FrAgmanetos

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FRAGMENTOS YÁMBICOS ARQUÍLOCO DE PAROS (s. VII a.C.) La tradición lo tiene por creador de la poesía yámbica. Sus versos lo muestran como hombre orgulloso, solitario y amargo. Guerrero, se gloria de servir a Ares y de deber a su lanza todo cuanto tiene; amante, da testimonio de los sufrimientos de la pasión; hombre, habla del goce de la embriaguez, pero también de la obligación viril de considerar con ánimo igual tanto la derrota como el triunfo. Además de yambos, escribió dísticos el egíacos e inventó diferentes metros; por ejemplo, el tetrámetro trocaico y el trímetro dactílico cataléctico. Se le considera inventor de la satírica. De su obra sólo permanecen alrededor de 250 versos. Fragmento 6 Del escudo que junto al zarzal abandoné no queriendo –arma intachable–, jáctase alguno de los Sayos. Mas hui yo mismo el fin de la muerte. Aquel escudo, en mala hora se vaya; otro no peor he de ganar de nuevo. Fragmento 104 Δύστηνος ἔγκειμαι πόδῳ ἄψυχος, χελεπῇσι θεῶν ὀδύνῃσιν ἕκητι πεπαρμένος δι᾽ ὀστέων. Mísero yazgo, de anhelo exánime; por querer de los dioses, de acerbos dolores traspasado de los huesos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . HIPÓNAX DE ÉFESO (s. VI a.C.)

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FRAGMENTOS YMBICOS ARQULOCO DE PAROS (s. VII a.C.) La tradicin lo tiene por creador de la poesa ymbica. Sus versos lo muestran como hombre orgulloso, solitario y amargo. Guerrero, se gloria de servir a Ares y de deber a su lanza todo cuanto tiene; amante, da testimonio de los sufrimientos de la pasin; hombre, habla del goce de la embriaguez, pero tambin de la obligacin viril de considerar con nimo igual tanto la derrota como el triunfo. Adems de yambos, escribi dsticos elegacos e invent diferentes metros; por ejemplo, el tetrmetro trocaico y el trmetro dactlico catalctico. Se le considera inventor de la satrica. De su obra slo permanecen alrededor de 250 versos. Fragmento 6 Del escudo que junto al zarzal abandon no queriendo arma intachable, jctase alguno de los Sayos. Mas hui yo mismo el fin de la muerte. Aquel escudo, en mala hora se vaya; otro no peor he de ganar de nuevo. Fragmento 104

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Msero yazgo, de anhelo exnime; por querer de los dioses, de acerbos dolores traspasado de los huesos. ............................................................... ........ HIPNAX DE FESO (s. VI a.C.) En 542, al caer la ciudad de feso bajo el dominio del tirano Atengoras, Hipnax hubo de trasladarse a Clazomene, donde llev una vida canallesca, entre harapos, ladrones y miseria. As hizo suyo un lenguaje spero y plebeyo del que hace gala en sus versos. Agresivo y rasposo, irnico y soberbio, es el primer poeta que haya usado la vulgaridad como elemento fundamental del arte. Invent el verso colimbico o trmetro ymbico escazonte o cojo, llamado hiponacteo en honor suyo. Actualmente se conocen slo alrededor de 150 de sus versos. Fragmento 66 Con poco tino piensan los que ha bebido puro vino.

Fragmento 42 Dar a los males, desecha en llanto, el alma, si no me mandas, cuanto antes, de cebada una fanega, para hacerme de harina un misto y, droga de mi achaque, beberlo. ............................................................... ........ SEMNIDES DE AMORGOS (s. VII a.C.) Contemporneo de Arquloco, los versos de Semnides lo revelan como hombre pesimista y sombro, consciente de la fragilidad de la humana existencia, temeroso de la vejez y despreciador de la juventud. Aconseja con alguna timidez alejar el alma de males y dolores, y enriquecerla para poder soportar la carga de vida. Aparte de yambos escribi dsticos elegacos. Fragmento 2 Si fusemos sensatos, el que muere no nos ocupara ms de un da. Fragmento 3 Siendo tan largo el tiempo de estar muertos, vivimos malamente pocos aos. Fragmento 4 No hay nadie sin reproche ni sin dao.

EL GESTICULADOR* Rodolfo Usigli EL GESTICULADOR RODOLFO USIGLI 1938 EL GESTICULADOR (PIEZA PARA DEMAGOGOS EN TRES ACTOS) Para Alfredo Gmez de la Vega, que tan noble proyeccin escnica y tan humana calidad supo dar a la figura de Csar Rubio. PERSONAJES: El profesor Csar Rubio, 50 aos Elena, su esposa, 45 aos Miguel, su hijo, 22 aos Julia, su hija, 20 aos El profesor Oliver Bolton (norteamericano con acento espaol) Un desconocido (El general Navarro) Epigmenio Guzmn, presidente municipal Salinas, Garza, Trevio, diputados locales El licenciado Estrella, delegado y orador del Partido Emeterio Rocha, viejo Len Salas La multitud. EPOCA: Hoy

ACTO PRIMERO [19] Los Rubio aparecen dando los ltimos toques al arreglo de la sala y el comedor de su casa, a la que han llegado el mismo da, procedentes de la capital. El calor es intenso. Los hombres estn en mangas de camisa Todava queda al centro de la escena un cajn que contiene libros. Los muebles son escasos y modestos: dos sillones y un sof de tule, toscamente tallados a mano, hacen las veces de juego confortable, contrastando con algunas sillas vienesas, despintadas, y una mecedora de bejuco. Dos terceras partes de la escena representan la sala, mientras la tercera parte, al fondo, est dedicada al comedor. La divisin entre las dos piezas consiste en una especie de galera: unos arcos con pilares descubiertos, hechos de madera; con excepcin del arco central, que hace funcin de pasaje, los otros estn cerrados hasta la altura de un metro por tablas pintadas de un azul plido y floreado, que el tiempo ha desledo y las moscas han manchado. Demasiado pobre para tener mosaicos o cemento, la casa tiene un piso de tipichil, o cemento domstico, cuya desigualdad presta una actitud -dijrase- inquietante*

Usigli, Rodolfo, El gesticulador. La mujer no hace milagros, notas y observaciones sobre la direccin escnica de la obra El gesticulador por Rafael Lpez Miarnau, entrevista a Rodolfo Usigli por Margarita Garca Flores, Coleccin Grandes de la literatura, Mxico: Editores Mexicanos Unidos S. A., 2010, pgs. 17-112.

a los muebles. El techo es de vigas. La sala tiene, en primer trmino izquierda, una puerta que comunica con el exterior; un poco ms arriba hay una ventana amplia; al centro de la pared derecha, un arco conduce a la escalera que lleva a las recmaras. Al fondo de la escena, detrs de los arcos, es visible una ventana situada al centro; una puerta, al fondo derecha, lleva a la pequea cocina, en la que se supone que hay una salida hacia el solar caracterstico del Norte. La casa es toda, visiblemente, una construccin de madera, slida, pero no en muy buen estado. El aislamiento de su situacin no permiti la tradicional fbrica de sillar; la modestia de los dueos, ni siquiera al la fbrica de adobe, frecuente en las regiones menos populosas del Norte. Elena Rubio, mujer bajita, robusta, de unos cuarenta y cinco aos, con un trapo amarrado a la cabeza a guisa de cofia, sacude las sillas, cerca de la ventana derecha y las acomoda conforme termina; Julia, muchacha alta, de silueta agradable aunque su rostro carece de atractivo, tambin con [20] la cabeza cubierta, termina de arreglar el comedor. Al levantarse el teln puede vrsela de pie sobre una silla, colgando una lmina en la pared. La lnea de su cuerpo se destaca con bastante vigor. No es propiamente la tradicional virgen provinciana, sino una mezcla curiosa de pudor y provocacin, de represin y de fuego. Csar Rubio es moreno; su figura recuerda vagamente la de Emiliano Zapata y, en general, la de los hombres y las modas de 1910, aunque vista impersonalmente y sin moda. Su hijo Miguel parece ms joven de lo que es; delgado y casi pequeo, es ms bien un muchacho mal alimentado que fino. Est sentado sobre el cajn de los libros, enjugndose la frente. CSAR. Ests cansado, Miguel? MIGUEL. El calor es insoportable. CSAR. Es el calor del Norte que, en realidad, me haca falta en Mxico. Vers qu bien se vive aqu. JULIA. (Bajando) Lo dudo. CSAR. S, a ti no te ha gustado venir al pueblo. JULIA. A nadie le gusta ir a un desierto cuando tiene veinte aos. CSAR. Hace veinticinco aos era peor, y yo nac aqu y viv aqu. Ahora tenemos la carretera a un paso. JULIA. S, podr ver pasar los automviles como las vacas miran pasar los trenes de ferrocarril. Ser una diversin. CSAR. (Mirndola fijamente) No me gusta que resientas tanto este viaje, que era necesario. Elena se acerca. JULIA.-Pero, por qu era necesario? Te lo puedo decir, pap. Porque t no conseguiste hacer dinero en Mxico. MIGUEL.-Piensas demasiado en el dinero. JULIA.-A cambio de lo poco que el dinero piensa en m. Es como en el amor, cuando nada ms uno de los dos quiere. CSAR. Qu sabes t del amor? JULIA. Demasiado. S que no me quieren. Pero en este desierto hasta podr parecer bonita. ELENA. (Acercndose a ella) No es la belleza lo nico que hace acercarse a los hombres, Julia. [21] JULIA. No pero es lo nico que no los hace alejarse. ELENA. De cualquier modo, no vamos a estar aqu toda la vida. JULIA. Claro que no, mam. Vamos a estar toda la muerte. (Csar la mira pensativamente).

ELENA. De nada te serva quedarte en Mxico. Alejndote, en cambio, puedes conseguir que ese muchacho piense en ti. JULIA. S con alivio, como en un dolor de muelas ya pasado. Ya no le doler... y la extraccin no le doli tampoco. MIGUEL. (Levantndose de la caja) Si decidimos quejamos, creo que yo tengo mayores motivos que t. CSAR. Tambin t has perdido algo por seguir a tu padre? MIGUEL. (Volvindose a otro lado y encogindose de hombros) Nada una carrera. CSAR. No cuentas los aos que perdiste en la Universidad? MIGUEL. (Mirndolo) Son menos que los que t has perdido en ella. ELENA. (Con reproche) Miguel. CSAR. Djalo que hable. Yo perd todos esos aos por mantener viva a mi familia y por darte a ti una carrera tambin un poco porque crea en la universidad como un ideal. No te pido que lo comprendas, hijo mo, porque no podras. Para ti la universidad no fue nunca ms que una huelga permanente. MIGUEL. Y para ti una esclavitud eterna. Fueron los profesores como t los que nos hicieron desear un cambio. CSAR. Claro, queramos ensear. ELENA. Nada te dio a ti la universidad, Csar, ms que un sueldo que nunca nos ha alcanzado para vivir. CSAR. Todos se quejan, hasta t. T misma me crees un fracasado, verdad? ELENA. No digas eso. CSAR. Mira las caras de tus hijos: ellos estn enteramente de acuerdo con mi fracaso. Me consideran como a un muerto. Y, sin embargo, no hay un solo hombre en Mxico que sepa todo lo que yo s de la revolucin. Ahora se convencern en la escuela, cuando mis sucesores demuestren su ignorancia. [22] MIGUEL. Y de qu te ha servido saberlo? Hubiera sido mejor que supieras menos de revolucin, como los generales, y fueras general. As no hubiramos tenido que venir aqu. JULIA. As tendramos dinero. ELENA. Miguel, hay que llevar arriba este cajn de libros. MIGUEL. Ahora ya hemos empezado a hablar, mam, a decir la verdad. No trates de impedirlo. Ms vale acabar de una vez. Ahora es la verdad la que nos dice, la que nos grita a nosotros... y no podemos evitarlo. CSAR. S, ms vale que hablemos claro. No quiero ver a mi alrededor esas caras silenciosas que tenan en el tren, reprochndome el no ser general, el no ser bandido inclusive, a cambio de que tuviramos dinero. No quiero que volvamos a estar como en los ltimos das en Mxico, rodeados de pausas. Djalos que estallen y lo digan todo, porque tambin yo tengo mucho que decir, y lo dir. ELENA. T no tienes nada que decir ni que explicar a tus hijos, Csar. Ni debes tomar as lo que ellos digan: nunca han tenido nada... nunca han podido hacer nada. MIGUEL. S, pero por qu? Porque nunca lo vimos a l poder nada, y porque l nunca tuvo nada. Cada quien sigue el ejemplo que tiene. JULIA. Por culpa nuestra hemos tenido que venir a este desierto? Te pregunto qu habamos hecho nosotros, mam. CSAR.-S, ustedes quieren la capital; tienen miedo a vivir y a trabajar en un pueblo. No es culpa de ustedes, sino ma por haber ido all tambin, y es culpa de todos los que antes que yo han credo que es all donde se triunfa. Hasta los revolucionarios

aseguran que las revoluciones slo pueden ganarse en Mxico. Por eso vamos todos all. Pero ahora yo he visto que no es cierto, y por eso he vuelto a mi pueblo. MIGUEL.-No lo que has visto es que t no ganaste nada; pero hay otros que han tenido xito. CSAR. Lo tuviste t? MIGUEL. No me dejaste tiempo. [23] CESAR.-De qu? De convertirte en un lder estudiantil? Tonto, no es eso lo que se necesita para triunfar. MIGUEL.-Es cierto, t has tenido ms tiempo que yo. JULIA.-Aqu, ni con un siglo de vida haremos nada. (Se sienta con violencia) CESAR.-Qu has perdido t por venir conmigo, Julia? JULIA.-La vista del hombre a quien quiero. ELENA.-Eso era precisamente lo que te tena enferma, hija. CESAR.-(En el centro, machacando un poco las palabras ) Un profesor de universidad, con cuatro pesos diarios, que nunca pagaban a tiempo, en una universidad en descomposicin, en la que nadie enseaba ni nadie aprenda ya... una universidad sin clases. Un hijo que pas seis aos en huelgas, quemando cohetes y gritando, sin estudiar nunca. Una hija. . . (Se detiene) JULIA.-Una hija fea. Elena se sienta cerca de ella y la acaricia en la cabeza. Julia se aparta de mal modo. CESAR.-Una hija enamorada de un fif de bailes que no la quiere. Esto era Mxico para nosotros. Y porque se me ocurre que podemos salvarnos todos volviendo al pueblo donde nac, donde tenemos por lo menos una casa que es nuestra, parece que he cometido un crimen. Claramente les expliqu por qu quera venir aqu. MIGUEL.-Eso es lo peor. Si hubiramos tenido que ir a un lugar frtil, a un campo; pero todava venimos aqu por una ilusin tuya, por una cosa inconfesable... CESAR.-Inconfesable? No conoces el precio de las palabras. Va a haber elecciones en el Estado y yo podra encontrar un acomodo. Conozco a todos los polticos que juegan... podr convencerlos de que funden una universidad, y quiz ser rector de ella ELENA.-Ninguno de ellos te conoce, Csar CESAR.-Alguno hay que fue condiscpulo mo. ELENA.-Quin ha hecho nada por ti entre ellos? [24] CESAR.-No en balde he enseado la historia de la revolucin tantos aos; no en balde he acumulado datos y documentos. S tantas cosas sobre todos ellos, que tendrn que ayudarme. MIGUEL.-(De espaldas al pblico) Eso es lo inconfesable. CESAR.-(Dndole una bofetada) Qu puedes reprocharme t a m? Qu derecho tienes a juzgarme? MIGUEL.-(Se vuelve lentamente haca el frente conforme habla) El de la verdad. Quiero vivir la verdad porque estoy harto de apariencias. Siempre ha sido lo mismo. De chico, cuando no tena zapatos, no poda salir a la calle, porque mi padre era profesor de la universidad y qu iran a pensar los vecinos. Cuando llegaba tu santo, mam, y venan invitados, las sillas y los cubiertos eran prestados todos, porque haba que proteger la buena reputacin de la familia de un profesor universitario... y lo que se beba y se coma era fiado, pero qu pensaran las gentes si no hubiera habido de beber y de comer! ELENA.- Miguel, no tienes derecho a reprocharnos el ser pobres. Tu padre ha trabajado siempre para ti.