Fragmento La vida es un balón redondo

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Un libro que trasciende los confines habituales de lo futbolístico, narrado desde la óptica de un hombre dedicado a las letras, para quien el futbol ha sido el «hilo conductor» de su vida.

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VLADIMIR DIMITRIJEVIĆ es el editor y fundador de una de las editoriales europeas de mayor prestigio, L’Âge d’Homme. Tras la Segunda Guerra Mundial se exilió de su natal Belgrado, asen­tándose en Suiza. Desempeñó oficios como jardinero y vigilante, antes de convertirse en librero y después en editor. En 1966 fundó su editorial, donde ha publicado con gran éxito a centenares de autores, entre los que destacan algunos como Albert Caraco, Vasili Grossman y Branimir Scepanović.

No cabe duda de que el fútbol es el deporte más popular del mundo. Sin embargo, pocas veces se le aborda desde una pers­pectiva original e inteligente, como la de Vladimir Dimitrijević en este libro que revela relaciones insospechadas entre el «rey de los deportes» y la otra gran pasión de su autor: la literatura.

Es el breviario de uno de los grandes editores europeos contempo­ráneos, que vio truncada su prometedora carrera futbolística por una lesión. Su gran sensibilidad literaria le permite afirmar que «un buen futbolista es como Don Quijote», que en excepcionales juga­dores como Hugo Sánchez, Hristo Stoichkov o don Diego había «una sola idea en la cabeza, como en los poetas o en los grandes novelis­tas», o comparar a los grandes aficionados al fútbol con los deposi­tarios de la tradición oral de los mitos homéricos, asemejándolos a las personas que entregan su vida apasionadamente a la lectura.

Al rendir tributo al deporte que lo ha marcado, Dimitrijević explica, por ejemplo, por qué Beckenbauer es como un epígono de Paul Valéry, y por qué en las tabernas se le paga la ronda a Maradona, mientras que del káiser Franz se espera que él pague la cuenta. Define también los «cánones de lo “futbolísticamente correcto”» y la «esclerosis democrática» a la que se llega por el «temor a no triunfar» que predomina en el fútbol actual.

Es un libro que trasciende los confines habituales de lo futbolístico, narrado desde la óptica de un hombre dedicado a las letras, para quien el fútbol ha sido el «hilo conductor» de su vida.

ISBN 978­84­96867­25­3

Sexto Piso es una editorial independiente, cuya principal línea de edición versa sobre textos de filosofía, literatura y reflexiones sobre problemas contemporáneos. La idea que nos impulsa es la de crear un espacio donde se pueda acceder a ciertos textos que general­mente pasan inadvertidos pero que son pilares de la cultura uni­versal. La política editorial pretende ser rigurosa, lo que nos aleja de objetivos estrictamente comerciales. Intentamos ir tejiendo los distintos títulos que conforman nuestro catálogo a la manera de una novela, es decir, buscando que cada libro publicado sea un capítulo

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La vida es un balón redondoVladimir Dimitrijevic

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La vida es un balón redondoVladimir Dimitrijevic

Traducción de Antonio Castilla Cerezo

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Todos los derechos reser vados.Ning una parte de esta publicación puede ser reproducida,

transmitida o almacenada de manera alg una sin el permiso prev io del editor.

Título originalLa vie est un ballon rond

© Vladimir Dimitrijevic, 1998

Primera edición en Sexto PiSo eSPaña: 2010

TraducciónRenato Valenzuela Molina

Fotografía de portadaAlberto García-Alix

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2008San Miguel # 36Colonia Barrio San LucasCoyoacán, 04030México D. F., México

Sexto Piso España, S. L.c/ Monte Esquinza 13, 4.º Dcha.28010, Madrid, España.

www.sextopiso.com

DiseñoEstudio Joaquín Gallego

ISBN: 978-84-96867-25-3Depósito legal:

Impreso en España

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In memoriamDarko Giler (1933-1996),

para quien fue escrito este libro

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Para Georges Haldas,hermano en combustión

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ÍNDICE

Advertencia (sin tarjeta) 13El Fútbol-Rey 15Esa ilusión que era real, porque era la alegría 17¿Quiénes son los héroes de las pasiones infantiles? 19Tocar los tachones de unas zapatillas soñadas 21El señor Špic 23Lo adquirido y lo innato 25La aristocracia y la nobleza de la pierna 27El milagro contra la parálisis 31La gracia del pura sangre 33El rey de Nápoles 35¿Hay que corregir la injusticia? 37El consuelo de los humildes 41El equipo es un sueño, el equipo es una fe 43El pie que piensa 45¿El corazón está prohibido? 47Acerca de la caballería 49El dinero 53Homenaje a los leones indomables 55El fútbol total 57El cerrojo 59La inflación 61El más bello destino de la historia del fútbol 63¡Ganar contra Inglaterra! 71Las hormigas y los hombres 75Los futbolistas de plomo 77¡Olé! 79Los suspiros 81Los santos del fútbol 83

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Los tesoreros del mito 85Las orejas del exilio 87Mi primer partido 89El tiempo de los gitanos 91Las dos vocaciones 95¡Con la cabeza no, todo con la pierna! 97Los concursos de escupitajos 101Nuestras universidades 103El Gran Milovan 105Ha nacido una estrella 107Los cuellos blancos 109En las gradas y sus alrededores 111El misterio del guardameta 115Los hombres-sándwich 117El hundimiento 121Los tramposos 123Un brebaje de mal sabor 125Carné mundano 127Zurdo por convicción 129La tienda del zapatero 133El rito de paso 137

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ADVERTENCIA (SIN TARJETA)

De vez en cuando hablo de fútbol y comento los partidos con mis amigos, que saben hasta qué punto ese juego ha sido el hilo conductor de mi vida. Conté, durante un día entero, el conte-nido de este libro a François Bousquet, quien grabó y transcri-bió estas evocaciones hasta hacer de ellas un objeto redondo. Agradezco a Slobodan Despot el haber amortiguado el proyec-til, al igual que los pequeños charcos del césped amortiguan el balón, al fijarlo sobre la página en blanco.

Georges Haldas, autor de una memorable Légende du foot-ball, ha sido durante todos estos años el apasionante interlo-cutor con el que la política, la literatura y la religión se unían en el Evangelio apócrifo según la Pierna.

Por lo que respecta a mi violín de Ingres, para mí que soy algo melómano, diré que consiste en un interminable aná-lisis combinatorio, digno de los formalistas y de los estructu-ralistas más retorcidos, y que tiene como ambición formar con futbolistas y escritores el equipo ideal, que varía con el paso del tiempo y el cambio de los humores, y cuyos criterios de selección sólo yo entiendo. Cuestiones como la de saber si Miloš Tsernianski le pasó bien la pelota a Günther Nordal du-rante las Olimpiadas de Estocolmo 1948, me dejan perplejo durante horas enteras.

Éste es, sin duda alguna, mi breviario como hombre y co-mo editor.

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EL FúTBOL-REY

El fútbol es el rey de los deportes. ¿Por qué? En mi opinión, porque nos pone en contacto —como la danza— con algo de nuestro propio cuerpo que podríamos llamar la prehistoria de nuestros movimientos. En el fútbol, está prohibido —si uno es jugador de campo, claro está— todo uso de la mano y del brazo. En suma, de los órganos con los que, habitualmente, se realizan todos los actos. Con los que se alcanza el mayor grado de precisión, de rendimiento y de destreza. No se nos per-mite usar más que los pies y las piernas —esos ancestros sub- desarrollados, de algún modo, de las manos y de los brazos. Ahí estamos, pues, devueltos a funciones arcaicas, impedidos para hacer lo que nos sería normal o natural. Forzados a vér-noslas de nuevo con un recuerdo animal enterrado en alguna parte de sí mismo.

Las extrañas limitaciones de nuestro poder no se termi-nan ahí. Dos de los veintidós jugadores, y sólo ellos, están ar-bitrariamente autorizados para utilizar sus manos, y por extensión su cuerpo entero. Pero esa liberación generosa tiene su precio: serán penalizados. No tendrán el derecho de ejer- cer su privilegio más que en un territorio limitado. Los otros veinte jugadores, también pueden, a su vez, utilizar las manos, pero sólo fuera del terreno de juego, durante los saques de banda. Una especie de equilibrio sutil y perverso reparte así las trabas, penaliza o restablece el equilibrio según los humo-res de una justicia singular. Se puede estar fuera de juego, así como se puede uno recuperar por un tiro libre —noción muy caballeresca— de aquellos tiros que lo son bastante menos.

Pero lo más sorprendente es el fin último de todo esto. De nuevo, un territorio: un rectángulo. Acaso de tres dimensiones,

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ya que la altura tiene su importancia, aunque puede ser dejada de lado. Para señalar la línea de meta, los escolares utilizan sus mochilas, amontonan guijarros o clavan palos. Es preciso que la pelota salga de un espacio bien delimitado y se coloque en otro, más pequeño y aún mejor circunscrito. Lo que es capital es el acto de traspasar la línea fatídica. Usted puede ser un vir-tuoso, tener sobre su adversario todas las ventajas del estilo o de la estrategia, pero si su balón no cruza la línea, no gana. Las reglas de este juego hacen todo lo posible por sumergirnos nuevamente en el universo de los hombres anteriores a la ma-no liberada, donde el rendimiento es fundamental.

En cierto modo, este juego funciona como el ajedrez. Tam-bién allí, las reinas y los alfiles, las torres y los caballos pueden hacernos regresar a una olvidada Edad Media, pero lo único que cuenta en definitiva es la muerte del rey, el mate. Y el mate, en el fútbol, se llama gol. Todo lo demás es alarde, exactamente como en el mundo animal, exuberancia, espectáculo. Como los ballets, con sus vestidos de plumas, los pájaros, los juegos de colores de los peces exóticos o los movimientos sabiamente on-dulados de los reptiles.

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ESA ILUSIÓN QUE ERA REAL, PORQUE ERA LA ALEGRÍA

Este juego puede practicarse no importa con quién, no importa cómo, no importa dónde.

Tomemos, por ejemplo, el cine. Miremos la película: es una sucesión de imágenes cuyas líneas son casi idénticas, y que no obstante difieren muy ligeramente. Es una sucesión de rec-tángulos estáticos, sin movimiento, muertos. Pero en cuanto la velocidad se adueña de esas cintas, hace aparecer algo que se parece a la vida, a la acción. De la misma forma, si se gira rá-pidamente un abanico multicolor, acabamos por ver un círculo blanco. Nuestros sentidos tienen, pues, cesuras, las cuales nos proporcionan las ilusiones concretas que se nos aparecen co-mo la realidad.

Recuerdo este hecho porque mi primer contacto con este juego mágico estuvo ligado a los objetos más heteróclitos: una lata de conservas, unos guijarros, unos pedazos de yeso (en las ruinas de la posguerra esto nunca faltaba), unos trozos de ma-dera. Por no hablar de la felicidad de encontrar las medias, los calcetines, los puños de camisa —materiales raros, ya que los objetos de tela se utilizaban hasta desgastarlos comple- tamente— que se rellenaban de aserrín o de harapos: ¡Y ése era el balón que rebotaba sobre nuestras cabezas!

Esta preparación era todo un rito. La tela, los calcetines, el aserrín de madera o el polvo del carbón que se retiraba de los sótanos... El objeto redondo así fabricado era todo un lujo. Temíamos a la lluvia, a los charcos y a la nieve porque, como el cargamento de esponjas sobre la espalda del asno, el balón aumentaba de peso con ellos, convirtiéndose en algo parecido a una hojuela espesa y dejando las marcas de su paso: primero marcas grises de carbón, luego hematomas rojos y redondos.

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Mucho después de que éstos desaparecieran, conservábamos por todo el cuerpo unos tenaces reflejos condicionados.

Pese a esto, jugamos con aquellos objetos en todas las estaciones del año durante días enteros. Lo que contaba, por encima de todo, era que ese balón improvisado diera vueltas, que girase deprisa para convertirse en un balón real. El guar-dameta se hería al atraparlo y los supervivientes de la época guardan aún cicatrices jeroglíficas en sus pantorrillas y en to-do el cuerpo.

Pero esos rebotes sin lógica al contacto del terreno o de nuestros zapatos, azarosos e imprevisibles, preparaban los re-flejos ante cada cambio de dirección, y la flexibilidad de los to- billos frente a todas las técnicas. Los jugadores de aquellos tiempos eran notablemente hábiles y estaban ciertamente me-nos expuestos a las lesiones; eran más resistentes. Además, aquellos jugadores no estaban hinchados de condición física como los de hoy, por un «atiborramiento» que a veces eleva el placer embriagando con el juego y que predispone a los ac-cidentes. Actualmente, son como balones que uno no se atreve a rozar con la punta de un alfiler.

Los futbolistas de aquella generación no tomaron sus cla-ses sobre céspedes lisos ni sobre terrenos reglamentarios. En los suelos sobre los que jugaban, todo era posible, y el bote más desconcertante era natural y esperado. Los nórdicos son muy equilibrados porque han corrido sobre la nieve y el hielo, los sudamericanos y los africanos llevarán por siempre grabada en sus tendones la arena, ese elemento que fatiga sobre todo a los pies desnudos (de donde viene su aparente negligencia, pues al verlos se tiene la impresión de que se desplazan sentados), o la irregularidad de los matorrales que confiere esa impresión de estar participando en una danza tribal. Estamos aún a la es-pera, en la comunidad mundial del fútbol, de la llegada de los chinos, los japoneses, los mongoles, de ver a los esquimales y a los aborígenes de Australia, que aportarán acaso nuevos des-plantes a los cánones de lo «futbolísticamente correcto».

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¿QUIÉNES SON LOS HÉROES DE LAS PASIONES INFANTILES?

¿Cuáles son los puestos clave? Los niños no se equivocan. Mi-radles correr para rodear a su equipo tras el partido: asaltan al guardameta y al delantero centro. Porque este último es como una adición de todos los rebotes imaginables, está siempre al acecho y se comporta durante todo el partido como el que aca-ba de perder su boleto justo antes de la salida del tren o del avión. Estos cazadores de goles son extraños. Miradles a los ojos. Sus pupilas bailan arriba, abajo, a la derecha, a la izquier-da, se mueven en direcciones oblicuas. Y así todo el tiempo. Una sola idea en la cabeza, como en los poetas o en los grandes novelistas. Insensatez, sí, pero insensatez grandiosa, divina. Eso es el delantero centro, aquel que, más allá de la mitad del campo, encuentra soluciones inesperadas, rápidas, fulguran-tes. Movimientos que son como los ojos prodigiosos de movi-lidad y de inteligencia de Johann Cruyff.

Acuérdense de Gerd Müller, de Hugo Sánchez, de Stoj- kovic, de Schillaci, de Stoichkov, de Paolo Rossi, de sus mira-das predadoras. Y de don Diego también, aunque quizá por otros motivos.

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TOCAR LOS TACHONES DE UNAS ZAPATILLAS SOÑADAS

Cuando toqué por primera vez —tenía doce años— un verdade-ro balón de fútbol, me hallaba en presencia de un objeto sagra-do. Cuando calcé por primera vez unas zapatillas de fútbol tuve la impresión, al levantarme, de tener diez centímetros más.

Es inútil decir que no eran nuevos, ni de mi talla. Aquellos zapatos pertenecían al club. Era visible que habían corrido mucho. Se rellenaban con papel periódico para llenar el va- cío. Y si eran demasiado estrechos, se les serraban los dientes. Pero se sentía el balón de otra manera, con más precisión. A veces sucedía que una zapatilla demasiado ancha salía dispa-rada en mitad de una volea. También ocurría de vez en cuando que el par no era un tal par, sino unos falsos gemelos, lo que suscitaba cómicos efectos de cojera. Los primeros pasos eran inciertos como los de las jovencitas que se prueban por vez primera los zapatos de tacón de su madre. Uno se sentía inse-guro sobre el suelo, dudaba; como los potros y los becerros, que en cuanto nacen se ponen de pie. Estoy, por todos esos gestos de conmovedora inocencia, eternamente agradecido a Dios, que a través de ellos nos inspira algo de buen juicio.

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VLADIMIR DIMITRIJEVIĆ es el editor y fundador de una de las editoriales europeas de mayor prestigio, L’Âge d’homme. Tras la Segunda Guerra Mundial se exilió de su natal Belgrado, asentán-dose en Suiza. Desempeñó oficios como jardinero y vigilante an-tes de convertirse en librero y después en editor. En 1966 fundó su editorial, donde ha publicado con gran éxito a centenares de autores, entre los que destacan algunos como Albert Caraco, Vasili Grossman y Branimir Scepanović.

No cabe duda de que el futbol es el deporte más popular del mundo. Sin embargo, pocas veces se le aborda desde una perspec-tiva original o inteligente, como la de Vladimir Dimitrijević en este inclasificable libro que revela relaciones insospechadas entre el «rey de los deportes» y la otra gran pasión de su autor: la literatura.

Es el breviario de uno de los grandes editores europeos contempo-ráneos, que vio truncada su prometedora carrera futbolística por una lesión. Su gran sensibilidad literaria le permite afirmar que «Un buen futbolista es como Don Quijote», que en excepcionales juga-dores como Hugo Sánchez, Hristo Stoichov o don Diego había «una sola idea en la cabeza, como en los poetas o en los grandes novelis-tas», o comparar a los grandes aficionados al futbol con los deposi-tarios de la tradición oral de los mitos homéricos, asemejándolos a las personas que entregan su vida apasionadamente a la lectura.

Al rendir tributo al deporte que lo ha marcado, Dimitrijević explica por qué Beckenbauer es como un epígono de Paul Valéry, y por qué en las tabernas se le paga la ronda a Maradona, mientras que del káiser Franz se espera que él pague la cuenta. Define los «cá-nones de lo “futbolísticamente correcto”» y la «esclerosis democrá-tica» a la que se llega por el «temor a no triunfar» que predomina en el futbol actual.

Es un libro que trasciende los confines habituales de lo futbolístico, narrado desde la óptica de un hombre dedicado a las letras, para quien el futbol ha sido el «hilo conductor» de su vida.