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Gabriel Anaya Duarte, SJ

Cristianismo ymundo actual

Norma Patiño DomínguezDiseño de la colección

José Rafael de Regil Vélez / Tanya Arellano GómezCoordinación editorial de la colección

Centro de Difusión Universitaria, UIA PueblaCuidado de edición y composición tipográfica

1a. edición, Puebla, 2007DR © Instituto Tecnológico y de Estudios

Superiores de Occidente, ACDR © Universidad Iberoamericana Ciudad de México

(Universidad Iberoamericana, AC)DR © Universidad Iberoamericana Torreón

(Formación Universitaria y Humanista de la Laguna, AC)DR © Universidad Iberoamericana León

(Promoción de la Cultura y la Educación Superior del Bajío, AC)DR © Universidad Iberoamericana Tijuana

(Promoción y Docencia, AC)DR © Universidad Iberoamericana Puebla

(Comunidad Universitaria Golfo-Centro, AC)Blvd. Niño Poblano 2901, U. Territorial AtlixcáyotlPuebla, México.

DR © Fideicomiso Fernando Bustos Barrena SJ

ISBN: 970-9720-29-5

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

Anaya Duarte, GabrielCristianismo y mundo actual.1. Cristianismo – Aspectos sociales. 2. Civilización. 3. Crisis. I. t.

BT 738 A53.2007

UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA PUEBLABiblioteca P. Pedro Arrupe SJCentro de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación

ÍNDICE

1. ¿Está en crisis el cristianismo? ..................................................................... 7

2. Cultura y religión .......................................................................................... 11

3. El centro del cristianismo es Jesús ............................................................. 17

4. Cristianismo y cultura .................................................................................. 23

5. De Jesús al apogeo de la modernidad ........................................................ 29

6. La crisis de la modernidad ........................................................................... 35

7. El Concilio Vaticano II ................................................................................ 39

8. La renovación de la teología ...................................................................... 43

9. La renovación de la vida cristiana .............................................................. 47

10. Conclusión .................................................................................................... 51

Siglas de documentos del Concilio Vaticano II ............................................ 53

Bibliografía ....................................................................................................... 55

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Parece evidente, independientemente del punto de vista que cadauno tenga, que el cristianismo, la Iglesia católica en concreto, estápasando por una etapa de crisis. Los síntomas son múltiples y diver-sos, tanto en el ámbito mundial, especialmente en las naciones tradi-cionalmente católicas de Europa, como en Latinoamérica y enconcreto en nuestro México. Desde luego que entre nosotros lassituaciones difieren mucho según se trate de zonas urbanas, ruraleso indígenas; me referiré en general a las primeras, que también va-rían bastante entre sí.

Un indicador muy claro de la crisis es la disminución de la prácti-ca sacramental. Cada vez son menos los que, aun confesándosecristianos, asisten a la misa dominical; menor también el número deparejas que realizan la boda eclesiástica. En todo caso, los bautizos,las bodas y desde luego las misas de quince años suelen ser un meropretexto para la celebración social que les sigue. Incluso quienes nohan abandonado las prácticas sacramentales las toman como un merocumplimiento de normas que les dan un seguro de vida eterna por elque hay que pagar cierta cuota. Son frecuentes las prácticas religio-sas populares, como la veneración a las imágenes, las bendiciones,la recitación de oraciones vocales; pero se ha perdido el significadode estos ritos, y hoy se llevan a cabo como gestos mágicos, por losque se pretende conseguir favores de Dios. La ignorancia religiosa–comparada sobre todo con el nivel universitario, al que se accedecada vez más– es enorme. Las “creencias” que se profesan comocristianas, fruto más de tradiciones que del catecismo para hacer laprimera comunión –que se olvidó muy pronto–, en general se refierena cuestiones marginales, y a veces se oponen a la verdadera fe.

1. ¿ESTÁ EN CRISIS EL CRISTIANISMO?

8 Gabriel Anaya Duarte, SJ

Hay cristianos que han privatizado su cristianismo, es decir, lohan reducido a una relación vertical con Dios que no influye en lavida social, económica, política; a veces ni siquiera familiar. La vidapública de las diversas instituciones se suele regir por valores ajenosa la religión, incluso opuestos a ella, como el poder, el prestigio, elplacer y, desde luego, la posesión de riquezas y bienes materiales.Mencionar los valores es entrar en el terreno de la moral. La moralcristiana, que –aunque demasiado legalista– se exteriorizaba en la“buenas costumbres”, ha ido perdiendo crédito e influencia. Esto esclaro sobre todo en lo que respecta a la sexualidad, que de ser con-siderado un terreno muy pecaminoso, hoy se considera como algo“natural”, que se puede satisfacer de cualquier manera.

La Iglesia como institución ha perdido autoridad. Muchos católi-cos critican el poder centralista de la jerarquía, y desde luego notoman en cuenta las indicaciones eclesiásticas sobre la regulaciónde la natalidad, las prescripciones del Derecho Canónico sobre laindisolubilidad del matrimonio u otras. A partir sobre todo de los añossetenta del pasado siglo, ha habido una drástica disminución devocaciones a la vida clerical o religiosa, ya sea porque estos génerosde vida se consideran inadecuados al mundo en que vivimos o porquede hecho no se han adaptado a él. En una palabra, parece que elcristianismo, por lo menos el que se vivía no hace muchos decenios,es incompatible con nuestra época. El Concilio Vaticano II (1962-65) pareció abrir una ventana para que entrara –en palabras de JuanXXIII, quien lo convocó– un aire nuevo a la Iglesia; pero susdocumentos o bien se han quedado en el papel o bien ya han sidosuperados por la rápida evolución del mundo.

Ante esta situación, las reacciones entre los cristianos han sidodiversas. Existe desde luego una actitud conservadora que pretenderevivir o recobrar la doctrina y la práctica que durante tanto tiempodio firmeza a la Iglesia. Se pretende continuar una tradición que, almostrarse incompatible con el mundo de hoy, lleva a apartarse de él,si no a la antigua manera monástica, sí a desinteresarse por los asuntostemporales. En esta perspectiva, los cristianos laicos sólo puedenvivir su espiritualidad refugiándose en el templo e imitando la de los

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clérigos o los religiosos; la vida pública, si no mala, al menos es ajenaal cristianismo. Otros en cambio piensan que su cristianismo, vividode manera tradicional, sí es compatible con el actual sistema econó-mico e incluso que lo justifica.

Por otro lado, también han surgido tendencias de avanzada quepretenden encarnar la fe cristiana en el mundo actual. La teologíade la liberación, por ejemplo, insistió desde su inicio, en 1968, enaterrizar el mensaje cristiano y, de acuerdo con el Concilio VaticanoII, en solucionar los problemas de pobreza e injusticia, tan acucianteshoy. Más recientemente, nuevas corrientes teológicas procuran ilu-minar la conducta moral humana con los aportes que han ido desa-rrollando la biología, la psicología, la sociología y otras ciencias. Sinembargo, estas tendencias novedosas han sido condenadas en va-rias ocasiones, o al menos vistas con recelo por el Vaticano.

Quizás la tendencia más generalizada sea la indiferencia religio-sa. Sin cuestionamientos, sin posiciones críticas, simplemente seabandonan la creencia y la práctica religiosa. Frente a un mundoque se antoja placentero y útil, la religión resulta vacía de sentido,inútil para satisfacer las aspiraciones del hombre de hoy. Ya no setrata del ateísmo sistemático de los dos siglos precedentes; no valela pena siquiera preguntarse si Dios existe o no; se vive como si noexistiera. Dios no hace falta. La religión ha sido sustituida por elespectáculo, el deporte, la vida social.

Desde luego que no todos nuestros contemporáneos se cierran ala trascendencia; no siempre el inmediatismo de este mundo ahogael anhelo de una espiritualidad profunda que brota del corazón ytiende a Dios. Pero entre quienes se abren a este más allá, muchosno lo encuentran en un cristianismo ritualista y legalista; buscan ex-presiones religiosas más sólidas que les ofrezcan seguridad interior,y recurren a los fundamentalismos de diversas sectas o a la espiri-tualidad de las religiones orientales.

¿Qué pensar, qué decir y, sobre todo, qué hacer ante esta situa-ción, que quizás hemos descrito en un tono demasiado pesimista?

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¿Es posible seguir siendo cristiano en nuestra época? ¿Entramos,como algunos piensan, en la era poscristiana? No para consolarnossino para orientar nuestra búsqueda, es necesario situar la crisis delcristianismo en un panorama más amplio: hoy está en crisis todanuestra cultura llamada occidental, y con ella –dada la comunicacióna nivel mundial que ella misma ha producido– todas las culturas delglobo terráqueo. No cabe duda de que estamos viviendo un cambiode época: el paso de la modernidad a la llamada posmodernidad,que todavía no sabemos bien a bien lo que es o lo que será. El cris-tianismo no puede ser ajeno a este cambio.

En el párrafo anterior aparece la palabra “cultura”, que será claveen los siguientes apartados, ya que suscita muchas preguntas: ¿Quérelación hay entre la religión y la cultura? ¿Qué significa el diálogofe-cultura? ¿Es compatible la fe cristiana con diversas culturas?¿Es posible ser cristiano en la actual cultura posmoderna? Pero,ante todo, ¿qué es la cultura y qué es la religión?

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¿Qué es la cultura? Literalmente significa en latín cultivo, desarro-llo. Aplicada a los grupos humanos, la palabra empezó a tener rele-vancia en los ámbitos intelectuales europeos cuando, a partir delsiglo XV, los portugueses circunnavegaron África y los españolesiniciaron la conquista de América. Al establecer contacto con pue-blos poco conocidos y darse cuenta de sus diferencias, especial-mente al observar que ellos no tenían los avances técnicos de loseuropeos, como barcos de vela y armas de fuego, los conquistado-res los llamaron “primitivos” o “incultos”. Sin embargo, el desarrollode lo que hoy es la sociología ha venido mostrando que cada grupohumano tiene diversos estilos de vida, y que no por esto son unossuperiores a otros, sino que cada uno tiene su propia cultura.

Hoy entendemos por cultura la forma como un grupo humanoenfrenta su entorno para sobrevivir y desarrollarse. Podemos defi-nirla como “el conjunto de significaciones y valores que informan unestilo colectivo de vida, y hay tantas culturas como conjuntos dife-rentes de significaciones y valores” (B. Lonergan: Método en Teo-logía, p. 292). La cultura brota del ser mismo del hombre que, adiferencia de los animales, es capaz de distanciarse interiormente delo que percibe por sus sentidos para buscar los significados y valoresque encierra esa realidad, para interpretarla y poder actuar de unamanera consciente y libre. Por ser el hombre esencialmente relacional,la cultura siempre es grupal, y se transmite de una a otra generación.Cada uno de nosotros nace y crece en una cultura que nos condicio-na, que así como posibilita nuestro desarrollo personal, también limi-ta nuestras actuaciones; pero, por otra parte, nosotros mismos,interactuando como grupo, modificamos la cultura, que es capaz deabrirse y transformarse: las culturas siempre son históricas.

2. CULTURA Y RELIGIÓN

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Como consecuencia de esta evolución, al separarse los diversosgrupos humanos –aun admitiendo su origen común– fue surgiendouna legítima diversidad de culturas, apenas comunicadas entre sídurante milenios y muy dependientes al principio de los rasgos geo-gráficos. Hoy podemos hablar de un enorme desarrollo cultural de lahumanidad en cuanto al aprovechamiento de la naturaleza para ellogro de un mayor bienestar material, que ha ido facilitando tambiénel desarrollo del arte y del pensamiento en sus diversas ramas. Sinembargo –dada la limitación humana–, cada cultura tiene no sólovalores, sino también deficiencias, y la historia nos muestra que a lolargo del tiempo las culturas tienen etapas de progreso, pero tambiénde decadencia. Hoy en día, prácticamente todas las culturas estánen contacto por la mundialización, resultado tanto de la facilidad delos viajes como del desarrollo de los medios de comunicación elec-trónicos. Esta interrelación enriquece nuestra visión de la humani-dad, pero también conlleva el riesgo de conflictos y opresiones, deindiferencia y –paradójicamente– lejanía.

El hombre busca los significados y valores de la realidad porquebusca en ella un sentido más allá de lo sensible, un sentido trascen-dente; el hombre es un animal de sentido. De ahí brota el símbolo,que es una característica esencial de toda cultura. El símbolo perte-nece al mundo de los signos, pero lo rebasa. El signo es algo sensible(significante) que nos lleva al conocimiento de otra realidad (signifi-cado); el lazo que los une puede ser convencional (por ejemplo entreel semáforo y el tránsito). El símbolo por su parte nos revela, másallá de algo perceptible sensorialmente (como un objeto, una acción,una persona: agua, beso, padre), un significado, un sentido, una rea-lidad más profunda, imperceptible (vida, amor, Dios); el vínculo en-tre ambos no es externo y arbitrario, sino interno y necesario. Elsímbolo participa de la realidad que simboliza; la realidad a la queapunta es accesible sólo en y a través del símbolo. Al apuntar másallá de lo sensible, el hombre es esencialmente un animal simbólico.Los símbolos, al ser fruto de las experiencias más profundas delhombre mismo, evocan sentimientos y tienen un fondo común entoda la humanidad; pero, ya que pueden tener múltiples sentidos, seconcretan de modo diferente en cada cultura. Así pues, en mayor o

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menor grado, los símbolos –como los significados y los valores– sonpropios de cada cultura; no se inventan o cambian libremente, perosí pueden ser manipulados y pervertidos.

Los símbolos se expresan por el arte en sus diversas formas, ysobre todo por la palabra, que es más precisa. Las palabras –oraleso escritas– son ante todo signos sensibles, cuyo significado originales ordinariamente sensible; pero este significado inicial se puede irmodificando gradualmente y pasar de lo perceptible a lo simbólico.En consecuencia, las palabras pueden tener diversos sentidos. Cuan-do abstraemos notas comunes en la diversidad de lo que nos rodea,sobre todo en el pensamiento científico, formamos conceptos clarosy distintos, que formulamos en términos unívocos. Cuando nos abri-mos al contenido simbólico que encierra la realidad misma, surgenen nosotros las ideas y las expresiones análogas; las propias pala-bras pasan a ser símbolos. Por eso el idioma es un elemento funda-mental y característico de cada cultura, como se palpa claramenteal tratar de traducir textos, sobre todo poéticos.

Al buscar sentidos y valores que van más allá de lo sensible, elhombre está abierto, desde su limitada inmanencia, a la trascenden-cia, a lo ilimitado. En su insaciable búsqueda del conocimiento, delarte, del amor, se pregunta si hay algo más allá; y tiende –en unaforma o en otra– a la verdad absoluta, a la belleza perfecta, al amorsin límites; en una palabra, al totalmente Otro, al Absoluto, al quehemos llamado Dios. Por eso, toda cultura, desde los orígenes másremotos de la humanidad, se orienta hacia la religión, a la religacióncon Dios, como la definía Cicerón. También, desde luego, han surgi-do muchas dudas –implícitas durante milenios– a lo largo de la histo-ria: ¿existe Dios?, ¿puede alcanzarlo el hombre? Parecería que nopuede, dada la finitud humana. ¿O es Dios el que se comunica con él?Porque esa realidad que se revela en la experiencia religiosa, es larealidad inefable, inmanipulable por excelencia: es el misterio. Poreso, toda religión se articula en lenguaje simbólico, que no objetiviza nicosifica a Dios. El símbolo es mediación indispensable de la experien-cia religiosa, en la que se revela lo divino en lo humano, sin confundir-se ni tampoco separarse, sino abriéndonos a la comunión con él.

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¿Qué es, pues, la religión? La ambigüedad de las posibles res-puestas nos permite tipificar las religiones en dos grupos. Por unaparte, han existido desde la prehistoria las religiones que podemosllamar naturales: el hombre “inventa” a los dioses, proyectando enellos cualidades humanas amplificadas, como el poder y la sabiduría,aunque no pocas veces les atribuye también defectos humanos. Sonlos dioses los que nos describen los mitos: relatos simbólicos de mu-chas culturas antiguas de todos los continentes. Son dioses de lanaturaleza: de la tierra, de la lluvia, de los astros. Los dioses gobier-nan la naturaleza, pero como el hombre tiene que luchar penosa-mente con ella para subsistir, necesita que esos dioses le sean propicios,y trata de lograrlo mediante expresiones simbólicas, ofrendas sobretodo; son los ritos. Pero existe también el grupo de las religionesreveladas. Su punto de partida no es el hombre, sino la suposiciónde que Dios, en general Único, se comunica con los hombres a travésde manifestaciones que irrumpen en su vida: es el Dios de la histo-ria. Este Dios pide al hombre, ante todo, que le tenga fe en el sentidomás profundo de la palabra; es decir, que se apoye en él, que se fíede él. De esta fe se seguirá la obediencia: si el hombre sigue lasnormas que Dios le dé, éste cuidará de aquél.

Esta clasificación parecerá sin duda un tanto arbitraria. De he-cho, tanto en la antigüedad como en nuestros días, estos esquemasno se dan puros, sino que se mezclan en una u otra proporción. Todareligión supone que hay poderes superiores al hombre que de algunamanera se comunican con él; pero el receptor es el hombre mismo,que necesita expresar esta comunicación en símbolos y en palabras,que –como dijimos– son siempre culturales. En toda religión hay,pues, elementos que de alguna manera proyectan en Dios la idea dehombre que se tiene en una cultura. Hay que tener en cuenta tambiénque las experiencias religiosas, como cualquier actividad humanaprofunda y en mayor grado todavía, se realizan en el contexto de laresonancia emotiva, tan importante en nuestra vida y tan difícil demanejar razonablemente.

Concretando en el tema que nos interesa, hay religiones que ex-plícitamente afirman que ha habido una revelación histórica por parte

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de Dios, y que el hombre ha sido y es capaz de reconocerla y acogerlapor la fe. Los ejemplos más claros, al menos desde nuestro punto devista, son –en orden de aparición– el judaísmo, el cristianismo y elislamismo, que reconocen además la relación histórica que tienenentre sí. En estas religiones, la fe es el acto propiamente religioso.Por ella, el hombre se convierte libremente a Dios y se entrega a Él.La fe conlleva sometimiento, adoración, confianza. La fe auténtica,la relación con Dios, impregna toda la vida del hombre, le imprimeun sentido profundo y orienta las otras relaciones que le sonesenciales: la relación con el mundo, que ha ido conociendo por laciencia y dominando por la técnica; la relación con los demás, esen-cial, como dijimos, a su ser humano y que se realiza en la justicia y elamor; y la relación consigo mismo, por la que –al ser consciente desí mismo– es capaz de orientar libremente su propio desarrollo.

Si hemos afirmado que el hombre es un animal simbólico quenecesita manifestaciones sensibles de su religión, resulta pertinentepreguntarnos: ¿cómo podríamos describir las expresiones del catoli-cismo? Pensemos en un esquema gráfico, en un triángulo en cuyocentro se encuentra un libro sagrado: la Biblia (aunque más de uncatólico pensaría primero en un catecismo o en un libro de oracio-nes). Usando la misma letra inicial como nemotecnia, llamemos alos tres lados credo, código y culto; es decir, un conjunto de fórmulasdoctrinales que deben creerse, de leyes que norman la conducta yde ritos litúrgicos que hay que llevar a cabo. El triángulo se cierra ensí mismo y resulta agresivo hacia afuera; es una estructura geométricarígida que sugiere una jerarquía eclesiástica organizadainstitucionalmente.

Ya se habrá notado el tono un tanto irónico de esta representa-ción. En efecto, ese triángulo muestra sólo el aspecto visible de laIglesia, su expresión sociológica; estas expresiones religiosas siem-pre son culturales, pues de otro modo no serían comprendidas nivividas por los miembros de la comunidad. No obstante, para inter-pretarlas correctamente es necesario tener en cuenta que deben serel símbolo de algo interior, de un conjunto de significados y valores,una expresión comunitaria de la relación personal con Dios, que es

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la esencia de toda religión. ¿Cuál es ese trasfondo que deben mani-festar los símbolos cristianos?

En este punto puede ayudarnos el considerar algunas religionesorientales, como el hinduismo y el budismo, de las que el ConcilioVaticano II dice: “la Iglesia católica no rechaza nada de lo que enestas religiones hay de santo y verdadero” (NA 2). En ellas se cul-tiva expresamente una interioridad que podemos representar comocírculos concéntricos, emergentes, similares a los que se producenen el agua de un estanque tranquilo cuando un objeto cae en él. Elcaso de Buda (el iluminado; Siddharta Gautama, que vivió alrededordel año 500 a.C.) y de sus seguidores lo ejemplifica muy claramen-te. El primer círculo brota en la conciencia, en lo más interior delhombre; es la experiencia de un más allá absoluto, más o menosexplícita, inenarrable con palabras humanas. Pero dado que el hom-bre tiende a la comunicación de su interioridad, formula algún tipode expresión para compartirla con otros; se produce así un segundocírculo. De la mutua comunicación de esa experiencia brota unacomunión, una comunidad de vida que tiene una estructura muyflexible en esas religiones. ¿Qué decir de estos dos esquemas? ¿Sonincompatibles el triángulo y los círculos, o podemos relacionarlosentre sí?

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El centro del cristianismo no es ningún objeto sagrado, ni siquiera laSagrada Escritura. Su centro es Jesús, que fue un hombre comocualquiera de nosotros. Aunque no se ha podido fijar con precisión lacronología de su vida y quizás nunca podamos reconstruir al Jesúsreal, nadie pone ya en duda la existencia del Jesús histórico, quenos presentan sobre todo los cuatro Evangelios. Pertenecía al pueblojudío, heredero de una milenaria religiosidad fuertemente vinculadacon su cultura, que estuvo en contacto con otros pueblos, pero evi-tando contaminarse con visiones religiosas ajenas a él. Desde el año63 a.C. el imperio romano en expansión lo había dominado política-mente, pero respetaba lo que hoy llamaríamos sus “usos ycostumbres”. Casi nada sabemos de los primeros treinta años de lavida de Jesús; en cambio sí podemos formarnos una buena idea delos últimos tres, de su vida pública.

¿Cuál fue la religiosidad de Jesús, de la que surgió su actividadpersonal, cuya influencia perdura hoy sin duda alguna después deveinte siglos? Nos la muestra claramente la presentación que de élnos hace el Evangelio de Marcos. Jesús recibe el bautismo de Juan,que predicaba una conversión de corazón ante la inminente venidadel Mesías, el enviado de Dios que todos esperaban. Nos dice eltexto que “en cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban yque el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una vozque venía de los cielos: ‘Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco’”(Mc 1,10-11). Si tenemos en cuenta el estilo literario semita y elcontexto, la palabra “vio” se refiere más a una intensa experienciainterior de su relación con Dios que a una visión externa. En estaexperiencia Jesús capta profundamente quién es y cuál es su misión:él es el Mesías, el Hijo de Dios. “A continuación el Espíritu le empu-

3. EL CENTRO DEL CRISTIANISMO ES JESÚS

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ja al desierto” (1,12). Jesús necesita asimilar esa revelación y dis-cernir qué tipo de Mesías deberá ser; permanece allí durante cua-renta días, que recuerdan los cuarenta años de gestación de la fe delpueblo de Israel en el desierto al mando de Moisés. En seguida co-munica su experiencia interior: “Marchó Jesús a Galilea; y procla-maba la Buena Noticia de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el reinadode Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Noticia’”(1,14-15). Muy pronto reúne en torno suyo una comunidad que irácreciendo: “Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, elhermano de Simón, largando las redes al mar, pues eran pescadores.Jesús les dijo: ‘Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadoresde hombres’. Al instante, dejando las redes, lo siguieron” (1,16-18).

Como podemos ver claramente, el proceso personal que vivióJesús como hombre es el mismo que describe el esquema de loscírculos concéntricos de las religiones orientales; pero notemos queen su caso, la experiencia interior no es producida por él como hom-bre, sino por la revelación de un Dios personal, su Padre, que secomunica con él. Por otra parte, Jesús percibe esta comunicacióndel Inaccesible a través de símbolos: el agua del Jordán, los cielos, lapaloma, la voz. Así pues, los dos esquemas, el de los círculos y el deltriángulo, no sólo son compatibles en el cristianismo, sino que necesitancomplementarse mutuamente: las expresiones religiosas externas sonnecesarias, pero deben ser símbolos de una experiencia interior deDios; sin ésta carecen de sentido. La auténtica religión lleva a plenitudlas aspiraciones humanas, y, en consecuencia, más allá de susexpresiones, ha de configurarse como una praxis simbólica, querealiza en el mundo lo que simboliza.

Así lo hizo Jesús. En su vida pública irá desarrollando su mensaje,que se centra en dos puntos íntimamente relacionados entre sí: Dioses Abbá, es decir un papá –y también mamá, ¿por qué no?– quenos ama y nos ofrece su reinado. Este reinado de Dios no procedede la tierra, pero debe construirse en la tierra: es la invitación a quetodos acepten ser hijos de Dios y por tanto vivan como hermanos enJesús por la solidaridad, la justicia, la paz; en una palabra: por elamor. Jesús expresa esta doctrina en símbolos, como son las pará-

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bolas y los milagros. Jesús realiza esos milagros, curaciones casitodos, movido por la compasión; sólo pide fe en su Padre. Estosmilagros muestran que Dios pone su poder al servicio de su miseri-cordia en favor de los hombres. El reinado de Dios tendrá su plenarealización en la otra vida, en la definitiva relación con Dios.

Este mensaje de Jesús tuvo pronto una entusiasta aceptación so-bre todo entre los pobres, los marginados, los pecadores; pero sólolentamente penetraba en ellos, ya que más bien esperaban un liber-tador político. Jesús escogió entonces al pequeño grupo de Los Doce,y salió con ellos a regiones circunvecinas para instruirlos más pro-fundamente; aunque no lo logró del todo. Por otra parte, fue surgien-do una clara oposición a Jesús por parte de los fariseos. Éstos eranconsiderados por el pueblo como modelos –aunque difícilmenteimitables– de una religiosidad que consistía en la escrupulosa obser-vancia de todas las normas establecidas en la Ley y los Profetas,nombre que designa lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento;de este modo se hacían merecedores de ser admitidos en el reinadode Dios. Otro grupo, centrado más bien en Jerusalén, era el de lossaduceos, del que formaban parte los sacerdotes de alta jerarquía;complacientes con los romanos para que éstos les permitieran domi-nar al pueblo, controlaban el templo de Jerusalén y centraban lapráctica religiosa en el culto ritual de las ofrendas y otras ceremo-nias. Aunque con ciertas rivalidades entre sí, estos dos grupos seunieron contra Jesús, ya que éste criticó fuertemente tanto la morallegalista de los primeros, que los llevaba a la hipocresía (Mt 23,1-36), como el culto ritualista de los segundos, que despojaban y opri-mían a los demás pero se creían seguros al refugiarse en el templocomo en una cueva (Mc 11,15-18; cf. Jr 7,1-15). La vida de Jesús sefue volviendo cada vez más conflictiva. Incomprendido, abandona-do por los suyos, incluso traicionado, fue entregado a los romanospor los mismos representantes de su pueblo y ejecutado en el terri-ble patíbulo de la cruz. Históricamente hablando, se podría decir quesu vida fue un fracaso.

Sin embargo, surgió una nueva experiencia profundamente reli-giosa. Sus discípulos, que de pronto se habían dispersado ante su

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muerte, fueron comprendiendo paulatinamente que Jesús estaba vivo,que su Padre Dios lo había resucitado y llevado consigo, que estabapresente en ellos por su Espíritu Santo. Más que pedir que le dieranculto, Jesús había insistido en “tú, sígueme” (Jn 21,22). Y con enor-me valentía ante los riesgos, sus discípulos continuaron la obra queél había iniciado, siguiendo el mismo esquema que él vivió: comuni-car su experiencia de fe en la resurrección de su maestro e ir for-mando una comunidad, la Iglesia, que se fue extendiendo no sóloentre los judíos sino a lo largo y ancho del imperio romano.

De este modo, el Jesús de la historia es el fundamento del Jesúsde la fe; de la fe en su triunfo, a la luz de la cual se escribió todo elNuevo Testamento. Jesús mismo, en la humanidad que asumió al en-carnarse, es el símbolo originario del cristianismo (K. Rahner); altriunfar por su resurrección, ofrece a todo hombre la plena e insospe-chada realización de su trascendencia: la participación eterna en lavida de Dios, y convierte toda la realidad, especialmente al hombre,en símbolo de Dios. Él es el mensaje que la Iglesia debe llevar almundo. Continuar su obra consiste en extender el reinado de Dios: envivirlo personalmente y proclamarlo a los demás, como lo dice la fraseque san Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios, pone en boca de Jesús:"porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria". Endos palabras, Jesús, en su vida plenamente humana, es el rostro hu-mano de Dios, ya que nos revela su amor misericordioso, y también elrostro divino del hombre, ya que nos muestra el camino al Padre.

Ser cristiano consiste, pues, en seguir a Jesús, en vivir como élvivió, en continuar su obra, aunque en una cultura y en unas circuns-tancias evidentemente distintas a las suyas; en llegar así a donde élllegó. Podemos entonces decir que el cristianismo es un humanismo,pues se centra en un hombre: Jesús. Él asumió y dio sentido a toda lavida humana, y nos mostró a un Dios que respeta la autonomía delas leyes de la naturaleza y la libertad del hombre, tal como él noscreó; que nos ilumina por su revelación a lo largo de la vida deIsrael y de la Iglesia, sin negar que lo haga también en otros pueblosy culturas, y que nos eleva a la vida de hijos suyos, como hermanosde su Hijo, por la acción del Espíritu Santo.

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Pero, ¿quién fue o, mejor dicho, quién es ese hombre, ese “talJesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive” (Hch 25,19), comolo describió el procurador romano Félix ante el rey Agripa? Ya elNuevo Testamento nos lo dice, aunque no de una manera sistemáti-ca. La Iglesia lo fue formulando desde los primeros siglos: es el quepodemos llamar el Jesús de la teología. Un punto culminante fue elConcilio de Calcedonia en el año 451: Jesús es igual al Padre, es suHijo desde la eternidad; con el Espíritu Santo constituyen un soloDios, una sola naturaleza divina. Al encarnarse en la Virgen María,el Hijo asumió en el tiempo una humanidad como la nuestra; unapersona divina unió –sin mezclarlas– dos naturalezas, la divina y lahumana. Jesús no fue un “turista divino” que nos visitó durante algúntiempo, sino alguien que realmente se “naturalizó hombre” y así serelacionó personalmente con toda la humanidad.

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Volvamos ahora a los dos esquemas geométricos que hemos usado.El cristiano, a partir de su experiencia de fe en Jesús resucitado,tiende a comunicarla y a vivirla comunitariamente. La reflexión mis-ma sobre esta experiencia personal y su comunicación a otros re-quieren una expresión verbal adecuada; la comunidad cristiana suponea su vez cierta estructura. Ahora bien, si este proceso que brota delinterior tiende a socializarse, si debe ser común a un grupo, necesita–como todo lo humano– manifestarse en símbolos, en formas exter-nas compatibles con cada cultura. Es evidente que hoy vivimos enculturas muy diferentes a la de Jesús y a la de los primeros cristia-nos. Surge entonces la pregunta: ¿las manifestaciones propias delcristianismo, que hemos representado como un triángulo cuyos treslados son credo, código y culto, han sido siempre y son hoy las ade-cuadas en cualquier cultura? ¿Son invariables la estructura eclesiás-tica, las expresiones de la fe, las normas concretas de conducta y losritos litúrgicos?

Estos cuestionamientos nos remiten al hecho mismo de la revela-ción. La “Constitución dogmática sobre la Divina Revelación” delConcilio Vaticano II nos señala el camino. Dios se ha revelado y serevela a la humanidad de múltiples formas, “por hechos y palabrasíntimamente trabados entre sí” (DV 2). Pero para que el hombrecapte esa comunicación, Dios necesita expresar su palabra –en sen-tido amplio– de un modo asequible a los hombres, es decir, en len-guaje humano –en sentido amplio también–. Ahora bien, el lenguajehumano ha variado y varía según las diversas culturas. Esta diversi-dad se manifiesta en concreto en “la sagrada tradición y la SagradaEscritura [que] constituyen un solo depósito sagrado de la palabra

4. CRISTIANISMO Y CULTURA

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de Dios encomendada a la Iglesia” (DV 10). Empecemos por laprimera, que es anterior a la segunda.

Se solía decir que la tradición contiene aquellas verdades de fe queno están expresadas en la Biblia, pero que fueron transmitidas degeneración en generación y puestas más tarde por escrito. La Consti-tución recién citada nos da una descripción más amplia: “La Iglesia,en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todaslas generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree. Esta tradición,que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia delEspíritu Santo” (DV 8). Abarca la oración, especialmente la litúrgica;la espiritualidad interior y su puesta en práctica, tanto del pueblo engeneral como especialmente de sus personajes más representativos,como fueron los profetas antes de Cristo y los santos en la Iglesia; elmagisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia; la teología, de la quehablaremos en seguida. Es necesario discernir esta tradición, pues suvalor es diverso, ya que se ha vivido y se vive en culturas muy diversas.Pongamos unos cuantos ejemplos: a Abraham, nómada y sin hijos,Dios le promete tierra y descendencia; al pueblo esclavizado en Egiptole ofrece tierra y libertad; Jesús nos abre el camino, más allá de lalibertad política que esperaban los judíos, al éxodo definitivo de estemundo a Dios; los concilios y los documentos oficiales de la Iglesiahan surgido en diversas circunstancias históricas. Las expresiones deesta revelación y su aceptación por la fe tuvieron que realizarse encontextos culturales y con expresiones diferentes.

Poco a poco, en el contexto de esta tradición y de acuerdo conella, fue surgiendo en Israel y en la primitiva Iglesia “la SagradaEscritura [que] es lenguaje de Dios en cuanto se consigna por escri-to bajo la inspiración del Espíritu Santo” (DV 9), aunque sus autoresno fueran conscientes de esta inspiración. La llamamos “Biblia”,palabra griega que significa libros, en plural, ya que consta de grannúmero de escritos, en muy diversos estilos literarios, propios decada época y de cada autor humano. Su redacción se llevó a cabodurante un milenio, probablemente desde el tiempo de Salomón, enel que se pusieron por escrito tradiciones orales anteriores, hastafinales del primer siglo después de Cristo.

25Cristianismo y mundo actual

La tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente relaciona-das. Quienes escribieron la Biblia expresaron la palabra de Dios yaacogida por la experiencia de la fe. Por su parte, la tradición fueseleccionando los libros que consideraba sagrados, hasta que se for-mó la lista definitiva o canon bíblico. Hoy, la Biblia es un texto yafijado definitivamente, pero escrito en hebreo y en griego, por lo quenecesita ser traducido a los diversos idiomas, de acuerdo con la idio-sincrasia de cada uno. Así, pues, para comprender tanto la SagradaEscritura como la tradición, se deben tener en cuenta los contextosculturales en los que ellas se desarrollaron y evolucionaron. En par-ticular, hay que reconocer que la revelación divina contenida en ellasse fue adaptando a los vaivenes de la historia de la humanidad, mues-tra de una evolución pedagógica progresiva hacia la verdad a travésdel error y hacia el bien a través del mal. Es necesario, pues, actua-lizar ese pasado en el presente de cada cultura, la nuestra en con-creto. La Biblia es letra muerta si no se lee en el contexto de latradición viva y de la cultura actual.

Precisemos ahora lo que significa la palabra “teología”. La teolo-gía no se identifica con el contenido de la revelación o de la fe. Es lareflexión humana de un creyente que intenta comprender mejor esarevelación divina que él ha asumido por la fe. Ya hay en la Biblia unacierta reflexión teológica al menos implícita: una profundización delas verdades más importantes, referencias a libros anteriores en buscade una relación y continuidad, sobre todo del Nuevo Testamentorespecto al Antiguo. La teología se desarrolló cada vez mássistemáticamente a partir de los primeros siglos de la Iglesia, y sefue extendiendo en el ambiente helenista del Imperio Romano, here-dero del pensamiento filosófico griego. Una definición puede ser lasiguiente: “La teología es una mediación entre una determinada ma-triz cultural y el significado y función de una religión dentro de dichamatriz” (B. Lonergan: Método en Teología, p. 9).

La teología tiene una relación intrínseca con cada cultura. Enefecto, Dios nunca cabrá en nuestra mente y menos en nuestraspalabras humanas; del Misterio no podemos tener conceptos clarosy distintos, sino apenas nociones. Por eso siempre necesitaremos

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símbolos, representaciones de Dios, como dijimos en el capítulo 2.En particular requerimos de expresiones verbales de la revelación yde la fe, formulaciones de nuestras creencias, que tienen que usartérminos análogos, casi metafóricos; es decir, que no serán sino unaaproximación de lo que es inaccesible para la inteligencia humana.Ahora bien, estas representaciones, estas formulaciones, siempreserán culturales y cambiarán con cada época. Si el lenguaje de laBiblia fue evolucionando, también lo será el de la teología e inclusiveel del magisterio de la Iglesia.

Otro punto es el del “culto”. Esta palabra, curiosamente emparentadacon cultura, ya que significa el cultivo de nuestra relación conDios, normalmente significa un conjunto de ritos por los que el hombreexpresa esa relación con él, su deseo de unirse a él. En el pueblo judíoeste culto consistía sobre todo en presentar a Dios un “sacrificio”,palabra que significa ofrenda, algo que se hace sagrado, ya que lossacerdotes ofrecían una víctima en el altar en nombre del pueblo; esel culto ritual. Ahora bien, Jesús establece la nueva y eterna alianzacomo “Sumo Sacerdote” (Hb 2,17), tema de toda la Carta a los He-breos; en efecto, por ser Hijo de Dios y hombre a la vez, él es el“único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2,5). Pero el cultode Jesús no fue un culto ritual sino un culto real, que consistió enofrecerse a sí mismo hasta la muerte por amor a nosotros (cf. Jn13,1). Más aún, al abrirnos el camino al Padre, nos comunica susacerdocio a todos los cristianos para que podamos también ofrecer-nos a Dios como él: “Los exhorto, pues, hermanos, por la misericordiade Dios, a que ofrezcan su propia existencia como una víctima viva,santa, agradable a Dios; tal será su culto espiritual” (Rm 12,1).

La expresión externa de este culto espiritual es la práctica delamor y de la justicia: "En esto conocerán todos que ustedes son misdiscípulos: si se tienen amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Peroesta vida cristiana, unida a la de Cristo, hay que manifestarla y cele-brarla en el culto ritual, ante todo en los sacramentos de la Iglesia,cuyo centro es la eucaristía. En ésta el pan y el vino, que significansu cuerpo y su sangre (cf. Mc 14,22-23), simbolizan que Jesús debeser el alimento de nuestra fe, como él mismo lo dijo: “Yo soy el pan

27Cristianismo y mundo actual

de la vida; el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en míno tendrá nunca sed” (Jn 6,35). Sin embargo, después de la consa-gración, más allá de las apariencias de esos símbolos, Jesús se noshace realmente presente, y actualiza para quien lo recibe con fe elMisterio Pascual de su vida, muerte y resurrección, que nos comuni-ca la vida eterna. En las celebraciones sacramentales y en la liturgiaen general, las expresiones rituales deben estar adaptadas a cadacultura, sin perder de vista su origen histórico; como también enotras expresiones populares o privadas, como lo hacen nuestros in-dígenas.

Finalmente, tanto las instituciones como las normas que las rigentambién evolucionan y cambian con las diversas culturas, con susprogresos y sus decadencias. Los sistemas políticos, económicos ysociales han sido muy diferentes desde los clanes o tribus del tiempode Abraham, pasando por las diversas situaciones del pueblo de Is-rael, hasta la época de Jesús, y no digamos hoy. Se fue pasando delderecho consuetudinario al jurídico, que heredamos sobre todo delos romanos. Es obvio que la configuración social de la Iglesia, comoinstitución, también debe adaptarse a las culturas hoy existentes.

Todo lo anterior se podrá apreciar mejor si hacemos un rápidorecorrido por la historia de la Iglesia, en el que nos detendremos másen los últimos siglos, los de la llamada modernidad, fuertemente liga-da a la llamada cultura occidental y que desemboca en nuestra épo-ca. Durante casi dos milenios la Iglesia ha vivido muchos cambiosen su estructura, en sus expresiones litúrgicas y teológicas, en todala práctica de su vida cristiana. Esto nos permitirá vislumbrar la ne-cesidad de inculturar el cristianismo –usando un neologismo ya muyextendido–, es decir, de vincular la fe con la cambiante cultura ac-tual, de buscar que las expresiones cristianas sean una mediaciónque dé significado y sentido a todos los aspectos de la vida, que seanauténticos símbolos de la experiencia de Dios.

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Jesús vivió, actuó y predicó en su propia cultura judía del siglo I. Enese contexto nació la Iglesia. Los primeros discípulos también eranjudíos y tenían costumbres muy arraigadas. Pocos años después seles unió Saulo, que adoptaría el nombre romano de Pablo. Conocía afondo la Ley y los Profetas, pues era escriba o rabino y seguía casifanáticamente la religiosidad farisaica; pero había nacido en Tarso,fuera de las fronteras del pueblo de Israel, y conocía también lacultura helenista. Al convertirse de perseguidor en apasionado discí-pulo de Jesús, fue descubriendo que la fe cristiana no estaba ligadaa la cultura judía. Se dedicó a predicar a Jesús entre los paganos yrompió con prescripciones como la circuncisión y la prohibición deciertos alimentos, no sin conflictos con los cristianos judaizantes. Sulabor evangelizadora la adaptó a la mentalidad de sus oyentes. Fueel gran inculturador de la fe cristiana.

La Iglesia fue extendiéndose a lo largo y ancho del imperio romano,no sin sangrientas persecuciones. Finalmente, Constantino la declaróreligión lícita en el año 313. En esta libertad, aunque bajo la tutelaautoritaria del emperador, se reunieron los primeros conciliosecuménicos y la fe cristiana se fue unificando en fórmulas teológicas.Una teología requiere, para sistematizarse, un cierto trasfondo filo-sófico; lo ofreció el pensamiento platónico en sus mejores expresio-nes, adaptado para hacerlo compatible con el mensaje cristiano. Elgran exponente de aquella época fue san Agustín (+430). Por otraparte, las diversas iglesias (ahora las llamaríamos diócesis) se agru-paban en cuatro patriarcados, y tenían bastante autonomía en surégimen interno de gobierno y en sus normas litúrgicas, pero recono-cían que la última palabra la tenía el papa.

5. DE JESÚS AL APOGEO DE LA MODERNIDAD

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La caída del imperio romano ante la invasión de las tribusgermanas produjo una crisis en la Iglesia. Poco a poco los germanosse fueron convirtiendo al cristianismo, que inclusive se extendió másallá de las antiguas fronteras del Imperio. En el año 860 se inició laevangelización de los pueblos eslavos. Estos hechos implicaron unanueva adaptación en la estructura eclesiástica y en la liturgia, deacuerdo con las respectivas culturas. La piedad y la doctrina cristia-na se conservaron sobre todo gracias a las órdenes monásticas, ex-tendidas por Europa, especialmente a partir de la fundada por sanBenito (+544).

Sin embargo, los nuevos emperadores y los señores feudales ex-tendieron indebidamente su dominio temporal al régimen interior dela Iglesia, que cayó en una fuerte decadencia; por eso el siglo X hasido llamado el siglo obscuro. Más aún, ya en el siglo XI, diversassituaciones políticas y doctrinales ocasionaron tristemente que lasIglesias orientales, tan ricas en tradición, se separaran de Roma(1054). Por fin, el monje Hildebrando, elegido papa en 1073 y quetomó el nombre de Gregorio VII, afrontó con valentía el conflictoentre el sacerdocio y el imperio: destituyó y excomulgó al empera-dor Enrique IV, que se humilló y aceptó que el pontífice tenía lasuprema autoridad en el régimen interno de la Iglesia y aun, dadocaso, sobre el emperador; en ese momento fue una medida necesa-ria para garantizar la libertad de la Iglesia. Por otra parte, el islamis-mo, iniciado por Mahoma (+632), se fue extendiendo desde el cercanoOriente por el norte de África hasta España. Cuando los belicososturcos se convirtieron al islam y amenazaron al cristianismo, se ini-ciaron las ocho cruzadas, que durarían de 1096 a 1270.

Nace la edad media, y durante ella surgen las universidades delas que somos herederos. En ellas se elaboró la gran teología esco-lástica, sobre todo con santo Tomás de Aquino (+1274), que asumióel pensamiento de Aristóteles como esquema filosófico en lugar delde Platón. Florecieron también las artes, sobre todo la arquitecturarománica y la gótica. En literatura, la Divina Comedia de DanteAlighieri (+1321) ofrece una maravillosa visión de esa época de lacristiandad, unida por la fe común: Dios ocupa el centro de la cultu-

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ra. Sin embargo, no faltaron los conflictos; surgieron diversos gru-pos cismáticos, y la Iglesia misma se vio dividida por el cisma deOccidente: entre 1378 y 1417 hubo simultáneamente dos papas, unoen Roma y otro en Aviñón.

Pero toda etapa histórica tiene su fin. Fue surgiendo en Italia elRenacimiento, que ante el desarrollo sobre todo de las artes preten-dió recobrar la cultura clásica grecorromana, y se opuso a la teolo-gía escolástica (degenerada en nominalismo), al feudalismo y al poderimperial y eclesiástico (muchos de cuyos dirigentes caían en la co-rrupción). Más tarde se llamará humanismo a este movimiento, yaque, desplazando a Dios, pondrá al hombre en el centro del mundo.La fecha simbólica que marca el fin de la edad media es la caída deConstantinopla en manos de los turcos (1453), con la que terminó elimperio bizantino.

Casi medio siglo después dos acontecimientos importantes mar-caron profundamente la vida de la Iglesia. Por una parte, en 1492Cristóbal Colón le abrió un nuevo mundo, en el que inició una intensaevangelización de los pueblos indígenas; pero por otra, se separó deella buena parte de Europa, ya que en 1521 Martín Lutero ratificóuna dolorosa ruptura, que extendieron Juan Calvino y Enrique VIIIde Inglaterra. Cambia el horizonte cristiano, y la Iglesia entra en unafuerte crisis. La reacción del papa Paulo III es convocar el Conciliode Trento, que inicia en 1545, dura cuatro períodos interrumpidospor conflictos políticos entre las mismas naciones católicas y termi-na por fin en 1563. Al papa san Pío V (+1572) le corresponderáiniciar la aplicación de sus directrices. La recién fundada Compañíade Jesús (1540) contribuyó a la nueva evangelización y a la defensade la fe católica.

Frente a la división originada por la reforma protestante, lacontrarreforma católica insistió en la uniformidad de la doctrina, enla unificación de la liturgia, en la formación del clero y la precauciónfrente a posibles herejías; la curia romana acentuó su gobierno cen-tralista. España utilizó la inquisición para fortalecer su unidad políti-ca recién lograda, pero amenazada por una posible fragmentación

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religiosa; empleaba procedimientos judiciales hoy condenables, peroque eran comunes entonces en el derecho penal y fueron empleadosen otras naciones contra los católicos.

Entretanto avanzaba una nueva era: la modernidad. En 1543Copérnico –en aparente pero simbólica contraposición con elhumanismo– desplazó a la Tierra del centro del universo para colocaren él al Sol: es el inicio del gran desarrollo científico, que será una delas características relevantes de esta nueva época. La filosofía sedesligó de la tardía escolástica y, volviéndose también de Dios alhombre, tomó un nuevo rumbo a partir del racionalismo de Descartes(+1650). De él surgieron el empirismo y el positivismo, que desem-bocaron en el materialismo, a pesar del idealismo que inicia Kant(+1804). El hombre viró su mirada de sí mismo a lo material. Lasciencias explicaban cada vez mejor la armonía de la naturaleza, yasumieron su propia autonomía frente a la filosofía y la teología; en1633 la Iglesia condenó el heliocentrismo de Galileo. Estos avancescientíficos originaron a su vez un extraordinario desarrollo de la téc-nica: la máquina de vapor (1705), la corriente eléctrica (1800) y latransmisión inalámbrica (1899), por poner algunos ejemplos claves.

En lo político, las naciones europeas, no pocas de ellas apoyadaseconómicamente por sus colonias, se fortalecen internamente y ori-ginan el absolutismo regio. Se inicia la separación entre la Iglesia y elEstado. La ilustración (siglos XVII y XVIII), que reclama la sobera-nía de la razón frente a la revelación y la autoridad, acentúa estaseparación y desemboca en el deísmo, en un dios filosófico, ausente.La Iglesia se apoya en los reyes borbones, pero éstos la dominan ylogran que el papa suprima la Compañía de Jesús (1773). Avanzaba,entre tanto, la idea de la dignidad del hombre y de la libertad política;a la independencia de los Estados Unidos (1776) y la revolución fran-cesa (1789), seguirá la independencia de las naciones latinoamerica-nas. Con estos movimientos fue surgiendo la formulación de losderechos del hombre, y Dios es sustituido por la diosa razón.

A partir del siglo XVII surgen las ciencias del hombre. Con ellasla razón humana empieza a incursionar en el campo del fenómeno

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religioso. Aparecen así las “ciencias de la religión”: la historia, lasociología y la psicología de las religiones, y –ya en el siglo XX– lafenomenología y la filosofía de las mismas; estas ciencias abren hoycaminos para realizar la inculturación del cristianismo. Contra el pre-dominio absoluto de la razón, que sofoca las emociones y los senti-mientos, el arte se separa de la ciencia y busca sus propios caminos;los encontrará en el romanticismo.

El dominio de la naturaleza originó la era industrial y la emancipa-ción económica; con ellas surge el capitalismo, que radicaliza la divi-sión entre capital y trabajo; es apoyado sobre todo por sectoresprotestantes que ven en el progreso material la señal del favor deDios y el modo de alabarlo. Los antiguos artesanos se convierten enobreros, que serán pronto duramente oprimidos. La producción y elcomercio modifican las relaciones humanas; las riquezas materialesse van acumulando en pocas manos. Karl Marx (+1883) levanta suvoz de protesta y proclama el “paraíso comunista”; busca la tras-cendencia del hombre, pero la finca en lo terreno. El papa León XIIIinicia “la doctrina social católica” con la encíclica Rerum Novarum(1891) en contra de los abusos del capitalismo.

Durante estos cuatro siglos la Iglesia se fue encerrando en símisma, apartándose de la cultura de su mundo y perdiendo autori-dad. Se anquilosó en una teología conservadora, que ante los su-puestos ataques de los avances científicos –como la teoría de laevolución– trató de esgrimir las armas de la razón para demostrar lafe, y cayó en una apologética racionalista. El Concilio Vaticano I(1869-70), que apenas tuvo dos sesiones solemnes, pues se inte-rrumpió indefinidamente por la ocupación de Roma por Víctor Ma-nuel II, rey de Italia, estableció la distinción entre fe y razón, peropareció dar a aquélla un dominio sobre ésta.

Surgió después el modernismo, que ofreció diversasinterpretaciones de las enseñanzas de la Iglesia a la luz delpensamiento filosófico y científico contemporáneo; pero fuecondenado duramente por Pío X en 1907. La vida cristiana se encerró

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en los templos y en los actos de culto. Mientras tanto, la modernidadse iba extendiendo –o mejor imponiendo– en casi todo el mundo.Brota el ateísmo sistemático. Es la “muerte de Dios” (Nietzsche).

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El siglo XX fue paradójico: durante él hubo más inventos técnicos queen toda la historia humana anterior, y sin embargo se vio entenebreci-do por dos desastrosas guerras mundiales, por los sangrientostotalitarismos de Hitler y Stalin y por la tensión de la guerra fría. Elhombre, puesto en el centro del universo por el humanismo del sigloXVI, fue reducido a lo biológico (Darwin, +1882), a lo económico(Marx, +1883), a lo inconsciente (Freud, +1939). Hay un fuerte pre-dominio de la esfera privada y de la intimidad, y se afianza la libertadpersonal; pero se cae en la esclavitud de lo material que lleva al indi-vidualismo y al utilitarismo: lo importante es producir y consumir, te-ner más que ser. Lo sagrado es sustituido por lo profano, por “lo queestá fuera del templo”: la riqueza material, el nivel de vida, el cuidadodel cuerpo, la salud psicológica. Pero estos valores terrenos sesacralizan; la religión se sustituye por el hedonismo y el narcisismo.

El hombre va perdiendo el sentido de su vida al virar de la espe-ranza escatológica, de una trascendencia más allá de este mundo,al progreso material; su optimismo se convierte en pesimismo quelleva a la angustia. Busca salir de ella por el existencialismo, creyente(Kierkegaard, +1855) o ateo (Sartre, +1980). La razón se absolutiza,se dogmatiza, se reduce a lo experimental. La razón instrumental ylas reglas del uso del lenguaje sustituyen a la metafísica y a los lla-mados metarrelatos. La especialización del conocimiento y la diver-sidad de las culturas conduce a un pluralismo relativista de la verdady de los valores. La enseñanza pasa de educación a instrucción téc-nica, de formación humana a mera información. Surge la cultura dela intrascendencia en el arte, el divertimiento. Ante la pérdida delsentido de la vida y la extroversión de una cultura desintegrada y

6. LA CRISIS DE LA MODERNIDAD

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centrífuga que lleva a la vacuidad de la propia intimidad, se deteriorala salud mental y se cae en la depresión y la esquizofrenia. El hom-bre se enajena de sí mismo. Se buscan huidas de este mundo insatis-factorio; desde el teléfono celular, las diversiones, la músicaestruendosa y la velocidad al conducir, hasta el sexo, el alcohol, ladroga y el suicidio. En el mejor de los casos, se busca refugio en lacreencia en la reencarnación.

La modernidad ha entrado en crisis. Mientras algunos piensanque hemos llegado al fin de la historia, al mejor de los mundos, laexperiencia generalizada nos muestra una humanidad conflictuadaen lo tecnológico, político, económico, científico y filosófico; en lacultura en general. Hay múltiples crisis: entre la paz y la guerra,entre el desarrollo sustentable y el agotamiento de los recursos, en-tre la igualdad de género y la violencia familiar.

La extensión de la mundialización no sólo ha producido laglobalización del mercado, que acentúa la extrema pobreza de lamayoría por la acumulación de la riqueza de unos cuantos, sino tam-bién el choque armado de culturas locales y de grupos religiosos, elterrorismo y el miedo. La crisis de una cultura es la crisis de sussímbolos; hoy los símbolos, al mostrar su fragilidad, están amenaza-dos por la cultura científico-técnica dominante; se separa la razóndel sentimiento, lo objetivo de lo subjetivo –que se convierte ensubjetivismo–, la ciencia de la fe. Por eso la crisis actual afectadirectamente al cristianismo, ya que éste sólo puede expresarse ensímbolos, que al parecer ya no se armonizan con la concepción delmundo y de la vida.

“El hombre ha muerto”; en lugar de liberarse se esclavizó. Eloptimismo se ha convertido en pesimismo; la trascendencia, en in-manencia. Es la disolución del sujeto en la in-trascendencia, en unnihilismo no angustioso sino lúdico. “Al negarse con frecuencia areconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida sub-ordinación a su fin último, y simultáneamente toda su ordenacióntanto hacia sí mismo como hacia los demás hombres y a todas lascosas creadas” (GS 13).

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En resumen: más que una época de cambios acelerados, hoy es-tamos viviendo –como ya dijimos– un cambio de época; el cambiode la modernidad al inicio de la llamada posmodernidad. La incerti-dumbre puede llevarnos al pesimismo, a la inmovilidad, a buscar se-guridad en formas de vivir el cristianismo propias de otras épocas.Es verdad que hay que volver la vista al pasado, pero no paraanclarnos en él sino para aprender de las vicisitudes por las que laIglesia ha atravesado lo largo de su historia, y que –aun condificultades– ha ido superando. A la luz de este pasado, pongamoslos pies en este presente en el que parece no haber caminos, en elque todo es provisional, y miremos al futuro con esperanza: “se hacecamino al andar”. Hoy la Iglesia necesita cambiar, y este cambiodepende de todos y cada uno de nosotros.

Tenemos fundamentos para que esa esperanza no sea una merailusión. Por una parte, ya podemos descubrir orientaciones positivasen el nacimiento de esta época. Hay un creciente interés por eldesarrollo sustentable, por la belleza de la naturaleza. Surge un nue-vo humanismo, una preocupación social por la justa distribución dela riqueza, por el respeto a la dignidad humana. Se proclama la tole-rancia y el respeto al pluralismo político, racial, sexual, religioso, enuna humanidad que esté unida no sólo por la ciencia y la economíasino por la justicia y la fraternidad. De la decepción frente a unmundo materializado, brota también una búsqueda de valores queden un sentido de la vida, que orienten la libertad.

Las ciencias del hombre reconocen que el pensamiento mítico-simbólico contiene una verdad que no puede agotar la razón; laposmodernidad trata de recuperar esa verdad, reprimida por la mo-dernidad. Hay un ansia de retornar a la propia interioridad donde seda la auténtica relación con Dios; muchos la encuentran –inclusocatólicos– en la espiritualidad de las religiones orientales, más intuitivasque racionales, que se han ocupado más de esa interioridad humana.Pero sobre todo contamos con Dios, que ha estado siempre presen-te en la Iglesia, en especial en sus tiempos de crisis. Hoy se suelehablar de 1968 como de un año simbólico del inicio de laposmodernidad; pues bien, el Concilio Vaticano II, que se reunió de

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1962 a 1965, se adelantó a esa fecha y sus enseñanzas nos proyec-tan a un futuro promisorio. No cabe duda de que en él actuó elEspíritu Santo; nos toca a nosotros, que contamos con su luz y sufuerza, ponerlo en práctica.

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El Concilio de Trento cerró una época; frente a la Reforma, tuvoque ser defensivo, cerrar filas y uniformar (más allá de unificar) ladoctrina y la práctica cristianas. Desafortunadamente esta actitudperduró hasta hace poco. En cambio, el Vaticano II nos abre haciala nueva época que estamos viviendo. La idea del papa Juan XXIII,que lo convocó, fue el aggiornamento, el poner al día la Iglesia:ésta tiene que atender a “los signos de los tiempos”. Es interesantehacer notar que es el primer concilio ecuménico que no fue convocadocon ocasión de alguna crisis o herejía dentro de la Iglesia; por eso lostemas tratados por él son amplísimos; no condena, sino abre cami-nos. Tocaré algunas de sus principales orientaciones.

Desde su primero y fundamental documento, “Constitución dog-mática sobre la Iglesia” (Lumen Gentium), el Concilio nos ofreceuna nueva visión de la Iglesia, que, antes que institución jerárquica,es “el pueblo de Dios”, cuya cabeza es Cristo. “Tiene por suerte ladignidad y libertad de los hijos de Dios [...]. Tiene por ley el mandatodel amor [...]. Tiene como fin la dilatación del reinado de Dios en latierra, hasta que sea consumado por él mismo al fin de los tiempos”(LG 9). Es el primer concilio que habla –y ampliamente– de loslaicos, que deben insertarse en el mundo para servirlo y consagrarlocomo reinado de Dios (LG 30-38), ejerciendo así el sacerdocio co-mún de los fieles (LG 10).

Esta inserción en el mundo implica una inculturación en él. Es elpropósito de su documento más amplio y conocido: la “Constituciónpastoral sobre la Iglesia en el mundo actual” (Gaudium et Spes).Imposible tocar aquí todos los temas que contiene; baste un ligerorecorrido del índice. Inicia con una exposición preliminar sobre la

7. EL CONCILIO VATICANO II

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“situación del hombre en el mundo de hoy”. En la primera parte, “laIglesia y la vocación del hombre”, desarrolla los siguientes aspectos:“la dignidad de la persona humana, la comunidad humana, la activi-dad humana en el mundo, misión de la Iglesia en el mundocontemporáneo”. Dedica la segunda parte a “algunos problemas másurgentes: dignidad del matrimonio y de la familia, el sano fomentodel progreso cultural, la vida económico-social, la vida en la comuni-dad política, la comunidad de los pueblos y el fomento de la paz”.Ojalá que esta breve enumeración provoque la lectura de toda laConstitución. Es interesante observar que en este documento se en-cuentren muchas citas implícitas de un precursor de la nueva visióndel mundo, Pierre Teilhard de Chardin, cuyas ideas sobre la evolu-ción de toda la creación hacia Cristo todavía eran vistas con recelopor muchos católicos.

El documento se sitúa en una perspectiva –novedosa quizás paramuchos– que hay que tener en cuenta para integrar la fe cristianacon la visión científica y filosófica que legítimamente tenemos hoydel mundo y del hombre. “Si por autonomía de la realidad terrena sequiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan depropias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear yordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia deautonomía” (GS 36). Esta autonomía no es independencia de lasoberanía de Dios, pues “la creatura sin el Creador se esfuma” (GS36). Dios mantiene al mundo en su ser y en su actuar desde dentro,coactuando a través de las leyes que él le dio; los milagros no sonarreglos del mundo sino signos de esperanza. Dios respeta tambiénla libertad de la que dotó al hombre al crearlo, y la orienta desdedentro –por su gracia– para que el hombre se desarrolle a sí mismoal construir la sociedad y la cultura a lo largo de la historia. Es nece-sario, pues, superar ciertas concepciones precientíficas que aún per-duran de un Dios que interviene arbitrariamente en el mundo desdefuera de él.

El Concilio extiende esta autonomía a los diversos campos de laactividad humana: a la cultura (GS 55), a las ciencias (GS 59), a laeconomía (GS 64), a la vida política: “La comunidad política y la Iglesia,

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cada una en su propio terreno, son independientes entre sí y autónomas”(GS 76). Insiste al mismo tiempo en que todas las instituciones debenestar al servicio del hombre y buscar su bien, respetando el ordenmoral. “Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las institucionessociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su mismanaturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (GS 25).

Finalmente, el Concilio, que desde su mensaje inicial del 21 deoctubre de 1962 se dirigió “a todos los hombres”, se abrió al diálogocon el mundo entero y con las diversas culturas: “En todos los pue-blos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropia-do a cada uno de ellos, y al mismo tiempo se fomenta un vivointercambio entre la Iglesia y las diversas culturas” (GS 44). Ade-más, dedica expresamente dos documentos al diálogo interreligioso:“Decreto sobre el ecumenismo” y “Declaración sobre las relacionesde la Iglesia con las religiones no cristianas”. Inicia así un tránsito deuna Iglesia occidental –como lo fue durante casi dos milenios– a unaIglesia mundial.

¿Qué ha sucedido desde la celebración del Concilio? Sus orienta-ciones están lejos todavía de ser puestas totalmente en práctica;avanzan lentamente. Numerosos documentos de la Iglesia las hanido explicitando. Como institución, la Iglesia ha ido evolucionandopoco a poco desde el pontificado de Pablo VI, que promovió sudescentralización. Sin embargo, hay quienes opinan que falta muchopara que se adapte a las situaciones concretas en que vivimos. ¿Aqué se debe esta lentitud en el cambio? ¿Prudencia? ¿Miedo? Hayque tener en cuenta que la Iglesia no puede cambiar de una genera-ción a otra; tardó varias en asumir el Concilio de Trento. A pesar delas dificultades, la semilla del Concilio sigue germinando y va sur-giendo una renovación interior en toda la vida de la Iglesia. Un cam-bio muy visible se dio pronto en la liturgia; gracias a él los laicos vanprofundizando en su espiritualidad y en el conocimiento de su reli-gión, y estableciendo un diálogo más horizontal con los pastores.

Nos urge, pues, inculturar el cristianismo en el mundo de hoy. Enel fondo, este cambio de época es el encuentro entre dos culturas: la

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cultura tradicional cristiana, que ya no responde a la situación actual,y la cultura naciente, en continuo cambio. Por eso, más que deinculturación habría que hablar quizás de interculturalidad. Nose trata de trasplantar una fe culturalmente desnuda en una realidadextraña a ella, sino de modificar ambas culturas. Por un lado, lamodernidad, dado que como todas las culturas se fundamenta en elhombre mismo, se está abriendo en su decadencia a la búsqueda delos significados y valores profundos del hombre, que necesitamosexplicitar y orientar; por otro lado, en el cristianismo necesitamosrenovar nuestras expresiones, nuestros símbolos. La fe no es cre-dulidad irracional, pero tampoco racionalidad científica; elcristianismo posibilita una síntesis entre la fe y la razón, si la razón seabre –más allá de lo experimentable– a la palabra de Dios acogidapor la fe, y si la fe se inserta en la práctica de la vida pública paratransformarla. La fe es capaz de unir el logos con el ethos, la cienciacon el amor, en un diálogo intercultural, que debe ser ante todointrapersonal y desde ahí extenderse al ámbito social, en una Iglesiaunida, sí, pero no necesariamente uniformada.

¿Qué pensar, qué decir y, sobre todo, qué hacer ante esta situaciónde crisis del cristianismo?, nos preguntábamos en el capítulo 1. Impo-sible dar soluciones concretas por la falta de espacio en este cuader-no, pero sobre todo porque esas soluciones las tenemos que irdescubriendo sobre la marcha. Hoy sabemos que sí es posible esbo-zar caminos que orienten esta búsqueda. No perdamos la esperanza ycolaboremos para su realización. Aprendiendo del pasado, miremosdesde el presente hacia el futuro. La muerte de Jesús lo condujo a laPascua definitiva, y a nosotros con él. Imitemos en nuestro tiempo asan Pablo, que al cristianizar el helenismo, helenizó las expresionesdel cristianismo. Recordemos a los primeros evangelizadores de loque sería la Nueva España, que supieron integrar símbolos de la reli-giosidad indígena con el mensaje evangélico, en un cristianismo quetodavía hoy se conserva profundamente arraigado en muchos pueblosde México. En una palabra, renovemos Pentecostés, cuando “hombresvenidos de todas las naciones que hay bajo el cielo [...], oían [a losapóstoles] hablar cada uno en su propia lengua” (Hch 2,5-6).

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Ante todo, y frente a la extendida ignorancia religiosa, urge que loscristianos conozcan las verdades de su fe a la luz de la renovaciónteológica que se está dando en la Iglesia. Nos dice el Concilio Vati-cano II: “La investigación teológica siga profundizando en la verdadrevelada, sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a loshombres cultos en los diversos campos del saber un mejor conoci-miento de la fe” (GS 62). Por una parte, como sucede en el terrenocientífico, hoy se tiene muy en cuenta el género literario de narracio-nes de la Biblia que se consideraban históricas. Son los mitos, en elmejor sentido que la posmodernidad le da a esta palabra: símbolosque abren nuestra racionalidad a una visión integradora que orientanuestra concepción del mundo a la luz de la revelación de Dios. Porsu parte, como ya dijimos en el capítulo 4, la teología se elabora enuna determinada cultura; por eso debe ser plural, abierta a nuestracambiante visión del mundo y adaptada a las diversas culturas. Hoyse sujetan a un análisis crítico discursos teológicos que se teníancomo dogmas de fe en un estrecho criterio racionalista. No existepues una formulación única de “la teología católica”, sino que pue-den surgir diversas expresiones de ella, como ha sido –por ejemplo–la “teología de la liberación”, que brotó en Latinoamérica precisa-mente ante la llamada del Vaticano II de atender a “los signos de lostiempos”.

Un punto importante es no sólo distinguir los respectivos terrenosde la teología y de las demás ciencias, como lo hizo el Concilio Vati-cano I, sino establecer un diálogo entre ellos. La teología toma hoyen cuenta la visión cada vez más objetiva –aunque siempreprovisional– que nos ofrecen los avances científicos acerca de la

8. LA RENOVACIÓN DE LA TEOLOGÍA

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naturaleza y del hombre. La teología no los utiliza como premisas,pero los respeta en cuanto logros humanos, dada la autonomía queDios le ha dado al mundo. Conflictos que surgieron por visionesprecientíficas supuestamente reveladas, como los del heliocentrismoy del evolucionismo, han sido superados. En cuestiones científicas ohistóricas, las respectivas ciencias tienen la última palabra, no la fe;pero la reflexión teológica debe tenerlas presentes y ver si son com-patibles con ella.

Estas consideraciones nos llevan obviamente a una lectura de laSagrada Escritura diferente de la literalista que predominó muchotiempo. Los estudios sobre la Biblia a la luz de la lingüística, la histo-ria y las ciencias naturales, iniciados desde fines del siglo XVII, vis-tos al principio con recelo en el protestantismo y el catolicismo, fueronfundamentando la renovación de la exégesis bíblica del siglo XX.Nos lo dice muy claramente la “Constitución dogmática sobre ladivina revelación” del Concilio Vaticano II. La Sagrada Escritura esciertamente palabra de Dios porque tiene a Dios por autor, estáinspirada por él, pero no necesariamente dictada, sino que tuvoautores humanos que emplearon sus facultades humanas en unacultura concreta. La Biblia, más que una palabra científica (deinformación), es una palabra poética, de relación amorosa entre Diosy nosotros; no contiene necesariamente verdades científicas, nisiquiera históricas en sentido estricto. Su lectura implica que nospreguntemos: ¿qué quisieron decir esos autores en su tiempo?; ¿quénos quiere decir Dios hoy a través de ellos? Hay que buscar susentido profundo, en el contexto de toda ella y de la fe de la Iglesia,más allá de las expresiones literarias, y traducirlo y vivirlo en lasactuales circunstancias. La Biblia está hoy en la base de todos lostratados teológicos.

La teología dogmática tendía a ser deductiva a partir de una pre-supuesta idea de Dios, y muchas veces derivaba de cuestiones de-masiado especulativas. Hoy tiene muy en cuenta la realidad, yreflexiona sobre ella a la luz de la palabra de Dios aceptada y vividapor la fe. Parte de la cristología, del Jesús histórico, del que yahablamos en el capítulo 3. Se han superado ideas cercanas al

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monofisismo (que sin embargo persisten en muchos cristianos) demezclar su humanidad con su divinidad. Jesús asumió una humanidaden todo semejante a la nuestra; él es quien nos revela al Padre nosólo por sus palabras sino a través de toda su vida humana, histórica.Sólo a la luz de su mensaje podemos abrirnos al misterio de laSantísima Trinidad, que no es una verdad ininteligible que hay quecreer ciegamente, sino la revelación de un Dios comunitario queprolonga hacia nosotros sus relaciones interpersonales.

A partir de la cristología y de los documentos del Vaticano II sehan renovado profundamente todos los demás tratados teológicos y,desde luego, la eclesiología. En la perspectiva de los conocimientosactuales, se ha ido elaborando el nuevo tratado de la antropologíateológica, que asume temas antes dispersos y los centra en el hom-bre concreto; Dios nos crea y nos salva por, con y en Cristo, através la “historia de la salvación”, que se va revelando y encarnandoen la historia humana. Así pues, hoy la teología dogmática escristocéntrica y antropocéntrica: a la luz de la fe descubre a Dios enCristo, en el hombre, en el mundo. La fe cristiana no es un sistema,un edificio acabado de pensamiento; es un camino a la vez personale histórico. Por eso la teología evoluciona continuamente y no cabedentro de los límites de la mera razón.

Como era de esperarse, también la teología moral, que tendía aser legalista y casuística, se ha hido transformando profundamente.Su fundamento es Dios, desde luego, pero un Dios que antes quelegislador es creador, que imprimió en la naturaleza del hombre latendencia a desarrollarse como tal, consciente y libremente, es de-cir, responsablemente (cf. Rm 2,14-15). Hay que superar, pues, unamoral heterónoma, basada en la letra, que le da excesiva importan-cia a las normas de la ley y tiende a poner el pecado en la acciónexterna; la moral es ante todo autónoma, basada en el ser del hom-bre mismo. La norma inmediata de la moralidad es la propia con-ciencia, que discierne continuamente entre el bien y el mal, por loque la primera obligación es informarla y formarla correctamente.Esta moral, que el hombre debe ir descubriendo a lo largo de lahistoria y de su propia vida, es entonces una moral teónoma, ya que

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tiene su origen en un Dios que nos respeta como él nos creó, nosilumina por la revelación cristiana y nos eleva al hacernos sus hijospor la encarnación de Cristo. En el fondo, nuestra vida moral –comotoda nuestra vida psicológica–, más que consistir en actos aislados,debe estar orientada por una opción fundamental, que para el cris-tiano es la opción de seguir a Cristo.

Así pues, apenas es posible formular temáticamente los grandesprincipios morales y sus consecuencias; las últimas concrecionesserán siempre, como el hombre, culturales y circunstanciales. Lasinstituciones humanas, incluyendo a la Iglesia, requieren de leyesjurídicas para procurar el bien común, pero éstas deben tender alorden moral y adaptarse a las situaciones particulares. Por otra par-te, se debe insistir cada vez más en la dimensión interpersonal ysocial de la moral, que casi se había reducido a una relación indivi-dual con Dios. El amor a Dios implica –como claramente nos lo diceel Nuevo Testamento– el amor al prójimo, que lleva a respetar susderechos y buscar la justicia, en una moral social acorde con lascambiantes situaciones en que nos encontramos. El prójimo es elsímbolo vivo de Dios: “Dios es amor, y quien permanece en el amorpermanece en Dios y Dios en él [...]. Quien no ama a su hermano, aquien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,16.20).

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Pero más importante que la ortodoxia es la ortopraxis: llevar a lapráctica comunitariamente la fe vivida en la experiencia personalinterior. “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe serconsiderado como uno de los más grandes errores de nuestra época”(GS 43). Lo opuesto a este divorcio es precisamente la inculturaciónde la fe: que el cristianismo se convierta en el núcleo fundamental ydeterminante de la cultura, que aglutine y cohesione todos susfactores; que impulse sus valores y corrija sus desviaciones. Así hanvivido su fe cristiana nuestros pueblos indígenas durante siglos ensus propias culturas, a pesar de las opresiones que les hemosimpuesto.

Todos los cristianos estamos llamados a colaborar en esta misióncomún de la Iglesia, pero la actividad de cada uno es diferente segúnsea su estado clerical, religioso o laical. Los clérigos (diáconos, pres-bíteros, obispos)

están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, porrazón de su vocación particular; en tanto que los religiosos, por suestado, deben dar preclaro y eximio testimonio de que el mundo nopuede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de lasbienaventuranzas. A los laicos pertenece por propia vocación buscarel reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntostemporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de lasactividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias dela vida familiar y social con las que su existencia está como entreteji-da [...]. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizartodos los asuntos temporales a los que están estrechamente vincula-dos, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de

9. LA RENOVACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA

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Jesucristo, y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y delRedentor (LG 31).

A los laicos especialmente se dirigirán las siguientes considera-ciones.

En primer lugar, es necesario alimentar la experiencia interior deDios con la oración, que va más allá de meras recitaciones vocales.En la oración Dios es el primero que debe tener la palabra: “Habla,Señor, que tu siervo escucha” (1 S 3,9). En la meditación, en lacontemplación de las escenas evangélicas, Dios nos habla a travésde nuestras facultades psíquicas, iluminadas y fortalecidas por sugracia; a su luz, podemos discernir el camino de nuestra vida, darlegracias por sus beneficios y reconocer nuestras fallas. Jesús reco-mendó mucho la oración de petición; pero no se trata de pedirle aDios sólo bienes materiales o que él haga lo que nosotros no hace-mos. Hay que pedir sobre todo, para los demás y para nosotrosmismos, el supremo don del Padre: “Si ustedes, siendo malos, sabendar cosas buenas a sus hijos, ¡cuanto más el Padre del cielo dará elEspíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc 11,13).

La oración tiene su máxima expresión en la liturgia, que se harenovando mucho y es cada vez más participativa; pero hay que irmás allá de su expresión ritual. Los sacramentos son símbolos sa-grados que deben suscitar una profunda experiencia interior perso-nal y comunitaria. La eucaristía en particular es un memorial, unacelebración que hace presente, bajo los símbolos de la palabra, delpan y del vino, el misterio pascual de Cristo, y lo proyecta al futuro,a ese mundo en el que se realiza nuestra vida cotidiana. Es deseable,desde luego, como ya lo hacen muchos, que los laicos colaboren enlas celebraciones litúrgicas, la catequesis y otras labores de la jerar-quía, sobre todo dada la escasez de vocaciones a la vida clerical;pero su misión va más allá: es la de transformar el mundo desdedentro. Esto implica asumir, como adultos, su propia responsabilidadpersonal, guiados por su conciencia iluminada por el Espíritu Santo.A los sacerdotes nos corresponde acompañarlos con el servicio dela palabra y los sacramentos, apoyándolos con nuestra amistad y

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con nuestro testimonio; pero no conducirlos de la mano como a me-nores de edad. Lo dice san Pablo: “No sean ustedes niños en juicio;sean niños en malicia pero maduros en juicio” (1 Co 14,20). Estamadurez no se opone al hacerse "como los niños" de que habla Jesús(Mt 18,3), y que se refiere a ponerse con humildad y confianza enmanos de Dios.

Hay que pasar, pues, de la oración a la acción. No es hora deapartarnos del mundo –aunque hoy nos seduce más que antes– yhuir de él, sino de introducirnos en él. Los laicos deben participar, noen nombre de la Iglesia como institución, sino a título personal, comomiembros de ella, en la vida social en general, en las estructuraseconómicas y políticas en particular, que –como ya dijimos– tienensu propia autonomía. Tienen que ir a lo profano –de que hablamosen el capítulo 6–, pero no para sacralizarlo, sino para consagrarlo,para hacerlo sagrado, templo de Dios en el más amplio sentido dela palabra, para extender en él el reinado de Dios por la justicia, lasolidaridad, la paz y el amor; para orientarlo a su destino trascenden-te, que es Dios mismo. Los laicos están llamados a ser “sal de latierra” y “luz del mundo” (Mt 5,13.14), “la levadura que tomó unamujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo”(Mt 13,33). Para lograr esto, es necesario que conozcan adecuada-mente nuestra cultura, con sus deficiencias y sus potencialidades,que busquen las raíces de la situación actual y pongan en prácticalos remedios. Los avances de las diversas ciencias y corrientesfilosóficas los pueden ayudar mucho. “Nada hay verdaderamentehumano que no encuentre eco en su corazón [de los discípulos deCristo] [...]. La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidariadel género humano y de su historia” (GS 1).

Para que este sentido apostólico unifique y anime toda su vida, esmuy importante que los laicos compartan su experiencia personal deDios y su formación teológica en comunidades más o menos organi-zadas, en las que celebren también su cristianismo en oración comu-nitaria, sobre todo litúrgica. En una palabra, el pueblo de Dios, quees toda la Iglesia, debe concretarse, empezando por la familia que es

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“como Iglesia doméstica” (LG 11), en comunidades de fe; de una feconfesada en la adhesión a la palabra de Dios, celebrada en lossacramentos y vivida en el amor, que es el alma de la existenciacristiana. La exhortación apostólica de Juan Pablo II, “Vocación ymisión de los laicos en la Iglesia y en el mundo” (Christifideleslaici), desarrolla ampliamente lo que indica su título.

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No cabe duda de que el cambio de la modernidad a la posmodernidadha causado una crisis en el mundo y, en consecuencia, en el catoli-cismo. Pero crisis tiene una doble perspectiva: es riesgo y es opor-tunidad. Hay que afrontar los riesgos que ya estamos viviendo yaprovechar las oportunidades de inculturar nuestra fe, de adecuarsu vivencia a nuestra época. No es la primera vez que la Iglesiapasa por una crisis; ha superado muchas de ellas; su historia nos lomanifiesta. Necesitamos hoy un renovado cristianismo para el mun-do nuevo que está naciendo, con nuevos símbolos que expresen yrealicen una nueva idea de hombre y de pertenencia social. Recor-demos las palabras de Jesús: “El vino nuevo se echa en odres nue-vos, y así ambos se conservan” (Mt 9,17). No se trata ciertamentede cambiar todo, sino de evolucionar con prudencia: “Todo escribaque se ha hecho discípulo del reino de los Cielos es semejante aldueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo antiguo” (Mt13,52).

Los cristianos tenemos que penetrar en el mundo, en esta culturaescindida e impotente: reconocerla, purificarla, elevarla. El ConcilioVaticano II nos indica hoy claramente la ruta; nos corresponde anosotros seguirla. ¿Somos capaces de hacerlo, a pesar de los ries-gos que nos amenazan? Desde luego que debemos confiar en laprovidencia de Dios, quien es el que en último término dirige hacia élla marcha del mundo y de la historia; pero Dios no hará lo que noso-tros no hagamos. Jesús es quien nos envía: “Vayan por todo el mun-do y proclamen la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15); yes también él quien actúa a través de nosotros: “Y he aquí que yoestoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

10. CONCLUSIÓN

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Pongamos entonces nuestra esperanza en Jesús. Él mismo vivióen una época de crisis y tuvo que afrontar su propia crisis personal;hizo así suyas las nuestras. Pero también nos abrió una oportunidad.Sus últimas palabras a Los Doce antes de su pasión siguen vigentespara nosotros: “En el mundo tendrán ustedes tribulación; pero ¡áni-mo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

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actual), 1965.LG Lumen Gentium (Constitución dogmática sobre la Iglesia), 1964.NA Nostra Aetate (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las

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BIBLIOGRAFÍA

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2. Gerardo Anaya Duarte, SJ,Religión y ciencia: ¿Todavía en conflicto?

3. Mauricio Beuchot Puente, OP,Los derechos humanos y su fundamentación filosófica

4. José Rafael de Regil Vélez,Sin Dios y sin el hombre. Aproximacióna la indiferencia religiosa

5. José Francisco Gómez Hinojosa,La dimensión social de la religión.Notas para su recuperación en México

6. Antonio Blanch, SJ,Lo estético y lo religioso: cotejo de experiencias y expresiones

7. Eduardo López Azpitarte, SJ,La ética cristiana: ¿fe o razón?Discusiones en torno a su fundamento

8. Juan Plazaola Artola, SJ,Estética y vida cristiana

9. Miguel Ángel Sánchez Carrión,La nueva era. ¿Sacralización de lo profano o profanación delo sagrado?

10. Fernando Menéndez González,En la Grieta de la RocaProblemas éticos contemporáneos enla gestión de las organizaciones

11. José María Mardones,Nueva Espiritualidad. Sociedad Moderna y Cristianismo

12. Benito Balam,Hacia una Conciencia Pluricultural de la Ética

13. Eduardo López Azpitarte, SJ,Hacia un Nuevo Rostro de la Moral Cristiana

14. Cristianisme i Justicia,El Tercer Milenio como Desafío para la Iglesia

15. Sergio Inestrosa,La religión como mediadora del sentido de la vida

16. Gonzalo Balderas, OP,Filosofía y religión. Una hermenéutica desde la crisisde la racionalidad moderna

17. David Fernández Dávalos, SJ,Educación y Derechos Humanos

18. Fernando Fernández Font, SJ,Persona y realidad. Notas sobre la antropología de Zubiri

19. Andrés Bucio-GalindoDesarrollo sostenible en cuatro pasos

20. Benjamín ForcanoLiberación contra represión sexual. Planteamientos actuales

21. Martín López CalvaAmbientes, presencias y encuentrosEducación humanista ignaciana para el cambio de época

22. Ignacio Núñez de Castro SJ

Teilhard de Chardin: El hombre de Ciencia y el hombre de Fe

Cristianismo y mundo actual de GabrielAnaya Duarte SJ, se terminó de imprimiren abril de 2007 en Siena Editores, CalleJade 4305, colonia Villa Posadas, Puebla,Pue. En su composición tipográfica se uti-lizaron tipos de la familia Times NewRoman de 9, 10, 11 y 12 puntos. La edi-ción consta de 2 000 ejemplares más so-brantes para reposición.