Fradkin Raúl Dictaduras temporales, bonapartismos y caudillismos

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    ENTRE MEDITERRNEO Y ATLNTICOCIRCULACIONES, CONEXIONES Y MIRADAS,

    17561867

    Antonino De FrancescoLuigi Mascilli Migliorini

    Raffaele Nocera(C)

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    Giuseppe Galasso

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    Distribucin mundial para lengua espaola

    Primera edicin, FCE Chile, 2014

    De Francesco, Antonino; Mascilli Migliorini, Luigi; Nocera, RaffaeleEntre Mediterrneo y Atlntico. Circulaciones, conexiones y miradas, 1756-1867 / Antonino De Francesco, Luigi

    Mascilli Migliorini, Raffaele Nocera (Coordinadores); Introduccin de Giuseppe Galasso

    Chile: FCE, 2014642 p. ; 23 x 16,5 cm. (Colec. Historia)ISBN 978-956-289-123-3

    Fondo de Cultura EconmicaAv. Picacho Ajusco 227; Colonia Bosques del Pedregal;

    14200 Mxico, D.F.

    Fondo de Cultura Econmica Chile S.A.Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

    Registro de Propiedad Intelectual N 246.316ISBN 978-956-289-123-3

    Coordinacin editorial: Fondo de Cultura Econmica Chile S.A. / Nicoletta Marini dArmenia

    Imagen de portada: Impresin original de mapa antiguo, cortesa de Jonathan Potter Ltd., Londres. Novissima TotiusTerrarum Orbis Tabula. Por Nicholas Visscher. Publicado en msterdam, c.1679.

    Revisin de textos e ndice onomstico: Valerio GiannattasioDiseo de portada: Macarena Lbano Rojas

    Diagramacin: Gloria Barrios A.

    Este libro se publica con una contribucin del Ministero dellIstruzione

    dell Universit e della Ricerca (MIUR) y Progetti di Ricerca di InteresseNazionale (PRIN,2009) y con una subvencin del Departamento deEstudios Histricos de la Universit di Milano.

    Se prohbe la reproduccin total o parcial de esta obra incluido el diseo tipogrco y de portada, sea cual fuera elmedio, electrnico o mecnico, sin el consentimiento por escrito de los editores.

    Impreso en Chile Printed in Chile

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    ndice

    Introduccin a 1756. Giuseppe Galasso 11

    Prlogo. Nuestra Amrica, Mare Nostrum. Luigi Mascilli Migliorini 25

    Prefacio. Raffaele Nocera 33

    PARTE I. LA RUTA DE NPOLES

    Un viajero en teora. Genovesi, las utopas y Amrica del Sur 45 Girolamo ImbrugliaNpoles: Las Luces en el espacio mediterrneo 57 Elvira ChiosiCarlos III: la Ilustracin entre Espaa y ultramar 73 Gabriel PaquetteLos jesuitas espaoles expulsos ante la disputa del Nuevo Mundo 93 Niccol GuastiLas trayectorias de la disputa del Nuevo Mundo 109 Maria Matilde Benzoni

    PARTE II. ECOS DE REVOLUCIONES

    El espacio revolucionario transatlntico: una comparacin historiogrca 137 Antonino De FrancescoDespus de 1776. Pensar la Revolucin 151 Susana GazmuriLa crisis del Antiguo Rgimen colonial. Las revueltas en la Amricaespaola en la segunda mitad del siglo 171 Federica MorelliEl sueo americano: los orgenes de un imperio naciente 195 Nicoletta Marini dArmenia

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    Santo Domingo en revoluciones (1789-1825) 211 Raphal Lahlou

    La Revolucin de Santo Domingo 225 David Geggus

    PARTE III. LIBERTAD Y CONSTITUCIN

    De Aboukir a Ayacucho o de las guerras revolucionarias a la Amricaindependiente. Imgenes y sensaciones 243 Claudio RolleDe Cdiz a la Amrica del Sur: el viaje de una ilusin constitucional 255

    Juan Luis Ossa Santa CruzAlgunas reflexiones sobre las Cortes de Cdiz y la contribucin delos delegados hispanoamericanos 279 Marta Lorente SarienaInfluencias del constitucionalismo ingls en el Mediterrneo 299 Diletta DAndreaLeandro Miranda al servicio de la Repblica de Colombia: aventurasperiodsticas y diplomticas 313 Daniel Gutirrez ArdilaLa guerra civil borbnica. Crisis de legitimidad y proyectos nacionalesentre Npoles y el mundo iberoamericano 341 Carmine Pinto

    PARTE IV. HACIA NUEVAS NACIONES

    Repblica y Federalismo en Amrica del Sur, entre la Monarquahispnica y las revoluciones de Independencia 363 Gabriel Entin

    Dictaduras temporales, bonapartismos y caudillismos 393 Ral O. FradkinLatinoamericanos en Europa 421 Rosa Maria Delli QuadriLondres, capital del exilio mediterrneo. Un estudio comparado entrela comunidad espaola y la italiana (1823-1833) 437 Viviana MelloneBuenos Aires, capital independiente 457 Valerio Giannattasio

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    9NDICE

    Los desafos de la justicia republicana. Profesionalizacin e independenciade la judicatura en Chile y Per durante el siglo 477

    Pauline Biloty Pablo WhippleLa larga transicin de la esclavitud a la abolicin 501 Luigi Guarnieri Cal CarducciInsercin y dinmicas del sistema hispanoamericano en el circuitodel comercio atlntico 519 Amedeo Lepore

    Referencias 545

    ndice onomstico 631

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    Ral O. Fradkin*

    El tema que se me ha propuesto remite a cuestiones que han preocupado reitera-damente a la historiografa americanista: identicar las races histricas del mili-tarismo y del pretorianismo y comprender las razones de la repetida presencia deliderazgos polticos identicados como caudillistas. Desde nuestro punto de vista,ambas se pueden reexaminar hoy a partir de las evidencias aportadas por los es-

    tudios desarrollados desde la dcada del ochenta, que han replanteado los modosde enfocar las transiciones hispanoamericanas del orden colonial al republicanoen Hispanoamrica.

    Estas cuestiones preocuparon tambin a los ensayistas del siglo , quienesgestaron una tradicin interpretativa que dej su impronta en la historiografa.As, por ejemplo, los primeros estudios sobre el ejrcito de la Nueva Espaa yel fuero militar postularon que los orgenes del pretorianismo latinoamericanopodan hallarse en el reformismo borbnico, retomando una hiptesis que habasido formulada por los primeros historiadores mexicanos en el siglo ;1sin em-bargo, el anlisis preciso de las formaciones armadas coloniales recin estaba en

    sus comienzos. Del mismo modo, la interpretacin que situaba su origen en la

    *Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires-Conicet y Universidad Nacional de Lujn (Ar-gentina).

    1 McAlister apunt que los privilegios otorgados al Ejrcito de la Nueva Espaa fueron probablemen-te el factor ms importante que influy para que se creara la tradicin pretoriana en Mxico, al punto quefue ese mismo ejrcito el que consum la independencia y tras la fachada de republicanismo se convirtien el amo del Mxico independiente. Lyle McAlister, El fuero militar en la Nueva Espaa, 1764-1800.Mxico: UNAM, 1982, p. 34 [1 ed. en ingls, 1957]. Christon Archer, El ejrcito en el Mxico borbnico,1760-1810. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1983, p. 9. [1 ed. en ingls, 1977].

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    era revolucionaria ya estaba consagrada antes de que se acometiera el anlisis sis-temtico de las fuerzas beligerantes en las llamadas guerras de independencia o las

    que sustentaron a los famosos caudillos. Ambas interpretaciones, por otra parte,fueron formuladas antes de la renovacin de los estudios sobre el primer consti-tucionalismo hispanoamericano, las nuevas prcticas electorales, los procesos deconstruccin de la ciudadana, las estructuras sociales agrarias o el protagonismopoltico de las clases populares.

    L

    amaa pretensin afronta un cmulo de dicultades, entre las que no puede de-

    jar de sealarse la tentacin de usar algunos conceptos que aplicados a contextostan diferentes pierden su potencialidad heurstica. Dictadura, bonapartismo ycaudillismo, antes que conceptos en sentido estricto, son nociones laxas que hanresultado ms ecaces para calicar fenmenos que para describirlos con preci-sin o dar cuenta de sus especicidades. Aun as, estn tan integradas a nuestrovocabulario que resulta ilusorio tanto aspirar a su erradicacin como pretenderasignarles una denicin unvoca. Pero es necesario reconocer que esa imprecisinderiva en buena medida de una tradicin literaria que desde sus mismos orgenestuvo a dictadores, jefes militares y caudillos como tpicos centrales.2

    Dictadura es un trmino de reminiscencia clsica profusamente empleadopor los actores de la era revolucionaria para designar formas de ejercicio de laautoridad postuladas como legales y legtimas, y que fue retomado y reformuladopor los liberalismos decimonnicos para fundamentar la legitimidad del estadode excepcin. Sin embargo, en el siglo el trmino se emple para calicar si-tuaciones histricas tan diversas y dismiles que termin por perder toda precisinconceptual.3A su vez, el neologismo bonapartismo posee tanto una formidablecapacidad evocativa como imprecisiones descriptivas y analticas, y se emplecomo herramienta conceptual para analizar algunos regmenes polticos nacional-populares del siglo , aunque los usos que le dio Marx en las contadas ocasiones

    2 ulio Halperin Donghi, En el trasfondo de la novela de dictadores: la dictadura hispanoamericanacomo problema histrico, El espejo de la historia. Problemas argentinos y perspectivas latinoamericanas. Bue-nos Aires: Sudamericana, 1987, pp. 15-39; ngel Rama, Los dictadores latinoamericanos. Mxico: Fondo deCultura Econmica, 1976.

    3 La necesidad de contar con una denicin ms restringida para el estudio del siglo latinoameri-cano fue claramente planteada por Rouqui en su crtica a las explicaciones esencialistas de los militarismoslatinoamericanos, a las explicaciones histricas que los derivaban de las guerras civiles decimonnicas o aaquellas que los conceban como un producto inherente del subdesarrollo. Ver Alain Rouqui, El Estadomilitar en Amrica Latina. Buenos Aires: Emec, 1984 [1 ed. en francs, 1982].

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    en que se ocup de Amrica Latina tornaron muy difcil su empleo para los estu-dios del siglo , especialmente para la historiografa de izquierda.4

    Pero ms ambiguo y polismico aun es el trmino caudillismo, utilizado tantopara denir un periodo de la historia latinoamericana decimonnica como untipo de liderazgo poltico, independientemente de su contexto histrico.5Conello, lo que el trmino ganaba en ecacia evocadora lo perda en precisin con-ceptual, dado que la voz caudillo fue perdiendo en el siglo el sentido quetena anteriormente, para adquirir el descalicador con que luego se forj la ca-tegora caudillismo.6Sin embargo, tard en convertirse en un trmino de usogeneralizado, y para principios del siglo cada tradicin nacional tena sus vo-cablos preferidos: de este modo, si en el ensayismo rioplatense ya primaba cau-dillismo, la tradicin peruana prefera caudillaje y caciquismo7 lo haca en

    la espaola o mexicanista, aunque en el Per tambin se usaba abundantementegamonalismo.8Algunos lcidos historiadores ya reconocan entonces estas di-cultades: as, Basadre sostuvo en un captulo titulado Los caudillos militaresque el hecho poltico fundamental que coincide con el predominio de la clasemilitar en los primeros aos de la Repblica es el caudillaje, y subrayaba que eraun fenmeno general en Amrica Latina con las excepciones de Chile y Brasil;tambin adverta que su uso americano designaba al que ejerce el poder de unamanera arbitraria y a su capricho, pero aclaraba que lo empleaba a falta de otra

    4 Jos Aric, El Bolvar de Marx,Marx y Amrica Latina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Econ-

    mica, 2010, pp. 157-182.5 Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Caudillismo, Diccionario de poltica.

    Buenos Aires: Siglo XXI, 1988, tomo I, pp. 203-208.6 El trmino caudillo ya apareca en diccionarios de lengua castellana hacia 1729 para referirse al

    que gua, manda y rige la gente de guerra, siendo su cabeza, y que como tal todos le obedecen. RealAcademia Espaola, Diccionario de la Lengua Castellana. Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro, 1729,tomo 2, p. 235. Caudillismo, en cambio, aparece en 1956 y designaba el sistema de caudillaje: Real

    Academia Espaola, Diccionario de la Lengua Espaola. Madrid: Espasa-Calpe, 1956, p. 284. Caudillaje,por su parte, se incorpora en 1914 y dene El mando o gobierno de un caudillo: Real Academia Espa-ola, Diccionario de la Lengua Castellana. Madrid: Imprenta de los sucesores de Hernando, 1914, p. 218.

    7 Hacia 1884 a la palabra caciquismo se le asignaba el signicado de designar la Excesiva influenciade los caciques en los pueblos: Real Academia Espaola, Diccionario de la Lengua Castellana. Madrid:Imprenta de G. Hernando, 1884, p. 183. Por cierto, cacique y cacicazgo eran voces incluidas desdecomienzos del siglo para designar no solo a seores, dignidades y territorios de pueblos de indios, sinoque por extensin tambin designaba a los principales de un pueblo que tenan excesiva influencia en sugobierno y, en particular, al primero de un Pueblo o Repblica que tiene ms mando y poder y quiere porsu soberbia hacerse temer y obedecer de todos los inferiores. Real Academia Espaola, Diccionario de laLengua Castellana. Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro, 1729, p. 38.

    8 Los diccionarios castellanos lo denen como sinnimo de caciquismo para la Amrica Central y delSur desde los aos 1950, pero anlisis ms especcos lo consideran un fenmeno histrico concreto ema-nado del rgimen de gran propiedad andina y no idntico a caciquismo: Real Academia Espaola, Diccio-nario de la Lengua Castellana. Madrid: Espasa-Calpe, 1956, p. 653; Andrs Guerrero, Gamonalismo, enGrupo de rabajo de Desarrollo Cultural, Trminos latinoamericanos para el Diccionario de Ciencias Sociales.Buenos Aires: CLACSO-ILDIS, 1976, pp. 65-66.

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    expresin.9En consecuencia, no es mucho lo que ha cambiado la situacin, aun-que algunos estudios han observado que en determinados contextos nacionales,

    como en Mxico, el uso del trmino caudillo no tuvo las mismas connotacionesnegativas y descalicadoras.10

    Esa diversidad de vocabularios debe haber expresado de alguna manera la desituaciones y experiencias que se resisten a subsumirse dentro de una etiquetadespojada de historicidad. Aun as, se fue amasando una interpretacin plagada deambigedades, imprecisiones o usos contradictorios y consagrada por las cienciassociales latinoamericanas: para los aos setenta, caudillo y cacique era aquelque posee ciertas calidades personales que permiten explicar su poder carismticoo autoritario; el caudillismo, por tanto, era un sistema poltico, social y hastacultural que supona un agrupamiento alrededor de la persona de un caudillo,

    sostenido en una cultura de relaciones personales recprocas y asimtricas que semaniesta en el mundo de las relaciones polticas, y que se postul como tpicode sociedades rurales o de pequeas comunidades en la medida que expresabauna forma de poltica tradicional.11Una denicin de este tipo no poda sinoaludir a una anomala, aquella que haba sido tpica de la crtica liberal y socialistacuando haca referencia a la poltica criolla, espuria, personalista y carente detodo programa o proyecto. De este modo, para los aos setenta se tornaba extre-madamente aceptada una denicin de caudillismo que se convirti en cannicay que lo entenda como un sistema social sustentado en las relaciones clientelarestramadas entre un lder local de reas rurales y sus seguidores.12No extraa queas haya sido: para entonces, la categora clientelismo irrumpa en las cienciassociales y se converta en un concepto clave de los estudios de las sociedades agra-rias mediterrneas y latinoamericanas.13

    Conceptos parcialmente emparentados conformaron as una suerte de familiaconceptual que otorg a los historiadores un instrumental ambiguo e imprecisodotado de fuertes cargas valorativas e intensa capacidad evocadora. En tales condi-ciones, la cuestin pareca invitar a la prudencia, alertar acerca de los peligros del

    9 Jorge Basadre, La iniciacin de la Repblica. Lima: Fondo Editorial de la UNMSM, 2002, tomo 1,p. 133 [1 ed., 1929].

    10 Enrique Krauze, Siglo de caudillos. Biografa poltica de Mxico (1810-1910). Mxico: usquets,2002, pp. 7-10.

    11 Carlos Rama, Caudillo (Caudillismo. Caudillaje), en Grupo de rabajo de Desarrollo Cultural,Trminos latinoamericanos para el Diccionario de Ciencias Sociales. Buenos Aires: CLACSO-ILDIS, 1976,pp. 29-30.

    12 Eric Wolf y Edward Hansen, Caudillo Politics: A Structural Analysis, Comparative Studies inSociety and History, vol. 9, 1966-1967, pp. 168-179.

    13 Ernest Gellner, Patronos y clientes, Patronos y clientes en las sociedades mediterrneas. Gijn: Jcar,1986, pp. 9-16; Franois-Xavier Guerra,Mxico: del Antiguo Rgimen a la Revolucin. Mxico: Fondo deCultura Econmica, 1988; Clment Tibaud, Clientles et rupture rvolutionnaire: le Venezuela et sescaudillos (1810-1826), Hypothses, 1, 1998, pp. 153-163.

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    anacronismo y a adoptar un punto de partida menos ambicioso pero ms apegadoa las realidades de las sociedades en trnsito del orden colonial al republicano.

    Ellas ya haban demostrado enorme capacidad para enfrentar o esterilizar la ins-tauracin de formas centralistas y autoritarias de gobierno. Y en la crisis revolucio-naria, sus elencos dirigentes regionales sufran al mismo tiempo desgarramientosinternos y los desafos del protagonismo poltico de las clases populares, al que de-ban contener o canalizar si no queran que la crisis derivara en una situacin quedenan apelando al vocabulario clsico como la guerra social. As, las revueltaspopulares que sacudieron a la Pennsula y el inolvidable recuerdo de las rebelionesde Hait y los Andes acechaban a las dirigencias revolucionarias compelidas a ima-ginar proyectos de orden. Si se nos permite parafrasear a Marx y Engels, ese era elfantasma que recorra a la Hispanoamrica en revolucin.

    S: B, S M

    Si estamos en lo cierto, los enfoques que terminaron primando en la historiografaretomaron en gran parte los modos de entender estos fenmenos esbozados porla literatura y el ensayo decimonnico, convirtindose no pocas veces en sus ver-siones eruditas. Pero resulta imposible tratar aqu esa densa trama interpretativaque el pensamiento del siglo leg a la historiografa contempornea. Alcanzacon tomar un ejemplo, por dems representativo e influyente: como es sabido,el sanjuanino Domingo F. Sarmiento traz en su famoso Facundoun cuadro delcaudillismo argentino, titulando sus captulos ix a xii La guerra social. En ellosintent diseccionar las razones profundas que podan explicar un rgimen comoel de Juan Manuel de Rosas, al que consideraba despojado de cualquier semejanzacon el napolenico o con una dictadura romana; era el despotismo.

    En 1847 pronunciaba su discurso de recepcin en el Instituto Histrico deFrancia y elega presentar un contrapunto entre Bolvar y San Martn. Su texto es-taba estructurado en torno a dos comparaciones que hoy forman parte del sentidocomn historiogrco. En primer lugar, entre Mxico y Amrica del Sur, sealan-

    do que mientras aquella revolucin era indgenaen su esencia, en las sudame-ricanas el movimiento segua un camino inverso. La Revolucin descenda de laparte inteligente de la sociedad a las masas; de los espaoles de origen a los ame-ricanos de raza. Sin embargo, no ofreca una visin uniforme de las revolucionessudamericanas, sino que apuntaba a subrayar su contrastante decurso: la historiade Venezuela se liga en todos sus actos polticos a la persona del Libertador, queasume desde este momento la dictadura, la cual segn su signicado romano, ex-presaba ya que la salvacin de la Repblica dependa de un solo hombre; de estemodo, convertido el Libertador en ttulo y el Dictador permanente se produca

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    una completa personicacin del poder. Lo sucedido en Buenos Aires habrasido completamente diferente:

    No hay un Bolvar que absorba y represente la revolucin: hay Congresos,Directorios, Representantes del Pueblo, generales que mandan ejrcitos inde-pendientes, tribunos, demagogos, revueltas populares que derrocan el gobier-no; todas las fases que el poder toma en las revoluciones, menos la Dictadura,que nunca fue proclamada.

    De este contraste derivaban las diferencias que ofrecan sus encarnaciones,tanto San Martn y Bolvar como sus respectivos ejrcitos: as, mientras SanMartn haba introducido en el suyo las prcticas, rgimen y jerarqua de los ejr-

    citos de Europa, el de Bolvar estaba montado bajo otro pie y era, ms que elgeneral en jefe, el soberano absoluto, su modelo constitucional una traduccinde la segunda edicin del Consulado de Bonaparte y su dictadura era necesariapara dar unidad a la resistencia. Sarmiento busc las razones del fracaso de Bol-var y las encontr en lo ms profundo de las sociedades integradas a la Monarquahispana: La Espaa es evidentemente local; ah est su fuerza; ah el origen detodos sus males; por tanto, ni siquiera el bonapartismo de Bolvar haba podidosuperar este obstculo. Buenos Aires, que haba sido durante toda la poca de laguerra de la independencia la repblica por excelencia, termin cayendo bajoel despotismo ms violento y ms largo que ha experimentado pueblo algunomoderno. Por eso, conclua subrayando el contraste entre los dos movimientos:el de Caracas despus de haberse personicado en Bolvar durante la guerra de laIndependencia, asume su carcter republicano democrtico cuando llega el mo-mento de constituirse; en cambio, en Buenos Aires las resistencias retrgradashallaron un representante en quien personicarse. As la dictadura aparece a laltima pgina de la historia de Buenos Aires, y lo que en Caracas fue un mediotil, vino en la otra a ser triste n.14

    Interpretaciones de este tipo dejaron una marca indeleble en las tradicioneshistoriogrcas.15Por razones de espacio no podemos considerarlo, pero un some-

    ro examen de la contribucin de John Lynch puede ser til tanto por su magnitude influencia como porque permite leer la condensacin de esas tradiciones.16Por

    14 Domingo F. Sarmiento, Discurso presentado para su recepcin en el Instituto Istrico de Francia.Valparaso: Imprenta Europea, 1848.

    15 Ver Noem Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a unviejo problema. Buenos Aires: Eudeba, 1998.

    16 John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826. Barcelona: Ariel, 1980, y Caudillos enHispanoamrica, 1800-1850. Madrid: Mapfre, 1993.

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    cierto, no se le escapaban algunos de sus peligros, especialmente que una interpre-tacin demasiado estructural derivara en una visin esttica que impidiera apre-

    ciar sus diferentes fases. Sin embargo, su argumento contena una asociacin tanestrecha entre caudillismo y clientelismo y retomaba tan enfticamente a la anar-qua como precondicin necesaria, que convertira el postulado de la existenciade un vaco institucional en la clave explicativa de su emergencia y preemi-nencia. Lgicamente, una postura de este tipo necesitaba apoyarse en una visindicotmica entre fuerzas nacionales y locales, que a su vez se expresaban en for-maciones armadas tambin opuestas, unas regulares y otras irregulares. Y tambinnecesariamente retom aquella tradicin para establecer una relacin simbiticaentre caudillismo y bandolerismo a la hora de explicar los apoyos populares.

    Una operacin interpretativa de este tipo retomaba tanto las narrativas del

    siglo como los discursos polticos esgrimidos para impugnar y denostar a loscaudillos. En este sentido, Lynch, como Sarmiento, hizo suya las visiones quelos lderes polticos rioplatenses de la dcada de 1810 tenan de sus oponentescalicados de caudillos y anarquistas y sus seguidores armados como salteado-res y facinerosos. No extraa, por tanto, que al igual que Sarmiento, la visin deLynch de la experiencia bolivariana fuera ms laudatoria: en el norte de Sudam-rica se habran desarrollado contradictoriamente tanto el constitucionalismo deBolvar como el caudillismo regional, y ambos habran sido la expresin de dostipos de fuerzas aliadas pero rivales, las regulares y las guerrillas rurales. Consti-tucionalismo y caudillismo, por tanto, habran sido fenmenos contradictorios.Sintetizando al extremo su argumento, puede decirse que los caudillos eran jefesregionales que obtenan su poder del control de recursos locales, especialmentede sus haciendas. As, habran formado bandas de patrones y clientes unidas porlazos de patronazgo y clientelismo, cuya matriz estara situada en el seno de lagran propiedad rural, y cuando el dominio de un caudillo adquira dimensionesnacionales no era sino una reproduccin ampliada del mismo tipo de poder omn-modo, personal y no institucional. Su origen estaba en los mrgenes de la sociedadcolonial y su encaramamiento era

    un producto de las guerras de independencia en una poca en que el estadocolonial estaba trastocado, las instituciones estaban destruidas y los grupossociales competan por llenar el vaco que se haba creado.

    En tales condiciones, sus seguidores podan apuntarse a una causa poltica uotra indistintamente y en ellos la delincuencia fue as ms intensa que la ideo-loga. Desde esta perspectiva, la conclusin resultaba lgica: Bolvar nunca fueun caudillo. Siempre trat de institucionalizar la revolucin y de llevarla a unaconclusin poltica; por lo tanto, su dictadura no era caudillismo. Era menos

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    personal y ms institucional.17Pero llegado a este punto el argumento de Lynchse apartaba de Sarmiento y retomaba una armacin que a principios del siglo

    haba postulado Valenilla Lanz: ningn proyecto de construccin estatal podaprescindir de los caudillos, pues ellos habran jugado una funcin de garantes delorden social: eran gendarmes necesarios.18

    E

    Cuando Sarmiento asemejaba la gura de Bolvar a Napolen I, lejos estaba deimpugnarlo o descalicarlo; por el contrario, tambin haba ponderado la gurade San Martn subrayando que fue quien introdujo en los ejrcitos rioplatenses

    las concepciones y la disciplina de los ejrcitos napolenicos o asemejando sucampaa de los Andes con una conquista en regla como la de Italia por Napo-len. Podra decirse que, a ojos de Sarmiento, el bonapartismo americano era unaalternativa frente a la anarqua y el caudillismo, siguiendo casi al pie de la letra lafundamentacin que haba hecho Bolvar de la Constitucin boliviana en 1826.En cambio, cuando Marx aluda al bonapartismo de Bolvar haca referencia aNapolen III y lo pensaba como un verdadero Soulouque, el presidente vitalicioy emperador que gobern Hait entre 1848 y 1859 y, por tanto, como una formaburda de dictador bonapartista.19

    Esta mera constatacin advierte que poco se gana con emplear la categora sinprecisar las asignaciones de sentido. Por cierto, hay aspectos de la experiencia bo-livariana que podran apoyar esta interpretacin, como la magnitud de las fuerzasque lleg a comandar, su modernizacin, la apelacin de la dictadura temporalpara legitimar la concentracin de la autoridad o el intento de formar una hete-rognea aglomeracin de unidades polticas en torno a su gura. Pero se trata deuna asimilacin problemtica, pues el mismo Bolvar neg haberse inspirado enese modelo y no se apart nunca de sus matrices liberales: su modelo era el deuna dictadura temporal, ms clsica y republicana que bonapartista e imperial, yexpresaba un cesarismo liberal capaz de mantener la concordia social y servir de

    17 Para esta apretada sntesis nos hemos basado en John Lynch, Bolvar y los caudillos,Amrica Lati-na, entre colonia y nacin. Barcelona: Crtica, 2001, pp. 247-290 [1 ed. en ingls, 1983].

    18 John Lynch, El gendarme necesario: el caudillo como agente del orden social 1810-1850,Revista de la Universidad Nacional, 2(8-9), 1986, pp. 18-30. Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo de-mocrtico. Estudios sobre las bases sociolgicas de la constitucin de Venezuela. Caracas: Monte vila, 1990[1 ed., 1919].

    19 Karl Marx, Bolvar y Ponte, en Jos Arico, op. cit., pp. 229-249, y Karl Marx y Friederich Engels,Materiales para la historia de Amrica Latina. Crdoba: Cuadernos de Pasado y Presente, 30, 1972, p. 94.

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    401DICTADURAS TEMPORALES, BONAPARTISMOS Y CAUDILLISMOS

    puente entre el Antiguo Rgimen y la revolucin.20Sin embargo, las prcticas ysus consecuencias no ayudaron a solidicar ese derrotero y si bien los ejrcitos bo-

    livarianos incluyeron contingentes napolenicos, la guerra a muerte se convirtien una guerra de razas y la movilizacin armada de amplios sectores socialescongur liderazgos polticos y una extensin de la ciudadana que convirti a loshombres de armas en referentes identitarios, con lo que se torn extremadamentecontradictoria la concepcin de la ciudadana armada con la consolidacin de unrgimen representativo.21

    La singularidad de la experiencia bolivariana no implica que sus dilemas ydesafos fueran exclusivos. Por el contrario, si trasladamos nuestra atencin a larevolucin rioplatense podr advertirse que una posibilidad de este tipo era facti-ble. As lo muestran, por ejemplo, las impresiones de Henry Brackenridge, secre-

    tario de la misin diplomtica que en 1817 envi a Amrica del Sur el gobiernode James Monroe: publicadas en 1820, esas impresiones son un acercamiento alas ideas que imperaban entre los dirigentes revolucionarios porteos, a quienesconsideraba persuadidos de que las manos del ejecutivo deben ser fortalecidas, yabusar del poder, y que sin esto estaran a merced de nuevos tumultos. De estemodo, la dictadura temporal era una opcin vlida y su necesidad responda a lastendencias tumultuarias que haban signado la revolucin portea y al activismoa los sectores plebeyos.22Sentira mucho ver surgir entre ellos un Napolen,confesaba Brackenridge, pero cmo evitarlo?:

    La mejor manera de evitar este peligro es establecer una constitucin enrgi-ca, pero que reconozca los principios guiadores de la libertad. La tendencia ala anarqua equivale a formar un pueblo para el despotismo.23

    Nada nuevo como diagnstico, pero s muy anterior a que fuera formuladocomo interpretacin retrospectiva.

    Este diagnstico reflejaba las conclusiones del elenco gobernante: el 25 deagosto de 1816, a poco de proclamar la independencia de las Provincias Unidas

    20 Clment Tibaud, En busca de un punto jo para la repblica. El cesarismo liberal (Venezuela-Colombia, 1810-1830), Revista de Indias, LXII(224), 2002, pp. 463-492.

    21 Clment Tibaud, La ley y la sangre. La guerra de razas y la constitucin en la Amrica bolivaria-na,Almanak braziliense, 12, 2011, pp. 5-23; Veronique Hbrard, Patricio o soldado: qu uniforme parael ciudadano? El hombre en armas en la construccin de la nacin (Venezuela, 1 mitad del siglo XIX),Revista de Indias, LXII(255), 2002, pp. 429-462.

    22 Ral O. Fradkin, Cultura poltica y accin colectiva en Buenos Aires (1806-1829): un ejerciciode exploracin, en Ral O. Fradkin (ed.),Y el pueblo dnde est? Contribuciones para una historia popularde la revolucin de independencia en el Ro de la Plata. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2008, pp. 27-66.

    23 Henry Marie Brackenridge,Artigas y Carrera. Viaje a Amrica del Sur por orden del gobierno america-no en los aos 1817 y 1818. Buenos Aires: Imprenta de la Universidad, 1924, pp. 206-209.

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    en Sudamrica, el gobierno anunciaba que haba llegado el Fin la revolucin,principio al orden, era el momento de la obediencia y respeto la autoridad

    soberana de las provincias y pueblos representados en el Congreso y sus de-terminaciones y, en consecuencia, aquellos que promovieren la insurreccin oatentasen contra la autoridad constituidas sern reputados enemigos del Estado,perturbadores del orden y la tranquilidad pblica y castigados con todo el rigor delas penas hasta la de muerte y expatriacin. Para que no quedaran dudas, el de-creto estableca que quedaba libre y expedito el derecho de peticin no clamorosani tumultuaria las autoridades y al Congreso por medio de sus representantes.24Dicho en otros trminos, un poder fuerte y centralizado requera una notablerestriccin del ejercicio del antiguo derecho de peticin y una erradicacin deuna prctica poltica que se haba tornado extremadamente generalizada: el pro-

    nunciamiento a nombre de la voluntad general. Lejos estaba de ser un exclusivodilema rioplatense: como ha sealado Piqueras, los ociales americanos del ejr-cito espaol que haban combatido a los franceses y fueron testigos de la revueltapopular y de la descomposicin del Estado, si bien aspiraron a trasladar el espritude la revolucin espaola, buscaron hacerlo tratando de controlar el proceso eimpidiendo hasta donde les fuera posible el protagonismo poltico popular, tanamenazante como necesario.25

    Ese gobierno era ejercido por una lite militar de heterogneo origen surgidadel mismo proceso revolucionario y que se haba autonomizado del resto de laslites dominantes hasta convertir a sus ejrcitos casi en su nica base de susten-tacin.26As, el Directorio que gobern las Provincias Unidas del Ro de la Plataentre 1814 y 1820, ostentaba atributos cuasibonapartistas, dadas las orientacionescon que busc implementar sus ejrcitos, el estilo militar que intent consolidarpara el gobierno de territorios y poblaciones subordinadas o su marcada orienta-cin centralista y autoritaria. Sin embargo, nunca adquiri forma plebiscitaria ydifcilmente poda hacerlo, dadas las enormes dicultades que tuvo para concitarapoyos populares. Ms bien, puede verse como un rgimen neoborbnico tantopor su pertinaz e infructuoso intento de mantener el rgimen de Intendenciascomo por las normas y prcticas que adopt para estructurar las formaciones mili-

    cianas.27

    De esta manera, retom la concepcin borbnica de fusionar el gobierno

    24 Junta de Historia y Numismtica Americana, Gaceta de Buenos Aires (1820-1821). Reimpresin facsi-milar. Buenos Aires: Compaa Sudamericana de Billetes, 1912, tomo IV, aos 1814 a 1816, pp. 601-602.

    25 Jos A. Piqueras, Revolucin en ambos hemisferios: comn, diversa(s), confrontada(s), HistoriaMexicana, LVIII(1), 2008, pp. 31-98.

    26 El mejor anlisis al respecto sigue siendo ulio Halperin Donghi, Revolucin y guerra. Formacin deuna lite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo XXI, 1972.

    27 Ral O. Fradkin, radiciones militares coloniales. El Ro de la Plata antes de la revolucin, enFlavio Heinz (comp.), Experincias nacionais, temas transversais: subsdios para uma histria comparada da

    Amrica Latina. So Leopoldo: Oikos, 2009, pp. 74-126.

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    403DICTADURAS TEMPORALES, BONAPARTISMOS Y CAUDILLISMOS

    poltico y militar de los territorios, y afront dilemas y limitaciones semejantes.Como aquel, no pudo evitar la delegacin de atribuciones hacia autoridades lo-

    cales y esa dinmica cre condiciones propicias para la emergencia de liderazgoscaudillistas.28De este modo, el caudillismo no se sustent tanto en formacionesirregulares como en estructuras milicianas, y no era un fenmeno anmalo y aje-no al orden revolucionario en construccin, sino parte de l.

    Por supuesto, entre autoridades superiores y autoridades locales y entre ocia-les veteranos y jefes milicianos se entablaron relaciones muy conflictivas, comoya haba sucedido en el siglo . Bien lo advirti uno de esos miembros dela lite poltica revolucionaria devenido en ocial veterano, Manuel Belgrano,cuando hacia 1817 sostena que los anarquistas han conseguido cimentar la ideade que no hay necesidad de Ejrcito para destruir a los enemigos.29Una guerra

    sin ejrcito era una guerra de milicias y es en ese marco que se entiende mejor laemergencia del caudillismo regional.

    Las principales oposiciones que concit el rgimen directorial lo demuestranfehacientemente. Artigas fue convertido por la propaganda ocial en el arquetipopor excelencia del caudillo brbaro, anarquista y sustentado en fuerzas irregularescompuestas de bandidos y salteadores que practicaban una guerra de montoneras,brbara e irregular. El trmino era un americanismo que comenz a emplearseen la dcada de 1810 en el litoral rioplatense y que rpidamente se difundi porbuena parte de Amrica del Sur hasta adquirir tal centralidad en los lenguajespolticos decimonnicos que qued asociado simbiticamente con los caudillosy el bandolerismo.30Importa subrayarlo puesto que estos tpicos se convirtieronluego en parte del sentido comn historiogrco.

    Como haba sucedido en la Pennsula y se replicaba en varias regiones hispa-noamericanas, los proyectos revolucionarios centralistas afrontaban la amenazade que confluyeran las aspiraciones federalistas de los pueblos con el crecienteactivismo poltico popular. Como seala Portillo Valds, esa doble amenaza hizoposible imaginar una salvacin de la Monarqua mediante la transformacin deuna revolucin de las provincias en una revolucin de la nacin. En este sen-tido, la experiencia poltica que iba a liderar Artigas puede considerarse como la

    ms radical versin de la retroversin de la soberana a los pueblos y enarbolar un

    28 ulio Halperin Donghi, El surgimiento de los caudillos en el marco de la sociedad rioplatensepostrevolucionaria,Estudios de Historia Social, 1(1), 1965, pp. 121-149 y Militarizacin revolucionaria enBuenos Aires, 1806-1815, en ulio Halperin Donghi (comp.), El ocaso del orden colonial en Hispanoam-rica. Buenos Aires: Sudamericana, 1978, pp. 121-157.

    29 Manuel Belgrano a Jos de San Martn, ucumn, 26 de setiembre de 1817, Epistolario belgra-niano. Buenos Aires: aurus, 2001, pp. 336-337.

    30 Hemos realizado un anlisis detallado al respecto en Ral O. Fradkin, La historia de una montonera.Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826. Buenos Aires: Siglo XXI, 2006.

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    discurso poltico en el cual la provincia no solo era la depositaria de la soberana,sino que ella misma era el producto de la unin de los Pueblos libres.31

    As, la Provincia Oriental era una creacin del proceso revolucionario, y siArtigas legitimaba su liderazgo como Jefe de los Orientales en el voto sagradode la voluntad general, al mismo tiempo ganaba adhesiones dentro y fuera de esanueva entidad poltica enarbolando la defensa de la soberana particular de lospueblos. Ello tena inmediatas consecuencias sobre los modos de organizar lasfuerzas beligerantes y, por tanto, en toda la arquitectura institucional. No casual-mente, en las instrucciones que constituyeron el mandato imperativo que portabanlos diputados de la neonata Provincia Oriental a la Asamblea General Constitu-yente se estableca

    Que esta provincia tiene derecho para levantar los regimientos que necesite,nombrar los ociales de compaa, reglar la milicia de ella para la seguridadde su libertad, por lo que no podr violarse el derecho de los pueblos paraguardar y tener armas.

    Ms aun, ellas apuntaban a sentar un claro principio poltico: El despotismomilitar ser precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren in-violable la soberana de los pueblos. De este modo, en un borrador de Consti-tucin se prescriba que el gobierno de esta provincia nunca ejercer los podereslegislativo o judicial, o uno u otro de los dos () a n de que sea un gobierno deleyes, y no de tiranos.32

    Puede advertirse entonces, que mientras la dirigencia directorial enunciaba undiscurso orientado a legitimar la centralizacin y la instauracin de una dictaduratemporal basada en el poder militar, la oposicin federal gestaba uno anticentrali-zador y opuesto a la instauracin de una dictadura y al despotismo militar, recla-mando el derecho de los pueblos a contar con sus fuerzas y elegir quines debancomandarlas. En ese sentido, debe tenerse en cuenta que en torno al liderazgo deArtigas se forj una heterognea e inestable coalicin en la que confluan sectorespropietarios rurales, campesinos, peones, esclavos, indios reducidos y tambin

    grupos de indios ineles no sometidos al orden colonial. De este modo, el ala

    31 Ver, por ejemplo, Jos Portillo Valds, Crisis atlntica. Autonoma e independencia en la crisis de lamonarqua hispana. Madrid: Marcial Pons, 2006, pp. 101 y 122-123. Para un anlisis ms actualizado, ver

    Ana Frega, Pueblos y soberana en la revolucin artiguista. La regin de Santo Domingo Soriano desde fines dela colonia a la ocupacin portuguesa. Montevideo: Banda Oriental, 2007.

    32 Oracin inaugural del Congreso de abril desarrollada por el ciudadano Artigas, Delante de Mon-tevideo, 4 de abril de 1813, Instrucciones que se dieron a los diputados de la Provincia Oriental para eldesempeo de su misin ante la asamblea constituyente de Buenos Aires, Delante de Montevideo, 13 deabril de 1813 y exto annimo, 1813, en Jos Gervasio Artigas, Obra selecta. Caracas: Biblioteca Ayacu-cho, 2000, pp. 22-25, 28-30 y 33-37, respectivamente.

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    ms revolucionaria de la revolucin rioplatense contaba con una vertiente aunms radical sustentada en los grupos indgenas movilizados que contaban con sus

    propios liderazgos y que amenazaron con desatar una autntica guerra social. Esaconvergencia se sustentaba no solo en la oposicin de las provincias al centralismodirectorial, sino tambin en la lucha entablada por el gobierno de los pueblos ru-rales, que se estaba desplazando del poder local a los grupos vecinales y expresabala aspiracin hacia su autogobierno, que se canalizaba mediante la eleccin de suspropios comandantes militares. Las cuestiones polticas y militares eran insepara-bles y no es casual que la formacin de la Provincia Oriental estuviera precedidapor la negativa de las milicias orientales de subordinarse al mando de los jefes delejrcito de Buenos Aires, invocando su derecho a elegir quien las comandara.

    De este modo, es posible releer la experiencia artiguista y alejarla completa-

    mente del estereotipo caudillista, aunque haya sido considerada arquetpica. Eseliderazgo no emergi del poder terrateniente ni tampoco en un contexto de vacoinstitucional. Por el contrario, fue una construccin poltica sustentada en prcti-cas e instituciones antiguas como los cabildos y las milicias, pero que tambinproduca nuevas formas institucionales, como la Provincia Oriental o la Ligade los Pueblos Libres. Cierto es que Artigas fue consagrado como Protectory pueden registrarse prcticas paternalistas, pero tambin lo es que se registranmuy escasas evidencias documentales de que sus partidarios se hayan identicadocomo artiguistas y que lo siguieran solo por lealtad y obediencia personal; porel contrario, su liderazgo se haba forjado a partir de su condicin de ocial delcuerpo de Blandengues de la Frontera, se basaba en su capacidad para concitar laadhesin de las milicias locales y fue construido apelando a la misma legitimidaddel gobierno revolucionario, y la relacin con sus seguidores estaba mediada yarticulada por una serie de instancias locales entre las que ocupaban un lugarprivilegiado los jefes milicianos y los caciques indgenas.33

    No hemos hallado ninguna evidencia de que Artigas se titulara caudillo.En cambio, Estanislao Lpez, uno de sus momentneos aliados y gobernador deSanta Fe entre 1818 y 1838, fue uno de los pocos que as lo hizo. Este prototipode caudillo, que habra de ser conocido como el Patriarca de la Federacin,

    adopt esta denominacin en uno de los primeros estatutos constitucionalesprovinciales en 1819. Ese estatuto fue dado a publicidad a travs de un mani-esto plagado de nociones liberales entremezcladas con otras tpicas del lenguajepoltico del Antiguo Rgimen: as, deca estar destinado a armar al hombreen el goce pleno de su libertad y al magistrado en su deber, sin aproximacinal despotismo y proclamaba que su propsito era formar una Repblica en el

    33 Ral O. Fradkin, La revolucin en los pueblos del litoral rioplatense, Estudios Ibero-Americanos,36(2), 2010, pp. 242-265.

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    corto seno de nuestro territorio, y que residiendo originalmente la soberanaen el pueblo, este expedir el rgano de su representacin. Como en otros casos,

    se jaba una difusa divisin de poderes, pues mientras mantena en vigenciaal cabildo, instauraba una Junta de Representantes para ejercer la soberana ydispona que la administracin de justicia continuar en lo sucesivo en el mis-mo orden que se ha guardado hasta el presente, aclarando que el gobernadorociara de instancia superior de apelacin y que se abola el uso de la tortura yse establecan garantas para la seguridad individual. Y, sin contradiccin alguna,estipulaba que

    Siendo uno de los actos ms esenciales de la libertad del hombre el nombra-miento de su caudillo, reunidos en el orden que expresa el artculo anterior,

    elegirn personalmente al que deba emplearse en el Gobierno, rmando actasubscripta por s mismos, u otros, no sabindolo hacer.34

    La trayectoria de Lpez, por cierto, contena atributos tpicos del caudillismo:haba hecho toda su carrera en el cuerpo de Blandengues de la Frontera y llegal poder a travs de un pronunciamiento realizado con el apoyo de las miliciasrurales, contingentes de lanceros provistos por las reducciones de indios de lafrontera chaquea y presentndose como paladn de la autonoma provincial. Sinembargo, su poder marcadamente personal nunca prescindi de sostenerse en unaarquitectura institucional que lo legitimara.35

    De este modo, si para la dirigencia directorial la dictadura era una opcinvlida para enfrentar las tendencias tumultuarias de los pueblos, ellos estaban de-cididos a enfrentar una nueva forma de tirana. Quizs un modo preciso de denirlos bandos en pugna sea apelar al vocabulario con que cada uno designaba a susoponentes: se tratara, entonces, de una confrontacin entre el anarquismo y eldespotismo militar.

    La tendencia hacia la dictadura de base militar se manifest claramente enChile. Como es sabido, la campaa de los Andes deriv en la instalacin deun Directorio constituido a imagen y semejanza del que imperaba en las Pro-

    vincias Unidas del Ro de la Plata y que llev al encumbramiento de BernardoOHiggins. La Constitucin provisoria de 1818 le encargaba al Supremo Direc-tor del Estado el ejercicio del Poder Ejecutivo, pero no poda dejar de aclarar queen lo sucesivo su eleccin se debera hacer a partir del libre consentimiento de

    34 Carlos Silva, El poder legislativo de la Nacin. Buenos Aires: Cmara de Diputados de la Nacin,1937, tomo 1, pp. 384-390.

    35 Jos C. Chiaramonte, Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden social en elsurgimiento de los estados autnomos del litoral argentino en la primer mitad del siglo , DesarrolloEconmico, 102, 1986, pp. 175-196.

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    las provincias y que no podra alterar el sistema de administracin de justicia.Mientras tanto, ese Director habra de compartir el gobierno con un Senado

    elegido por l mismo y se mantena en vigencia un rgimen de intendencias en elcual gobernadores, intendentes y tenientes eran considerados jueces ordinarios.De este modo, el gobierno de OHiggins se ha visto como un rme intento deinstituir una dictadura sostenida en una alianza entre la lite santiaguina y elnuevo ejrcito.

    Pero debi confrontarse con otras fuerzas. Por un lado, las que lideraba JosMiguel Carrera y que tendran activo protagonismo en la oposicin al rgimendirectorial rioplatense. Carrera tuvo un lugar peculiar dentro de esa heterogneaoposicin, pues funga tanto como jefe de tropas chilenas que operaban lejos de suterritorio como agitador y propagandista. As, en Montevideo public un peridi-

    co llamado El Hurn, desde el cual hizo una intensa campaa contra la tirana,no dudaba en identicar al elenco directorial con los jacobinos y denunciaba queno hay Congreso, no hay Directorio, no hay ribunales, no hay Leyes, sino queel poder resida en un detestable Club Aristcrata cuya fundacin atribua a SanMartn. Por eso, convocaba a hacer la guerra a los aristcratas, declarndonos eninsurreccin contra la tirana y calicaba la ominosa guerra contra Santa Fecomo una lucha de los dspotas contra los pueblos.36En trminos discursivosal menos, el caudillismo militarista de Carrera enfrentaba al Directorio riopla-tense y a su versin trasandina como una suerte de bonapartismo aristocrtico ytirnico.

    Algunos fundamentos hacen verosmil esta impugnacin. Carrera y sus segui-dores fueron completamente desplazados del nuevo orden que forjaba su base desustentacin en un nuevo ejrcito formado segn el modelo napolenico. Paraconsolidarse, apunt a instaurar una frrea disciplina social y, por tanto, tuvo quelidiar con las partidas guerrilleras que haban sostenido una guerra de montonerascontra las tropas de Lima, as como con las aspiraciones autonomistas de los pue-blos.37De este modo, el eje de oposicin provino de ellos y encontr liderazgos enociales liberales del ejrcito. En esas condiciones, se ha armado que el generalRamn Freire expres un caudillismo militar de carcter ciudadano, no dictatorial

    ni cesarista, e incluso que una parte de sus partidarios, al menos, habran sido laexpresin de un liberalismo popular.38

    36 El Hurn, I, II y III. Montevideo, s/f, disponible en http://www.historia.uchile.cl/CDA/fh_indice/0,1387,JNID%253D20,00.html.

    37 Leonardo Len, Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile, 1810-1822. Santiago: Centro de Investigaciones Barros Arana, 2011.

    38 Simn Collier, Ideas y poltica en la independencia chilena, 1808-1833. Santiago: Andrs Bello,1977; Gabriel Salazar, Construccin de Estado en Chile. Democracia de los pueblos. Militarismo ciudadano.Golpismo oligrquico. Santiago: Sudamericana, 2005.

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    Se ha armado repetidamente que la singularidad de la experiencia chilena re-side en la ausencia de fenmenos caudillistas. Sin embargo, la observacin puede

    ponerse en cuestin si se prescinde de emplear el trmino asignndole los atribu-tos del tipo ideal. Por lo pronto, si Jos Miguel Carrera era un caudillo, lo era demodo peculiar: haba surgido de la ocialidad del ejrcito de la Monarqua y tuvocomo primera base social de apoyo a parte de la lite santiaguina, de las tropas yalgunos grupos populares urbanos; sin embargo, a lo largo de su azarosa trayec-toria termin convirtindose en actor clave de las luchas polticas rioplatenses,comandando una verdadera montonera compuesta tanto por soldados chilenoscomo por tribus indgenas aliadas.39En cambio, la dictadura de OHiggins puedeconsiderarse una suerte de bonapartismo fallido, aunque convendra recordar queeste poderoso hacendado se incorpor a la poltica revolucionaria a travs de su

    condicin de ocial de milicias de frontera que movilizaba a los campesinos de sushaciendas, justamente el atributo por excelencia atribuido al caudillismo. En todocaso, fue durante la turbulenta dcada de 1820 que la cuestin adquiri mayorcentralidad y se debe a los lderes conservadores la imagen de que fue una pocade anarqua y caudillismo militar.

    Sin embargo, fue tambin una dcada de intensa experimentacin constitu-cional y de ampliacin de los mrgenes de la ciudadana en una experiencia pol-tica que tuvo como actores principales a ociales de tendencias liberales opuestosal autoritarismo y al centralismo y defensores de las libertades ciudadanas y deun sistema representativo. Ese caudillismo militar, por tanto, no era ni cesaristani pretenda la instauracin de una dictadura temporal. En tales condiciones, enesta dcada se produjeron algunos episodios de tumulto popular o militar y fuejustamente a desactivar esta situacin a lo que se dedic pertinazmente la reaccinpelucona, tratando de imponer un frreo control social sobre las clases popularesy restringiendo los alcances de la ciudadana poltica, aunque sin renegar del re-publicanismo ni abjurar del principio de la soberana popular: as, el peluconismofue interpretado como una revolucin cultural que desarroll un programa siste-mtico de despolitizacin de las clases populares.40

    Fue, tambin, una dcada en que algunos sectores populares, como el artesa-

    nado, hicieron una intensa experiencia poltica apropindose de ideas liberales quehabran de marcar la conguracin de su cultura poltica.41En rigor, la experienciaque ms claramente podra clasicarse como caudillista fue la que lideraron los

    39 Beatriz Bragoni,Jos Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Ro de la Plata. Buenos Aires:Edhasa, 2012.

    40 Julio Pinto Vallejos y Vernica Valdivia Ortiz de Zrate,Chilenos todos? La construccin social de lanacin (1810-1840). Santiago de Chile: Lom, 2009, pp. 207-259.

    41 Sergio Grez oso, De la Regeneracin del pueblo a la huelga general. Gnesis y evolucin histrica delmovimiento popular en Chile (1810-1890). Santiago: Ril, 2007, pp. 189-231.

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    hermanos Pincheira, que enarbolaban la bandera del rey con el apoyo de milicia-nos realistas, desertores, bandidos, campesinos, y que en alianza con tribus arau-

    canas continuaron la guerra desde la Araucana y la llevaron a las pampas hastacomienzos de la dcada de 1830.42

    Si el Directorio de las Provincias Unidas no lleg a convertirse en una dicta-dura legal ni gest un caudillo que lo condujera, y si la dictadura de OHigginsresult una experiencia fallida de bonapartismo, la dictadura legal ms estable seinstaur en el Paraguay. El gobierno de Gaspar de Francia entre 1814 y 1840 seinspir de modo explcito en el modelo romano y emergi del funcionamiento deun incipiente sistema representativo: un Congreso, que probablemente haya sidoel ms numeroso de la Hispanoamrica revolucionaria y que inclua la participa-cin de representantes de los pueblos. Estableci en 1813 un consulado anual de

    dos miembros que deban turnarse en el poder cada cuatro meses; sin embargo,en 1814 un nuevo Congreso proclam a Francia como dictador supremo porcinco aos y en 1816 otro lo consagr como Dictador Perpetuo de la Repblicadurante su vida, con calidad de ser sin ejemplar.43Ese rgimen, denido porFrancia como un gobierno patrio reformado, postulaba como principio rectorel trabajo de todos en comunidad, pretenda regirse por las leyes de Jesucris-to y sostena que Dios lo conservar en cuanto sea til.44Lo cierto es que ladictadura mantuvo sin alteraciones sustanciales el rgimen de comunidad y pusobajo administracin estatal un enorme stockde tierras, de modo que el gobiernode poblaciones y territorios fue ejercido por comandantes militares encargadostanto de regular las prestaciones de servicio como del acceso de los campesinos alas tierras del Estado. En consecuencia, el rgimen se orient hacia una poltica deintegracin de la poblacin indgena que tena claros precedentes tardocolonialesy las comunidades siguieron prestando sus brazos para las obras pblicas y lamilicia, aunque en regimientos separados y bajo el mando de ociales blancos.45Por consiguiente, el sector social que pareciera haber brindado el sustento msrme fue el campesinado mestizo aunque profundamente guaranizado. Quizs

    42 Ana Mara Contador, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile 1817-1832. Santiago deChile: Bravo y Allende, 1998; Carla Manara, Las fronteras surandinas como ltimo enclave de lasresistencia monrquica (1810-1832), Revista de Historia, 11, 2008, pp. 53-71.

    43 Nidia Areces, En un corto tiempo: revolucin, congresos y dictadura en el Paraguay, Pginas.Revista Digital de la Escuela de Historia, 2(3), 2010, pp. 71-87.

    44 Jos Gaspar Rodrguez de Francia, Catecismo poltico (1828), en Jos L. Romero y Luis A.Romero, Pensamiento conservador (1815-1898). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 297-298.

    45 Ignacio elesca, Desde el revs de la trama: la independencia del Paraguay y los grupos subalternos,en Beatriz Rajland y Mara C. Cotarelo (coord.), La Revolucin en el Bicentenario. Reflexiones sobre eman-cipacin, clases y grupos subalternos. Buenos Aires: CLACSO, 2009, pp. 189-208; Ana Ribeiro, Los indios(en) (y) la independencia paraguaya, Studia Histrica. Historia Contempornea, 27, 2009, pp. 279-308; LuisRojas Villagra, La economa paraguaya independiente. El perodo francista, en Luis Rojas Villagra (comp.),Proceso histrico de la economa paraguaya. Asuncin: Secretara Nacional de Cultura, 2012, pp. 149-178.

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    por ello Francia convirti al guaran en lengua ocial y segn algunas evidenciasera llamado karai guasu(Gran seor).46De este modo, el rgimen tena rasgos

    patriarcales y autoritarios y contaba con un amplio consenso logrado mediantela emigracin de la lite espaola, la subordinacin de las facciones elitistas y laconsolidacin de un orden que impidi la anarqua. La Dictadura de Franciano responde, por cierto, a la imagen clsica del caudillismo, aunque contengaalgunos de sus atributos. Primero temporal y luego perpetua, parece haber sidoresultado de un ecaz ejercicio del liderazgo poltico construido en un contextoque momentneamente presentaba una notable ampliacin de la participacinpoltica, emanaba del consentimiento y tendra ribetes normalmente asignadosal bonapartismo, en la medida que ese poder personal apareca como el garantemismo de la existencia de la nacin.

    Una dictadura perdurable nunca proclamada como tal fue la del caudillo porantonomasia y referente histrico del arquetipo imaginado por Sarmiento: JuanManuel de Rosas. Como ha sealado Chiaramonte, en el Ro de la Plata juntoal fracaso de los intentos constitucionales de 1819 o 1826 sigui en vigencia laantigua Constitucin. Se trata de una observacin decisiva, pues permite com-prender mejor la nocin de dictadura temporal y el uso de las llamadas facultadesextraordinarias, de las que hicieron uso sistemticamente las autoridades riopla-tenses desde el mismo comienzo del proceso revolucionario y a lo largo de toda laprimera mitad del siglo . radicionalmente, la historiografa tom el ejerciciode estas facultades como la demostracin de la ausencia de toda legalidad, cuandoen realidad era una forma de la antigua institucin de la dictadura y se sustentabaen las normas del derecho de gentes y en el principio del consentimiento. Porcierto, no era una peculiaridad del Ro de la Plata, sino que se replic en Mxico,Colombia, Bolivia o Chile, por ejemplo.47Sin embargo, en 1835 la Legislaturaavanz un paso y le conri al gobernador la suma del poder pblico, con lo querenunci a establecer cualquier limitacin temporal y a controlar su ejercicio ysolo le estipul como deberes la defensa de la religin catlica y de la causa na-cional de la Federacin.

    Pero con ello no se extinguieron ni la Legislatura ni los rituales institucionales.

    A nes de ese ao el propio gobernador reconoca que ejerca un poder absolutoy se presentaba ante la Legislatura para darle cuenta del modo y forma en quelo ha ejercido. Su discurso tena un eje claro y preciso: ese poder absoluto habasido necesario, pues

    46 Miguel A. Vern Gmez, El Bicentenario de la Independencia Paraguaya y la lengua guaran,Observatorio Latinoamericano, 2, 2010, pp. 21-26.

    47 Jos C. Chiaramonte, La antigua constitucin luego de las independencias, 1808-1852, DesarrolloEconmico. Revista de Ciencias Sociales, 50(199), 2010, pp. 331-361 [versin en ingls en Hispanic AmericanHistoricalReview, 90(3), 2010, pp. 455-488].

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    la sociedad se encontraba disuelta enteramente: perdido el influjo de los hom-bres que en todo pas son destinados a dar la direccin; el espritu de insubor-

    dinacin haba cundido, y echado multiplicadas races: cada uno conoca suimpotencia y la de los otros, y no se resignaba ni mandar ni obedecer. Lamiseria pblica se haca sentir por todas partes, y en la campaa no estabanseguras las vidas y propiedades. Malhechores famosos, cuyo nombre solo lle-naba de terror sus paccos moradores, la corran impunemente haciendoaqu y all sus atentados de costumbre (). Efectivamente, haba llegadoaquel tiempo fatal, en que se hace necesario el influjo personal sobre las ma-sas, para restablecer el orden, las garantas y las mismas leyes desobedecidas.48

    Al menos desde el discurso rosista, el poder institucional y el influjo personal

    sobre las masas no eran ni incompatibles ni contradictorios y, por tanto, elpoder absoluto apareca como necesario, pero no para ocupar un supuesto vacoinstitucional, sino para suplir el resquebrajamiento del influjo de aquellos quedeban mantener el orden social.

    Pero en esta coyuntura hubo algo ms: Rosas, que ya haba recibido de laLegislatura en 1829 el ttulo de Restaurador de las Leyes y facultades extraor-dinarias, y que en 1840 recibira los ttulos de Hroe del Desierto y DefensorHeroico de la Independencia Americana y el tratamiento de Excelencia,49soloacept hacerse cargo de la gobernacin y tamaa delegacin de funciones con unacondicin: Que todos y cada uno de los ciudadanos habitantes de esta ciudad, decualquier clase y condicin que fuesen expresen su voto precisa y categricamentesobre el particular. As se hizo y el resultado de esa consulta fue contundente:9.316 votos a favor y 4 en contra.50Ms aun, y a pesar de la dramtica situacinde la campaa que Rosas describa en su mensaje, la consulta solo se efectu enla ciudad, pues, como reconoca la prensa gubernamental, ya se saba cul era laopinin general de los habitantes de la campaa. Como se ha sealado, a partir deentonces la legitimidad poltica se fund en una unanimidad poltica identicadacon la voluntad general y constituy la base de un rgimen plebiscitado ritual-mente a travs de repetidos actos comiciales de uniforme e idntico resultado.51

    48 Hctor Mabragaa, Mensaje del Gobernador Juan Manuel de Rosas al abrir las sesiones de la Legis-latura de la Provincia de Buenos Aires en diciembre 31 de 1835, Historia del desenvolvimiento de la Nacin

    Argentina redactada cronolgicamente por sus gobernantes, 1810-1910. Buenos Aires: Compaa General deFsforos, 1910, tomo 1, 1810-1839, pp. 287-290.

    49 Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, Libro Vigsimo. Buenos Aires: Imprenta del Estado,1841, pp. 39-40.

    50 John Lynch,Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Emec, 1985, pp. 158-159.51 Marcela ernavasio, La revolucin del voto. Poltica y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852. Buenos

    Aires: Siglo XXI, 2002, pp. 203-204.

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    Ese plebiscito no solo lleg a legitimar el ejercicio de la suma del poder pbli-co, sino que tambin transmita un mensaje prstino a la Legislatura: si el rgimen

    institucional construido en Buenos Aires desde 1821 tena un rasgo sustantivo erala forma representativa que asignaba a una Legislatura, electa por sufragio directoy notablemente amplio, la facultad de legislar y de elegir al gobernador. Ahora,la Legislatura iba a funcionar de manera muy aletargada y la fuente de autoridademanaba directamente del pueblo, sin mediaciones. En este sentido, el rgimenrosista adoptaba un formato cesarista y plebiscitario, pero muy alejado de las ten-dencias liberales.

    El consenso poltico se manifestaba a travs del unanimismo, una de cuyasformas de expresin era la va electoral, y se haba logrado imponer primero en lacampaa y luego en la ciudad. Sin embargo, fue una construccin poltica pacien-

    temente obtenida y no provena ni exclusiva ni principalmente de la lealtad de lospeones rurales hacia sus patrones. La ampliacin de la participacin electoral ruralno se produjo por el rosismo, pues desde 1813 no dej de acrecentarse y se ex-tendi aun ms all de los considerados como vecinos.52La amplia participacinelectoral fue uno de los canales mediante los cuales se expres el activismo polticode la poblacin rural y se convirti en un modo de legitimar un rgimen que hacade sus apoyos sociales populares parte sustancial de su discurso.

    Se ha querido ver, as, al rgimen rosista como una suerte de reproduccinampliada de las relaciones sociales imperantes en las estancias y, por ende, a estasituacin electoral como la expresin de la obediencia que la poblacin deba alcaudillo y a la clase terrateniente, transformndose en un pasivo squito. Pero estaimagen no se condice con las nuevas evidencias: por lo pronto, porque esa claseestaba an en formacin y el rosismo muy lejos de ser su expresin poltica;53perotambin porque la estructura de relaciones sociales agrarias haca que la mayorparte de la poblacin rural escapara del control de los grandes propietarios y es-tuviera en condiciones de ser muy refractaria a la obediencia y a la sumisin. Esascondiciones estructurales hicieron inviables los intentos de generalizar los sistemascoactivos de trabajo en las estancias y crearon condiciones propicias para la repro-duccin de un amplio espectro de pequeos y medianos productores, en los cuales

    el rosismo termin por hallar su principal apoyo social en el medio rural. De este

    52 Juan Carlos Garavaglia, Elecciones y luchas polticas en los pueblos de la campaa de Buenos Aires:San Antonio de Areco (1813-1844), Boletn del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ra-vignani, 27, 2005, pp. 49-74; Mara Sol Lanteri y Daniel Santilli, Consagrando a los ciudadanos. Procesoselectorales comparados en la campaa de Buenos Aires durante la primera mitad del siglo , Revista deIndias, LXX(249), 2010, pp. 551-582; Vicente A. Galimberti, La unanimidad en debate. Los procesoselectorales en la campaa de Buenos Aires entre 1815 y 1828, Boletn del Instituto de Historia Argentina y

    Americana Dr. Emilio Ravignani, 36, 2012.53 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelin de los estancieros. Buenos Aires:

    Sudamericana, 2009.

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    modo, esos sectores supieron hacer uso no solo de esas condiciones estructurales,sino tambin de las oportunidades polticas para desplegar estrategias de preserva-

    cin de su autonoma social.54

    En otros trminos, las relaciones anudadas entre los paisanos y el caudillo fue-ron esencialmente polticas, y el rosismo no ocupaba un vaco institucional, sinoque se haba formado apelando a recursos y mecanismos institucionales. Ello que-da todava ms claro cuando se consideran las condiciones que llevaron a Rosaspor primera vez a la gobernacin en 1829, ya que fue el principal resultado de laenorme sublevacin rural producida como reaccin contra el golpe de Estado queel ao anterior dio la ocialidad militar aliada a los unitarios y que depuso y fusilal gobernador federal Manuel Dorrego. Rosas, por entonces comandante generalde Milicias de Campaa, se puso al frente de una sublevacin que no haba inicia-

    do y fue percibido por la poblacin rural como una alternativa legtima en tantoadherente al federalismo por cierto, reciente y como jefe de milicianos que ensu mayora eran vecinos de la campaa y productores autnomos.55

    En consecuencia, el rgimen rosista fue construido a partir de una forma dedictadura legal compatible con la antigua Constitucin para ir transformndoseen cesarista y plebiscitario. Bonapartista? Por su poder personal, por su legitima-cin como encarnacin misma de la soberana de la nacin y por su base socialconstruida como una coalicin entre una faccin de la clase dominante, las clasespopulares urbanas, la mayora de los pequeos y medianos productores rurales yuna alianza persistente con las tribus de indios amigos de las pampas, as parecesugerirlo. Pero habr que convenir que era un peculiar bonapartismo, pues noemergi del poder militar, sino de una sublevacin campesina articulada a travsde milicias y montoneras que haba derrotado al ejrcito regular. Con todo, en elpoder el ejrcito fue depurado y reconstruido y se convirti en el ms poderosode la Confederacin Argentina.56As, el caudillismo, al menos a partir de la expe-riencia del rosismo pero tambin de otras contemporneas en el litoral rioplaten-se, fue una forma de liderazgo que no puede considerarse opuesta al proceso deconstruccin estatal, sino como aquella que hizo posible su aanzamiento.

    Safford advirti que los fenmenos de tipo caudillista se haban desarrollado

    incluso en condiciones histricas en las que no se haba producido una inten-sa militarizacin, como era el caso de la mayor parte de Amrica Central. De

    54 Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos. State order and subaltern experience in Buenos Aires duringthe Rosas era. Durham y Londres: Duke University Press, 2003; Ral O. Fradkin, Qu tuvo de revolu-cionaria la revolucin de independencia?, Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crtico, 5, 2008,pp. 15-43.

    55 Ral O. Fradkin,Fusilaron a Dorrego! O cmo un alzamiento rural cambi el rumbo de la historia.Buenos Aires: Sudamericana, 2008.

    56 Juan C. Garvaglia, Construir el Estado, inventar la nacin. El Ro de la Plata, siglos XVIII-XIX. BuenosAires: Prometeo Libros, 2007, pp. 227-310.

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    este modo, introdujo una ruptura en la conexin postulada como necesaria entremilitarizacin y caudillismo. ambin propuso distinguir dos tipos bsicos de

    caudillismo: uno que habra tenido como base de sustentacin al ejrcito regulary al que corresponderan los casos de Mxico y Per; y otro cuyo ejemplo carac-terstico seran los caudillismos desarrollados en las Provincias Unidas del Ro dela Plata, en los cuales esa base la habran suministrado las milicias. Esa dualidadse superpona a otra: la competencia entre dos modelos constitucionales: el gadi-tano, que habra tenido mayor aceptacin en las lites letradas, y el napolenico,que habra sido el seguido por Bolvar y que habra tenido mayor aceptacin entrela ocialidad militar incluso bastante despus de la revolucin.57

    A pesar de la sutileza analtica del argumento, este puede ser revisado: por unlado, porque junto a estos modelos constitucionales imperaba esa antigua Cons-

    titucin que ltraba y condicionaba su recepcin; por otro, porque la oposicinentre fuerzas regulares y milicianas es demasiado simplicadora. Lo importante,en todo caso, es que ambas cuestiones estaban estrechamente relacionadas, comoya advertimos al considerar la situacin rioplatense en la dcada de 1810.

    Por cierto, la aplicacin de la Constitucin gaditana supuso decisivas nove-dades, como la instauracin de los ayuntamientos constitucionales, la aperturade nuevos canales de participacin poltica popular y la formacin de la milicianacional.58Sin embargo, conviene recordar que el ejrcito borbnico en Amri-ca era una aglomeracin de fuerzas que nunca lleg a ser una estructura unicaday centralizada y que se fragment en la crisis del orden colonial, ofreciendo losncleos bsicos de los bandos enfrentados59y que luego reprodujo en el interiordel bando delista las disputas entre liberales y absolutistas.60As, en la NuevaEspaa, donde las milicias eran ya a nes de la poca colonial la espina dorsal

    57 Frank Safford, Poltica, ideologa y sociedad, en Leslie Bethell (ed.), Historia de Amrica Latina.Vol. VI: Amrica Latina independiente, 1820-1870. Barcelona: Cambridge University Press-Crtica, 1991,pp. 42-104. Un desarrollo ms amplio de su argumento en Te Problem of Political Order in Early Repu-blican Spanish American,Journal of Latin American Studies, 24, 1992, pp. 83-97.

    58 Antonio Aninno, Imperio, constitucin y diversidad en la Amrica Hispana, Historia Mexicana,LVIII(1), 2008, pp. 179-227; Claudia Guarisco, La Constitucin de Cdiz y la participacin poltica po-pular en la Nueva Espaa, 1808-1821. Balance y nuevas perspectivas, Revista Complutense de Historia de

    Amrica, 33, 2007, pp. 55-70; Manuel Chust y Jos Serrano Ortega, Milicia y revolucin liberal en Espaay Mxico, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la Nacin. Independencia y ciudadanaen Hispanoamrica (1750-1850). Madrid: Iberoamericana, 2008, pp. 81-110.

    59 Anthony McFarlane, Los ejrcitos coloniales y la crisis del imperio espaol, 1808-1810, HistoriaMexicana, LVIII(1), 2008, pp. 229-288.

    60 Juan Marchena Fernndez, Obedientes al rey y desleales a sus ideas? Los liberales espaoles antela reconquista de Amrica, 1814-1820, en Juan Marchena y Manuel Chust (eds.), Por la fuerza de lasarmas. Ejrcito e independencias en Iberoamrica. Castell de la Plana: Publicaciones de la Universitat JaumeI, 2008, pp. 143-220.

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    del Virreinato, la vida poltica se militariz.61Pero, al mismo tiempo, los meca-nismos puestos en marcha por las autoridades virreinales para contener y reprimir

    la insurgencia supusieron una delegacin hacia la poblacin civil de la defensade las comunidades y de la preservacin del orden social antes de que se aplicaraesa Constitucin. Las novedades incluyeron la incorporacin indgena al serviciomiliciano, la anulacin de la segmentacin tnica, la eleccin de los ociales porlos propios cuerpos y la constitucin de fondos locales para su sostenimiento. Deeste modo, esas milicias tuvieron un papel clave en la lucha contra los insurgentesy sirvieron de base para el primer proyecto de Estado nacional.62Y, si en 1823 esamilicia nacional se transform en una nueva milicia cvica, desde 1827 se con-virti en una milicia de cada Estado, con lo que dej de ser una herramienta deun Estado centralista. Resulta por tanto insostenible derivar el fenmeno del cau-

    dillismo en Mxico exclusivamente del ejrcito regular, y parece evidente que unaparte sustancial hall sustento en las milicias portadoras de la tradicin liberal.

    Qu puede decir al respecto un repaso de la experiencia andina? Aljovn deLosada sostuvo que los caudillos peruanos fueron un nuevo fenmeno poltico quesurgi en una sociedad militarizada y en estado de anarqua para, tras la desintegra-cin del rgimen bolivariano, gestar la fase inicial del militarismo y el regionalismocaudillista.63Sin embargo, otros estudios han puesto de relieve facetas ms opacas:ese ejrcito caudillista fue un canal para la insercin del campesinado serrano en lapoltica nacional, lo que demuestra que no solo haba contradiccin entre ejrcitoregular y guerrillas rurales, sino tambin articulacin. Como ha sealado Mndez,esas relaciones forjaron una herencia de democratizacin social porque esas gue-rrillas no solo suministraron apoyo local a sus aliados liberales, sino que ademsse convirtieron en una instancia de negociacin de derechos y de construccinde la ciudadana en la sierra. En tales circunstancias, las relaciones entre ejrcitocaudillista y formaciones guerrilleras fue una de las formas que adopt la inclusinpoltica del campesinado, complementando la que se estaba dando por va electo-ral. En consecuencia, fue la armacin del poder civil sobre el ejrcito la que tuvocomo contracara la exclusin poltica del campesinado serrano.64

    Por su parte, algunos estudios de la experiencia boliviana han concluido que

    el caudillismo no fue un fenmeno opuesto a la conformacin de Estados, sino

    61 Christon Archer, La militarizacin de la poltica mexicana: el papel del ejrcito, 1815-1821, enJuan Marchena Fernndez y Allan Kuethe (eds.), Soldados del Rey. El Ejrcito Borbnico en Amrica Colonialen vsperas de la Independencia. Castelln: Publicaciones de la Universitat Jaume I, 2005, pp. 253-278.

    62 Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de Mxico. Sevilla: Universi-dad de Sevilla, 1997.

    63 Cristbal Aljovn de Losada, Caudillos y constituciones. Per, 1821-1845. Lima: PUCP-FCE, 2000,pp. 39-44.

    64 Cecilia Mndez, Las paradojas del autoritarismo: ejrcito, campesinado y etnicidad en el Per,siglos al , conos. Revista de Ciencias Sociales, Quito, 26, 2006, pp. 17-34.

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    potenciador de lo estatal, y que los caudillos habran buscado pasar del ejerciciode una dictadura temporal a la presidencia constitucional.65Pero al mismo tiempo

    conviene recordar que el territorio altoperuano haba sido escenario de una inten-sa lucha guerrillera y el desarrollo en ella al margen de la Constitucin gaditana desus especcas prcticas electorales.66A su vez, cuando se instaur la Repblica seadopt un sistema de elecciones indirectas que denan un cuerpo electoral bas-tante amplio, pero a partir de 1839 ese cuerpo electoral fue restringido, aunque almismo tiempo se estableci la eleccin directa del primer mandatario.67De estemodo, y a pesar del uso generalizado de la violencia poltica, la escasa purezade los actos electorales, las restricciones del cuerpo electoral y la participacincada vez ms reducida de la poblacin en las elecciones, el caudillismo militarfue compatible y se legitim por medio de mecanismos institucionales de repre-

    sentacin poltica. Claro que la participacin electoral estuvo muy lejos de ser elnico canal de la intervencin poltica popular y sectores indgenas fueron activospartcipes de las luchas polticas hasta nes de siglo, mediante el establecimientode alianzas con los estamentos militares y la denicin de sus propios objetivos,como sucedi en 1870 y 1899.68

    A .

    S,

    Para terminar, volvamos a Sarmiento. Su abundantsima produccin textual pue-de leerse como un esfuerzo inacabado por comprender el desmoronamiento de unmundo y la descomposicin de un orden. Con qu herramientas? No las inventsino que las tom prestadas, aunque s las combin de modo muy original. As,hacia 1845 en su Facundoconfesaba que en las biografas disponibles de Bolvarlea la de un general europeo, un Napolen menos colosal; pero no he visto alcaudillo americano, al jefe de un levantamiento de las masas; veo al remedo dela Europa, y nada que me revele la Amrica. De igual modo, sostena que SanMartn no fue caudillo popular; era realmente un general y para demostrarlo

    conclua que si hubiese tenido que encabezar montoneras, ser vencido aqu, paratener que reunir un grupo de llaneros por all, lo habran colgado a su segunda

    65 Vctor Peralta Ruiz y Marta Irurozqui Victoriano, Por la concordia, la fusin y el unitarismo. Estado ycaudillismo en Bolivia, 1825-1880. Madrid: CSIC, 2000, pp. 16-20.

    66 Marie Danille Demlas, Nacimiento de la guerra de guerrilla. El diario de Jos Santos Vargas(1814-1825). La Paz: IFEA/Plural, 2007.

    67 Marta Irurozqui y Vctor Peralta, Ni letrados ni brbaros. Las elecciones bajo el caudillismo militaren Bolivia, 1825-1880, Secuencia, 42, 1998, pp. 147-176.

    68 Marta Irurozqui, Ciudadanos armados o traidores a la patria? Participacin indgena en las revolu-ciones bolivianas de 1870 y 1899, conos. Revista de Ciencias Sociales, 26, 2006, pp. 35-46.

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    tentativa. Esta oposicin clara y precisa que postulaba entre generales y caudillosera la expresin de fenmenos ms profundos: San Martn y Bolvar encarnaban

    la primera revolucin americana, la de las ciudades por la independencia; los cau-dillos, en cambio, encarnaban una segunda revolucin, la de las campaas br-baras contra esas ciudades. Por eso, poda presentar a Rosas como el legisladorde esta civilizacin trtara y a Facundo Quiroga como una gura aun peor queMehemet-Al, que rechaza todos los medios civilizados, que ya son conocidos,los destruye y desmoraliza.69

    La clave interpretativa a travs de la cual Sarmiento intentaba desentraar laspeculiaridades de las sociedades de Amrica del Sur estaba sostenida como essabido en una dualidad que se replicaba de mltiples formas: generales y cau-dillos, ejrcitos y montoneras, ciudades y campaas, civilizacin y barbarie, una

    Amrica del Sur tan europea como la del norte pero que contena en su interiorun mundo oriental al que iluminaba con referencias difusas e imprecisas. De estemodo, el despotismo que era caracterstico e inherente entre los caudillos era undespotismo oriental que introduca una clave interpretativa que habra de contri-buir decididamente no solo a la construccin del estereotipo del caudillismo, sinotambin al diagnstico feudal de la realidad latinoamericana postrevolucionariay en el cual abrevaron la mayor parte de las narrativas sobre el caudillismo.70

    Sarmiento y la tradicin literaria que ayud a cimentar leg una agenda, mo-dos de pensar y usos de un vocabulario que estaban lejos de ser una invencincompletamente original. Por el contrario, por un lado retomaba y replicaba t-picos e imgenes que haban poblado las descripciones de las realidades sudame-ricanas de algunos viajeros europeos y, de esta manera, de gauchos y llaneros, lossujetos sociales a los que asignaba la condicin de indeclinables seguidores decaudillos y dictadores, construy una visin que era tan fascinada como externay arquetpica.71Por otro, haca suyas muchas de las descripciones y calicacio-nes que ya estaban circulando desde la dcada de 1810 no solo en los visitantessorprendidos de las pampas: as, tanto los jefes directoriales como los realistas deMontevideo ya haban identicado a los montoneros de Artigas con los cosacos olos trtaros, pregurando una de las claves interpretativas que signaran la lectura

    romntica de la realidad rioplatense. As, Sarmiento vea que haba algo en las

    69 Domingo F. Sarmiento, Facundo. Buenos Aires: CEAL, 1967 [1 ed., 1845]; las citas en pp. 17,83 y 96.

    70 Carlos Altamirano, El orientalismo y la idea de despotismo en el Facundo, Boletn del Instituto deHistoria Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 9, 1994, pp. 7-18; Jos C. Chiaramonte, Gnesisdel diagnstico feudal en la historia latinoamericana, Formas de sociedad y economa en Hispanoamrica.Mxico: Grijalbo, 1984, pp. 15-95.

    71 Ral O. Fradkin, Centauros de la pampa. Le gaucho, entre lhistorie et le mythe,Annales. Historie,Sciences Sociales, 58(1), 2003, pp. 109-133; Adolfo Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literaturaargentina, 1820-1850. Buenos Aires: Sudamericana, 1996.

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    soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiticas y anotaba queen ellas es el capataz un caudillo como en Asia el jefe de la caravana. La mon-

    tonera que producan esas soledades era una asociacin blica que a un mismotiempo poda calicarse de rabe-romana y de provincial, y postularla como lahija legtima de la venta y de la estancia, enemiga de la ciudad y del ejrcitopatriota revolucionario.72

    Acabar con los caudillos, entonces, implicaba desactivar ese levantamiento yencontrar un modo de vencer a la montonera, esas hordas beduinas que desarro-llaban un gnero singular de guerra y enjuiciamiento, que solo tiene antecedentesen los pueblos asiticos que habitan las llanuras.73La solucin la habra de hallaren el ejemplo que ofrecan los ejrcitos conquistadores franceses del norte de fri-ca. As, aquel viaje iluminador que emprendi en la dcada de 1840 le permiti

    conocer desde Pars al Sahara antes que las mismas pampas que ya haba descritoapasionadamente. En ese viaje conrm sus presunciones obtenidas de las mlti-ples lecturas que le haban permitido escribir su Odisea y aprender en el nortede frica el modo de acabar con las montoneras mediante un tipo de guerra queSarmiento describa como sus exitosas razziasaun en el Sahara, con grande es-panto de los beduinos, que se crean all fuera del alcance de la infantera francesa.Esa era, Sarmiento no dudaba, su misma guerra contra la montonera rabe. 74Esa guerra, tan necesaria como deseable Sarmiento no dudar en insistir en ellodeba emprenderla un nuevo tipo de ejrcito, centrado en la infantera de lnea,considerada en la poca el arma de la civilizacin. En 1852 describa que en elSahara todos los grandes militares de Napolen y de la Francia se estrellaron has-ta que Bongeaud mejor la infantera, y tom posesin del desierto.75Su pruebairrefutable la hallaba en la exitosa resistencia de Montevideo al largo sitio y asedioal que la haban sometido los ejrcitos de Oribe y Rosas, esos ejrcitos que ves-tan de chirip rojo, y en su organizacin y abandono de las reglas, obedecan a latradicin de la montonera, que es elgoumrabe y cuyos xitos

    haban puesto en duda durante veinte aos, como dud la Francia de laecacia de su tctica contra el goumrabe, desde 1830 hasta la retirada de

    Constantina, en 1842 en que el coronel Changamier disip el ensalmo, po-niendo a prueba su consistencia.76

    72 Domingo F. Sarmiento, Facundo, op. cit., pp. 27 y 60.73 d., pp. 63-64.74 Domingo F. Sarmiento, Viajes en Europa, frica i Amrica, 1845-1847, en Obras de D.F. Sarmiento.

    Santiago de Chile: Imprenta Gutenberg, 1886, tomo V, pp. 214-216.75 Museo Mitre, Sarmiento-Mitre. Correspondencia, 1846-1868. Buenos Aires: Imprenta Coni, 1911,

    p. 15.76 Domingo F. Sarmiento,Memoria enviada al Instituto Histrico de Francia sobre la cuestin dcima del

    programa de trabajos que debe presentar la 1 clase. Santiago de Chile: Imprenta de Julio Belin y Ca., 1853.

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    Por eso, muchos aos despus se vanagloriaba de aquellas charla