notas en el diario los espacios que allí señalo duplican las prenoción empírica del sistema parcelario, el mundo de lo público y lo privado, aunque no conceptualizado así en su momento, si parece extenderse a las descripciones que dan cuenta de lo íntimo y razón de lo comunitario. ¿pero cual el límite de esos planos, cual su referente? ¿cuál la organización de la comunidad y cuales sus prácticas? ¿Cuáles, en fin, las coordenadas de este mundo rural?

Se ha de discernir un poco antes de afirmar algo, y como ya se ha señalado en esta búsqueda laberíntica, no existe una perspectiva clara basada en el punto de salida, tampoco en un final que no se ha alcanzado, y que seguramente no se alcanzará, es en éste recorrido inconcluso, en la “duración” de ésta búsqueda donde chispazos atropellan la experiencia etnográfica y modifican la visión de unas instantáneas que ya considero lejanas, que a veces se acercan con abrir el diario, pero que se manifiestan extrañas aunque comprensibles ahora. Por ello he de pensar sobre esa relación y principio tan natural a nuestros ojos, como aquél que disocia el sujeto y el objeto, allí entonces la propiedad como referente en un mundo que parece dividir espontáneamente el mundo de lo público y lo privado.

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Empecemos por esa mirada que describe nuestras instantáneas, descubramos parte de su “anatomía” para luego actualizar en el pasado el proceso que incorpora su sentido, no esta de más decir que el significado puede prescindir del tiempo, el sentido no.

La propiedad: Lo mío, lo suyo, lo nuestro

El tránsito por los espacios personales, familiares y colectivos, angustia al indagar a las fuentes sobre su representatividad, y la misma preferencia por algunos contextos dejan ver, luego de la revisión de notas en el diario, de la misma redacción y reorientación en este texto, una proyección de lo que el sistema parcelario y la institucionalidad de la vida en comunidad consiguen duplicar en las prenociones empíricas que la mirada percibe y luego distribuye.

Si “la comunidad” se reúne para “hacer” algo, entonces, coordenadas de lo público; sí observo el encuentro de la familia, sus discusiones, organización, acuerdos y desacuerdos, entonces, coordenadas de lo privado; y allí donde lo privado parece pertinente para lo comunal, se suceden nuevas preguntas sobre lo mismo, entonces el espontáneo método comparativo actúa para esquematizar las relaciones, para someter la estructura. Así ésta anatomía social y cultural sobre instantáneas cotidianas pueden darnos las formas pero no la duración, la trayectividad.

Flotemos por lo pronto, sobre esas “parcelaciones” del “quehacer” en la comunidad, sobre aquello que diferencia y distancia lo público y lo privado, allí las nociones de la propiedad despliegan percepciones que en la actualidad se presentan tan naturales, que se ignora su sentido.

Por comprensión mutua, digamos que la tierra, en el significado que incluye la tierra en sí, aguas y demás recursos que el concepto amplio refiere, es el objeto conductor de la temporalidad que buscamos para aproximarnos a la experiencia campesina. Tal vez ésta noción de objeto desaparezca en su significado llano a propósito de la misma concepción que distancia al campesino de su tierra, en cuanto objeto de función económica; lo mismo que lo acerca sobre la base de la propiedad, y tanto en la una como en la otra, es un sujeto y un objeto.

Los límites político administrativos del Municipio de Tibacuy, aunque arbitrarios, son extensión de esas antiguas oposiciones, ya mencionadas en el capitulo anterior; objetivadas en el resguardo, en las reparticiones, en las haciendas, la misma forma de las veredas dan una clara idea de una disposición sobre las vertientes y de la separación por quebradas y cuchillas; los nombres de algunas veredas conservan incluso el de las haciendas.

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Se podría formular un respeto a la tradición, a las convenciones espaciales desde la época prehispánica, pero el espacio ha cambiado y el régimen temporal no es el mismo. Las organizaciones de tipo comunitario se reparten la injerencia en lo público dentro de su vereda y, dentro del municipio cuando la “participación” se presenta como caballito de batalla de la democracia local. Las veredas se organizan con Juntas de Acción Comunal, esta misma en Comités de vías, alumbrado, otras asociaciones manejan el acueducto, otras más se coordinan con el municipio o el comité de Cafeteros...en fin, una repartición de lo público, donde el “hacer” comunal se reparte sobre la infraestructura local.

Así las veredas se organizan en su interior, y también se oponen o complementan con sus homologas; las divisiones político administrativas mantienen linderos a veces inadecuados para la vida en comunidad. Los caminos, las quebradas, los linderos algunas veces unen, otras separan. Durante el trabajo de campo, la administración municipal realizaba el Plan de Ordenamiento Territorial32, marginal en su momento, eran las consideraciones acerca de los linderos entre las veredas, por ejemplo, la vereda San José, donde se ubica la finca de Valeria mantiene más estrechas relaciones la Gloria, tanto espacialmente como en la distribución del agua y otros servicios, así como en la convivencia cotidiana.

Valeria, que durante el trabajo de campo ejercía como secretaria de la Asociación de Acueducto de la Gloria y que ha trabajado activamente junto a Benjamín con la Junta de Acción comunal de la misma vereda, no logra a veces conciliar la ubicación, dentro del orden político administrativo, de su finca en la vereda San José, incluida dentro de los límites que marcaba la antigua hacienda, pero con la que poseen más vínculos de vecindad que de participación activa.

La carretera que lleva a la finca de Valeria viene desde el pueblo y atraviesa las dos veredas, el camino como espacio de lo público y elemento organizador de actividades comunales, en relación con su mantenimiento y adecuación, exige la participación de los habitantes que se comunican por ella y la usan cotidianamente; una de las labores que se realizaban allí mientras realizaba el trabajo de campo era la construcción de “cintas”: Un grupo de varios miembros de la comunidad se reparten “tacar”33 las piedras con pólvora, explotando aquellas que impiden la ampliación del paso, abrir las zanjas y rellenarlas con los fragmentos de la misma piedra y luego cubrir con concreto las franjas que hacen de cintas, labor que demora a veces días y semanas según la disposición de los trabajadores; en el termino de una de esas jornadas...

Reunidos en la cocina Valeria me habló de sus expectativas para el año siguiente: Pasar la casa unos 20 mts más abajo de donde se encuentra actualmente, con una cocina que no tenga que utilizar estufa de carbón, sino de gas; la pieza no va a ser tan grande porque Clara tiene pensado el año entrante irse a Bogotá a trabajar, luego que en este termine el grado 11.

Al rato llegó Benjamín vociferando porque le habían dicho que por el lado de la finca no le iban ayudar a arreglar la carretera, porque pertenece a la

32 Esquema de ordenamiento territorial por las disposiciones legales frente a un municipio con un número menor de 30000 habitantes, Articulo 16, Decreto 879 del 13 de mayo de 199833 Con un cincel abren un orificio lo suficientemente ancho y hondo para introducir la pólvora que

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vereda San José. [...]La Carretera viene desde el pueblo atravesando las veredas la Gloria y San José (donde se encuentra la Finca de Valeria ), el problema resultó porque los que estaban trabajando en la parte de la carretera de la Gloria se resistieron a continuar con la parte de San José ya que esa parte le corresponde –según ellos- a la Junta de Acción Comunal de allá. Valeria, tranquila como siempre, decía que de todas maneras tocaba ayudar con la carretera [en la parte de abajo], porque sean o no de la Gloria esa carretera se utiliza siempre.

Comentaron la inutilidad de la JAC de San José y que ellos se beneficiaron por la JAC de la Gloria, pues cuando estaban vinculados allí les ayudaron con las partes y la instalación de la energía. Este año se encuentran con la Junta de San José porqué según los “Estatutos” alguien que pertenece a una vereda no puede estar en la JAC de otra. Mencionan Valeria y Benjamín que la falta de unión en la Junta hace que no funcione para nada, incluyendo la gente que tiene o vive en las fincas de la vereda; porque por un lado existe gente que no participa como los Pérez (evangélicos) que... “por ser de Dios no suben y bajan por las nubes, sino por la carretera” decía Valeria [...]” (Diario de campo jueves 10 día)34

Así el camino une veredas, pobladores, a su vez los linderos antiguos la recortan, separan vínculos, dislocan las relaciones en la comunidad. Pero estas dislocaciones, no son particulares a la familia Montejo; el espacio de lo privado, otros casos similares que delimitan la participación o segregación de las relaciones veredales y el uso de sus recursos también son comunes en otras jurisdicciones: un residente de la vereda Siberia al no conocer los límites precisos de ésta daba sus argumentos mientras me mostraba una finca al otro lado de la Quebrada el Cámbulo, decía que si la quebrada hacía de lindero con la vereda La Portada, entonces, esa familia, la de la finca, no pertenecía a la Junta de Acción Comunal de Siberia y por lo tanto el uso del agua del acueducto debía discutirse.

Son comunes los reclamos y defensas por el control, manejo y distribución de las fuentes de agua, en especial de los nacederos: La Asociación de Acueducto de la Gloria es una organización local, que maneja el servicio del agua independientemente de la Alcaldía o la Corporación Autónoma Regional (CAR). Esta relativa independencia la concede el hecho de tener varios nacederos y que el agua fluya por entre las propiedades de los habitantes de la misma vereda. He dicho relativa independencia porque nuevamente en las prácticas sobre estas fuentes de agua se discute la competencia entre lo público y lo privado:

En casa de don Antonio Camacho se inició la reunión entre la Asociación de Acueducto y funcionarios de la CAR. El objetivo, hablar de los nacederos, los proyectos de reforestación y saneamiento (pozos sépticos). El doctor Edgar Vandembert habló sobre los espacios de reforestación y el cercamiento de los aljibes.

34 13 de mayo de 1999.67

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En la reunión se hizo evidente la tensión por el manejo de los recursos y la potencialidad de la expropiación de tierras cercanas a las quebradas (de uso colectivo y público). Cuando se mencionaba sobre lo público de los nacederos y de la competencia de la CAR para administrarlos, inmediatamente respondían algunas voces como la de Medardo Martínez, quien argumentaba sobre la siguiente contradicción: en la casa de don Ananias éste siembra guatilas cerca del nacedero, no árboles o cualquier otro vegetal que “llama el agua” y no se le dice nada porque en seguida saca con la escopeta al que le venga a imponer qué hacer con el nacedero; mientras que por el otro lado, si les exigen a los demás que tienen tierras en las quebradas que inviertan en la reforestación o para que la CAR disponga de esos espacios.i

Se arguye que las parcelas ya son suficientemente pequeñas como para además quitarle las zonas de reforestación. A esto se refiere, en especial, Medardo, al proyecto de reforestación que implica cercar las zonas, y encargar al propietario de hacer buen uso del pedazo; Medardo decía que si por ejemplo esas zonas de reforestación entran a ser de la CAR con qué derecho va a ir el propietario a decirle a alguien que necesita sacar guatilas o cortar madera, que no lo haga cuando ni siquiera le pertenece[...]

Entre las cuentas que hacían los funcionarios para iniciar las obras de reforestación se hablaba de que en unos 1.500 mts se necesitaba aproximadamente unos $3´500.000 que se invierten en postes, alambre, puntilla, transporte, hincado, ahoyado, grapado. Se menciona que tal proyecto ya está en Bogotá y que falta que aprueben el presupuesto.

Entre los “beneficiarios” que tienen los “linderos ribereños” varios respondieron que ellos se encargaban de cercar lo suyo, esto en vista de no tener que ceder los terrenos a la administración de la CAR en razón de la inversión hechas en ellas. (Diario de Campo domingo 8 de agosto de 1999)

El problema de la tierra, incluyendo el agua y bosques, tanto en las disposiciones jurídicas, las recomendaciones técnicas y las presiones locales se dirigen a controlar el uso, pero ello pone en cuestión el problema de las formas de propiedad y las competencias derivadas en su definición. La noción de “lo mío”, “lo suyo” y “lo nuestro” aunque interiorizadas y expresadas como norma, proveen sin embargo, una aplicación menos estática dentro de la cotidianidad misma, donde las prácticas recorren otras tramas.

Las cercas definen por lo general la demarcación entre las propiedades, pero ellas mismas se someten a la tensión o complementariedad en las relaciones interfamiliares: Las “medianías”, responsabilidad mutua entre los vecinos de mantener cuidados y vigilados los linderos entre fincas, define un acuerdo explicito de los linderos, en ocasiones la antipatía genera prácticas que irrumpen los límites, o bien la irrupción de ellos genera antipatías. El

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siguiente registro es tomado de una descripción que hace Valeria sobre los conflictos que sostenía su padre, Martín, con los vecinos por los linderos:

“ [...] cuando la señora... era propietaria de esa finca tenía problemas con Martín precisamente por el camino de desecho. Ella por las noches corría las estacas de los linderos y del camino para desplazarlas hacia San Martín (la finca ajena) y, la noche siguiente Martín iba y cogía las mismas estacas y las corría hacia la Esperanza.” (Diario de campo, 3er día jueves)35

Y esta oscilación también es posible localizarla en otros “objetos” de carácter personal, ir a trabajar más barato donde el propietario de algún cultivo36 mientras en otro lugar ofrecen mejor paga, pero donde un nuevo llamado no es tan recurrente como en el primero; obsequiar a los pobladores de la vereda la habichuela convertida en “fríjol blanco” porque se ha pasado el momento exacto de la recolección, en fin libre disposición que “a la larga” invierte sobre la reciprocidad local, en los favores por venir. En algunas ocasiones el intercambio puede ser ignorado y las consecuencias no se dejan esperar, la estigmatización se socializa formando una imagen de aquellas actitudes que se encuentran en la periferia del orden local y en consecuencia, se asume una posición y una respuesta como bien puede percibirse en la siguiente situación narrada por Manuel mientras trabajaba en la Minga:

“...Don Manuel contaba el incidente de la vaca apuñalada y como el señor que la cuidaba en su finca llegó atemorizado luego de encontrar la vaca desangrada; Manuel tuvo que bajar al pueblo a avisarle a la dueña quien lo “interrogó” como si “supiera algo de eso” , él le dijo que lo único que sabia era que la habían matado y que sólo llevaba la razón, que más no sabia. Medardo y Manuel comentaban sobre la venta de la vaca en $80.000 a un señor de Silvana y decían que si la hubiera vendido a un precio más barato en Tibacuy o la hubiera regalado a la gente le hubiera ido mejor a la señora, porqué así hubiera hecho amigos y hasta la misma gente le ayuda a cuidar las reses, pero como procedió de otra manera, nadie le ayuda en nada.” (Diario de campo, 8vo día martes)37

La propiedad territorial, dirá Marx “presupone el monopolio de ciertas personas que les da derecho a disponer sobre determinadas porciones del planeta como esferas privativas de su voluntad privada, con exclusión de todos los demás” (Marx: 1977:574). La propiedad, como relación, corresponde así a una exclusión del dominio sobre los demás, pero ella no se sostiene si no existe el reconocimiento y consenso sobre ese derecho. La definición de la propiedad puede oscilar, correr sus límites. Desde las leyes agrarias hasta los conflictos locales, el principio de propiedad exige definiciones y prácticas y a pesar de la distancia de concepciones y acciones, la disputa admite de hecho su existencia social, sin que ello garantice la justificación diferencial a determinados tipos de posesión y uso.

35 06 de mayo de 1999.36 Hablo de propietario de cultivo, pues, en muchos casos, los cultivos pueden no corresponder al propietario de la finca, o serlo en parte “en sociedad”.37 11 de mayo de 1999.

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Se puede decir que la “ley es dura” como la piedra ejemplo del pragmatismo, pero su sentido íntegro, si ha de tener en cuenta el tiempo y la historia, es tan flexible como las condiciones que configuran su definición. El mismo Sumapaz durante el siglo XX sería el promotor a consecuencia de los movimientos campesinos de una definición y redefinición de las leyes agrarias, y en tanto múltiples intereses en juego, unas leyes diversificadas y puestas en práctica dentro de las categorizaciones y prácticas sociales que amplían, justifican o rechazan el marco definitorio de la propiedad. No escaparía esta compleja situación a la mirada vigilante de los organismos internacionales que observaban una no muy efectiva legislación agraria en Latinoamérica luego de las utopías de la Alianza para el Progreso:

“...estas leyes constituyen complejos cuerpos de legislación, muchos de ellos extensos y en su mayoría susceptibles de diversas interpretaciones en numerosos aspectos. El idioma suele ser impreciso, de suerte que diferentes cláusulas de la misma ley pueden ser contradictorias y muchos aspectos de jurisdicción y del procedimiento de ejecución deberán ser resueltos en la práctica” (Unión Panamericana 1962, citado en Giusti 1971: 109)38

Bien, hemos flotado por las instantáneas, hemos definido las formas, pero ahora cuestionemos la disociación entre sujeto y objeto antes de entrar al sentido y a los trayectos que deforman los linderos del tiempo rural.

38 Unión Panamericana, Estudio Económico de América Latina, 1962, Washington D.C., 1964, p 227.70

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ROBINSONADAS Y ARRAIGO

Ese extraño objeto del deseo

La propiedad, relación y principio, separará los cuerpos, establecerá la distancia entre sujetos y objetos, entonces hace posible la mercantilización, el deseo dirigido sobre un objeto “liberado” hacía la equivalencia e igualdad como mercancía. La disolución de los resguardos, la ampliación de las fronteras agrícolas, la colonización, extienden un escenario que determina dentro de la arbitrariedad jurídico-económica la escisión que sólo los títulos vinculan, legitiman y representan.

La extrañeza con el objeto constituye una pequeña parcela de las relaciones que fluyen a través de él; como en todo producto dentro de las tramas mercantiles, o susceptibles de entrar en ellas, posee una inversión, lleva en sí un valor de cambio y un valor de uso, éste último filtrado en las tramas del capitalismo se distancia e impersonaliza en razón de un intercambio efectivo o potencial. Allí ese maná, fuerza, deseo, como se quiera llamar, es desfetichizado en la modernidad, para construir los nuevos fetiches que en el ámbito de los escenarios vitales extienden las antiguas coordenadas de occidente, sujeto y objeto disociados.

Escisión que a su vez separa la naturaleza de lo humano, el sustantivo del verbo, Elias explicará tales dificultades dentro de las propias imágenes que el lenguaje proyecta (1987), en ese sentido cercano a Bergson al preferir las imágenes que brinda la intuición, a los conceptos que la ciencia de su momento desplegaba sobre las formas. Pero bien, si la tierra en el contexto hacendatario, donde el trabajador agrícola no es propietario sino estanciero, arrendatario, aparcero... y aun así invierte, hace uso, vive, ríe, sueña y muere, entonces ese extraño y ajeno objeto forma parte de la cotidianidad local, pero en él la relación de dominio es distanciada de la acción familiar, comunal, local, desde aquellas esferas que sujetan y objetualizan a través del principio inmutable de la propiedad.

Y como objeto-escenario, la relación con un determinado tipo de dominio configura una determinada percepción tempo-espacial. En la estancia como en la hacienda, existían reparticiones de un particular “hacer” en ellas, por lo tanto de un cierto tipo de inversión diferencial según el orden establecido, distante de la organización actual a la que volveremos en el capítulo siguiente.

La hacienda como un todo se reparte básicamente entre las estancias y la hacienda en sí, las primeras, lugar para lo efímero, lo pasajero, lo doméstico y femenino; la hacienda, por su lado, espacio de lo permanente, la misma casa de la hacienda en su monumentalidad local se muestra imperecedera ante el paso de lo efímero, refleja lo absoluto de la

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propiedad, allí lo permanente exige inversión de la “fuerza” que enraíza esa condición, y con que más sino con el trabajo del hombre39.

“Artículo 4. Salvo estipulación en contrario, el arrendador o dueño de tierras construirá la casa que haya de habitar el arrendatario, aparcero, etc., con su familia, como mejora de propiedad del arrendador, y si no la construye, el arrendatario, aparcero, etc., tendrá libertad de edificarla dentro de la parcela, a menos que las dos partes convengan en que la construcción se haga en otro sitio, y en estos dos últimos casos, a la terminación del contrato, como en el Caso de lanzamientos se le pagarán al arrendatario, aparcero, etc., los materiales, según las reglas del Derecho Civil.

Articulo 5. En ningún caso se presumirá el derecho del cosechero, aparcero, agregado, arrendatario, etc., a establecer cultivos de tardío rendimiento como café, cacao, plátano, etc., ni mejoras de carácter permanente, distintas de las previstas en el artículo anterior. El derecho a establecer tales cultivos y mejoras debe ser estipulado expresamente en el contrato. Tampoco podrá el cultivador, aparcero, cosechero, etc., retener o decomisar por si mismo, sin intervención de la autoridad, cualesquiera bienes pertenecientes al propietario o arrendador para cubrirse el valor de crédito alguno.” (Ley 100 de 1944)

Imagen del contrato que se evidencia en el control local, imagen muy cercana al panoptismo descrito por Foucault (1980: 117-140), la hacienda se instaura como mecanismo que vigila, controla y corrige; las tareas diarias, los desplazamientos, los horarios controlan la vida cotidiana, el escenario se apoya sobre una estructura vertical donde los estancieros se ubican en la base, el ojo de Santa Lucia se desplaza así a la estructura espacial y social de la hacienda.

“Había 3 administradores [de la Hacienda Calandaima], uno era el que permanecía ahí dentro de la hacienda dirigiendo la gente, poniéndoles oficio, poniéndoles a trabajar y el otro administrador era el que daba contratos, y iba por allá por el lado de los contratos a ver como los estaban dejando...” (Entrevista con Don Ricardo, Vereda La Gloria, día 72, jueves)40

“También rememoró [Valeria] que cuando era pequeña, junto con su hermana Serafina llevaban el almuerzo a su papá, cuando él se encontraba trabajando en la Hacienda San José, aún de los Williamson. Valeria aún recuerda que de la Hacienda salía café, queso, cuajo y además se posibilitaba el trabajo para todos. Respecto a algunas de las normas de la hacienda menciona que aquellos que aún vivían en estancias tenían que recoger el café maduro, sino lo hacían desde la

39 Literalmente hombre, pues a pesar del esfuerzo familiar es la representación masculina la que predomina como referente del trabajo agrícola en la hacienda: él es la figura con la que se realizan los contratos y a quien se le otorga las responsabilidades laborales.40 15 de mayo de 1999.

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hacienda enviaban una cuadrilla para hacer el trabajo, pero el beneficiario de la estancia debía pagar una multa.” (diario de Campo 11vo día viernes)41

¿Qué es lo propio del estanciero? Un tiempo que flota, que se desliga del derecho primero, de la propiedad sobre el suelo, sobre éste las “mejoras” arrinconadas en la estancia, pero estás han de ser efímeras, no hay arraigo, no hay incorporación sólo una tenue relación desprovista de raíz.

La estancia redobla el control de la hacienda, pero la distribución del “quehacer” se organiza sobre la estructura familiar que invierte en hombre y mujer el ejercicio de sus temporalidades. La mujer encargada de lo domestico, enclaustrado en el espacio de lo efímero, mantiene su labor sobre lo más permanente de la vida dentro de la estancia: la vivienda y la familia; el trabajo del hombre que en la hacienda enraíza, en la estancia es un suspiro entrecortado que apenas como siembra en poco tiempo recoge; su trabajo allí no permanece se desvanece.

Las trayectorias en la hacienda se reproducen en los relatos, generaciones remontan a un pasado de enganches y pago de obligaciones, las expectativas se reducen a la incertidumbre cuando la propiedad donde se flota y se desplaza es ajena. La imagen del propietario se legitima en la distancia, se le incorpora a pesar de ella a través del poder ejercido por el administrador, las cuadrillas, el orden en el tiempo y el espacio. La hacienda, el patrón son los referentes primarios en ese sistema autocrático “Cuando los Holguín llegaban –decía don Ricardo- era como si llegara Dios”, Marina, madre de Santiago también recuerda de la Hacienda San José “... eso llegaban cada sábado a traer el pago en un helicóptero, para las fiestas llevaban regalos a los niños, era gente muy buena...” presencia peregrina estacional pero omnipresente en el imaginario que bien los puede percibir como justos o tiranos.

Robin Hood

Pero la inversión de las prácticas, del espacio, es recurrente, el conflicto con colonos y arrendatarios es el pan de cada día, no surge de la noche a la mañana, los conflictos se realizan por las acciones de hecho y el enfrentamiento jurídico que desde las primeras luchas durante los años veinte y treinta en el Sumapaz se venían gestando por la inconformidad local y el apoyo de movimientos de izquierda que tenían dentro de su programa como eje fundamental la lucha por la tierra (Marulanda 1991: 21-34), lo mismo atañe a la colindante provincia del Tequendama, específicamente en las haciendas del municipio de Viota, donde Michael Jiménez reseña que las diferentes crisis y éxitos económicos conducían a experimentar diversos sistemas de contratación, entre ellos, el del arrendamiento que poco a poco fue amortiguando y consolidando la economía de las haciendas, no sin claros signos de arbitrariedad y autoritarismo por parte de capataces y administradores (1988: 40-45, 51,52).

41 14 de mayo de 1999.73

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Aunque desde la escala regional es posible encontrar unos hitos cronológicos, según la relevancia del sistema hacendatario, ello no significa un cambio abrupto y generalizado, por ejemplo mientras en la hacienda del Chocho se agitaba uno de los mayores conflictos de la región, parecía que las vecinas haciendas de lo que es hoy Tibacuy, se perturbaran sólo años después, de hecho los límites de la Colonia Agrícola del Sumapaz llegaba hasta ese lindero de la quebrada San José, separando hoy las Veredas San José de Tibacuy y San José de Silvania.

Trabajadores de la Hacienda el Chocho

El régimen del patrón, penetrante e incorporado en las haciendas, poco a poco comienza a perder su efectividad; ya ha germinado en otros lados, el arraigo como incorporación del tiempo trabajo y del tiempo vital en el espacio físico y social se convierte en el referente que descentra la antigua perspectiva local.

La propiedad es el robo afirmará Proudhon (1984: 29), qué aserto tan contradictorio, qué exabrupto a la razón, pero esa es la condición sobre la que se realiza el intercambio de la propiedad, no es el simple desplazamiento de la ausencia a la presencia de la relación de propiedad, de la tenencia de ese objeto del deseo campesino; lo que se da es una revalorización de los referentes, una inversión de las nociones temporales de la hacienda, una inversión de la inversión misma.

¿Pero que se roba? Y ¿quién el ladrón? La hacienda roba el tiempo rural, lo reglamenta, lo reduce al cálculo por jornadas, suya es la tierra, el tiempo y las acciones. El estanciero apenas flota, se suspende, pasa.

“Uno de los habitantes de la Vereda San José, don José Ángel Martínez, con casi 70 años devuelve sus pensamientos a la vida en la Hacienda Atala (Viota) de los Saenz, recuerda al administrador 74

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general quien llevaba la contabilidad en “el edificio”; al mayordomo que “disponía el trabajo y daba vueltas”, a su madre en la estancia y al toque de cacho para “la formación”, en ellas se organizaban las cuadrillas, de 15 a 20 trabajadores que se distribuían entre coger café, deschupar42, deslamar, echar azadón....” (Diario de campo 44 día miércoles)

Pero cuando los referentes se trastocan se permite “cuestionar no sólo la autenticidad de los títulos sino el fundamento mismo de la propiedad: a revalorar, en realidad, el trabajo frente al título” (Marulanda 1991:13). Entonces el ladrón es a los ojos de la hacienda el estanciero, o el invasor; roba la propiedad porque irrumpe el contrato y se apropia invirtiendo la temporalidad de los lugares.

En el encuentro ya citado con Don Isidro, durante la reunión del Sindicato, su mirada recorrió el espacio y parece que sus palabras llevaran a otro lugar, aunque es el mismo espacio sobre el que se rememora, se sintetiza el proceso de parcelaciones así:

“Decía que en la finca de los Holguin se habían logrado 63 parcelaciones, que en las 7 haciendas traían gente por “enganche” o para pagar la “obligación”. Las 7 haciendas, comenta don Isidro señalando desde la panorámica que nuestra ubicación nos daba, eran “La Vuelta”, “Albania”, “Balunda”, “Batavia”, “La Cajita”, “El Retiro”, “Calandaima”, “San Francisco” y “El Chisque”, cada una con su administrador.

Cada arrendatario, continúa don Isidro, podía sembrar repollo, arveja, fríjol y la casa tenían que ser de platanilla y hojas de caña, no se podían sembrar matas raizales como café, plátano o construir casas de zinc. La obligación se pagaba con las jornadas en la hacienda. Cuando se dio el proceso de las ligas campesinas éstas las lideraban Celio Espitia, Rubén Morales y Siervo Sosa, quienes rompen el dominio y dan la orden para sembrar el café, lo que se llamó “la lucha por el libre cultivo del café”. Entonces los administradores y patronos enviaban las cuadrillas y a la policía para arrancar el café. Luego de esto la lucha que siguió fue la de las parcelaciones; se envían comisiones para hablar con los dueños (ya no habla de patronos), se hacen huelgas e invaden cafetales. A 5 centavos la cuartilla de café; se pagaba 20 centavos a “todo costo” (sin dar alimentación, no se si alojamiento) en el año 25. Agrega que los abuelos (relato de un relato) decían que les daban juete.” (Domingo 8 de agosto de 1999)

Son las nuevas trayectorias que se desplazan en este espacio de la hacienda las que modifican las trayectorias reproducidas allí, nuevas expectativas entran a modificar el sentido del tiempo y del espacio. Es en el encuentro de las trayectorias donde otras 42 El palo de café le crece verticalmente una rama que llaman chupón, la deschupada se realiza para que el palo se desarrollé en las partes bajas y al mismo tiempo el grano se de allí, esto evita el bajar el chupón y recoger el café de allí, lo que implica una labor más engorrosa durante la recolección.

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imágenes son posibles, donde el relato del andariego aventurero o la del colono difunden lo lejano y allí mismo un encuentro de las experiencias rurales, la cosecha de café no calla y calcula durante la jornada, el amor, la competencia, el canto y la alegría vuelve fiesta el encuentro. Medardo Martínez, de 43 años de edad, de estatura baja pero complexión robusta, líder local durante la invasión de la ahora “Parcelación Las Delicias” describe con su particular y usual jocosidad la recolección en una Hacienda de Viotá donde trabajó durante su juventud:

“Y entonces usted agarraba a coger, era para coger “en paloma” como llamamos en ese entonces, cuando uno tenía su noviecita allá, entonces uno cuadraba, de pronto uno hacía el deber de cuadrar el corte con la novia para poder charlarle ¿no? Entonces la china cogía por un lado y uno cogía por el otro.

Cuando uno no tenía pareja, le tocaba arrancar por un surco por decir algo de aquí a Tibacuy, eso demoraba uno la semana ahí. Porque arrancaba por una cara y llegaba a la esquina y tenía que devolverse otra vez, entonces por eso era empalagoso, pero yo miraba y eso daba muy buen resultado, era que usted andaba un poquitico y era que granaba café, pero era que uno lo hacía aunque sea con el amigo, usted por este lado y yo por este lado y hágale y hágale. Entonces rinde bastante, porque usted a no dejarse ganar de este cliente y éste cliente: mata y mata, mata y mata y hágale allí...a no dejarse quedar y eso es muy bueno porque si a usted no le rinde y a mi me rinde entonces agarramos ahí, entonces usted dice “no...yo no me le dejo quedar”. Se va la charlita y si no tienen que charlar... usted sabe que alguien en las recogidas de café hay cuentos, hay canciones, ahí es donde se aprende a cantar...

Vea, no hay cogedor que no cante, están cogiendo café y están cantando: Cuando llega uno a los tajos malos, porque usted llega a un tajo bueno y todo el mundo permanece callado. Entonces yo, no tengo experiencias, experiencias grandísimas, no, pero a nivel de café y de pronto de manejar personal también lo adquirí allá [Se refiere a la Hacienda Javita en Viota, donde trabajo hace unos 25 o 27 años.], siendo tan joven llegué a trabajar.”(entrevista a Medardo Martínez, día 71 miércoles)43

Es en los espacios del encuentro de nuevas imágenes donde se comienza a fragmentar el orden de la hacienda. El robo, no es robo sino justicia, unas imágenes Robinhonescas aparecen para legitimar el intercambio no de la tierra sino de la propiedad, para conceder al tiempo invertido no su desvanecimiento como trabajo en la hacienda, sino para ritualizar el florecimiento de una vida invertida a través del trabajo familiar.

43 14 de julio de 1999.76

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Uno de los principales personajes regionales convertido en leyenda, mito, historia o bien punto de referencia en el quebrantamiento del orden hacendatario es Juan de la Cruz, por supuesto muy cerca de Jorge Eliécer Gaitán, evocado por los viejos y adultos que alcanzaron a vivir el proceso de las parcelaciones, o los que escucharon de él en la voz de sus mayores, sobre todo en aquellos lugares donde el conflicto fue más fuerte, como en las haciendas de los Holguín.

Pero esos referentes se pierden en otros sitios donde las reivindicaciones campesinas no fueron tan intensas, en Tibacuy, por ejemplo, y durante algunas preguntas a los jóvenes del colegio municipal, se preguntaba sobre personajes sobresalientes en la historia de la región y allí lo mediatizado entra a manifestarse en respuestas que señalan a Lucho Herrera, a Leonor Serrano de Camargo, al entonces gobernador del Departamento Andrés González. Las tramas mediáticas, se puede señalar, trastocan la “tradición” de la que hablaba W. Benjamín.

Pero aún así la relevancia de esas antiguas figuras, convertidas en mitos agrarios: ellos recorrían espacios distantes, su vida misma era una trama incorporada en su paso por el mundo, por los llanos, la capital, su autoridad no está dada desde el mundo inerte de la hacienda sino por fuera de ella. Juan de la Cruz Varela, visto desde la perspectiva de Benjamín

Montejo proyecta las siguientes imágenes donde se presenta como mercader de la experiencia y modificador de la misma.

“...él era muy pobre, él no tenía nada, él le gustaba era andar y ayudar al pobre, a apoyarlo, que tuvieran, que no sufrieran hambre, mejor dicho que tuvieran modo de pasar la vida, mejor dicho el ayudaba era a parcelar las grandes haciendas” (entrevista a Benjamín Montejo, día 65 miércoles)44

En otra entrevista, hecha a Valeria y Benjamín se crean los vínculos con el proceso local de parcelación, en particular de la hacienda San José.

“-Freddy: Lo que nos decía ayer don Campo Elias [Antiguo administrador de la parcelada hacienda San José] de que sólo estaban las estancias de este lado de San Ramón y que para allá era sólo hacienda45. ¿...[Valeria] conoció eso así? -Valeria: Sí, a la hacienda iba a trabajar todo el mundo.

44 07 de julio de 1999.45 Desde casa de Valeria se observa el Alto de San Ramón, unos 15 minutos entre camino de herradura se gastan a pie hasta la salida a un carreteable cercano. Allí está el lindero, distribuido entre la hacienda y las estancias.

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-F: O sea que usted ya tenía uso de razón cuando comenzaron a parcelar ahí del lado de la hacienda.-V: uh, claro eso como que comenzaron en el 60 y pucho...-F: ...y don Roberto Escobar era el que estaba organizando eso?-V: Como que si, él como que era cabeza de eso...-Benjamin: Claro, -V: Pero eso fue parcelado o porque quisieron los Williamsom vender? Porque como que eso no fue a las malas..-B: si señor (contestando a V), me parece mucho que fue cuando, alma bendita, don Roberto y cuando iba mi taita...que viniera a “ranchar”, eso si pa´que el hombre, fue cuando se vino de allá él y le dio...-V: En el 65 me parece o algo así-B: Cuando le dio a don Ismael Jiménez, la mina(...) que tiene hoy en día, y que por eso tiene plata el hombre, se las dio ¡fiadas! sin cinco centavos, porque el sabía a donde venía, a que tierras venía y que era mejor que esa, cuando él estaba aliado con don...?...(no recuerda) el que ayudó mucho a este viejito chiquito que era...a Juan de la Cruz Varela, ¡él! Por él vino, luchó, don Roberto Escobar, porque Juan de la Cruz Varela apoyaba a don Roberto. Y don Roberto tenía otro mandamás , -V: pero era más importante Juan de la Cruz Varela, muy nombrado.-F: [Valeria] si había escuchado de él’ -V: Claro, Juan de la Cruz Varela, yo si oía nombrar a ese señor.-F: Pero lo conoció?-V: no-B: Yo sí.-V: si..?.dizque era pequeñitico-B: Pequeñito.-V: pero un verraco, dizque era un berraco-B: Para qué, pero él se salió de aquí de Colombia, pa´andar po´allá por otro país...-V:!ah!!! Iba a otro país a recibir como instrucciones, más o menos...lo mismo que este Beltrán, don Paulino Beltrán, ese era compadre de don José [se refiere a don José Ángel Martínez], era también un luchador.-B: no le digo, don Juan de la Cruz Varela era el taita de don Roberto Escobar, y él por aquí arriaba con fuerza...don Juan de la Cruz Varela andaba todo esto: eso andaba San José, Pasca...eso ¡todo Colombia! -V: Ayudando, que le dieran tierra a los pobres...-B: Como haberse salido de Colombia, haber traído fuerza para ...y, sin estudio-V: Lo que aprendía así de la vida.” (Entrevista Valeria y Benjamín, día 73 Viernes)46

46 16 de julio de 1999.78

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Así estos personajes se vinculan, vienen de “otros lados”, traen una nueva experiencia, una relación con la tierra diferente, los “luchadores” son el contra argumento frente a la noción y las prácticas de propiedad imperantes: la tierra es para quien la trabaja, no para quién la posee por el título, así el robo se da en las haciendas a través de la explotación de los agricultores.

Desde la perspectiva contraria, sin embargo, de un régimen en decadencia, son “los luchadores” los que se tachan de ladrones, especies de Robin Hood que expropian bajo la lógica de la legitimidad que entiende la región hecha con las manos de trabajadores, no del hacendado. La experiencia de los recorridos por fuera de las estancias, de la hacienda, modifican las trayectorias locales, se difunden las nuevas imágenes de un “deber ser y hacer” diferente, revalorando las nuevas relaciones con la tierra, el trabajo, la vida misma.

La experiencia viene del recorrido por diferentes espacios físicos, pero también por el paso a través de otras imágenes desveladas a través de la radio o la escritura. En la década del 30 el periódico Claridad del Partido Agrario Nacional, PAN, se referenciaba como uno de los instrumentos de proselitismo comunista que irradiaban ordenes desde los cuadros Bogotanos hacía las zonas rurales (Marulanda 1991:12-13, 89-90). Un componente básico de comunicación y solidaridad durante la Colonia Agrícola del Sumapaz era la lectura del periódico del Unirismo, así como la gestión para la obtención de un radio para cada vereda.

Don José Ángel al recordar la parcelación de La Hacienda Puerto Brasil recuerda a uno de los luchadores “...el que empezó con el partido comunista fue Luís González de Puerto Brasil, fue cuando empezó a coger miedo todos esos patrones [...] era trabajador que estudiaba libros, leyó un libro que le llegó de Rusia” (entrevista a Don José Ángel Martínez día 74 sábado)47.

47 17 de julio de 1999.79

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Echando Raíces

El orden de la hacienda se debilita sobre las estrategias que modifican su uso, las cuales se ubican por fuera del contrato y de la ley; la trasgresión se desarrolla desde adentro o puede venir de afuera. En cualquier caso, sobre la perspectiva del robo, del delito, se arriesga la libertad, pero se arraigan unas nuevas coordenadas. Si el intercambio ha de darse, bien puede ser sutil en la misma hacienda, jugando con sus normas, con el reglamento; o bien radicalizando la posesión; así el estanciero bien puede plantar a la orilla del camino el fique: la ambigüedad de su ubicación, ¿qué le puede decir al administrador o a la cuadrilla? Esas, figuras cuyas funciones se ordenan según disposiciones de las haciendas, su labor, “arrancar” lo que pretendía enraizarse en las estancias, lugares que por su naturaleza respecto a la hacienda debía sólo ser el lugar de lo efímero.

Pero ¿dónde está el fique? ¿en lo publico de las carreteras o en lo privado, temporal y ajeno de las estancias? El orden comienza con rupturas, ya la década de los 30 resulta un referente propicio; otros lugares del Sumapaz ya habían iniciado las acciones de hecho durante la Colonia del Sumapaz y las posteriores guerras allí libradas. En nuestra comunidad, las parcelaciones comienzan de manera desigual y para la memoria de los pobladores, la referencia de los procesos de parcelación comienza desde la década del sesenta y otras, mas tardíamente, durante la década del setenta. La “lucha por el libre cultivo”, del café especialmente, se convierte en una determinante para modificar el régimen y el sentido espacial, entonces, otros los desplazamientos, otros los tiempos, otros los horarios y otras las disciplinas.

Cuando la irrupción viene de fuera no es menos ritualizada su justificación, las invasiones no son espontáneas irracionales, el proceso que lleva de la propiedad hacendataria a la justa propiedad, se organiza, lleva además de un rancho para tantear el establecimiento, una familia, un grupo organizado, una comunidad, cuyo objetivo de unión además de la tierra es una “nueva vida”, veamos dos relatos de invasiones, uno de Benjamín Montejo, quien recuerda de su niñez y juventud invasiones en Pasca, aunque no participo de ellas, si da cuenta del proceso y su organización; el relato que sigue al de Benjamín es de Medardo Martínez, quien en Viota participó como “guizandero” durante la invasión de la hacienda Atala, éste mismo personaje en Tibacuy se consolidó como luchador de la Parcelación de las Delicias y Caracolí:

“Mejor dicho, cuando iban a parcelar una hacienda era consiguiendo compañeros para que ayudaran a luchar... como esta noche ¿no? Se pueden reunir unos cincuenta, sesenta...hasta cien y más personas, según la hacienda...y llega y dicen: Bueno hay una plata acá y vamos a reunir y vamos mañana a comprar...esto en Fusa...en Cumaca vamos a comprar plástico, vamos a comprar lo que podamos y mañana en la noche vamos a meternos aquí en esta hacienda, para amanecer todos con nuestras ranchas aquí. Y de ahí entonces llega la policía y lo saca a uno [...] y de ahí cogían y ... pues a mi no me pasó eso, pero me cuenta mi papá que eso agarraban a esas pobres señoras y las maneaban, de pata en mano y a los carros, con herramientas, con los hijitos, pa´dios...y como ellos eran los mandamases, 80

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allá a las cárceles y los que se podían fugar ellos eran los que apoyaban después y ayudaban mucho a los compañeros que estaban en las cárceles por allá, y salían ellos y ellos que salen y volvían otra vez a las parcelaciones y volvía la policía otra vez y a las cárceles, agarraban a los hombres y otra vez a las cárceles. Hasta que al fin el pobre campesino, el pobre luchador ganaba en esas ya estaba Don Roberto Escobar, ya estaba el finado Juan de la Cruz Varela...” (Entrevista Benjamín Montejo. Día 65 miércoles)48

Algo similar, con un poco más de matices, en tanto participó de ellas, es la narración de Medardo Martínez, su experiencia no viene como “viento de muerto”, de ningún lado, por el contrario encarna las experiencias familiares y colectivas: él, hijo de don José Ángel Martinez antaño trabajador de la hacienda Átala, junto con su padre y madre fueron viajeros por haciendas del Llano, co-fundadores junto a otros paisanos de un corregimiento cercano a San Juan de Arama; de sus frecuentes retornos, por la “amarilla” (fiebre) que atacaría a Medardo en su niñez; por los conflictos con patronos conservadores del llano y hasta por aburrimiento, ahora se radican en Tibacuy, un ahora que durante el trabajo de campo ya no era para la madre de Medardo que hacía un año había fallecido, y un ahora de éste texto que ya no es para don José Ángel quién muriera a finales de 2001.

En Tibacuy, Medardo junto con sus hermanos forman parte de la comunidad: Fernando, Jorge, Liliana y José con sus casas en la vereda; Carlos, en el pueblo; Sandra, en la carretera en las afueras del poblado, el menor, Ricardo, de 19 años, esposo de Carmén Montejo y yerno de Valeria, único sin “propiedad”, alojado a veces donde su padre, otras donde su hermana,

La finca, la casa, el lugar del establecimiento, una consolidación no lograda en la hacienda Átala en Viota, no alcanzada tampoco en los Llanos cuya inclemencia era muy dura para los niños, pero allí en Tibacuy la semilla rinde frutos, la experiencia es contada con todo lo que ella contiene de un pasado individual, familiar y social. . En una finca que administra Ricardo Martínez49, vecino de Medardo, tomábamos los tres tinto junto con Clara Montejo que me acompañaba, mientras tanto el hijo de Viotá comenzaba su relato sobre la parcelación a mediados de los años 90::

- Medardo: “Yo manejé el primer grupo cuando se hizo lo de aquí, nos reunimos un grupo de amigos, empezamos tres personas para concretar, arreglar, esta finca que era una finca abandonada, entonces un día echando azadón en un agosto, abajo al pie del río y una sequía la berraca, eso no, no, no, y las dos chinas estaban pequeñas y entonces era muy jodido y yo entonces quería tener , siempre había aspirado tener un pedacito de tierra así fuera el puestico del rancho, así fuera pobremente, pero hacerle un rancho a los hijos que tuvieran a donde vivir, que dijeran “esto es mío”, “puedo vivir aquí tranquilo porque esto es mío”. Luego nos organizamos

48 07 de julio de 1999.49 La relación de este Ricardo con Medardo es de vecindad, más no de parentesco, como bien podría hacerlo confundir el homónimo.

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tres personas “mire está finca de fulano de tal esta abandonada, eso es un monte” yo vivía en esta casa [finca vecina que administra don Ricardo y que antes de la parcelación administraba Medardo, ella queda contigua a su actual parcela] entonces nos reunimos tres, estaba Julio Martínez, Gustavo Fernández y mi persona. Entonces arrancamos, entonces empezamos de aburridos “Hagamos esto” y empezamos un día cualquiera a reunir, empezamos a reunir allá, fue y le dijo a Hernando Castiblanco, se le contó la vaina, entonces ya éramos cuatro, él tenía una finca muy bonita, él no esperaba a quedarse con un pedazo de tierra aquí, no, era un tipo que quería colaborar. Entonces esa tarde ellos se pusieron a reunir personal, por ahí a los más pobres de la parte de Siberia y Caracolí [...] y yo me vine para aquí, para este alto y comencé a hablarle a la gente, la cosa es que ya por ahí tipo las seis de la tarde yo contaba aquí con 21 personas. Entonces hicimos la primer reunión, abajo en una casita sola allá en la orilla del río, tocaba así, cuidarnos, porque usted sabe que cuando hay un grupo hablando y que reforma agraria, ya no le dicen que está armando el beneficio común, sino que está armando asaltantes para quien sabe qué cosas, entonces se cuidaba uno de esas vainas.

Duramos tres meses reuniéndonos y cotizando de a 500 pesos mensuales, hace 5 años, entonces reunimos, éramos 41 y cuando ya teníamos una plata conseguimos un abogado, muy bueno, primero nos asesoramos, nos metimos un 8 de diciembre, ¿por qué nos metimos un 8 de diciembre? Porque todos saben que en esa época todos los juzgados están cerrados. Entonces entramos ahí, pero de todas maneras la policía no estaba amarrada, eso fue un pleito largo. Entonces trabajé aquí y nos tumbaron casas..ranchitos de paroi...tumbaban uno, nosotros armábamos tres, tumbaban tres, armábamos seis...eso era un goce y un sufrimiento, porque eso era una inviernada la cosa más jodida.

En un principio yo quería estar entre lo buenos y entre los malos, en medio de todos, porque no sabía nada, no sabía como defenderme de pronto de la ley, yo sabía que eso era un delito tomarse algo que no era de uno.

- Freddy: ¿y donde había visto usted que se habían tomado así....

- M: Muy chino, muy pequeñitico, en Viota un día tomaron la Hacienda de Atala y entonces a mí me llevaron de guisandero, para cocinarles a unos 100 por lo menos, entonces yo vi que metieron ejército y se llevaron a la gente, los tuvieron presos les dieron palo, pata, entonces yo sabía que aquí iba a suceder eso, entonces intentaba organizar de la mejor manera y ser el vocero de la personas, pero bien llevado. Y el abogado, él nos comentaba, o me daba cartilla como dice el cuento, el abogado Ernesto Espejo Palacio, el no podía estar constante, entonces él me decía “hay que hacer así y hay que hacer así”. Entonces ahí empezó este cliente a liderar, la gente creyó en mí y les pude cumplir, gracias a Dios que les cumplí.

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Yo de aquí me iba tipo una de la mañana a Caracolí, a ver como estaban allá, a ver que les hacía falta, entre todos cuadrábamos la panela [...] Sí nos tocó dividir el grupo en dos, y entonces se le sacó personería jurídica, eso fue muy sonado por aquí en Tibacuy, por eso es que me gustan las asociaciones, nosotros llamamos eso “Asociación Nueva Vida de Tibacuy” y entonces le sacamos personería, la papelería que es de ley. La Asociación se acabó en el momento en que el grupo se extinguió, ya vino la parcelación, ya los de La Gloria no podíamos manejar Caracolí, en ningún momento porque eran dos veredas diferentes y apartadas entonces no se podía. [...] en Caracolí quedaron 20 aquí quedaron 21.”(Entrevista a Medardo Martínez, Día 71 miércoles)50

Aunque extensa la narración, es apropiada para percibir como el “intercambio” de la propiedad se logra a través de un conocimiento aprendido, por una organización no espontánea, en fin por el hecho y el derecho desplegados y tensionantes, pero que conducen de lo ilegitimo, legitimo a la luz del invasor, a lo legitimo, aunque ello implique nuevos controles. Los encuentros de imágenes de nuevos regímenes, buscan la noche para señalar un nuevo amanecer, los límites que separan la propiedad hacendataria de la parcelaria, sólo se organiza en la penumbra, en la práctica señalada como delito, en el robo.

Cerro de la Cruz

Las mismas oposiciones diabólicas y divinas del espacio en la comunidad de Tibacuy sirven para el encuentro que conducen, si, a nuevas formas de propiedad, pero a su vez a nuevas formas de existencia, en fin, al encuentro de trayectorias que llevan hacía el

50 14 de julio de 1999.83

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propietario, al parcelero... al campesino con tierra. Así rememora Don José Ángel Martínez a su compadre Paulino Beltrán, quien luchó junto a Isidro Sosa por las parcelaciones de gran parte de las Haciendas de Tibacuy:

“Reunió la gente en el alto de la cruz, donde la señora Teresa...reunió el personal de Calandaima, la Cajita, Albania, Bateas con el fin de invadir esas haciendas [...] como en 1960” (entrevista a don José Ángel 74 día, sábado)51

Procesos y luchas extendidas y perpetuadas en otros lugares y en otros individuos. El mismo Paulino Beltrán asesoró a Medardo en la reciente parcelación de las Delicias, aunque en el relato no lo mencione. En fin, luchadores que, fallecidos, permanecen en la tradición de lucha conservada en los nuevos líderes, en el Sindicato Campesino, en la efervescencia familiar frente al contrapunteo que emerge en el conflicto por las zonas de reserva.

Así el camino no es el mismo, los linderos entre parcela y parcela dicen más que su fragmentación, el fique adquiere otro sentido, ya no es muestra inerte de antiguos cultivos, sino huella vital de un proceso hacía un nuevo escenario rural.

51 17 de julio de 1999.i

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CAPITULO IV

TRABAJO, VIDA, MODERNIZACIÓN

“...He soñado a Virgilio,he soñado la colina del Gólgota y las cruces de Roma

he soñado la geometríahe soñado el punto, la línea, el plano y el volumen,

he soñado el amarillo, el azul y el rojo,he soñado mi enfermiza niñez,

he soñado los mapas y los reinosy aquel duelo en el alba,

he soñado el inconcebible dolor, he soñado mi espada,

he soñado a Elizabeth de Bohemia he soñado la duda y la incertidumbre,

he soñado el día de ayer. Quizá no tuve ayer,

quizá no he nacido. Acaso sueño haber soñado...”

(Extracto de Descartes de Jorge Luis Borges)

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS

Un nuevo escenario despliega la identidad de los nuevos propietarios, ni aparceros, arrendatarios, o estancieros; su denotación en términos del contrato, de la temporalidad regida por el reglamento y por el orden espacial de la hacienda se ha desvanecido, ahora las trayectorias se han modificado surgen nuevas identidades, nuevas formas del espacio, nuevos usos del tiempo, en adelante “campesinos”, aunque la noción también se desplace en los nuevos discursos donde surgen sujetos dignos de asistir (Escobar 1999). Cómo no serlo si el campesinado somete su existencia a las relaciones externas (Wolf 1978), si sus luchas son ubicadas en lo prepolítico y sometidas al caudillismo (Sánchez 1983, Bartra 1981: 345-370), como no, si al igual que a un niño el campesino posee, lo que sería ya concederle demasiado, un instinto sobre la propiedad de la tierra, opuesto a la razón, tal como se percibe en la disertaciones que Eduardo Caballero expresa sobre “los campesinos” y que manifiesta en cierto sentido la sensibilidad que hacía ellos mantenían las elites durante pleno conflicto agrario en la década de los setenta:

“Yo he sostenido varias veces, en otros tantos escritos, que en el niño y en el campesino, y el campesino es un niño, el de propiedad es instinto anterior al de conservación [...]

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El campesino también mata y se hace matar por un pedazo de tierra, y su tremendo instinto de la propiedad, cuando no logra satisfacer o aplacarse con la resignación rutinaria, lo empuja a la violencia y al crimen. Al ahondar un poco en la dolorosa tragedia campesina de los últimos años, en las feroces “vendettas”, en las guerrillas espontáneas, en las invasiones de pueblos y tierras, en los asaltos en cuadrilla, en el terror de las noches alumbradas por el relámpago de los disparos, se encuentra la tierra, el hambre de la tierra, siempre la tierra” (Caballero 1974: 154)

De López de Mesa a Caballero Calderón la esencia de lo “campesino” parece pasar de la exterioridad del determinismo geográfico a lo interno del instinto, en cualquier caso su cuerpo es hecho y desecho: Cualquier aspecto psicológico se señala como atrofiado, “bradiferico”, lentitud de pensamiento apenas exaltada por la violencia de la raza o por el deseo del instinto, la razón ésta fuera del horizonte campesino, ella es reemplazada por el uso de una fuerza que se expresa bien como mano de obra en el agricultor o en el arrebato del vándalo en busca de tierra.

En las vertientes, las manos del trabajo serán marginales, la civilización entra por el progreso de las elites cuya inteligencia “temperaba” pero que usaban la cabeza fría para someter a fines del siglo XIX las selvas primitivas y transformarlas en un espacio para la riqueza y la civilización (Rivas 1946), reminiscencias o actitudes y perspectivas análogas? Lo que sea es la misma posición en López de Mesa y en Caballero, quien, años después de su apología al instinto de la propiedad y como funcionario municipal plantea frente a la reforma agraria una nueva defensa, la del hacendado, sobreponiendo la pujanza del intelecto sobre la fuerza, y a pesar del cambio de mirada, conserva la misma oposición entre mano y cabeza.

La cabeza vigilante, que ordena y señala a la mano su función parece permanecer durante las haciendas o en las tierras parceladas, la mano parece estar destinada a ser dirigida, como la del niño aprendiendo a escribir, el pulso sobre las coordenadas de la hacienda o la parcela ha de ser guiado para que la escritura sobre su mundo esté de acuerdo con la razón, cualidad distante de la naturaleza campesina.

La “sin razón” que cualifica al campesinado, por supuesto, es absurda; el constreñimiento de su función social como “mano de obra” o “fuerza de trabajo” dependiente de los poseedores de la razón y el intelecto niega la posibilidad de la autonomía, estrategias y decisiones también propias de los sujetos rurales. El cambio mismo en las duraciones del espacio, de lo temporal a lo raizal, muestra un proceso forjado en la cotidianidad de unas tensas relaciones en el régimen hacendatario; más allá de un precario y bestial instinto, los trayectos individuales, familiares y comunitarios que conducen a un “deber ser y hacer” como parceleros representan unas prácticas de arraigo, donde no es la razón como objeto de la conciencia la que determina unos fines transgresores del régimen, sino un proceso que además de pedir tierra sin más, es una “apropiación” donde la tierra misma deja de ser un escenario económico, un espacio abstracto, para convertirse en un “lugar” donde “se

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cultiva”, “se habita” bajo el sentido heideggeriano (1994: 27-42), es decir, una búsqueda de la conciencia por unas nuevas condiciones de existencia, y a su vez, una apropiación sensible del medio como condición inherente a la cultura campesina.

Así, la distancia del hacendatario con la cotidianidad de la hacienda, exaltado cuando más, en sus capacidades intelectuales y reposando en ello su “trabajo” disocia en cada instante la relación entre sujetos y objetos, abstracciones de la razón diferentes a la cercanía del campesino con la tierra, quienes además del trabajo físico invertido en ella, “construyen” con ella su identidad individual, familiar y colectiva.

Confinar la vida del sujeto rural a la función de la mano, herramienta principal del homo economicus, es sesgarle lo que de creativas ellas poseen, su estética particular moldea la experiencia; puede resultar mecánico el ritmo de su “hacer”pero la manualidad creadora le da al mundo un volumen particular asido a la tierra, creación que configura densidad en el permanecer, y no en el simple pasar; la perspectiva del mundo rural, al igual que en la creatividad del pintor, escapa de las líneas de fuga para, como dirá Virilio a propósito de los logros perspectivistas del Quatrocento, le dan a la nueva geometría un nuevo punto de referencia, ni lo cercano ni lo lejano, sino la gravedad como relación primaria del espesor óptico (Virilio 1999:).

Las imágenes locales del tiempo y el espacio, el desplazamiento a través de ellas, responden a las tramas configuradas por el encuentro y repulsión de las trayectorias involucradas: La mirada distante del hacendado planifica el espacio y lo organiza según el orden de las duraciones del tiempo, del espacio, de los individuos y familias que no poseen más que su fuerza de trabajo. Aun así “la fuerza de trabajo” es más que eso y consigue la utopía y la cronotopía sobre otras tramas: la de lo cercano. Oportuno preguntar entonces ¿La densidad del tiempo, la fluidez del espacio que son entonces? ¿producto? ¿obra? 52

Una obra con su tiempo y espacio, pero a su vez producto de un trabajo invertido. Esas imágenes de la experiencia ¿quién las recorre? ¿quién las percibe? ¿quién las traduce? El encuentro de trayectorias lleva una noción de trabajo específica, vive el encuentro según su manera particular de conducir la mano y la mirada por ese escenario hecho obra y producto. El trabajo de campo y el trabajo en

52 Acerca de la aplicación del “cronotopo” como experiencia y texto en la que existe “un tiempo-espacio sin privilegios de una dimensión a otra” , ver: Serna (1999: 7)

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el campo son diferentes como las experiencias que configuran las figuras narrativas de W. Benjamín. La simpatía con las duraciones locales tal vez toque la experiencia bajo la condición de “estar allí”, pero la traducción tal vez pasa del mundo de la sensación al de las imágenes virtuales del texto, la mano es conducida por una mirada armada que con angustia, con el vértigo de la caída, en virtud de la gravedad, traduce la perspectiva a las tramas de un lector igualmente armado, al de la tradición del etnógrafo hemos dicho ya.

Mientras el camino que configura al etnógrafo lleva a la consideración de un rito que empieza en el mundo y termina en un texto -¿o empezará en los textos y seguirá en él como en el mundo del Quijote?- los espacios atravesados son fuente de dificultad, el del campo y el de su registro ¿qué se recoge en un lado, qué se registra en el otro? El paso de observador a autor manifiesta un transcurrir con sus liminalidades, sea en el primer paso por el camino de Santiago, en el primer renglón del diario o en el orden que incomoda al disponer para comunicar lo visto y su registro.

Así, donde la mano crea, el texto recrea. La densidad misma de las prácticas rurales se muestra en los claros de niebla que permiten observarla como acciones con sentido, como punto en un entramado que al igual que el arraigo y la propiedad son relaciones construidas más que objetos tangibles; el mismo trabajo como acción remite a eso, a una relación, no tanto en la connotación de un trabajo abstracto como manifestación del “quehacer” campesino y local absorbido dentro del flujo mercantil, sino bajo referentes que lo conducen más allá de la medida y cálculo de un valor de cambio a las formas en que estas acciones son punto de encuentro y síntesis de una organización social cuyo sentido puede descubrir el mismo uso del tiempo: El tiempo desplegado en el “que hacer” en los espacios distribuidos, en las relaciones con la propiedad, en las interrelaciones dentro la comunidad, y en cuanto tal, a tramas no rezagadas exclusivamente a la mera producción y si organizadas según los “usos” flexibles dentro de las trayectorias que se encuentran en el espacio local.

Por ello el trabajo como actividad cotidiana es síntesis, no como manifestación metafórica y ritual de la organización local, sino como punto tangible, densidad no dada en la descripción perspectivista sino en la gravedad “invisible” que es en realidad la que concede espesor a sus formas, a un “trabajo” cuyos trayectos recorren las tramas locales y cuya conceptualización corresponde tanto magnitudes como a intensidades.

Así una gravedad histórica que le da a la cotidianidad en el campo un sentido claro, y una claridad sólo posible en los recorridos de descripciones a veces ingenuas e inocentemente construidas a diario, el del campo, selecciones de lo hecho y lo dicho que permiten lograr no el sentido matriz sino un orden dinámico: el quehacer fácilmente observable y cuantificable fluye sobre las nuevas duraciones rurales ya distantes de la disciplina y el intercambio con la hacienda, aunque no por ello acciones menos disciplinadas y controladas en otras instancias: Otros los espesores, otras las relaciones, otras las miradas que disponen en la revisión de lo cotidiano un nuevo orden y un nuevo sentido sobre el ser y el quehacer del que observa y lo observado; acciones no razonadas sino “entramadas”, entendidas no como partes mecánicas dentro de una “división social del trabajo”, sino como

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objetivación de unas relaciones que configuran el acto en sus peculiares condiciones : no de “función” o “rol” sino de signo y sentido.

Donde es más conducida la mano si no sobre el café, la calidad asumida por los consumidores desde su aroma y sabor es atribuible a una técnica fundamental (en especial durante la recolección), la manual, la de la recolección “grano a grano”, y no sólo ésta producción, me arriesgo a ampliar su espacio de cualificación, se restringe al gusto metropolitano, otros aromas levitan alrededor de esa mano que planta, cultiva y recoge: sudor del esfuerzo del productor, razón de ser a través del grano que ilumina a los sujetos desde la exigencia del mercado, pero que no es más que la resolución del consumo, y no de su producción dentro de una cultura particular (no necesariamente cafetera). Cantos y risas exhaladas sobre los campos durante la cosecha, se oponen a la imagen sería y fría de la producción y su cálculo; la risa, accesoria en las tramas del mercado, es parte de las sinrazones del “que hacer local” sujeto a la vigilancia y supervisión de su tiempo y su producción.

No habría disgregación entre la cultura y el mercado, pero si encuentros y entrecruzamientos de trayectorias que fluyen en los “quehaceres” locales: el trabajo, la recolección, la venta, el intercambio. Así se podría comprender lo cultural de la producción considerada como elemento que somete irreversiblemente al campesino al mercado, sea en un sistema hacendatario o parcelario, en consecuencia prácticas destinadas a conciliar con él: decisión, racionalización de los recursos y del trabajo, muy cercano al orden empresarial.

El café puede servirnos para mostrarlo como un eje organizador y él mismo organizado desde las tramas locales, ello porque el café ha sido el producto por excelencia de la región; el sistema hacendatario se desarrolló con el establecimiento de su producción allí, sin omitir claro está que en la provincia del Sumapaz las diferencias geográficas distribuían producciones diferentes. Aunque la organización del trabajo fuera similar, las tensiones entre “campesinos” –colonos, parceleros, aparceros- y hacendados eran en parte consecuencia de las diferentes “tradiciones de dominio” desarrolladas en la región (Marulanda 1991:34-72)

Por otro lado, dada la importancia y la estructura organizativa en torno a la producción de este producto se ha configurado toda una supervisión tanto del producto como de los sujetos y espacios involucrados en su producción: Manos y cabeza se despliegan sobre un orden donde el café resultaría el objeto fundamental.

En adelante un eje será la distribución del “quehacer” local, y matizando la noción de trabajo hemos de considerarlo como elemento fundamental en las trayectorias locales, algunas veces relacionadas con el café, otras no, sin embargo, allí donde trabajo y café se vinculan posibilitan la explicación de las relaciones al interior de la comunidad y fuera de ella.

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EL TRABAJO Y LOS FLUJOS DE LA EXPERIENCIA

La fuerza del trabajo y la casa domesticada.

Benjamín agacha un poco su cabeza mientras su mano se levanta de manera piadosa y persigna su frente, labios y pecho. La nueva mañana ilumina la materia por transformar, luego el azadón comienza a escribir sobre las tramas de los surcos una nuevas formas, el ocre de la tierra preparada, el asomo verde de los retoños de la arveja, el tomate o la habichuela, el exuberante colorido de las cosechas y hasta la misma palidez y tristeza de las heladas transforma el terruño. Pero la acción se describe y la fragmentación se inmiscuye; aún así, la mirada sobre la acción individual no se encierra en los contornos de la parcela; los vecinos hacen su parte y el paisaje ha de semejar una colcha de retazos no bordada por pedazos sino emergente al unísono del calendario agrícola.

Mantengámonos en este primer momento en la finca, comprendamos primero los principios que organizan el quehacer en los espacios familiares, para luego salir de allí hacía aquellos que conforman los comunitarios y sociales. El “quehacer” se distribuye en la parcela de acuerdo con la misma organización de la familia; “que hacer” porque a pesar de que la noción de trabajo se utiliza para algunas labores diarias, manteniendo la separación entre el tiempo de la vida familiar y el tiempo trabajo, como en la estructura de la hacienda, sin embargo, la consideración del trabajo local se percibe según otros órdenes, subsiste el principio de la fuerza como elemento fundamental, aunque esta fuerza, no es la de la mano de obra, sino la de aquella que remite a lo masculino, a las actividades que solicitan la fuerza del hombre y no de la mujer.

Una imagen muy particular, no tanto de la actividad rural predominante en la comunidad, pero sí de la calidad del campesino y la exigencia del trabajo se manifiesta en la referencia a San Isidro Labrador, a propósito del día de su celebración en Tibacuy: Al frente de la Iglesia los productos obsequiados por los campesinos se dan a la venta para recolectar fondos destinados a la terminación de la casa cural, algunos llevan plátanos, moras, yucas, Valeria y Benjamín llevan lo suyo, otro vecino en la esquina ni siquiera le apetece ir a misa, luego lo veo mirando apacible la procesión que entre voladores e incienso levantan el humo de cuyo olor repartido entre pólvora y fragancia sutil parece mezclar lo festivo y sagrado.

La imagen de San Isidro, con una indumentaria de campesino no muy criolla, se sitúa muy cerca de este mercado en venta, sobre su hombro se descarga un carriel, en el otro una cinta terciada sobre la que cuelgan 7 billetes, su mano derecha se apoya sobre un bastón, un sombrero mal colocado sobre su cabeza le dan un aspecto particular a la pequeña talla. La presentación que el sacerdote durante la ceremonia de la historia de San Isidro le dan a ese “modelo de campesino” unos rasgos no desdeñables en los esquemas cotidianos.

“Continúo – el padre - con la Historia de San Isidro Labrador: Nacido en 1333, hijo de una familia humilde quedó huérfano a los doce años,

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el señor Juan de Vajas lo recogió, San Isidro corría detrás de los bueyes y quería ser cuando grande un gañan como lo fue su padre.

Así a los 16 años San Isidro Labrador cogió un arado unido a unos bueyes y estos le arrastraron unos 40 mts, después de los cuales no le pasó nada y diciendo con voz fuerte “ si Dios es mi fuerza... estos bueyes no me quedan grandes”; de ahí en adelante –continuaba el cura- San Isidro Labrador no dejaría de trabajar con bueyes, trabajando desde las 6:00 de la mañana hasta llegar a su casa a las 7:00 pm, empezando su labor diaria con estas palabras “cristo es mi fuerza y cristo es mi salvación” para luego seguir trabajando.

El cura colocaba a San Isidro Labrador como “modelo” como “orgullo de campesino”, siendo San Isidro el que “intercede ante Dios padre” . En la “elevación” decía estas palabras “Este es el cordero de Dios que se hizo hombre, como nosotros, que se hizo campesino como nosotros, que se hizo trabajador como nosotros...” ”. (Diario de Campo, día 13, domingo)53

Argumentar la “fuerza” como una especie de maná que recorre alimentos, trabajadores campesinos y tierra en un flujo que viene en esencia “dado” por Dios, podría facilitar sobre este referente alejar la disociación entre objeto y sujeto, pero esa “fuerza” es difusa “you use up force in work; you don’t see this strength, but you can see it in the work people do. Some people have more force to work” (Gudeman 1990: 29). Y es precisamente en el trabajo como “quehacer”, donde dirijo la mirada, literalmente, pues el se puede “ver” no tanto en las concepciones dichas, como en esos principios objetivados; más cercanos, al schema de Bourdieu cuando analizaba las disposiciones físicas y de género en la casa Kabila (1991: 419-437. Desde el punto de vista aquí contemplado, la fuerza se distribuye a la par con la concepción del trabajo y la disposición de los lugares según el orden dado a ese “quehacer”.

Imposible ser más claros en la relación del trabajo agrícola y la fuerza masculina si tomamos el relato sobre la vida de San Isidro, casi que la labor de la mujer se puede auscultar en el relato pero desde la oposición; seguramente si a las imágenes de San Isidro en el relato se la relevase por una mujer, la trama movería a risa; pero el orden es tal cual, el rito del niño que quiere ser hombre, gañan, apenas sonroja al mismo San Isidro arrastrado por los bueyes, su piadoso trabajo está en la fuerza que posee, por supuesto que para el caso es la dada por Dios; el trabajo ahora es tal en tanto es realizado por un hombre, ni por niño, ni por mujer, el trabajo se da ahora en la jornada diaria fuera de su casa, ésta última se insinúa más como lugar del descanso que de trabajo, éste resulta más doloroso que gozoso, el trabajo no puede ser diferente a una carga pesada, no puede ser menos si la salida del Edén condujo a esa actividad como castigo (Pineda y Celis 1987: 41-42).

El trabajo en la sementera es el lugar del esfuerzo, del sudor y de la pena, las jornadas “fuertes” son realizadas por el hombre, especialmente el arado que prepara la tierra para los

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cultivos; azadón y machete son las principales herramientas en las sementeras, las mujeres participan de la labor de la sementera pero en momentos precisos y en tareas específicas, sea en el desyerbe o en la recolección, así el cultivo es resultado del esfuerzo familiar pero responsabilidad propia del hombre, quien controla su crecimiento, escoge los peones, vecinos o compadres para que trabajen allí; manda a sus hijos a espantar pájaros o les enseña las labores propias de la actividad masculina, de hecho, muchas de la admiración por lo masculino reside en el “aguante” que los hombres mantienen durante las jornadas más “duras”: el arado en tierras agrestes, el desyierbe del pasto Quicuyo o Yaragua (pastos de difícil arranque por la dureza y penetración de sus raíces), el tumbar un árbol grande, etc., labores que exigen fuerza, destreza y rudeza del hombre por fuera de la casa.

Al contrario, y aunque la casa exige labores, ellas son tan domesticas que a los ojos del hombre se vuelven relajadas, el lugar de lo efímero está ya no como en el orden de la hacienda en la estancia en sí, sino que es arrinconada a la casa, allí la mujer arregla, barre, cocina, lava, labores tan pasajeras y circulares como el pan de cada día, apenas la crianza se ve como el esfuerzo más prolongado y visible, pero tan natural que no es trabajo sino deber desde la mirada del hombre y de ella misma. El hombre así tenga la sementera a unos pocos metros de la casa menciona “voy a trabajar”; la mujer no se va, ella dice “tengo que hacer el almuerzo”, “tengo que moler...lavar...cortar o traer leña...” pero nunca va a trabajar, a menos que la labor domestica sea desempeñada, vendida, en algún lugar por fuera de la finca, o bien cuando el pueblo, Fusa o la Capital las ha absorbido en los empleos femeninos, aun si dentro de la finca trabaja, su connotación es referenciada por debajo en relación con la del hombre.

Las labores se diversifican más hacia el afuera de la casa que dentro de ella, la casa es para el hombre el lugar del descanso, de la comida, de la reunión, pero no del trabajo, a veces el hombre calienta la comida o un tinto en ausencia de alguna mujer, pero no si alguna está allí. ¿Subordinación femenina? Más que duda, afirmación que bien puede plantearse bajo un óptica de feminismo extremo, sin embargo, tal intuición no da cuenta del orden local que plantea las “funciones” dispuestas por el principio de género naturalizado en el mismo espacio: “los hombres en la cocina huelen a rila de gallina” reniegan ellas a propósito de las irrupciones en ese espacio tan suyo.

Los niños por su parte no trabajan realizan tareas “menores”, que son consideradas, podría decir medidas, desde la magnitud del adulto, y del adulto campesino, rutinas nada comparables con nuestras nociones de trabajo, ni hombre, ni mujer, para ello hay que estar en condición de trabajar, y de un trabajo serio, no de un deber u obligación. El siguiente relato es de Marina, madre de Santiago, ahora con la autoridad de la experiencia y con la adultez que deja hablar a la niña que antes fuera, comenta:

“Bueno, yo me levantaba a las 5 de la mañana a moler caña para el café, todos los santos días lo mismo: moler caña para el café, tomar café con calentao o con lo que hubiera y a estudiar; entrábamos a las ocho, salíamos a las doce a almorzar, llegaba yo a la casa a almorzar, lavamos la ropa , dábamos de beber a los animales, cortábamos pasto y a la una y media a Tibacuy porque entrábamos a las dos a estudiar, y llegaba uno a estudiar común y corriente y salía 92

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uno a las cinco, y a las cinco pues a la casa a tomar oncecitas que mi mamá nos tenía y váyase uno a mirar los animales a ordeñar, a echarles pasto, picar caña para los animales, pa´los marranos y así. bueno a las seis o siete era la comida y a dormir.

Y así era la rutina todos los días, no hay nada más que contar.” (Entrevista a Marina Zapata 23 de mayo 2002)

Los niños acompañan más a los hombres, sobre todo cuando ya están en disposición de aplicar su fuerza en jornadas más largas y en actividades más pesadas, arando, desyerbando con machete, regando abono, las niñas acompañan más a sus madres son menos independientes, la mirada sobre ellas es más vigilante a riesgo que se las comience a percibir con actitudes relajadas. Donde hay un hombre no es muy factible una mujer labrando, o viceversa, un hombre cocinando, aunque para el caso de la finca de Valeria si veía en ocasiones a Benjamín en la cocina, revolviendo suavemente la mazamorra de maíz, la razón: A Benjamín no se le aclara la mazamorra, la mantiene espesa, contrario a Valeria quien apenas la toca con la primera cucharada la vuelve “un agua”, la causa, el humor o el genio.

Pero, sí las actividades de la finca se distribuyen sobre los referentes de la fuerza o lo masculino, ello no es tan inmutable. Esta distribución promedio de las labores, con sus denotaciones particulares, no necesariamente es constante, podría decir que depende de la forma en que está compuesta la familia en la finca, allí donde hay más mujeres que hombres, o donde incluso sólo hay hijas mujeres, su papel ha de variar, ser más pesado como en las “rutinas” que relata Marina y donde si hay “más que contar”.

“-Freddy: ¿y Valeria que hacía?

- Marina: ... ella la mayoría se la pasaba con mi mamá, ella era con mi mamá lavando el pocillo del chocolate, haciendo chocolatico y tomando con mi mamá y eso era ahí y ahí y ahí, pues como sería que la puse “La culeca” , porque no se salía de las naguas de mi mamá. Valeria era con mi mamá y yo, la mayoría era con mi papá.

- F: Y por qué con su papá?

- M: Porque a mi no me gustaba que mi mamá me mandara: A mí me mandaba a cargar leña, a mí me mandaba a lavar la loza porque tocaba ir a lavarla allá hasta donde tocaba lavarla, a mí me mandaba a todas las cosas de afuera y a mí me no me gustaba, y cuando yo me demoraba en hacer las cosas me pellizcaba o me empujaba, que eso a mi me ofendía pero en el alma...

-F: Y las otras niñas de la vereda hacían lo mismo que usted?

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-M: No, porque yo era como macho, ¿si me entiende? Como mi papá: Que tocaba aserrar, coger café, desyerbar, cargar madera llevar la carga a Tibacuy, yo con mi papá, mi papá y yo. Las otras no, eran las niñas bonitas de la casa, lavando la losita y todas las cositas de la casa ... yo era como la más ruda y tenía como más de macho que mis hermanas...

Porque yo me la pasaba fue con mi papá yo me crié fue desyerbando, aserrando, cogiendo café, cogiendo arveja, arrancando papá, yo me iba donde los Williamson a coger café para que me pagaran el salario, yo... en la casa no me gustaba estar.

-F: Y se iba sola?

- M: Pues, con los trabajadores, y para que lo sepa a mí me echaban en medio. ¿Usted sabe porque se echa en medio una persona? Cuando una persona se echa en medio en un tajo de trabajo es porque le rinde, entonces imagínese: si aquí y aquí [lo dice mientras con las manos escenifica en el aire el escenario] se van a quedar atrás del que está en medio, tienen que hacerle para que iguale con el que va en medio y a mi me echaban en el medio o bien, a coger café, o bien desyerbar, por eso es que yo soy así, brusca...“ (Entrevista Marina Zapata, 31 de mayo de 2002)

Muy pocas veces las actividades femeninas son consideradas trabajo, y cuando lo son, están por fuera de la finca. Es más las actividades promovidas desde la alcaldía durante el trabajo de campo, tenían la connotación de trabajo, pero sin dejar de mantener su aspecto doméstico, o relacionado con él: En la Gloria las mujeres se reunían algún día en la semana para trabajar en la “Huerta comunitaria” para cultivar, lechugas, zanahoria y algunas hierbas; otras mujeres de varias veredas se reunían una vez cada fin de semana para recibir capacitación en alguna finca destinada para educar a las miembros de la “Asociación de mujeres para el desarrollo de Tibacuy”, entre tanto esperaban con ansia gallinas y cerdos que iban a enviarles para la continuidad del programa; otro tanto promovía durante las últimas visitas a campo, la Umata en relación con la siembra de tomates de árbol. En fin, gallinas, cerdos, huertas y frutas como objetos vinculados a las labores femeninas y siempre contiguas a las casas, aunque para el caso las mujeres se desplazaban a otras fincas para laborar en los diferentes proyectos, con excepción de la siembra de los tomates de árbol; que a propósito resultaba luego de dos años de terminada la “huerta comunitaria” por desavenencias entre las integrantes.

Dentro de las trayectorias individuales, la consecución de trabajo resulta un factor muy importante en el cambio de papel dentro de la misma familia, resulta un rito de paso que permite acceder a nuevos espacios, a una nueva visión del mundo, a nuevos ritmos y actitudes, en especial para convertirse no en trabajador o trabajadora, sino en hombre y mujer.

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El mundo recorrido con trabajo

Consideremos varias narraciones: La de Manuel, un antiguo andariego y ahora un “sedentario agricultor” y de Marina antigua niña campesina, ahora madre de familia urbana. Así cuentan su salida del espacio familiar.

Bajamos con Manuel a una de las mingas, el paso inclinado al ritmo que impone la ladera no irrumpe sus palabras, otro tanto de los fragmentos de su vida los pausa y continúa luego en la casa de Alejandro, lo que sigue son puñadas de palabras, de conteos y de un orden que registro a los pocos minutos de escucharlo; vamos a su salida del espacio familiar, de sus recorridos y movimientos a través de situaciones que lo llevan de niño a hombre y luego a un nuevo hogar.

“Manuel comenzó a rememorar su primera recogida de café: A los 10 años un amigo le propuso ir hasta Guaduas a recoger café; sin más ni más alistó maletas mientras su mamá se reía cuando él le contaba sus planes. Así se marchó con su amigo y llegaron a la casa de una familia que su amigo conocía, los recibieron bien, los acomodaron. El primer día de trabajo les dieron un chopo de guarapo, tomaron un poco, pero como no estaban acostumbrados dejaron casi todo, entre recogida y recogida jugaba con su amigo, al final del día no habían recogido mucho pero no les decían nada.

Al día siguiente comenzaron con el guarapo y luego de unas totumadas se emborracharon y el sueño los venció, así los encontraron pero no les dijeron nada, Manuel cuenta que eran como los payasos de la finca.” (Diario de Campo, día 44, miércoles, 1999)54

En especial la vida por fuera de la casa representa independencia respecto a la familia, la búsqueda de trabajo lleva para el caso del andariego a “conocer mucho”, su vida es el extremo de la libertad y de ese nomadismo agrícola, el mundo del trabajo se abre como necesidad pero a su vez como experiencia, una nueva mirada del sudor acompaña la flexibilidad del tiempo y el espacio tras los sorbos de guarapo, un ensueño sobre la iniciación del trabajador agrícola, un inicio de recorrido que conduce a una identidad diferente, al hombre que con sus manos abre los espacios del trabajo. El trabajo como imagen de la responsabilidad no se encuentra en un horizonte marcado en el discurrir familiar del andariego, el salario se distribuye entre la necesidad y el placer y allí donde los lazos de la familia son tenues, distantes, aunque no ausentes, entonces es el placer el que inclina el objeto del trabajo a su favor, aún los referentes se encuentran en las sementeras y fuera de la casa, de la familia.

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Manuel continua su viaje y remonta a otros trabajos, a otras experiencias, muchos sus recorridos y sus iniciaciones como “hombre”, arrastrado por los bueyes festivos de la vida.

... tenía como 14 años y un socio de Don Pablo Escobar conocía su trabajo y lo convidó a trabajar con él al Huila. Llegaron a un terreno que arrendaron en Pitalito, pero con lo que no contaban era que toda la maquinaría estaba ocupada e incluso la tenían que traer alquilada de otros municipios. En consecuencia, quedaron tres meses sin hacer nada aunque recibían el sueldo con que los señores se habían comprometido y fuera de eso los habían acomodado en un buen hotel. Manuel recuerda que a esa edad lo llevaron donde las “viejas”. Pasados los tres meses comenzaron a trabajar cultivando tomate, pudo comprar ropa y una bicicleta, así continuaron las cosas casi dos años mientras tanto las cosechas se perdían seguido. Entonces “arrancó” para Timaná[...]

Luego de un tiempo “arrancó” para Tarqui, un pueblo muy “regionalista” –enfatizaba Manuel- pedía por ejemplo un tinto y no se lo vendían “por no ser conocido”. Así pasaron unos días y durmiendo en el parque se dio cuenta de un señor que bajaba a ciertas horas en un carro. Uno de esos días, lo llamó y le preguntó que como se llamaba y que hacía; Manuel contó la historia y luego le subió al carro, tenía miedo porque pensó que le podía pegar un tiro y botarlo al Magdalena, más aun, cuando el señor le mostró un carné del F2. No obstante, cuenta que este lo vio nervioso y lo calmó; así llegaron a una finca, allí lo acomodó, le dio buena comida y lo mantuvo trabajando un buen tiempo.

Tiempo después salió de allí y trabajó “con los extranjeros”, de guía en unas termales, en la Cueva de los Guacharos, San Agustín, etc. Duró en esos ires y venires 12 años y regresó nuevamente a Fusa.” ( Diario de Campo, 44 día, miércoles, 1999)

Así la vida de andariego reconoce muchos espacios, es tan intensa que se renueva en cada relato la experiencia, no existe registro que pueda darle a la emoción de esos relatos que escapan de la memoria de Manuel su verdadera expresión, poco a poco su relato alegre y dinámico se vuelve lento, amargo, cuando éste se acerca a su presente y desde el camino que nos conduce a la Minga o en un taburete improvisado en el rancho de Alejandro hace memoria del hito que hizo del andariego un sedentario atrapado en su vida de familia.

“De su vida de andariego recuerda que conoció a Cristóbal Pérez recogiendo café en Cumaca, contaba que en ese tiempo –hace 17 años- él, que no cogía mucho, recogía mínimo 18 arrobas diarias, como Cristóbal se quedaba hasta bien noche recogiendo lo acompañaba. Así vivían en una finca, a Manuel lo pescaron con la

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hija del patrón y le dijeron que se fuera porque si el patrón se enteraba le daba plomo.

De ésta manera convidó a Cristóbal a Caldas para recoger café, tiempo después regresaron a Pasca, a la casa de un hermano de Cristóbal “eso fue un martes y Cecilia -ahora su esposa- llegó de visita el viernes”, así, le dijeron a Cecilia que había un muchacho mono de pelo largo, se conocieron se enredaron y Manuel “la embarró”, luego el cuñado lo invitó a salir otra vez pero Manuel no pudo porque Cecilia estaba embarazada. Manuel concluye con resignación y tristeza...“¡Y hasta ahí fue andariego!”. (Diario de Campo, 44 día, miércoles, 1999)

Ahora ya no es el placer sino la responsabilidad la que hace de las actividades sociales un referente que se opone o concilia con la vida familiar, algunos hábitos adquiridos por fuera de la familia, de la finca, chocan con las actitudes que la vida familiar exige, el trabajo es solicitado como deber masculino, el beber guarapo u otra bebida alcohólica se hace para la mujer excusa de la irresponsabilidad de la pareja, “tomar” es una desviación del destino serio del trabajo. La asociación entre trabajo y borrachera, legítima fuera de la familia, en las aventuras mozas, no son en ocasiones conciliables con la vida familiar, o mejor son ellas dispuestas de acuerdo con los principios que oponen el “hacer” entre los géneros. Puede ser insensato asumir las tensiones por el “tomar” como referente para describir la relación entre los ciclos vitales, el trabajo y la diferenciación de género, pero es excusa oportuna en tanto ello manifiesta más allá de que el hombre “se ponga cansón” una práctica que permite mostrar las tensiones como unas coordenadas determinadas que siguen organizando la vida rural a través del trabajo y la familia. El trabajo permite al niño convertirse en hombre, lo mismo la primera borrachera e ir donde “las viejas” es legitimo allí donde se lleva al límite la distancia con la familia consanguínea, la asociación de éste trabajo dionisiaco no es el mismo cuando ese hombre entra en la vida familiar, allí la disposición del trabajo (como esta referido al principio de esta sección) sí bien está por fuera de lo domestico, no obstante su destino responsable debe tener como referente la familia; la borrachera, “las viejas” son prácticas del andariego, del soltero, pero no del padre y esposo.

Se entiende el gusto y el disgusto por el uso del dulce de la molienda en casa de Valeria y Benjamín: un tanto para el “dulce” que reemplaza en ocasiones al azúcar o la panela, digamos que el dulce para el “dulce hogar” y otro tanto para el fermento del guarapo, y entonces lo que en el fermento es bueno para uno es malo para el otro, muy fermentado es “pichera” para Valeria y sus hijas y muy dulce es “agua sin sabor” para Benjamín. Aunque no sistematicé la regularidad de los conflictos, la tensión entre hombres y mujeres dentro de la comunidad, en ocasiones tiene como fundamento la “borrachera” o el gasto de parte de jornal en ellas; a pesas de que las discusiones se realizan en lo privado de la familia, si fue posible el acercamiento desde la familia con la que me estaba alojando y aunque no en toda finca producen el guarapo, bien puede darse las tensiones en el consumo de la cerveza o

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aguardiente. Pero veamos como se controlan esos tiempos del fermento y como se justifican:

“En la tarde Clara llega a la casa, estábamos moliendo una caña, de un momento a otro recordó el guarapo que deja Benjamín en el choco ubicado en el comedor. Clara me pide una olleta, se la alcanzo y comienza a vaciar el contenido del choco en ella. En el fondo quedan los cunchos, entonces se acerca al lavadero y la derrama, no son gran cosa, unos granulitos que llenan unos tres pocillos, sin embargo es suficiente para fermentar el guarapo, o “apicharlo”, según Clara; toma un poco de agua, y lava el choco, para que no queden cunchos, luego vuelve a llenar el choco y lo coloca en su puesto nuevamente.” (diario de campo, día 32, viernes)55

Se despliega en torno al consumo del guarapo una estigmatización frente a como se pone el consumidor “cansón”, “peliador”; “insoportable”, en fin toda una justificación para recriminar constantemente la bebida y al bebedor, y otras justificaciones, teniendo como eje el trabajo entran a darle un sentido diferente al consumo, no sin que antes el catador vea agredido el fermento:

“Al rato llegó Benjamín y con cara de desconcierto probaba su guarapo, hablaba, mientras tomaba unos sorbos del líquido "esta raro esto, no ha agarrado sabor, todavía está dulce", se repetía varias veces "está raro..." poco a poco iba aumentando el sonido de su voz y aumentaba su sospecha "parece como si le hubieran sacado los cunchos, porque esto ya debería estar bueno... ya hace tres días que lo batí" tomó entonces una olla y comenzó a vaciar el choco, cuando calculó hasta dónde deberían llegar los cunchos, vio que no había y ya su tono de voz pasó de sorpresa a vociferaciones fuertes "si ve, si ve, me sacaron los cunchos, a mí si se me hacía desde esta mañana cuando le ofrecí al compadre Isidro...". Deducía todo lo que yo había visto; que vaciaron el garrafón, sacaron los cunchos y juagaron para que no quedase ninguno, alegaba que como ellos no se partían la espalda trabajando, entonces no les daba sed, y que ahora no iba a tener para la Minga.” (Diario de Campo, día 33, sábado)56

La disociación entre el hacer doméstico y lo “de afuera” se puede presentar en esas trayectorias que llevan al afuera de la familia y regresan a ella, allí las condiciones del trabajo son diversas y lo que se tolera en una no es lo mismo que en las otras, la mujer sigue representando lo doméstico así consiga un trabajo por fuera de la finca y de la familia.

55 04 de junio de 1999.56 05 de junio de 1999.

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Marina que ahora vive en Bogotá con sus 4 hijos, entre ellos Santiago, recuerda frente a él y sobre las preguntas del etnógrafo ese proceso de urbanización y cambio de actitudes distante del que representaba su vida en la comunidad:

“Yo cuando tenía como 12 años, yo dije me vuelo, porque fueron por mí para que viniera a estudiar aquí a Bogotá y mi papá no me dejó venir y por otro lado yo no me vine que porque era pecosa y porque de pronto la gente de aquí por que era muy elegante y yo era la única encalambrada entonces por eso yo no me vine.

Mi papá no me dejo venir, que porque aquí en Bogotá se dañaban las muchachas...yo los vi con lastima, porque no me obligaron, como mi papá dijo que no, pues no, y allá yo los vi que embarcaron para la piedra para abajo y dije: que yo me vuelo porque me vuelo y así fue que a los dos años...chao papá, anochecí y no amanecí.” (Entrevista Marina Zapata, 31 de mayo de 2002)

Luego de trabajos “domésticos” en la ciudad regresa al campo, no para quedarse sino para visitar, de la “encalambrada” y la “ruda” sólo queda el recuerdo y los signos urbanos “tacones y un buen vestido” le dan a su nueva identidad una distancia profunda con su vida infantil, Santiago parece reconocer en los relatos de su madre, viejas historias del campo, historias de amor y desamor, trayectorias tan extrañas que el comprenderlas junto a mí las hace más extrañas, pero es con él y su acompañamiento como retrocedo y avanzo sobre ese orden local del que sólo es parte muy lejana, y en esas trastabilladas del destino el trabajo lo devuelve allí, no al orden de las trayectorias rurales, sino el que le hace acompañar el trabajo de campo de un etnógrafo, una trayectoria y en este punto un solo trabajo que busca el campo y se ha de representar en el texto, es decir un trabajo aun no terminado y por lo tanto identidades difusas aun no concretadas sin el recorrido de la mirada lectora.

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La Minga y la “Vuelta de Mano”

Hemos recorrido los espacios y acompañado las trayectorias dentro de la familia, el trabajo como referente importante en la distribución del “quehacer” en el espacio y a su vez como flujo que acompaña no digamos ciclos vitales, pero si trayectorias, salgamos un tanto de esa salida y vuelta a los domestico y vayamos a las relaciones en la comunidad, donde el trabajo, por supuesto, no es menos de lo que representa en el espacio familiar.

Al no ser la finca, unidad autosuficiente económicamente, al no ser la familia núcleo ensimismado en sus relaciones internas, al no serlo, las actividades conducen a espacios de interrelación, bien sean ellos colectivos o de simple encuentros cotidianos. En el primer caso, ya abordé unos de los aspectos de las actividades que dividen el mundo de lo público y lo privado; en el segundo quisiera dirigirme a la forma en que el trabajo adquiere sentido dentro de la comunidad, a la forma en que pierde en ocasiones el referente monetario y posee en las “sociedades” (contrato informal, especialmente de cultivos temporales, en que alguien invierte dinero y otro su trabajo o propiedad, cuando se habla del cultivo se dice que está “en sociedad”), en el intercambio de jornadas y en la recolección un manejo del tiempo comunitario, un tanto distante que el que se planteaba como esquema básico durante el dominio de las haciendas, aunque la propiedad subsista como referente pero bajo otras connotaciones.

El trabajo de campo, marcado por las diversas intenciones de Santiago y las mías, aunque con el mismo cansancio que desgastaba el camino al paso de mil pensamientos y búsquedas inconclusas, ese trabajo, el del mercader etnográfico; y esa triste compañía, se convertían en rutina, el trabajo de campo parecía incipiente, sin razón y sin rumbo, con seguridad porque era trabajo en el campo y allí mi trabajo era tan particular como el uso de mis manos; el camino en el campo semeja un laberinto donde varias posibilidades se cierran a la espalda y varias se abren delante, pero donde no hay al fin salida, sólo recorrido. Aun así, algunos referentes permiten la búsqueda,, en el primer día de campo donde se abre lo nuevo, donde cualquier palabra, acción, gesto es signo, donde cada signo a veces pareciera reflejo, en ese primer día se intensifica lo que debía ser la rutina misma: “Alerta percepción, alerta novedad” recordaba Santiago de su paso por alguna práctica mística marginada ahora de su vida.

Tal vez así llegué a la Minga, me explico, a ese objeto que parecía estar ahí, listo para el antropólogo que lo quisiese recuperar y transportar, mercadearlo como experiencia que grita desde su silencio “¡aquí ahí tradición, ahí cultura!”. Por ello el signo se vuelve reflejo, más pertinente la ignorancia primera sobre un fique sin sentido que una noción que en ese primer día de novedades y de alertas sugiere recuperación:

“Valeria mencionó en algún momento "están cayendo unos aguaceros los martes de Minga", inmediatamente pregunté ¿martes de qué? “martes de minga” respondió Valeria y aclaró "o vuelta de mano", y ¿que es eso? pregunté nuevamente, palabras más, palabras menos, Valeria me habló de un trabajo que tenía Benjamín y siete vecinos

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más, quienes se reúnen cada ocho días para trabajar en el lote de alguno de ellos (por turnos).

Más tarde y mientras veíamos televisión en la casa de Alejandro le pregunté ¿para qué los martes de minga? Me contestó que mientras uno sólo se dedicaba a su lote, haciendo un trabajo tres días aburrido, sólo y desgastándose, con un convenio de minga se haría el mismo trabajo en un sólo día, acompañado, recochando y sin cansarse tanto.

Desde que escuché sobre el martes de minga me ha venido a la cabeza que ahí puedo empezar a preguntar por esa relación entre el tiempo y las actividades, la relación entre los dos y ese contrato informal de reunión semanal, por ahora creo que adelantar interpretaciones sería muy apresurado así que por el momento lo registro solo en este diario, a la vez que lo llevo presente para articular con lo que se me aparezca.” (Diario de Campo 1er día, martes, 1999)57

Un referente, una primera aproximación en la que subyacían mis esperanzas fundadas en un terreno no muy desconocido, y como todo referente, como líneas de fuga dirigidas a un horizonte, se olvida el vértigo desplazándolo por cierta seguridad; la gravedad y la espesura de las acciones locales estaban en buena tierra, se vinculaban agradablemente con las intuiciones del antropólogo.

Mi trabajo, bajando al pueblo y regresando, preguntando, escribiendo en la mesa del comedor, seguramente era tan lícito como esa primera imagen de “profesor” que llevaba; pero tal vez un poco de incomodidad ante esa distribución del trabajo en la finca ya descrito, un poco de curiosidad y otro tanto de necesidad me llevaron a la minga siguiente. Aprovechando que Benjamín no podía asistir, me ofrecí de reemplazo, y allí la mirada un poco atenta me desbarataba la idea primera, me colocaba en otras tramas y no precisamente las de la tradición:

“A las 6:30 a.m. Valeria me mando llamar para ir a la minga; bajé a eso de las 7:30 a.m. y ya en la casa que administra don Ricardo me encontré a él y a Medardo Martínez; me ofreció Don Ricardo un tinto mientras me buscaba una peinilla para guachapear un lote con matas de café. Don Manuel ya estaba guachapeando; Don Antonio Pérez, también acababa de llegar, don Ricardo disculpaba a don Adolfo ... a quién se le murió la mamá el día anterior y no pudo llegar a la minga por estar en Bogotá.

Tomamos el corte que llevaba don Manuel, entre peinillazo y peinillazo se conversaba de muchas cosas, entre las cuales anoté algunas que recuerdo; se hablaba de la importancia en el cumplimiento de la Minga, Medardo criticaba que Benjamín y don Camacho estuvieran ese día comprometidos con el arreglo de las carreteras; mencionaba que “la minga es sagrada” y que faltar un día o correrlo a

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otro comenzaba a que la gente comenzará con...”bueno, se faltó un día, no hay problema ...” pero luego la minga se iba desbaratando; sobre este argumento discutió el día anterior con Benjamín y Camacho los cuales quedaron de enviar un reemplazo; Medardo decía que eso mitigaba en parte, pero que había que cumplir a menos que se presentara una causa mayor como la de don Adolfo.

Peinillazo iba y venía, mientras se llegaba la hora de la “recocha” como me decían cuando llegué “primero guachapear por ahí una hora y luego a “recochar” mientras embolsamos”. Medardo me contaba que se iba a salir de la Asociación de Alcantarillado de la vereda (La Gloria) y mejor iba seguir con la coordinación de la “Grupo de amistad” (organizado desde el Comité de Cafeteros) porque “ahí si se ven los resultados” dice esto mientras roza su pulgar con el índice y el corazón.

10:15 a.m. Seguían yendo y viniendo peinillazos y comentarios “de una cosa y la otra”, pasadas las 10:00 a.m. ya teníamos limpio el lote, don Ricardo dio la gracias por “el primer trabajo del día” y mientras bajábamos nuevamente a la casa y luego de un tinto en el monte Don Ricardo exclamaba “¡llegó la hora de la risa!” y Manuel le seguía “¡llegó el humor!”.

A la casa de Don Ricardo ya había llegado Valeria, iba a preparar el almuerzo para esa minga. Después de unos 10 minutos de organizar unas notas para el diario de campo me fui a donde ya habían empezado a embolsar.

Saludé a una señora que se encontraba allí, doña Irene, de unos 45 años con voz y actitudes fuertes; a su lado su hijo Fernando, de unos 21-22 años, absolutamente callado, ellos dos y los que estábamos guachapeando comenzamos a embolsar tierra para los semilleros de café [...]

Medardo y don Ricardo comenzaron a hablar nuevamente de la minga y que sería bueno tener una cámara para tomar una foto de la minga, en el momento no le presté importancia a ese deseo, pero después comprendí más la intención de “mostrar” la actividad.” (Diario de Campo, martes, 8vo día, 1999)58

Todo hasta aquí parece normal, la distribución de las tareas masculinas y femeninas que se reproducen en el trabajo colectivo, todo parece obedecer a la idea de la solidaridad y organización de la comunidad, pero esa formalización y deseo de “mostrar” hacían salir de cualquier parámetro espontáneo algo fundado en la cotidianidad.

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“Pregunté a Medardo ¿quiénes empezaron la minga? Él y don Ricardo me contestaron que fueron tres: ellos dos y don Adolfo [...]

“Pensé en ¿por qué una actividad que se presenta ante mí como una práctica cultural se formaliza y se promociona ante diferentes medios de comunicación? Pues bien, si esta práctica es corriente ¿por qué tanta importancia a esta minga? Así que pregunté sobre éste razonamiento ¿y son muy frecuentes la mingas? A lo que Medardo respondió “No...esta es la única que hay” entonces volví a preguntar ¿pero antes las hacían, cierto? Don Ricardo dijo: “si pero eso hace mucho tiempo y le decían “vuelta de mano”...” (Diario de Campo, martes, 8vo día, 1999)59

En realidad, la “vuelta de mano” se mantiene como práctica local, sólo que la minga desplazaba para sus integrantes esa vieja práctica de carácter menos propagandístico, verticalizado y disciplinado en el horario. Al respecto veamos la diferencia que Don Ricardo señalaba entre una y otra:

“...¿Y que diferencia hay entre una minga y una “vuelta de mano”? “Pues que la vuelta de mano es que yo me pongo de acuerdo con otro para trabajar un día donde él y el otro día donde mí, pero eso no dura tanto tiempo, es por un rato nada más””. (Diario de Campo, martes, 8vo día, 1999)

Cuando Valeria mencionaba la “vuelta de mano” como sinónimo de la minga, en realidad lo usual, no digamos tradicional, lo encontraba en la primera práctica y no en la segunda, allí donde la vuelta de mano, pone a la “mano” como fuerza de trabajo y la minga como permanencia de una “solidaridad primitiva”, mis prejuicios concedían trascendencia a la primera actividad y no a la segunda. Así como en los recorridos que impedían ver los trayectos de Benjamín durante la descripción geográfica, a fuerza de reducir la mirada a unos límites pertinentes, así mismo la diferencia entre una vuelta de mano y una minga concedía a ésta última un sentido menos económico que del que verdad contenía

El mismo prejuicio, puede encontrarse en otras instancias de la institucionalidad actuante en la región y la comunidad. Ellas con sus propias tramas de un “deber ser y hacer” modernizante intentan apropiar el orden local, no sin cierto fracaso por los matices que se pierden desde una mirada que dispone un orden diferente basado en la cantidad y la disciplina, cercano más al orden de la empresa que a las relaciones culturales.

“... le decían “vuelta de mano” pero la doctora Jazmín... (técnica del Comité) quién vio la actividad, le gustó pero les dijo que tocaba cambiarle el nombre por minga “y bueno, le pusimos Minga –decía Ricardo- empezamos 3 y la meta es llegar a los 20” [...] (Diario de Campo, martes, 8vo día, 1999)60

59 11 de mayo de 1999.60 Aunque al comentarle en la casa a Valeria ella repuso al origen de la minga: “[...] el nombre “minga” se lo puso la técnica del Comité, le dije, ella me respondió: “no...” y palabras más, palabras menos: “eso lo escuchamos en el consejo del doctor...que venía a hablar de las J.A.C. y entonces

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Pues bien la práctica en principio mirada como parte integrante de las interrelaciones en la comunidad, lo es pero en parte; es más la apropiación institucional para el ejercicio de las funciones productivas y aunque la “vuelta de mano” puede caer en la misma perspectiva en cuanto referencia a un acuerdo de “trabajo” mutuo, ello no significa que la comprensión deba darse en ese sólo sentido pues encierra mucho más que eso como ya explicaré.

La vuelta de mano, por lo general es un acuerdo de pares, bajo diferentes aspectos: En principio la circulación es la de la jornada y no la de mano de obra, la mano más que vendida es solidaria, aunque no por ello le quite el interés del intercambio; el acuerdo de la “devolución” de la “vuelta”, valga la redundancia, puede ser dada desde el inicio de la primera jornada o solicitada después. Pero ella lleva implícita las relaciones que comparten los involucrados, debe haber conocimiento entre quienes hacen la “vuelta”, la confianza y la simpatía debe estar en juego para que una “vuelta” sea efectiva. El intercambio, en consecuencia, no es impersonal, el conocimiento del otro está implícito, cuando alguien ha fallado en ellas no afecta sólo el acuerdo con la contraparte, sino que pasa a hacer parte del historial y de la personificación que se hace del deudor “es mala clase”, “es un “zángano” entre otras apreciaciones que conducen al distanciamiento con parte de la comunidad.

Las vueltas de mano se realizan con mayor frecuencia en tiempos alejados de la cosecha, donde la circulación de dinero es escasa y las sementeras exigen más de una mano en ciertas ocasiones, sea la limpia, el desyerbe, la labranza, etc., pero la vuelta de Mano debe además ser entre dos propietarios, pues lo que se devuelve no es un jornal, sino un tiempo invertido, y ello se hace en la propiedad del otro, no exclusivamente la tierra, muchos poseen arriendo de tierras donde el cultivo es su propiedad, otros poseen trabajo en las fincas y la vuelta puede dirigirse a compartir ese trabajo en alguna jornada.

La cantidad de participantes en la vuelta no es muy extensa, la vuelta es posible sin agotar las partes cuando se realiza entre pocos. En una curiosa ocasión veía varios vecinos trabajando todo un día en el transporte de una gran casa, casi 30, no recuerdo ahora, la fuerza del trabajo, la mano de los hombres levantaban y transportaban casi como hormigas una casa grande de madera, para luego de emplazar la construcción unos metros de su antiguo lugar, continuar con los cimientos de una futura casa subsidiada. ¿Allí puede haber vuelta de mano? ¿Cómo repartiría el propietario sus jornadas? ¿O pagará la jornada de estos improvisados caracoles? El trabajo allí puede ser devuelto con un asado, con cerveza o comida que se reparte entre y después de la jornada, colaboran los más cercanos a la familia, los compadres, los vecinos cierta solidaridad se presenta pero también implícitamente esperan la gratitud.

habló de las mingas o de las vueltas de mano y nos contó la historia ...” Alejandro que se encontraba ahí agregó que “eso de la minga comenzó desde las invasiones” yo le dije que desde mucho antes, que los indígenas cuando llegaron los españoles lo tenían como un trabajo comunitario. “Eso, algo de eso habló ese doctor en la reunión –decía Valeria- por ahí tenemos un libro de las J.A.C. que nos regaló...”” (Diario de Campo, martes, 8vo día, 1999)

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En esa actividad la vuelta de mano no es factible, el tiempo “empeñado”, devuelto, no puede cubrir al número de “acreedores”. Pocos entonces los integrantes de una Vuelta, y corto el tiempo para devolverla61. Por ello, bien estaba la Vuelta de Mano inicial entre Don Ricardo, Don Adolfo y Medardo, tres son compañía, cuatro multitud, y una minga pues una exageración, su carácter se asemeja más a la pretendida Empresa Comunitaria que en la Parcelación Los Cauchos se rechazaba, en razón de ese trabajo colectivo, impuesto como proyecto racionalizado y productivo, rechazo que se anticipaba a la ocupación de los beneficiarios62. La comunidad no implica, por el mismo hecho de serla o pretender serla como en la Parcelación, de acciones armónicas y colectivas, la “idiosincrasia” considera otras formas de relacionarse, de trabajar, toda una “protensión”63 donde las condiciones de la relación permite el intercambio, el compartir las jornadas, hacer efectiva la comunidad como proceso activo y no como resultado esperado.

Las interrelaciones y los intercambios

Las relaciones que configuran la comunidad se dan en el mismo tiempo, no sólo están en el entramado de una anatomía social sino en el sentido, en las tramas temporales que las configuran, así la distribución del espacio y del mismo “quehacer”, no surgen espontáneamente, la acciones mismas relegadas al corto plazo, como la vuelta de mano o el jornaleo, contienen en si mismas la lógica del intercambio al interior de la comunidad, saltan las esferas que las podrían interpretar sesgando las condiciones integrales sobre las que se sostiene.

La Vuelta de Mano se puede sustentar sobre vínculos cercanos en la comunidad, su pasajero acuerdo sólo es posible sobre relaciones más extensas que estimulan y advierten la confianza en frecuentes actividades solidarias, como por ejemplo el compadrazgo. Allí donde existe compadrazgo existe un lazo que no sólo crea alianzas sino a su vez intercambios, se adquiere prestigio, seguridades futuras, intercambios cercanos. El orgullo de los pequeños en ocasiones responde a que sus padrinos viven en Bogotá, que allí pasan las vacaciones, que allí los llevan a estudiar. En el camino es usual el saludo a la comadre, al compadre, al padrino, al ahijado, en todo ello inversiones, intercambios que recuerdan el vínculo y que hace explicito, de cuando en cuando, los deberes que exceden la alianza espiritual del bautizo o de la confirmación. Marina recuerda con la malicia descubierta en el tiempo y la distancia, la razón de ser en la elección de su madrina de confirmación:

61 Respecto a los intervalos y al interés implícito en cualquier acto de intercambio aparentemente desinteresado ver el texto de Bourdieu “¿Es posible un acto desinteresado?” En Razones Prácticas, Ed Anagrama, Barcelona 1997. Paginas 139 – 158.62 Ver el apartado del capitulo anterior “¿Dura Lex Sed Lex?”.63 Ibid pp 145 - 147

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“Los papás de uno la hacían madrina de algún muchacho. Porque ella empezando que daba el vestidito de la confirmación o del bautizo...ella lavaba el menudo del pueblo y a todas las mamás...”vengan por su mantequita” porque ella lavaba el menudo del municipio, porque era una sola fama la que había y nosotros los ahijados llegábamos y... que una moneda que un cafecito, bueno, todo el mundo era ahijado de ella [...] ella era la madrina de todo el mundo [...] por lo que era tan formal y pues había mantequita de res para todo el mundo y todo el mundo, imagínese, mendigando la mantequita para fritar plátanos, porque el plátano si se daba. Por ejemplo mi mamá si iba y le ayudaba a lavar el menudo... le daba pedazos de tripa, pedazos de pierna... sonrisa... montones de manteca.

Ella era la encargada de lavar, ella tenía que estar a las cinco recibiendo el menudo todos los santos días, eso le tenían envidia, imagínese, cuanto menudo y cuanto... vendía... ella no vendía regalaba a los ahijados y a las comadres... y los del pueblo, pues no, porque como ellos tenían con qué.” (Entrevista Marina Zapata, 31 de mayo de 2002)

El apadrinamiento puede darse entre pares, aunque al igual que la vuelta de mano, alguien debe tener una propiedad que intercambiar, en tal caso se comparten actividades cuyo centro no necesariamente es el ahijado, sino la relación con la familia. Lo importante es que las relaciones en la propia comunidad son diferenciales, existen relaciones familiares más cercanas dadas en el compadrazgo, otras en el conocimiento del carácter y personificación que se ha hecho de los otros miembros de la comunidad y todo ello tiene efectos a la hora de las actividades locales, y no es lo menos, pues por lo general, la vida rural es vida en comunidad, no por ello, como explique, de armonía y coherencia absoluta.

¿Dónde el compadrazgo? ¿dónde el conocimiento del otro en una “Empresa Comunitaria”? ¿dónde la posibilidad del rechazo antipático en una minga que pretende escalar cantidad de trabajadores por número de fincas? En ambas, la elección cultural se cambia por la decisión empresarial, relaciones verticales que se estructuran sobre la mano y la cabeza, el tiempo no es acordado, es normativizado, las relaciones no son antipáticas o simpáticas, simplemente “son” como relaciones de producción.

Antipatías y simpatías: Las medidas de la comunidad

No tienen las mismas connotaciones una vuelta de mano y una minga, el tiempo no es el mismo, aunque en la apariencia local y en las apropiaciones técnicas sean sinónimas; la esporádica y menos racionalizada vuelta de mano puede que no “dure mucho” pero es

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estratégica en cuanto esta dada según las condiciones, relación y necesidad de los propietarios, he dicho que en las cosechas escasea la Vuelta de Mano, de lo que se puede deducir que es más frecuente en los “tiempos muertos” pero necesarios de laboreo; que se puede entonces decir de una jornada semanal que puede o no ser favorable para los integrantes de la Minga cuando la rotación de jornadas lleva a localizar en un martes un trabajo no tan necesario y en otro un aprovechamiento al máximo de la jornada? La regularidad entonces no concuerda con la necesidad.

El cálculo de una actividad no se equipara con la estrategia que surge en la otra, el intercambio se ve trastocado por la desigualdad de las condiciones, por el carácter de la propiedad, por la antipatía de vecinos que se ignora bajo el argumento de “sólo trabajo”. Allí donde podían conciliar la familia evangélica, el profano de Viota, el católico de Pasca, el ruralizado de Bogotá también existía una tensión creciente, “la pulla inocente” que comienza a consolidar posiciones y resquebrajamientos; tal vez lo mismo puede verse en las actividades de lo público, sólo que para el caso de la minga se juega lo colectivo sobre la propiedad privada del dueño de jornada, así, lo tolerante en la minga no es posible, por lo menos sostenidamente, en la vuelta de mano. Veamos una de esas tonterías que pueden ser vistas así en la distancia, pero que en la comunidad son fundamentales para definir las interrelaciones locales:

“Ahora no, entre peinillazo y peinillazo, sino entre chiste y chanza se continuaba con la embolsada, se estaba hablando de la Junta de Acción Comunal, Medardo decía que iba a dejar la coordinación del Alcantarillado para que alguien la tomara “quien quita que Antonio64

de aquí a mañana resulte coordinando como líder de la junta” (+-) decía Medardo con aire de burla; Irene en su momento decía “¿porqué no van usted y su hermano a las reuniones de las juntas?”, Antonio a su vez, contestaba, “no, yo ya estuve por allá coordinando eso, pero como uno va a las reuniones y saben que uno habla de Jesucristo, entonces nadie pone cuidado” ; Irene trataba de mediar entre el conflicto del discurso de Antonio y su “yuxtaposición” en lo que se considera una actividad comunitaria: “pero por eso, nosotros sabemos que ustedes son cristianos y eso uno lo respeta, pero en las reuniones se va a hablar de otras cosas y ustedes pueden dar su opinión como todos”. Medardo agregaba, “claro, ustedes pueden opinar, eso hace falta, que todos participen , a todo el mundo se le pone cuidado”. Antonio insistía, “...eso es lo que quiere el mundo, que uno se olvide de Jesucristo y el evangelio, que no se hable de él”.

Así transcurría el tiempo, el discurso de Antonio terminaba en burlas de Medardo y Don Ricardo, ellos hablaban de mujeres, contaban chistes verdes y

64 Él y su Hermano “los Pérez”, viven en la última finca de la parte alta de la vereda San José, su vocación evangélica es el distintivo que despliegan en las relaciones y actividades en la comunidad.

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otras tantas cosas en contra de las palabras siempre serias y con convicción de Antonio.” (Diario de Campo 8vo día, martes, 1999)65

Los días transcurrían, las jornadas se rotaban y en cada una de ellas, el chiste y la chanza en casa de los amigos es el silencio en la de las enemistades, la propiedad allí define la relación, la relación misma ya está marcada y las tensiones que se sostienen explotan de vez en vez. Regresemos ahora con la minga a la finca de Valeria y las tensiones que se acrecientan de jornada en jornada y que se desborda en uno de esos “martes de minga”:

“Se terminaron de “embolsar” 1990 bolsas, como era temprano se fueron a hacer cortes en la “Despensa”, sector seleccionado para sembrar la chapola, Medardo se negó a ir porque en la mañana tuvo problemas con Benjamín. (Diario de Campo, día 70, martes)66

El problema residía en la distribución del trabajo de la minga en la finca de Benjamín, y allí el problema, la decisión de distribución del trabajo. Se pidió a Valeria por ser “la dueña” y no a él, quién además no tiene simpatías con algunos miembros de la minga; así que su respuesta a la situación fue “los demás no tienen por qué mandar aquí” y acto seguido escondió las bolsas y se molestó con los otros porque no trajeron herramientas para trabajar. Allí los resquebrajamientos, la fragmentación:

“Al salir Medardo en la tarde dijo que para las próximas mingas ni él volvía a la finca ni aceptaba a Benjamín en la suya. Además que los otros habían dicho –según él- que si las cosas continuaban así sacaban a Benjamín de la Minga.” (Diario de Campo día 70, martes, 1999)67

La rotación de jornadas es también rotación de las antipatías, el dueño de la jornada a su vez es el dueño de la propiedad y del tiempo, de la distribución del tiempo en él, si no hay dinero circulante que impersonalice la mano de obra, sí existen antipatías y simpatías que modifican el carácter del trabajo.

Otras vueltas

Hemos tratado las labores cercanas, aquellas que en un sentido muy amplio he denominado como entre “pares”, (así estos sean opuestos o conciliables); sin embargo el mundo rural mantiene estructuras de poder verticales que complementan la cotidianidad. Los campesinos “ricos”, aquellos que poseen más tierra, mayores plantaciones y demandan con alguna frecuencia mano de obra local, mantienen relaciones con la comunidad donde el intercambio se da en términos diferentes a la de los “pares”; por ejemplo, aunque no es característica la “Vuelta de Mano” con ellos, si existe el trabajo como intercambio entre 65 11 de mayo de 1999.66 13 de julio de 1999.67 13 de julio de 1999.

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cosecha y cosecha, que aunque barata permite certidumbre en el llamado cuando estas llegan.

Los campesinos ricos son los hitos del intercambio durante cosechas y celebraciones locales, lo que les asegura a su vez la lealtad y legitimidad de su estatus. Miremos cómo son percibidas estas actividades, frecuentes durante algunas épocas del año:

“Había por ejemplo un señor que se llamaba Rafael Arévalo, él tenía una finca y era, o es, buena gente, él era el que encabezaba...Don Rafael Arévalo y Don Gilberto Rodríguez eran los que encabezaban los bazares, todas esas cosas, ellos ponían una vaca para que rifaran, para la fiesta de San Isidro ellos ponían todas las frutas que se daba en la finca de ellos.” (Entrevista Marina Zapata, 31 de mayo de 2002)

Aunque es un recuerdo de un contexto lejano respecto al tiempo del trabajo de campo, aun así, durante éste y bajo similares condiciones se observaba la realización de bingos, rifas de anchetas y animales durante bazares y celebraciones correspondientes a San Isidro y Santa Lucia, donde se ven como actos altruistas los “regalos” que da el “más rico del pueblo”, pero si se ha de tener en cuenta que es un acto público, que se realiza para mantener además de un prestigio intangible, unas relaciones armónicas con la comunidad en lo cotidiano de su presencia y condiciones desiguales, ello quiere decir que corresponde más a un intercambio bajo otras manifestaciones que a la llana oferta de trabajo y las relaciones laborales correspondientes. El trabajo mismo es solicitado no en la finca como acto interpersonal, sino en el encuentro del pueblo. Allí en la que jocosamente llaman muchos “la esquina de los desocupados”, se sientan algunos muchachos y señores, que ante la vista del parque esperan en su ociosidad la llegada del “don” que se acerca al pueblo en días específicos, y a quien bien pueden pedir trabajo.

El intercambio así es público, en los Días del Campesino la administración también hace su parte: se hace una lista por veredas, se escogen “los más pobres” y en los festejos del pueblo se llama a cada parroquiano, el alcalde o un funcionario reparte platones, ollas, toldos, galones, azadones y bueno, reparte hasta machetes; pero ya los “regalos” se observan como un deber y no un acto de generosidad; de hecho se funda más la percepción del regalo como residuo de la “tajada” que movilizan los dineros oficiales repartidos dentro de la burocracia local, que como la buena voluntad de la administración.

El pago y el cambio

Si el intercambio mismo no demarca claramente lo publico y lo privado, mejor lo doméstico de lo colectivo o comunitario, y si para el intercambio se ha de poseer algo, ello

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debe considerarse también en relación con el tiempo. El tiempo es un objeto, considerado como parte de una relación no neutral, no es un simple y llano objeto de la extensión vital, el uso que de él se hace parece configurarse según las relaciones simpáticas o antipáticas en la comunidad, al orden de la distancia con los otros, si ella es, digamos a falta de mejores palabras, horizontal, vertical o impersonalizada en las coordenadas del mercado y de la producción.

Si bien existe la venta del jornal entre miembros de la comunidad, ello es más frecuente entre los pobladores pobres de las veredas con los “ricos” de las fincas, cada uno ofrece lo que tiene, uno empleo, otro su trabajo. Lo mismo puede decirse de las “sociedades”: un contrato que por lo general se extiende lo que dura un cultivo, el propietario pone su tierra y trabajo y el “capitalista”, como le dicen al otro “socio”, pone su dinero; al final de la cosecha se reparte un porcentaje acordado de las ganancias producidas, si las hay, pues con frecuencia las heladas hacen perder toda inversión, si no, el precio del producto en el mercado apenas rescata lo invertido y muchas veces menos que eso. Otro tanto puede decirse del ganado u otros animales que están “en aumento”: uno pone el animal ó el dinero para su compra, para las medicinas, responsabilidades que corresponden al “capitalista” y entre tanto el parcelero “cría” el animal, la duración del acuerdo es más prolongado que la de los cultivos y por lo general se disponen igual que las actividades domesticas: las “sociedades” con los hombres y el “aumento” aunque muchas veces es acordada entre ellos también, corresponde fundamentalmente a la mujer, ella es la que “cría”.

Estos acuerdos locales guardan sus matices, no siempre las condiciones son las mismas, el aporte y las relaciones pueden variar según el acuerdo: a veces uno pone sólo el terreno, otro paga los trabajadores, se reparte la inversión y la ganancia en diferentes porcentajes, etc. en todo caso, corresponde a las condiciones mismas y a la posibilidad de lo que se puede ofrecer. La “sociedad” y el “aumento” puede desarrollarse entre gente del pueblo y propietarios en las parcelas, en otras ocasiones entre estos últimos y gente de Bogotá o entre los mismos “vecinos” según la posibilidad de aportar algo en el proceso.

Las relaciones entre vecinos, los pares, y aquellas más verticales no marcan la diferencia entre un intercambio de “favores” y la venta del trabajo puesta en el pago de un jornal, es decir entre la presencia o ausencia de dinero. No, ello sería reducir al máximo las prácticas y proponer una estructura distante de la realidad observada. Lo que pretendo sostener aquí es que la actividad considerada como “trabajo” responde a un orden dentro del entramado local, diferente a las imágenes que de él podamos hacer sobre nuestros ritmos urbanos: En el trabajo se ríe, se toma guarapo, se descansa y hasta se pospone, existen unas actitudes frente a él que por lo menos dentro de la comunidad responden a las formas en que culturalmente ella esta organizada. Si la propiedad hacendataria distribuía el “quehacer” de acuerdo con una determinada disposición en el espacio, en el sistema parcelario no existe la misma distribución aunque algunas características básicas dentro de la familia permanezcan: la del “trabajo” efímero para la casa y responsabilidad de la mujer y, la de la

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sementera que solicita la mano del hombre y en cuyo espacio se asienta lo raizal. En éste nuevo sistema lo que se posee no es sólo la tierra, además de ello el tiempo para “hacer”, y en cuanto el tiempo es una propiedad es asumido de manera diferencial de acuerdo con las relaciones existentes en la comunidad.

Sí el trabajo y el tiempo vital se incorporaban en la tierra como propiedad ajena, resultó como efecto, actitudes, presencias y apropiaciones que condujeron al afianzamiento en el terruño y a las relaciones con un espacio social, es decir el arraigo; para la nueva distribución del espacio y de los sujetos, los mecanismos que le dan un orden específico se encuentran en las prácticas que intentan modernizar la producción, o en la intermediación con el mercado, en todo caso, son cabezas que mueven la mano en tanto controlan el tiempo bajo la medida no de las relaciones existentes en “el proceso de producción”, sino en la producción misma: no en lo cotidiano sino en lo mercantilizable. Y así tanto la figura de los intermediarios como la de los técnicos intentan moldear y controlar las prácticas del tiempo y su orden en un espacio hecho sobre otros quehaceres y otras relaciones.

Bien, antes de salir de la comunidad, a los encuentros que distan de la lógica de la familia, del compadre y del vecino, miremos como, aún con la presencia del dinero circulante el trabajo no se somete al cálculo, por lo menos no dentro de una contabilidad en la que lo importante sería sólo el trabajo en sí y no el tiempo como propiedad de alguien en particular, de las relaciones que en consecuencia manifiesta y de las exigencias que a éste se le hacen.

Para no extender los ejemplos, aproximaré la delimitación entre las relaciones cercanas y distantes en la forma de “pago” durante la recolección del café.

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La Cosecha: Entre jornaleado y arrobiado

El tiempo de la cosecha congrega en fincas y plantaciones a gran parte de los miembros de la comunidad, prestos a recibir el grano maduro. Allí se congregan el vecino, el amigo, los rivales, el trabajador, hasta el zángano; a la vez la afluencia de recolectores locales y foráneos es grande, sobre todo en Cumaca donde las plantaciones son mayores, Allí hay varios locales que se venden café, a diferencia de Tibacuy donde sólo existe uno, en el pueblo. En la cosecha así, afluye hasta quien no trabaja, todos participan de ella, pero en el resto de año no todos toman el azadón o el machete; es más digna la recolección donde fluye el dinero que los otros ingratos trajines rurales; ese es el trabajo del “andariego”, quien viaja de cosecha en cosecha y más que cambiando espacios busca a través de ellos el mismo tiempo: el de la cosecha y el trabajo. Las mujeres a su vez, las más jóvenes en especial, buscan en “lo doméstico” o en las labores femeninas del pueblo o la ciudad una posición aparentemente distintiva del trabajo asignado en el mundo rural.

Otros buscan asegurar en el mismo lugar parte de su futuro cercano y de su existencia, la cosecha es la garantía del pago de las deudas y los compromisos adquiridos. Durante la primera cosecha del 99, coincidente con la llegada al trabajo de campo y en uno de esos tantos “tire y aflojes” generacionales observados entre Valeria y su hijo Alejandro, ella le recomendara en su condición de futuro padre “aprovechar la cosecha para comprar cosas para la niña y ahorrar cuando nazca” (diario de campo, día 36 martes)68

Santiago mismo participa en la cosecha y a su espalda el autor con su diario, ritmo extraño de aquel que anota mientras otros recogen, pero presencia intermitente y permitida mientras Santiago responda por su lenta jornada. Y lenta porque no existe la práctica y la experiencia, un animal camuflado como espina le entumece la mano un rato, pero reestablece la labor y así sigue su ritmo agitado pero lento en comparación con los otros recolectores.

El trabajo mismo de la recolección sugiere una destreza particular, “práctica” dirá Alejandro aconsejando a Santiago, su primo, mientras le cuenta una anécdota vivida con su hermano durante el primer día de algún trabajo:

“... decía [Alejandro] que cuando uno empezaba un trabajo no tenía práctica, pero que eso es [reafirmando y redundando] “cuestión de práctica”. Me colocaba el ejemplo de Jorge (el hermano) que cuando fueron a trabajar a un restaurante en Subia, éste recibió un plato con carne asada y papas y que la dueña le dijo "tome", y él asumió que era para que se lo comiera, cuando regresó la señora lo encontró dando buenos bocados a la carne, en fin, al otro

68 08 de junio de 1999.112

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día le dijeron que no les servía para el trabajo” (Diario de Campo día 36 martes)

¿Dislocación de lo domestico en otros espacios? No importa, el trabajo mismo impone sus códigos “tome” no es “coma” sino “lleve”, y realizando la analogía con la recolección ella implica conocer el estado de lo que se ha de recoger y como, miremos esa “incomodidad” ante la premura de aplicar las clasificaciones locales:

En Tibacuy existe la denotación para ciertos “estados” de los productos, se dice que aquello está “biche”, “jecho”, “verde”o “maduro” y el reconocimiento de cada uno de ellos exige cierto fogueo: En alguna ocasión recogiendo, no café sino arveja, el reconocimiento del estado de recolección del grano me confundía, todo era “verde”, poco a poco y no sin la incomodidad del novato, la aprehensión del estado se daba tanto en los matices del “verde” como en el tacto del grano, pero la incomodidad y el reconocimiento del novato permanecía en la mirada risueña de los demás recolectores que observaban la torpe labor (Diario de Campo 14vo día lunes)69.

La destreza, conseguida en la práctica, permite reconocer al novato del que no lo es. Similar resulta la recolección del café, en ella no se divide según esos principios iniciales que diferencian la fuerza y lo masculino, de lo doméstico: los toldos se cargan al cinto por igual entre hombres y mujeres, incluso niños, ahora la marca es la destreza del recogedor, el toldo con forma cónica y achatada da la apariencia del rendimiento en la recolección pues su fondo se llena con rapidez, pero a medida que el toldo se va llenando el grano se desplaya en las partes más anchas y la ligereza inicial cambia por más peso y demora en el llenado del recipiente.

La recolección no es el sólo acto de llenar un toldo y verterlo luego en una lona, la recolección misma muestra la destreza dada en la práctica, el haber sido andariego por ejemplo o el serlo se expresa en la cantidad de café recogido, en los espacios que se han recorrido:

“... se encontraba allí Valeria, Doña Cecilia Pérez y Andrea. [en la finca de Valeria], Contaban como los "andariegos" recogían diario de 14-36 arrobas, eso debido a que ellos tienen práctica, porque recogen en Caldas y Manizales, además dice Valeria, ellos fuman marihuana y así el trabajo les rinde más.” (Diario de Campo día 36 martes)70

Los ritmos de la recolección se marcan en ocasiones sobre un individuo como referente, aquel que más recoge; a ese se le “echa en medio”, la recolección despliega entonces la competencia en lo que se recoge, se despliegan historias, se canta y se ríe “Vea, no hay cogedor que no cante, están cogiendo café y están cantando” decía Medardo quién se ufana de recoger más que los demás. Santiago mismo silbaba del tedio en esos tajos barrosos y en

69 17 de mayo de 1999.70 08 de junio de 1999.

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ladera y casi como conciliando con la norma de Medardo... “usted llega a un tajo bueno y todo el mundo permanece callado” y Santiago por supuesto llegaba a uno de esos “tajos buenos” y silenciaba el silbido, mientras tanto otro cantaba a gritos y luego callaba.

Y de todo esto cabe preguntar ¿cómo se controla el tiempo del trabajo? ¿se calcula y se mide igual para todos? ¿las relaciones locales se omiten en razón del dinero circulante?

Pues bien, allí donde podría homogeneizarse el pago en razón de un mismo trabajo, éste se diferencia entre los que son sometidos al control y la medida y aquellos a los que no, distante la relación entre el propietario y el trabajador en el primero y cercana la relación entre compadres, amigos y vecinos en el segundo: El dueño de la plantación bien puede participar en la recolección o no del café; por lo general, y entre los pobladores de la comunidad, su labor ha de ser la de llevar las mulas para reunir los bultos de café que se dejan a la orilla de los caminos de herradura cercanos a los cafetales o estar pendiente en la máquina descerezadora de café, en todo caso su vigilancia de la labor en los cafetales siempre es indirecta.

La competencia casi lúdica en la recolección puede favorecer en parte el rendimiento del trabajo, pero ello no asegura su efectividad. La selección de los recolectores y su pago no se hace al azar, entra en juego la forma en que se percibe el tiempo del otro, distante como la del andariego quien puede recoger grandes cantidades y sólo el cálculo de ellas registran el tiempo-trabajo invertido en la jornada sobre un promedio justificable a su condición de andariego “14 a 36 arrobas” al día según Valeria, el pago de su labor es “arrobiado”: se paga su trabajo y no su tiempo; lo mismo puede exigir alguien que recoja lo suficiente como para exceder el precio promedio del jornal. En otros casos, el tiempo no se controla en la medida de lo “arrobiado” sino en las condiciones y relaciones con el “par” con el cercano y entonces cuando no recoge igual que un andariego y su “arrobiado” no alcanza a superar el jornal, entonces bien puede solicitar el pago de la recolección “jornaliado”: un pago de la arroba recogida para la primera cosecha de 1999 era de 1700 a 2000 pesos y el jornal se fluctuaba según la finca entre los 11 y 13.000 pesos.

Y allí la flexibilidad depende de las condiciones físicas. Por ejemplo en la cantidad de grano en los cafetales, de la dificultad del terreno, que bien puede estar embarrado y en laderas muy pendientes, de si la cosecha mayor ya ha pasado etc., condiciones físicas que pueden concebirse sobre relaciones locales: Cuando el café es abundante puede pagarse “arrobiado” al vecino, al compadre y amigo, pero si no es así, el arrobiado permanece en el andariego y en el distante, pero es “jornaliado” con el de confianza. Pero lo interesante allí no es el calculo sin más, sino que el sentido de un acuerdo en el pago se hace sobre la base de las relaciones locales, entre las antipatías y simpatías, entre lo lejano y lo cercano, y allí entre lo que se mide dentro de un contrato impersonal y dirigido a comprar la mano del otro y lo que no se mide sino se intercambia, existen relaciones no mediadas exclusivamente por el dinero circulante.

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Digamos que en parte el tiempo que se maneja tanto en la “Vuelta de mano”, en el trabajo entre pares y entre estos y los ricos de una manera, se ordena frente a las relaciones locales y aun si existe conflicto, se personaliza y entrama dentro de las relaciones de la comunidad, el “quehacer” está dispuesto dentro de las narrativas locales que le dan un sentido específico a los individuos y familias y en tal caso la acción se moldea bajo circunstancias locales y no las del mercado. Otra es la mirada que omite de tajo todo el sentido del trabajo local bajo la coordenada de los costos de producción, la siguiente es una formula del gerente técnico de Federacafé:

“En el pasado la industria cafetera generaba mucho empleo; muchos podían tener sus necesidades básicas satisfechas No califico si la unificación de salarios es buena o mala [del trabajo rural y urbano], pero temo que se vuelve en contra del sector, si no se hace nada para mejorar su eficiencia, y eso se logra con educación para el trabajo.

Por eso debemos pensar que para producir café, o cualquier otro producto en el campo, no es viable si el sistema de contratación es por jornales, porque algunos les gusta trabajar poquito y ganar bien. Yo he recomendado el trabajo a destajo y por tareas, Así como miden a quienes hacen carros, botones o hebillas, al jornalero cafetero lo debemos medir por lo que haga.” (Herrón Ortiz 2000: 11)

Pero bien, ya habíamos señalado el por qué de la escogencia del café, ahora miremos esas otras medidas por donde fluye no fuera del ordenador del tiempo local, ordenado en cambio por el mercado, y por tanto reduciendo la propiedad del tiempo a las variables del precio y del tiempo mismo que se constituye en plusvalía del mercader.

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LAS TRAMAS DEL CAFÉ: INVERSIÓN DE LAS MEDIDAS Y CUANTIFICACIÓN DEL TIEMPO

El trabajo conduce así las trayectorias locales desde las cuales el espacio y el tiempo se reparten, las identidades se multiplican, las interrelaciones se hacen tangibles. El trabajo mismo invertido otrora en la legitimación de la propiedad es punto de encuentro de las trayectorias locales donde se invierte el trabajo sobre otras racionalidades que hacen de la producción del café, nuestro ejemplo, una labor entramada en la comunidad, de ello da cuentan las relaciones, las antipatías y simpatías, lo cercano y lo distante de la relaciones que hacen del uso del tiempo en el trabajo y otros intercambios locales manifestación de un tiempo cualificado más que cuantificado, esa es la trama interna que hace del café fruto manualizado pero a su vez pensado sobre las lógicas de la comunidad.

El argumento de unas relaciones de producción basadas en la cultura y llevadas al mercado puede no ser apropiado pues se organiza como un orden lineal y necesario. Es cierto que el café no ha sido producto de pancoger o de un mercado restringido a lo local o regional, de ahí que atraviese las grandes redes del mercado que lo llevan hasta los consumidores internacionales y, en consecuencia, que la supervisión sobre su producción, vuelva necesaria la mirada y control sobre los productores, pero como tal, sólo accesorios de la producción, es más, el “vecino”, el “amigo”, y otras figuras locales son relevantes en cuanto su esencia, como veremos, señala más a esas manos que producen y a las cabezas que deben guiarlas a través de un orden específico. Esa es la pretensión en la comprensión del orden local pero en realidad es un intento de reorganización de los conceptos y sus prácticas asociadas, es decir, una nuevas formas desplazarse a través de un orden cercano, muy cercano a la empresa, allí no tanto las relaciones entre compadres y vecinos sino un flujo de las decisiones vía el liderazgo, no una tierra arraigada sino unos recursos que se proyectan a un objetivo rentable, en fin una nueva concepción del mundo que por medio de la asistencia técnica intenta asirse a la comunidad.

El trabajo puede entonces ser considerado dentro del orden de la producción, pero como ya señalé, su concepción y las relaciones que le dan sentido dentro del orden local, con seguridad lo acercan a la producción pero no determina ni el trabajo ni los demás quehaceres como satélites determinados por la producción misma, en la comunidad el café es parte dentro del uso y distribución del tiempo y espacio local, pero no determinante de todas las actividades locales que desarrolla sus propias razones.

Con el trabajo en la cosecha se cualifica y dispone dentro de las relaciones locales; no obstante y de acuerdo al precio que impone el mercado se cuantifica, pero ello responde a la venta al intermediario, que como tal tiene la capacidad de desaparecer el orden local y hacer

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visible una cuantificación apropiada de esas relaciones ahora si incorporadas en la producción.

Consideremos entonces esos órdenes que por vía del café restringen y califican el orden local sobre la producción; para ello existen dos prácticas fundamentales: la venta y la asistencia, en consecuencia, dos figuras, contrapartes de lo local: el intermediario y el técnico. Prácticas del encuentro, donde la relación además de ser un tanto distante de la cotidianidad, reviste las formas de autoridad y poder desiguales donde las figuras mencionadas ejercen su poder de coerción sobre el tiempo de la producción y del tiempo cotidiano.

El intermediario: Secar y almacenar

Tanto en Cumaca como en Tibacuy hay intermediarios, más en el primero donde la producción es mayor. Estas figuras no solo aparecen durante las cosechas sino mantienen el trato con la comunidad durante casi todo el año; él intermediario es una de las figuras prestantes del pueblo, tiene tienda o un local donde atiende, contabiliza y presta; de allí la predisposición a manejar el tiempo ajeno.

Con anterioridad he hablado de esos “estados” de los frutos producidos en la comunidad: biches, verdes, jechos y maduros, algunos de pancoger se pueden madurar con técnicas sencillas, pero en otros casos esto depende de los fertilizantes utilizados o de la intensidad de las lluvias. Casi todos los frutos llegan a la madurez es decir al “estado” del consumo, el café mismo entra en este orden cuando sus granos están a punto, pero la madurez no es tanto el estado del consumo como el de la recolección y del resultado de la producción, mientras otros frutos se venden o consumen maduros, el café llega allí y se diversifica en una serie de procesos que por lo menos hasta la venta le dan un precio específico de acuerdo con esa capacidad de llevarlo a un estado óptimo. Una vez recogido, el café se descereza; en la vereda la Gloria existe una descerezadora grande que comparten los pobladores, otros tienen en sus fincas pequeñas descerezadoras que permiten la labor en menor escala, allí ya no se canta ni se ríe, por lo general se hace al final de la recolección y el ritmo de la labor aunque no muy larga si produce gran fatiga; la pulpa del café queda luego al descubierto, separada de la pasilla. Queda así listo el café “seco mojado”, es decir, sin pasilla pero húmedo; el otro estado es el “seco pergamino” y es precisamente su secado el que exige cierta capacidad técnica o ambiental para lograrlo, pero así como la actividad de la recolección se monetariza, el pago es casi inmediato y la venta misma también, ello por la incapacidad del secado si no existe dinero que respalde el pago de jornales sin necesidad de vender “seco mojado”.

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“A las 4:30 p.m. Rey bajó la carga desde la descerezadora, para que le hiciera el favor Tobías y su hermano71 de llevarlo a la escuela de San José. Cuando subíamos con la carga de café en la tarde le pregunte a quien vendían lo que había bajado, si a la Federación o a alguien más:

Me contó que el que la compra es alguien que se dedica a comprar el café “seco agua” para arreglarlo y luego que lo tiene “seco transporte”, diez días, o bien, dos meses, según el tiempo que haga, lo vende a la Federación o a algunos más; cuenta que “se forma una cadena” . Igualmente el que lo compra de esa forma gana más al arreglarlo, o bien, puede perder por la calidad del café o el precio de día de venta.

Al preguntarle por si todos vendían a los intermediarios me contestó que si no se tiene para pagar los jornales entonces se vende de una vez como “seco agua”, si por el contrario tienen plata pueden ellos mismos arreglar el café para que quede “seco transporte”, sólo que eso es más trabajo y se arriesga la inversión por las fluctuaciones del precio y la demora en el secado.” (Diario de Campo, día 38 jueves, 1999)72

Así aparece el intermediario. Luego de la cosecha, una báscula acompaña el encuentro y la medida vuelve al producto cantidades de carga, el producto incorpora un trabajo cuantificado ya empeñado en el pago del jornal. El intermediario, verdadero mercader del tiempo tiene en su práctica la razón del mercado, en esa nueva trama en la que entra el café las relaciones desaparecen a la luz del precio, sólo la venta permanece como una de las tantas actividades del intermediario como figura de un poder sutil que se presenta a través del precio, del préstamo, de fiado, pero sobre todo por su capacidad no de hacer circular sino de secar y almacenar.

Por supuesto, para que el intermediario obtenga la ganancia no sólo transporta sino que convierte el café “seco agua” o “seco mojado” en “seco pergamino” o “seco transporte”, puede pagar las cargas de inmediato y conseguir secar el café en su silo particular, propiedad que potencializa su ganancia: durante el trabajo de campo el precio de la carga de café se pagaba a 360.000 pesos el “seco transporte” y 180.000 pesos el “seco agua”, la diferencia es grande y las posibilidades que el agricultor pobre tiene para secarlo es poca.

“Cuenta don Manuel que Adan Daza [Comprador de Café en el Pueblo de Tibacuy] compró siete cosechas éste año, no del grano recogido, sino asumiendo la recolección misma, pagando recolectores, y haciéndole el beneficio al grano, Cada una de las

71 Recolectores de la jornada.72 10 de junio de 1999.

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cosechas las pago a $200.000 y tiene la ventaja de poseer un silo al que le caben 1000 kilos y seca en 72 horas. El año pasado le quedaron 10 millones libres, sigue don Manuel, se le paga por el secado , incluso don Pedro Rodríguez [uno de los “campesinos ricos”] pagó el año pasado 5 millones para que le secara su café. Manuel observa además que el pago es diferencial respecto a las cantidades de Café: Mientras a los pequeños productores paga don Adan el café “seco agua” en 1200 pesos, a las grandes cantidades [por ende a los mayores productores] les paga a 1500 pesos” (Diario de campo, 06 de mayo de 2000)

Son los procesos que debe atravesar el café los que permiten usar y explotar el tiempo de los agricultores, si antes la hacienda organizaba dentro de sus linderos gran parte del proceso, ahora éste se dispersa y permite el control indirecto del tiempo y la maximización de las ganancias cuando las partes del proceso se acercan más y más al mercado y son personajes específicos los que entran a manejar esos procesos. La primera venta coloca en una desigual posición al agricultor frente al intermediario, este conoce los precios del mercado, sabe cuando comprar, mientras el campesino debe vender para pagar jornaleros y deudas, el intermediario extiende la dependencia sobre los préstamos y por el “fiado”, cuando sus otras actividades locales tienen que ver con la provisión de alimentos en las tiendas que poseen, como en el caso de Tibacuy, donde el único comprador es el dueño de la tienda más grande y surtida.

Así el trayecto del café puede llevarse hasta ese intercambio desigual en los niveles donde el precio internacional se define en los continuos pactos y rupturas entre países exportadores y consumidores, en especial por los pactos de cuotas: almacenamiento concertado de la producción durante los años cafeteros, pero bueno esas trayectorias aunque inciden profundamente en las disposiciones institucionales frente al orden local no nos corresponde observarlas aquí, pero sí como bajo las coordenadas de la producción y el cambio social intervienen en la cotidianidad cafetera, para el caso de nuestra comunidad.

Asistencia técnica

Dos tramas, la local y las que se conducen por el mercado, pero como he señalado el proceso en el que participan otras figuras y otras instancias también interfiere en ese orden local. Se intervienen coordenadas que intentan aplicarse a la vida, aunque ella sólo sea un medio para un fin último, la producción. Así pues el control indirecto del tiempo aquí se genera desde la asistencia técnica, ella misma debe ser comprendida desde las formas en que ha asumido su labor y las formas de “innovar” y percibir el cambio desde un paisaje

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que dejó la hacienda atrás y se distribuye sobre la propiedad parcelaria de “campesinos pobres”.

La razón y el progreso parecen ir de la mano, mejor, ellas conducen las manos productoras que bajo su óptica no poseen ni razón ni progreso. El cambio social es un acceso hacía la optimización de la propiedad, los parceleros son los pobladores y constructores del nuevo paisaje, aquellos dignos de asistir. La asistencia constituye una progresiva resolución de aquellos elementos discriminables y luego asimilables:

“La zona cafetera colombiana se caracteriza por el predominio de la pequeña propiedad. Si estamos de acuerdo en que un pequeño caficultor es el que tiene menos de seis hectáreas de cafetales, en esta situación se encuentran 259.878 familias cafeteras, de las 302.945 que existen en el país como propietarias [...] Es lógicamente, el grupo de caficultores de más bajo nivel de vida, de menos capacidad de compra y el que tiene mayores dificultades de acceso a las instituciones bancarias y a las agencias de cambio. Es, como en las otras áreas del sector agrícola, el grupo más débil económicamente.

“Por las razones anteriores es, como ya lo intuyen los lectores, el grupo que mayor atención merece y al cual dedica la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia sus máximos esfuerzos técnicos y económicos, para aumentar su producción de 488 kilos a más de 2000 kilos (16 cargas por hectárea), y elevar así sus ingresos a niveles de dignidad humana” (Saldarriaga 1975)

La “atención” a este sector fue progresiva, la visión de él siempre fue marginal y coherente con esos objetos y sujetos privilegiados en los programas de “extensión”; en el historial de ellos puede encontrarse las etapas ligadas a “Suelos y Sanidad” a la “extensión con atención individual” preferentemente los propietarios “progresistas y ricos” (Arce Loureiro 1975: 69), la elección de los asistidos podía conciliarse con aquellos que poseían la capacidad de ejecución, de volver eficaz la labor extensionista. La siguiente cita se refiere a un antiguo “práctico” quien muestra como se constreñía su labor a una población específica:

“...Entonces la misma evaluación nos conducía a trabajar con los ricos, porque se media nuestro trabajo por el volumen presentado. No nos convenía ir a la finca de un pobre a “bombearle el eco” y que no se viera ningún trabajo realizado. Los de arriba nos ponían como ejemplo a los Prácticos que trabajaban en fincas de pudientes. Nos decían: “Cómo fulano de tal ha hecho tantos trabajos, gastó tanta plata en ellos y Ud. no ha hecho nada Ud. donde se mantiene, Ud. que hace!. Entonces, por no quedarnos atrás tuvimos que recurrir a ese sistema y 120

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buscar los agricultores mejor dispuestos para nuestro programa”. (tomado de Arce Loureiro 1974:60)

Y frente a ese diagnóstico ligado a un aumento de la producción, ingreso y dignidad, entonces la mirada de “arriba” hacía “abajo” se dirige a auscultar el mal para atacarlo de raíz y no bordearlo, se ilumina así la población objetivo cuyo referente fundamental es la producción:

“El rol del Servicio de Extensión se compara con el Servicio Médico Público. La atención debe enfocarse preferentemente a los enfermos, a los sectores desnutridos para redimirlos de sus dolencias. Se sabe de antemano que para los médicos será laborioso convertir a esos enfermos en exponentes de buena salud. Pero tienen que consagrarse a esa tarea. Sería inadmisible que prefieran detenerse en los niños saludables esquivando a los enfermos. Estableciendo el paralelo del criterio médico con el Servicio de Extensión, la conclusión inevitable es el enfoque de su labor a los necesitados de asistencia técnica, que carecen de otros medios para su conversión al progreso.” (Arze Loureiro 1975: 69)

La analogía del niño enfermo parece no sustraerse de esa concepción del campesino como entidad mísera y tradicionalista sin razón y nada más que una mano que bajo el nuevo orden del progreso y el “desarrollo” han de ser conducidos por estrategias que conduzcan sino a la racionalidad a la reproducción de conductas lideradas desde la estructura local, así los “Grupos de Amistad” van condensándose como alternativa, no sin cierto diagnóstico tipológico de la forma de organización social y donde la decisión, ese frío producto de la razón y la cabeza sea el eje fundamental del cambio social, de la conducta de las manos infantiles del campesino. Y tanto en la familia como en la comunidad, las diferencias han de verse reflejadas en la forma en que la extensión agrícola ha de ser dirigida y entonces los matices han de ser fundamento de una nueva concepción.

“En los Estados Unidos, los padres influyen en el niño para que desde su tierna infancia adquiera independencia emocional respecto del hogar. Ser “non dependant” es un valor de la cultura estadounidense...Es estimulado para tomar sus decisiones con independencia, a nivel de la escuela, de club, de grupo, de relación extrafamiliar...En cambio en la cultura Andina, los padres generalmente procuran retener los poderes de decisión en los asuntos de los hijos, el mayor tiempo posible...El cuadro emocional para la decisión extrae los estímulos del sistema familiar, cuya aprobación, indiferencia o rechazo pesan decisivamente sobre el comportamiento familiar” (Arze Loureiro 1974:90)

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Allí donde el padre domina la “autoridad y el poder”, en el ámbito familiar, la comunidad interviene de la siguiente manera, eso sí la comparación hace más evidente la condición andina:

“En la comunidad rural típica de los Estados unidos la integración social abarca un área extensa de campo y un pueblo central, con absorción casi total del vecindario. Las distancias que antes restringían la comunicación han sido resueltas por el automóvil y el teléfono. El Hombre, además de su familia, depende de otros grupos secundarios como son los clubes, las cooperativas, la iglesia, diversas sociedades, etc., que son motivaciones permanentes para una actitud dinámica...En la zona andina, la vida rural generalmente se realiza en términos de localidad y vecindad próxima, que por su naturaleza primaria ejercen gran influencia en las decisiones. Su composición generalmente incluye miembros de la propia familia, compadres y amigos que viven cerca, manteniendo vínculos de amistad...si el extensionista andino, que ahora realiza trabajo individual con cada agricultor, trabajara con grupos de amistad, dedicándole el mismo tiempo, no sólo multiplicaría sus contactos sino que incorporaría su enseñanza en una corriente de comunicación activa y permanente” (Arze Loureiro 1974: 91, 92)

Bien, la resolución se ha transformado y ahora la vereda y el grupo de vecindad son intervenidos desde la asistencia, pero ¿cuál es el cambio al cual se los dirige? En principio a un aumento de la producción pero ésta simple intención no sólo conduce a la identificación de los flujos de la decisión, si no que ella misma ha de ser adiestrada, en Tibacuy, por azar o por fortuna, me halle en medio de las prácticas que desde el Grupo de Amistad se impartía entre los miembros de la comunidad, la Minga uno de esos tantos ejemplos, de ella ya hablé, veamos otras “tareas” que se ejecutan dentro de esa estrategia de los “Grupos de Amistad”.

En el segundo día de campo Valeria solicitaba a Santiago y Alejandro que elaboraran el mapa de la finca; con premura Santiago medía con sus pasos y ángulos cada recta y cada vuelta, pero al mostrarlo a Alejandro éste lo reelabora en la mesa y sin pasos y sin vueltas es más satisfactorio para todos ¿Para qué el mapa? Era una de esas tareas que en el Grupo de Amistad se dejaban a los miembros, allí había que reconocer la casa, los cultivos y el espacio dispuesto para el café, y mientras se disponía esta distribución en el mapa otros relatos construyen una imagen más dinámica:

“Me habló [Valeria] de los lotes que componen la finca: San Martín, La Esperanza y La Despensa, las dos primeras están bajo una misma escritura; cuando Martín, su papá, vivía, los compró a Alberto Willianson directamente allí había vivido hasta el momento no como propietario sino 122

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como estanciero, entre tanto la Despensa la compró Martín López a alguien (?) que se la había comprado a otro, quien a su vez había recibido de los Willianson el lote.” (Diario de campo 2do día miércoles 1999)73

Eso en cuanto los “lotes” pero a su vez recordaba un camino de herradura que pasa por la finca, ese donde las cercas se corrían noche tras noche entre Martín y su vecina, relatos que recuerdan un camino que era el paso de la madera “para construir el pueblo”, que según dice ella, le contaba su padrino de bautizo; un camino de lindero y un camino de flujos, pero para el mapa no importa el flujo sino el lindero y las distribuciones del “quehacer” en él.

El relato termina donde el registro comienza, pues el relato es flujo y sentido, el registro conducido por el referente de la producción sólo dispone de un espacio que lleva a la madurez del café, ese primer jueves de mes, jueves del Grupo, Valeria regresó con felicitación sobre el mapa y con la discusión con Benjamín por el sol, habían entrado otras clasificaciones, el mapa del día anterior había servido para señalar parte de las coordenadas de la empresa: En la finca como en la empresa se distribuye no el sol, para las plantitas o los animalitos, no hay “itos” sólo una gran conceptualización donde el animalito y las plantitas sólo son parte de los “recursos”, de esos cuatro recursos que Valeria comprendía mejor que Benjamín: Recursos humanos, natural, de capital y tecnológico.

El espacio se distribuye sobre un quehacer técnico, la decisión misma está ligada a la planeación, la planeación al cambio y el cambio sobre la producción y sus formas. Lo extensivo del “parque cafetero” que ocupaba a principios de 1990 unas 870.000 has , ya en las segunda mitad de la misma década se reducía a 805.000, pero como “los que producen son los árboles y no las hectáreas” es la intensidad del cultivo la que ha aumentado: de 5000 a 7000 árboles por hectárea (Cardenas Gutiérrez 2000:5)

Es posible entender la insistencia en la renovación de cafetales, sobre las metas de una mayor producción y próximas bonanzas. En el Grupo de Amistad, las reuniones se dividían entre una sección dedicada a las “prácticas” y otra destinada a la “gestión”, nuevos calendarios y nueva distribución en los espacios han de regir la producción, nada de compadres, nada de vecinos, la razón misma debe considerar, en la conciencia planificada del agricultor los menores costos y los mayores beneficios. En las reuniones del grupo se llevaba por un lado el proyecto de renovación desde el “regalo” de la semilla tecnificada hasta su continua supervisión por los técnicos, que autorizan incentivos, vigilan almácigos, el crecimiento de chapolas, y las diferentes fases del proceso hasta la primera producción, vigilancia constante pero no directa, allí el coordinador, figura que representa la decisión dentro de la “cultura andina”, cuyas características hacen necesaria la constante presión sobre la decisión externa o bien liderada por el que tiene la capacidad de hacerlo; el coordinador allí presiona no sobre la propiedad sino sobre el producto, sobre el café; presiona por el sombrío, por el sembrado de la chapola en los lotes para el café, el lleva el

73 05 de mayo de 1999.123

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diagnóstico de la producción local, hace visitas que rinden cuentas en el grupo, con los técnicos.

Por otro lado esas prácticas llevan en la gestión un acompañamiento apropiado, allí se enseña a contabilizar los gastos, a llevar un cronograma, a tomar decisiones todo ello sobre los ciclos del café sobre un cronograma de renovación, sobre las etapas de un orden empresarial, donde todo se dispone sobre recursos, y al igual que en el mapa la mirada ha de ser impersonal y todo debe someterse simplemente al registro, en el cuaderno , en el cronograma, en los mapas, en el calendario.

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Tiempo Primer año Segundo Año

Lo Anticipado

Lo Ocurrido

Gestión: Tomar DecisiónEtapas

Agost.

Cronograma

Labor Julio Sept. Oct.

“Toda Empresa tiene un Cronograma”

Tarea: Hacer un cronograma de la renovación

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Los esquemas anteriores registrados en el diario en una de las reuniones del Grupo de Amistad” señalan unas coordenadas nuevas y posibles en la distribución del tiempo, susceptibles de esquematizarse, es decir, un tiempo funcional extendido en el espacio de la producción y no en el sentido de ese otro orden local, la decisión penetra la disposición de los recursos, es consciente y sobre una razón con un sentido externo: el de las tramas de la producción y el mercado.

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CONCLUSIONES

Poco más de tres años han pasado desde el trabajo de campo, don José Ángel Martínez hace ya un año que falleció, lo recuerdo en sus últimos meses con ese silencio extraño a él, sentado en una silla frente a la casa de Medardo, mirando hacía el camino como cansado de la misma vida, aun conservo el casete que grabara en una de esas tantas noches frías durante el trabajo de campo, y que recogiera parte de su trayectoria vital, la de su familia, la de sus recorridos y fundaciones, memoria un tanto moderna que Santiago lamenta no haber podido tener de su propio abuelo. Con tres años de edad encuentro a Rubén, hijo de Alejandro y Andrea, a quien en ese lejano primer día de campo aun ni presentía mientras sus jóvenes padres molían en el trapiche la caña de azúcar. Ahora Rubén juega con un pequeño azadón, al que domina con cierta destreza mientras acompaña a su abuelo en la sementera, eso cuando no está dando de beber o comer a un burrito imaginario que tiene atado en algún árbol cercano.

Hasta la casa ha cambiado, a diferencia de esa eterna disposición que Martín, el abuelo de Santiago, mantenía en cada uno de los objetos del humilde y viejo rancho, la cama, el comedor, un viejo baúl y hasta la ceniza reposando en el fogón semejaba la misma que desde la niñez temerosa de Santiago parecía mantenerse intacta, al igual que la lánguida y firme postura del viejo; pues bien, hasta esa casa se transforma con mayor celeridad, la pared del comedor, hecha con tablones de madera, ahora sirve de soporte y molde de unas bases para una futura vivienda modelo, que Valería ganó como parte de esos tantos proyectos marginales de “inversión social”, resultados de ese monstruoso Plan Colombia.

Ahora que trato de hacer la diferencia entre las primeras aprehensiones que tenía del mundo rural y las que ahora mantengo, reconozco la marca del presente que tiende hacía el pasado una comprensión aparente de lo que en realidad aparece con cierto halo de virtualidad, ritmos de este preciso punto de la trayectoria etnográfica; pero intentando evocar las primeras intenciones e intuiciones sonrío ante la ingenuidad de abstraer el tiempo de la experiencia integral del mundo rural, motivado un poco o mucho, por el misterio inquietante que esa entidad sin cuerpo despierta, mucho más que la intolerable celda espacial. Mi búsqueda tal vez se acercaba a esa frontera con la realidad que los cuentos abren con el “había una vez…” alucinante y juguetón, un tiempo sin miramientos en la contradicción, propiedad de un tiempo lineal, por ello mismo espacializado y lógico. En todo caso, motivado por ese llamado de lo exótico, tan presto al etnógrafo y al soñador… al etnógrafo soñador.

Pero el trabajo de campo despliega más opciones, aquellas que se ocultan tras el sencillo acto de describir, que dirigido hacía la temporalidad se acerca cada vez más a la narración; pero las tramas no discurren exclusivamente en el lenguaje, él mismo representación del espacio y la experiencia occidental (Elias 1997); las tramas se disponen en el espacio y los espacios se disponen en las tramas configuradas a través de las relaciones establecidas entre pobladores y espacios; así los hechos sociales dejan de ser el engranaje de una maquina funcional, sin historia, y la acción se torna en imagen en movimiento “durante” la cual se aprende la experiencia temporal, ya no abstracta sino con un escenario imprescindible, indisociable.

Y ese objeto conductor de la temporalidad, la tierra, dirige las relaciones que dan sentido a la acción, no tanto como acción económica, racional o social, abstractas y dispuestas “sobre”, “en” o el “desde” de un escenario con duraciones discordantes a los sujetos (actores) en él, arbitrarios en su

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existencia dentro de un “sistema” hacendatario, parcelario, o en las redes de una economía globalizada.

El “sentido” pues, que dentro de las trayectorias locales se buscaron a través de tanteos y aproximaciones llevaron no ha definir una oposición límite como aquella que Alejandro me expusiera en esta última visita a Tibacuy “mientras ustedes dicen que van de paseo cuando vienen al campo, nosotros vamos de paseo cuando vamos a la ciudad” (agosto de 2002), esto a propósito de mi asombro renovado mirando el paisaje que aparece al subir la cuchilla de Quinina, en esta ocasión para tomar algunas fotos para la monografía. Aquella resolución espacial, campo-ciudad, así como ese sentido del “paseo” opuesto a la referenciación del campo como lugar de “trabajo”, expuesto también por Alejandro, se presenta en la primer visita que Alejandro realiza a la cuchilla, lugar para turistas, sitio ecológico entre otras funciones “culturales” que se alejan de la cotidianidad de Alejandro y muchos pobladores cuya contemplación difiere mucho de la propia y la de los ya escasos turistas, de hecho, no es un sitio que se visite mucho por los pobladores locales.

Pues bien, el trabajo, que se realiza en el campo, es la acción por excelencia que se distribuye en la “tierra” y en la configuración de sus características e identidades que mutuamente se referencian. La tierra y sus condiciones hacen que su sentido y los movimientos en ella difieran entre un colono y un arrendatario, entre un administrador, un hacendado y un jornalero, quienes tras la aparente etiqueta económica o jurídica presenten unas condiciones de vida y unas “visiones divisiones del mundo” específicas, al punto que la misma familia distribuya su “ser y quehacer” según los principios locales y rurales que se objetivan en el espacio.

El sentido de las trayectorias locales no son algo que pueda esquematizarse, describirse relajadamente, sin embargo, la referencia de la tierra permanece y es la relación con ella como objeto jurídico, económico, cultural la que permite definir la tensión entre actores rurales y considerar la transformación de las identidades locales: las formas de tenencia definen la injerencia local y la distribución del mundo de lo público y lo privado, el trabajo mismo se moviliza en tal distribución y permite diferenciar su sentido y las relaciones que convoca, no tanto como acto individual, sino como acción síntesis de unas trayectorias rurales que han conducido localmente al arraigo, a una indiferencia sobre el esquema occidental que separa objetos y sujetos, esquema latente y sutil en las incorporaciones de la asistencia técnica o en el intercambio con un mercado que sobrepasa lo local, en fin, un proceso de arraigo dentro de un país de desarraigados. Una vivienda que sostiene la permanencia con la misma “ayuda” de un Plan que fomenta el despojo, “inversiones” oportunas de un sentido dominante, inversiones de las temporalidades y tensiones entre el “deber y hacer” rural, con la misma oposición de la interpretaciones de lo “legitimo” semejante a como se presentaba en las haciendas.

Luego de tres años la aproximación continua, el extrañamiento igual, Santiago aun espera y recuerda; Valeria y Benjamín ya no viven con sus dos hijas menores como durante el trabajo de campo, ellas han viajado a Bogotá a buscar destino, buscando trabajo; los parceleros de “Los Cauchos” sufren por el agua y las expectativas de unas mejores condiciones de vida desde las marchas del 97 poco a poco han desaparecido; así mismo, la “minga” de la vereda La Gloria - San José se ha disuelto; las cosechas continúan con los más bajos precios en la carga debido a la crisis cafetera, con subsidios que benefician por fuera de la segunda cosecha, después de octubre. Los cambios discurren como burlando cualquier mirada pasada, el camino no termina, igual que la búsqueda guiada hacía un mejor d-escribir.

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Tomo I Folios 874-993Visitador Moreno Escandon. Año 17761776, enero.

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