Formación Docente y Cambio Cultural

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FORMACION DOCENTE Y CAMBIO CULTURAL UNIVERSIDAD ARTURO PRAT

3 y 4 de Noviembre, 2010

Cambio en el rol docente1

Jenny Assaél Paulina Contreras

Francisca Corbalán Jesús Redondo

Introducción En este trabajo se presenta un análisis de las consecuencias de políticas de rendición de cuentas en el rol docente, realizado a partir de los primeros hallazgos de un estudio en curso sobre las experiencias y percepciones que tienen los docentes de escuelas municipales de la Región Metropolitana respecto de la Ley de Subvención Escolar Preferencial (SEP). La investigación se realizó en seis establecimientos municipales, clasificados como emergentes, ubicados en tres comunas del sector sur de nuestra capital, que atienden a sectores muy vulnerables de la población. En cada una de ellas se realizaron entrevistas en profundidad a los docentes directivos, y entrevistas grupales a profesoras y profesores que trabajan en el primer ciclo básico, por ser este nivel con el cual se inició la implementación de la Ley. En esta exposición presentaremos algunos hallazgos y reflexiones sobre las implicancias que está teniendo la SEP en el trabajo docente, a partir del análisis realizado en tres de las escuelas comprometidas en el estudio. La Ley SEP, Nº 20.248, promulgada en febrero de 2008, tiene como objetivo responder a los serios problemas de calidad y equidad del sistema educativo chileno producto de las transformaciones neoliberales iniciadas en los años 80, y sostenidas durante las décadas siguientes con ciertas medidas compensatorias que no han dado resultado.

Éstas se han impulsado en el marco de diferentes oleadas de reformas a nivel mundial que, tras un aumento de las demandas sociales al sistema educativo, la preocupación por los indicadores de aprendizaje y las exigencias de mejorar calidad, así como la influencia de los modelos de gestión del mundo empresarial y las restricciones económicas al financiamiento de la educación, han llevado a una revisión profunda del funcionamiento de la escuela con vista a cambiar su estructura y cultura (Marchesi & Martín, 1998). Todas ellas han tendido, no obstante ciertos matices estratégicos, a reemplazar el proyecto moderno de escuela republicana por uno afín al desarrollo de la economía globalizada (Dubet, 2004; Mejía, 2004). 1 Esta ponencia presenta algunos resultados de la investigación “Procesos de implementación de la Ley de Subvención Escolar Preferencial en escuelas municipales emergentes vulnerables de la Región Metropolitana: Estudio de casos” (Proyecto DI SOC Nº09/23-1 y CIAE Nº 01/2009).

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En el caso de Chile, durante la década del ‘80 se implementó una profunda reforma dirigida a descentralizar el sistema público de enseñanza, favorecer la entrada de proveedores privados y crear un sistema de financiamiento que permitiese la competencia entre sostenedores. En suma, crear un cuasimercado educativo (OECD, 2004; Redondo, Descouvieres & Rojas, 2004; World Bank, 2007). Desde los ‘90, con el reestablecimiento de la democracia, a estas reformas se suman nuevas transformaciones orientadas a asegurar condiciones básicas en el sistema educativo, gracias a lo cual se mejoró la infraestructura, se incrementaron los salarios y se reformó el currículo nacional (Cox, 2003). Se diseñaron, también, un conjunto de programas focalizados con el fin de mejorar la situación de las escuelas y liceos que estaban en condición más desmedrada (Rasczinski & Muñoz, 2007). La siguiente ola de reformas se inicia alrededor del año 2000, cuando la acumulación de evidencia sobre el aumento de la brecha educativa y la creciente segmentación escolar, fuerzan a revisar el funcionamiento del sistema y las políticas de mejoramiento (Rasczinski & Muñoz, 2007), buscando consolidar aquellos elementos considerados esenciales para el buen funcionamiento de sistemas educacionales basados en modelos de mercado: libre elección entre escuelas, autonomía y accountability, los que son promovidos como estrategias de mejora de la calidad y equidad en los aprendizajes de la población (Darling-Hammond, 2004; Wöbman, Ludemann, Schutz & West, 2007; Mejía, 2004). Los principales elementos de este diagnóstico, que no cuestionó la estructura del sistema educativo, fueron los siguientes:

• El diseño del sistema de financiamiento estaría dificultando la mejora de todos los establecimientos, ya que al ser la subvención pareja para todos los niños, los sostenedores estarían motivados a seleccionar a los alumnos menos costosos de educar en vez de preocuparse de mejorar la calidad y equidad (Elacqua, Mosqueira & Santos, 2009; Sapelli & Torche, 2002; Mizala & Romaguera, 2002).

• Una mala evaluación de los programas de mejora impulsados por el Mineduc (bajo impacto, verticales, rígidos, no centrados en los aprendizajes), así como un ineficiente uso y rendimiento de los recursos fiscales invertidos en ellos (Rasczinski & Muñoz, 2007).

• Crítica a la gestión municipal, en relación a falta de control y responsabilización de los actores (Rasczinski & Muñoz, 2007).

A partir de este diagnóstico, surge la Ley de Subvención Escolar Preferencial, cuyos principales objetivos, desde el Mineduc (Mineduc, 2010), son:

• corregir el sistema de subvención vigente, entregando mayores recursos para los alumnos más pobres;

• comprometer y responsabilizar a los sostenedores de la calidad de la educación que imparten, medida a través de pruebas estandarizadas;

• instalar una cultura de evaluación permanente y mejoramiento continuo del desempeño de los actores educativos (accountability);

• presionar a las escuelas para su mejoramiento en función de las necesidades y demandas específicas que detectan todos los miembros de la comunidad escolar;

• restringir e intervenir a las escuelas que obtengan malos resultados en las pruebas estandarizadas de forma sostenida;

• limitar las prácticas de exclusión que se realizan a través de la selección o el copago;

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• conducir a los establecimientos a alcanzar las características de las escuelas modelo (escuelas eficaces).

La Ley SEP

Esta Ley se conecta con otras experiencias de políticas educativas recientes, tales como el Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación (SACGE), planes de mejoramiento, sistemas de evaluación de desempeño, políticas de incentivos, etc., y anticipa las lógicas de gestión que contempla la Ley General de Educación (LGE), en especial las que se relacionan con la Agencia de Calidad y Superintendencia estipuladas en la LGE. A diferencia de la subvención normal, la entrega de la subvención preferencial está sujeta a una suscripción voluntaria de los sostenedores que se concretiza con la firma del “Convenio de Igualdad de Oportunidades y Excelencia Educativa”. Éste compromete al sostenedor con un conjunto de mecanismos que pretenden asegurar el uso de los nuevos recursos en la mejora de la calidad educativa de las escuelas donde asisten los alumnos prioritarios. Tales mecanismos pueden resumirse en los siguientes puntos: i. Participación de las escuelas en un sistema de clasificación, incentivos y sanciones ligados a resultados educativos.

Se clasifican las escuelas en tres categorías según los niveles de desempeño de sus estudiantes, medidos por estándares nacionales, que hoy son estipulados por el SIMCE: “autónomas”, “emergentes” y “en recuperación”. Esta clasificación tiene implicancias en distintos ámbitos: uso y control de recursos; características de los planes de mejoramiento; nivel de intervención externa en diseño y ejecución de planes; tipos de obligaciones impuestas y sanciones relacionadas. La categoría de escuela autónoma es la que entrega mayores libertades de gestión al sostenedor, lo que supondría un incentivo para subir los puntajes en las escuelas emergentes y en recuperación. Estas últimas, de no mejorar resultados, pueden ser cerradas.

ii. Formulación de planes de mejoramiento locales, de cuatro años, orientados al incremento del desempeño académico de los alumnos. Los recursos entregados por la Ley SEP deben ser utilizados en un plan de mejoramiento que comprenda las áreas de gestión curricular, gestión de liderazgo, gestión en el uso de recursos y gestión de convivencia. Para el caso de las escuelas autónomas, éste debe ser simple y general, mientras que para las escuelas “emergentes” y “en recuperación”, debe ser detallado, justificado y coherente con un diagnóstico previo. Para estas últimas, además, el plan debe especificar el nivel de aprendizaje que los niños alcanzarán pasados los cuatro años de implementación de las acciones. Si bien este plan debe ser construido por cada comunidad escolar, el Ministerio de Educación tiene en su contenido un peso sustantivo. Primero, porque construyó las orientaciones que guían su elaboración, fijando de ese modo el tipo de metas que cada escuela debe plantearse (todas en función de puntajes de desempeño estudiantil), los subsectores de aprendizaje que debieran ser focalizados, y los contenidos y habilidades de aprendizaje más específicos, como, por ejemplo, velocidad lectora en los primeros dos años de implementación. Segundo, porque es el organismo encargado de evaluarlo y aprobarlo (Mineduc, 2008a, Mineduc, 2008b).

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iii. Accountability del sostenedor respecto de procesos, gastos y resultados de cada escuela, ante el Ministerio y la comunidad escolar. La aceptación de los recursos SEP por parte del sostenedor lo obliga a proteger especialmente a los alumnos prioritarios (prohibiendo al establecimiento el cobro de arancel y su selección/expulsión por rendimiento escolar), y también a rendir cuenta pública, tanto en términos de gestión de recursos y seguimiento al plan de mejoramiento, como de resultados en las pruebas de desempeño educativo. La Ley indica que la subvención SEP está destinada a implementar las medidas comprendidas en el plan de mejoramiento educativo, con especial énfasis en los alumnos prioritarios, e impulsar una asistencia técnica-pedagógica para mejorar el rendimiento escolar de los alumnos con bajos resultados académicos (Art. 6 de la Ley SEP). La rendición del uso de estos recursos debe ajustarse a las categorías de gasto de operaciones, personal, asesorías técnicas y capacitación, recursos de aprendizaje y equipamiento de apoyo pedagógico. Las contrataciones de horas profesionales son exclusivamente para la ejecución de acciones detalladas en el plan de mejoramiento y en el caso del sector público deben cumplir con la normativa municipal y laboral de contrataciones, con las horas de dotación fijadas en el Plan Anual de Desarrollo de la Educación Municipal (PADEM) y con las horas máximas legales semanales de contrato. Si se trata de horas a contrata, el monto anual de los recursos SEP no puede exceder el 15% para éstas. iv. Apoyo pedagógico y administrativo por parte de Agencias Externas de Asistencia Técnica Educativa (ATE). La Ley formaliza funciones que pueden asumir organismos privados de asesoría a las escuelas o a los sostenedores, como por ejemplo: seguimiento de los planes, capacitaciones y auditorías. Para el caso de las escuelas “en recuperación”, está establecido como obligatorio el que una ATE realice el diagnóstico y participe de la construcción y ejecución del plan de mejoramiento.

Las consecuencias de la SEP en el trabajo docente La revisión de literatura sobre políticas similares, en distintos países, sugiere que este tipo de medidas podrían producir diversos cambios en las escuelas en materia de logros académicos, así como en la organización interna de las instituciones, en las relaciones entre actores, en las prácticas pedagógicas, en el curriculum y en los objetivos educativos.

En este trabajo nos centraremos, como ya lo hemos señalado, en los principales hallazgos que nuestra investigación ha encontrado en relación a las consecuencias que esta política está teniendo en el trabajo docente, desde la percepción de los propios actores. Entre los impactos que los docentes perciben sobre su trabajo encontramos: pérdida de autonomía y desprofesionalización, redefinición y tensiones en el rol docente, responsabilización del profesorado y aumento de la carga de trabajo.

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a) Pérdida de autonomía y desprofesionalización Si bien se estipula que el Plan de Mejoramiento (PM) debiera ser construido por cada comunidad escolar, de manera que responda a sus necesidades, en la práctica ha sido el Mineduc quien ha determinado tanto las metas a cuatro años, como la focalización en ciertos contenidos y habilidades más específicas, como por ejemplo, velocidad y fluidez lectora en los primeros dos años de implementación. En las escuelas se reconoce que era posible definir metas distintas a las propuestas, sin embargo, los docentes señalan que esto hubiera requerido una justificación cuya modalidad y consecuencias desconocen, por lo que no fue una opción real. Por ello, las orientaciones ministeriales prácticamente carecen de contrapeso a la hora de determinar las acciones que diseñan las escuelas en sus planes de mejora.

Estas metas, que no han sido acordadas con el sostenedor, el profesorado ni con los directivos, sino virtualmente impuestas por el Mineduc, son criticadas en la medida que no consideran los contextos específicos de los establecimientos. Algunos profesores señalan que sus escuelas, catalogadas como emergentes, deben cumplir planes excesivamente rígidos y controlados, lo que no se corresponde con la realidad cambiante y contingente que deben enfrentar a diario, a diferencia de escuelas catalogadas como autónomas, que teniendo condiciones más estables tienen mayor libertad para disponer de los recursos. Los docentes piensan que en contextos vulnerables, si bien se pueden mejorar los logros de aprendizaje, éstos no son comparables con aquellos que obtienen los establecimientos de sectores donde los alumnos, e incluso la infraestructura del establecimiento, se encuentran en mejores condiciones, por lo que las metas prescritas resultan excesivas para ellos. No obstante lo anterior, hay directivos que consideran que las metas establecidas son insuficientes, en la medida que aún cuando mejoren, seguirán siendo catalogados como deficientes por indicadores externos altamente visibles, como lo es ser marcados con rojo en los recientemente estrenados mapas SIMCE.

Respecto al PM, por su parte, en algunos casos ha sido el Departamento de Educación Municipal (DEM) quien ha diseñado centralizadamente acciones homogéneas para toda la comuna, lo cual es experimentado por los docentes como una imposición que también les resta autonomía. En otras comunas, se ha dado libertad de decisión a las escuelas, pero esto se ha traducido en que son los directivos quienes elaboran los PM, incluyendo a los profesores en forma limitada, en momentos acotados y a través de mecanismos determinados por el sostenedor o los directivos. Aún más, existen comunas en las cuales la participación es sólo formal, donde se les solicita a los profesores que firmen el plan, sin espacios para analizarlo y reflexionar, como un acto burocrático, sólo para contar con evidencia de que en la escuela se involucró a los docentes. En otras escuelas, si bien se intenta un trabajo más participativo, éste no fructifica por la escasez de tiempo con que cuenta el profesorado para construir el plan. Por otra parte, hay casos donde quienes elaboraron el plan ya no se encuentran en la escuela, y sus sucesores se ven obligados a someterse a metas comprometidas por otros, ante la imposibilidad de modificarlas, pues no están claras las maneras de hacerlo.

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Dadas las dificultades en la participación, profesoras y profesores sienten que deben ejecutar actividades de las cuales ni siquiera han sido informados, o en las que no han tenido suficiente poder de decisión.

b) Redefinición del rol docente La presión ejercida sobre la escuela a través de las metas ya mencionadas produce la sensación de que el quehacer docente se debe centrar principalmente en éstas, es decir, aumento de puntajes SIMCE, velocidad y comprensión lectora, y cálculo matemático. Estas metas son consideradas irreales por los profesores, ya que “los tiempos no nos acompañan… estamos trabajando con personas, no haciendo zapatos, trabajar con personas no (significa) que hoy día te arreglé y mañana soy otra persona, no se puede, y en dos años una medición es casi irreal”.

Aún así, el profesor debe dedicar el escaso tiempo del que dispone a entrenar las habilidades que permitirán a los alumnos lograr mejores rendimientos en estas áreas, en desmedro de otras que son consideradas por los docentes tanto o más importantes, como la atención a problemas psicosociales o emocionales, por ejemplo. En esta línea, la incorporación de ATE ha estado orientada principalmente a la contratación de cursos para adquirir herramientas de aprendizaje específicas, que permitan alcanzar las metas requeridas. Este tipo de cursos es valorado en la medida que ayudarían a los maestros a cumplir con la perentoriedad con la que son requeridos los resultados, no obstante, son estimados como superfluos. Por otra parte, los profesores observan que los logros que alcanzan en sus alumnos en ámbitos que no están medidos por las pruebas no son valorados por el sistema, se ven como una “pérdida de tiempo”. Además, sienten que, considerando que trabajan con alumnos vulnerables y en condiciones difíciles, igual muchas veces consiguen aumentar resultados, pero si no se alcanzan las metas estos procesos no son considerados. Todo esto los docentes lo viven como un castigo, “igual que los semáforos”, donde no importan los procesos ni los contextos. Entre las acciones que han sido diseñadas, a instancias del Mineduc, para conseguir los resultados esperados, se encuentran la planificación diaria, la observación de clases y el monitoreo y seguimiento constantes, unido a la producción de evidencias de ello. Las planificaciones diarias requieren dedicar un tiempo excesivo, y para algunos docentes no tienen sentido, porque creen que las clases deben adecuarse a las situaciones que los alumnos están viviendo ese día, lo que significa tener que modificarlas constantemente y arriesgarse a malas evaluaciones por no cumplir exactamente con lo planificado. Los docentes sienten que el único objetivo de estas planificaciones es que todo su accionar quede evidenciado. A esto se agrega la incorporación de la observación de aula como práctica permanente por parte de los directivos y/o del equipo de gestión, la que es valorada por algunos directivos en tanto instancia de retroalimentación, pero no así por los docentes, quienes no reportan sentirse apoyados a través de ella, y en ciertas escuelas ni siquiera reciben retroalimentación, por lo que es experimentada como mero control. Sienten que esto se realiza como una manera de rendir cuenta y mostrar evidencia de que lo que se pide desde las instancias superiores se cumple, lo que queda de manifiesto en una de las escuelas donde los docentes deben dejar firmado en un registro que fueron observados. En los hechos, se convierte en una tarea burocrática que no ayuda al profesor.

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Otra práctica que se instala fuertemente es la de monitoreo y evaluación constante de los logros de aprendizaje a través de evaluaciones permanentes y sucesivas durante el año escolar, algunas de las cuales son comunales y externas, y otras internas, elaboradas por los propios docentes. En general, en las reflexiones realizadas durante las entrevistas, no se alude a la utilidad de estas pruebas para retroalimentar el quehacer de los profesores, aunque algunos directivos sí mencionan cambios producidos por las mediciones.

La presión por obtener resultados, junto a prácticas consideradas principalmente burocráticas, como la planificación diaria o la producción de evidencias, se transforman en una sobrecarga, para lo que no se dispone de tiempo, pues éste está destinado al trabajo de aula con los alumnos en función de las metas de aprendizaje establecidas, incluso cuando es financiado a través del pago de horas extra. Tampoco existe tiempo para que los especialistas, que en algunos casos llegan a las escuelas, como psicólogos, asistentes sociales o psicopedagogos, trabajen con los profesores y coordinen acciones.

Así, la labor docente queda reducida a planificar, evaluar y producir evidencias, y a participar pasivamente en cursos de perfeccionamiento. Los profesores se ven obligados a aumentar las exigencias a sus alumnos, enseñar más en las áreas que serán medidas y entrenar habilidades que les permitan enfrentarse a los instrumentos de medición.

Al mismo tiempo, el requerimiento por producir evidencias provoca sensación de desconfianza en la palabra del profesor, “todo lo tengo que probar, mi palabra no es creíble”. c) Responsabilización de los docentes por los resultados Los docentes sienten que si no logran las metas se les culpará exclusivamente a ellos. Esta responsabilización es clara en el discurso de algunos directivos, que señalan que ahora hay recursos (que antes faltaban), así es que los profesores no tienen excusas para no mejorar los resultados. Esta responsabilidad asignada a los docentes es experimentada por ellos como injusta, en la medida que no reconoce las condiciones particulares de la escuela, ni el escaso o nulo grado de injerencia que han tenido en la construcción de los planes de mejoramiento.

A su vez, la SEP es una amenaza de cierre de escuelas, lo cual es significado por profesores y directivos como absolutamente injusto. Se sienten presionados, no tienen tiempo y, por más esfuerzos que hagan, no lograrán alcanzar metas establecidas, que no consideran los contextos. De este modo vemos que por la cada vez mayor relevancia que adquieren las mediciones estandarizadas como sinónimo de calidad de la educación (Mejía, 2010), se tiende a introducir en los establecimientos escolares pautas de trabajo e instrumentos de evaluación cada vez más específicos, lo que lleva a reemplazar la reflexión pedagógica y a convertir al docente en un mero operador de la enseñanza a través de simples técnicas que debe manejar. Su función es pensada externamente por otros, que supuestamente tienen claro el proyecto educativo que requiere la escuela. Al docente sólo le queda recibir adiestramiento en los diferentes procedimientos técnicos, sin participar de su definición, al tiempo que se acusa a los maestros como responsables por los malos resultados del sistema. Por otra parte, la rendición de cuentas estaría operando como un dispositivo de vigilancia que enseña a cumplir y presionar a otros para el cumplimiento de la tarea, lo que se logra

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visibilizando e individualizando las supuestas deficiencias, que son fácilmente medidas a través de los resultados de las pruebas de los alumnos y de la supervisión de las prácticas de planificación y ejercicio de la docencia en aula (Ball, 2003; Lipman, 2009). Pareciera que el efecto concreto de la SEP es una transformación de la cultura escolar hacia una cultura de auditoría (Apple, 2007), en la que los actores se ven obligados a producir constante evidencia, presionados a comportarse de acuerdo a planes y metas establecidos por otros -ya sea a nivel central, o comunal, o de sus jefes en las escuelas-, lo que puede estar significando una creciente desprofesionalización y pérdida de autonomía (Gewirtz, 1996). Estas políticas de accountability ubicarían a los docentes en una posición “híbrida”, en la que no saben si deben educar o enseñar para los exámenes (Darling-Hammond, 2003). Así, comienzan a construir “simulaciones pedagógicas”, planificando y calculando acciones con el fin de satisfacer las demandas externas, ser evaluados positivamente y responder al creciente flujo de vigilancia al cual están expuestos, pero en lo sustantivo no modifican sus prácticas pedagógicas más allá de lo requerido por la evaluación (Ball, 2003; Case, Case & Catling, 2000, Taylor Webb, 2006). Desde esta óptica, la identidad profesional empieza a redefinirse a partir de los principios de la nueva gestión pública, lo que implicaría la entrada de un nuevo conjunto de valores y un nuevo comportamiento moral, más cercano a una ética empresarial que al tradicional ethos del profesor (Gewirtz & Ball, 2000; Whitty, Power & Halpin, 1999). Al respecto, en nuestra investigación los mismos profesores distinguen dos generaciones docentes, “los jóvenes” y la “vieja escuela”. Los jóvenes están más dispuestos a cumplir con las nuevas exigencias, como trabajar para estándares, usar nuevas metodologías pedagógicas y producir evidencias. En este intento, se ven recargados de trabajo y angustiados por no poder cumplir con todas las tareas que se les solicitan, a lo que se suma la doble adaptación que se les pide, tanto a la nueva cultura de la auditoría, como a la vieja escuela que conforman los profesores con los que trabajan. La vieja escuela, en cambio, se resiste a las nuevas condiciones y exigencias impuestas por el sistema. Considera que el excesivo foco en mediciones estandarizadas deja de lado aspectos que son centrales en la formación de los alumnos, como aquellos vinculados con el área emocional o la educación en valores relacionada con “la familia y el buen trabajador”. Un punto particular que resulta interesante de reflexionar en relación a los futuros profesores y en la formación docente hoy, es el rol que están jugando los egresados de pedagogía como ayudantes de aula. Trabajando con salarios mínimos, están asumiendo una gran cantidad de tareas como “asistentes del profesor”, lo que incluye trabajar con el grupo de alumnos con mayores dificultades, reemplazar al profesor en caso de ausencia, elaborar materiales y corregir pruebas; pero también cubriendo la falta de contrataciones para otras cosas, como cuidar a los niños en los recreos o monitorear talleres en las escuelas de invierno o verano. Los ayudantes están siendo muy valorados por los docentes de aula, pero especialmente por los directivos, quienes ven que ellos acatan con mayor facilidad las indicaciones que se les entregan y pueden ser echados fácilmente si es que no cumplen con lo esperado. En síntesis, el supuesto inicial de la Ley SEP, de que entregar más recursos a los sostenedores para que cumplan metas de aprendizaje permite mayor autonomía que la que entregaba los programas ministeriales, no se corresponde con lo que efectivamente ha comenzado a ocurrir en

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las escuelas. Por el contrario, observamos, a partir de las experiencias docentes, que se está generando una re-centralización masiva y un proceso de des-democratización, creándose una autonomía distorsionada, lo cual se ha observado ya en otros países que han desarrollado políticas semejantes (Apple, 1999; 2007). Los actores escolares son responsabilizados, y así lo sienten, en la medida que las consecuencias de los resultados repercuten sobre ellos (castigos o incentivos), pero cuentan con escaso margen real para decidir democráticamente el tipo de educación que ellos desean desarrollar. De este modo, no se ha generado la esperada autonomía local, diversidad educativa e igualdad de oportunidades, sino que se incentiva la uniformidad de la oferta educacional (Falabella, 2007). Por el momento, podemos tomar nota de que, mientras la Ley no está logrando los objetivos de mayor autonomía, participación y diversidad/pertinencia en las estrategias para mejorar los aprendizajes, sí está cumpliendo con el objetivo de orientar todos los esfuerzos a mejorar los resultados en las mediciones de los aprendizajes indicados como “clave”, a costa del tiempo libre de los docentes y obviando otras concepciones de la educación; sí logra presionar y responsabilizar a los actores, aunque no se les entregue el poder de decisión y las condiciones materiales suficientes; y sí da un paso importante en la instalación de una cultura de rendición de cuentas constante, cuyos estándares son centralmente planificados. En este contexto, del profesor se espera un rol creativo desde su obediencia. Su profesionalismo consiste en cumplir las metas impuestas de manera eficaz. El nuevo docente sigue en construcción, y si bien observamos resistencias y quejas, especialmente desde los mayores, también detectamos un gran esfuerzo por adaptarse, por disminuir la angustia que produce no cumplir, alegría cuando los puntajes suben, temor cuando bajan. La Ley SEP, en este sentido, parece estar haciendo más avances que nunca en la desprofesionalización docente. Referencias bibliográficas Apple, M. (2007). Education, Markets, and an Audit Culture. International Journal of Educational

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